Arias

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EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN

Recuperación del cuerpo como lugar teológico en las Catequesis mistagógicas


de Cirilo de Jerusalén a través del método de la hermenéutica existencial

Monografía para optar por el título de Magíster en Teología

Virgilio Arias Salazar, S. J.

Director: Víctor Marciano Martínez Morales, S. J.


Segundo lector: Alberto Múnera Duque, S. J.

Fecha de sustentación: 28 de noviembre 28 de 2016


Virgilio Arias Salazar, S. J.
Correo electrónico: [email protected]

Víctor Marciano Martínez Morales, S. J.


Doctor en Teología, Pontificia Universidad Gregoriana. Magíster en Teología, Pontificia
Universidad Javeriana. Licenciado en Teología, Pontificia Universidad Javeriana.
Licenciado en Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana. Profesor titular de medio tiempo,
área de Teología Sistemática. Áreas de investigación y de especialización: Sacramentos;
Vida Consagrada.
Correo electrónico: [email protected]

Alberto Múnera Duque, S. J.


Doctor en Teología, Pontificia Universidad Gregoriana. Doctor en Filosofía y Letras,
Pontificia Universidad Javeriana. Magíster en Teología, Pontificia Universidad Javeriana.
Magíster en Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana. Licenciado en Filosofía y Letras,
Pontificia Universidad Javeriana. Profesor titular de tiempo completo, área de Teología de la
Acción. Áreas de investigación y de especialización: Moral Fundamental; Misterio de Dios.
Correo electrónico: [email protected]
RESUMEN DE LA MONOGRAFÍA

La monografía buscó rescatar el valor del cuerpo humano como lugar teológico a la luz de
las Catequesis mistagógicas de Cirilo de Jerusalén, obispo del Siglo IV. A través del método
de la hermenéutica existencial se recorrieron las cinco catequesis mistagógicas para deso-
cultar el papel que tenía el cuerpo en los sacramentos de iniciación cristiana en la Vigilia
Pascual. El método se concretó en tres pasos a saber: el texto, el contexto y el pretexto lo cual
permitió una exposición al texto antiguo en donde gracias a la relación que se construyó con
el intérprete, en este caso, el teólogo, se generó un nuevo sentido respecto al cuerpo humano.
En este contexto, se asumió el cuerpo como corporeidad, un concepto más holístico
para reconocer el cuerpo como un símbolo en donde se articula lo humano y lo divino. Todos
los gestos, movimientos y unciones corporales propios de los ritos de iniciación eran señales
claras de la experiencia pascual en la vida del neófito. Con este marco de referencia se sugirió
la práctica de algunos gestos en los rituales de los sacramentos del bautismo, la confirmación
y la eucaristía para actualizar la intención liberadora que estos implican.
CONTENIDO DE LA MONOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO 1
SAN CIRILO DE JERUSALÉN Y SU CONTEXTO
1. Contexto histórico
2. Arrianismo
3. Vida de San Cirilo de Jerusalén
4. Personalidad de Cirilo
5. El catecumenado en el siglo IV en Jerusalén
6. Los escritos de San Cirilo de Jerusalén
7. El problema del autor de las Catequesis mistagógicas
8. Juan II de Jerusalén (387-417)

CAPÍTULO 2
EL VALOR SIMBÓLICO DEL CUERPO EN LAS CATEQUESIS MISTAGÓGICAS
1. Del cuerpo a la corporalidad
2. El cuerpo como símbolo
3. El cuerpo en los sacramentos
4. Las Catequesis mistagógicas
4.1 Primera Catequesis mistagógica
4.2 Segunda Catequesis mistagógica
4.3 Tercera Catequesis mistagógica
4.4 Cuarta Catequesis mistagógica
4.5 Quinta Catequesis mistagógica

CAPÍTULO 3
EL VALOR DEL CUERPO EN LOS SACRAMENTOS DE INICIACIÓN CRISTIANA
1. El bautismo: cuerpo sumergido en la muerte para emerger a la vida
1.1 El cuerpo que se prepara para la vida
1.2 El cuerpo que en el agua experimenta la muerte y la vida
1.3 El cuerpo ungido representa el sacerdocio real
2. La confirmación: el cuerpo ungido del cristiano es el cuerpo de Cristo
2.1 El cuerpo del confirmado es el cuerpo de Pentecostés
2.2 Con su cuerpo el confirmado dice sí a Cristo
2.3 El Espíritu Santo en el cuerpo del confirmado
3. La eucaristía: el cuerpo y la sangre de Cristo en el cuerpo del cristiano
3.1 La eucaristía convierte al cristiano en portador de Cristo
3.2 El cuerpo que se dispone a recibir a Cristo
3.3 El cuerpo, trono para recibir al cuerpo y la sangre de Cristo

CONCLUSIONES

BIBLIOGRAFÍA
PRESENTACIÓN DEL EXTRACTO

El tercer capítulo se titula “El valor del cuerpo en los sacramentos de iniciación cristiana”.
En este apartado se buscó resignificar el valor del cuerpo a partir del recorrido realizado en
las cinco Catequesis mistagógicas de Cirilo de Jerusalén con el fin de aportar a la celebración
de los sacramentos de iniciación en día de hoy desde una intención liberadora como lo
propone el pretexto en el método de investigación. Así las cosas, se procedió a abordar los
ritos actuales de cada sacramento para actualizar a la luz de las Catequesis mistagógicas el
sentido del cuerpo del cristiano en la respectiva celebración.
Para resaltar el valor del cuerpo en el rito actual del bautismo se puede realizar con
una inmersión total o aumentar la infusión de agua sobre el cuerpo del menor. También
es posible una aspersión con agua sobre toda la asamblea para renovar el compromiso
bautismal. Otro gesto sería extender la unción con el crisma a padres y padrinos para que
con esta intervención en sus cuerpos se unan a la realidad sacramental de su hijo y ahijado.
En la confirmación, dada la imposibilidad de las múltiples crismaciones presen-
tadas por Cirilo, se podría aprovechar el cuerpo del confirmando en el momento en el que el
padrino le manifiesta su presencia a través de la mano en el hombro. Para ratificar la fuerza
del Espíritu en el sujeto, es posible construir una especie de “cadena humana” con algunos
participantes en la celebración, que llegue directamente al confirmando para destacar cómo
dicha fuerza proviene de la comunidad que lo acompaña y espera.
La recepción de la eucaristía es quizás la propuesta más audaz y liberadora que
implica al cuerpo como aquel lugar teológico. Recibir el cuerpo de Cristo en la cavidad
realizada con las manos y la posibilidad que se tiene de contemplarlo con la visión, busca la
afectación de un órgano de los sentidos. Adicionalmente, el tacto entra en juego al tocar y
palpar la sencillez de la hostia consagrada. Ahora bien, la comunión con la sangre de Cristo
apunta a la santificación de la persona, a partir del contacto con todos los sentidos. El hecho
de tocar los ojos, la frente, los oídos y el olfato con la humedad de la sangre de Cristo que
quedó en los labios, comprende una noción de santidad que acerca lo estrictamente humano
a lo profundamente divino.
EXTRACTO

Capítulo 3
EL VALOR DEL CUERPO EN LOS SACRAMENTOS DE
INICIACIÓN CRISTIANA

El tercer movimiento de nuestro trabajo apunta a establecer la resignificación del valor


del cuerpo, a partir del recorrido realizado en las cinco Catequesis mistagógicas de Cirilo de
Jerusalén, con el fin de aportar a la celebración de los sacramentos de iniciación
cristiana en el día de hoy, desde una intención liberadora. Este último paso corresponde
en el método al pretexto, que cierra de manera apropiada el círculo hermenéutico de la
explicación-comprensión.
Gracias a la interacción del teólogo con el texto se ha logrado una propuesta creativa,
innovadora y dinámica, que no solamente permite la realización del círculo hermenéutico
explicación-comprensión, sino que también garantiza una intención liberadora, es decir
el pretexto, en orden a la actualización que propone el rito sacramental.
Se procederá a resaltar el valor del cuerpo presentado por Cirilo en sus Catequesis,
con un sentido de actualización y sin tratar de modificar los actuales rituales de los sacra-
mentos del bautismo, de la confirmación o de la eucaristía, pero siempre en búsqueda de
resaltar el sentido de los gestos corporales que, sin duda, permitirán una vivencia más activa
y profunda de la fe por parte del nuevo cristiano. La actualización se realizará a partir de
cada sacramento, que en el tiempo de Cirilo era todo un conjunto ritual en la noche de Pascua,
pero que, debido a las evoluciones históricas y por efectos prácticos, se presentarán en tres
apartados respectivamente.
La actualización del sentido de estos sacramentos en cuanto al valor del cuerpo y
teniendo presente la intención liberadora, es un tema que la Iglesia misma considera impor-
tante y urgente para una adecuada y fecunda evangelización. Al reconocer el valor que tienen
los sacramentos de iniciación cristiana en la actualidad, la Iglesia en América Latina en su
última Conferencia General del Episcopado, en Aparecida, Brasil, en el año 2007, presenta
algunas indicaciones al respecto, que merecen ser destacadas. En este orden de cosas,
8 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

se considera “irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que,


además de marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza”1.
Esta declaración apunta a una iniciación cristiana contundente que impacte al neófito, para
que sea un verdadero testigo de lo que recibió. En esta misma línea, el documento de
Aparecida considera que “la iniciación cristiana, que incluye el kerygma, es la manera prác-
tica de poner en contacto con Jesucristo e iniciar en el discipulado” 2 . El contacto con
Jesucristo al que se refiere este punto asume, sin lugar a dudas, toda la humanidad del sujeto,
incluyendo por supuesto el cuerpo desde donde se origina dicho contacto. Toda esta dinámica
está enmarcada en la búsqueda de un encuentro personal cada vez mayor con Jesucristo,
perfecto Dios y perfecto hombre, en el cual se experimente la plenitud de la humanidad
conducente a la conversión3.
Ahora bien, en todo este proceso de iniciación cristiana que se busca actualizar, no se
pueden perder de vista las orientaciones más antiguas que se proponían al respecto, pues,
“tuvo siempre un carácter de experiencia, en el cual era determinante el encuentro vivo y
persuasivo con Cristo, anunciado por auténticos testigos”4. Esta declaración hace énfasis en
la manera cómo debe ser la experiencia de iniciación cristiana, para que introduzca a una
feliz celebración de los sacramentos, con la riqueza de todos sus signos y buscando siempre
tocar la vida del neófito; en este sentido, el primer lugar de encuentro con esta realidad
espiritual sería el cuerpo, con todas sus dimensiones. En efecto, la iniciación cristiana quiere
transformar la vida, gracias a los misterios que se celebran, lanzando así al nuevo bautizado
a transformar el mundo que lo rodea5.
Las Catequesis mistagógicas de Cirilo presentan una gran potencialidad para su
actualización y logran de tal manera un pretexto, pues, así hayan sido escritas en el siglo IV,
permiten un ejercicio creativo en el que el cristiano del siglo XXI es tocado en su vida, por
la celebración de los sacramentos que inician su vida en la fe. Benedicto XVI es muy atinado

