Ensayo Sobre El Dr. Francia - Cecilio Baez - Portal Guarani
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FRANCIA
y la Dictadura en Sudamérica
Cecilio Baez
Ensayo sobre
EL Dr. FRANCIA
Y la Dictadura en Sudamérica
Basada en
Segunda edición revisada y aumentada
CROMOS / Mediterráneo
Asunción, Paraguay
La obra del Dr. Cecilio Báez, salvo aportes parciales, no ha sido todavía motivo de
estudio. En esto incide, desde luego, la extensión bibliográfica que la acompaña y que
comprende casi sesenta años de la vida del autor.
Por otra parte, la mayoría de sus obras son desconocidas por el público lector y sólo
suelen estar al alcance de los especialistas en bibliotecas públicas o privadas. Desde su
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y la Dictadura en Sudamérica
muerte, hace más de cuatro décadas, una especie de molesto silencio rodea su trabajo y
su propia figura, no obstante lo mucho que hizo por el progreso cultural del país.
Se hace necesario, entonces, poner en manos del lector común uno de sus libros
más importantes, el que podría decirse que mayor sentido de actualidad contiene. El
Doctor Francia y la Dictadura en Sud – América, publicado en 1910, y cuyo tema guarda
relación con la evolución de la historiografía del Río de la Plata.
Varias de las ideas incluidas en este volumen pueden ser consideradas como
iniciadoras del revisionismo histórico en nuestro país y precursoras en el ámbito
rioplatense. Esta es una de las sorpresas que encierran sus páginas, a las que se les ha
agregado “la prueba fundamental”, que consiste en demostrar que ya en 1888 sé
insinuaba una corriente que hoy tiene prestigiosos cultores. Ese asombro crecerá al
advertirse en Alón una manifestación previa, expuesta hace exactamente un siglo en su
articulo. “Un héroe olvidado”.
ESTA EDICIÓN
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Cecilio Báez ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA
y la Dictadura en Sudamérica
CROMOS / MEDITERRÁNEO
ENSAYO
PRÓLOGO
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lleno de genio y de pequeñez; austero y sombrío en sus costumbres, pero con cuatro
bufones a su lado; que escribía malos versos; sobrio, sencillo y frugal; soldado grosero y
político sutil; hábil en las argucias teológicas; orador enojoso, difuso y oscuro, pero que
sabía hablar al alma a los que quería seducir; hipócrita y fanático; visionario dominado por
fantasmas desde su niñez; que creía en los astrólogos y los proscribía; excesivamente
desconfiado, siempre amenazador y rara vez sanguinario; rígido observador de las
prescripciones puritanas; brusco y desdeñoso con sus familiares, acariciando a los
sectarios que temía, engañando sus remordimientos con sutilezas; grotesco y sublime; en
una palabra, siendo uno de esos hombres cuadrados por la base, como les llamaba
Napoleón en su lenguaje exacto como el álgebra y colorido como la poesía... Después de
pintar al hombre de guerra y al hombre de Estado, faltaba dibujar al teólogo, al pedante, al
mal poeta, al visionario, al bufón, al padre, al marido, al hombre Proteo, en una palabra, al
Cromwell doble: homo et vir... Regicida, quiso sustituir a Carlos l. El Protector al principio
se hace rogar; y la augusta tarea comienza por las peticiones que le dirigen las
comunidades, las ciudades y los condados, a los que sigue un “bill” del Parlamento.
Cromwell, que es el autor anónimo de esta farsa, aparece descontento, y después de
avanzar la mano hacia el cetro, la retira, y se le ve aproximarse oblicuamente hacia el
trono del que ha tenido valor de barrer la dinastía. Al fin se decide bruscamente.... se
encarga la corona a un platero.... la rehúsa al fin después de haber pronunciado un
discurso que duro tres horas, unte el concurso reunido para la coronación en la gran sala
de Westminster... El autor pinta los fanatismos, las supersticiones, las enfermedades de
las religiones en ciertas épocas y describe el partido puritano, fanático, sombrío y
desinteresado, amontonando debajo y al rededor de Cromwell la corte, el pueblo y el
mundo de que él fue el principal motor”.
Para este filósofo la explicación de la historia debe buscarse en las almas de los
grandes hombres que tejieron su complicada trama. Al efecto, el historiador debe leer sus
pensamientos y sus ideas, y conocer sus gustos e inclinaciones, hábitos y pasiones, ya en
sus palabras y discursos, ya en sus acciones y conducta. Entendida así la historia, ésta
viene a ser, no una simple narración de hechos, sino un estudio de psicología. Carlyle
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El doctor Francia deriva sus ideas políticas del Contrato Social de Rousseau; y
gracias a haber sido discípulo del filósofo ginebrino, llegó a ser el autor de la revolución
paraguaya y el fundador de la República. De la lectura de sus escritos se desprende con
efecto, que él profesaba esta doctrina; que la sociedad civil es el producto de un contrato
por el cual los hombres han renunciado a su independencia natural para adquirir en
cambio la seguridad; que toda organización política descansa sobre el dogma de la
soberanía popular, directamente ejercida por la multitud, como en las democracias de
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Grecia y Roma; que la libre voluntad es la fuerza creadora del orden social; que por
derecho natural todos los hombres son libres e iguales y tienen derecho a buscar y
procurar su felicidad mediante un gobierno libremente establecido.
Los escritores del Río de la Plata, que han falsificado toda la historia sudamericana,
han esbozado su política desde el punto de vista argentino, es decir, con un criterio
partidista y manifiestamente apasionado. Pretendemos nosotros completar ese estudio
fragmentario acerca del famoso dictador del Paraguay, quien, como Artigas, ha hecho
política independiente y concitándose todas las cóleras de los unitarios y monarquistas de
la revolución argentina. Además, queremos demostrar que la dictadura ya individual, ya
colectiva, nació con la revolución de la independencia, no siendo la dictadura paraguaya
un caso esporádico o un hecho aislado, si bien que reviste caracteres particulares Todas
las juntas y gobiernos revolucionarios fueron dictatoriales y todos fusilaban y expulsaban
del territorio a los sospechosos de españolismo y confiscaban sus bienes, lo mismo en el
Paraguay que en Buenos Aires, en Chile, como en el Perú bajo los gobiernos de
O’Higgins y San Martín.
Tal es la razón de este Ensayo, que escribimos con sinceridad y buena fe. Nuestra
época se caracteriza por los estudios históricos que propenden a hacernos conocer mejor
el pasado y restablecer la verdad desfigurada por el espíritu de partido y la vanidad
nacional, o la rivalidad entre los mismos países que concurrieron a la guerra de la
independencia
***
DISCURSO PRELIMINAR
Todos los sucesos humanos confirman el antiguo apotegma, siempre nuevo, de que
el mundo es regido por la inteligencia y la libertad. Con efecto; ahondando en la historia
del pensamiento humano, fácil nos es descubrir, desde sus remotos orígenes, que la
causa permanente de toda evolución política y social es el libre examen, el cual no es otra
cosa que la reflexión aplicada a la investigación de la verdad. Mas como la inteligencia
escrutadora es patrimonio de los genios, ha nacido de aquí la teoría de los hombres
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Es también un hecho averiguado que antes que hubiera teorías metafísicas, hubo
sistemas teológicos, del propio modo que la adoración de la naturaleza precedió al culto
de las divinidades antropomórficas, y que estas fueron seguidas del teísmo racionalista,
derivándose las concepciones religiosas las unas de las otras, como los términos de una
serie. La razón de ello consiste en que la vida sensitiva es anterior a la vida del espíritu.
En los tiempos históricos mejor conocidos, aparecen los pueblos arios, como los
agentes de las más grandes revoluciones sociales y religiosas, porque son también los
pueblos más reflexivos. Así, el panteísmo oriental, al ser introducido en el mundo griego,
sufrió grandes transformaciones, en virtud del genio individualista de los helenos, quienes,
a las formas simbólicas de aquél, sustituyeron las ficciones poéticas de su mitología. La
religión oriental era abstracta y misteriosa, melancólica y fría, como obra de la
especulación; en tanto que el politeísmo griego, como obra de la imaginación, era una
risueña apoteosis de la vida humana. El cambio consistió, pues, en la transformación de
las divinidades simbólicas, que personificaban las fuerzas elementales de la naturaleza,
en mitos representativos de sus atributos, trocándose el naturalismo en antropomorfismo,
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No menos notable fue la mudanza verificada en el orden civil. Como todo gran
sistema religioso entraña siempre un gran sistema político y otro social, el panteísmo
oriental trae consigo el dogma del derecho divino, o sea, el despotismo sacerdotal, la
jerarquía de las castas, el monopolio de la ciencia, el quietismo y el uso exclusivo de una
lengua y de una escritura hierática, ininteligibles para el vulgo. La sociedad gobernada por
el régimen teocrático viene a ser el reflejo de sus dioses inmóviles y dormidos: razón por
la cual, para los orientales, el mejor gobierno es el que asegura el reposo y la estagnación
de la vida, como en realidad son estadizas e inmutables las sociedades fundadas sobre
esas bases religiosas.
Todo era poético en aquella tierra encantada y los griegos, cuando la ocuparon, se
encontraban en la aurora de la vida. Activos e industriosos, pastores y agricultores,
comerciantes y marinos, acumularon muchas riquezas con las cuales hicieron alegre y
amable la existencia. Dotados de gusto exquisito y delicado y excitados sus sentidos por
toda clase de atractivos, se exaltaron sus facultades intelectuales y emotivas, y
produjeron las obras estéticas más admirables por su belleza, desde la muda arquitectura
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tan llena de bajos relieves alegóricos, hasta la más expresiva y espiritual de todas, la
divina poesía. Sus más grandes hombres fueron poetas, como Orfeo, Museo, Homero,
Hesíodo, Esquilo, Sófocles y Eurípides, mirados con razón como los institutores de la
Grecia. Más todavía: su amor a todo lo que es noble y elevado, a todo lo que engrandece
el corazón y enaltece al espíritu; en una palabra, su amor a la ciencia, su admiración por
la gloria, y su entusiasmo por la patria y la libertad, les inclinaron también al cultivo de
filosofía y de las letras, a las lides del derecho y a las conquistas de la civilización,
saliendo de su seno sabios profundos, oradores elocuentes, poetas inspirados,
historiadores disertos, insignes estadistas, hábiles políticos y guerreros famosos, todos los
cuales han dejado recuerdo imperecedero en la historia.
Hesíodo es otro gran novador, fatal al politeísmo, pero útil a la evolución social. Al
explicar en su teogonía la generación de los dioses, depositó en ella el germen del
progreso. Según este gran teólogo del paganismo, la ley del mundo es el cambio, la
sucesión, o más bien, el desenvolvimiento progresivo, el cual constituye la misma historia
del mundo desde su origen en adelante, y por consiguiente la de los poderes idénticos a
él que lo gobiernan, y la serie natural de las evoluciones cósmicas, representada por la
serie tradicional de las revoluciones divinas, se verifica a manera de progresiva transición,
pasando de lo indeterminado a lo determinado, de lo absoluto a lo relativo, de lo infinito a
lo finito. Esta grande idea filosófica, que debía de informar más tarde al proceso lógico de
Hegel y las teorías evolucionistas contemporáneas, condujo a la incredulidad e hizo decir
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a Esquilo por boca de Prometeo, que Júpiter tendrá un sucesor y que todas las demás
divinidades pasarán por las vicisitudes humanas, del nacimiento y la muerte.
Notable fue este cambio operado en las ideas, desde los tiempos primitivos de
Grecia hasta la época a que nos referimos, pues en tanto los himnos órfeos proclamaban
inmortal al padre de los dioses, los poetas posteriores le sujetaban a las leyes del destino.
Tal es la naturaleza del espíritu humano, que por poco que reflexione acerca de las
relaciones de las cosas, una nueva verdad descubre, verifica los errores admitidos como
conocimientos ciertos y repudia las creencias tenidas como dignas de fe.
No es del caso discurrir aquí con los pensadores modernos si la enseñanza del
filósofo ateniense provenía o no de las doctrinas esotéricas de los misterios de Eleusis
relativos a la unidad de Dios, a la inmortalidad del alma y a la expiación de las faltas,
porque no hacemos examen crítico de ningún sistema, sino un estudio meramente
expositivo. Basta, pues, a nuestro objeto inclinar que la filosofía socrática fue una protesta
de la razón independiente contra las viejas teogonías. Y que ella suscitó una gran
revolución en las ideas, que ha influido y sigue influyendo en los destinos de la civilización
europea.
La cultura helénica ejerció una grande influencia en la sociedad romana, como ello
se descubre en sus instituciones religiosas, en las artes y en la literatura filosófica,
representada particularmente por las obras de Cicerón y Ovidio, de Lucrecio y Virgilio.
Roma no desempeñó ninguna misión religiosa. La vocación del pueblo-rey fue
esencialmente guerrera, jurídica y política, pero Grecia y Roma se completan, porque
ambas prepararon y realizaron la unidad del mundo antiguo, primero por la cultura del
espíritu, luego por la legislación política y administrativa del imperio. Los ejércitos del
conquistador macedonio esparcieron por todo el Oriente los elementos de aquella
civilización superior, y las armas romanas los importaron en Occidente para fundirlos con
los suyos propios.
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Grecia había engendrado a la larga todos los sistemas filosóficos hoy conocidos. Y
así como en Alejandría se verificaba el sincretismo general de todos los elementos de la
civilización greco-oriental en Roma se daba carta de ciudadanía a las divinidades de
todos los países. En esta época de general decadencia, las creencias se habían
evaporado de las almas, como los dioses habían huido de los templos. Los oráculos
también habían enmudecido, y sólo hablaban los retóricos y los sofistas de las escuelas
del Museo, cuando en un rincón apartado de la Palestina apareció un hombre llamado
Jesús, que venía a predicar una buena nueva al pueblo que lo habitaba. Esta gente era el
pueblo hebreo, libertado de la esclavitud de los Faraones por Moisés, hombre sabio,
instruido en los misterios de la hierología egipciaca, historiador, poeta, moralista,
legislador civil y religioso, y autor del Pentateuco, o los cinco libros de la ley, en que se
contiene, principalmente, la historia de la creación, a la vez que la historia y la legislación
civil y religiosa de su pueblo, siendo considerado como uno de aquellos hombres
colosales por su genio que de cuando en cuando aparecen en la sobrefaz de la tierra.
Pues a pesar de los preceptos del decálogo y de las enseñanzas de los profetas, los
hebreos permanecieron siendo un pueblo seco de corazón como los arenales del
desierto, estrecho de espíritu como el horizonte de su país, implacable en sus venganzas
como el Dios del Sinaí, sensual y materialista, e inclinado a la idolatría, no obstante haber
sido educado en el monoteísmo. Practicaban una religión enteramente mecánica y
formalista, como la católica actual, en que la fe viva era sustituida por la regla muerta del
rito, y que lo único vivo que les enseñaba era el odio al extranjero y a las novedades
religiosas. De suerte que ellos no pudieron comprender al hombre salido de la secta de
los esenios que les dijo el famoso sermón de la montaña, discurso el más sublime que se
haya oído hasta entonces, hablándoles de amor y fraternidad, de perdón y tolerancia, de
resignación y mansedumbre, de fe y de esperanza en la bondad y misericordia del padre
celestial. Y como esta enseñanza era contraria a las ideas recibidas, confabuláronse para
perderlo, los príncipes de los sacerdotes y los fariseos, a quienes ella perjudicaba.
Acusáronle de dos crímenes capitales, uno cometido contra la religión establecida y otro
contra la autoridad del César imperante en el mundo romano. Reo es de muerte, dijeron
los fariseos, y gran golpe de gentes del pueblo azuzadas y enlabiadas por ellos, pidieron a
gritos la crucifixión del Justo. Y le mandaron dar la muerte, a él que traía la vida, en lo alto
de una picota, juntamente con dos facinerosos, como diciendo al pueblo: “ecce homo, he
ahí al impostor, el destructor de la ley”.
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Y a la manera del árbol del incienso que descarga sus aromas cuando es herido por
el hacha del leñador, cuenta la tradición que Jesús, al sentir que una pica acerada abría
mortal llaga en el vaso de su cuerpo, exhaló todo el perfume de su alma pura en la
palabra ¡perdón!, que fue de las últimas que modularon sus labios. Y esta palabra resonó
después en los corazones, purificándolos de la roña moral que los había contaminado.
Fue muerto, pues, el redentor moral de los hombres, porque vino a consolar a los
tristes y a comunicar el calor de un amor desconocido á los corazones ateridos por el frío
del egoísmo; porque predicó la fraternidad y la tolerancia, porque amó la justicia y
abominó la iniquidad.
Después de Jesús la buena nueva fue predicada por el escaso número de discípulos
que pudo formar el maestro, pero sin salir de los muros de Jerusalén. Los cristianos
judaizantes, dirigidos por Santiago y Pedro, enseñaban que el evangelio debía de
vaciarse en la ley antigua y que, conforme al espíritu de ésta, no debía de comunicarse a
los gentiles; pero no pensaba del mismo modo Pablo, porque la tradición mosaica era
contraria al espíritu amplio y universal de la nueva religión. Y no frisando con ellos por su
inveterada xenofobia, acusó a los judíos de ser los enemigos del género humano, y
lanzóse a evangelizar a todas las naciones, mereciendo ser llamado por ello el “apóstol de
las gentes”.
Dotado estaba Pablo de todas las dotes requeridas en los grandes reformadores.
Poseía el don de lenguas para comunicarse con todas las razas y con todos los pueblos;
una alma abierta a todas las ideas; una gran elocuencia para mover las pasiones y
persuadir a los hombres; un entendimiento capaz de abarcar todos los conocimientos; una
convicción profunda de la bondad del nuevo credo religioso; una firme voluntad y una
energía ext raordinaria para arrostrar todas las tormentas de la vida y salir triunfante en los
encrespamientos de las conciencias heridas por las nuevas revelaciones. Y Pablo salió
ovante en todas partes, porque pudo convertir al cristianismo todo el mundo romano,
menos los pueblos orientales, cuya complexión mental no puede avenirse ni congeniarse
con la pura religión del Verbo y del espíritu.
Repudiada la nueva religión por la raza semita, la adoptó primero el mundo greco-
latino, y la abrazaron después los bárbaros eslavos, teutones y escandinavos, los cuales,
desprendidos de la gran raza ariana que en tiempos longincuos habitara la religión alpina
del Hindukush, habían inmigrado en Europa, en época igualmente lejana, diversificándose
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de sus hermanos los ítalos y los helenos. Habiendo irruido a los países del mediodía en
los primeros siglos de nuestra era, volvieron todos estos pueblos a juntarse, reconocerse
y reconciliarse, no ya por el culto material de los devas o espíritu de luz, a quienes
dirigieran sus primeras plegarias en la mesa de Pamir, sino por el culto espiritual del dios
desconocido que comenzaba a adorarse en los altares del cristianismo.
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leyenda y el dogma, la ciencia y el arte. Y como a las personas morales que describe
imprime las pasiones y atributos humanos – igual que Homero a los dioses del paganismo
– Dante vino a ser el creador de una nueva mitología y como tal creador, ejerció grande
influencia en los pintores, quienes al punto abandonaron la rigidez bizantina y la beatitud
mística de sus personajes, comunicando a sus obras expresiones más reales y profundas.
Bajo otro punto de vista, la Divina Comedia es la expresión del dolor, de la ira y de
las venganzas celestes, como reflejo de la intolerancia católica y de las cóleras
apocalípticas. En la puerta del Infierno inscribe esta pavorosa leyenda: “Por aquí se va al
eterno dolor, donde viven los condenados. La justicia ha sido a
l guía de mi sublime
creador, yo soy la obra del poder divino, de la soberana sabiduría y del primer amor.
Antes de mí, nada eterno fue creado; y mi reino perdurará para siempre. ¡Oh vosotros que
por aquí entráis, abandonad toda esperanza!”.
El cisne de la epopeya católica sigue las ideas espeluznantes del doctor de la gracia.
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Mas, para explicarse este eclipse de su entendimiento, debe tenerse en cuenta que si
como teólogo era intolerante, como gibelino era implacable en sus odios a los florentinos,
que le habían desterrado de su patria. Para ellos reclamó las penas del infierno donde los
tiene colocados, y para Florencia una severa punición por mano de los emperadores
alemanes, que habían encadenado la libertad de Italia.
Entre tanto, las ideas racionalistas brotaban de todas las universidades y conventos,
y se comunicaban a los hombres de acción y de pensamiento, que eran los llamados a
provocar la renovación de la sociedad. Las turbulentas repúblicas italianas, a la vez que el
emporio de todas las riquezas, eran el hervidero de todas las pasiones y el campo de
batalla de todos los ejércitos europeos. Herederas del genio greco-latino, vivían inquietas
y agitadas como las antiguas democracias, animadas por el amor de lo bello, de la patria
y de la libertad y suscitaban agitadores políticos, como Arnaldo de Brescia, que reclamaba
la independencia del poder civil en frente del pontificado, y reformadores religiosos, como
Savonarola, que atacaba los abusos y los vicios de la iglesia.
Por otra parte, Felipe el Hermoso quebrantó el prestigio del pontificado, moral y
materialmente. Cautivó primero a los papas en Avignon, y luego, para sacarle toda su
fuerza, hizo abolir y destruir la poderosa orden de los caballeros templarios, que era una
de sus milicias más formidables. Finalmente, provocó el cisma de Occidente, que acabó
por arruinar el crédito y el poder de la monarquía pontificia.
Juan Huss y Gerónimo de Praga recogieron las mismas ideas y las aventaron entre
los pueblos eslavos, llamados a perpetuar en el seno de la iglesia cristiana el cisma
griego.
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reunión de los fieles y sus pastores, era superior a la autoridad del papa, declaración por
la cual se afirmaba la democracia religiosa, como más tarde preconizaran los congresos o
asambleas políticas que el pueblo es superior al rey, afirmando la soberanía de la
multitud. Y el segundo encareció la necesidad de reformar la iglesia en sus miembros y en
sus costumbres, como dirán más tarde los estados generales que la sociedad requiere
radicales reformas en sus gastados organismos.
Puede decirse entonces que, desde el siglo décimo tercero en que apareció
Abelardo, veníase minando lentamente las bases de la sociedad medieval para renovarla.
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Mas, para llegar a este resultado, era necesario que primero estallara la gran crisis
religiosa de la centuria décima sexta, la cual era de todos deseada y venía preparada por
todos los sucesos de los siglos precedentes, sucesos políticos, sociales, literarios,
científicos y artísticos, tanto como los errores y la política del pontificado, y la relajación
general del clero católico.
De la misma manera podemos decir que si una gran revolución religiosa solo pudo
tener éxito en Alemania, porque posee una vocación religiosa que le comunica el fuego
del entusiasmo; una gran revolución política no podía prosperar sino en Francia, porque
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desde las teorías más avanzadas de los fisiócratas, hasta el socialismo de Babouef, y
desde las doctrinas jurídicas de Montesquieu hasta las paradojas de Rousseau. En una
palabra, Francia hizo la Enciclopedia, y ésta la Revolución.
Con efecto: Montesquieu al escribir El Espíritu de las leyes, que es su obra maestra,
revelóse un pensador original, sagaz y profundo. Al señalar en él la relatividad de todas
las instituciones políticas y sociales, de las leyes, de las costumbres, de la moralidad
misma, y mostrar cómo las razas, los hábitos, los climas diversos, habían creado
organizaciones políticas diferentes, según las condiciones diversas de las épocas y de los
países, formulaba la teoría de la evolución y fundaba la sociología y la filosofía de la
historia. Al enseñar la importancia que tienen en la vida de las naciones la riqueza, el
comercio, los cambios, anunciaba el advenimiento de la economía política en la historia.
Al estudiar las instituciones antiguas y modernas y demostrar que en la constitución
inglesa se hallaba mejor garantida la libertad individual, echaba los cimientos de la ciencia
de la legislación. Finalmente, al poner de manifiesto la necesidad de una reforma general
en el gobierno, en la administración, en el orden judicial, en la repartición de los impuestos
y en la condición política, civil y religiosa de los individuos, establecía las bases y los
dogmas del derecho moderno.
Hugo Grocio fue el primero quien, en su obra Del derecho de la guerra y de la paz,
sugirió la idea del pacto y del estado natural. Hobbes se apoderó de ella para convertirla
en la teoría del contrato social y justificar el despotismo. Locke, por el contrario, con el fin
de corregir esa paradoja, admitió la ficción jurídica del contrato, pero afirmando al mismo
tiempo que el poder público estaba limitado por los derechos individuales, que son
anteriores y superiores al Estado.
Estas ideas estaban destinadas a subvertir en las conciencias todas las antiguas
nociones acerca de la autoridad y de la sociedad bajo la pluma de un gran escritor, que
era filósofo y pedagogo a la vez como Locke, y que, con el prestigio de su deslumbrador
estilo, seducía a todos los espíritus ansiosos de nuevos ideales. Amante de la justicia y
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alma romántica por excelencia, dio con sus escritos nuevos rumbos a la literatura y a la
sociedad en que vivía. Fácilmente se comprende que quiero referirme al famoso autor del
Contrato Social y del Emilio.
Teorizando acerca del supuesto jurídico del pacto, afirmaba Rousseau que la
sociedad civil era el producto de un contrato por el cual los hombres habían renunciado a
su independencia natural para adquirir en cambio la seguridad; es decir, que toda
organización política descansaba sobre el dogma de la soberanía popular, directamente
ejercida por la multitud, como en las democracias de Grecia y Roma. De donde él deducía
que la libre voluntad era la fuerza creadora del orden social. Según el fondo de su
pensamiento, el hombre ha nacido libre, pero en todas partes se halla encadenado por los
lazos que le ha armado el despotismo. Todas sus facultades se encuentran trabadas por
un poder que él no ha creado, por una voluntad extraña que amordaza su pensamiento y
embarga todo su ser. Por derecho natural todos los hombres son iguales, pero por la
arbitrariedad de una minoría gobernante, se han establecido tantas odiosas diferencias,
que unos pocos gozan de honores y privilegios, en tanto que los más viven abrumados de
pesadas cargas y sujetos a las más negras injusticias. Siendo libres e iguales los hombres
en el estado de naturaleza, la sociedad no ha podido, pues, constituirse originariamente
sino por su libre consentimiento. A este derecho primitivo se sobrepuso más tarde la
fuerza, que es la que impera con absoluto imperio sobre todas las conciencias y sobre
todos los cuerpos. Mas la fuerza puede ser obedecida por prudencia, jamás por deber;
porque el pueblo conserva siempre el derecho de sacudir el yugo que le oprime. Este
derecho, que sirve de base a todos los demás, no viene, sin embargo, de la naturaleza ,
sino de una convención. Es que siendo iguales por la naturaleza todos los hombres,
ninguno tiene autoridad sobre los demás; y así la única base de la autoridad y del orden
social es la convención. La libertad y la igualdad son, pues, los mayores bienes del
hombre; y como el hombre aspira naturalmente a su felicidad, a ésta deben quedar
subordinadas todas las leyes que dicte la sociedad. Para conseguir este fin primordial, los
hombres tienen necesidad de unirse, de ayudarse y de protegerse. De suerte que todo el
problema social se reduce a encontrar una forma de asociación capaz de defender y
proteger, con toda la fuerza común, las personas y los bienes de los asociados, pero de
modo que cada uno de éstos, uniéndose a todos, sólo obedezca a si mismo y quede tan
libre como antes.
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En este orden de ideas, el Estado dejaba de ser una creación de derecho divino
para venir a parar en un agregado social meramente voluntario, y desaparecía la
antinomia establecida entre la libertad y la autoridad, entre el individuo y el Estado,
resolviéndose en el concepto kantiano de que la sociedad no es más que una reunión
atomística de individuos, y de que el gobierno no consiste sino en un mandato ejercido
por algunos para garantir la coexistencia de las libertades de los asociados, tal como lo
proclamaron después los economistas de la escuela de Adam Smith.
Estas doctrinas ilustraron tanto a los príncipes como a los pueblos; pero mientras, el
Espíritu de las leyes condujo a los primeros a la reforma, el Contrato Social llevó a los
segundos a la Revolución, así en el viejo como en el nuevo mundo, donde las colonias
inglesas, siguiendo el ejemplo dado por la madre Patria en los años de 1640 y 1688,
enarbolaron en 1776 la bandera de la insurrección para resistir, en nombre del derecho, a
la injusticia de sus opresores.
*****
II
ESPAÑA Y AMÉRICA
Naciones hay que, por sus particulares condiciones geográficas parecen destinadas
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defender su comercio y sus posesiones coloniales contra el turco que acababa de plantar
la media luna sobre el templo cristiano de Santa Sofía . De suerte que a esos males
particulares venía a añadirse la común amenaza de los soldados del Profeta, que, desde
la toma de Constantinopla, hostigaban sin tregua a Hungría, Polonia y Alemania por tierra,
en tanto que sus formidables escuadras infestaban todo el litoral mediterráneo. España,
sólo España, al terminar el siglo décimo quinto, poseía flota, ejércitos y recursos
suficientes para contrarrestar el poder otomano que se había adueñado en Europa de
Bizancio, la madre del universo, como la llamaban, de la Acaya, la Morea, el Epiro, la
Acarnania, la Servia, la Valaquia, la Bosnia y el Negroponto; y en el Asia, de la Anatolia, el
imperio de Trebizonda y las colonias y factorías genovesas del Asia Menor y las orillas del
Mar Negro: conquistas que fueron aseguradas después con la toma de la Moldavia por
Bayaceto. De suerte que mientras el Austria y la Francia se hallaban empeñadas
entonces en cruda guerra por el ducado de Bretaña y estaban a punto de entregar a los
turcos la Alemania y la Italia, sólo España oponía sus famosos tercios a los jenízaros de
Mohamed y de Soliman, en unión con los valientes Húngaros y los temibles marinos de la
reina del Adriático. Así, España, que acababa de salvar a Europa de la dominación
africana en su guerra de ocho siglos, contribuía también con poderosos elementos de
combate a preservarla contra las hordas mongólicas y tártaras, que, venidas del Oriente
con el estandarte de Maho ma, amenazaban ahogar la civilización clásica en el Occidente
sustituyendo la media luna a la cruz cristiana sobre las cúpulas de San Marcos de
Venecia y del Vaticano en Roma.
