AAVV - Subidos de Tono, Cuentos de Amor
AAVV - Subidos de Tono, Cuentos de Amor
AAVV - Subidos de Tono, Cuentos de Amor
CUENTOS DE AMOR
JULIO CORTÁZAR ALFREDO BRYCE ECHENIQUE
EDMUNDO PAZ SOLDÁN JORGE MIGUEL MARINHO PÍA BARROS
MARVEL MORENO CARLOS CORTÉS JULIO PAREDES FEDERICO VEGAS
SENEL PAZ HERNÁN LARA Z AVA LA ÁNGELA HERNÁNDEZ
MAYRA SANTOS-FEBRES ALONSO CUETO
MEMPO GIARDINELLI JUAN RULFO
i
Coedición Latinoamericana
,
El programa de la
Coedición Latinoamericana
en América Latina y
el Caribe ,
CERLAC ,
y estatales de los
países latinoamericanos.
Su fin es difundir
la literatura infantil
y juvenil
propia de nuestro entorno y
hacer más asequibles los libros
por medio del sistema de coedición,
que permite repartir
de la producción editorial
y obtener un producto
de calidad a bajo precio.
Digitized by the Internet Archive
in 2016 with funding from
Kahle/Austin Foundation
https://archive.org/details/isbn_9789684941373
Subidos de tono
.
Subidos de tono
CUENTOS DE AMOR
JULIO CORTÁZAR ALFREDO BRYCE ECHENIQUE
EDMUNDO PAZ SOLDÁN JORGE MIGUEL MARINHO PÍA BARROS
MARVEL MORENO CARLOS CORTÉS JULIO PAREDES FEDERICO VEGAS
SENEL PAZ HERNÁN LARA ZAVALA ÁNGELA HERNÁNDEZ
MAYRA SANTOS-FEBRES ALONSO CUETO
MEMPO GIARDINELLI JUAN RULFO
Coedición W Latinoamericana
Subidos de tono
De esta antología:
CIDCLI, México.
Ediciones Peisa S.A.C., Perú.
ISBN: 9972-40-251-7
Hecho el depósito legal N.° 2002-3801
3
Prólogo 7
Jeannie Mtller I
Mempo Giardinelli
ARGENTINA
Julio Cortázar
ARGENTINA
La puerta cerrada I
43
Edmundo Paz Soldán
BOLIVIA
Bros de luto 49 \
CHILE
83
Julio Paredes
COLOMBIA
La peregrina I
107
Marvel Moreno
COLOMBIA
La última aventura de Batman 1
1
Carlos Cortés,
COSTA RICA
CUBA
La hermana I
1 5
Marina y su olor 2 I
Mayra Santos-Febres
PUERTO RICO
El regalo 243
Federico Vegas
VENEZUELA
Prólogo
nente. Claro está, tal versatilidad nos remite una y otra vez a un
punto de partida obligado: la llamada generación del boom de
los años sesenta y su enorme talento para renovar nuestra pala-
bra escrita. Es bien sabido que los grandes escritores de los años
sesenta (Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Gabriel García Már-
quez, por citar a tres de ellos) se propusieron crear grandes sa-
gas novelísticas y, en ese empeño, no titubearon en emplear las
MEMPO GIARDINELLI 9
límites artísticos pertenecían a otra tradición: la del cuento. Más
discreto en su ambición por representar la realidad que la nove-
la, se diría que el cuento siempre ha sido el espacio ideal para ob-
io Prólogo
la experiencia afectiva. Tal es el caso de los relatos de Mempo
Giardinelli y Edmundo Paz Soldán, cuyos protagonistas se con-
vertirán, muchas veces sin saberlo, en víctimas de los cerrados
CÉSAR FERREIRA 1
y
nes lectores, pues los prepara para una experiencia que marcará
César Ferreira
12
MEMPO GIARDINELLI
Jeannie Miller
ARGENTINA
CONSTANTINI
SOLEDAD
M EMPO GIARDINELLI nació en Resistencia (Chaco) en 1947. Desde
las manos (novela, 1981), Vidas ejemplares (cuentos, 1982), Luna caliente
yo, 1984), Qué solos se quedan los muertos (novela, 1985), Antología per-
Imposible equilibrio (novela, 1995). Sus obras han sido traducidas a una
docena de lenguas.
15
imperdonables, que me avergüenzan. Escribí un primer cuento
a los 15 o 16 años, un cuento muy deficiente, una historia rebuscada,
Solo con los años advertí que Faulkner tenía razón: el cuento
es un género mucho más preciso y exigente que la novela, ¿no?
Es, además, el género de mayor vitalidad y el más moderno,
entre otras razones porque en todo el mundo las mamás y las abuelas,
Vaya, con toda justicia podrán decir muchas cosas durísimas sobre
el mundo horrible en que vivimos, ¿no?, pero la vida
Jeannie Miller
Jeannie era una chica negra y llegó contenta a esta tierra don-
de todos se jactaron siempre de no ser racistas. Y eso pareció cier-
to cuando el Pelusa la empezó a presentar como su novia, y los
MEMPO CIARDINELLI 17
que iluminaba cualquier sitio en que estuviese. Y además, era
sabido, se quedaría poco tiempo en Resistencia.
l8 Jeannie Miller
Al cabo de ese año Jeannie volvió a su tierra, que para noso-
tros era la inconcebible otra parte del mundo: Idaho, Wisconsin,
o alguno de esos estados que nos resultaban improbables. En los
nos, y nos juramos que pasara lo que pasase nunca íbamos a dejar
tímidos que hace que uno sepa que si no dice lo que siente en
el momento en que debe decirlo se va a arrepentir toda la vida,
MEMPO CIARDINELLI 19
sara para casarse, y ella le prometió que volvería al cabo de unos
meses.
Pero al día siguiente de su partida, nomás, ya el Pelusa le
ta, y las tetas que tenía, y tras cada risotada apostaba a que la
negra volvería porque estaba loca por él. Y una tarde en la pla-
amigos para que todos supieran lo calientes que son las de esa
raza.
hazmerreír de la ciudad.
Por más esfuerzos que hicimos algunos amigos, Jeannie no
soportó el desprecio y no duró ni dos días en Resistencia. El jue-
20 Jeannie Miller
interrumpía el servicio de intercambio de jóvenes — que se ha-
MEMPO GIARDINELLI
I
JULIO CORTÁZAR
ARGENTINA
a
ULIO CORTÁZAR, nació en Bélgica en 1914. Desde 1919 hasta 1951
J vivió en Buenos Aires, donde publicó el libro que lo consagró: Bes-
mas secretas (1959), Todos los fuegos el fuego (1966), Deshoras (1983), las
25
y su lector, la novela gana siempre por puntos, mientras
que el cuento debe ganar por knock-out. Es cierto en la medida
en que la novela acumula progresivamente sus efectos en el lector,
JULIO CORTÁZAR 27
subiendo a caballo por su guante, que eso venía desde una manga
de piel de conejo más bien usada, la mulata parecía muy joven
ticamente que con el calor del vagón bien podía haberse echado
atrás la capucha, justamente cuando el dedo le acariciaba de nue-
a la barra, tan pequeña y tonta al lado del gran caballo que natu-
28 1
otra vez tenía los ojos puestos en los zapatos ahora bien visibles
poco sobre un pie enfrentó a Lucho sin alzar la cara, como mi-
rándolo desde el guantecito cubierto por toda la mano de Lucho,
y cuando al fin lo miró, sacudidos los dos por un barquinazo en-
tre Volontaires y Vaugirard, sus grandes ojos metidos en la som-
bra de la capucha estaban ahí como esperando, fijos y graves,
sin la menor sonrisa ni reproche, sin nada más que una espera
interminable que vagamente le hizo mal a Lucho.