1
Consejo Episcopal Latinoamericano. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe.
Documento conclusivo, 138.
2
Ibíd.
3
Ver ibíd., 138-139.
4
Benedicto XVI. Exhortación apostólica “Sacramentum caritatis” 97.
5
Ver Consejo Episcopal Latinoamericano. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del
Caribe, 139.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 9

respecto a la mistagogía y plantea los siguientes principios para su realización: primero, la


interpretación de los ritos se debe hacer a la luz de los acontecimientos salvíficos, según
la tradición viva de la Iglesia6. En este sentido, la interpretación de los ritos de la iniciación
cristiana recoge todo el plan de salvación, desde el Antiguo Testamento pasando por el
Nuevo, para llegar a dar una palabra directa sobre la vida del neófito. En segundo lugar,
plantea cómo la mistagogía debe introducir en el significado de los signos contenidos en los
ritos7. Los signos que aparecen en los ritos sacramentales no son anacrónicos ni anticuados
para una sociedad mediatizada por la tecnología y la velocidad de la comunicación, todo lo
contrario, conservan siempre la posibilidad de nuevas sensibilidades para quienes experi-
mentan el signo directo en su corporeidad. El tercer principio es el significado de los ritos
que debe enseñar la catequesis mistagógica, en relación con la vida cristiana8. Este último
principio es el que más alcance tiene a la hora de hacer una actualización de sentido, como
lo propone este tercer movimiento. Ciertamente, el hecho de abundar en el significado de una
catequesis mistagógica tan antigua, no se debe reducir a una simple consideración histórica,
sino que debe llevar al compromiso de la transformación de una vida, para transmitirla al
mundo y a sus realidades más acuciantes. Así lo confirma Benedicto XVI: “En este sentido,
el resultado final de la mistagogía es tomar conciencia de que la propia vida es transformada
progresivamente por los santos misterios que se celebran”9.
Después de estas consideraciones, se procederá al recorrido del rito actual de cada
sacramento de iniciación cristiana con el fin de actualizar, a la luz de las Catequesis de Cirilo,
el sentido que tiene el cuerpo del cristiano en la celebración y que hoy, siglos después, plantea
determinados desafíos en el compromiso cristiano.

1. EL BAUTISMO: CUERPO SUMERGIDO EN


LA MUERTE PARA EMERGER A LA VIDA

La práctica del bautismo en la actualidad, es el resultado de una larga historia que ha llegado
a estructurarse en un rito para ser vivido por los niños, sus padres y sus padrinos. No obstante,

6
Ver Benedicto XVI. Exhortación apostólica “Sacramentum caritatis” 98.
7
Ver Ibíd.
8
Ver Ibíd. 99.
9
Ibíd.
10 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

la práctica del bautismo con niños, también existen preparaciones y celebraciones para adul-
tos que se consignan en el Ritual de Iniciación Cristiana para Adultos, RICA. Dado que el
bautismo como rito y sacramento de iniciación se realiza en un porcentaje muy alto con niños
muy pequeños, el ritual que se considerará en el presente trabajo será el de Bautismo de
Niños10. El rito actual del bautismo para niños se puede celebrar tanto dentro como fuera
de la Eucaristía; sin embargo, el rito bautismal es el mismo.

1.1 EL CUERPO QUE SE PREPARA PARA LA VIDA

Desde el primer momento del rito actual del bautismo, el cuerpo del niño y el de sus familia-
res, entran en una dinámica que les va a permitir celebrar su fe y comprometerse con el menor
que acompañan en su bautismo. El rito inicia con la acogida de los niños junto con sus padres
y padrinos en la puerta de la Iglesia, así como Cirilo comenta en la primera Catequesis, que
los futuros bautizados se encontraban en el atrio antes de llegar al bautisterio. Desde este
momento se percibe el sentido que tiene el espacio en lo sagrado, lo cual se logra evidenciar
a través del cuerpo. El hecho de permanecer fuera del templo remite a una expectativa de un
ingreso a un sitio nuevo, en donde no se había estado antes y que, en el momento de traspasar
cierto umbral, será un espacio en donde se vivirá algo profundo y constitutivo para la vida
del nuevo cristiano. Precisamente gracias al cuerpo de los padres, padrinos y del niño, se
reciben en la entrada de la Iglesia para luego caminar, como peregrinos, hacia el interior,
como aquellos que quieren encontrarse con Dios.
A diferencia del rito explicado por Cirilo, en el rito actual los padres y padrinos de
pie y a la entrada de la Iglesia, además de un breve interrogatorio sobre su compromiso con
la formación en la fe del niño, se opera un gesto profundo en el que interviene directamente
el cuerpo. Se trata de una signación o señal de la cruz que hace en la frente del niño, primero
el que preside y luego sus padres y sus padrinos. Aunque este signo no está reportado por
Cirilo en sus Catequesis mistagógicas, se tiene noticia que en los exorcismos realizados
durante la preparación al bautismo se hacía una insuflación sobre la persona, acompañada

10
El Ritual del bautismo de niños que se trabajará es la tercera edición de la Conferencia Episcopal de Colombia
del año 1999.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 11

de imposición de manos con signación, gestos indicadores de transmisión de fuerza para


el combate11.
La signación en el actual rito es el gesto de acogida al nuevo cristiano que inicia su
peregrinar en la Iglesia con el sacramento del bautismo. La cruz que recibe el niño sobre
su frente por parte del ministro y sus familiares expresa la fortaleza que quieren transmitir al
futuro cristiano, fortaleza que estaría garantizada por el compromiso asumido por los padres
y padrinos. “No se trata de un acto superficial o secundario, sino de un signo que indica
consagración y pertenencia, profesión de fe y salvación, compromiso y tarea para el futuro”12.
Este gesto simple abre la procesión hasta el punto en que se celebrará la Palabra.
Una vez pasada la liturgia de la Palabra, la homilía, la Oración Universal y las letanías
de los Santos, se procede al exorcismo con una oración para pedir que el niño o los niños que
serán bautizados puedan luchar contra los ataques del mal. Como se mencionó antes, Cirilo
aborda los exorcismos en el tiempo de preparación al bautismo, sin embargo, las renuncias
que se hacen en la noche de Pascua para rechazar las diferentes asechanzas del maligno son
una continuación de esos exorcismos, que se vienen a ratificar con la unción sobre el cuerpo.
Tanto en el rito actual como en las Catequesis de Cirilo se encuentra una primera
unción, con lo cual se culmina el ejercicio de exorcismo que se venía realizando desde la
cuaresma. El rito para el bautismo de los niños después de la oración, propone la unción en
el pecho con el óleo de los catecúmenos; con este óleo se sella todo un camino que lleva al
bautizado a una protección, gracias a Cristo Salvador. En el tiempo de Cirilo, esta unción
tenía un referente mucho más corporal, pues era sobre todo el cuerpo desnudo; en la actuali-
dad se ha dejado dicho gesto únicamente sobre el pecho, con el fin de no perder el sentido de
que es todo el cuerpo el que busca ser protegido. Más aún, para Cirilo, dicho aceite era como
sentir sobre el cuerpo una llama fuerte que, gracias a la oración, purga y quema cualquier
residuo de pecado y hace huir al maligno 13. Además, el óleo con el que se unge en este
momento, santo óleo u óleo de los catecúmenos, era para Cirilo un óleo exorcizado, de muy
buena calidad, para representar el verdadero olivo que es Cristo; esta connotación ciertamente
ha desaparecido del ritual manifestándose como un óleo más dentro de la celebración.

11
Ver García del Valle, Jerusalén, la liturgia de la Iglesia madre, 186.
12
Borobio, Celebrar para vivir, 235.
13
Ver San Cirilo de Jerusalén, Catequesis II 3.
12 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

El exorcismo, en el rito de hoy, se concluye con un gesto sobre el cuerpo que tiene
una gran carga simbólica y que en Cirilo era dejado para los “exorcismos parciales”, previos
al día del bautismo, se trata de la imposición de manos. Ciertamente, Cirilo resaltaba de
manera especial la unción sobre todo el cuerpo; sin embargo, esta imposición de manos que
hoy se propone acompañada de un gran silencio, apunta a la culminación del rito del exor-
cismo, gracias a este gesto tan antiguo y evocador de la presencia de Dios. Este gesto permite
dar paso a la liturgia propia del sacramento del bautismo, pues es sobre el cuerpo donde se
simboliza el camino de muerte a todo aquello que aleje de Dios y, una vez sumergido en
las aguas del bautismo, emerger de las mismas brotando por los poros la presencia de Dios
que ha saturado al bautizado.