No son éstos los únicos ni los más importantes servicios prestados por la nación
española a la civilización europea y a la humanidad entera. Quedábale reservada una
empresa más alta que las conquistas guerreras y las revoluciones políticas y religiosas de
la época. Iba a corresponderle la insigne gloria de acometer el proyecto del marino
genovés, que importaba el descubrimiento de un nuevo mundo. Por su posición
geográfica, por las abundantes riquezas de su suelo y por el carácter batallador de sus
hijos, España estaba llamada a ser una gran potencia marítima y el brazo armado de los
intereses de la civilización europea. Ninguna comarca mejor dotada que ella por la
naturaleza para ser el centro de una gran cultura y el emporio comercial del mundo. Por
un lado dominaba al mediterráneo con su flota que le hacia señora del Oriente, y por otra
miraba al gran océano que le invitaba a ser la reina de los mares con sus naves
mercantes. La variedad de su clima permitíale entretener las producciones de las zonas
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templadas y de las tropicales juntas. Sus riquezas minerales eran tantas que desde
remotos tiempos atrajeron a los comerciantes fenicios, griegos y cartagineses a fijarse en
ella; era tan hermoso el país , en fin, encantadoras sus vegas y sus huertas, abundantes
los frutos de sus vergeles y viñedos, cortado como se halla por ríos numerosos y por
montañas inaccesibles, que los antiguos lo miraban como el jardín de las Hespérides, y lo
envidiaban todos los pueblos situados alrededor del mar interior. Durante los primeros
siglos del cristianismo alcanzó un alto grado de prosperidad, como lo atestiguan sus
antiguos monumentos, los puentes, acueductos, caminos, baños, templos, anfiteatros,
estatuas y otros vestigios de la civilización romana. Naturales de ella fueron famosos
emperadores como Trajano, Adriano y Teodosio, e insignes sabios y escritores como
Columela, Marcial, Lucano, los dos Séneca, Quintiliano y otros que prolongaron por
algunos siglos el brillo de las letras latinas. Y en el período que corresponde a la
dominación árabe, brilló por el esplendor de las artes, las ciencias, las letras, la
agricultura, las manufacturas y todos los ramos del saber y del trabajo. Mas los reinos
árabes decayeron en todas partes igual que en la península ibérica, donde eran
combatidos por los cristianos y vinieron de vencida hasta 1492 en que la media luna fue
arrancada para siempre de las torres muslímicas de Granada, después de una lucha ocho
veces secular.
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que invadieron la península a principios del siglo octavo de nuestra era. Pelayo inicia la
guerra de la reconquista contra los moros en Covadonga; Cataluña y Navarra responden
a este grito de independencia, y siguen luego su ejemplo Castilla, Aragón, Galicia y las
demás provincias para ahogar entre sus robustos brazos a la morisma invasora. Falta la
unidad de acción a los españoles, y se prolonga la guerra; pero restablecida la unidad
nacional con el matrimonio de Fernando e Isabel, surge España como potencia de primer
orden para realizar la más g rande y gloriosa de sus misiones históricas.
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Y otro gran sabio, Alejandro de Humbold, aprecia del mismo modo el suceso que
nos ocupa cuando escribe en su Examen crítico de la historia de la geografía del nuevo
continente que “en ninguna época un cúmulo más variado de ideas nuevas ha sido puesto
en circulación como en la de Cristóbal Colón y Vasco de Gama, y que debemos al
descubrimiento de América los más sorprendentes progresos de la geografía, del
comercio, de la navegación, de la astronomía náutica y de todas las ciencias físicas,
suceso que ha ejercido considerable influencia sobre los destinos del género humano en
relación a las instituciones sociales”.
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“Llegará un tiempo en el curso de los siglos en que el Océano dilatará sus límites y
descubrirá a los hombres nuevos mundos, de tal suerte que ya no será considerada la
remota isla de Thula como el confín del orbe”.
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Las hazañas que luego llevaron a cabo los españoles en la conquista del Nuevo
Mundo sobrepujan a toda ponderación. Balboa descubre el mar Pacífico; Sebastián
Elcano lo recorre el primero en toda su extensión y circunnavega el hemisferio austral,
tornando a Europa por el Cabo de las Tormentas, que por vez primera despuntara en
1497 el formidable marino portugués Vasco de Gama; Francisco Pizarro, con un puñado
de soldados, sojuzga el poderoso imperio de los Incas; Hernán Cortés, con otro golpe de
gente, supedita el gran imperio de los Aztecas; Orellana explora el gigantesco río de las
Amazo nas; Ayolas y Alvar Núñez, Irala y Ñuflo de Chávez, penetran en los bosques del
Paraguay, someten a los pueblos salvajes y fundan ciudades por doquier.
La invención de América señala la más hermosa época en los anales del mundo,
inaugura una nueva vida y precipita los más grandes progresos. Ella ha ejercido una
sensible influencia en los destinos de la humanidad, originando un cambio notable en las
ideas, en las costumbres, en la navegación, en el comercio; en la industria, en las artes,
en la literatura, en las ciencias y en la política. Merced a tan notable acontecimiento, la
historia, que hasta entonces había sido exclusivamente griega o romana, asiática o
europea, se ha hecho esencialmente universal. Rectificáronse los conocimientos
astronómicos y geográficos, adelantaron las ciencias naturales, cobraron grande impulso
la etnografía y la lingüística, y adquirieron considerable desarrollo las ciencias sociales y
antropológicas. Nuevas luces trajo el estudio del hombre y reveló nuevos principios para
la educación del género humano. La política salió de la esfera religiosa en que se movía
para entrar en el dominio de los intereses económicos. La epopeya dejó de ser mitológica
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III
LA REVOLUCIÓN NORTE-AMERICANA
Los ingleses que pasaron del Viejo Mundo a la América del Norte traían consigo los
hábitos de la vida civil y el amor de la libertad. Hostigados en su país por sus creencias
religiosas, no vinieron a ella en son de guerra para cazar indios, sino como colonizadores
de una tierra virgen donde pudieran, como los troyanos de Eneas en el Lacio, fundar
nuevos altares para su culto y patria nueva para sus hijos.
Las colonias establecidas con tales pobladores – los puritanos de Cromwell y los
cuákeros de Pen, por ejemplo – fueron desde su nacimiento verdaderas repúblicas.
Regíanse por una carta constitucional, que contenía ya en germen el gobierno propio, o
sea, el sistema democrático representativo. Así, el poder público se hallaba dividido en
tres departamentos, ejercidos por un gobernador, un consejo provincial o cámara alta y
una legislatura o cámara popular. La libertad civil y política de los colonos gozaba de
amplia seguridad, y la carta de Virginia consagraba el principio de la autonomía municipal,
o la facultad del pueblo de dictar las leyes que le conciernen. Sin mezclarse con los indios
ni asimilarse sus bárbaras costumbres, crecieron aquellos núcleos humanos en el amor a
la libertad, en el amor al trabajo y en el amor al suelo conquistado por sus mayores.
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Tales vejámenes, a pesar de ser humillantes, no movieron con todo a los colonos a
tomar las armas. La causa más inmediata de la revolución fue el empeño que hizo el
Parlamento en imponer contribuciones a las colonias sin su consentimiento. Es uno de los
principios fundamentales de la libertad inglesa que los subsidios son una donación libre
del pueblo, y que ningún impuesto se puede aplicar sin ser votado por él o por sus
representantes. Como los colonos carecían de éstos en la Cámara de los Comunes,
sostenían formalmente que la imposición de cualquiera contribución era un acto de tiranía,
y la combatieron por ser fatal a sus libertades. Ello no obstante, el Parlamento, para
hacerles sentir con mayor fuerza su autoridad, votó nuevas contribuciones, entre ellas la
del te y la del timbre, la cual fijaba un impuesto sobre cierta clase de documentos
transaccionales y papeles impresos. Estas gabelas provocaron una indignación general, y
en todas partes oyóse este grito de rebelión: ¡Ningún impuesto sin representación!
Asustado el gobierno británico de la actitud del pueblo de las colonias, quiso reparar sus
errores o injusticias, pero ya era tarde. Con efecto, eliminó algunas de las cargas que
pesaban sobre ellas, menos la del te; mas como no se trataba de una cuestión de dinero,
sino de la defensa de un principio, los colonos, resolvieron resistir a la arbitrariedad. La
contienda entrañaba, en verdad, una cuestión de honor y de derecho, más bien que de
interés material, dada la lenidad de los impuestos establecidos. Los americanos se
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sentían mortificados en su dignidad de hombres libres por ser tratados con menosprecio.
Washington decía con ese motivo: ¿De qué se trata y sobre todo qué disputamos?
¿Acaso por el pago de un tributo insignificante? No, es el derecho solamente que
nosotros contestamos.
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“Nosotros sostenemos como evidentes por sí mismas estas verdades: Que todos los
hombres han sido criados iguales; que todos están dotados por su criador de ciertos
derechos inalienables; que entre estos derechos están la vida, la libertad y el conato de la
felicidad; que para asegurar estos derechos se han instituido los gobiernos entre los
hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados; que
siempre que una forma de gobierno se haga subversiva de estos fines, es derecho del
pueblo el alterarla o abolirla o instituir un nuevo gobierno, fundándolo y organizando sus
poderes en los principios y bajo la forma que crea más conveniente para hacer efectiva su
seguridad y su felicidad, que cuando una larga serie de abusos y usurpaciones,
encaminados invariablemente al mismo objeto, manifiestan el designio de reducirlo a un
despotismo absoluto, es su derecho y su deber el derribar a ese gobierno y proveer
nuevos guardianes de su futura seguridad”.
Siete años duró la lucha de la Gran Bretaña con sus colonias, terminando por el
tratado de París de 1783. La constitución federal fue dictada cuatro años después. A su
composición concurrieron los hombres más eminentes del país, tales como Washington,
Franklin, Jay, Hamilton, Madison, Jefferson, los Adams y muchos otros, que eran hombres
de inteligencia superior y de acendrado patriotismo. Recorriendo las páginas de El
Federalista se ve que eran muy versados en filosofía política y sus guías principales, en el
derecho racional, Blackstone, Locke, Montesquieu y Rousseau. Ellos encontraron la forma
de asociación que buscaba el autor del Contrato Social para asegurar la libertad. La
constitución americana es en efecto el código político más importante de los tiempos
modernos y el producto de la más profunda sabiduría, porque ha organizado la República
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de tal manera que coexisten en ella equilibrados los poderes y garantidos los derechos
individuales.
¡Honor a Jorge Washington que ha hecho triunfar tan noble causa! Sus compatriotas
no le han atribuido los títulos pomposos de Gran Libertador, Gran Capitán y Gran
Americano, de que tanto se abusa en la América Española. Le veneran sí como al padre
de la patria, en tanto que la historia le proclama como a uno de los más grandes
caracteres que ha producido la humanidad.
IV
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
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Pues en esta crisis del espíritu humano surge Bacón y lo resucita. De análoga
manera, los filósofos griegos habían proclamado esta verdad: para conocer al hombre, es
necesario estudiar al hombre interior. Pues en esta emergencia aparece Descartes con su
método de observación introspectiva, y resucita el racionalismo griego, que implica la
libertad del pensamiento.
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Finalmente , con el libre examen se discuten las religiones, las instituciones jurídicas
y políticas de los pueblos, y los fundamentos de la sociedad. Todas las creencias son
puestas en duda, todos los dogmas son controvertidos; pero, mientras en el mundo
espiritual se produce la diversidad, en el mundo social y político la anarquía feudal es
ahogada y substituida con el absolutismo romano, que también renace como reacción
contra el despotismo eclesiástico y la excesiva multiplicidad de las pequeñas soberanías
locales dentro de una misma nación. Este trabajo de centralización del poder es obra del
siglo XVII. Comparando los dos siglos se ha dicho que mientras el decimosexto denuncio
una época de renovación, en que todo respira juventud y lozanía, alegría y expansión,
libertad y vida para todas las facultades del hombre, recién salido de las tinieblas de la
edad media; el décimo séptimo es período de opresión y guerras, de odio y luchas
religiosas, de absolutismo monárquico e intolerancia eclesiástica.
La reforma religiosa produjo en Inglaterra primero una revolución moral, luego una
revolución social y política. El inglés se hace protestante y devoto. No importa que sea
anglicano, presbiteriano, cuáquero, independiente, baptista o no conformista; él es
sinceramente religioso. Lee la Biblia en su idioma, la examina, la comenta, cree en Dios,
en Satán, en los ángeles y en los demonios, asiste en la iglesia a los oficios divinos,
cumple los mandamientos o preceptos del decálogo, y odia cordialmente a los papistas y
a la religión romana. Naturalmente serio y meditabundo, no toma la vida por su lado
alegre y frívolo, sino por su lado serio. No se preocupa de las cosas exteriores; sino de las
necesidades del alma. El contempla el mundo interior, se reconcentra en sí mismo, busca
y encuentra la regla moral a la cual debe ajustar su conducta. De aquí que sienta la
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justicia como única y absoluta regla de la vida humana, y concibe el proyecto de ordenar
sus actos con arreglo a un código severo. Piensa que es su deber atenerse a él, y a él se
conforma con una fuerza de voluntad admirable , energía moral que se compadece con la
energía física de su cuerpo. La combinación de ambas fuerzas produce el carácter inglés,
honesto, íntegro e intrépido.
De suerte que las libertades inglesas no son el resultado de una filosofía abstracta,
sino el producto de una convención. Y esta convención, que organiza la sociedad política,
se encuentra en la Gran Carta, en la Petición de derechos, en el acta del Habeas Corpus
y en todas las leyes votadas por el Parlamento.
Con estas máximas y principios se operó la revolución inglesa, que derribó del trono
a Carlos I y a Jacobo II – principios que se hallan consignados en la declaración de 1688.
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Edmundo Burke fue uno de los hombres políticos más sobresalientes de su tiempo,
así por su ilustración clásica, como por su talento oratorio. Conservador y partidario de la
iglesia establecida y de la Constitución inglesa, apostrofaba a los revolucionarios
franceses y sostenía las ideas políticas, que han venido a ser los principios y las doctrinas
de la escuela histórica, diciendo: “La sola idea de fabricar un nuevo gobierno basta para
llenarnos de horror y de disgusto. Nosotros hemos deseado siempre derivar del pasado
todo lo que poseemos como herencia legada por nuestros mayores.... Nuestros títulos no
flotan al aire en la imaginación de los filósofos, sino que ellos radican en la Gran Carta....
Nosotros reclamamos nuestras libertades, no como los derechos de los hombres, sino
como los derechos de los ciudadanos ingleses... Nosotros desdeñamos esa palabrería
abstracta, que priva al hombre del sentido de la justicia, y le llena de presunción y de
teorías.... Nuestra constitución no es un contrato ficticio de la fábrica de vuestro
Rousseau, bueno para ser violado cada tres meses, sino un contrato real mediante el cual
el rey, los nobles, el pueblo y la iglesia se mantienen unidos. La corona del príncipe y el
privilegio del noble son por él tan sagrados como la tierra del paisano o la herramienta del
artesano. Cualesquiera sean la posesión o la heredad de los ciudadanos, nosotros
respetamos la una y la otra, y nuestra ley no tiene otro objeto que conservar a cada uno
su bien y su derecho... Nosotros miramos a los reyes con veneración, a los parlamentos
con afección, a los magistrados con sumisión, a los sacerdotes con respeto, a los nobles
con deferencia... Nosotros estamos dispuestos a conservar la iglesia establecida, la
monarquía establecida, la aristocracia establecida, la democracia establecida, cada una
en el grado que le corresponde, y no en un grado más elevado... Nosotros respetamos la
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propiedad, sea ella de los individuos, o sea ella de las corporaciones eclesiásticas y
civiles. Nosotros pensamos que ningún hombre, ni ninguna asamblea de hombres, tiene
el derecho de despojar a otro hombre ni a otra asamblea de hombres del bien que le
pertenece... Nosotros estimamos que no hay una sociedad de hombres sin creencias
religiosas; nosotros derivamos la justicia de su origen sagrado, y comprendemos que
agotando la fuente de donde mana, secamos el arroyo.... Nosotros vinculamos la
sociedad en el sentimiento del derecho, y éste en la creencia en Dios...... La Constitución
de un país, una vez establecida por contrato tácito o expreso, no puede ser alterada de
una manera arbitraria, sino por el consentimiento de los asociados.... Nosotros
detestamos cordialmente la tiranía y las violencias, y más todavía detestamos el derecho
de insurrección... Detestamos la filosofía de los teorizantes, y sentimos horror por la
nivelación sistemática de todas las clases sociales”.
El renacimiento se inició en Italia mucho tiempo antes que en los demás países de
Europa. Durante las turbulencias del siglo XIV, quiso ella consolarse de las miserias que
la agobiaban y buscó en el pasado los títulos gloriosos del poder romano. Los eruditos
desenterraron las obras de los latinos, y los griegos de Bizancio aportaron a la península
las de los helenos.
La literatura latina, hecha a la imagen de un pueblo que había hablado sobre todo la
lengua de los negocios, contenida en el marco estrecho de la historia, de la elocuencia y
de una poesía que podría llamarse práctica, sin pasión, sin fuego y sin verdadera
inspiración, no abría a los espíritus horizontes luminosos. Para remediar este defecto, se
recurrió a la literatura griega, la cual, siendo más desinteresada y más artística en los
cantos de los poetas, en los discursos de los oradores, en las disertaciones de los
filósofos, revelaba al mundo una retórica poderosa, llena de savia y de grandes ideas,
expresadas en el más bello lenguaje que haya jamás hablado el hombre. La literatura
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griega era no solamente artística, sino filosófica también. Pero la latina , lo mismo que la
griega, presentaba la ventaja de ofrecer modelos que seduc ían a los espíritus. Las
democracias de Atenas y Roma, y sus grandes hombres, entusiasmaban a los pueblos
neo-romanos, los cuales echaban de menos aquellos tiempos famosos.
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privilegios.
Al mismo tiempo que en libros y folletos, se criticaba todo en las tertulias familiares
mediante la conversación, a la cual el francés tiene una inclinación invencible. Con el
hotel de Rambouillet se abren los salones en París. El francés es conversador; tiene
gracia y sabe persuadir, interesar, entretener y halagar la vanidad; su lenguaje es fácil,
fluido, elegante, espiritual, relamido e intencionado, pero nunca maligno; es también
chispeante, claro, terso y transparente. El francés es siempre risueño, alegre y decidor; y
nunca toma demasiado au tragique las cosas, por muy serias que sean. Para él, toda idea
debe ser artística y graciosamente expresada, de modo que la frase denuncia cierto rasgo
de ingenio, o un concepto más o menos brillante. En esta forma ligera, amena y
epigramática, se criticaban en los salones todas las cuestiones aun las teológicas y las
científicas. Y no solamente eran los hombres quienes de ellas se ocupaban, sino también
las damas. Estas hablaban de Descartes y Boussuet, como de los autores de los
panfletos políticos, y acudían a los teatros igual que a la Sorbona y a las salas de
conferencias. Es por eso que hubo preciosas ridículas y mujeres sabias que dieron tema a
Moliére para sus más graciosas comedias; pero ellas contribuyeron a formar el espíritu
público, como los escritos de La Boetie y Voltaire de Mosqueira y Rousseau, y de toda
esa pléyade de brillantes escritores que aparecieron en Francia en los dos siglos que
precedieron a su gran revolución.
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sociales; pero en Francia ellos sirvieron de bande a la Revolución. Se puede decir que
aquellas ideas forman la esencia .el alma francesa. Y como dichas ideas son
cosmopolitas, de aquí que el francés tiene la propensión de universalizar su espíritu. Por
eso su literatura goza de una simpatía universal. Ella no traduce líricamente los
sentimientos y las ideas del pueblo francés, sino las ideas y los sentimientos del género
humano. El inglés os habla exclusivamente de las libertades inglesas y de la Constitución
inglesa; en tanto que el francés os hablará siempre del código de la razón universal y de
los derechos del hombre y del ciudadano. El inglés es el romano de los tiempos
modernos, que tiene su derecho civil exclusivo; el francés es el ciudadano del mundo
universal de los estoicos, que predica que todos los hombres son hermanos o iguales
ante la ley. Este fondo de su espíritu explica por qué la revolución francesa no se llevó a
cabo en nombre del pueblo francés, sino en nombre de la humanidad; el ardor con que
fueron perseguidos sus ideales políticos y sociales, y el santo entusiasmo que se apoderó
de todos los ciudadanos, hasta el punto de que participaron de él los mismos individuos
de las clases privilegiadas.
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La condición de los individuos no era mejor en los tiempos del feudalismo, régimen
que subsistió hasta la Revolución francesa.
Pero no es esto todo. Si la organización política del Estado dejaba sin garantía al
individuo, es decir, a merced de la autoridad, que esclavizaba su cuerpo y su pensamiento
a la vez; la organización social le relegaba a la condición de un animal. Es que la
sociedad europea se fundaba sobre el privilegio, es decir, que estaba dividida en clases
desiguales, privilegiadas unas, y otra, la más numerosa, destituida de todo derecho.
El clero, que tenía la preeminencia sobre las demás, era dueño de propiedades
inmensas, las cuales no estaban sujetas a impuesto alguno. Se apoderaba del hombre
desde el momento de nacer y no le abandonaba sino en el osario común. Dirigía su
educación y su conducta durante toda la vida, a cuyo fin ejercía la inspección de las
escuelas, los hospitales y establecimientos de beneficencia. Llevaba, pues, los libros de
bautismo de casamiento y de entierro. Finalmente, el clero disponía de sus tribunales
particulares, para juzgar a los individuos de su clase, y sobre todo, las causas relativas al
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matrimonio.
El siervo era un mano muerta: lo cual quiere decir que, en caso de muerte, no podía
transmitir sus bienes más que a sus hijos: faltando éste, le heredaba su señor.
Las cargas que pesaban sobre los villanos eran numerosas. No solamente pagaban
al señor un impuesto de capitación, sino también un censo por la tierra que cultivaban; la
talla, impuesto sobre la familia; el de formariage, por casarse con persona de otro señorío ;
y los que se pagaban, en fin, por gozar de los bosques, pastos, estanques, y ríos cuyo
uso se reservaba el señor; por concurrir a las ferias que establecía, abrir tiendas y
exponer mercancías en sus dominios, o transitar por los puentes, caminos y puertas que
construía y conservaba. La corvea era todo servicio o prestación personal que el villano
debía a su señor.
Además de estas cargas, el villano tenía la obligación de moler el trigo, cocer el pan
y pisar la uva en el molino, el horno y el lagar del señor, respectivamente, satisfaciendo un
tanto por cada uno de estos servicios; y usar sus pesas y medidas mediante el pago de
otra cantidad; en tanto que el señor se reservaba el derecho de cazar en las tierras
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cultivadas por los villanos, devastar en cacería los sembrados y las mieses, conejear y
palomear, es decir, criar conejos y palomas que destruían las plantaciones a vista y
paciencia de aquellos infelices siervos, sin que les fuera dado impedirlo.
Los señores ejercían por sí mismos la llamada justicia dominial, aplicando su propio
derecho privilegiado. Eran señores de horca y cuchillo y cometían todo género de
violencias y atentados.
Aquellos bandidos, que no sabían leer ni escribir y que se habían adueñado de las
tierras por el fraude o la usurpación, constituían hermandades para resistir a los reyes y
oprimir mejor a los puebles.
La reglamentación del trabajo era tan absurda y vejatoria que el agricultor no podía
cambiar de profesión, hacerse industrial o artesano sin una licencia especial. El que
ingresaba en la industria, comenzaba por ser aprendiz, después de varios años era
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compañero, muchos años más tarde maestro, abonando en cada grado onerosísimas
derramas. Para hacerse buhonero, mercader, carpintero, cerrajero, se necesitaba
autorización real, y pagar abrumadoras cargas. Nadie podía ejercer dos oficios a la vez; al
que tejía lana, no le era lícito cardarla; al que urdía blondas y encajes de seda, no le era
permitido trabajar en género de hilo. De suerte que por causa del real nombramiento de
los gremios y corporaciones, los reglamentos, la previa licencia y los monopolios,
ahogábase toda empresa y se aniquilaba toda actividad.
Los cargos municipales eran venales, las magistraturas eran venales también, y se
transmitían por juros de heredad, o se conservaban hereditariamente en la familia que
más pagaba por ellos en dinero. Como debe comprenderse, la administración era
malísima con semejante régimen, y la inmoralidad y la rapiña de los empleados eran
proverbiales.
Las injusticias irritan; sólo los pueblos embrutecidos las comportan. Así, los
monopolios de las corporaciones, las prerrogativas de las clases privilegiadas, la tiranía
de los señores feudales, los abusos del clero, los desafueros de las magistraturas, la
intolerancia civil y eclesiástica, los vicios de la legislación y el procedimiento inquisitivo
con sus tormentos y sus ordalías, las penas infamantes, las restricciones al trabajo, el
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despotismo de los reyes; los despilfarros de las cortes y la miseria espantosa de los
pueblos, debieron llamar la atención de los espíritus selectos; y de los hombres de
corazón, para reclamar reformas, buscar remedios al mal e ilustrar la conciencia de las
multitudes acerca del hombre y de la sociedad, de la iglesia y del estado, del derecho y de
la religión, de la justicia y de la libertad.
Ya he indicado antes que los estudios comenzaron con la reforma religiosa. Bacon y
Descartes resucitaron los métodos naturales de la ciencia positiva y de la especulación
filosófica. Ambos devolvieron a! género humano el sentido de la realidad.
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arte.
Los principios reformistas cundieron en toda Europa, y varios gobiernos los pusieron
en planta. Tal es el poder de la razón y de la verdad que se rindieron a ellas las mismas
testas coronadas; pero marraron los proyectos reformadores por causa de la resistencia
de las clases privilegiadas. Contra ella se estrellaron las generosas tentativas de Turgot. Y
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entonces la nación francesa apercibióse a hacerse justicia ella misma, por medio de la
revolución más gigantesca que se conoce en la historia y que, sacudiendo con fuerza
extraordinaria el cuarteado y vetusto edificio del feudalismo, vino con él a tierra para
libertar al hombre de la esclavitud del hombre por el derecho, como se había libertado de
la esclavitud de la naturaleza por el poder de la ciencia.
Como el mundo es regido por la inteligencia, las grandes revoluciones sociales son
el resultado de las ideas que segrega el cerebro a la continua, y de las emociones que
bajo su influjo experimenta el corazón. Así, la protesta luterana del siglo décimo sexto y la
reivindicación del derecho humano de la centuria décima octava que vengo bosquejando,
no fueron sino las deducciones lógicas, en el orden de los hechos, del movimiento de los
espíritus que produjo en toda Europa el renacimiento de los saberes antiguos.
Y así como los gases del globo terráqueo suelen a veces inflamarse, producir
sacudimientos más o menos fuertes, o causar conmociones profundas como los
terremotos, y surgir a la superficie por anchos cráteres en forma de candentes y
abrasadoras lavas, también las ideas bullen en la mente y se resuelven en explosiones
terribles que llamamos revoluciones sociales, religiosas o políticas, para cuajarse en las
instituciones protectoras de los derechos individuales.
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acumulado las pasiones más violentas, las cóleras más terribles y los odios más
profundos contra sus crueles opresores. Si ella despide fulgores que deslumbran, como
los relámpagos que culebrean entre las nubes tempestuosas, es porque hay espíritus
luminosos, que guían su marcha ascendente hacia el Tabor de la transfiguración moral de
la humanidad. Y si, finalmente, ella se distingue también por rasgos sublimes, de
heroísmo y de altruismo, es porque los individuos que la dirigen, al mismo tiempo que de
superior inteligencia, están dotados de corazones magnánimos, que palpitan al calor de
nobles ideales y de los sentimientos más generosos. De suerte que la revolución
francesa, en lugar de venir saturada por la hiel de la venganza popular, ha nacido
impregnada del amor de la humanidad, como brota el sándalo oloroso perfumado por el
aroma de su propia esencia. Las tentativas de reformas hechas por Turgot y Necker, las
justas aspiraciones de los Notables, los ideales humanitarios enunciados por los Estados
Generales, los proyectos reformistas de la Asamblea Constituyente y de la Asamblea
Legislativa, demuestran claramente que ella no nació armada con la cuchilla del carnicero,
ni con el hacha del verdugo, sino con el eterno código de los derechos humanos, y con la
espada de la justicia, para poner término a la opresión y al despotismo, a los tormentos de
las cárceles, a las torturas horrorosas de las penas aflictivas, a la expoliación de los
privilegiados, y a los hondos gemidos de un pueblo desventurado. Y si hubo después
matanzas, guerras, incendios, asolamientos y males de todo género, ella no fue
ocasionado por los hombres que dirigían el carro de la revolución, sino por la tenaz y
criminal resistencia que a esas saludables reformas pacificas opusieron el Rey, la Reina,
la corte, la nobleza, el clero y el imbécil parlamento de París que se negaba a registrar las
decisiones de los ministros – es decir, por la desesperación de un pueblo que veía
combatidas sin razón sus más caras y consoladoras esperanzas.
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códigos señoriales con el moderno código de los derechos humanos. Y en medio de las
histéricas convulsiones de esta gigantesca revolución, se disipan las tinieblas del pasado,
se iluminan las conciencias, se realizan las predicciones de los filósofos, se abrazan los
pueblos en el Gólgota de los sacrificios comunes y nueva aurora luce en el horizonte,
aurora de redención moral, de tiempos venturosos y de infinitas esperanzas para el
porvenir de la humanidad.
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Por otra parte, España no trataba a América sino como objeto de granjería. De aquí
el abandono de la agricultura, la interdicción del comercio exterior y la explotación
exclusiva de las minas. En su sistema de administración no entraba para nada la
enseñanza de las artes, ni la educación de los indígenas recogidos para las reducciones y
encomiendas. No mejoraron tampoco su condición los tantos frailes catequizadores
suyos, porque fueron mantenidos en su ignorancia primitiva., en tanto que el resto de las
numerosas tribus que vivían dispersas por los montes y las montañas seguían
practicando sus bárbaras costumbres. Por ésta y otras causas, las ideas europeas no se
comunicaban a las colonias, que aisladas unas de otras por las distancias y prohibiciones
gubernativas, mantenían separadamente relaciones sólo con la madre patria. Y como de
esta no recibían más que géneros de Castilla o ultramarinos, cédulas reales y bulas
pontificias, pasaban su existencia en el sopor y el oscurantismo.
Sólo unos pocos hombres que había n vivido en Europa y Estados Unidos pudieron
ilustrarse y concebir ideas más fecundas que las que circulaban en América. Y
precisamente ellos fueron los que iniciaron el movimiento de emancipación de estos
pueblos, que no se habían conmovido ni por la revolución norteamericana, ni por la
francesa, hasta que Napoleón despertó de su sue ño medieval a España y la galvanizó
con la corriente eléctrica de las nuevas ideas.
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Francisco Miranda, quién había comenzado su brillante carrera militar en los ejércitos
ciudadanos de Washington, templando su alma inmaculada en el fuego de los combates e
ilustrando su mente con la luz del derecho moderno. Vocero y apóstol de las doctrinas
redentoras, los periódicos londinenses le saludaron en 1785 como al futuro libertador de
la América del Sud. Cinco años después de aquella fecha, negoció con el ministro Pitt el
proyecto de insurreccionar las colonias hispano americanas, al mismo tiempo que inducía
al jesuita Vizcardo y Guzmán, expulsado de México, a proclamar a los pueblos y a
llamarlos a la libertad; pero ese convenio no surtió efecto por causa de la revolución
francesa que desde el primer día asendereaba a Inglaterra por rumbos desconocidos.
