9.2 - Los Estudios de Memoria y de La Historia Reciente - Construcción de Un Campo, Consolidación de Una Agenda y Nuevos Desafíos PDF
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9.1 Presentación
Una extensa bibliografía ha ponderado que el final del siglo XX y el inicio de la
centuria que estamos viviendo se caracterizan, entre otras cosas, por un retorno
o revalorización del pasado. La producción historiográfica así como la ampliación
del campo de estudios de la memoria lo demuestran, a la vez, que lo inducen. Ese
retorno al pasado se legitimó sobre una serie de discursos que tendieron a pensar
el derrotero de la segunda mitad del siglo XX caracterizado por la impronta de los
olvidos. Tanto la historia como las memorias recuperadas se oponían a un tipo
específico de olvido: aquel asociado a las violencias radicales que, bajo el rótulo
de experiencias político-ideológicas de distinto signo (fascistas, nazis, comunistas,
conservadores, etcétera), perpetraron crímenes masivos contra poblaciones civiles.
Otros motivos del regreso al pasado se sustentaron en la pérdida de confianza
en el futuro. Acordando con las palabras de Huyssen (2000, 2002), este giro hacia
la memoria recibe el impulso subliminal del deseo de arraigarnos en un mundo
caracterizado por una creciente inestabilidad del tiempo y por la fractura del espacio
en el que vivimos. Como también indica Traverso (2007) es el producto del declive
de la experiencia trasmitida en un mundo que ha perdido sus referencias, que ha
sido desfigurado por la violencia y atomizado por un sistema social que borra las
tradiciones y fragmenta las existencias.
Sin embargo, antes que un retorno al pasado lo que podríamos proponer es
que la revalorización que de él se hizo puso en el centro de las producciones la
dimensión de las víctimas y de los actos criminales cometidos. Tras el Holocausto,
como señala Wieviorka (1999), se inició una era del testimonio cuya novedad fue la de
permitir, estimular y reconocer la dimensión central que la voz de los sobrevivientes,
en primer lugar, y los testigos, en segundo término – la de los perpetradores aún
sigue siendo marginal – tienen para dar cuenta de aquellas experiencias criminales.
La producción historiográfica y la reflexión intelectual sobre aquella experiencia
se valieron de diversas estrategias que permitieron revelar cómo funcionó la mecá-
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nica criminal del nazismo y, al mismo tiempo, renovar los abordajes y perspectivas
de la propia disciplina histórica. En este sentido, si bien los estudios de memoria
y el de la historia reciente se reconocen como campos autónomos, sus preocupa-
ciones, temas y metodologías resultan, en muchos casos, convergentes. De modo
que este trabajo aun pretendiendo abocarse al campo de los estudios de memoria
en Argentina no podrá deslindar una mirada del espectro de la historia reciente en
nuestro país pues, retomando el criterio general, sus temas, perspectivas e, incluso,
temporalidades han corrido suerte en paralelo.
En el caso argentino la «cuestión de la memoria» – es decir, las demandas por
recordar la dimensión criminal de la última dictadura militar – estuvo menos li-
gada al trabajo desarrollado por historiadores profesionales que a la persistencia
de organizaciones defensoras de los derechos humanos que denunciaron contem-
poráneamente la política sistemática de desaparición forzada de personas y la
apropiación de niños. Como señalan Lvovich y Bisquert (2008), entre otros, el in-
terés de los historiadores y cientistas sociales fue más bien tardío; antes bien, las
narrativas sobre el pasado conflictivo fueron materializadas por los testimonios de
los sobrevivientes y familiares de afectados y por el periodismo.
El presente trabajo pretende entonces relevar cuáles fueron los modos en que
se tematizó la memoria de la experiencia del terrorismo de estado en Argentina
reconociendo que los modos en que pensamos los escenarios posconflictivos son
contextuales; es decir, están situados en contextos sociales específicos y, a la vez,
mutables.1 En este sentido, reponer una mirada sobre el abordaje de la experiencia
dictatorial atendiendo a cómo esta se constituyó en la agenda pública. Este derrotero
no puede desconocer los modos en que su abordaje se materializó en un campo de
estudios a través de diversas experiencias de institucionalización académica que, a
la vez, en su proceso de legitimación compartió modos, reflexiones y categorías con
otras agendas de los estudios históricos y de las ciencias sociales. Las páginas que
siguen se proponen abordar estas dimensiones y esbozar algunos problemas para
el campo de estudio.