1.2 EL CUERPO QUE EN EL AGUA EXPERIMENTA


LA MUERTE Y LA VIDA

En la carta a los Romanos presenta San Pablo el texto más denso que se conoce sobre el
bautismo: “¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bauti-
zados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de
que, al igual que Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre,
así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6,3-4).
Este texto presenta de manera admirable el sentido del rito propio del bautismo, que
es el hecho de sumergir en las aguas de la muerte de Cristo para salir de ellas resucitados
como Cristo para la vida. El niño, después de ser bautizado, sale saturado por esa agua
que es Jesucristo mismo, que le debe salir por todos los poros de su cuerpo. En otras palabras,
el bautismo es la saturación de Jesucristo en todo el cuerpo de la persona, que de esta manera
está llamada a ser como Jesús.
Con este preámbulo, al abordar el rito del bautismo desde el ritual actual, nos permite
rescatar el sentido que este sacramento de iniciación presenta para el nuevo cristiano. Se
sugiere ir en procesión al bautisterio, lugar donde se vivirá el rito, ya sea por inmersión o por
ablución. Es de anotar que el agua debe ser bendecida con el fin de dar el valor simbólico
que esa agua representa: Jesucristo mismo que satura al neófito. Ciertamente, el agua es el
símbolo principal del bautismo, de hecho, era mucho más impresionante para los adultos en
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 13

la Iglesia primitiva, como lo describe Cirilo, cuando se bautizaban desnudos por inmersión
en la piscina, que para los niños de hoy en día que se bautizan con un poco de agua sobre
su cabeza. Con el agua se representa el amor de Dios que se derrama sobre el bautizado,
convirtiéndose para dicha persona en una fuente inagotable con la que puede contar por el
resto de su vida cristiana.
Una vez bendecida el agua, se procede a las renuncias y a la profesión de fe. En Cirilo,
estas renuncias se realizaban, en un primer momento, antes de entrar al bautisterio y la
profesión de fe se realizaba en la entrega y devolución del símbolo, que se llevaba a cabo
durante la preparación en la cuaresma. Hoy, en el caso de los niños y por razones pastorales,
se realizan las renuncias y la profesión de fe antes del bautismo, con el fin de garantizar a
padres y padrinos ciertas claridades y confirmaciones en su fe, para acompañar y educar
a sus hijos y ahijados.
Terminadas las renuncias y promesas, el ministro realiza un interrogatorio que con-
siste en una sola pregunta a los padres y padrinos, con el fin de confirmar la fe que se acaba
de expresar. Así se llega al momento propio del bautismo que se puede realizar por inmersión
o por infusión, iniciando con la fórmula: “N., yo te bautizo en el nombre del Padre” y se
realiza la primera inmersión o se derrama el agua por primera vez; “y del Hijo” con su
respectiva inmersión o ablución; “y del Espíritu Santo” con la última inmersión o derrama-
miento de agua sobre la cabeza.
En el ritual actual se deja opcional la manera en que se realiza el bautismo, sea por
inmersión o por ablución, en donde el ministro del sacramento es quien claramente dirige y
orienta todo el movimiento. Si se realiza por ablución, como es lo más común, el valor del
cuerpo no es lo suficientemente aprovechado para manifestar lo que el sacramento realmente
pretende. Sería bastante fecunda, a nivel catequético, la opción de la inmersión, pues sería
todo el cuerpo del niño o la niña el que se vería tocado por el agua bautismal, que
busca saturar la vida del neófito con la presencia de Jesucristo.
En Cirilo, mutatis mutandis, el sujeto adulto desnudo es llevado a la piscina en donde
se le pregunta si cree en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, siendo sumer-
gido completamente en el agua cada vez que confesó su fe en el Dios trino. El movimiento
presentado por el obispo de Jerusalén integra mucho más el cuerpo, con el fin de lograr una
14 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

asimilación mucho más radical del nuevo estado de vida que asume el neófito. Evidente-
mente, el bautismo en el siglo IV era practicado únicamente con adultos y, después de una
larga y juiciosa preparación, vivían estas tres inmersiones en la piscina bautismal para salir
de esta con una nueva vida inscrita en su cuerpo, gracias a las sensaciones físicas producidas
en este movimiento. La inmersión del cuerpo completo en el agua apunta a simbolizar al
mismo Jesucristo que fue sepultado y de allí mismo emerge con su resurrección. Con la
inmersión, como lo anota Cirilo, se experimenta una oscuridad profunda propia de un sepul-
cro, pero también se vivencia la luz que se recobra al abrir los ojos después de salir del agua.
La tensión entre la oscuridad y la luz es experimentada en los nuevos bautizados, además de
la sensación que se produce con el contacto con el agua, todo ello para resaltar el simbolismo
del agua como sepulcro y madre14; en otras palabras, el agua, como símbolo de la muerte
y de la vida, se vive directamente en el cuerpo del nuevo cristiano. “Toda una historia
salvífica, todo un misterio de amor de Dios al hombre se actualiza y realiza por este signo
que al mismo tiempo es purificación y muerte, resurrección y vida, seno materno y naci-
miento a la nueva vida, principio y meta de la vida cristiana”15.
El bautismo por inmersión en la actualidad ha caído en desuso por cuestiones
eminentemente prácticas, dado el número de niños y niñas que se bautizan. Sin embargo, su
sentido teológico continúa siendo vigente, además de ser un gesto mucho más elocuente que
el bautismo por simple ablución. La inmersión practicada en los niños representa una fuerte
simbología, quizás no para el niño propiamente, pero sí para los padres y padrinos que son
testigos de la fuerza del gesto que puede llegar a movilizarlos en su compromiso con el nuevo
cristiano que acaba de nacer, gracias a las aguas que logran cubrir todo el cuerpo del infante.
El hecho que el agua, símbolo de la vida y de la muerte, cubra el cuerpo del niño debe
remitir a la fe de los padres y padrinos que ya llevan un camino recorrido y que, además,
buscan que ese niño se identifique con dicha fe. Así unos padres que se encuentran inmersos
en Jesucristo tendrán unos hijos saturados de la divinidad manifestada justamente en el agua
que cubrió el cuerpo del niño. Así las cosas, los padres y padrinos entran a jugar un papel
fundamental en la vida de los niños, pues son ellos mismos quienes después del bautismo
por inmersión, buscan sumergir al niño en Jesucristo gracias a todo el ambiente y medios que

14
Ibíd. II 4.
15
Borobio, Celebrar para vivir, 236.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 15

faciliten el logro de esta realidad. En otras palabras, el bautismo sería una interpelación fuerte
a la fe de los mayores que presentan el niño a la Iglesia, pues les lleva a interrogarse en su
vivencia de fe y en los medios para que este nuevo cristiano asuma la inmersión en Cristo
durante su vida.

1.3 EL CUERPO UNGIDO REPRESENTA EL SACERDOCIO REAL

El tercer movimiento más relevante en el ritual actual del bautismo es la unción con el crisma.
Este gesto viene inmediatamente después del bautismo y señala los orígenes remotos del
sacramento de la confirmación. Aunque el gesto se sigue realizando en el bautismo, su
desarrollo y despliegue en cuanto sacramento es en la confirmación, con la cual se culmina
la iniciación cristiana tal y como se concibe el proceso de iniciación hoy en día en la
Iglesia latina.
El ritual actual del bautismo de niños introduce la unción post-bautismal con una
oración que explicita la finalidad de este gesto, que es una especie de consagración del
bautizado a Cristo como profeta, sacerdote y rey; tres títulos que encarnan compromisos muy
concretos en la vida del nuevo cristiano. Luego, el ministro unge con el crisma la parte
superior de la cabeza del niño, sin decir nada. Esta unción significa el sacerdocio real del
bautizado y la agregación a la comunidad de la Iglesia, es una liberación para la nueva vida
en Cristo y el Espíritu, en la comunidad cristiana16. La unción sobre la cabeza remite a la
consagración de reyes que se realizaba en la antigüedad; con este gesto se busca actualizar
el carácter real del sacerdocio que recibe el bautizado. Además, esta unción representa la
bendición de Dios sobre el bautizado e invita a que las vidas de estos cristianos emitan un
buen olor que arome la vida de los otros, así, el bautizado en su totalidad, está invitado a
transmitir, no solamente con sus acciones sino también con todo su cuerpo, una fragancia de
vida y no de muerte 17 . Existe una alternativa en el momento de la unción, que no está
propuesta en el ritual del bautismo, la cual busca involucrar directamente el cuerpo de padres
y padrinos ungiéndolos, pues ellos también son sacerdotes, profetas y reyes por su propio

16
Ver Ibíd.
17
Ver Grün, The Seven Sacraments, 16.
16 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

bautismo. Este gesto adicional, sin duda reforzaría el compromiso de los mayores que acom-
pañan al menor en su bautismo y en la tarea que se les encomienda para el futuro18.
En las Catequesis mistagógicas de Cirilo, la unción con el crisma tiene un sentido
muy fuerte, debido a la importancia de la unción sobre varias partes del cuerpo del neófito,
pasando por la frente, los oídos, la nariz y el pecho, con el fin de recibir el Espíritu Santo
como armadura para combatir cualquier embate del mal. El sentido que Cirilo le da a esta
unción está mucho más en consonancia con el sacramento de la confirmación, que para ese
momento no estaba separado del bautismo de adultos. Sin embargo, el rito actual quiere
garantizar, a través de dicha unción, la participación de todo cristiano en el sacerdocio de
Cristo. El desarrollo sobre las numerosas unciones explicadas por Cirilo se trabajará con el
sacramento de la confirmación.
Adicional al rito complementario de la crismación, en el ritual actual existen otros
dos que merecen ser señalados, dado su contacto con el cuerpo del sujeto. El primero se
refiere a la imposición de la vestidura blanca que involucra todo el cuerpo del niño y
que simboliza pureza e integridad. Dicho símbolo es bastante antiguo, pues el mismo Pablo
lo menciona en su carta a los Gálatas: “los que habéis bautizado en Cristo os habéis revestido
de Cristo” (Ga 3,27), en otras palabras, el sujeto está abierto completamente a Cristo y a su
gloria. Este símbolo en la actualidad ha perdido su relevancia, pues en muchas ocasiones
los niños no son vestidos de blanco o el ministro, por no evadir el símbolo, pone algo
blanco sobre el recién bautizado, que puede ser la misma estola. El vestido blanco sobre
el cuerpo busca que el sujeto sea uno con Cristo y que su vida nueva, gracias al bautismo,
resplandezca como el blanco, gracias a la transformación total de la persona, en especial su
corazón. Los cuerpos de los bautizados están iluminados por Jesús y de la misma manera
deben brillar en el mundo, por lo tanto, el vestido blanco apunta a establecer formas concretas
de comportamiento, que el niño o la niña deben asumir con la compañía de sus mayores19.
En la cuarta Catequesis mistagógica, Cirilo ve en el vestido blanco una invitación al
nuevo bautizado de revestirse de lo que es blanco, puro y espiritual 20. Esta indumentaria
quiere manifestar que el neófito tiene sobre su cuerpo una nueva realidad vital, que lo