— siempre —
Es muchacha— No asípuede con
dijo la . se ellas.
JULIO CORTÁZAR 29
estaba hablando al guantecito negro casi invisible bajo el gran
guante marrón.
—A mí me pasa igual — dijo Lucho — . Son incorregibles,
es cierto.
rra.
Era el juego, no había más que seguir las reglas sin imaginar
que hubiera otra cosa, una especie de verdad o de desesperación.
Por qué hacerse el tonto en vez de seguirle la corriente si le da-
ba por ahí.
30 I
Cuello de gatito negro
tremo de la barra y se quedaba mirándolo, esperando. La chica
entonces a lo mejor.
ca — Ya me ha pasado
.
y eso que las vigilo desde que subo, todo
el tiempo, pero ya ve.
—Por supuesto — aceptó Lucho — . Llega ese minuto en que
uno se distrae, es tan natural, y entonces se aprovechan.
—No hable por usted — dijo la chica — . No es lo mismo.
Perdóneme, yo tuve la culpa, me bajo en Corentin Celton.
JULIO CORTÁZAR 31
..
—No — — Por
dijo la chica . favor, no. Déjeme seguir sola.
—No pero
lo niego, malo. el café es
— — Sí mirándolo —
dijo ella, y esta vez le sonrió . Hay un
café pero el café es malo, y usted cree que yo...
tarse enroscarse bullir estar bien estar tibio estar contento acari-
ciante negro guante pequeñito dedos dos tres cuatro cinco uno,
yo creo.
—Oh — sí dijo Lucho, y ahora eran sus dedos los que se iban
JULIO CORTÁZAR 33
.
podían irse al diablo ahora que Dina hablaba de nuevo sin que
él la interrumpiera o la desviara, dejándola, sintiéndola, casi es-
porque Dina con su carita triste, sus menudos senos que desmen-
tían el trópico, sencillamente porque Dina. A lo mejor habría
que encerrarme, había dicho Dina sin exageración, en cualquier
momento ocurre, usted es usted, pero otras veces. Otras veces qué.
da, nena, para qué perder tiempo. Pero entonces. Entonces qué.
Pero entonces, Dina.
—Yo pensé que había comprendido — dijo Dina, hosca —
Cuando le digo que a lo mejor habría que encerrarme.
— Tonterías. Pero yo, al principio...
días. Y noches.
—Ah — dijo Lucho acercando el fósforo al cigarrillo — . Por-
que también de noche, claro.
—Sí.
—Pero no cuando está sola.
— — Lucho, bebiendo
Está bien dijo el café — . Está muy bue-
no, muy caliente. Lo que necesitábamos con un día así.
JULIO CORTÁZAR 35
bajando la taza hasta el platillo con un movimiento lento y de-
liberado, guiando su mano para que la taza aterrizara exacta-
del café.
ponés a llorar.
mesa. Lucho volvió a dejar la taza sucia sobre el mantel, las ma-
nos les colgaban lacias contra los cuerpos; solamente los labios
—No, no, por favor — dijo Dina, inmóvil y sin abrir los ojos —
Vos no sabés lo que... No, mejor no, mejor no.
JULIO CORTÁZAR |
37
pliendo las órdenes, las suyas y las de Dina contra la piel, entre
los muslos, las manos como las bocas y las rodillas y ahora los
vientres y las cinturas, un ruego murmurado, una presión resis-
JULIO CORTÁZAR 39
fósforo aplastado entre dos dedos, cangrejo rabioso quemándose
con tal de destruir la luz, entonces Dina había tratado de en-
cender un último fósforo con la otra mano y había sido peor, no
podía ni decirlo a Lucho que la oía desde un miedo vago, un ci-
la ventana, te digo que ahí, entonces andá vos que sabés, vamos
cara que le quemaba mientras todo el resto era el frío del rellano,
los pasos que subían corriendo desde el primer piso, abríme, abrí
en seguida, por Dios abrí, ya hay luz, abrí que ya hay luz. Aden-
tro el silencio y como una espera, la vieja envuelta en la bata vio-
JULIO CORTÁZAR 41
peldaño, sacándose la sangre de la boca y los ojos, “se ha desma-
yado con el golpe y está ahí en el suelo, no me va a abrir, siem-
pre lo mismo, hace frío, hace frío”. Empezó a golpear la puerta
viste como todo iba tan bien, simplemente encender la luz y se-
zada, tendré que decirles que estás ahí tirada, que traigan otra
frazada, que echen la puerta abajo, que te limpien la cara, que te
EDMUNDO PAZ-SOLDÁN
La puerta cerrada
B O L I V I A
,
45
La puerta cerrada
bía hecho por el desarrollo del pueblo. Una banda tocó La me-
dia vuelta ,
el bolero favorito de papá. Te vas porque yo quiero que
te vayas, a la hora que yo quiera te detengo, yo sé que mi cariño te hace
46 La puerta cerrada
el cuchillo para destazar cerdos con la mano que ahora oprime
un jazmín, e incrustarlo estómago de papá, una y
con saña en el
EDMUNDO PAZ-SOLDÁN 47
tras no hablen. Y lo más probable es que lo hagan sólo después
de que a algún borracho se le ocurra abrir la boca. Alguien será
velar lo que sé. No quiero que María, de regreso a casa con ma-
má y conmigo, mordiendo el jazmín y con la frente húmeda por
el calor de este verano que no nos da sosiego, decida, como lo
48 La puerta cerrada
I
Eros de luto
BRASIL
ORGE MIGUEL MARINHO nació en Río de Janeiro en 1947 y de niño
de cuento Escarcéu dos corpos. Na curva das emoles, Mulher fatal — his-
de peso, 0 amor esta com pressa\ la obra de teatro Hospede da memoria; las
51
doy clases en un centro universitario y en talleres de creación.
De vez en cuando soy actor y guionista, una que otra vez realizo
adaptaciones y trabajos educativos, casi siempre vivo leyendo
52
%
Eros de luto
Hay mariposas que viven sin tregua, les gusta causarse daño.
Son alas suicidas que llegan a fingirse muertas para no en-
frentar al pájaro asesino, al gran predador. Saben que la vida es-
tá llena de pájaros asesinos, que los predadores están en todas
partes, pero sólo consiguen fijar sus ojos en una permanente gue-
rra interior. Prefieren beber de su propio veneno, rasgarse las alas
último paso hacia las tinieblas del más allá. Se imaginaba que el
54 Eros de luto
con alambre, reía y lloraba viendo a su madre histérica clamando
a los cielos. Pasó un tiempo sintiendo un bochorno en el cuer-
po, una caricia en el pecho; estaba casi feliz.
cada cruce. Era demasiado bueno rozar los límites del peligro,
56 Eros de luto
agua, experimentando la sofocación. Pasearse por el medio de los
eso, sólo sentía que era bueno entrar en contacto con las distan-
Telma era impúdica, Ligia vivía soltera y feliz. Como las estre-
Leonor parecía más bien una dama antigua. Usaba falda, saco
que más dejaba ver era la espalda desnuda y la punta de los pies.
todo sudado, con una excitación tal que suavizaba unas partes
de su cuerpo y latía al centro como el dolor de un parto que no
tiene espacio para expandirse. Se arrancó los vellos de las pier-
58 Eros de luto
tó de su centro y se fue escurriendo por los muslos de Irene, por
la nuca de Sofía hasta manchar el traje impecable de Leonor. Go-
zó con la inocencia de Ligia, lamió los labios de Zulmira, besó
los pies de Nadja queriendo por demás causar un caos en el es-
pacio sideral.
Se durmió sintiendo una fragancia indefinible que sólo po-
día ser el perfume de semen astral.
gaban algo.
digados por el piso. Así, tirada en el piso, era difícil saber si era
6o !
Eros de luto
— ¿Y morir?
—No vengas con bobadas, Augusto. Tu nunca quisiste morir.
— ¿Y qué
entonces es lo que quería?
— Aparentar. El suicidio no es sólo una cuestión de intencio-
nalidad, el suicidio es una cuestión de método. Si de veras hu-
bieses querido morir, ya estarías muerto.
—¿Y agusta
ti, te vivir?
— ¿Por no un
eso querías niño?
—No por Aborté porque
sólo eso. quería matar algo que fue-
rompía sus discos. Uno estaba siempre acabando con algo del
ra de mí.
—La vida que yo quería no se dio. No terminé la facultad de
filosofía. Me casé, y quedé desempleada como él. Por eso me pe-
—No, mis raíces están allá en el Paraná. Fue allá donde nací
— ¡En el Paraná!
Las cicatrices del rostro le daban un aire travieso y los senos, de-
62 Eros de luto
—Pero Cecilia, ¿tú estás a favor o en contra del aborto?
letras que ya estaban escritas para una larga travesía hacia el sur.
páginas sobre el amor. Ella comprobó que había vivido más que
él, tenía más años. Fue como un largo aprendizaje a través de fla-
que el amor debía ser hecho con alas de mariposa. Fino, frágil y
mera piel del amor. Después fue tanteando los caminos del cuer-
po, le besó la frente, la boca y los hombros, y los dos sintieron un
gusto de sangre y sudor que parecía ser el sabor de ambos.
Tal vez un pájaro asesino los vigilara detrás del vidrio, pero
ellos continuaron acomodando las partes, abriendo la piel, pal-
Ese día parecía que los dos hablaran a una sola voz:
— ... los libros ya están en la maleta. Sí, te escribiré, te es-
64 í
Eros de luto
cribiré. No creo que sea difícil volver a encontrarnos en el Para-
*
tienes que huir de aquí. Cierra el gas, eres divina, eres obra de
— Paraná
El está tan lejos.
Los dos rieron asustados, ella dejó caer el vaso al piso. Y los
66 Eros de luto
I
PÍA BARROS
CHILE
IA BARROS nació en Santiago en 1956. Es directora, desde 1976,
del deseo (1991) y Lo que ya nos encontró (2001), primera novela digital
chilena; los libros de cuentos Miedos transitorios (1986), A horcajadas
(1990), Ropa usada (2000) y Los que sobran (2002). Sus cuentos han
sido seleccionados en múltiples antologías, tanto en Chile como en el
extranjero.
69
de la forma en que te conectas con el cuerpo en la tierra.
deja de existir. Hay un mundo y quizás todos fuimos así una vez.
Y en ese mundo hay mucha violencia y mucho eros, porque
donde hay muerte siempre va a haber eros.
70
El orden de las cosas
tación y preguntó:
Y yo agregué socarrona
—Widow, don Gonzalo Widow.
Me miraste de reojo pero yo percibí los cuchillitos que pre-
tendían taladrar mis arranques de humor.
Estábamos algo tensos y por suerte que el hombre de moda-
les de medusa húmeda ignoró el respingo que diste al firmar jun-
to a Gonzalo Widow y Sra.
—La habitación está aquí no más, a la vuelta. Es la cabaña
tres. Si quieren, yo les bajo las cosas del auto.
PÍA BARROS 71
vaído de plaza de toros hacía imposible adivinar si era México o
España.
Cuando me arrojé, agotada, sobre la primera cama ante mí,
tu voz resonó:
señales desesperadas.
rido hacer o había hecho una expedición al fondo del ojo de agua,
ba al paraíso.
Jamás se hubiera distinguido sin los letreros y las dos manos pe-
queñas que indicaron sin curiosidad “pa allá”, señalando una di-
rección sobre la tierra.
PÍA BARROS 73
Papá sacó la pala que habíamos comprado cientos de kilóme-
tros atrás e intentó cavar, pero la tierra era dura, casi cemento y el
lugar podía tener otros curiosos, por lo que nos subimos al auto
Cuando mamá abría los ojos, la paz y el orden de las cosas, mo-
rían.
gimiento de mamá.
Aunque tenía los ojos sorprendidos y una sonrisa congelada,
se veía bellísima a través del plástico.
ella.
PÍA BARROS 75
Yo veía cómo, con cada palada, mamá nos iba dejando atrás,
como quería.
una familia.
76 I
El orden de las cosas
.
Mamá puso sobre una silla la cámara y las dos nos echamos al
suelo, con el rostro entre las manos y enfilado hacia el lente, son-
repite. .
PÍA BARROS 77
Mamá se fue a “conversar’’ con el encargado y le pidió dos
palda: pero no, era a mí. Fue la primera vez que un hombre me
miraba de ese modo, el modo en que siempre habían mirado a
mamá. Me inspeccioné en el reflejo de la vidriera y vi a una mu-
jer excesivamente maquillada. Mujer, entiéndase, no adolescente.
Fue una sensación extraña, agria, desconcertante, el no reconocer-
me de inmediato en el reflejo.
fé, hasta dar por fin con el whisky, destaparlo y beberlo directa-
mente de la botella.
PÍA BARROS 79
Ya no quedaba ni el ruido de las paletadas de tierra, sólo el vien-
Mamá se levantó sin que nos diéramos cuenta y nos dejó acu-
rrucados, dormidos sobre el piso.
cha.
—Tú me liberaste.
a Calama.
El hombre se quedó parado junto a la hostería, mirándose las
PÍA BARROS 81
El auto estaba frío y nosotros también, así es que papá demoró
unos instantes en hacerlo partir. Nos sentíamos tan solos ahora,
con el portamaletas vacío, con la vida opaca que nos quedaba por
delante.
JULIO PAREDES
4f
COLOMBIA
s
ULIO PAREDES nació en Bogotá en 1957. Ha publicado tres libros
85
Una aventura confidencial
—¿Ahora?
JULIO PAREDES I
87
—Cuando cierre. Paso a las tres.
de la librería.
día mis alcances con las mujeres no habían sido del todo desta-
seé tanto desde el primer momento, por qué creí como inevitable
mi felicidad con ella. Saludaba y se despedía con una sonrisa.
era otra cosa que una sucesiva prueba, una especie de examen de
laberintos — idea que me recordaba la sala de espejos en algún
parque de atracciones — dictado desde arriba. Tal vez, dictamina-
ba, mi extraviada fe era la dulce emboscada que me tendía Dios
JULIO PAREDES !
89
para fortalecer así la simiente de mi espíritu, germen desorde-
nado y aún débil de otro, lejano pero verdadero y que, aunque
no lo creyera, revolotearía feliz como un ángel en el indescripti-
ble territorio del paraíso. A pesar de que el tema y su propósito
por convencerme resultaban lamentables, disfruté siempre de su
compañía.
Cuando por fin le confesé mi deseo, un desahogo que terminó
como un torpe intento por satisfacer esa especie de fatiga, acumu-
lada durante semanas, en las que sólo había conseguido tomarla
90 I
Una aventura confidencial
blanco y negro. Me sentí impaciente y decidí esperar afuera, la
i
brillaron.
ojos.
JULIO PAREDES 91
Añadí, consciente de que exageraba, que para muchos leer se-
— ¿Una foto?
—
*
pensar en esos años por los que había dejado de sentir nostalgia.
Sabía, con cierta certeza en todo caso, que Ramiro ya se empe-
ñaba, con obsesión de principiante, en la idea de ser novelista
pero durante un tiempo, y sólo por esa foto que tenía Ramiro,
me alcancé a enamorar de usted.
JULIO PAREDES 93
Me miró de frente y traté de disimular el asombro. Pedimos
otro café y mientras nos lo servían agregó que, a pesar de que so-
JULIO PAREDES 95
.
lo que pedía.
Dijo las últimas frases con parsimonia, mirándome a los ojos,
cos.
— —afirmó Adriana
Sí sin burla.
— no Si — mientras
estoy un de
dijo en escribía par teléfonos
el — déjeme un
sobre ,
En todo yo dónde encon-
mensaje. caso sé
trarlo.
JULIO PAREDES 97
— Por lo menos vaya a conocer la foto — dijo y empezó a ca-
minar.
No supe qué decir y dejé que se alejara. Cuando llegó a la
vez más en una historia que yo creía saldada, como nuevo per-
ma. Libre del pasado. Sin embargo, dudé que mi desprecio, leve
e inofensivo, tuviera algo que ver con ese destierro. Me pareció
JULIO PAREDES 99
improbable que yo resultara protagonista fundamental en la im-
periosa desaparición de Ramiro. Quizás, me dije recordando las
blioteca? Por los gestos y el tono con los que habló Adriana, sabía
que ella no tenía ninguna respuesta a esa historia resucitada. La
anécdota de la fotografía y mi sonrisa, ¿no habría tenido, aunque
simple, algo de burla para Ramiro? Como si buscara tranquili-
zarme se me ocurrió que se trataba sólo de una broma. Agotado
y con ganas de olvidarlo todo, por fin me dormí.
jugaba con los sobrinos o me perdía, sin afán, entre las colinas
bles, que ofrecía una biblioteca personal), del acto absoluto que
planeaba para el futuro, cuando renunciara a seguir buscando en
este paísuna forma secreta y suficiente de entusiasmo o dicha o
consolación inalienables. Me di cuenta de que no contaba con
nada para descubrir las razones de Ramiro al destinarme el pa-
pel del amigo de toda la vida y decidí regresar a Bogotá.
Cuando conversamos, un martes por la mañana, Adriana se
el apartamento de Ramiro.
Como si de nuevo presintiera para esa noche un desenlace amo-
roso con Adriana, opté por dejar el carro y llegar en taxi. Apare-
— gustan? —pregunté.
¿Le
— —Sí alargando
contestó, la vocal con suavidad — . Aunque
no son muy alegres.
La miré y aunque ese día tenía el pelo más firme amagó levan-
tar con un par de dedos el mechón que apenas le rozaba la fren-
Pasé una rápida mirada por las estanterías y me senté. Era me-
nos extensa de lo que había supuesto y calculé que no pasaría de
los quinientos volúmenes. Descubrí entonces la fotografía de la
y dura.
Después de casi una hora concluí que no era la biblioteca de
La peregrina
COLOMBIA
V
M
res de
ARVEL
comienza
MORENO
la literatura clásica
nació en Barranquilla en 1939. Adolescente aún,
109
La peregrina
A Juan Goytisolo
cuando ella les aseguraba que sentía placer. Sí. Bastaba que un
i io La peregrina
pájaro de fuego penetrara su joya secreta para que una explosión
ban pronto, el esfuerzo del amor los extenuaba. Por eso ella tenía
tantos amantes. No los elegía de cualquier modo, como creían
los maldicientes, aunque poco le importara la apariencia física o
aquí y yo te toco allá. Como eran todavía unos crios ningún cura
periencia?
1 12 La peregrina
cundarios y obtuvo en la universidad un diploma de Historia
Contemporánea, su materia favorita.
só con él.
de no ser por sus amantes, habría podido ser una buena esposa.
De todos modos su marido no le pedía la fidelidad, sino que es-
separada de sus nietos. Iba a misa por las mañanas, rezaba tres ro-
hacía reproches, pero a Ana Victoria le bastaba ver sus ojos cuan-
do regresaba de la calle para saber que había estado esperándola
con la angustia y la vergüenza de tener como hija a una liberti-
114 La peregrina
Conversaban horas enteras. De vez en cuando él deslizaba co-
mentarios relativos al comportamiento irracional de las masas y
de sus dirigentes. Creía en la realidad de un inconsciente incon-
trolable que se llevaba de cuajo las barreras creadas por el buen
juicio. Equilibrio era su palabra favorita, asociada a la libertad
a morir.
se cansó de ella.
ocultaba el rostro, pues por nada del mundo los otros peregri-
rable.
I 1 I
La peregrina
mente el fin del mundo: sólo dos calles pavimentadas, una igle-
París febrero de
,
1990
1 18 I
La peregrina
%
CARLOS CORTÉS
COSTA RICA
ARLOS CORTÉS nació en San José en 1962. Es narrador, poeta y
con la punta del otro , por la que recibió el premio “Carlos Luis Fallas”.
Mujeres divinas (1994) y Técnicas mixtas en papel (1999), han sido tra-
ta Rica (2002).
12 I
Toda literatura nace de una herida, de una hendidura, de un hueco
negro que hay que llenar en vano, porque no tiene fondo:
la insatisfacción, lo no dicho y lo indecible, la ausencia del padre, la
y que sólo nos deja la muerte y este ansioso dar vueltas alrededor
122
I
que era uno más de los escolares que pululaban a esa hora y que
tenían por costumbre vacilar con las viejas noticias y tijeretear-
las.
CARLOS CORTÉS |
12 3
pequeña tarjeta y luego se volvió de espaldas. Transcurrieron unos
minutos mientras ascendió hasta la hemeroteca del tercer piso y
descendió con un ejemplar manoseado de 1962. El año de mi
nacimiento.
Tomé entre las manos el tomo empastado y me fui temblan-
do hasta una mesa donde me acogió la luz de la tarde. Llovía.
mis tías dijeron que mi madre se había apercollado y que eso era
una buena señal.
Esa noche no dormí casi nada, pero no por culpa de mamá, si-
playa, que la tenía roja y que por esa razón no soportaba las sá-
sartén y el aroma que despedía por toda la casa. Salí del cuarto
Mamá se fue al bar y yo ríie fui con mis tías a una mesa cerca
de la pista. A veces, de lejos, veía a mamá bailando pegada con el
miseta puesta.
En ese tiempo no había tele en colores sino que las Delgadi-
11o colocaban sobre la pantalla una lámina de plástico coloreado
que amplificaba las imágenes. Ellas decían que eso era tele a colo-
fumado. Y se fue.
CARLOS CORTÉS I2 7
escena como cuando jugábamos quedó paralizado y una voz terri-
res con sedal tratando de atrapar peces sapo. Las tablas estaban
sueltas y carcomidas por el agua de mar y por las hendijas podía
verse la espuma que reventaba violentamente contra los pilotes
de madera y el armazón de metal.
A mitad del muelle descubrí una malla metálica y una ca-
la
devolverme a la pensión.
sala.
era papá. ¿Por qué? Esta vez no pregunté nada porque me dio
un gran miedo que el otro hombre se hubiera ido por culpa mía
o por mis pataletas. Me porté bien.
Mamá empezó a ir con él a la casa y me explicaron que el
señor era mexicano y que era su amigo. Pero llegó el día en que
el mexicano de bigote tuvo que irse ai aeropuerto y mamá fue a
que te escriba.
rrió nada.
Los tíos y las tías, con aire severo, esperaron en el comedor hasta
que se abrió la puerta. Detrás de ella venía caminando un ne-
gro. Mamá lo presentó a todos y ella parecía muy feliz, como
nunca. Él era “el muchacho”.
la misma ni yo tampoco.
En esos días pensé seriamente que mi papá no volvería nun-
ca y supe que nadie nunca me lo diría. Así que decidí escabullir-
me hasta la Biblioteca Nacional. Esa fue la última vez que usé
cia y la metí en mi billetera como cuando uno lleva una foto co-
mo recuerdo.
SENEL PAZ
CUBA
»
*
ENEL PAZ, narrador, guionista y periodista. Nació en Fomento en
S 1950. Vivió su infancia y adolescencia en el campo. Se graduó co-
mo periodista en la Universidad de La Habana en 1973. Trabajó como
reportero, publicista cultural y redactor hasta 1984. Publicó sus pri-
autor comenta:
137
es de una promoción jerarquizada en la cultura, que forme
y oriente al espectador. Por otra parte, resulta que hay obras
mientras el que dio lugar a Fresa y chocolate apareció por primera vez
con 200 ejemplares. Y sin embargo, al año, no conocía a nadie que
no ubicara la historia, el texto se regó de manera total.
Así que el escritor no cuenta nunca con que eso va a pasar o no,
aunque sería terrible si lo ambicionara o no fuera feliz
Güemes y publicada
Entrevista realizada por César
138
%
duro, jabón una y otra vez, uña. Pensaba que a lo mejor ella me
olería aquí, allí, me tocaba, no sé, seguramente me iba a tocar y
mo, porque si una mujer sabe que tú la quieres, mira, ahí mismo
te perdiste, te coge la baja y te hace sufrir lo que le dé la gana.
aquí, por allá, me lavé la cabeza con champú, tres ojos, me fro-
dice: sí, sí, yo no voy a pensar eso. Mentiras, es lo que más piensa.
Entonces figúrate, me di cuenta de lo que la mente mía estaba
pensando, pero yo quería respetar a Vivían y no quería adelan-
tarme a los acontecimientos; sin embargo, la mente mía, te di-
¿Qué tipo de mujer creía él que ella era? “Mire compadre —me
atajó — ,
convénzala. ¿Tú sabes lo que pasa? Que ahora no es co-
mo antes. Antes cumplías los trece o catorce años y tu papá o un
hermano tuyo te llevaba a un prostíbulo y ya, empezabas. Aho-
ra no porque estamos en el socialismo y eso era una lacra social
y, claro, hubo que eliminarla. Pero, ¿sabes qué? Que nosotros nos
dice eso? Voy a leerlo”. “Léelo, léelo, que dice otras cosas, ade-
a los doce y trece años y que no hay como un golpe en los tes-
tículos y ella que en los senos. ¿Tú no hablas de esas cosas con
tu novia? Nosotros sí y nos escribimos en las últimas páginas
de las libretas, de las mías porque con las suyas es muy celosa.
Las tiene forradas, y sobre cada forro una fotografía del Che. Lo
miramos a veces, al Che. “¿Dónde estará ahora?”, me pregunta.
“En un lugar de América”, le digo. “A veces pienso que puede
pasarle algo”. “¿Al Che? No, muchacha, no. ¿Tú eres boba?”. Y
mientras conversamos nos miramos de cerquita, a los ojos, miro
su boca, tan roja, qué boca tiene Vivian. Y nos tomamos las ma-
nos a ver si están frías o tibias, para ver quién las tiene más gran-
des y siempre soy yo, para estudiarnos las líneas de la vida y de
la muerte. Todo eso disimulando ¿tú entiendes? porque cuando
esto todavía no éramos novios. A ella le gustan los Beatles y Sil-
nos pueden gustar los Beatles porque ellos son americanos o in-
gleses. Lo que más le gusta de Silvio Rodríguez es que siendo
revolucionario y todo anda con melena y la ropa sucia. Eso es ser
144 I
No le digas que la quieres
gando a adivinar palabras en una libreta. Le escribió Me gustas ,
para las aulas”. Así dijo. Sentí que Vivian se echaba sobre mi
hombro y oí que lloraba. “Sabía que eso podía pasar un día”, dijo,
mi mamá que estoy en una posada con una mujer se pone con-
tentísima, y empecé a sentirme mal, a arrepentirme de haberla
llevado, a comprender su situación. Menos mal que me acordé
de lo que dice Arnaldo, que a las mujeres no se les puede coger
lástima porque ni a ellas mismas les gusta eso. Se viró, tú, con
los ojos muy abiertos. “¿No tenías otro lugar adonde llevarme?”.
No tenía, no, ¿qué sabía yo de esos lugares?, yo también era la
adivinar, a dejarnos llevar por una brisa que soplaba, fuerte olor
a mar. El instinto nos guiaba y no nos pareció que estábamos
suficientemente abrazados hasta que descubrimos las flores. Ha-
bía flores húmedas en todo el cuarto: acolchonaban el piso y la
150 1
No le digas que la quieres
i
La hermana
(
t
MÉXICO
»
ERNÁN LARA ZAVALA, nació en el Distrito Federal en 1946. Estu-
Antología del cuento inglés del siglo XX (1986), Los mejores cuentos mexica-
nos de 1999 (2000), La Antología del Ensayo Mexicano Moderno (2001)
153
La hermana
tres meses. Los fines de semana iba a verlo toda la familia: la ma-
dre, Isabel, la mayor, que entonces tenía diecisiete años, Luis, el
154 La hermana
má y Luis. Tan pronto terminaban de comer mamá se arreglaba,
le pedía a Luis que se lavara los dientes, que se peinara, que traje-
dente de papá además que por entonces mamá aún no sabía ma-
nejar. Mamá y Luis se pasaban toda la tarde en el hospital; a
gaban papá las saludaba con cariño y le decía a Isabel: deja que
cama vacía con sus libros y cuadernos mientras Isabel le leía a pa-
avenida Revolución.
Su padre se restablecía poco a poco: primero le quitaron el
156 La hermana
en alto por medio de una polea. Tenía el cabello claro, la piel
muy blanca y su complexión era robusta. No era mal parecido.
Ese día, tan pronto llegaron Isabel y Mónica, su padre les pidió
que corrieran la cortina que separaba una cama de otra con el
fin de continuar con la rutina establecida entre ellos. El jueves
tan fuerte, tan buen mozo y que, sin embargo, está tan lastima-
do, tan desvalido, tan solo, con esa mamá tan pesada... y siente
Papá salió por fin del sanatorio. En casa Isabel recibía frecuentes
maba Isabel que se ponía a hablar durante horas, sobre todo si era
158 La hermana
Cristina para informarle: me habló el del hospital, el piloto,
quiere que lo vaya a ver pero eso sí que no, ya se lo dije, nos ve-
mera vez que te oigo hablar desde que te conozco. No, claro que
no, no me molesta ven, a ver, siéntate, me extraña que hayas
venido pues eres tan tímida y tan callada que, en serio, sólo te
doy.
160 La hermana
las piernas, arriba, muy arriba y ella no, no, pero lo dejaba has-
ella, por ella y aunque no, no, no, la lastimaba, se dejaba hacer
poco para que dieran las ocho. Llegaría tarde. Pedaleó con esfuer-
vez José Luis le hablaría por teléfono. Como eso no ocurrió, dos
pidió una disculpa por haberle contestado tan distante el día que
ber si ahora que saliera del hospital podría verla de vez en cuan-
162 La hermana
do, si es que te dan permiso en tu casa, aclaró, o tal vez podría
%
JUAN RULFO
MÉXICO
KUHN
TONI
UAN RULFO nació en Jalisco en 1918. Muy niño quedó huérfano de
J padre y madre y pasó a vivir a un orfanato de Guadalajara. En 1934
radica en México y comienza a escribir sus trabajos literarios y a cola-
168
Es que somos muy pobres
ese sonido se fue haciendo igual hasta traerme otra vez el sueño.
el ruido del río era más fuerte y se oía más cerca. Se olía, como
se huele una quemazón, el olor a podrido del agua revuelta.
A la hora en que me fui a asomar, el río ya había perdido sus
orillas. Iba subiendo poco a poco por la calle real, y estaba me-
tiéndose a toda prisa en la casa de esa mujer que le dicen la Tam-
bora. El chapaleo del agua se oía al entrar por el corral y al salir
mos oír bien lo que decía la gente, pues abajo, junto al río, hay
un gran ruidazal y sólo se ven las bocas de muchos que se abren
Por eso nos subimos por la barranca, donde también hay gente
mirando el río y contando los perjuicios que ha hecho. Allí fue
donde supimos que el río se había llevado a la Serpentina ,
la vaca
esa que era de mi hermana Tacha porque mi papá se la regaló
el río este, cuando sabía que no era el mismo río que ella conocía
de a diario. La Serpentina nunca fue tan atarantada. Lo más se-
hubiera estado el día entero con los ojos cerrados, bien quieta y
agua negra y dura como tierra corrediza. Tal vez bramó pidien-
do que le ayudaran. Bramó como sólo Dios sabe cómo.
Yo le pregunté a un señor que vio cuando la arrastraba el río
taba y que allí dio una voltereta y luego no volvió a ver ni los
cuernos ni las patas ni ninguna señal de vaca. Por el río rodaban
muchos troncos de árboles con todo y raíces y él estaba muy ocu-
detrás de su madre río abajo. Si así fue, que Dios los ampare a
los dos.
Serpentina desde ,
que era una vaquilla, para dársela a mi hermana,
con el fin de que ella tuviera un capitalito y no se fuera a ir de
por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas.
Ellas aprendieron pronto y entendían muy bien los chiflidos,
se con ella, sólo por llevarse también aquella vaca tan bonita.
La única esperanza que nos queda es que el becerro esté to-
davía vivo. Ojalá no se le haya ocurrido pasar el río detrás de su
de les vendría a ese par de hijas suyas aquel mal ejemplo. Ella
no se acuerda. Le da vueltas a todos sus recuerdos y no ve claro
dónde estuvo su mal o el pecado de nacerle una hija tras otra
— — —Sí dice ,
le llenará los ojos a cualquiera dondequiera
que la vean. Y acabará mal; como que estoy viendo que acaba-
rá mal.
arrastra por las orillas del río, que la hace temblar y sacudirse to-
La venganza de Gerd
PERÚ
PIAZZA
CECILIA
MARIA
V
LONSO CUETO, nació en Lima en 1954. Estudió en la Universidad
A Católica de Lima, en la que obtuvo el título de licenciado en Li-
teratura, y en la de Texas, donde se doctoró. De vuelta al Perú, alterna
la velocidad de su curso.
A diferencia de otros, creo que la galantería, la gentileza,
178
La venganza de Gerd
i
I
junto a Gerd por una calle vieja y oscura. Es cierto que yo era muy
joven por aquella época y quizá, por eso, fácilmente impresiona-
ble. Pero ella actuaba esa noche con la mesura de siempre, una me-
sura que escondía, detrás de ciertas contracciones de la cara, la
sión; quisiera que quede bien sentado que ella muy rara vez había
verla unos días después y aceptó con una sonrisa que al mismo
tiempo le sirvió para despedirse.
II
1 o La venganza de Gerd
No había desdén en su tono, no había orgullo ni resentimien-
to. Como de costumbre, era voz neutral, tan sólo un sonido agra-
dable y limpio. Y sin embargo, yo siempre había creído en una
oscura pasión escamoteada, oculta como una moneda detrás de
levantando la cabeza.
lencia.
distancia.
— — me
Sí aceptando,
contestó al fin liberada — ,
eso debes
quianos.
—Vámonos —murmuró.
Al salir, sentí que no tenía ningún recurso para disminuir esa
helada forma del menosprecio.
—Tenía pensado salir dentro de dos días para España — le
dije — Te llamaré
. antes.
III
mente más intensas que haya vivido. Supe que no había hecho
nada respecto a su embarazo aunque podría fácilmente en No-
ruega. El día que se lo pregunté, sentados junto al Bosforo, per-
IV
poco que ver con casi todos ellos aunque siempre presté atención
a algunos de sus personajes y hasta recuerdo vagamente haber co-
laborado en un proyecto de una especie de gobierno revoluciona-
rio. Me casé y tuve dos hijos que atravesaron normalmente todas
las etapas que una familia de clase media espera. El mayor de
ellos, Gabriel, creció interesándose algo por las Ciencias Sociales.
1
84 La venganza de Gerd
sin embargo, de que el poco provecho que podía sacar de estas
pa con mi mujer, explorando otra vez las ciudades que había de-
jado. Me reencontré en algún sitio con viejos amigos y constaté
que otros se habían mudado sin dejar rastro en sus antiguas di-
aunque con frecuencia declaraba que debía haber sido muy difí-
insoportable.
cabo. Quizá sobre todo por esta razón práctica estaba decidido a
casualidad, un fracaso.
final del invierno una joven mujer de cabello claro tocó el tim-
bre de mi casa y le dijo a mi esposa que era extranjera y que ha-
bía venido a Lima para terminar su trabajo doctoral. Le habían
no tuvo límites.
dijo que había sido muy amable y que agradecía mucho mi ayu-
da. Recuerdo que se despidió con un poco de precipitación aquel
ALONSO CUETO 1
187
día, dejó de lado por una vez su mesura y me parece, aunque ya
no estoy seguro, que pronunció estas frases de agradecimiento
con algo de rapidez y se fue. Dos días después, mientras la lle-
vaba al aeropuerto, me dijo que en Lima había encontrado un
ambiente agradable y que esperaba volver algún día; se llevaba
dos o tres copias de poemas juveniles y poco conocidos de Va-
llejo. Al llegar a aduana y despedirse de mí, esbozó una li-
la
l88 I
La venganza de Gerd
%
El descubrimiento de América
PERÚ
WOODMAN
JENNY
LFREDO BRYCE ECHENIQUE, nació en Lima en 1939. Se graduó en
A Derecho y luego en Literatura en la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. Inició su carrera de escritor con la publicación, en
jes A vuelo de buen cubero (1976), las “anti memorias” Permiso para vivir
Vive entre los hombres pero con una actitud sesgada, oblicua,
una actitud que lo predispone siempre a salirse de lo inmediato,
192
El descubrimiento de América
secretaria. Usaba las faldas bastante más cortas que sus compa-
ñeras de clase, y se ponía las blusas de cuando estaba en tercero
Las refregaba una y otra vez hasta que sonaba el timbre de sali-
— Marta.
Siéntate,
— Bueno, Manolo?
gracias. ¿Y,
— ¿Mañana?
— Manolo —
Estás loco, Marta, con voz maternal —
dijo . No
sabes en lo que te metes.
te, pero cuando veo una cara que me gusta así, adivino todo lo
que hay dentro. Ya sé cómo es América. Me la imagino. La pre-
siento.
—Y una
te arrojas a piscina sin agua. Ya lo has hecho.
—Tú y tus fórmulas.
—Ya lo has hecho.
—Era otra cosa.
do la pata.
des.
taba para que le presentara a otra chica. “Hay dos tipos de muje-
res”, pensó: “las que uno ama, y las Martas. Las que lo comprenden
—Toda —
la vida andas sin plata dijo Marta. Y añadió — : A
América gustan muchachos que
le los gastan plata.
—No importa — Manolo— Vive en dijo . Chaclacayo, y allá
no hay en qué gastar la plata. Sólo hay que gastar en cine o en
helados, y tan pelado no estoy.
—No he llamado
la eso. Ni siquiera lo he pensado, pero Amé-
rica es una chica alocada, y ya te dije que no es inteligente.
—Confío en mi en mi imaginación.
suerte, y
— ¿En imaginación?
tu
—Ya — Manolo,
verás —
dijo sonriente . Si supieras todo lo
—Veremos. Veremos.
—Mañana me la presentas. Será cosa de un minuto. Después,
todo corre por mi cuenta.
—Mañana no puedo, Manolo — dijo Marta — . Tengo cita con
el oculista. Parece que además de todo me van a poner anteojos.
— ¿Entonces, cuándo? —preguntó Manolo, fingiendo no ha-
ber escuchado las últimas palabras de Marta.
— Sí. Sí. Tengo que ganar tiempo. Pronto empezarán los exá-
—No hay una sola película en Lima que yo no haya visto — di-
nolo — ¿Tú .
que me voy negar
crees a ese placer?
— Loco.
porque la quería. 1
—Espero un amigo.
a
—Ven, — Marta,
acércate — Quiero
dijo sonriente .
presentar-
te a una amiga.
—Mucho gusto — Manolo, acercándose y extendiendo
dijo la
—No te América —
preocupes, dijo Manolo — . Ya verás có-
mo no se jalan a nadie.
—Y ¿qué
después, piensas hacer?
—Nada. Descansar.
—Ya me verás.
cho? 1
das esas cosas, y ella sería un amor como antes, como quince años.
reros. Este mismo que mantenía vivos sus recuerdos, y que bri-
sol
lla todo el año (menos el día en que uno lleva a un extranjero para
mostrarle que a media hora de Lima el sol brilla todo el año).
Entre el día tres de enero, en que Manolo visitó por primera vez
a América, en su casa de Chaclacayo, y el día primero de febrero
había cortado la punta para que asomaran por ella dos dedos.
Traía también un viejo bastón que había pertenecido a su abue-
lo. Salió del baño, bebió una cerveza en el mostrador, y cojeó en-
trenándose hasta la casa de América. Hacía mucho calor, y sentía
que la corbata que le había robado a su padre le molestaba. El
cuello excesivamente almidonado de su flamante camisa, le irri-
— ¿Cómo así?
— podido
¡Te has matar!
“¿Y tú, cómo sabes?”, pensó Manolo, un poco sorprendido al
ver que las cosas marchaban tan bien. Hubiera querido detener
—¿Y el carro?
—Ése sí que murió —respondió Manolo, pensando: “Nunca
• »
nació .
do de boca— ¿Y
había salido a pedir exámenes? .
tus
— —exclamó Manolo.
¡Bestial! Sentía que se llenaba de algo
ne? Dan una buena película. Creo que es una idiotez, pero vale
tuvo, por ejemplo, que buscar otro vestuario, pues los propieta-
ría jamás de esas cosas que Marta escucharía con tanta atención.
—América — dijo Manolo. Era la segunda vez que iban a
—¿Qué?
—¿Cómo habrá venido a caer este poema en mi bolsillo?
—A ver. .
llo izquierdo de su saco, junto a los otros doce que había escrito
desde que la había conocido. Poemas bastante malos. General-
mente empezaban bien, pero luego era como si se le agotara algo,
“Ya sabes, niño”, le dijo, “si algún día vas por allá...”. Y le dio
la dirección. Cuando tocó la puerta de casa de América, Manolo
tenía la dirección en el bolsillo.
dijo que tendría que tratarlo como si fuera el hijo del dueño.
a volver a engañar”.
Llegaban a Huampaní.
—Mañana iremos bañamos a a casa de mis padres — dijo Ma-
nolo — He . traído las llaves.
y sus piernas morenas más tostadas por el sol con esos muslos.
tir algo allá abajo, tan lejos de sus buenos sentimientos... Qué
pena, parece de esas con unos hombres que dan asco en unos ca-
rros amarillos que quieren ser último modelo los domingos de
julio en el parque Central de Chosica. Justamente cuando no me
gusta ir alparque de Chosica. Esos hombres vienen de Lima y
se ponen camisas amarillas en unos carros amarillos para venir a
cachar a Chosica.
—No me gorro de
cierra el baño.
—No pongas.
te lo
— me va empapar
Se a el pelo.
— en un
El sol te lo seca instante.
cogerle los senos que estaban ahí, junto a su hombro, tan pálido
pos, cerca a una casa en que hay poetas. Esos Baños tan viejos con
sus terrazas de madera tan tristes. Pero América no quedaría
bien en esa playa de antigüedades porque aquí está con su ma-
lla blanca y las cosas sexys son de ahora o tal vez, eso no, acabo
la — ¿Vamos
.
a bucear?
2 io El descubrimiento de América
allí, encima suyo. No salió. Desde el borde de la piscina, ella lo
a Lima con Mariana tan rubia tan bonita me dijeron más piro-
me apretaba tanto.
— ¿Quieres sentarte en esa banca? —preguntó Manolo, que
subía la escalerilla.
— — respondió América—
Sí . Ya no quiero bañarme más.
—Ven. Vamos que antes alguien la coja.
— Sí. todo
Allá será mejor.
en cuando.
— ¿Y para qué la tienen llena?
—Qué tales jaranas las que debes haber armado ahí — dijo
ba jugando su rol.
sar de.
— ¿Qué Manolo.
cosa?,
—Nada. Nada. Creo que ya está bien de piscina por hoy. Re-
gresemos a tu casa.
—Vamos a cambiarnos.
Estaba listo. Cuando América salió del vestuario con sus pan-
talones pescador a rayas blancas y rojas, Manolo recordó que ella
le había contado que aún no había ido a Lima a hacer sus com-
pras por ese verano. Los pantalones le estaban muy apretados, y
apretó la mano. Terminó ese disco. Ella le dijo que su bolero fa-
a explicarle que con ella todo iba a ser como antes, aunque le
parecía difícil encontrar las palabras para explicar cómo era ese
liente sobre la cara, y veía cómo sus senos aprisionados entre los
ni veía las plantas alrededor, pero sentía que todo eso se estaba
le. Todo. Hasta la sangre. Contar que estoy tan triste. Tan triste.
jos. Morirme. Ser. To be. Dormir años. Marta. La corbata allá allá
allá allá.
6 El descubrimiento de América
f
MAYRA SANTOS-FEBRES
Marina y su olor
PUERTO RICO
*
*
9
9
M AYRA SANTOS-FEBRES, nació en Carolina (Puerto Rico) en 1966.
Comienza
internacionales,
a publicar
como Casa
poemas en 1984 en
de las Américas, de
revistas y periódicos
soy tuya.
literatura, no puedes parar. Así que para aquellos seres que sueñan
convertirse en buenos ciudadanos, en personas bien adaptadas
no lean ni una palabra más de las que salen impresas en este libro.
cómo poderle lamer las carnes a ver si sabían a lo que olían. Y to-
dos los días olían a algo diferente. A veces, un delicado aromita
a orégano brujo le salía de por las grietas de la entrepierna; otras,
ce años, edad peligrosa. Así que un día doña Edovina abrió una
botella extra de ron Cristóbal Colón de Mayagüez, se la puso al
donde ella empezaba a pelar las batatas y los plátanos para asar-
MAYRA SANTOS-FEBRES 22 I
Georgina, blanca beata ricachona, cuya pasión por la yuca gui-
sada con camarones la hizo notable en el pueblo entero.
En esa época Marina empezó a oler a mar. Iba a visitar a sus
padres todos los fines de semana. Don Esteban, cada vez más
alcoholizado, llegó a no reconocerla, pues se confundía pensan-
do que ella iba a oler a los platos del día. Cuando Marina llegaba
allí lo que se comía era funche, sorullos de maíz con queso blan-
co, café y sancocho. Los funcionarios de oficina y hacedores de
caminos se habían desplazado a otro come-y-vete que tenía una
novedosa atracción que reemplazó el cuerpo prieto de la treceañe-
codos a recaído fresco, sus axilas a ajo, cebolla y ají rojo, sus ante-
cuartitos del patio junto a las gallinas y los hilos de tender la ro-
despedía un olor a avena con moho dulce. Ése era el mismo olor
le negó. Lo veía tan feo, tan débil y apendeja’o que de sólo ima-
lo buscó con el olfato por cada esquina del pueblo hasta que dos
días después lo encontró sentado frente al cine Sereceda tomán-
dose una champola. Esa tarde, Marina no regresó a la casa a tiem-
po para preparar la comida. Se inventó cualquier excusa. Luego
226 I
Marina y su olor
das que a ella misma la sorprendieron. Bajando las escaleras del
balcón, se oyó decir con resolución: — ¡Para que ahora digan que
los negros apestan!
ANGELA HERNANDEZ
REPÚBLICA DOMINICANA
»
»
*
/
NGELA HERNÁNDEZ ÑOÑEZ nació en Jarabacoa en 1954. Estudió
A Ingeniería Química en la Universidad Autónoma de Santo Do-
mingo. Junto a la militancia política y la investigación de los proble-
(1985) y la novela Mudanza de los sentidos (2001). Sus textos se han re-
cogido en numerosas antologías de su país y el extranjero.
231
Al anochecer, el intercambio de palabras ejercía su poder,
metamorfoseando el orbe en puerto o estancia milagrosa.
Escribir es entonces urgencia y prolongación. Pienso que la fuerza
232
I
nas.
ÁNGELA HERNÁNDEZ |
235
guían con fervor los locos, creo que en verdad no se le acercó ni
236 ¡
Masticar una rosa
Algo mejor llegó de Noraima: un par de zapatos blancos para
mí y sendos pares para mis otras hermanas. Tres pares de zapa-
tos resplandecientes, con correítas y hebilla sobre el talón. Qui-
se tirar enseguida las descoloridas zapatillas que poseían el don
de nunca acabarse (venían de pie en pie, de hermana a hermana,
sucediéndose su uso). Mas, terrible suerte, los zapatos blancos no
coincidían con mis pies, desproporcionadamente grandes. No
logré ajustarlos, ni aceitándome la piel ni cubriéndome las plan-
ÁNGELA HERNÁNDEZ i
2^~J
por el dolor que no le impidió cobrar conciencia de la orfandad
en que nos dejaba.
Aprovechando un viaje al pueblo, mi madre me compró unos
mocasines de goma, el ingreso por los zapatos blancos no había
alcanzado para más. Negros y feos, me encantaron. Poca aten-
ción presté a las palabras conminatorias: “Pruébatelos bien. Mi-
año para la escuela. Mejor que te queden anchos, para que no los
sólo ha existido uno sin pecado, la Virgen María. Yo, siempre con
los mismos pecados: tuve malos pensamientos, falté el respeto
debajo de las plantas de sus pies. Andar con los pies libres debía
ser el premio a su pureza. No tocaban el suelo, por eso podían ir
cinaran.
gruesas botas e iba descalzo como los ángeles. Algún día lo ve-
El regalo
VENEZUELA
NACIONAL
EL
CORTESÍA
/
LEPAGE
RAMÓN
EDERICO VEGAS nació en Caracas en 1950. Arquitecto, ha sido pro-
245
El regalo
II
246 I
El regalo
Mientras tanto, yo aguardaba con mansedumbre en un con-
sultorio sin clientes. De cuando en cuando me llegaban unas
viejas tías que pagaban la consulta con majaretes e historias de
maridos muertos o enfermos. Les agradecía el gesto: nada asus-
ves y caldo con huevo los viernes. Con el tiempo llegué a envi-
ciarme con varias de aquellas secuencias mediocres. Era un hombre
sumiso, sin planes maliciosos para el final de mi soltería.
bía qué decir mientras era observado otra vez por aquella son-
plosiva.
queza, y pretendí que sería igual con ella. Creí también tener esa
248 El regalo
noche un aire de sosiego y equilibrio, pero algo se notaría de mi
confusión porque de pronto ella colocó su mano en mis labios y
me dijo:
los hijos son jueces aún más implacables que los padres.
Ella me dijo:
Viajé con la frente y la boca retornando una y otra vez a los mis-
sus deseos, otras veces era yo quien exponía orgulloso mis prime-
250 I
El regalo
gos y los amigos con la novia. Ambas fuerzas opuestas se con-
aferraba a una almohada. Ella habló sin voltear, sin dejar de pei-
narse, sin dejarme ver su rostro en el espejo:
—En los juegos que inicien nuestros hijos junto a mis nie-
tos, yo seré la vieja que perderá siempre.
Ella se marcharía primero, yo mucho después. Dejé en el apar-
tamento las sábanas y los heléchos como pago por nuestro desor-
den.
252 El regalo
III
MAR 2006
vi AlUfL
of the
No longer the property
Boston Public Library.
this material benefits the Libran,
Sale of
Coedición Latinoamericana
Títulos publicados:
para niños
y bandidos
Cuentos de lugares encantados
Para jóvenes:
+ 16 cuentos latinoamericanos
+ 11 narradoras latinoamericanas
+ 24 Poetas latinoamericanos
Por ello la literatura, tal vez la forma más humana del conoci-
miento, ha explorado una y otra vez ese inquietante territorio y no
Subidos de tono es, sin duda, una obra que dejará una grata hue-
lla en todos sus lectores.
Grupo Norma
Edtorial
Ediciones Ekaré
COEDICIÓN LATINOAMERICANA
AUSPICIADA POR CERLALC