El Interés Por La Verdad

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SUSAN HAACK

EL INTERÉS POR LA VERDAD: QUÉ SIGNIFICA,


POR QUÉ IM PORTA'
(1995)

r, .
E d i c ió n o r i g i n a l : Inédito.

— Título original: «Concern for Truth: What it Means, Why it Mat-


ters» (1995).

E d i c i ó n c a s t e l l a n a : Inédito. Reproducimos el texto —traducido—


con autorización expresa de la autora.
T r a d u c c ió n : M. J. Frápolli.

O t r o s e n sa y o s d e l a u t o r s o b r e e l m is m o t e m a :

— «The pragmatist theory of truth», British Journal for the Philo­


sophy o f Science, 27 (1976).
— «Is it true what they say about Tarski?», Philosophy, 51 (1976).
— «Two fallibilists in search of the truth», Proceedings ofthe Aristo-
telian Society, Supp. 51 (1977).
— «Analycity and logical truth», Theoria, 43 (1977).
— Philosophy of Logics, Cambridge University Press, 1978 (ed.
cast.: Filosofía de las lógicas, Cátedra, Madrid, 2.a ed., 1991).
•f. • -v -i* . •ST'.Jv'V .

1 Tomo lo que sigue de mis siguientes trabajos anteriores: Evidence and Inquiry:
rowards Reconstruction in Epistemology, Blackwell, Oxford, 1993, especialmente el
capítulo 8; «The First Rule of Reason», presentado en un congreso sobre «New Topics
iu the Philosophy o f C. S. Pcirce», Toronto, 10.92, aparecerá en un volumen editado
por Jaqueline Brunning and Paul Forster, Toronto University Press; «“The Ethics o f
lielief” Reconsidered», aparecerá en Levvis Hahn, ed., The Philosophy o f R. M. Chis-
holm, Open Court; «Preposterisme and Its Consequences», presentado en un congreso
sobre «Scientific Innovation, Philosophy and Public Policy», Bowling Oreen, OH,
4.95, aparecerá en Social Philosophy and Policy y en Ellen Frankel Paul et al., eds,
Scientific Innovation, Philosophy and Public Policy, Cambridge University Press.
Este artículo se preparó para la publicación con la ayuda de una beca NEH #FT-
40534-95. Me gustaría dar las gracias a Paul Gross por sus útiles comentarios a un bo­
rrador y a Mark Migotti por proporcionarme la cita de Nietzsche de la nota 4.
— Evidence and Inquiry. Towards reconstruction in Epislemology,
Blackwell, Oxford, 1993 (ed. east.: Evidencia e Investigación. Ha­
cia una reconstrucción en Epistemología, Tecnos, Madrid, 1997).
— «Dry truth and real Knowledge: Epistemologies of Metaphor and
Metaphors of Epistemology», en J. Hintikka (ed.), Aproaches to
Metaphor, Kluwer, Dordrecht (en prensa).

B ib l io g r a f ía c o m p l e m e n t a r ia ;

— R. Rorty, Consequences o f Pragmatism, Harverster Press, Sussex,


1982.
— Ch. S. Peirce, Lecciones sobre Pragmatismo, Aguilar, Buenos Ai­
res, 1978 (ed. orig., 1903).
R. Almeder, «Peircean Fallibilism», Transactions of the Ch. S.
Peirce Society, 18 (1981), pp. 57-65.

C. S. Peirce escribió, hace un siglo o así, que «para razonar bien


[...] es absolutamente necesario poseer [...] virtudes tales como la ho­
nestidad intelectual y la sinceridad y un auténtico amor a la verdad»,
y que «[el genuino razonar consiste] en dirigir realmente el arco ha­
cia la verdad con resolución en el ojo, con energía en el brazo». C. I.
Lewis observó, hace cuarenta años o así, que «presumimos, de parte
de aquellos que siguen cualquier vocación científica [quería decir
“ intelectual”], [...] una suerte de voto tácito de no subordinar nunca
el motivo de búsqueda objetiva de la verdad a ninguna preferencia o
inclinación subjetivas o a ninguna conveniencia o consideración
op o rtunista»2. Estos filósofos tuvieron alguna intuición de lo que
exige la vida de la mente.
Ahora, sin embargo, está de moda sugerir que estas intuiciones
son en realidad ilusiones. Stephen Stich profesa una desilusión sofis­
ticada, al escribir que «una vez que tenemos una visión clara del
asunto, la mayoría de nosotros no encontrará ningún valor [...] en te­
ner creencias verdaderas». Richard Rorty se refiere a aquellos de no­
sotros que estam os dispuestos a describirnos a nosotros mismos