Pasó entonces a París, y allí se encontró con José Caro y Antonio Nariño, quienes
obrando como representantes del Perú y Nueva Granada, respectivamente, buscaban el
mismo fin que él perseguía. Había también mexicanos que trabajaban en el mismo
sentido, y todos juntos le animaron a volver a Londres en 1797 para exigir de Pitt el
cumplimiento de la palabra empeñada. Y si bien es cierto que éste mostróse siempre
inclinado a ayudarle en su empresa, tampoco esta vez pudo protegerle, por causa de la
cancillería de Washington, que temiendo que Inglaterra se aprovechase de esa
circunstancia, para apoderarse de una parte de América, como ya lo había intentado
antes en Tierra Firme, no asintió a que se llevara a cabo la expedición. En 1805 sufrió un
tercer desengaño, esta vez por causa de Rusia que, por otros motivos, apoyaba a
España. Después de haber solicitado en vano a otras cortes europeas, y desdeñado de la
Francia republicana, en cuyos ejércitos había servido a las órdenes de Dumouriez, el
general Miranda decidióse por fin a obrar por su cuenta, solo y señero, y acometió la
malograda expedición a Coro el mismo año en que Inglaterra, desistiendo de sus miras
ambiciosas sobre México y Costa Firme, las convertía hacia el Río de la Plata (1806) Pero
lejos de desengañarse por este revés, volvió a Venezuela a los cuatro años para iniciar la
guerra de la independencia, después de haber inoculado sus ideas a Bolívar, San Martín,
O’Higgins y muchos otros patriotas a quienes tomó el juramento de trabajar por la libertad
de América.
Era el general Miranda un hombre de vasto saber, gran corazón y ánimo levantado,
y un militar ducho en los azares de la guerra. Republicano sincero, se apasionó por la
libertad, y viósele combatir por ella en el Nuevo como en el Viejo Mundo, pues
consideraba cumplidero para él, ciudadano universal de los estoicos, el defender la causa
de los pueblos, do quiera existiese la tiranía. Era tan puro su patriotismo y tan grande su
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A pesar de esas brillantes dotes, que realzaban la excelsa figura del héroe de ambos
mundos, no adunaba el general Miranda las cualidades requeridas para ser el caudillo de
la revolución, por ser esta empresa superior a sus fuerzas fatigadas. Así fue que no bien
inicióse la guerra de la independencia, vióse él obligado a capitular. Tomado prisionero en
violación del pacto de tregua que había celebrado con los españoles, le mandaron éstos a
los calabozos de Cádiz, donde murió, viejo y achacoso, el año de 1816, después de
veinticinco años de activa propaganda y de lucha incesante.
Como las colonias americanas no eran posesiones de España, sino del monarca
español, pensaron al punto que, habiendo sido depuesto el rey del cual dependían,
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quedaban ellas sin amo, y dueñas por ende de su soberanía, pues tal es el principio
enseñado en el Contrato Social, que ha sido el evangelio de las grandes revoluciones
modernas. Así fue que al grito de ¡España ha caducado! constituyéronse en todas las
provincias, como en la península, juntas de gobierno con propósitos separatistas, aunque
fingiendo fidelidad al monarca desposeído por el francés, con el intento de tener de su
lado a las a utoridades reales y a los españoles residentes en América.
En el Río de la Plata, desde las invasiones inglesas (1806), los espíritus venían
preparándose para la independencia, pero no en sentido republicano, sino en el
monarquista. Los patriotas de Buenos Aires hicieron trabajos en este sentido desde 1808
poniéndose en inteligencia con miembros de la familia de Borbón. En la espera de realizar
este desacertado proyecto, retardaron la declaración de su independencia hasta 1816 sin
abandonar la idea de monarquizar el país. Pero los pueblos de las provincias le hicieron
fracasar, declarando guerra a muerte a la metrópoli porteña.
Como en esta región no había ejército español, propiamente dicho, el Río de la Plata
quedó independiente, definitivamente, de la madre patria, desde la rendición de la
guarnición de Montevideo ocurrida en 1814; pero Buenos Aires llevó sus armas al Alto
Perú con el fin de sustraer sus provincias al dominio del Virrey de Lima y formar con ellas,
con el Paraguay y el Uruguay, una sola y grande nación. Tampoco logró realizar una
empresa gigantesca, por la oposición del Paraguay y el Uruguay, y por el abandono de la
expedición llevada al Perú por el general San Martín.
La de Nueva España se definió por don Agustín Iturbide, quien cometió el grave
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error de hacerse proclamar Emperador, como los generales romanos, por sus propias
legiones, contrariando las aspiraciones republicanas del pueblo y los principios de la
revolución. Fulminado el año siguiente del poder por las masas ciudadanas, separóse de
México la Capitanía General de Guatemala y constituyóse en nación independiente con el
nombre de Provincias Unidas de Centro América.
Dos nuevas Repúblicas salieron de esta guerra final: el Perú, propiamente dicho, y
Bolivia, formada ésta con las cuatro provincias alto-peruanas que en 1816 se habían
adherido a Buenos Aires. Este hecho respondía a un acto político de Bolívar, presidente
entonces de la República de Colombia. Tanto los peruanos como los argentinos
ambicionaban anexarse el Alto – Perú, comprendido antes en el Virreynato del Río de la
Plata. El Libertador cortó el nudo con la espada, convirtiéndolo en nación independiente.
La lucha había durado quince años, aproximadamente. Jamás se llevó a cabo – dice
el historiador Gervinus – una empresa más grande y más difícil con medios más
mezquinos. En 1818 los representantes de las grandes potencias reunidos en el
Congreso de Aix la Chapelle, acordaban todavía intervenir en la contienda para
restablecer la autoridad de Fernando VII en este Continente; y hubieran puesto en planta
su proyecto a no surgir la protesta de la cancillería de Washington, quien previno a
Inglaterra que no prestará su asentimiento a la mediación de las potencias, siempre que
ella no fuera en el sentido de reconocer, de una manera absoluta y sin reservas, la
independencia de las colonias americanas.
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Así fue que Bolívar continuó la guerra sin hacer caso de las amenazas de las
potencias que favorecían al rey absoluto de España. Grandes fueron las dificultades que
tuvo que vencer, provenientes de la escasez de recursos, de la mala voluntad de ciertas
provincias levantiscas, del espíritu de insubordinación de algunos de sus jefes, de la
tenacidad con que peleaban las aguerridas tropas españolas, de los reveses sufridos
durante el curso de la lucha y hasta de la propia naturaleza, pues él tenía que recorrer
inmensas distancias y pasar y repasar, como los primeros conquistadores de América,
con sus tropas y sus caballos, los Andes ecuatoriales cubiertos de nieve, por senderos no
trillados, entre abismos y precipicios, y sin provisiones de boca; en tanto que su teniente
Sucre paseaba sus legiones por las faldas del Cotopaxi y del Pichincha para llevarlas a la
victoria. Pero no por eso desmayó un solo momento el paladín americano, de quien puede
decirse con propiedad que había robado el fuego de su alma a los volcanes y las alas de
su corcel de guerra a los vientos.
La guerra de la independencia sud americana fue empresa más difícil que la del
norte. Washington no tuvo por teatro de operaciones más que el reducido espacio de
nueve colonias agrupadas en la costa del Atlántico, en tanto que la revolución hispano
americana se desarrolló desde México hasta Buenos Aires, entre los dos grandes
océanos que limitan este continente. En las colonias inglesas no había tradiciones que
extinguir, ni desigualdades sociales que borrar. Regidas de antiguo por instituciones
libres, sólo tuvieron que crear el lazo federativo para organizarse en cuerpo de nación.
Entre nosotros no bastaba conseguir la independencia de la metrópoli; nos era preciso
también destruir por su base las instituciones monárquicas de la madre patria, y crear en
su lugar las que son propias del régimen democrático. Esta circunstancia hizo difícil la
organización de la libertad, para la cual no estaban estos pueblos preparados, máxime si
se tiene en cuenta que todas las provincias quisieron erigirse en soberanías
independientes. De aquí las dictaduras creadas en todas partes y las disensiones
domésticas que tanto ensangrentaron el suelo americano y que no pueden darse aún por
terminadas. Por lo demás, tanto la revolución norteamericana como la del sur fueron
igualmente grandes, porque una y otra se hicieron en nombre de la justicia y del derecho.
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límites, concibió el proyecto de agruparlas por un tratado isopolítico con el fin de alejar el
peligro exterior y de evitar La lucha interna. Convócalas al efecto a un Congreso general
reunido en Panamá, el cual tuvo por especial encargo el de proclamar el principio del
arbitraje como base del derecho público americano. Desgraciadamente, este ambicioso
proyecto no pudo realizarse, porque fue mirado con desconfianza por otros poderes que
soñaron desde temprano con establecer su hegemonía en toda o en una parte de la
América del Sud; hegemonía que no podían ejercer si se ponía a la cabeza de la
anfictionía continental la entonces poderosa República de Colombia.
Una de las más famosas intervenciones que tuvieron lugar en el Continente fue la
del segundo imperio francés en 1862, con el intento de establecer en México una
monarquía imperial. Con los generales Laurencez, Forey y Bazaine, entraron,
sucesivamente, en tierra de Anahuac, cuarenta y siete mil veteranos de Magenta y
Solferino, quienes se posesionaron de ella, como ocuparon España los del primer
Napoleón en 1808. Estos orgullosos herederos de las glorias del césar moderno
consideraron tan fácil la empresa de conquistar el país, que su jefe el general Laurencez,
antes de iniciar la campaña, se apresuraba a escribir al ministro de la guerra en estos
términos: “Tenemos sobre los mexicanos la superioridad de raza, de organización, de
disciplina, de moralidad y de elevación de sentimientos, que ruego a Vuestra Excelencia
diga al Emperador que desde ahora soy el dueño de México”.
Era Juárez un indio zapoteca que a los doce años de edad no sabía todavía leer, ni
hablar el castellano; pero más tarde llegó a ser jurisconsulto y hombre de letras. Como
gobernador del estado de Oaxaca, donde naciera, mostróse decidido protector de la
instrucción del pueblo y fundó escuelas y numerosos planteles de educación. Imbuido de
ideas liberales, fue uno de los campeones de las leyes llamadas de reforma, que
nacionalizaron y desamortizaron los bienes del clero, suprimieron comunidades religiosas,
proclamaron la tolerancia de cultos y secularizaron los cementerios. Los conservadores,
cuyo poder era considerable por las cuantiosas riquezas del clero, combatieron
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Benito Juárez fue en México lo que Lincoln en Estados unidos. Ambos salvaron las
instituciones republicanas de América, cuando las grandes potencias se mostraban
interesadas en hacer prevalecer en ella el principio monárquico, y el imperio del Brasil se
había apresurado a reconocer el de México.
Pero estaba decretado por el destino que América debía de ser república y
contrabalancear el influjo político de la Europa absolutista. Castelar decía que “la fugaz
corona de Maximiliano, al rodar por los suelos, se llevaba consigo nada menos que la
corona de Napoleón”. Y sucedió que la tragedia de Querétaro en 1867 fue en efecto el
preludio de la catástrofe de Sedán, cuya inmediata consecuencia fue la creación de la
República Francesa.
Hoy el sistema republicano impera en toda la extensión del mundo colombiano, pues
el Brasil también, después de la guerra con el Paraguay, lo ha adoptado; y América ha
venido a ser, como Roma antigua, la patria común de todos los pueblos y el panteón de
todas las creencias religiosas, es decir, la tierra por excelencia de la democracia y de la
libertad.
Sin duda alguna, hay numerosas historias particulares acerca de los pueblos de este
continente; pero en ellas no se tratan aquellos capitales asuntos, sino que se ocupan
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La historia, para ser útil a los pueblos, debe enseñarnos algo más que ruidosas
batallas. Como quería Lessing, la historia debe ser una educación para el género
humano. Y a este fin ella debe iniciarnos en el conocimiento de los sucesos que han
empujado a las sociedades al cumplimiento de su destino.
Con razón ha dicho Victor Duruy ( 1) que todas las historias contemporáneas son
falsas por defectos de información o por las pasiones que han desencadenado las luchas
políticas. La verdad histórica no se descubre sino mucho después de haber ocurrido los
hechos. Sólo en la lejanía del tiempo puede encontrarse el punto verdadero de la
perspectiva histórica, como se halla sólo a la distancia el de la perspectiva de un cuadro.
VI
1 Victor Duruy (1811-1894) Historiador francés, autor de una Historia de los Romanos.
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ciudades, los movimientos populares del 24 y 25 de Mayo de 1810, con que se inició la
guerra de la independencia de los pueblos que formaban entonces e! Virreynato del Río
de la Plata, a saber: las Provincias argentinas, el Alto Perú (hoy Bolivia), Uruguay y
Paraguay. Los porteños depusieron al Virrey pacíficamente e instalaron una Junta
Gubernativa que asumía el poder supremo a nombre del Rey Fernando VII, no
precisamente con el fin de conservarle sus derechos, sino de tranquilizar a los partidarios
de aquel malvado príncipe, deshonra de la historia.
3º. Formar a la mayor brevedad una junta de guerra que adopte las medidas
conducentes a la seguridad y defensa de la Provincia.
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“Por cuanto: el Gobierno del Paraguay complotado con el obispo y algunos otros
individuos enemigos de la felicidad de estas provincias, han sembrado especies
maliciosas, aversivas de la unión de unos pueblos hermanos y que deben estrecharse por
las relaciones más sagradas. Por tanto: ha resuelto la Junta comisionar a don Juan
Francisco Agüero, natural de la ciudad de Asunción del Paraguay y residente en esta
capital: autorizando en forma competente su persona para que pasando a su provincia,
instruya a sus paisanos del origen, motivos y objetos de la instalación de esta Junta; les
manifieste que su establecimiento es enteramente conforme a los principios de fidelidad a
nuestro augusto monarca el señor Fernando VII, y el único medio de conservar su amable
dominación en estos dominios, atacados de mil modos por las intrigas y asechanzas de
los extranjeros: que les refiera el fomento que el país recibe con rapidez, el aprecio con
que se miran sus naturales, distinción que se dispensa a la virtud y al mérito, el respeto
que se tributa a las leyes y la guerra que se ha declarado a los perversos que antes
sofocaban los principios de nuestra felicidad. Que les recomiende las ventajas de nuestra
unión y los males a que el Paraguay quedará expuesto si continúa dividido, pues aislado y
sin comercio sufrirá una ruina sin término y caerá en la dominación de los portugueses,
que se aprovecharán de su indefensión. En esta virtud y para los indicados efectos,
manda la Junta que se extienda el presente despacho, sellado con las armas reales,
refrendado por su secretario de gobierno y guerra. Dado en Buenos Aires a 27 de
Septiembre de 1810 – Mariano Moreno.
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Mas como tales procedimientos necesitaban ser legitimados por el voto popular
emitidos en congreso general, se convocó uno al efecto en el cual tomaron asiento mil
diputados, porque ya el doctor. Francia, siguiendo las doctrinas del Contrato Social,
hablaba de derechos humanos imprescriptibles de pacto social y de la soberanía de las
multitudes.
“Al presente nos hallamos en circunstancias más favorables. Nuevas luces se han
adquirido y propagado, habiendo sido objeto de meditaciones de los sabios y de las
atenciones públicas todo lo que está ligado al interés general, y todo lo que puede
contribuir a hacer a los hombres mejores y más felices.
“El terreno está desmontado; ahora es preciso cultivarlo sembrando las semillas de
nuestra futura prosperidad.
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“Aún son más urgentes las circunstancias en que nos hallamos. La soberanía ha
desaparecido en la nación. No hay un tribunal que cierta e indubitablemente pueda
considerarse como el órgano o representante de la autoridad suprema. Por eso muchas y
grandes provincias han tomado el arbitrio de constituirse y gobernarse por sí mismas:
otras se consideran en un estado vacilante, o de próxima agitación; y su incertidumbre y
situación que presagia una casi general convulsión...................
Apresurémonos a decir que tan sublime filosofía no pudo poner en práctica el doctor
Francia, salvo aquello en que sostiene que los pueblos deben gobernarse por sí mismos,
sin depender de ningún poder extraño.
Escrito en lenguaje sobrio y enérgico, como para herir el entendimiento, ese discurso
estaba encaminado a despertar en los ánimos de los congresales ideas de libertad y,
particularmente, la idea de la independencia, y a inflamar sus sentimientos patrióticos.
Y debió producir mucho efecto en ellos porque dice Molas que “todos los ciudadanos
que habían concurrido al Congreso, manifestaron la más tierna y dulce sensación al
contemplarse libres y con plena facultad de votar, según su conciencia, sobre la forma de
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gobierno que los había de regir en adelante, y que estuvieron firmemente persuadidos
que el supremo árbitro del Universo favorecería su causa, y el ángel tutelar del Paraguay
velaría sobre ellos”.
La expresada asamblea acordó crear una nueva Junta de Gobierno, que, como la
anterior, estuvo dirigida por el mismo Francia.
También resolvió mantener buenas relaciones con Buenos Aires, y formar con ella
una sociedad fundada en principios de justicia, equidad e igualdad, es decir, mediante un
pacto internacional.
“Excmo. señor: Cuando esta Provincia opuso sus fuerzas a las que vinieron dirigidas
de esa ciudad, no tuvo ni podía tener otro objeto que su natural defensa. No es dudable
que, abolida y deshecha la representación del poder supremo, recae éste o queda
refundido naturalmente en toda la nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto
modo participante del atributo de la soberanía, y aun los ministros públicos han menester
su consentimiento o libre conformidad para el ejercicio de sus facultades. De este
principio tan importante, como fecundo en útiles consecuencias, y que V.E. sin duda lo
había reconocido, se deduce ciertamente, que reasumiendo los pueblos sus derechos
primitivos, se hallan todos en igual caso, y que igualmente corresponde a todos velar
sobre su propia conservación. Si en este estado se presentaba el consejo llamado de
regencia, no sin algunas apariencias de legitimidad, ¿qué mucho es que hubiese pueblos
que, buscando una áncora de que asirse en la general borrasca que lo amenazaba,
adoptasen diferente sistema de seguridad, sin oponerse a la general de la nación?
“Es verdad que esta idea para el mejor logro de su objeto, podía haberse rectificado.
La confederación de esta Provincia con las demás de nuestra América, y principalmente
con las que comprendían la demarcación del antiguo Virreynato, debía ser de un interés
más inmediato, más asequible y por lo mismo más natural, como de pueblos no sólo de
un mismo origen, sino que por el enlace de particulares recíprocos intereses, parecen
destinados por la naturaleza misma a vivir y conservarse unidos. No faltaban verdaderos
patriotas que deseasen esta dichosa unión en términos justos y razonables; pero las
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“Al fin las cosas de la Provincia llegaron a tal estado, que fue preciso que ella se
resolviese seriamente a recobrar sus derechos usurpados para salir de la antigua
opresión en que se mantenía, agravada con nuevos males de un régimen sin concierto, y
para ponerse al mismo tiempo a cubierto del rigor de una nueva esclavitud de que se
sentía amenazada.....…………
“Este ha sido el modo como ella por sí misma (la Provincia del Paraguay) y a
esfuerzos de su propia resolución, se ha constituido en libertad y en el pleno goce de sus
derechos; pero se engañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención había
sido entregarse al arbitrio ajeno y hacer dependiente su suerte de otra voluntad. En tal
caso nada habría adelantado, ni reportado otro fruto de su sacrificio que el cambiar una
cadena por otra y mudar de amo. Ni nunca V.E., apreciador justo y equitativo, extrañará
que en el estado a que han llegado los negocios de la nación, sin poderse divisar el éxito
que puedan tener, el Pueblo del Paraguay desde ahora se muestra celoso de su naciente
libertad, después que ha tenido valor para recobrarla. Sabe muy bien que si la libertad
puede a veces adquirirse o conquistarse, una vez perdida, no es igualmente fácil volver a
recuperarla. Ni esto es recelar que V.E. sea capaz de abrigar en su corazón intenciones
menos justas y equitativas; muy lejos de esto, cuando la Provincia no hace más que
sostener su libertad y sus derechos, se lisonjea esta Junta que V.E. aplaudirá estos
nobles sentimientos, considerando cuanto en favor de nuestra causa común puede
esperarse de un pueblo grande que piensa y habla con esta franqueza y
magnanimidad...................
El doctor Francia, que trató con ellos, en lugar de ceder a sus pretensiones, les
indujo a suscribir el tratado del 12 de octubre de 1811, por el cual se sancionaban dos
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La Junta de Buenos Aires ratificó a pesar suyo el convenio ajustado por sus
plenipotenciarios para no romper sus relaciones con la del Paraguay.
Poco después, el doctor Francia se retiró del gobierno para no sufrir las insolencias
de los militares que querían sobreponérsele y reanudar mejores relaciones con Buenos
Aires. No volvió a él sino en Noviembre de 1812, después de habérsele rogado y
asegurado que en adelante no sería más objeto de ninguna clase de violencias. Además,
él pedía cambio de gobierno y la reunión de un nuevo Congreso de mil diputados. Este
fue convocado para el mes de Octubre del año siguiente.
Tan luego la Junta de Buenos Aires tuvo noticia de que una nueva asamblea iba a
reunirse en la Asunción, comunicó al doctor Nicolás Herrera para venir a exponerle sus
miras y obtener del gobierno paraguayo un compromiso de unión y confederación
efectiva. Pero Francia, que nunca permitió a sus colegas que tratasen con los enviados de
Buenos Aires, mucho menos podía consentir que el doctor Herrera se entendiese
directamente con el Congreso, como él lo pretendía. Así fue que, dominando en absoluto
Francia a la asamblea, impidió a Herrera a presentarse ante ella. Y con el fin de
desahuciar de una vez a la Junta porteña de conseguir sus pretensiones, hizo adoptar por
la misma asamblea las resoluciones siguientes:
2ª. Declarar rota la alianza celebrada con Buenos Aires por el tratado del 12 de
Octubre de 1811.
El mismo Congreso eligió como cónsules a los señores Francia y Yegros, los cuales
fueron investidos de la dignidad de brigadieres generales.
Por manejos del primero que quería deshacerse de su colega, el año 1814 otro
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Segundo: Tendrá el sueldo de siete mil pesos anuales, en atención a que en el acto
no ha aceptado el Dictador el sueldo de doce mil pesos por año que ha acordado el
Congreso.
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estos términos:
Las asambleas nacionales habían declarado siempre, desde 1810, que la soberanía,
o el poder de dictar las leyes, residía esencialmente en la nación. Y el Congreso de 1816,
que nombró al doctor Francia dictador vitalicio, no delegó en él la soberanía, ni el poder
absoluto. Antes bien, le recomendaba que convocara los Congresos cuando hubiere
menester. Luego la soberanía guardaba silencio, pero no quedaba extinguida, como diría
Rousseau.
VII
Es cosa bien averiguada que don José Gaspar Rodríguez de Francia nació en la
Asunción el 6 de Enero de 1766, habiendo sido sus padres el Capitán de Artillería don
García Rodríguez Francia, natural de Río de Janeiro, y la criolla paraguaya doña María
Josefa de Velazco, la cual descendía de don Fulgencio de Yegros y Ledesma, antiguo
Gobernador y Capitán General de la Provincia del Paraguay, de 1764 a 1766.
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se titulaba Clérigo de Ordenes Menores, pues en Córdoba los más de los alumnos se
hacían sacerdotes, ministerio que él rechazó después.
El joven profesor se indispuso, por causa de sus ideas liberales, con el Vicario
Provisor, y fue privado de su cátedra, que fue dada a otro. Francia reclamó de esta
injusticia con una tenacidad tal que obligó a su reemplazante a dimitir, quedando aquella
vacante.
Desde que fue privado de su cátedra se consagró Francia con ahínco al estudio del
derecho. En 1809 el Cabildo de la Asunción le eligió diputado para las Cortes Españolas,
y dio de él al Virrey de Buenos Aires el siguiente informe:
Estos elogios eran merecidos, porque el doctor Francia había demostrado en todos
sus actos ilustración y talento, integridad de carácter y voluntad enérgica.
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probidad a toda prueba. Jamás causa alguna injus ta mancilló su ministerio de abogado.
Jamás vaciló en defender al débil contra el fuerte, al pobre contra el rico. Exigía
honorarios considerables de los hombres pudientes, pero se mostraba con raro desinterés
hacia los litigantes escasos de recursos, o que eran injustamente arrastrados a los
tribunales. Heredero de un modesto patrimonio, nunca trató de acrecentarlo; la mitad de
una casa sita en la ciudad y una pequeña propiedad en el campo constituían toda su
fortuna y satisfacían todos sus deseos, hasta el punto de que, viéndose un día poseedor
de ochocientos pesos, consideró esta suma excesiva para un hombre solo y la despilfarró.
Poco sociable y poco comunicativo, amaba los trabajos solitarios del gabinete. No
habiendo constituido familia propia, desconocía los afectos tiernos y no tenía amigos. Era
de carácter inflexible y estaba además sujeto a accesos de hipocondría, que llegaban a
veces hasta la demencia. Era independiente en su vida privada como en la pública y fue
magistrado incorruptible como abogado íntegro. Esta conducta le granjeó la estima y la
simpatía de sus compatriotas.
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“La temperatura parece ejercer una grande influencia sobre su genio; al menos se
observa que cuando reina el viento nordeste, sus accesos de hipocondría son mucho más
frecuentes. Ese viento húmedo, y bochornoso, que trae lluvias repentinas, produce una
impresión de enfado en las personas que tienen los nervios movibles, o que sufren de
obstrucciones en el hígado y en las demás vísceras del bajo vientre. En tal estado el
dictador se encierra en su casa durante varios días sin ocuparse en negocios, o descarga
su mal humor sobre todos los que le rodean.
“Por desigual que sea su humor, es constante en él una cualidad muy loable: quiero
hablar de su desinterés. Avaro de la fortuna pública, es generoso en sus gastos
personales. Sobrio y metódico en su modo de vivir, no acepta regalos de ninguna clase, ni
se apresura a cobrar sus sueldos. En muchas ocasiones ha mostrado que no le es ajeno
el sentimiento de la gratitud. Se acuerda a las veces de sus compañeros de colegio, y, en
caso de necesidad, no les escatima su protección. Pero para él ya no hay parientes ni
protejidos, ni beneficios que reconocer, cua ndo se menoscaba su autoridad o no se le
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rinde el respeto debido a su persona. Faltas de este género no las perdona nunca. Ni
tampoco permite que sus empleados sean desacatados, o que sus parientes se hagan
servir por ellos. Celoso de su autoridad hasta la exageración, el dictador no podía tener
confidentes. Nunca tomó el parecer de nadie y no hay quien pueda vanagloriarse de
haber ejercido algún ascendiente sobre él”.
“En sus maneras y en su trato, en la época a que se refieren estos recuerdos (1812),
no se notaba en él ni el menor indicio de las cualidades que ostentó después. Por el
contrario, su porte era atrayente y modesto, sus principios eran justos, y su integridad
como abogado indiscutible. Me pareció que la vanidad era el rasgo dominante de su
carácter, y aunque su ceño era adusto y duro, se suavizaba al sonreír, produciendo
simpática impresión en los que le miraban. Enorgullecíase de hablar el francés, e hízome
saber que leía las obras de Voltaire, Rousseau y Volney, compartiendo por completo las
ideas de este último.
“Aunque Francia vivía a la sazón alejado del gobierno (1812), sabíase que no se
ocupaba sino en conspirar contra él. Recibía secretas visitas de los campesinos y
hacendados ricos. Su plan era inculcarles la creencia de que el país estaba pésimamente
gobernado por unos cuantos igno rantes, destituidos de todo mérito. Les manifestaba que
el objeto de la revolución había sido derribar las pretensiones aristocráticas de España,
cuando en realidad sólo se había conseguido reemplazar aquéllas por otras aún más
odiosas, de personas que nada valían. ¿No es evidente – preguntaba – que están
violando diariamente sus juramentos y promesas? ¡Cómo! ¿Ha pasado por ventura el
tiempo de obrar con actividad y de realizar reformas positivas, cuando se deja el poder en
manos de hombres faltos de energía, sin iniciativa y sin habilidad para la gestión de los
negocios públicos?”
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“Usted habría hecho mejor en no recibir ni encargarse de tales cosas. Sin duda él (el
portugués) no sabe ni reflexiona lo que es el Dictador perpetuo de una República... Por el
correo ya escribí a usted que no había querido abrir la carta, ni el envoltorio, y que
pensaba conservarlos intactos. En esta misma forma los remito otra vez por mano del
propio conductor Vicente Urbieta... Mi propio pundonor, el justo aprecio que tengo del alto
empleo en que estoy constituido, y por último, la experiencia y conocimiento que tengo de
la malignidad, perfidia y maquinaciones del mundo y de los hombres, no me permiten
avenirme a semejantes demostraciones; que así usted se los devolverá del mismo modo
en primera oportunidad”.
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…………………………….
“De otra suerte la libertad por la cual hemos hecho y nos exponemos a hacer nuevos
sacrificios, vendría a parar en una desenfrenada licencia que todo lo reduciría a
confusión... La libertad ni cosa alguna puede subsistir sin orden, sin reglas, sin una unidad
y sin concierto; pues aún las criaturas inanimadas nos predican la exactitud... Qué sería
de la Junta y de la Provincia si a cada instante los oficiales, prevalidos de las armas,
hubiesen de hacer temblar al Gobierno para obtener con amenazas las... (ilegible) de su
arbitrio? ¿En este caso qué quiere V. S. que yo haga, ni con qué valor o energía podrá la
Junta resolver o disponerse a empresa alguna, recelando de los comandantes de las
tropas del cuartel? ¿Podrá V. S. asegurar que en adelante no levantarán la mano? Yo
estoy y estaré a la disposición de V. S. pero es preciso que V. S. vea modo de que los
señores oficiales, conteniéndose en su deber, se reduzcan a una exacta subordinación,
cual exigen la tranquilidad, la unión, el buen régimen y defensa de la Provincia. Dios
guarde etc. Setiembre 3 de 1811 (Fir.) Dr. José Gaspar de Francia).