Este relato, sin embargo, convivió con una lectura del pasado que reivindicaba
la acción de las fuerzas armadas en su «lucha antisubversiva» bajo la idea de que
lo que se había librado durante los años setenta había sido una «guerra sucia». No
obstante, el informe Nunca Más y el Juicio a las Juntas de Comandantes que tuvo
lugar durante 1985 – proceso que condenó penalmente a los jerarcas del régimen
dictatorial – oficiaron como un régimen de memoria que legitimó en el espacio público
las voces de quienes condenaban la dictadura militar por su política planificada
y sistemática de orden criminal, claro que, esto no constituyó un sentido unívoco
acerca de cómo resolver el pasado; antes bien, fue un primer andamiaje que con-
trastó con normativas posteriores (ley de Obediencia Debida y ley de Punto Final y
un indulto/amnistía) que se propusieron «cerrar» el tratamiento del pasado.
Este contexto constituyó un primer momento de reflexión en Argentina sobre
el tópico de la memoria que se fue conformando durante el mismo proceso de
transición democrática. La agenda intelectual estaba poblada por la cuestión de la
democracia, en la que predominaban los problemas de cómo debían revisarse y,
eventualmente, condenarse los regímenes dictatoriales. El marco de la democracia
como valor en sí impregnó el sentido de la memoria y, a su vez, le puso ciertos límites:
la memoria era, como señala Nora Rabotnikof, «memoria del autoritarismo y (. . . ) el
horror del terrorismo de estado» (Rabotnikof 2008, pág. 265).
En este contexto, la cuestión de la memoria quedó subordinada al problema
de la construcción y consolidación de la democracia y la expectativa de que, en la
sociedad civil – entendida como el espacio en que anidaban las tradiciones de la
democracia – residían las posibilidades de cambio (Chama y Sorgentini 2009). La
lucha por los derechos humanos, encarnada en distintos actores de la sociedad civil,
era una cuestión paradigmática del poder ciudadano frente al autoritarismo que se
convertía en el fundamento ético de la nueva democracia. En este marco aparecie-
ron las primeras investigaciones destinadas a explorar las acciones y discursos del
movimiento de derechos humanos, que había surgido, como se mencionó, con una
fuerza sin precedentes en el período dictatorial expresando, primero, sus deman-
das en torno al paradero de los desaparecidos y, posteriormente, sus reclamos de
justicia por los crímenes cometidos por los militares. Su estudio se encuadró bajo el
paradigma teórico de los «nuevos movimientos sociales» en boga en esos años en
las ciencias sociales y, en particular, en la sociología (Jelin 1989).
Como señalan Chama y Sorgentini (2009) fue primordialmente en relación con
el interés por el movimiento de los derechos humanos, y no tanto como objeto de
interés propio, que emergieron las primeras consideraciones acerca de la memoria,
como aspecto o dimensión concomitante de dicha problemática. Centralmente
asociada a la rememoración de la violación de los derechos humanos, la memoria
apareció tematizada en los mismos términos que fuera definida por el movimiento
de derechos humanos, esto es, a partir de la contraposición memoria/olvido, como
condensación de la saga de resistencia a los abusos de la dictadura en el pasado y
sus pervivencias en las expectativas de justicia en el presente.
Más aún, no estaba planteada la pregunta por cómo el relato de la democrati-
zación, asociado a la realización de los derechos humanos, podía bloquear otras
recuperaciones del pasado u otras formas de construir nuevos sentidos políticos
para el presente, a partir de la experiencia del pasado. Así, resulta comprensible
que, en el campo académico, la pregunta orientadora haya sido menos sobre la
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memoria que sobre los derechos humanos: tanto el gobierno como los distintos
grupos de derechos humanos pensaban las políticas de memoria como relatos sobre
la construcción, vigencia y defensa de los derechos humanos.
