Circulo de Lovecraft No15 417113 PDF
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“Los horrores del movimiento”
Amparo Montejano
actual, que no son sino remembranzas de las terribles plagas que desde el siglo
quizá, es por lo que este número XV debía estar dedicado a Stefan Grabiński.
Autor polaco del fantástico, denostado —¡cómo no! — por los claustros
es este mundo de pesadilla, en donde lo que coexiste con nosotr@s, pero que,
sin embargo, se halla fuera de nuestras leyes científicas del universo observable,
deben hacer los increíbles autores con los que, a continuación, tendréis el gusto
Lovecraft.
Simplemente y, para terminar, permitidme que dedique este número a tod@s los
que, en estos meses oscuros, se han marchado de puntillas, sin hacer ruido…
Baja Edad Media pesadillesca que nos arrebató lo más preciado que teníamos y
tenemos, mis Queridos Animales Nocturnos, que no es otra cosa que la libertad
y la vida.
Horror en las vías del tren: 100 años de El Demonio del Movimiento
por Mikołaj Gliński 235
´
El ultimo
Vuelo
´
Aguila
del
Negra
por J. P. Bango
Voltaire
N
o soy lo que esperas. He viajado por confines tan remotos que ayudé a
helado en Suiza; atravesé los Alpes entre escorrentías lodosas; crucé el Vístula
en las afueras de Varsovia en una primavera que recuerdo tan hermosa porque
tú estabas allí.
persignaban cruzando los dedos. Uno leía una carta en voz alta y otro se la
callaba porque no traía buenas noticias. Algunos echaban de menos a sus hijos
y el resto a aquellos que los concibieron. Hans lloraba sus penas sobre el hombro
oía incluso cuando se confesaban. La mayoría dormía a pierna suelta por última
vez en su vida.
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Paul le pidió a Martha, desde la ventana, que le olvidara, pero entre
dientes suspiraba por sentir de nuevo esa piel pecosa junto a la suya... Piotr, que
de menos al niño que fue antaño! Los morteros explotaban en los campos
aledaños por donde yo transitaba. Las balas silbaban espoleadas por el viento.
espino. Las ratas huían de los hombres porque temían su ira. Jamás se sintió
nunca más huérfana la felicidad que en mitad de ese campo embebido de niebla
los vencidos de regreso a sus casas y a los que perdieron los acompañé a
prisión. Los banqueros cerraron sus pactos en clase preferente al tiempo que los
ujieres esparcían por las ventanillas las cenizas de quienes habían propiciado
sus fortunas. Los coroneles envolvían sus medallas entre el equipaje en espera
como si nada, y así fue hasta que varios lustros y dos guerras más tarde, me
gallinas, recubierta de polvo y de agua que se filtraba cuando más llovía; si bien
humeantes, los restos de ese carbón del que otrora me alimenté. Soy, lo admito,
vieja incluso para ser una locomotora de vapor. Vestigio y testigo a su vez de un
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último que esperabas, pero aún tengo memoria y una historia que contar.
qué lo digo. En mis años de servicio los he conocido de toda clase y pelaje.
cambiar el mundo con su pluma estilográfica y otros únicamente firmar las letras
de los bancos. La mayoría vivía del sustento que les propiciaban otros, ya fueran
con la misma determinación con la que habían perdido la pasión de la que antaño
preguntó una vez el revisor y el escritor negó con la cabeza pues nunca soltaba
prenda, y se fue por donde había venido llevando la libreta consigo al hostal en
veces incluso preguntaba por qué una cosa o por qué la otra. El maquinista lo
conocía y por eso es que le saludaba cortés, dándole la mano, que no era fina
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apreciaba, si es que ello era posible en un vehículo de mi condición, incluso lo
añoré cuando murió abrazado a la pala con la que, desde joven, acarreaba el
habida cuenta lo que soy. La vida solo tiene sentido cuando deja de serlo,
imaginaba y eso, para aquel que de soñar se alimentaba, era una virtud mucho
más edificante aún que la mayor de las fortunas. Dicen que le dedicó uno de los
vagones más elegantes. Lo vieron curiosear entre baúles y maletas y hablar con
el gordinflón que taponaba el pasillo, y con el listillo que le había robado la cartera
adicional por demostrar tal osadía entre tanto caballero de la alta sociedad. No
era muy locuaz, no sé si te lo había dicho, pero lo poco que hablaba tenía sentido.
Por eso y por lo que vendrá después te pido ahora algo de paciencia porque esto
cansó de sus réplicas se sentó en el restaurante y pidió ratatouille sin saber muy
respecto, y un vino de esos que sabía que no podía pagar, pero, se dijo, ya
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cada tarde, siguiendo las vías prefijadas que otros habían diseñado para mí.
Aceleré cuando debía y cuando no debía frené, y si no frené más por mi cuenta
lo hice constreñido por el nuevo maquinista, que era menos rudo que aquél, mas
gente renovada, y cuando arribé al final del servicio tampoco bajó ahí el escritor,
pues su intención nunca había sido llegar tanto a un destino dado como servirse
la libreta.
palabras lo que allí percibía. Había gente que lo miraba de soslayo porque sentía
jugueteando y madres que les reñían y una muchacha ingenua que esperaba a
eso que veía lo anotaba raudo en el cuadernillo de marras. Repitió ese viaje
tantas veces que debió aprendérselo de memoria y ni aun así pisó el suelo de
ninguna otra estación distinta de esa desde la que partíamos. A todo aquel que
de los asientos no sin antes limpiarlo con un pañuelo de felpa; después asía la
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dejaba que las musas continuaran su labor. Yo, no me quito mérito. Jamás pudo
decir que derramé la tinta de ese bote o que frené antes de tiempo.
entrañas de los caídos, pero el páramo seguía siendo el mismo; los fantasmas
de los soldados campaban a sus anchas por entre el lodazal brumoso y solo
contaban por millones las sombras que por allí se movían. Unos habían muerto
de miedo y otros por las balas, y algunos de las fuertes migrañas que padecieron
ellos el siguiente de los pasos. Habían pasado frío y soportado hambre y sufrido
el acoso de los piojos y sentido el mayor de los temores acaecidos que no era el
miedo al enemigo sino a uno mismo. Aquel sentir era tan generalizado allí dónde
también el escritor cuando se empeñó en aferrarlo con sus manos, y cuando sus
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ansioso en el cuaderno. Doliente muy a su pesar por haber presenciado todo eso
bocadillo con los pasajeros a los que les faltaba el sustento, y después volvía a
asomarse por entre la ventanilla contigua buscando con la mirada, entre todos
«¿cómo podría haberlo asesinado siguiendo el dictado de una sola orden?» Mas
temía, que había dejado de discernir la realidad de aquello que no lo era. Luego
Comentó después cuando le preguntaron que le habían parecido más fruto del
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durante su primer ataque epiléptico: «parecía ciertamente vesánico». Más
ninguno de los médicos pudo probar nunca que el escritor estuviese más loco
que cuerdo, aun siendo verdad que no había dejado de vislumbrar los espectros
que moraban ese páramo fronterizo; peor aún, porque ahora los presentía en
casi cualquier sitio donde quiera que mirara: en la estación en la que esperaba,
acechando a los viandantes, o en el vagón del tren que cada día profanaba, o
detrás de ése que lo miraba a escondidas, pues esa era su afición, susurrándole
al oído fragmentos de su vida pasada... Incluso podría haberlo visto junto a ti,
que escuchas ahora estas palabras, pues detrás de toda persona que habla...
salía de la vía, y que la vida era igual por mucho que creyéramos lo contrario
invocando el libre albedrío para decidir nuestro sino». Pero, entre toda aquella
perfección, anotó después en su cuaderno con pulso tembloroso, había algo que
había lugar en él para horrores tan feroces como los que acontecían cada día?».
fantasma que allí vio tenía la misma cara y miraba abyectamente como el escritor
pues el escritor era el fantasma, aun de forma figurada. Sobre su cabeza creyó
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ver unos hilillos extraños y pronunciados, una suerte de cuerdas entrelazadas
observaba en ese vidrio reflejados les ocurría lo propio. «¿Acaso puede ser
verdad que nos maneje un ser superior como si fuéramos títeres?», cuentan que
prestado del cesto de una costurera que viajaba en el tren, las tijeras con las que
menos, eso creyó, pues ninguno de los que estaban en el vagón supieron
en el viaje, y así, uno tras otro, a la par que el revisor iba chequeando los billetes,
el escritor cortaba con sus tijeras los hilos invisibles que conectaban a los
pasajeros con el cielo. Cuando llegó a la última estación tampoco puso pie en
ella, como ya puedes suponer, mas aprovechó la ocasión para cortar los hilos de
la gente que subía de nuevas, siendo Hans, el marinero, quien más se enfadó
con él, quizá porque se vio amenazado por el arma que portaba o quizá porque
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Fue el último día que lo vimos respirar pues poco tiempo después murió
esquela. Era un buen escritor, insisto mucho en ello, pero jamás cuidó de su
ocupó ese sillón hasta que desvalijaron el vagón de preferente con el propósito
guerras espantosas con las que me tocó lidiar. Fue el día en el que vi volar más
tropas ingentes conquistando territorios. Otra vez los llantos y los lamentos a un
lado de las ventanas y en el otro los soldados con sus pañuelos despidiendo a
temores. Yo, simplemente, me dedicaba a avanzar por entre las vías, pues eso
es lo que había hecho siempre. Primero acarreé ganado y después a los artilleros
sin que importara el horario, y las armas que llevaban sobre sus hombros
adolescentes y las balas que herían a los del bando contrario y todo aquello que
devoraban con ansia los generales en el cuartel. Y así un día después de otro y
tras este un año más tarde y luego... llegaron ellos. No sabían dónde iban;
añoraban el lugar en el que vivieron. Alguno guardaba sus joyas entre dobladillos
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y fajines y otros se las robaban para sobornar a los guardias. Todos arrastraban
sus maletas como si de veras les hicieran falta. Los perros de presa aullaban,
extraños que caminaban cabizbajos con una estrella en el brazo y una punzada
en el pecho. Durante aquel trecho, llevé conmigo sus sueños, deseos e ilusiones
hasta la mismísima puerta del infierno. Era invierno, ¿cómo olvidarlo? Los
engañé de vil manera creyendo que los llevaba a otro lado. ¡Eran familias
hacerlo. Acaso, ¿tenía razón el escritor? ¿Si el universo reglado por aquel ser
superior era tan perfecto como decían que era, por qué consentía en su seno
semejante grado de horror, toda esa barbarie vana de la que yo era testigo? Un
día, simplemente, me negué a seguir avanzando por esa maldita vía y mis
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mismo. ¿O crees que no te vi cuando te asomaste por entre el alambre de espino
¡Escucha! Fue por eso y no por otra cosa por lo que acabé frustrado en el
granero viendo pasar las nubes a través de las tablillas, con mi piel erosionada
por las deposiciones de las gallinas y mi voluntad corrompida por aquello que
presencié, sufriendo en mis propias carnes el peso de ese escudo que tatuaron
sobre un fondo amarillo que bien podía ser el color con el que se expresa ahora
mi ira. Y así pasaron los días con sus horas respectivas y más meses y años de
los que podía contar. Creí que era otra vez de día cuando te observé allí posada
melodía tan hermosa que el tiempo se detuvo. Presumo que entiendes de qué
verlo allí caminando bajo la luna como si nada pues le creía ya muerto. Y lo cierto
Me dijo, en fin, que cualquier otra pregunta que hiciera carecía de relevancia ante
Quería que volviera al servicio y yo le contesté que era imposible, que había
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olvidado el oficio y las servidumbres que conllevaba, que el óxido y, sobre todo,
convenciéndome, ahora que lo pienso, sin saber muy bien cómo; igual que no
sabía cómo podía comunicarme con él siendo el escritor un hombre y yo, en fin,
que no conocemos...
que nos permitiera impulsarnos hacia adelante. Y eso que idearon, ocurrió. Mas
yo no seguía ya una vía o algo que se le pareciera, sino que volaba. ¡Volaba!
¿Puedes creerlo? Entonces nos lo contó. Y eso que nos contó te resumo:
que ocultaba el universo y así fue hasta que comprendió que el universo no
guardaba dentro de sí ningún otro secreto que su propia negación. Así las cosas,
entendió que la única regla que debía seguir para convertir su vida en otra mejor
era ignorarlas todas ellas. Y eso fue lo que sucedió una vez se supo liberado de
aquellos hilos invisibles que le unían a un firmamento que no solo lo guiaba, del
mismo modo que los raíles guiaban el trayecto de un tren, sino que lo
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determinaba inexorablemente. Y lo mismo les sucedía a los demás, aunque
ninguno de ellos pudiera verlo. Por eso intentó ayudar a aquellos con los que se
se lo tomaron nada bien, supongo que porque a nadie le gusta que se ponga en
cuestión todo eso en lo que uno cree, por lo que desistió momentáneamente solo
Ergo se murió.
errabundos que surca sagaz el mundo y sus aledaños entre nubes, polvo o
los muertos que yo encabezo orgullosa los llevará, según declama nuestro líder,
hacia otra dimensión en donde siempre ganen los buenos. Tengas el rostro que
ahora tengas, querida mía, ¿querrás compartir con nosotros tan apasionante
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aventura o preferirás gastar lo que te quede de vida esperando que
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SOBRE EL AUTOR
varias revistas y publicaciones online como «Terror Universal», «Cinefania», «El Sitio de
Ciencia Ficción»; «El Zoom Erótico»; «Pasadizo», entre otras, además de escribir y editar
en solitario «El Cronicón Cinéfilo», sitio distinguido como finalista al Mejor Blog
su pasión por el relato de ficción en su modalidad más breve. Desde el año 2007 colabora
en calidad de crítico en el portal de cine «Septimovicio», donde llega a cubrir, in situ, varias
ediciones del Festival Internacional de Cine de Cannes. De forma paralela y con el mismo
equipo de trabajo, durante los años 2009 y 2010 ejerce de co-programador del I y II Festival
resulta elegido finalista del I Concurso de Relato Corto organizado por «Pasadizo» en la
Vórtice de Ciencia Ficción 2004 con el relato «La Decisión final», publicado en papel por
Ediciones El Parnaso dentro de la antología «La ciudad de los muertos». Su tercer relato,
Antología «Visiones 2005» editada en el mismo año por la AEFCFT. En 2008, colabora
Julio era diez años mayor que él y durante su adolescencia y hasta los
donde nacieron. Un hermano mayor, diría su madre, que quería a Julio como a
peculiar, lo cual generaba que siempre estuviera con gente menor que él, aunque
Cuando Julio cumplió los treinta y cinco años, le ofrecieron una oferta de
trabajo de una compañía que tenía como cometido la construcción desde cero
de una ciudad completa. Julio ya hacía cinco años que era un ingeniero civil muy
Pagan muy bien y espero que en cinco años concluya y regresaré para
pasaje y vas a visitarme —le dijo una mañana y partió en el tren del mediodía —
un tanque Centurión de Dinky Toys, lo encontré cuando tenía diez años y éramos
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Ambroce tomó el juguete de la mano de su amigo y asintió sin poder hablar
por la emoción.
en el ferrocarril mientras Ambroce rozaba con sus dedos el juguete dentro del
bolsillo de su saco.
Diez años después de ese triste evento, en el día del cumpleaños número
cartero golpeó su puerta y le entregó un sobre con una carta y un pasaje para el
ferrocarril que lo llevaría, después de dos trasbordos, hasta Moth City, la ciudad
Ambroce meditó varios días mirando la carta y el boleto de tren, hasta que
una mañana llenó su mochila con lo que consideraba esencial, les pidió a sus
vecinos que vigilaran su casa y partió hasta la estación del tren de Lincoln.
***
respondió:
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—Cuando remodelé mi casa desapareció. Quizás alguno de los pintores se
—Sube a mi auto, es chico, pero entramos los dos… Y ten en cuenta esto,
cuando te entregue otra cosa que sea importante para mí, trata de cuidarla mejor.
conocí en Lincoln…
—¿Tú también…?
—La verdad que sí, me tradujiste una sensación que no podía interpretar.
te va a cagar.
cielo gris plomizo que parecía artificial. Sintió que era virtualmente imposible una
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lo que conocía, incluso con Nueva York, ciudad de la que poseía álbumes
enteros de fotografías y a la que pensó mudarse desde que tuvo uso de razón.
Messerschmitt, al Ford Giron o al BMW Isetta 300 atravesaban los edificios o los
—Todos los autos son pequeños— dijo Ambroce, mirando con curiosidad
—En Moth City falta lugar para estacionar, somos demasiados. O conduces
—Sí y lo segundo se podría decir que los heredé, pero ya los perdí.
—No te entiendo.
entró al estacionamiento junto a una torre que más bien parecía un monolito
negro.
de lobo.
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—Es porque es un horno atómico. Ahí se arroja todo lo que ya no sirve. Los
moralmente caro.
entraron en él. Ambroce sintió una leve sensación de náuseas en la boca del
en una placa metálica que estaba en una pared blanca con flores azules. Una
Julio se dejó caer sobre un sillón azul que hacía juego con el resto de la
de cada mueble con la sala. Todo era nuevo, recién fabricado. Incluso la ciudad
—Ponte cómodo. Estás en tu casa. ¿Qué quieres tomar? —le dijo Julio
Julio caminó hasta la cocina y colocó dos tazas bajo una cafetera estilo Art
Nouveau.
—Hay cierta fobia a las máquinas inteligentes por aquí. Si existieran los
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—¿Por qué? Eso es lo que sueñan los humanos desde hace décadas,
máquinas que trabajen por ellos. Esta ciudad parece tener todos los atributos
caer sobre un plato en una bandeja junto a las dos tazas, azúcar, edulcorantes
—Siempre van a existir humanos que quieran ser esclavizados por otros
más poderosos, por eso hay tantos cristianos, ¿no? Adorar un dios que controla
cristal y madera. Ambroce se dio cuenta que las cúpulas de plexiglás de los
vehículos que se deslizaban por las carreteras estaban cubiertas con un material
opaco que no dejaba ver a sus ocupantes. Se dio cuenta que se sentía cada vez
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más extraño y subyugado por los aromas de perfumes franceses, comida de
Deambuló durante media hora por las veredas y calles, quedándose parado
frente a las vidrieras y observando los objetos que estaban a la venta. Por todas
partes había juguetes, pero lo curioso era que desde que llegara, no había visto
un solo niño. Los juguetes parecían antiguos, como los de las revistas más
amarillas y estropeadas que tenía su padre en uno de sus baúles, juguetes muy
Caminó algunas millas más y se dio cuenta de que sentía angustia, una
curioso aparato, pensó, que le indicó su posición y el camino a seguir para llegar
salones u oficinas. Vías laberínticas por las que transitaban monstruosos trenes
con forma de gusanos de acero y cristal, y edificios que parecían ser museos,
hacía nada y observaban el cielo perpetuamente gris con miradas vacías, como
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que le dieron fue de soledad, desolación y en algunos casos, desesperación
Notó que una hermosa muchacha comenzó a caminar hacia él. Cuando
—Julio me llamó hace media hora y me dijo que vendrías al parque, que no
—¿Lo conoces?
Ambroce observó a la chica unos instantes, era más joven que él, de unos
veinticinco años, tenía el cabello largo y lacio de color castaño, ojos azules, piel
muy blanca y estaba vestida con un short ajustado de color rojo, una remera
blanca de manga corta con escote en V que insinuaba más de lo que mostraba,
incumba.
Ella se sentó junto a él, dejó las sandalias en el pasto y le extendió su mano.
—Ambroce…
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—¿Eres su amante?
—Lo fui hace algunos años, era amiga de su hija, pero en un momento
de seguirle la charada, saber más de ese lugar y anticipar cuál sería el favor que
después de diez años de distanciamiento y con una nueva familia de por medio.
—¿A ti también?
—No te comprendo.
—Sigo sin comprenderte, pero no viene al caso, el favor que me pidió fue
vida, pero esto lo superaba. Las mujeres de Nebraska no eran unas santas, pero
— ¿Qué quieres hacer? —dijo ella, mirándolo con una expresión extraña,
Él se sintió cohibido por quinta o sexta vez en su vida, por lo que intentó
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—¿Eres prostituta? —le preguntó torpemente.
Ella abrió los ojos muy grandes con una expresión de asombro.
—¿Qué? ¿Pero eres tonto? Julio me dijo que eras un poco naif, ¡pero no
—No hay problema y no, no soy una prostituta, eso no existe en Moth City,
los hombres no necesitan pagar porque las mujeres aquí estamos emancipadas,
además, somos diez mujeres por cada hombre. Explosión demográfica femenil,
le llaman… —y dejó escapar una risita, que hizo sonreír a Ambroce y sacarlo del
un extraño cigarrillo que dijo, era de Hierba. Ella quiso encenderle uno, pero él
—Nunca lo había hecho con una mujer tan desinhibida, tan... agresiva, es
una experiencia fantástica. ¿Todas las mujeres de esta ciudad son así? —
preguntó el muchacho.
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Ella sonrió con una expresión cómplice. La hierba comenzaba a hacer su
efecto.
con personas que deseen satisfacernos. Aunque los hombres son peores, son
las que se chocan con el vidrio de los faroles o se meten en las llamas cuando
—Pasta —dijo él, a lo que ella metió las bandejas en un horno pequeño,
Tenía una gran voz y Ambroce se sintió hipnotizado por lo que estaba
viendo e imaginó, que Julio debía tener un motivo más que profundo para no
—Julio me habló mucho de ti. Dice que eres muy culto, escritor, ¿no? que
los dos se sentaban a leer en voz alta relatos de Dickens, Maupassant y M.R.
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James junto al fuego, mientras afuera la tormenta sacudía las casas de madera
de la ciudad.
—Y de muchos otros autores. Sí, con Julio hacíamos esas cosas, pero
jamás habíamos compartido una mujer tan maravillosa como tú, es más, jamás
—No, eres la primera mujer que me lo dice. Las otras decían que parecía
—Basta, para…
Las primeras luces del amanecer lo despertaron, pero el vidrio del enorme
—¿Tus padres?
—Mi esposo, ¿quién vive con sus padres después de los dieciocho años?
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—Yo vivía con mis padres…
bien formada y el fino pelo lacio y castaño que le llegaba hasta las nalgas.
—Si Julio te pregunta... dile que sí...— y se alejó riendo por el corredor.
o lo que hubiera en esa ciudad que se le pareciera, pero cuando salió se detuvo
frente al ascensor y percibió el calor insano que salía de las entradas de los
hubiera imaginado que tanto de su forma de vida y de sus afectos se irían por
uno de ellos.
mar amenazante.
y le dijo:
—No eres el mismo, Julio. Estás cansado, sintiendo algo que te abruma,
¿o me equivoco?
—No te equivocas.
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—Mira, yo siento que en esta ciudad existe una mecanicidad casi
razón que le impidiera sospechar que Julio lo había invitado por un acto egoísta
y nada más.
Julio pareció sorprendido por las palabras de Ambroce, pero bajó la mirada
y murmuró.
—Hay algo, sí, pero antes de que te lo pida, debes ver algunas cosas,
entender el por qué. Siempre te expliqué por qué necesitaba cada cosa cuando
necesitabas algo.
puedo soslayar.
—¿Un contrato?
—Algo así.
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—Desde niño te quieres ir a Nueva York, pero ya no tengo familia, la tiene
otra persona y están felices, o bueno, lo más felices que se puede ser en esta
urbe.
—¿Cómo que tu familia la tiene otra persona? ¿El favor no era que me
—¿Entonces?
—No te entiendo.
podía controlarse.
