9.2 - Los Estudios de Memoria y de La Historia Reciente - Construcción de Un Campo, Consolidación de Una Agenda y Nuevos Desafíos PDF

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Capítulo 9

Los estudios de memoria y de la historia reciente:


construcción de un campo, consolidación de una
agenda y nuevos desafíos

Patricia Flier y Emmanuel Kahan


......

9.1 Presentación
Una extensa bibliografía ha ponderado que el final del siglo XX y el inicio de la
centuria que estamos viviendo se caracterizan, entre otras cosas, por un retorno
o revalorización del pasado. La producción historiográfica así como la ampliación
del campo de estudios de la memoria lo demuestran, a la vez, que lo inducen. Ese
retorno al pasado se legitimó sobre una serie de discursos que tendieron a pensar
el derrotero de la segunda mitad del siglo XX caracterizado por la impronta de los
olvidos. Tanto la historia como las memorias recuperadas se oponían a un tipo
específico de olvido: aquel asociado a las violencias radicales que, bajo el rótulo
de experiencias político-ideológicas de distinto signo (fascistas, nazis, comunistas,
conservadores, etcétera), perpetraron crímenes masivos contra poblaciones civiles.
Otros motivos del regreso al pasado se sustentaron en la pérdida de confianza
en el futuro. Acordando con las palabras de Huyssen (2000, 2002), este giro hacia
la memoria recibe el impulso subliminal del deseo de arraigarnos en un mundo
caracterizado por una creciente inestabilidad del tiempo y por la fractura del espacio
en el que vivimos. Como también indica Traverso (2007) es el producto del declive
de la experiencia trasmitida en un mundo que ha perdido sus referencias, que ha
sido desfigurado por la violencia y atomizado por un sistema social que borra las
tradiciones y fragmenta las existencias.
Sin embargo, antes que un retorno al pasado lo que podríamos proponer es
que la revalorización que de él se hizo puso en el centro de las producciones la
dimensión de las víctimas y de los actos criminales cometidos. Tras el Holocausto,
como señala Wieviorka (1999), se inició una era del testimonio cuya novedad fue la de
permitir, estimular y reconocer la dimensión central que la voz de los sobrevivientes,
en primer lugar, y los testigos, en segundo término – la de los perpetradores aún
sigue siendo marginal – tienen para dar cuenta de aquellas experiencias criminales.
La producción historiográfica y la reflexión intelectual sobre aquella experiencia
se valieron de diversas estrategias que permitieron revelar cómo funcionó la mecá-
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nica criminal del nazismo y, al mismo tiempo, renovar los abordajes y perspectivas
de la propia disciplina histórica. En este sentido, si bien los estudios de memoria
y el de la historia reciente se reconocen como campos autónomos, sus preocupa-
ciones, temas y metodologías resultan, en muchos casos, convergentes. De modo
que este trabajo aun pretendiendo abocarse al campo de los estudios de memoria
en Argentina no podrá deslindar una mirada del espectro de la historia reciente en
nuestro país pues, retomando el criterio general, sus temas, perspectivas e, incluso,
temporalidades han corrido suerte en paralelo.
En el caso argentino la «cuestión de la memoria» – es decir, las demandas por
recordar la dimensión criminal de la última dictadura militar – estuvo menos li-
gada al trabajo desarrollado por historiadores profesionales que a la persistencia
de organizaciones defensoras de los derechos humanos que denunciaron contem-
poráneamente la política sistemática de desaparición forzada de personas y la
apropiación de niños. Como señalan Lvovich y Bisquert (2008), entre otros, el in-
terés de los historiadores y cientistas sociales fue más bien tardío; antes bien, las
narrativas sobre el pasado conflictivo fueron materializadas por los testimonios de
los sobrevivientes y familiares de afectados y por el periodismo.
El presente trabajo pretende entonces relevar cuáles fueron los modos en que
se tematizó la memoria de la experiencia del terrorismo de estado en Argentina
reconociendo que los modos en que pensamos los escenarios posconflictivos son
contextuales; es decir, están situados en contextos sociales específicos y, a la vez,
mutables.1 En este sentido, reponer una mirada sobre el abordaje de la experiencia
dictatorial atendiendo a cómo esta se constituyó en la agenda pública. Este derrotero
no puede desconocer los modos en que su abordaje se materializó en un campo de
estudios a través de diversas experiencias de institucionalización académica que, a
la vez, en su proceso de legitimación compartió modos, reflexiones y categorías con
otras agendas de los estudios históricos y de las ciencias sociales. Las páginas que
siguen se proponen abordar estas dimensiones y esbozar algunos problemas para
el campo de estudio.

9.2 Pensar el terrorismo de estado: los modos en que se abordó la experiencia


dictatorial
El pasado reciente argentino no puede comprenderse sin contemplar, en prin-
cipio, el papel que los movimientos y organismos de derechos humanos tuvieron
tempranamente con sus demandas de verdad, justicia y memoria pues fueron ellos
los que dieron origen a la causa de la memoria. La memoria en Argentina nace
entonces como una forma de resistencia frente al carácter clandestino que adoptó
la acción represiva de la dictadura militar que asoló a nuestro país entre el 24 de
marzo de 1976 y el 10 de diciembre de 1983.
La dictadura no solo desarrolló un plan sistemático de detenciones ilegales y
asesinatos sino que buscaba – y en gran medida lo logró – mantener un control

1. La referencia a la variabilidad de sentidos debe ser reconocible aún cuando el cambio


en relación a la interpretación del pasado pueda resultar(nos) contraria a las consideraciones
del historiador qua ciudadano. Pues, como destacan las lecturas canónicas sobre la memoria,
esta siempre está en tensión con otras formas de narrar el pasado. Para tales análisis véase
Halbwachs (1990, 2004), Jelin (2002a), La Capra (2009) y Pollak (1989, 1992).
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estricto sobre la información pública de esas prácticas. Es muy importante señalar


que en este plano, la lucha por la información y por la verdad, desarrolló un en-
frentamiento decisivo contra la dictadura. La forma más eficaz de la resistencia,
la que contribuyó centralmente a socavar el poder militar, residió en ese objetivo
de verdad: hacer conocer a la sociedad y a la opinión internacional la magnitud de
los crímenes. El valor y el deber de la memoria se referían al objetivo de enfrentar
el silencio y la falsificación de los hechos. Este fue el sentido, en el comienzo, de
la oposición pública – moral antes que política – de los organismos de derechos
humanos. Es a partir de esto que se estableció una estrecha relación entre los tres
componentes de la acción por los derechos humanos: primero estuvo el reclamo por
la verdad, es decir por el destino de las víctimas y la información sobre los crímenes;
segundo, pero no inmediatamente, la demanda de justicia que apuntaba a que, a
diferencia de otras dictaduras, los delitos cometidos desde el Estado no quedaran
impunes; y finalmente, el imperativo de memoria, es decir, la lucha contra las formas
históricas o institucionales de olvido o de falsificaciones de lo sucedido. En este
sentido, la cuestión de la memoria social ha sido, paradójicamente, una herencia
de la última dictadura militar y se ha implantado como una causa estrechamente
asociada a la defensa de los derechos humanos y a la demanda de justicia.
Este nuevo actor colectivo, el movimiento de los derechos humanos, comenzó
su acción casi de manera invisible y escondida al comienzo y fue ganando, paula-
tinamente, una mayor visibilidad y centralidad política. Ahora bien, es necesario
resaltar que la cuestión de la memoria y la defensa de los derechos humanos solo
tardíamente alcanzaron a instalarse ampliamente en la escena pública. En nuestro
país es posible historizar los recorridos de la producción intelectual, pudiendo de-
tectar una agenda de temas y problemas que se han ido ampliando y complejizando,
acompañada de emergencias y de reflexiones sobre los desafíos y los aportes de
nuevas fuentes y metodologías que marcan a la tarea de investigación; entendien-
do que el carácter «novedoso» es el resultado de un juego dialógico, en el cual, los
interrogantes construidos por investigadores del campo se proyectan, amplían y
acompañan la recuperación de documentos que habían sido poco explorados hasta
entonces o de los que se tenía un acceso limitado.
Como señala Crenzel (2008), las primeras narrativas sobre la experiencia dic-
tatorial se asentaron sobre un discurso de carácter humanitario que despolitizó a
las víctimas del terrorismo de estado en razón de evidenciar la lógica criminal con
la que había operado el Estado durante los años de la última dictadura militar. Ese
relato, materializado en el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición
de Personas (CONADEP)2 circunscribió el registro de acontecimientos, testimonios
y denuncias acerca de lo acontecido durante el período 1976-1983, deshistorizando
la especificidad de la violencia política ejercida en los años previos en Argentina: la
presentación de las víctimas fue sin sus respectivas trayectorias militantes.

