SERMON DE LAS SIETE PALABRAS - Padre Mendizabal
SERMON DE LAS SIETE PALABRAS - Padre Mendizabal
SERMON DE LAS SIETE PALABRAS - Padre Mendizabal
1ª PALABRA:
2ª PALABRA:
3ª PALABRA
Esta palabra de Jesús la recoge san Juan. En su relato de la cruz, viene a ser
como el centro de aquella escena del Calvario. En la cruz se engendra una
nueva humanidad que es la Iglesia: una nueva humanidad que ha creído en
Cristo, que ha entendido cuando está sobre la cruz que El es el Salvador.
Conmemoramos también el nacimiento de la Iglesia. La Iglesia nacida de la
cruz, del costado abierto de Cristo.
La multitud que lo contempla se aburre y se va marchando. Los momentos
más grandes de la historia están realizándose, y los presentes se aburren,
como ahora sucede tantas veces en la Eucaristía, porque no miran ni ven.
Las mujeres con la Virgen pueden acercarse a la cruz.
María no está en un sitial destacado. Se pierde en la multitud. En una foto
del evento habría que poner una crucecita para señalarla: “Esa de la
crucecita es la Madre de Jesús”. Está con otras mujeres. Su asociación a la
pasión, tan importante, no es espectacular. La espectacularidad social no
corresponde a la colaboración a la redención.
Jesús está en silencio en su ofrecimiento sangriento: dolores físicos,
morales, humillaciones… lo ha dado todo. Y estando así, mira a su Madre
que está allí cerca, que lo ve sufrir sin poder hacer nada para aliviarle, y
Jesús la mira. No sólo la miramos nosotros. El la mira también. La ve, y ve
junto a ella a Juan, como nos mira esta mañana a cada uno de nosotros a
través del mundo entero, y nos ve junto a María también. Y ella perdida en
la multitud, sólo ella, es ya fruto por el que valía la pena la redención. Sólo
Ella compensa todos los pecados, crímenes y blasfemias de todo el mundo.
Y dice a la Madre: “Mujer, mira tu hijo”. Juan es Jesús. María no tiene más
hijo que Jesús. Jesús no le dice a María: “Ahí tienes otro hijo tuyo”, sino:
“Ahí tienes a tu hijo”; “Ese es Jesús, a quien tú engendraste”. Es maravillosa
esta expresión, y es el sentido profundo que da Orígenes a esta palabra de
Jesús.
Al mismo tiempo aparece así la Iglesia, incorporada a Cristo, de la que
puede decir de veras a María: “Mira, es tu hijo”. La culminación de su obra
sobre la tierra es dejar el instrumento, su cuerpo, a través del cual El,
glorioso, continuará realizando la obra de la redención. He indica al mismo
tiempo que María está colaborando a que “éste sea Jesús”, porque es su
Madre. Es precioso ese cambio de posesivo en el evangelio de san Juan:
dice que Jesús vio “a su Madre” y le habló “a la Madre”; y ahora, viendo a
Juan, le dice: “Mira tu Madre”. Dice la Carta a los Hebreos que Jesús,
perfeccionado por la pasión, es proclamado sumo sacerdote según el orden
de Melquisedec. Podemos decir de manera análoga que, María, en el colmo
de su terrible dolor y a través de él y de su soledad, es proclamada por Jesús:
“Madre”, la Madre, Madre nuestra. Es el momento supremo. María,
creciendo cada vez más en su misericordia de Madre, en su amor materno,
llega a este momento culminante. La Dolorosa, madurada por la pasión, por
su compasión con Cristo, es proclamada Madre de la nueva humanidad, del
nuevo Israel, Madre de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Y a Juan,
representante de la humanidad, regenerada, nueva, le dice: “Mira tu
Madre, es de verdad tu Madre”. No sólo: “trátala de verdad como si fuera
tu madre, considérala como si fuera Madre, acógela como si fuera así”, sino
que: “es tu Madre, es tu Madre”.