2 C. S. Pcircc, Collected Papers, eds Charles Hartshorne, Paul Weiss y Arthur


13urks, Harvard University Press, Cambridge, MA, 1931-58, 2.82 y 1.235; C. I. Lewis,
The Ground and Sature o f the Right, Columbia University Press, Nueva York, NY,
1955, p. 34.
como buscando la verdad como «anticuados pedantes encantadores»,
(notándose de que él «no hace dem asiado uso de nociones como
“verdad objetiva”», puesto que, después de todo, llam ar a un enun­
ciado verdadero «no es más que darle una palmada retórica en la es­
palda». Jane Heal concluye con evidente satisfacción que «no hay
ninguna diosa, Verdad, de la que los académicos y los investigadores
puedan considerarse a sí mismos como sacerdotes o devotos»3. Estos
filósofos revelan un fracaso sorprendente en, o quizá un rechazo a,
captar lo que es la integridad intelectual, o por qué es importante.
Sin embargo, como reza el dicho, aquellos que sólo conocen su
lado de un caso conocen muy poco de él; así quizá es saludable estar
obligado a articular, como yo haré aquí, lo que significa el interés
por la verdad, por qué importa y lo que está mal en la manera de
pensar de los que lo denigran.
El primer paso es señalar que el concepto de verdad está interna­
mente relacionado con los conceptos de creencia, evidencia e investi­
gación. Creer que p es aceptar p como verdadero. La evidencia de que
¡> es la evidencia de que p es verdadero, una indicación de la verdad de
¡>. E investigar si p es investigar si p es verdadero; si usted no está in-
Icntando obtener la verdad usted no está en realidad investigando.
Por supuesto, tanto la pseudo-crecncia como la pseudo-investiga-
eión son lugares comunes. La pseudo-creencia incluye aquellos esta­
dos psicológicos familiares de lealtad obstinada a una proposición de
la que uno sospecha a medias que es falsa, y la atadura sentimental a
una proposición a la que uno no le ha dedicado ningún pensamiento
en absoluto. Samuel Butler lo dijo m ejor de lo que yo puedo [ha­
cerlo] cuando, tras describir la repentina concienciación por parte de
Ernest Pontifex de que «a pocos les im porta un comino la verdad, o
licnen alguna confianza en que es más correcto o mejor creer lo que
es verdadero que lo que no es verdadero», reflexiona «sin embargo,
son sólo esos pocos los que puede decirse que creen algo en abso­
luto; el resto son simplemente no creyentes disfrazados»4.

3 Stephen Stich, The Fragmenta/ion o f Reason, Bradford Books, MIT Press, Cam­
bridge, MA y Londres, 1990, p. 101; Richard Rorty, Essays on Heidegger and Others,
Cambridge University Press, Cambridge, 1991, p. 86 (trad. cast.: Ensayos sobre Hei­
degger y otros pensadores contemporáneos, Paidós, Barcelona, 1993; «Trotsky and
the Wild Orchids», Common Knowiedge, 1.3, 1992, p. 141, y Consequences o f Prag-
matism, Harvester Press, Hassocks, Sussex, 1982, p. XVII; Jane Heal, «The Disinte-
rested Search for Truth», Proceedings o f the Aristotelian Society, 88, 1987-8, p. 108.
1 Samuel Butler, The Way o f Alt Flesh (1903), Signct Books, The New American
Y la pseudo-investigación está tan lejos de ser inusual que,¡
cuando el gobierno o nuestra universidad instituye una Investigación;
Oficial sobre esto o aquello, algunos de nosotros nos ponem os en
guardia. Peirce identifica un tipo de pseudo-investigación cuando es­
cribe acerca del «razonam iento fingido»: intenta, no llegar a la ver­
dad de alguna cuestión, sino argumentar a favor de la verdad de al­
guna proposición respecto de la cual nuestro com prom iso ya está a
prueba de evidencia y de argumento. Tiene en la mente a los teólo­
gos que inventan elaborados andamios m etafísicos para proposicio­
nes teológicas que ninguna evidencia o argum ento les induciría a
abandonar; pero su argumento se aplica de igual modo a la «investi­
gación» propicia y al «trabajo académico» guiado por motivaciones
políticas de nuestros tiempos. Y además hay lo que he llegado a con­
siderar como razonamiento de pega: no intenta llegar a la verdad de
alguna cuestión, sino argumentar a favor de la verdad de alguna pro­
posición respecto de la cual el único com prom iso de uno es la con­
vicción de que defendiéndola avanzará uno mismo; también un fenó­
m eno fam iliar cuando, como en algunas áreas de la vida académica
contem poránea, una defensa inteligente de una idea llamativamente
falsa o impresionantem ente oscura es una buena ruta hacia la reputa­
ción y el dinero.
Pero necesitam os ir más allá de la tautología de que los investiga­
dores fingidos y los investigadores de pega no están en realidad in­
vestigando para ver lo que, sustantivamente, está mal en los razona­
mientos fingido y de pega. Los investigadores de pega y los que
fingen no tienen como objetivo encontrar la verdad sino argumentar
a favor de alguna proposición identificada previamente a la investi­
gación. Así tienen razones para evitar el examen cuidadoso de cual­
quier evidencia que pudiera im pugnar la proposición a favor de la
cual pretenden argumentar, para minim izar u ofuscar la importancia
o pertinencia de tal evidencia, para hacer esfuerzos sobrehumanos
para disolverla mediante una explicación. F,1 investigador genuino, a
cambio, quiere llegar a la verdad de la cuestión que le concierne,