Tres meses después, pasaba a la Junta de Gobierno la nota que sigue, y en la que
se queja de las violencias de que ha sido objeto de parte de los militares, a la vez que
hace alusión a los servicios prestados a la Provincia:
“Es constante y bien notorio que todo el peso del despacho únicamente han
soportado mis hombros, no sólo desde la institución de la Junta, sino aun desde la misma
revolución, de que es prueba incontestable lo que anteriormente ha sucedido y al
presente está sucediendo, a saber, que en cesando yo, ya no hay curso ni despacho en
los negocios, con grave perjuicio del público, y atraso de las correspondencias y relación
de este gobierno... De resultas del desorden que experimenté con el amago de una
extorsión y violencia de unos pocos prevalidos de las armas, me vi forzado a retirarme; y
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aunque volví a ella por instancia de los individuos de ella y del Ilustre Cabildo, se me ha
faltado a la condición que se trató a presencia del Comandante del Cuartel para evitar y
preservarme en lo sucesivo de iguales insultos... (concluye pidiendo la convocatoria de un
Congreso General de la .Provincia para arreglar las diferencias, porque – dice él – “es
inevitable la celebración de un Congreso que tenga por base la voluntad libre y general de
la Provincia, de la que nadie puede recelarse, porque sólo temen los Congresos los que
temen ser juzgados”). Dios guarde a V. S. muchos años. Asunción del Paraguay
Diciembre 15 de 1811. (Fir). Dr. José Gaspar de Francia”.
Se ha creído generalmente que esto de retirarse de la Junta no era más que una
farsa de parte de Francia para hacerse de rogar y adular, pero ello no era cierto, puesto
que fue objeto de violencias de parte de los militares.
Más de un año se mantuvo alejado del gobierno, hasta que al fin amainaron los
militares y la Junta, y de concierto con el Cabildo, resolvieron darle satisfacción amplia,
separar de aquélla al vocal Bogarin, convocar al Congreso general de la Provincia y poner
un batallón bajo el mando inmediato de Francia para no verse éste en adelante vejado por
la oficialidad que le era adversa. Triunfaba el doctor con !a fórmula del orador romano:
Cedan las armas a la toga – gracias a su entereza y superioridad.
El deseo de los oficiales del cuartel, incluso Caballero, Yegros y otros, de unirse a
Buenos Aires, está expresado en el manifiesto que dieron después de la deposición de
Velazco. En él enunciaban contra éste y los demás españoles del Cabildo el cargo de ser
un obstáculo a la federación, diciendo: “no querer reducirse a enviar sus Diputados al
Congreso General de las Provincias, con el fin de formar una asociación justa, racional,
fundada en la equidad, y en los mejores principios de derecho natural, que son comunes a
todos, y que no hay motivo para creerse que hayan de abandonar u olvidarse por un
pueblo tan generoso e ilustrado como el de Buenos Aires; ha sido una conducta
imprudente, opuesta a la prosperidad de la provincia y común felicidad de sus naturales.
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Bajo la presión moral del intransigente vocal de la Junta, se reunió el año siguiente
el Congreso General, el cual en su sesión del 12 de Octubre confirmó la declaración
absoluta del Paraguay de todo poder extraño, cambió su título de Provincia por la
denominación de República del Paraguay, adoptó como bandera nacional la de los
colores franceses, que era simpática al doctor Francia, sustituyó a la Junta Gubernativa
de cinco vocales el gobierno consular de los duunviros, que también había establecido la
República Francesa, y declaró rota la alianza con Buenos Aires, en consecuencia de un
enojoso cambio de notas entre las dos Juntas Gubernativas por la cuestión de auxilios.
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¿Por qué el doctor Francia no partió en 1809 para España a desempeñar su cargo
de diputado a Cortes para que había sido electo? Es porque sentía su vocación histórica
en la crisis por la que comenzaba a atravesar la América del Sud, desde la expedición del
general Miranda a Venezuela, en 1806, y la acometida de los ingleses al Río de la Plata.
Los primeros estremecimientos de la península, producidos por la invasión napoleónica, le
anunciaron la ruina del poder español en este continente, y quedóse en su casa a estudiar
a los filósofos franceses y a afilar sus armas. Electo más tarde diputado por esta provincia
al Congreso General de Buenos Aires, tampoco quiso moverse de aquí, porque, en su
concepto, actos tales importaban el someterse a una soberanía extraña, cuando él nutría
en su mente la idea secreta de erigir al Paraguay en Estado independiente.
El señor Mitre, que tuvo a la vista los papeles de Belgrano y Echavarría y pudo
adquirir algunos conocimientos acerca del doctor Francia, refiriéndose a las
negociaciones diplomáticas que éste celebró con aquéllos, dice:
“En sus manos estaban los destinos del Paraguay a la llegada de Belgrano y
Echavarría a la Asunción, y desde luego era fácil prever cuál sería el resultado de la
negociación. La dirección que había dado a la revolución del Paraguay mostraba
claramente que era enemigo de la influencia de Buenos Aires; sus exigencias posteriores
revelaban un plan sistemado de disgregación... Sus conversaciones se contraía n
generalmente a lo mal preparados que estaban los pueblos sudamericanos para la
libertad. Este era el tema favorito de Francia, que conociendo en parte la revolución
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Según los datos que acerca de su persona y rasgos fisonómicos han suministrado
las personas que le han conocido de cerca, y el retrato que sirve de portada a esta obra,
Francia era un hombre de mediana estatura, formas cenceñas y amojamadas, frente
levantada y amplia que guardaba proporción y armonía con su nariz recta y afilada,
hermosos ojos negros hundidos en sus órbitas y sombreados por espesas pestañas, boca
regular y firme, labios delgados, cabellos castaños y lisos, trenzados en coleta, tez biliosa,
rostro ovalado, fisonomía marcadamente inteligente, y mirada penetrante, escrutadora,
como si buscase a sondear el pensamiento de su interlocutor y a inspirarle miedo; pero
que si notaba en éste presencia de ánimo, iluminábase de repente su semblante,
ordinariamente sombrío triste o melancólico, y le platicaba en tono afable y circunspecto,
revelando mesurado y solemne, que tenia mucho de aire señorial. Vestíase correctamente
a la usanza del antiguo régimen, y, finalmente, era frugal en el comer, metódico en sus
costumbres y muy aficionado a la lectura y las labores propias de su ministerio.
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ellos en una misma comunión de ideas y sentimientos. Bien claramente así lo denuncian
sus discursos, las instituciones políticas que crearon, el Tribunado, el Senado, el
Consulado, y aquel grito de enfado que lanzara uno de los oradores de la época: Delivrez
nous des Grecs et des Romains!
Chateaubriand creyó de veras que habían vuelto los tiempos de Grecia y Roma, y
escribió aquel desgraciado Ensayo sobre las revoluciones antiguas, de que se arrepintió
después, en que procuraba demostrar que la Revolución Francesa, cuyo espíritu no
había comprendido, no era más que una imitación de aquéllas. Sí, los ejemplos de Grecia
y de Roma ejercieron una grande influencia en la marcha y los destinos de la Revolución;
pero ésta tuvo por objeto demoler las instituciones feudales, abolir las desigualdades
sociales y fundar el reinado de la libertad, la igualdad y la fraternidad, que no conocieron
los antiguos.
Acusando a Luis XVI decía: “¿En qué República la necesidad de castigar al tirano ha
sido litigiosa? Acaso fue llamado a juicio Tarquino? Qué se habría dicho en Roma si los
Romanos se hubiesen atrevido a declararse sus defensores?”.
Su discípulo Saint Just no le iba en zaga en furor jacobino. Acusando a Danton y sus
compañeros ante la Convención, hacía la apología del Terror con estas vehementes
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palabras: “Hay algo de terrible en el amor de la patria; es de tal manera exclusivo que
sacrifica todo, sin piedad, sin espanto, sin respeto humano, al interés público. El despeña
a Manlio, inmola sus afecciones privadas, arrastra a Régulo a Cartago, precipita a un
romano al abismo, y coloca en el Panteón a Marat, víctima de su abnegación”.
Marcada fue la influencia que ejercieron en el espíritu del doctor Francia – libre
pensador de suyo – los escritos de los filósofos, los discursos de los oradores y los
hechos de los revolucionarios franceses. Así lo denuncian sus ideas y conducta en la vida
pública y privada. Para convencerse de ello, basta analizar sus producciones
intelectuales, por ejemplo, la arenga pronunciada ante la Asamblea popular reunida en
Junio de 1811 que quedó inserta antes, y la famosa nota del 20 de Julio del mismo año
pasada a la Junta de Buenos Aires. ¿Qué encontramos en ambas piezas literarias? Pues
las ideas y las frases de los publicistas franceses y principalmente de Rousseau, que en
cláusulas sueltas dicen así: “todos los hombres tienen una inclinación invencible a la
solicitud de su felicidad – las sociedades y los gobiernos no tienen otro objeto que
procurársela – la naturaleza hizo a los hombres libres de pleno derecho – si cedieron su
natural independencia o libertad, fue para buscar su seguridad y bienestar – si no sucede
así, la autoridad debe considerarse devuelta o permanente en el pueblo – la fuerza puede
oprimir los derechos, pero no extinguirlos, porque ellos son imprescriptibles – el hombre
sufre la opresión mientras es débil, pero en cuanto pueda, debe reivindicar sus derechos
naturales – en la situación actual la soberanía ha desaparecido en la nación, y no hay
autoridad legítima – corresponde a la Provincia el crear otra nueva, etc.”.
Que se examinen las doctrinas del Contrato Social acerca de la soberanía originaria
del pueblo, expuestas en el discurso preliminar, y se verá que concuerdan con ellas las
ideas consignadas en los documentos oficiales citados, que por ello se han hecho
célebres en la historia del Río de la Plata.
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Provincia, con arreglo a las cuales se harían las elecciones de mil diputados en Agosto de
1813. En ellas se traducen las mismas teorías acerca de la soberanía de las multitudes,
reflejo de la doctrina del filósofo ginebrino. Dicen así :
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natural del hombre, no pueden, ni deben prevalecer las distinciones particulares limitadas
a determinadas personas... Asunción y Agosto 26 de 1813 – Fulgencio Yegros, doctor
José Gaspar de Francia, Pedro Juan Caballero – Mariano Larios Galván, Secretario”.
En consecuencia de ello, las asambleas de mil diputados fueron sugeridas por él,
partiendo de la paradoja de que la voluntad nacional no puede ser interpretada por otros,
sino que debe ser directamente expresada por todos los individuos, cual ocurría en las
democracias antiguas. Dichas asambleas sancionaban pues el plebiscito y el sufragio
universal en estos países que nunca conocieron el derecho político del voto popular.
“La soberanía no puede ser representada – dice Rousseau – por la misma razón de
que es inenajenable; consiste en la voluntad general, y la voluntad no se representa. Los
diputados del pueblo no son ni pueden ser sus representantes: ellos son tan solo sus
comisarios, y no pueden determinar nada definitivamente. Toda ley que el pueblo en
persona no haya ratificado es nula, y ni aún puede llamarse ley. El pueblo inglés cree ser
libre y se engaña, porque tan sólo lo es durante la elección... La idea de La
representación es moderna, y se deriva del gobierno feudal, de este gobierno inicuo y
absurdo, en el que se halla degradada la especie humana. En las Repúblicas antiguas y
aun en las monarquías jamás tuvo el pueblo representantes; esta palabra era
desconocida... Entre los griegos, todo lo que el pueblo tenía que hacer, lo hacía por sí
mismo, y así continuamente se hallaba reunido en las plazas”.
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Pero no por eso quedaba contento. Francia aspiraba el poder vitalicio para hacer su
voluntad, sin tasa ni medida, sin trabas ni restricciones.
Y Francia reunió el último Congreso (1816) que le nombró Dictador Perpetuo del
Paraguay, titulo con el cual ha pasado a la historia.
VIII
Asegurado en el poder por el voto del Congreso, comienza por separar del mando
de las tropas a aquellos jefes y oficiales, que no eran afectos a su persona, que le habían
hostilizado cuando fue vocal de la Junta de Gobierno, y a quienes consideraba ser
porteñistas. Ellos eran los Yegros, los Iturbe, Troche, Rivarola, Mallada, Estigarribia, los
cuales fueron reemplazados por individuos de su confianza. Con esta medida, el dictador
ahogó en su cuna al militarismo naciente y afirmó su predominio sobre el pueblo. Introdujo
la disciplina más rigurosa en el ejército, cuyo instructor era él mismo. No hay duda que se
había puesto a estudiar táctica militar para enseñar a sus soldados, ya por desconfianza,
ya por no existir hombres instruidos en el país.
Con un diccionario de artes y oficios y otros libros que poseía, el dictador enseñaba
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Por las mismas causas adelantó también la industria manufacturera. Bajo el látigo
del dictador, los paraguayos se hicieron tejedores, herreros, cerrajeros, armeros,
zapateros, guarnicioneros, albañiles, plateros y orfebres, pues es de saberse que durante
la dominación española escaseaban muchísimo los artesanos. Abundaron de tal modo los
plateros en la época de la dictadura que se pusieron a fabricar monedas falsas y a
adulterar los metales preciosos con que se hacían alhajas. Entonces Francia expidió el
decreto del 21 de Abril de 1829, reglamentando el oficio de referencia para evitar nuevos
fraudes.
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hombre que no supiese leer y escribir. Suprimió el Seminario o Colegio de teología; pero
en su época se ilustraron todos los personajes principales que figuraron en la época de
López I, como puede verse en mi historia de la instrucción pública en el Paraguay.
No obstante la aserción del nombrado escritor, que salió del Paraguay el año 1825,
asegura el señor Zinny, muy conocedor de los países del Plata, que en la época de
Francia había escuelas públicas en casi todos los pueblos y villas, y los habitantes en
general sabían leer, escribir y contar, porque era obligatoria la instrucción primaria. Añade
que en la Asunción existían una academia militar para los jóvenes consagrados a la
carrera de las armas, y una casa de educación para las muchachas pobres. El dictador
organizó el ejército y las milicias para defender la independencia del país y su territorio, y
abrió caminos públicos entre la capital y las villas principales.
El Paraguay era frecuentemente atacado, ya por los brasileños del Norte, ya por los
indios del Chaco. El dictador estableció entonces una línea de fortines a lo largo de
ambas orillas del Río desde las Tres Bocas hasta Fuerte Olimpo. Otro cordón de guardias
se extendió a lo largo del Aquidabán para contener a los Mbayáes. Esto no obstante, el
pueblo de Tebegó fue abandonado en 1823, en consecuencia de nuevas y más tenaces
incursiones de los indios que venían provistos de armas de fuego que les suministraban
los brasileños del norte del Apa. El comandante del Fuerte Olimpo era don Manuel
Antonio Delgado, y existe en el Archivo Nacional un voluminoso legajo de
correspondencias cambiadas entre éste y el dictador acerca de las intentonas de los
brasileños para avanzar hacia el territorio paraguayo.
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Con esta medida el dictador alejaba toda influencia extraña, pues los visitadores y
prelados españoles de otros países podían ser – a los ojos de su espíritu desconfiado y
suspicaz – agentes de propaganda secreta contra su gobierno, acaso de discordia e
insurrección en el país.
El era consecuente con su sistema: el Paraguay tenía que ser libre e independiente
de todo poder extraño, así interno como externo, en el orden político igual que en el
religioso.
Más tarde, cuando el obispo señor García Panés fue atacado de demencia senil,
declaró caduca su autoridad canónica y le asignó para vivir una pensión de que gozó
hasta el día de su muerte.
Esta conducta generosa contrasta con la del general San Martín, Protector del Perú,
quien arrojó violentamente del país a su anciano obispo, so color de ser sospechoso de
fidelidad a la santa causa de la independencia nacional.
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***
En sesión del día 19 de Junio de 1811, el Congreso General había resuelto: “Que
todos los empleos concejiles, políticos, civiles, militares, de Hacienda, o de cualquier
género de administración, se provean en los naturales o nacidos en esta Provincia, sin
que nunca puedan ocuparse por los españoles europeos, a menos que la misma
Provincia determinase otra cosa; pero en lo sucesivo todo americano, aunque no sea
nacido en esta Provincia, quedará enteramente apto para obtener dicho cargo, siempre
que uniforme sus ideas con las de este Gobierno.
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“No pudiendo por más tiempo resistir a los latidos de mi conciencia sobre la
continuación de algunos empleados extraños, que aún permanecen en la ocupación y
goce de oficios y cargos de consecuencia con rebaja de la estimación y justa
consideración debida a los Patricios Beneméritos, y muy idóneos para obtenerlos: he
tomado con esta fecha la resolución, que expresa el Decreto del tenor siguiente:
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***
Con el mismo intento de abatir al partido realista que podía conspirar contra la
independencia, Francia, siguiendo el ejemplo dado por los demás países americanos,
resolvió poner restricciones al matrimonio de los europeos con este decreto:
La razón del antecedente decreto era impedir que los españoles tuvieran influencia
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social y política en las clases principales del pueblo, que gozaban de consideración por
sus bienes y esclavos.
Francia retuvo en Santa María de las Misiones – los más hermosos lugares del
Paraguay – al sabio Bonpland durante ocho años por haberse establecido en territorio
paraguayo con licencia del gobierno argentino, y no con la de él. Este cautiverio del sabio
botánico excita todas nuestras simpatías en su favor, mas es justo reconocer que no fue
maltratado por el dictador. Muchos hombres del extranjero se interesaron por él. El mismo
Bolívar dirigió cartas a Francia pidiéndole la libertad del ilustre cautivo. Por fin se la
devolvió, pero Bonpland prolongó voluntariamente su permanencia en el país para
estudiar la naturaleza y aumentar sus colecciones botánicas. Habiéndose conducido
como médico y filántropo en las Misiones, los paraguayos llegaron a cobrarle cariño; y él
tuvo tanta grandeza de alma que jamás se quejó del dictador.
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tratase con la mayor consideración. El dictador nunca le molestó para nada, porque
Artigas observaba una conducta ejemplar en el pueblo de su residencia, que era una de
las mejores Villas de la época.
Los temores del dictador aumentaron desde entonces con el triunfo y las amenazas
del nombrado caudillo Ramírez. Antes de este suceso, Francia guardaba las espaldas a
Artigas contra sus enemigos comunes, y Artigas a su turno servía de antemural al
Paraguay contra Buenos Aires.
Aquellos temores no eran vanos, ni cosa fingida por el dictador, como lo afirman los
escritores unitarios del Río de la Plata. En 1817, Pueyrredón, dictador de Buenos Aires,
pretendió insurreccionar el Paraguay por medio del paraguayo Balta Vargas, instrumento
del gobierno porteño desde 1810.
“Su proyecto de reconquistar la Provincia Oriental, que él había hecho conocer del
gobierno de Buenos Aires, al celebrar los tratados del Pilar, quedaba aplazado, pero no
abandonado. Creía Ramírez más seguro el éxito en la lucha proyectada contra los
portugueses, después de vencer al Paraguay, de donde pensaba también poder sacar
recursos.
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Buenos Aires y fue batido y muerto en 1821, (Ruiz Moreno. Estudio sobre la vida pública
del General don Francisco Ramírez. Paraná, 1894).
“Conocíamos muy bien la indómita fibra del sujeto que gobernaba; y el único medio
que nos mandó la razón adoptar fue el de la ins urrección. Las acechanzas y las
conjuraciones eran el único derecho que tenía lugar contra un déspota que, amparado de
la fuerza, atropellaba todos los derechos de la comunidad. A una violencia inicua
tratábamos de oponer una violencia justa. Repeler la fuerza con la fuerza era un derecho
natural común a todos los vivientes. ¿Mas cuál sería su sentimiento y sorpresa, cuando se
supo que un hombre débil (Bogarín), de los que componían el circulo de los insurgentes,
dijo in confessione los planes de la conjuración a fray Anastasio Gutiérrez? Este mandó
que diese parte de este acontecimiento: lo ejecutó, y para este caso, y para las medidas,
preparaciones y castigos que tomó el tirano, es que invoco vuestra atención y sensibilidad
(El autor se dirige a Manuel Dorrego, gobernador de Buenos Aires, en 1828),
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Agrelo.
El gobierno de Francia aterra más bien por su larga duración de 26 años, por la falta
absoluta de libertad, por la ausencia de garantías para los derechos individuales, por la
incomunicación del país y por las largas prisiones que sufrían los reos de Estado. Pero no
es cierto que hubiese fusilado a los personajes conspicuos, ni a ningún otro, por el placer
de fusilarlos. Los que sufrieron suplicios en los cadalsos no eran sino los sospechosos de
realismo y de porteñismo. La prueba de ello consiste en que esas víc timas pueden
nombrarse y contarse con los dedos de las manos cuatro o cinco veces a lo más, y en
que cuando él murió en 1840, había en el Paraguay una multitud de hombres distinguidos
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por su regular instrucción y posición social, como los López, los Rivarola, los Varela, los
Gill, los Maíz, los Caballero, los Palacios, los Miltos, los Moreno, los Decoud, los
Urdapilleta, los Jovellanos, los Peña, los Berjes, los Caminos, los Molas, los Zalduondos,
los Aguiar, los Loizaga, los Machain, los Escaladas, los Urdapilleta, los Iturburu, los
Recalde, los Egusquiza, los Guanes, los Saguier, los González Garro, los Carísimo, los
Cazal, los Báez, los Haedo y muchos otros, que vivían, ya en la ciudad, ya en el campo.
Decimos esto, no para excusar al tirano, sino para rendir homenaje a la verdad. Los
parientes de las víctimas y los escritores argentinos han exagerado las cosas de la
dictadura de Francia, porque éste fue enemigo implacable tanto de la influencia española
como de la porteña. En otros países, en la misma época, y so pretexto de defender la
sagrada causa de la libertad, se pusieron en planta los mismos procedimientos
inhumanos contra los españoles, como ha de verse más adelante.
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las tenía como los demás hombres de su época; pero su sistema le arrastraba a violar los
principios y los derechos, teniendo conciencia de lo que hacía. Así recorriendo sus
decretos en la colección de Los Amigos de la Educación, encontramos en uno del 13 de
Noviembre de 1814 lo siguiente: “No hay duda que la opulencia en los Estados es un
nervio y un apoyo a su defensa. Así es que todos anhelan multiplicar las causas de las
riquezas, y los canales que las transportan.... La extracción del metal precioso no es
necesaria para mantener el comercio exterior, supuesto que la exportación del país
supera siempre a las importaciones”. Y en consecuencia prohíbe la extracción del
numerario, salvo las sumas que se abona n por compra de armas traídas a la República.
Otro decreto del año 25 dispone que el comercio por Itapúa se verifique por permuta
y que los derechos de exportación se abonen en efectos, ya que los traficantes
extranjeros no pueden llevar del país especies metálicas.
Y partiendo del principio de que los impuestos innecesarios deben suprimirse para
aligerar las cargas que pesan sobre el pueblo, por otra providencia dictada el año 32
abolece el de cuatropea con que estaba gravada la ganadería, y disminuye la contribución
fructuaria.
Como se ve, todas las medidas tomadas durante los últimos quince años llevan el
sello de la equidad y de la moderación, sin cesar no obstante el dictador de hostilizar a los
españoles, contra quienes abrigaba un odio irresistible, como aborrecía Robespierre a las
clases aristocráticas.
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su defensa, viviendo sin embargo en quietud y seguridad, y que aún desean y anhelan,
como es reconocido y comprobado, que por otros Estados se hostilice y haga la guerra al
Paraguay y a este gobierno, y que se destruya y fenezca su independencia; al paso que
los patriotas ocupados continuamente en servicio y defensa del Estado pasan años fuera
de sus casas y familias, sufriendo molestias, trabajos y quebrantos de su salud, expuestos
además a los peligros y riesgos de enemigos de afuera en las dilatadas remotas fronteras,
que cubren; y siendo justo que los referidos europeos y demás expresados sufraguen
para los gastos de la presente guerra, se imponen las contribuciones siguientes, etc.” que
alcanza a Alejandro García, Juan José Loizaga y Cayetano Iturburu, y los herederos de
Trigo, Recalde y Miguel Guanes; a Zalduondo, Martínez Varela, González Granado,
Astigarraga, Solalinde, Zeballos, Juan Machain y su mujer hija de la santafecina Clara
Aguiar, Olmos, Pombo, Alonso Cal, Carti, Villarino, Vidal, Escobar, etc.
***
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y la Dictadura en Sudamérica
Rousseau decía: “Los pueblos deben ligarse no por tratados de guerra, sino por los
lazos del bien. Que los una pues el legislador, haciendo desaparecer la odiosa distinción
entre regnícolas y extranjeros”.
Francia no dictó ningún decreto de carácter general sobre la materia; pero usaba de
aquél derecho en cada caso particular, y en virtud del decreto siguiente de la Junta
Superior Gubernativa:
“Siendo esta Junta Superior Juez nato de bienes de Difuntos de los Extranjeros y
Ultramarinos, a cuya consecuencia se han pedido y mandado traer a la vista todos los
Autos de esta materia para tomar el conocimiento privativo que nos corresponde: lo
prevenimos a Vdes. para que registrando en sus Juzgados los que sean de dicha clase,
los remitan a esta Junta Superior como también los de cualesquiera otros intestados
aunque sean del Reyno, no teniendo herederos conocidos dentro de esta Capital y
Provincia, en los grados prevenidos por las Leyes. Y del recibo de ésta nos darán Vdes.
aviso acompañando a su tiempo relación de los Expedientes pertenecientes a dicho
departamento.– Asunción Abril 9 de 1812. – Fulgencio Yegros – Pedro Juan Caballero –
Fernando de la Mora – Señores Alcaldes de 1º y 2º Vto. de esta Capital”.
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“El dictador era inaccesible – dice Juan Andrés Gelly en la primera de sus cartas
sobre el Paraguay; – no se podía llegar ante él sino mediante una petición escrita que se
entregaba al actuario o fiel de fechos, el cual la recibía o la rechazaba, según sus
caprichos o sus afecciones. Si la tinta no era suficientemente negra, o el papel
regularmente liso; si alguna expresión no era comprendida por él o no le sonaba bien, por
más que fuese usual y corriente; cualquiera de estas cosas bastaba para que desechase
el petitorio.... Este ministril se complacía en hacerse esperar delante de la puerta de su
despacho por los solicitantes, al sol y con la cabeza descubierta, hasta que se le antojaba
hacerlos entrar... Ni el rango, ni la edad, ni la virtud, ni nada de lo que los hombres de
sociedad estiman o veneran, era parte a ponerlos al abrigo de las insolencias de ese
funcionario... Cuando murió el dictador, pensando sin duda reemplazarle, sugirió a los
cuatro comandantes de los cua rteles la idea de erigirse en autoridad y formar un nuevo
gobierno. Este consejo agradó a los militares, los cuales procedieron a constituir una
Junta Gubernativa, nombrando como presidente a un magistrado judicial y a Patiño como
secretario. Pero ni la Junta ni el secretario supieron o pudieron sostenerse, y los cuatro
comandantes tuvieron que decretar el arresto del antiguo actuario, el cual se suicidó en la
cárcel”.
Esos cuatro comandantes de las tropas eran los pilares del edificio de la dictadura.
El doctor Francia había abatido al militarismo en su cuna, es decir, en 1812, época en que
los jefes ensoberbecidos de las tropas se le rindieron. El historiador americano Washburn
considera como un mérito el que el dictador procediese en las ejecuciones que ordenaba,
con arreglo a las prácticas judiciales de su tiempo, cuando en otros países los tiranos
mandaban envenenar y apuña lar a los ciudadanos, secreta o públicamente.
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las llaves de los cofres del tesoro. Ambos abrían y cerraban juntos para depositar en ellos
el dinero o darle salida, en virtud de orden escrita del dictador. Este les otorgaba un recibo
de las sumas que recibía por cuenta de sus sueldos, y cuando murió, el tesoro público le
debía más de treinta y dos mil pesos fuertes por ese concepto.
El dictador prohibía a los ciudadanos y a los extranjeros salir del país. Para emigrar,
se necesitaba una licencia especial. De otras Repúblicas se expulsaba a los españoles.
Así, por ejemplo, en Buenos Aires se expidió un decreto en Septiembre de 1813
mandando que todos los españoles peninsulares abandonasen la ciudad y los distritos de
la campaña que se encuentren situados a cuarenta leguas a la redonda. Y del Perú, bajo
el Protectorado de San Martín, fueron expulsados más de nueve mil españoles radicados
en él. El doctor Francia los retenía en el país. Pero en 1825, después de la victoria de
Ayacucho, acordó a los residentes ingleses el derecho de retirarse, por haberse mostrado
Inglaterra favorable a la independencia sudamericana. No otorgó igual franquicia a los
franceses, porque el gobierno de la Restauración había restablecido en el trono de
España al malvado rey Fernando VII.
***
IX
La política exterior de la dictadura fue de paz y amistad con todas las naciones, y de
no intervención en las provincias vecinas.
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de Mayo 14 de 1811, y el doctor Francia, miembro integrante del nuevo gobierno, induce
a éste a dictar y publicar el 30 del mismo mes este bando:
Pero conste que el dictador jamás intervino en esas intrigas que respondían a la
política brasileña.
El ya citado escritor inglés Jua n Robertson trasunta sus ideas acerca del comercio
internacional en estos términos:
“A mi llegada al palacio fui recibido por el cónsul (Francia) con una afabilidad y
cortesía que no eran habituales en él. Su fisonomía se hallaba iluminada por una
expresión de contento que casi se aproximaba al deleite; su capa colorada pendía en
preciosos pliegues de sus hombros; parecía fumar su cigarro con una satisfacción que
rara vez mostraba y saliendo de su costumbre de servirse de una sola luz en su pequeño
y humilde aposento, ardían esta vez dos magníficas velas de estearina. Dándome la
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mano con mucha cordialidad – siéntese, don Juan,– me dijo. En seguida acercó su silla a
la mía y me manifestó que deseaba que yo escuchara con atención lo que iba a
comunicarme, y en efecto me habló así: “Vd. sabe cuál ha sido mi política con respecto al
Paraguay, que no ha tenido intercambio con las demás provincias sudamericanas para
evitar el contagio del espíritu de anarquía y de rebelión que más o menos ha degradado y
debilitado a todas ellas.... Mi deseo es promover un intercambio directo con Inglaterra de
manera que cualquier Estado que quiera distraer a los otros y por cualquier impedimento
que quieran oponerse entre ellos, sean esos Estados los que únicamente sufran y no el
comercio ni la libre navegación. Los buques mercantes de la Gran Bretaña recorrerán el
Atlántico, penetrarán en el Paraguay y en comunicación con nuestras flotillas, desafiarán
toda interrupción del comercio, desde la embocadura del Río de la Plata, hasta la laguna
de los Jarayes. El gobierno británico tendrá su ministro aquí, y el nuestro residirá en la
Corte de Saint James. Los compatriotas de Vd. negociarán sus facturas y municiones de
guerra y recibirán en cambio los nobles productos de este país”.
