SOBRE EL PODER Esteban Vidal

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SOBRE EL PODER: ANÁLISIS BREVE

Esteban Vidal

Existen dos formas diferentes de concebir el poder: como un recurso, es decir, como
algo que se posee; o bien como el resultado de las relaciones sociales. En este breve
análisis del poder en la sociedad tomaremos como referencia el primer enfoque,
aunque sin por ello desechar completamente la otra perspectiva que retomaremos al
final. Así pues, consideramos el poder como una capacidad que se tiene para
conseguir ciertos resultados que de otro modo no se obtendrían.

La pregunta que cabe plantearse es, ¿cómo se articula el poder en la sociedad actual?
Nos encontramos con la existencia de diferentes instituciones y estructuras que
concentran una elevada cantidad de recursos de diferente tipo, lo que les permite
detentar mucho poder. Gracias a esto organizan la sociedad conforme a sus intereses.
¿A qué recursos nos referimos? Son variados, pero fundamentalmente son de tres
tipos: humanos, materiales, e informacionales o cognitivos.

Los recursos humanos son las personas y su tiempo. El trabajo que estas dedican a las
instituciones que concentran el poder en la sociedad es lo que hace que estas
organizaciones ejerzan un papel dominante. Los recursos materiales, en cambio, son
sobre todo de tipo económico, tal y como sucede con la capacidad productiva, pero
también hay que incluir otros recursos de tipo logístico, los de naturaleza financiera,
como sucede con el dinero, los recursos naturales, el acceso a redes comerciales, etc.
Los recursos informacionales o cognitivos son los que afectan a ámbitos como el
cultural, el científico-tecnológico, a los métodos y prácticas organizativas, pero
también a todo lo relativo a la difusión de acontecimientos, y a información acerca de
la población y del medio geográfico en el que habita.

En este punto debemos plantear una nueva pregunta. ¿Cómo es ejercida la


dominación sobre las personas? Cabe decir que la complejidad del ser humano exige,
a su vez, múltiples procedimientos para someterlo, razón por la que nos vemos
obligados a hablar de poderes, y no tanto de un poder en singular. Por tanto, el poder,
en términos generales y abstractos, se concentra en unas pocas instituciones que
desempeñan funciones especializadas en sus respectivos ámbitos. Sin embargo, todas
ellas forman un conjunto más o menos unitario que es el sistema de dominación
imperante.

Así pues, existen múltiples poderes como, por ejemplo, el poder político que se
subdivide, a su vez, en poder ejecutivo, legislativo y judicial. Estos poderes, asimismo,
tienen sus ramificaciones y constituyen toda una red de organizaciones e instituciones
que representan diferentes poderes. Este es el caso del poder militar, el poder
burocrático, el poder policial, etc., que forman parte integrante del poder ejecutivo,
pero que constituyen una forma muy específica y especializada de poder. Lo mismo
debemos decir de otros poderes, tal y como sucede con el poder cultural, el poder
mediático, el poder económico, etc. En todos estos casos nos encontramos con
instituciones que concentran el poder en estos ámbitos, y que por ello mismo
organizan dichas esferas conforme a sus propios y particulares intereses.

Entonces, nos encontramos ante una estructura de diferentes poderes que conforman
el “poder” en la sociedad. Se trata de una estructura compuesta por múltiples
instituciones y organismos que operan de una manera más o menos coordinada en el
gobierno del conjunto de la población. ¿Qué es lo que hace que estos entes
institucionales permanezcan unidos e integrados?, ¿qué es lo que les coordina? En un
sentido amplio podemos decir que el sistema político es lo que hace que permanezcan
unidos y coordinados hasta cierto punto. Así pues, el sistema político es el modo en el
que este conjunto de instituciones se organizan y forman una estructura de poder
superior. El sistema político, por tanto, es el que determina el peso que cada
institución ostenta en términos de poder en este mismo sistema, y el que establece las
reglas que conducen el funcionamiento de la sociedad. En la actualidad existen
numerosos sistemas políticos que varían en la forma en que organizan estas
instituciones de poder, lo que depende de diferentes factores como las condiciones
sociales, económicas, la trayectoria histórica del país, etc. Sin embargo, los sistemas
políticos que predominan hoy en día tienen un rasgo común, lo que nos conduce a la
siguiente pregunta, ¿qué órgano o institución coordina al conjunto de instituciones
que ostentan el poder en la sociedad?