—Mira, todos los que firmamos un contrato con “Moth City”, como una
entidad, tenemos un reloj biológico con una terminación, de otra forma viviríamos
—Esa es una decisión política que se escapa de mis manos. Todo aquí
para los próximos cien años. Entre ellas no está el abandonar la ciudad y volver
a las raíces. Cuando llegamos aquí era un páramo y se nos avisó que el contrato
momento, no tomé en cuenta. Incluso pensé que como dices tú, me subiría al
consumió, era mucho dinero, como el fuego frente a una polilla, un resplandor
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Bebió un trago de Ron y se recostó en el sillón.
—Ese edificio es El Lazareto. Quiero que entres por esa puerta y salgas
por la que existe en el extremo opuesto. Presta atención a todos los detalles y
molesto olor a trapos hervidos y manzanas al horno. En una puerta pudo ver un
cartel que decía “Tisanería”, y más adelante, un corredor por donde transitaban
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Ambroce continuó caminando por el corredor circular hasta que llegó a un
carne, plástico y flores — lo guio por uno de los tramos que siguió intuitivamente.
detuvo frente a una enorme cúpula llena de camillas con personas acostadas.
Eran hombres y mujeres con una característica común: todos tendrían la edad
hombres y niños que acariciaban las frentes de los postrados o rozaban sus
ninguno.
Se detuvo cerca de los cuerpos que creía muertos, pero después de una
puerta de lo que parecía ser bronce, tallada con símbolos que no comprendía y
de murciélago.
abrían la puerta enorme con unas palancas que parecían ser garras doradas.
Esta protegía una hoguera de llamas azules y naranjas que hicieron que
las camillas, animadas por algún oculto mecanismo, iniciaron una lenta
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procesión hacia el horno. Cuando los cuerpos estuvieron en medio de las llamas,
pareció que algunos cuerpos todavía se movían con espasmos cada vez más
lánguidos.
Se alejó buscando la salida y sin entender el motivo por el que Julio lo había
nombre — lo invadió dándole náuseas. Casi corrió durante varios minutos, hasta
que llegó a una puerta giratoria y la atravesó, descendiendo por la escalera con
largas zancadas que lo hacían pisar de a tres escalones por vez. La gente lo
—¿Para qué querías que viera esa aberración?... ese “hospital” que no
sana a nadie...
una verdad en cada una de las acciones que se cometen en el universo, una de
ellas es que nosotros somos la Ciudad de las Polillas... y al morar entre estos
edificios, entre los otros insectos condenados, yo también soy una polilla.
Julio aceleró y se perdió entre una serie de carreteras de acero que subían
hacia las torres de ajedrez, mientras Ambroce meditaba las palabras de su amigo
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Moth City era una ciudad extremadamente seca. Nunca llovía a pesar de
que el cielo estaba constantemente nublado. Era como una cosa artificial, un
este lugar hubo un escape de gas antes de que tú nacieras y no sobrevivió nadie.
El ejército se llevó los cuerpos de los dueños de este lugar y de los visitantes,
aún cuando vio el cuerpo del imponente elefante, misteriosamente en pie, la piel
todavía adhiriéndose a los huesos con huecos por los que asomaba la osamenta.
regresa cada tanto por aquí, buscando comida fácil. Siete metros de hambre y
destrucción, ¿comprendes?
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—No todos lo saben, están acostumbrados a las “cascabel”, o las “hocico
serpiente parecía ondular dentro de una piscina interior y a su lado estaba lleno
película de ciencia ficción que viera en el cine del centro de Lincoln: la serpiente
viva a la gente por motivos que no podía imaginar. Pero trataría de llevarse a
Julio con él. Creía firmemente que los argumentos y la lógica serían más fuertes
que la compulsión de su amigo por quedarse para terminar creyó, como los
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Ambroce estaría allí para arrastrarlo hasta la estación de trenes y saltar dentro
maleta sobre el sillón y se sentó, sacándose los zapatos con sus propios pies.
—Hola...— dijo.
— ¿Puedo preguntar?
que llegaran, Julio jamás había encendido. En un canal transmitían una película
“directores” apenas se susurra, incluso una vez creí conocer a uno de ellos, pero
era solamente un supervisor, otro miembro del Pueblo de las Polillas y no el que
enciende la hoguera.
Ambroce no respondió. Nunca había visto a Julio tan obsesionado con algo
—Julio, mañana regreso a casa y quiero que vengas conmigo. Aquí nadie
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—Los mató el cigarrillo.
—No creo que pueda, mi amigo, no entiendes, hay cosas que son
—“No hay nada contra lo que no se pueda luchar”, decías tú, ¿lo
recuerdas?
agregó:
nos trepamos al primer tren que pase sin sacar boletos en la estación para no
Julio se quedó en silencio unos segundos, hizo unos gestos extraños con
su rostro y señalando hacia arriba y abajo con su mano, como un loco, cambió
—Está bien, amigo, voy contigo. Pero tenemos que llevar a alguien más.
—No son mis hijos y ahora tienen un padre más joven, más acorde con la
edad de mi exmujer. Quiero que nos llevemos a Pam, está por terminar su Máster
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la Ciudad de las Polillas, ¿comprendes? Aún está a tiempo de escapar y ese era
—Eso me descolocó.
—Pam era amiga de mi hijastra y estuve saliendo con ella casi diez años,
desde sus dieciséis hasta hace unos meses… ¡y no me digas que soy un viejo
verde! Fue algo que sucedió y se mantuvo en el tiempo. Pero la dejé porque
quería que saliera de este lugar, que fuera feliz y viviera hasta que su propio reloj
querrá aceptar lo que le voy a ofrecer y hay cosas que no quiero que sepas,
Ambroce notó que tenía cierta opacidad, era como si detrás de su rostro hubiera
enquistada en su cuerpo.
—En caso de que surja alguna contrariedad quiero que tomes a Pam,
—Nos vamos a ir los tres de aquí, amigo. No hay una segunda opción.
una gran chica, es buena, ya no queda mucha gente como ella en este mundo
de mierda y trata de que no pase como con mi tanque Tiny Toy, ¿está claro? No
tanque de juguete.
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—¡Me mentiste! ¡No lo habías perdido! —exclamó Julio, feliz, pero
mundo, se acercó hasta la tapa de los hornos que calentaban el edificio, la abrió
y sin que su amigo atinara a hacer nada, se arrojó hacia las llamas azules.
Ambroce solamente se quedó allí, intuyendo lo que iba a hacer Julio desde
—Soy del pueblo de las polillas...— había dicho. Y como las polillas, fue
El pequeño BMW que conducía Pam se detuvo frente al edificio. Ella lo miró
asientos.
—Fue una polilla —atinó a decir Ambroce, con los ojos llenos de lágrimas.
de aquí, por favor… —gimió ella y subieron al pequeño vehículo que condujo
las Polillas.
- 51 -
Pero el ferrocarril se sacudió, despidió un sonido metálico y chirriante y
escapar del fuego, que su sino era el de terminar como lo hizo, dentro de las
llamas.
Julio le había legado esta vez lo mejor que había encontrado en su vida.
- 52 -
SOBRE EL AUTOR
sus dos entregas "Revelaciones" y "Tiempo fuera" en varios países, entre ellos: Francia,
En el periodo de 2006 a 2010 ha sido guionista de la serie animada "El pequeño héroe" en
sus dos temporadas, "El tesoro de la luz" y "La leyenda del lobizón" emitido en "Canal 4" y
de "El pequeño héroe, el musical" obra de teatro realizada en el Teatro Metro (Uruguay).
Recibió junto con el equipo premios "Tabaré" y "Arroba", este último a mejor
Especial Uruguay Cyberpunk (Cuba), en revista digital "Bem Online" (España). en revista
"Galaxies" (Francia).
Alquimia, brujería,
satanismo, sectas, fantasmas,
posesiones demoníacas,
vudú, los límites de la
muerte, la simbología de las
matemáticas, hechicería,
caos, paganismo,
conspiraciones...
Las nueve lágrimas de
Loviatar
Por Ariel F. Cambronero Zumbado
I
Vainoharhaisuus
nadie del otro lado, solo un paquete de casi un metro de alto envuelto en papel
En ese momento, los vecinos de los apartamentos de ese mismo piso abrieron
fijaron la mirada en él. Trémulo, sin dejar de ver a todas partes, se apresuró a
¿Qué había sido todo eso? Aspiró una enorme bocanada de aire. Colocó
luchando por no desmayarse, y se sentó lo más rápido que pudo. Todo le dio
palamas y un sudor frío le congelaba cada rincón de su cuerpo. Debido a que los
compulsiva hasta que la lengua se le secó. Tragando con dificultad la poca saliva
- 56 -
que le quedaba, cerró los ojos y recostó la frente sobre la mesa. Así permaneció
varias horas.
con su faena. Convirtió el papel en una bola y la arrojó encima del sofá.
colgaba un pendiente de plata con una cruz de doble brazo que emergía del
intrigaba: piel pálida como la de una vampiresa, guedeja nívea y lacia recogida
A la vez que lucía una espléndida y desbordante sonrisa, lloraba con desmesura,
Carlos sacudió la cabeza, parpadeó con insistencia y observó, esta vez con más
detenimiento, el fondo del cristal. Los glóbulos oculares se habían movido. Ignoró
ese juego visual y prosiguió examinando la obra. El marco del espejo era igual
chica, ratones y grillos bailaban entre sí sobre una pila de vísceras. De los dorsos
de los roedores y los insectos, nacían varios hilos que se alzaban hasta perderse
- 57 -
dónde empezaban. Tanto los mures como los saltamontes vestían un traje de
Tras escalofriarse por el encanto insuflado por la obra, una arcada por
poco hizo vomitar a Carlos. Batallando por no despegar la vista de la dama, giró
el presente: un sobre adherido con cinta pendía justo en el centro. Contenía una
RIPUSTAA TÄMÄ MAALAUS TALOSSASI. EI EDES KUOLEMA VOI PELASTAA SINUA». Arrugó
la cara y se le escapó una risilla sardónica. ¿Cuál era esa lengua? Totalmente
desconocida para él. Quizá su mejor amiga, Gabriela, una políglota y traductora
sala y, tras ser invadido por un cansancio sobrehumano, se fue a dormir. Justo
cuando se retiraba del sitio, sin que lo advirtiera, todos los ojos dentro del cuadro,
II
Kuolema sisäelimissä
porque se le caía constantemente, como si fuera dos tallas más grande. Se miró
en el espejo: su faz estaba roja y llena de pústulas, plagada de una barba de tres
las venas se erguían hinchadas y amoratadas por el cuello, los párpados y las
sienes. Intentó tragar un poco de saliva, pero un ataque de tos arremetió contra
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él. Empapó todo el cristal de escupa sanguinolenta. Los pulmones se le
sinfín de veces, pero este no dio el brazo a torcer y permaneció sin tono. Otro
ataque de tos lo embistió: se contorsionó como una lombriz recién pisada hasta
Frenético, registró con la vista cada rincón: provenía del cuadro. «Debo estar
delirando», balbuceó. Otro ataque de tos: vomitó una catarata de sangre babosa
y pestilente. Cada vez con más potencia, la tos lo acometía una y otra vez. Él
huesos recubiertos con una tirilla débil y casi transparente de pellejo velludo.
III
Valloitettu mies
precaución, alzó la mirada hacia la pintura, y tragó algo de saliva: el sabor férreo
- 59 -
recobrado su tono acanelado. Se aupó enseguida y se dirigió al baño. Debía
17-19-5».
caminó con sigilo en busca del causante de aquel rumor. Provenía de la sala. Al
llegar ahí, un vaho frío se introdujo en sus poros. Boquiabierto y con los ojos
teléfono, descolgado, chillaba con necedad cerca del umbral que conducía a la
Carlos fijó su mirada en este, todos los glóbulos oculares giraron en torno a él y
regresar a su recámara; sin embargo, apenas dio un paso hacia atrás, se vio
imposibilitó mover la cabeza. Así, su vista solo podía enfocar un punto: el retrato
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auxilió. Después de escuchar sus alaridos, los vecinos continuaron como si nada
la tierra un centenar de ocasiones. Vociferaba como una rata rabiosa contra los
vecinos inútiles, contra todos los dioses que se le vinieron a la mente en ese
soslayo, percibió algo que lo inquietó: los grillos y los ratones del cuadro salían
salto. Los mures se afilaban los dientes y los insectos se tornaban cada vez más
cambio, se adentró por sus fosas nasales y oídos risoteándose con brutalidad.
- 61 -
tortura. El semblante se le desfiguraba cuando le destejían los órganos y se los
sapo. Se infló, se infló y se infló con tanta desmesura que los ratones y las
las venas y los músculos, presurosos por visitar hasta el sitio más recóndito de
ese territorio tan exótico para ellos. Al poco rato, los conquistadores habían
huevecillos.
IV
Una vez más despertó en la sala. Todo estaba acomodado como si nada
de lo que vivió hubiera ocurrido. Sin embargo, había tres elementos inquietantes:
explotó en llanto. Advirtió que no poseía ninguna herida, solo sentía un poco
19-16-19 6-22-5…».
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—¡Maldición! ¿Pero… pero qué es…? ¿Me… me… me estaré volviendo
favor! Estoy en peligro… —su llanto incrementó—. Te… lo… suplico, Gaby…
veces. Cada vez más rápido y más fuerte. Más rápido y más fuerte. Más rápido
y más fuerte. Más rápido y más fuerte. Todo en vano. El olor persistía; de hecho,
era todavía más potente y apestoso. De forma involuntaria, arrojó el jabón al piso
una olla con agua en uno de los discos de la estufa. Forcejeaba por detenerse,
tasajos los brazos, el pecho, los muslos, el abdomen, las nalgas… Después de
cada corte, quedaba al descubierto una capa gruesa y viscosa de caca con
semillas de pus por doquier. Con las piernas temblorosas y la vista turbia, echó
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cabeza sobre el inodoro. Terminó ahogándose en el retrete. Lo último que
—Es evidente que no has dormido nada. Realmente esa pintura te debe
bueno, sígueme contando acerca de los mensajes cifrados. Dices que son solo
números, ¿no?
¿En qué momento había llegado Gabriela? Cavilaba como orate por recordarlo,
—Fíjate bien en esto —le señaló los signos de puntuación de cada nota—
son letras.
—Supongo que por orden alfabético… Es decir, quizá el uno sea la «a»;
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Perplejo y sin respirar, tragó un poco de saliva.
cuando te llam… —¡bum!—. ¡Gabriela! ¡Dios mío, pero qué mierda está
sucediendo!
sus ojos, así que los cerró y se limpió a punta de manotazos. Al levantar los
amarrado a una silla. Gabriela le practicaba una felación. Solo que había algo
diferente en ella: le habían cocido los ojos. Batalló por quitársela de encima, pero
fue imposible. La chica le chupó el pene hasta envolvérselo con una baba
arqueó hasta verse forzado a cerrar los ojos y gemir entre alaridos tras eyacular.
totalmente inmovilizado, aún con vida sobre la mesa, sin brazos ni piernas ni la
tapa del abdomen; es decir, era un simple cuenco humano en cuyo estómago se
modo de cucharón para comer de su amigo. Sorbía el caldo con fragor y halaba
casa. Ni siquiera la muerte podrá salvarte —lo miró directo a los ojos—. Así es
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Carcajeándose, le abrió la boca y, tras destrozarle el frenillo de la lengua
chico lloraba y baladraba con desmesura. Harta de sus lloriqueos, ella asió sus
pies mutilados y le hundió los pulgares en los ojos hasta extraérselos de las
VI
Elämän matka
encontraba solo. En la mesa, frente a él, una nota que decía: «21-22 23-1-4-1 5-
sin dejar de ver a todos lados, hacia su cuarto y, lo más rápido que pudo, asió el
tanto de ida como de venida, siguió a Carlos con todos sus ojos, con expresión
números, anotaciones, letras, números, anotaciones… Una y otra vez, una y otra
vez, una y otra vez. Hasta completar el primer mensaje. Hasta completar el
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—…
—Pero… ¡qué rayos! ¿Mi error? ¿De qué error estará hablando? Esto
miró alrededor con la boca abierta: los muebles de madera lucían derruidos por
las termitas, la estufa plagada de herrumbre, los trastes cobijados por una gruesa
costra de grasa, como si no los hubieran lavado en años. Una brisa lo escalofrió.
él, un espejo rodeado de hojas verdes que se marchitaban con tardanza. Dentro
del cristal, la señorita de la pintura desnuda por completo con un espejo al nivel
del ombligo. Allí se proyectaba la misma chica, solo que calva, con moretones
por toda la piel, los labios partidos y sangrantes, y el glóbulo ocular izquierdo
la misma mujer, ahora con los senos reventados, el ojo derecho a punto de
observaba a la misma dama: esta vez su piel, verduzca y babosa, se podría con
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descompuesta en medio de un mar de ciempiés, grillos, ratas y tarántulas que
VII
deformado por una mueca y los ojos como platos, asió un cuchillo y corrió hacia
Trémulo, dejó caer el arma. Se carcajeó como desquiciado. Los trozos de la obra
cascaron.
criaturas. Una de ellas salió: una rata albina. Entre arcadas y alaridos, cogió al
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animal y lo estrelló contra el porcelanato. Escuchó cómo chillaban más de
aquellas alimañas debajo de su carne. Sin pensárselo dos veces, tomó el cuchillo
nido de ratoncitos apelotados entre sí. Acuchilló, acuchilló, acuchilló… Los mures
brazo, su otra pierna, su pene, sus mejillas, su nariz… Se yuguló para poder
VIII
Väära toivo
a sus violadores; de súbito, como si ella ahora controlara el guion, guardó silencio
y giró la cabeza hacia atrás. Con sus enormes ojos cafés, penetró la mirada de
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Carlos y susurró: «¿Acaso ya lo olvidaste? Porque yo aún no…». Él tragó un
poco de saliva. Vacilante, dio un paso al frente. Pero no avanzó más. Se mantuvo
así durante unos minutos, hasta que, tras tomar un poco de aire, se aproximó al
televisor. Justo antes de que lo desconectara, este se apagó por cuenta propia.
En el basurero no quedaba más que una torre de humo que se mecía de un lado
Invadido por un bostezo, se fue a dormir con una sonrisa triunfal de oreja
a oreja.
IX
Ikuinen elämä
La pared estaba vacía. Por fin se había librado de ella. Suspiró. Con una sonrisa
del líquido precipitarse dentro de la transparencia del vaso, como si con ello
caminó de vuelta a su cuarto. Cruzó la sala con tranquilidad y, justo cuando iba
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en la cerámica. Miró enseguida el vaso: lo arrojó lo más lejos posible y se limpió
la lengua con la camisa. El agua ahora era aceite multicolor que serpenteaba
desesperado.
Una risotada retumbó por todo el recinto. Advirtió dos cosas que le
cuadro. Las ratas y los grillos de «Las nueve lágrimas de Loviatar» se asomaron
KANSSA», «ELÄMÄN MATKA», «MITÄ IHON ALLA?», «VÄÄRA TOIVO». Sonrió y admiró
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interminable de ratas, caballetas, ciempiés y tarántulas de colores variados y
frente, un símbolo pintado de musgo: una cruz de doble brazo que emergía del
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SOBRE EL AUTOR
UCR con su poema “Hijo” (2019), Brujería de la Revista Fantastique con su relato
“Decarabia” (2019), Los gatos de la Editorial Aeternum con su cuento “El nazareno del
gato blanco” (2019), el cual fue denominado como el mejor texto de todos los
relato “Ojos que aún siguen ahí” (2020). Ha publicado en revistas nacionales e
(2018), Ágora-Colmex (2018), Larvaria (2018), Letralia (2019), Íkaro (2019), Vaulderie
Lo único que desea en el mundo es llegar a su casa para echarse a dormir, aspira
momento ninguna otra cosa parece importarle. A ratos parpadea, pero sabe bien
que cerrar los ojos es una trampa, porque le seduce no volver a abrirlos. Es por
eso que se empeña en mirar con los ojos muy abiertos, como con asombro, pero
eso lo agota aún más y no puede darse la más pequeña tregua en la vigilancia.
Siempre previsor, no solía pasarle eso de que se le hiciera tarde. Nuestro hombre
de que dieran las ocho de la noche. Para eso contaba con la proverbial
vientre de la ciudad. Y así era siempre, hasta ese maldito día: un verdadero día
de mierda en que todo lo que podía salir mal, le ha salido mal, y ahora le tocaba
pagar las consecuencias. Regresaba a su hogar demolido, con los músculos del
cuello agarrotados, manteniéndose en pie a duras penas, más muerto que vivo.
Es tardísimo y el vagón viaja casi vacío: acaso este sea ya el último tren,
estación, y tras detenerse, las puertas se abren con un gemido neumático a los
andenes despoblados.
- 75 -
Hace rato que dejó de mirar el reloj de su muñeca para no desesperarse.
También sabe que en cada una de las estaciones que van atravesando titilan en
lo alto números rojos, pero sus ojos fatigados ya no son capaces de descifrarlos
El hombre cansado no ignora que su viaje es largo y que aún le queda mucho
recorrido por delante, muchas estaciones desiertas que atravesar con irrisión,
negligencia por no traer consigo nada para leer, y por eso se afana en distraerse
observando a los otros pasajeros, espiando los pequeños actos de esos otros
habitantes de la noche. Lo cierto es que fuera de eso no hay mucho que mirar.
en la noche, con sus asientos simétricos, sus agarraderas cromadas, los paneles
coercitivos. Lo único que cambia son los viajeros, y por ellos uno puede discernir
el momento del día casi tanto como por el reloj: en la mañana lucen indiferentes,
(Como él mismo).
algún punto impreciso. Pero igual envidia la buena fortuna de esos pocos que
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peste, esa noche hubiera aceptado con agrado hacer una excepción. Si tuviera
alguien con quien hablar —piensa—, el viaje no se le haría tan largo y no tendría
por qué temerle al sueño. Podría, quizás, comentar lo tedioso que ha sido su día
(y suele siempre ser así), o el mucho tiempo que se tiene que malgastar en estos
Baja los ojos y mira por un instante sus propias manos, colocadas con simetría
perfecta sobre las rodillas. Nota que la derecha es algo más grande que la
derrotar.
Eso no resulta para nada inusual: algunas estaciones cierran un poco más
temprano que otras. Lo sabe desde siempre, pero igual le produce una sensación
- 77 -
¿Cuánta gente lo acompaña en el vagón? Muy poca, ya menos que hace diez
minutos, pero quizás demasiada para esa hora de la noche. ¿Seis personas?
No, más bien ocho (conmigo, nueve). El hombre cansado está sentado al final
del pasillo, del lado izquierdo, de frente a la dirección de la marcha, y desde esa
posición privilegiada puede observar bien a los demás pasajeros, sus colegas de
infortunio.
exterior por lo general no hay mucho que ver: apenas un agonizante rayón
A unos pocos pasos, de su lado del pasillo, pero más allá de la puerta, le ofrece
su perfil un hombre muy alto y trajeado de negro riguroso, con el cabello canoso
comisura del labio. Frente a él, en el lado contrario, viaja una mujer joven que
llama la atención por su belleza vagamente pueril, de cara redonda, ojos color
avellana y cabello muy corto, revuelto y oscuro. Viste una blusa roja muy
escotada y falda negra por encima de las rodillas, con las piernas enfundadas en
medias del mismo color. Desde un poco más allá, dos mozarrones musculosos
- 78 -
pero ella permanece impasible y solo mira al frente, con los brazos cruzados
correcto sería que interviniera y que les impusiera respeto a los zagaletones, ya
que ese no es el comportamiento correcto con una mujer sola, pero que le puede
también contribuya a disuadirlo el miedo: lo único que le faltaría a ese día sería
condiciones.