Los escritores del Río de la Plata se han burlado de este proyecto del dictador, pero
no hay razón para ello. Ese pensamiento revela que el doctor Francia sentía, desde que
fue cónsul (1813), la necesidad y conveniencia de entretener relaciones comerciales con
Europa, obstaculizadas entonces por las convulsiones de las provincias del Río de la
Plata. Inglaterra, Francia, Prusia, Cerdeña y los Estados Unidos no quisieron celebrar
tratados de comercio con el Paraguay por causa del dictador Rosas, que lo impedía,
contestando su independencia por notas y protestas diplomáticas. Dichas potencias no se
decidieron a ello sino recién el año 1853, es decir, un año después de la caída de Rosas y
en consecuencia del reconocimiento de su independencia hecho por el general Urquiza,
presidente de la Confederación Argentina ( 2).
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EL gobierno porteño, no solamente no hizo caso de esta reclamación sino que lanzó
el 8 de Enero de 1817 un decreto prohibiendo la introducción del tabaco manufacturado o
cigarros del Paraguay hasta la incorporación de esta provincia a las restantes de la
nación.
El escritor suizo llegó a conocer bien al doctor Francia. Jamás hubo gobernante de
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más levantado orgullo que el dictador paraguayo. Era uno de aquellos hombres que han
nacido para mandar, nunca para ser mandado. Si él buscó la independencia del Paraguay
con la pasión de un fanático, fue precisamente para que éste no sufriera la humillación y
la afrenta de ser una provincia dependiente de ajena autoridad.
“Se engañaría cualquiera que llegase a imaginar – decía la nota del 20 de Julio
redactada por él – que su intención había sido entregarse al arbitrio ajeno, y hacer
dependiente su suerte de otra voluntad. En tal caso nada más habría adelantado, ni
reportado otro fruto de su sacrificio que el cambiar unas cadenas por otras y mudar de
amo”.
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Alvear, apremiado por Artigas, suplica a Inglaterra para que reciba como colonias
suyas a las Provincias Unidas.
En las diversas conferencias que celebraron, hablaron sobre diferentes tópicos, los
plenipotenciarios argentinos trataron de halagar al Libertador; y como éste era un hombre
accesible a la lisonja, le pasó lo que al cuervo de la fábula soltó la presa, que era Tarija, y
se ofreció a venir al Paraguay a derribar a Francia y luego pasar al Brasil y libertar la
Banda Oriental.
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“Hace pocos días que tuve el honor de escribir a V. E. dándole razón de todos los
asuntos que tuvo a bien confiar a mi cuidado. Tendrá presente V. E. que fue uno de ellos
averiguar si por parte del gobierno había algún embarazo para que las tropas peruanas
hiciesen una incursión en el Paraguay a fin de sujetar esta provincia rebelde. Entre los
obstáculos que este ministro me opuso a la ejecución de este proyecto, dijo que fue uno
de ellos tener ya este gobierno tiradas sus medidas para rendir por negociaciones
pacificas (¿?) la obstinación del gobernador Francia, y que se prometía los mejores
resultados ( ¡ ¡!!)... El cónsul británico Parish, que hace poco entró en la carrera
diplomática como agente de negocios cerca de este gobierno, concibió el laudable
pensamiento de escribir al gobernador del Paraguay (por insinuación de Rivadavia), y en
calidad de mediador hacerle presentes todas las razones políticas que podían inducirlo a
un avenimiento justo y razonable. Aprovechó también esta ocasión para interesarle
vivamente por la libertad del naturalista Bonpland (a quién Bolívar deseaba rescatar),
inhumanamente confinado a un oscuro retiro. Se prometía, sin duda, el agente británico,
que cuando no fuese por sus respetos, a lo menos por los de su nación, ganaría partidos
en su ánimo; pero ignoraba que Francia era uno de esos hombres extravagantes e
intratables de que la historia no hace mención. En breve lo supo a costa de un rústico
desaire. Impuesto Francia de lo que contenía el paquete, lo cerró y se lo devolvió, sin más
respuesta que este insulto”.
Según las notas de Fúnes a Bolívar, creían en aquella época que Francia ayudaría
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al Brasil en la guerra con las Provincias Unidas por la libertad del Estado Oriental. Pero se
equivocaban, porque éste, por su política de no intervención en los países vecinos, y por
la necesidad de defender el suyo propio, nunca hubiera prestado tal apoyo al Brasil, cuyo
agente diplomático expulsó de la Asunción en 1828.
El doctor don Juan Bautista Alberdi, emitió muchos años después un juicio análogo.
“¿O toman a lo serio esas Repúblicas (del Plata) – decía – el error que excluye al
Paraguay de los hijos de la revolución de América? – La América no conoce la historia de
ese país sino contada por sus rivales. El silencio del aislamiento ha dejado a la calumnia
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victoriosa. La América debe juzgar a esa hija de su revolución con su propio juicio, y
rehacer su historia en honor de su gran revolución, a la cual pertenece el mismo doctor
Francia, que como Robespierre y Danton, reúne a un lúgubre renombre, el honor de
haber concurrido al triunfo de la revolución americana. El doctor Francia proclamó la
independencia del Paraguay respecto de España, y la salvó hasta de sus vecinos por el
aislamiento y el despotismo, dos terribles medios que la necesidad le impuso en servicio
de su buen fin”.
Solo una rectificación cabe hacer a doctor Alberdi, y es que no puede establecerse
paralelo entre “Francia y aquellos dos terroristas de la Revolución Francesa. Robespierre
y Danton han sobrepujado a los mayores monstruos de la humanidad. Ellos se llevan la
responsabilidad de las matanzas de centenares de presos en las cárceles de París; de los
ahogamientos y fusilamientos en Nantes; de las ejecuciones de Burdeos y de la Vendea y
del ametrallamiento e incendio de Lyon; de las cien mil victimas, en fin, sacrificadas a su
furor en toda la Francia.
En su Historia de los Girondinos, Lamartine describe los días del terror en París en
los términos que siguen :
“Más de ocho mil sospechosos llenaban las prisiones de Paris un mes antes de la
muerte de Danton. En una sola noche fueron arrojadas en ellas trescientas familias del
barrio de San Germán, todos los grandes hombres de la Francia histórica, militar,
parlamentaria y episcopal. No se tomaban ya los delatores la molestia de suponerles un
crimen; su nombre les bastaba, sus riquezas los denunciaban y su clase los entregaba.
Eran culpables por barrios, por categorías, por fortuna, por parentesco, por familia, por
religión, por opinión, por presuntos sentimientos, o, por mejor decir, no había inocentes ni
culpables, no había más que verdugos y víctimas. Ni la edad, ni el sexo, ni la ancianidad,
ni la infancia, ni las enfermedades que hacían materialmente imposible todo género de
criminalidad, salvaban de la acusación ni de la sentencia. Los ancianos paralíticos
seguían a sus hijos, los hijos de la tierna edad seguían a sus padres, las esposas a sus
maridos, las hijas a sus madres, unos morían por su nombre, otros por su fortuna, unos
por haber manifestado una opinión, otros por su silencio o por haber servido al trono, o
por no haber abrazado con ostentación la República o por no haber adorado a Marat, o
por haber sentido la muerte de los girondinos, o por no haber aplaudido los excesos de
Hebert, o por haber aprobado la demencia de Danton, o por haber emigrado, o por
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permanecer quietos en su casa, o por haber introducido la miseria en el pueblo sin gastar
su patrimonio, o por haber mostrado un lujo que insultaba a la penuria pública. Razones,
sospechas, pretextos contradictorios, todo era bueno.
“Bastaba hablar los delatores en su sección y la ley los animaba dándoles una parte
en las confiscaciones. El pueblo, a la vez denunciador, juez y heredero de las víctimas,
creía enriquecerse con los bienes confiscados. Cuando faltaban pretextos de muerte a los
proscriptos, espiaban en las prisiones las conspiraciones verdaderas o falsas.
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asesinato dado como espectáculo y como placer a un pueblo entero. Así murieron,
diezmadas en lo más escogido, todas las clases de la población, la nobleza, el clero, la
clase media, la magistratura, el comercio, el pueblo mismo; así murieron todos los
grandes y obscuros ciudadanos que representaban en Francia las categorías, las
profesiones, las luces, las situaciones, las riquezas, las industrias, las opiniones, los
sentimientos proscriptos por la sanguinaria regeneración del terror. Así cayeron, una a
una, cuatro mil cabezas en algunos meses, y entre ellas las de los Montmorency, los
Noailles, los la Rochefoucauld, los Mailly, los Lavoisier, los Nicolai, los Sombreuil, los
Brancas, los Broglie, etc. etc. La democracia se hacía lugar con el hierro, pero, al
hacérselo, horrorizaba a la humanidad”.
***
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y la Dictadura en Sudamérica
El éxito del doctor Francia en el Paraguay se debe pues a que él se hizo el intérprete
de la aspiración nacional. Venció a todos sus adversarios y enemigos, prueba evidente de
que era superior a ellos.
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la anarquía y de la demagogia, que les ha acarreado tantos males. Por eso es más
próspero que los demás pueblos; en él imperan el orden y el respeto a las leyes; pero
luego que salgáis de sus fronteras, herirán vuestros oídos el estampido del cañón y el
estrépito de las guerras civiles, que paralizan el comercio y proscriben el bienestar y el
progreso. “¿Y de qué proviene eso? – Lisa y llanamente de que en Sudamérica no existe
sino un solo hombre que comprende el carácter de su pueblo y que es capaz de
gobernarlo. Ese hombre soy yo. Se decanta el amor a las instituciones libres, cuando lo
que realmente hay es la pública expoliación. Los naturales de Buenos Aires son los más
ligeros, vanos, volubles y libertinos de todos los que pertenecen a las antiguas colonias
españolas de este contine nte, de ahí mi resolución de no tener con ellos relaciones de
ninguna clase.
Buenos Aires, por ser capital del Virreynato del Río de la Plata, y ser una ciudad
opulenta y de mucho comercio, fue mirada con prevención y hasta con inquina por las
otras provincias. Esa prevención subió de punto cuando, con motivo de la revolución, ella
se arrogó el derecho de capitanearlos e imponerles su voluntad. Entonces se
manifestaron las insurrecciones locales, que produjeron la conflagración general en la
República. Primero se alzaron el Paraguay y el Uruguay, y luego las demás provincias. Y
como la guerra civil vino a ser permanente en la Argentina, y se culpaba de ella a Buenos
Aires, el doctor Francia creía también que los porteños eran no solamente anarquistas,
sino también volubles o tornadizos, por causa de los cambios frecuentes de sus
gobernadores, sin comprender que tales mudanzas eran sólo el resultado natural de la
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Piensan otros que no pudieron haberle dado nacimiento ese documento diplomático,
ni las Instrucciones que dictó Artigas a sus diputados el año 13, sino que se debe buscarle
abolengo más remoto, en las tradiciones de los pueblos, en España y en las costumbres
de los fenicios que vinieron a poblarla.
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“Dije a usted que también le hablaría de Tarija, que si queda en poder de los
argentinos, Bolivia se infecta del desorden y de la anarquía, que la Constitución será
minada y traída a tierra desde allí, donde los argentinos a ochenta leguas de tres capitales
nuestras, y a las orillas y lindando con cincuenta pueblos de tres departamentos, nos
introducirán sus principios desorganizadores... Ya han ocurrido allí (Tarija) dos
revoluciones y quitado y puesto dos gobernadores; este ejemplo tan cerca, ve usted cuán
fatal nos es”.
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Téngase en cuenta que él escribía ese trozo histórico en 1843, en la época en que el
dictador Rosas daba seria ocupación a Francia é Inglaterra, la prensa de ambos mundos
publicaba las tablas de sangre de Rivera Indarte, y se alzaban por doquiera, en
Sudamérica, los caudillos militares con las constituciones y las leyes. Contemplaba él con
asombro esa danza macabra, ese cuadro sombrío de las luchas de los partidos, y sólo en
el Paraguay veía, al través de Rengger y de Robertson, un hombre que supo librar á su
país de esa calamidad, y formuló este juicio: “el doctor Francia vale más que los
palladiums constitucionales, porque él, no siendo más que un oscuro abogado, se
impuso a sus conciudadanos, les enseñó las artes de la paz, y se hizo respetar de
sus vecinos”.
XI
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Por su actuación histórica no guarda semejanza con los tiranos antiguos de la Roma
Imperial, ni con los gauchos degolladores de la América del Sud como Rosas y otros. Fue
un hombre de Estado que se propuso fundar una República independiente y recurrió al
efecto al despotismo, como Richelieu, Cisneros, Pombal y los príncipes de la edad
moderna, que apelaron a los mismos medios para anonadar a los señores feudales,
fundar las monarquías absolutas y engrandecer a sus respectivas naciones. Todos sus
actos lo presentan como un hombre de inteligencia superior y pasiones concentradas, que
persigue un objeto único; de ambición elevada e inclinado al mando, no por amor a él sino
por cálculo, de penetración de espíritu y astucia diplomática para urdir planes y adivinar
las intenciones ajenas; de voluntad imperiosa, característica de los hombres que se creen
superiores a los demás, e inquebrantable en sus propósitos, como hombre de
convicciones profundas que no transige sobre el fin que busca, el cual, siendo su ideal,
constituye su pasión y su fuerza. Hombres de este género son incorruptibles e
inexorables, sin ser naturalmente perversos.
“El amor del mando sin más objeto que el de poner en movimiento a los lacayos, es
un amor, se me ocurre, que sólo puede caber en el espíritu de gentes de condición muy
pueril. Y a un hombre ya crecido como el doctor Francia, que, según se me asegura, no
necesitaba sino de tres cigarros diarios, un mate y cuatro onzas de carne, no podían darle
otra cosa más todos los lacayos del mundo, unidos y preocupados constantemente de él.
Y ése ya lo tenía y siempre lo había tenido. ¿Por qué pues había de querer el mando de
lacayos? ¿Le placería, acaso, verlos a su alrededor, con sus asiduidades servirles, con
sus morisquetas y sus lealtades mentidas?”
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Los gobiernos de Buenos Aires pedían siempre el poder absoluto, la suma del poder
público, o sea, el poder de dictar leyes. Y las legislaturas se lo concedían siempre, desde
1810 hasta 1852.
Francia gobernó el país con las leyes españolas, que quedaron vigentes. Los
decretos que él dictaba no eran leyes, sino medidas de policía y de seguridad, que las
circunstancias exigían.
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habitantes, y la ciudad que era una de las más hermosas de Italia, quedó reducida a
cenizas y borrada como Herculano de la superficie terrestre. Había antiguamente en
Roma, dice Tácito, una ley que especificaba los delitos de estado e imponía la pena
capital. Estos crímenes de lesa majestad se reducían en tiempo de la República a cuatro
especies. Si un ejército ha sido abandonado en territorio enemigo; si se habían excitado
sediciones; si los miembros de los cuerpos constituidos habían administrado mal los
caudales públicos; si la majestad del pueblo romano había sido envilecida. Los
emperadores sólo necesitaron algunos artíc ulos adicionales a esta ley para envolver a los
ciudadanos y a las ciudades enteras en la proscripción. Así que se consideraron las
palabras como crímenes de Estado, ya no quedaba más que un paso para cambiar en
delitos las simples miradas, la tristeza, la compasión, los suspiros y hasta el silencio.
Presto se tuvo por crimen de lesa majestad o de contrarrevolución el monumento que
Mursa había erigido a sus habitantes, muertos en el sitio de Módena, combatiendo bajo
las órdenes de Augusto; pero por combatir entonces Augusto con Bruto, Mursa sufrió la
misma suerte que Perusa.
“Crimen de contrarrevolución a Libonio Druso por haber preguntado a los que decían
la buena ventura, si poseería algún día grandiosas riquezas. Crimen de contrarrevolución
al publicista Cremucio Cordo por haber denominado a Bruto y Casio los últimos romanos.
Crimen de contrarrevolución a un descendiente de Casio por tener en su casa un retrato
de su bisabuelo. Crimen de contrarrevolución a Mamerto Escauro por haber hecho una
tragedia en que había cierto verso que podía tener dos interpretaciones. Crimen de
contrarrevolución a Torcuato Silano por gastar mucho. Crimen de contrarrevolución a
Petrio por haber soñado con Claudio. Crimen de contrarrevolución a Apio Silano, porque
su mujer había soñado con él. Crimen de contrarrevolución a Pomponio, porque un amigo
de Seyano había venido a buscar asilo en una de sus casas de campo. Crimen de
contrarrevolución por quejarse de las desgracias de los tiempos, porque era esto hacer el
proceso del gobierno. Crimen de contrarrevolución, por no invocar el genio de Calígula;
por haber dejado de hacerlo, muchos ciudadanos fueron destrozados a golpes,
condenados a las arenas o a las fieras, y algunos aserrados por medio del cuerpo. Crimen
de contrarrevolución a la madre del cónsul Fabio Gemino , por haber llorado la muerte
funesta de su hijo.
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“¿Era uno pobre? ese hombre debía ser vigilado de cerca; nadie es tan
emprendedor como el que nada posee: sospechoso. ¿Teníais acaso un carácter sombrío,
melancólico o vestíais con descuido? estabais afligidos porque los negocios públicos iban
bien?... sospechoso.
“Si uno era virtuoso y austero en sus costumbres, bueno; era otro Bruto que
pretendía con su palidez censurar a una corte amable y bien penada: sospechoso. Si uno
era filósofo, orador o poeta, era porque aspiraba tener más fama que los que gobernaban.
¿Podía consentirse que se hiciera más caso del autor que del emperador en su palco de
celosías? Sospechoso.
“En fin, si alguno había adquirido reputación en la guerra era tenido por más
peligroso por causa de su talento. Hay recursos para un general inepto. Si es traidor, no
puede entregar su ejército al enemigo sin que vuelva alguno. Pero si un general como
Corbulón o Agrícola hiciere traición, arrastraría consigo a todos. Vale más deshacerse de
él, o al menos conviene alejarlo cuanto antes del ejército: sospechoso. De esta suerte no
era posible tener alguna cualidad, a no ser haciendo de ella instrumento de la tiranía, sin
despertar los celos del déspota y sin exponerse a una pérdida evidente. Era un crimen
desempeñar un gran destino o renunciarlo; pero el mayor de todos los delitos era el de ser
incorruptible. Uno era acusado por su nombre o el de sus antepasados; otro por su
hermosa casa de Alba; Valerio Asiático, por que sus jardines habían gustado a la
emperatriz; Itálico, por haberle disgustado su cara; y otros muchos sin saber por qué.
“Toranio, el tutor, el antiguo amigo de Augusto, estaba proscrito por su pupilo, sin
achacársele otro motivo que ser hombre de probidad y amante de su patria. Ni el
pretorado ni su inocencia pudieron libertar a Quinto Galio de las sangrientas manos del
ejecutor; ese Augusto, cuya clemencia se ha ensalzado tanto, le sacó los ojos con sus
propias manos. Era uno vendido y asesinado por sus esclavos o sus enemigos; y si no
tenía enemigos, se hallaba un homicida en un huésped, en un amigo, en un hijo. En una
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palabra, durante aquellos reinados, tan extraña era la muerte natural de un hombre
célebre, o de un funcionario, que se publicaba como un grande acaecimiento,
transmitiéndolo el historiador a la memoria de los siglos. En este consulado, dice nuestro
analista, hubo un pontífice, Pisón, que murió en su cama, lo cual fue tenido por prodigio.
Nerón y Tiberio, Calígula y Domiciano, César Borgia y Carlos IX, Enrique VIII y
Felipe II, Fernando de Nápoles y Fernando VII de España, Murillo y Boves, Rosas y
Solano López, representan a los últimos.
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cuentan matanzas en masa por ciudades, por familias y por clases sociales,
proscripciones, incendios, asesinatos, parricidios, envenenamientos, orgías, incestos y
otros crímenes nefandos.
Francia tenía el instinto político y la complexión del hombre de Estado. Su ideal era
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Sin duda, él creía cumplir una misión, la cual consistía en crear una nación
independiente, llamada a perdurar al través de las edades. La República del Paragua y es
su obra, y ella sobrevivirá a las maldiciones de su siglo. Por eso ha podido decir con
Horacio: Exegi monumentum are perennius.
***
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y la Dictadura en Sudamérica
XII
Es sabido que las ciudades de Buenos Aires y Montevideo fueron tomadas por los
ingleses en los años 1806 y 1807, pero que muy pronto lograron expulsar a sus nuevos
dominadores, habiendo sido los primeros héroes de la reconquista el francés don
Santiago Liniers y el español don Martín de Alzaga, alcalde de primer voto del Cabildo de
la capital del Virreynato. Durante su breve ocupación, los ingleses publicaron en
Montevideo un periódico, La Estrella del Sud, escrito en inglés y castellano, y propagaron
ideas de libertad e independencia. Estas semillas morales no pudieron ser expulsadas;
ellas quedaron para servir de levadura a la revolución que debía estallar un poco más
tarde. Germinaron primero en la conciencia de algunos hombres ilustrados y luego se
arraigaron en el corazón de los pueblos.
Desde esta época, según el señor Mitre, datan los trabajos de Belgrano en favor de
la independencia del Río de la Plata bajo el gobierno de una monarquía constitucional.
Para llevar a cabo su pensamiento, fijóse en la princesa del Brasil doña Carlota Joaquina
de Borbón, hermana de Fernando VII y esposa de don Juan de Portugal, que residía a la
sazón en Río de Janeiro en calidad de Regente del reino. Habiéndolo participado a varios
personajes, encontró prosélitos en Castelli, Vieytes, los Passos, Pueyrredón, los
Rodríguez Peña y algunos más. Se pusieron en comunicación con la princesa Carlota
para proclamarla Regenta y trasladarla a Buenos Aires. Pero este proyecto se frustró por
la oposición del ministro británico residente en Río ( 3) y la consiguiente negativa del
príncipe don Juan que vivía bajo su tutela.
Tal era el estado de los espíritus en el Río de la Plata cuando llegó la noticia de que
España había sido ocupada por los ejércitos de Napoleón y tenía por soberano a un rey
francés. Estalló entonces la revolución el 25 de Mayo de 1810 y se instaló pacíficamente
una Junta de Gobierno compuesta de Cornelio Saavedra como presidente: Juan José
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Castelli, Manuel Belgrano, Miguel Azcuénaga, Manuel Alberti, Juan Larrea y Domingo
Matheu como vocales; y Mariano Moreno y Juan José Passo como secretarios.
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No poseyendo más conocimientos históricos que los que trae el Contrato Social,
espera fundadamente que el Congreso que iba a reunirse entonces dictará buenas leyes,
como las que en la antigüedad hicieron felices a Creta y Esparta, por obra de Minos y
Licurgo, copiando las sabias instituciones del Egipto. Y luego intima a los futuros
congresales en esta forma: “Recordad la máxima memorable de Foción, que enseñaba a
los atenienses pidiesen milagros a los dioses, con lo que se pondrían en estados de
obrarlos ellos mismos, etc.”. Para él, Sila, Mario, Octavio, Antonio, fueron varones de
muchos talentos y virtudes, pero que hicieron daño a su patria, por causa de haberse
relajado las leyes en su tiempo. Ni Bossuet, ni Montesquieu, ni Rousseau han dicho eso,
sino lo contrario: que aquellos hombres, por causa de sus ambiciones y sus vicios,
atropellaron las leyes y las buenas costumbres y causaron grave detrimento a la
República.
Agrega que Licurgo fue el primero que, trabajando sobre las meditaciones de Minos,
encontró en la división de los poderes el único freno para contener al magistrado en sus
deberes; y que la Inglaterra debe a ese hecho su libertad. Opina con un viajero que es un
excelente sistema de gobierno el federativo de las tribus indias de Norte América. Y
después de describirlo en sus lineamientos principales, exclama: “He aquí un estado
admirable que reúne al gobierno patriarcal la forma de una rigorosa federación”.
El doctor Moreno no era un hombre superior, ni mucho menos un genio, como creen
ingenuamente sus admiradores, sino un revolucionario de ideas extraviadas, de aquellos
que piensan que la diplomacia consiste en mentir y que para cambiar un estado de cosas
hay que matar y asesinar. Era una desviación del tipo normal, un caso de teratología
psicológica. El doctor Vicente Fidel López le describe así: “Dos grandes defectos hacían
desgraciado el temperamento de este grande hombre... había nacido con una fantasía tan
viva cuanto asustadiza y cobarde. Estaba sujeto a insomnios terribles, en medio de los
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que veía el tumulto de sus enemigos asechándolo con puñales unas veces, y otras
encarcelándolo para arrastrarlo a la horca. Tenía una naturaleza nerviosa. con
entusiasmos fantásticos que no se apartaban de su vista sino en el fuego de la acción.
Pero en los momentos en que la acción decaía, su espíritu no encontraba la quietud del
reposo, sino por el contrario, tendida la vista a su alrededor, y alarmado con las
emanaciones enfermizas de la soledad y del monólogo, que continuaban dándole
relámpagos siniestros, vagaba en las tinieblas de mil inquietudes indefinidas, asaltado por
dudas abultadas sobre la inseguridad de su persona y de los destinos de la causa a que
estaba entregado. Al día siguiente entraba otra vez en la acción incitado por la febril
necesidad de anonadar los obstáculos y los elementos contrarios que sus sueños le
habían presentado con formas gigantescas y apremiantes... El doctor Moreno era una
alma fanática y ascética, devorada por una actividad asombrosa. Con el mismo ardor con
que se había entregado a las elucubraciones místicas de Tomás Kempis y a la disciplina
de la penitencia, se dio después al misticismo social de Juan Jacobo”.
“Cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa, aunque este proceder nos
aproxime, a las costumbres de los antropófagos y caribes; porque ningún estado
envejecido ni sus provincias, pueden regenerarse, ni cortarse sus corrompidos abusos,
sin hacer correr arroyos de sangre.
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“Con los descontentos debe observar el gobierno una conducta cruel y sanguinaria;
la menor especie debe ser castigada; y en los juicios y asuntos particulares “debe
preferirse siempre al patriota para aprisionar más su voluntad. Ídem la menor semi-prueba
de hechos o palabras contra dicha clase de descontentos, debe castigarse con pena
capital, principalmente si son sujetos de talento, riqueza, carácter y opinión.
“Decapitar todos los gobernadores y jefes realistas que caigan en nuestras manos,
así como todos aquellos sujetos que ocupan los primeros empleos en los pueblos que
todavía no nos han reconocido, pues que gozando de algún influjo popular y conociendo
nuestras miras, pueden desacreditar nuestra causa entre los mismos patriotas.
“Secuestrar todas las fincas, bienes raíces y demás clases de bienes de los que han
seguido el partido contrario, a favor del erario público, e igualmente los bienes de los
españoles que no hayan abrazado abiertamente nuestra causa.
“Atraer a nuestro partido y honrarlos con los primeros cargos a los Valdenegro, Balta
Vargas, Artigas, Benavides, Vázquez, Ojeda etc. sujetos que por lo conocido de sus vicios
y condiciones, son capaces de todo, que es lo que conviene en las actuales
circunstancias, por sus talentos campestres y opiniones populares que han adquirido con
sus hechos temerarios, y así deben escogerse otros para formar buenos cuerpos de
infantería y caballería.
“La más mera sospecha denunciada por un patriota contra cualquier individuo que
no sea nuestro partidario, debe ser oída y aún debe dársele alguna satisfacción, si la
denuncia resulta ser infundada, para no entibiar su celo y vea que se le tiene confianza.
“Los bandos y mandatos públicos deben ser muy sanguinarios, y sus castigos, al
que infringiere sus deliberaciones, muy ejecutivos, cuando sean sobre asuntos en que se
comprometan los adelantamientos de la patria, para ejemplo de los demás.
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Tal fue el programa de gobierno del doctor Moreno. Se anticipaba en él a señalar las
víctimas cuyas cabezas debían de ser cortadas. Y fue en virtud de ese plan que Moreno
indujo a la Junta a mandar fusilar primero a Liniers, Allende, Concha. Rodríguez y un
oficial Moreno en Cabeza del Tigre (Córdoba) y poco después en Potosí a los realistas
Sanz, Nieto y Córdoba.
Refiriéndose a este suceso sangriento, en su libro sobre Liniers, dice el señor Pablo
Groussac:
“Un estremecimiento de horror corrió por el cuerpo de los próceres del pacífico
Mayo; y en la proclama tardía con que la Junta Gubernativa intentaba denigrar a sus
víctimas, se percibe un conato balbuciente de justificación. Muy pronto acabó de caer la
venda ofuscadora. El prestigio de Moreno no resistió a la repercusión del atentado; y
sabemos que, no bien alejado el genio terrible de la revolución, la Junta procuró desandar
la Via scelerata por aquél abierta, y que ¡ay! dos generaciones argentinas estaban
destinadas a recorrer. Aquel funesto sofisma por los sectarios formulado, y según el cual
eran justos todos sus pasos, y criminales los contrarios; ellos mismos se iban a encargar
de destruirlo, persiguiéndose los unos a los otros, arrojándose mutuamente a la cárcel y a
la proscripción, en nombre de un ideal revolucionario por todos proclamado y por ninguno
realizado ni definido, – hasta que, veinte años después, los últimos sobrevivientes de la
Junta de Mayo, cansados de luchas sangrientas y estériles represalias, se resignaron a
saludar en don Juan Manuel Rosas al salvador de la República”.
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“No nos compete rasgar el velo que encubre los manejos ocultos de los que las
aconsejaron; pero su responsabilidad es inmensa, porque imprimieron a los sucesos de
aquella época un carácter que no tuvieron al principio. De la expulsión del Virrey y de la
Audiencia (de Buenos Aires) se pasó a la tragedia de la Cabeza del Tigre, que se
continuó en Potosí. Se quiso ensangrentar la palestra, y se sembró de cadáveres un
campo que pudo haberse cubierto de flores. El pueblo no participó de estos desvaríos, y
se le debe hacer la jus ticia de decir, que nunca se dejó pervertir por tan deplorables
ejemplos”.
En Abril del año siguiente hubo un motín militar contra la Junta de Gobierno, la cual
fue disuelta y sustituida por un triunvirato. Este estaba manejado y dirigido por don
Bernardino Rivadavia, también joven y terrorista como Moreno, pero mucho más
equilibrado que él.
El verdugo fiscal de estas desventuradas víctimas era, como el doctor Moreno, otro
caso de teratología psicológica. Me refiero al doctor Bernardo Monteagudo, que se ha
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Para formarse una idea más completa del carácter de la dictadura en el Río de la
Plata, reproduzco a continuación algunas de las principales medidas adoptadas en los
primeros años de la revolución de la independencia, y que son un remedo de las
violencias y confiscaciones adoptadas por la Convención Francesa contra los emigrados y
supuestos enemigos de la causa de la libertad.