2. Se trató de una comisión creada al iniciarse la presidencia de Raúl Alfonsín, el 15 de


diciembre de 1983, con el objetivo de recoger información acerca de las desapariciones de
personas como resultado del mecanismo implementado por las fuerzas de seguridad durante
el período 1976-1983. De acuerdo con la iniciativa estatal, la legitimidad inicial de la Comisión
estaría brindada por quienes serían sus integrantes: reconocidos miembros de la sociedad
civil y representantes de la Cámara de Diputados de la Nación.
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Este relato, sin embargo, convivió con una lectura del pasado que reivindicaba
la acción de las fuerzas armadas en su «lucha antisubversiva» bajo la idea de que
lo que se había librado durante los años setenta había sido una «guerra sucia». No
obstante, el informe Nunca Más y el Juicio a las Juntas de Comandantes que tuvo
lugar durante 1985 – proceso que condenó penalmente a los jerarcas del régimen
dictatorial – oficiaron como un régimen de memoria que legitimó en el espacio público
las voces de quienes condenaban la dictadura militar por su política planificada
y sistemática de orden criminal, claro que, esto no constituyó un sentido unívoco
acerca de cómo resolver el pasado; antes bien, fue un primer andamiaje que con-
trastó con normativas posteriores (ley de Obediencia Debida y ley de Punto Final y
un indulto/amnistía) que se propusieron «cerrar» el tratamiento del pasado.
Este contexto constituyó un primer momento de reflexión en Argentina sobre
el tópico de la memoria que se fue conformando durante el mismo proceso de
transición democrática. La agenda intelectual estaba poblada por la cuestión de la
democracia, en la que predominaban los problemas de cómo debían revisarse y,
eventualmente, condenarse los regímenes dictatoriales. El marco de la democracia
como valor en sí impregnó el sentido de la memoria y, a su vez, le puso ciertos límites:
la memoria era, como señala Nora Rabotnikof, «memoria del autoritarismo y (. . . ) el
horror del terrorismo de estado» (Rabotnikof 2008, pág. 265).
En este contexto, la cuestión de la memoria quedó subordinada al problema
de la construcción y consolidación de la democracia y la expectativa de que, en la
sociedad civil – entendida como el espacio en que anidaban las tradiciones de la
democracia – residían las posibilidades de cambio (Chama y Sorgentini 2009). La
lucha por los derechos humanos, encarnada en distintos actores de la sociedad civil,
era una cuestión paradigmática del poder ciudadano frente al autoritarismo que se
convertía en el fundamento ético de la nueva democracia. En este marco aparecie-
ron las primeras investigaciones destinadas a explorar las acciones y discursos del
movimiento de derechos humanos, que había surgido, como se mencionó, con una
fuerza sin precedentes en el período dictatorial expresando, primero, sus deman-
das en torno al paradero de los desaparecidos y, posteriormente, sus reclamos de
justicia por los crímenes cometidos por los militares. Su estudio se encuadró bajo el
paradigma teórico de los «nuevos movimientos sociales» en boga en esos años en
las ciencias sociales y, en particular, en la sociología (Jelin 1989).
Como señalan Chama y Sorgentini (2009) fue primordialmente en relación con
el interés por el movimiento de los derechos humanos, y no tanto como objeto de
interés propio, que emergieron las primeras consideraciones acerca de la memoria,
como aspecto o dimensión concomitante de dicha problemática. Centralmente
asociada a la rememoración de la violación de los derechos humanos, la memoria
apareció tematizada en los mismos términos que fuera definida por el movimiento
de derechos humanos, esto es, a partir de la contraposición memoria/olvido, como
condensación de la saga de resistencia a los abusos de la dictadura en el pasado y
sus pervivencias en las expectativas de justicia en el presente.
Más aún, no estaba planteada la pregunta por cómo el relato de la democrati-
zación, asociado a la realización de los derechos humanos, podía bloquear otras
recuperaciones del pasado u otras formas de construir nuevos sentidos políticos
para el presente, a partir de la experiencia del pasado. Así, resulta comprensible
que, en el campo académico, la pregunta orientadora haya sido menos sobre la
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memoria que sobre los derechos humanos: tanto el gobierno como los distintos
grupos de derechos humanos pensaban las políticas de memoria como relatos sobre
la construcción, vigencia y defensa de los derechos humanos.
Fue a mediados de la última década del siglo pasado cuando emergió en el espa-
cio público una narrativa reivindicatoria de la militancia política de los años setenta
que volvió a ponderar el compromiso político de quienes habían desaparecido o se
habían exiliado. Apoyada en la proliferación de biografías, documentales e historias
noveladas sobre las militancias de izquierdas (Anguita y Caparrós 1997) y en la
emergencia de una nueva organización ligada al campo de los derechos humanos:
HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) (Luciano
Alonso 2003; Cueto Rúa 2010); la recuperación de las trayectorias políticas ponía
en debate una relectura del pasado reciente que, además, fue contemporánea con
las declaraciones de algunos perpetradores que describían cómo había operado la
mecánica criminal del régimen dictatorial (Verbitsky 1995).
De este modo, y aunque no constituyera un tópico destacable de la política públi-
ca ni de la agenda de investigación de los historiadores y los cientistas sociales, el
pasado reciente evidenciaba un renovado interés en el espacio público. Esta per-
sistencia, a su vez, comenzó a plasmarse en algunas iniciativas de orden estatal
– primeramente a nivel local – que comenzaron a «marcar» el territorio con señali-
zaciones que convocaban al recuerdo de los detenidos-desaparecidos durante la
última dictadura militar: plazas, planeamientos de parques de la memoria, coloca-
ción de baldosas alusivas. Estas convivían con otras formas de señalamiento: los
«escraches», una práctica de los HIJOS que indicaba dónde vivían los represores
que no habían sido juzgados y/o estaban libres por la amnistía sancionada durante
el gobierno de Carlos Saúl Menem (1990).
En este contexto apareció una primera exposición referida al tópico de la memo-
ria. La compilación Juicio, Castigos y Memorias. Derechos humanos y justicia en la política
argentina (1995), constituyó un ejemplo en este sentido. En estos textos, el problema
de la memoria aparecía íntimamente ligado al de las posibilidades y las limitaciones
de la democracia para juzgar a los responsables por la violación de los derechos
humanos y hasta dónde ello podía constituir un obstáculo en el proceso de democra-
tización. Más tímidamente comenzaba a plantearse, y desde la pluma de Elizabeth
Jelin, el carácter selectivo del recuerdo, las disputas en torno al sentido del pasado,
los mecanismos de ritualización y repetición y la importancia de su transmisión.
Estas expresiones inauguraron un segundo momento en el campo de los estudios
sobre la memoria que maduró a mediados de aquella década, emergiendo en escena
las genealogías de las llamadas políticas de la memoria, acompañada de una serie de
acontecimientos que incentivaron los estudios de la memoria, así como a los modos
en que estos deberían enmarcarse. Cierta reapertura de la cuestión de los derechos
humanos, a través del intento de repensar la dicotomía memoria/olvido, visibilizó
la pregunta ausente por la definición concreta de la memoria, por cuáles son los
agentes que la impulsan y cómo funciona la memoria individual y colectiva, enten-
diéndose a ambas como memoria social. Un dato no menor es que el impulso por
esta pregunta sobre la memoria y la historia resultaba mucho más promisoria que la
pregunta por la justicia. Es el tiempo al que hemos denominado «sociologización de
la memoria» donde se buscaban referencias teóricas para dar cuenta del problema
de la rememoración, de los usos y de las apropiaciones del pasado en términos de
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un enigma social, entendiendo que estas aproximaciones permitieron complejizar