Mucho más lejos, casi en el extremo opuesto del compartimiento, conversa una
pareja, pero como están de espaldas a él, apenas entrevé dos cabezas muy
Ya no está muy seguro de cuando sucedió. Sin duda, muchos meses atrás. ¿O
quizás años?
ocasión era viernes, algo después del mediodía, y el tren entraba a una estación
- 79 -
desconocido, había saltado a las vías, o quizás otro alguien lo había empujado
(nunca llegó a saberlo). En medio del caos hicieron apearse a los pasajeros y
al que luego no quiso ver nunca más le había comentado en tono de guasa que
podían recomponer.
Abstraído en esta incomoda evocación tardó en notar que el tren había vuelto a
detenerse. Escucho por la megafonía la voz del conductor pronunciar las ultimas
Dos figuras más completaban la población fija del vagón, que lo acompaña desde
al menos ocho o nueve estaciones atrás (en el entretanto, otra gente ha subido
un marinero, una meretriz, una señora obesa que apenas viajó una estación, un
funámbulo, un hombre muy grueso y moreno que no quiso sentarse y que miraba
alrededor como son extrañeza, pero todos esos no cuentan). Cuatro o cinco
asientos adelante, casi en el centro del vagón, quizás a media distancia entre la
tinterillo ínfimo. Sobre las rodillas lleva un sobado portafolio marrón, y un fino hilo
¿Forma?
- 80 -
El hombre cansado vuelve a parpadear, como si no estuviera convencido de
estar del todo despierto. ¿No se habrá rendido ya, no estará dormido, con la
cabeza caída sobre el pecho? Mira aquella figura que le daba la espalda sin
para asimilarla con un solo golpe de vista. Por más que se esfuerza no logra
interlocutor. Acaso perciba las partes, pero no el todo: una espalda descomunal,
¿Está soñando?
En todo caso, sabe que aquel monstruo está riendo, sus carcajadas resuenan y
fin lo hace, un perfil crudo, andrógino, que va a sentarse un poco más acá de la
un silencio antinatural.
determinar el sexo. ¿Una mujer? Quizás, su rostro está pintarrajeado, pero sus
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De pronto, todos lo miran, hasta la pareja del fondo se ha volteado, hasta el
hombre del periódico levanta la vista de la página, hasta la mujer de la blusa roja,
comprobar una presencia aún más inhumana que la suya propia, y, sobre todo,
“Algo va a ocurrir” —se dice, desde el fondo de los párpados que caen ya a
plomo, pero por supuesto, nada ocurre, y las caras vuelven a sus ocupaciones
desencanto consiguiente.
el maquillaje.
Los párpados caen, los párpados se levantan, pero cada vez más despacio, cada
vez duran más tiempo cerrados. Quiere dormir, no le importaría estar muerto con
tal de dormir, pero no en este lugar habitado por seres tan extraños, entre
Los ojos vuelven a cerrarse, aunque sabe bien que ahora alguien lo está
mirando.
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Una tumultuosa caída a través de un pozo, acompañado del ritual
Un grito lo despierta.
Algo así como un sordo pavor lo estremece. ¿Quién ha gritado? ¿De qué
Se borra la imagen del pozo y del agua y entonces una oscuridad y entonces
quiere abrir los ojos y solo lo logra tras una prolongada lucha.
obsecuente.
Garay.
Esa era una estación que conocía bien, con el andén en el centro y las paredes
visto obligado a caminar casi una hora, o a tomar otro medio de transporte, como
- 83 -
No recuerda que haya sonado la alarma, como suele ocurrir en esas situaciones.
¿O quizás sí?
A través del ventanal vio que alguien se aproximaba por el andén. Resultó ser el
conductor, que parece estar controlando con parsimonia algo en alguno de los
vagones. En cada uno de ellos se asoma por la primera y la última de las puertas
(en la del centro no) echa un vistazo brevísimo y luego sigue hasta la siguiente.
bigote hirsuto, vestido con camisa gris de manga corta con galones, pantalón
final, la que queda justo delante del asiento en que viaja el hombre cansado.
Se asoma y mira a ambos lados. Sus ojos tropiezan un instante, como no puede
ser de otra forma, en la mujer. Luego siguen su recorrido, hasta que sus miradas
se cruzan.
Pero esto apenas duro un instante, pues antes de que tuviera ocasión de decidir
Quiere pensar, quiere darse cuenta de que sus temores son vanos, de que este
es solo un viaje rutinario, el mismo viaje de todas las noches, de que nada de
monstruoso o anormal hay en los demás pasajeros, tan casuales como los de
otra noche cualquiera, pero su cerebro embotado no coordina bien estas ideas y
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Si tan solo pudiera dormir un minuto, un segundo, una milésima de segundo...
Cosa fácil es: basta con que cierres los ojos y reclines la cabeza, así, así...
Los otros son solo viajeros comunes y corrientes, acaso también hartos de sus
propios problemas, y quizás tan cansados como tú. La espalda ciclópea sigue
de la blusa roja persiste en mirar al frente, con los brazos otra vez cruzados sobre
los pechos.
Solo que ahora sonríe, una sonrisa que es solo de los labios, pues el resto de su
También sonríe el hombre canoso del periódico, pero solo de medio rostro, pues
Con un supremo esfuerzo logra levantar los parpados. A través de sus ojos
empañados le parece discernir una figura, una sombra, que viaja ahora en el
debe ser una cara mal afeitada cree vislumbrar un esbozo de sonrisa. Se pasa
la mano por los ojos y al volver a mirar comprueba que allí no hay nadie.
Otra parada. ¿Oíste cuál es? No, no alcanzaste a oír la voz del conductor, pero
no debe ser la tuya, que aún está lejos. Se levanta la pareja de novios del final
del compartimiento (ella es muy joven, ahora lo sabes, algo más alta que él,
dejar sus chanzas groseras a la mujer de la blusa roja. Parece que van a bajar
en esta estación y algo te tienta a seguirlos, algo te dice que debes quedarte
aquí. Pero no haces caso, pues sabes muy bien que sería idiota quedarte a
medio camino.
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Frenazo. Las puertas se abren al andén vacío y bajan las dos parejas, nadie
aborda el vagón, ha de ser tardísimo, ninguna persona sensata viaja a esta hora.
cuenta. Hay una laxitud definitiva en sus miembros, el sueño se hace imperativo,
Desde inconsciencia que lo abate aún puede ver, pero ya no comprende nada.
Paradójicamente, aún puede oír, oye el rumor de una conversación y la voz que
va recitando las paradas que van quedando atrás y otra voz como desconectada
dormirse y que ahora solo faltan tres estaciones, faltan dos, falta solo una, no
Se abren las puertas, se cierran las puertas, nadie ha salido, el hombre cansado
Entonces recuerdas que has debido apearte en esa última estación, pero ya no
yace como un pez muerto y la cabeza se derrumba sobre el pecho tras una breve
vacilación.
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Arropado en el agua oscura y profunda, que se cierra casi con alegría. Ya nada
más puede interesarte, ni siquiera la extraña sonrisa de esa mujer, cuyo origen
no puedes ni imaginar.
y que sin duda mirará la hora con desconcierto, pues ya hace mucho tiempo que
líquida, no descubrirás hasta que ya sea demasiado tarde que te han estado
vigilando ojos que solo esperaban tu caída, y ahora cinco figuras se levantan y
se aproximan en silencio.
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SOBRE EL AUTOR
en Nueva Esparta. Primer Premio del II Concurso de Narrativa “Miguel de Unamuno” del
ICIV. Cuento: “Máscaras”. (1989). II Premio del VIII Concurso de Cuentos “Lola de
FONDENE (Nueva Esparta). Libro de cuentos: “La muñeca descalza” (1991). Ganador
Del negro desierto del olvido y la inexistencia. Por el momento era pura
existencia y la inexistencia sólo sabía una cosa: que existe, que sencillamente
existe.
omnipresente, infinita...
Pero a poco, muy poco a poco empezó a darse cuenta de que comenzaba
en los pies, los músculos de los brazos entumecidos, una desagradable opresión
en la columna vertebral.
mente.
Un peso le oprimía el pecho. No, no había nada sobre él. Era sólo que el
- 90 -
Ya era ella misma. Aparte de las sensaciones, también había recuperado
acontecimientos pasados...
Era verano. Sí, era verano. Detrás de la ventana crecían las malvas en el
A veces también la visitaba una urraca, que era muy valiente porque
Las malvas florecieron. Los tallos altos que otrora fueron verdes se fueron
habitación quedó cerrada a cal y canto y hasta las hormigas se perdieron de allí.
arremolinaban los copos en el aire y caían del cielo sin hacer ruido cubriendo la
tierra. Cuando el frío se reforzaba, era capaz de meter sus dedos helados por
- 91 -
Recordó cómo tañían las campanas, convocando a la misa del gallo. Así,
tendida aquí, al pasar los días y los meses, cuando las estaciones del año daban
iglesias...
y marchar junto con el gentío allá, donde tañían las campanas. Cuánto quería
escuchar el crujido agradable de la nieve helada bajo sus pies. Cuánto quería
Las campanas cesaron de tañer mientras que ella se quedó sola con la
tiniebla. Con la tiniebla y el silencio. Tal vez haya llorado en aquel momento, pero
impotente.
¿Y después?
como si fueran gotas de agua de los aleros del techo, donde el sol se calentaba
endurecida...
Se habían blanqueado con cal las paredes del cuarto. Todo estaba limpio
y bendijo los alimentos. Le dijo algo a ella, ya no recordaba las palabras, pero el
- 92 -
sentido que tenían era que Dios hace experimentar el sufrimiento para poner a
prueba nuestra fe como en otros tiempos, hace siglos, puso a prueba a Hiob.
le trajo un ramillete de los primeros tusílagos dorados. Le sonrió a las flores. Las
Tal vez. ¿Pero por qué la cama es tan incómoda? ¿Tan dura? ¿Y por qué a sus
“¡Oh, Dios! –pensó--. ¿Por qué aquí hay tanto frío y tanta asfixia?”
cabeza para calentar los miembros entumecidos, pero en vano lo buscó con las
habrán hecho eso? ¿No me habrán ingresado en el hospital? Si, ahora recuerdo,
Pero no estuve de acuerdo. Es que el que vaya a dar una vez al hospital, ya no
saldrá vivo de allí... ¿No será que me habré puesto peor y me habrán ingresado
sin mi consentimiento?”
- 93 -
Sintió un repentino flujo de energía. Sabía que lograría levantarse por sus
hallaba. De pronto se incorporó y... con un gemido de dolor se dejó caer de nuevo
sobre la espalda.
Se había golpeado la cabeza con mucha fuerza contra algo duro, algo que
se encontraba muy cerquita, debajo de ella. Ante sus ojos danzaron centellas de
extendió la mano hacia arriba con cuidado, para examinar al tacto contra qué se
enfrente, detrás, por los costados, tablas sobre la cabeza. Percibió con el tacto
los lugares por donde se unían. Sintió las asperezas y los nudos.
Regresaba...
Un sudor frío le cubrió de gotas la frente. Una vez cuando le dijeron que
sudor así salía de cada uno de los poros de su piel y corría a chorros helados a
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Reflexionó adónde había ido a dar. Tiniebla y silencio. No, esto no era el
cielo. En el cielo hay belleza y claridad. ¿Será entonces el infierno? ¿O tal vez el
Movió los labios sin hacer ruido, pidiéndole misericordia a Dios. Por fin
ahora todo estaba claro y era evidente. ¡La habían sepultado viva! Se echó a
perro.
Comprendió que tenía que –aunque por unos instantes— ahogar el miedo
que llevaba dentro para ponerse a pensar en la situación y ordenar sus ideas.
tumba de tierra, no hay remedio. ¿Serán esos largos minutos de agonía hasta
después boca abajo. Se alzó sobre los codos y las rodillas haciendo presión con
el lomo encorvado con todas sus fuerzas sobre la tapa del ataúd. Un miedo
embargo, sus esfuerzos fueron en vano. Las fuertes tablas de madera fresca y
- 95 -
Llena de determinación, no tenía intenciones de darse por vencida
Volvió a alzarse sobre los codos y las rodillas y de nuevo presionó sobre
seco. Había corrido uno de los clavos que unían el fondo y la parte de arriba del
ataúd.
alegría como ahora! ¡Ya sabía que podía lograrlo!, ¡que sería libre! ¡Libre y
saludable! Seguro que con buena salud, porque si tenía tanta fuerza, ¡eso era
fuerzas por última vez e hizo presión sobre la tapa, de pronto ésta saltó, cayó
Se sentó y aspiró aire a sus pulmones una, otra y otra vez más. Lo aspiró
el que reinaba una oscuridad impenetrable, así que no podía descubrir nada con
Se puso a palpar con las manos a su alrededor, y por todas partes sólo
- 96 -
llena de muertos. La razón le sugirió que su ataúd –como no había pasado
Sin embargo, ¿cómo llegar hasta allí? Aun cuando consiguiera llegar, ¿en
qué dirección debería girar, por dónde seguir, dónde buscar auxilio? Pero
había logrado expulsar la tapa y salir afuera? Se consoló con la idea de que su
era tan densa ni negra como al principio. Entonces comenzó a diferenciar los
interior del sepulcro: en el techo mismo, tan alto que no había modo de que
entrada, y la tapa del ataúd había caído sobre un pasillo de piso de ladrillos que
crucifijo enorme.
- 97 -
“Voy a gritar –pensó mirando la pequeña ventanilla del techo--. Voy a
me sacarán de aquí!”
que la pudiera abrigar, pero salvo las filas de ataúdes callados y algunos cabos
parecía que por sus venas no circulaba sangre, sino chorritos de agua mezclada
con trocitos de hielo, esto le permitió a aquella idea anidarse para bien en su
cerebro.
brazos para obtener al menos un poquito de calor. Después, se frotó las manos,
una con la otra para recuperar el sentido del tacto en los dedos y se acercó a la
desmoronado al tocarlos.
el quinto. Estaban asegurados fuertemente con clavos sólidos. Hasta que por fin,
en uno de los siguientes intentos, cedió una tapa dejando ver su macabro
contenido.
- 98 -
con un cálido caftán de satén, forrado con piel de marta. ¡Oh, eso era lo que
náuseas, sabía que sólo aquel caftán podía salvarle la vida y protegerla del
penetrante frío.
hacia arriba uno de los brazos del difunto y le sacó una manga. Después lo hizo
con la otra. Sintió bajo sus dedos cómo se desmoronaba el blando cuerpo del
una gruesa capa de otras vestimentas que el difunto llevaba puestas, no pudo
la garganta.
lo logró. A continuación, cerró el ataúd con la tapa y salió corriendo con su botín
hacia la puerta. El caftán apestaba tanto que tuvo intenciones de arrojarlo, pero
a las martas y al cabo de un rato por fin sintió alivio. Sintió calor. Pero de ninguna
asquerosa, había conseguido ropa, pero ni siquiera podía soñar con comida.
Se sentó sobre la tapa del ataúd para descansar sobre el piso de ladrillos
- 99 -
¡Un mísero bocado! Raspó un pedacito de enlucido de la pared y trató de
repugnancia. Y entonces su vista se fijó en los cabos de vela de cera que estaban
Los levantó uno a uno, los mordió y se los tragó. A pesar de que sólo fue
Entonces empezó a gritar tan alto como supo y como fue capaz de
hacerlo.
trago grande de aire con la boca muy abierta y descansó para volver a gritar
cada vez más densa. Transcurrió el día y nadie llegó con ayuda. Enronqueció de
sobre la puerta que separaba al mundo de los muertos del de los vivos y cayó
en un estado de duermevela.
esperanza anterior.
- 100 -
Pero no se rindió al desaliento. Unos vestigios de fe se ocultaban en su
corazón. Unos vestigios de fe, ya que tiene que volver la mañana y la liberación.
Por la mañana, cuando de algún lugar remoto del Vístula, ésta empezó a traer el
cantar lejano de los gallos, por fin se quedó profundamente dormida, lo que le
abrió los ojos. Sintió dolor en todos los huesos porque había pasado la noche
pensamiento:
¡Cada fibrilla, cada tendón, cada huesillo, todo su cuerpo imploraba agua,
Todo lo demás ahora –incluso hasta la salida del sótano--, todo lo demás había
perdido importancia. Con tal sólo de humedecer los labios agrietados y cortados.
aquel lugar, lo colocó de punta y, trepando por aquel pilar que se balanceaba,
nada, de no dejar pasar ninguna. Pero cuando ya las lamió todas, en lugar de
- 101 -
Salió deslizándose del ataúd, llegó hasta la puerta de roble, cayó de
rodillas ante ella, golpeó con los puños en la viga murmurando, hablando con
Tocó sin querer su blusa con la palma de la mano en el pecho y sintió que
humedad. Entonces la agarró con los dientes, la masticó chupando todo lo que
acercaba...
cedía. Se apartó un poco para evitar que los que entraran no fuesen a caer sobre
ella, de modo que se levantó sin dejar de chupar la humedad que había saturado
Primero notó una mano con una vela, después al sepulturero que entraba. Por
detrás del sepulturero se dibujaba la silueta del clérigo vestido con sotana y un
birrete en la cabeza.
- 102 -
“¿Por qué está haciendo esto? –le cruzó esta pregunta por la mente--.
¿Por qué?”
--No le dije, padre, que no nos las veríamos con un ser humano. ¡Es una
aparecida! ¡Se está comiendo su propia blusa fúnebre! ¡No hace falta una prueba
--Padre, deme la pala que está detrás de la puerta. ¡Que Dios nos ampare!
todas sus fuerzas contra el suelo, al mismo tiempo le impidió poder realizar
ningún movimiento.
sueltas:
la mujer. Ella soltó un estertor tan extraordinario que a ambos hombres les corrió
- 103 -
El sepulturero no cejó, levantó la pala y golpeó, volvió a golpear y golpeó
otra vez. Como si estuviese poseído por la locura, golpeó hasta que no
desprendió la cabeza del torso. La cabeza rodó hasta los pies del cura, quien
saltó hacia atrás horrorizado. Un grueso chorro de sangre brotó del cuello del
cadáver.
Gracias a Dios hemos conjurado el maleficio que desde este sepulcro pudo
***
- 104 -
”...esas llegan después de la muerte, cosa rara con la gente, a las que
llamamos aparecidas, o vampiras, que se comen las blusas que llevan puestas,
que se les sale la sangre después de muertas: lo que ellos no pueden saber
como inocentes, pero las viejas malditas les arrebatan los hijos en el parto,
muchas casas y familias hacen pactos con el Diablo para que no ocurran cosas
sangre corrió del muerto como de uno vivo, yo mismo vi eso con espanto. Pero
es posible que al colocarle una piedra en la boca, se rompiera aquel pactum para
Andrzej Sarwa, nacido el 12 de abril de 1953, debutó en 1975 con tres poemas en las
narrador en 1991. Se destacan sus obras en los géneros de la novela gótica, thrillers de
literario que se refleja en varias ramas. Es autor de 200 libros. Es miembro de la Asociación
de Escritores Polacos (SPP) y laureado del I Concurso Literario Polaco Padre Jerzy
tan sólo tras haber experimentado el estilo de vida Punk Rock. No obstante,
siempre tuve la sensación de ser diferente, pero, no fue hasta que me hice el
sentirme como “El extraño”. [...] Mencioné a Lovecraft en los primeros números
de Punk Lust y, estaba encantado cuando iba a los conciertos locales y la gente
se me acercaba y gritaba con un fervor ebrio: << ¡Ia! ¡la! ¡El Caos Reptante! >>
Pero, esto fue hace mucho tiempo, antes de que Lovecraft se convirtiera en un
menudo mezclando el punk con su ficción macabra. Esto es algo natural para
- 108 -
Tras la muerte de August Derleth en 1971, los Mitos se abrieron —lentamente—
- 109 -
“El horror Lovecraftiano es mi obsesión. Cuando nada más puede curar el hastío, sólo
tengo que recurrir a uno de los innumerables libros o revistas y, de repente, mi tristeza
desaparece. Y cuando me siento osado, trato de escribir yo mismo. [...] Y, sin embargo,
cuenta de que no sé bien qué es lo que ando buscando. Me doy cuenta que no puedo
describir con precisión qué es lo que yo entiendo por “Horror Lovecraftiano”, aunque,
tengo muy claro que no busco la ficción de moda que se hace en los Mitos de Cthulhu.
Y no es que yo sea un anti-Mitos… tan sólo odio la manera en que, otros conceptos de
cantidad de seriales de ficción de los Mitos, como, por ejemplo, Crypt of Cthulhu
(Crónicas del Códice de Cthulhu, 1985-2000), así como antologías tales como
Cthulhu), comenzando con The Hastur Cycle (El Ciclo de Hastur, 1993). Fue un
“Los Mitos se han usado en exceso, y la mayoría de los nuevos cuentos que de ellos se
- 110 -
ellos me resultan verdaderamente “Lovecraftianos”, pues, se asemejan más al tipo de
Los Mitos de Cthulhu en TOLH, porque, la pequeña prensa tiene la capacidad mágica y
deliciosa de actuar como una alternativa a lo que está de moda, es popular y resulta
comercial. Es este lado alternativo del horror Lovecraftiano el que espero poder
presentar”. (ibíd.)
Pugmire ansiaba centrarse en algo más que bestias con tentáculos y mohosos
grimorios que, a su parecer, tan sólo se acercaban a los Mitos a través de sus
tropos externos, pero, sin llegar a recalar en la esencia que existe en éstos:
“El horror lovecraftiano transmite el humor, la atmósfera y las situaciones que para
- 111 -
ficción espectral y cósmica. [...] Así como la erudición de Lovecraft está creciendo,
podemos usar los temas de Lovecraft como una base sobre la cual tratar de construir
nuestra propia ficción única. Un buen relato Lovecraftiano debería, creo, poder
ficción de HPL y sus sueños —tal y como están registrados en sus cartas editadas—,
podemos encontrar la chispa del ingenio que nos sirva en la elaboración de nuestros
realidad, sino que, como le sucedió a Lovecraft, es una forma de expresión de aquellos
humanos”. (ibíd.)
- 112 -
que sólo sirvió para avivar la figura de éste como editor, en 1996—; no obstante,
Price aseguró a los lectores que Pugmire seguía siendo el editor asociado y la
“cabeza pensante” de Tales: un espíritu que trataba por todos los medios de
“más allá de Lovecraft”, sin que la gran personalidad literaria de éste, los
“Mientras editaba los primeros números de la revista, recibí una propuesta de un tipo
Lovecraft". Esto me parece totalmente absurdo. Nunca más habrá otro Lovecraft,
porque HPL era absoluta y unívocamente él mismo. Esforcémonos con nuestra ficción
de terror por ser nosotros mismos, por escribir los cuentos que sólo nosotros podemos
contar. Puede que no alcancemos nuestra meta, pero, al menos hemos hecho un
esfuerzo honesto en lugar de contentarnos con imitar una fórmula aburrida de los
ficción que exprese un auténtico respeto por nuestro amado abuelo Theobald”.
Tierra Interna, en la que sus autores participan de la ficción de Lovecraft sin llegar
- 113 -
a ser esclavos de sus Mitos. Además, y por lo general, existe una idea bastante
globalizada de que hay que crear textos originales y de calidad, que vayan más
Sin duda, hoy en día, los pastiches tienen su lugar, pero, Pugmire fue una de las
primeras voces que se alzó para rogar a los escritores que fuesen más allá… Y
de los lectores, precisamente por esa originalidad, hasta el punto de que incluso,
demás:
“Otros chicos punk se están uniendo a la multitud. Tienen el pelo de un color extraño y
sus caras están perforadas con piercings; escuchan el death metal y el rock gótico; son
ávidos fans de H. P. Lovecraft. Nuestras filas están creciendo, y nuestras voces serán
escuchadas. Nuestra ficción de terror llevará en su alma nuestra angustia punk rock.
