Goldman, Salvatore: "Caudillismos Rioplatenses" Resumen

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Goldman, N., y Salvatore, R: “Caudillismos Rioplatenses.

Nuevas miradas
a un viejo problema”

La cuestión de los liderazgos políticos en el siglo XIX encapsulada bajo la


polisémica categoría “caudillismo”, necesita revisión.

Una larga trayectoria de significados

Hay una larga gama de significados y asociaciones. La figura del caudillo ha


sido apropiada y utilizada por diversos proyectos interpretativos, que revisitaron
la cuestión del caudillismo en búsqueda de respuestas a la problemática
siempre presente de la formación del Estado-nación.

1)

Un buen punto de partida es la definición de la Generación del ’37, en cuyos


escritos aparecen algunos de los componentes principales del “caudillismo
clásico”: la ruralización del poder, la violencia como modo de competencia
política y el mito del vacío institucional. Para Sarmiento, el poder de los
caudillos provenía de una doble determinación: espacial e histórica. El caudillo
era la expresión de la barbarie gaucha.

El caudillismo era el resultado histórico “natural” de la experiencia


revolucionaria. La destrucción del orden colonial había producido una
fragmentación de la soberanía política y nuevas pasiones faccionales. Es por
ello, que como expresión de las pasiones de las masas rurales, era un
despotismo democrático, una feudalidad sin barones y sin castillos.

De esta manera, Sarmiento asoció una forma despótica del gobierno a una
patología social posrrevolucionaria y a una geografía típicamente “americanas”.
Por otro lado, Alberdi, consideraba al caudillismo como el paradigma de la
política bárbara. La barbarie política era la antítesis de un gobierno que
garantizada la seguridad, la libertad y la propiedad a sus habitantes. El
caudillismo era un gobierno sin ley que se daba en un contexto de debilidad del
Estado. Carentes de recursos, los Estados provinciales estaban conectados a
soportar gobiernos despóticos, no institucionalizados:

“En efecto, el caudillo es el gobernador de provincia con el modo de


existir forzoso que tiene por el estado de cosas ese país. ¿Qué es el
gobernador de una provincia argentina? Es el jefe de un gobierno local
que no tiene renta, no reconoce autoridad suprema que le impida
tomarla donde y como pueda.”

2) Ddddd

El siguiente momento a tener en cuenta es el debate sobre la guerra social,


entre López y Mitre. Habían dos temas centrales: la anarquía y las montoneras.
Ambos autores reconocen a la anarquía del año ’20 como el origen del
fenómeno caudillista. La anarquía, a la vez, es una situación de ausencia de
autoridad central y una imposibilidad de contrarrestar la insurrección de las
masas. La disolución del ejército regular es la precondición de la emergencia
del caudillismo.

Para López, la guerra social había desatado un estado de barbarie,


desorganización social y criminalidad que carecía de solución. Para Mitre, el
caudillismo representaba la expresión de sentimientos democrático-igualitarios
que, canalizados y controlados por instituciones liberales-republicanas, podían
contribuir positivamente a la formación de una nación.

3) Dd

El tercer punto de vista, es de Ingenieros, quien percibe al caudillismo asociado


a la feudalidad, y pone el ejemplo de Rosas como señor feudal, su gobierno
como una restauración de derechos, prácticas y sentimientos antiguos, la
Confederación como un sistema de pactos entre señores feudales, la clase
terrateniente como grupo monopolista parasitario.

Esta perspectiva logra disociar el problema del liderazgo caudillesco de la


cuestión de “democracia inorgánica”. Las masas campesinas dejan de ser
centrales en la explicación del caudillismo.

4) Dd

El cuarto punto a tener en cuenta es el de la ensayística positivista: Ramos


Mejía, Bunge, Ayarragaray, Sarmiento “tardío” y el propio Ingenieros. Buscaron
claves para interpretar los problemas que enfrenta el proyecto del progreso: las
protestas social y obrera, la difícil asimilación del inmigrante, la degradación de
las costumbres, el aumento de la criminalidad.
Estos autores encuentran vestigios de caudillismo en la psicología de las
multitudes, en la mezcla de razas, en una cultura popular carente de una ética
de trabajo. El problema del caudillismo, se desplaza así al territorio de la
psiquis colectiva y de la herencia.