Library o f World Classics, Nueva York, NY, 1960, p. 259. Véase también Fricdrich
Nietzschc, The Gay Science [(1882), traducido por Walter Kaufmann, Vintagc, Nueva
York, NY, 1974, p. 76: «Quiero decir que la gran mayoría no juzga despreciable creer
esto o aquello y vivir de acuerdo con eso sin haber considerado previamente los argu­
mentos últimos y más ciertos en pro y en contra y sin siquiera molestarse en indagar a
posteriori tales argumentos», trad. cast. Ch. Crego y G. Groot, F. Nietzsche, La Gaya
Ciencia, Akal, Madrid, 1988, § 2, p. 61].
(tinto si la verdad se ajusta a lo que creía al principio de la investiga­
ción como si no, y tanto si es probable que su reconocim iento de la
Verdad lo lleve a obtener un plaza fija, o lo haga rico, famoso o po­
pular, como si no. Tiene motivos, por tanto, para perseguir y evaluar
ol valor de la evidencia o de los argumentos com pleta e imparcial-
incnlc, para reconocer, ante sí mismo tanto como ante otros, dónde
mi evidencia o sus argumentos parecen más inestables y su articula­
ción del problema o de la solución [parece] más vaga, para ir con la
evidencia incluso hasta conclusiones impopulares o conclusiones
i|tie socavan sus anteriores convicciones más profundamente sosteni-
(llis, y para aceptar el que otro haya encontrado la verdad que él es-
lliha buscando.
listo no es negar que los razonadores fingidos y de pega pudieran
hiparse con la verdad, y que, cuando lo hacen, podrían encontrar
buena evidencia y argumentos, ni que los investigadores genuinos
pudieran llegar a conclusiones falsas y ser engañados por evidencia
desorientadora. El compromiso con una causa y el deseo de reputa­
ción pueden motivar un esfuerzo intelectual enérgico. Pero la inteli­
gencia que ayudará a un investigador genuino a resolver las cosas,
ayudará a un razonador fingido o de pega a suprim ir la evidencia
desfavorable de manera más efectiva, o a inventar las formulaciones
más impresionantemente oscuras. Un investigador genuino, en con-
Iraste, no suprim irá evidencia desfavorable, ni disfrazará su fracaso
con afectada oscuridad; así, incluso cuando fracasa, no obstaculizará
los esfuerzos de otros.
El am or a la verdad del investigador genuino, com o esto revela,
no es como el am or de un coleccionista por los m uebles antiguos o
por los sellos exóticos que colecciona, ni es como el am or a Dios de
una persona religiosa. No es un coleccionista de proposiciones ver­
daderas, ni es un adorador de un ideal intelectual. Es una persona de
integridad intelectual. No es, com o el razonador de pega, indife­
rente a la verdad de las proposiciones a favor de las que argumenta.
No es, com o el investigador fingido, inam oviblem ente leal a alguna
proposición, com prom etido sin im portar cóm o sea la evidencia. En
cualquier cuestión que investigue, trata de encontrar la verdad de
esta cuestión independientem ente del color del que esta verdad pu­
diera ser.
El argumento hasta aquí nos ha llevado más allá de la tautología
de que la investigación genuina está dirigida hacia la verdad, hasta la
afirmación sustantiva de que la falta de integridad intelectual es ca­
paz, a largo plazo y como un todo, de im pedir la investigación. Pero
¿por qué, se preguntará, deberíamos preocuparnos por esto? Despuesj
de todo, en algunas circunstancias uno podría estar m ejor sin investi-i
gar, o m ejor teniendo una creencia injustificada que una bien funda­
mentada en la evidencia, o m ejor teniendo una creencia falsa que¡
una verdadera; y algunas verdades son aburridas, triviales, poco im­
portantes, algunas cuestiones no merecen el esfuerzo de investi­
g arla s].
La integridad intelectual es instrum entahnente valiosa, porque, a
largo plazo y como un todo, hace avanzar la investigación y la inves­
tigación que tiene éxito es instrum entalm ente valiosa. Comparados
con otros anim ales, no somos especialmente hábiles o fuertes; nues­
tro fo rte es una capacidad para resolver cosas, por tanto para antici­
par y evitar el peligro. Admitámoslo, esto no es en absoluto una ben­
dición sin mezcla; la capacidad que, como Hobbes lo dijo, perm ite a
los hombres, a diferencia de las bestias, com prom eterse en el racio­
cinio, también permite a los hombres, a diferencia de las bestias,
«m ultiplicar una no-verdad por otra» ’. Pero ¿quién podría dudar de
que nuestra capacidad para razonar es de valor instrumental para no­
sotros los humanos?
Y la integridad intelectual es moralmente valiosa. Esto se sugiere
ya por la forma en que nuestro vocabulario para la valoración episté-
mica del carácter se solapa con nuestro vocabulario para la valora­
ción moral del carácter: e.g., «responsable», «negligente», «temera­
rio», «valiente» y, por supuesto, «honesto». Y «Es un buen hombre
pero intelectualmente deshonesto» tiene, para mis oidos, el auténtico
sonido del oxímoron.
Así como ei valor es p a r excellence la virtud del soldado del
mismo modo, podría uno decir sobresim plificando un poco, la inte­
gridad intelectual es la del académico. (La sobresim plificación es
que la integridad intelectual misma exige un tipo de valor, la firm eza
que se necesita para abandonar convicciones de mucho tiempo frente
a evidencia en contrario, o para resistir consignas de moda.) Yo diría,
más bruscam ente que Lewis, que es completam ente indecente para
quien denigra la importancia o niega la posibilidad de la investiga­
ción honesta el ganarse la vida com o académico.
Esto explica por qué a aquellos de nosotros que tenemos una es­
pecial obligación a encargarnos de la investigación se nos exige mo-