*N. T.: Eldritch es una palabra que significa "misterioso, desconcertante, ominoso", pero
que, en español, no existe un vocablo para definir este término.
- 115 -
Un preámbulo
su biografía… qué le llegó a influenciar y cómo vivió. Así pues, podemos decir
que Wilum H. Pugmire nació un 3 de mayo del año 1951. Hijo de un padre
mormón y una madre judía, creció en Seattle y fue misionero mormón en Omagh
Bloch (1917-1994) y empezó a escribir. En 1973, tras regresar a los EE. UU.,
del Horror Eldritch», así como «reina punk y travesti callejero». Llegó a trabajar
Forrest J. Ackerman (conocido como Mr. Science Fiction), Pugmire reflejó cómo
- 117 -
le influenció la revista del propio Ackerman (Famous Monsters of Filmland),
Pugsly.
Providence. Hace varios meses, el gran Miguel Fliguer (autor de Cooking with
Lovecraft) recibió el permiso de S.T. Joshi para traducir, al español, este poema
de W. H. Pugmire que verá la luz, por vez primera en España, en nuestro número.
1934 por Lucius B. Truesdell. Así pues, deléitense con las palabras del maestro
- 118 -
Traducción de Miguel Fliguer Ilustración de Robert Knox
Hippocampus
Press
www.hippocampuspress.com
Por
Pedro P. González
Estaba listo para volver a casa, de pie, ante la puerta de salida de La Herradura,
cuando encontré la ficha en el bolsillo. Una última ficha redonda y pulida, para
una última jugada magistral que condenaría al amanecer y conjuraría contra mis
planes. Nada me ataba a la mesa de blackjack. Mis pies huían de los grilletes de
Tique pero mis manos ansiaban coronar a Fortuna. Esta vez, la suerte, las musas
o las estrellas, se pusieron de mi parte. Maldita sea la última estrella que murió
al amanecer.
agitados. Crucé el viejo puente sobre el río Misuri y corrí hacia la esquina de la
23 con la 35.
Aún estaba a tiempo de acicalarme por última vez antes del largo viaje que
- 123 -
Me miré en el espejo por última vez. Repasé el traje gris azulado; chaleco y
lazada añil bajo un bombín con cinta negra. Aunque no había dormido nada, la
esperaba. Una gran cita como a la que tenía que acudir demandaba bañarse en
hacia mi destino. Una maravilla de la técnica que me sirviera para llegar a tiempo,
Miré el reloj y pregunté de nuevo al taquillero por mi tren. Tras unas inconexas
resaca, comprendí que lo había perdido por tan solo un par de minutos.
Sin razón alguna, volví al andén y seguí esperando. Parecía que una parte
y esquivo, volvió a darme las mismas toscas explicaciones. Esta vez, señaló
hacia el andén que ocupaba el otro lado de la vía. Mi billete valdría para otro
- 124 -
Maldije entonces a la Union Pacific, a su puntualidad y a las toxinas que
andenes; un mar negro de acero, madera y piedras sobre los que cabalgaría el
caballo de hierro. Crucé y me uní a ellos; harapientos, con las manos negras por
el hollín y los dientes amarillos por el tabaco. Encorvados y oscuros, con recién
zíngaros, extranjeros del otro lado del Atlántico; polacos, italianos o húngaros en
El tren no tardó en llegar. Subí, y como tuve que renunciar a un vagón privado,
El vagón estaba lleno. Era extraño, pues ahora había mucha más gente,
encadenarse unas a otras, me acomodé bajo el plácido sol melocotón del otoño
que entraba por las ventanas, que regaba con pieles de pomelo los asientos de
- 125 -
un amanecer del color más hermoso que jamás hubiera visto. Orbitamos
desconocidas masas estelares. Más allá de Plutón y de astros aún por descubrir,
interrumpida cuando el revisor con voz de trueno, gritó algo que, en mis sueños
algún tipo de queso podrido. Miré por la ventana y deseé que aquel páramo
―¡Cambio de agujas!
Y repitió con esa voz como el mar que rompe contra el cielo:
―¡Cambio de agujas!
Esperé mientras la noche caía en lentas cortinas de seda fina. Allí fuera estaba
todo tan oscuro que solo podía ver mi propio reflejo plasmado en el cristal del
vagón. Nada que no fuera la inmensidad de una aterradora nada azotada por
tiempo. Aparté la vista de las siluetas negras que acechaban el vagón varado.
Hacía como que no estaban allí y exhibía una temblorosa y aterrada tranquilidad.
- 126 -
Una suerte de almas en pena, envueltas en bruma negra que solo presagiaban
llegaría a mi cita. Seguíamos parados. Tendría que buscar alguna excusa, algo
que me disculpara por llegar tarde, una historia donde los detalles de mi adicción
al juego y a la bebida fueran la anécdota graciosa sobre algún otro tema más
Esperé durante horas que se hicieron eternas, en una noche sin piedad,
demoniaco, exactamente cada diez minutos, el aviso del revisor inundaba los
- 127 -
Aguanté y conté la cantidad de veces que el revisor daba el aviso hasta que
deambulé sobre lo que parecían ser las huellas de mis propios pasos, y sin
Era una ciudad pequeña. Llamarlo ciudad sería demasiado, casi un halago
Todo giraba en torno a una única y pequeña plaza de apenas veinte metros
una temible piraña. En el centro, una fuente seca coronada por dos cuervos de
bronce verdoso.
Aquel otro edificio parecía un pequeño mercado, y ese otro algún tipo de
almacén. Había un par de casas con varias plantas, de ladrillo visto castigado
por los años, donde probablemente vivían todos los habitantes del grotesco
Nunca estuve seguro de si amanecería por fin en algún momento, pero las
ventanas sin luces, las celosías echadas y las puertas cerradas, auguraban una
larga espera hasta que el pueblo despertara. Pensé en gritar, en pedir ayuda o
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hacerme notar, pero pronto, al verme solo en lugar desconocido, deseché la idea,
Deimos giran alrededor del dios de la guerra. La espiral del último paso enlazaba
con el primero para seguir describiendo la misma elipse extraña una y otra vez.
fijarme con detalle en cada una de las casas y ventanas, sin poder recordar al
segundo de apartar la vista detalle o adorno alguno. Todo era nuevo. Todo nacía
y moría en cada giro. Otra vez el mercado y otra vez el almacén, ahora otra
pequeña tienda escorada en aquel callejón, y casi escondida, sin darme cuenta,
atenazaba cada músculo. Dejé de orbitar la plaza y me dirigí a la puerta del local
ruinoso.
El traje gris azulado ya estaba sucio como para tener que contratar los
rayas verdes y blancas que protegía del sol inexistente. Esperé e intenté
entender que hacía allí. Tenía que avisar de mi retraso, debía conseguir la
- 129 -
Unos golpecitos en el hombro me despertaron. Me había quedado dormido en la
dolor de espalda por una mala postura y el cielo tan gris y polvoriento como el
solapas del traje y me preguntaba, o tal vez acusaba, de cosas que no entendía.
mismo idioma? Le hablé de Omaha y del casino, del tren que perdí y del cambio
Me hurgué en los bolsillos. Enseñé algunas monedas y con las manos hice
pluma y algo de papel para escribir el mensaje que aquel hombre extraño
transcribiría:
Espere mi llegada.»
- 130 -
Me sentí aliviado cuando me marché de vuelta al tren varado sobre la tierra
creyera que era de esos hombres que permite que los temas importantes viajen
Sonreí nervioso al escuchar de nuevo el temido aviso del revisor. Quizá solo
hasta seis veces, cada diez minutos, recibía el duro mazazo de la terrible letanía.
Miraba fijamente al portón del vagón, sin pestañear, y esperaba a que el revisor
entrara para asaltarle. En ese momento, él, me sorprendía entrando por la puerta
trasera o gritando a través de una ventana. Ese rostro. Esa maldita voz. Cambié
el foco y me centré en cubrir los cuatro ángulos rectos de la parte trasera del
- 131 -
vagón. Entonces, me sorprendía desde una trampilla en el techo o desde debajo
había sido el escenario de una magnífica obra en la que no me dieron papel. Los
Hambriento, me lancé al suelo entre los charcos de agua estancada para devorar
en el mundo perdido.
llegada.»
Pasé varios días en el bucle que adormecía los sentidos. Las monedas del
- 132 -
Luchaba hasta el anochecer con el revisor y antes de que aquellas sombras
mercado alguno.
día ordenaba a aquel hombre que no entendía que transcribiera dos o tres
telegramas:
ciudad infecta y la falta de agua pura y comida sana aceleraban las agujas
antiguos, a los que habitan más allá de las estrellas y a todos los dioses que
- 133 -
Pronto noté las costillas y el amorfo nudo de carne que se construía alrededor
de los huesos pélvicos. Perdí al menos quince o veinte kilos. El traje gris ya no
era azulado sino del color polvoriento y mugroso de quien lleva años viviendo en
colonia o perfume alguno. Caía sobre mí como una toalla tejida en esparto sobre
«Ayuda. muero.»
Tal vez era solo cuestión de tiempo más que de distancia. En algún momento
atracción constante a ese lugar. La ciudad ya no ejercía el influjo gris sobre mí.
por las sombras que habitaban el yermo, esas que danzaban salvajes sobre la
tierra muerta y que rodeaban al tren de raíles callados. Vi por última vez los
adoquines grises, los edificios afilados y los cuervos secos que coronaban la
fuente. Me fui.
- 134 -
Esa vez subí al tren para no volver a bajar. El revisor volvía con sus avisos
cada diez minutos. Me daban igual. No me inmuté, pues la fuerza vital, la ira y el
arrojo habían muerto hacía décadas. Dejé que jugara a un solitario de soliloquios
y de gritos de aviso que ya no alertaban a nadie. Hice oídos sordos a sus cánticos
maltrechos asientos, me juré a mí mismo que lo mejor que me podría pasar era
morir antes de despertar. Cerré los ojos y no supe si mi corazón dejó de bombear
la sangre enferma, o si solo caí por última vez hacia el precipicio de los sueños.
No quise despertar. Temía que al abrir los ojos aquello desapareciera, que solo
fuera una cruel burla a mis deseos o la quimera imposible que llevaba años
pesada. Los labios secos intentaron dibujar una sonrisa, el epítome débil y agrio
del verdadero gozo que sentía mi alma. Acurrucado, seguí soñando que
ojos secos cayó una única lágrima de alegría. Me hice un ovillo de felicidad en el
asiento y dormí mecido por el suave arrullo del carbón ardiente y el traqueteo
metálico.
- 135 -
No sabía cuánto tiempo llevábamos de viaje, pero el cuerpo es sabio, y siendo
entender que no hacíamos otra cosa sino volver sobre nuestros propios pasos.
Volvíamos hacia Omaha, la ciudad de la que nunca debí haber salido, en la que
no debí volcar el ansia más primitiva sobre sus mesas de juego, ni derramar mi
estación, el tren y las calles; todo era igual, pero había cambiado de forma
miserable, parecía el soldado que vuelve de una guerra que no sabe que ya ha
terminado. Anduve por las calles en la forma de un fantasma errante al que nadie
la 35.
Eché mano al bolsillo cuando llegué a la puerta del número 85. Los balbuceos
brotaron entre lágrimas cuando no encontré las llaves. Quizá seguían reposando
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tren. Tal vez estaban en otro bolsillo o quizás al otro lado de la cerradura. Las
pesares. La risa histérica emplazó al llanto triste del condenado cuando la puerta
Aquel olor a polvo encerrado en una iglesia abandonada. El hedor pútrido que
bajaba por las escaleras desde el segundo piso, las ratas y los insectos. En el
suelo de la sala, en el pasillo y más allá, sobre las mesas y entre los libros, había
llegada.»
de frutos enfermos. Llenaba los bolsillos de la chaqueta con mis propias palabras
de hormigas, más cartas, muchas más de las que creí haber enviado. Junto a la
de juego y desenfreno alcohólico. Todavía el traje gris evocaba un tono azul bajo
los efluvios viscosos que manaban en cascadas de cada poro. Sobre la cabeza
putrefacta seguía intacto el bombín con su cinta negra, y bajo la mano huesuda,
un último telegrama:
«Lo siento.»
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SOBRE EL AUTOR
Pedro P. González (Madrid. 1983) es informático por necesidad y forajido musical por
extraño y lo cotidiano, lo rápido y lo ruidoso para rascar algo mediocre que escribir. He
relatos en la última colección de Ediciones negras “Susurros III”. La última chaladura que
hubiera detenido. Daba un trago tras otro mientras consultaba el balance de mis
cuentas. Por más veces que la mirara, la pantalla del ordenador me ofrecía
de los excesos, decidí servirme otro vodka pero, debido a mi torpeza etílica,
había llegado a este punto. Durante toda mi vida había disfrutado de una posición
una pequeña fortuna. Hasta hace muy poco, pensaba que mi vida estaba
dinero.
Pero ahora estaba viviendo una pesadilla. Todas mis cuentas en negativo
cadencia.
Siempre me habían gustado las apuestas. Comencé con los clásicos juegos de
- 141 -
de la ruleta rusa de una forma irracional y obsesiva. Un sótano, un revólver, una
bala y un pobre hombre sin nada que perder. Salvo su vida. Al principio este
necesitamos siempre ir un paso por delante, siempre un poco más allá. Pero casi
Ya solo vivía para sentir la adrenalina corriendo por mis venas como un caballo
un “clic” sordo o un estallido ensordecedor que hará brillar las paredes con
pólvora tan fuerte que irrita las mucosas y que indefectiblemente inhalo ansioso
Nos ha tocado vivir una época en la que nada se deja al azar, en la que el motor
choques de meteoritos. Por eso este juego me supone un placer tan visceral y
primario.
animado por el abuso del alcohol, que mezclaba en mi mente días y noches en
Sin embargo, en mitad de una noche gélida e infinita, sucedió un hecho insólito.
De pronto, escuché la alerta sonora del ordenador que me indicaba que acababa
- 142 -
modo de firma, el membrete de un despacho de abogados. Tras una rápida
empresario local.
pero algún dios cruel me había dado otra oportunidad. Una oportunidad que me
Casi no daba crédito, pero estaba todo escrito y con un sello legal. Leía y releía
momento entendía el contrario. Me mojé la cara con agua fría y di un largo trago
a la botella.
así se recalcaba con un tono que encontré irritante. Debe de ser porque nunca
- 143 -
nadie me ha dado instrucciones o porque nunca las había obedecido. Tenía que
Nadzieja, en la misma plaza del pueblo estaba radicada la notaría donde tendría
Era requisito sine qua non, según se señalaba, acudir al lugar y hora indicada y
Consulté en Internet cómo llegar a ese lugar del que nunca había oído hablar.
La única forma de llegar era en tren, pero el trayecto no era directo, debía hacer
unas monedas con las que pude pagar el billete de clase turista.
la mañana, calculando que sería tiempo suficiente para llegar a mi destino a las
8 en punto.
Desperté sin saber dónde estaba ni qué día era. Vi la luz entrando por la ventana.
Las 9 de la mañana.
- 144 -
Hacía una hora que tenía que haber llegado a la notaría. Me invadió entonces
pensado. En ese momento mis piernas casi dejaron de sostenerme. Aún faltaban
muchas horas para la lectura del testamento. Solté todo el aire que había en mis
nunca el día en el que vivía. A partir de ahora prestaría más atención. La tensión
sufrida me había producido una fuerte jaqueca, así que me eché un momento en
la cama, con la alarma, esta vez sí, correctamente puesta. El sueño, lejos de ser
Soñé que llegaba al tren, que lograba estar presente en la lectura del testamento,
decimonónica, coronado por tres torres que parecían hechas de encaje. Subí al
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Al fin llegaba a la sala cuyo interior estaba forrado de paneles madera, también
rojiza como el exterior del edificio. Presidiendo la estancia había un cuadro que
paradoja que suponía soñar con mi propia muerte en la lectura del testamento.
Aún con una sensación extraña, me vestí y salí hacia la estación de tren. De
kilómetros con una rapidez que casi me dolía. No sabía si quería llegar o no. Tal
vez no había tenido tiempo para pensar si quería continuar o bajarme. Anhelaba
llegar a Nadzieja más que nada en el mundo, pero al tiempo temía como un
hecho cierto, que aquel reloj diese mi última hora. Aquel testamento era mi cara
y mi cruz y a cada minuto que pasaba estaba más convencido de que allí me
esperaba la muerte. A las 8:25 de la mañana. Y sabía que lo último que vería
- 146 -
Continué el trayecto fingiendo que no era yo quien ocupaba el asiento, sino que
pasaje el revisor me informó que debía realizar un trasbordo, porque ese tren no
-El martes pasado sin ir más lejos -dijo un hombre joven elegantemente vestido-
nos bajaron del tren sin previo aviso y nos dejaron en una vía muerta.
-En una vía muerta. Eso es del todo inadmisible. Nosotros pagamos nuestros
sus brazos, pero el pasaje cada vez se volvía más ruidoso e insoportable. Yo
solo quería descansar un rato antes de llegar a Sredni, donde tenía que bajar
Bajé y según la información del billete debía dirigirme al andén número 4. Sin
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embargo, no vi que los andenes estuvieran numerados. Miré arriba y abajo,
Este hecho sumado a las quejas de los pasajeros del tren anterior me había
4.
-Bien ¿y me puede decir cuál es, para intentar deducir cuál sería el 4?
-Pero eso no tiene ningún sentido señor. ¿En qué puede afectar al andén 4
dónde se encuentre el 2?
cuatro minutos en pasar de uno a otro. Por un terrorífico segundo dudé hasta de
- 148 -
En ese momento vi un revisor de la empresa de ferrocarriles caminando por mi
andén. Fui tras él con las piernas temblorosas. Tenía que preguntarle.
-Oiga perdone, revisor. - Grité. El hombre se dio la vuelta y bajo su visera vi dos
me desconcertó, pero pasada la sorpresa inicial, decidí con una convicción casi
diera prisa, que me quedaba poco tiempo, señaló un reloj que estaba encima de
nosotros y que desconozco cómo podía saber que se encontraba justo allí.
mientras sentía el aire gélido cortando mi rostro como si fueran cuchillas. Solo
aire que movía con su inercia apartaron por un momento mi congoja. Subí al
vagón dubitativo, debía verificar que ese tren tenía como destino Nadzieja.
Iban con sus auriculares mirando las iluminadas pantallas de sus móviles.
Entonces indicaron por megafonía que el destino del tren era Nadzieja. Al fin
pude respirar. Me senté cerca de la puerta de salida e intenté relajarme, algo que
- 149 -
cabeza, aún resonaban las últimas palabras del revisor ciego: “le queda poco
tiempo”.
que la lectura del testamento sería favorable a mis intereses. Había dado por
demostraba con crudeza que necesitaba un trago. Rocé la petaca con la punta
mitad de la botella. Era imprudente beber más porque podría perder el control.
Guardaría el resto para el viaje de vuelta. En casa tenía una botella de vodka a
mis propósitos.
que poco a poco se iban aclarando, difuminando, dejando paso a las primeras
casas, con sus tejados a dos aguas de llamativos colores, como intentando
- 150 -
El tren empezó a reducir la velocidad y pensé que sería por la proximidad de la
sangre ardiente subió a mi cabeza haciéndome ver manchas negras. Cogí mis
hasta la estación.
-No lo entiende, señor. No puede bajar del tren hasta que lleguemos a la
estación.
-El que no lo entiende es usted, verá tengo muchísima prisa y la estación está
-Sí. Sí, entiendo que tiene prisa y que todos tenemos problemas, pero por favor,
estación.
Me mantuve sentado resistiendo los embates del corazón que parecía intentar
comprobé que el resto de los pasajeros estaban tranquilos, revisando sus bolsos
hondo. Miré el reloj. Llegaría por los pelos, siempre que no hubiera ninguna
incidencia más.
- 151 -
Recorrí los escasos metros que separaban la estación de la plaza donde se
encontraba la notaría. El día era como todos. Gris y frío. Cuando llegué por fin a
Intenté recomponerme y abracé la posibilidad de que, tal vez, lo había visto antes
pensar que mi sueño podía tener algo de veracidad y me negaba a creer eso.
combatiendo con mis demonios, aún podía mantener la calma, sin embargo
El ascensor, los olores, la disposición de los objetos, hasta los detalles más
nimios se correspondían con mi sueño. Hasta el reloj. Ese reloj estaba ahí como
rostro debía de ser un poema, porque tanto el notario como el resto de las
- 152 -
Colgué mi abrigo en un perchero y me excusé para ir al baño. Debía intentar
baño escuchaba la animada charla que tenía lugar fuera y que hacía que me
sintiera aún más solo. Aún peor. Me sentía al borde del colapso, me costaba
Volví a la sala y mis ojos fueron al reloj, como si fuera un ominoso heraldo. Las
Debía aguantar. Tenía que estar presente en la lectura pero ésta se demoraba
sin motivo entre risas. Me había costado todo mi patrimonio y casi un infarto
sentarnos a la mesa.
Tomé asiento y las otras personas se sentaron también, pero ni pregunté quiénes
mira a un desconocido con esa mezcla de odio y arrogancia. Pero ¿quién era?
¿de qué le conocía? Había pasado el último año, o quizá más, borracho o
- 153 -
Justo cuando cesaron las campanadas, empezó a hablar el hombrecillo, muy
delgado, de apenas un metro sesenta pero con una nariz que hubiera parecido
Tardé en asimilar aquellas palabras. Por un instante, pensé que había algún
problema en mis oídos. No, no había dicho lo que acababa de oír. Le miré
miedo que corría por mis venas libremente, como un cachorro en el jardín.
De forma casi instintiva miré al resto de los que ocupaban la mesa, pero ninguno
de ellos mostró ni el más leve atisbo de sorpresa o dio signos de que las cosas
gritar que no, que no tenía ni idea, pero antes de tener que hacerlo, dijo:
- 154 -
Se hizo un silencio pastoso, arrastrado y dolorido, como una madrugada de
- Aquel sótano…
No tuvo que decir ya nada más. Un dolor insoportable me partió en dos. Era un
-No me mire así. Sí, me conoce de aquel sótano donde iba a dar rienda suelta a
su anormalidad. Donde por tener un dinero de sobra pensaba que la vida de los
aquí para que escuche todo lo que tengo que decir, si no, no tendría gracia.
Aguante como aguanté yo cuando me dijo que en vez de una bala en el tambor
pusiera dos. Que con solo una no sentiría la… a-dre-na-li-na. Que solo una no
parecía que estaba viviendo otra pesadilla. Tal vez me había vuelto a quedar
que su rostro iba adquiriendo una gravedad que no se sabía si iba a derivar en
llanto o en ira. Mientras yo sentía que mi piel, mis venas, mis músculos, todo yo
una trampa invisible, al igual que el zorro del cuadro que tenía sobre mi cabeza.
- 155 -
- ¡Basta! -grité desesperado. Ya me ha quedado claro de qué me conoce. Usted
acudía a unas reuniones ilegales de apuestas en las que, a cambio de una nada
Tras pronunciar aquellas palabras supe que había apretado el botón correcto
-Jugar. Eso es lo que quiero. Como usted jugó conmigo como si no fuera un ser
Levanté la vista. El reloj marcaba las 8:20. Si hiciera caso del sueño, me
-Ha venido pensando que le había caído dinero del cielo, ¿verdad? Seguramente
El hombrecillo cada vez disfrutaba más con esta situación y yo me sentía como
de tren y una petaca con dos tragos de vodka, que en caso de ingerirlos sólo
aumentarían mi ansiedad.
- 156 -
podía respirar y un sudor frío me envolvía haciéndome temblar. Quería pedir
ayuda, pero no podía ni hablar. La aguja del reloj se iba acercando al cinco. Casi
- 157 -
SOBRE LA AUTORA
Sonia González Sánchez, lectora voraz, ha bebido de las fuentes de los grandes maestros
clásicos y modernos del terror y la ciencia ficción desde su más tierna infancia, con especial
predilección por Poe, Stevenson, Lovecraft y por supuesto, su círculo y por abreviar, por
más siniestros rituales y, si los emolumentos así lo meritan, también oficia exorcismos de
funesto final.
lamentables, por crear historias. La mayoría de sus historias agonizan en un viejo baúl del
editorial Cazador de Ratas con su relato “Amanda” y ahora, emocionada, cumple el sueño
Norwest
Haddington
por Ada de Goln
La extraña estación
altas farolas encendidas ante una niebla espesa, un hombre de mediana edad,
tosco, con un bigote rizado hacia arriba y un aspecto zafio de ricachón grosero,
leía un libro sentado en un banco junto a una señorita pudiente, rubia, preciosa
y cándida como un ángel de Dios. El nombre del hombre era John Poster, y
criticaba la obra habida entre sus manos con no menos que arrogancia y
con el dedo índice uno de los párrafos del libro – Las sospechas son claras y
concisas. Me lo temo, y así será. Deberías leerlo, querida, para darte cuenta de
un mentecato. ¡Un don nadie! Yo escribo mejor que ese patán. No tiene gracia,
ni estilo, ni tesón. ¿Quién demonios le habrá publicado esta bazofia? Hoy en día
junto al hombre, no era otra que Caroline Poster, la bella hija de un acaudalado
- 163 -
casarse con ese zafio personaje, un buen partido, según sus padres, que
que se ganaba muy bien la vida con sus relatos, pero sin embargo para John
Poster aquel concreto escritor no era sino una lacra literaria. Además, Poster era
y joven esposa. En su lugar, loco de amor por ella, la admiraba atrevido con
indudablemente, una pareja muy singular que a todos llamaba la atención. Eran,
lo que se dice, como agua para el chocolate. Pero se preguntarán qué diantres
principal terminal de Kaholand que unía esta ciudad con Copperland, el lugar
preparaban las mejores carnes a las brasas, pero su cochero estaba indispuesto
desde hacía días y tuvieron que caminar unas calles, todavía de madrugada,
nadie sino ellos aguardaban el tren de las ocho sentados en el banco blanco del
apeadero. Nadie sino ellos esperaban en el andén el pitido del tren que llegaba.
- 164 -
Piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiip. Siete y cincuenta y ocho del 8 de octubre de 1908. Una mañana
oscura donde las haya, sin apenas luz de día y con una niebla espesa que
parecía querer cortarse en pedazos. Y allí, poniéndose en pie con sumas prisas,
el matrimonio Poster caminaba hacia las vías: el esposo, excitado como un niño;
tropezar, delicada como una gacela. Lo dicho, como agua para el chocolate.
Llegaremos a Copperland hacia las once. ¡Buena hora para deleitarnos con los
último lo dijo con la boca babosa, segregando saliva al pensar en tal placer.
cercana.
timonería del freno, y muy pronto estuvo estático en los rieles de las vías. Nadie
bajó de los vagones, ni siquiera el maquinista para controlar que todo estaba en
momento preciso para subir al vagón, viéndose vacío desde fuera. El hombre
altivo una de las puertas más cercanas de uno de los vagones y ayudó a su
señora a subir, dado lo engorroso del pomposo vestido de época, y cuando ésta
ya estuvo arriba, de un salto subió también él. En cerrar la puerta desde dentro,
- 165 -
vaporosos y ennegrecidos humos llenaron el ambiente de insanos aires, y sólo
únicamente por una espesa niebla grisácea que impedía ver apenas el tren.
El insólito tren
Dentro del vagón el matrimonio Poster caminó acorde al movimiento por el pasillo
de los asientos pendiente, muy pendiente de no caer. Con el traqueteo del tren
Poster tropezó con el pie de un hombre que dormía ladeado y pegado al paso,
a tu butaca – gruñó Poster, y allí a lo lejos, a más de cinco filas de asientos, una
dibujada en él.
– Vaya, querida – dijo entonces- Pues parece ser que el personal de este tren
brilla por su ausencia y que vamos a poder sentarnos donde se nos antoje.
Pondré una queja nada más llegar a nuestro destino. En fin, ¿te parece bien
aquí?
- 166 -
– Mi querida y bella esposa… ¡Tan atenta a mis deseos! Yo me sentaré,
lógicamente, a tu lado, bien pegadito a ti. Siempre a tu lado… Aunque seas una
flor para mis burdos modales, te quiero como a nadie querré jamás… ¿Lo ves,
Caroline? Mis frases son mucho más poéticas que los de ese Murray que leo.
– Voy a seguir leyendo. Si así lo deseas puedes dormirte, pues el paisaje hoy es
nulo, mira qué niebla hay ahí fuera. Espero llegar a Copperland con un sol
Pero la lánguida Caroline Poster sólo giró su cabeza hacia la ventana y apoyó
su cara en el frío cristal. Sin contestar, suspiró melancólica y cerró sus ojos. En
traqueteo del tren, cuando Poster dejó de leer para mirar su reloj. Frunció primero
el ceño y luego se llevó una mano a la vista, como no dando crédito a lo que sus
ojos veían, y pronto descubrió indignado que las agujas continuaban en el mismo
sitio que al verlas por última vez, marcando todavía las siete y cincuenta y ocho,
alterado:
aquí, a ver si descubro por dónde vamos y qué maldita hora es. Mmmm, no se
- 167 -
ve nada al otro lado de la ventana… ¿Estás despierta, querida? ¿Duermes
sino que siguió callada y quieta como una de esas imágenes que habitan en las
melancólica y desalentada como una virgen de cera. Estaba claro que estaba
para no caer con el movimiento, que advirtió nulo, como si el tren estuviera
parado. En su recorrido vio a la mujer que dormía a unas butacas más allá,
suelas, con sus piernas cruzadas como solo lo hacían los hombres.
vuelta y continuó hasta llegar a donde estaba sentado el hombre con quien
marcaba la misma hora que el suyo, y le pareció todo tan extraño que salió del
vagón para adentrarse en otro. Nadie había en esa parte del tren, ni en el otro
vagón, ni en el siguiente, sólo un ruido a buque perdido se oía desde allí dentro.
Un lamento como del más allá. Si miraba por las ventanas, la niebla más espesa
- 168 -
constante y densa, densísima, que hizo a Poster alborotarse los cabellos antes
cuando llegó a sus asientos nadie había, tan solo se mostraba su libro abierto
por la página que había dejado en danza, y Poster se empezó a poner muy
nervioso.
– ¡Caroline! – gritó a los cuatro vientos mirando aquí y allá, sin hallar por ningún
mirando hacia todos lados sin nada ver. Sólo oyó el canto lastimero de un
separadas a cada extremo del tren dejaron de dormir para levantarse y acercarse
a trompicones al atemorizado Poster, uno por cada lado. Caminaron desde sus
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sangraba a lo largo de su rostro, y la mujer, sin dientes y provocadora, se dirigía
Caroline! ¡Maldita mocosa! ¿Dónde te metes? ¡Ayúdame! ¡Por favor! ¡Te dejé
Pero lo que no esperaba Poster fue que su tan preciada Caroline apareciera
trepando por el techo del vagón como una araña desde la otra punta hasta donde
él estaba y bajara de un salto al pasillo del tren, entre el hombre del golpe y él
mismo. La muchacha lo miró con la misma mirada vacía que los otros dos
sujetos, y luego con un gesto de su mano destapó su vestido a la altura del cuello
triste como era su usual, frágil como una flor de otoño, le dijo a su opulento
esposo:
– Aquí estoy, John Poster, aquí me postro ante ti para darte una última
golpeaste hasta dejarme sin sentido, y cuando al fin logré reponerme me cortaste
el cuello con ese abrecartas – dijo señalando a la mujer desaliñada – Este tren
es tu destino.
– Pero… pero… ¡No puede ser! ¡Eso no es cierto! ¿De qué demonios estás
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pegajoso y rojizo manchando sus ropas, y un mareo repentino le sobrevino en
demasía, provocando su caída entre las butacas, todo lo orondo que estaba.
John, poco antes de que yo me desangrara. Estás muerto, John Poster. Muerto.
asientos a un lado y a otro, emprendió una infernal carrera a través del vagón,
Agonía y desenlace
salto bajó del vagón, sintiendo bajo sus pies la tierra blanda e inconsistente del
puso a llorar desconsolado. Caminó unos pasos sin rumbo hasta llegar al banco
llegada del tren, y allí se dejó caer abatido y desfallecido, herido de muerte como
fue la mano con los bruscos golpes, y la cordura, porque nadie en su sano juicio
- 171 -
actúa de aquella manera, y por si no tuviera bastante, le cortó el cuello con un
con ambas manos, envuelto en un llanto sin ningún tipo de consuelo – Aquellas
risas en la fiesta de Kabrich con aquel apuesto joven de Pockerfall que tanto te
quieres como antes, y a él lo mirabas con deseo. ¡Con maldito deseo! Se me fue
bella Caroline…
imagen espectral era tan sobrecogedora que Poster no podía ni mirar, sino que
– Esta estación es tu destino – le dijeron los tres a la par - Aquí estarás por
siempre, solo, sin nadie que te moleste ni nadie a quien molestar. Se quebró tu
vida y la del resto del mundo. Le quitaste la vida a quien más te respetaba por
celos indebidos e infundados. Ahora este es tu fin. Guardarás esta estación por
toda la eternidad, y a nadie verás salvo a ti mismo. Vigilarás las vías de un tren
que ya pasó para ti y que no regresará jamás, y te familiarizarás como con fuego
con esta niebla cortante, que será tu única compañera en este viaje que se
acaba.
- 172 -
-¡No, Caroline… te lo ruego! Perdóname… No debí dudar de ti, no debí dudar de
ti… Estos celos míos me han arrebatado lo más preciado que tenía, no debí
nuevo, y subieron al tren para perderse entre la niebla. Un pitido lejano se oyó:
dejó escuchar:
–¡Pasajeros al tren!
Allí quedó Poster, levantando la llorosa vista y viendo cómo el tren partía hacia
un rumbo mucho más dulce y alentado que el suyo. Miró hacia todos lados, sin
unas voces agónicas que cantaron una triste canción, y sus lágrimas fueron tan
La soledad más absoluta habitó junto a él, y como un eco impertinente, las
tu destino.
- 173 -
SOBRE LA AUTORA
Ada de Goln. Escritora de género fantástico con varios relatos publicados en diferentes
antologías con otros autores (algunos premiados), y dos libros propios: EL VINCULO
(terror, Pulpture Ediciones 2018), y con el que fue candidata a los Premios Amaltea, y
del Festival de Sitges con "The other side", una de sus historias llevada al cine a modo de
cortometraje y dirigida por Conrad Mess. En 2017 rodaron "El último relato", cortometraje
huerfano
El
Ilustración de Pasco Vuctic (1871-1925)
y Victor Kovacic (1874-1924)
Me agarré al asiento y aparté la mirada de la ventanilla preso de un miedo atroz.
Aquel día volví a despertar sudoroso en la cama tras sufrir una nueva pesadilla.
Miré como cada mañana a ese techo poblado de robustas vigas de roble que se
que yo. Lucían brillantes, bañadas por un tibio sol que se colaba por la ventana
caí en la cuenta de que se cumplían tres meses de la muerte de mis padres. Una
con un beso, todos sin excepción, a pesar de haber superado con creces los
treinta años. Nuestra relación siempre fue muy especial, mucho más que una
cariñosa relación entre unos padres y su único hijo. Suponía un placer contar
con su ayuda en cada momento y creí que jamás llegaría el día en que no los
volviera a ver.
- 176 -
Cada paso en nuestras vidas era estudiado y aprobado tras largas
Nunca le confesé a mis padres el profundo odio que sentía hacia ellos.
Pretendían ser amables pero discerní que lo que transmitían era una forzada
ya no recibimos sus irritantes visitas y aquello fue lo que alimentó esa última
Ese extraño viaje en tren que hicieron mis padres a solas sin ni siquiera
Por desgracia, y a partir de ese día, ya nunca volvería a verlos con vida. Aquel
en ello, ni mucho menos olvidar las terribles imágenes que vi tras descarrilar el
amputados, entre ellos, los de mis pobres padres. Recuerdo observar los
- 177 -
Tras el sepelio decidí incinerar sus restos, depositarlos en dos vasijas y colocar
tres para resplandecer eternamente junto a la luz de las velas. Fue a partir de
común:
prolongada tensión de vivir con miedo a cada instante se hacía cada vez más
insoportable.
- 178 -
dentro. No logré confiar nunca en él, a decir verdad, no lograba confiar en nadie.
Hacía frío, el invierno era duro en mi pequeña casa a las afueras de la ciudad.
Ataviado con mi sempiterna bata azul, caminé arrastrando los pies hasta el baño
mientras observaba los rayos del sol que dibujaban finas líneas verticales desde
el cristal esmerilado de la ventana del pasillo; ese compacto y turbio cristal que
no dejaba ver con claridad el exterior, y que al mismo tiempo devolvía un reflejo
distorsionado y perturbador.
Al otro lado solo había un estéril campo repleto de malas hierbas al que, con el
Opté por no retirar nada y rellenar de tierra todo lo que se acumulaba noche tras
Lo único que me permitía liberar en parte el demonio interior que me corroía, era
concentré en los detalles, tan solo intentaba ahogar con cada pincelada la
nostalgia, la melancolía.
- 179 -
máquina parecía surgir de un oscuro abismo que creé tras pintar densas y largas
capas de color negro que ocultaban cualquier atisbo de paisaje externo. Justo
debajo, ocupando la parte izquierda y con ello un tercio del cuadro, di forma a mi
fantasmal.
Nunca supe cuál iba a ser el resultado final de la obra, a decir verdad no pensé
qué hacer con ella una vez la hubiera terminado. Decidí colgarla
general que ofrecía con respecto al resto del mobiliario. Pero una curiosa
Lo moví a varias habitaciones intentando no tener ese mismo problema pero, sin
así que solo rellenaba cada noche el fondo con más y más capas de color negro.
Cualquiera que me hubiera visto por un agujero pensaría que me había vuelto
alguien medie en su mente para comprobar por él mismo que sigue estando en
sus cabales.
Es por ello que decidí esa mañana llamar a la única persona en mi vida que
Damballa.
- 180 -
De hecho fue con ella con la que estuve los días precedentes a mi profunda
soledad, y también el día anterior al fatal destino que corrieron los pasajeros de
ese tren.
Ocurrió por la tarde. Mis padres dejaron de hablarme sin motivo aparente y se
descubrirás».
verme para ayudarme a pasar el grave trauma. Damballa era esa clase de
padres jamás se manifestaron cuando ella deambulaba por cada una de las
modo, les hacía falta seguir actuando de esa manera, que de mí dependía en
gran parte su total desaparición. Nunca supe qué quiso decirme con todo aquello,
pero su compañía me sentaba bien y esa mañana la necesitaba más que nunca.
- 181 -
Mientras la esperaba saboreando lentamente un delicioso café bien cargado,
«El alcalde inaugurará esta mañana el nuevo tren de cercanías que sustituirá al
ocuparon».
para revivir el viaje que hicieron mis padres por última vez? Pensé que tal vez
que aquello supusiera que nuestro denostado vínculo resurgiera para quedarse
definitivamente.
—¿Sí?
—Sube.
La esperé en el rellano con una taza de café humeante entre mis manos. Hacía
días que no sabía nada de ella y lo menos que podía hacer era ofrecerle una
- 182 -
intención, según ella, de que rebrotara la vida. Regresaba a casa asiduamente
especial, del que por mucho que le pregunté, nunca pude sonsacarle el nombre.
Subió los dos pisos apoyada en su sempiterno bastón y respirando con dificultad
a causa del cansancio. No era una mujer excesivamente mayor, pero aquellas
—Gracias por venir, entra y ponte cómoda. Te he preparado un café para que
entres en calor, hoy hace bastante frío. ¿Te has vuelto a dejar las llaves en casa?
—Sí, lo siento. Últimamente tengo la cabeza en otro sitio. —Pudo contestar entre
jadeos.
—Hoy hace justo tres meses del accidente. —Dije sin darle tiempo a sentarse.
Nadie me había llamado por mi nombre desde la ocasión en la que fui a la notaría
—¿Cómo te encuentras? Estás pálido. ¿Cuándo fue la última vez que saliste de
casa?
No supe qué contestar. Lo cierto era que no recordaba haber salido después del
aquel terreno contiguo a la casa, así que obvié sus preguntas y le propuse sin
- 183 -
—Necesito hacer un viaje, y me gustaría que tú me acompañaras. —Su rostro
el pasado. Fue una tragedia horrible y me parece inaudito que hayan querido
—¿Rehacer mi vida? ¿Qué vida? No conozco otra cosa que las cuatro calles de
—Sé que has cobrado una buena herencia y que no necesitas trabajar por el
una buena idea salir del pueblo, pero no haciendo ese viaje. Tienes tu propio
—Hasta donde yo sé, el tren llega hasta allí. ¿Por qué no viajar en él y disfrutar
—Los dos sabemos que no quieres ir en ese tren para disfrutar de las bonitas
vistas. ¿Por qué quieres hacerlo? No te entiendo. Fue un golpe muy duro para ti
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—¿Seguro? La última vez que hablamos por teléfono me dijiste que aún veías a
ausencia. Puede que tras el viaje tome esa decisión. —Dije nervioso y mirando
—Piénsalo bien, Thomas, es lo único que te queda de tus padres. Por cierto,
—Está bien Thomas, haremos una cosa. Volveré a rastrear la casa para limpiarla
una vez allí esperaremos unos minutos. Si no controlas tus nervios, o si veo en
volveremos a casa. El viaje debe servirte para afrontar tus miedos y mirar hacia
Damballa me rodeó la cabeza con una mano y la cintura con la otra. Siempre me
acariciaba el cabello con parsimonia, desde que era un niño, aunque aquella vez
Asentí mirándola con recelo, y su sonrisa hizo que mi enojo desapareciera por
completo.
- 185 -
La posibilidad de comprar un billete para viajar por la mañana en el día de la
preparé una maleta con algo de ropa. También me llevé el pequeño lienzo y las
Todo ese tiempo Damballa caminó nerviosa por el pasillo, escondía algo en su
puño derecho que no logré ver aunque, por otro lado, tampoco me importó.
Elucubré que tal vez fuera un elemento asociado a aquellos extraños ritos
desplegué y lo situé a media altura para centrar allí el lienzo y observarlo en otro
espacio que no fuera mi casa. Entonces noté con intensidad la mirada miedosa
—Sé que no es gran cosa, pero me está ayudando en mi terapia. —Dije sin
del cuadro.
- 186 -
Saqué la pintura y varios pinceles para retomar el trabajo hasta la llegada del
tren. Bañé uno de ellos en pintura negra y fui directo a aquel misterioso espacio
que se negaba a oscurecer como por arte de magia. Tracé con calma y
teléfono móvil. En apenas unos segundos el color negro neutralizó por completo
vías dominadas por un tren espectral, mi propio rostro cuya expresión lacónica
mostraba la huella del dolor en cada rasgo bajo aquel hueco oscuro y vacío, ese
No fui consciente de en qué momento sucedió, pero lo cierto fue que cuando
dejó ese souvenir para protegerme. Así que lo arranqué y lo metí en el bolsillo
último resquicio de claridad que iluminaba aquella fría tarde de marzo se teñía
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y pensé que no sería capaz de emprender ese viaje yo solo. Intuí la cercanía del
Royal Lilith al vislumbrar su sombra proyectada por la luz vaporosa de las farolas.
Me dije.
terapéutico y renovador. Las plazas del primer vagón estaban ocupadas, salvo
una de las que estaban situadas de manera inversa a la dirección del ferrocarril.
Nadie hablaba con nadie, nadie miraba a nadie. Lo atribuí al cansancio de los
pasajeros, era el último trayecto del día y supuse que la mayoría regresaban a
la suave curvatura del arco en el techo esculpida al detalle, los colores rústicos
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En mitad de aquel deleite de sensaciones, empecé a notar la tensa mirada de
«Querido Thomas, no es sencillo para mí escribir estas palabras, pero debes ser
consciente de lo que has hecho para que al fin descanse tu tormentosa alma.
Siempre has estado muy unido a tus padres y eso al final se ha vuelto en tu
que no entiendes nada, que piensas que todo esto no puede ser real, pero
Ahora comprenderás esa repentina huida de tus padres. Lo hicieron movidos por
el miedo, por el miedo hacia ti. Solo existe una manera de que pare tu sufrimiento
y tú sabes cuál es. Habrás visto que en la maleta he preparado unas cuantas
hojas con un producto que provoca aturdimiento. Inhálalo sin temor. Te hará
dormir y este infierno habrá acabado para ti. Tu otra opción es enfrentarte a la
mundo.
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De pronto noté un fuerte dolor de cabeza que hizo que se me nublara la vista.
el verde de los árboles y el gris de los edificios cercanos a la estación, pero aquel
Volví la cabeza para vislumbrar el vagón y todo eran ojos mirándome con frialdad
para ir al baño.
El ritmo inestable del vagón provocó que me tropezara con el pie de un hombre
empecé a reptar por el pasillo ante la inexplicable pasividad de los viajeros. Una
desde el otro lado del cristal como fotogramas sobrenaturales. El tortuoso camino
hacia el final del vagón se me hizo cada vez más cuesta arriba. De repente los
Conocía ese hedor, era el aroma de la muerte. Me tapé la nariz y cerré los ojos
cuerpo viajara a merced de aquel incierto destino, y chocando con aquellos que
Pude agarrarme a la pata de uno de los asientos y noté caer sobre mí montones
de objetos pesados que en un primer momento creí que era equipaje. Abrí los
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ojos y palidecí al comprobar que decenas de brazos y piernas ensangrentados
puro pánico. Los cadáveres que vi hacía tres meses se arrastraban para darme
piel. Deseaba que todo fuese otra horrible pesadilla y poder despertar en mi
resultaron muy familiares. Estaban pálidos y sus negras ojeras enaltecían unos
hacia el techo. Observé horrorizado la enorme cicatriz que rodeaba sus cuellos.
El psiquiatra se agachó, me acercó el lienzo que seguía bajo mis pies y lo tomé
en mis manos entregado al horror más absoluto. Del oscuro hueco vacío
volvieron a crearse aquellas manchas extrañas, pero poco a poco parecía que
movimiento. Pude ver las turbias secuencias de mis crímenes mientras no daba
crédito a que aquello hubiese ocurrido de verdad. Aturdido y superado por los
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sábanas y mi ropa con aquel producto. Acto seguido la escena cambió y
dio un fuerte abrazo y le atusó el pelo con la misma efusividad con la que lo hacía
con los ojos en blanco y alzando dos finísimos cabellos mientras su boca parecía
emitir palabras sin control. Una nueva secuencia mostraba a mi tía hablando con
manera que lo hizo con Barry y entonces fue cuando comprendí sus malévolas
reprimir la emoción al comprobar que eran mis padres. Sus demacrados rostros
y sus ojos abiertos de par en par me advirtieron de la catástrofe que iba a suceder
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todo lo que mi entumecido cuerpo me permitió y conseguí pasar entre los
en su rostro. Lo moví para hacerme un sitio e intentar parar una máquina que
Cuando llegó la policía apenas me tenía en pie. Había sido acusado del triple
preparado.
cierto eso que dicen de la luz al final del túnel, solo que a mí me la apagaron
Mi tía se salió con la suya y consiguió quedarse con todos los bienes familiares.
Sin embargo ahora me siento mejor que nunca. Al fin me he reunido con mis
largos paseos entre las vías cada noche. Añoramos la vida, pero también hemos
descubierto que en la muerte nosotros llevamos las riendas, que aquellos que
han causado daño no son rivales para nuestra grandeza. Por eso hemos
decidido actuar por última vez como la familia que éramos antes de pasar al otro
lado, por eso cuando nuestra querida Damballa se acerque a la estación, tal vez
una fuerte ráfaga de viento la conduzca a darse un fuerte abrazo con la realidad.
Tal vez así, cercenada entre las finas cuchillas del Royal Lilith, pueda purgar sus
- 193 -
SOBRE EL AUTOR
Jordi Moreno es un escritor nacido en Alcoy en 1981. Su primera obra se titula: No te des
entre los cuales dos de ellos ("Vía Crucis y "Abrázame") llegaron a sendas finales semanales
Rojas y Ana Alonso, respectivamente. También ha sido seleccionado para dos antologías
de Diversidad Literaria, con dos nuevos relatos: "Deidad y "Vigilia". Su segundo libro, ya
Bi
bl
i
ot
e
ka
Por
Zahara C. Ordóñez
Andrzej tomó al azar uno de los muchos libros que se apilaban en la parte
derecha del mostrador. Extendió su mano y lo cogió sin mirar, con el movimiento
mecánico y confiado de quién repite ese mismo gesto decenas de veces al día.
Pero que aquel volumen llegase a sus manos no era solo mérito suyo, Andrzej
mal, jamás se dejarían caer de forma estrepitosa al vacío abisal del otro lado del
También allí, cerca del mostrador, había una puerta acristalada que comunicaba
con la calle, un umbral por el que Andrzej oteaba de vez en cuando pero que
cometiendo una y otra vez los mismos errores, repitiendo constantemente las
mismas pautas en una rutina aparente en la que los tiempos se medían con
relojes hechos de mentira y juegos de artificio: un tiempo para comer, uno para
trabajar, otro para dormir, pero jamás tiempo para soñar. Y en el desenlace final
manera, siguiendo al único reloj que había en su vida y que había sido de su
bisabuelo, comprado con el primer sueldo que ganó como maquinista. El humo
- 197 -
familia se había acercado a esos demonios de acero; Ni siquiera cuando estos
reloj tenía grabada una Pm36: la hermosa Elena, como fue llamada la
nadie se había dado cuenta de que alguien del mismo nombre había sido la
ruina de la flamante Troya? Pensaba Andrzej cada vez que observaba su reloj
abyectos. Andrzej sufría, por unos instantes, pero entendía cual era su misión,
su propósito. Los libros debían cambiar sus miserables vidas, darles un sentido,
dimensión, porque una vez creado un libro tenía vida y ocupaba un lugar en el
espacio.
a pólvora y sangre; los grandes clásicos hedían al sudario de los muertos que
los habían escrito y al moho de sus tumbas; el romance olía a sexo, champán
Así olía aquel libro, aspiró profundamente y el libro emitió una voluta de aroma
- 198 -
que ascendió desde su cubierta azul y se coló por los orificios nasales del
hizo toser de forma brusca. Cuando contuvo el ataque de tos, fue hasta su
fichero y buscó en la L a Lew Stanislaw, autor de tan magna obra. Pasó la ficha
tan brusca con la que la habían abierto y expelió un sonido nuevo, nunca antes
exterior. Ocultaba su cabello grasiento bajo una gorra, pero no podía disimular
sus grandes orejas, que expuestas también al frío de la calle, habían adquirido
cosa podría estar buscando? Si esto fuera una mercería, bien podrían ser hilos,
- 199 -
— Bueno, eso… — murmuró el chico dejando la mochila sobre el
mostrador, esparciendo la mugre del exterior en él. Andrzej vio salir de aquella
mochila, molesto.
— ¿Qué haces?
de forma vulgar.
que sus obras conocieran el éxito que se merecen.“El maquinista Grot”, señor,
— ¿Dónde estudia?
— En la Universidad de Lviv.
- 200 -
— ¿Sabe usted que el autor también estudió allí?
— Sí — contestó él, con gesto cansado — y por eso nos obligan a leerlo.
— Está fuera.
— ¿Y no te queda ninguno?
— ¿Catálogo digital?
aparato con forma rectangular, plano, hecho con un plástico oscuro: el más
hombre.
libros se agitaron nerviosos, pidiendo silencio. Los tres únicos lectores que se
- 201 -
enfrascaban en sus asuntos a esas horas de la mañana alzaron la vista y
Es una biblio. De las de toda la vida. Ni e-book, ni pdf — el chico miró por encima
Andrzej hacía los registros. — Ya veo que ni ordenador. ¿Sabes que estamos
en el siglo XXI? Los e-book son el futuro. Un día todo esto ya no existirá —
— ¿A qué se refiere?
— A que el mundo enteró leerá sus cosas aquí — dijo, y agitó ese extraño
artefacto ante la cara de Andrzej —. No más papel, todo electrónico. Estas cosas
quedarán para los museos — el chico manoseó la pila de libros que había sobre
negras.
pudiera replicar.
lengua.
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— ¿Comprarlo? Ni hablar. No me gastaría un duro en un libro. ¿Es en
Andrzej tuvo la sensación de que sería objeto de burla para aquel muchacho
sucio y greñoso, que venía buscando leer a Grabiński por obligación… Por
manos, y siguió catalogando tomos hasta la hora del cierre. Cuando se quedó
que reunía las condiciones suficientes que él necesitaba para su austera vida.
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mantenerse en pie pues hallaba en los libros su alimento. Por eso la piel se le
pegaba a los huesos y la nuez asomaba por su garganta como puntiagudo ariete
aparato alguno para calentarla. No iba a arriesgarse a prender una llama que,
Alejandría también fue por un instante una pequeña llama y en tal incendio ardió
mundo oscuro de Morfeo en el que morimos por unas horas olvidando quienes
somos y por qué vinimos a este mundo. La respiración de Andrzej se hizo cada
vez más pausada, y el aire frío de la noche polaca entraba helado en sus
pulmones y salía caliente de ellos, como si la fragua del propio Hefesto habitara
de los sueños y, cuando sus ojos se movían bajo los párpados cerrados,
a sus más profundos temores. Halló ante él una llanura gris que se extendía
hasta el horizonte, surcada por angostos caminos de barrio seco y rojo que,
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que era Grabiński en forma de Leviatán, rugiendo desenfrenado, entró en la
de la tierra y con sus cimientos hechos jirones, arrojada por una mano invisible
al fuego; y así, uno tras otro, todos los libros del mundo se consumían en llamas
atrocidad, se daba cuenta de que la escena era observada por el chico del e-
book. Ese maleducado y sucio ser que leía por obligación. Allí estaba, con su
mugrienta sudadera, riendo, agitando ese aparato y repitiendo que era el futuro;
que pronto todos los libros de la tierra habrían desaparecido. Y junto a él, otros
humano tras el cristal mientras sonreían y leían en sus e-book, alegres, ajenos
a tal desvarío. Y los libros morían viéndolos reír, del mismo modo en el que el
terrible desazón padecía ahora cada nervio de su ser. ¿Pero había despertado
sitio. Deambuló entre las estanterías comprobando una a una que seguían allí,
con todos sus libros. Fue entonces hasta el pequeño cuarto de aseo, puso el
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tapón al lavabo y lo llenó de agua, para sumergir en ella su rostro. A aquellas
horas de la noche estaba tan fría que le aguijoneó la cara, pero hasta que no
dolor le aseguraba que estaba despierto. Era su nexo con la realidad. Se secó
era.
mostrador, lo rodeó y llegó hasta la puerta que siempre estaba a sus espaldas.
sinuosa hacia una oscuridad tan profunda e insidiosa que con el tiempo había
biblioteca de Andrzej. Una oscuridad que tenía nombre propio y que era
Andrzej subió los escalones, uno tras otro, reparando en cada uno de ellos
como si fuera la primera vez. La voz habitaba el piso superior, junto a los libros
que ya nadie podría o debería leer. Bien porque el tiempo los había maltratado,
dejándolos herrumbrosos, bien porque eran tan oscuros que alterarían la noción
- 206 -
de la realidad de la mente más perfecta. Solo alguien como él, cabal y sabio,
que vivía la voz que tenía nombre. Allí había un ventanuco cuya madera bebía
Por eso nunca la abría, porque de hacerlo la hoja de cristal se le vendría encima
y le mataría. En aquella noche fría reinaba la luz brillante de una luna que
prefería cegarse por el sol que esconderse tras las nubes de lluvia que
vestía de sombra negra, le hizo un gesto para que se acercase. Aquel desván
las historias que perecían por el tiempo, y del recuerdo de los escritores a los
que nadie volvería a leer jamás. Pero era amiga de Andrzej y siempre le daba
buenos consejos. Por eso él no la temía; por eso y porque no era libro mohoso,
Y el bibliotecario se acercó.
—¿Sueños?
nada de eso.
Andrzej sonrió.
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— Pesadilla, entonces.
Una aseveración del infausto destino al que seremos arrastrados por culpa de
ese joven. Tú, yo, este mundo y todos los libros que se hayan escrito jamás.
Todos pereceremos.
puedas alimentarte.
han de ser escritos en papel, para que podamos olerlos, para que podamos
las escaleras a toda prisa y rebuscó en la basura la nota que el chico le había
dejado. Cogió su reloj de bolsillo y se sentó junto al telefóno a esperar que dieran
las ocho, una hora más que prudente para hacer una llamada. El sonido de la
rueda al deslizarse, el clic final que indicaba que el dígito había sido marcado,
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La voz somnolienta del chico sonó al otro lado. Andrzej le dijo que ya tenía
su libro y que podía pasar a buscarlo a las nueve. Después de colgar se aseó,
clamar venganza. A las doce su mente imaginó que arrancaba la cabeza del
supo exactamente qué hora era cuando ese villano apareció por la puerta. Con
— ¿Dijo las 9? Yo que sé. Estaba medio dormido. ¿Y qué hora es?
— Las 13 y 35.
— Ah, pues vaya. Qué tarde. Bueno, ¿tiene mi libro? Lo ha conseguido al final
en e-book, ¿no?
Aquella palabra resonó en los oídos de Andrzej como las trompetas que
anunciaban el apocalipsis.
el mostrador.
Andrzej fue hacia la puerta intentando huir del hedor que desprendía aquel
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impoluto tras el mostrador. Abrió la puerta y comenzó a ascender los escalones
con premura, deseoso de llegar arriba. El chico le seguía, mirando curioso aquel
lugar, haciendo comentarios sobre lo guay que era aquello y lo mucho que se
parecía a los desvanes de las pelis de miedo. Andrzej jamás veía películas. Con
estatuas de cera. Aquí solo hay… — Andrzej se detuvo un instante para saludar
— Ah, sí. Ahora mismo, pero es verdad que huele mal, abra un poco la
carótida, y los párpados del joven eran ahora bosques con árboles de vidrio
cuyas raíces habían atravesado los ojos, dejándolos ciegos. La sangre manó de
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Andrzej y su inseparable amiga observaron cómo la vida del joven se
consumía entre los libros viejos, mientras este daba bandazos de un lado a otro,
maldito aparato moderno. Lo alzó ante sus ojos, lo tocó, lo observó… No olía a
pisoteó hasta quebrarlo, hasta que cada uno de sus componentes se mezcló y
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SOBRE LA AUTORA
ocasiones hacerlos protagonistas de sus historias. Entre sus géneros favoritos destacan la
de Málaga.
RRSS
Twitter: @azaordom
Instagram: zahara.c.o
Revista especializada en
Stephen King
Intrusos
en el jardín
por Rocío Qespi
leerlos todos. Tomó un atajo a través del bosque que le ahorraría varios minutos
oscuro rápidamente y Emil apuró el paso. Entonces escuchó algo que parecía
chillido que sonó demasiado cerca y lo hizo dar vueltas sobre sí mismo. La
tercera vez que escuchó el sonido, parecía estar detrás de él. Sin pensarlo dos
veces, el joven empezó a correr dejando caer el morral con los libros.
atención, miró a través de una de las ranuras que dejaba la malla de las cortinas.
El resplandor de la luna cruzaba la noche y allí, sobre la rama del algarrobo negro
que se imponía en el centro del jardín, vio la forma pequeña de una lechuza. El
ave nocturna ululó y el muchacho recordó las historias que había escuchado
desde niño acerca de los anuncios mortuorios de las lechuzas. Abrió la ventana
para lanzarle una piedra y, cuando miró otra vez para apuntarle, el ave ya no
estaba.
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Era otoño en Onondaga y Emil pasaba buena parte del día leyendo,
librero que traía ejemplares de los últimos libros recibidos en las materias que
oscuras. Ese día, hacia el final de la tarde y antes de la cena, el joven estaba
refresco.
“De la península del norte. Son en su mayoría historias del siglo pasado,
muchas tienen que ver con leyendas de los faros y sus cuidadores, naufragios
padre que viajaba con frecuencia y las pretensiones del joven para un día ser
mesa para una cena ligera. La criada le explicó que su madre aún no había
llegado ya que estaba atendiendo a la Señora Juno que había enviudado hacía
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unos meses. El joven dijo que la esperaría para cenar y se puso a leer las
“Usted ¿qué cree, joven? ¿Que el esposo de la Señora Juno andará por
“No sé, Celina, tal vez, quién sabe”, contestó el muchacho sin prestarle
“¿Sabe, joven? No hace poco, la Señora Juno me contó acerca del niño
comentó que cuando la Señora Juno y su marido compraron su casa, había muy
pocas familias en el distrito. Solo había caminos de tierra y el área estaba llena
casa, supieron del niño de siete u ocho años que había muerto entre los árboles.
Parece que al treparse en uno de ellos, se tropezó y quedó colgando entre dos
“Así parece, joven. Aunque otros dicen que lo hizo por pena” añadió
Celina.
“¿Por pena?”
en el mundo”.
- 217 -
“Una tragedia detrás de otra ¿Y dices que sucedió por aquí?” preguntó
historia. “La gente no se dio cuenta de que estaba allí hasta que pasaron varios
días. Los árboles estaban tan juntos uno al lado del otro que con el follaje no
“Finalmente dieron con él por el olor y las aves de rapiña. Después de que
quedaron de pie como los algarrobos negros del jardín. Son árboles muy viejos,
que se ahorcó hacía cincuenta años pero un caso real tan trágico podía ser una
- 218 -
Esa noche, después de cenar con su madre, Emil se retiró a su habitación.
Estuvo un largo rato hojeando los libros que le había traído Coruja, se acercó a
la ventana para mirar el frondoso y anciano algarrobo negro que tenía como
el suyo había un bombillo que colgaba del techo que se complementaba con
lámparas de aceite y a veces velas cuando necesitaba mirar en los rincones del
cuarto adonde no llegaba la luz. La mesa sobre la que escribía estaba arrimada
Cuando estaba oscuro, las sombras y los ruidos que provenían del jardín se
una vela proyectaban sobre las paredes o el techo. A la izquierda había una ruma
se sentó frente a su escritorio, tomó una hoja en blanco y trazó tres columnas:
una para personajes, otra para momentos del día y de la noche, y otra para
posibles lugares. Miró un par de veces a la ventana pero no vio nada fuera de lo
ordinario así que se abocó a su tarea. Después de un buen rato, estiró las piernas
que chocaron con una cesta debajo de la mesa. La cesta estaba llena de papel
escrito, historias inconclusas del aspirante a escritor. Más de una vez había
de esos borradores podía salir su gran novela. Su atención volvió al boceto y las
ideas que había trazado para la historia del niño ahorcado. No sabía cómo llamar
- 219 -
papel y la plumilla con tinta seca en los dedos. Lo alertó el sonido de un aleteo.
una ojeada a lo que había escrito en la última hora, apagó todas las luces y se
metió en la cama.
plumas que se agitaban. Estaba caminando por un sendero con un morral que
le pesaba y que ya no tenía libros sino muchos papeles. Pensó que tenía que
llegar a casa antes de que esas alas que parecían estar cada vez más cerca lo
hasta llegar al tronco del algarrobo negro. Fue entonces cuando la vio gracias al
rayo de luna que caía transversalmente sobre el árbol. Era una lechuza que
chirriaba con intervalos. Sin encender la luz, buscó a tientas la honda que había
lo distrajo empujándolo hacia atrás. Cerró la ventana tan rápido como pudo para
evitar que se metiera el animal que creyó escuchar. Cuando estuvo seguro de
que vio le quitó el aliento: allí seguía la lechuza sobre la rama alta del algarrobo
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recitar oraciones que había aprendido desde niño. Transcurrieron varios minutos
animó a hacerlo porque el suelo le resultaba muy frío y duro como para estar
toda la noche allí, el árbol estaba en su lugar, quieto, sin lechuza, sin cuerpo, sin
El día siguiente llegó como si nada hubiera pasado. Emil estuvo buena
parte del día indagando lo que había y lo que no podía haber en los alrededores
y vio algo que parecía una sombra marrón en la corteza del árbol. Siguió con la
mirada el rastro de la sombra para ver de dónde venía y se dio cuenta de que se
detenía en la rama sobre la cual creía haber visto a la lechuza la noche anterior.
Eddy, notó algo extraño. En las páginas que había escrito la noche anterior,
aparecía un trazo profundo y seguro que añadía la letra “T” a Eddy. Emil miró
Se preguntó si él mismo había hecho los cambios y lo había olvidado. Pensó que
la mente le estaba jugando trucos y decidió tomar una siesta de media tarde
historias que intentaba escribir y que nunca llegaban al final. Cuando se sintió
inspirado otra vez, retomó su tarea. Escribió entonces acerca un niño de siete
años llamado Teddy, frágil, pálido, flaco y más pequeño que otros niños de su
- 221 -
edad. A Teddy le gustaban los trenes y los libros de aventuras en el lejano oeste
adonde soñaba ir para visitar los pueblos fantasmas que habían surgido después
para cenar. Habían pasado las horas sin que se diera cuenta y no había
escrito, hacer algunos ajustes y añadir notas para continuar al día siguiente. Su
madre tenía razón cuando le decía que mejor escribiera bajo la luz natural del
día en lugar de la chispa parpadeante de las lámparas o las velas. Se dio cuenta
metió a la cama con Puerto Cobre y una lámpara al lado. No pasó de dos páginas
cuando se le cerraron los ojos. Volvió a intentar la lectura sin éxito. Apagó
intentaba entrar a la casa por alguna ranura sin mucho éxito. Su sueño lo
transportó de nuevo al bosque en medio del cual caminaba con el pesado morral
mientras oía los chillidos de aves nocturnas. Un fuerte aleteo hizo que se
que la vio otra vez: una silueta negra junto al tronco del árbol. Se miraron por un
rato hasta que un graznido le hizo voltear la cabeza y luego la figura que creyó
- 222 -
Después de desayunar, Emil salió al jardín y no vio nada en particular.
Cuando regresó a su casa a media mañana, su madre y Celina estaban por salir
le indicó que, al parecer, había escrito más de lo que pensaba. Era su letra pero
como si fuera la primera vez que las leyera. En ellas se contaba que Teddy era
esta señora llamada Elvira que nunca le había tenido buena voluntad. El relato
durante la ausencia del padre, solo dándole de comer una vez al día y con un
balde para hacer sus necesidades. Cuando se aproximaba la fecha del regreso
beber un menjunje que lo hacía dormir tan profundamente que cuando el padre
llegaba del viaje, lo encontraba dormido. Teddy vivía aterrorizado sin decir una
como ella mismo le había dicho muchas veces. Un día el padre anunció que se
iría de viaje por varias semanas a la costa oriental y quería llevarse a la familia
con él, algo que no pareció hacerle gracia a Elvira. Cuando ya lo tenían todo
- 223 -
preparado para partir, la tos crónica de Teddy empeoró y le dio fiebre. El doctor
y que se recuperaría aunque no tan pronto como para viajar. Entonces, el padre
y siguieron con sus planes. Esos fueron los días en que al niño se le abrió el
Teddy para que, con la ayuda de los compasivos criados de su padre, pudiera
cariñoso que la pareja de ancianos le dio para luego jurar que se ocuparían de
él y lo protegerían de la arpía que tenía por madrastra. Emil se dio por satisfecho
con este avance y se reunió con su madre para la cena cuando ella regresó a la
casa. La madre tomó más tiempo de lo planeado para volver esa tarde porque
habían empezado a sentirse vientos muy fuertes del noroeste que dificultaron el
camino de regreso.
cama y el trueno de la tormenta anunciada por los fuertes vientos del día lo había
hecho saltar. La lámpara que tenía en la mesa de noche aún tenía algo de flama.
- 224 -
que uno nunca debía dormirse con una lámpara de aceite encendida. Otro trueno
hizo retumbar toda la casa y se dio cuenta de que algo brillaba afuera de la
ventana. Pensó que podía ser otra lámpara descuidada y se acercó para
miró al algarrobo negro. Allí estaba el ave nocturna, impávida a pesar de la lluvia
que caía con fuerza. En la rama donde estaba parada, vio la protuberancia de
una soga amarrada, una soga que se extendía hacia abajo, que se movía con el
iluminó el jardín y Emil creyó escuchar a la lechuza otra vez. Vio con horror la
forma de una persona pequeña que estaba de pie al lado del árbol. Con cada
resplandor de la tormenta, el joven pudo distinguir rasgos del rostro del intruso
en el jardín. Era un niño menudo, llevaba pantalones cortos oscuros con tirantes
y una camisa blanca que tenía manchas. A pesar de la lluvia que caía, parecía
casa. El ave chilló una vez más pero el muchacho ya no la vio sobre la rama. Un
casa y llamó a Celina. Nadie respondió, parecía estar totalmente solo. La luz del
relámpago y el tumbar del trueno se unieron una vez más para entregarle una
silueta pequeña que se distinguía a través del cristal moteado de la ventana más
grande del salón. “Es él” pensó Emil al mismo tiempo que retrocedía buscando
una ruta de escape. Encontró la puerta de un armario grande y allí buscó refugio.
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“Joven ¿qué hace aquí? No me diga que ha dormido en el armario.
cama y durmió cerca de una hora más. Después del desayuno durante el cual
siguieron planeando las tareas del día. El aspirante a escritor regresó a su tarea
y, una vez más, empezó a repasar la historia de Teddy para continuarla. Cuando
faltaban dos días para el largo viaje familiar, leyó cómo el niño se había
ellos partieron, Teddy, quien se había quedado bajo el cuidado de los criados,
empezó a hacer planes. Pero no eran los planes que la imaginación de Emil
había escrito el día anterior sino eran otros planes. Peor aún: leyó una voz nueva
alrededor por creer sus fingimientos. Teddy empezaba a revelarse como un niño
que no solo padecía de una enfermedad respiratoria crónica sino que desde el
primera vez que supo de ella. No entendía por qué el padre la mimaba tanto ni
por qué los mismos criados que habían servido a su madre le tenían tanta
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de que Elvira no lo había atormentado como se había escrito antes ¿y quién
había escrito esto? ¿él? ¿Teddy? Si alguien lo encerró en algún lugar como
castigo fue su padre mismo para enseñarle orden, disciplina y sobretodo respeto
en su cuarto donde tenía libros y juguetes para distraerse, donde le llevaban las
Elvira quien intercedía por él. Eso era lo que más odiaba de esa intrusa, que
fueran sus ruegos los que lo liberaban del castigo, el castigo que recibía
justamente por tratar de deshacerse de ella. Tenía que acabar con esa mujer,
tenía que sacarla de allí. Haría lo imposible para lograr su objetivo, hasta
prenderle fuego a la casa con Elvira adentro y quien estuviera con ella si era
Emil dejó de leer. No solo la historia que él había escrito el día anterior ya
no estaba sobre el papel sino que había otra en su lugar, otra que lo perturbaba
más de lo que su imaginación podía tolerar. Y lo peor de todo era que esa historia
no quería seguir leyendo. Es más, se dijo que lo dejaría allí mismo, que ya no
leería ni escribiría nada más acerca del intruso en el jardín ni le prestaría atención
semanas. Los colocó sobre la mesa y sus dedos pasearon por las páginas
primera hoja de la ruma estaba en blanco, debía ser la que servía de protección
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a las otras que estaban escritas. La segunda hoja, igual que la anterior, estaba
en blanco por ambos lados. Lo mismo con la tercera y con la cuarta… y así era
con todas las hojas de la ruma. Pensó que se había equivocado de paquete de
papel pero no era así. Las hojas en las que empezó a escribir la historia de Teddy
estaban en el escritorio en el mismo lugar donde las había puesto desde el primer
día, junto a las plumillas, la tinta y el secante. Buscó por todos lados, llamó a
página escrita por él. Era como si no hubiera escrito nada. Lo único que había
eran las hojas con la historia de Teddy que él no quería seguir leyendo ni
acurrucado en el rincón del cuarto que estaba más alejado de la ventana. Al verlo
tan agitado, avisó a la madre quien ordenó a la criada que le trajera un té de tila
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entonces con una camisa blanca sobre la que tosía sangre. Una mujer joven lo
preguntar cómo estaba. La mujer respondió que había que darle tiempo y sería
bueno mudarlo a un lugar más cerca de las montañas con aire fresco y puro. El
padre le dijo a la joven esposa que él estaría bien cuidado y que no podían
esperar más porque iban a perder el tren que los llevaría a la costa oriental. La
joven lo encargó entonces con los criados y le dejó un morral lleno de libros con
le susurró que pronto lo verían otra vez, que seis semanas se pasaban muy
rápido, que era posible que regresaran antes. Él la miró sin decir nada.
cualquier adulto por horas. No le importaba que la casa se hundiera con quien
fuera con tal de que ella, la intrusa, estuviera adentro. Cuando finalmente la
niño se aseguró de que la mujer y los criados durmieran bajo los efectos del
inesperado cuya cara Emil no alcanzaba a ver aunque le parecía familiar, la ató
en cuestión de minutos. Teddy logró salir y mientras miraba desde una lejanía
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segura el espectáculo de la casa en llamas, su cómplice cuyo rostro se definía
borrosamente le señaló a alguien que estaba aún dentro ella. Era su padre, su
una pila de troncos bañados en brea. Al día siguiente, encontraron los restos
calcinados del padre, su esposa y los criados. La gente asumió que el niño había
perecido en el fuego.
evitar mirar afuera y allí estaba la lechuza otra vez, sobre la rama del árbol.
Parecía mirarlo fijamente. Cerró las cortinas y encendió la lámpara que estaba
en el escritorio. Miró los papeles y se dio cuenta de que la ruma escrita había
aumentado. Entonces notó que tenía tinta en los dedos sobretodo en el callo del
dedo medio donde apoyaba la pluma. Fue entonces cuando sintió en su cuarto
una presencia fría, pesada que estaba detrás de él. Se tapó los ojos y volteó
hacia aquello que parecía estar a sus espaldas. A través de los dedos
entreabiertos, alcanzó a ver una silueta oscura en la esquina del cuarto, pero no
sabía si era algo o alguien. La sombra tomó forma más definida cuando empezó
momento dado, el aspirante a escritor supo que el rostro de ese otro lo miraba
de cerca, sintió un aliento a tierra húmeda y unos ojos de hielo que le cortaban
la piel. Ese rostro se acercó más aún y lo miró de cerca pero él no movió sus
tenerlo acorralado. Después de unos minutos eternos, el joven sintió que la figura
se alejaba. Fue en ese momento que el muchacho bajó las manos y vio al niño
- 230 -
con los pantalones cortos y la camisa blanca con manchas de sangre que miraba
la lámpara que estaba a punto de morir al piso lleno de aceite. Fue a buscar a
calentura empezó a bajar y los escalofríos rescindieron. Hasta que una mañana
su madre le trajo el desayuno a la cama, abrió las cortinas y dejó entrar el sol
que brillaba como nunca. Mientras conversaba con ella, Emil notó que no había
papeles sobre su escritorio. También observó que la cesta con sus historias
cuenta de su mirada y le dijo que, siguiendo órdenes del médico, ella y Celina
examinó la canasta, allí estaban cada uno de sus cuentos sin terminar. Su madre
la mesa de noche. Era un libro sobre trenes que no recordaba haber visto antes.
Entonces entró Celina para decirle que tenía una visita, un amigo suyo que había
y por la misma puerta entró el niño delgado, pálido, frágil que era Teddy con un
morral pesado sobre el hombro. Llevaba los pantalones cortos con tirantes y la
camisa blanca. Emil creyó reconocer el morral que cargaba en sus sueños con
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la lechuza. Sintiéndose incómodo, confundido y extrañado, el aspirante a escritor
atinó a preguntar quién era. El niño le dijo que a ambos les gustaban los trenes,
los libros, las historias inusuales. Luego el visitante avanzó lentamente a la cama
del joven y derramó sobre ella los contenidos del morral. Eran muchos papeles,
papeles escritos cuya letra Emil reconocía ya que era la suya propia. El
muchacho se estremeció sin saber qué hacer y tocó las hojas que inundaban su
cama esperando que al hacerlo, se despertaría por fin. Creyó entonces escuchar
“Amigo Emil, hace falta escribir más. El final está pendiente, ya estamos
casi allí, al final. Tienes que terminarlo. Tienes que ayudarme como me ayudaste
visitante, sus libros, sus papeles. Se sintió perseguido por plumas que se
pareció extraño porque era de día. Pero gracias a que era de día, la pudo divisar
con claridad en el algarrobo negro del jardín y le tiró una piedra. La lechuza
apuntarle mejor. Sus proyectiles fallaron y la lechuza voló fuera de su vista sin
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Días de búsqueda en los bosques de Onondaga han dado por fin con el paradero
solo con la camisa de dormir, atorado entre las ramas de un algarrobo negro. Al
principio pensaron que había muerto por los días que estuvo a la intemperie y
por el hambre. Cuando lo bajaron del árbol, se dieron cuenta de que tenía
conjunto de papeles escritos en una cesta que estaba debajo del escritorio en su
que había perdido a su familia en un incendio infame hacía medio siglo. Como a
a escribir otra vez. He leído las historias locales acerca del niño que prendió
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SOBRE LA AUTORA
publicado Durmiendo en el agua (Mundo Ajeno 2008) cuya segunda edición bilingüe The
Fourth Commandment (Ibero American Literary Society 2020) incluye “El cuarto
mandamiento” (accésit La Regenta 1998) y “El cementerio de Acarí” (Premio Atenea 1999;
primer finalista del Premio Ana María Matute 1999). Ha publicado cuentos en Letras
(2020), 21 relatos de la Independencia del Perú (2020) y Ucrónica (2020). Escribe además
publicado en 1919 en Cracovia. Sus cuentos inquietantes eran sobre trenes fugitivos,
que los nombres de las estaciones crearon una geografía imaginaria que no se encuentra
- 237 -
El libro fue una obra brillante sobre la idea de la «ficción ferroviaria» (una forma popular de
literatura que floreció a finales del siglo XIX) – la cual, sin embargo, era demasiado
aterradora para querer leerla en el tren. Además, fue una toma intrigante en la tradición
filosófica, que trató de detallar la esencia del movimiento y energía vital (desde Heráclito a
Bergson), mientras que, al mismo tiempo, se aseguraba como una lectura popular para las
masas. Logró establecer una mitología ferroviaria y trajo nostalgia por los trenes en una
hecho, la literatura polaca nunca había sido tan moderna: popular y sofisticada al mismo
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Poe polaco, Lovecraft polaco
Profesores y alumnos del primer Gimnasio Estatal en Przemyśl, Septiembre 1919. Stefan
Grabiński, primera fila, segundo desde la izquierda. Fotografía extraída de la colección del
El demonio del movimiento fue una obra del escritor y profesor de 32 años Stefan
la cual, por entonces, era parte del imperio austro-húngaro (y hoy en día está en
Ucrania). Creció en Sambor y Lwów (hoy en día, Lviv), dónde estudió polaco y
Cuando era joven, Grabiński sufrió una infección (originada de una herida que
se hizo en la escuela con un bolígrafo que agarraba otro alumno) que le dejó al
- 239 -
borde de la muerte. La experiencia, que incluyó muchos meses de terapia
Al igual que su pronta experiencia religiosa. Él después diría sobre estos años:
espíritu.»
experiencias metafísicas:
que tratan sobre el 'otro lado' de la existencia: [es] un intento de formar un puente
entre la vida y el 'otro lado', un intento de forzar el camino de uno mismo hacia
del hombre.
Debutó como escritor en 1909 con un libro de relatos cortos que fue apenas
reconocido por críticos o lectores. En 1917, se mudó a Przemyśl, para seguir una
carrera como profesor en una escuela local. El año siguiente, la reinstalación del
- 240 -
Grabiński después publicaría varios volúmenes de relatos cortos (alguno de
ellos, como The Book of Fire, también conectado por un tema similar) y varias
amplio fueron fallidos, y nunca pudo librarse del todo del estatus de escritor
obra maestra. Una racha de historias heladoras conectadas por el tema del viaje
fantástica polaca. Similarmente nueva y quizá más pionera era la idea de imbuir
- 241 -
La estación de Przemyśl, como afirma Joanna Majewska, autora de la nueva
Completada en 1892, esta línea cruzaba toda Galicia, desde Kraków a Lviv y
Tarnopol. La línea ayudaba a conectar las regiones más orientales del imperio
"La invención del transporte ferroviario" de una serie de frescos diseñados por Jan Matejko para
La idea del ferrocarril y la velocidad como algo que cambia nuestra percepción
del tiempo y espacio, y que incluso afecta a nuestro organismo, es central para
The Motion Demon. Como la idea, compartida por algunos de sus protagonistas
- 242 -
movimiento por sí mismo: la velocidad y el movimiento. Esto definitivamente no
era algo que los ingenieros de «Archduke Charles Louis Railway» tuvieran en
Terminado en 1892, el Ferrocarril del Archiduque Carlos Luis conectaba Lwów y Cracovia.
y otras fuerzas irracionales, mientras que los mismos trenes pueden actuar como
Quizás de una forma más interesante, Grabiński podía incluso ser considerado
- 243 -
semáforo en rojo dibujándose en el horizonte en mitad de la noche), o más bien
dice Wawera:
Aquí estas memorias viven por todos lados: invisibles al ojo humano, deambulan
entre las paredes del barranco, repiquetean por estas vías y deambulan a lo
lejos, a lo largo de toda el área. Uno solo necesita saber cómo ver y escuchar.
Grabinski pasó gran parte de su vida en la estación de tren de Lwów, fotografiado aquí en 1917.
- 244 -
Wawera termina haciendo una pregunta que tiene un potencial metafísico más
universal: «Es posible que después de todo esto no quede nada?» Él mismo
Grabiński tenía la intención de que su obra se leyera completo de una vez, pero
Passenger es un relato cómico sobre un “viajero” que pasa sus días en una
estación de tren esperando por un tren que nunca consigue coger. Termina
asesinato.
En la segunda edición, de 1922, Grabiński añadió tres historias más. Entre ellas
estaba A Strange Station - una excursión futurista hacia el viaje ferroviario del
siglo XXI, en el que nos encontramos a bordo del Infernal Mediterranée, un tren
- 245 -
exprés que tarda solo tres días en hacer un tour completo por todo el
Una de ellas, The Tale of the Tunnel Mole, era servir como la nueva conclusión
del libro completo, que ahora consistiría en 14 piezas. Grabiński nunca vio esta
edición publicada.
Brzuchowice (Ucraniano: Bryukhovichi), un pueblo a las afueras de Lviv donde Grabiński pasó
los últimos años de su vida. Callejón de la estación de tren. Fotografía extraída de Polona.pl.
Reubicación en el cañón
lentamente tras la segunda guerra mundial (gracias a, entre otros, los esfuerzos
en las últimas décadas comenzó a ser reconocido como más que el autor de la
extraña «ficción Gallega». Gracias a una nueva investigación, y una nueva ola
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antes un escritor de segunda clase, pero ahora mencionado más y más veces
pasado años exigiendo que todo su conjunto de trabajos se haga disponible para
todos los que no pueden leer polaco. En cualquier caso, The Motion Demon
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SOBRE EL AUTOR
Culture.pl, donde se especializa en estos temas, así como en idiomas, su pasión personal.
Mikołaj es también co-autor del primer libro de Culture.pl: Quarks, Elephants & Pierogi:
La casa no tenía ningún tipo de valla, las puertas estaban abiertas y las ventanas
también. Pero, a pesar de su envejecido aspecto, de que las plantas resecas que
pues no era más que una alfombra de espinosas hierbas amarillas y muertas—,
había luz en la planta de arriba. Era muy tenue, podría proceder de un par de
velas o de un pequeño farol, pero indicaba que, ahora que la noche estaba
cayendo, alguien trataba de crear un pequeñísimo sol en medio del frío y las
inminentes tinieblas.
tragedia se había unido el misterio. Lo que fuera que hubiese matado al pequeño
ni de ningún otro tipo de agresión que se les hubiera podido pasar a simple vista.
Un fatal incidente del que nadie tenía la culpa. Llanto e impotencia, consternación
junto a la otra, con sus idénticos vestidos y sus idénticos peinados, en el jardín
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trasero de su casa, en un rictus demasiado forzado para sus flexibles
del jardín a la calle. Niños, casi siempre, aunque se dio también el caso de alguna
chica joven e incluso también el de un anciano disciplinado que todas las tardes
En todos, el diagnóstico era el mismo: parada cardiaca, nada más. Muerte súbita.
Demasiada coincidencia para que se pudiese tratar de algo fortuito. Algo estaba
Pero debo reconocer, ahora me doy cuenta, que ojeaba estas historias muy por
encima. Puede que fuera algo inconsciente, algo que trataba de protegerme de…
cárcel. Por eso había acudido a mí. Era vecina del primer niño. La clandestina
Una sombra. Un hombre adulto, al parecer, que se había detenido delante del
parque. Estaba demasiado lejos de ambos para distinguir nada más que sus
siluetas. Pero dejaba bastante claro lo que había ocurrido. Al menos, para mí.
El niño estaba jugando en los columpios mientras caía la noche. Se veía cómo
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detenido antes de entrar al parque, como si lo observase. El pequeño, ajeno a la
La sombra se acercó un par de pasos, saltó torpemente por encima del pequeño
bordillo, como arrastrando los pies. El niño no pareció reparar en él hasta que,
grabación salía a la luz. Ella replicó y creo que hasta sollozó quedamente, pero
caí al suelo y sentí cómo una furtiva lágrima se me pegaba, plana a la cara y
luego asomaba bajo mi barbilla, hasta hacer una pequeña mancha en mi camisa
blanca. Me miré las manos. No podía dejar de temblar. Miraba la pantalla del
Algo había sucedido en aquel momento. Algo que había hecho que el corazón
Los niños habían muerto de horror. Aquel monstruo jugaba con sus mentes de
la forma más directa, cruel y macabra que jamás se le hubiese podido ocurrir a
Mis dos hermanas mayores habían muerto aquella noche. Yo fui la única que
pudo hacer frente a aquel espanto, no sé cómo logré sobrevivir al horror que
habían captado mis ojos al tener frente a mí a aquel monstruo. Había tenido
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pesadillas durante años, pues yo era la única que había sobrevivido a aquel
espeluznante y terrible juego al que sometía a los niños. Incluso mi madre, que
no estaba con nosotros cuando había ocurrido todo aquello, había acabado por
Tras una semana en la que ni siquiera una botella diaria de whisky lograba que
sólo tenía una opción. Y, de paso, podría ayudar a las familias que, como la mía,
venas para llegar hasta mis huesos. Me quité los guantes y, dentro del bolsillo
izquierdo del abrigo, tanteé la linterna. Dentro del derecho, la pistola. Aunque
nuevo la capucha y, tras tomar un último trago de frío y húmedo aire, avancé.
Estaba loca. Ya lo sabía. Pero tenía que hacerlo. La puerta estaba abierta, un
pequeño resquicio que giré con suavidad. Bajé los ojos hacia el suelo. No debía
levantar la vista, ya no. Seguía sin saber cómo mi mente se había mantenido
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Pero pude ver los primeros peldaños de unas escaleras de madera, comidas por
no alumbrar, no mirar más allá del suelo. Había visto cómo se movía. La sombra.
Había desaparecido por lo que parecía el umbral que comunicaba con otra
Empecé a hiperventilar y a sudar, tanto que podía percibir mis propias facciones
El monstruo tenía los pies mojados. Había dejado un rastro que era demasiado
y me asomé, siempre con los ojos bajos. Un concienzudo barrido por los suelos
claro que no había nadie ya en aquella habitación. Sin embargo, las pisadas
dejaban bien claro que el monstruo había subido por las escaleras, hacia el piso
de arriba.
Tragué saliva. En el piso de arriba había luz, recordé, como había visto cuando
me había aproximado, había luz. Unas velas o tal vez un farol. Daba igual lo
pelear o apuntar…
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No mires.
Subí las escaleras de lado, con la interna totalmente volcada hacia abajo y la
pistola apuntando hacia arriba. Un disparo ciego tal vez no me sirviera de mucho,
eso fue lo que me pareció por el rabillo del ojo. La luz salía de allí dentro. Y la
sombra se movía con la tranquilidad de quien sabe que tiene toda la ventaja del
algo más corpóreo, más parecido a lo que había visto en la grabación. Parecía
dejaba percibir nada más allá del torso, que veía moverse despacio, con cada
Siempre sin alzar los ojos, me di cuenta de que mi pistola temblaba; en realidad,
habló.
Su voz me resultó casi melosa, demasiado directa, un sonido que cruzaba el aire
Dio un paso hacia delante. Yo bajé aún más la mirada. Sentía que no podía hacer
—No te acerques.
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Ahogué un sollozo mientras posaba su mano en mi muñeca y yo le dejaba
de abajo.
—Déjame —supliqué.
Se aproximó aún más. Pude sentir su cuerpo cerca del mío. Era siniestramente
Respiré hondo, tres veces, antes de golpear con un codo las costillas de aquel
ser. Él se dobló ligeramente con una exclamación de dolor. Lo sentía sobre mí.
Un instante, muy corto, pero suficiente para que pudiese sacar de mi bolsillo el
Le di una patada en la envuelta cabeza para aturdirlo aún más. Le puse las
esposas con decisión. Sin dejar de hiperventilar, busqué mi teléfono móvil y llamé
a la policía. Recuperé mi arma y le apunté con ella hasta que llegaron para
llevárselo.
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Le prohibí hablar y cada vez que lo intentaba, le daba un golpe más fuerte. No
quería recordar.
Pero ya lo había hecho. Aquella terrible visión que había matado a mis
mirada, aquel asqueroso cuero arrugado, aquella maldita visión con la que había
destruido mi vida y casi me había vuelto loca. Aún no sé cómo fui capaz de
Quedaba poco para la ejecución. Las familias de todas las víctimas estaban allí.
del patíbulo, y se me pidió que luciera la medalla que me habían concedido por
acabar con aquella ola de terror en nuestro pueblo. La verdad es que habría
preferido no acudir. Pero ya había aprendido que era mejor cerrar las cosas. Éste
El cielo se mantenía gris y el ambiente neblinoso, como había sido durante todo
el invierno. Una puerta se abrió y todos los cuerpos se giraron hacia ella. Del
cráneo.
Por un instante casi sentí pena. Ahora sí que parecía una sombra: débil,
resistencia.
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A un par de asientos de mí, habló el juez con su voz cascada y llena de un eco
sordo.
llevan a aplicar a este hombre la pena capital por un total de catorce asesinatos.
Sin embargo, y aunque nos pareciera increíble, hay delitos más graves, tan
graves que llevaban siglos sin cometerse. Por aterrorizar a sus conciudadanos
en la hoguera.
siquiera por nosotros. Adiós, papá, aquí acaba nuestra historia. Te quiero.
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SOBRE LA AUTORA
Talleres Literarios Online fue el primero en ofrecer talleres literarios para escritores en
formato vídeo y en la actualidad cuenta con más de dieciséis mil seguidores. Creadora de
Querido hermano:
Para cuando
escuches este mensaje
de voz, ya estaré en
el aire. Lo grabo en
la sala de espera,
mientras veo los
números del reloj del
tablero de anuncios
avanzar de manera
progresiva. Cuando
llegue a las 5:00 pm,
hora local, alguien de
la aerolínea tomará el
micrófono y empezará
el proceso de
abordaje.
seguro me escribirás para decirme lo tonto que soy. Que toda mi vida he
perseguido una ilusión y escuchar tu voz será la prueba de que tienes toda la
razón. Si es así, prometo ir a visitarte y llevarte una botella de ese güisqui que
avión en llamas como noticia de última hora y mis restos mortales fusionados
cual cíborg con los del fuselaje del Boing que trató de retar al cielo, entonces
tendrás que reconocer, aunque sea de manera póstuma, que siempre tuve la
razón. Mis “visiones” de ese día, como las llamabas, fueron ciertas y mi
donde él me esperaba.
creer, pero es cierto. En este momento, cuando faltan unos minutos para la hora
El niño con el uniforme de conductor de tren está sentado del otro lado de
la sala.
cabello corto de color ceniza oscuro. Los mismos ojos negros y profundos como
el carbón que alimentaba las calderas de los antiguos trenes que él tanto parece
preferir. El uniforme es del mismo color azul oscuro que tengo grabado en mi
mente. En sus manos, el mismo cuaderno, o uno muy similar, lleno de dibujos
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que no quiero ver. En sus dedos, el lápiz de carboncillo es idéntico. Hasta la nana
respingona con una pañoleta roja en la cabeza, está a su derecha. Sus ojos no
Han pasado veinte años y se ven idénticos a ese día. Misma ropa, misma
edad. Como si todo fuera un salto cuántico y me hubiera desplazado desde ese
viejo aeropuerto en Praga, cuando era dos décadas más joven y aun tenía la
ignorancia.
de vuelo, por más racional que digas ser. Es fácil decir que no crees en
fantasmas, hasta que te topas con un espectro. Después de ese día, no volverías
a tomar un avión en tu vida. Yo, científico que soy, perseguí una imposibilidad
por años y como todos los grandes buscadores de la verdad que nunca se
rinden, la encontré.
para limpiar el piso, las voces que resonaban a mi alrededor y la pareja que, sin
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saberlo, salvó mi vida. Ellos discutían con el encargado de la aerolínea y yo, que
madre que trataba de conseguir que su hijo de ocho años no molestara al hombre
A lo lejos, el niño.