***
“La Junta Provisional Gubernativa de las Provincias Unidas del Río de la Plata por el
Señor Don Fernando VII – Por cuanto la moderación y la templanza no producen fruto
alguno y son repetidos los desengaños de esta Junta Gubernativa que ve convertidas en
desprecio de las leyes las medidas suaves que ha procurado reducir a los díscolos a su
deber, y que algunos hombres que deberían avergonzarse de su origen y sus principios
han huido asombrados de sus mismos delitos y para hallar protección en nuestros
hermanos de la Banda Oriental fingen saqueos y desastres que, aunque quedan
desmentidos a los dos días, logran intimidar en el momento y arrancar un favor a que no
son acreedores, – por tanto, para contener estos males, ha resuelto esta superioridad
hacer las siguientes prevenciones, en cuya ejecución será inexorable: 1ª. A todo individuo
que se ausente de esta ciudad sin licencia del Gobierno le serán confiscados sus bienes,
sin necesidad de otro proceso que la sola constancia de su salida;– 2ª. Todo patrón de
buque que conduzca pasajeros sin licencia del Gobierno irá a la cadena por cuatro años y
el barco quedará confiscado; – 3ª. Toda persona a quien se encuentre armas del Rey
contra los bandos en que se ha ordenado su entrega, será castigado con todo género de
penas sin exceptuar al último suplicio, según las circunstancias; – 4ª. Todo el que vierta
especies contra europeos o contra patricios, fomentando divisiones, será castigado con
las penas que establecen las leyes contra la sedición; – 5ª. Todo aquel a quien se
sorprendiese correspondencia con individuos de otros pueblos, sembrando divisiones,
desconfianzas o partidos contra el actual gobierno, será arcabuceado, sin otro proceso
que el esclarecimiento sumario del hecho.– Y a fin de que las preinsertas prevenciones
lleguen a noticia, etc.– Buenos Aires 31 de Julio de 1810.– Manuel Belgrano – Miguel
Azcuénaga – Manuel Alberti – Domingo Matheu – Juan Larrea – Mariano Moreno,
Secretario” – (Registro Nacional de la República Argentina – Documento número, 84,
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página 88).
1ª. Desde la fecha del presente decreto ningún tribunal, corporación o jefe civil,
militar o eclesiástico, dará empleo público a personas que no hayan nacido en estas
provincias.
2ª. Todo pretendiente a un empleo público deberá probar su ciudadanía natural por
el correspondiente contrato del acto de nacimiento.
4ª. Exceptúe nse los empleados europeos que se hallan actualmente en funciones,
quienes conservarán sus empleos, en tanto demuestren su amor al país y su adhesión al
gobierno.
5ª. Los ingleses, los portugueses y otros extranjeros que no estén en guerra con
nosotros, podrán venir libremente al país, ellos gozarán de todos los derechos de los
ciudadanos, y todos aquellos que se dedicaren a las artes y a la cultura de los campos,
serán protegidos por el gobierno. – Buenos Aires, Diciembre 3 de 1810 – (Las firmas de
los miembros de la Junta) – Mariano Moreno, Secretario.
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Todo comerciante, tendero, pulpero, comisionista y toda otra persona que obra por
sí o por otra, y toda persona que por razón de compras y otros contratos tengan en su
poder o en poder ajeno aquí o afuera, plata o valores de cualquiera especie,
pertenecientes a los españoles, brasileños, o vecinos de Montevideo, o de su territorio, o
del Virreynato de Lima y de las ciudades y territorios sometidos al ejército de Goyeneche,
deben declararlo perentoriamente a este gobierno en el plazo irrevocable de 48 horas
después de la publicación de este bando; y si no lo declaran, o se descubre algún valor no
declarado, serán castigados con la confiscación irrevocable de la mitad de. sus propios
bienes y sufrirán las penas de expatriación y de privación de sus derechos ciudadanos, de
la patria potestad, de los demás que confiere el territorio y de la protección del gobierno.
Igual obligación se impone a los deudores para declarar sus deudas y no pagarlas, y
a los escribanos para denunciarlas. – Buenos Aires, 13 Enero 1812 – Chiclana – Sarratea
– Rivadavia.
Contribución forzosa
Esta contribución será exigida por medio de Reglamentos, y será suprimida cuando
la situación política mejore.– Buenos Aires 15 de Mayo 1812.
Por orden del gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata se dispone que
ningún español europeo puede administrar pulperías ni casas de venta de comestibles
bajo ningún pretexto en esta capital y en toda su jurisdicción.
Se previene a los españoles europeos que tengan casas de esta clase, que deben
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En vista de la pobreza de los hijos del país, el gobierno resuelve ordenar a todos los
artistas extranjeros y españoles que tengan casas abiertas, que reciban obligatoriamente
aprendices a hijos del país, con la prevención de que los instruirán en su profesión con
cuidado y diligencia – Buenos Aires, 3 Septiembre 1812.
Art. 1º. Es prohibido a los españoles europeos reunirse en número de más de tres
personas. Todos los que infringieren esta disposición se les sorteará y serán
indefectiblemente fusilados. En el caso de reuniones más numerosas sospechosas de
maquinar contra la patria, nocturnas o en lugares secretos, todos los concurrentes sufrirán
la pena de muerte.
Art. 3º. Todos los que sean detenidos en el momento de huir para Montevideo o para
otros lugares ocupados por los enemigos del país, sufrirán inmediatamente la pena de
muerte. Sufrirán la misma pena los que, sabiéndolo, no denunciaren a los que tuvieren la
intención de escaparse – Buenos Aires 23 Diciembre 1812 – Chiclana – Sarratea –
Pueyrredón. Pérez y Rivadavia. Secretarios.
Extranjeros no naturalizados
Por un decreto del gobierno quedan separados de sus empleos todos los extranjeros
no naturalizados. 4 de Febrero 1813.
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Viudas de españoles
Por otro decreto, las viudas de los españoles quedan privadas de las pensiones de
que gozaban. 4 de Febrero 1813.
“Don Carlos de Alvear, Brigadier de los ejércitos de las Provincias Unidas del Río de
la Plata, Coronel del regimiento de infantería núm. 2, Inspector y General en Jefe del
ejército del Este.
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así públicos como confidenciales que pertenezcan a sujetos residentes en los territorios
de la Península, Virreinato de Lima, y demás pueblos de la América subyugados a las
armas de aquella, hagan una manifestación exacta de todas ellas en el término perentorio
de cuarenta y ocho horas al señor doctor don Pedro Pablo Vidal, Diputado de la Soberana
Asamblea, Canónigo magistral de la santa Iglesia catedral de Buenos Aires, y encargado
por el mismo Supremo Director, de este particular; y si no lo verificasen y se descubriese
alguna pertenencia no manifestada, se les confiscará irremisiblemente la mitad de todos
sus bienes e incurrirán en las penas de expatriación y privación de patria potestad, y
demás derechos de protección que dispensa el suelo y el Gobierno.
“Todos los que por cualquier causa debiesen a sujetos de España, Virreinato de
Lima, y cualquier otro pueblo de la América subyugado a aquélla, lo manifestarán en los
mismos términos y bajo las mismas penas, al dicho señor Diputado encargado, sin
proceder a hacer pago alguno ulterior, en el concepto de que con los que verifiquen la
manifestación ordenada, se tendrá consideraciones proporcionadas, para que en lo
venidero no sufran extorsiones sus fortunas propias.
“Todos los Escribanos darán dentro de ocho días al mismo señor Diputado una
relación exacta de todas las escrituras y documentos de obligaciones, contratos, y deudas
relativas a las precedencias expresadas, pena de privación de oficio; y todo sujeto o
persona privada que sabiéndolo no lo denunciase sufrirá una multa considerable y pena
aflictiva. Todo el que transcursado el término mencionado, denunciare caudal, acción o
deuda de las antedichas personas o manifestadas por los interesados obligados
accionistas, o deudores, percibirá la tercera parte de lo que descubriere; y para que llegue
a noticia de todos, y no pueda alegarse ignorancia, se publicará por bando en la forma
acostumbrada, fijándose esta en los parajes públicos y de estilo.– Dado en el Fuerte de
Montevideo a 4 de Julio de 1814.– Alvear”.
(Bando expedido por el Coronel Torgués tal como lo publicó la Gaceta de Buenos
Aires de 15 de Mayo de 1815).
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pretexto de hacer la felicidad del País, ni con otro alguno. El que a ello contraviniere será
a las 24 horas irremisiblemente fusilado, incurriendo en la misma pena el que lo supiese, y
no lo delatase.
“II. Con igual pena será castigado el vecino que fuese aprehendido en reuniones o
corrillos sospechosos, criticando las operaciones del Gobierno.
“III. Con pena arbitraria será castigado todo ciudadano que con pretexto de
opiniones contrarias insulte a otro, pero si alguno, atropellando las demostraciones del
gobierno, incurriese segunda vez en este atentado, será pasado por las armas a las 24
horas de cometido el crimen.
“IV. Ningún ciudadano podrá con autoridad particular castigar insultos hechos a su
persona. Este es rasgo de las autoridades. Quien burlando las ideas benéficas, que guían
esta mi determinación, las despreciase, será pasado por las armas a las 24 horas de
justificado el crimen.
“Considerando que en esta Capital y en los Pueblos de las demás Provincias que
constituyen el Estado, existen algunos hombres perversos que aprovechando las
ocasiones que presentan las circunstancias, son por sistema o por interés, los agentes de
las revoluciones, los que perturban la opinión pública con especies falsas y calumniantes,
los detractores del Gobierno constituido, y el azote del orden social.
“Que la condescendencia con que se les ha tratado hasta aquí lejos de atraerlos al
conocimiento de sus deberes, sólo ha servido para animarlos en sus empresas
sediciosas.
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“Artículo 1º. Los españoles sin excepción alguna que de palabra o por escrito,
directa o indirectamente, ataquen el sistema de libertad e independencia que han
adoptado estas Provincias, serán pasados por las armas dentro de 24 horas; y si algún
americano, (lo que no es de esperar) incurriese en semejantes delitos, sufrirá la misma
pena.
“2º. Todo individuo sin excepción alguna que invente o divulgue maliciosamente
especies alarmantes contra el Gobierno constituido y capaces de producir la desconfianza
pública, el odio o la insubordinación de los ciudadanos, será castigado con las penas que
fulminan las LL. 1º. y 2º. tit. 18 libr. 8 de la Recopilación de Castilla; y en el caso de que
de resultas de dichas especies acaeciese algún movimiento que comprometa el orden
público, sufrirá la pena de muerte.
“3º. Todo individuo sin excepción alguna que directa o indirectamente trate a los
soldados, o promueva la deserción de los ejércitos de la patria, será pasado por las armas
dentro de veinticuatro horas.
“4º. Todos los que sepan que se prepara una conspiración contra la Autoridad
constituida de un modo indudable, están obligados a denunciarla bajo la pena de ser
reputados como consentidores y cómplices del mismo crimen; pero en caso de que sólo
sean sospechas graves las que se tengan de semejante atentado, al honor y al celo de
todo buen ciudadano, corresponde dar avisos oportunos a la comisión para que tome las
medidas precaucionales que juzgue convenir.
“5º. Una comisión especial juzgará de estos delitos privativa y militarmente conforme
al Reglamento que se le dará en oportunidad.
6º. Los reos de los delitos de que trata este decreto, que se aprehendan en los
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pueblos de la jurisdicción del Gobierno se remitirán inmediatamente a esta capital con sus
respectivos procesos para que sean juzgados por la Comisión.
“7º. El presente Decreto se circulará por mis Secretarios de Estado a todas las
autoridades de la dependencia de sus departamentos, publicará por bandos en todos los
pueblos, y se insertara en la Gazeta de Gobierno. dando cuenta oportunamente a la
Soberana Asamblea General – Dado en Buenos Aires, a 28 de Mayo de 1815 – Carlos de
Alvear – Nicolás Herrera. Secretario.
Disposiciones diversas
Por decreto de 30 Mayo 1815, se impone el servicio militar obligatorio a todo sujeto
americano, a todo extranjero domiciliado por más de cuatro años en el país, a todo
español naturali zado, y a todo africano mulato libre.
Por decreto de 8 Junio de 1815, se ordena un empréstito forzoso de 200 mil pesos,
repartido entre los comerciantes europeos sin distinción de clase.
Por decreto de 10 de Enero de 1816, otro empréstito militar obligatorio para todos
los españoles y extranjeros en general, de 200.000 pesos.
Por otro decreto se ordena: que todo extranjero llegado a la Capital se presentará a
la Policía, dentro de veinticuatro horas, bajo pena de multa y prisión – Buenos Aires, 23
Noviembre de 1826.
***
Así, en 1819, mientras en Buenos Aires fusilaban a los franceses Robert y Lagresse
como supuestos conspiradores; el gobernador de Mendoza, don José Toribio de
Luzuriaga, sacrificaba en el patíbulo, de orden del general San Martín y de O’Higgins, y
por resolución de su logia Lautaro, a los hermanos Carrera, cuya influencia en el ánimo
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En San Luis ocurrió algo peor. Vivían allí recluidos como cuarenta españoles, de los
caídos prisioneros en la batalla de Maipo, en su mayor parte oficiales y jefes de alta
graduación. Esta gente no dejaba de inspirar temores a los gobernantes de Chile, que
temían por su seguridad. Estaban éstos en lucha con los peninsulares y se preparaban a
llevar al Perú la expedición libertadora de ese nombre. Deliberaron, pues, acerca del
destino que debían de dar a aquellos infelices prisioneros, y resolvieron en el seno de la
logia, compuesta principalmente de oficiales y jefes del Ejército de los Andes, concluir con
ellos. Monteagudo fue enviado a San Luis so pretexto de cumplir un castigo y púsose en
connivencia con el gobernador Vicente Dupuy para realizar su siniestro propósito. Indujo a
los españoles por medio de pérfidos consejos a intentar una sublevación; así que estos
desgraciados, cogidos en la trampa, fueron todos sacrificados, acuchillados unos y los
otros fusilados, excepto un jovencito, que sobrevivió a la catástrofe.
En aquella época de general anarquía no había una sola comarca donde pudiera
encontrarse seguridades. Cada provincia era una soberanía aparte, y todos los
gobernadores se entendían para desconocer la autoridad superior de Buenos Aires, que
aspiraba a imponérseles, Córdoba, Tucumán, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes eran
verdaderos estados independientes.
La República del Paraguay, que hasta 1820 se había mantenido tranquila, sufrió
también la influencia de los sucesos que se pasaban a su alrededor. Como el caudillo
entrerriano Ramírez la amenazase con una invasión y alentase una conspiración dentro
de ella, este hecho dio lugar a que el doctor Francia ensangrentase su dictadura, con el
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fusilamiento de los conspiradores del año 20, a imitación de lo que se hacía en todo el Río
de la Plata.
El Uruguay o Estado Oriental figuraba entre las provincias argentinas hasta 1816, en
que fue conquistado por los brasileños de acuerdo con los directoriales de Buenos Aires.
Fue declarado independiente en 1828, y nunca pudo tener un gobierno regular. Su estado
habitual eran el desorden y la falta de seguridad para las vidas y los intereses de los
habitantes.
La tiranía de Rosas, que se ejerció sobre todo el Río de la Plata, incluso el Estado
Oriental, amenazó a los países vecinos y molestó aún a las naciones europeas, fue el
producto de la anarquía que reinaba en dicha región desde 1810; pero vino precedida de
la dictadura de Rivadavia.
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y tocar cuanto se relacionaba con la vida privada. Y lo peor es que por la falta de régimen
parlamentario, el personalismo persiste latente todavía en nuestro organismo político”.
Rivadavia se vio obligado a renunciar la presidencia por varias causas: como jefe del
partido unitario, chocó con el espíritu federalista de las provincias; suprimió de un plumazo
la provincia de Buenos Aires, convirtiéndola en capital de las demás y derribando a su
gobernador Las Heras, que era un modelo de militar, de gobernante y de ciudadano; y
negoció el abandono del Estado Oriental al Brasil, hecho que produjo una reprobación
universal.
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con entrañas de tigre nació en el día infando que oyó su primer rugido.
“Usó el poder omnímodo que este voto de abyección le confería, siguiendo los
antecedentes que ya le caracterizaban.
“Os diré en cuatro palabras por qué obras podía ser juzgado, cuando los cobardes
se doblaban diciéndole “Señor”...
“Paso por alto las ferocidades de las hordas manejadas por él en 1829... En 1830,
durante su primer administración, usurpa la autoridad de los tribunales y sentencia y hace
ejecutar reos, cuyo juicio estaba pendiente... Atrae, fingiéndose su protector, a un
desgraciado mayor Montero, a quién entrega, por vía de recomendación, una orden de
muerte, que fue cumplida por el bárbaro que la recibió... Los prisioneros de los caudillos
aliados en 1831 son condenados a muerte en San Nicolás de los Arroyos, incluso el niño
Montenegro que seguía a su padre, y que murió como mueren los hijos con sus padres,
amargando con su alegría de mártir la agonía del que es más que mártir; la agonía del
padre que se envuelve con su hijo en la misma sombra...
“La jerarquía social es invertida. Sabéis ya en qué gremios buscó sus sangrientos
cooperadores: Salomón y sus cómplices visten las insignias militares... Rosas tenía su
corte de mujeres intrigantes, que espiaban las familias por medio de los criados, y de
hombres que aun valían menos que sus espías y sus cortesanas... Su hija asistía a los
bailes africanos al pie de la Pirámide... ¿Y amaban ellos a los desgraciados y a los
pobres? ... No, sino que era conveniente adular la plebe: no, ¡sino que era menester
humillar las eminencias sociales!... Enfrentaba una clase por medio de otra... En el
cuartel, en la penalidad arbitraria de los jueces de corrección, en la disciplina de la policía
rural, encontraban las clases bajas la dureza tiránica de que eran instrumento contra las
clases superiores... Más aún. Él rompió la fibra de las montoneras, sacrificando a puñal o
veneno los caudillos que las capitanearon; disciplinó ejércitos, sedujo generales, armó los
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indios salvajes, y manejó al pobre contra el rico, al gaucho contra el ciudadano, al soldado
contra el gaucho, al mazorquero contra el soldado, y la policía contra el mazorquero, ¡para
nivelarlo todo bajo el peso de su terrible grandeza!
“Vuestros padres os han hablado sin duda de las “fiestas parroquiales”. Magistrados,
militares, y ¡horrorizaos, jóvenes alumnos! las esposas y los hijos de esos magistrados y
de esos militares arrastraban en carros triunfales el retrato del tirano, y le colocaban en el
santuario; y cobardes sacerdotes entonaban cantos al Dios de la santa mansedumbre,
honrando al implacable monstruo que exponían al culto de la plebe...
“¿Sabéis lo que significa la tiranía servida por la delación?... ¡Ah! Poco es esconder
el pensamiento y devorar quejidos... ¡Una palabra lanzada en el sueño, cuando la mente
pierde las trabas de la sensación, basta para arrancar al padre del hogar, para sumergir
en la orfandad y la miseria los niños, las mujeres y los viejos!.
“La universal inmolación de la dignidad de los hombres tuvo un rito: la divisa y los
lemas y los gritos de exterminio, que turbaban el silencio de las noches, amargaban las
fiestas, iban del banco del escolar a la tribuna del sacerdote, afrentaban el pecho de los
hombres y la sien de las mujeres y la frente inmaculada de los niños...
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“Renuncio a describiros los tormentos que sufrieron los prisioneros de los ejércitos
revolucionarios. Hacia 1842 fueron fusilados todos los que no habían sucumbido de dolor
o de vergüenza. Os recordaré cómo.– Cada grupo de condenados a muerte era
conducido a un sitio donde cavaban una enorme huesa destinada a ser enterratorio
común. Enseguida se les fusilaba de dos en dos; los sobrevivientes arrojaban a la fosa los
cadáveres de sus compañeros, y volvían de su fúnebre operación para ser a su turno
fusilados ante otros compañeros que debían enterrarlos también y morir después...
“En aquellos parajes solitarios Avellaneda con el cuello desgarrado por el serrucho,
gritaba: “acaba”: y en Buenos Aires el mazorquero quemaba cohetes y anunciaba venta
de frutas, ¡arrastrado carros repletos de cabezas recién cortadas, y Rosas ostentaba
como trofeos los miembros de sus víctimas que le eran ofrecidos en holocausto!
… … … … … … … … … … … …
XIII
LA DICTADURA EN CHILE
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y la Dictadura en Sudamérica
O’Higgins se declaró dictador en Chile, contando con el concurso del general San
Martín, que a su vez se apoyaba en el ejército de los Andes. Y al general San Martín le
interesaba la amistad de O’Higgins, porque sin la bandera y la escuadra de Chile, no
podía llevar al Perú su expedición libertadora.
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otro en su lugar, y organizó una logia secreta para servirse de uno y otra como de
instrumentos suyos. Al mismo tiempo formó un ejército, instruyendo él mismo los reclutas
y disciplinando las tropas.
Hasta entonces el coronel San Martín se había distinguido como un jefe activo y
organizador; pero ya se echaba de ver que era astuto y disimulado, como hombre que
alimenta propósitos ocultos.
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y la Dictadura en Sudamérica
lomo de mula la artillería desarmada. Ese pequeño ejército no marchó todo entero por un
solo camino, sino que fue dividido en varias secciones que siguieron sendas diferentes, y
se reunieron después de veintidós días de marcha en el valle de Aconcagua el 9 de
Febrero. Los españoles, distraídos por los guerrilleros chilenos Manuel Rodríguez y otros,
no pudieron impedir la entrada del ejército patriota, y fueron batidos en el primer
encuentro en la cuesta de Chacabuco, con cuya victoria los patriotas recuperan a Chile y
nombran a O’Higgins Director Supremo. Con todo, aún quedaban enemigos en el país y
había batallas que librar con ellos. Los españoles consiguen la revancha en Cancha
Rayada; pero en Abril de 1818 so i derrotados en las llanuras de Maipo, con cuyo triunfo
se consumó la independencia de Chile.
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“En Europa había sido miembro de logias masónicas. Las de Buenos Aires y
Santiago debían su fundación a él, que era tan inclinado a dirigir la política por resortes
ocultos y maquinaciones subterráneas (La Logia Lautaro) Este senado enmascarado,
especie de remedo de las instituciones venecianas, que deliberaba a escondidas, como si
temiera la luz, sin actas donde se consignasen sus procedimientos, decidía todos los
negocios grandes y pequeños de la g uerra y de la administración.
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vivían en los reinos de España y sus dominios. En cortos plazos todos los tenedores de
estos bienes debían entregarlos a la comisión respectiva bajo las penas más severas. Por
una perversión de las reglas morales, que jamás podría disculparse, se fomentaba la
delación y se otorgaban premios a los abusos de confianza, a fin de evitar cualquiera
ocultación en las propiedades mencionadas... La República como hija honrada y heredera
celosa por la reputación de sus progenitores, ha reconocido toda las deudas provenientes
del secuestro; pero ella no debe cargar con las deudas-de sangre inútil. Esas las rechaza,
las repudia. Caiga su responsabilidad sólo sobre quien tuvo la desgracia de mancharse
con ellas. De esas clase es el asesinato innecesario, injustificable del español don Manuel
Imas. Los que eso autorizaron “creían que la sangre de un godo era menos preciosa que
la un patriota? que su agonía era menos dolorosa? que las lágrimas de la mujer y de los
hijos de ese español eran menos amargas que las de sus propias mujeres e hijos?
“El principio de que el fin justifica los medios, disculpa de la maldad, escudo del
crimen, hace de la moral un negocio de cálculos y no de conciencia. Nunca el asesinato
será permitido, aún cuando llegara a probarse, lo que me parece difícil, que la suerte de
una nación depende de la vida de un hombre.
“La sangre de los hermanos Carrera no fue la última sangre de patriotas que
empañó el brillo de la victoria obtenida por San Martin y O’Higgins en las llanuras de
Maipo. El sistema de aquellos gobernantes era inflexible, inhumano, implacable. Para
evitar la sombra más ligera de oposición, para conjurar el amago, más remoto de
anarquía, no retrocedían delante de nada... A la muerte de los Carrera se siguió la muerte
de don Manuel Rodríguez, asesinado bajo el amparo de las tinieblas en el recodo de un
camino”.
El juicio del señor Amunátegui debe ser rectificado en honor a la verdad y la justicia.
Como chileno, él propende a atenuar la responsabilidad del general O’Higgins y hacerla
recaer casi toda entera sobre el general San Martín. Pero el estudio detenido e imparcial
de los hechos modifica ese fallo y produce otra convicción.
Los caudillos chilenos Manuel Rodríguez y los hermanos Carrera eran popularísimos
en su país, y tan patriotas como O’Higgins; pero contrarios a éste y por ende a la
influencia argentina. O’Higgins abrigaba grandes temores de ellos, los cuales intentaban
derribarle, poniendo tal vez en peligro la independencia de Chile.
Iguales recelos inspiraban al Director Supremo los jefes y oficiales que vivían como
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“La logia Lautarina no podía tener en sus arcanos sino propósitos vedados y
siniestros... Anulaba todo poder administrativo, era ella la única autoridad en acción,
capaz de aplicar la ley y de aplicarla; siendo que ella se colocaba fuera de toda ley por la
inviolabilidad de su secreto. El director de Chile don Bernardo O’Higgins era solo un
agente revolucionario, y no un supremo magistrado. La revolución usurpó en su corazón
el puesto de la patria; pero esa revolución era el símbolo de la fraternidad americana, era
la gran patria de nuestra dispersa familia, y como tal si su misión dejaba de ser
exclusivamente chilena, era para ser algo que vale más que las rayas postizas echadas
sobre nuestras naciones con el nombre de fronteras y que hoy no son sino los
compartimentos de un inmenso redil en que los pastores, de toga y los ganadores de
espada, encierran el vasto e infeliz rebaño del pueblo americano. El gobierno del director
O’Higgins fue, pues, en este sentido revolucionario, eminentemente popular; y si en sus
días aquella estrella divina, que él mismo arrancó a nuestro cielo para engastarla en el
azul del tricolor, no resplandeció con la luz deslumbradora de los astros de orgullo que el
Plata y el Perú habian adoptado por emblemas, era porque estaba destinada a brillar en la
noche del futuro, como el faro inextinguible que guiará a un destino de unión y de ventura
las rotas naves del nacionalismo americano.
***
“San Martín no fue un hombre ni un político, ni un conquistador: fue una misión. Alta,
incontrastable, terrible a veces, sublime otras, él la llenó, y es solo visto bajo ese aspecto
providencial y casi divino, como la historia deberá hacerse cargo de su grande nombre y
de su gran carrera, llena de una unidad tan admirable en el decenio cabal que duró su
papel histórico de libertador.
“Mas nosotros, las generaciones de hoy, empeñadas por una mísera rutina, que
pudiera acaso calificarse de envidia y de impotencia, vivimos solo para bastardear
nuestras más legítimas glorias... y mientras en otros pueblos se afanan sus ciudadanos
por exaltar la fama de sus próceres, o el arte consigna en bronce sus enaltecidos hechos,
y las madres les enseñan en la cuna a sus hijos, junto con las oraciones del Eterno,
nosotros, con el rubor del alma lo decimos, ingratos y mezquinos, nos hemos constituido
en un tribunal de odio y de desprecio para pedir cuenta a nuestros mayores y
condenarlos, por un error o un desvarío, con sacrílega injusticia a la infamia y al horror...”.
O’Higgins fue derribado del poder, pero no por eso Chile se vio libre de la dictadura,
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y la Dictadura en Sudamérica
que durante muchos años pesó sobre él de una manera abrumadora. Hacia el año 23 se
reformó su constitución, dejando el poder en manos de los oligarcas y de un Senado
aristocrático. La consecuencia fue el descontento general a la vez que la anarquía, de tal
suerte que el cónsul británico Mr. Nugent no creyó prudente reconocer su independencia.
El dictador Freire disolvió el Senado y cometió otros desaciertos que exasperaron los
espíritus, hasta que se vio obligado a renunciar, Sucedióle Pinto, y éste también resignó
luego en manos del presidente del Senado en medio del más espantoso desorden. No
fueron más afortunados sus sucesores. Los disturbios continuaron, y en 1833 se dictó,
para reprimirlos, una nueva Constitución, la cual daba al presidente poderes tan extensos
que resultaba ser esencialmente dictatorial. Con ella los presidentes Prieto y Portales
gobernaron despóticamente el país; y los Montt – Varistas, patrocinadores del gobierno
aristocrático, lo abrumaron con medidas tiránicas o inhumanas.
Lo que sí, debe reconocerse en obsequio de esos dictadores es que fomentaron las
luces y otros progresos importantes; pero hicieron derramar mucha sangre.
***
XIV
LA DICTADURA EN EL PERÚ
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y la Dictadura en Sudamérica
Desde aquel momento el glorioso guerrero perdió su prestigio para con sus
subordinados, quienes ya no miraron en él al representa nte de las Provincias Unidas, sino
a un condottiere que iba a un país lejano a desempeñar el papel de aquel Pirro, rey de
Epiro, quien, llamado por los tarentinos para batir a los romanos, vino a Italia y volvió a
salir de ella sin haber podido conseguir el fin para que había sido contratado.
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y la Dictadura en Sudamérica
ocupación por las fuerzas independientes era el objetivo militar y político de San Martín.
La Serna se vio obligado a evacuarla, y así lo hizo en los primeros días de Julio de 1821.
Se posesionaron de ella los patriotas y proclamaron la independencia de Perú el 28 del
mismo mes. El general victorioso asumió la dictadura con el nombre de Protector, y
constituyó un ministerio híbrido compuesto del peruano Hipólito Unanue, del colombiano
García del Río y de su instrumento favorito Monteagudo, cuyo nacimiento alto -peruano o
argentino se discute. Este gobierno dictó una constitución provisoria para regirse,
atribuyéndose por ella facultades extraordinarias.
A la idea de monarquizar la América del Sud subordinó San Martín todos sus planes,
políticos y militares. De aquí dimanaron sus desaciertos en el Perú, que causaron la ruina
de su prestigio y la pérdida de su ejército. Él no comprendió el espíritu de la revolución
americana. Él creyó que con obtenerse la independencia, el problema estaba resuelto,
siendo así que la revolución reclamaba, no solamente este bien, sino también la
organización democrática. Por eso desde los primeros días de su gobierno viósele
estimular los hábitos monárquicos y crear instituciones aristocráticas. Preocupóse
preferentemente de las cosas más triviales, como los trajes que debían de llevar los
empleados de todos los ramos y jerarquías. Conservó los títulos de nobleza que existían
en el país y fundó la Orden del Sol, cuyos individuos constituirían una nobleza hereditaria.
Inútil decir que todas estas misiones fracasaron. La misma España no aceptaba
semejante proyecto, que ya fue propuesto anteriormente a su majestad católica por su
primer ministro el conde de Aranda.