y descentrar el relato que ataba el problema de la memoria al de la democracia y
los derechos humanos, sobre el que existía una fuerte aceptación. Los tópicos se
trasladaron entonces al problema de la selectividad de la memoria social y al de la
relación entre historia y memoria.
De todos modos, es posible observar que, las perspectivas ancladas en el pro-
blema de la selectividad social de la memoria y los vacíos en la rememoración del
pasado, contribuyeron a complejizar el relato sobre lo que hasta entonces se en-
tendía por políticas de la memoria. Dentro de este giro, se destaca la formulación de
una agenda de investigación que interrogó de modo más preciso la disputa por el
pasado en torno a las conmemoraciones y a los lugares de memoria (Jelin 2002a).
Asimismo, los estudios sobre la construcción local de la memoria proveyeron un
significativo aporte para descubrir los problemas de las narrativas de las políticas
de la memoria vigentes (Da Silva Catela 2001; Del Pino y Jelin 2003).
Por otra parte, la aparición de una nueva literatura orientada a explorar las
historias militantes, cuyo punto de inicio puede trazarse en la publicación de La
voluntad (1997), constituyó una suerte de telón de fondo sobre el que la producción
académica intentó articular una nueva reflexión sobre el sentido de la memoria.3
Una de las preguntas que surgió con más fuerza – en parte como un contrapunto
polémico con los nuevos modos de dar sentido a la experiencia de radicalización de
la sociedad y la represión política – fue aquella que sugería explorar el consenso de
la sociedad obtenido por la dictadura. De manera tal que se comenzó a reflexionar
sobre la tensión entre juzgar y comprender, anclados en la prescripción de la auto-
crítica generacional y la responsabilidad colectiva o social como temas pendientes
para repensar la violencia, el autoritarismo y la democracia.
Sería durante los primeros años del siglo XXI – y hasta fines de 2015 – cuando
estas experiencias, forjadas al abrigo de las organizaciones de la sociedad civil,
cobrarían un lugar protagónico en la agenda de las políticas públicas. Desde los tres
poderes del Estado – aunque con cierto protagonismo por parte del Ejecutivo – se
avanzó en el abordaje, diseño y resolución de algunas tensiones aún abiertas desde
la recuperación democrática en diciembre de 1983: el reconocimiento público y un
pedido de disculpas por los crímenes cometidos por el Estado entre 1976-1983, la
derogación y reconocimiento de nulidad de las «leyes de impunidad» que impedían
el avance en las causas judiciales contra los perpetradores del terrorismo de estado,
la promoción de políticas educativas y de recordación de lo que había acontecido
durante los años de la última dictadura militar, entre otras (A. S. Montero 2011).
Es este el tercer momento en la constitución del campo de estudios sobre la memo-
ria. En este contexto, en el ámbito de las ciencias sociales se produjo una verdadera
explosión de trabajos sobre memoria que incorporaron al análisis problemáticas
poco transitadas hasta ese momento, a partir de recortes temáticos cada vez más
circunscriptos. Por el propio desarrollo y consolidación de las investigaciones abier-
tas en el momento anterior y también por el ingreso de una nueva generación de

3. Como ejemplos de la literatura testimonial sobre la militancia setentista emergente de


finales de los años noventa pueden citarse: Bonasso (1997), Chávez y Lewinger (1998), Diana
(1996), Jauretche (1997) y Perdía (1997), así como las ediciones de fuentes de Baschetti (1998
NO LO ENCUENTRO) sobre el peronismo revolucionario o de De Santis (2000) sobre el ERP.
Para un análisis de este momento véase Sondéreguer (2001).
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investigadores al campo de estudio sobre el pasado reciente, afloraron nuevas temá-


ticas que retomaban interrogantes, categorías de análisis y criterios metodológicos
desarrollados en el segundo momento.
Desde entonces, la agenda de investigaciones académicas se ha complejizado
y ampliado de manera vertiginosa. Simplemente, y a modo de pinceladas rápidas,
se pueden destacar el énfasis en la construcción de otras periodizaciones, la inclu-
sión de otros actores, nuevas dimensiones y perspectivas; toman importancia las
miradas desde los márgenes y las voces de otros actores anteriormente excluidos,
de modo que hoy asistimos a una profundización de los abordajes convencionales
concentrados en un centro geográfico, cronológico, social o político: la capital, la
dictadura, las víctimas de las violaciones a los derechos humanos, los dirigentes
y las clases medias. Estos nuevos trabajos responden a una perspectiva – desde
afuera o desde abajo – que desafía la pertinencia de los saberes convencionales ba-
sados en la experiencia del «centro». Cabe distinguir entre algunos de estos nuevos
tópicos el trabajo crítico en torno a la construcción de la categoría de víctima, en
donde emergen nuevas problemáticas en la relación con los estudios de la memoria
y de la historia reciente, revisitando y revisando diferentes enfoques entre los dos
académicos reconocidos en la materia: Elizabeth Jelín y Hugo Vezzetti. Se observa
la relación entre memoria y política, en la cristalización de una memoria «oficial»
sancionada por el Estado que tiende a ocluir las memorias «largas» sobre los abusos
sufridos por distintos grupos populares a lo largo de la historia.
Pero también se ofrecen nuevas lecturas de los actores históricos estudiados, en
particular a partir de tres ejes: la pregunta por el consenso civil con el que contó
la dictadura, la renovada preocupación por la naturaleza política de las víctimas
del terror y el difícil acercamiento al estudio de los militares, dando cuenta de sus
divisiones internas y de su peculiar perspectiva. Este proceso de florecimiento
en el campo de la historia reciente y en específico, en el estudio de las memorias,
conllevó a una mayor sofisticación en el análisis de las fuentes – en la contrastación y
crítica de fuentes orales, escritas o gráficas, tradicionales como las no tradicionales –
en la complejidad de las metodologías utilizadas y de los marcos teóricos, de la
argumentación de los autores, de sus interpretaciones y conclusiones (Flier 2014).

9.3 Los procesos de institucionalización de una agenda académica específica:


núcleos de estudios, revistas, congresos y posgrados
La introducción de los estudios de memoria en Argentina, particularmente du-
rante el tercer momento descrito, se caracterizó por el amplio proceso de institucio-
nalización de la agenda académica desarrollada. Este aspecto resulta central para
comprender la magnitud y visibilidad del caso argentino desde una perspectiva
regional. Diversos actores situados en marcos institucionales distantes y distintos
promovieron agendas que convergieron en la construcción de una agenda común
que resultó solidaria de los procesos de institucionalización.
Este proceso conjugó una serie de decisiones, acercamientos y voluntades con
un contexto en el que el desarrollo de los estudios de memoria alcanzaba una le-
gitimidad de carácter transnacional. Las experiencias de institucionalización no
podrían haberse sostenido si no hubiese existido un contexto que diera la ocasión
para mantenerlas. En este sentido, cualquier reseña sobre el proceso de institu-
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cionalización – y de reconocimiento – de los estudios de memoria en Argentina