Fue a mediados de la última década del siglo pasado cuando emergió en el espa-
cio público una narrativa reivindicatoria de la militancia política de los años setenta
que volvió a ponderar el compromiso político de quienes habían desaparecido o se
habían exiliado. Apoyada en la proliferación de biografías, documentales e historias
noveladas sobre las militancias de izquierdas (Anguita y Caparrós 1997) y en la
emergencia de una nueva organización ligada al campo de los derechos humanos:
HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) (Luciano
Alonso 2003; Cueto Rúa 2010); la recuperación de las trayectorias políticas ponía
en debate una relectura del pasado reciente que, además, fue contemporánea con
las declaraciones de algunos perpetradores que describían cómo había operado la
mecánica criminal del régimen dictatorial (Verbitsky 1995).
De este modo, y aunque no constituyera un tópico destacable de la política públi-
ca ni de la agenda de investigación de los historiadores y los cientistas sociales, el
pasado reciente evidenciaba un renovado interés en el espacio público. Esta per-
sistencia, a su vez, comenzó a plasmarse en algunas iniciativas de orden estatal
– primeramente a nivel local – que comenzaron a «marcar» el territorio con señali-
zaciones que convocaban al recuerdo de los detenidos-desaparecidos durante la
última dictadura militar: plazas, planeamientos de parques de la memoria, coloca-
ción de baldosas alusivas. Estas convivían con otras formas de señalamiento: los
«escraches», una práctica de los HIJOS que indicaba dónde vivían los represores
que no habían sido juzgados y/o estaban libres por la amnistía sancionada durante
el gobierno de Carlos Saúl Menem (1990).
En este contexto apareció una primera exposición referida al tópico de la memo-
ria. La compilación Juicio, Castigos y Memorias. Derechos humanos y justicia en la política
argentina (1995), constituyó un ejemplo en este sentido. En estos textos, el problema
de la memoria aparecía íntimamente ligado al de las posibilidades y las limitaciones
de la democracia para juzgar a los responsables por la violación de los derechos
humanos y hasta dónde ello podía constituir un obstáculo en el proceso de democra-
tización. Más tímidamente comenzaba a plantearse, y desde la pluma de Elizabeth
Jelin, el carácter selectivo del recuerdo, las disputas en torno al sentido del pasado,
los mecanismos de ritualización y repetición y la importancia de su transmisión.
Estas expresiones inauguraron un segundo momento en el campo de los estudios
sobre la memoria que maduró a mediados de aquella década, emergiendo en escena
las genealogías de las llamadas políticas de la memoria, acompañada de una serie de
acontecimientos que incentivaron los estudios de la memoria, así como a los modos
en que estos deberían enmarcarse. Cierta reapertura de la cuestión de los derechos
humanos, a través del intento de repensar la dicotomía memoria/olvido, visibilizó
la pregunta ausente por la definición concreta de la memoria, por cuáles son los
agentes que la impulsan y cómo funciona la memoria individual y colectiva, enten-
diéndose a ambas como memoria social. Un dato no menor es que el impulso por
esta pregunta sobre la memoria y la historia resultaba mucho más promisoria que la
pregunta por la justicia. Es el tiempo al que hemos denominado «sociologización de
la memoria» donde se buscaban referencias teóricas para dar cuenta del problema
de la rememoración, de los usos y de las apropiaciones del pasado en términos de
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4. El origen de las líneas de trabajo que se encuentran por detrás de este texto fue la
invitación a participar de un libro compilado por Ariel Denkberg; tal empresa todavía está en
curso, de modo que esta versión es aún provisoria. En reuniones del Grupo de Investigación en
Historia Social y Cultural Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, en febrero
de 2006 y en las Cuartas Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad; Universidad
Nacional de Rosario/Conicet, celebradas en octubre de ese año, fueron discutidas versiones
más breves y más inclinadas al examen de la situación internacional que esta.