5 Thomas Hobbes, Human Nalure (1650), en Woodbridge, .1. E., ed., Hobbes Se-
lections, Charles Scribners Sons, Nueva York, Chicago, Boston, 1930, p. 23.
miníente integridad intelectual; pero la explicación de por qué es
llluralmente importante para todos nosotros tiene que ser más obli-
gtm, El creer de m ás (el creer más alia de lo que la evidencia le auto-
rl/it a uno) no siem pre tiene consecuencias, ni es siempre algo de lo
i|tie es responsable el que cree. Pero a veces es ambas cosas; y enton­
ces es moralmente culpable. Pensemos en el sorprendente caso de W.
K. Clifford del dueño de un barco que sabe que su barco está viejo y
deteriorado, pero no lo revisa y, consiguiendo engañarse a sí mismo
pilla creer que el barco está en condiciones de navegar, le permite
partir; es, como Clifford correctam ente dice, «verdaderam ente cul­
pable» de las m uertes de los pasajeros y la tripulación cuando el
bureo se hu nd e0. El mismo argumento se aplica, mutatis mutandis, al
creer de menos (el no creer cuando la evidencia de uno autoriza la
creencia). La deshonestidad intelectual, un hábito de la tem eraria o
Irreflexiva form ación de creencia auto-engañosa, le pone a uno ante
c! riesgo crónico del creer de más o de menos m oralm ente culpable.
Por tanto, ¿qué ha ido mal en el pensamiento de aquellos que de­
nigran el interés por la verdad? Desafortunadam ente, no la misma
cosa en cada caso, ni siquiera con los tres escritores que cité al co­
mienzo de este artículo.
Stich com ienza ignorando la conexión interna de los conceptos
de creencia y verdad, y construyendo equivocadam ente la creencia
como [si no fuera] nada más que «un estado del cerebro aplicado
| inapped] m ediante una función-interpretación sobre una proposi­
ción», o, com o le gusta decir para hacer la idea vivida, una ora­
ción inscrita en una caja dentro de' la cabeza de uno, etiquetada
«Creencias». Esto lo conduce a la idea equivocada de que la ver­
dad sería una propiedad que sería deseable que la tuviera una cre­
encia sólo si la verdad es o intrínsecam ente o instrum entalm ente
valiosa. Entonces construye la confusión a partir de dos non sequi­
láis m anifiestos: que, puesto que la verdad es sólo una dentro de
un rango com pleto de propiedades sem ánticas que pudiera tener
una oración en la cabeza de uno, la verdad no es intrínsecam ente
valiosa; y que, puesto que uno podría a veces estar m ejor con una
creencia falsa que con una verdadera, la verdad no es tam poco ins-
Irum entalm ente valiosa.
Con Heal uno se encuentra con un tipo diferente de dirección