18
Ver Ibíd., 28.
19
Ver Grün, The Seven Sacraments, 18.
20
Ver San Cirilo de Jerusalén, Catequesis IV 8.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 17

compromete a resplandecer libremente para su comunidad lo que vivió en las aguas del
bautismo. Las ropas de salvación de las que habla el profeta Isaías (ver Is 61,10) son comu-
nicadas a los demás con un fin eminentemente catequético, pues se aprovechan los sentidos
para expresar el júbilo que da la nueva vida en Jesucristo. En la antigüedad el vestido blanco
que portaban los neófitos era una de las señales más elocuentes de incorporación a la
Iglesia. La túnica o alba blanca que vestían los bautizados era signo de la nueva vida recibida.
Esta alba la llevaban durante toda la semana de Pascua, de donde viene el nombre de la
octava in albis. Al finalizar la octava de Pascua, en el domingo in albis, el bautizado
abandonaba el vestido blanco para señalar que ya había concluido todo el proceso con la
última Catequesis mistagógica 21 . El simbolismo del vestido blanco, así sea modificado
para el bautismo de los niños, conserva su valor precisamente por la íntima relación que tiene
con el cuerpo del nuevo cristiano, que desde ese momento será un cuerpo comprometido para
irradiar la luz.
El segundo rito complementario que presenta el ritual actual del bautismo de niños,
es la entrega del cirio encendido. Aunque Cirilo no presenta esta entrega en sus Catequesis
mistagógicas, ni esté directamente relacionado con el cuerpo del bautizado o sus familiares,
el simple hecho de encender el fuego del cirio Pascual refuerza todos los símbolos eminen-
temente corporales que se han vivido anteriormente. Cristo, luz del mundo, quiere atravesar
las tinieblas y servirse de la luz que ha recibido el neófito con la ayuda de sus padres y
padrinos. El niño o la niña recién bautizados son una nueva luz para la Iglesia y el mundo
y para tal fin es posible que el ministro tome la vela encendida y la acerque al infante, con la
confianza de que además de ser luz, también traerá calor a las áreas más frías de la sociedad22.
Dentro del septenario sacramental, el bautismo es uno de los sacramentos que más
cuenta con el cuerpo del cristiano. El sentido profundo de ser impregnado por la presencia
de Jesucristo en todo el cuerpo se logra, gracias a los diversos ritos y símbolos que se viven
en el sacramento. El cuerpo es el agente por excelencia del bautismo, pues, en la realidad
corporal de la persona se concretizan una serie de gestos, los cuales van a comprometer al
neófito y a sus familiares para ser miembros libres y activos de la Iglesia.

21
Ver Borobio, Celebrar para vivir, 237-238.
22
Ver Grün, The Seven Sacraments, 29.
18 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

2. LA CONFIRMACIÓN: EL CUERPO UNGIDO


DEL CRISTIANO ES EL CUERPO DE CRISTO

El sacramento de la confirmación tal y como se conoce en la actualidad es bastante reciente,


pues, durante siglos estuvo incluido dentro del sacramento del bautismo, como lo presenta el
mismo Cirilo de Jerusalén en el siglo IV. Hasta el Concilio Vaticano II la Iglesia logra
diferenciar la confirmación y el bautismo, identificando la función propia de cada uno.
Así presenta la Constitución Lumen gentium los dos sacramentos:

Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al
culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar
delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia. Por el sacramento de
la confirmación se vinculan más estrechamente a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza
especial del Espíritu Santo, y con ello quedan obligados más estrictamente a difundir y
defender la fe, como verdaderos testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras.23

Gracias a esta aclaración conciliar sobre estos dos sacramentos, se puede concluir que
el bautismo incorpora, destina y consagra al culto, y así los nuevos cristianos están obligados
a confesar su fe delante de los hombres. La confirmación vincula más a la Iglesia a los
cristianos enriquecidos por el Espíritu Santo y los obliga a ser testigos con sus palabras y
obras. La incorporación que pretende la confirmación, se verá reflejada en la consciencia que
se tiene de las responsabilidades en el servicio de la comunidad. Una de estas responsabili-
dades es ser testigos por la palabra, es decir, asumir la experiencia de la Palabra de Dios en
sus vidas y poder compartirla a otros miembros de la comunidad. Así, el anuncio del Evan-
gelio sería el gran compromiso del sacramento de la confirmación, no solamente con palabras
sino también con obras. La confirmación es el sacramento de la adultez cristiana, ya que pide
responsabilidades o carismas con la comunidad. En la confirmación se consagra la vida a ser
un testigo libre de la fe con lo que se vive y se anuncia.
A nivel bíblico se logra encontrar una diferencia entre los sacramentos del bautismo
y la confirmación. Así lo reporta el libro de los Hechos de los Apóstoles:

23
Concilio Vaticano II, “Constitución dogmática Lumen gentium 11”.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 19

Al enterarse los apóstoles que estaban en Jerusalén de que Samaria había aceptado la Palabra
de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos bajaron y oraron por ellos para que recibieran
el Espíritu Santo; pues todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; únicamente
habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les imponían las manos y
recibían el Espíritu Santo. (Hch 8,14-17)

En esta referencia, el autor de este libro bíblico pretende establecer una diferencia
entre dos ritos que, aunque no estuvieran en ese momento destinados a ser dos sacramentos,
sí eran considerados como dos momentos distintos, uno para el bautismo y otro para la
recepción del Espíritu Santo. Ciertamente, la institución del sacramento de la confirmación
aparecerá mucho más tarde en la historia de la Iglesia, sin embargo, para los apóstoles, el
Espíritu Santo como don se recibía en un momento adicional al bautismo. Estos vestigios
primitivos de la diferencia entre estos sacramentos permiten evidenciar su importancia en
la vida de los cristianos, realidad que fue expresada de manera particular en el Concilio
Vaticano II y desde entonces hasta nuestros días.
La diferencia entre el bautismo y la confirmación que se evidencia en el Concilio y
los Hechos de los Apóstoles no desvincula a los dos sacramentos, pues, ambos entran a
formar parte de todo el proceso de iniciación cristiana. Sin embargo, dicho proceso no es el
mismo en Oriente que en Occidente. Las dos tradiciones teológicas marcan unas diferencias
que continúan vigentes, aunque con variaciones de acuerdo a los contextos.
En Oriente la confirmación se continúa administrando a los niños pequeños inmedia-
tamente después del bautismo, mientras que en Occidente varios años separan la
confirmación del bautismo. En la antigüedad, como es el caso de Cirilo de Jerusalén,
la celebración completa del bautismo comprendía la inmersión de los adultos en la piscina
bautismal realizada por los sacerdotes y diáconos, mientras la crismación estaba reservada al
obispo. Debido al gran desarrollo de las parroquias y el gran número de bautismos, era
muy difícil presentarlos al obispo para la crismación, por lo que se sugieren dos soluciones:
en Oriente se decide entregar todo el proceso de iniciación cristiana a los sacerdotes, en una
misma celebración como se hacía en la Antigüedad y en Occidente se decidió reservar la
administración de la crismación al obispo, separando la iniciación en dos liturgias, de donde
surge el sacramento de la confirmación apartándose cada vez del rito del bautismo, llegando
a establecer su celebración después de la primera comunión, lo cual para la Iglesia ortodoxa
20 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

representa un inconveniente, debido a la inversión en el orden de los sacramentos contraria


a la tradición24.
En la actualidad, existen dos tendencias claras respecto a la edad en que se debe
administrar el sacramento de la confirmación. Hay algunos que apoyan una edad en la ado-
lescencia, lo cual representaría una responsabilidad y un compromiso en la misión de la
Iglesia; otros consideran que la confirmación se debe realizar en la misma celebración de
la primera comunión, como una manera de culminación del sacramento del bautismo vivido
en la infancia y, de igual manera, sería la conclusión de la iniciación cristiana.