Ciertamente el concepto de sistema político resulta muy general e incluso abstracto a


la hora de explicar el poder y su articulación en forma de estructura. Por este motivo
necesitamos concretar qué institución es la que mantiene unido e integrado el sistema
político y las restantes instituciones que lo constituyen. Esa institución central que
desempeña una función coordinadora es el Estado. Nos llevaría mucho tiempo y
espacio definir y abordar con detalle lo que es el Estado. Por el momento nos
conformaremos con decir que se trata de una organización impersonal compleja de
carácter territorial y soberana. Esto significa que posee la capacidad exclusiva de
tomar decisiones vinculantes para la población de su territorio, lo que le permite
disponer de un derecho indiscutido a utilizar la violencia para hacer cumplir dichas
decisiones.

El Estado es, sin ningún género de duda, la institución más poderosa en los sistemas
políticos que imperan hoy en el mundo. Se trata de la institución central que concentra
más poder y a través de la que se organiza la sociedad. ¿Por qué el Estado es más
poderoso que ninguna otra institución? Por las enormes capacidades que concentra, es
decir, los medios de dominación de los que dispone gracias a los recursos humanos y
económicos que extrae de la sociedad. Como ejemplo el Estado español ingresa por
medio de impuestos en torno al 35% del PIB, y se apropia, a través del gasto, de
aproximadamente un 44% del PIB. Además de esto, acapara una mano de obra de
alrededor de 3 millones de asalariados. Ninguna otra institución u organización
dispone de tantos recursos.

Obviamente esta situación no es fortuita, sino que obedece al desarrollo histórico del
Estado a lo largo de los siglos, lo que le ha permitido concentrar de forma progresiva
más y más poder. En este sentido el Estado ha logrado hacerse con diferentes
monopolios que se refuerzan mutuamente, y por medio de los que ejerce su
dominación. Estos son el monopolio de la violencia legítima, el monopolio fiscal y el
monopolio legislativo. Todo esto nos conduce a dar respuesta a otra pregunta
fundamental, ¿cómo ejerce el Estado su dominación?, ¿cómo consigue mantener
integrado y coordinado el sistema político?

El Estado es en primer lugar violencia organizada. Su naturaleza última es la coacción.


A través de la coerción es como hace efectiva su dominación. Para esto dispone de los
monopolios antes citados. En este punto las leyes juegan un papel cardinal. Estas son
la expresión de decisiones vinculantes cuyo cumplimiento es obligatorio. Dado que el
Estado es la única institución con la prerrogativa de hacer leyes, esto le confiere el
poder supremo en la sociedad. Sin embargo, la ley es papel mojado si no tiene el
respaldo de la fuerza para obligar su cumplimiento. Aquí es donde entran en juego
todas las instituciones encargadas de supervisar el cumplimiento de la ley: cuerpos
policiales, tribunales, burocracia, prisiones, servicios secretos, etc. Estas instituciones
son las que ostentan el poder real y decisivo en la sociedad, a las que habría que
sumar el ejército, columna vertebral del Estado, que constituye el último recurso en
momentos de crisis, cuando todas las restantes instituciones fracasan en el desempeño
de sus funciones.