‘ W. K. Clifford, «The Ethics o f Belícf» (1877), en The Elhics o f B elief and Other
/■'.ssaysy Watts and Co., Londres, 1947, 70-96.
equivocada. Ella apunta, correctamente, que no toda proposición
verdadera m erece ser conocida; también correctamente, que, como el
valor, la integridad intelectual puede ser útil al servicio de proyectos
moralm ente malos tanto com o buenos; correctam ente una vez más,
que lo que un investigador quiere saber es la respuesta a la cuestión
en la que investiga. Incluso su conclusión — que no hay ninguna
diosa Verdad, de la cuál los académicos puedan considerarse a sí
mismos como devotos— es suficientem ente verdadera; lo que hay de
equivocado en este asunto no es que sea falso, sino que sugiere que
si uno tom a el interés por la verdad como algo que importa, uno
debe negarlo. El valor instrum ental de la integridad intelectual no
exige que toda verdad m erezca ser conocida; su valor moral no re­
quiere que sea un rasgo del carácter capaz de servir sólo en usos
buenos; y valorar la integridad intelectual no es, como la conclusión
de Heal sugiere, un tipo de superstición.
Y como Rorty más que sugiere cuando nos dice que ve la histo­
ria intelectual de occidente como un intento «de sustituir un am or a
la verdad por un am or a D ios»7. Rorty está de parte de los que sos­
tienen con vehemencia que no hay una única verdad sino muchas
verdades. Si esto significa que descripciones del mundo diferentes
pero compatibles pueden ser verdaderas a la vez, es trivial; si signi­
fica que descripciones del mundo diferentes e incompatibles podrían
ser verdaderas a la vez, es tautológicam ente falso. Muy probable­
mente, Rorty la ha confundido con la declaración de que hay muchas
declaraciones-de-verdad incompatibles.
Esto revela una conexión con una falacia ubicua. Lo que pasa por
verdad conocida no es a m enudo tal cosa, y declaraciones-de-verdad
incompatibles a menudo están presionadas por intereses en com pe­
tencia. Pero obviamente no se sigue, y no es verdad que declaracio­
nes-de-verdad incompatibles puedan ser verdaderas a la vez, ni que
llamar a una declaración verdadera sólo sea hacer un tipo de gesto
retórico o de golpe de mano a su favor. Esta últim a inferencia equi­
vocada, como la inferencia de la premisa verdadera de que lo que
pasa por evidencia objetiva no es a menudo tal cosa, a la conclusión
falsa de que la idea de la evidencia objetiva es sólo una trola ideoló­
gica, es un caso especial de lo que he decidido apodar la falacia del