2.1 EL CUERPO DEL CONFIRMADO ES


EL CUERPO DE PENTECOSTÉS

En medio de todas las vicisitudes que ha presentado el sacramento de la confirmación a lo


largo de la historia, no se puede negar que la confirmación forma parte de todo un proceso
de iniciación a la vida activa en la Iglesia. Así, la confirmación como la misma fórmula
del ritual lo señala, “Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”, busca la sacramentali-
zación del Espíritu Santo, en otras palabras, es el sello del don del Espíritu Santo. Este sentido
ha llevado a que el sacramento de la confirmación se relacione íntimamente con el Espíritu
de Pentecostés, experiencia propia de los apóstoles. Ciertamente, el Espíritu es el don conce-
dido en todos los sacramentos, sin embargo, ninguno como la confirmación, está destinado
a expresar, con su estructura y signos, el Espíritu que se da por el acontecimiento de
Pentecostés. En suma, la confirmación es la actualización de dicho acontecimiento, es un
nuevo Pentecostés25.
El cuerpo del confirmado, al ser ungido con el crisma, refuerza su adhesión libre a
Cristo aceptándolo en su vida y fortalece su relación con la Iglesia y su misión en el mundo.
Con la confirmación “la vida de Cristo se perfecciona en nosotros para que nosotros la
pongamos al servicio de los demás”26. Una de las características propias de un confirmado es
la fuerza para transformar su mundo, gracias a cierta parresía, libertad y claridad, como

24
Ver Sesboüé, Invitation à Croire, 107-108.
25
Ver Borobio, Celebrar para vivir, 255.
26
Ibíd., 256.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 21

la que recibieron los apóstoles en Pentecostés. La característica propia de un confirmado es


el testimonio libre que permite la autenticidad de su fe de una manera pública.
Así como la Iglesia nace en Pentecostés, el sacramento que permite un nuevo naci-
miento del cristiano en la Iglesia es la confirmación. Es posible considerar que los ritos
bautismales llegan a su perfección en la celebración de la confirmación, pues, es el momento
cuando el don bautismal dado en la infancia se asume expresamente, públicamente, y
eclesialmente, de la misma manera como los dones del Espíritu Santo cobraron su máximo
alcance en Pentecostés 27 . En la confirmación, el bautizado asume su propia identidad
cristiana, se convierte cristiano en su corporeidad, comprometiendo así toda su vida desde
la libertad con aquel don recibido en el bautismo y que desde ahora está llamado a
desplegar totalmente.

2.2 CON SU CUERPO EL CONFIRMADO DICE SÍ A CRISTO

La celebración de la confirmación permite al confirmando decir sí a Cristo y a su Iglesia de


una manera pública. Los símbolos que se utilizan en dicho sacramento buscan expresar
la culminación de la iniciación cristiana y su compromiso real y efectivo con la nueva vida
en el Espíritu que acoge a partir de ese momento particular. Los dos símbolos que se utilizan
actualmente en la confirmación y que atañen directamente al cuerpo son la unción con el
santo crisma y la imposición de manos. Ambos gestos son bastante antiguos y buscan
intervenir en el cuerpo del sujeto con el fin de sellar el compromiso de la nueva vida en
Espíritu. La unción con el crisma es el signo más importante de la celebración de la confir-
mación. El crisma es una mezcla de aceite de oliva y bálsamo, que consagra el obispo el
jueves santo en la misa crismal, convirtiéndose en un símbolo de la gracia y de los efectos
que produce en el sujeto el don del Espíritu.
Desde el Antiguo Testamento, la unción era un signo para expresar el don del Espíritu
de Dios y, por tal razón, los reyes, sacerdotes y profetas eran ungidos; pues por este gesto
Dios les daba su fuerza para realizar su misión. En este mismo orden de ideas, los judíos
esperaron un Salvador, un enviado por Dios, a quien llamaron Mesías, el Ungido, que en

27
Ver Ibíd. 263.
22 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

griego sería el Cristo, ya que poseía el Espíritu. Así las cosas, San Pablo llamaría a los
bautizados “cristianos” o “Cristos”, por haber recibido el Espíritu gracias a la unción sobre
su cuerpo28.
Por otro lado, la imposición de manos es un signo muy común en la Biblia y puede
tener varios significados: posesión de algo, protección de alguien, transmisión de una virtud
o poder. Jesús mismo imponía las manos a los enfermos y a los niños y además enviaba a sus
discípulos a imponer las manos para sanar. La comunidad cristiana primitiva utilizaba la
imposición de manos para transmitir poder o un ministerio comunitario, pero también lo
destinaban para transmitir el don del Espíritu29.
Realizadas las puntualizaciones anteriores, se procederá a revisar el ritual de la
confirmación publicado por la Conferencia Episcopal de Colombia en su tercera edición del
año 199730, para evidenciar el sentido que tiene el cuerpo del confirmando a la luz de las
Catequesis mistagógicas de Cirilo de Jerusalén.

2.3 EL ESPÍRITU SANTO EN EL CUERPO DEL CONFIRMADO

El rito actual de la confirmación inicia con una presentación de los confirmandos al obispo
por parte del responsable, quien puede dar cuenta del proceso de preparación que han
llevado los sujetos. Este breve interrogatorio entre el obispo y el responsable dispone formal-
mente a la celebración del sacramento, después de la homilía pronunciada por el obispo. Acto
seguido, se interroga a los confirmandos sobre los compromisos bautismales, incluyendo la
profesión de fe. Estos dos interrogatorios, unidos a la homilía episcopal, ubican de manera
inmediata el sacramento de la confirmación.
El primer gesto de la confirmación que involucra el cuerpo directamente es la impo-
sición de las manos, aunque este movimiento no se registra en las Catequesis de Cirilo, sí es
un gesto bastante antiguo y relacionado frecuentemente con la invocación del Espíritu Santo.
Debido al gran número de confirmandos, en la actualidad este gesto ha perdido mucho su
significado ya que el obispo junto con los sacerdotes extiende sus brazos sobre el grupo

28
Ver Ibíd., 283.
29
Ver Ibíd.
30
Ver Sagrada Congregación para el Culto Divino, Ritual de la confirmación.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 23

general de sujetos que se quieren confirmar y no toca directamente las cabezas. La oración
que acompaña este gesto recuenta los siete dones del Espíritu Santo que los confirmandos se
disponen a recibir y sería mucho más elocuente y significativo, si se tocara la cabeza del
sujeto, confirmando una vez más el valor del cuerpo en la fecundidad que busca el rito.
El segundo gesto propio del sacramento de la confirmación es la unción con el crisma,
el cual involucra también directamente el cuerpo del sujeto. En el rito actual, la crismación
la realiza el obispo o algunos sacerdotes que participan en la celebración. De una manera
simple, el ministro unge la frente del confirmando trazando la señal de la cruz y pronunciando
las siguientes palabras: “N. recibe por esta señal el don del Espíritu Santo”, y el confir-
mando responde: “Amén”. Luego, el obispo desea la paz al confirmado y este responde:
“y con tu espíritu”. El gesto actual de la confirmación es bastante sintético y simple en lo
referente al cuerpo, pues la unción se realiza únicamente en la frente y la paz se expresa
a través de las manos. Para el obispo de Jerusalén, el rito del crisma contiene una gran
eficacia y por eso se encuentra un número muy significativo de calificativos para presentarlo:
unción mística, crisma Santo, que se ha de conservar incontaminado, óleo de espiritual
alegría, defensa espiritual del cuerpo y salvaguardia saludable del alma31, en este sentido la
crismación, en la actualidad, puede ser mejor aprovechada y proyectada como signo visible
y concreto de la acción efectiva del Espíritu Santo en la vida del confirmado.
En Cirilo la crismación tiene un alcance muy amplio a nivel corporal, pues para él
en el crisma se da a “Cristo y al Espíritu Santo, es presencia de su divinidad y realidad
efectiva”32. La unción se realizaba en cuatro partes del cuerpo, dos de ellas en los sentidos
mismos, los oídos y la nariz. Las otras dos unciones eran sobre la frente, la cual prevalece
hasta el día de hoy, y la otra sobre el pecho, que en la actualidad se conserva en el bautismo,
pero con el óleo de los catecúmenos. Las cuatro crismaciones que presenta Cirilo buscan
preparar al neófito para la nueva vida que desde ese momento emprende. El obispo invita en
su catequesis a que el sujeto, con las respectivas crismaciones, se comprometa a contemplar
la gloria del Señor, a oír los misterios divinos, a ser buen olor de Cristo y a revestirse con
justicia para su lucha en contra del enemigo. Así, el neófito recibe tres efectos sobrenaturales

31
Ver San Cirilo de Jerusalén, Catequesis III 2,4,5,7.
32
Ibíd. III 3.
24 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

que no había recibido en el bautismo: la plenitud del conocimiento de los misterios divinos,
el poder de profecía y una mayor fuerza para la lucha contra el mal33.
La crismación actual sobre la frente del confirmando, evidentemente, se queda corta
frente a las abundantes crismaciones que Cirilo presenta. Ahora bien, la única crismación con
que se cuenta hoy en día en el sacramento debe pontencializarse para apreciar la amplitud y
alcance que propone el Obispo de Jerusalén que, con las cuatro unciones, buscaba una
perfección de la gracia del bautismo, es decir, que el confirmado, gracias a la única unción
que hoy recibe, acoja en su vida la fuerza para actuar libremente dentro del cuerpo de la
Iglesia y a participar en el desarrollo del mundo.
El término “confirmación” está asociado al verbo latino firmare que significa hacer
algo rápido o firme, fortalecer, apoyar, animar, fortalecer una resolución, asegurar, afirmar,
ayudar a estar firme34. En este sentido, el rito antiguo con sus múltiples crismaciones buscaba
efectivamente generar un movimiento masivo que fortalecía al nuevo cristiano, comprome-
tiéndolo para siempre con un estilo de vida atravesado por la experiencia afectiva y efectiva
del Espíritu. La confirmación, como rito de paso de la juventud a la adultez, permite asumir
nuevas identidades y responsabilidades en la vida, todo esto acompañado de las nuevas
habilidades que regala el Espíritu Santo en sus siete dones. Sería mucho más elocuente el rito
con las cuatro unciones como lo presenta Cirilo, sin embargo, la potencia del Espíritu que
recibe el confirmado es la misma que en la Antigüedad, es decir, invita a tomar conciencia y
a desarrollar todos los carismas dados por el mismo Espíritu.
San Pablo, en la carta a los Efesios, plantea que quienes han oído y creído en el Evan-
gelio, fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa (ver Ef 1,13). Este sello del Espíritu
Santo es recibido en la confirmación y así en la actualidad, aunque sea únicamente represen-
tado con una sola crismación, no deja de tener unos efectos muy concretos en la vida del
cristiano que es ungido. En síntesis, la crismación da un nuevo sabor a la vida que proviene
del Espíritu Santo, sana las heridas y los jóvenes que reciben dicha señal, son equipados para
la vida con fuerza y vitalidad para enfrentar todo tipo de dificultad35.