En Septiembre del mismo año los realistas que se habían refugiado en la sierra
volvieron a aparecer en las cercanías de Lima. Fue el valiente general Canterac quien dio
ese paso atrevido. Llegó hasta las fortificaciones del Callao, y luego emprendió viaje de
retorno sin que fuera molestado por San Martín. Esta inacción injustificada perdió al
general patriota. Su mismo panegirista B. Hall lo confiesa en sus memorias cuando dice:
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y la Dictadura en Sudamérica
Pero hay otras causas mucho más serias que labraron la ruina de su prestigio en el
Perú. Unas son de carácter militar, y otras de carácter político. Entre las primeras debe
contarse la derrota que sufrió su ejército en Ica, suceso que puso a la disposición de los
españoles importantes elementos bélicos con que se rehicieron y llegaron a formar de
nuevo un poderoso ejército. Si el general San Martín los hubiese perseguido en regla
desde la ocupación de Lima, los hubiera aniquilado totalmente, y con esto se hubiera
terminado la guerra del Perú, según se expresan todos los historiadores. Pero él se
mantuvo en la inacción, y dejó que los enemigos se reorganizaran. Por esta causa, ya
antes del descalabro sufrido en Ica, se le habían separado muchos jefes distinguidos,
entre ellos el general Las Heras, el más capaz de todos ellos. La desmoralización de su
ejército fue consecuencia de esos y otros graves errores que apuntan todos los escritores
que han historiado la expedición libertadora del Perú.
Cuentan que San Martín, a su llegada a Lima, inauguró con los españoles una
política tolerante. “De improviso – dice el historiador chileno Gonzalo Bulnes – y sin que
ningún hecho que pueda ser apreciado por la historia le sirva de justificación, lanzó un
decreto ordenando que todo español que quisiera vivir en el país jurase la independencia,
y los que no, se retirasen, conminando a los que no lo aceptaran públicamente y la
combatieran en privado a la pérdida de sus bienes. El decreto terminaba con estas
palabras significativas: “Españoles: bien conocéis que el estado de la opinión publica es
tal que entre vosotros mismos hay un gran número que acecha y observa vuestra
conducta. Yo se cuanto pasa en lo más retirado de vuestras casas. Temblad, si abusáis
de mi indulgencia”.
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Cecilio Báez ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA
y la Dictadura en Sudamérica
El hecho que más impresionó al pueblo de Lima fue la expulsión violenta del
arzobispo Las Heras, un anciano de 78 años, incapaz de promover ningún disturbio. El
Protector le había exigido que cambiase los confesores de a
l s casas de ejercicios de
mujeres por hombres adictos a la independencia; y como él se negase a adoptar esa
medida contraria al dictado de su conciencia y a los deberes de su ministro, dióle
veinticuatro horas de plazo para salir del país. Acató incontinenti la orden, no sin antes
dirigir a San Martín una carta llena de unción religiosa, en que bendecía al pueblo y
formulaba votos por su felicidad.
San Martín había considerado que la guerra había terminado con la rendición de las
guarniciones del Callao. Ello no obstante, autorizó su decreto que decía: “Ning ún español
podrá salir de su casa por pretexto alguno después de la oración bajo la pena de
confiscación de bienes y extrañamiento del país”.
Ordenó después el secuestro de los bienes de los españoles, sin motivo justificado,
y expulsó a los que no tenían carta de ciudadanía; y para impedir que la adquiriesen, se
les impuso la obligación de tomar las armas contra los realistas. Los que salían en virtud
de estas órdenes, quedaban sometidos a las condiciones siguientes:
1º. Todos los españoles europeos que hasta esta fecha no hayan obtenido carta de
naturaleza saldrán del territorio del Estado bajo la pena de perdimiento de la mitad de sus
bienes a beneficio del erario si no lo verifican en el perentorio término de un mes.
2º. Los que tengan herederos forzosos solo podrán llevar consigo aquella parte de
sus bienes de que puedan disponer por testamento según las leyes. Los que sean
casados y careciesen de hijos dejarán a sus mujeres, si por mútuo avenimiento se
quedaren, la tercia parte de sus bienes; otra tercia se aplicará al Estado y llevarán el
residuo de ellos.
Otro decreto renovaba las órdenes de expulsión de los españoles y retención de sus
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y la Dictadura en Sudamérica
bienes, y establecía que los no naturalizados no podrían reunirse “en ningún lugar público
o privado en número mayor de tres, bajo la pena de seis meses de presidio”.
“Poco después – dice Bulnes – ordenó recoger a todos los españoles para enviarlos
al extranjero. Lima guardó por largo tiempo el recuerdo de este acto inhumano. Los
tiernos sentimientos de familia fueron desgarrados; los padres fueron separados de sus
hijos y de sus mujeres y salieron de Lima a pie bajo escolta, en medio del lamento de
innumerables personas, que se despedían de ellos como si se les condujera al patíbulo.
La mayor parte eran ancianos o niños, porque los jóvenes habían oportunamente huido.
Se les embarcó en un buque que llevaba el nombre de Monteagudo, que los condujo a
Chile.
“Esta política llegó a su apogeo cuando fue destruida en Ica la división que mandaba
el general don Domingo Tristán. Desde ese día el furor de Monteagudo contra los
españoles no reconoció límites. Les impuso en Abril un cupo de guerra de ciento veinte
mil pesos, lo que era demasiado para sus esquilmadas fortunas, y en Mayo les sacó otro
de doscientos cincuenta mil, pesos. Entonces dictó un decreto, cuya parte sustancial dice
:
“Ningún español con excepción de los eclesiásticos, podrá usar capa o capote
cuando salga a la calle, debiendo andar precisamente en cuerpo, bajo la pena de
destierro.
“Todo español que salga después del toque de oraciones incurrirá en la pena de
muerte.
“Todo español a quien se le encontrase algún arma fuera de las precisas para el
servicio de la mesa, incurrirá en la pena de confiscación y muerte.
***
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y la Dictadura en Sudamérica
por la sed mataron a sus compañeros más débiles y se desalteraron con su sangre. La
imaginación se estremece al pensar en las escenas ocurridas a bordo de la lancha.
Veinticinco murieron en la travesía; los restantes se alimentaron con sus cadáveres; dos
extenuados como sombras, fallecieron antes de recibir los auxilios del capitán del puerto
de Santa, donde recalaron; y los tres sobrevivientes quedaron como vivo ejemplo de los
rigores de la política inhumana que los condujo a aquel extremo”.
De los diez mil españoles que había en Lima, apenas quedaron unos seiscientos.
Por causa de aquella política inhumana, como dice Bulnes, la reputación de San
Martín sufrió el más grave quebranto. El descontento cundió tanto en las clases populares
como en las filas del ejército. El héroe de Chacabuco y Maipo vióse en el vacío. Con la
reorganización del ejército realista en el interior del país, la independencia del Perú volvió
a ser un problema. San Martín pidió auxilios a varios gobiernos americanos, y ninguno
respondió a su llamado. Colombia le miraba con recelo; Chile se consideraba desobligado
a su respecto desde que se sustrajo á su obediencia y quebró con el almirante Cochrane;
y Buenos Aires le consideraba como un rebelde. Además, gobernaba allí la facción
rivadaviana, que era francamente contraria a San Martín y a la guerra del Perú. Solicitó
entonces de Bolívar una conferencia, que tuvo lugar en Guayaquil.
Cuando San Martín volvió a Lima, se encontró con que su favorito ministro
Monteagudo había sido depuesto por una sublevación popular.
Profundamente disgustado por éste y otros reveses que había sufrido, en presencia
de un ejército que se hallaba minado por la desmoralización y la anarquía, y de un pueblo
que murmuraba de su conducta, y considerando que le era imposible continuar en el
ejercicio de la autoridad que él mismo se había dado, la resignó ante un congreso
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Cecilio Báez ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA
y la Dictadura en Sudamérica
Los historiadores de San Martín dicen que él es inocente de la política inhumana que
se implantó en el Perú durante su protectorado, haciendo recaer toda la responsabilidad
en su ministro Monteagudo, quien en verdad era una alma depravada y feroz.
Lamartine dice del convencional Carrier, dictador enviado a Nantes para purificar de
sospechosos ese departamento, lo que sigue: “Este hombre no era una opinión, sino un
instinto depravado; no tenía ideas, sino furor; toda su filosofía era la matanza, toda su
sensibilidad la sangre. En todas las épocas históricas ha habido hombres de matanza, ora
en el trono, ora en el pueblo, ora alguna vez entre los mismos ministros de la religión. El
crimen tiene también su parte en todas las conmociones humanas, y semejantes hombres
son los representantes del crimen de todos los partidos”.
Era un hombre sin convicciones y sin carácter. Fue republicano en Buenos Aires y
monarquista en el Perú. Arrojado de Lima por sus crueldades, se entregó en cuerpo y
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y la Dictadura en Sudamérica
alma a Bolívar.
Monteagudo era el instrumento favorito de San Martín. No hay, pues, razón alguna
para suponer que la voluntad del uno se haya suplantado a la del otro, que, en tal caso,
aparecería como un autómata.
Además de los decretos que autorizaba el Protector, hay documentos privados que
traducen sus sentimientos personales.
Habiéndole pedido recursos el general don Domingo Tristán, que se hallaba al frente
de una división en Ica, San Martín le contestó en carta particular que no los tenía, y que él
se los procurase por cualquier medio. Luego le agregaba en la misma carta, publicada por
Pruronena, lo que sigue:
“Usted no debe olvidarse de las máximas que varias veces inculqué a usted en
nuestras conferencias. Los pueblos sólo son obedientes cuando son pobres, y así que es
necesario que desaparezcan los grandes propietarios, los cuales siempre son enemigos
de toda mutación por no perder lo que tienen.
***
“Por cuantos medios le sean posibles procure Ud. destruir la opinión acerca de un
gobierno popular; nos sería peor caer en manos de eclesiásticos, letrados, tiranos y
tinterillos, que en las de los enemigos; vea Ud. cuántos males nos ha traído esta especie
de gobierno en Buenos Aires. Los pueblos debemos prepararlos para recibir un gobierno
aristocrático, en el que podemos tener la mayor o menor parte”.
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“Con el mayor disimulo y reserva estará Ud. a la observación de todas las acciones,
palabras y pensamientos, si fuese posible, de Tristán, Gamarra, y de toda esa canalla de
pasados de que se compone esa división (de Ica), los cuales jamás serán buenos, ni de
confianza, pues los que, con tanta desvergüenza se presentaron a nosotros, cuando
concibieron que la cosa estaba decidida a nuestro favor, no sería extraño que nos
abandonasen en caso de algún revés... Gamarra es más taimado y de más disposición
que Tristán y por lo mismo más temible; así es preciso desacreditarlo cuanto se pueda y
rebajarle la opinión por cuantos medios sea posible para que nunca se haga de partido”.
Bolívar, después de Ayacucho, lanzó en Lima una proclama como la sabía él hacer,
concisa, entusiasta y elocuente. En uno de sus párrafos describe la situación del Perú, a
su llegada, en estos términos:
“Peruanos: El Perú había sufrido grandes desastres. Las tropas que le quedaron
ocupaban las provincias libres del Norte, y hacían la guerra al Congreso: la marina no
obedecía al gobierno: el ex-presidente Riva-Agüero, usurpador, rebelde y traidor a la vez,
combatía a su patria y a sus aliados: los auxiliares de Chile, por abandono lamentable de
nuestra causa, nos privaron de sus tropas: las de Bue nos Aires, sublevándose en el
Callao contra sus jefes, entregaron aquella plaza a los enemigos: el presidente Torretagle,
llamando a los españoles para que ocupasen esta capital, completó la destrucción del
Perú. La discordia, la miseria, el descontento y el egoísmo, reinaban por todas partes. Ya
el Perú no existía; todo estaba disuelto. En estas circunstancias el Congreso me nombró
dictador para salvar las reliquias de su esperanza”.
Bolívar formó dos nuevas Repúblicas de los países últimamente libertados: la del
Perú propiamente dicho, y la de Bolivia, que antes se llamaba Alto-Perú, y pertenecía al
Virreynato del Río de la Plata.
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¿Por qué Bolívar no hizo del Bajo y Alto Perú una sola República? – Porque, como
dice Paz Soldan, no quería que Colombia tuviera una vecina demasiado poderosa.
¿Por qué no entregó las cuatro provincias alto-peruanas a Buenos Aires, cuando ya
se habían adherido a ésta en el Congreso de Tucumán? – Porque no quería que la
Argentina fuera demasiado poderosa y tuviera influencia sobre Chile y el Perú, influencia
que contrarrestaría la de Colombia.
¿Por qué la facción rivadaviana que imperaba entonces en Buenos Aires se mostró
hostil a Bolívar y al Congreso de Panamá convocado por éste? – Por causa de Rivadavia,
quien recelaba de la influencia de Bolívar.
Del punto de vista argentino, el capital error de San Martín consiste en haber
abandonado los intereses de su país, desvinculándose de Buenos Aires, la cual le había
dado un ejército y recursos para asegurar la posesión de las cuatro provincias alto-
peruanas (hoy Bolivia), que ya se habían adherido a las Provincias Unidas en el Congreso
de Tucumán (1816). La Junta de Mayo – según rezan los documentos de ella emanados –
había decretado la liberación de todas las Provincias del Virreynato del Río de la Plata
para constituir con ellas una sola nación. A este fin se mandaron al Alto Perú, Paraguay y
Uruguay los ejércitos llamados auxiliadores, o libertadores de esos países. No pudiendo
afirmarse la liberación del primero con las expediciones que penetraban en él por el
territorio de Salta, a pesar de haberlo recorrido y llegado hasta el Desaguadero, se pensó
en conquistarlo por el lado del Pacífico. Y a este plan obedeció el pacto celebrado entre
Buenos Aires y Chile, y consiguientemente la expedición libertadora que comandaba el
héroe de Chacabuco y Maipo. Pero éste, olvidando su deber, declaróse Protector del Perú
y creó un gobierno independiente con el fin de monarquizarlo y extender este sistema al
resto de la América latina. Por esta causa la Argentina perdió definitivamente las
provincias alto-peruanas, que fueron constituidas por Bolívar en República independiente.
Ello no obstante, el señor Mitre, interesado en ocultar el error de San Martín, dice
que tanto éste como Belgrano no habían tenido otro propósito que generalizar la
revolución argentina por toda la América a fin de asegurar la independencia. Pero los
hechos y los documentos de referencia contradicen este aserto. Los decretos expedidos
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y la Dictadura en Sudamérica
por la Junta Gubernativa de Buenos Aires bien claramente decían que sus ejércitos no
llevaban más misión que la de ayudar a las provincias interiores a sacudir el yugo de las
autoridades locales. Por eso ha podido escribir el doctor Alberdi que las historias de Mitre,
no son sino “historias de complacencia, historias galantes, historias al gusto y paladar del
país, para halagar la vanidad nacional, con la gloria de sus grandes hombres”.
Prosigue Mitre :
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y la Dictadura en Sudamérica
La confederación general de los Estados no es contraria a las que llama Mitre leyes
naturales, ni siquiera al principio de las nacionalidades que el Paraguay opuso a Buenos
Aires para declararse independiente en Mayo de 1811.
Con tales puntos de vista falsos, el señor Mitre pretende construir toda una filosofía
de la revolución hispano-americana; y encalabrinado con la idea de una revolución
argentina americanizada, en oposición a una pretendida revolución colombiana
monocrática, afirma que sin Chacabuco y Maipo no hubiera habido Boyacá, ni Carabobo,
ni Pichincha, ni Junín, ni Ayacucho. De donde infiere él que sin San Martín la América del
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y la Dictadura en Sudamérica
De esa fábrica de jabón no salieron sino los carlotistas, es decir, los partidarios de la
monarquía. En cuanto al nuevo mundo político, éste surgió de la general revolución
hispano-americana. Lo cual no es desconocer los importantes servicios prestados a la
causa de la independencia por Buenos Aires, por sus ilustres patricios y por sus grandes
capitanes, de los cuales es San Martín el primero.
***
XV
BOLÍVAR
Reunió luego en Lima a los representantes del Perú, resignando en la Asamblea sus
poderes de dictador. Él impuso a esta República la Constitución boliviana, la cual fue
aceptada con repugnancia por el pueblo por causa de su presidencia vitalicia. Bolívar
salió de Lima en Septiembre de 1826. Enseguida el Perú desechó dicha Constitución y
expulsó al Ejército colombiano, cuya presencia se le hacia insoportable. El general Sucre
se vio también obligado a abandonar la presidencia de Bolivia y tomar el mismo camino
que su jefe, es decir, el de Colombia. Desde entonces las dos Repúblicas, Perú y Bolivia,
se vieron presa de la anarquía y sufrieron todas las desdichas de la dictadura hasta la
guerra del Pacífico (1879).
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Bolívar ya veía bien lo que iba a suceder; y por eso propició la idea de la presidencia
vitalicia, creyendo que con este sistema se evitarían las guerras civiles y la anarquía.
Ello no obstante, hay que reconocer que Bolívar fue un genio organizador y un gran
guerrero. Ha sido diversamente juzgado; pero se le admira generalmente tanto en Europa
como en las tres Américas.
Algunos historiadores argentinos le han maltratado en estos últimos años: entre ellos
el más violento ha sido el doctor Vicente Fidel López, autor de historias pintorescas y
anecdóticas de la República Argentina y de las guerras civiles de la misma. Así, en el
tomo X, página 152, de la primera, elogiando a Quiroga, el tigre de los Llanos, dice : “No
se le conocen actos de torpe lujuria como los que infamaban las costumbres de Bolívar”
En la Pág. 451 del mismo tomo, para excusar el crimen del general Lavalle, que hizo
fusilar en despoblado al gobernador Dorrego: “Bonaparte asesinó al duque de Enghien sin
afirmar con ese criterio su imperio. Cuando los Borbones hicieron asesinar jurídicamente
a Ney, cavaron ese día el sepulcro de su dinastía. Bolívar hizo asesinar vilmente a Piar –
un heroico soldado, y a Berindoaga, un eminente ciudadano, sin asegurar la presidencia
vitalicia que había sido el fin de esas dos iniquidades”.
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En la página 547, desautorizando a La Madrid que atribuye una mala acción a San
Martín: “No hay pues incidente, hecho ninguno en la vida del glorioso argentino que libertó
a Chile y al Perú que lo presente bajo el aspecto teatral de un matamoros, o de un
caudillo grosero y agresivo, a la manera de Bolívar”.
“Bolívar que a pesar de su gloria militar, tenía todas las dobleces y vicios morales de
un malvado y mal caballero, cometió el infame atentado de encarcelar al general Miranda
bajo el pretexto de que era un traidor que operaba con dinero inglés para pasar la
dominación de Sud-América a manos del gobierno británico; y no contento con esto, hizo
entrega del ilustre preso al general español Monteverde, para deshacerse únicamente de
un rival cuya gloriosa reputación era obstáculo al poder personal y despótico que
ambicionaba para sí. Este rasgo, atroz por el egoísmo y por la bajeza de los medios y de
los móviles con que fue ejecutado, es el comentario más fiel que pueda hacerse, para
comprender al hombre de la célebre conferencia de Guayaquil. Si al principio de su
carrera la ambición voraz de Bolívar era capaz de infamia tan negra ¿qué no sería
cuando, tocando en las ilusiones de su grandeza, no tenía otro paso ya que dar que el de
apartar con un movimiento de su mano al modesto general del ejército argentino que le
había abierto las puertas del Perú? ”
Bolívar debe sus grandes éxitos contra los ejércitos realistas a su mucha actividad, a
las cualidades excepcionales de guerrero que poseía y a haber sido servido por hábiles
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“Jamás la confianza en la victoria fue tan grande en ningún otro país de América
como en Venezuela y Nueva Granada; jamás la gloria, el poder y la autoridad de ninguno
de sus héroes rayaron a tan alto grado como los que alcanzó Bolívar, cuyo poder se
extendió desde el Atlántico hasta el Pacífico”.
“El alma de esta gran revolución, que es uno de los hechos salientes de la historia
universal, fue sólo Bolívar, hacía años que se le atribuía el principal papel en este gran
drama, desde que los otros, Miranda y Mariño, Morales y Carrera, Pueyrredón y
O’Higgins, San Martín e Itúrbide, habían desaparecido de la escena, retirándose unos con
escaso honor de la lucha, y cubriéndose otros de vergüenza. Fue él quien había
depositado en el suelo de la patria el germen de las más grandes hazañas, y fue mediante
él que se cosecharon los más grandes honores. Fue él quien en todo tiempo había
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combatido por la libertad de Venezuela y libertado Nueva Granada del yugo de una
opresión abrumadora; quien había unido los dos países en un Estado federativo, y
contribuido más a conseguir la emancipación de los países del Ecuador y unirlos a la gran
República de Colombia. Fue él quien, a la cabeza de los colombianos, había libertado al
Perú de sus dominadores extranjeros, lo que no habían podido hacer los países del Río
de la Plata y Chile con sus fuerzas reunidas. Fue él quien había arrancado al Perú de las
discordias internas, de la guerra civil y de la más extrema miseria. Fue él, en fin, quien
desde el Orinoco hasta el Desaguadero había creado dos nuevas naciones, y libertado el
Alto Perú, cuya revolución no pudo hacer triunfar Buenos Aires porque agotaban sus
fuerzas en estériles empeños...... El acto por el cual Estados Unidos e Inglaterra
reconocieron la independencia de las colonias era también para Bolívar uno de los
mayores homenajes personales que ha podido ofrecérsele... Apenas San Martín inició el
curso épico de sus hazañas libertando a los pueblos oprimidos, cuando ya se enredó en
los numerosos lazos que se había armado él mismo, y cayó en el oprobio y la ruina.
Encontramos materiales mucho más abundantes, una concepción mucho más grandiosa
y un interés psicológico incomparablemente mayor y más durable en el papel que
desempeñó Bolívar, el cual poseía una cultura intelectual infinitamente más extensa que
sus émulos, y cuyo carácter formaba una mezcla de elementos de una gran variedad...
Este hombre había llegado al colmo de los honores más brillantes libertando aquellos
vastos países, interior y exteriormente, adquiriendo la gloria militar y la política, la gloria
del legislador y del administrador, conservando puras sus manos y mostrando un ardiente
amor de la patria, que era el principal móvil de toda su actividad incesante. Él era
realmente grande en la autoridad incontestada con que dominaba a aquel mundo
nuevamente creado por él... Sin duda ninguna Bolívar había tenido una concepción
grandiosa para la emancipación de América, cuando emprendió sus expediciones
militares, desde la desembocadura del Orinoco hasta el Alto Perú”.
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y la Dictadura en Sudamérica
“Lo que caracteriza la vida de Washington – dice Gervinus – es la fuerza secreta que
realzaba todas sus disposiciones naturales, que le daba un gran ascendiente sobre los
hombres y que le permitió ejercer sobre los acontecimientos una profunda influencia.
Washington poseía esta fuerza secreta porque dominaba sus pasiones por la razón,
mostraba una reserva modesta ante los juicios ajenos y tomaba en cuenta, con todo
comedimiento, las pretensiones y los derechos de otros. Además, la gravedad profunda
de sus maneras; la firmeza con que obraba e imponía respeto; la reflexión circunspecta
que mostraba en sus promesas y en sus empresas; el austero sentimiento del deber de
que daba prueba cumpliéndolo; la atenta vigilancia con la cual observaba la chispa divina
de la conciencia, y que él se imponía en sus máximas de juventud: todo eso son las
señales exteriores de una virtud enteramente fundada sobre principios, virtud que parece
extraña a los hombres meridionales”.
Más es también indudable, que Bolívar, en idéntica empresa a la que hizo triunfar el
héroe de Virginia, tuvo que vencer mayores dificultades que su incomparable émulo.
Bolívar fue extraordinario por sus luchas y sacrificios, por su valor y perseverancia, por su
fe en el triunfo final de la revolución y las excepcionales dotes que desplegó en la guerra
de catorce años. Pertenecía a la estirpe de los guerreros de vocación, quienes, llevados
del amor de la gloria o del instinto de dominación, dan suelta a sus energías comprimidas
y realizan grandes obras. No hay que buscar en él al prudente y sabio magistrado, sino al
guerrero inflamado por el fuego de un gran patriotismo, por el amor a la libertad y la
justicia, que acomete una empresa extraordinaria, se agiganta en la lucha con los reveses
y las dificultades, y triunfa al fin de todos los obstáculos que le oponen la naturaleza y los
hombres.
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como redentores de pueblos. Y ese principio superior que late en los hombres, es lo que
constituye la grandeza de los héroes.
El paso de los Alpes por treinta y cinco mil franceses para cortar la comunicación de
las divisiones enemigas que espiaban su marcha, fue una operación difícil y peligrosa, a
la vez que hábil maniobra estratégica del Gran Capitán. No había caminos practicados,
como dice Thiers, sino algunas que otras sendas de cabra. Los zapadores tenían que
ensancharlas, abrir otras nuevas, suavizar pendientes, y echar puentes sobre las zanjas
para que pasaran los convoyes. Era la época más peligrosa del año, que es la del
deshielo. Los soldados iban a la desfilada por entre precipicios profundos y riscos
elevados cubiertos de eterna nieve. Las caballerías quedaban inutilizadas, no podían
arrastrar los carros y los cañones, y los artilleros tenían que hacer sus veces. Y carros,
piezas de artillería, animales y hombres marchaban, ya de día, ya de noche, en el mayor
silencio, para evitar que fueran sentidos por los enemigos fortificados en el camino que
hubieran podido aniquilarlos. El resultado de esta arriesgada travesía, que duró trece
días, fue la victoria de Marengo.
Esta marcha al través de los Alpes recordaba la de Aníbal. Sale éste de España a la
cabeza de cincuenta mil infantes y veinte mil jinetes, vadea el Ebro y llega a la cumbre de
los Pirineos, a pesar de la hostilidad de sus bárbaros habitantes. Baja por la vertiente
septentrional de dichos montes y se dirige al Ródano. Los volscos le disputan el paso de
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este río; pero él los envuelve y los destroza. Un ejército romano le espera cerca de
Marsella. El astuto cartaginés lo evita, costeando por la derecha el Ródano hasta su
confluencia con el Isére. Vuelve a descender hacia el mediodía, esguaza el Duranzo, y se
encamina hacia los Alpes. A la vista de aquellas montañas nevadas y pobladas de
hombres casi salvajes, se desalientan los soldados. Pero Aníbal les dirige una arenga
oportuna e inflama sus corazones con el recuerdo de Sagunto. Los bravos guerreros
trepan las eminencias, se baten cuerpo con aquellos rudos montañeses, y hombres y
caballos se chocan, resbalan y caen a los abismos asidos los unos a los otros. Por fin,
después de trece días de fatigas increíbles, llegan a la cima. Contemplan con espanto que
la pendiente por donde deben descender es mucho más empinada que la otra. Fuerza es
bajar, y andando a tientas con los pies y agarrándose a las matas y las rocas, prosiguen
el penoso viaje. De repente se ven detenidos ante un terreno hundido: las acémilas se
atascan en la nieve y los hombres no pueden sostenerse, ni retroceder. Practican con el
hierro y el fuego una senda en la peña viva y se salvan. Pero el ejército se hallaba
reducido a veinte mil infantes y seis mil jinetes. A pesar de ello, el héroe de Cartago se
abre paso por entre los taurinos y los insubrios que le hostilizan, y derrota a los ejércitos
de Roma, sucesivamente, en el Tesino, en Trebia, en Trasimeno y en Cannas, dejando
tendidos en los campos más de cien mil romanos. Las guerras de la independencia
americana no tienen la misma magnitud que las que libraron aquellos conquistadores. No
debemos de buscar la grandeza de nuestros héroes en el ruido y el número de sus
batallas, sino en el bien que hicieron a la humanidad, trayendo a los pueblos americanos
a la vida del derecho y de la libertad. Ellos fueron redentores de pueblos, en tanto que
aquellos formidables guerreros no han sido sino los genios de la destrucción y de la
muerte. Ese es el fallo de la historia, que reclama de los hombres acciones nobles y
elevadas, y no hecatombes y cataclismos, en que naufragan los principios de la justicia y
de la moral.
***
XVI
EPILOGO
El rápido bosquejo que acabamos de diseñar de las dictaduras del Paraguay, Río de
la Plata, Chile y Perú, es aplicable a las demás secciones del Continente, pues en todas
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partes las hubo. Ellas nacieron con la guerra de la independencia, por la necesidad de
imprimir a ésta una dirección enérgica y de asegurar la conquista de la libertad. Los
dictadores fueron los defensores de sus pueblos. Donde había guerras, surgieron los
caudillos militares; donde no las había, aparecieron los caudillos civiles, como el doctor
Francia en el Paraguay, que salvaguardó la independencia nacional por medio del
aislamiento.
… … … … … … … … … … …
No se trata aquí de los abusos y crímenes particulares que han podido cometer los
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y la Dictadura en Sudamérica
Qué es lo que debe entenderse por principio democrático, lo diré en pocas palabras.
Sin retroceder a las primitivas organizaciones sociales, obvio es que las naciones
modernas se hallan constituidas en virtud de un pacto ajustado entre los individuos que
las componen y que recibe el nombre de carta fundamental o código político. En el
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tecnicismo de esta ciencia especial, se llama carta el contrato en cuya virtud conviven el
rey y sus súbditos; y constitución, el convenio acordado entre los ciudadanos de una
República. La sociedad política actual es pues el resultado de una convención. Y en
ninguna comunidad de este género es más ostensible el consenso de las voluntades
individuales como en la democracia contemporánea. Todos sus ciudadanos son iguales
ante la ley, y todos gozan de los mismos derechos como están todos ligados por los
mismos deberes los unos respecto de los otros. Entre ellos no hay prerrogativas de
ninguna clase, ninguno es superior al otro, nadie tiene el derecho de mandar sobre los
demás, ni la mayoría el de oprimir a la minoría. Mas para que las libertades individuales
puedan coexistir y sea posible el mantenimiento del orden, se establece la autoridad para
que ésta, a nombre y en representación del cuerpo social, provea a su conservación, y a
la de las vidas y bienes de sus individuos. Compónese la autoridad o el gobierno de cierto
número de personas, popularmente elegidas, es decir, por el sufragio libre de todos los
asociados hábiles, que a este fin se reúnen en cuerpo electoral. Los funcionarios de esta
manera designados ejercen su mandato por un tiempo breve, porque interesa a la libertad
y al progreso de la colectividad el que no duren mucho tiempo en el desempeño de su
cargo. De lo contrario podrían corromperse y hacerse dueños del gobierno por tiempo
indefinido, sin estar sujetos a la responsabilidad que trae aparejada el ejercicio del poder.
Por eso en una democracia bien entendida, cual ocurre en los Estados Unidos de
América, deben ser elegidos por el pueblo todos los funcionarios públicos de los poderes
legislativo y judicial, ejecutivo y municipal, y no durar en sus puestos sino por un tiempo
corto y determinado.