debe reparar en la ampliación del sistema de investigación en ciencia y tecnología
que caracterizó al país desde el 2004 hasta el 2015. El acceso a becas del Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), el financiamiento de
diversas universidades nacionales para el desarrollo de programas de investigación
individuales y colectivos y las convocatorias de diversas agencias, fundaciones y
organismos internacionales fueron una condición sine qua non para hacer posible
las trayectorias de investigación en ámbitos locales.
Alejandro Cataruzza (en prensa)4 señalaba que fue solo en la segunda mitad
de los años noventa cuando la memoria irrumpió con fuerza en el horizonte his-
toriográfico argentino, y en ese proceso sociólogos y filósofos jugaron un papel de
importancia.5 Una cronología provisoria indicaría que varias líneas de trabajo se
consolidaron a partir de 1996-1997 para devenir en libros desde 2000, aproximada-
mente. En lo que hace a la base institucional se creó, en 1999, bajo la dirección de
Elizabeth Jelin, la Biblioteca de la Memoria, en el marco del Programa de Investi-
gación y de Formación de Investigadores Jóvenes «Memoria colectiva y represión:
perspectivas comparativas sobre el proceso de democratización en el Cono Sur de
América Latina», impulsado por el Social Science Research Council y con sede inicial en
la Facultad de Filosofía y Letras y en el actual Instituto de Desarrollo Económico y
Social (IDES). Ese mismo grupo comenzó a publicar una colección de libros titulada
Memorias de la represión, que se mueve en el horizonte latinoamericano.6
En 2001, Patricia Valdez explicaba la constitución de un «tiempo óptimo para
la memoria» en un libro que, desde la Universidad Nacional de La Plata, reunía los
esfuerzos de historiadores por producir claves explicativas en torno a la memoria y
los olvidos de los pasados traumáticos en el Cono Sur. La autora detectaba la con-
fluencia estratégica de una serie de factores que alentaban el ingreso a los estudios
sistemáticos sobre las memorias: la existencia de tres grupos generacionales que
tuvieron protagonismo en los temas de memoria y derechos humanos, la concien-
cia creciente sobre la necesidad de preservar archivos y documentos públicos y
privados, la mayor presencia en el ámbito político de dirigentes y funcionarios que
fueron militantes sociales o políticos durante los tiempos del terrorismo de estado,
la mayor disposición y apertura de parte de familiares de víctimas para rememorar

4. El origen de las líneas de trabajo que se encuentran por detrás de este texto fue la
invitación a participar de un libro compilado por Ariel Denkberg; tal empresa todavía está en
curso, de modo que esta versión es aún provisoria. En reuniones del Grupo de Investigación en
Historia Social y Cultural Contemporánea de la Universidad Autónoma de Madrid, en febrero
de 2006 y en las Cuartas Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad; Universidad
Nacional de Rosario/Conicet, celebradas en octubre de ese año, fueron discutidas versiones
más breves y más inclinadas al examen de la situación internacional que esta.
5. Véase acerca de la cuestión en historia, Brienza (2005).
6. El primer volumen de la colección es el de Jelin (2002b). Los que siguen son algunos
de los trabajos locales dedicados a la cuestión; la lista no tiene pretensión de exhaustividad
y no incluye las recopilaciones de testimonios orales o de otro tipo, ni tampoco artículos
publicados en revistas: Calveiro (1998, 2005), Carnovale et al. (2006), Dreizik (2001), Feierstein
y Levy (2004), Finchelstein (1999), Franco y Levín (2007), Godoy (2002), James (1990, 2004),
Jensen (1998), Lobato (2001), Longoni y Jelin (2005), Lorenz (2006), Mudrovcic (2005), Oberti
y Pittaluga (2006), Ollier (1998), Pozzi (2001), Sautu (1999), Sazbón (2002) y Schwarzstein
(2001a). Vezetti, 2002 NO LO ENCUENTRO
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 133

y re-pensar las experiencias personales; la conformación de Memoria Abierta, ac-


ción coordinada de organismos de derechos humanos y, finalmente, el creciente
reconocimiento de la existencia de un campo académico específico que estudia la
memoria del pasado, que tiene voz propia y puede expresarse autónomamente.
El libro que incluía el capítulo de Valdéz era, en sí mismo, el testimonio con-
creto de lo expresado por la entonces directora de Memoria Abierta y miembro
de la comisión directiva de Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS). El texto
La imposibilidad del olvido (Groppo y Flier 2001) fue el resultado de un coloquio que
se desarrolló en el año 2000 sobre el tema «Memorias de las dictaduras y de las
persecuciones: una comparación internacional». Allí se reunieron un conjunto de
historiadores que se proponían estudiar, desde una perspectiva internacional y una
metodología comparada, el funcionamiento de la memoria colectiva en diferentes
sociedades que habían pasado por experiencias dictatoriales y las persecuciones
que habitualmente las acompañaron. Se trataba de analizar el modo en que estas
sociedades se enfrentaban con un pasado traumático y de qué manera lo integra-
ban a su memoria colectiva y a su identidad, o cómo, por el contrario, intentaban
reprimirlo.
Las experiencias europeas, en especial el Holocausto, funcionaron como un
espejo desde el cual mirar a las décadas más recientes y, en particular, a la última
dictadura y sus herencias en el presente argentino, en sintonía con tendencias que
se desarrollaban en otros ámbitos académicos.7 La perspectiva comparativa se
asentó, particularmente, en el contrapunto entre las configuraciones de la memoria
(social, colectiva) de los llamados pasados traumáticos y/o en la reflexión ensayística
en torno al significado político y ético del terror estatal (Águila 2012).
En este marco, un papel destacado ocupó la Comisión Provincial por la Memoria
(CPM). Su creación y los desafíos por la conformación de su propia agenda política
incidirían en la expansión de los primeros abordajes sostenidos de este campo en
nuestro país (Cueto Rúa 2016). Su interés por entablar diálogos con intelectuales se
convirtió en el puente de encuentro con el campo académico, nacional e internacio-
nal. Un ejemplo de ello se encuentra en la invitación que hizo la CPM a los intelec-
tuales y expertos europeos y estadounidenses, especialistas en el nazismo, a formar
parte del «Primer Encuentro Internacional sobre la Memoria Colectiva» (marzo de
2000).8 Al año siguiente – agosto de 2001 – se realizó el «Segundo Encuentro Inter-
nacional sobre la Construcción de la Memoria Colectiva», acto académico-político
donde se entablaron diálogos con la historia doliente de la región. A los intelectuales
europeos Bernhard Giessen, Bruno Groppo, Enzo Traverso, se sumaron, en análisis
regional, las voces de Manuel Garretón (Chile), Herminia Tavares (Brasil), junto a
los argentinos Silvia Sigal, Claudia Hilb, Elizabet Jelin, Héctor Schmucler, Carlos
Altamirano, Hugo Vezzeti, Hilda Sábato, Luis Alberto Romero y Horacio Verbitsky.

7. Como ha sostenido Enzo Traverso, el Holocausto se convirtió en el paradigma de la


memoria del siglo XX, a partir del cual se interpretan, se analizan, se configuran las repre-
sentaciones de otras formas de violencias, de otros genocidios, de otras crisis sociales y
políticas.
8. En este encuentro, además de participar investigadores y docentes locales, se invitó
a un grupo de intelectuales y expertos extranjeros cuya obra era reconocida en el local e
incipiente campo de estudios de la memoria: Andreas Huyssen, Dov Shilansky, James Young,
Juan Corradi, Maltem Ahiska, Estela Schindel, entre otros.
134 • Patricia Flier | Emmanuel Kahan