33
Ver García del Valle, Jerusalén, la liturgia de la Iglesia madre, 200.
34
Ver Grün, The Seven Sacraments, 93.
35
Ver ibíd., 107.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 25

En el rito actual de la confirmación el padrino o madrina está presente con el confir-


mando durante la unción con el santo crisma. El padrino o la madrina ponen su mano derecha
sobre el hombro del confirmando, convirtiéndose en un apoyo para el joven; es este un signo
tangible del Espíritu Santo como apoyo para el hombre. El gesto de poner la mano del padrino
o madrina sobre el hombro, también simboliza la seguridad que representa el Espíritu Santo,
para que siempre continúe en su marcha como cristiano sin desfallecer. En algunos lugares,
como muestra del apoyo que ofrece el Espíritu Santo para el joven confirmado, también los
padres, hermanos y amigos ponen sus manos sobre los otros, formando así una cadena que
llega al hombro del joven confirmado, para fortalecer aún más el simbolismo del apoyo
que proviene del Espíritu Santo, manifestado en personas concretas en la vida de la persona36.
Inmediatamente, después de la unción, llega el signo de la paz por parte del obispo
hacia el confirmado. Este gesto no aparece en el rito de Cirilo, sin embargo, en la historia de
este sacramento ya antes se realizaba a través de una suave palmada sobre una de las mejillas,
para simbolizar que quien ha recibido la fortaleza del Espíritu Santo nunca se sonrojará
cuando deba confesar el nombre de Jesús. La evolución de este gesto ha llevado a un simple
apretón de manos, o un abrazo cuando las condiciones lo permiten, para transmitir al joven
la fuerza que proviene del Espíritu y así pueda asumir su vida. Como rito de paso, este gesto
en la confirmación, podría ser asumido como como un rito de iniciación a la adultez, que
implica una profunda confianza en sí mismo y al mismo tiempo es una señal de aceptación y
acogida en la comunidad como hombres y mujeres de caracteres únicos37.
El sacramento de la confirmación, como un sacramento de la iniciación cristiana
busca recrear en el sujeto los dones del Espíritu Santo con sus consecuencias respectivas.
El confirmado debe vivir desde la libertad del Espíritu como lo confirma el mismo Pablo:
“Porque la ley del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de
la muerte” (Rm 8,2). Este Espíritu busca liberar a la persona de patrones psicológicos que
la esclavizan, trata de formar personas libres que no quieran satisfacer las necesidades de los
otros, ni sean gobernados por ningún otro poder para otros fines.
La confirmación permite al cristiano vivir según el poder del Espíritu, según una
dynamis, una fuerza tal, como la expresaban los discípulos en los primeros tiempos de

36
Ver ibíd., 108.
37
Ver ibíd., 109.
26 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

la Iglesia. Los discípulos ven el poder del Espíritu en su habilidad para proclamar la Palabra
de Dios sin temor. En otras palabras, la confirmación debe animar a una parresía, es decir, a
una valentía, un coraje, una audacia para expresar lo que se siente y habita el corazón, todo
inspirado por el Espíritu38.
En la actualidad, el rito de la confirmación ha llegado a una tal simplificación que
puede correr el riesgo de no expresar el alcance de la acción del Espíritu Santo en la persona
que recibe la imposición de manos y la respectiva unción con el crisma. El rito de las unciones
presentado por Cirilo de Jerusalén en el siglo IV corresponde a lo que en la actualidad
se conoce como confirmación, sin embargo, el obispo describe con profundidad las diferentes
unciones que se realizaban, además de sus implicaciones a nivel espiritual y humano.
En Cirilo, el cuerpo tenía mucho más protagonismo durante la crismación, pues cada unción
era toda una invitación a comprometer su vida y en ella su cuerpo, a un nuevo estilo de vida
atravesado por la acción dinámica del Espíritu Santo.
Dado que hoy el sacramento de la confirmación se celebra en grupos numerosos y los
gestos propios del sacramento que involucran el cuerpo son un tanto simples, el reto que
aparece para los confirmandos es asumir con confianza la acción del Espíritu en sus vidas,
que los conducirá a una profunda libertad, que no se limita a una simple unción y apretón de
manos, sino que toda su vida estará atravesada por la dinámica de un Espíritu que no cesa
de movilizar a salir de sí y dirigirse hacia el otro.

3. LA EUCARISTÍA: EL CUERPO Y LA SANGRE


DE CRISTO EN EL CUERPO DEL CRISTIANO

La eucaristía y el bautismo son los sacramentos más antiguos de la Iglesia, están registrados
en el Evangelio donde el mismo Jesús hace referencia a ellos y los experimenta íntimamente.
Quizás la eucaristía es el sacramento más común en la práctica de los cristianos, sin embargo,
su sentido profundo que busca afectar toda la vida del hombre no es tenido muy en cuenta.
De la misma manera que Jesús se entrega y se reparte en la última cena dejando su cuerpo y
su sangre, y en el Evangelio de Juan a través del lavatorio de los pies, quienes comulgan

38
Ver Grün, The Seven Sacraments, 113.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 27

y particularmente los que lo hacen por primera vez, están llamados a partirse y a entregarse
por el otro para hacer comunidad, para hacer comunión.
Las palabras de Jesús en la última cena cuando instituye la eucaristía, hablan de la
entrega de su cuerpo y de su sangre para ser consumidos y constituirse en vida de la persona
que comulga. En este sentido, la eucaristía, así no sea el primer sacramento que se celebra en
la vida del cristiano, se constituye en la plenitud de la iniciación cristiana. Lo confirma
Benedicto XVI: “en efecto, nunca debemos olvidar que somos bautizados y confirmados en
orden a la Eucaristía”39. Así, cuando se participa en la eucaristía se logra perfeccionar lo que
se ha recibido en el bautismo y los dones del Espíritu Santo que se dan para la edificación
del Cuerpo de Cristo y un mayor testimonio evangélico 40 . En efecto, todos los sacra-
mentos de la iniciación cristiana tienden hacia la eucaristía, lugar en el cual se ofrece el
alimento para la vida del cristiano. En otras palabras, se puede afirmar que la eucaristía es
el sacramento que garantiza la vida misma del cristiano, pues provee al cristiano el sustento
para su camino.
En la actualidad, por razones pastorales, la culminación de la iniciación cristiana en
la Iglesia Latina se da con la confirmación, sin embargo, en Cirilo, se da con la eucaristía,
para presentar los tres sacramentos entretejidos por una dinámica ascendente, así lo expresa
en su última Catequesis mistagógica:

En las asambleas anteriores oísteis hablar abundantemente, por el don de Dios, tanto del
bautismo como de la crismación y de la toma del cuerpo y de la sangre de Cristo. Pero
debemos pasar ahora a lo que sigue, con lo cual pondremos fin al edificio de vuestra
enseñanza espiritual.41

La culminación del proceso de iniciación cristiana con el sacramento de la eucaristía


define para el neófito un camino de intimidad con Jesús, marcado en su cuerpo, con el fin de
confirmar el movimiento de un Dios que se encarna en cada sujeto.

39
Benedicto XVI. Exhortación apostólica “Sacramentum caritatis” 30.
40
Ver Ibíd., 31.
41
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis V 1.
28 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

3.1 LA EUCARISTÍA CONVIERTE AL CRISTIANO


EN PORTADOR DE CRISTO

Cirilo en su cuarta Catequesis mistagógica sobre el Cuerpo y la Sangre del Señor afirma lo
siguiente: “Pues en la figura de pan se te da el cuerpo y en la figura de vino se te da la sangre,
para que, al tomar el cuerpo y la sangre de Cristo, te hagas partícipe de su mismo cuerpo y
de su misma sangre. Así nos convertimos en portadores de Cristo, distribuyendo en nuestros
miembros su cuerpo y su sangre”42. Con estas palabras el obispo de Jerusalén exhorta fuerte-
mente a quienes han comulgado por primera vez, apuntando a reconocer en su propio cuerpo,
y particularmente en todos los miembros del cuerpo humano, la presencia de Cristo. En la
dinámica de la eucaristía, tal y como la presenta Cirilo se logra evidenciar que la comunión
con el Cuerpo y la Sangre de Cristo confiere a los nuevos cristianos una “gracia nueva y
superior: ser concorpóreos y consanguíneos de Cristo”43.
Ser portadores de Cristo (χριστοφοροι) implica que el neófito se convierte en un solo
cuerpo y en una sola sangre con Cristo, de modo que la finalidad de la Eucaristía no se limita
a la presencia de Cristo en el pan y el vino, sino que se extiende a la constitución de la Iglesia
como el mismo cuerpo de Cristo44. En otras palabras, la comunión con el cuerpo y la sangre
de Cristo inunda de vida a los cristianos que salen a construir comunidad, vida en comunidad,
lugar por excelencia en donde Cristo se va a revelar.
Esta realidad eucarística se traduce en lo que comúnmente se llama: “la presencia”
real. La presencia supone que un sujeto entra en relación con otros sujetos. Así las cosas, la
“presencia real” de Cristo en la eucaristía expresa la presencia personal de Cristo en su Iglesia
y en cada uno de sus miembros. La presencia de un sujeto es posible gracias a la mediación
su cuerpo. Se necesita estar ahí con su cuerpo para estar presentes y así comunicarse por
medio del lenguaje. Cristo está verdaderamente presente a través del “estar ahí” de las
especies eucarísticas con el único fin de que quienes comulgan su cuerpo y su sangre se hagan
presentes en Él. Efectivamente, la eucaristía es la expresión de una nueva forma de presencia
de Cristo en la ausencia, y es en esta condición de relación mutua de amor, como se debe

42
Ibíd. IV 3.
43
García del Valle, Jerusalén, la liturgia de la Iglesia madre, 204.
44
Ver Sesboüé, Invitation à Croire, 141.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 29

comprender la presencia de Cristo en este sacramento. La pregunta sobre la presencia de


Cristo en la eucaristía siempre ha estado presente en los cristianos, sin embargo, la pregunta
debe girar y apuntar más bien hacia la calidad de la respuesta de cada sujeto que comulga y
consume, con su propio cuerpo, el cuerpo de Cristo45.
El cuerpo y la sangre de Cristo se originan desde la realidad de un cuerpo entregado
y resucitado. El carácter sacrificial de la eucaristía no se puede perder de vista, pues siempre
va a remitir a Cristo que se entrega en la última cena, dejando su cuerpo y sangre en el pan y
el vino y posteriormente entregándose totalmente en la cruz. El cuerpo y la sangre repre-
sentan la persona total y concreta de Cristo que se dona en sacrificio, así, quienes comulgan
por primera vez o después en su vida de cristianos, están llamados a la entrega de su vida no
como un asunto parcial o temporal, sino total y definitivo desde su propia naturaleza corporal.
Esta realidad se hace evidente en Cirilo pues enfatiza con mucha fuerza la nueva vida y la
nueva Alianza de Dios con el hombre a través de Cristo que se hace alimento como pan
celestial y bebida saludable, que le va bien al cuerpo del cristiano46.
La realidad de ser portadores de Cristo que presenta Cirilo, afecta todo el ser del
neófito, transforma su vida entera. El alcance que logra la comunión con el cuerpo y la sangre
de Cristo conforta el corazón y pone alegre el rostro del alma, disponiendo así la vida del
cristiano a ser reflejo de la gloria del Señor47.