7 Richard Rorty, Contingency, Irony and Solidaríty, Cambridge University Press,


Cambridge, 1989, p. 22 (trad. cast., Contingencia, Ironía y Solidaridad, Paidós, Bar­
celona, 1991, p. 42).
«pasa p o r» 8. Rorty transmuta esta falacia en una poco profunda con­
cepción errónea que identifica «verdadero» y «“verdadero”», lo ver­
dadero con lo que pasa por verdadero. «Verdadero» es una palabra
que aplicamos a enunciados acerca de los que estamos de acuerdo,
simplemente porque, si estamos de acuerdo que p, estam os de
acuerdo que p es verdadero. Pero podríamos estar de acuerdo en que
P cuando p no es verdadero. Así «verdadero» no es una palabra que
verdaderamente se aplique a todos los enunciados acerca de los que
estamos de acuerdo o sólo a ellos; y tampoco, por supuesto, el llamar
a un enunciado «verdadero» significa que es un enunciado acerca del
cual estamos de acuerdo.
l ie aquí de nuevo a Peirce, describiendo lo que pasa si la pseu-
doinvestigación se convierte en lugar común: «el hombre pierde sus
concepciones de la verdad y de la razón [...] [y llega] a considerar el
razonamiento en gran medida com o decorativo. El resultado [...] es,
por supuesto, un deterioro rápido del vigor intelectual»’. Es la autén-
lica debacle teniendo lugar delante de nuestros ojos. El razonamiento
fingido en la forma de «investigación», comprado y pagado por gen­
tes interesadas en que las cosas fueran de esta m anera m ejor que de
esta otra, o motivado por convicción política, y el razonamiento de
pega en forma de «academicismo», m ejor caracterizado com o medio
de auto-promoción, son dem asiado frecuentes. Consciente de esto, la
confianza de la gente en lo que pasa por verdadero declina, y con
ello su buena disposición a usar las palabras «verdad», «evidencia»,
«objetividad», «investigación», sin la precaución de las comillas. Y
como esas comillas se hacen ubicuas, la confianza de la gente en los
conceptos de verdad, evidencia, investigación, desfallece; y uno co­
mienza a oír, de Rorty, Stich, Heal y cía., que el interés por la verdad
es sólo un tipo de superstición — que, añadiría yo, a su vez alienta la
idea de que no hay, después de todo, nada malo en el razonamiento
fingido o de pega [...] y así sucesivamente— .
Uno piensa en Primo Levi en el tema del Fascismo y la química:
«la quím ica y la física de la que nos alim entábam os, además de ser
alimentos vitales en sí mismos, eran el antídoto contra el Fascismo

* Un término que introduje en «Knowledge and Propaganda: Reflections o f an


Oíd Feminist», Partisan Review, otoño 1993, también reimpreso en Our Coimtry, Our
Culture, Edith Kurzweil y William Phillips (eds.), Partisan Review Press, Boston,
MA, 1995, 57-66.
5 Collected Papers, 1.57-9.
[...], porque eran claros y distintos y verificables en cada paso, y no
un tejido de m entiras y vacuidad, como la radio y los periódicos»l0.
Yo lo pondría de manera más prosaica, pero quizá un poco más pre­
cisa: el antídoto contra la pseudo-investigación y contra la pérdida de
confianza en la importancia de la integridad intelectual que engen­
dra, es la investigación auténtica y el respeto que engendra por las
demandas de evidencia y argumento. La investigación auténtica de
cualquier tipo, diría yo: científica, histórica, textual, forense, [...], in­
cluso filosófica. (Pero hay una razón para poner «científica» el pri­
mero en la lista, la misma razón que llevó a Lewis a escribir «voca­
ción científica», con el significado de «vocación intelectual», y que
llevó a Peirce a veces a describir el interés por la verdad de los inves­
tigadores genuinos como «la actitud científica» ": no que todos los
científicos o sólo ellos tengan la actitud científica, sino que ésta es la
actitud que hace posible la ciencia.) No es el interés por la verdad,
sino la idea de que tal interés es superstición, la que es supersticiosa.

10 Primo Levi, The Períodic Table, (1975), traducido del italiano por Raymond Ro-
senthal, Schocken Books, Nueva York, NY, 1984, p. 42. Debo esta referencia a Cora
D iam ond, «Truth: Defenders, Debunkers, Despisers», en Commitment in Rejlection,
ed. Leona Toker, Garland, Nueva York, NY, 1994, 19 5 -22 1, a cuyo trabajo dirijo a los
lectores para una discusión iluminadora de Rorty y Heal.
" Y otra razón también: que, en la investigación científica, la presión («circum-
pressure») de los hechos, de la evidencia, es relativamente directa (aunque no, creo,
tan directa como la cita de Levi sugiere). Merecería la pena recordar, en este contexto,
que Pcirce, un científico en activo tanto como el más grande de los filósofos america­
nos, tenía formación de químico.

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