5. Véase acerca de la cuestión en historia, Brienza (2005).
6. El primer volumen de la colección es el de Jelin (2002b). Los que siguen son algunos
de los trabajos locales dedicados a la cuestión; la lista no tiene pretensión de exhaustividad
y no incluye las recopilaciones de testimonios orales o de otro tipo, ni tampoco artículos
publicados en revistas: Calveiro (1998, 2005), Carnovale et al. (2006), Dreizik (2001), Feierstein
y Levy (2004), Finchelstein (1999), Franco y Levín (2007), Godoy (2002), James (1990, 2004),
Jensen (1998), Lobato (2001), Longoni y Jelin (2005), Lorenz (2006), Mudrovcic (2005), Oberti
y Pittaluga (2006), Ollier (1998), Pozzi (2001), Sautu (1999), Sazbón (2002) y Schwarzstein
(2001a). Vezetti, 2002 NO LO ENCUENTRO
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 133
tamiento. La necesidad de dialogar sobre este nuevo campo exigió contar con un
espacio específico que contuviera y diera respuestas a demandas crecientes. Así
nacieron las Jornadas de Trabajo de Historia Reciente,11 el evento académico más
representativo y sistemático del campo, que se desarrollan desde 2003 hasta la
fecha, primero con una frecuencia anual y después bienal.12 En estos encuentros,
dos ejes centrales en torno a la memoria se han desarrollado sistemáticamente y
con creciente participación de ponencias: los problemas conceptuales y metodoló-
gicos de la historia y la memoria del pasado reciente y memoria y usos públicos del
pasado.
Ahora bien, listar todos los espacios que se han especializado en los estudios
de las memorias es y será todavía una asignatura pendiente. No obstante se debe
destacar, como espacio de amplia convocatoria, de innovación en el conocimiento
y de crecimiento constante, al Núcleo de Estudios sobre Memoria que reúne a in-
vestigadores/as y docentes universitarios/as interesados/as en abordar, desde una
perspectiva académica, los estudios sobre memoria, con énfasis en el Cono Sur de
América Latina. Este centro, creado en el año 2002 por Elizabeth Jelin y, actualmente
dirigido por Valentina Salvi, desarrolla proyectos colectivos de investigación, pro-
mueve intercambios con instituciones, investigadores/as y estudiantes de la región
y del mundo, organiza distintas jornadas, workshops, cursos de capacitación y de
actualización. Asimismo, edita la revista Clepsidra, Revista Interdisciplinaria de Estudios
sobre Memoria, cuyo principal objetivo es contribuir al crecimiento y consolidación
del campo de estudios sobre la memoria social, la historia reciente y los derechos
humanos en la Argentina y América Latina, con una proyección internacional en
sus discusiones y producciones académicas.
En la Universidad Nacional de Córdoba, el programa Estudios sobre la Memoria
del Centro de Estudios Avanzados, dirigido por Héctor Schmucler con la co-dirección
de Ludmila Da Silva Catela, retoma actividades anteriores (2008) para desarrollar,
desde el 2011, tareas de estudio e investigación vinculadas a las significaciones
Provincial por la Memoria (CPM), creada en julio de 2000; la cual ha agenciado, entre
otras tantas actividades que marcaron significativamente el campo, la organización
de los citados encuentros internacionales. La CPM es la institución que resguarda
el primer «archivo de la represión»15 descubierto en nuestro país, lo que favoreció
la emergencia de nuevos problemas de investigación, tratamiento y difusión de
archivos sensibles. La CPM cuenta también con el Área de Investigación y Enseñanza
que tiene a su cargo el diseño y puesta en marcha de políticas educativas para la
transmisión de las experiencias del pasado reciente, la enseñanza de ese pasado,
la pedagogía de la memoria y la educación en derechos humanos. Estos espacios,
que permitieron el intercambio y reflexión conjunta con los profesores de la UNLP,
habilitaron la realización de proyectos de investigación, de capacitación y difusión,
y de sensibilización de los problemas en torno a las memorias.
La estrecha vinculación que la CPM tiene con la Universidad de La Plata es
también otra nota distintiva ya que, a través de distintos convenios, movilizó la
emergencia de comisiones de trabajo con el mundo académico para acompañar el
inicio y creación de una carrera de posgrado. Un hito en este campo fue la Maestría
en Historia y Memoria, carrera que ha impulsado no solo el encuentro de docentes de
todas las universidades públicas nacionales y extranjeras sino – y especialmente –
el encuentro de alumnos provenientes de diferentes campos disciplinares y de
distintas latitudes de América. Su articulación, a través de trayectos específicos
con el Doctorado en Historia, ha permitido consolidar el campo de estudios de las
memorias y crear el ámbito adecuado para una formación de excelencia de los
estudiantes. La maestría, a su vez, edita la Revista Aletheia,16 con una publicación
electrónica semestral promovida por estudiantes y docentes, la cual se ha convertido
en una divulgación de referencia en el campo de los estudios de las memorias.