3.2 EL CUERPO QUE SE DISPONE A RECIBIR A CRISTO

La última Catequesis mistagógica de Cirilo presenta un recorrido bastante exhaustivo sobre


el rito mismo de la eucaristía en el siglo IV en la ciudad de Jerusalén. En este recorrido, el
obispo señala varios ritos en los que los cuerpos, tanto de los ministros como de los neófitos,
juegan un papel fundamental, de donde se podrían extraer elementos importantes con el fin
de enriquecer la celebración eucarística de hoy.
Una vez presentadas las ofrendas, el sacerdote procede a lavarse las manos antes de
continuar con la plegaria eucarística. Este gesto lo consigna Cirilo en sus catequesis como un

45
Ver Ibíd. 174-175.
46
Ver San Cirilo de Jerusalén, Catequesis IV 5.
47
Ver Ibíd. IV 9.
30 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

signo de la inmunidad del pecado. La manifestación de estar limpio de pecado y prevarica-


ciones se realiza antes de la consagración, como un preámbulo que apunta a la pureza
requerida en el rito. Nótese que las manos son los medios de la consagración de los dones
ofrecidos para el sacrificio, así, la simbología del lavatorio de las manos apunta a una
adecuada preparación del cuerpo del ministro, quien se dispone a recibir en sus mismas
manos el cuerpo de Cristo48.
Una novedad en el rito de Cirilo es el beso de la paz antes de iniciar la anáfora y
después de haber presentado los dones. En el rito actual de la eucaristía, el ósculo de la paz
se da inmediatamente antes de recibir la comunión, sin embargo, el momento que presenta
Cirilo en su rito apunta a un significado bastante acertado y dinámico dentro de la celebra-
ción, pues expresa una reconciliación entre quienes asisten a la eucaristía, manifestada en un
gesto eminentemente corporal y elocuente. El beso de la paz de Cirilo confirma toda una
preparación atravesada por la reconciliación para luego agradecer a Dios a través de la
plegaria eucarística.
Efectivamente, el signo de la paz en este momento de la liturgia, representa mucho
más el sentido de lo que implica la comunión. La reconciliación que se manifiesta en este
gesto va a ser confirmada y afianzada por la vida de Cristo que se recibirá en la comunión.
El contacto físico en el beso de la paz corrobora lo que el obispo de Jerusalén expresa:
“Es signo, por consiguiente, de que las almas se funden unas con otras y de que deponen
cualquier recuerdo de la ofensas”49. En la actualidad, la paz comúnmente no se da con un
ósculo sino, en la mayoría de los casos, simplemente con un apretón de manos. Este gesto,
un tanto distante y frío, no permite el suficiente impacto y compromiso en la búsqueda de la
reconciliación como lo propone Cirilo instantes antes de la comunión. El comulgar con el
cuerpo y la sangre de Cristo dispone al sujeto a reconciliarse con Dios, consigo mismo y con
sus hermanos, y es precisamente el saludo de la paz a través del cuerpo, como se anticipa
dicha realidad de reconciliación.
El gesto de la paz antes del ofertorio no solamente prepara a recibir el cuerpo y la
sangre de Cristo, sino que se constituye en un ofrecimiento y petición a Dios por parte de

48
Ver Ibíd. V 2.
49
Ver Ibíd. V 3.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 31

la comunidad, que se compromete a vivir y a construir la paz entre hermanos. Así, “por este
rito expresamos también nuestra petición y deseo de paz y de unidad para la Iglesia entera y
para toda la familia humana”50.
Debido a múltiples razones, incluso pastorales, el rito de la paz es obviado en la
celebración de la eucaristía. Aunque este gesto no se constituye como indispensable en
la liturgia de la eucaristía, es un gesto corporal muy potente y fecundo para ayudar a celebrar
con profundidad este sacramento. La práctica del gesto varía con mucha frecuencia, sin
embargo, no se debe prescindir del rito especialmente en grandes celebraciones como la
eucaristía dominical o los días de fiesta, ya que “provoca, ayuda y contribuye a crear
la fraternidad y la reconciliación”51.
El beso de la paz en Cirilo antes de la consagración y en el momento de las ofrendas,
se constituye en un gesto de ofrecimiento en el que cada cristiano, ya reconciliado, se trans-
forma en ofrenda misma para el sacrificio sobre el altar. La acción corporal del neófito en la
expresión de la paz, se ofrece no solo con los dones de la tierra y del trabajo humano, sino
que también representa el esfuerzo hacia una mayor purificación por la caridad y por el
desasimiento de lo terrestre52 exigido para la celebración, como un ofrecimiento de sí mismo
para que sea un sacrificio agradable al Señor53.
Posterior a esta intervención del cuerpo en la liturgia, se continúa con la anáfora, la
epíclesis sobre los dones y unas oraciones muy específicas para llegar a la recitación del
Padre Nuestro u oración dominical antes de la comunión, que sería la siguiente intervención
directa sobre el cuerpo. Sin embargo, la referencia al cuerpo no se pierde en la dinámica del
rito. Para reparar en algunos de estos momentos se tiene el inicio mismo de la anáfora, invi-
tando a levantar los corazones hacia el Señor. Este movimiento referente a lo corporal es
extremadamente sugerente y propositivo como preparación a la consagración, momento que
sin duda alguna se enmarca en una referencia, no a cualquier cuerpo sino precisamente al
cuerpo de Cristo, alimento para el cuerpo del ser humano. En síntesis, toda la liturgia euca-
rística directamente conduce al cristiano a disponerse con su cuerpo limitado y frágil a recibir
el verdadero Cuerpo como alimento.

50
Borobio, Celebrar para vivir, 358.
51
Ibíd., 363.
52
Ver San Cirilo de Jerusalén, Catequesis V 3,4.
53
García del Valle, Jerusalén, la liturgia de la Iglesia madre, 205-206.
32 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

3.3 EL CUERPO, TRONO PARA RECIBIR AL


CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

En la actualidad, hablar de un trono es un tanto extraño, anacrónico y alejado de la realidad.


Los reyes actuales no proceden como en la antigüedad, ni buscan mostrar su pompa o poder.
Sin embargo, Cirilo no pudo encontrar mejor imagen para explicar la preparación adecuada
que debía realizar el neófito con su cuerpo a la hora de comulgar por primera vez en la vida.
Después de la consagración y del rezo del Padre Nuestro, el obispo de Jerusalén presenta en
sus Catequesis mistagógicas una invitación a la comunión como preámbulo para acercarse
a las cosas santas54, refiriéndose al cuerpo y a la sangre de Cristo que acaban de ser consa-
grados, con el fin de santificar a quienes los consumen.
No basta para Cirilo la referencia a la santidad, sino que insiste en los santos miste-
rios, aludiendo a un versículo del Salmo 34: “Gustad y Ved qué bueno es el Señor”, con el
fin de presentar el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no como una comida humana sino como una
comida desde la fe, que se debe saborear y degustar gracias a los mismos sentidos humanos55.
Una vez realizadas estas recomendaciones, el obispo cuidadosamente presenta por separado
la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo. Vale la pena anotar, que para el momento en
que las Catequesis mistagógicas fueron escritas por Cirilo, las descripciones de la comunión
muestran lo que se acostumbraba en Jerusalén en aquella época, sin embargo, paradójica-
mente dichas alusiones revisten para la actualidad un contenido eminentemente audaz y
liberador. El alcance de lo que presenta el obispo, hoy en día se puede acoger como una
actualización del profundo sentido que encarna para el cristiano el hecho de comulgar con el
cuerpo y la sangre de Cristo. Quizás estos dos puntos son lo que más responden a lo que se
persigue en el tercer movimiento del método planteado para la realización del presente
trabajo, el pretexto, ya que manifiestan una intención liberadora, que el nuevo cristiano
experimenta una vez que ha recibido el cuerpo y la sangre de Cristo.
Para la comunión del cuerpo de Cristo, Cirilo propone todo un movimiento corporal
que garantiza el carácter profundamente humano y liberador que representa el alimento
eucarístico. El trono que propone el obispo de formar con las manos para recibir la comunión,