Concomitantemente con ello se inscribían, específicamente en el campo uni-


versitario, las primeras mesas de reflexión sobre las memorias y las dictaduras
en las ya tradicionales Jornadas Interescuelas Departamentos de Historia. Entre
el 19 y 22 de septiembre de 2001, en la Universidad de Salta, se discutieron estos
primeros avances en la mesa temática: «Memoria de las Dictaduras Institucionales
de las Fuerzas Armadas en América Latina», espacio académico que puso en diálogo
experiencias intelectuales provenientes de distintas universidades asentadas en di-
ferentes provincias argentinas. Esta mesa se desarrolló de manera ininterrumpida
hasta 2015, tiempos donde la explosión de otras propuestas de mesas demostró la
formidable polifonía de abordajes sobre las memorias. Esa pionera intervención,
presentada conjuntamente por Patricia Funes y Patricia Flier, marcó el derrotero
del ingreso de estos temas a la agenda de problemas de historia en argentina. La
soledad inicial prontamente se vio enriquecida por propuestas que construyeron el
campo.9
En abril del 2002, cuando aún resonaban por las calles argentinas las consignas
de la crisis de diciembre de 2001, las actividades universitarias comenzaron a
restablecerse lentamente, entre huelgas y movilizaciones en defensa de la educación
pública. En ese contexto, en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) se realizó el I
Coloquio Internacional de Historia y Memoria, organizado por un colectivo de docentes e
investigadores de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE),10
preocupados por el desarrollo de la historia reciente y vinculados con el trabajo de
la Comisión Provincial por la Memoria (CPM).
Los invitados internacionales al Coloquio, a pesar de las dificultades presupues-
tarias impuestas por la crisis y la inestabilidad política, mantuvieron su compromiso
de viajar. Desde allí se pudieron construir lazos de reflexión intelectual que perdu-
ran hasta la actualidad, con referentes europeos tales como Enzo Traverso, Marcello
Flores, Josefina Cuesta Bustillo, Bruno Groppo y Alessandro Portelli. Del trabajo
de aquel primer coloquio nació, a fin de año, la Maestría en Historia y Memoria
(Abbattista 2018), ámbito de formación académica, sobre el cual retomaremos.
La academia se empezaba a volcar formulando nuevas preguntas, abordando
nuevos temas y detectando otros problemas teórico-metodológicos para su tra-

9. En su octava edición, en 2001, en la Universidad de Salta había 50 mesas de trabajo, de


las cuales solo dos o tres aludían específicamente a problemas de historia reciente. Dos años
después, en su edición número nueve (Universidad Nacional de Córdoba, 2003), de las 66
mesas de trabajo, al menos 10 referían explícitamente a ese campo de estudios (relaciones
entre historia y memoria, historia del tiempo presente, de las izquierdas, del mundo del
trabajo, de las mujeres, de las dictaduras en el Cono Sur, de los movimientos sociales). Desde
entonces se han agregado otras (exilios, organizaciones político-militares, archivos y fuentes)
que en su gran mayoría han mantenido su presencia en las jornadas siguientes. En las XII
Jornadas (Universidad Nacional del Comahue, 2009) se constituyó el eje «Historia, memo-
ria y pasado reciente» con 8 mesas, en las que se presentaron 114 ponencias y trabajaron
37 coordinadores y comentaristas. Si, además, tenemos en cuenta aquellos papers que se
ocupaban de otros temas relativos a la década del sesenta en adelante debemos agregar
otras 90 contribuciones, superando entonces la suma total la cifra de 200. Estos datos fueron
proporcionados por Patricia Funes y citados en Lorenz (sin fecha).
10. I Coloquio Historia y Memoria: perspectivas para el abordaje del pasado reciente,
realizado en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad
Nacional de La Plata, durante los días 18, 19 y 20 de abril de 2002.
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 135

tamiento. La necesidad de dialogar sobre este nuevo campo exigió contar con un
espacio específico que contuviera y diera respuestas a demandas crecientes. Así
nacieron las Jornadas de Trabajo de Historia Reciente,11 el evento académico más
representativo y sistemático del campo, que se desarrollan desde 2003 hasta la
fecha, primero con una frecuencia anual y después bienal.12 En estos encuentros,
dos ejes centrales en torno a la memoria se han desarrollado sistemáticamente y
con creciente participación de ponencias: los problemas conceptuales y metodoló-
gicos de la historia y la memoria del pasado reciente y memoria y usos públicos del
pasado.
Ahora bien, listar todos los espacios que se han especializado en los estudios
de las memorias es y será todavía una asignatura pendiente. No obstante se debe
destacar, como espacio de amplia convocatoria, de innovación en el conocimiento
y de crecimiento constante, al Núcleo de Estudios sobre Memoria que reúne a in-
vestigadores/as y docentes universitarios/as interesados/as en abordar, desde una
perspectiva académica, los estudios sobre memoria, con énfasis en el Cono Sur de
América Latina. Este centro, creado en el año 2002 por Elizabeth Jelin y, actualmente
dirigido por Valentina Salvi, desarrolla proyectos colectivos de investigación, pro-
mueve intercambios con instituciones, investigadores/as y estudiantes de la región
y del mundo, organiza distintas jornadas, workshops, cursos de capacitación y de
actualización. Asimismo, edita la revista Clepsidra, Revista Interdisciplinaria de Estudios
sobre Memoria, cuyo principal objetivo es contribuir al crecimiento y consolidación
del campo de estudios sobre la memoria social, la historia reciente y los derechos
humanos en la Argentina y América Latina, con una proyección internacional en
sus discusiones y producciones académicas.
En la Universidad Nacional de Córdoba, el programa Estudios sobre la Memoria
del Centro de Estudios Avanzados, dirigido por Héctor Schmucler con la co-dirección
de Ludmila Da Silva Catela, retoma actividades anteriores (2008) para desarrollar,
desde el 2011, tareas de estudio e investigación vinculadas a las significaciones

11. Las I Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente se realizaron en la Universidad


Nacional de Rosario en el año 2003. Estas fueron organizadas por el Centro de Estudios
de Historia Obrera de la Universidad Nacional de Rosario y contaron con la participación
activa de investigadores y grupos de investigación vinculados a aquel centro de estudios, en
el Centro de Investigaciones Sociohistóricas de la Universidad Nacional de La Plata, en la
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral, en el Centro de
Documentación e Investigación sobre las Izquierdas (CeDInCI) y en la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Véase el artículo de Luciani contenido en este
volumen.
12. También aquí, la significativa expansión del campo se advierte al considerar la evolu-
ción de la cantidad de ponencias presentadas y de participantes. En 2003 (UNR) se presenta-
ron 38 ponencias y asistieron 82 participantes (ponentes, comentaristas, conferencistas, sin
contar asistentes); en 2004 (UBA) hubo 64 ponencias y 115 participantes; en 2005 (UNLP), 54
y 114 respectivamente y en 2008 (UNR), 126 y 180 respectivamente. En el año 2010 (UNGS) se
presentaron 177 ponencias y participaron 252 personas; en 2012 (UNL) hubo 126 ponencias
y 204 participantes y en 2014 (UNLP) las cifras fueron de 144 y 232 respectivamente. Desde
2010 se agregaron, en el ámbito de las JTHR, espacios de trabajo para tesistas de posgrado y
talleres para docentes de nivel medio que han expandido de manera importante el público
convocado por esta temática y la reflexión sobre las problemáticas involucradas (Franco
y Lvovich 2017).
136 • Patricia Flier | Emmanuel Kahan

socioculturales de la memoria colectiva y estimular reflexiones teóricas y metodoló-


gicas sobre el lugar de la memoria en la conformación de las culturas e identidades
de los grupos y las naciones. Desde el centro del país convoca a congresos nacionales
e internacionales, cobija distintos proyectos de investigación, edita libros, desarrolla
cursos de posgrado y forma equipos de investigación de excelencia en este campo.
El Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, ubicado en el predio de la ex
Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), propone reflexiones críticas sobre las
políticas de la memoria y organiza, una vez por año, desde su apertura en 2008,
el Seminario Internacional políticas de la Memoria. Este espacio se ha convertido en
un auspicioso encuentro donde se reúnen intelectuales, académicos y estudiantes
para compartir diferentes mesas temáticas en las que se presentan ponencias, a
partir de una convocatoria abierta a toda la comunidad, en los que la memoria de la
dictadura ocupa un destacado lugar.
Describir la construcción del campo de estudios de la memoria desde la UNLP,
indefectiblemente nos conduce a explicar el impacto diferenciado del terrorismo de
estado en la ciudad de La Plata y las demandas sociales que este fenómeno provoca.
La dictadura tuvo en la región un efecto particular por la magnitud y alcances del
horror.13 Un solo dato puede dar cuenta de lo que se sostiene: 766 docentes, no
docentes y alumnos fueron víctimas de la represión ilegal de durante la última
dictadura. Con el régimen militar se cerraron las carreras de Sociología, Antropolo-
gía, Psicología, Cine, Mural y Periodismo, al tiempo que también se desarticularon
cátedras enteras, grupos de trabajo, investigaciones, proyectos de extensión y expe-
riencias académicas ligadas a una concepción más democrática de la producción y
apropiación del conocimiento.
La ciudad de La Plata ha sido una ciudad «reprimida» de modo diferenciado,
fenómeno que nos permite explicar la pronta emergencia de distintos organismos
de defensa de los derechos humanos,14 así como instituciones que sentaron las
bases para la resistencia, la denuncia y las búsquedas de variadas estrategias para
enfrentar el pasado y poder diseñar los modos de construcción del futuro. Entre las
distintas organizaciones, una institución señera ha sido la mencionada Comisión

13. El informe de la CONADEP resulta esclarecedor a la hora de comprender el impacto


que tuvo el gobierno de facto en los ámbitos universitarios: de los treinta mil desaparecidos
que dejó la dictadura, el 21 % son estudiantes; y el 5,7 % docentes. Las organizaciones de
derechos humanos afirman que la cifra en La Plata llega a 2.000 desaparecidos, de los cuales
aproximadamente 800 serían universitarios y 900 obreros.
14. Entre otros: Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (La Plata) se constituye
en 1979; Madres de Plaza de Mayo en 1977 (Da Silva Catela 2001); Abuelas de Plaza de Mayo
filial La Plata, comenzó sus tareas el 9 de noviembre de 1985. En 1995 nace HIJOS presen-
tándose públicamente en la Facultad de Humanidades en el marco de un Homenaje a las
víctimas del terrorismo de estado (Cueto Rúa 2008). La Asociación Anahí es un organismo
creado en 1996 y desde entonces es presidido por María Isabel Chorobik de Mariani que
promueve, sostiene y defiende la plena vigencia de los derechos humanos, constituyendo
una asociación civil, sin fines de lucro, que tiene como objetivos principales la recuperación
y preservación de la memoria histórica, el asesoramiento en derechos humanos y la defensa
de la niñez y la adolescencia. Nació ante la necesidad de recuperar la memoria colectiva del
pasado reciente, preservar y difundir testimonios, información y documentación referidos
a los acontecimientos históricos, culturales, privados y públicos en el contexto histórico a
partir de 1960.
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 137

Provincial por la Memoria (CPM), creada en julio de 2000; la cual ha agenciado, entre
otras tantas actividades que marcaron significativamente el campo, la organización
de los citados encuentros internacionales. La CPM es la institución que resguarda
el primer «archivo de la represión»15 descubierto en nuestro país, lo que favoreció
la emergencia de nuevos problemas de investigación, tratamiento y difusión de
archivos sensibles. La CPM cuenta también con el Área de Investigación y Enseñanza
que tiene a su cargo el diseño y puesta en marcha de políticas educativas para la
transmisión de las experiencias del pasado reciente, la enseñanza de ese pasado,
la pedagogía de la memoria y la educación en derechos humanos. Estos espacios,
que permitieron el intercambio y reflexión conjunta con los profesores de la UNLP,
habilitaron la realización de proyectos de investigación, de capacitación y difusión,
y de sensibilización de los problemas en torno a las memorias.
La estrecha vinculación que la CPM tiene con la Universidad de La Plata es
también otra nota distintiva ya que, a través de distintos convenios, movilizó la
emergencia de comisiones de trabajo con el mundo académico para acompañar el
inicio y creación de una carrera de posgrado. Un hito en este campo fue la Maestría
en Historia y Memoria, carrera que ha impulsado no solo el encuentro de docentes de
todas las universidades públicas nacionales y extranjeras sino – y especialmente –
el encuentro de alumnos provenientes de diferentes campos disciplinares y de
distintas latitudes de América. Su articulación, a través de trayectos específicos
con el Doctorado en Historia, ha permitido consolidar el campo de estudios de las
memorias y crear el ámbito adecuado para una formación de excelencia de los
estudiantes. La maestría, a su vez, edita la Revista Aletheia,16 con una publicación
electrónica semestral promovida por estudiantes y docentes, la cual se ha convertido
en una divulgación de referencia en el campo de los estudios de las memorias.
Una nueva generación ya se ha formado con estas herramientas y la producción
intelectual se vuelca en los innumerables congresos, jornadas y simposios dedicados
especialmente a esta temática que se extienden por la geografía nacional. Los bancos
de tesis de maestría y de doctorado que versan sobre la historia del pasado reciente
y de la memoria son una prueba contundente de la consolidación del campo de
estudios.

15. El Archivo de la Dirección de Inteligencia de la Policía de la Provincia de Buenos


Aires (DIPBA) es un extenso y pormenorizado registro de espionaje político-ideológico sobre
hombres y mujeres a lo largo de medio siglo. La DIPBA fue creada en agosto de 1956 y funcionó
hasta que, en el contexto de una reforma de la Policía de la Provincia de Buenos Aires en el
año 1998, fue disuelta y cerrado su archivo. En diciembre del año 2000, el gobierno provincial
transfirió el Archivo a la Comisión Provincial por la Memoria para que hiciera de este un
«Centro de información con acceso público tanto para los afectados directos como para todo
interesado en desarrollar tareas de investigación y difusión» (ley 12.642). El Archivo fue
desclasificado y está bajo custodia y gestión de la Comisión por la Memoria. En octubre
de 2003 se abrió al público, experiencia pionera en Argentina, habida cuenta el carácter
sensible y sigiloso de parte del fondo documental. Los documentos del archivo han sido y
son aportes para las causas judiciales contra los responsables de delitos de lesa humanidad,
la averiguación de datos referentes a las personas y la investigación histórica y periodística.
16. Aletheia publica artículos originales, reseñas de tesis de maestría, conferencias, entre-
vistas, traducciones e incluye también reseñas bibliográficas, de actividades y de produccio-
nes artísticas (cine, teatro, fotografía, música, etcétera) en secciones estables. Además, desde
su número ocho, incluye dossiers temáticos.
138 • Patricia Flier | Emmanuel Kahan

Más recientemente se han creado líneas de investigación y redes interinstitu-


cionales que propician y desarrollan los estudios sobre las memorias en carreras
de posgrado en una importante cantidad de universidades nacionales. Un espacio
importante de estos avances en el campo académico se puede observar en la Univer-
sidad Nacional de Córdoba, en la Universidad Nacional de Rosario, en la Universidad
Nacional de General Sarmiento,17 en la Universidad de Buenos Aires18 y en la Uni-
versidad Nacional de San Luis. Un ejemplo, entre muchas otras articulaciones con
unidades académicas, se puede observar en la Universidad Nacional de la Patagonia,
donde se dicta, a partir de un convenio específico, la Maestría en Historia y Memoria
de la UNLP o la reciente creación de la Maestría en Derechos Humanos y Ciudadanía,
proveniente de la asociación de la UNLP y UNSL, donde un eje articulador es el
estudio de las memorias y sus vínculos con la historia, con las políticas públicas y
con los usos políticos del pasado.

9.4 Dar es dar y compartir: los aportes de diversas agendas al campo de los
estudios de memoria (y viceversa)
Finalizada la dictadura, la producción bibliográfica de las ciencias sociales tuvo
un vertiginoso impulso; en tanto la historia estaba en la retaguardia, enfrentándose
al dilema de cómo encarar o conformar un campo de estudios sobre la experiencia
reciente que la interpelaba. Las resistencias – más o menos explícitas – en el ámbi-
to académico e historiográfico hacia el tratamiento de estos temas, asentadas en
visiones que fueron hegemónicas durante años y que desdeñaron, tras el argumento
de la «profesionalización» de la disciplina, cualquier lectura o análisis de períodos
considerados aún controversiales, fue un marco que caracterizó el trabajo durante
aquellos años. En este sentido, bajo la sospecha de «ideologización» de ese pasado,
se postergó el debate necesario, dejando así el terreno libre para otras disciplinas
(Águila 2010).
A pesar de aquella renuncia, en las últimas dos décadas se verificó un renovado
interés de especialistas por explorar y brindar claves explicativas sobre el pasado re-
ciente. El período 1976-1983, analizado desde la década de los ochenta por cientistas
sociales y politólogos, comenzó lentamente a ser a estudiado por los profesionales
de la historia. No se trata de responsabilizar a nadie sino de comprender, en todo,
caso por qué la disciplina llegó demorada. En primer lugar, porque el saber historio-
gráfico, aún al amparo de los manuales positivistas decimonónicos, impugnaban el
desarrollo de investigaciones sobre procesos que no estuvieran «cerrados» en vista
de que el acceso a la documentación aún estaría vedado y, en verdad, porque la obje-
tividad misma del investigador estaría condicionada. En segundo término, porque
ese pasado reciente se caracterizaba por algunos rasgos singulares: la convivencia
de los historiadores con los actores de ese pasado.

17. Se reconocen programas, proyectos acreditados por el sistema científico nacional y


publicaciones en historia reciente. Entre otros textos se debe citar el realizado por Patricia
Flier conjuntamente con Daniel Lvovich en el que actuaron como coordinadores y publicaron
en 2014: Los usos del olvido. Recorridos, dimensiones y nuevas preguntas.
18. Entre otros esfuerzos se debe mencionar al «Grupo de Estudios sobre Memoria Social e
Historia Reciente» dirigido por Emilio Crenzel en el Instituto de Investigaciones Gino Germani,
Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires.
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 139

En este sentido, el modo en que los historiadores abocados a pesquisar el pasado


reciente lidiaron con estos problemas puede constituir el aporte más significativo
al conocimiento del pasado en un escenario de posconflicto. Frente a las impug-
naciones metodológicas, los investigadores del pasado reciente desarrollaron una
serie de herramientas de investigación que sometieron al arbitrio los testimonios y
las fuentes periódicas, así como el desarrollo de estrategias tendientes a recupe-
rar acervos documentales escritos de carácter público y privado. En este sentido,
el abordaje de un pasado, caracterizado por experiencias sensibles, promovió la
búsqueda de nuevas herramientas conceptuales y epistemológicas que permitieran
enfrentar una serie de problemas éticos y políticos aún vigentes.
Esta (pre)ocupación tardía de la historia por el pasado reciente obligó a los
historiadores a convivir y dialogar con una serie de discursos extra-académicos
que tenían un reconocimiento social previo y que estaban asociados a prácticas
sociales y políticas que movilizaban a un amplio conjunto de actores que tenían un
vínculo particular – ya sea afectivo, sentimental o programático – con ese pasado.
En este sentido, los historiadores tuvieron que convivir con otros modos de abordar
el pasado entrando en tensión, incluso, con argumentos y narrativas sostenidas por
las organizaciones de la sociedad civil que construyeron diversos sentidos acerca
de ese pasado.
No obstante, el aporte de la historiografía, al menos para el caso argentino, está
menos vinculado a la ponderación pública de ese pasado que, como vimos, se sostuvo
en las demandas de las organizaciones defensoras de los derechos humanos, que al
conocimiento de cómo operó la dinámica represiva y los discursos que legitimaron
el accionar del terrorismo de estado. Dicho de otro modo, la historia de la dictadura
militar y los estudios sobre las denuncias de las flagrantes violaciones a los derechos
humanos acontecidos en aquel período se constituyó en uno de los objetos centrales
de análisis del pasado reciente. De hecho, la historia reciente como campo se vinculó,
en sus orígenes, con los objetivos del movimiento por los derechos humanos y con la
convicción de que el Nunca Más solo podía ser alcanzado a través del reconocimiento
público de ese pasado traumático y de su memoria. De modo que, este campo de
estudios, emergió como parte de las batallas por la memoria y estuvo relacionado con
el objetivo de crear y consolidar una cultura democrática favorable a la promoción
de los derechos humanos (Winn 2010, pág. 323).
Este proceso implicó una revisión de «nuestra caja de herramientas» para abor-
dar un tema que interpelaba por igual al historiador, al ciudadano y al ser humano.
En particular, al historiador le imponía, por ejemplo, la necesidad de aceptar el reto
de repensar sus categorías y métodos, desbordados cognitivamente por las expe-
riencias del terror; le exigió reordenar la tensión entre sus registros de las historias
personales y colectivas, entre lo particular y lo general, lo privado y lo público; le
planteó – una vez más – la necesidad de historizar con rigor el pasado reciente;
le demandó una mayor conciencia respecto a lo vano de pretender monopolizar
«el relato de la tribu» o la reconstrucción de la memoria colectiva; lo estimuló a
converger – desde las reglas intransferibles de su disciplina – en una faena que es
más plural y que requiere de otros saberes; entre otras exigencias (Caetano 2008).
Como ha señalado la historiadora Hilda Sábato:

«El pasado reciente, que puso a la sociedad frente a la experiencia límite de la represión masiva,
la tortura y el asesinato político, nos fuerza a pensar la historia de otra manera. Estamos frente
140 • Patricia Flier | Emmanuel Kahan

al desafío de encontrar formas nuevas de mirar hacia atrás, no para encontrarle un sentido, sino
para recuperar su diversidad de sentidos» (Sábato 1994, pág. 49).

Uno de los desafíos fue el de construir una noción de temporalidad que le otorga-
ra especificidad a este pasado reciente. Esta elección no ha estado libre de tensiones
para fijar fechas de inicio y de cierre, ni en el plano internacional ni en el nacional.
Así, se reconoce que no se trata tan solo de fijar un cronología para brindarle es-
pecificidad, sino que se acuerda que ésta se sustenta, más bien, en un régimen de
historicidad particular basado en diversas formas de coetaneidad entre pasado y
presente: la supervivencia de actores y protagonistas del pasado en condiciones de
conceder sus testimonios al historiador, la existencia de una memoria social viva
sobre ese pasado, la contemporaneidad entre la experiencia vivida por el historiador
y ese pasado del cual se ocupa.19
Ahora bien, si analizamos el conjunto de investigaciones realizadas podemos
comprobar que estas están atravesadas por otro componente no menos relevante. Se
trata del fuerte predominio de temas y problemas considerados traumáticos: guerras,
masacres, genocidio, dictaduras, crisis sociales y otras situaciones extremas que
amenazan el mantenimiento del lazo social y que son vividas por sus contemporá-
neos como momentos de profundas rupturas y discontinuidades, tanto en el plano
de la experiencia individual como de la colectiva (Franco y Levín 2007, pág. 34). En
suma, tal vez la especificidad de esta historia no se defina exclusivamente según
reglas temporales, epistemológicas o metodológicas sino, fundamentalmente, a par-
tir de cuestiones siempre subjetivas y cambiantes que interpelan a las sociedades
contemporáneas y que transforman los hechos y procesos del pasado cercano en
problemas del presente.
Debido a estas características, gran parte de la producción de los estudios de me-
moria y el pasado reciente en Argentina dialogan con diversos campos y agendas de
investigación. A su vez, la temprana vinculación con la historia oral contribuyó a la
definición de una agenda de investigación diferenciada. La discusión sobre el lugar
del testimonio, las problemáticas sobre la realización de entrevistas y su interpreta-
ción como fuentes históricas, constituyeron un campo de problemas nuevos, que
apuntaban a la relación entre memoria privada y pública, entre representaciones
pasadas y recientes (Schwarzstein 2001b).
En este sentido, la pregunta en torno a los diálogos sostenidos entre los estudios
de memoria desarrollados en Argentina y otras agendas de grupos académicos
locales puede resultar ilustrativa de cómo se vincularon horizontes de trabajo que
enriquecieron las perspectivas de investigación.
Esta pregnancia de los abordajes de memoria en diversos campos tuvo, además,
un correlato en otras propuestas de investigación. Si en el caso argentino, al me-
nos, los estudios de memoria se ciñeron en su origen – es decir, en el proceso de
constitución de legitimidad en el campo de los estudios sociales – al abordaje de
los modos en que era recordado el pasado reciente caracterizado por la política
criminal del último régimen dictatorial, esta perspectiva se fue ampliando. El modo

19. Si bien esta determinación intenta superar las limitaciones de una cronología, sabemos
que no deja de ser en cierto sentido insuficiente ya que el recorte se fundamenta o bien en
cuestiones metodológicas (la posibilidad de trabajar con historia oral) o bien en un criterio
ciertamente egocéntrico: la coetaneidad del historiador con el pasado.
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 141

en que es recordado el pasado contemplaría, también, las experiencias de grupos


migratorios, perspectivas de género y del mundo del trabajo (Jelin 2017).
En este sentido, resultan ilustrativos los trabajos sobre la colonización judía de
la provincia de Entre Ríos y Santa Fe realizados por investigadores como Cherjovsky
(2016), Flier (2011) y Freidenberg (2013). La primera de ellas analiza la experiencia
de la colonización agraria en Colonia Clara retomando las expectativas y demandas
de los colonos, sus instituciones sociales, culturales y políticas e indagando en la
voz de los colonos asentados en las tierras entrerrianas. Este trabajo reconstruye
las tensiones y los enfrentamientos con la empresa colonizadora, el desasosiego
de los que fueron vencidos por la naturaleza o por el régimen económico, los al-
cances y limitaciones de los establecimientos escolares y las entidades religiosas
para explicar también las razones del abandono de estas colonias. El trabajo de
Freidenberg repone, a través de un abordaje etnográfico sobre las memorias del
poblamiento judío en una de las colonias de la provincia, la historia acerca de cómo
fue ese proceso y en qué medida esa inmigración impactó en la formación de la
nacionalidad argentina. Finalmente, el trabajo de Cherjovsky (2016) aborda el pro-
ceso de colonización judía en Argentina en Moisesville a la luz de estas perspectivas
interpretativas que problematizan cómo es recordado aquel proceso por quienes
aún viven en las colonias judías en Santa Fe.
La dimensión étnica y nacional compone un horizonte destacado en el trabajo
sobre los imaginarios, las representaciones y las memorias del amplio conjunto
de actores migrantes y desplazados que acompañaron el poblamiento de América
Latina desde el siglo XIX. Las investigaciones sobre las formas de incorporación y/o
distanciamiento de estas poblaciones respecto de los Estados nacionales de acogida
han permitido identificar cómo las memorias étnico-nacionales operaron sobre los
discursos homogeneizadores de adscripción nacional permitiendo, a su vez, desa-
rrollar estrategias para la supervivencia – y adaptación – de las representaciones,
prácticas e imaginarios de origen de los colectivos de migrantes.
También han nacido recientemente diálogos y reflexiones interesantes entre
el campo de los estudios de género y el de la memoria, en donde cada uno de ellos
ha demostrado interés por el otro y han tomado prestado sus respectivos concep-
tos. Dicho intercambio ha contribuido sin duda al enriquecimiento de cada uno de
ellos, sin embargo, no ha llegado a dar como fruto una perspectiva que, desde «la
memorización del género y la generización de la memoria», sea capaz de entender-
los a ambos como procesos relacionados de manera inmanente (Troncoso Pérez
y Piper Shafir 2015). No obstante su potencialidad es innegable, y muchos de sus
enriquecidos aportes se empiezan a constatar en tesis de posgrado de la nueva
generación.20

9.5 Consideraciones finales


Como se señaló en el inicio de este trabajo, la experiencia argentina nos muestra
que la perspectiva del historiador resultó más bien tardía; y que si en algo contribuye
su trabajo en relación al pasado conflictivo es al de aportar algunas herramientas
que permitan comprender los procesos que condujeron al terrorismo de estado.
No se trata de consideraciones menores en tiempos en que funcionarios estatales

20. Entre muchas otras podemos citar a Álvarez (2017) y Gorza (2017).
142 • Patricia Flier | Emmanuel Kahan

están poniendo en duda los alcances y consecuencias de la política represiva ejerci-


da durante el período 1976-1983 y que se evidencian demoras y desinterés en la
prosecución de los juicios contra los responsables del terrorismo del estado.21
En este sentido, la pregunta por los estudios de memoria y el rol de los historia-
dores introduce una consideración sobre el futuro. Y no está mal, pues como señala
Ricoeur (1999) el regreso al pasado se construye en relación directa con las pregun-
tas, preocupaciones y proyectos que los distintos actores – no siempre de acuerdo
entre sí – activan en función de sus posiciones presentes y perspectivas futuras. En
todo caso, lo interesante es reconocer que esta dimensión no es excluyente de una
preocupación contemporánea.
En este sentido, la construcción de este campo de estudios nos ha servido tam-
bién para cuestionarnos la relación con el pasado que la historiografía académica
ha sostenido mayoritariamente. Esta última, guiada por los propósitos científicos
de «objetividad», exige «distancia» y «perspectiva» con el tema de investigación
para lo cual debe considerarlo fijado, terminado y, a partir de allí, poder producir
un acercamiento gradual a lo pasado. Como tan bien lo explica Pittaluga (2010), la
historia reciente nos da la posibilidad – y quizás debamos aprovecharla – de invertir
esa mirada, en tanto ella difícilmente pueda considerar al pasado como algo fijado y
cerrado pues es coetáneo, generalmente, del propio investigador. Probablemente
por eso la historia reciente se constituye – o queremos que así sea – en un diálogo y
una escucha atenta a las demandas e interpelaciones que ese pasado le formula al
presente, por lo cual deja de concebirlo como cerrado, finalizado. La historia deja de
ser algo clausurado para pensarse como un nuevo régimen relacional entre pasado,
presente y futuro. Retomando a Franco y Levín podríamos afirmar que

«Más allá de los dispares avances y consensos sobre el papel del historiador en el espacio público,
lo cierto es que éste no puede desentenderse de que le toca asumir un rol cívico que es también,
necesariamente, político. Sin embargo, ese papel no surge del lugar del historiador frente al in-
terés social que generan sus temas de trabajo, sino que es previo y se origina en la intervención
política que significa producir y pensar críticamente el pasado, y en particular el más cercano. En
este sentido, el carácter político del trabajo sobre el pasado reciente es ineludible, en la misma
medida en que el objeto abordado implica e interpela el horizonte de expectativa pasado de una
sociedad e incide en la construcción del propio horizonte de expectativas del presente» (Franco
y Levín 2007, pág. 49).

Por otro lado, los estudios de las memorias y particularmente los análisis de
las historias de las memorias permiten comprender su pluralidad, multiplicidad
de formas y de funciones; trabajar con los olvidos y sus usos; con el silencio como
problema de la memoria, ahondando en sus significados y niveles. El historiador
del pasado reciente, con sensibilidad y sentido crítico, puede comprender y explicar
con contundencia que la pesadez de la memoria como la ligereza del olvido, militan
en contra de una relación crítica y consciente con el pasado y con el presente. En fin,

21. Si bien la cuestión del olvido no ha sido abordada en el texto, no se puede desconocer la
diferencia entre el olvido como inherente a la práctica del historiador de las políticas de olvido
propuestas por diversos actores sociales o el propio Estado. Porque allí el borramiento de un
acontecimiento, de un grupo de víctimas, perpetúa la acción criminal: niega a los afectados
la posibilidad de reconocerse en el espacio público como testigos, sufrientes o deudos de una
experiencia de violencia masiva.
Los estudios de memoria y de la historia. . . • 143

este historiador puede recuperar para escribir una mejor historiografía, el sentido
más perfecto de las memorias: su capacidad de incomodar, de molestarnos, para
poner en duda las certezas y las creencias que nos tranquilizan.

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