El libro de Ramos Mejía guarda las claves para interpretar problemas de


liderazgo político: el porqué de los excesos de Rosas, las razones de su
popularidad entre las masas, y la incapacidad de la sociedad civil de rebelarse
a su tiranía. Rosas aparece como un “loco moral”.

5) Dd

El quinto momento es sobre el revisionismo histórico, que rescata la figura de


Rosas y de los caudillos del interior. El desafío se basaba en desplazar el
centro del interés hacia el imperialismo y la dominación oligárquica.

Ibarguren defendió la legitimidad popular e institucional del poder de Rosas y


justificó la tiranía por su contribución a la unidad nacional. Los hermanos
Irazusta, por su parte, presentaron a Rosas como el defensor de la soberanía
nacional frente a los planes imperiales de ingleses y franceses.

La oposición al revisionismo tendió a utilizar la imagen de la “Dictadura” rosista


forjada por la generación pos-Caseros y a compararla con el fascismo europeo.
Esta asimilación de Rosas con dictadores modernos desplazó la cuestión del
liderazgo fuera de los límites del caudillismo clásico.

Caudillismo y Clientelismo

Posteriormente a 1960, el caudillismo fue tratado como una clase de


clientelismo. Wolf y Hansen, en 1966, dijeron que el caudillismo era una
relación político-social que se daba cuando grupos de patrones y clientes
competían por poder y riqueza usando métodos violentos. Esto ocurría así
porque en las sociedades en las que se daban este tipo de relaciones no
existían canales institucionales para la competencia política.

John Lynch, encontró tres condiciones para el surgimiento del caudillismo: a)


un vacío institucional o la inexistencia de reglas formales, b) competencia
política llevada adelante por medio de conflictos armados, y c) una sociedad
agraria de terratenientes y peones, entrelazada por relaciones de tipo clientelar.
El personalismo reemplaza a la ley y las instituciones.

Se trataba de un tipo de clientelismo propio del pos independencia


latinoamericana:

“Todo el conjunto permanecía unido mediante el vínculo patrón-cliente,


mecanismo al sistema caudillista. Este vínculo consistía en el
intercambio personal e informal de recursos-económicos y políticos-
entre partes cuya situación resulta marcadamente desigual”.

Terratenientes y peones intercambiaban acceso a la tierra, empleo y protección


por lealtad, obediencia y servicios militares; mientras que, a un nivel superior,
los terratenientes se convertían en clientes de un súper-patrón, al que
proporcionaban autoridad a cambio de favores y privilegios. El súper-patrón, a
su vez, se relacionaba con las masas campesinas mediante la manipulación de
sus aspiraciones de participación y protección.

Se requerían ciertos requisitos para llegar al poder político: el control de los


recursos económicos era el principal, solo los propietarios de tierras estaban en
condiciones de financiar guerras y sólo ellos contaban con una clientela cautiva
para organizar bandas armadas.

Lynch distinguió varios tipos de caudillos:

 Los que emergieron durante las guerras de la independencia: Artigas y


Güemes. Producto de la propia experiencia de la guerra, de las organizaciones
informales surgidas en ese contexto, las montoneras.
 Los que se apoderaron de la ciudad de Buenos Aires en 1820: López y
Ramirez. Ellos habían surgido en oposición al centralismo porteño y su poder
no era más que el interés económico regional llevado a la política armada. Eran
la encarnación del avance de la barbarie.
 Rosas pertenecía a una categoría especial: él era el súper-patrón. Su clientela
era por ende más amplia, incluyendo a peones, milicianos, estancieros,
comerciantes e indígenas. Los peones atemorizados por las leyes de vagancia
huían hacia las estancias en búsqueda de protección. Los terratenientes los
acogían y protegían de las partidas a cambio de tener su indiscutida lealtad y
obediencia. En el proceso, los gauchos se convertían en peones, perdían su
libertad y seguían pasivamente a sus patrones en cuanta campaña o
levantamiento intervinieran.