54
Ver San Cirilo de Jerusalén, Catequesis V 19.
55
Ver ibíd. V 20.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 33

es solo una pequeña muestra de toda la disposición corporal que debe tener el neófito para
este momento. De tal manera, el cristiano manifiesta con su cuerpo la total libertad para
recibir el cuerpo de Cristo en su vida, que busca inundar todas las entrañas de la persona para
que su vida sea nueva en el Espíritu. Un órgano tan fundamental, como son los ojos, es utili-
zado para dejarse impactar por la realidad divina que se hace material en las manos humanas,
así las manos y los ojos se convierten en los primeros receptores de la gracia que está a punto
de entrar en lo más profundo e íntimo de la persona.
El receptáculo construido con las manos del neófito, el trono, para recibir a su rey,
se caracteriza por garantizar un sumo cuidado al cuerpo de Cristo, que se aloja en esta cavidad
humana. El mismo Cirilo acude a una expresión muy elocuente referida al cuerpo: “pues todo
lo que se te caiga considéralo como quitado a tus propios miembros”56. La concepción de
cuerpo que se muestra con esta expresión se remite al valor que tiene el cuerpo de Cristo para
Cirilo y especialmente en lo que representa para quien lo va a consumir como alimento.
El valor del cuerpo de Cristo implica la vida misma de Dios que se encarna en la del cristiano
y que le permite a este asumir su vida con una mirada amplia y libre de todo tipo de obstáculos
que entorpezcan la dinámica del Espíritu. Las limaduras de oro de las que habla Cirilo 57,
podrían ser las vidas de todos los cristianos que cobran quilates al acoger y vivir en los efectos
de comulgar con el cuerpo de Cristo.
El valor que adquiere una vida, después de comulgar con el cuerpo de Cristo, no se
limita únicamente a una realidad individual o solipsista. Precisamente, “la comunión es
koinonía de todos con Cristo y de Cristo con todos”58 y de allí, se deriva el compromiso de
construir comunidad que se expresa en la construcción de la Iglesia. La comunión lanza al
cristiano a estar y ser con los demás, al igual que Cristo está con aquella persona que lo recibe
en su cuerpo y en su sangre. La comunión con el cuerpo de Cristo asegura que la persona no
esté sola, pues permanece en Cristo y Cristo en él o en ella, lo cual garantiza una unidad que
permite el ejercicio de libertad tal y como la describe el Evangelio. También lo confirma
Francisco en su encíclica Laudato si’: “El Señor, en el colmo del misterio de la Encarnación,

56
Ibíd. V 21.
57
Ver Ibíd.
58
Borobio, Celebrar para vivir, 360.
34 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia. No desde arriba, sino desde
adentro, para que en nuestro propio mundo pudiéramos encontrarlo a él”59. Así como Jesús
permaneció siempre unido a su Padre a través de la oración, los cristianos han de permanecer
unidos a Cristo gracias a la comunión que libera de cualquier esclavitud.
La libertad con la que Cirilo presenta la comunión del cuerpo de Cristo a través de
las manos del neófito, es sin lugar a dudas un gesto corporal que manifiesta una total dispo-
sición de toda la persona a encontrarse con la divinidad. Hasta hace muy pocos años la Iglesia
prohibía recibir el cuerpo de Cristo en las manos, hoy en día este gesto ya es aprobado por la
Iglesia, sin embargo, no faltan los sectores tradicionalistas que no lo aceptan. Efectivamente,
el gesto que propone Cirilo de recibir la comunión en la mano siempre será liberador y
profundamente humano pues confirma el movimiento de un Dios que se encarna con el fin
de divinizar al hombre.
Una vez presentada la comunión del cuerpo de Cristo, el obispo procede a explicar
la comunión de la sangre de Cristo que no deja de ser audaz y liberadora. Inicialmente, el
neófito con su cuerpo se dispone a realizar una alabanza y reverencia: “sin extender las
manos, sino inclinándote hacia adelante, expresando así adoración y veneración”60. Con esta
actitud la persona se acerca al misterio de la sangre de Cristo para ratificar con un gran
“amén” la presencia divina, que pronto recibirá para ser santificado. Son muy pocas las
ocasiones en la vida del cristiano que se le es permitido consumir directamente la sangre del
cáliz. Dicho gesto se ha regulado bastante por motivos pastorales, de asepsia e incluso
económicos, sin embargo, la sangre no deja de tener su potencia y vigor para ser bebida, pues
es la vida misma de Cristo que quiere hacer vida con quien comulga.
Es preciso resaltar la concepción de santidad que se deja entrever en este último
apartado de la quinta Catequesis mistagógica, pues el obispo remite a la santidad, primero a
tomar la sangre de Cristo y luego, en un gesto sin precedentes, a tocar los labios aún húmedos
con la sangre de Cristo para luego santificar los sentidos61. La novedad de esta concepción
es, sin lugar a dudas, su relación directa con el cuerpo humano, proponiendo implícitamente

59
Francisco, Carta encíclica “Laudato si’” 233.
60
San Cirilo de Jerusalén, Catequesis V 22.
61
Ver Ibíd.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 35

que la santidad es todo un programa para hombres y mujeres comunes, a partir de una realidad
concreta y tangible como es el propio cuerpo y en particular sus sentidos.
La sangre de Cristo que santifica al hombre parte de la inmediatez de su cuerpo en
los órganos de los sentidos. Desde esta realidad, eminentemente humana, Cirilo propone
santificar los ojos, la frente, los oídos y el olfato pues, para este momento, tanto el gusto
como el tacto ya estaban santificados anteriormente. La intimidad que se genera con este
gesto intrépido, favorece una apertura, de algo tan humano como son los sentidos, a la acción
de Dios. El rito de comunión que describe Cirilo busca despertar la atención de cómo Jesús
en la eucaristía toca los ojos ciegos para que vean y abre los oídos para poder escuchar y
hablar correctamente. Todo este movimiento muestra cómo los neófitos se encontraban por
primera vez con Jesús a través de los sentidos,62 logrando de tal manera una dinámica de
apertura y creatividad para asumir su nueva vida como cristianos.
Efectivamente, Jesús toca la vida de los cristianos, y la manera como se materializa
esta acción es en los sentidos que permiten la relación con el medio. Así pues, algo tan
primario como son los sentidos están estimulados y atravesados por la presencia y la acción
de Jesús que, gracias a una comunión como la propone Cirilo, estaría afectando todos los
alcances de la condición humana.
La participación en la eucaristía por la comunión “expresa, actualiza y realiza la uni-
dad del cuerpo místico por la participación en el único Cuerpo de Cristo”63, esta realidad debe
llevar al cristiano a salir de sí mismo, a evitar encerrarse en sí mismo y a repartirse con todo
su ser, todos sus sentidos lanzándose a construir su vida y la vida de la Iglesia. La propuesta
de comunión de Cirilo no es una simple novedad litúrgica que plantea el obispo de Jerusalén,
sino que es toda una proyección de apertura a la libertad que implica la construcción de una
persona, de la Iglesia, del mundo. Se apunta a la realización de un nosotros eclesial, que se
da al mismo tiempo a nivel místico y corpóreo. “Nada más extraño y contradictorio a la
comunión que la permanencia en la división, obstáculo a la unidad”64, por lo cual la comunión
no se puede fijar en un rito puntual y concreto sino que es precisamente la celebración por
excelencia de la entrega de Cristo en cada hombre y cada mujer y estos a su vez en la entrega

62
Ver Grün, The Seven Sacraments, 78.
63
Borobio, Celebrar para vivir, 361.
64
Ibíd., 362.
36 VIRGILIO ARIAS SALAZAR

por el otro. Esta entrega no se concibe de manera fragmentada ni parcial, la comunión que
inunda todo el cuerpo humano, incluyendo sus sentidos, garantiza la donación total del
cristiano a la construcción de un cuerpo mayor como es la Iglesia.
Acercarse al texto de Cirilo tantos años después de su redacción a la luz de Iglesia de
hoy, genera bastantes interrogantes y cuestionamientos. En la actualidad, una propuesta
de comunión como la que propone el obispo de Jerusalén sería motivo de escándalo y rechazo
por ciertos grupos fundamentalistas; sin embargo, también sería muy fecundo celebrar
algunas primeras comuniones con esta riqueza simbólica tan olvidada y desconocida por la
Iglesia. Tanto los niños comulgantes como la asamblea en general serían beneficiarios de
la presencia concreta de Cristo, que quiere afectar la vida de la Iglesia.
Algunas personas, que se disponen a vivir su cotidianidad a partir de su experiencia
de comunión en la eucaristía, encuentran esencial tener presente en la memoria que no están
actuando solas, sino que Cristo está con ellas y es la fuente de vida y amor. Estos cristianos
recuerdan constantemente cómo son uno con Cristo y cómo Él conduce sus vidas gracias a
una relación íntima lograda en la comunión65. El deseo de prolongar la comunión a lo largo
de la jornada se haría realidad por gestos tan elocuentes y fuertes como la santificación de
los sentidos con la sangre de Cristo, como lo propone Cirilo.
El tercer capítulo de este trabajo ha buscado evidenciar el último paso del método
utilizado, a saber: el pretexto. Ciertamente, después de la construcción de un contexto a partir
de la interacción del lector con el texto en el segundo capítulo, emerge el pretexto en este
tercer capítulo que busca establecer la intención liberadora que actualiza y acerca el texto al
día de hoy. El cuerpo, como lugar simbólico en las Catequesis mistagógicas de Cirilo de
Jerusalén, permite una novedosa vivencia de los sacramentos en tanto que los neófitos son
atravesados por la presencia activa y efectiva de Cristo en sus vidas, conduciéndolos a abor-
dar nuevas perspectivas liberadoras.
El pretexto en el presente método de investigación busca una intención liberadora y,
de tal manera, el recorrido que se realizó por los tres sacramentos de iniciación cristiana
ilumina con claridad la necesidad de abordar el cuerpo como ese medio concreto que se
quiere “tocar” en su materialidad, para que acontezca en él la divinidad. El cuerpo en los

65
Ver Grün, The Seven Sacraments, 81.
EL CUERPO EN LA MISTAGOGÍA DE CIRILO DE JERUSALÉN 37

sacramentos de iniciación como lo muestra Cirilo, es sin duda, el lugar por excelencia en
donde se recibe la gracia sacramental que proyecta al nuevo cristiano a vivir en orden a la
libertad de Dios.
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