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Nadie tiene el derecho de decir: “yo tengo buenas intenciones y voy a hacer la
felicidad de mis conciudadanos por medio de la violencia”. Si tal derecho existiera, habría
la guerra de todos contra todos, de una manera permanente, y sería su resultado la
anarquía incurable, que tan caro cuesta a las Repúblicas latinoamericanas, como muy
caro costó a las antiguas Repúblicas. El poder usurpado no se conserva sino con la
violencia; y de aquí los males de todo género que ella engendra y la tiranía que es su
obligada consecuencia. Así el usurpador exige y cobra impuestos a los ciudadanos contra
su voluntad para mantenerse en el poder y oprimirlos impunemente; forma su ejército con
los mismos ciudadanos para que éstos sean los instrumentos de su tiranía; confiere los
cargos y destinos rentados a las personas de su agrado con idénticos fines; dirige las
elecciones a su gusto, anulando la voluntad popular y hollando con planta sacrílega el
libro de la ley que todos juraron respetar y defender. Y el resto de los ciudadanos que
sufren semejante oprobio quedan relegados a la categoría de ilotas o de proscritos
políticos dentro de su propio país. Por eso no hay injuria más afrentosa para los
ciudadanos de un pueblo libre que la usurpación de la autoridad, ya por un individuo, ya
por una agrupación cualquiera de individuos, pues ni aún las mayorías tienen el derecho
de adueñarse de ella por medios violentos o ilegales.
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Cecilio Báez ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA
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Los partidos políticos representan en Europa dos tendencias antagónicas, dos ideas
en lucha, dos aspiraciones rivales que se combaten y tratan de vencerse, el uno en
nombre de principios conservadores, el otro en nombre de principios liberales o
progresivos. Habiendo sido Roma antigua una República aristocrática, fundada sobre el
privilegio, es el pueblo de la antigüedad que nos ofrece el mejor ejemplo de las dos clases
de partidos a que nos referimos. El patriciado que la gobierna, concentra y monopoliza
todos los poderes: retiene en sus manos toda la autoridad civil y religiosa y acapara todas
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las propiedades rurales, con exclusión absoluta de las clases populares, que, sin formar
una casta, en el sentido indio de la palabra, quedan relegadas a la categoría de parias, de
ciudadanos sin derechos, privados hasta de ciertas facultades meramente civiles que los
convierten en individuos de ajeno derecho. Y esta injusticia social, que pudo legitimarse
en los orígenes de Roma, pero cuya perpetuación no tenía excusa, suscita a los tribunos,
quienes reclaman los derechos negados a la mayoría del pueblo. Conocidos son los
resultados de esas luchas seculares que ensangrentaron las calles de la ciudad eterna, y
aportaron saludables cambios al organismo de aquella aristocrática y conservadora
sociedad, la cual de reforma en reforma, concluyó por proclamar a la larga la igualdad civil
política, transformó por completo su legislación y otorgó carta de ciudadanía, no
solamente a los hombres, sino también a los dioses extranjeros.
Los Estados Unidos de América son en nuestros días, como lo fueron ayer, la
palestra de dos grandes y poderosos partidos que rivalizan, no por encontrados principios,
sino por la mejor realización de los ideales democráticos. Nacieron ambos con la jura de
la Constitución federal. combatiéronse luego por la cuestión de la esclavitud y hoy se
limitan a vigilarse el uno al otro para el mejor ejercicio de las instituciones republicanas y
el mejor servicio de los intereses de la Unión. Son verdaderos partidos electorales, sin
dejar de ser progresivos.
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Los partidos políticos electorales son pues necesarios en todos los países,
principalmente en una sociedad democrática, que requiere ser removida a la continua
para renovarse, sanearse como la atmósfera y arrojar afuera, como en el mar, las heces
que se forman en sus entrañas. En nuestras repúblicas, el gobierno es ejercido por el
pueblo mismo, el cual elige a los funcionarios públicos y organiza el ejército que vela por
la libertad y por la Patria. Y el pueblo, para ejecutar esos actos, se divide y se organiza en
grupos, cada uno de los cuales tiene sus candidatos propios y también sus particulares
aspiraciones democráticas. De manera que nuestros partidos políticos no son sino las
porciones más o menos numerosas de ciudadanos que se reúnen para cumplir con su
deber, para dar vida al principio democrático de la elección del gobernante, proteger esta
libertad y este derecho en los comicios, en el parlamento y hasta en los campos de
batalla, si necesario fuere, ya sea contra los enemigos exteriores, ya contra los enemigos
de dentro, que son los asaltantes y usurpadores del poder.
***
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APÉNDICE – EL PAN-AMERICANISMO
El todo tiempo la guerra ha sido considerada como uno de los más grandes azotes
de la humanidad por la sangre que hace correr y por los perjuicios de todo género que
causa. Con el fin de acorrer a tan grandes males, o de atenuar sus deplorables efectos,
los pueblos civilizados de Europa han fundado algunas instituciones que, aunque sin
producir los resultados que de ellas se esperaba, merecen nuestra veneración por el
espíritu de humanidad que las informaba. Así, las anfictionías de la Grecia en los antiguos
tiempos y las treguas de Dios en la edad media, eran medidas profilácticas que se
inspiraban en las ideas pacifistas, las cuales, olvidadas en la era moderna por los odios
religiosos y los intereses políticos de diversa índole, han vuelto a manifestarse en
nuestros días como una necesidad suprema de la civilización cristiana.
Yo no aspiro a analizar tales teorías. Sólo sí diré que la paz debe ser el estado
normal de las sociedades civilizadas. Así lo pensó Enrique IV cuando concibió la idea de
organizar las naciones europeas en una vasta república pacífica. Así lo pensaron Eméric
Crucé, el abate de Saint-Pierre, Leibnitz, Rousseau, Grocio, Puffendorf, Vattel, Bentham,
Kant y otros que abogaron por la causa de la paz. El abate de Saint-Pierre, en su proyecto
de paz perpetua, había propuesto el establecimiento de una especie de tribunal europeo
que tuviera por objeto el dirimir amistosamente los diferendos que surgiesen entre los
gobiernos.
Esas ideas generosas no han cuajado todavía; pero han ganado muchos prosélitos
en el siglo XIX, como lo demuestran las iniciativas de los gobiernos en las conferencias de
la paz y las sociedades organizadas en Europa y América para solucionar los conflictos
internacionales por medio del arbitraje voluntario.
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Cecilio Báez ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA
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No hay que dudarlo: en una época no lejana se convertirá en una hermosa realidad
este supremo ideal de humanidad y de justicia, gracias al progreso de las costumbres y a
los intereses del comercio internacional que privan de una manera muy especial en la
política moderna.
Art. 11. Las partes contratantes, deseando estrechar y reforzar más y más los lazos
fraternales que les ligan por medio de amigables conferencias, han convenido y
convienen en reunirse cada dos años en tiempo de paz, y anualmente en las presentes y
futuras guerras, en una asamblea general compuesta de dos ministros plenipotenciarios
por cada parte, quienes serán debidamente autorizados por los necesarios plenos
poderes.
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En aquel Congreso, notable por más de un concepto, figuraba como Delegado del
Paraguay el señor don José Segundo Decoud. Era la primera vez en su vida que esta
República se hacía representar en una asamblea internacional. El doctor Francia había
desestimado la invitación que le hiciera Bolívar para mandar plenipotenciarios al
Congreso de Panamá. Los López se negaban también a celebrar tratados de
confraternidad con las otras naciones. En 1862 se encontraba en la Asunción el señor
Buenaventura Seoane como ministro residente del Perú y habiendo insinuado al gobierno
de don Carlos Antonio López la idea de celebrar un tratado de amistad, unión, comercio y
navegación, obtuvo por contestación una repulsa, según nota del ministro de Relaciones
don Francisco Sánchez.
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El señor Decoud era un estadista de altos ideales, es decir, de aquellos que pasan
por políticos soñadores. Los sentimientos altruistas y de confraternidad americana
seducían a su noble espíritu: de ahí que se le ha visto siempre preconizar una política de
concordia y de buena amistad con todas las naciones. Siendo ministro de Relaciones
Exteriores del Paraguay, encargó al doctor Fernando Iturburu, nuestro ministro
plenipotenciario en Río de Janeiro en aquél entonces, para que invitara al gobierno
brasileño a celebrar un tratado de arbitraje entre los dos países.
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Cecilio Báez ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA
y la Dictadura en Sudamérica
Este tratado fue celebrado hace tiempo entre los dos poderes del Atlántico y del Pacífico;
pero el gobierno brasileño aún no ha cumplido su promesa para con el Paraguay.
“El consensus moral que debe haber entre las naciones queda formulado en la ley
de la solidaridad humana, la cual tiene más recto sentido que el principio tan invocado de
la confraternidad universal. Todas las naciones son solidarias en la obra común del
perfeccionamiento humano, como lo son entre sí los individuos que componen cada
sociedad, y las células que integran cada organismo vivo... Pueblos que no se comunican
y ayudan en la ardua lucha por la existencia, rompen la cadena de oro de la solidaridad
que los une, y defraudan el voto general de la naturaleza que los llama a la labor común y
eterna del progreso. El derecho y la moral que se derivan de sentimientos que se inspiran
en el bienestar del individuo y de la sociedad, carecerían de sanción, y no habría justicia
para nadie si las naciones se mantuvieran aisladas unas de otras, pues sus
consecuencias naturales serían el atraso y las guerras injustas... La política moderna se
inspira principalmente en los intereses económicos... Si en el curso del siglo XIX se ha
conseguido y afirmado la libertad del trabajo, la libertad de transitar, la libertad de
conciencia y la libertad política, ¿por qué la América latina no habría de suprimir las
últimas trabas de la libertad comercial, aligerando los gravámenes puestos a la circulación
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Estas declaraciones fueron acogidas con grandes aplausos por aquella notable
asamblea, porque traducían el pensamiento americanista, cuyos ideales consisten en la
libre navegación de los ríos, en el franco comercio de unos pueblos con otros, en el cese
de las hostilidades aduaneras, en la liga general por tratados de comercio, en la supresión
de las guerras injustas, en la institución del arbitraje, en una palabra, en la identificación y
solidarización de sus comunes intereses.
El Paraguay negaba antes la libre navegación de los ríos. En 1856 el Brasil le obligó
a ceder en parte con los tratados Berjes-Paranhos, y en 1858 le indujo a ceder del todo
con el protocolo adicional López-Paranhos, aceptando el principio general de la libre
navegación para todas las banderas. El traductor de la obra de Schneider sobre la guerra
del Paraguay, señor Baron de Rio Branco, dice a este propósito que en esa ocasión el
Brasil obtuvo de López más de lo que él había pretendido.
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ostenta en la soberanía.
La asamblea aplaudió esta declaración, y pocos días después de haber sido hecha,
diez delegaciones de las concurrentes a ella firmaron un tratado de arbitraje obligatorio.
En la América del Sud conocíamos muy bien lo que son los países de Norte América
y de la América Central; pero los Estados centro americanos y los del Norte tenían ideas
muy equivocadas acerca de las naciones sudamericanas. Para salir de su error, fue
necesario que Mr. Elihu Root, Secretario de Estado del gobierno de Washington, viniese
al Continente meridional, asistiese a la Conferencia de Río de Janeiro en 1906, visitase
Buenos Aires y recorriese las costas del Pacífico, llevando a su país informes exactos y
verdaderos.
Antes de Mr. Root, había dicho la verdad de Sudamérica el diplomático señor John
Barret, actual Director de la Oficina de las Repúblicas Americanas; pero no fue creído por
sus compatriotas, que se mostraban pesimistas a su respecto. Este pesimismo
desapareció después de la elocuente y autorizada información de aquel célebre estadista
americano. Los grandes progresos realizados por el Brasil, la Argentina y Chile; las
inmensas riquezas de todos nuestros países, reveladas a los hombres del Norte, y el
afianzamiento del sistema republicano en todas partes, impresionaron favorablemente a la
opinión pública americana, y entonces la cancillería de Washington cambió de conducta,
prestando el mayor interés a esta región que hasta entonces era conocida con el nombre
sarcástico de South-América.
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centenario de Mayo han sido un gran reclamo. La República vecina ha ostentado con
ellas a los ojos atónitos de Viejo y del Nuevo Mundo, sus grandes progresos, su inmenso
porvenir y su poderosa potencialidad económica, que hoy día ya no es un misterio para
nadie en toda la redondez del planeta. :
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Así como la sangre da vida al ser animal, y las corrientes subterráneas fecundan el
suelo por donde pasan, las fuerzas morales que circulan por el organismo social le
procurarán una incesante evolución o una renovación permanente, en todos los climas y
bajo todas las latitudes. Y merced a esa su energía reparadora, tenemos fe en la
realización de los ideales que alimentamos para la América y la humanidad.
Es nuestro más vehemente anhelo que los pueblos americanos prosigan la tarea
comenzada por el intermedio de las Conferencias y Congresos Internacionales, sin
abrigar desconfianzas respecto de ninguna potencia, pues es patente que las naciones de
nuestro Continente, grandes y pequeñas, todas a una desean ver cimentada la paz sobre
los principios de la justicia y de la libertad.
***
BIBLIOGRAFÍA
Esta historia fue traducida al castellano por el doctor Florencio Varela y anotada por
el doctor Pedro Somellera. Tanto este último como los autores del libro conocieron
personalmente en la Asunción al dictador Francia; pero mientras en Rengger y
Longchamp hay completa imparcialidad, en Somellera se trasluce su inquina al fundador
de la independencia del Paraguay. No obstante, el doctor Somellera se vio obligado a
decir, en una de sus aludidas notas, de su terrible enemigo: Es innegable el sobresaliente
talento del doctor Francia.
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Esta obra, escrita por paraguayo, y que consta de más de doscientas páginas de
texto, contiene curiosos detalles acerca del período histórico a que se refiere. Su autor,
para escribirla, examinó los documentos del Archivo Nacional y muchos otros de los
publicados en el Río de la Plata. Es la primera historia verdaderamente nacional de la
época de la Revolución.
Juan Andrés Gelly. – El Paraguay, lo que fue, lo que es, lo que será, opúsculo
publicado en Río de Janeiro en 1848 por el ministro paraguayo y reproducido en París en
1851.
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Este ensayo fue escrito por el autor en 1843, y aparece en la colección de sus obras
editadas en Londres.
Este opúsculo no es más que una simple declamación contra el tirano. Carece de
todo valor histórico, y no vale tampoco como estudio crítico.
Julio Llanos.– El doctor Francia, Buenos Aires, 1907. Es una simple biografía,
que nada nuevo trae.
Este trabajo es notable por la ausencia de datos ciertos y por los muchos datos
falsos que contiene. Se revela en él marcada prevención personal contra el dictador,
como lo demuestran la generalidad de los escritores argentinos, que nunca han querido
saber nada cierto acerca de su persona. Se basa, en gran parte, en los cuentos
suministrados por los que recibieron de él agravios. Su autor, aunque es un médico
ilustrado, afirma que su cerebro estaba trastornado por la teología que aprendió en la
Universidad de Córdoba, a donde llegó, según él, a los veinticinco años de edad, cua ndo
se sabe que salió de ese instituto a los diecinueve, en 1785, graduado de doctor en
filosofía y teología, según el Bosquejo histórico de Juan M. Garro y los documentos
publicados por M. A. Pelliza. Dice también que Francia no sabía de derecho más que el
decálogo de Moisés, cuando es constante que conocía el derecho colonial – la ciencia de
los jurisconsultos de aquélla época – y las obras de Montesquieu, Rosseau y demás
enciclopedistas de la época, que enseñaban el verdadero derecho. Largo sería el
enumerar las inexactitudes que se encuentran a porillo en el estudio, por demás ligero, del
doctor Ramos Mejía, que renunciamos a la idea de rectificarlas.
Contiene un estudio crítico sobre el doctor Francia y don Carlos Antonio López.
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doctor Francia.
… … … … … … … … … …
Es notable que el autor haya dado a luz su obra, aunque incompleta, tres años
después de Ayacucho, y la concluyera en un tiempo relativamente corto.
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Esta obra se distingue por el apasionamiento del autor contra San Martín y Bolívar;
pero no puede negarse que en el fondo es historia verdadera, y que son auténticos los
documentos que contiene.
Miller.– Memorias.
Estas historias son magistrales. Después de Restrepo, el señor Barros Arana es uno
de los más autorizados historiadores de la América latina.
Como su título lo indica, esta obra ha sido compuesta en vista del general San
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Cecilio Báez ENSAYO SOBRE EL DR. FRANCIA
y la Dictadura en Sudamérica
Martín, a quien el autor pretende presentar, hasta cierto punto, en lugar del libertador
Bolívar. Es una vindicación y apología de aquel guerrero de la independencia. Como
historia general, es obra de segunda mano; pero es nueva la biografía del héroe en cuyo
interés ha sido escrita. Su gestación ha sido laboriosa, pues apareció recién en 1890, en
Buenos Aires.
Gervinus.– Historia del siglo diez y nueve. Esta grande obra del historiador alemán
lleva fecha del año 1852, y fue traducida al francés de la cuarta edición de 1864. Es una
historia que hace autoridad en Europa en la parte diplomática. También en América goza
de igual prestigio, en lo que atañe a la revolución de la independencia, pues su influencia
se observa en todos los historiadores sudamericanos posteriores, aunque algunos no lo
nombran.
Finalmente, deben consultarse las Memorias del General O’Leary, la vida de Bolívar
por Larrazábal, los documentos relativos a la vida pública y privada del mismo Libertador
y muchas otras historias, americanas y extranjeras, que se refieren a la revolución de la
independencia de la América del Sud.
***
LA PRUEBA FUNDAMENTAL
(1888)
EL DICTADOR FRANCIA
El solo nombre del doctor Francia, el implacable dictador del Paraguay, nos hace
recordar un mundo de ideas y de hechos: basta pronunciar ese nombre para que se nos
vengan a las mientes sus crueldades y locuras, sus extravagancias y perfidias, al mismo
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tiempo que las impías doctrinas de ciertos filósofos y escritores, que ora pintan de tigre al
hombre, ora tratan de justificar actos de inhumanidad, cometidos por los tiranos y los
déspotas de todas las edades de la historia. En los extremos puntos, difícil es hallar la
verdad: ésta, por lo general, se encuentra en los intermedios, como los nodos y
concatenaciones en las cuerdas vibrantes.
II
José Gaspar Rodríguez de Francia fue hijo de un paulista, llamado el Capitán García
Rodríguez França ó Francia y de la señora Josefa Velázquez, nativa de la Asunción.
Nació el 6 de Enero de 1758 en esta misma ciudad, según unos, y según otros, el 6 de
Enero de 1756, en Yaguarón. Por parte de madre, era descendiente de Fulgencio Yegros,
criollo, gobernador que fue del Paraguay desde 1764 hasta 1766 y que no debe
confundirse con el héroe de la independencia, que lleva el mismo nombre.
Hizo sus primeros estudios en el Colegio Real y Seminario de San Carlos, mandado
fundar por Carlos III, en 1783. En él se enseñaban humanidades, latín, teología, filosofía y
algo de matemáticas y física. Era José Gaspar de carácter alegre y expansivo,
imaginación ardiente y propenso a la lujuria en los primeros años de su juventud; de
manera que no pudo soportar la disciplina de aquel Colegio y abandonó sus estudios
cuando tenía 20 años.
Pero su padre, deseando refrenar los ímpetus de aquella naturaleza salaz y rebelde,
creyó que un convento le convendría, y le envió a Córdoba, en cuya Universidad se
graduó de doctor en teología y, más tarde, de doctor en derecho.
A los treinta años regresó a su patria, bastante ilustrado para su época, pues, aparte
de la ciencia del sacerdote, carrera para la cual le había destinado su padre, sabía latín,
francés, que hablaba con bastante soltura, matemáticas, geografía, historia, algo de
ciencias naturales y jurisprudencia. Pronto entró como catedrático de latín en el Seminario
de San Carlos, donde él se había iniciado; pero espíritu rebelde e incrédulo como Voltaire,
y a pesar de haber sido enseñado por frailes en Monserrat, se había hecho antipapista y
clerófobo. Así fue que presto se indispuso con el Vicario y vióse obligado a abandonar la
cátedra que gratuitamente desempeñaba.
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El claustro operó una transformación notable en el carácter del joven Francia, sin
refrenar su propensión a la lascivia, cual deseaba su padre.
Concibió por éste un odio implacable, a causa del encierro a que le había sometido
en el convento de Córdoba, y acaso también por su segundo matrimonio, hasta el punto
de que se negó a recibir de él el último abrazo que le ofrecía en el articulo de la muerte.
Así que, de alegre que era, tornóse más tarde misántropo, vengativo y cruel hasta la
ferocidad.
Mas como era tal vez el hombre más capaz de su época, fue tanta la consideración
y la autoridad de que gozó que le llamaron a ejercer, sucesivamente, varios cargos
públicos, entre otros el de Defensor de Capellanías, Promotor Fiscal de Real Hacienda,
Diputado interino del Real Consulado y Síndico Procurador General. Fue también
Teniente Asesor de los gobernadores siguientes de Velazco, hasta que éste le hizo
reemplazar por el abogado porteño Pedro Somellera. “Este era el personaje llamado a
constituir la nacionalidad paraguaya, después de tres centurias de conquista, opresión y
fanatismo; personaje que vivió lo bastante para ver consumada su obra o por lo menos,
suficiente adelantada su ardua empresa en la primera mitad del siglo XIX”.
III
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“La naturaleza, decía el documento redactado por el doctor Francia y leído delante
de aquella Asamblea, “la naturaleza no ha criado a los hombres esencialmente sujetos al
yugo perpetuo de ninguna autoridad civil, antes bien, hizo a todos iguales y libres de pleno
derecho. Si cedieron su natural independencia, creando sus jefes y magistrados y
sometiéndose a ellos, para los fines de su propia felicidad y seguridad, esta autoridad
debe considerarse devuelta, o más bien permanente en el pueblo, siempre que esos
mismos fines lo exijan”.
El Congreso aprobó los actos todos de los duunviros y resolvió, entre muchas otras
cosas, crear una nueva Junta Gubernativa de cinco miembros, eligiendo al efecto a
Fulgencio Yegros, Gaspar Rodríguez de Francia, Pedro Juan Caballero, Francisco Javier
Bogarín y Fernando de la Mora. Nombró también al mismo doctor Francia para diputado
al Congreso General de las Provincias del deshecho virreinato, cuyos actos no tendrían
valor sin ser ratificados por la Legislatura Paraguaya.
Pero la Junta Gubernativa pensó que, antes de partir el representante del Paraguay,
debía anticipar a la Junta de Buenos Aires sus ideas de absoluta independencia de todo
poder extraño, que Francia se empeñaba en inculcar a sus colegas, algunos de los cuales
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Con este motivo le envió el veinte de Julio una nota, en la cual, entre otras cosas, le
decía:
“Cuando esta Provincia opuso sus fuerzas a las que vinieron dirigidas de esa ciudad,
no tuvo ni podía tener otro objeto que su natural defensa. No es dudable que, abolida y
deshecha la representación del poder supremo, recae este o queda refundido
naturalmente en toda a
l nación. Cada pueblo se considera entonces en cierto modo
participante del atributo de la soberanía, y aun los ministros públicos han menester su
consentimiento o libre conformidad para el ejercicio de sus facultades”.
… … … … … … … … … …
“Este ha sido el modo como ella (la Junta del Paraguay) por sí misma y a esfuerzos
de su propia resolución se ha constituido en libertad, y en pleno goce de sus derechos;
pero se engañaría cualquiera que llegase a imaginar que su intención había sido
entregarse al arbitrio ajeno, y hacer dependiente su suerte de otra voluntad”.
Esta franca y enérgica declaración era necesario hacer a la Junta de Buenos Aires,
que a pesar de la derrota de Belgrano y consiguiente capitulación en Tacuarí, seguía
alimentando la ilusión de que el Paraguay era argentino y que debía someterle. Pero
Francia, que quería la independencia absoluta, a todo trance, supo con su astucia hacer
fracasar todos sus planes y abortar todas las conspiraciones que tendían a realizar la
anexión. De ahí el odio de los anexionistas argentinos contra el hábil dictador y la
nacionalidad que él fundó.
IV
Fueron elegidos para estos cargos el doctor Francia y Yegros, que desde luego
resolvieron la reunión de otro Congreso para el año siguiente. Este tuvo lugar el 15 de
Octubre de 1814, y los cónsules dieron cuenta de sus actos y resignaron el poder ante
aquella Asamblea de mil diputados. Concluyeron su mensaje, pidiendo la sustitución de
su gobierno por una dictadura temporal, que tuviese la misión de salvar la patria, no
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solamente de sus enemigos de adentro, que eran los partidos porteñista y realista, sino
que también de los de afuera, que eran Buenos Aires y los portugueses, que defendían
los supuestos derechos de la princesa Carlota.
Una vez dueño único del poder reformó su propia vida, adoptando poco a poco la
mayor austeridad en sus costumbres.
“Su preocupación constante, desde entonces, fue la de proveer todos los empleos
de la administración civil y militar en individuos adictos a su persona o sectarios de su
causa.
“Para abatir a los partidos disidentes del suyo, el realista y el porteñista, promovió
Francia la lucha entre ellos y aumentó el número de los departamentos establecidos en el
gobierno consular, a fin de colocar mayor número de comandantes militares adictos a su
causa.
Dos años después de haberse adueñado del poder por su astucia, y faltándole uno
para terminar su período, convocó extraordinariamente un nuevo Congreso, con el fin de
investirle de la dictadura vitalicia, pues Francia creía que él era el único hombre capaz de
salvar la patria de ta ntos peligros que la amenazaban.
Aquella débil Asamblea se dejó seducir por las amenazadoras insinuaciones del
dictador y le acordó lo que deseaba, disolviéndose ella en consecuencia como
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Para conjurar todos los peligros que amenazaban su independencia y crear una
nacionalidad genuinamente paraguaya, apeló al terror, pues tenía que chocar contra
enemigos internos y externos, y contra costumbres sociales y hábitos inveterados.
A este fin se esforzó en destruir a los porteñistas y realistas españoles, que eran los
detritus dejados por la denominación española; destruyó los privilegios de la nobleza y del
clero; favoreció la población criolla, que era el núcleo de la nacionalidad; proclamó la
igualdad de las clases, fomentó el cruzamiento de las razas, y expulsó del país a cuantos
eran sospechosos de ser adictos a la causa de la anexión.
En 1819 llegó a descubrir una conspiración fraguada contra su dictadura por los
patriotas de la independencia, en inteligencia con el gaucho de Entre Ríos, Ramírez, que
sembraba el espanto y el terror por las campiñas argentinas ( 5).
Todos los sospechosos, después de haber sido torturados en el potro del tormento,
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Las ejecuciones, comenzadas el año 1821, terminaron recién a fines del 24,
quedando extinguida la aristocracia paraguaya.
La crueldad del nefario dictador no se limitó únicamente a los extraños, sino que se
extendió también a miembros de su familia, Cuéntase, en efecto, que mandó fusilar a un
cuñado suyo, porque no quería que su hermana gozase de las delicias del matrimonio.
Las constantes hostilidades de los enemigos de afuera y las perpetuas luchas de los
pueblos argentinos, indujeron al dictador a incomunicar completamente al país de sus
vecinos, poniendo mil trabas odiosas a la entrada y salida del territorio. Por eso fue que
largos años retuvo a los sabios Bonpland, Escofier y Descalzi, que visitaron el Paraguay
al sólo objeto de sus investigaciones científicas.
El sistema del aislamiento trajo consigo la pobreza y la ruina de la nación. Con todo,
el dictador, en virtud del tratado del 12 de Octubre de 1811, celebrado entre el Paraguay y
Buenos Aires, suministró a esta provincia y al caudillo oriental Artigas, municiones de
boca y de guerra para la manutención de los ejércitos destinados a rechazar a los
portugueses, que trataban de apoderarse, no solamente de la Banda Oriental del
Uruguay, sino también del Paraguay.
No pudiendo conseguir el comercio libre para con las Provincias Argentina, del
litoral, que le hostilizaban a todo trance, y considerando que era altamente ruinoso para la
nación el sistema de incomunicación que se veía obligado a establecer, buscó relaciones
comerciales con la Inglaterra, según afirma Robertson; pero este paso le salió infructuoso,
como era de esperarse.
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Una multitud curiosa, que acudió en tropel a la sala mortuoria, le lloró, en vez de
alegrarse a las sonrisas de la libertad, que quedaba vengada con su desaparición del
teatro de sus abominaciones e iniquidades.
VI
No tenía, no, necesidad de valerse de ese medio, ni de armar el brazo del asesino
para satisfacer sus venganzas. Nadie podría probarlo tampoco.
Este rasgo distingue especialmente a Francia de los demás tiranos, que, cobardes y
pequeños de espíritu, tenían sus sicarios y envenenadores, que obraban en la oscuridad y
silencio de la noche o se valían de la traición para ejecutar el crimen. Aquél, por el
contrario, asumía personalmente la responsabilidad de sus hechos, y poco faltó para que
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Educado y hecho hombre en un convento, amó la soledad, tanto para él, como para
el pueblo que gobernaba. La ciudad no era sino un vasto monasterio, cuyo silencio sólo
se turbaba por el triste clamor de las campanas. De ahí, ni aves agoreras lo interrumpían
con sus graznidos fatídicos.
Teúrgo político, leía en los menores detalles de la vida, como los magos antiguos en
el curso de los astros, como los augures romanos y los adivinos de todas las edades en
los fenómenos de la naturaleza, como los grandes hombres en sus horóscopos, como las
sibilas en sus proféticos libros, los acontecimientos a suceder, cual si en realidad no
poseyera la ciencia misteriosa del porvenir. Genio eminentemente matemático, especie de
geómetra de la historia, todo lo medía y todo le salía a la medida de sus cálculos y
deseos. En una palabra, Francia poseía la inspiración, la clarividencia de las cosas y
todas las dotes del genio, unidas al temple de los hombres llamados a cumplir una misión
providencial sobre la tierra. Y a fe que había teatro para accionar y se desarrollaban
entonces acontecimientos, cuya dirección reclamaba hombres como Bolívar y como
Francia; pero circunstancias que no pudieron preverse, hicieron que éste fuese a
pervertirse en un claustro y luego viniese a fundar una tiranía cruel y sanguinaria, a la cual
imprimió la fisonomía propia de su genio melancólico y sombrío.
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Tal fue Francia y tal ha sido su obra. Maldigamos aquél por sus crímenes, pero
bendigamos esta última.
Cecilio Báez
ÍNDICE
Nota de la Editorial
Prólogo
l. Discurso preliminar
V. La Revolución hispanoamericana
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y la Dictadura en Sudamérica
XV. Bolívar
XVI. Epilogo
APÉNDICE. EL PANAMERICANISMO
BIBLIOGRAFÍA
Busto en bronce del Dr. Cecilio Báez, homenaje como firmante del Tratado de
límites entre Paraguay y Bolivia.
Dr. Cecilio Báez como integrante del gabinete del S. E. Prof. Dr. Félix Paiva
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