A través de las leyes el Estado coordina y organiza el sistema político al establecer el


marco general en el que las restantes instituciones deben desarrollar sus respectivas
funciones. La ley obliga porque cuenta con el respaldo de la violencia, es decir, de
toda una serie de organizaciones destinadas a forzar su cumplimiento, pues sólo estas
instituciones están autorizadas a ejercer esta labor de supervisión y represión. Gracias
a esto es como el sistema de dominación en su conjunto constituye una estructura de
poder que organiza, dirige y coordina a diferentes instituciones en multitud de
ámbitos para gobernar a la sociedad. Al mismo tiempo, el Estado, a través del
monopolio de la violencia legítima con el que obliga el cumplimiento de las leyes,
tiene la capacidad para extraer recursos de la sociedad con la recaudación de
impuestos, que es justamente lo que sostiene el monopolio de la violencia que ostenta.
El resquebrajamiento de alguno de estos dos monopolios, el de la violencia o el fiscal,
conduce irremisiblemente al desmoronamiento del otro, y con ello a la desaparición
del Estado.

Hemos visto cómo se organiza el poder como estructura y qué instituciones lo


ostentan. Ahora es el momento de responder a otra pregunta igual de importante que
las anteriores, esto es, ¿cómo es ejercido el poder? Conviene recordar que Nicolás
Maquiavelo afirmó que el poder se ejerce por medio de la fuerza y de la astucia.
Cuando la astucia no es suficiente es la fuerza la que prevalece en última instancia.
No puede ignorarse que, al fin y al cabo, la obediencia es el principio del mando. Si
no es posible conseguir la cooperación voluntaria de quien es gobernado, es decir, su
consentimiento, entonces se recurre al uso de la violencia para forzar esa cooperación.
A pesar de esto, ningún sistema de dominación puede sostenerse exclusivamente por
medio del recurso sistemático de la violencia, sino que requiere de ciertos niveles de
consentimiento de los gobernados.

Lo anterior nos conduce a abordar otra pregunta. ¿Cómo puede desbaratarse este
sistema de dominación que mantiene sometida a la población y atada a los intereses
de unas instituciones extremadamente poderosas? Aunque las estructuras que
dominan la sociedad concentran unos niveles extraordinarios de poder, y condicionan
así la capacidad de acción del individuo, nada de esto impide que las personas tomen
sus propias decisiones. En este sentido las situaciones cambiantes de la realidad
ofrecen oportunidades que pueden ser identificadas y aprovechadas por el individuo
para, de esta forma, aumentar su libertad o, dado el caso, emanciparse del control de
las estructuras que le mantienen subyugado.
Así pues, la existencia de un sistema de dominación que concentra un poder colosal
no significa que sea eterno e indestructible, y que el individuo deba resignarse a vivir
oprimido indefinidamente. Por el contrario, el carácter dinámico de la realidad crea
situaciones que constituyen ventanas de oportunidad que los sometidos pueden
aprovechar para liberarse, o al menos para desembarazarse parcialmente de los
sistemas de control que les atenazan. En cualquier caso, el desmantelamiento de este
tipo de sistemas sólo es posible de dos maneras: a través de su propia autodestrucción
mediante una acumulación progresiva de contradicciones en su funcionamiento
interno; o bien por medio de la ruptura revolucionaria. Esta última opción es la más
realista en la medida en que depende de la voluntad y determinación de las personas
para destruir este sistema, lo que hace que el futuro del mismo dependa de sus propias
decisiones.

En un contexto en el que el sistema de dominación se vuelve cada vez más


disfuncional, agrava sus propias contradicciones internas y crea una situación
favorable para su destrucción a través de la revolución. La revolución es, en cualquier
caso, la única salida debido a que este sistema, y más concretamente el Estado como
organización central, únicamente persigue su supervivencia a toda costa, y no admite
ser cuestionado. Su naturaleza última es la coacción, lo que es contrario a la libertad,
con lo que la revolución es la única opción razonable para poner fin a este sistema,
pero también un nuevo comienzo con el que construir un mundo libre.

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