“Y desde aquella hora la tomó el discípulo entre lo suyo”. De María no se
nos dice que tomó a Juan como hijo. No hace falta decirlo, porque María ha
dado su sí de veras y sin límites. Es el Testamento de Jesús. Tenemos que
recibirlo también nosotros. De cada uno de nosotros dice: “Mira tu hijo”. Y
a cada uno de nosotros nos dice: “Mira tu Madre”.
4ª PALABRA
“Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado” (Mt 27,46)
5ª PALABRA:
¿Qué quiere decir esa sed de Cristo? Desde luego esa voz resuena en el
Calvario, María está allí cerca. Pero no le pide a su Madre. Pide a los
soldados, a los pecadores, a todos nosotros: “Tengo sed” Se apoya en una
sed material de Jesús, predicha en el Salmo 21 y en el Salmo 68.
Esa sed debió de ser extrema. Su lengua partida, sus labios resecos, el
paladar como una teja. Sed tremenda. Era un tormento para El en ese
momento esa sed que le abrasaba, y grita esa sed.
Pero gritando esa sed grita otra sed más profunda. La sed ardiente de Jesús
es sed de que Dios sea conocido, de que amen a Dios, sed de dar el agua
viva, sed del don del Espíritu Santo. En el evangelio de san Juan la sed está
unida al Espíritu Santo. Recordamos la escena de la samaritana cuando
Jesús dice a aquella mujer: “Mujer, dame de beber” Luego le dice: “Si
conocieras el don de Dios, tú le pedirías y el te daría un agua viva” Y también
dice: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba” Y hablaba del Espíritu,
que recibirían los que creyeran en El. Sed, pues, interior de comunicar el
Espíritu Santo, para que el hombre ame a Dios de manera digna de Dios.
Que sea una respuesta digna del amor infinito de Dios. San Juan une esta
palabra a la dirigida a su Madre y al discípulo. A esa Iglesia que está al pie
de la cruz, tiene sed de darle el Espíritu Santo. Como en el Génesis, cuando
Dios crea al hombre, lo forma del barro de la tierra y luego le infunde su
aliento, la vida, aquí también formada la Iglesia, quiere infundir el Espíritu
Santo a esa humanidad regenerada. Ha sido la misión de Cristo y en verdad
Juan Bautista lo había anunciado así: “Este es el que bautiza en el Espíritu
Santo”. Cristo glorificado, va a ser precisamente el dador del Espíritu Santo.
Ahora bien, ese bautismo, ese don de Pentecostés, no es algo que pudiera
hacerse en cualquier momento, como si fuera una cuestión cronológica,
sino que es fruto de la muerte de Cristo en la cruz. “Si yo no voy”, sino
muero en la cruz, “no vendrá a vosotros el Espíritu” Y mostrándose a los
discípulos, la tarde de Pascua les muestra las manos y el costado, y
alentando sobre ellos les comunica el Espíritu Santo.
Es, pues, otro matiz del acto redentor: perdón por los pecados, unión con
Cristo, generación nueva y comunicación del Espíritu Santo al mundo.
Esta palabra la dirige a cada uno de nosotros: “Tengo sed”, sed de tu fe, de
tu amor, de tu entrega, de unirte conmigo en la vida eterna. Tengo sed de
entrar en ti, de inundarte de Espíritu Santo. Tiene sed de que la criatura
tenga sed de Él. Si conocieras el don de Dios tendrías sed y lo pedirías y el
te lo daría. Nosotros, un poco como la samaritana, podríamos decirle: “Pero
Señor, ¿cómo me vas a dar el agua si tú tienes sed, si tienes sed ardiente?”
La sed de Cristo es la sed de la fuente, y si una fuente tuviera sed, tendría
sed de que vinieran a beber del agua que mana de ella. Sed de derramar en
ti la vida divina, sed de que dejes paso en tu corazón y en todo tu ser a la
misericordia de su Corazón que ansía derramarse en el mundo ¿Podrá
decirte también el Señor: “Tuve sed y no me diste de beber?”
6ª PALABRA:
7ª PALABRA: