Alaiz Atilano - La Familia, Comunidad Do Amor
Alaiz Atilano - La Familia, Comunidad Do Amor
Alaiz Atilano - La Familia, Comunidad Do Amor
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C O L E C C I O N
La familia,
comunidad do amor
Atilano Rldiz
Diseño de cubierta: Estudio SM
Maritxu Eizaguirre
ISBN: 84-288-1677-8
Depósito legal: M-21.451-2001
Preimpresión: Grafilia, S.L.
impreso en España / Printed in Spain
Imprenta SM - Joaquín Turina, 39 - 28044 Madrid
A mis amigos de Montevideo, Madrid,
Ferrol, Gijón y Vigo, matrimonios con
quienes comparto, gozosa y
fraternalmente, vida, Mesa y mantel,
coautores, en cierto modo, de estas
páginas, con mucho afecto y gratitud de
vuestro amigo de siempre.
PRESENTACIÓN
7
didura, la familia española es de las menos protegidas por
el presupuesto nacional.
Según todos los estudios sociológicos, cada español,
tira por la ventana de la televisión, al menos, tres horas y
media diarias. Y, en cambio, no tiene tiempo para dialogar
y convivir en familia, para hacer familia. ¡Qué gran crimen
el de matar el tiempo\
Tendremos personas nuevas, Iglesia nueva, sociedad
nueva, si tenemos familias nuevas. ¿Acaso no se hace
patente con sólo echar una mirada a nuestro alrededor, a
nuestro propio interior, a la herencia familiar que llevamos
dentro?
Yo lo vi claro desde los años de seminario. Desde el
día en que empecé mi servicio sacerdotal, me volqué en
cuerpo y alma en crear grupos de matrimonios y en acom
pañarles en su caminar humano y cristiano. No me he
contentado con casarles y desearles buen viaje en el ca
mino emprendido; he pretendido y pretendo ayudarles a
seguir casándose y acompañarles en su camino. He crea
do y compartido amistad, reflexión y confidencia con bas
tantes decenas de grupos que he promovido en las dis
tintas latitudes en que he ejercido mi ministerio sacerdotal.
Todo ello no ha hecho mas que confirmarme más y más
en mi convicción.
Es doloroso que haya tanta gente distraída sin preocu
parse de ser mejores matrimonios y mejores familias. ¡Qué
diferencia entre unos matrimonios y otros, entre unas fa
milias y otras! i Lo que da de sí la vida conyugal y la vida
familiar!
Hace unas semanas me preguntaba en Madrid un gru
po de matrimonios amigos: «¿En qué estás trabajado aho
ra?». «En unas reflexiones para los grupos de matrimonios
que animo en mi parroquia» -respondí- «¿Cuándo deja
réis los curas de hablar del matrimonio, del que no sabéis
8
nada?» -me espetó al Instante una de las mujeres-,
«Cuando lo hagáis vosotros, los casados y las casadas»,
le repliqué de inmediato. «¡Poned manos a la obra!». Hice
unos Instantes de silencio, y luego continué: «Pero, ade
más, quédate tranquila, porque, en cierta medida, en las
páginas que estoy escribiendo intento hacer de portavoz
de muchos casados y familias, la mayoría integrados en
grupos. Me han hecho el regalo de su confianza y de su
confidencia. Es un libro que recoge mucha experiencia.
Una experiencia que, naturalmente, es prestada; y, por
eso, ciertamente menos viva e intensa, pero más ancha y
extensa. A este respecto, no hay que olvidar aquello de
que los árboles de la propia vida impiden ver el bosque
del proyecto matrimonial en toda su grandeza. Quienes
hemos compartido y departido con muchos matrimonios
y familias tenemos la ventaja de haber visto el bosque
desde el helicóptero que sobrevuela por encima de la pro
pia experiencia. Así lo perciben muchos casados.
Tengo la seguridad de que estas reflexiones serán de
utilidad porque ya han servido a muchos matrimonios y
familias. Ellos han sido los que me han impulsado a pu
blicarlas para que otros puedan participar de ellas.
Hay varias formas de asimilar estas reflexiones. Median
te la reflexión personal, si no hay otra forma. Mediante la
lectura compartida de la pareja; si fuera posible, sería más
provechosa, la lectura en familia de lo que sea válido para
todos.
No me canso de repetir a los grupos de matrimonios,
que, si es posible, la pareja practique la sentada, que es
una hora de lectura y reflexión en común sobre un tema,
para compartir después con las otras parejas del grupo.
Esto es determinante.
Los matrimonios cristianos, naturalmente, tendrán que
buscar una lectura bíblica adecuada al texto de reflexión,
y terminar con una oración conyugal o familiar.
9
Es importante que la reflexión cuaje en un compromiso
concreto, lejos de las generalidades que abarcan mucho
pero consiguen poco. Lo mejor es concretar. Más vale dar
un paso adelante real que echar una carrera imaginaria.
Aconsejo siempre a los matrimonios que tengan una car
peta y una libreta sobre formación matrimonial. La expe
riencia enseña que es útil anotar por escrito los compro
misos concretos y revisar su cumplimento en la sentada o
en la reunión de grupo.
Puede que, después de ojear el índice, alguien piense
que en el libro hay algunas lagunas. No hablo, por ejem
plo, del compromiso de la familia con la Iglesia o con la
sociedad; no toco el aspecto de los valores en la familia,
la educación de los hijos ni otros temas. Sin embargo, la
cosa no acaba aquí. Si Dios quiere, nos encontraremos
en otra ocasión y en otras páginas.
El gran sueño de todos los padres es: iQue mi hijo (o
mi hija) sea feliz en su matrimonio! Exactamente este es
el sueño del Padre Dios. Esta es la ofrenda litúrgica que,
sobre todo, espera y le agrada. «No es bueno que el hom
bre esté solo»2. Dios espera que las familias cristianas
sean, como bella y expresivamente dice san Ignacio de
Antioquía de la comunidad, como las cuerdas de una cí
tara que, bien afinadas y pulsadas por el Espíritu, canten
a Cristo como canción, un himno armonioso o una imagen
viva de sus nupcias con la humanidad en su Iglesia.
Como le habrá pasado a todo el mundo, también yo
me he encontrado con matrimonios y familias admirable
mente con-cordes, divinamente conyugadas para ayudar
se a crecer, para darse calor y vida, y para dar vida y
calor a su entorno; son como los troncos, unidos y lla
meantes, que irradian luz y calor en la noche helada. Es-
2 Gn 2,18.
10
tos son los que colman los sueños del Padre Dios. Con
su retrato al fondo he escrito estas reflexiones. Ellos dicen
con la contundencia de los hechos que el proyecto de
matrimonio y familia que propongo no es un sueño im
posible.
Desgraciadamente, la gran mayoría son hogares inhós
pitos en los que se come, se bebe y se respira pura me
diocridad, pequeñas satisfacciones pescadas al aire, mo
mentáneas, fugaces, agridulces, más agrias que dulces,
como fruta verde, inmadura.
Familiarizarse: he aquí una gloriosa tarea, una tarea ina
cabable, Se tarda en tener a punto el hogar material; du
rante mucho tiempo siempre queda algún detalle pendien
te. Pero, al final, para disfrute de la familia, se termina. Sin
embargo, la construcción y el adecentamlento del hogar
psicológico no se termina en toda la vida. Todos los días
hay que casarse, familiarizarse más y más, en el sentido
etimológico, es decir, hacerse familia.
Si se toma esto con toda seriedad, la luna de miel no
irá a luna menguante sino a luna creciente. Porque, si se
pretende ser feliz, no hay otra alternativa que fraguar la
felicidad en la familia, porque (no debe olvidarse nunca),
felicidad se escribe con f de familia.
Un abrazo cordial,
Atilano Alaiz
11
1
13
la familia ocupa siempre los primeros puestos de esti
mación.
Pero, cuando se pasa de esta alta valoración teórica a
la vivencia práctica, es como pasar del día a la noche.
Ahí están los datos. Nos los proporciona Pepe Rodrí
guez, que tan apasionada y hondamente ha estudiado el
tema:
14
estado en contacto con muchos padres de alumnos, con
padres de niños de primera comunión y jóvenes de ca-
tecumenado de confirmación, y confieso que uno de los
descubrimientos más dolorosos que he hecho ha sido el
del escaso número de matrimonios y familias que logran
un nivel aceptable de armonía, cariño y felicidad. Desgra
ciadamente, no se trata de escasas excepciones de fa
milias y matrimonios conflictivos, desilusionados y desu
nidos que confirman la regla, sino de un porcentaje estre-
mecedor.
Varios profesores de distintos grados de enseñanza, pú
blica y privada, catequistas, directores de guarderías que
forman parte de la catequesis de adultos o de grupos de
matrimonios, coinciden unánimemente en afirmar que les
consta que son pocos los matrimonios y las familias que
gozan de verdadera armonía.
Las separaciones y los divorcios jurídicos son ya mu
chos, pero los divorcios psicológicos en los que las pa
rejas y las familias siguen viviendo bajo un mismo techo,
compartiendo la posesión de los mismos muebles e in
muebles, los mismos bienes, son numerosísimos.
Mi amigo y compañero, el padre Luis Cabielles, metido
de lleno en la pastoral matrimonial desde la delegación de
la Conferencia Episcopal, ha dicho que, según cálculos y
estadísticas, encuestas y contactos familiares, sólo un 8 o
9 % de los matrimonios se pueden considerar decorosa
mente logrados. Estoy enteramente de acuerdo. ¡Qué fra
caso tan estruendoso si ésta es la realidad!
Creo que estamos todos de acuerdo en que son rela
tivamente pocas las familias que son hogar, en el sentido
etimológico de la palabra, familias que son fogón, que tie
nen encendido el fuego del cariño y la ternura.
Pero los que forman una «muchedumbre que nadie pue-
15
de contar» son las familias y los matrimonios mediocres,
resignados, fatalistas. No son malos, se han resignado a
funcionar decentemente, pero no intentan superarse; se
han resignado a soportar los pequeños defectos del cón
yuge y no hacen nada por superar los suyos propios.
Creen que el matrimonio y la familia no dan más de sí,
que «genio y figura hasta la sepultura». Sus bodas de pla
ta o sus bodas de oro no es que sean veinticinco o cin
cuenta años de matrimonio, sino que son veinticinco o
cincuenta veces el mismo año, como respondería un ami
go psicólogo a alguien que confesaba que hacía sesenta
años que era el mismo; «Tú no tienes sesenta años, sino
sesenta veces el mismo año». La vida para ellos ha em
pezado a ser un circuito cerrado, un velódromo, sin meta
ni sorpresas alentadoras.
Lo siento de verdad por ellos. No saben las gratas sor
presas que aguardan a toda pareja que vive en supera
ción constante. No saben que lo mejor de la vida conyugal
está siempre por descubrir.
Desgraciadamente, muchos ni siquiera logran mante
nerse en el mismo nivel de mediocridad. Descienden. Por
que, con los años, se acentúan las deficiencias, las rare
zas, las frustraciones y las manías, con lo que la vida con
yugal no sólo sufre el perjuicio del estancamiento, sino del
deterioro, del cansancio, del aburrimiento y de la frustra
ción.
¡Qué deleitoso contemplar una familia unida y feliz! Para
mí es uno de los espectáculos psicológicos más confor
tables y gozosos. Lo mismo digo de un grupo de amigos.
De verdad. Son como una parábola de la vida bienaven
turada. El calor de su cariño te alcanza y te señala en qué
dirección está la verdadera felicidad.
Se trata, en definitiva, de la vivencia de la amistad, de
16
la que dijo Ortega y Gasset: «Una amistad bien cincelada
es la cima del universo».
Nada más grande que ver a matrimonios (¡muchos he
visto!) asombrosamente unidos, recíprocamente tiernos,
esperando en el atardecer, con las manos juntas, el caer
de la noche de la vida, después de haber compartido fiel
mente tareas y camino. Como tampoco hay nada más
lamentable y abrumador que contemplar a matrimonios
ancianos cascarrabias (¡también he visto a muchos!) con
sumar su fracaso matrimonial maltratándose con palabras
y gestos llenos de amargura. ¡Cuánto amor, cuánta feli
cidad y plenitud de vida desperdiciados!
Ventura o desventura
4 Gn 2,18.
17
bebé: un hombre o una mujer vulgar y mediocre, un santo,
un sabio, una madre Teresa, un Abbé Pierre, un penden
ciero, un pacificador? ¿En qué dirección caminará cuando
tome el volante de su vida?
Los interrogantes sobre el futuro de las parejas asaltan,
creo, a cualquier sacerdote, después de haber presidido
numerosas celebraciones matrimoniales. ¡Qué resultados
tan distintos en las diversas parejas! Algunos siguen vi
viendo su luna de miel, pero en luna creciente. Otras en
traron en luna menguante y no les queda nada más que
un casquete de luna luminosa: para otros se apagó defi
nitivamente y viven una noche negra de matrimonio y de
vida de familia.
i Lo que puede dar de sí el matrimonio!
Lo inquietante es la suerte que, a causa del éxito o fra
caso del matrimonio y de la vida de familia, corren los
esposos y los hijos. Una vida conyugal y familiar vivida
con entusiasmo y actitud de superación tiene una increíble
fuerza sacramental en orden al crecimiento de la persona,
a su armonía interior y a su creatividad.
Para otros el matrimonio y la vida de familia transcurre
sin pena ni gloria. Ha cambiado el esquema externo de
su vida. Con-viven con otro/a, con otros/as, según tengan
o no hijos, pero psicológicamente siguen siendo los sol-
teros/as de siempre, tratando de hacer su vida, aunque
haciendo cesiones y concesiones para evitar estridencias
y conflictos que complicarían la vida y convertirían la con
vivencia familiar en un infierno.
No han entrado, diríamos, en la mística conyugal o fa
miliar, y por lo tanto no han evolucionado en su vida ab
solutamente nada. Son los eternos solterones/as que mue
ren sin haberse casado psicológicamente con nadie. Son
las incontables parejas y familias aburridas que van tiran-
18
do, haciendo equilibrios, calculando riesgos, buscando
cada uno ganar terreno en cuanto a los derechos y tra
tando de reducir al mínimo los deberes.
Así es como una misma forma de vida, el matrimonio y
la familia, tiene resultados muy desiguales según las ac
titudes con las que los sujetos las vivan. Puede ser ventura
o des-ventura, gracia o des-gracia, lugar de crecimiento o
de deterioro humano.
19
“Puesto que los padres han dado la vida a los hijos,
están gravemente obligados a la educación de la prole y,
por tanto, ellos son los primeros y obligados educadores.
Este deber de la educación familiar es de tanta trans
cendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse.
Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente fa
miliar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y
hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra per
sonal y social de los hijos.
La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtu
des sociales, que todas las sociedades necesitan. Sobre
todo en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del
sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario
que los hijos aprendan desde sus primeros años a cono
cer, a sentir y a adorar a Dios y amar al prójimo según la
fe recibida en el bautismo.
En ella sienten la primera experiencia de una sana so
ciedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por
fin, se introducen fácilmente en la sociedad civil y en el
pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres
la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana
para la vida y el progreso del mismo pueblo de Dios.»5
20
exigencia imprescindible para el desarrollo del hombre
como ser personal.
«... Esa gran cátedra que es la familia -exclamaba Tier
no Galván- La destrucción de la familia es uno de los
peores síntomas de disolución de valores en nuestro tiem
po. Yo deseo, yo espero, que reviva de nuevo la familia
como unidad de afectos e intereses. Porque no nos en
gañemos: la familia es insustituible. Nada, nadie puede
ocupar su lugar o desempeñar su función. El consejo del
padre, la piedad de la madre, la observación del hermano,
las cuitas y las alegrías compartidas en común..., todo
esto viene a definir el carácter y a preparar moralmente al
hombre que uno va a ser».
Por su interés, transcribo las conclusiones de un Sim
posio sobre la Familia celebrado hace algunos meses en
el Colegio Senara, de Madrid:
21
dad»; de su calidad, de su reciedumbre depende decisi
vamente lo que sobre el lienzo de la personalidad se pue
da pintar o bordar posteriormente.
En un hogar fogón, cálido, afectivamente ensamblado,
se asimilan connaturalmente los grandes valores de la vida
cuando son mamados conjuntamente con la leche mater
na. Son precisamente los respectivos antivalores los que
producen alergia psicológica: En la casa de mis padres,
en mi familia, jamás hemos visto esto, esto jamás ocurrió
en el matrimonio de mis padres, hemos oído todos, sin
duda, muchas veces.
La experiencia familiar en la niñez y la adolescencia,
sobre todo, imprimen carácter en la psicología. En ella se
reciben los paradigmas de interpretación de la vida y el
enfoque o desenfoque de la misma. En ella se sitúan el
niño y el joven en un camino acertado o desacertado que
lleva a la alegría, el optimismo, la paz, la plenitud, la ge
nerosidad, o a la tristeza, el pesimismo, la egolatría y, en
resumidas cuentas, el fracaso.
El modelo paterno y materno, aparentemente dormido
durante años, aflora a veces en los años de la propia adul
tez; cala en el inconsciente más hondamente de lo que
creemos. Según sean las primeras experiencias familiares,
la vida será para la persona una tragedia o una fiesta,
amistad o rivalidad; la personalidad será mansión abierta
de par en par o cerrada a cal y canto. ¿No nos afloran a
todos con frecuencia los recuerdos de nuestros padres?
¿No decimos todos de vez en cuando: Ya me lo decía mi
padre, mi madre..., como muy bien decía mi padre o mi
madre?...
Es, sin duda, por falta de formación, pero la verdad es
que la gran mayoría de los matrimonios no caen en la
cuenta de la transcendencia que las actitudes, gestos y
clima reinante en el hogar tienen para sus hijos.
22
Un famoso cantante brasileño confesaba con nostalgia
en una entrevista: «Mis padres eran tan pobres que no
pudieron darme ni una infancia». Ésa es la mayor desgra
cia.
Los padres sueñan con dar a sus hijos lo mejor, todos
los medios a su alcance para ponerles en camino hacia
un futuro mejor que el suyo, hacia un porvenir colmado
de éxitos y prosperidad en lo profesional. Con frecuencia
se lamentan de no contar con los suficientes recursos eco
nómicos, de tener un empleo mal remunerado, o de no
tener empleo, de no poder acceder a un piso o a una
casa con todas las comodidades, o de no poder pagarles
medios y viajes de estudio. Muchos padres que se la
mentan de esto no caen en la cuenta de que sí está a su
alcance proporcionar a sus hijos (y tal vez no se lo pro
porcionan) lo que para su felicidad presente y futura es
bastante más decisivo que todos estos medios: un hogar
acogedor y gratificante... Lo más importante, pues, para el
bien de sus hijos está en sus manos.
La familia sana es una exigencia imprescindible para el
sano desarrollo de la persona. El psicólogo y pedagogo
Bernabé Tierno, desde su extensa e intensa experiencia
como orientador de chicos y familias, afirma resueltamen
te: «Casi la totalidad de las personas que he tratado y son
equilibradas, sanas, alegres y positivas han tenido unos
padres comunicativos, abiertos y generosos». Esto es de
cir mucho.
Esta constatación tendría que ser un verdadero toque
de atención para todos los padres, tan preocupados a
veces por el futuro económico y social de sus hijos, y por
proporcionales los medios para ello, y, por otra parte, tan
despreocupados, con frecuencia, de su futuro psicológico,
lo más transcendental, precisamente.
23
Por eso, nuestro actor Bódalo confesaba con íntima sa
tisfacción: «Entregarme a mi mujer y a mis hijas es algo
que a mí me ha compensado. Formar una buena familia
es lo más importante que he hecho en mi vida».
Invitación a la amistad
24
bres a nuestra imagen, según nuestra semejanza» 7. He
chos a imagen y semejanza del Dios-Amor, ser querido y
querer es para el ser humano la necesidad más básica.
7 Gn 1,26.
8 Hch 4,32.
25
minos que invitan al hombre y a la mujer en el matrimonio
a vivir esa realidad sublime, cumbre, del amor que es la
amistad, en la cual son enteramente el uno para el otro y
los dos para los hijos. En la amistad de la pareja se cum
ple el anhelo íntimo del ser humano: comunicarse en pro
fundidad y sin fronteras. En este sentido todos nos hemos
encontrado en la vida con matrimonios que de verdad han
llegado a formar un solo ser, se han convertido en un solo
ser; se ha cumplido en ellos el ideal bíblico: «serán los
dos una sola carne», que, traducido a nuestra lenguaje,
significa: serán los dos un solo hombre («el Verbo se hizo
carne», decimos).
La convivencia continua, la comunicación constante, el
compartir preocupaciones, tareas, responsabilidades, inti
midades y bienes económicos, el que todo sea nuestro,
es un camino fácil, aunque no automático, para el naci
miento y desarrollo del nosotros de la amistad, hasta llegar
a tener «una misma alma en dos cuerpos» -como definía
san Agustín la amistad entre él y su santa madre Mónica9.
Lo mismo acontece, por supuesto, con los hijos cuando
alcanzan la juventud y pueden compartir intensamente con
sus padres. El matrimonio y la familia son el ámbito natural
para compartir situaciones, alegrías y sufrimientos.
«Una pena entre dos es menos pena. / La alegría es
mayor si se comparte. / La oración por el otro es más
perfecta», dice una canción. Con ello cada miembro de la
familia vive también con el alma de los demás.
El ámbito familiar es el propicio para la experiencia im
prescindible de ser amado y amar gratuitamente. Cada
uno en el seno de la familia y del matrimonio es amado,
valorado, ayudado graciosamente, gratuitamente, más allá
26
de lo que sabe, tiene o vale. Se le ama con un amor
incondicional: sea guapo o feo, esté sano o enfermo, sea
simpático o repugnante, bueno o malo, trabaje o dé tra
bajo. La familia es la escuela natural del único amor ver
dadero, que es el gratuito.
El miembro de la familia, siendo amado, aprende a
amar. «El ser humano -escribe Montagu- no aprende a
amar en virtud de una serie de instrucciones, sino en fun
ción de la ternura de que es objeto.»
La experiencia histórica nos dice que las teorías antifa-
milistas no han tenido razón. Por ejemplo: la revolución
rusa de 1917. Cuando los bolcheviques tomaron el poder,
decidieron abolir la familia y sustituirla por el amor libre de
mutuo consentimiento. Pero pronto tuvieron que dar mar
cha atrás y adoptar una postura más realista y pragmática
con la familia.
Asimismo resulta aleccionadora la experiencia judía de
los kibutzs y de las comunas de algunas sectas actuales.
Los niños nacidos en comunidades, a pesar de estar ro
deados de todos los cuidados y atenciones, crecen con
un déficit afectivo y con los rasgos típicos de quienes han
sufrido orfandad. La psicología del niño requiere una aten
ción intensa y personalizada.
27
Es en el ámbito de un hogar cálido donde se satisfacen
connaturalmente las necesidades afectivas, factor esencial
del equilibrio psicológico. Las muestras de cariño que se
dan y que se reciben, las caricias, los pequeños regalos,
el percibir la preocupación de los otros por uno y de uno
por los otros, la alegría de los encuentros, el recuerdo y
las muestras de cariño en las fechas significativas, el apre
cio y la valoración que se tributan mutuamente los miem
bros de la familia, proporcionan seguridad y alegría. Una
experiencia familiar gratificante desarrolla en las personas
un sentido positivo y optimista de la vida y es un camino
fácil de maduración psicológica.
Jn 12,25.
28
Si la vida llega a su plenitud cuando se vive desde un
amor oblativo, la vida conyugal y de familia impulsan na
turalmente a esa entrega.
El hecho de tener que vivir pendiente de otro o de otros
seres, el tener que proyectar conjuntamente la vida, el res
ponsabilizarse de la esposa o del esposo, de los hijos,
invita e incita a olvidarse de sí, a dejar de constituirse en
ombligo del entorno, a liberarse de la obsesión por sí mis
mo, de vivir enteramente centrado en sí mismo y en sus
propias satisfacciones.
El amor instintivo a los hijos, el enamoramiento hacia el
esposo/a, coge de la mano a la persona y la lleva a po
nerse al servicio de los otros miembros de la familia. Ese
impulso, iluminado por la razón y por la fe se convierte
con facilidad en un amor oblativo y generoso.
Lo he podido constatar en numerosos esposos y es
posas, padres y madres que se sentían aquejados por
problemas de salud psíquica o física: depresiones, estado
nervioso, jaquecas, baja tensión, dolores de estómago,
etc. El matrimonio y/o la paternidad y maternidad han sido
la mejor terapia.
La convivencia marital y familiar implican una renuncia,
una ascética inevitable, precio inexorable de la paz, de la
armonía: hay que saber ceder, aprender a callar, respetar
idiosincrasias y formas de pensar; hay que vivir en actitud
de servicio mutuo, hay que ajustar el ejercicio de la propia
libertad a la libertad de los demás.
El hijo pequeño que despierta con su llanto imparable
cuando se estaba en el más profundo sueño; los herma
nos que se pelean y rompen el disfrute de un diálogo o
de un programa; el hijo adolescente que vive sus crisis y
se vuelve un tanto insolente y desagradecido; el hijo al
que hay que ayudar en su carrera y, después, a encontrar
29
trabajo; el abuelo o la abuela que chochean, que tienen
celos de los niños y se inventan enfermedades para atraer
la atención; las enfermedades que nunca faltan; las preo
cupaciones económicas; todos estos factores son, sin
pretenderlo, los grandes educadores y forjadores de la
personalidad de los miembros de la familia. Los familiares
se forman recíprocamente. El afecto hace que los sufri
mientos sean más llevaderos.
Todo ello es una forma de muerte natural al egoísmo,
una muerte pascual, una muerte para la resurrección de
una personalidad nueva, madura, libre. Siempre que se
asuma y se viva todo desde el amor, no desde la rabia y
el resentimiento.
La pequeña comunidad matrimonial y familiar es una
mediación, un sacramento permanente que ayuda al cre
cimiento, a la humanización de sus miembros. En ella ocu
rre exactamente io que pasa con los hermanos: se educan
mutuamente, la ascética de la convivencia se impone y
les enseña a compartir, a escuchar, a vivir en reciprocidad.
El matrimonio y la familia son la tierra con los surcos
abiertos, preparados para recibir a los granos que quieran
morir para producir mucho fruto 12.
También el hijo único vive en permanente tentación de
egolatría.
Es también la tentación del soltero/a. No depende de
nadie; no tiene que dar cuentas a nadie; no tiene que
conjugar sus proyectos con nadie; no tiene que repartir
sus ingresos con nadie; administra sus bienes y su tiempo
según sus antojos.
Cfr. Jn 12,24.
30
Para la reflexión y el diálogo
13 Vaticano II, GE 3.
u Vaticano II, AA 11.
31
«Esta doctrina del Concilio Vaticano II -afirman los obis
pos latinoamericanos en los documentos de Medellin- nos
hace ver la urgencia de que la familia cumpla su cometido
de formar personalidades Integrales, para lo cual cuenta
con muchos elementos.
En efecto, la presencia e influencia de los modelos dis
tintos y complementarios del padre y de la madre (mas
culino y femenino), el vínculo del afecto mutuo, el clima de
confianza, intimidad, respeto y libertad, el cuadro de vida
social con una jerarquía natural pero matizada por aquel
clima, todo converge para que la familia se vuelva capaz
de plasmar personalidades fuertes y equilibradas para la
sociedad.» 15
32
El marido confirmaba plenamente la confesión de su es
posa. Gracias a la vida de grupo han tomado conciencia
del error que, en gran parte, han corregido.
Para que en esta escuela de profundo humanismo que
es la familia crezcan psicológicamente sanas las personas
se necesita una cierta mística. Se necesita vivirlo todo des
de una actitud de amor, de verdadera preocupación por
la felicidad y el crecimiento de los demás miembros de la
familia.
Si lo que motiva fundamentalmente en el comporta
miento conyugal y familiar es un amor captativo (que, en
definitiva no es amor), la instrumentalización del otro, si se
entra en el juego de las renuncias por espíritu mercantilis-
ta, como una contraprestación o un precio, si no se hacen
las cosas con alegría, los mil y un sacrificios que impone
la vida de familia no sólo no ayudarán a madurar, a hu
manizarse y vivir feliz, sino que crearán una irritación in
terior, un fastidio, un cansancio que incitará a buscar es
capatorias del purgatorio, si no del infierno familiar.
¿No es esta la razón por la que vemos a tantos padres,
a tantas madres y a tantos miembros de familia desen
cantados, amargados y arrepentidos, y tan inmaduros o
más que el día que se casaron? Frente a ellos, y gracias
a esa mística con que viven su vocación de casados y su
ser de familia, hay muchas personas, jóvenes, adultos y
ancianos, matrimonios que viven felices, crecen interior
mente y son fecundos en su ambiente. ¡Qué gozoso es
pectáculo poder contemplar muchos domicilios converti
dos en verdaderos lugares de fiesta!
¿Y la salud psíquica?
33
algunos incluso obsesionados, por la salud física de sus
hijos. Las visitas a los médicos y especialistas, el control
de peso y altura, la oportuna aplicación de vacunas, vi
taminas y una dieta equilibrada, la preocupación por el
deporte y la gimnasia ha logrado el milagro de que nues
tros jóvenes en sólo tres décadas hayan crecido una me
dia de un decímetro.
Todo ello es signo de cultura y de preocupación por el
bienestar de los hijos. Pero esto no es todo. Es importante
la salud física; pero lo es todavía más la salud psíquica,
el equilibrio emocional, el desarrollo armónico de la per
sonalidad. ¿Podemos hablar a este respecto de un cui
dado esmerado por parte de los padres? Desgraciada
mente, creo que no.
Y hay que decir que el grado de salud psíquica de la
persona depende en gran medida de la salud psíquica de
la pareja y la familia. Es esta una afirmación unánime de
psicólogos y sociólogos.
Ninguna experiencia dejará huellas tan profundas en la
vida del niño, para el bien o para el mal. Pues bien, la
familia es el grupo humano que más capacidad tiene para
ofrecerle un ámbito entrañablemente humano, positivo, re
ligioso. Gerardo Pastor dice que, «ni las guarderías o es
cuelas, ni los grupos de amigos, ni las parroquias, ni los
medios de comunicación social (prensa, radio y televi
sión), logran penetrar tan a fondo en la intimidad infantil
como los parientes primarios, esos seres de quienes se
depende absolutamente durante los seis o nueve primeros
años de la vida (padres, hermanos, tutores)».
Y J. A. Pagóla afirma con acierto:
34
cía positiva de la vida (experiencia religiosa y de valores),
que enmarque sus futuras experiencias. Nada marca de
un modo más profundo y deja huellas tan hondas en la
vida del sujeto como la familia.
La familia ofrece al niño el ámbito primario de persona
lización y de acogida de la vida. En la familia el niño va
naciendo día a día, se va tejiendo.» 16
35
grandes dificultades para manifestar sus impulsos y para
poder expresarse en su entorno de modo armónico y es
pontáneo. Por esta causa puede darse en ellos una su
perior confusión y un mayor desajuste entre el plano de
los deseos y de la realidad concreta, originándose un de
sequilibrio básico permanente que les lleva a Instalarse en
comportamientos pslcopatológicos... Los hijos del desa
mor son los que acaban engrosando la amplia nómina de
sectarios, toxicómanos y suicidas de nuestra sociedad.»18
36
mente, que felicidad, la verdadera felicidad, se escribe con
f de familia.
Se quiera o no se quiera, la familia, el propio hogar, es
siempre la referencia definitiva de la persona.
Ni el mayor éxito profesional, ni la mayor fama posible,
ni la riqueza más abundante, ni el puesto de trabajo más
codiciado, serán capaces de satisfacer el corazón humano
si le falta un hogar cálido, un compañero o compañera
con quien poder brindar por los triunfos y con quien com
partir los fracasos, si falta el hombro del esposo, de la
esposa o de los hijos, sobre el cual reclinar la cabeza.
Por eso, muy sensatamente, confiesa Emilio Aragón:
«Prefiero renunciar al éxito antes que a mi familia».
Hay que decir que, básicamente, todo matrimonio o fa
milia puede ser feliz, porque todos tienen en su propio
domicilio la principal fuente de la felicidad.
Es inútil soñar con una felicidad ilusoria fuera, cuando
sólo el hogar es el domicilio de la alegría.
En realidad, todas las desventuras son incapaces de
hundir a una persona que se siente apoyada, querida por
una familia unida. Y, por el contrario, todas las venturas
son incapaces de hacer feliz a una persona que sufre el
vacío afectivo.
¡Cuántas veces me han comentado con amargura!:
«Qué encantador es mi marido, mi mujer, mi hijo/a, ¿ver
dad? Pero sólo lo parece. ¡En casa lo tendrías que ver!...
No es ni parecido. Es miel con los de fuera y hiel con los
de dentro». ¡Qué tremendo error!
Cuántas veces, otras personas, más razonables, en si
tuaciones de conflicto entre dos posturas, razonan muy
cuerdamente: «Perdona que no te dé la razón o que no
me ponga de tu parte, porque, yo con quien tengo que
vivir, al fin y al cabo, es con mi marido/con mi mujer y
37
con mis hijos». Si se hunde el hogar, la persona se queda
a la intemperie.
En definitiva, es la calidad y la calidez de la vida de
pareja y de familia (la amistad) las que convierten la vida
del ser humano en una fiesta continua. Son las relaciones
chirriantes en la vida de pareja y de familia las que la
transforman en un verdadero funeral.
38
Mientras a muchos las dificultades y los. tropiezos, a
todos los niveles, mal afrontados, les han llevado a la
amargura, a la mutua inculpación, al distanciamiento, cau
sando daños graves en el edificio del hogar (es casa
construida sobre arena: Mt 7,26), a otros muchos les ha
llevado a reafirmar su unión y su fidelidad.
No es que vayamos a creer ingenuamente lo del dicho
castellano, «contigo, pan y cebolla», pero lo cierto es que
los matrimonios y las familias que se aman y viven unidos,
aunque pasen penurias en otros aspectos de la vida, al
menos tienen domicilio psicológico y viven amparados.
Los que no se aman de verdad ni viven unidos, ésos,
aunque estén provistos de todo lo demás, están psicoló
gicamente a la intemperie.
39
cíficamente con los que han de convivir todos los días...;
y,ahí están mascando día a día su bostezante monotonía.
El matrimonio y la familia pueden proporcionar los me
jores y los peores momentos de la vida. Depende de la
actitud de sus miembros.
Entre los religiosos corre una sentencia atribuida no sé
si a san Bernardo: «Mi mayor penitencia es la vida en
común». He aquí una sentencia perfectamente aplicable a
la vida de la familia. Con respecto a esta última, Buero
Vallejo decía hace tiempo en una entrevista: «El matrimo
nio está bien, lo difícil es la convivencia».
La felicidad conyugal y familiar no es algo que llega por
sí misma como la luz del día o como la primavera. Es el
árbol del bien, de los frutos de la vida, que hay que cul
tivar laboriosamente.
40
«Cuando hemos renunciado a nuestra dicha y nos con
tentamos con ver dichosos a los que nos rodean -testifica
Jacinto Benavente-, es quizá cuando empezamos a serlo».
Con respecto a la felicidad hay que afirmar que es
como esos regalos que un cónyuge hace al otro y que
redunda en beneficio propio. Por ejemplo, cuando la mujer
regala al marido un móvil para que le llame.
En ningún ámbito de la vida, desde luego, pero mucho
menos en el del matrimonio y la familia se puede jugar a
ventajista, a hacer del otro un criado que le regale a uno
la felicidad.
Es san Francisco de Asís quien, interpretando certera
mente el evangelio, afirma la paradoja: «Es olvidándose
de sí como uno se encuentra a sí mismo». Por su parte
san Juan María Vianney, traduciendo lo mismo al contexto
de la familia, decía: «La felicidad llega a la propia casa
haciendo dichosos a los demás».
Cuidar la casa
41
depende de si se ha cuidado o no ia propia casa. Hay
que procurar hacerla confortable. El hogar, la vida de fa
milia, sin cariño, sin enamoramiento, asfixia y resulta un
tormento.
La vida de matrimonio y familia es camino de plenitud
humana y de felicidad, pero a condición de saber renun
ciar convenientemente a las pequeñas satisfacciones del
momento, sacrificándolo todo en vistas a una felicidad
profunda y de largo alcance.
Aunque no siempre sea así, la familia, el matrimonio,
suele crear el clima favorable para el desarrollo integral de
sus miembros y para su felicidad, pero ello requiere un
precio: tomarlo con entera seriedad. Supone no jugar a
ser casado, sino casarse con toda el alma; supone no
jugar a vivir en familia, sino decidirse a ser familia. El te
soro, la perla preciosa de un matrimonio y una familia ple
namente logrados, merecen sobradamente el precio que
19
Cfr. Mt 13,44. &
42
La familia, el futuro de la Iglesia
Pregón unánime
43
ligiosos que no señale la pastoral familiar como una prio
ridad en la acción pastoral.
23
Obispos vascos: Convertios y creed la buena noticia, n. 110.
44
mera educación en la fe24. La familia es, por lo mismo,
sujeto y objeto de evangelización 2S.
Los padres son auténticos líderes de evangelización que
en el seno de la familia ayudan de una manera muy eficaz
a estructurar la personalidad cristiana de sus hijos.
45
«Yo en ellos y tú en mí, para que lleguen a la unión
perfecta, y el mundo pueda reconocer así que tú me has
enviado.»28
28 Jn 17,23.
29 Vaticano II, AA 11.
46
renda e identificación para las jóvenes parejas; familias
generosas en las que se fragüen cristianos con temple
que influyan decisivamente en la vida y misión de nuestras
comunidades. Sólo los pastores nos damos cuenta de lo
apremiante que es esto y hasta dónde llega el influjo de
una familia de verdad convertida y comprometida... La
Iglesia está plagaba de familias buenas (mediocres), pero
sufre una carencia grave de familias generosas.
Recuerdo la impresión que causó a un grupo de matri
monios, celebrando la eucaristía de las bodas de plata de
uno de ellos (hace unos días ha fallecido la mujer, Mari
Cruz, de un infarto), este pensamiento. Sobre todo, cuan
do les recordaba su vocación de familias comprometidas,
cuando les preguntaba con todo el énfasis que me era
posible: ¿Qué hubiera sido, por ejemplo, de Agustín, de
Teresa de Jesús, de Juan Bosco, de Antonio M.a Claret,
si no hubieran tenido unos padres santos? ¿Qué hubiera
sido de ellos mismos (los miembros de matrimonios par
ticipantes en la celebración) si no hubieran tenido, como
confesaba la mayoría que habían tenido, unos padres
igualmente santos? ¿Cuánto hubiéramos perdido si todos
estos padres se hubieran contentado con ser cristianos
del montón? ¿Cuánto se podría perder si ellos se negaban
a vivir con radicalidad y entusiasmo la fe en Jesús de
Nazaret? El pensamiento, con toda razón, les impresionó
y les está impulsando hacia adelante.
Creo que resulta demasiado evidente la afirmación: no
tendremos Iglesia nueva sin una familia nueva.
47
lebración de las primeras comuniones y las confirmacio
nes, toda la pastoral de la infancia y la juventud resultan,
a la larga, en gran medida, ineficaces porque les falta el
soporte natural de la familia, la cual, con frecuencia, no
sólo no cultiva las semillas ni respalda con su vida los
mensajes recibidos, sino que los asfixia con la cizaña y
con las numerosas zarzas y espinas que crecen en ella
con gran frondosidad.
Así es como la pirámide de amplia base de los grupos
de primera comunión se va estrechando hasta terminar
poco menos que en punta, cuando los pequeños y frá
giles cristianos llegan a la juventud. Sólo edificando fun
damentalmente la Iglesia, la comunidad cristiana, sobre la
familia, se edifica sobre roca y puede desafiar los hura
canes 30.
Mi compañero y amigo, el sociólogo Gerardo Pastor, me
comentaba recientemente el desenfoque pastoral que su
fren muchas estructuras, organizaciones y movimientos
eclesiales que vuelcan afanosamente sus esfuerzos en di
versos sectores sociales, sobre todo en los niños y jóve
nes, despreocupándose de vigorizar lo que es el ámbito
natural, la familia.
Una amiga, cristiana madura y comprometida hasta la
radicalidad, me ha repetido en presencia de su madre:
«Ya se lo he dicho a ella: el regalo más grande que he
recibido de mi madre en toda mi vida fue el que me hizo
a mis dieciséis años, iniciándome en la vida de comunidad
al introducirme en la comunidad Ayala».
Si siempre es urgente la solicitud por la familia por parte
de la Iglesia, lo es de un modo especial en los tiempos
que corremos en los que sufre agresiones, no siempre
Mt 7,24-25.
48
directas, pero sí brutales; agresiones que, de hecho, han
desintegrado y desintegran a muchas familias. Juan Pablo
II repite esta afirmación insistentemente en su Familiaris
consortio, y el mismo Concillo Vaticano II en diversos pa
sajes, especialmente en Gaudium et spes, n. 47,2.
Por lo demás, es una experiencia cotidiana que tene
mos quienes ejercemos la pastoral familiar. Con respecto
a la familia ocurre lo mismo que con las cerezas: tiras del
matrimonio y con él vienen los hijos, los abuelos, los cu
ñados, los primos. Tiene una gran repercusión sobre el
entorno; los niños son más constantes y fieles en la ca-
tequesls, los jóvenes mejor integrados en nuestros movi
mientos juveniles; los ancianos más próximos son los re
lacionados con los matrimonios integrados en grupos o
que son miembros activos de la comunidad parroquial.
Seminario de ciudadanos
Todos los documentos eclesiales, comenzando por los
conciliares, proclaman enfáticamente la transcendencia
49
que tiene la salud y el buen funcionamiento de la familia
para la salud y buen funcionamiento de la sociedad.
De la familia depende el factor fundamental, la máxima
riqueza de la sociedad, las personas, los ciudadanos. La
familia es la primera escuela; sus enseñanzas imprimen
carácter.
La misma Declaración de los Derechos Humanos afirma
taxativamente: «La familia es el elemento natural y funda
mental de la sociedad y tiene derecho a la protección de
la sociedad y del Estado».
La familia, con respecto a la sociedad, desempeña una
función paralela a la que desempeña con respecto a la
Iglesia. Al fin y al cabo, toda población, toda sociedad es,
fundamentalmente, un entramado de familias. Es imposi
ble soñar en una construcción monumental si sólo se
cuenta con adobes para levantarla.
Son los hogares los que fraguan a los ciudadanos. Un
hogar vigoroso y sano engendra y forma ciudadanos vi
gorosos y sanos; y al revés, un hogar enfermizo y enclen
que, forma ciudadanos enfermizos y enclenques.
Sería, sin duda, apasionante un estudio de la influencia
familiar en la formación de las grandes personalidades
que han influido decisivamente en las transformaciones
sociales.
La familia generosa, abierta, creativa, solidaria, enrique
ce la sociedad con hombres y mujeres generosos, abier
tos, creativos, solidarios.
Por el contrario, la familia disfuncional, desestructurada,
conflictiva, siembra la sociedad de personas a-sociales,
conflictivas y violentas.
Monseñor Braulio Rodríguez, obispo de Salamanca, tie
ne razón al afirmar;
50
«Todas las turbulencias de nuestra sociedad tienen su
origen en la falta de equilibrio emocional de la familia.»31
51
versación con los acogidos o con los empleados... Inme
diatamente se pone de manifiesto que detrás de la situa
ción dramática de la persona, está casi siempre la situa
ción igualmente dramática de su familia.
Los estudios psico-sociológicos de los adictos a grupos
sectarios dejan bien patente que las familias desestruc
turadas son formidables cotos de caza y de pesca para
las sectas.
El autorizado profesor norteamericano Asch, entre los
factores de vulnerabilidad al proselitismo de las sectas, se
ñala el sistema familiar moderadamente disfuncional que
implica:
52
sectas. Sin ninguna duda: mucho más le hubiera valido a
la propia familia y a la sociedad prevenir que curar.
Aunque los hijos o miembros de las familias desestruc
turadas (parejas en conflicto, rotas, vinculadas de nuevo)
no lleguen a ser captados por las sectas o seducidos por
otras formas de adicción, con todo entregan a la sociedad
numerosos ciudadanos Insatisfechos, Inseguros, amarga
dos, alterados psicológicamente y que, desgraciadamen
te, van a transferir a las familias que van a fundar, al me
nos, parte de su dolorosa problemática. ¡Es difícilmente
calculable las repercusiones lesivas que, a todos los ni
veles y en todos los ámbitos, produce un matrimonio o
una familia fracasada!
Algunos amigos docentes me han comentado con en
tera coincidencia un brote preocupante de agresividad en
los chicos de entre cinco y diez años. Y todos lo atribuyen
a sentimientos de frustración por la situación irregular o
por la falta de atención familiar. Como afirma el dicho cas
tellano, «aquellos polvos» de desunión, de frialdad, de va
cío, de agresividad, «han traído estos lodos» de persona
lidades desajustadas, agresivas, frustradas e infelices.
53
Así la promoción de una auténtica y madura comunión
de personas en la familia se convierte en la primera e
insustituible escuela de sociabilidad, ejemplo y estímulo
para las relaciones comunitarias más amplias en un clima
de respeto, justicia, diálogo y amor.
De este modo, como han recordado los Padres Sino
dales, la familia constituye el lugar natural y el instrumento
eficaz de humanización y de personalización de la socie
dad: colabora de manera original y profunda en la cons
trucción del mundo, haciendo posible una vida propia
mente humana, en particular custodiando y transmitiendo
las virtudes y los valores 34.
Se podrían multiplicar considerablemente las citas.
Familias que viven en un ambiente de mediocridad, vul- ;
garidad, egoísmo e insolidaridad, inexorablemente apor- í
tarán a la sociedad ciudadanos mediocres, vulgares, |
egoístas e insolidarios. I"
La regeneración social, lo mismo que la eclesial, se ini
cia indefectiblemente en la familia. Sólo con una familia
nueva tendremos una nueva sociedad. í
Juan Pablo II encomia con palabras encendidas la mi- '
sión de la familia de la que, en resumidas cuentas, viene j
a afirmar que ¡el futuro de la humanidad se fragua en ella!
(FC 86). Sin duda alguna.
También futuro, el futuro de la Iglesia y el futuro de la
sociedad, se escriben con f de familia.
FC 42-43.
54
Sin embargo...
Sociedad suicida
55
para el trabajo una familia en paz o si todavía le resuenan
en los oídos los últimos gritos de una pelea familiar. Un
médico o una enfermera no se concentran de la misma
forma si vienen de un ambiente familiar gratificante o si
están amargados por un reciente conflicto matrimonial. Un
funcionario del Estado no atiende con la misma amabili
dad y solicitud si viene distendido de un hogar en paz o
si está tenso por la frustración que vive día a día en su
familia.
¿Qué diremos del rendimiento escolar si, generalmente,
detrás de la conducta irregular de un alumno, de su in
capacidad para concentrarse, su estado permanente de
inquietud, se revela en un porcentaje elevadísimo el fun
cionamiento conflictivo del matrimonio de sus padres?
Desgraciadamente, ni el Estado ni las correspondientes
estructuras eclesiales se empeñan a fondo para preparar
y acompañar a las parejas en su vida de matrimonio y
familia. A la hora de la verdad, ¿no es ésta la asignatura
más importante para la vida?; y, sin embargo, ¿qué for
mación se da en este sentido a los niños y a los jóvenes?
¿Por qué no se mentaliza con charlas o desde los medios
de comunicación social a las parejas que solicitan cons
tituirse en familia?
En realidad, se exigen más requisitos, más preparación,
para ser cartero, empleado de jardinería en el Ayunta
miento, fontanero; se exige mayor preparación para colo
car unos lavabos en un domicilio que para formar una
familia.
Otro tanto ocurre con respecto al matrimonio religioso.
A pesar de las solemnes proclamaciones en favor de la
transcendencia de la familia por parte del papa, de las
conferencias episcopales y, a pesar de las opciones de
los diferentes proyectos pastorales a todos los niveles a
56
favor del matrimonio y de la familia, lamentablemente, en
muchas parroquias, la preparación matrimonial queda re
ducida a un simple papeleo y, en el mejor de los casos,
a un triduo de charlas que se dan y se reciben sin de
masiado entusiasmo que digamos.
Creo que hay en todo ello mucho de negligencia y una
falta de corresponsabilidad compartida. Dar luz verde a
personas inmaduras e irresponsables para conducir una
familia es como dar el carnet de conductor y poner un
coche en manos de quien no sabe conducir. Es crear un
peligro social. Provocará accidentes en cadena que ge
nerarán mucha infelicidad en su entorno.
57
nial con las líneas fundamentales que han de orientar su
vida en pareja y en familia. Son muy pocos los que se
hacen ese favor.
¿No cabría esperar que un número considerable de pa
rejas que se confiesan creyentes y celebran el sacramento
hicieran, solas o con otras parejas, un retiro de fin de se
mana? ¿Qué menos habrían de otorgarse para iniciar con
lucidez y generosidad su vida de casados?
Juan Pablo II urge insistentemente a las distintas es
tructuras eclesiales y a las distintas vocaciones dentro de
ellas a que se comprometan en la pastoral familiar en las
diversas etapas de la vida conyugal y familiar.
58
Juan Pablo II urge a la creación de numerosos medios
y estructuras de ayuda a los matrimonios y familias, es
pecialmente a los jóvenes, en todas sus etapas; urge a
las conferencias episcopales a la publicación de un direc
torio para la pastoral de la familia; urge a los pastores la
creación de «grupos, asociaciones y movimientos e inicia
tivas que tengan como finalidad el bien humano y cristiano
de la familia»37.
Reclama una especial solicitud pastoral hacia «las fa
milias jóvenes, las cuales, encontrándose en un contexto
de nuevos valores y de nuevas responsabilidades, están
más expuestas, especialmente los primeros años de ma
trimonio, a eventuales dificultes, como las creadas por la
adaptación a la vida en común o por el nacimiento de los
hijos»38.
Los obispos del País Vasco y Navarra, escriben con
toda obviedad en su documento colectivo Redescubrir la
familia, n. 136:
59
Tristemente, es irrefutable la afirmación generalizada de
que pastores y fieles nos estamos dejando llevar por la
inercia de una pastoral de conservación indiferenciada e
individualista, olvidando el contexto vital de las personas.
¿Cómo puede ser justificable que haya tantas parro
quias en las que no hay ni el más mínimo proyecto de
pastoral familiar ni matrimonial, cuando la parroquia es
una realidad sociológica compuesta de familias? ¿No es
tamos desaprovechando en gran medida los encuentros
pastorales con motivo de la celebración de los sacramen
tos para asociar a las parejas y familias en orden a un
mayor servicio evangelizador y en orden a promover en
ellas la misión evangelizadora?
En una reciente asamblea de religiosos en la que se
afrontaba el tema de la nueva evangelización, todos los
miembros, unánimemente, afirmaron y firmaron por la fa
milia como destinataria primarísima de la acción pastoral
y evangelizadora. A pesar de esa concienciación de la
transcendencia de la familia que, claro está, no se impro
visó en la asamblea, ¿cuáles son las realidades pastorales
existentes, las mediaciones en ejercicio a favor de la fa
milia? iMuy pocas y muy pobres! En gran número de pa
rroquias, ninguna.
Estoy enteramente de acuerdo con la afirmación rotun
da de Bernabé Tierno:
60
2° ¿Procuramos mental izar a novios y matrimonios cerca
nos a nosotros, con respecto a la transcendencia de la
salud del matrimonio y de la familia en orden al desa
rrollo personal y al funcionamiento de la Iglesia y de la
sociedad?
3.° ¿Qué podemos hacer en este sentido? ¿Podemos co
laborar o ayudar a que otros colaboren en la prepara
ción de los novios al matrimonio?
61
2
Cimiento y cemento
Comunidad de amor
Vocación de hogar
63
«Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a
la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.»'
Ef 5,25.
Ef 5,28-33.
64
educadlos, corregidlos y enseñadles tal como lo haría el
Señor.»3
Fuego en el fogón
Ef 6,1-4.
Col 3,12-16.
Vaticano II, GS 48,1.
65
Interpretando el pensamiento concillar, Pablo VI decía
en su Discurso del 12 de febrero de 1966,10:
66
el amor no soy nada; sin el amor nada soy. Ya pueden
reunirse todos los factores externos del matrimonio, in
cluida la bondad, la buena educación, los medios eco
nómicos, que sin el amor tanto el matrimonio como la fa
milia no es nada.
Sin el alma que constituye al matrimonio y a la familia,
éstos son un perfecto cadáver. A veces en los domicilios
hay hermosos fogones con un montón de leña perfecta
mente compuesto; pero no se ha prendido el fuego; o se
ha prendido mal y se ha apagado; por eso aquel fogón
no pasa de ser un adorno. Esto es lo que ocurre, desgra
ciadamente, con muchos matrimonios y muchas familias;
todo parece perfectamente ordenado, pero no pasa de ser
un montón de leña que no arde. En casa hace frío. Falta
el fuego del cariño.
El amor es el cimiento en el que se basa la familia y el
cemento que la une.
Campoamor canta bellamente con lenguaje poético al
alma del verdadero hogar.
67
ciedad limitada de intereses económicos, de servicios mu
tuos, de cuerpos para el placer. La relación sexual se de
grada a algo puramente instintivo. En realidad, las for
malidades externas no justifican la relación sexual; y,
cuando ésta existe sin amor es ni más ni menos que un
adulterio, algo carente de valor humano y humanizador; el
otro queda reducido a objeto de placer.
«Hay gente que dice que los matrimonios deberían ser
contratos a cinco años» -pregunta un periodista a Ángel
García, fundador de los Mensajeros de la Paz, aludiendo
sin duda a un matrimonio-noticia de prensa por haber he
cho un contrato matrimonial a cinco años de plazo-. «Son
contratos a menos de cinco años. Son contratos mientras
exista el amor -contesta el padre Ángel-, Sin amor no hay
contrato que aguante. Ni el laboral. ¿El amor es vivir en la
misma casa, bajo el mismo techo? SI los hay que no se
hablan...». ¡Cuántos, por desgracia!, añado yo.
El mismo Jesús, con toda claridad, desmitlfica y relatl-
viza los meros lazos carnales. Son más familia quienes
nada tienen que ver en el plano biológico pero se sienten
unidos por un mismo espíritu que los que están vinculados
por lazos de la carne pero muy desvinculados psicológi
camente.
68
voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi
madre.»6
6 Me 3,31-35.
7 Hch 4,32.
8 Le 8,21.
69
los propios hermanos o sobrinos. En ellos, como en Je
sús, significa más el parentesco psicológico que ei camal.
La familia es humanizadora para los miembros que la
integran y mediadora de gracia, libertad y humanismo
para la Iglesia y la sociedad si se mueve por el dinamismo
interno del amor.
J. W. Goethe ha proclamado con sabiduría el significa
del amor, sobre todo en el matrimonio:
Apropiación indebida
70
tico vive un rapto de amor en su experiencia sobrenatural
y el adúltero confiesa que se siente abrasado de amor
hacia su amante; la madre Teresa cogía y sus Hijas si
guen cogiendo por amor en sus brazos generosos al mo
ribundo esquelético; y, encendido por el amor, se abraza
el homosexual a su amante. El vocablo amor se ha usado
para definir muy distintas actitudes.
También en el matrimonio y en la familia existe el egoís
mo que, con frecuencia, se disfraza perfectamente de
amor hasta el punto de que es difícil desenmascararlo.
Con frecuencia, detrás de muchas actitudes excesiva
mente protectoras por parte de cualquiera de los esposos
o de los padres se encuentra una actitud posesiva que
desencadena celos en distintas direcciones: celos mutuos
de los esposos o de uno de ellos, celos de los padres o
de alguno de ellos, que quieren seguir reteniendo como
suyo al hijo o a la hija que se casó, porque no se fía ni
se confía plenamente de que el cónyuge sea capaz de
protegerlo y proporcionarle felicidad.
Son los celos de hermanos que, cuando se sufren en
el tiempo correspondiente, no tienen mayor importancia,
son purificadores, pero que, a veces, sobreviven hasta la
edad adulta, alimentados frecuentemente por el trato de
sigual por parte de uno o de los dos padres.
Se disfraza de amor el afán de apropiarse, adueñarse
de las personas cercanas como si fueran propiedad ex
clusiva.
Es lo que advertía K. Gibrán: «Tus hijos no son tuyos;
son de la naturaleza»... Nosotros, los creyentes decimos:
son de Dios, de su conciencia, de sí mismos, de su au
tonomía.
A este respecto se habla con frecuencia de las madres
posesivas. Pero no sólo hay madres posesivas. Hay es-
71
posos/as posesivos, hermanos posesivos, amigos pose
sivos. Hay quienes toman el acta de matrimonio o el de
nacimiento del registro civil como un título de propiedad
sobre los suyos.
Es fácil engañarse creyendo que todo ello es pura ex
presión de amor, que la obsesión por el esposo/a o el hijo
querido es signo de un amor consumado, total, de pro
tección a él, cuando en realidad hay mucho de búsqueda
de autoprotección, de la seguridad que ofrece un ser in
condicional a nuestro lado.
En el matrimonio y en la vida de familia el amor se dis
fraza a veces de autoritarismo. Se trata de llevar al otro
por el camino seguro, de evitarle riesgos, de meterle un
poco a la fuerza por el que se cree el camino verdadero.
Es por su bien..., para que no se extravíe.
Detrás de esta solícita preocupación por el familiar ac
túa inconscientemente la ambición y el ejercicio del poder.
Hay quienes tienen una necesidad vital de mandar, para
sentirse superior a alguien o simplemente para sentirse
alguien. Entre quienes no gozan de reconocimiento social
fuera de la familia, algunos buscan el dominio autoritario
sobre los miembros de la familia como una forma de com
pensación. Así es como nos encontramos con personas
que fuera de casa son ejemplarmente condescendientes,
grandes demócratas, y en su casa, sin embargo, ejercen
un autoritarismo intolerable.
72
vés de él. Es el padre que quiere a toda costa que sea
el arquitecto que él es para que le suceda y vea perpe
tuado su renombre, o para que sea el que él ha querido
ser y no ha podido. Son los sueños de grandeza de la
madre que quiere ver realizados en alguno de sus hijos.
O los de la mujer que quiere ser la esposa de alguien
importante al que martiriza, por su bien, desde luego, para
que luche y alcance el objetivo.
Detrás del disfraz de la ayuda desinteresada y del deseo
caritativo de ver triunfar a quien se quiere, se esconde la
propia ambición, el deseo de triunfar a través del otro.
Como ocurre con el entrenador que aspira a ganar viendo
cómo lo hace el equipo que entrena. Ambiciona el éxito a
través de sus jugadores.
No es infrecuente convertir al familiar ¡lustre en una es
pecie de insignia que se cuelga tanto el clan familiar como
el de los amigos y maestros. A los familiares famosos se
les airea, se les presenta, se cacarea la propia vinculación
con ellos. Al difamado, deficiente o delincuente, se le aleja
del círculo de la propia vida. Conozco familias avergon
zadas que ocultan a hijos deficientes. Se las arreglan para
que no te encuentres con ellos.
¿Cuántas veces, igualmente, el interés económico se
pone el disfraz del amor, del afecto a la persona, cuando
en realidad a los que se siente afecto es a sus intereses
económicos? ¿Cuántas veces el matrimonio más que co
munión de vida y amor se convierte en asociación de bi
lleteras, de sueldos, de fortunas? ¿Cuántos matrimonios
muertos van tirando unidos y uncidos sólo por el yugo de
los intereses económicos o por no afrontar la Incomodidad
de romper los esquemas de la vida, que nos permiten
tener cubiertos los servicios domésticos?
73
«Te quiero porque te necesito»
74
amor y al amor verdadero. El primero dice a la persona
amada, naturalmente de forma inconsciente: Te quiero
porque te necesito; y el segundo: te necesito porque te
quiero.
Te quiero porque te necesito, te quiero a mi servicio. Es
decir, le quiere con un amor captativo, como el macho
que necesita a la hembra y trata de ganarla con su flirteo.
Ya el nombre en sí mismo resulta desconcertante y pone
de manifiesto los sentidos contradictorios que se dan al
vocablo amor: amor captativo, propiamente es una contra
dicción. El verdadero amor sólo puede ser oblativo.
Benevolencia y beneficencia
Bene-volencia
75
benevolencia y de beneficencia, el amor de amistad y el
amor erótico.
Dice Octavio Paz en uno de sus libros:
76
yuges; no se trata de celos eróticos, sino de celos de
prestigio. Bene-volencia significa congratularse con el éxito
del esposo/a, hacer propio su prestigio social o profesio
nal.
Para que se pueda verificar esta comunión de senti
mientos es imprescindible, naturalmente, la comunicación
y el diálogo. ¿Cómo uno de los esposos va a compartir
las angustias y las alegrías del otro si se mantiene cerrado
como una tumba? ¿Cómo los padres van a hacer suyos
el dolor y la alegría de los hijos, o al revés, si todos se
mantienen enquistados como crustáceos? ¡Cuántos mar
tirios secretos sufridos a solas!, ¡cuántas alegrías gozadas
en privado y sin poderlas compartir!...
Casarse es, justamente, convertirse en cónyuge, y cón
yuge significa en sentido etimológico el que lleva el yugo
con otro, con-yugo. La palabra más castellanizada lo dice
más claramente, con-yugados: los dos corren la misma
suerte, los dos llevan las mismas cargas, los dos com
parten las mismas situaciones de alegría o de sufrimiento.
Es lo que ocurre en toda verdadera amistad. Desde que
se ha verificado la comunión de los espíritus, ya no existen
mis penas ni mis alegrías, sino nuestras penas y nuestras
alegrías.
Bene-ficencia
Junto a la bene-volencia, nuestro amor a todo prójimo
reclama, asimismo, la bene-ficencia, en el sentido original,
en el sentido etimológico de hacer el bien al otro. Todo
sentimiento de benevolencia que no impulse a la benefi
cencia no pasa de ser un sentimentalismo vacío.
La beneficencia implica ayudar al otro, en este caso
concreto, al cónyuge, a los hijos, o a cualquier otro miem
bro de la familia, en todos los ámbitos de la vida. Implica,
77
en primer lugar, ayudarle a crecer como persona; y por lo
tanto, a crecer en libertad y autonomía, en capacidad de
amor, diálogo, servicio y solidaridad, en amistad, en res
ponsabilidad, en tolerancia y fortaleza.
El amor de beneficencia implica buscar la felicidad de
los demás antes que la propia, actitud de servicio hacia
el esposo/a, hijo o miembro de la familia. Implica llevar a
la práctica el principio de que más vale servir que ser ser
vido. Implica el amor sacrificial, el olvidarse de sí y dar la
vida, el tiempo, para servir a los miembros de la comu
nidad familiar. Es el amor que proclama Jesús cuando
afirma: «Nadie tiene amor más grande que quien da la
vida por sus amigos» ", por el esposo/a, por los hijos, por
los miembros de la familia.
Amor de benevolencia es hacer lo que hacen muchos
padres con respecto a sus hijos y muchos esposos con
respecto a su cónyuge: preferir lo peor para ellos en co
mida, en vestido, en diversión: Que viajen ellos, que se
diviertan ellos, que gocen de la vida ellos. Aunque, la ver
dad, es que esto siempre ha de ser con cautela para no
maleducar a los hijos y convertirlos en reyezuelos en el
hogar. Lo ideal es: todos iguales. Por el bien de ellos. Sólo
puede haber una excepción: los niños, los enfermos y los
ancianos.
Aquí es donde se hace patente la verdad de la cono
cida definición del amor: Amar es morir, amar es olvidarse
de sí.
Existe esta dimensión de bene-ficencia en un matrimo
nio o familia cuando sus miembros rivalizan por servir an
tes que por ser servidos 11 12.
11 Jn 15,13.
12 Cfr. Mt 20,27.
78
Este amor, esta entrega, este espíritu de servicio, para
el cristiano, viene iluminado por la fe que le permite des
cubrir en el otro al mismo Cristo al que se sirve en el
familiar de carácter intolerable, en el anciano cargante y
caprichoso, en el hijo desagradecido y perturbador. El cre
yente sabe que en ese ser, querido a pesar de todo, está
sirviendo al propio Cristo encarnado y desfigurado en él.
«Conmigo lo hicisteis»13, asegura taxativamente el Señor.
No se puede olvidar que el otro, antes que esposo/a,
antes que padre, hermano o hijo es persona, hijo de Dios,
morada de Dios14.
Éste es el amor que ha de estar en la base de todos
los amores. Los otros amores sólo sobreviven a las difi
cultades y vaivenes de la vida si se fundamentan en este
amor. Este amor desafía las canas y las calvas, la celulitis
y la obesidad, las dificultades económicas y las traiciones
comunes. Ésta es la fidelidad que prometen los novios en
el momento tembloroso de su consentimiento matrimonial:
«Te quiero y me entrego a ti; prometo serte fiel, en las
alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad
todos los días de mi vida».
Este amor es el que tiene como cimiento la dignidad
divina de toda persona humana, su condición de hijo de
Dios, la convicción de que amar y servir a los demás es
un privilegio.
Este amor supone personas maduras; éste es el amor
requerido inexorablemente para que el matrimonio y la
vida de familia puedan ser decorosamente viables. Éste
es el amor que hace que el matrimonio no sea apto para
menores psicológicos, para inmaduros, por más que ten-
13 Mt 25,40.
14 Cfr. Jn 14,23; 1 Cor 6,19.
79
gan cincuenta años, para personas egoístas y capricho
sas. Éste es el amor que ha de estar en la base de toda
relación humana, y sin el cual ninguna de ellas tiene ga
rantía de perdurabilidad. Suelo decir con frecuencia que
cuando se casan dos chiquillos, en sentido psicológico,
terminan haciendo chiquilladas en su matrimonio.
La preparación remota para el matrimonio de la que ha
bla Juan Pablo II en la Familiaris consortio, yo diría que
consiste básicamente en el aprendizaje del amor gratuito,
en realidad, el único amor verdadero. El egoísta ha de
cambiar de actitud o que, de antemano, dé por fracasado
su matrimonio.
Amar es morir, se ha dicho genialmente. Es morir por
que es olvidarse de sí. Es hacer que, sobre todo, cuenten
los otros en mi vida, en mis preocupaciones. Es ser, como
dijo certeramente el teólogo mártir D. Bonhoeffer de Jesús,
«el-hombre-para-los-demás»... Esto se dice fácilmente,
pero supone una gran aventura. Es una tarea para toda
la vida.
Este amor de bene-voienda y bene-ficencia, iluminado
por la fe en el carácter divino de todo ser humano, hemos
de profesarlo todos hacia nuestro prójimo. Es algo que
toda persona, todo creyente, ha debido vivenciar antes de
formar una familia. Es el presupuesto para cualquier re
lación humana.
80
Amigos íntimos
15 Hch 4,32.
16 Jn 13,34.
,7 Jn 15,15.
81
La amistad es la maravilla de las maravillas humanas.
Es lo que realiza de verdad el misterio Trinitario de Dios,
su ser de Familia:
Jn 17,23.
19
Le 8,19-21.
82
un nosotros que modifica sustancialmente nuestras vidas.
Vivimos constante y fielmente el uno en referencia al otro.
Ser amigos los esposos o padres e hijos es compartir
lo más profundo de la vida: los sentimientos, alegrías y
tristezas, la misma visión de la realidad, el sentido de la
vida, las esperanzas, un proyecto común. Este compartir
es mucho más transcendental que compartir cosas, ta
reas, bienes, hijos, domicilio, tiempo.
Para llegar a esta comunión espiritual son condiciones
imprescindibles la confianza y la confidencia.
La confianza supone fiarse enteramente el amigo del
amigo. Sabe que puede decirle lo que sea, sabe que pue
de entregarle lo más íntimo de su vida, sabe que puede
firmarle en blanco lo que sea, porque nunca jamás le trai
cionará. Se fía del otro como de sí mismo.
La confianza abre la puerta a la confidencia; y al revés
también. Los amigos conocemos lo que hay en nuestros
archivos más secretos de los otros amigos. Entre nosotros
no existen secretos. Los amigos se narran mutuamente la
vida y sus incidentes, sus victorias y sus derrotas, sus
horas jubilosas y sus horas amargas. Porque hay confian
za, hay confidencia; y por los amigos se abren de par en
par recíprocamente el sanctasanctórum de su intimidad
sin inhibiciones. Jesús liga la amistad a la comunicación
de los secretos:
20 Jn 15,14-15.
83
«Entre nosotros -me contesta-, porque así nos lo hemos
propuesto desde el principio, ni ha habido, ni hay, ni habrá
secretos». Por suerte, son muchas las parejas a las que
he escuchado lo mismo.
Pero, desgraciadamente, hay también muchos cónyu
ges que ponen a resguardo de su marido o de su esposa
demasiados secretos: ¡Por favor, que no se entere mi ma
rido, que no lo sepa mi mujer!..., hemos tenido que oír
todos incontables veces.
Para que pueda producirse ese casamiento de almas
es preciso un diálogo continuo y profundo, un decirse a
sí mismo, no sólo decirse cosas, contarse acontecimientos
y comunicarse noticias, sino llevarse mutuamente a los só
tanos de la propia personalidad. Si los cónyuges o los
miembros de la familia son unos crustáceos, no hay po
sibilidad de amistad; no hay posibilidad de auténtica vida
de familia.
Esto requiere, asimismo, realimentar conjuntamente el
espíritu con la reflexión, la meditación, la lectura, para que
puedan comunicarse, enriquecerse y comulgar más inten
samente sobre los temas de la vida. Para que puedan
coincidir en la misma jerarquía de valores, en la misma
visión sobre el trabajo, la fe, el sufrimiento, la educación
de los hijos, la amistad, la caridad, sobre todo lo humano
y lo divino.
Como decía Antonio Machado:
84
La gran tarea que tienen los jóvenes en su preparación
para la vida conyugal, para la vida de la familia que quie
ren fundar, es aprender a ser amigos. La mayor preocu
pación de los padres en la educación de los hijos es en
señarles a ser amigos. Y para enseñarles la gran sabiduría
de la amistad, es preciso que se la muestren hecha ex
periencia en su propia vida de pareja y con las personas
más cercanas. Si ya desde jóvenes se muestran como
crustáceos impenitentes, tienen asegurado el fracaso con
yugal y familiar. A ser cordiales, abiertos y comunicativos
es algo que se aprende en las faldas de la madre. En ese
sentido afirmaba muy lúcidamente Napoleón: «La educa
ción de los hijos comienza antes del casamiento de sus
padres».
El matrimonio es amistad
85
sexo o en otras compensaciones externas durará mientras
los egoísmos coincidan.
La pasión (el amor-eros), el enamoramiento, como todo
el mundo sabe, es antojadizo, voluble, fluctuante, incon
sistente. Sólo la amistad (el amor-agapé) es consistente,
es «más fuerte que la muerte», como señala rotundamente
la Escritura.
Montesquieu confesaba: «Estoy enamorado de la amis
tad». Los casados habrían de decir todos con toda ver
dad: Somos dos enamorados-amigos, o dos amigos-ena
morados, como se prefiera.
86
tirán casados, «ni ellos ni ellas se casarán, sino que serán
como ángeles en el cielo»21, pero serán amigos.
«Hoy existen soledades atroces dentro del mismo ma
trimonio», afirma Juan Arias. Eso mismo digo yo después
del encuentro con tantas y tantas parejas... ¡Qué fracaso
tan estruendoso, origen de otros muchos fracasos en ca
dena!
En todo matrimonio, para que lo sea de verdad, se han
de dar de forma eminente las manifestaciones de afecto
que san Agustín señala para toda clase de amigos:
21 Mt 22,30.
22 San Agustín: Confesiones, 1,8,13.
23 Mt 7,25.
87
desgracia hasta llegar a ese amor maduro, casi místico,
de matrimonios ancianos que van por la vida permanen
temente cogidos de la mano como los recién casados.
«En el verdadero y óptimo matrimonio -escribe san
Agustín-, a pesar de los años y aunque se marchite la
lozanía y el ardor de la edad florida, entre el varón y la
mujer impera siempre el orden de la caridad y del afecto
que vincula entrañablemente al marido y a la esposa.»
En nuestros días es González Faus quien afirma que:
88
de al amor erótico, a la fascinación amorosa que el uno
ejerce sobre el otro.
Se trata por lo tanto, en el caso de los esposos, de un
amor total, en cuerpo y alma.
Un matrimonio por caridad, por compasión, paternalista
o maternal, sin el componente erótico tiene malos presa
gios de futuro.
Un matrimonio Idealista, por pura amistad, por coinci
dencias ideológicas y por compartir las mismas sensibili
dades, sin atracción sexual, sin encarnación erótica, está
seriamente amenazado. Puede producirse lo que yo lla
maría esquizofrenia afectiva, una especie de poligamia
psicológica: un sentimiento de admiración por la grandeza
moral de la propia esposa/o, por una parte; y un senti
miento de atracción por una mujer guapa o por un hombre
elegante que se cruza en el camino, por otra.
«El que quiere ser ángel se convierte en bestia», afirma
el dicho.
Un matrimonio vivo y feliz es el resultado de enamorarse
mutuamente día a día.
Antonio Gala, con esa incandescencia poética que le
distingue, escribe:
89
He conocido y conozco numerosos matrimonios unidos
por un amor tan íntimo, sublime, espiritual y poético que
su recuerdo eleva el alma.
Se necesita el componente romántico, hoy, desgracia
damente, tan escaso en muchas parejas. Pero, sin jugar
a ángeles; eso será en la otra vida24.
La sexualidad conyugal
Mt 22,30.
90
porvenir común; requieren una existencia de respec
to, de fidelidad, de gozo; expresan la acogida de una
fecundidad; están abiertos a la vida donada; partici
pan en la obra creadora... Por eso, tales gestos no
tienen verdadero sentido y una rectitud moral sino en
el matrimonio legítimo” (Cardenal Suenens).
Es preciso poner de manifiesto las diferencias corpora
les, psíquicas y sexuales que existen entre el hombre y la
mujer. Y es importante para la vida matrimonial conocer la
distinta manera que tiene el hombre y la mujer de vivir y
expresar su sexualidad. Así se evitarán muchos traumas y
frustraciones en las relaciones sexuales matrimoniales.
a) La mujer tiene más facilidad para integrar lo afectivo y
lo instintivo pasional. Es más sensible a la ternura y a
los estímulos físicos (caricias y besos en todo el cuer
po), y a la fantasía (mayor excitabilidad ante una lec
tura erótica que ante una fotografía). La mujer consi
gue mayor variedad y riqueza de experiencias eróticas,
pero es más lenta en el proceso. En general, podemos
decir que la mujer está bastante condicionada por lo
social en su conducta sexual, pero se permite des
viarse con facilidad de la “imagen de lo femenino”.
b) El hombre puede expresar y satisfacer lo instintivo de
la sexualidad separadamente de lo afectivo. Es mu
cho más sensible a los estímulos eróticos concretos
y es más rápido en su excitación ante los mismos.
Los condicionamientos sociales le afectan menos y
pasa por encima de ellos con mayor facilidad. Sin
embargo, sigue con mayor facilidad la “imagen de lo
masculino”. La potencia y la mayor frecuencia sexual
es algo que preocupa mucho al hombre.
"Vio entonces Dios todo lo que había hecho, y todo era
muy bueno”25. También el sexo del hombre y la mujer, por
25 Gn 1,31.
91
supuesto. Pero no es necesario recordar que su grandeza
y dignidad están expuestas a la profanación, a la degra
dación. Como es evidente, los seres humanos degradan
incesantemente su condición sexual.
He aquí algunas formas de degradación sexual:
92
de agua. Esta teoría ha sido fatal para muchos chicos
y chicas. Sus defensores afirman que es una teoría
marxista. ¡Bonito marxismo! Considero la famosa teo
ría 'del vaso de agua’ como no marxista y por aña
didura como antinatural. Cierto, hay que apagar la
sed. Pero un hombre normal, en condiciones igual
mente normales, ¿se echaría en tierra por casualidad
para beber en un lodazal de agua corrompida? ¿O
beberá un vaso manchado en sus bordes con las
babas de otras muchas personas? Pero, sobre todo,
io que importa en todo esto es el aspecto social. En
efecto, beber agua es asunto personal. Pero en el
amor están implicadas dos personas y puede venir
un tercero. De ahí se deriva su interés social y su
dimensión colectiva”.»
93
y en el sentido de que el cónyuge satisfecho sexualmente
(casi siempre el varón), se desentiende de la Insatisfacción
del otro cónyuge, la esposa generalmente.
La relación sexual tiene verdadero valor humano y hu-
manizador cuando se celebra en un contexto de armonía
vital integral entre los cónyuges, cuando el amor no viene
determinado exclusiva ni primordialmente por los atracti
vos físicos, sino también por los psíquicos y morales;
cuando hay, sobre todo, un atractivo de los espíritus gra
cias a la amabilidad, la delicadeza, la Inteligencia, la ale
gría, la bondad y la comprensión, etc.
Los esposos no han de reducirse a expresar sexual
mente el amor por puro instinto pasional o biológico, ni
por un imperativo o por deber, sino cuando entre ambos
se haya creado un clima de intimidad y de amor que pida
naturalmente vivir ese amor y ese deseo de intimidad se
xualmente. En este sentido tiene un gran contenido hu
mano la plegaria de Tobías en su noche de bodas con
Sara, su prima. No quiere vivir su relación al estilo de los
paganos, desde el puro egoísmo del instinto, sino desde
la generosidad del amor.
Tob 87,4-8
94
Muchas mujeres, postergadas en la vida cotidiana, de
las que el marido sólo se preocupa a la hora de la relación
sexual, se sienten instrumentalizadas y, por eso, con fre
cuencia se declaran justamente en huelga sexual. Algu
nas, Incluso, llegan a padecer por esta razón (la mujer
siempre es más unitaria) frigidez sexual.
Hay muchas parejas que han vivido y viven conflictos
dramáticos a consecuencia de que su relación sexual está
amargada por el pavor a un nuevo embarazo. Es preciso
que se pongan de acuerdo para que puedan gozar des
preocupadamente de la relación sexual sin miedo a la
concepción. Hay esposas que por este motivo han sufrido,
aterrorizadas, la relación sexual, terminando en perturba
ciones sexuales o frigidez. Otras se han negado y se nie
gan a ella con lo que el marido se siente tentado a correr
aventuras y poner en riesgo su matrimonio. A la hora de
hacer los matrimonios una opción, han de tener en cuenta
la jerarquía de valores. En esa jerarquía ocupan los pri
meros puestos: la armonía de los cónyuges, su equilibrio
psíquico y el bien de los hijos ya nacidos. No siempre se
ha tenido esto en cuenta, haciendo prevalecer valores se
cundarios.
Muchas parejas sufren conflicto por desarmonía sexual.
Sexo con amor. Los psicólogos, psiquiatras y expertos ,
matrimoniales, Enrique Rojas, por ejemplo, hablan del
consumismo del sexo. Se multiplican las relaciones sexua
les en cantidad, pero carecen de calidad, de contenido
afectivo. Juan Tenorio es la figura que encarna esta an
siedad sexual, cuya satisfacción momentánea provoca una
inmediata insatisfacción. Todos los psicólogos están de
acuerdo en que detrás de las adicciones al juego, a las
sectas, a la droga, al alcohol, hay un vacío afectivo mo-
tlvador. Lo mismo hay que decir con respecto a la adlc-
95
ción al sexo. Hay un ejercicio sexual vacío de afecto que
reclama el consumismo sexual. La relación sexual consu
mista resulta grandemente empobrecida porque no pasa
de ser un placentero roce de epidermis.
La vieja película titulada «Los 400 golpes» refleja gráfi
camente la degradación del acto sexual a un acto instin
tivo de animal irracional, cuando presenta al protagonista
que, después de su acto sexual, al despedirse, pregunta
a la pareja: «Pero, y a todo esto, ¿tú cómo te llamas?».
No le interesaba la persona, sólo un cuerpo con el que
retozar lascivamente.
«Las encuestas aseguran que los españoles hacen el
amor poco y mal. ¿Esto le deja indiferente? -le pregunta
un periodista al padre Ángel García-. «No. Me deja preo
cupado. Los que hagan el amor que lo hagan bien y mu
chas veces -responde con ironía-. Porque para hacerlo
poco y mal... Ahora bien, ¿hacer el amor es el acto sexual
o es algo más?»...
96
«Todo el secreto del amor -escribe certeramente Mara-
ñón- está en la calidad y la gracia. Y por gracia hemos de
entender el que la fruición material, lo que exige el instinto,
siempre bárbaro, no sea nunca un objetivo ni un premio
del amor, sino una leve y delicada brasa que caldee y
coloree de rosa a todo eso otro semi-divino que es el ren
dimiento, el sacrificio, el dar y no pedir, sin lo cual el amor
es sólo una cárcel con las paredes adornadas de estam
pas prohibidas, sin maldita la gracia.»
«Situar la sexualidad»
97
acto íntimo de persona a persona, nunca de cuerpo a cuer
po. ¿Qué quiere decir esto? Sencillamente que cuando al
otro se le trata sólo como ser físico, portador de un cuerpo,
se le escamotea la grandeza y profundidad del mismo.
Esto es lo que pasa en algunas ocasiones.
Por una parte estamos anegados de sexo mediante una
propaganda erótica continua. Es difícil si uno se deja llevar
por esos derroteros ver la sexualidad con unos ojos lim
pios, sanos, normales. Permanentemente somos invitados
al sexo por los medios de comunicación social. Y esta con
vocatoria se hace de forma divertida, epidérmica, como
una liberación que plenifica y conduce a la maduración de
la personalidad.
Todo este mensaje, apretado, sintético, englobado y en
vuelto en sus mejores aderezos, lleva al que no tiene ideas
claras a pensar que ésa es la condición humana. Y nada
más. Y eso es sustancialmente falso: reducir la sexualidad
a un medio para utilizar al otro, sin más, la rebaja de ran
go, la envilece. La sexualidad desconectada del amor y de
los sentimientos conduce a lo neurótico. Falsifica su ver
dadero sentido y, hablando y pregonando libertad, se ter
mina en una de las peores esclavitudes que puede pa
decer un sujeto: vivir con un tirano dentro que empuja y
obliga al contacto sexual preindividual y anónimo.
El cuerpo es algo personal, particular, propio. Éste debe
ser integrado en el conjunto de la personalidad. La sexua
lidad es un lenguaje cuyo idioma es el amor: por eso la
relación sexual debe estar presidida por el amor a la otra
persona, que es una entrega rica y diversa, que no sólo
se produce en el terreno de la sexualidad. Amor personal
comprometido, estable, que vincula a lo corporal, a lo psi
cológico y a lo espiritual. Dicho en términos más rotundos:
el acto sexual auténtico, verdadero, es simultáneamente fí
sico, psicológico y espiritual. Los tres participan directa
mente en esa sinfonía íntima, misteriosa, delicada y que
98
culmina con la pasión de dos seres que se funden en un
abrazo...
¿Dónde situar esa pieza que es la vida sexual? La se
xualidad no es algo puramente biológico, un placer ligado
al cuerpo, sino que mira a lo más íntimo de la persona.
De ahí que debe ser instalada junto, al lado y envuelta por
el amor...
Hoy estamos asistiendo a una verdadera idolatría del
sexo. Yo sólo quiero llamar la atención sobre ello. Se ha
instalado en el corazón de nuestra sociedad el sexo a to
das las horas, a impulsos de la pornografía y sus deriva
dos. Cosificación degradante del sexo. Con una nota sui
géneris: trivializa el sexo y a la vez, lo convierte en religión.»
La comunicación sexual
«El matrimonio es convivencia sexual -escribe acerta
damente José Antonio Pagóla-, Varón y mujer, sexualmen-
te diferentes y complementarios, pueden vivir juntos ple
namente el misterio gozoso de la sexualidad humana. La
convivencia sexual abarca diversos aspectos. Señalo los
niveles más importantes:
El varón y la mujer se pueden expresar a través de su
corporeidad, a través de sus gestos y de todo el lenguaje
de su sexualidad. De esta manera, el hombre y la mujer
salen de su interioridad y se desvelan, se revelan, se ma
nifiestan. Naturalmente esta expresión a través de la se
xualidad (besos, abrazos, caricias, acogida, abrazo con
yugal..,) es plenamente humana cuando es sincera y cuan
do encuentra en el otro una respuesta y una confianza real.
Pero el varón y la mujer no sólo se expresan, sino que
se comunican y se encuentran sexualmente en el matri
monio. El hombre y la mujer están llamados al encuentro
y a la comunicación sexual. No se trata de un encuentro
puramente biológico, fisiológico. El encuentro sexual es hu
mano cuando a través de los cuerpos se abrazan las per-
99
sonas, es decir, se hacen presente y se comunican como
personas. Esto, naturalmente, pide que el encuentro sexual
no sea ambiguo, no sea una máscara que oculte a la per
sona, sino que sea la comunicación de lo mejor que hay
en cada uno de ellos.
Pero, además, el varón y la mujer se complementan y
enriquecen mutuamente en el encuentro sexual. El ser hu
mano es bisexual, diferenciado, masculino y femenino. El
varón y la mujer se sienten mutuamente atraídos y llama
dos a la complementariedad. Disfrutan y se enriquecen
cuando saben acogerse mutuamente. Se ayudan recípro
camente a crecer, fundiendo sus vidas, compartiendo la
existencia desde el encuentro sexual.»27
Momento de gracia
100
para el placer. Como señala el Concilio, la relación sexual
es «digna y honesta» porque ahí el amor se manifiesta, se
fomenta, se recrea y se fortalece. Pero el amor matrimonial
no puede agotarse en lo meramente físico y genital. Por
eso decía Nietzsche: «En el verdadero amor, el alma en
vuelve el cuerpo». El amor pide y necesita elegancia, fi
nura, respeto..., y esto sólo lo puede dar el espíritu.
101
ha de regirse también por las leyes del espíritu. Por esto,
la unión sexual plenamente humana no puede limitarse a
ser una mera experiencia de placer compartido. Lleva en
sí la promesa de una llamada a la felicidad, fruto de la
total comunicación hecha en una entrega de amor.
Esta lectura humana de la vocación del hombre y de la
mujer a la intercomunicación sexual y al amor está pre
sente en la mente y el proyecto originario de Dios. Dios
creó a la mujer para que el hombre no estuviera solo y, al
imprimir en ellos su imagen, los hizo capaces para el diá
logo y la comunicación que hallarán su plena expresión en
la mutua donación sexual en el cuerpo y en el espíritu,
haciendo de ellos una sola carne29. La capacidad del
hombre y de la mujer para comunicarse y amarse, adquiere
en la vida compartida y en las múltiples manifestaciones
propias de la sexualidad humana, una expresión particu
larmente intensa y llena de promesas de realización per
sonal.»
29
Gn 1,27; 2,18.24.
30
Gn 2,24.
102
viven su amor matrimonial expresándolo corporalmente en
su intimidad conyugal.
Pero, además, los esposos cristianos celebran su unión
sexual como una fiesta de amor, de intimidad, de placer,
no sólo bendecida por Dios, sino donde se hace presente
el amor gozoso de Dios para aquella pareja. El sacramento
del matrimonio, lejos de destruir el placer o la felicidad
matrimonial, ofrece a los esposos la posibilidad de abrir
su amor sexual a su dimensión última y transcendente ha
ciendo de su unión amorosa signo y presencia del amor
de Dios.
Todo esto exige naturalmente que la entrega sexual sea
signo de una entrega amorosa, sincera y real. Que la unión
de los cuerpos exprese la unión de los corazones.»3'
103
Phil Bosmans, ese gran conocedor del ser humano, es
cribe:
1 Tm 2,9-10.
104
Pero, como el mismo apóstol indica, han de cuidar jui
ciosamente su estética. No sólo ellas, También los espo
sos, porque se deben no a sí mismos sino al cónyuge al
que han de complacer34.
Hay esposos que incurren en el descuido y desaliño
estético de su cuerpo con lo que lesionan su propio ma
trimonio. «Enamorarse -afirma atinadamente Enrique Ro
jas- es fácil; permanecer enamorado es difícil.»
El fuego sagrado del amor se mantiene y crece con
caricias, gestos de ternura, con diversas muestras de ca
riño y, por supuesto, con la relación sexual. Pero no se
ha de absolutlzar. Su fuerza ¡nterrelacionada depende del
espíritu que la anime. En este sentido, escribe atinada
mente Gregorio Marañón: «Una comida cordial puede de
jar huellas más duraderas en el espíritu, que una noche
de pasión carnal sin amor verdadero. Sólo el espíritu, nun
ca la materia, deja marcado el rastro de su planta, tanto
para bien como para mal».
Con respecto a las tres dimensiones del amor matri
monial, hay que resaltar que es preciso vivirlas indivisa e
integralmente. Las tres son tan fundamentales como los
tres grandes elementos que construyen un hogar edificado
con la solidez del cemento armado: el hierro que une y
vertebra es la amistad profunda; el cemento que cohesio
na, la caridad cristiana; y la arena, el amor erótico.
34 1 Cor 7,4.
105
tu amor será eterno; puesto que es lo infinito que se coloca
más allá de ellos mismos lo que permite a un hombre y a
una mujer eternizar su amor.»35
106
3
Calificativos del amor conyugal
Respetuoso
Cor 13,4-7.
107
trimonio y a la familia reclaman, como es evidente, una
significación y concreción muy específicas.
Como tantas veces se ha dicho, cuando en el matri
monio los esposos o los miembros de la familia se pierden
el respeto, el hogar está seriamente amenazado de ruina
y sólo se sostendrá apuntalado por las conveniencias ex
teriores de los intereses económicos, de la necesaria aten
ción a los hijos o de la apariencia social.
Es preciso afirmar de entrada que el respeto es una
actitud positiva, no es una mera abstención de actitudes
irrespetuosas. El respeto implica una auténtica veneración
de la dignidad del otro, de todo ser humano, y especial
mente, del esposo, de la esposa, de los hijos o de cual
quier miembro de la familia.
No hace falta recurrir a la fe. No es necesario ser cris
tiano para ello. Hay muchos que gozan de esta gracia y
profesan un respeto sagrado a las personas. Pero el cris
tiano se siente más urgido por la fe, porque ha de des
cubrir en todo prójimo un hijo de Dios que vive en co
munión con la Familia Divina de la Trinidad.
2 1 Jn 3,1.
3 1 Jn 4,19-21.
108
Dios quiere ser amado, servido, honrado en esos pri
meros prójimos, que son para cada uno los miembros de
su familia.
Todo gesto de servicio, de veneración y de ayuda hacia
cualquier miembro de la familia humana es un gesto de
servicio, veneración y ayuda a la Familia Divina. Es una
verdadera acción litúrgica, como con tanta insistencia nos
recuerda el Concilio con respecto a las tareas de todo
cristiano, investido del carácter sacerdotal, real y profético
de Cristo4.
Cuando cualquier miembro de la familia, al pie de la
cama del familiar enfermo, recoge las flemas de sus bron
quios obstruidos, le limpia el sudor de la fiebre o le da un
beso de cariño solidario, está realizando lo mismo que
hizo la Verónica cuando le limpió a Jesús maltrecho su
rostro, lleno de cuajarones de sangre y escupitajos, igual
que hicieron las piadosas mujeres con su cuerpo masa
crado, desenclavado y muerto.
Cuando uno de la familia tiene un gesto de ternura para
con los demás miembros de la familia está repitiendo el
gesto de María Magdalena ungiendo al Maestro cariño
samente con el perfume.
Cuando cada uno trabaja para colaborar en la vida co
mún, está reactulizando el quehacer de María y de José
al servicio de Cristo, presente en la persona de los demás
miembros. Esto no es un pietismo romántico y ñoño, sino
puro mensaje de Jesús, fiel y reiteradamente transmitido
por su Iglesia a través del Nuevo Testamento y de sus
mejores intérpretes: los Padres de la Iglesia y los teólogos
de todos los tiempos.
Lo que hace falta es vivir la cotidianidad de la vida fa-
109
miliar desde la fe y desde el amor, no desde la rutina, ni
desde el no hay más remedio (desde la resignación), sino
desde el gozo.
5 1 Cor 13,5.
110
en presencia de los hijos, tiene, francamente, un efecto
demoledor. Pero no se crea que tienen menos efecto le
sivo, a largo plazo, esas batallas diplomáticas donde, de
bido a las formas educadas, se dispara la misma metralla
pero con armas silenciosas.
La verdad es que, con frecuencia, no se trata más que
de bombas de humo, que todo es de boca para afuera
pero, a pesar de todo, generan un clima de violencia,
agresividad y ordinariez psicológica increíblemente defor
mador. Estas actitudes, en parte, son fruto de la excesiva
confianza, que es mala confianza. Y a veces, una forma
de descargar (iqué equivocación!) la agresividad impor
tada del entorno laboral y/o social. «Me parece un martirio
insoportable escuchar los gritos histéricos de mi mujer;
todo lo dice a gritos», me confesaba un feligrés amigo
mío.
Ni poseedores, ni poseídos
111
La primera y más básica expresión de respeto al otro,
al esposo, a la esposa, a los hijos, a los padres, a cual
quier prójimo, es no a-propiarse de él y degradarle a la
condición de instrumento, de utensilio (de esta palabra vie
ne el verbo utilizar) para el propio servicio. Ésta es una
actitud gravemente pecaminosa con el respeto debido al
otro, ya que se le cosifica o se le reduce a un animal
doméstico. Ya he hecho alusión a ello al hablar de los
egoísmos disfrazados de amor.
La tendencia egoísta innata es acercarse a los otros
para servirse de... ellos. La consigna de Jesús es acer
carse para servir a... Es la doble clase de amor; por una
parte, el mal llamado amor captativo; y, por otra, el único
amor verdadero, que es el amor oblativo.
Los obispos del País Vasco y de Pamplona, en su carta
pastoral conjunta Ante el reto de la increencia, n.49, es
criben muy evangélicamente:
112
seo de poseer totalmente al otro. Y de esta forma el otro
deja de ser persona para convertirse en cosa. Pero una
cosa no es suficiente para satisfacer nuestro amor... ¡Con
qué frecuencia nuestro amor es sólo un medio de autoa-
firmación!»
Mt 23,10.
113
todos estos casos, la persona del tú pasa desapercibida,
y el yo termina por embrutecerse. Porque el hombre sólo
puede realizarse auténticamente como persona cuando se
relaciona personalmente con otras personas.
Se utiliza (se convierte en utensilio) al otro cuando sólo
se cuenta con él en los momentos en que se le necesita
para que eche una mano, para que elogie, para que sea
cómplice en el delito de matar el tiempo, para retozar se-
xualmente, para desahogarse.
114
No cortar sino ayudar a crecer las alas
115
Expresión fundamental del amor es no sólo evitar todo
lo que pueda bloquear el crecimiento integral del esposo/
a e hijos, sino ayudar positivamente a que crezcan como
personas, por lo tanto a que crezcan en libertad, en ca
pacidad de amar, en autonomía, en creatividad. El matri
monio y la familia han de ser el ámbito de crecimiento de
la libertad.
Amar al miembro de la familia es respetar su autonomía,
dejarle ser dueño de sí mismo, sin a-dueñarse de él.
Respetarle es proponerle metas y opciones, no impo
nérselas; respetarle es proponerle, no imponerle caminos,
carreras, empleos, métodos, dejando que el otro elija li
bremente su destino. Comprendo. No es fácil enseñar ni
que nos enseñen a ser libres, sobre todo cuando se trata
de los hijos. Pero es el secreto milagroso de la verdadera
educación humana.
El matrimonio y la familia pueden ser rampa de lanza
miento o pista de aterrizaje de la persona libre. Depende,
sobre todo, de la orientación y la praxis de la pareja en
la vida familiar.
La vida conyugal y familiar supone, naturalmente, una
renuncia, que ha de ser gozosa y generosa, a muchas
libertades con minúscula, pero no renuncia, sino apuesta
por la Libertad con mayúscula. Es claro que la convivencia
establece una interdependencia, un vivir con-yugados, lo
que significa que si no coinciden en los gustos, en los
proyectos; alguien tiene que ceder, ambos tendrán que
ceder sucesivamente, renunciar a ciertas libertades. Pero
este vaivén, esta limitación de las libertades, no sólo no
atenta contra la Libertad sino que la ayuda a crecer.
Evidentemente, existe el peligro del sometimiento activo
y pasivo en el matrimonio y en la familia; a veces para
evitar conflictos, por el placer de mandar de uno de los
116
esposos, por la comodidad de dejarse llevar, ahorrándose
así el sufrimiento del parto doloroso de la opción, por par
te del otro/a.
117
Un proverbio chino afirma que «el comienzo de la sa
biduría está en perdonar a los otros el ser distintos».
Antonio Machado canta con la galanura que le es pro
pia, remitiendo a las consignas de Jesús:
118
que a otros familiares les encanta? ¿No es acaso la ver
dad polícroma y polifónica? ¿No es enriquecedor el plu
ralismo?
San Agustín ponía como signo de amistad, «estar a ve
ces en desacuerdo, sin animosidad, como se está a veces
con uno mismo, y utilizar este raro desacuerdo para re
forzar el acuerdo habitual; aprender algo unos de otros o
enseñar unos a otros»7.
El mismo san Agustín acuñó la consigna sapiencial: «En
lo necesario, la unidad; en lo dudoso, libertad; y en todo,
caridad».
En un hogar respetuoso conviven pacíficamente distin
tas sensibilidades, distintas formas de opinión política, so
cial y religiosa. Uno puede ser de derechas y el otro de
izquierdas; uno del Barga y el otro del Betis; uno amante
de la música clásica y el otro de la moderna, sin que se
produzcan estridencias ni nadie se sienta incómodo; al
revés, sintiendo el gozo del mutuo enriquecimiento con la
policromía y la polifonía que dan origen al arco iris y a la
sinfonía familiar.
El amor verdadero nos impulsa a otorgar libertad ab
soluta de pensar y de expresarse a las personas que ama
mos. El que ama dice con las palabras, pero, sobre todo,
con los gestos y actitudes: Sé tú mismo. Por otra parte,
además de ser una exigencia del amor que se manifiesta
en el respeto a la identidad del otro, es una exigencia de
la propia madurez psicológica. El que interpreta la diver
sidad del otro como una amenaza pone de manifiesto su
inmadurez. La aceptación, el amor al otro distinto ayuda a
crecer interiormente. El matrimonio y la familia han de ser
119
el ámbito de crecimiento en libertad y la propia identidad
de sus miembros.
Responsable
120
Dios intima a Ezequiel:
8 Ez 3,20-21.
9 Sant 5,19-20.
10 Ex 2,9.
121
«¡Ayudadme a ser hombre!»
122
propia vocación, de modo que sean testigos de la fe y del
amor de Cristo, mutuamente entre sí y para sus hijos.» 12
123
He aquí el gran interrogante que han de plantearse inin
terrumpidamente quienes quieran vivir con responsabilidad
su vida conyugal y familiar: ¿En qué medida estoy siendo
mediador de gracia para los míos? ¿En qué medida, en
qué aspectos de la vida, estoy siendo para ellos piedra
de escándalo, un estorbo que impide su realización?
«No es bueno que el hombre esté solo -se dijo Dios
después de haber creado al hombre-; voy a proporcio
narle una ayuda adecuada» 13 14. Esto que Dios dice de la
mujer con respecto al esposo, hay que decirlo también
viceversa. Finalidad primordial de compartir conyugalmen
te la vida es la mutua ayuda. Dios ha hecho al hombre y
a la mujer complementarios para que se complementen,
no sólo en el orden sexual, aunque también. Adán, al ser
inculpado por Dios por su desobediencia, se dis-culpa in
culpando, en cierta medida a Dios: «La mujer que me diste
por compañera me ofreció el fruto del árbol, y comí» '4. En
definitiva, viene a decir: ¡vaya ayuda que me diste que me
ha inducido a pecar!...
El egoísmo, una falsa perspectiva en el sentido de la
vida y en la relación con el otro o la otra, hacen que, con ?*
excesiva frecuencia, en vez de ayuda, se convierta en es
torbo mutuo, con lo que a veces les resulta necesario se
pararse jurídicamente a los que nunca se habían unido
psicológicamente.
¡Qué gozoso es escuchar, gracias a Dios, a muchas
parejas!; «¡Cuánto debo yo a mi marido, cuánto debo a
mi mujer, cuánto me ha ayudado en mi vida humana y en
mi vida cristiana; me ha ayudado a realizarme como per
sona... y a ser feliz!». De eso se trata; y esa es la finalidad
esencial del matrimonio.
13 Gn 2,18.
14 Gn 3,12.
124
Como se repite constantemente, «detrás de un gran
hombre, hay siempre una gran mujer». Y también al revés.
125
las egocéntricas, las partidarias de la felicidad barata que
acaban recortando los sueños de sus maridos, apoltro-
nándoles, empujándoles al dinero fácil y a renunciar a
esos sueños que, a lo mejor, eran improductivos, pero que
eran lo mejor que esos hombres tenían. Cuando alguien
se casa con una de estas mujeres ya puede abonarse a
la mediocridad, pues no hay, aparte del egoísmo personal,
lastre mayor que el de tener en la propia casa alguien que
se dedica a frenar el alma.
-¿Y las mujeres que sostienen? -pregunta después mi
amigo-.
Son -le explico- esas mujeres fuertes que están ahí,
como una muralla ante los fracasos y el dolor. Las mujeres
que son estupendas para las horas amargas, para los
días bajos, porque saben recibir con una sonrisa y un
«¡ánimo!» a quien llega con el alma por los suelos. Son
mujeres estupendas, tal vez las mejores para el hombre
medio. Les falta, en cambio, el coraje para empujar, para
exigir más e incitar a seguir avanzando. Por eso son in
suficientes para un marido que tiene el alma llena de es
peranzas y que ve su vida como una gran tarea. Estupen
das para los tímidos y tranquilos, se quedan cortas con
los que nacieron con mucha alma.
-¿Y eso sólo ocurre con las mujeres?
No, no -digo a mi amigo-: también hay hombres que
frenan, hombres que sostienen y algunos que empujan a
sus mujeres. Y hasta voy a decir que el hombre que frena
es más frecuente que la mujer con freno. Esto es así por
que es más frecuente el varón que considera que su mujer
ya no tiene que desarrollarse más y que se contenta con
que sea y se conserve bonita. Éstos son una especie de
congeladores de sus mujeres, a las que van reduciendo
a una terca vulgaridad sin aspiraciones.
126
-¿Entonces... la pareja ideal?
-La pareja ideal es la que junta a dos multiplicadores,
aquella en la que los dos consideran como obligación
suya empujar a su pareja a la plenitud, a ser más, a estirar
las almas. Felices los que se multiplican el uno por el otro;
felices los que son estímulo y no freno. Y más felices aún
quienes saben transmitir a sus hijos esta obligación de
tener despierta el alma. Esas familias son, en rigor, las
únicas verdaderamente dignas de la raza humana.»
Cultivar semillas
127
y que necesitarían la estima de los demás para crecer en
la suya propia, se ven cada vez más hundidos por la ac
titud negativa y desaprobatoria de los suyos. Hay expre
siones, que con toda naturalidad profieren muchos, que
son verdaderas blasfemias contra el otro: Nunca serás
nada, eres un inútil, mira otros esposos/as, otros jóvenes
como tú..., no les llegas ni al tacón..., qué mala suerte he
tenido contigo..., eres un fracasado...
Estas reacciones nacen, con frecuencia, de una ideali
zación del esposo/a o hijos a la que sigue, naturalmente,
el desencanto. A veces proviene del elogiable intento de
provocar una reacción positiva en la persona amada. Pero
el camino no puede ser más errado. Estas descalificacio
nes provocan en los miembros de la familia un resenti
miento más o menos consciente y, en muchos casos, ni
perdonan ni olvidan, sobre todo cuando el descalificador
está lleno de deficiencias y errores de los que, tal vez, se
quiere justificar culpabilizando al cónyuge o a los hijos. He
aquí un mecanismo de defensa frecuentísimo.
Confía, confia siempre en el otro, a pesar de las apa
riencias, a pesar de los fracasos. Si se dice al otro: Con
tigo no es posible hacer nada, el otro, que ya pasa lo
suyo, pensará: Es verdad..., y no intentará nada.
Persona que frena es la que en todo ve obstáculos in
salvables e inconvenientes, sólo ve dificultades y prevé fra
casos. Ni se arriesga ni deja arriesgarse a los demás.
Des-ilusiona, des-anima, des-alienta, destruye proyectos y
niega metas: ¡No seas soñador!, ipon los pies en la tierra!,
iparece mentira que a tus años andes con esos quijotis
mos!...
Persona que sostiene es la que alienta al luchador he
rido, re-anima, devuelve el ánimo al des-animado, levanta
el espíritu al deprimido. Ya es bastante, pero no es, ni
mucho menos, todo.
128
Persona que empuja es la que impulsa, valora proyec
tos, esfuerzos y éxitos, ve el lado positivo de las cosas,
coge de la mano para ayudar a caminar, colabora con el
otro. Estos son los que necesitan los miembros de la fa
milia. Estos son los que abren caminos, los que ayudan
a los demás a crecer.
Regar las semillas escondidas en el otro, liberar sus
fuerzas latentes, es esperar, confiar en él y expresarle
abiertamente esa confianza.
129
«Sé algo bueno de ti»
y luego nos tratara de buena manera?
15 1 Cor 13,7.
130
Quien te cree, te crea
131
mo, es salvarle, pues Dios condena a quien entierra sus
talentos.
Si dices al otro: Con esfuerzo y paciencia, seguro que
lograrás algo, el otro pensará: /Acaso tenga razón y se sen
tirá impulsado a probar.
132
Jesús pasó por Palestina soplando las brasas encen
didas, avivando el fuego y alimentándolo. Mateo le aplica
el anuncio profético:
16 Mt 12,20.
133
pujan? ¿Y mi esposo/a? ¿En qué se manifiesta esta
condición?
2° ¿Reconozco, alabo y apoyo todo lo que hay de positivo,
en mi esposo/a, en mis hijos y demás familiares? ¿Se
cundo o secundamos sus proyectos?
Incondicional
El amor no es condicional
134
sos, han resultado meros trabajadores pertenecientes a la
baja escala social, un poco desagradecidos y un tanto
pasotas, provocando de este modo desencanto, preocu
paciones y gastos económicos. Cuesta amar con entera
cordialidad a aquellos hijos que han quedado muy lejos
de las metas de los propios sueños paternos y maternos...
No puedes poner condiciones en tu amor: Si mi marido,
o mi mujer, cambiara de genio..., si fuera más de casa...,
si fuera más cariñoso la..., si no tuviera la maldita costumbre
de..., Si este hijo no fuera tan desagradecido..., si no fuera
tan vago..., si no tuviera ese genio..., si no hubiera fraca
sado...
La mujer y el marido generosos no se aman sólo porque
son buenos; la madre y el padre generosos no aman a
sus hijos sólo porque son buenos. Se aman porque sí; se
aman con un amor creativo, como nos ama Dios; aman y
se aman, primordialmente, no porque sean buenos, sino
para que sean buenos. Por eso, desde el interés personal,
el esposo/a que ama a su cónyuge, los padres que aman
al hijo/a que sufre una adicción, que ha desbarrado, en el
orden de lo humano hacen soberanamente el tonto, pero
en el orden de lo divino están imitando muy sabiamente
a Dios, que hace salir el sol y caer la lluvia sobre buenos
y malos 17.
«El amor -proclama divinamente Pablo- todo lo excusa,
todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.» 18
Relata expresiva y bellamente Anthony de Mello:
” Cfr. Mt 5,45.
,8 1 Cor 13,7.
135
que cambiara. Y no dejaban de recordarme lo neurótico
que era. Y yo me defendía, aunque estaba de acuerdo con
ellos, y deseaba cambiar; pero no lo conseguía, por más
que lo intentaba.
Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba de
recordarme lo neurótico que yo era. También él estaba de
acuerdo; pero con él no podía defenderme. De manera
que me sentía impotente y atrapado. Pero un día me dijo:
“No cambies, no cambies, no cambies... Te quiero". En
tonces me tranquilicé. Y me sentí vivo. Y, ioh maravilla!...,
cambié.»
136
Aceptar al otro tal y como es, con sus grandezas y sus
miserias, sus manías y sus genialidades, con sus limita
ciones y humores, es amarlo. Esperar para amarlo a que
sea lo que yo quiero que sea, es amarme tan sólo a mí
mismo, es quererlo para mí. No es amar.
El crecimiento como pareja y como familia arranca de
la aceptación mutua. Muchos esposos piensan que equi
vocaron su matrimonio, y se toleran el uno al otro.
Aceptar al otro tal cual es, tal cual se ha ido descubrien
do en el transcurso de los años, abstenerse de acusacio
nes mutuas sobre el aparente fracaso, superar el posible
pesimismo, tal ha de ser el compromiso de los dos cón
yuges, si uno y otro quieren salvar su hogar.
137
castillo... ¿Es esto acaso renunciar a tus ilusiones? No; no
podrás suprimirlas.
Empieza por perdonar a tu cónyuge, puesto que nunca
le has perdonado que no sea como tú habías imaginado.
Ofrece a Dios tu decepción, tu sueño roto y todo cuanto
en ti se ha nutrido de lamentos, rencores y desánimos.
Acepta, en fin, profundamente, la realidad del otro y la
de tu hogar...
No juzgues al otro, júzgate a ti mismo. Si realmente no
te ama ya, ámale tú más desinteresadamente. Raras son
las personas que resisten largo tiempo a un amor autén
tico. Amando le ayudas a amar.
Siempre estás pensando: me ha decepcionado. Piensa,
pues, también: le he decepcionado. ¡Fue él quien comen
zó! Entonces, a cada uno lo suyo: vuelve a amarle con un
corazón enteramente nuevo...
Dices que tiene todos los defectos. Decías que tenía to
das las cualidades. Te equivocabas antes, te equivocas
ahora. Posee cualidades y defectos y debes casarte con
todo esto.
i No es culpa mía, ha cambiado! ¿No serás tú quien ha
cambiado?... Y si ha cambiado, ¿por qué asombrarte? Te
has desposado con un ser vivo, no con una imagen pin
tada. Amar no es la elección para un momento sino para
siempre.
Amar a un hombre, amar a una mujer, es siempre amar
a un ser imperfecto, a un enfermo, a un débil, a un pe
cador... Si le amas verdaderamente, le curarás, le sosten
drás, le salvarás.» * 19
138
de que mi esposo/a, nuestros hijos, estén también de
sencantados de mí?
2° ¿Antes de exigir que mi esposo/a, que mis hijos cam
bien, me esfuerzo por cambiar yo? ¿Qué estoy hacien
do en este sentido?
3° ¿Ayudo a mi esposo/a, a nuestros hijos, a cambiar, con
mi aceptación y mi amor por encima de todo?
4.° ¿Qué podría hacer para que mi esposo/a, nuestros hi
jos, sean lo que creo que deben ser?
Tierno
139
doles tiempo, interesándose por sus cosas, hablando con
cada uno; afecto que se expresa en un respeto grande
por encima de lo que el hijo puede pensar, decir o hacer.
Hay esposos y esposas, padres y madres con una ex
presividad muy pobre a la hora de manifestar el cariño. Mi
padre besuquea a sus nietos por lo que no nos besó a
los hijos, he escuchado reiteradas veces. Todavía quedan
también muchos residuos de pudor machista, del prejuicio
de que los signos y gestos de cariño son cursilería y falta
de reciedumbre viril, lo mismo que ocurre con las lágri
mas. Las lágrimas no deshonran sino que enaltecen. Cris
to, el varón fuerte por excelencia, no se avergonzó de llo
rar por la muerte de su amigo Lázaro20.
La ternura no se opone a la reciedumbre, la comple
menta. Los occidentales, en general, somos pocos expre
sivos.
Muchos hijos sólo se percatan de la entrega generosa
y del cariño de sus padres cuando son adultos y padres
ellos, cuando esta certeza no puede ya repercutir en su
maduración afectiva.
Es fundamental para los hijos que los padres se quieran
mutuamente, y que los hijos lo sepan, lo contemplen a
través de signos de cariño. Comprobar frecuentemente
que los padres se quieren es la base para crear un clima
de confianza, seguridad y convivencia gozosa. Lo contra
rio genera en los hijos inseguridad y angustia, neurosis
con efectos traumáticos incalculables. Hay reacciones en
los niños que expresan hasta qué punto les angustia la
sospecha de que sus padres no viven unidos por al afec
to. He oído a bastantes parejas que la reacción de los
20 Jn 11,35.
140
niños ante lo que no era más que una pelea jocosa fue
un llanto desgarrado.
Necesitamos todos, a todos los niveles y en todas las
relaciones, aprender la pedagogía de la ternura. Hay, por
suerte, movimientos y grupos matrimoniales y familiares
que la están enseñando y practicando. Es un lenguaje, en
gran parte desconocido, que hay que aprender.
No es suficiente controlar y evitar lo negativo, las agre
sividades manifiestas o encubiertas. Pero, aun detrás de
unos comportamientos externamente correctos, puede ha
ber bastante frío. Es necesario proclamar el cariño con
manifestaciones positivas.
Gestos sacramentales
141
dad dentro de un contexto de fidelidad continua y de una
vida de constante generosidad mutua.
Martín Descalzo afirma certeramente:
142
Es preciso aprender formas, no por practicar una cor
tesía hipócrita, sino porque las buenas formas practicadas
con sinceridad conducen a los buenos fondos, desatan
una espiral de respeto y cordialidad en el trato.
143
que su mujer se alisara su precioso pelo; un peine que
acababa de comprar, tras vender su pipa...
La historia es tristemente enternecedora; es el símbolo
de la realidad de muchas familias, a pesar de que el cine
y las revistas del corazón se empeñan en presentarnos
realidades familiares muy distintas. Ya lo decía L. Tolstoi,
en el mismo comienzo de Ana Karenina: «Todas las fami
lias dichosas se parecen, y las desgraciadas, lo son cada
una a su manera»21.
Nadie puede negar la crisis de la familia. Probablemente
superior a la existente en otras épocas; pero hay que afir
mar que también hoy existen muchas familias que viven
unas elevadas cotas de amor, de ternura, de entrega y
generosidad, aunque, desgraciadamente, «tengan una his
toria a su manera» y no encuentren eco en las revistas del
corazón.
144
Comprensivo y compasivo
145
conciencia y ante el esposo/a, y por la petición de perdón.
La solución de todo conflicto comienza por un reconoci
miento humilde y leal, no hipócrita o formulista, de la parte
de culpa en el conflicto conyugal o familiar. Este recono
cimiento desarma al cónyuge o a los familiares de su
agresividad y provoca un sincerarse en cadena.
A veces me asombro profundamente ante la ceguera
de algunos padres que arremeten contra los defectos y
egoísmos de sus hijos, y que no son más que reflejos de
los suyos propios.
Se escucha con demasiada frecuencia cómo se quejan
los cónyuges uno del otro, y uno se da cuenta de que,
en la mayoría de los casos, quienes tienen que cambiar
son los dos.
A veces la parte acusadora tiene una culpabilidad indi
recta. Es cierta la acusación: El otrola otra, bebe, o se
pasa las horas muertas en el bar, o en el comadreo con
las vecinas, olvidándose de la familia, grita, está destem-
plado/a. Pero la parte fiscal tendría que preguntarse: ¿No
me corresponde a mí alguna parte de culpa? ¿Tal vez
huye de casa porque la convivencia es ingrata? ¿Bebe
porque no es feliz? ¿Grita y vive amargado/a, porque no
tiene el afecto que tiene derecho a esperar? ¿Habré con
tribuido a que nuestra relación se haya vulgarizado?
Tanto los cónyuges como los miembros de la familia
han de preguntarse con entera sinceridad: ¿Tal vez exijo
al otro/a, lo que yo mismo no doy?
La comprensión supone que cada uno se meta en la
piel del otro, saber de sus dificultades, de las deficiencias
innatas de su carácter fuerte o tímido, de sus complejos,
de sus desánimos y entusiasmos, de sus luchas, de sus
logros. He podido escuchar con bastante frecuencia ante
reproches por tropezones: Ya sé que he fallado; pero, por
146
lo menos lucho y trato de superarme; sin embargo, de esto
no te percatas; sólo ves lo negativo.
Un te comprendo, cuando el otro está roto por dentro
a causa del remordimiento y de la rabia contra sí mismo
porque no ha podido controlarse, porque el temperamento
le ha podido, tiene un increíble poder terapéutico.
Por el contrario, la actitud intolerante e incomprensiva
empeora la situación. Sobre todo cuando el culpable está
realizando sinceros esfuerzos por superarse. Muchas ve
ces he escuchado a esposos que se lamentan con el
alma rota: Comprendo que tiene razón, que soy un cardo
borriquero por el genio, que tardo en volver a casa, que
soy imprudente y se me ha escapado lo que no debía
decir..., pero (mi mujer o mi marido) no valora los esfuerzos
que estoy haciendo. Algunas veces hasta sacan como
conclusión: Para qué me voy a esforzar si no te lo valo
ran..., no merece la pena esforzarse.
A veces la incomprensión proviene de que queremos al
otro o a los otros hermanos gemelos nuestros. No les en
tendemos porque sus facultades y sus dificultades son en
teramente distintas. El esposo audaz no entiende el enco
gimiento de su mujer tímida o al revés. Y hasta lo puede
atribuir a una disculpa de su indolencia. Es difícil asumir
las situaciones del otro si no se tiene mucha compenetra
ción.
Muchas veces, si comprendiéramos, si supiéramos me
ternos en la piel del otro, no necesitaríamos perdonar ni
dis-culpar, por la sencilla razón de que nos daríamos
cuenta de que no ha habido culpa.
No es infrecuente que el padre y la madre que derro
chan comprensión con el hijo o la hija -cuando, a veces,
se descontrolan y perturban- sea duro e implacable con
su cónyuge. Por eso, certeramente, indicaba Fray Luis de
Granada:
147
«Los hombres deberíamos tener para con Dios un co
razón de hijos, para con los hombres un corazón de ma
dre, y para con nosotros un corazón de juez.»
22 1 Cor 13,7.
148
infieles. Ésa es la razón más profunda de la indisolubilidad
del matrimonio cristiano. Si el matrimonio es sacramento
de Dios, está llamado a ser fiel, para siempre, puesto que
así es el amor de Dios.
Todo esto exige que los esposos vayan reconquistando
y fortaleciendo día a día su amor matrimonial en una ac
titud de perdón y comprensión.»23
149
con la que se vive al microscopio -afirma Enrique Rojas
es como firmar el certificado de defunción de esa relación
afectiva. ¿Por qué? La respuesta es evidente: en el hom
bre anida todo lo grande, noble y bueno que pueda pen
sarse, pero también se hallan en su interior aspectos ne
gativos, miserias, defectos... Cuando se ha convivido lar
gamente con alguien, si uno tiene nobleza auténtica,
disculpa, comprende, excusa, justifica y perdona. Eso en
verdad es el amor». Con estas palabras, el autorizado psi
quiatra simplemente se hace eco de las de san Pablo en
su canto divino al amor2S.
Le pregunta Pedro al Maestro:
150
Hay algo que, como compromiso concreto, ha de que
dar muy claro: la pareja no debe irse a dormir teniendo
cuentas pendientes. Los resentimientos acumulados, los
conflictos no superados positivamente, son fruta podrida
que se mete debajo de la cama y que pronto comenzará
a oler y a llenarse de insectos turbadores. Gracias a Dios,
hay muchas parejas que descansan con la conciencia
muy tranquila después de haber aclarado con despiadada
sinceridad las fricciones nuestras de cada día. Lo mismo
había que hacer también con el resto de los miembros de
la familia.
Generalmente el perdón que hay que otorgarse es mu
tuo. Por eso el perdón suele ser reconciliación. Algo que
no olvido ni olvidaré jamás como gestos milagrosos hu
manos y divinos a la vez han sido, precisamente, varias
reconciliaciones conyugales y entre padres e hijos de las
que he sido testigo, entre las lágrimas de los demás y las
mías propias. Su solo recuerdo me produce un gozoso
estremecimiento. Es un divorcio real, a nivel psicológico,
que da paso a un nuevo casamiento más real, por obra
y gracia del Espíritu Santo.
151
evangélico? En caso afirmativo, ¿qué tendríamos que
hacer?
5° San Pablo exhorta: «Que vuestro enojo no dure más allá
de la puesta de sol»27. ¿Procuramos saldar cuentas an
tes de que termine el día?
Gratuito
A fondo perdido
27 Ef 4,26.
152
San Pablo daba como característica del amor: «El amor
no lleva cuentas del mal»2B. De la misma forma, hay que
decir que tampoco lleva cuentas del bien. El que ama no
tiene libro de contabilidad para que conste lo que el es
poso, los hijos o los hermanos le adeudan.
Todos conocemos numerosas parejas, ejemplo de gra-
tuidad, que no pueden recibir de aquellos a los que aman
más que la satisfacción de haberles ayudado.
¿Y qué decir de tantos y tantos esposos heroicos que
han estado a la cabecera de su pareja o su hijo enfermo,
deficiente; al lado del hijo o la hija drogadicto, sectario o
con sida? Muchos son los matrimonios mártires que han
llegado a la hondura de un amor enteramente acrisolado,
gratuito.
Aquí habría que entonar un canto vibrante a tantos amo
res heroicos entre esposos, entre padres e hijos, entre
hermanos. Es como el amor de un esposo, cuya mujer ha
estado siete años con Alzheimer. Él ha permanecido pe
gado a ella, solícito como un enfermero, amante como un
enamorado, paciente como un santo. No sólo me lo con
taban los familiares con gran admiración, yo mismo lo
pude apreciar en las numerosas visitas que les hice.
Ni la vida conyugal ni la vida de familia se rigen por un
código de justicia conmutativa. En la vida de familia el que
más puede más aporta. Y a veces sucede que algún
miembro de ella, el que ha nacido deficiente, el paraplé-
jico, sólo recibe aparentemente, pero la paradoja está en
que recibiendo da. Hace gastar tiempo y dinero, pero da
la oportunidad de amarle gratuitamente. Con ello enrique
ce incalculablemente el matrimonio y la familia.
«Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir 28
28 1 Cor 13,5.
153
-observa Jesús-, ¿qué mérito tenéis? También los peca
dores se prestan entre ellos para recibir lo equivalente.
Vosotros amad a vuestros enemigos, haced bien y prestad
sin esperar nada a cambio; así vuestra recompensa será
grande, y seréis hijos del Altísimo. Porque él es bueno
para los ingratos y malos.»29
29 Le 6,34-35.
154
tían en su hijo, en concepto de gastos, y que cuando co
menzara a aportar dinero a casa, lo anotarían en ingresos;
esperando que, con el tiempo, la balanza se pusiera cla
ramente a su favor, pues consideraban muy educativo ani
mar a sus hijos a convertirse en inversiones rentables y no
gravosas para su propia familia.
La verdad es que se me erizaron los cabellos y me co
rrió un escalofrío por la espalda cuando se me ocurrió la
posibilidad de que mis padres hubieran pensado como
ellos. Pues, ¡ingrato de mí!, no les he devuelto ni la décima
parte de la inversión.
Es verdad que educar bien a nuestros hijos es la mayor
herencia que les podemos dejar y la mejor inversión para
nuestro dinero. Pero no creo que haya que ponerlo en
práctica en el sentido pesetero de la expresión. Simple
mente, porque me parece ley de vida que lo que has re
cibido gratis de tus padres, debes ofrecerlo gratis a tus
hijos.
Aunque no haya demasiados ejemplos de padres em
presarios, sí que es corriente ver familias que tienen tasa
das todas las tareas del hogar, convirtiéndolo en una es
pecie de «Agencia de Contratación, S. L». Por ejemplo, si
hay que pintar el pasillo, los hijos que colaboren cobrarán
a tanto la hora. Regar el jardín o lavar el coche vale tanto.
Limpiar el cuarto de baño, hacer la comida o cuidar a los
hermanos pequeños, tanto, etc. Incluso muchos de mis
alumnos reciben una compensación económica por sus
buenas calificaciones y sufren una penalización en metáli
co por cada suspenso.
Está claro que premiar y castigar, para reforzar la moti
vación, resulta eficaz a corto plazo; pero es absolutamente
nefasto basar la educación y la convivencia familiar en la
búsqueda del premio y el miedo al castigo. Si además la
motivación es económica, los hijos se volverán irremedia-
155
blemente unos peseteros, incapaces de hacer un favor a
nadie sin apuntárselo en la cuenta.»30
156
ellos a su vez te inviten a ti, y con ello quedes ya pagado.
Más bien, cuando des un banquete, invita a los pobres, a
los lisiados y a los ciegos. ¡Dichoso tú si no pueden pa
garte! Recibirás tu recompensa cuando los justos resuci
ten.» 31
31 Le 14,12-14.
157
2° ¿Hay alguna actitud mercantilista en nuestras relaciones
familiares? ¿Mimo (mimamos) al pariente rico y olvida
mos al pobre, o al revés?
3° ¿Sé (sabemos) perder el tiempo con el familiar enfermo,
con el abuelo, la abuela o el tío que no pueden apor
tarnos nada en el sentido material?
4° ¿Hay algo que rectificar, en este sentido, en mi vida (en
nuestra vida) conyugal y familiar?
Agradecido
158
Hay personas que creen que todo el mundo les debe
estar agradecido. Y hay personas que creen que deben
estar agradecidas a todo el mundo. Aquellas viven amar
gadas éstas son felices.
Lope de Vega dice con acuidad: «El Ingrato escribe el
bien en el agua y el mal en la piedra».
Hay padres jóvenes y padres ancianos que viven un
auténtico calvario por la Ingratitud de sus propios hijos.
Nos amarga la vida. No sabemos qué hacerle (al hijo o a
la hija) -he escuchado a padres reiteradas veces-. Nos
habla con tono de reproche, como si le debiéramos algo.
Por todo protesta. No tiene ni un gesto mínimo de gratitud.
Hay familias en las que todos se quejan de todos. A
todos les ha tocado la peor parte, todos son los que más
se han sacrificado por los demás, a todos les ha tocado
la tarea más engorrosa... Esta actitud de incomprensión
hace imposible un clima familiar cálido y grato. Hay que
confesar que la tendencia general es considerar a los de
más desagradecidos, porque sobrevaloramos lo que ha
cemos por los demás e infravaloramos lo que ellos hacen
por nosotros.
La familia ha de ser una escuela de gratitud.
Por lo demás, la gratitud hace familia, ya que fortalece
los lazos que la unen.
Grabado en piedra
159
den ser agradecidos. Para que se pueda agradecer un
don, una ayuda, un regalo, hay que reconocerlo y valo
rarlo. A veces creemos que sólo a nosotros nos cuestan
las cosas. ¡Qué pronto te olvidas de los favores!, es una
queja frecuente y dolorida.
Tengo una costumbre que a mí me funciona. Cuando
alguien me hiere, perjudica o me ignora, suelo acudir a la
memoria y me digo: Sí, pero ¿recuerdas sus muchos de
talles, servicios y atenciones? Generalmente el mal presen
te se esfuma ante el bien pasado.
Para que brote la gratitud es imprescindible la valora
ción de lo que el otro ha hecho por mi, por el resto de la
familia.
Ya se sabe, cuando en la conversación familiar o en la
reunión del grupo de matrimonios salta el tema del trabajo
del varón y la mujer, casi inevitablemente sube el tono del
apasionamiento. Tanto varones como mujeres sostienen
enérgicamente que les ha tocado la peor parte, la tarea
más agotadora y estresante. Cuesta meterse en la piel del
otro.
Y a veces sólo la experiencia es capaz de abrir los ojos.
Confieso que nunca me había imaginado que las tareas
de la casa fueran tan engorrosas y llevaran tanto tiempo
hasta que, hace ya años, en las vacaciones veraniegas,
tuvimos que hacernos cargo de ellas en el pequeño bal
neario de la Paloma (Uruguay) al que íbamos a descansar.
Me daba la impresión de que no terminábamos nunca:
hacer las camas, la compra, limpiar la casa, preparar la
comida, recoger y fregar. A partir de ahí y a partir de cuan
do, como administrador de la comunidad, empecé a suplir
a la cocinera los sábados, que era su día de descanso,
comprendo mucho mejor la tarea de las amas de casa y
vivo con mayor gratitud hacia ellas.
160
Me da la impresión también de que hay muchos y mu
chas que no valoran el esfuerzo y los problemas que con
lleva la labor intelectual o docente, soportar los conflictos
en el mundo laboral o el agotar horas en una oficina.
El camino para valorar el trabajo del otro es experimen
tarlo, compartirlo en la medida de lo posible. Por eso es
tan formativo compartir las tareas de la casa, sobre todo,
cuando los dos trabajan fuera del hogar.
En todo caso es siempre imprescindible el diálogo se
reno para compartir dificultades y esfuerzos. No siempre
esto es fácil. Muchos maridos, después de las tensiones
del trabajo, al llegar a casa, lo único que desean es po
nerse las pantuflas, relajarse, leer el periódico o ver la tele.
La esposa, agobiada también por las múltiples tareas del
hogar y por la agitación de los hijos, a lo que hay que
añadir, si lo hace, el trabajo fuera de la casa, lo único que
desea es compartir los problemas del día, echando enci
ma del marido un fardo más, a lo que él muchas veces
se resiste con evasivas o con un sí, cariño de compro
miso. La raíz de la gratitud es el conocimiento mutuo; y
el camino para el conocimiento es el diálogo.
Por otra parte, es preciso tener en cuenta que la valo
ración de lo que hay que agradecer se ha de hacer desde
el esfuerzo que supone para el bienhechor. Está claro que
para un forofo enardecido del fútbol renunciar a un partido
apasionante de su equipo por prestar un servicio, hacer
compañía o pasar un rato con su mujer, tiene el valor de
un gesto heroico.
La falta de reconocimiento ante un esfuerzo generoso,
descorazona; la gratitud generosa impulsa a seguir go
zosamente en la entrega.
¡Qué deplorable es que, con mucha frecuencia, cuando
se trata sobre todo de los padres, llegue el reconocimiento
161
y la gratitud tardíamente cuando ya no pueden regocijarse
con ella!
Tristemente muchos sólo se dan cuenta de lo que re
presentaba el esposo, la esposa, el hermano, cuando la
muerte se los ha arrebatado. Entonces todo son lamentos
y elogios, cuando en realidad, al padre o a la madre di
funta no le sirven ya para nada. Reconozco que, con el
paso de los años, también en mí ha crecido notablemente
la admiración por mis padres.
He aquí un párrafo muy conocido en el que se describe
la evolución de la estima del padre a lo largo de la vida
del hombre hasta llegar a la tercera edad.
162
Para que brote la gratitud es necesario el conocimiento
y el reconocimiento, la memoria viva de los gestos de en
trega, del amor oblativo del otro. ¿No habrían de narrar
los padres la historia de su paternidad y de su maternidad
con los desvelos, los sufrimientos, las luchas, las ayudas,
no para pasar factura, sino para testimoniarles a los pro
pios hijos su amor y su sacrificio?
Phil Bosmans, interpela al hombre actual con toda la
razón del mundo:
163
Eterno
164
apasionadamente por el enamoramiento, en búsqueda de
experiencias sensuales y sexuales, sin las otras dimensio
nes esenciales del amor, entonces es normal que, pasa
das las primeras experiencias deslumbrantes e incandes
centes, a medida que la vida va requiriendo un amor total,
llegará el cansancio, los egoísmos dejarán de coincidir y
el globo del amor falsificado en que navegaban los aman
tes por los aires, se desinflará, se incendiará y los dos
cónyuges se estrellarán contra el suelo.
Los novios o esposos que se embarcan en la aventura
del amor con la idea de su provisionalidad, tienen, como
algunas frutas, en el centro de su relación el gusanillo roe
dor que hará que se corrompa la fruta de su matrimonio
con la mínima dificultad o conflicto que se produzca.
Tiempos de provisionalidad
165
tones hasta que la muerte la separe de su santo esposo,
le salga como le salga.
Nada es para siempre y el amor puede ser tan Intenso
como caduco: el error del matrimonio es basarse en la
perennidad cuando la vida está siempre sometida a una
provisionalidad absoluta.
Los nuevos tipos de familia que los más conservadores
se resisten a admitir deben tener similares inconvenientes
en la convivencia, pero al menos saben ya que no tienen
que esperar a que la muerte los separe.»
166
e imprescindible en la institución familiar. En todo caso, las
excepciones no harían otra cosa que confirmar la regla. Lo
estremecedor es que se presente la provisionalidad como
principio.»
167
La fidelidad: éste es, precisamente, el reto que tienen
los matrimonios cristianos. Hacer patente con su propia
unión vigorosa y entusiasta que la fidelidad de por vida es
enteramente posible, que el compromiso matrimonial es
algo mucho más serio y decisivo que un juego de niños
en el que tan pronto se dice: Te quiero con locura como
ya he dejado de quererte...
168
«Yo te quiero a ti como esposa (esposo)
y me entrego a ti
y prometo serte fiel
en las alegrías y en las penas
en la salud y en la enfermedad
todos los días de mi vida.»
«Si uno se separa de su mujer y se casa con otra -se
ñala Jesús-, comete adulterio contra la primera; y si ella
se separa de su marido y se casa con otro, comete adul
terio.» 32
«Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se
unirá a su mujer y serán los dos uno solo... Lo que Dios
unió, que no lo separe el hombre.»33
32 Me 10,11-12.
33 Me 10,7-9.
169
poner un término sin destruirlo. No se puede amar de ver
dad a una persona poniendo un límite, una fecha de ca
ducidad. Sería absurdo. Por eso, el amor conyugal exige
promesa de vivirlo para siempre, la promesa de ser fiel a
la persona amada.
Es muy importante reconocer el valor humano de la fi
delidad, al margen de las creencias o de la fe de la pareja.
El clima socio-cultural de nuestros tiempos favorece la in
constancia, la infidelidad, la superficialidad de los contac
tos sexuales y la trivialización de las relaciones interper
sonales, pero todos hemos de reconocer que la fidelidad
a la persona amada es un valor exigido por la misma na
turaleza del amor verdadero.
170
mentalmente un compromiso sin garantía. La gran mayoría
de los pastores estamos de acuerdo en que se celebra el
sacramento con una increíble ligereza y con motivaciones
muy mezcladas, en las que pesa mucho la razón de la
fiesta social y la solemnidad del ritual religioso.
Sólo cuando se pueda identificar en un gran porcentaje
a los matrimonios cristianos como matrimonios maduros,
humana y religiosamente, como matrimonios alegres y fe
lices, generosos y abiertos, como matrimonios distintos,
sólo entonces se convertirán en un verdadero signo, una
llamada, un modelo de referencia para los demás matri
monios y para los que pretenden formar una familia; se
convertirán en la prueba existencial de la posibilidad de
un amor perdurable y gozoso.
El matrimonio sacramental es indisoluble pero, de he
cho, muchos matrimonios cristianos se disuelven, y en un
porcentaje no mucho menor que los matrimonios civiles.
Ya en 1983 Benjamín Forcano hablaba de «70.000 matri
monios católicos divorciados al año en ee.uu.; 18.000 en
Francia; 20.000 en Alemania Occidental. Sumemos a éstas
las cifras de todos los demás países católicos del mun
do» 34.
De España no tengo datos en estos momentos pero,
por las rupturas matrimoniales que se producen en nues
tro entorno, podemos barruntar que los porcentajes no
son, ni mucho menos, insignificantes.
¿Será que muchos que se llaman casados cristianos no
lo son por falta de conciencia de lo que significa el com
promiso sacramental? A mi modo de ver, son muchos los
matrimonios religiosos, novios que quieren contar con Dios
171
a la hora de iniciar su vida conyugal y consagrar su amor;
que quieren contar con Dios, entre otras cosas, para que
les ampare y les bendiga al iniciar su travesía conyugal;
que quieren que bendiga el barco. Otros quieren contar
con Dios porque tienen miedo, no quieren iniciar su nuevo
género de vida sin su permiso y transgrediendo su orde
namiento divino de casarse por la Iglesia, no quieren pasar
por alto el ritual prescrito. Son matrimonios religiosos, pero
no cristianos, porque no tienen conciencia ni intención de
reproducir en su relación conyugal la relación de Cristo y
su Iglesia, no saben y no tienen ni la más mínima intención
de constituir una iglesia doméstica con todas sus exigen
cias.
Somos muchos los pastores, incluidos algunos de los
que trabajan en las causas matrimoniales, que creemos
que muchos matrimonios sacramentales lo son sólo en
apariencia. Con cierta ironía digo a veces que muchos
novios no se casan por la Iglesia sino por el templo. ¿Por
qué se ha de tener tanto escrúpulo ante el hecho de que
muchas parejas de las que consta que no viven, ni cele
bran, ni van a ser una iglesia doméstica, se casen sólo
por lo civil? ¿Por qué a muchos novios, a muchos padres,
a muchos familiares, les asusta la negativa de los suyos
a casarse por la Iglesia, y no les asusta ni les preocupa
la situación de otros familiares que sí lo hicieron, pero que
no viven en absoluto lo que celebraron y a lo que se com
prometieron? Por desgracia, en nuestra sociedad hay to
davía muchos para los que la Iglesia es una sociedad de
seguros ante la que se firma, se paga la cuota, y no hay
que preocuparse más...
Ésta es la razón por la que hoy, muy sensatamente, se
declara la nulidad de muchos matrimonios celebrados en
una ignorancia religiosa crasa.
172
Por de pronto quien no lleve la intencionalidad o no se
crea capaz de un amor eterno, no debería casarse; y mu
cho menos, sacramentalmente. Si se casa, su casamiento
es una autoestafa a sí mismo y al novio/a.
La fidelidad hasta que la muerte separe (corporalmente)
es muy posible, es lo obvio, pero siempre que los que se
casan estén vinculados por un amor maduro, generoso,
acrisolado en la prueba. El amor nunca fracasa; lo que
fracasa es, precisamente, la falta de amor; porque donde
se creía que había amor, había sólo un ceremonial de
amantes, con ritos, signos, expresiones de amor, pero va
cías o, al menos, con una tímida llama que ha apagado
el primer viento suave que ha soplado.
De hecho, el compromiso de muchas parejas: Prometo
serte fiel... todos los días de mi vida termina en ruptura
estrepitosa y agresiva. El matrimonio dura hasta que la
muerte (del lánguido y ensoñado amor) les separa.
Ante el fracaso matrimonial, no es suficiente defender
teóricamente la indisolubilidad del matrimonio; ni tampoco
es suficiente la ingenuidad de creer que con el divorcio
tenemos ya la solución óptima para el desamor. Porque el
fracaso matrimonial no es siempre, ni solamente, un pro
blema jurídico que se puede resolver con leyes. Es, sobre
todo, un problema emocional, psíquico, de raíces y con
secuencias muy hondas.
Nuestra sociedad necesita hombres y mujeres que se
pan defender el proyecto de amor indisoluble, pero al mis
mo tiempo que comprendan y ayuden a quienes han fra
casado en su amor. Como cristianos, tenemos en Jesu
cristo un modelo a seguir: defendió el matrimonio como
nadie, y al mismo tiempo no quiso lanzar piedras contra
nadie. Dejemos el último juicio a Dios. A nosotros nos toca
la comprensión, la misericordia y la ayuda en el nombre
del Señor.
173
Lo mismo hay que decir con respecto a los que han
rehecho su vida conyugal formando una nueva pareja. El
papa insiste en la necesidad de prestar atención pastoral
esmerada a estas parejas que, a causa del fracaso de su
primer vínculo matrimonial, han establecido unos nuevos
vínculos matrimoniales al margen de la Iglesia.
«Exhorto vivamente a los pastores y a toda la comunidad
de los fieles -escribe Juan Pablo II en Familiaris consortio,
n.84)- para que ayuden a los divorciados, procurando con
solicita caridad que no se consideren separados de la Igle
sia, pudiendo y aun debiendo, en cuanto bautizados, par
ticipar en su vida.»
Fiel
174
meramente negativo; no consiste sólo en no-traicionar en
el orden sexual. Eso ha de ser consecuencia y no fin. La
fidelidad mutua, en su sentido radical y global, consiste
en llenar las esperanzas del cónyuge, cumplir el compro
miso de ayudarle en orden a su realización integral y em
peñarse en cumplir la misión que como célula de la so
ciedad e iglesia doméstica tienen en la sociedad y en la
Iglesia.
Esto supone una actitud habitual de entrega, de solici
tud, de complementariedad hacia el otro cónyuge. ¿De
qué le serviría al otro cónyuge una fidelidad sexual a toda
prueba (que no le sería tan fácil), si le defrauda en su
dimensión afectiva, en la vivencia de la amistad, si le deja
solo/a, si se desinteresa de su vida, si es un casado-sol-
tero/a que hace su vida.
La experiencia confirma cada día que no se puede jugar
con las cosas del amor. Y, en este mismo sentido hay
que decir que «el alma ventanera», que diría santa Teresa,
el alma voraz de imágenes, la que no se protege contra
las constantes provocaciones de los medios de comuni
cación, está poniendo en serlo peligro su fidelidad, al me
nos, psicológica.
Mt 5,27-28.
175
El adulterio no consumado por razones sociales, por
miedo a complicaciones, por falta de ocasión, como ocu
rría con los ancianos fiscalizadores de la casta Susana,
son una quiebra del amor y una traición al cónyuge. Y,
por lo demás, quien no vigila la infidelidad del corazón
está a un paso de la Infidelidad consumada.
Jesús invita a Ir a la raíz, invita a sanear la fuente del
corazón.
36 Mt 15,19.
176
más bella en el mundo que mi novia; no hay mujer más
fea en el mundo que mi esposa», afirma un dicho popular.
Con respecto a la valoración ética de la infidelidad hay
que decir:
177
bal en nuestro matrimonio? ¿Procuro hacerle feliz o vivo
despreocupado/a, encerrado en mi mismo/a?
Creciente
Leña al fuego
178
El lema para la relación de pareja no puede ser otro
que el resabido de la publicidad: «Hoy te quiero más que
ayer y menos que mañana».
Parecería que muchos ven con naturalidad la recesión
en el amor a medida que los casados se van alejando del
acontecimiento de la boda. Ven con toda naturalidad que
los casados resulten cansados. Ése es un gran error. Ten
drá que remitir, como es lógico, en sus manifestaciones
pasionales, pero tendrá que ganar en hondura, ternura y
calidad.
179
«El matrimonio -escribe atinadamente Fernando del
Teso- es un sacramento permanente. Esto quiere decir que
comienza con la boda, pero sigue, como una realidad sa
cramental, actuando en cada momento de la vida. El ma
trimonio es un sí que tiene que seguir vivo; por eso hay
que sostenerlo y alimentarlo día a día. Sin quitar importan
cia al momento sacramental, tenemos que decir que el
amor conyugal será siempre meta, tarea y afán de cada
día.»
180
Etapas en la vida matrimonial
«El amor es un proceso dinámico, no estático -señala
Enrique Rojas-; esto quiere decir que cambia, oscila, se
modifica, pero mantiene sus puntos primordiales, la esen
cia con la que nació.»
181
minos, están estructuradas las relaciones con los amigos,
el trabajo es fijo y estable... Suelen ser unos años de eva
luación de las etapas anteriores. ¿Qué se ha conseguido
en el matrimonio y qué posibilidades han quedado sin rea
lizar? Suelen aparecer resentimientos del uno contra el otro
y un marcado interés hacia posturas Individualistas.
4.a La vejez. Tras la Independencia de los hijos, los es
posos vuelven a recuperar más Intensamente la vida de
pareja, El amor se hace más dulce y tierno, más denso y
rico, más comprensivo y sólido. Los esposos dependen
cada vez más el uno del otro. Aparece el problema de la
jubilación, sobre todo en el hombre, y tienen en la enfer
medad un enemigo común.»
182
Cuando los dos son fieles a la dinámica creciente del
amor, cuando alimentan esmeradamente la cordialidad en
su relación, llegan a ese abrazo ininterrumpido de los es
píritus como esos esposos ancianos admirables que todos
conocemos y que comparten tan íntimamente la existencia
en todos sus aspectos.
De ellos se dice: «La muerte mata al uno y enferma al
otro de muerte». Es la consumación de la amistad que
hace que no se autoendiendan el uno sin el otro.
183
yuges alimenten de una manera consciente y permanente
en la totalidad de la vida matrimonial la dimensión comu
nicativa del amor. El amor ha de ser una meta a alcanzar,
por medio de un proceso en el que pueden darse mo
mentos e incluso etapas más o menos duraderas, de os
curidades y retrocesos e incluso de crisis.»
184
Naturalmente, esto exige cuidar día a día el amor. La
infidelidad, el enfriamiento, la ruptura, no es algo que su
cede de pronto, de manera imprevista. Es siempre algo
que se viene gestando día a día cuando la relación se va
contaminando de egoísmo, pequenez, resentimiento, inte
rés, venganzas, rechazos.»37
Sobre los medios y remedios para crecer como matri
monio y familia los señalo más adelante en Luna de miel
creciente.
Fecundo
185
amor, signo permanente de la unidad conyugal, síntesis
viva e inseparable de la madre»39.
Es natural que el nacimiento de la persona de la santa
trinidad familiar provoque en el padre y en la madre la
emoción temblorosa de ser padres cuando, por fin, tienen
a su hijo entre los brazos. A numerosos neo-padres se les
inundan los ojos al darme la buena noticia de su pater
nidad o su maternidad. Hace un par de días, pude con
templar los ojos húmedos de Luis y Ana, miembros de un
grupo de matrimonios, al ir a felicitarles por el nacimiento
de Sergio. «Es una alegría que no se puede describir»,
confiesa Luis. «A pesar de los dolores y de lo mal que lo
pasas -agrega Ana-; pero eso no significa nada en com
paración con tener éste pimpollete. Se cumple lo del evan
gelio» 40.
El nuevo beato Federico Ozanam vive el nacimiento de
su hija María (24 de julio de 1845) con verdadera exalta
ción mística. En la explosión de su alegría, escribe estre
mecido: «Soy padre y soy depositario y guardián de una
criatura inmortal; hay en ella un alma hecha para Dios y
para la eternidad».
* Jn 16,21.
186
no debe considerarse como algo añadido, arbitrario y ex
trínseco, dependiente de la mera voluntad de los esposos
e incorporado desde fuera a la entidad propia del acto
sexual.
La complejidad de las cuestiones relativas al control de
la natalidad y a la moralidad de los medios utilizados para
lograrlo, no deben desviar la atención de esta verdad fun
damental, necesaria para comprender toda la riqueza hu
mana del matrimonio y de la comunidad de amor propia
de los esposos...
La renuncia al hijo, los aplazamientos de su concepción
derivados de cálculos egoístas, el temor a la procreación,
son realidades que reflejan actitudes contrarias a la plena
expresión y expansión del amor conyugal, y llevan en sí
mismas el germen de una eventual frustración. Compor
tamientos de esta naturaleza impiden el pleno despliegue
de la realidad humana y cristiana del amor conyugal.
La intención más o menos explícita de disfrutar del amor
conyugal sin el estorbo de los hijos que pudieran venir,
difícilmente puede eludir la sombra de un egoísmo com
partido y puede fácilmente derivar hacia el hastío y el sue
ño engañoso de nuevas experiencias. El mandato de Dios
“sed fecundos y multiplicaos” es portador, en sí mismo,
de una bendición anterior al imperativo de “llenar la tie
rra” 41 42. Así como el placer de la unión sexual carente de la
comunicación de amor arrastra consigo la depreciación
humana del “conocimiento” mutuo de los esposos, de la
misma manera la separación artificial de principio, entre la
donación amorosa y la fecundidad, implica la ruptura de
la dinámica estructural del amor sexual entre los espo-
41 Cfr. Gn 1,28.
42 Obispos vascos: Redescubrir la familia, Idatz, San Sebastián, 1995,
nn. 47-49.
187
En el mismo documento entonan un canto a la riqueza
que aporta el nuevo hijo al hogar:
Paternidad responsable
188
tas bien vitales responde el Concilio con paternidad res
ponsable.
189
de la familia, cosa que no siempre se tiene en cuenta,
vulnerando a veces aspectos vitales de la vida conyugal
y familiar, como son la armonía, el equilibrio psíquico y
emocional, la educación de los hijos que ya se tienen, por
salvaguardar algunos aspectos éticos secundarios en la
relación sexual. Esta falta de perspectiva global sobre la
misión de la familia ha tenido indescriptibles consecuen
cias lesivas sobre los matrimonios y las familias. Cualquier
consejero matrimonial puede atestiguar muchas de ellas.
El Concillo señala los valores que han de tener como
referencia los esposos a la hora de formarse su juicio
práctico como padres responsables.
190
jar, o por razones estéticas (para no comprometer el tipo).
En este caso, el amor mutuo es muy sospechoso. ¿Qué
amante verdadero no quiere que su amor tenga nombre
de niño/a, verse los dos amantes viviendo conjuntamente
en el hijo/a, fruto de su relación amorosa? Un matrimonio
que no viva y sienta esto puede estar seguro que no irá
muy lejos en su felicidad conyugal. Generalmente, en su
pecado tienen la penitencia.
Acertada y dura es la afirmación de los obispos vascos
en su carta conjunta Redescubrir la familia, n.50:
La otra paternidad
191
iniciativa social y el mismo compromiso apostólico ejercido
con especial entrega, son algunos de los múltiples modos
con los que estas parejas pueden hacer fecundo el amor
que gozosamente comparten, superando así la frustración
que en ellos pudiera originarse,»47
192
«No os escribo esto para avergonzaros, sino para amo
nestaros como a hijos míos muy queridos. Porque, aunque
tuvierais diez mil maestros en la fe, padres no tenéis mu
chos; he sido yo quien os ha hecho nacer a la vida cris
tiana por medio del evangelio.»48
48 1 Cor 4,14-15.
193
espiritual con respecto a hijos ajenos que necesitan cari
ño, protección y formación.
Amar es compartir
Nuestro
49 Hch 4,32-34.
194
comunidad de los mensajes de Jesús, pero sobre todo de
su praxis. De él ha dicho genialmente el poeta Celso Emi
lio Ferreiro: «Hubo una vez un hombre que no dijo nunca
mío». La comunidad prepascual de los discípulos y el
Maestro vivía esta comunión de bienes; Judas era el ad
ministrador que sisaba50. Pablo hace constantes referen
cias en sus cartas a la generosidad con que compartían.
50 Jn 13,29.
5' 1 Tes 4,9-10.
52 2 Cor 8,13-14.
195
rogénea y amplia! A la iglesia doméstica le corresponde
ser una escuela en la que se aprende a compartir con los
que no son de la propia carne y sangre. Quien no com
parte con los de su propia familia, ¿cómo va a compartir
con los extraños?
Es preciso advertir que este compartir no se refiere sólo,
ni mucho menos, a compartir los bienes materiales, a for
mar una sociedad económica entre la pareja o la familia,
sino que va, por supuesto, más allá.
Los cónyuges y el resto de los familiares están llama
dos, evidentemente, a compartir lo más íntimo de sus vi
das, sus experiencias, sus gozos y sus tristezas, sus éxi
tos y fracasos, sus esperanzas y sus angustias, su fe y
sus dudas, sus experiencias humanas y religiosas. Por eso
entre ellos no puede haber recintos cerrados con llaves ni
cajas fuertes con clave. De esto ya he hablado.
Si Pablo reclama a los miembros de las comunidades
«alegraos con los que se alegran; llorad con los que llo
ran» 53, como una exigencia de la fraternidad evangélica,
¿cómo podría llamarse iglesia doméstica aquel matrimonio
o aquella familia en la que cada miembro pasara de largo
ante las íntimas alegrías y las hondas angustias de los
demás?
Casarse es olvidar el posesivo mío y tuyo para susti
tuirlo, no sólo verbal sino verdaderamente, por el nuestro.
53 Rm 12,15.
196
han de ser todos: los bienes psicológicos, los propios del
sexo, los de la propia personalidad; bienes culturales, so
ciales, espirituales y materiales, con la finalidad de com
plementarse mutuamente; lo mismo que ha de ocurrir con
el resto de los miembros de la familia.
El compartir los bienes materiales estaba simbolizado
desde hace siglos en el gesto ritual casi religioso de partir
el pan en la comida familiar; gesto que realizaba siempre
el jefe de familia o el huésped como señal de honor. Los
de Emaús invitan al Huésped, el desconocido compañero
de viaje, a partir el pan de la cena; le reconocieron por
su forma de hacerlo, porque era del grupo apostólico54.
Los cristianos denominaban a la eucaristía la «fracción
del pan»55 por el hondo significado de igualdad fraterna
que expresa. En la hogaza misma, compuesta de granos
de diversos campos, triturados y amasados y formando
una nueva unidad, veía la comunidad una imagen de sí
misma. Una bellísima oración de ofrenda del pan expre
saba este simbolismo. Compartir significa partir-con; es
decir, partir en partes iguales, muy distinto a repartir o a
participar, que significa etimológicamente dar parte, que
no necesariamente es igual. Lo propio de la familia es
compartir en rigurosa igualdad.
Charles Péguy expresaba esta realidad sublime con pa
labras fotográficas: «La Iglesia es la mesa familiar en la
que todos comen de la misma sopera. Y Dios preside la
comida paternalmente». No hay nada más confiado que
meter todos, en absoluto gesto de igualdad, la cuchara
en la misma sopera. Lucas nos señala el gran milagro de
la comunidad de Jerusalén: «Nadie consideraba como
54 Cfr. Le 24,30-31.
65 Hch 2,42.
197
propio nada de lo que poseía»5e. Si este compartir igua
litariamente es una exigencia de toda comunidad cristiana,
de todo matrimonio sea cristiano o no, es una exigencia
mayor cuando se trata de la célula básica de la comuni
dad cristiana, que es la familia.
«Cuando seas padre, comerás huevos», decía la expre
sión popular que se llevaba efectivamente a la práctica.
Por un doble motivo: como señal de preferencia por el
sentido patriarcal que tenía la familia y porque, general
mente, el jefe de familia era el que realizaba los trabajos
más duros del campo y necesitaba una alimentación más
nutritiva. ¿No ocurre, quizá, hoy exactamente al revés?
Creo que, en este movimiento pendular que caracteriza a
la historia, estamos cayendo en el extremo contrario. En
muchos hogares quien impone el menú, quien se lleva la
mejor tajada, quien gasta más y en lo mejor es el hijo, la
hija, los hijos de la casa. Obsesionados los padres por la
adecuada alimentación y por el miedo a que enfermen de
anorexia, con frecuencia los malcrían. En este juego, las
madres, generalmente, han salido y salen malparadas,
muy a su gusto, sin duda.
Es un tópico que nadie pone en tela de juicio: A los
chicos se les mima, que no les falte de nada, ¡por Dios!,
que no les pase como a nosotros, dicen muchos padres.
Con ello, quieren compensar en los hijos la vida de pri
vaciones que padecieron ellos en su infancia. Para los hi
jos lo mejor de la comida, la ropa y el calzado de marca,
viajes de toda clase, mientras, muchas veces, los padres
se contentan con visitar la ciudad más cercana, iQue dis
fruten ellos, que están en la edad de hacerlo!, suelen ex
clamar muchos padres. Por supuesto, todo lo que se em-
56 Hch 4,32.
198
plee en gastos educativos está bien empleado; pero lo
demás, pienso que es un serio error formativo; es decir,
una actitud paternalista deformadora. Con ello se está
criando a un señorito o a una señorita que va a ir por la
vida con la convicción de que los demás son criados a
su servicio.
Maximum jus, maxima injuria, decían los latinos haciendo
un juego de palabras. Traducido significa: Medir a todos
por el mismo rasero es una gran injusticia. Como es ló
gico, no puede haber una absoluta igualdad en la familia;
hay sujetos que tienen derecho a preferencias y mimos
especiales: los enfermos y débiles, los que necesitan cui
dados especiales. Esto es de sentido común.
Sin que se vaya a caer en el rigorismo administrativo de
una empresa en la que cada uno tiene su sueldo legal, sí
es preciso recordar la exigencia de igualdad a la hora de
los gastos. Todavía hay esposos faltos de formación (ya
son menos, por suerte) que esgrimen como argumento
para sentirse dueños del dinero de la casa: Quien gana el
dinero soy yo, como si las tareas domésticas no fueran
remunerables.
En este sentido, es también una auténtica contradicción
matrimonial la separación de bienes sin razones de tipo
económico o social bien justificadas. Con ello se pervierte
el matrimonio en una sociedad limitada, donde cada uno
conserva su capital.
199
Sin que alcancemos todavía los niveles medios de Eu
ropa, con todo, el crecimiento es considerable y tiende
progresivamente a la equiparación con el resto del conti
nente. Conocemos la cuota del 25 % que ponen y se im
ponen algunos partidos políticos para que sus mujeres es
tén en las listas electorales para el Senado y el Congreso
de los Diputados.
Me acaban de proporcionar desde el inem y desde el
Instituto de la Mujer los últimos datos sobre el empleo
femenino. El porcentaje de mujeres empleadas, que en
1993 era del 34 %, se sitúa en estos momentos en el 39 %
de la población activa. El 75 % de la población activa de
las mujeres comprendidas entre los veinticinco y treinta y
cuatro años, tiene trabajo extradoméstico. Con respecto a
las mujeres casadas, que en 1974 trabajaban fuera de
casa el 14 %, hoy lo hace el 37 %. El incremento es, por
lo tanto, espectacular.
Leo en el Faro de Vigo del 23 de mayo de 2000, el
siguiente titular: «Las mujeres colegiadas (en el Colegio de
Abogados) se aproximan ya en número a los hombres».
La primera en ejercer fue María Ramona San Luis Costas;
la segunda tardó cinco años en colegiarse... Ahora se van
aproximando en número a los hombres. Si nos referimos
a quienes ejercen y residen en el partido judicial que com
prende los municipios de Vigo, Bayona, Nigrán y Gondo-
mar, contabilizamos, a mediados de mayo de 2000, un
total de 920, de los que 543 son hombres y 377 mujeres.
Es palpable, pues, el movimiento ascendente de la in
corporación de la mujer al mundo laboral, a pesar de la
crisis y el retroceso sufridos en la década pasada.
La repercusión sobre el núcleo familiar del trabajo extra
doméstico de la mujer difiere, evidentemente, según la si
tuación de la familia. No repercute de la misma manera
200
cuando el matrimonio tiene hijos que cuando no los tiene;
cuando los hijos son pequeños que cuando son adoles
centes o mayores. Pero siempre, siempre, tiene una gran
repercusión, en todos los sentidos.
Esta situación, por de pronto, ha creado un nuevo rol
para los abuelos que asumen una participación mayor en
la crianza de los nietos. Me impresiona ver, a las siete de
la mañana en los inviernos madrileños, a padres jóvenes
bajar de los pisos con sus bebés, perfectamente arropa
dos, para dejarlos en el piso de los abuelos durante las
horas laborales precisas, y a abuelos que vienen a hora
temprana a los pisos de sus hijos para hacerse cargo de
ellos mientras el hijo/a y el yerno o la nuera trabajan. Ya
es familiar en todas las ciudades y poblaciones ver a los
abuelos a las puertas de los colegios aguardando a los
nietos para acompañarlos a casa, o en el parque cuidán
doles, entreteniéndoles y dándoles la merienda.
El trabajo de la esposa y madre afecta a la psicología
de todos los miembros de la familia y cambia sus hábitos
sociales.
No es la misma la actitud psicológica de una madre
cuya única profesión son sus labores, que la de una ma
dre que llega, tal vez, cansada, irritada por los conflictos
laborales e interrelacionales de la empresa, oficina o co
legio, después de ocho horas de trabajo. Ni es la misma
la actitud del marido según su mujer trabaje o no fuera
de casa. Y está claro que esta circunstancia tiene también
una notable repercusión en la vida de los hijos.
La mujer que gana un sueldo fuera de casa tiene una
sensación de autonomía y de mayor igualdad con respec
to al esposo, quien no podrá decir: Aquí quien gana el
dinero soy yo, como ocurría con tanta frecuencia en los
hogares tradicionales.
201
La situación de la esposa y madre empleada reclama,
sobre todo, una mayor colaboración del marido en el cui
dado de los niños, debiendo alternar indistintamente, se
gún los horarios de trabajo, en cambiarles, darles el bi
berón o la comida, llevarles al colegio. El trabajo de la
mujer fuera de casa impone organizarse para una limpieza
más a fondo los fines de semana y hacer la compra diaria
y semanal. Reclama, sobre todo, una estrecha colabora
ción en las tareas domésticas. Las tareas domésticas son
tareas de todos los domésticos, es decir, de todos los que
integran el grupo familiar.
202
cativa resulta esta corresponsabilidad dentro del convivir
familiar!, según el testimonio de numerosos padres.
Naturalmente que sobre la distribución de tareas no hay
nada escrito ni se puede reglamentar. La única clave para
resolver el tema de la distribución de tareas es la gene
rosidad y el amor sacrificado de cada uno, que le lleva a
adoptar una actitud de servicio, a elegir para sí lo más
trabajoso. Si hubiera que llegar a la reglamentación rígida,
sería señal de que el amor habría muerto; y, entonces,
habría que vivir a base de pactos implícitos o explícitos.
Desgraciadamente, es lo que ocurre en muchos matri
monios y familias.
La cuestión del fregadero no es una cuestión baladí, por
lo que en sí significa y por las consecuencias positivas o
negativas que, según se meta o no las manos en ello,
tiene para la vida conyugal. Lo observamos en nuestro
entorno; y, por si alguien lo duda, ahí está el testimonio
de Jaime Calviño que antes aduje. En el fregadero se or
ganizan muchos conflictos y se consolidan muchas amis
tades conyugales y familiares. Hay muchas mujeres y mu
chas madres resentidas porque, además de dejarlas solas
en las tareas domésticas, ni los esposos ni los hijos va
loran o agradecen lo que hacen.
La igualdad en la vida conyugal y familiar hay que lle
varla también a la diversión y el descanso. Es frecuente
que el marido salga de casa, alterne con los amigos, jue
gue la partida en el bar, vaya de caza o pesca, al partido
de fútbol, etc., y todo lo haga normalmente solo, sin la
compañía de la mujer, y, en cambio, como residuos de
machismo, lleva a mal que la mujer haga paralelamente
lo mismo con sus amigas y compañeras. Evidentemente,
estamos en un campo en el que la mujer se va liberando
progresivamente, pero en el que todavía le quedan bas-
203
tantes cuotas de libertad y de igualdad por conquistar. El
descanso, el ocio y la diversión compartidos, unen fuer
temente a los esposos y a la familia. Por suerte, hay mu
chos esposos y esposas, padres y madres que, como
ellos mismos confiesan, no saben ir solos, sin el esposo/
a o los hijos a ninguna parte. ¡Como tiene que ser!
Tarea nuestra es también la educación de los hijos, con
frecuencia delegada en la madre. Hay muchos padres que
creen que bastante hacen con ganar el sustento para
ellos; proporcionales el alimento, la educación, es cosa de
la madre. Muchas madres, conscientes de la situación,
recurren al padre como juez de última instancia para si
tuaciones límites. Por parte de muchos padres, hay una
cómoda y lesiva delegación de sus funciones de educa
dores en las esposas.
204
4
Para construir el hogar
Un proyecto
El proyecto, lo primero
205
lo más grande. ¡De qué manera tan distinta reaccionan
ante acontecimientos, a veces duros, quien sabe lo que
quiere en la vida y quien no lo sabe!
Esos principios son unas cuantas cosas que tenemos
claras y que cimentan el devenir de nuestra vida, le dan
coherencia, hacen fácil la toma de decisiones; porque ya
sabemos lo que queremos, inciden en la elección de
nuestras amistades, en nuestro ocio y diversiones y dan
sentido a la rutina y al quehacer de cada día, al dolor y
a las penas, al placer y a los gozos, en una palabra, a la
vida y a la muerte.
El proyecto de vida en común facilita eficacísimamente
solventar sin grandes complicaciones las dificultades y
conflictos que van surgiendo. Hay parejas que, por falta
de un proyecto, se atascan muy pronto. No saben qué
hacer para salir de los conflictos, a veces muy pequeños,
que llegan por desgracia a convertirse en definitivos. ¡Hay
casos en que un gran amor se arruina por desconocer
cosas elementales!
Al matrimonio le define el amor que une a los contra
yentes y la voluntad de realizar un proyecto en común.
Hay familia desde el momento en que la pareja tiene un
proyecto de vida.
El proyecto de matrimonio y de familia es el que permite
cambiar lo imprescindible, lo mudable al paso del tiempo,
siguiendo fieles a sí mismos.
Ese proyecto es conveniente formularlo, escribirlo, te
nerlo como un documento sagrado en el que se refleja la
comunión interior y la meta siempre urgente en el caminar.
Nosotros lo tenemos en la cabeza, me han repetido mu
chos cuando les he invitado a realizarlo. Sinceramente, no
vale. Es un engaño. No vale a la hora de revisar, de rea
firmarse en el camino.
206
Tengo que confesar, lamentablemente, que no he tenido
demasiado éxito con ésta recomendación que he hecho
a cientos de parejas. Algunos creen que se trata de algo
perfectamente inútil, otros muchos, los más, pienso, es
cuestión de pereza, de creerse incapaces de realizarlo. Y,
icómo no!, también hay un pequeño porcentaje que no
quiere comprometerse.
¿No resulta absurdo que novios y familiares se dejen
acaparar nerviosamente por los preparativos externos de
la celebración y descuiden lo que constituye el ser mismo
del matrimonio y lo que ha de determinar su verdadera
felicidad?
El momento adecuado es días antes de casarse como
culminación del noviazgo, tiempo de aproximación psico
lógica. El proyecto sería la expresión de la con-cordancia
lograda al cabo del tiempo de un noviazgo reflexivo y se
rio. Esto no significa que no pueda y deba realizarse des
pués de haber andado un trecho del camino conyugal.
Son bastantes los que lo han hecho así. Resulta una ver
dadera fiesta para los protagonistas y los testigos ritualizar
los compromisos, formularlos y presentarlos al Señor en
una celebración paralitúrgica realizada días antes del ma
trimonio.
207
- qué medios eligen para el crecimiento en la comunión
conyugal;
- cómo van a organizar su convivencia para poder dis
poner de tiempo para estar juntos, dialogar y com
partir;
- qué orientaciones quieren mantener con respecto a
las familias de los padres: autonomía sin ruptura, etc.
- si son creyentes, cómo van a compartir su fe, cómo
se van a seguir formando en ella, cómo la van a ce
lebrar;
- cómo van a colaborar personal y económicamente
con la comunidad parroquial;
- qué compromisos asumen con respecto a la socie
dad, a los pobres, al mundo laboral al que pertene
cen;
- qué orientaciones y normas fundamentales han de te
ner en cuenta con respecto a la convivencia, al diá
logo, a la comunicación con los hijos;
- qué orientaciones educativas van a seguir;
- qué medios eligen para su formación humana y reli
giosa, etc.
208
Es sumamente eficaz informarse sobre familias relevan
tes a través de contactos con otros matrimonios o a través
de lecturas. Es necesario señalarse la periodicidad que se
establece para la revisión del proyecto elaborado. Si los
hijos son capaces y, en la medida en que lo sean, han
de participar en la elaboración y en la revisión del proyec
to.
Transcribo algunos puntos del proyecto matrimonial de
Ignacio e Isabel, que llevan siete años de casados y tienen
tres hijos: Enrique, de seis años, Oscar de cuatro y Ruth
de uno y medio. Presento sólo algunos puntos para no
ser demasiado extenso. Ignacio es empleado de banco,
Isabel hace unas pocas horas de guardería, a la que lleva
a sus dos hijos más pequeños, Oscar y Ruth.
El proyecto completo consta de cinco hojas. Dan infi
nidad de gracias al Espíritu que les inspiró e impulsó a
hacer el proyecto, por lo que les ha ayudado en su cre
cimiento conyugal y familiar.
209
• Celebraremos gozosamente el 20 se septiembre, ani
versario de nuestra boda. Ese día participaremos en
la eucaristía de ia tarde de nuestra parroquia toda la
familia. Celebraremos fiesta el domingo más cercano
a la fecha.
210
trimonios. Realizaremos la sentada de una hora que
tanto nos inculca Paco (el animador de grupo)...
• Participaremos en familia en la eucaristía de la cate-
quesis de once y media; la guardería con cristalera
para poder seguir desde ella la celebración nos facilita
el participar juntos aunque los niños estén inquietos.
211
Reunirse para unirse
212
«No nos dejes caer en la tentación»
213
cada cual piense en sí mismo y ¡sálvese quien pueda! Ya
no es raro encontrar padres y madres jóvenes que preten
den seguir haciendo la misma vida que llevaban de sol
teros, aparcando al niño donde sea y como sea cuando
se han cansado de jugar con él. Cada vez hay más co
legios y guarderías montados como aparcaniños, cuyos
responsables se dedican a entretenerlos, sin preocuparse
lo más mínimo de educarlos, etc. Y, como es natural, el
individualismo de los mayores se nota en los niños, deján
dolos marcados para toda la vida.» '
Totalmente presentes
214
de estar en cantidad, hay que tener una presencia de in
tensidad y calidad. Lo más decisivo no es tener mucho
tiempo para estar juntos, sino que, cuando la familia se
reúne, se pueda estar a gusto, en un clima de confianza,
cercanía y cariño. Difícilmente va a encontrar el hijo un
clima semejante en la sociedad actual.
No es suficiente con estar en casa; es muy importante
el modo como se está. Uno puede cometer el delito de
abandono del hogar, estando encerrado en él, pero pri
sionero de la tele, del ordenador, de sus hobbies, de sus
estudios, en la novela o telenovela, en su Internet, etc. A
veces están más presentes en el hogar viajantes que tie
nen que pasar muchos días fuera que quienes viven en
cerrados en su piso, pero un tanto ausentes de la familia.
Cada uno ha de preguntarse con respecto a la convi
vencia conyugal y familiar: ¿Me desean los demás? ¿Me
están esperando o, por el contrario, se arma la bronca
cuando aparezco? Si quieres un criterio para medirte a ti
mismo, búscalo en lo que tu presencia significa para los
demás, si los haces sentirse mejor, si les llevas paz, si los
dejas contentos, si, en una palabra, les ayudas a crecer.
215
Hablando se entiende la gente
216
dialoga suficientemente. Así lo han confesado al menos el
90% de los matrimonios de las decenas de grupos que
he animado.
217
ruidos, las prisas, el estrés nos obligan a vivir continua
mente molestos, predispuestos a la agresividad, los me
dios de comunicación están inhibiendo con una facilidad
y discreción pasmosas la comunicación personal entre es
posos y entre padres e hijos.»
218
que no se comunican no se aman; si no se aman no son
familia más que jurídica o socialmente, pero no en el sen
tido psicológico.
La persona perdida en los neveros de la soledad e In
comunicada con su consorte o su familia está amenazada
de muerte psicológica. Fernando del Teso pronostica muy
certeramente los riesgos de la incomunicación a nivel per
sonal y a nivel de pareja y familia:
219
visión de su jerarquía de valores para entregarse más de
lleno a la convivencia y a todo aquello que hace familia y
que, a veces, parece baladí pero que, a la postre, tiene
gran Incidencia en la salud del matrimonio y la familia.
Siempre será mejor una gozosa convivencia matrimonial y
una reconfortante vida de familia que agotarse en adquirir
dinero y prestigio personal que no se podrán disfrutar a
gusto al margen de la familia, a cuya costa se han con
seguido.
Es un hecho sin discusión, que detrás de una pareja
que funciona bien hay mucho diálogo. Horas de diálogo,
tardes enteras o buena parte de ellas, al menos una vez
al mes, realizan sistemáticamente el diálogo. El diálogo,
que no es fácil al principio, se convierte, al fin, en lo más
bello del matrimonio, en condición Indispensable para
otros encuentros.
El diálogo impide que cada miembro de la familia se
trague nada, que se incuben resentimientos y lejanías, que
vayan creciendo raíces venenosas en el subsuelo familiar.
Por el contrario, permite que todo se vaya solucionando,
que la reconciliación sea posible día a día.
Los jóvenes que han crecido en ese caldo de cultivo
tan especial de la comunicación, de la puesta en común,
han adquirido sin duda unas actitudes de comunicación
que les facilitarán el pasar con éxito las etapas difíciles de
su vida.
¡Callad, niños!
220
dres como el fraile o el gallo del tiempo la humedad am
biental; les hace cambiar el color de la piel de su psico
logía. Esa carga de indiferencia, frialdad o agresividad les
afecta inevitablemente de forma traumática.
Les lesiona gravemente también la incomunicación con
ellos. Es una irresponsabilidad el confiarlos a la niñera
electrónica para que les entretenga con sus programas o
sus vídeos. Es una irresponsabilidad que los padres se
parapeten tras el muro de papel del periódico o de una
revista. Qué pena tener que oír con cierta frecuencia el
grito malhumorado del padre, de la madre, o de los dos:
¡Callad, niños! iNo molestéis!, mientras ellos están enfras
cados en su telenovela, partido de fútbol, revista o tertulia
de amigos...
Corrió de periódico en periódico, de revista en revista,
y de radio en radio, la conmovedora noticia de «La niña
del contestador automático». Una emisora de radio, que
suele dejar abierto su contestador automático para reco
ger las peticiones de sus oyentes, se encontró por la ma
ñana con un mensaje conmovedor. Era una voz tímida e
infantil que decía: «Soy Lucí, tengo cinco años y quiero
hablar contigo porque mis padres se van a separar y no
me hacen caso cuando quiero hablar con ellos. En el cole
quiero contarlo y no sé a quién decírselo. Te lo cuento a
ti y así, al menos, ya he hablado con alguien».
Una situación así es, objetivamente hablando, delictiva.
¡Cómo no van a ocurrir cosas con los hijos!...
Pepe Rodríguez tiene a este respecto palabras ilumi
nadoras:
221
lado del hijo -sin adoptar actitudes policiales que siempre
son muy contraproducentes- cuando surgen en éste las
primeras dificultades, no cuando los problemas ya le han
desbordado y se han hecho crónicos. Cualquier situación
que para un menor represente un problema, ya es objeti
vamente un problema, aunque a los adultos pueda pare-
cerles una tontería. Los menores deben tener la sensación
de que sus padres les comprenden y de que son lo sufi
cientemente importantes como para que éstos les escu
chen y deseen estar a su lado en los momentos difíciles.
Es preciso escuchar y compartir más y mejor entre padres
e hijos, ya que con ello no sólo se ayuda muchísimo a
madurar a éstos, sino que también se hace prácticamente
imposible que un hijo se relacione, aunque sea de modo
superficial, con cualquier dinámica autodestructiva, o de
riesgo, sin que sus padres se den cuenta de la situación
y puedan atajarla.»3
Tirar de la lengua
222
«Ante cualquier nueva situación que pueda plantearse
-aconseja-, no deje de hacer a sus hijos estas tres pre
guntas: ¿Cómo estás?, ¿cómo lo ves? y ¿qué piensas ha
cer al respecto? Le darán una completa radiografía del es
tado de ánimo en que se encuentran, de los problemas
que atraviesan y de los recursos de que disponen. Éste es
un pequeño truco que he enseñado a muchos padres y
ha obrado maravillas en la dinámica de la relación con los
hijos. Si sabe preguntar con afecto e interés -sin presionar
para nada a su hijo-, y sabe escuchar, las respuestas que
obtendrá al hacer estas preguntas le facilitarán una parte
notable de las claves que le permitirán poder prevenir a
tiempo casi cualquier problema.»4
223
lograr que el interlocutor se sienta cómodo, que no sos
peche que se está aguantando el rollo, sino que se le
escucha con atención e interés como si no hubiera otra
cosa que hacer.
Es importante, sobre todo, integrar a los hijos en la vida
y planes de la familia: charlar con ellos y escucharlos so
bre los asuntos que afectan a toda la familia, distribuirse
amistosamente las tareas; hablar con los hijos de las di
ficultades o los logros en el propio trabajo; participar de
los éxitos o las dificultades de los hijos en los estudios;
interesarse y colaborar, si es posible, en sus hobbies (lec
tura, música, teatro, deporte...). Para un hijo es muy im
portante que los padres le dediquen tiempo a él solo.
Los hijos, si no encuentran un hogar, un fogón encen
dido en su casa, buscarán fuera otro alternativo donde
puedan sentir calor humano y afecto y donde poder co
municarse a sus anchas.
Las experiencias gratas de comunicación en el hogar
paterno influyen también en los hijos a la hora de confi
gurar la vida de su propio hogar.
224
El huésped charlatán
225
levisión. Para muchos está plenamente justificado el nom
bre dado a las emisoras: primera cadena, segunda ca
dena, porque los tiene encadenados.
La televisión aísla. Está circulando por diversas publica
ciones la oración de un niño, que resulta escalofriante. Con
toda seguridad está un tanto amañada por la mano de un
adulto, pero, evidentemente, tiene mucho de verdad.
226
pos de matrimonios que he animado ninguna reunión en
la que se toque el tema del diálogo o de la convivencia
conyugal o familiar y no se eche la culpa a la televisión
de entorpecerlos seriamente. Siempre hay algún programa
que apasiona a uno de los miembros de la familia, y en
tonces, ante cualquier intento de diálogo, suena un chis...
malhumorado y enérgico.
Martín Descalzo, ese gran especialista en los medios de
comunicación, aconsejaba en una reunión de matrimonios
«no ver un programa que no sirva como tema de diálogo
comunitario».
«El tiempo es oro», dice el refrán. El tiempo es diálogo.
¿Cuánto oro tiramos por la ventana del televisor al abismo
de la nada? ¿Cuántas oportunidades de diálogo arrojamos
al vacío?
Hay movimientos familiares que urgen a sus miembros
a que practiquen lo que denominan la táctica del 10/10:
Diez minutos de reflexión personal para preparar el diá
logo y diez minutos de diálogo. Y el testimonio unánime
es que obra prodigios de comunión.
Algunas consignas que me parecen atinadas con res
pecto al uso de la televisión en familia:
227
• Comentar con los hijos los programas que se están
viendo. Despertar el sentido crítico, poniendo de relie
ve ios valores y la falta de valores.
Hablar y dialogar
228
a una mesa y sacar cada uno todo lo que lleva dentro,
tratando de comprender a los otros y de asumir parte de
responsabilidad en la situación enojosa que se ha pro
ducido, y estar dispuesto a mejorar cada uno según sus
posibilidades.
Si existe un profundo amor de base, un desahogo con
junto, en paz, puede ayudar a superar situaciones, por
más difíciles que sean. Lo malo es ir acumulando agre
sividad hasta que los miembros de la familia revientan y
se destrozan irresponsablemente.
El diálogo presupone una actitud de sinceridad y una
liberación de prejuicios entre los interlocutores.
Es Importante no olvidar que existe también un lenguaje
no-verbal. En realidad, todo nuestro cuerpo es una emi
sora que está emitiendo ininterrumpidamente distintos
mensajes que las personas cercanas suelen descifrar bas
tante acertadamente. Por eso, a la larga, es imposible
mentir, ni siquiera a los niños. Nuestras miradas, el as
pecto de nuestro rostro, la postura de nuestros labios, el
modo de besar y abrazar, el tono de nuestras palabras,
incontables gestos y movimientos rutinarios, todo es len
guaje, y a través de todo ello nos expresamos y comuni
camos. Por eso es absurdo entrar en el juego de las men
tiras y de los disimulos. Como genialmente dice nuestro
refranero, «antes se coge a un mentiroso que a un cojo».
Y, con la pérdida de la credibilidad, se imposibilita el cón
yuge para la comunión íntima tanto matrimonial como fa
miliar.
Las dos formas de comunicación o de lenguaje no sólo
no se contraponen sino que se complementan. Muchas
veces el lenguaje verbal no es suficientemente cálido y
expresivo. A veces un simple cogerse de la mano y mi
rarse a los ojos expresan más que muchas declaraciones
229
de amor; pero los dos lenguajes juntos y complementados
representan la comunicación perfecta.
En cada hogar existen verdaderos códigos de comuni
cación que proceden del conocimiento intuitivo del otro,
de la convivencia asidua. Códigos de un valor inaprecia
ble, que podemos enriquecer día a día. Unas veces son
personales, otras, colectivos.
Hay veces en que decimos cosas muy claras sin pro
nunciar palabra: con un gesto, un detalle, un silencio, una
lágrima o una sonrisa. En una casa en que se habla y se
dicen cosas existe la sensibilidad, la capacidad de escu
cha, para percibir esos mensaje y darles respuesta.
Decir y decirse
230
grandiosidad indescriptible que Agustín nos regala en sus
Confesiones IX, 10,23, cuando él y su madre, descansando
de un largo viaje, se asomaron a la ventana de su casa
de Ostia, abrieron su corazón para comunicarse la fe y la
esperanza que les animaba, hasta gozar juntos del éxta
sis.
En el diálogo de comunión, las personas se expresan a
sí mismas, se dicen, se comunican. Hay que decir clara
mente que sin este diálogo no hay verdadero matrimonio
ni verdadera familia.
Hay que distinguir diversos niveles de comunicación en
tre las personas.
Existe un primer nivel que podemos llamar convencio
nal: las personas se comunican mediante rituales sociales
y conductas estereotipadas, los saludos, las frases de ri
gor, los protocolos. Se interactúa así con personas poco
o nada conocidas.
El segundo nivel es el informativo. En este nivel las per
sonas se Intercambian noticias, comentarios, se habla de
terceras personas. Es la típica conversación en la que se
habla de todo: sobre el costo de la vida, el terrorismo, el
deporte, la moda, los acontecimientos de la ciudad, el
tiempo, se cuentan chistes o anécdotas. Esta comunica
ción se verifica entre personas conocidas.
El tercer nivel es el intelectual. Las personas ya comu
nican algo que les es más íntimo y propio: sus ideas, sus
opiniones, su modo de pensar; este nivel supone una ma
yor cercanía y vinculación entre los comunicantes, unidos
por el compañerismo, los lazos familiares o una vecindad
muy estrecha. La persona se comunica cuando dice lo
que piensa, no lo que sabe. Si sólo transmito noticias o
pensamientos de otro, no me comunico; informo. Comu
nicarse es hablar desde la personas y de la propia per-
231
sona. Uno se comunica cuando expone criterios o expe
riencias: la fe, la amistad, el amor de Dios. Si digo que
mi máxima experiencia es la amistad estoy definiendo mi
vida.
El cuarto nivel es el afectivo. Se da entre las personas
unidas por una gran confianza. En este nivel se comparten
las emociones, los sentimientos, las experiencias y las es
peranzas. Es la comunicación que a veces se da en gru
pos cristianos de medianas dimensiones, en los que no
se llega a compartir toda la Interioridad y se reservan to
davía armarios cerrados al enseñar la casa.
El quinto nivel es el de comunión. Acontece entre ami
gos íntimos, entre aquellos que se han constituido en un
nosotros estrecho en el que no hay zonas prohibidas al
acceso. En este nivel se abren todas las puertas y se
muestran todos los rincones, el trastero, la caja fuerte: las
motivaciones más profundas, el sentido de la vida, la fuen
te de las alegrías y tristezas.
No puede faltar, en este sentido, la comunicación sobre
lo que constituye la vida más íntima de la persona: el sen
tido de su vida, su experiencia religiosa, su comunicación
y comunión con Dios, su esperanza, la jerarquía de valo
res que rige su vida.
El nivel que corresponde a la comunicación entre los
cónyuges y entre los miembros de la familia, llamados a
ser «un solo corazón y una sola alma»6, es, naturalmente
el quinto, ya que ellos han de ser entre sí los amigos más
íntimos.
Por desgracia, el nivel en el que en realidad viven la
mayoría de las familias no pasa del tercero. El contenido
de las conversaciones suelen ser los acontecimientos, las
6 Hch 4,32.
232
incidencias del trabajo, el deporte, la política, las noticias
del periódico, los programas de televisión y, si hay un am
biente que lo permite, las ideas. Pero, frecuentemente, el
contenido del diálogo es tangencial a la persona.
Desgraciadamente, el tema económico es el que más
tiempo de conversación consume.
Ésta es la verdad, a todos los niveles: hay mucha con
versación y poca comunicación.
Es absurdo presuponer que los miembros de la familia
ya se conocen y que no es necesario el diálogo. Si uno
apenas se conoce a sí mismo y recibe de sí mismo mu
chas sorpresas, cuánto más de los demás, y, sobre todo,
por los cambios a que estamos sujetas las personas.
No hace falta que nos hablemos -he escuchado a mu
chos matrimonios-; con sólo mirarnos a la cara, ya sabe
mos qué le pasa al otro. Es absurdo. ¿Quién tiene garan
tías de adivinar con toda certeza? ¿Y por qué el otro tiene
que estar adivinando? ¿Por qué quien vive una situación
particular no la comunica?
El que, a la pregunta ¿qué te pasa?, responda con un
nada seco, es de verdad absurdo.
«El yo existe en diálogo», escribió Feuerbach, uno de
los pioneros de la filosofía dialógica. Por eso el matrimonio
y la familia, llamados a vivir en comunión, no puede con
tentarse con tener espacios para el diálogo, sino que hay
que tener una actitud dialógica permanente sin la cual la
comunión es totalmente inviable.
233
Para la reflexión y el diálogo
El arte de dialogar
234
que se aconseja en Encuentros Matrimoniales. Sorprende
con frecuencia a tu cónyuge y a los hijos con la pregunta
cariñosa: ¿Cómo estás?, ¿cómo te sientes?, hoy te veo
muy feliz, ¿por qué?; te veo un tanto preocupado, ¿qué te
ocurre? Esto supone vivir pendiente de los demás miem
bros de la familia.
Dialogar, ante todo, es escuchar. Y para escuchar es
necesario estar vacío de sí mismo. Con frecuencia, no se
escucha sino que se está aguardando a que el otro ter
mine de hablar para meter baza. A veces hasta el inter
locutor se percata de que su oyente no escucha; por eso
resuena tantas veces en la conversación el pero, ¿me es
tás atendiendo?...
M. Quolst ofrece unas atinadas consignas para un diá
logo humanlzador. Indica, como es natural, que comuni
carse intensa y cálidamente requiere una gran capacidad
de escucha.
235
argumentos. Por lo cual una discusión no es sólo un In
tercambio de ideas, de razonamientos, sino, durante casi
toda ella, una lucha entre dos personas y especialmente
entre dos sensibilidades.»7
Semillas, no dardos
236
pre semillas de verdad, de simpatía, de ternura, no dardos
agresivos que provocan lesiones psicológicas.
¿Por qué no excusarse humildemente, ungir la herida,
cuando los dardos de la lengua se nos han escapado
incontrolados?
Comienza, naturalmente, por reconocer y alabar lo que
hay de valioso y cierto en la conversación del consorte,
de tu hijo/a; gana su simpatía; y después, sí, puntualiza,
complementa. Hay personas susceptibles que sienten
como agresiva una opinión distinta. Sonríe. No des a la
conversación un tono polémico, sino que tus palabras es
tén ungidas de mansedumbre y cordialidad.
Es absurdo encenderse discutiendo sobre cosas tan in
transcendentes como el resultado de un partido de fútbol,
el valor de uno u otro programa de televisión, la existencia
de los ovnis o la mejor marca en confecciones. Pon todo
el entusiasmo de tu corazón, pero sin irritarte, al compartir
el sentido de tu vida, al hablar de lo que para ti son los
grandes valores por los que merece la pena vivir y morir,
al defender al oprimido, al defender los grandes intereses
de tu matrimonio, de tus hijos, de tu familia.
Es evidente que la mayor parte de las discusiones se
entablan por tonterías, y que quien no está alerta se en
zarza en una batalla verbal en la que quienes discuten
resultan lesionados por las saetas de las palabras hirien
tes.
Cuando los hijos quedan aturdidos por los sermones de
los padres en torno a temas baladíes, cierran sus oídos a
temas vitales. Es una pésima estrategia educacional gas
tarse en discusiones por tonterías y quemarse en detalles
sin importancia. ¡Cuántas tragedias familiares por las me
lenas, para que, al fin, si se descuidan, años después, las
lleven los propios padres que se enfurecieron contra ellas!
237
Si quieres salir airoso en las discusiones, olvídate de ti
mismo, respeta al otro, no seas como el rico que da li
mosna al pobre, sino como el que se presenta al esposo/
a, a los hijos, para unirse a ellos y con ellos descubrir la
verdad.
No grites, ipor favor!, ni permitas que se grite en la con
versación familiar. Hablemos como personas que hablan
con personas. Los gritos son generados por la violencia y
generan violencia. Los gritos generan gritos. Los hijos que
se acostumbran a los gritos, para obedecer, necesitan gri
tos cada vez más repetidos y subidos de volúmen. A
quien grita hay que repetirle lo que tantas veces se dice:
«¡Por favor, baja la voz y sube los argumentos!», porque
no es infrecuente que la inseguridad interior adopte la fal
sa seguridad de los gritos. Alguien dijo agudamente: «No
tiene razón; grita demasiado».
De todos modos, más vale una salida de tono espon
tánea y fruto de la confianza que los silencios agresivos y
rencorosos. Porque, quede claro que no se trata de en
tablar un diálogo al estilo de las conversaciones entre po
líticos, artificioso, calculado y frío. Eso no es diálogo co
municativo sino una pequeña conversión a distancia, a
distancia psicológica. Exactamente lo contrario de lo que
ha de ser una comunicación conyugal o familiar. Si las
palabras no nacen fluidas y cálidas del corazón, no pue
den de ninguna manera crear comunión.
Algunas recomendaciones que orientan eficazmente el
diálogo:
238
• Mantener un talante positivo y acogedor en todo mo
mento: al principio, a la mitad y al final de la conver
sación.
• Intentar romper la subjetividad personal para acercar
se al otro sin prejuicios.
• No perder jamás los nervios ni levantar la voz.
Más en concreto
239
levantarse por la mañana. El secreto está en aprove
char mientras se hacen cosas, y así habrá más opor
tunidades de hablar sin los hijos presentes, sin prisas,
sin preocupaciones, mientras se da un largo paseo al
atardecer.»
• Como en esta agitación demencial de nuestros días
no es fácil a la pareja, sobre todo si son familia nu
merosa, tener espacios de tiempo suficientemente so
segados, muchas, con mucho acierto, se reservan pe
riódicamente unas horas exclusivamente para su con
vivencia y diálogo conyugal. Para ello, tal vez, sea
necesario programar salidas los dos solos. En algunas
situaciones los matrimonios amigos han visto esto
como la única forma de salvar su matrimonio, ame
nazado de desintegración por el desencuentro.
• En cuanto al tema o contenido del diálogo conyugal
no puede haber tabúes ni fronteras a nivel de infor
maciones, ideas, experiencias o situaciones persona
les. En el contenido del diálogo ha de entrar, natural
mente, el tema del trabajo, del marido, de la mujer y
de los hijos.
Ha de entrar también el tema del dinero. Cómo se
gana y cómo se gasta, el gasto semanal de los hijos,
las previsiones para el futuro, las ayudas que se han
de dar para colectas Importantes, como el Domund o
la Campaña contra el hambre... «Las familias sanas
igual que las enfermas, tienen problemas de dinero,
pero la diferencia entre aquéllas y éstas -señala Ge
rardo Pastor- es que las primeras hablan abiertamente
de ello mientras que para las segundas el tema eco
nómico es un tema oculto, o de comunicación defec
tuosa, hasta peligroso y tabú.»
• Como tema de diálogo no puede faltar el cambio de
240
impresiones sobre los acontecimientos del entorno y
sobre las propias experiencia que hay que escuchar
como si se tratara del relato más interesante jamás
contado. ¡Es la vida misma de aquellos que quere
mos, de aquellos que son un poco mi otro yo, que
forman conmigo el nosotros familiar!
• «Tanto entre marido y mujer como entre los hijos -ob
serva Bernabé Tierno-, conviene hablar también de te
mas que no sean ni de la familia, ni de los estudios,
ni de los problemas. ¿Por qué no hablar del tema pre
ferido de mamá o de papá, o de este o aquel hijo?
No importa que se trate de algo intranscendente; lo
verdaderamente importante es estar juntos compar
tiendo con un ser querido ese tema de conversación
que chifla y sentir su gozo y su alegría como nuestra.
Marido y mujer deben hablar de aquellas actividades
que tanto les gustan y además llevarlas a la práctica
cuando les sea posible (bailar, ir de viaje o al teatro,
cenar solos, salir con sus amigos preferidos...)»
• Con respecto al clima del diálogo es imprescindible
cuidar esmeradamente que en casa todos puedan ha
blar sin temor a ser juzgados, condenados o desde
ñados por su forma de pensar y de sentir sobre el
tema que sea: el sexo, el matrimonio, el juego, los
amigos, la religión, la política, la carrera, la economía
familiar. Cualquiera ha de poder hablar en familia con
entera libertad de cualquier tema, por delicado que
sea.
• Es preciso crear un clima habitual de respeto y aco
gida de modo que ningún miembro de la familia sienta
la necesidad de ponerse a la defensiva porque teme
una reprimenda. Por eso hay que evitar ios tonos y
gestos de acusación: Tú eres el culpable de todo...;
241
otra vez nos estás complicando la vida...; tú y yo te
nemos que aclarar esto... Es preciso rehuir toda inti
midación y todo mensaje que conlleve autoritarismo y
reproche. Probablemente produce el efecto inmediato
de la sumisión callada, pero en el fondo queda el re
chazo y el resentimiento. Es preferible utilizar el yo
pienso..., aunque puede ser que me equivoque, y so
bre todo hay que usar el nosotros participativo: Vamos
a pensar entre todos, creo que a nosotros lo que nos
conviene...; ¿no os parece?...
Hablar con toda libertad, con respeto y cordialidad en
familia es el medio más eficaz para mantenerse uni
dos, en paz y alegría.
242
5
Crecer o morir
243
incluso más feliz que el de su boda. Nosotros que nos
creíamos unos buenos matrimonios -decían-, no sospe
chábamos que tuviéramos tantos defectos en nuestra vida
matrimonial y familiar y que teníamos tantas posibilidades
de ser felices. Nos hemos dado cuenta de hasta qué punto
estábamos roncos y sordos para el diálogo en el hogar.
En realidad, no habíamos vivido la alegría de lo que es una
verdadera comunión conyugal. Lo confieso: Todavía sigo
asombrado ante aquel cambio profundo... Y la luna de
miel, después de meses, sigue creciendo. A éste han se
guido otros encuentros de grupos de matrimonios y todos
con el mismo resultado.
Matrimonios que están en torno a las bodas de plata o
que, incluso, las han superado hace años, gracias a dis
tintos medios de los que se han servido, sobre todo a la
vida de grupo, para crecer como familia, han experimen
tado una revitalización gozosa que resulta asombrosa para
ellos y para su entorno.
Estas experiencias revelan a los participantes y a los
que somos testigos de ello que hay muchos matrimonios
que se creen muy felices simplemente porque no conocen
otra forma de felicidad más honda y elevada que la de
las satisfacciones superficiales del bienestar. La experien
cia revela que el matrimonio es un camino interminable
jalonado por increíbles sorpresas para quienes lo viven en
actitud de superación constante.
Lo mejor, en el orden psicológico, tanto para la persona
como para la pareja y la familia, está en lo por venir, por
ver, por experimentar. Lo mejor está siempre en el futuro.
¿Cuándo nos convenceremos de esto?
El gran peligro en el matrimonio y en la vida de familia
es caer en una especie de escepticismo y renunciar a un
futuro mejor. El gran peligro es sentir y decir escéptica-
244
mente: Esto ya está visto; ya sabemos que no da más de
sí; aquí no hay nada nuevo que esperar.
Los matrimonios que incurren en este pesimismo y en
esta falta de esperanza se meten en un circuito cerrado
en el que no cabe esperar más que un progresivo desen
canto y un pesimismo creciente.
Tarea permanente
245
familia, con los hijos! Esto es un error. Matrimonio, familia
e hijos no son una lotería, sino el fruto de un empeño
incansable. Muchas parejas sueñan con un matrimonio y
con una familia felices, pero sin trabajarlos. ¡Vana ilusión!
El matrimonio puede ser una luna de miel creciente has
ta llegar a ser luna llena; y puede ser una luna de miel
menguante hasta apagarse del todo y convertir la vida de
matrimonio y de familia en una noche negra de lobos.
Y, en este sentido, como decía antes, ninguna pareja
puede decir ingenuamente de esta agua no beberemos.
Son muchas las veces que he tenido que exclamar, lle
vándome las manos a mi cabeza canosa: ¿Pero es posible
que este matrimonio, un matrimonio que parecía modélico,
un matrimonio al que envidiaban otros muchos matrimo
nios, haya explotado de esta manera?...; ¡si yo hubiera sido
capaz de meter la mano en el fuego por ellos!...
Cuando, en muchas ocasiones, ha salido la conversa
ción en grupos de matrimonios o en encuentros familiares,
afloran numerosas estampidas que dejan atónitos a todos.
Nadie; absolutamente nadie, tiene garantizado su matri
monio y su vida de familia si es que no cuida su salud.
«Serán los dos uno solo» ^ es decir, serán como un solo
ser, una sola persona, viene a decir Jesús. Éste es el
ideal, ésta es la meta, pero supone un largo caminar, un
esfuerzo sin desaliento.
El novelista francés André Maurois escribe certeramente:
1 Mt 19,5.
246
Este casarse más y más cada día es, precisamente, un
elemento básico para la felicidad del matrimonio.
247
que a los tres años; cuando llegan los hijos, cuando se
hacen adolescentes o se casan y cuando queda el nido
vacío; o cuando el matrimonio llega a la edad de la jubi
lación?
La familia es una realidad dinámica, en constante evo
lución, nunca igual, con momentos estelares a veces Im
pensados. Como se repite con frecuencia, cada familia es
un mundo, un mundo aparte, con planteamientos y cir
cunstancias originales, irrepetibles. En la vida matrimonial
y de familia hay que estar inventando constantemente el
futuro.
La familia con niños todavía muy pequeños tiene muy
poco que ver con la misma familia -nido vacío- en el mo
mento en que los hijos ya se han ido. Se trata del mismo
hogar, pero con distintos intereses.
Evidentemente, en el desarrollo de la vida del matri
monio y de la familia hay que señalar siete fases obvias:
248
cunstancias de todo tipo, de modo que cada familia cons
tituye un mundo aparte.
Cada una de esas etapas provoca crisis diversas y re
clama respuestas diversas, creatividad para afrontar una
realidad relativamente nueva. Los cónyuges no pueden
dejarse llevar pasivamente de la corriente si no quieren
que, en cualquier momento, la corriente les arrastre a un
remolino que les trague.
SI, por ejemplo, los esposos se dejan absorber por el
cuidado de los hijos y descuidan sus relaciones interper
sonales, vivirán traumáticamente el hecho de que los hijos
les dejen el nido vacío con su salida de la escena familiar.
Envejecer juntos
249
cosas extraordinarias, sino que se basa en la sencillez,
haciendo de cualquier momento un instante único.
Los esposos han de reservar y recuperar, si es que,
equivocadamente habían prescindido de ello por el cui
dado de los hijos, un tiempo para ellos, algunos días, en
fines de semana, en viajes de descanso, de turismo o de
visita a hijos o familiares.
Los hijos casados y, sobre todo cuando hay nietos,
constituyen, sin duda, una tentación de huida del encuen
tro recíproco y de invasión de los hogares de sus hijos.
Los casados cuyos hijos han volado han de potenciar
el placer de estar juntos, cara a cara, pensando y hablan
do sólo de sí mismos, como si fueran sencillamente una
pareja de enamorados. A partir de cierta edad nace una
exigencia que nunca se había sentido antes: Me gustaría
envejecer junto a ti. ¿Qué quiere decir esto? Son frases
que significan el deseo de permanecer en un puerto se
guro, de serenidad, de completar la propia existencia. No
es renunciar a algo ni resignarse al tiempo que pasa. De
trás de estas frases está la expresión de una voluntad
sana y positiva. La de pasar el resto de la propia existen
cia construyendo algo juntos.
Envejecer juntos significa tener todavía un proyecto de
vida en común, un proyecto que incluye la aceptación total
del otro. Porque se sabe que durante la vejez habrá que
enfrentarse con pruebas duras y difíciles, asistir a la pareja
con problemas de salud, ayudarla si tiene momentos de
depresión, si no sabe ver el lado positivo del balance de
toda su existencia.
Es en la vejez cuando, si no hay en la pareja armonía
y aceptación mutua, las frustraciones, los miedos, las in
culpaciones, se multiplican por dos para agriar más y más
un atardecer hosco y plomizo. Pero si se ha sabido forjar
250
una verdadera amistad, una comunión estrecha, entonces
los rigores de la vejez se dividen y las alegrías se multi
plican por dos.
En la vejez, si se vive consciente y responsablemente,
es cuando más unida y sólida se vuelve una pareja; son
dos seres que se reconocen y aprecian hasta en los de
talles más nimios.
Es hermoso envejecer junto a la persona a quien se
quiere. Y es hermosos querer tanto a alguien como para
desear compartir con él la vejez.
Medios y remedios
La sentada
251
la entraña misma del convivir conyugal y familiar. Son
ellos: la convivencia hogareña, el diálogo, la comunica
ción, la elaboración del proyecto común y el servicio mu
tuo.
Insisto en la transcendencia del encuentro gratificante y
de la comunicación.
En algunos movimientos matrimoniales y familiares tie
nen como exigencia insoslayable lo que llaman la sentada.
Consiste en una hora de diálogo profundo sobre el tema
correspondiente a la reunión del grupo matrimonial. Toda
pareja, estén o no, en un grupo matrimonial, ha de exigirse
a sí misma, como un deber y un derecho inalienable, la
sentada según sus posibilidades. Todos, absolutamente
todos los que son fieles a esta práctica confiesan que
tiene un increíble poder de cargar las pilas.
Todo lo que sea encontrarse, ir del brazo, sentarse jun
tos y hablar en serio sobre temas vitales constituye una
increíble fuerza impulsora y un santo remedio contra cual
quier patología conyugal o familiar.
En ese intercambio afectuoso no puede faltar una pe
riódica revisión de vida, que en algunos aspectos supon
drá una cariñosa corrección. Hay que hacer la revisión de
vida conyugal y familiar como se hace revisión de los ne
gocios familiares.
Y hay que hacerla de forma sistemática; no sólo en si
tuaciones de emergencia, cuando la situación se ha de
teriorado de tal forma que es difícil hacerla con calma y
objetividad. Revisión de vida en la que habrá que hacerse
estas preguntas inexorables: ¿Cómo va nuestra relación
de pareja? ¿Qué es lo que funciona bien en ella para po
tenciarlo? ¿Qué es lo que funciona mal que habría que
corregir? ¿Cuáles son las causas? ¿Qué aciertos y qué
errores estamos cometiendo en la educación de los hijos?
252
¿Cómo son nuestras relaciones con la familia grande, con
los vecinos? ¿Cómo estamos colaborando con el barrio,
con la parroquia? ¿Qué estamos haciendo para ayudar a
los excluidos y pobres? ¿Cómo administramos nuestros
bienes? ¿Estamos tocados de consumismo, de egoísmo?
¿Nuestro comportamiento en el mundo del trabajo es
evangélico?
De la misma manera que la familia que tiene un negocio
o una empresa hace balance, revisa la marcha y el pro
grama para incrementar beneficios, la familia ha de revisar
su vida para crecer adecuadamente.
Formación permanente
253
lia. Todo les era y les es poco. Y reconocen que merece
la pena.
Esto les ha permitido poder dialogar hoy sin complejos
con sus hijos universitarios y mantener un clima de familia,
mientras se percibe cómo entre sus hermanos y herma
nas, cuñados y cuñadas y sus respectivos hijos, se ha
roto la comunicación. Todos conocemos decenas de ma
trimonios que no tienen ninguna autoridad ante sus hijos
y han perdido toda influencia porque no entienden su len
guaje ni comprenden sus categorías. Los hijos pasan glo
riosamente de ellos.
Creo que toda pareja responsable ha de tener perma
nentemente un libro de lectura en común para alimentarse
diariamente, formarse a nivel humano, religioso, conyugal
y familiar. La lectura común proporcionará tema para el
diálogo e ir de esta manera creando un alma común.
Con la finalidad de dar facilidades de formarse a las
personas, en todas las parroquias en las que he ejercido
el ministerio pastoral he creado una biblioteca. He pro
curado poner casi físicamente en las manos libros selec
tos. He procurado que la sección de libros sobre el ma
trimonio y la familia esté nutrida de libros modernos, valio
sos y amenos; a pesar de todo, tengo que reconocer el
desinterés de la gran mayoría de los matrimonios ante la
lectura. Es cierto que para muchos la vida está muy com
plicada por múltiples compromisos; pero no es una justi
ficación suficiente. Si no se puede leer un capítulo cada
día, sí al menos un par de páginas o tres. Aquí tiene tam
bién plena validez el dicho «hace más el que quiere que
el que puede»... En la gran mayoría de los matrimonios
hay poca convicción y mucha inercia y comodidad.
¿Por qué no subscribirse a una revista seria de forma
ción humano-cristiana, conyugal y familiar? ¿Por qué no
254
participar en conferencias, semanas sobre la familia? ¿Por
qué no integrarse en alguna asociación o escuela de pa
dres? ¿Por qué no participar en la Asociación de padres
de alumnos? ¿Por qué no integrarse en algún grupo ma
trimonial en el que compartir inquietudes, búsquedas y ex
periencias con otros matrimonios? De esto hablo a conti
nuación.
¿Y por qué no reservar un fin de semana, un puente,
algunos días de las vacaciones para tener un día de re
flexión o retiro y unos días de ejercicios espirituales, solos
o en grupo, como hacen tantos matrimonios? No, no se
rán días perdidos ni para la atención a la familia ni para
el descanso personal de los esposos, sino días para li
berar profundas energías interiores dormidas. Es una glo
ria ver cómo salen vigorizados muchos matrimonios de
estas jornadas de reencuentro personal y conyugal, con
sigo mismos, con otros matrimonios y con el Señor...
Hemos formado una familia, se suele decir. Lo más
exacto sería decir: Estamos formando una familia, porque
la familia es un ser dinámico siempre en formación. Y para
poder formar bien una familia, hay que formarse. Siempre
hemos de estar en formación permanente.
Hay matrimonios que desean ser una familia muy feliz,
vivir estrechamente unidos y que los hijos se vayan for
mando bien (iqué más quisiéramos nosotros!, dicen), pero
todo ello sin molestarse para nada, sin poner para ello los
medios y remedios adecuados, como si se tratara de un
milagro llovido del cielo...
Familia de familias
«Fieles a la recomendación»
Todos los grandes documentos eclesiales sobre el ma
trimonio y la familia recomiendan insistentemente la crea-
255
ción de grupos en los que varios matrimonios se agluti
nen, se apoyen y caminen juntos formando una familia de
familias.
El Concillo recomienda a los sacerdotes:
i
2 Vaticano II, PO 6,3.
256
tencia de unos espacios de encuentro y apoyo mutuo entre
los matrimonios cristianos.
La formación de algunos grupos, según las diversas ca
racterísticas o situación de las familias, ayudará a los ma
trimonios a compartir experiencias e inquietudes, a con
templarlas iluminadas por el evangelio y a encontrar los
estímulos y orientaciones que les guíen en las responsa
bilidades que han de ir asumiendo en su vida familiar.
En los grupos matrimoniales se ha de cultivar la espiri
tualidad propia del sacramento, que capacita a los espo
sos para llenar de sentido trascendente las realidades hu
manas, en las que se teje diariamente la relación de los
esposos y la vida de familia.»
257
nes señaladas. Si concediera la palabra a los centenares
de matrimonios integrados en los grupos matrimoniales
que he constituido y animado, los testimonios sobre la
eficacia casi milagrosa del grupo serían interminables.
En el grupo de matrimonios se traban amistades estre
chísimas entre las diversas parejas y entre sus hijos. Amis
tades que liberan a los matrimonios de su aislamiento y
soledad. Amistades que, como señalan muchos testimo
nios, cambian la vida personal, conyugal y familiar. Amis
tades que constituyen la gran familia, como aseguraba Je
sús de sus discípulos:
3 Le 8,21.
4 Cfr. Hch 4,32-36.
258
recurren más a los amigos del grupo de matrimonios que
a los propios hermanos.
Los matrimonios que han gozado de la integración en
un grupo o comunidad testimonian abrumadoramente la
alegría y la ayuda valiosísima que ha significado para ellos
el compartir, cómo han sentido que el contacto profundo
y serio con otros matrimonios ensanchaba su vida per
sonal, conyugal y familiar.
259
yuges la gran tranquilidad de que sus hijos andan en bue
nas compañías.
El grupo, cuando se vive con entrega, tiene una fuerza
sacramental; se palpa en él la acción liberadora de Jesús
resucitado, presente en medio de los que se reúnen en
su nombre5.
«Tiempos recios son éstos», decía Teresa de Jesús de
la sociedad que le tocó vivir. Tiempos recios, sin duda,
son también los nuestros en los que corren malos vientos.
Por eso es necesario protegerse mutuamente. ¡Donde
quedaron aquellos días de calma y confianza cuando los
matrimonios podían estar tranquilos porque casi nunca pa
saba nada...! Pienso que no les queda a las parejas otra
alternativa que unirse o hundirse.
¡Qué distinta hubiera sido la suerte de muchas de ellas
si hubieran buscado protección en un grupo de matrimo
nios! Muy probablemente hubieran evitado la catástrofe.
Por el contrario, iqué distinta hubiera sido la suerte para
otras muchas si no hubieran tenido esa protección!; muy
posiblemente hubieran sido matrimonios-desastre, familias
desgarradas.
Sabiendo todo esto, habiéndolo palpado con su propia
experiencia, uno esperaría que los matrimonios acudieran
en masa a procurarse la ayuda del grupo matrimonial...
Sin embargo, la respuesta es reticente y escasa. Lo he
recomendado y lo recomiendo encarecidamente a cente
nares y centenares de matrimonios. Las respuestas son,
más bien, pocas; las excusas, muchas. Incluso, muchos
aducen la razón (quizá para ellos lo es) de que no se lo
permite la atención que deben a la familia; pero, en rea-
6 Cfr. Mt 18,20.
260
lidad, es precisamente el bien de la familia la que se lo
exige.
261
6
Crisis y conflictos
La hora de la verdad
263
y los conflictos son necesarios para el crecimiento y la
autentificación de la convivencia familiar y conyugal. Es la
hora de la verdad. En cuanto a mi percepción personal,
confieso que hasta que no sé que las pareja de amigos
o familiares han sufrido y superado crisis y conflictos, no
me siento tranquilo, no tengo certeza de su seguridad. El
conflicto y la crisis son la hora de la verdad. La hora de
hacer patente el verdadero cariño a pesar de todo.
Es la hora de madurar, de olvidarse de sí para centrar
el cuidado en el otro/a, en el caso del matrimonio, o en
los otros, en el caso de los hijos. En la crisis y el conflicto
se prueba el amor y se crece en el amor.
En la crisis y el conflicto, como se dice del tropezón, el
que cae, avanza dos veces. La crisis provoca la desins
talación, la creatividad y el dinamismo.
En orden a la superación de las crisis sucesivas, hay
que decir que la correcta superación de unas adiestra y
dispone para superar las siguientes; por eso es conve
niente irlas afrontando con tino y valentía.
Aviso a navegantes
El despertar a la realidad
Se produce en el primer o primeros años; a veces, a
los pocos meses. El noviazgo es, con frecuencia, el tiem-
264
po del idilio y la ilusión. Es frecuente que los novios floten
en el idealismo. Las crisis y los conflictos -sueñan- no
tienen nada que ver con su futuro matrimonio... Hasta que
llega la realidad, hasta que se caen de las nubes. Los hay
que van provistos del paracaídas de la preparación; y los
hay que están en las nubes a cuerpo limpio y la caída en
la cruda realidad de cada día es sonada.
Y la falta de preparación y los sueños platónicos son
debidos, a veces, a que el noviazgo es una verdadera
estafa, pura venta de fachada; porque en él se han ido
creado una serie de cercos, de dependencias, de chan
tajes afectivos, que acaban por anular la libertad; a veces
la que venda los ojos durante el noviazgo es la prisa en
irse de la casa de los padres por las razones que sean.
Todos sabemos que la prisa no es nunca buena conse
jera.
Aun suponiendo que los esposos han vivido lucidamen
te su noviazgo, puede y debe surgir la crisis con mayor o
menor intensidad. Algunas parejas vuelven ya de su luna
de miel con las maletas repletas de regalos y con el co
razón lleno de desengaños y sacudido por la crisis.
La crisis surge ante la dificultad de la convivencia y la
necesidad de amoldarse el uno al otro. Ya no son los en
cuentros siempre gratificantes del noviazgo, sino el con
vivir continuo en el que hay que conjugar idiosincrasias
distintas, diferentes gustos, manías y hábitos diversos.
Cada uno es hijo de su padre y de su madre, procede de
una familia con su cultura propia.
Por otra parte, están los egoísmos y caprichos que cada
uno lleva al matrimonio y la necesidad de ceder para dar
gusto al otro cuando ha pasado el tiempo de conquistarle,
de merecerle. Es el convivir en unos cuantos metros cua
drados durante horas y horas, teniendo que ponerlo todo
265
en común, cuando se desnudan de verdad las persona
lidades con más deformaciones íntimas de las que se ima
ginaban.
Para algunos este encuentro con la realidad es el final
del amor, su muerte, como si el amor fuera solamente
soñar. La ensoñación ha de dar paso a la realidad, que
es aún más fascinante, cuando no se tiene miedo a afron
tarla.
No es fácil acoplarse. Es un largo aprendizaje, pero fas
cinante, cuando se entiende que la vida hay que trabajar
la, que el amor hay que curarlo. Es la hora de la verdad,
el momento de la confirmación del amor, un amor verda
dero que se hace ofrenda.
Esta crisis es el fermentar del mosto, tiempo peligroso
de hervor y confusión, tiempo determinante para que del
matrimonio resulte un buen vino, o un vino aguado o
agriado. Hay que vigilar muy cuidadosamente la fermen
tación.
También el ámbito de la relación sexual es zona de tor
mentas. A veces durante la misma luna de miel, debido a
la desarmonía sexual. También la relación sexual necesita
un aprendizaje.
266
I.
' Iceta, Manuel: Vivir en pareja, 13.a ed., SM. Madrid, 1997, p. 57.
267
sus discusiones, son siempre las mismas. Como crios. Es
una fijación.
Es preciso meter horas de diálogo en la verdad, volver
continuamente a las raíces de su amor. Hacen falta fuertes
dosis de generosidad para saber cada uno renunciar a sí
mismo y asumir al otro. Es el primer paso serio para llegar
al por ti.»2
La rutina y el hastío
268
A estas alturas, ha pasado un tanto el furor sexual. Muy
probablemente, se han tenido ya los hijos deseados, y
para muchas parejas comienza un tiempo de recelo sexual
por miedo a un nuevo embarazo.
Todo esto provoca nostalgias e invita e Incita a recu
perar nuevas parcelas de soltería.
Naturalmente que cuando se ha vivido vigilante la vida
conyugal y de familia, cuando se han aprovechado las
ayudas, la compañía de un grupo de matrimonios, la re
flexión constante, la creatividad en todos los aspectos, el
temporal es menos recio y, por otra parte, siempre se dis
pone de salvavidas en medio de las aguas revueltas de
la riada.
Todo depende de si se nada o se deja uno llevar por
la corriente. La pareja que sabe nadar encuentra siempre
novedosa su vida y llena de asombrosas sorpresas. El
hastío y la rutina no está en la vida conyugal y familiar,
sino en las parejas que la viven. Con respecto a esta eta
pa, la pastoral matrimonial afirma desde su larga e intensa
experiencia:
269
cada día nuevo. Incluso, puede ser que ni se produzca la
crisis.»3
270
mentas, de la edad difícil, de las actitudes imprevisibles y
desconcertantes de los hijos.
La llegada a la cumbre de la vida y la perspectiva de
tener que empezar el descenso de la montaña, tanto en
el hombre como en la mujer, provoca generalmente nos
talgias y resistencias a la realidad. Sienten la necesidad
de convencer a los demás y a sí mismo que todavía son
jóvenes: ¡Yo no soy un carroza!, se dicen, por lo menos
en su fuero interno.
Lo dicen con su forma juvenil de vestir, de expresarse,
con sus diversiones juveniles. Los hijos se percatan en
seguida: ¡Cómo se ha puesto papá, qué joven está mamá!
Nace en ellos con frecuencia una preocupación por la
moda, por la estética corporal. Incurren fácilmente en el
dandismo.
En esta etapa de la vida se insinúa sutil y sorda la ten
tación de volver a empezar, sobre todo cuando se ha lle
gado a ella con un cierto desencanto. Ya he vivido una
vida -se siente íntimamente-, quiero vivir otra. He malgas
tado tontamente los años de mi juventud. Mi marido (o mi
mujer) no valora lo que tiene en casa. Tengo perfecto de
recho a vivir mi vida, a realizarme.
Se siente la pasión por nuevas experiencias, por poner
de manifiesto que se es capaz de enamorar, que, tal vez,
se merecía algo mejor. Tienta vivir un nuevo romance, una
nueva pasión. A esta pasión impulsiva se junta la pasión
atractiva que ejerce el hombre y la mujer que han llegado
a su plenitud, sobre todo el varón. Es y se sabe intere
sante.
Esta situación se agrava para el esposo al sufrir la mujer
la menopausia con todos los trastornos que conlleva en
el orden somático y psicológico: depresión, celos, ansie
dad, irritabilidad, cambios en la apetencia sexual. Es ésta,
sin duda, una etapa de alto riesgo en la vida conyugal.
271
Como, por otra parte, los hijos, si todavía no se han
colocado, llevan ya una vida bastante independiente por
razones de estudios y porque prefieren los ambientes de
su edad, y, por otra, los esposos suelen estar absorbidos
por el trabajo, a la mujer le sobra mucho tiempo, se aburre
y, a veces, sufre una soledad asfixiante. A esto se agrega
en muchas el sentimiento de frustración porque no se han
realizado socialmente, porque creen que su vida ha sido
enteramente irrelevante: no han hecho otra cosa que cam
biar pañales, guisar, limpiar la casa y hacer recados. Tie
nen necesidad de demostrar que valen para mucho más.
Todo esto convierte a esta etapa de la vida en una encru
cijada especialmente peligrosa. Las sectas saben esto
perfectamente, y por eso ofrecen astutamente tareas, res
ponsabilidades en el grupo sectario para colmar esas as
piraciones. De hecho, la mayor parte de la población sec
taria está compuesta por mujeres cuya edad oscila entre
los cuarenta y cinco y cincuenta y cinco años.
La crisis individual desencadena inexorablemente la cri
sis en la pareja. Al sentirse (aunque sólo sea inconscien
temente) frustrados y, al mismo tiempo, ansiosos de no
vedades, los cónyuges se tornan irritables y displicentes,
lo que agudiza la crisis que lleva a adulterios reales o
soñados.
Manuel Iceta describe magistralmente el estado de áni
mo de muchos cónyuges en esta etapa de la vida:
272
recen recubiertas de encantos y que después sólo son va
cío, sufrimiento de muchos, desencanto. Una y otra vez se
repite la misma historia.»4
La media tarde
274
estado de cosas con la precariedad del mercado laboral
y el encarecimiento de la vivienda.»5
La prejubilación
275
sión gozosa; es el momento de dedicar más tiempo a la
formación, a la vivencia religiosa, a la oración.
276
ofrezco. Es posible que en todo ello haya cierta comodi
dad, que se justifica con un poco de complejo de inferio
ridad que sufren muchos seglares cristianos.
Regalar tiempo y actividades proporciona una gran paz
interior. «Nunca pensé que fuera tan gozoso echar una
mano a los demás, como mi marido y yo hacemos en
Cáritas parroquial. Te ayuda a olvidarte un poco de ti mis
mo y a pensar en los demás. Sientes una gran alegría al
darte cuenta de que eres útil a los demás», testimonian
unos amigos, jubilados tempranamente.
Hay parejas que, por el contrario, parecería que quisie
ran desquitarse del hambre y sed atrasadas de diversio
nes, turismo y consumo que les impedía saciar el condi
cionante del trabajo, los hijos y las limitaciones económi
cas que comportaba su crianza. Conozco países en los
que se dan cursos de preparación para la jubilación. Hay
que agradecer a ios Estados la creación de centros para
personas en la edad de la jubilación con numerosas ofer
tas de actividades culturales, recreativas y deportivas. Esto
lleva a muchos a entusiasmarse por trabajos manuales,
teatro, artesanía, canto en coros, etc.
Las sectas, que saben el vacío que produce un exceso
de tiempo libre, acosan a las personas que viven en esta
situación para hacerles la oferta de sentirse útiles en su
grupo sectario.
Cuando no se encara acertadamente estos años de me
dia tarde, se producen fricciones y roces que echan chis
pas. Cualquiera ha escuchado, sin duda, de labios de mu
chas esposas, la queja de que tras la jubilación de sus
maridos, todo está mal. La desazón interior por la nueva
situación no asumida se proyecta, sobre todo, en el otro
cónyuge.
277
Cuando los hijos casaderos no se casan
278
tienen derecho a hacer su vida, aunque estén en el do
micilio paterno. Respetando, claro está, unas reglas ele
mentales de convivencia: corresponsabilidad, no perturbar
la paz ni un orden mínimo necesario.
Los padres han de vencer la tentación de seguir tratando
al hijo o a la hija casaderos como el eterno niño o la eterna
niña. Es obvio, pero no es fácil. Ya no están bajo su pro
tección, como menores, sino en su compañía, como adul
tos. ¿Quién no ha conocido adolescentes de cuarenta años,
sobre todo hijas, porque, en casa, quien sigue mandando
y manipulando la vida de la familia y la de la hija es la
madre? Con frecuencia recuerdo a padres, amigos míos,
que no se empeñan, a esas alturas, en cambiar la vida de
sus hijos, ni se angustian porque no se dejan aconsejar.
Su tarea educativa, en gran medida, ha terminado.
Los padres han de impulsar a los hijos/as casaderos a
comportarse como adultos dentro del hogar paterno, sin
querer permanecer como protegidos, dejándose querer,
por conveniencia, por una parte, y viviendo independien
temente por otra, con lo que disfrutarían de las ventajas
de los casados y de los solteros.
Por supuesto, los padres no tienen por qué hacer un
drama de la marcha de los hijos del hogar paterno, aun
que no sea por la puerta del matrimonio. Son adultos,
tienen pleno derecho a establecerse por su cuenta y a
hacer su vida. Es la edad, la adultez, la posibilidad de una
vida independiente, lo que legitima la salida del hogar pa
terno, no sólo el casamiento.
En todo caso, la pareja ha de buscar por todos los me
dios que la situación, antaño anómala, hoy no tanto, de
hijos adultos en casa, no altere, no bloquee su armonía
conyugal. El centro de sus cuidados y desvelos ya no han
de ser los hijos, criados ya, aunque se hallen en casa,
sino su propia vida personal y conyugal.
279
Para la reflexión y el diálogo
280
ven intolerantes, entrometidos en aspectos de la vida fa
miliar de los que antes pasaban olímpicamente: La comida
no sabe bien, la casa no está ordenada, la economía no
se lleva en condiciones.
La situación de los hijos en esta etapa de la vida, cam
bia también grandemente la situación de la pareja. Los
hijos se han ido, dejando el nido vacío y a sus padres
solos cara a cara. O, por el contrario; como ocurre cada
vez con más frecuencia, los hijos no se acaban de ir por
que no encuentran empleo fijo, con lo cual se crea una
situación incómoda que incentiva la crisis existente.
El tiempo, contrariamente a lo que a veces se piensa,
por sí solo no arregla nada. Si las aguas vienen ya re
vueltas de atrás, con nuevos aguaceros se vuelven aluvión
asolador. Los esposos empiezan a distanciarse, a igno
rarse. La agresividad acumulada les aboca a discusiones
de sesión continua. A veces rozan hasta los límites del
odio.
Sin embargo, si se ha cultivado bien el árbol familiar y
conyugal, los esposos gozan de una abundante cosecha
de satisfacciones y alegrías. Liberados de las trabas que
el trabajo y el cuidado de los hijos impone a la conviven
cia, tienen para sí todo el tiempo que quieran. Con esta
leña puede avivarse el fuego del amor, de un nuevo ena
moramiento. De hecho hay muchas parejas que en este
momento parecen novios. Somos más felices que nunca,
me han confesado muchas parejas. Es la cosecha de un
paciente y esmerado cuidado del árbol conyugal y familiar;
es la cosecha de una fiel actitud de diálogo, de compren
sión y servicios mutuos.
A estas razones para la felicidad se agrega la ilusión de
ios nietos que les hacen rejuvenecer y unirse más al cons
tituirse para ellos en centro de convergencia.
281
El ocaso
282
frecuencia. Matrimonios que tendrían que empeñarse en
endulzar mutuamente los últimos días de su vida, se obs
tinan en amargárselos miserablemente, zahiriéndose con
reproches, inculpaciones, minusvalorándose, desprecián
dose, incluso, y echándose en cara mutuamente la de
cadencia y falta de facultades. El espectáculo es deshu
manizado y deprimente.
A estos factores de sufrimiento se agregan con mucha
frecuencia el desamor, la ingratitud y el abandono por par
te de hijos y nietos. ¿Quién no ha escuchado en este sen
tido letanías y más letanías de quejas y lamentos? Hijos
y nietos que, no raras veces, les utilizan, se acuerdan de
ellos cuando les necesitan para cuidar a sus hijos peque
ños, para recabar una ayuda económica o una influencia
social. Cuando no sirven, cuando les impiden vivir su vida,
se les aparca donde sea y como sea como trastos viejos.
Los hijos y los nietos, como no han sido nunca ancia
nos, no se hacen ni la menor idea de los sufrimientos
íntimos que éstos sufren, ni de la necesidad que sienten
de que alguien escuche el relato repetido de sus batallitas,
que les valore, les preste atención, les haga sentir que son
alguien.
Por otra parte, como señala Manuel Iceta, «no haber
descubierto el diálogo de los cuerpos, la ternura del en
cuentro erótico en la sexualidad, seca una fuente de dul
zura para muchos en su ancianidad».
El sufrimiento que supone no saber aceptar que ha co
menzado el principio del fin y el dolor añadido de la in
gratitud de hijos y nietos les vuelven, con frecuencia, mez
quinos, vengativos y resabiados. Esta situación psicológi
ca, a algunos matrimonios les vuelve agresivos e
intolerantes entre sí, hasta el punto de estar echándose
mutuamente las culpas todo el santo día y parte de la
283
noche. A otros la situación les aproxima y vuelve tiernos,
aunque no sea más que porque se necesitan: El día que
me falte ésta, el día que me falte éste, exclaman con fre
cuencia.
Pero no todos los panoramas son trágicos, claro está.
¿Quién no ve con frecuencia parejas de ancianos que vie
nen de atrás y siguen cogidos de la mano, porque han
cuidado la unión de sus almas...? A muchos de estos ma
trimonios encantadores con los que he convivido y convivo
les he hecho la misma pregunta: Después de toda una
vida, de tantas luchas juntos, en resumidas cuentas, ¿qué
es el amor? La respuesta, con unos u otros matices, es
siempre la misma: Amor es que ella sea feliz, que él sea
feliz. Cada uno no ha vivido más que para el otro, y los
dos para los hijos, sin olvidar, claro está, el servicio a su
entorno social y a la comunidad cristiana. Esto es la rea
lización feliz y fecunda dei proyecto matrimonio y familia.
He aquí la verdadera santidad del matrimonio.
Por suerte, hay muchos matrimonios ancianos que viven
un ocaso majestuoso, fecundo y feliz. No se improvisa,
por supuesto; hay que prepararlo. Y, por otra parte, hay
que descubrir y aprovechar las incontables posibilidades
que se presentan y que les permiten sentirse útiles: in
numerables ocasiones de hacer un servicio callado, gra
tuito, eficaz en favor de la familia, de los nietos, de los
vecinos. El abundante tiempo libre les permite gozar de la
cultura, la oración y el deporte sosegados, las vacaciones,
las conversaciones tranquilas y profundas, el juego, las
salidas al campo, el solaz con los nietos. Todas estas fa
cetas llenan la vida de gratificaciones y preparan para el
ocaso en el mundo y la aurora en Dios. Así es como se
concluye la vida como una ofrenda final al que nos la
regaló amorosamente.
284
...Y, por fin, la ausencia
285
Puse mi empeño desde mis pobrezas, por acompañarle,
por darle fuerza y luz. Le di ternura y exigencia, por mi
amor. De ti lo recibí, Señor, en promesa, y hoy te lo ofrezco
en plenitud. Por él/ella viví, fui feliz y quise hacerle feliz.
¡Gracias, Señor!
Aunque sea menos romántico, tened la previsión de no
haceros inútiles el uno al otro a lo largo de la vida. Que
cuando uno falte, el otro pueda seguir viviendo sin exce
sivos traumatismos. Que al menos sepa dónde están las
cosas y cómo funcionan.»7
Señales de peligro
286
Pero, evidentemente, hay curvas peligrosas, lugares sin vi
sibilidad y cruces de carreteras que suponen un mayor
peligro y que necesitan una señalización especial y <m
pecífica.
Hay que decir que hay actitudes viciadas y viciosas qun
ponen a la pareja en situación de riesgo permanente y
que provocan las crisis y las agudizan.
Entre ellas está, en primer lugar, la inmadurez personal
en todas sus versiones: el infantilismo que implica falta da
responsabilidad, no saber lo que se tiene entre manos,
Cuando los que se casan son psicológicamente chiquillos,
hacen chiquilladas. El matrimonio no es apto para meno
res psicológicos. Actitud viciada y viciosa es el egoísmo
exacerbado que mantiene a la persona primordialmente
pendiente de sí misma, de su propio bienestar y felicidad,
que le lleva a manejar al cónyuge a su servicio, la agre
sividad como actitud dominante, la suspicacia, los celos y
recelos.
Actitud viciada y viciosa es la incomunicación, la falta
de diálogo. El mutismo psicológico, que a veces, para
dójicamente, se oculta tras la verborrea, impide radical
mente la creación del nosotros conyugal y familiar, y hace
que se produzcan tormentas en un vaso de agua por falta
de aclaraciones que dan lugar a malas interpretaciones.
La incomunicación mantiene al matrimonio y a la familia
en crisis permanente, callada o estrepitosa.
Actitudes generadoras de crisis o que ponen en situa
ción de crisis permanente son el machismo y el matriar
cado. En casa el varón tiene casi un poder absoluto, mo
nopoliza las decisiones, es el centro de la vida del hogar.
También puede ocurrir lo mismo, de forma encubierta o
descubierta, cuando la mujer instaura en el hogar el ma
triarcado. ¿Cuántas veces hemos oído decir a muchos
287
maridos, medio en broma, medio en serio: En mi casa
mando yo, pero se hace lo que dice mi mujer?
Manuel Iceta retrata con exactitud esta situación:
288
casó. Es difícil dejar ir de verdad a los hijos, darles su
vida, que les pertenece.
A veces son simples comentarios, pequeñas ironías, ac
titudes que provocan recelos, y es tan importante para
cada uno su propia familia, que muchas parejas no han
podido nunca ser ellas mismas, vivir su propia vida.
Además de estas situaciones permanentes que provo
can y alimentan las crisis, están las situaciones circuns
tanciales, los acontecimientos traumáticos que causan
nuevas reacciones.
Para algunas parejas el foco infeccioso y oculto que se
manifiesta de forma indirecta en conflictos aparentemente
injustificados, está en un desentendimiento sexual, en la
frustración de no lograr una relación enteramente gratifi
cante. Y sin sexualidad no hay vida conyugal. Los espo
sos, en esta situación, necesitan aprender el lenguaje
amoroso.
¿Quién lo duda? Una de las primerísimas causas de las
crisis y los conflictos conyugales son los hijos. He oído
incontables veces la misma confesión: Nunca habíamos
discutido hasta ahora; y ahora discutimos siempre por cau
sa de los hijos. Las discusiones suelen subir de tono y
tornarse dramáticas cuando dramática es la situación de
los hijos, cuando alguno de ellos está enganchado a la
droga, el alcohol, una secta o el pasotismo.
Con frecuencia se produce un desacuerdo en las pau
tas educativas, en las decisiones que hay que tomar; el
padre, generalmente, quiere ser más drástico, la madre
más condescendiente. El padre impone un castigo, la ma
dre lo mitiga; el padre se niega a dar dinero, la madre lo
da bajo cuerda. Así es como muchas parejas llegan «al
borde de un ataque de nervios», al borde de la deses
peración y la ruptura. Cuando más unidos deberían estar,
289
cuando más necesitan los hijos que estén unidos los pa
dres, es cuando más se distancian.
Es preciso advertir que para que se produzcan estos
conflictos no es necesario que los hijos sufran situaciones
dramáticas o adicciones graves. Los simples retrasos a la
hora de llegar a casa por la noche son, en incontables
ocasiones, un buen motivo para el conflicto y la divergen
cia conyugales.
Por lo demás, hay otras muchas situaciones que, sobre
todo para los que no están preparados, provocan movi
mientos sísmicos de mayor o menor riesgo según que el
matrimonio esté construido con arquitectura antisísmica o
no. Esas situaciones son: el paro, la falta de recursos eco
nómicos, la enfermedad, el fracaso profesional, la infide
lidad, las adicciones o vicios de uno de los cónyuges, el
deterioro físico o la imposibilidad para la relación sexual,
el consabido ya no la (le) quiero (la pérdida del enamo
ramiento y un posible nuevo enamoramiento).
De trampa a trampolín
Miedo al miedo
290
La primera consigna para afrontar positivamente una cri
sis y un conflicto es definirlos con claridad y darles la di
mensión que tienen, sin caer, naturalmente, en minimizar
lo grande ni magnificar lo pequeño.
A los asustadizos hay que recordarles: «No es tan fiero
el león como le pintan»; a los insensatos: «No se puede
jugar con fuego».
Hay parejas o casados asustadizos que viven alarma
dos con los pequeños problemas matrimoniales, como si
su caso fuera el único, como si se tratara ya de un peligro
de muerte. El miedo no es nunca buen consejero. Hay
que tener miedo al miedo.
Hay también, como es natural, parejas o casados que
trivializan las situaciones, que dan la impresión de que no
saber lo que tienen entre manos; exclaman: Ya se le pa
sará el enfado, eso no es nada, eso ocurre en las mejores
familias y en los mejores matrimonios, el tiempo lo arregla
todo, lo mejor es no hacer caso...
«Catarro mal curado, tísico declarado», dice el refrán. Un
solo catarro mal curado puede degenerar en una bron
quitis crónica o en una neumonía. Las crisis y los conflic
tos mal solucionados deterioran lentamente el matrimonio
y agudizan las crisis y los conflictos siguientes.
No se debe diferir su afrontamiento y solución por aho
rrarse incomodidades. Hay que achicar el barco cuando
los golpes de mar han metido agua en él, si no se quiere
que se vayan acumulando y, al final, termine por hundirse
con los tripulantes dentro.
Una consigna sagrada ha de ser: No darse fácilmente
por vencido. Y esto a la hora de ganar cada batalla, ésta
que ahora se está librando, y a la hora de ganar la guerra
de la concordia y la armonía matrimonial. Hablando se
entiende la gente. Hablando, se entenderán los cónyuges,
291
los miembros de la familia. Si, años atrás, por fidelidad al
matrimonio había, sobre todo esposas, que soportaban
verdaderos infiernos, malos tratos físicos incluidos, ahora,
por la ley del péndulo, hay muchas parejas que se quie
bran por la primera chispa que salta en el convivir matri
monial. Con el no podemos convivir, somos incompatibles,
ya no nos queremos, lo nuestro se acabó..., rompen la
baraja, y cada uno se va por su lado. Y todo con tanta
facilidad como si se tratara de un juego de niños.
El diagnóstico de la gran mayoría de la gente es inva
riable: Las parejas jóvenes tienen poco aguante. ¡Con las
consecuencias incalculables que lleva en sí una ruptura
matrimonial!
Sería interminable la letanía de matrimonios a quienes
he conocido que, sacudidos por crisis agudas, parecían
enfermos terminales; sin embargo, superaron felizmente
las crisis, gozan de perfecta salud y son matrimonios per
fectamente realizados y felices.
292
Sus derechos y mis deberes
Tira y afloja
9 Mt 7,12.
293
Digo oportunamente, porque no se puede dejar al que
pretende ejercer de dominador en la pareja o en la familia
que campee a sus anchas para convertir a los de al lado
en criados incondicionales y fieles servidores de sus ca
prichos. Consentírselo sería traicionarlo. Hay momentos en
que es preciso hacer valer los propios derechos para bien
del otro, para situarlo en el lugar que conviene a todos.
De otro modo se está alimentando a un autoritario y re
bajándose uno a la categoría de limpiabotas a sus órde
nes.
¡Qué certero Pablo en el juego de saber ceder y saber
reclamar sus derechos! Podría cobrar por ejercer el minis
terio misionero según las indicaciones del Señor; podrían
él y Bernabé llevar consigo una hermana cristiana que les
sirviera, podría ejercer tajantemente la autoridad en algu
nas ocasiones para zanjar problemas, podría ejercer cier
tas prácticas muy legítimas como judío que es, pero re
nuncia generosamente a estos derechos en bien de sus
hermanos y para no obstaculizar la difusión del evange
lio 10
Pero este mismo Pablo que, dócil al Espíritu, sabe ceder
oportunamente en favor del bien de la comunidad y del
anuncio evangélico, también sabe reclamar sus derechos
cuando lo exige el bien de la comunidad y del evangelio;
y, si es preciso, se enfrenta con Pedro 11.
A la hora de solucionar conflictos, es preciso partir del
presupuesto de que, mientras no se demuestre lo contra
rio, el otro cónyuge tiene también buena voluntad de so
lucionar el conflicto que, seguramente, le mortifica.
Por lo demás, también hay que contar con que la so-
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lución del conflicto igualmente depende de mí, que no
sólo ha de ceder el otro, no sólo puede estar equivocado
el otro en sus actitudes. Los conflictos, o son fruto de una
cierta animosidad o la generan. Y la animosidad y el apa
sionamiento enceguecen. Trata de que impere en ti la cor
dura y el equilibrio sensato: Ni cuando estabas tan ena-
morado/a él/ella era tan cielo; ni cuando estás bufando de
rabia es tan infernal; ni antes era tan ángel ni ahora tan
bestia. Es preciso serenarse para ver con claridad.
Si en otro tiempo os quisisteis de verdad, es señal de
que podéis volver a quereros de nuevo. No insistas en ver
lo malo del otro; piensa y enumera los muchos aspectos
positivos de tu cónyuge; valóralos; estos recuerdos serán
como calderos de agua que apagan las llamas de tu ira.
El más generoso es el que ha de dar el primer paso a
la hora de intentar la solución; el primero en reconocer
sus propios errores y defectos, el que ha de ceder, el que
ha de iniciar el diálogo reconciliador.
El saber ceder ante los derechos del otro lleva a una
felicidad nueva y misteriosa; pero felicidad tan verdadera
que sólo el que la ha experimentado puede conocer.
La experiencia nos enseña que hay familias en las que
reina la paz y la armonía porque sus miembros han sabido
respetarse en sus derechos. «Forzad vuestra voluntad -es
cribe santa Teresa- para que se haga en todo la de vues
tros hermanos, aunque perdáis vuestros derechos y olvi
dad vuestro bien por el suyo.»
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En la crisis no están en juego valores graves del matri
monio que obliguen a la ruptura. El bien de los hijos, su
equilibrio psicológico, su felicidad y vuestra felicidad están
en juego. No tenéis más remedio que entenderos; lo con
trario es una locura. Es preciso empezar por mentalizarse
sobre la necesidad del entendimiento.
Por lo demás, no vale torear la crisis de mala manera;
es preciso cogerla por los cuernos. Ni vale tampoco cerrar
la úlcera o la herida en falso, porque seguiría supurando
y produciendo fiebre alta en la convivencia.
Al margen de los recursos particulares de los que cada
pareja o cada familia puede echar mano, hay remedios
comunes imprescindibles. Éstos son:
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sienta superada por el problema, ha de reclamar
ayuda. De quien sea; de un sacerdote conocido, de
un matrimonio amigo preparado, del grupo matri
monial, de un psicólogo, de instituciones o personas
que pueden ofrecer servicios especializados cuando
sea necesario.
Precisamente para atender a familias y matrimonios
en dificultades se han creado los «Centros de Orien
tación y Terapia Familiar». En otros países llevan
bastantes años funcionando, y en España se van
introduciendo a nivel particular y también en muchas
de nuestras diócesis. Al parecer los resultados son
muy positivos.
Al mismo tiempo que, por una parte, hay que recla
mar ayuda cuando sea necesaria, es preciso, por
otra, rechazar frontalmente toda intromisión de otras
personas a las que afecta el conflicto y cuyo con
sejo puede ser parcial o interesado. Es preciso no
abrir la puerta a quien intente entrar en la casa de
su hijo/a para gobernarla.
4.° Interesar al Huésped de la casa. Naturalmente, un
matrimonio de creyentes ha de recurrir a la oración.
Ha de gritar como los apóstoles en la noche de la
tormenta en el lago de Genesaret12 al Señor que se
embarcó como pasajero permanente en la barca
conyugal el día del casamiento. El puede y quiere
calmar la tempestad; él dará el vigor necesario para
manejar con destreza el timón y los remos para su
perar felizmente, como entonces, la tempestad.
La pareja ha de aprender a remar y hacer avanzar
la barca de su matrimonio y familia en tiempos de
12 Mt 8,23-27.
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bonanza si es que quiere capear los temporales. Re
cuerdo lo cara que nos pudo costar la broma a un
compañero y a mí cuando nos lanzamos alegre
mente en un bote por un recodo tranquilo de mar
sabiendo manejar torpemente los remos. Cuando
nos dimos cuenta nos había arrastrado la secreta
corriente hasta alta mar. Uno no puede improvisarse
remero. Ni marido ni mujer serán capaces de capear
la crisis sin previo entrenamiento diario.
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ÍNDICE
Presentación........................................................................ 7
299
Comprensivo y compasivo ........................................ 145
Gratuito ...................................................................... 152
Agradecido ................................................................. 158
Eterno ........................................................................ 164
Fiel ............................................................................. 174
Creciente ................................................................... 178
Fecundo ..................................................................... 185
Amar es compartir ..................................................... 194
Las tareas domésticas, tareas de «todos» los do
mésticos ..................................................................... 199
300
HHTHQKY DE HELLO. TESTIGO OE LO LUZ H.» Paz Marino Ganos
ti