Una nueva generación ya se ha formado con estas herramientas y la producción
intelectual se vuelca en los innumerables congresos, jornadas y simposios dedicados
especialmente a esta temática que se extienden por la geografía nacional. Los bancos
de tesis de maestría y de doctorado que versan sobre la historia del pasado reciente
y de la memoria son una prueba contundente de la consolidación del campo de
estudios.
9.4 Dar es dar y compartir: los aportes de diversas agendas al campo de los
estudios de memoria (y viceversa)
Finalizada la dictadura, la producción bibliográfica de las ciencias sociales tuvo
un vertiginoso impulso; en tanto la historia estaba en la retaguardia, enfrentándose
al dilema de cómo encarar o conformar un campo de estudios sobre la experiencia
reciente que la interpelaba. Las resistencias – más o menos explícitas – en el ámbi-
to académico e historiográfico hacia el tratamiento de estos temas, asentadas en
visiones que fueron hegemónicas durante años y que desdeñaron, tras el argumento
de la «profesionalización» de la disciplina, cualquier lectura o análisis de períodos
considerados aún controversiales, fue un marco que caracterizó el trabajo durante
aquellos años. En este sentido, bajo la sospecha de «ideologización» de ese pasado,
se postergó el debate necesario, dejando así el terreno libre para otras disciplinas
(Águila 2010).
A pesar de aquella renuncia, en las últimas dos décadas se verificó un renovado
interés de especialistas por explorar y brindar claves explicativas sobre el pasado re-
ciente. El período 1976-1983, analizado desde la década de los ochenta por cientistas
sociales y politólogos, comenzó lentamente a ser a estudiado por los profesionales
de la historia. No se trata de responsabilizar a nadie sino de comprender, en todo,
caso por qué la disciplina llegó demorada. En primer lugar, porque el saber historio-
gráfico, aún al amparo de los manuales positivistas decimonónicos, impugnaban el
desarrollo de investigaciones sobre procesos que no estuvieran «cerrados» en vista
de que el acceso a la documentación aún estaría vedado y, en verdad, porque la obje-
tividad misma del investigador estaría condicionada. En segundo término, porque
ese pasado reciente se caracterizaba por algunos rasgos singulares: la convivencia
de los historiadores con los actores de ese pasado.
«El pasado reciente, que puso a la sociedad frente a la experiencia límite de la represión masiva,
la tortura y el asesinato político, nos fuerza a pensar la historia de otra manera. Estamos frente
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al desafío de encontrar formas nuevas de mirar hacia atrás, no para encontrarle un sentido, sino
para recuperar su diversidad de sentidos» (Sábato 1994, pág. 49).
Uno de los desafíos fue el de construir una noción de temporalidad que le otorga-
ra especificidad a este pasado reciente. Esta elección no ha estado libre de tensiones
para fijar fechas de inicio y de cierre, ni en el plano internacional ni en el nacional.
Así, se reconoce que no se trata tan solo de fijar un cronología para brindarle es-
pecificidad, sino que se acuerda que ésta se sustenta, más bien, en un régimen de
historicidad particular basado en diversas formas de coetaneidad entre pasado y
presente: la supervivencia de actores y protagonistas del pasado en condiciones de
conceder sus testimonios al historiador, la existencia de una memoria social viva
sobre ese pasado, la contemporaneidad entre la experiencia vivida por el historiador
y ese pasado del cual se ocupa.19
Ahora bien, si analizamos el conjunto de investigaciones realizadas podemos
comprobar que estas están atravesadas por otro componente no menos relevante. Se
trata del fuerte predominio de temas y problemas considerados traumáticos: guerras,
masacres, genocidio, dictaduras, crisis sociales y otras situaciones extremas que
amenazan el mantenimiento del lazo social y que son vividas por sus contemporá-
neos como momentos de profundas rupturas y discontinuidades, tanto en el plano
de la experiencia individual como de la colectiva (Franco y Levín 2007, pág. 34). En
suma, tal vez la especificidad de esta historia no se defina exclusivamente según
reglas temporales, epistemológicas o metodológicas sino, fundamentalmente, a par-
tir de cuestiones siempre subjetivas y cambiantes que interpelan a las sociedades
contemporáneas y que transforman los hechos y procesos del pasado cercano en
problemas del presente.
Debido a estas características, gran parte de la producción de los estudios de me-
moria y el pasado reciente en Argentina dialogan con diversos campos y agendas de
investigación. A su vez, la temprana vinculación con la historia oral contribuyó a la
definición de una agenda de investigación diferenciada. La discusión sobre el lugar
del testimonio, las problemáticas sobre la realización de entrevistas y su interpreta-
ción como fuentes históricas, constituyeron un campo de problemas nuevos, que
apuntaban a la relación entre memoria privada y pública, entre representaciones
pasadas y recientes (Schwarzstein 2001b).
En este sentido, la pregunta en torno a los diálogos sostenidos entre los estudios
de memoria desarrollados en Argentina y otras agendas de grupos académicos
locales puede resultar ilustrativa de cómo se vincularon horizontes de trabajo que
enriquecieron las perspectivas de investigación.
Esta pregnancia de los abordajes de memoria en diversos campos tuvo, además,
un correlato en otras propuestas de investigación. Si en el caso argentino, al me-
nos, los estudios de memoria se ciñeron en su origen – es decir, en el proceso de
constitución de legitimidad en el campo de los estudios sociales – al abordaje de
los modos en que era recordado el pasado reciente caracterizado por la política
criminal del último régimen dictatorial, esta perspectiva se fue ampliando. El modo
19. Si bien esta determinación intenta superar las limitaciones de una cronología, sabemos
que no deja de ser en cierto sentido insuficiente ya que el recorte se fundamenta o bien en
cuestiones metodológicas (la posibilidad de trabajar con historia oral) o bien en un criterio
ciertamente egocéntrico: la coetaneidad del historiador con el pasado.
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 141
20. Entre muchas otras podemos citar a Álvarez (2017) y Gorza (2017).
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«Más allá de los dispares avances y consensos sobre el papel del historiador en el espacio público,
lo cierto es que éste no puede desentenderse de que le toca asumir un rol cívico que es también,
necesariamente, político. Sin embargo, ese papel no surge del lugar del historiador frente al in-
terés social que generan sus temas de trabajo, sino que es previo y se origina en la intervención
política que significa producir y pensar críticamente el pasado, y en particular el más cercano. En
este sentido, el carácter político del trabajo sobre el pasado reciente es ineludible, en la misma
medida en que el objeto abordado implica e interpela el horizonte de expectativa pasado de una
sociedad e incide en la construcción del propio horizonte de expectativas del presente» (Franco
y Levín 2007, pág. 49).
Por otro lado, los estudios de las memorias y particularmente los análisis de
las historias de las memorias permiten comprender su pluralidad, multiplicidad
de formas y de funciones; trabajar con los olvidos y sus usos; con el silencio como
problema de la memoria, ahondando en sus significados y niveles. El historiador
del pasado reciente, con sensibilidad y sentido crítico, puede comprender y explicar
con contundencia que la pesadez de la memoria como la ligereza del olvido, militan
en contra de una relación crítica y consciente con el pasado y con el presente. En fin,
21. Si bien la cuestión del olvido no ha sido abordada en el texto, no se puede desconocer la
diferencia entre el olvido como inherente a la práctica del historiador de las políticas de olvido
propuestas por diversos actores sociales o el propio Estado. Porque allí el borramiento de un
acontecimiento, de un grupo de víctimas, perpetúa la acción criminal: niega a los afectados
la posibilidad de reconocerse en el espacio público como testigos, sufrientes o deudos de una
experiencia de violencia masiva.
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 143
este historiador puede recuperar para escribir una mejor historiografía, el sentido
más perfecto de las memorias: su capacidad de incomodar, de molestarnos, para
poner en duda las certezas y las creencias que nos tranquilizan.