Nuevas perspectivas y aproximaciones

I. Usos y Conceptos

Replantear la cuestión implica investigar las condiciones de emergencia del


concepto o sus variaciones. El caudillismo fue un concepto cambiante a lo largo
del tiempo.

P. Buchbinder nos advierte que, con anterioridad a los desafíos del


revisionismo histórico, otras tradiciones y comunidades interpretativas habían
intentado reivindicar la figura de los caudillos. Esta empresa estuvo centrada en
la cuestión de la contribución de los caudillos provinciales a la formación del
Estado.

Desafiando la herencia de una historiografía liberal acreditada Peña, Levene y


Ravignani trataron de mostrar que los caudillos lucharon por principios que
luego serían esenciales al arreglo constitucional de la nación. Esta revisión
historiográfica produjo un distanciamiento entre caudillismo y barbarie.

Desarmar esta asociación, incorporando los caudillos a la historia constitucional


de la nación, fue una de las contribuciones más perdurables de esta
generación de historiadores.

M. Svampa rescata una trayectoria diferente, registrando los cambios en los


usos y significados del caudillismo desde la Generación del ’37 hasta la
ensayística positivista de principios de siglo. Lejos de construir o imaginar una
nación, los ensayistas de principios de siglo buscaron entender las
malformaciones político-sociales de la Argentina.

II. Bases discursivas y rituales

En tanto el poder del caudillo deja de verse como una aberración histórica
producto de un pueblo inmaduro y de líderes violentos y sedientos del poder, y
pasa a considerarse como un proceso de construcción de poder social y
político, la cuestión de la representación de estos movimientos en el ámbito del
discurso, los rituales cívicos, las festividades populares y la vida cotidiana
cobra un nuevo interés. Ninguno de los procesos políticos y sociales que dieron
origen a los caudillos operaron en un vacío de interpelaciones ideológicas.

El régimen rosista se auto presentó a través de diversas instancias rituales:


fiestas mayas y julianas, quemas de judas en Pascuas, diversos homenajes a
Rosas; recibimientos de caudillos de otras provincias, festejos de victorias
federales.

El ideal de un mundo rural estable y armónico, el imperio de la ley, el culto a las


virtudes ciudadanas, la confraternidad de las repúblicas americanas y la
búsqueda obsesiva del orden social constituyeron la base de la retórica
republicana del rosismo.

III.Formas de Estado y legalidad


La cuestión de la legitimidad de los regímenes caudillos, negada por el “vacío
institucional”.
La historiografía tradicional, apeló al fenómeno del caudillismo para encontrar
respuestas a la problemática del fracaso de los proyectos de organización
constitucional en la primera mitad del siglo XIX. Con el colapso del poder
central en 1820, desaparecieron las formas institucionales del Estado, y con
esto, las aspiraciones de legitimidad institucional de los caudillos.
Estas son verdades convencionales, sin embargo, no se corresponden con la
evidencia de la formación de los Estados provinciales.
La cuestión de la legitimidad está ligada a la subsistencia de un conjunto de
instituciones y relaciones formales que pervivieron transformadas para nutrir y
sostener estos regímenes. Los años 1820 y 1830 asistieron a un proceso de
construcción, sobre la base de la ciudad-provincia de Estados autónomos como
punto de partida para una organización político-institucional del país.
Tendencias hacia el reforzamiento de las autonomías provinciales convivieron
así con la tendencia hacia la preservación de un “orden nacional”, el que luego
serviría de base para la conformación del Estado nacional argentino.
Buenos Aires se negaba a compartir los beneficios que provenían de las rentas
de aduana. Una nueva y compleja relación se estableció así entre legalidad,
legitimidad y coerción en el ámbito rioplatense.
IV. Prácticas e identidades políticas
Esto nos lleva a confirmar o rechazar las generalizaciones y caracterizaciones
dejadas por la historiografía. Los terrenos de la política y de la cultura sirvieron
para redefinir las identidades de los sujetos sociales que se beneficiaron y/o
sufrieron con el advenimiento y consolidación de regímenes de caudillos.
El conflicto en el interior del mismo campo federal es analizado por Ternavasio,
quien rescata las prácticas del régimen político rosista en los procesos
electorales para la renovación de la Legislatura de Buenos Aires. Frente a las
tesis que niegan cualquier tipo de institucionalización política en el proceso
abierto con el ascenso de Rosas al poder, la autora nos muerta, por el
contrario, cómo el conjunto de los federales tenían una gran preocupación por
institucionalizar el poder. El rosismo habría representado el triunfo de una de
las opciones posibles.
La cuestión de las identidades políticas de los sujetos que constituían la
clientela de los caudillos es también central a cualquier reconsideración del
caudillismo.
Se torna importante considerar la forma en que las interpelaciones ideológicas
de los caudillos fueron recepcionadas por sus seguidores.
V. Clientelismo
La fácil y simplista imagen del caudillo sostenido “por y representante de” la
clase terrateniente se resquebraja en presencia de nuevas evidencias. Primero
porque la historiografía ha revelado la complejidad y diversidad de estas
sociedades pos independientes, alejándose de la perspectiva que veía solo a
terratenientes, comerciantes y peones. Segundo, porque los conflictos entre
estancieros y caudillos no parecen haber sido despreciables. Tercero, porque
el dominio territorial del estanciero, en una sociedad con derechos de
propiedad no totalmente consolidados, es puesto en duda reiteradamente por
casos de contestación “desde abajo” y por las bases contractuales de muchas
de estas relaciones imaginadas como clientelares.
Jorge Gelman revisa la idea dominante en la historiografía acerca de la
capacidad absoluta de Rosas para manejar discrecionalmente a sus territorios
y poblaciones. Esa idea se basó en una concepción bipolar de la sociedad
poscolonial que la suponía dividida entre estancieros y gauchos.
Gelman muestra que los estancieros así como el propio Estado provincial
actuaron sobre un mundo rural complejo, que reconocía una serie de prácticas
campesinas consuetudinarias.
VI. Caudillos, campesinos e indios
¿Cuáles fueron las bases sociales del poder del caudillo? Se deben analizar,
con igual profundidad, el apoyo de las mujeres, las corporaciones africanas, los
militares, los campesinos, los artesanos, los indígenas, para comenzar a
comprender las regularidades y puntos comunes que hicieron que estos
regímenes funcionaran.
Indagar sobre las condiciones y naturaleza del proceso de “incorporación” de
estos sujetos al movimiento liderado por el caudillo, interrogando en particular
cuáles fueron los intercambios que hicieron posible el ascenso y sostenimiento
en el poder del caudillo.
Ariel de la Fuente indaga sobre las razones que llevaron a los gauchos a
movilizarse y a seguir a un caudillo en las célebres montoneras encabezadas
por Chacho Peñaloza y Felipe Varela en La Rioja. Analiza el uso de los
términos “gauchos”, “montoneros” y “montonera”.
El análisis del perfil social de los gauchos y montoneros descubre que éstos no
eran ni criminales ni marginales sino labradores, artesanos o trabajadores
establecidos en los poblados de la campaña, que se movilizaban por
motivaciones materiales inmediatas pero con capacidad de protesta frente a las
promesas incumplidas de los caudillos.
Ligado al problema de las montoneras se encuentra la cuestión de la
incorporación de tropas indígenas en las fuerzas movilizadas por caudillos.
La asociación de los caudillos con fuerzas indígenas servía para confirmar la
naturaleza “bárbara” de la política del caudillo. Martha Bechis habla sobre las
diferentes motivaciones políticas que llevaron tanto a los indígenas a
incorporarse a las fuerzas criollas como a estas últimas a invitarlos a participar.
Muestra así como la participación de los aborígenes tomó variadas formas, no
fue tan dócil como se pensaba, y pudo durar varios días o años según la
conveniencia y las posibilidades endógenas de cada una de las sociedades
aliadas. Muchas veces los caudillos se mostraron remisos a emplear fuerzas
indígenas, debido en buena medida a las dificultades de control y escasa o
nula maleabilidad de estas fuerzas.

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