Su disfraz estaba fuera de lugar en esa terminal dedicada a una de las mayores
supo romper con las barreras impuestas por la gravedad, por más poderoso que
que se vio cautivado por las líneas de los caballos de hierro y remplazó a su
que una vez fue su amado. Una tontería romántica que no me puedo explicar
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lo que descubrí, no quiero pensar que fue esa sosa historia la que hizo que el
En fin, ese día tan lejano, no sabía nada. Incluso llegué a creer que el
maravilla alada y al pisar tierra, exigiría a sus progenitores vender ese inútil
uniforme y cambiarlo por uno de capitán de aeronave. Iluso yo, que en mis
tonterías, no llegué a captar algo que debió encender todas las alarmas en mi
cabeza.
Por alguna razón nadie le prestaba atención. Era el único que lo hacía.
por el cabello que caía como una cortina a su alrededor. Su mano no dejaba de
aterrizaje.
del niño me desarmó por completo. Su intensidad se evaporó y, sin decirle una
sola palabra a la nana, se levantó del asiento, mientras sus manos enrollaban el
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dibujo. Cuando estuvo a solo unos pasos, estiró la mano. Su preciado dibujo
Le quise preguntar si era para mí, pero no fue necesario. Supe de manera
instintiva que así era. Tomé el dibujo, le agradecí con una leve inclinación de la
cabeza y eso fue todo. El niño se dio la vuelta y regresó a su asiento. Tomó el
Esa fue la primera vez que sentí miedo de verdad. No del niño ni de su
encontrar las palabras correctas. Trato, pero creo que necesito perder la razón
para poder acercarme, en mi mente, al punto donde esa imagen tiene sentido.
extendía delante de nuestros ojos. Allí terminaban las similitudes. El cielo no era
azul oscuro como el de afuera, sino negro y macabro, lleno de sombras que
parecían tener alas y que se mezclaban con el humo. Los aviones eran borrones
en la periferia del objeto que funcionaba como punto focal de esa peculiar obra
de arte infantil.
En la pista, unas pocas siluetas vagaban entre los restos. Las que estaban cerca
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irregulares, gruesos como dedos en algunas partes, líneas casi invisibles en
un nuevo dibujo. Quería preguntarle por qué me había dado ese regalo, pero no
capté un detalle que fallé en detectar la primera vez. El cielo no era una masa
sin forma. Las figuras con alas se originaban en el mismo punto y se extendían
la locura.
la historia hasta ahora. Ese dibujo fue la razón por la que jamás pude volver a
poner pie en uno de esos malditos aparatos. Al estar cerca de uno, empezaba a
a unirme a esa locura sin fin era cada vez más tentador. En el fondo de mi
voces de metal y fuego. Los trenes modernos ya no hacen esos ruidos. Algunos
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son tan silenciosos como una brisa matinal. Sin embargo, en mi cabeza, era
que eran los sonidos que escuchaba y que sentía la presencia de los entes del
dibujo rondando a mi alrededor, como las volutas del humo de las calderas. Si
los dejaba acercarse demasiado, podía sentir el calor de sus esencias rozar mi
piel y el terror me invadía al punto que me dejaba sin aliento. Sobreviví gracias
tolerarla dos veces, pero en la última logré entrar un poco más en el caos. Me
tecnológica que podía mirarlo con encono desde las alturas. Que le estaba
perseguía desde ese día, una existencia sin nombre que jamás dejaría que lo
olvidara, me veía como un aperitivo al cual succionar. Uno que no tenía derecho
a elegir a otro Dios que no fuera él y que sería castigado de buscar alguien más
a quién servir.
empujó a tomar una decisión. Yo, que nunca actúo sin haber sopesado las
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opciones antes de dar un paso, me levanté y les ofrecí mi puesto. La pareja,
despertaba en las noches gritando de terror, mis ropas mojadas por el sudor y
mi piel tan fría como una lápida de mármol en un cementerio abandonado en una
noche de invierno. Ese día quedó grabado en mi memoria y al cerrar los ojos, los
lento y después dejando que las fuerzas de aceleración hicieran lo suyo; las
metros a la redonda.
Cuando salí de mi sorpresa inicial y pude separar los ojos del espectáculo
de lenguas de fuego y espirales del humo más negro que puedo recordar, lo
primero que hice fue girar para ver que hacia el niño.
niño que nadie había visto. No recuerdo el nombre del médico que me tocó, pero
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no puedo olvidar lo que me dijo. Su opinión profesional fue que los eventos que
del accidente para ayudarme a lidiar con un evento tan terrible. Estrés post
traumático fue el diagnóstico oficial. Fue un término muy popular en los medios
como condenados. Hombres y mujeres aislados del mundo que conocían, sus
sopesar lo ocurrido y en paz con mis decisiones, los veo como lo que son.
Heraldos de una realidad alterna. Receptores de una felicidad que va más allá
sobrevalorado libre albedrío, una cosa del pasado que deja de tener importancia
milagro. Grandes titulares surcaron el globo anunciando como, a pesar del fuego
vida del accidente. Los reportes de los que llegaron primero a la escena,
manos del personal médico del aeropuerto. Hasta allí las historias coinciden. Fue
lo que pasó después lo que generó discusiones que todavía se contemplan hoy
en día. Cuando llegaron a las manos de los psicólogos y psiquiatras, eran otras
personas. Los periódicos los describieron como zombis perdidos en el humo, sus
ojos en blanco y sus voces ausentes. Todo lo que los hacía humanos, removido
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de manera quirúrgica al tocar la periferia del accidente. Al entrar en el reino de
En cada vuelo que tomé a partir de ese día, traté de llegar varias horas
terminal, por la silueta del niño o su nana. Jamás me los topé. Tengo la impresión
que los vi en una o dos ocasiones, pero no puedo estar seguro. No se dieron
podía permitirse que un mísero anciano alterara sus planes. Uno que no debió
sobrevivir ese día. Cualquier otra persona se hubiera subido a ese avión,
los inicios del tiempo, se apropian de las creaciones de los organismos que
habitan los planetas del cosmos y los hacen suyos. Representaciones materiales
para darles límites a seres que no tienen forma. Creo que prefiero no saber, pero
si los hay, no pondría en duda que uno de ellos fue responsable de que, justo
destino.
cara. No quiero acordarme de Lorena. Viví muchos años felices con ella, pero
siento que, después de escaparme de la muerte ese día, perdí algo. Cedí parte
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pero heme aquí. Mi amada esposa ya no está, los hijos que siempre quise tener
nunca llegaron y siento que todo es culpa de mis acciones ese día. Mi vida
fue lo que me diagnosticó el doctor que vine a buscar, persiguiendo una segunda
cuaderno entre las piernas dibujando como un poseso. La nana con la mirada
igual que ese día y caminó en mi dirección. Me pasó un nuevo dibujo, enrollado.
Yo lo volví a saludar, solo que esta vez le sonreí de vuelta. Eso fue todo.
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Sonreí de vuelta y negué con la cabeza. Guardé el dibujo en mi maleta de
familiares ni dolor.
Solo locura.
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SOBRE EL AUTOR
ganador del Primer Premio de Narrativa Corta (2017) del Panama Horror Film Fest y del
Su último libro se titula Asesinato en Portobelo, una novela negra histórica ambientada en
Pero, con qué confianza (afirmo y no pregunto pese al acento) nos metemos en
una caja de metal viejo hasta lo rancio que a su vez nos introduce en una boca
oscura, kilométrica e interminable; solo con la promesa de la tenue luz del vagón.
¿Cómo? ¿Qué célula mental nos aporta seguridad? ¿Qué falsa promesa? Si hay
Enclaustrado en movimiento. Una y otra vez. Con tanto deleite como terror.
El tren no iba completo. Nunca lo está cuando no me importa que lo esté. Así
funciona. En mi contra.
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Una ella de estrés con dos mini-personitas que no sé cómo
ecos.
Un yo que bien podría hablar con la Ella Lectora, buscar un resquicio literario de
Por jugar. Solo por jugar, por ver las posibilidades, por abrir nuevas
probabilidades.
notarás, pero que las vías, el motor, el carbón (o lo que sea con que funcionen
los trenes), sí. Se queja, le cuesta, sufre el metal estoico, empuja con veteranía,
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consigue. Subir esa primera pendiente letal de senda antigua y desfasada y
descastada.
Con el ascenso, de serie, llega el primer túnel, cueva y caverna horadada sin
Cada vez más despacio. Un poco, un poquito más. Casi imperceptible. ¿Fue así
la última vez? ¿Tan lento y desesperante? ¿Tan aburrido? Hay un tufo onírico
deleznable aquí.
Retengo mis piernas e impaciencia y el vagón con sus hermanos se frenan unos
¡Sorpresa!
Y…
Fuera luces.
ENTRA
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SE VA LA LUZ
SE DETIENE EL TREN
TELA, RESBALA…
OSCURIDAD
SILENCIO
INFINITO
SOLO
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LLORO
VER
TOCAR
OÍR
SABOREAR
SENTIR
¿Y EL EQUILIBRIO?
¿DÓNDE ESTÁN?
RÁFAGAS DE LUZ
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¿VEO O IMAGINO?
NADA
ROJO
NADA
TODOS
NADA
VIVOS
NADA
MUERTOS
NADA
YO
MUERTO
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UNA ELLA
¿ESCHUCHO O IMAGINO?
EL TREN AVANZA
LA LUZ NO VUELVE
NO QUIERE
EL TÚNEL, LA BOCA, LA
LENGUA NO TERMINA
CALLADOS
SOLOS
TODOS
SE RODEAN
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NO SE VEN
NO NOS VEMOS
NO SENTIMOS
SUGESTIÓN COLECTIVA
YA
¿CÓMO SALEN?
¿CÓMO SALIMOS?
¿CUÁNDO SALIMOS?
¿SALDREMOS…?
Está siendo.
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y desconfianza. De dimensiones y realidades. Lo presiento apenas. Creo
también que nadie salió del coche, aunque sé que alguien entró. Pude no
escucharlo.
Seguro.
surrealismo.
la voluntad para ello. El complejo de héroe viene de la mano que asigna ese grito
y entonación a la lectora, sin haberla escuchado nunca hablar. ¿Me movería por
de mi pensamiento actual.
¿Y si salgo?
tinieblas?
de ganas?
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Ya estoy justificado. Fácil. Para escapar del problema y dejar al resto a sus
suertes. Para que cada uno se valga por sí mismo. Que tiren los dados. Sálvese
quien pueda.
Primero la Ella. Sin lógica. Sigo la voz que resuena cada vez en cadencias más
largas y cada vez más lejos. Sigo la voz que vibra y no salgo del vagón y el vagón
Empiezo a invadir los huecos de los asientos. Esto en autobús no podría pasar,
ni bueno ni malo. El grito viene y va, mi ecolocalizador dice que se acerca y que
me acerco.
Nunca tuve tanto miedo como cuando perdí los sentidos. Ahora lo puedo decir.
potencio.
Después del barullo y el enredo inicial, aun no he tocado ni he sido tocado por
nadie. Pese a seguir en movimiento. Nadie habla, nadie respira, nadie susurra,
qué está por venir. Que se solucione solo y pronto. Nadie aquí hará nada por
ello.
Opciones:
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Seguir el grito. Ello hago. No lo descarto si se acerca y si el
siempre gana.
La penúltima, sin dejar de lado el interés por la segunda. Si nada pasa o consigo,
en broma privada, lo que asusta más al pasaje pues contienen gemidos de terror
Prefiero, además, que haya estímulos por todos los lados, direcciones, puntos
Desisto de hacerme más preguntas porque me doy cuenta que llevo un rato
viniendo. A su tiempo.
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Avanzo dejando atrás cuerpos ateridos y paralizados. Me toman por una sombra.
certeza de cuarto milenio? Arriba o mi anhelada fuga fuera. Antes que no haya
fuera.
Declamo para ver si tengo respuesta. Paso a paso. Aúllo de nuevo. Ella no
contesta. Ninguno replica. Repito el estertor vocal en alarido una tercera vez.
Ella. La Ella que sea. Delante, muy cerca. La huelo. Siento su piel. Gano metros
ella. La rozo…
TODO SE MUEVE
TIEMBLA
CAMBIA
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O EL TREN SE MUEVE Y BALANCEA EL
SUELO
SIENTO SE CIERRAN
EN CONTRACCIÓN VIENEN Y
VAN
REBOTO
CHOCO
ESTALLO GOLPES
SALGO DESPEDIDO
INTENTO RESCATARLA
SALVARLA
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FRACASO
SIEMPRE
FRACASO
OIGO SU VOZ
BULTOS
DEVORANDO
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ATERRIZO DURO
Y DUELE
TODO SE DETIENE
NADA HA CAMBIADO
LA OSCURIDAD NO SE VA
EL CONVOY NO AVANZA
Parece que nado en una pesadilla grotesca, densa como la brea, sin final ni
en su sitio. Creo.
Tengo que saber. Tengo que salvarla. Tengo que conducir el tren. Tengo que
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La llamo por el nombre que la he puesto, para que ninguna otra se atreva a
contestar.
Recorro a paso vivo el pasadizo que se estrecha. Toco algún pomo para
tanto.
Tropiezo y caigo por correr, por no sentir. Por urgir a las prisas. Las contusiones
cuclillas.
No hay. Está muerto. Es un él. No es de mi vagón. Todo eso lo saben mis dedos
ahora húmedos.
Giro para volver al sentido inicial y correcto. Me incorporo. Camino un poco más
Alguien se atreve:
Me muevo sigiloso como si tuviese algo que temer. Para asegurarme. Para ser
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Estoy tan cerca… Tengo que estar tan cerca del vagón principal, del metafórico
volante, de los mandos… Casi no importa lo guapa que pudiera ser Ella.
Rompo el hielo:
sonido y me quedo inmóvil para que ella tome iniciativa verbal o de cercanía.
Nora.
Nora.
Nora.
elaboración de la prosa.
Debo centrarme.
Quiero que me acompañe, tengo que empatizar con ella por el tono, por carisma.
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Silencio. Los engranajes ruedan en esa cabeza suya de esa cara que no veo
la espantes, suave.
Mentira. Si eres quien yo creo, mientes. No has tenido tiempo ni espacio ni lugar.
ferrocarril.
―Confía en mí. Es la mejor opción. No nos pasará nada. Tienes que venir,
acompañarme. Debemos saber qué pasa y poner este cacharro en marcha para
encuentro.
La parte de atrás. Es ella. Tiene que ser y a la vez no puede ser. Qué no pienses
te he dicho. NO PIENSES.
predilecto.
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―Yo también estaba en uno de los coches finales. Volvamos pues. Si quieres
que te acompañe.
Ella se acerca. Muy cerca. A tientas toma mi mano con la suya. Todos los
mí, mucho.
TAMBORES
NO COMO ANTES
ALGO SE DESPLAZA
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ALGO SE ARRASTRA QUE TROPIEZA CON
TODOS, A LA VEZ
ESPECIALES
PERO NO LO IDENTIFICAS
ES GRANDE
GARGANTUESCO
MALO
SE ACERCA
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ESO ABRUMA TODO CON SU PESO, FUERZA,
VELOCIDAD, AMENAZA
monstruo, ni piloto de tren. Ahora toca otra cosa. Prioridades que no lo son. No
Eso se nos echa encima. Todo boca, como una boca dentro de otra. Como una
Nora.
Nora.
Nora.
Ella me sigue el ritmo como si hubiésemos ensayado y bailado juntos por años.
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música invisible. Lo reconozco. Tengo terror. Ella también. Nuestras manos
Este es el ruido que hacen las abominaciones. Su lenguaje. Un ruido que solo
Abro.
Contra un ser o una cosa que repta. Cierra una fauce o una mandíbula o un cerco
o una compuerta feroz. Mastica. Pasa muy cerca. Su envite nos desplaza casi
fuera mientras que ese otro remolino contenido nos mantiene en el interior.
La Cosa pasa. Volverá a embestir. Tenemos que salir. Ella aprieta y me clava
las uñas.
Ya sé, ya sé.
No me suelta y no la suelto.
Eso vuelve. Lo oigo intentar girar, deformando el convoy. Llevándoselo todo por
VINIENDO
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¿Qué queda más cerca, la entrada o la salida? La entrada, seguro. El túnel es
largo la entrada está más cerca tenemos que ir a la entrada y si hemos salido
por la izquierda si íbamos hacia delante y hemos vuelto atrás y vuelto a girar
para escapar de la cosa la entrada del túnel queda a la…a la… a la… izquierda.
Que acierte que acierte que acierte que nunca había pensado tan rápido.
VIENE
Vamos la Ella Lectora. Vamos Nora. Vamos Lectora. No aflojes ahora. Que no
―VAMOS… ¡VAMOS…!
Ella responde, se pone a mi altura aunque vamos en fila india, debería haber
más espacio entre la pared artificial y la pared natural, debiera haber otra vía de
railes en sentido contrario. ¿Por qué no la hay? Todo esto no tendría que estar
sucediendo.
REVIENTA EL TREN
RUGE
ENFADADO
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LA PRESA SE ESCAPA
ELLA
YO
CORREMOS
NOS VA A COGER
NOS VA A DEVORAR
Que no tropecemos por favor que no tropecemos… Superamos el final del tren
Una curva en la penumbra. No recorrimos tanta distancia No veo nada solo sigo
el sentido del carril y el raíl sin salirme sin salirnos por dentro gracias al empeine.
YA ESTÁ AQUÍ
La luz…
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YA LLEGÓ
El final.
NO LO VAMOS A CONSEGUIR
NO LO CONSEGUIREMOS
NO LO HEMOS CONSEGUIDO
―¡¡¡¡¡¡¡¡¡VAMOS!!!!!!!!!
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“ahogarse en la orilla”. No estamos a salvo. No hay sonido, no hay tren, no hay
los ojos. Nos miramos. Veo las pupilas negras. Me hundo en ellas. Se relame.
Era Ella.
La presa no se ha escapado.
pudiera.
Es Ella.
Vuelve la noche. Eterna. Se apagan las luces. Se cierra el telón. Para siempre.
Puto héroe…
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SOBRE EL AUTOR
inmersivas.
Castle Rock Asylum, Boletín Papenfuss, Los52golpes, Sttorybox, Dentro del Monolito,
Sinergia Escrita, Los Bárbaros edición especial “Noir” New York). Siempre profundizando
(Intrusión, ediciones Camelot), una novelette gratuita en Lektu (De Gigantes y Hombres),
a S*. Aquella noche, por alguna razón que escapaba a su memoria, se le había
negado el sueño de los justos y había pasado horas respirando despacio, con
los ojos cerrados y cubierto de mantas hasta el cuello. Se había negado volver
que habría llegado a jurar que en algún momento de la noche retrocedió un par
despotricarse en los cerros más inesperados. Le daba por ver en las sabanas
las mortajas de los muertos y ente ellas y su cuerpo desnudo, los aceites que
En este estado no había dejado de dar vueltas durante horas y, cuando por fin
su hermano tras aquella visita. No lo había visto desde que eran unos críos y él
se había marchado del pueblo para poder proseguir sus estudios. Los dos
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conformaban un ejemplo muy logrado de antonomasia por comparación. Suplían
diametralmente las carencias del otro en su propio cuerpo: mientras que ahora
con tanta compasión, sino que quizás se dejase llevar por lindes más
competitivas y, por lo tanto, menos familiares. De esta forma, sin embargo, sentía
que le transmitía.
Así andaba el hombre, sumido en sus pasatiempos, cuando el silbato del tren
un hombre con la gorra reglamentaria del uniforme ferroviario muy ceñida sobre
los ojos, de forma que apenas se le podía distinguir el rostro más allá de una
figura de Rothschild y, haciendo acopio, soplo el silbato dos veces más, haciendo
- 304 -
Al inminente pasajero le dio la sensación, entre pensamientos amortiguados por
pudo subir al vagón, franqueado por el operario de ferrocarril. Este mismo, tras
inspeccionar el billete con unos ojos que no alcanzaba a ver desde el andén,
vez sintió que la maquina volvía a emprender la marcha, dejó escapar un suspiro
de alivio y se estiró, dejando que la sangre le llegase hasta la punta de los pies.
Lentamente, y arrimado como había procurado estar a la estufa del vagón, fue
Soñó con endiabladas maquinas del movimiento. Jinetes de metal que, echando
prohibidos en los que se había iniciado y no pocas veces, era capaz de visitar
las Zonas Tranquilas, que ya le eran conocidas, donde no alcanzan los demonios
- 305 -
Ensimismado en estas ensoñaciones, no percibía más cambio en su exterior
inmediato que los parpadeos que provocaban las perezosas lámparas que
parecían haberse confabulado para acariciarle la cara en los traspiés que daba
el tren sobre los cambios de aguja. Esto hacía que Rothschild refunfuñase, sin
saber o importarle que tuviese alguien alrededor, pues no había abierto los ojos
desde que el tren había reanudado la marcha y tenía los oídos cómodamente
embotados en una gruesa bufanda de chal que, junto con la estufa, le brindaba
un pacífico reposo que para nada había esperado encontrar aquel día en los
insoportables retrasos.
Aun así, lo seguía intentado, refugiando una mayor parte del rostro en la bufanda,
conseguido por lo menos una hora más, de no ser por la tos que le anunció un
juzgar por arquetipos y mucho menos dudaba al juzgar a un hombre por sus
- 306 -
redondeados de las montañas, que ya empezaban a recortarse contra un sol
cada vez más alto. Esto hizo que se plantease los pros de atusarse la bufanda
colársele a través de las mullidas trincheras que había colocado a ambos lados
de su cabeza así que, desistiendo de forma tácita, bajó la bufanda, sacó una
pipa, que despertaba casi tanta consideración como el personaje que la fumaba
–una pipa que parecía servir a la atmosfera del tren tanto como Rothschild- y se
puso a fumar entre sorbo y sorbo, chupada tras chupada. Era un precioso
ejemplar tallado en espuma de mar con el que un cliente agradecido había tenido
trabajo, pero sabía cómo eran las pipas francesas, alargadas, con una boquilla
chupadas en vaciarse. Por primera vez en aquel día Rothschild sonrió. En una
tenía que ver con los países de aquellos mozos imberbes, con esos rapides
franceses, que eran el significante perdido del tren de oruga y que aparecían
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Para el que solía ser su estado de ánimo actual, con los nervios cerca de
tan insufrible la travesía y que, si la mayor treta que debía afrontar era aquel
que había dejado en la mesita su nuevo compañero. La mitad que lucía a la vista,
cada vez más clara según ascendía el sol, rezaba en titular sobre el extraño
mayor importancia.
En esto andaba cuando la luz que ya se colaba con toda facilidad en el vagón le
tácito con la esquina del reposacabezas, que aún le podría ofrecer una ligera
Unos pasos comedidos le hicieron pensar en los elegantes zapatos de cuero del
uniforme ferroviario. Efectivamente, tras una breve pausa, una sombra se detuvo
cobrador. No llegó a verle la cara, de lo ceñida que llevaba esta. Tras extenderle
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remolón, volvió a buscarle una postura cómoda al cuello y, con la pipa ya
acabada, dejó crecer el efecto de esta dentro de él. Acogió al sueño, mientras
En algún vistazo entre cabezadas, que cada vez se hacían más pesadas,
distinguió como se llenaban un par más de asientos, pero nada más. Se sentía
cansado y le daba la sensación de que el cuerpo le pesaba más cada vez que
hacía un intento por despejarse. No se sentía capaz de soñar. Con una persona
alrededor. En una de estas, algo más despierto, dio un golpecito debajo del
subió a las rodillas y mientras tanteaba con la yema de los dedos el grabado de
Había tomado ese tren muchas otras veces. Le gustaba viajar temprano, pues
sentía que le sacaba provecho a una hora en el que la mayoría de cosas aún no
se habían despertado. Desde que había montado en uno, los coches se le hacían
tren y su velocidad.
El tren también lo hacía sentir seguro, a pesar de las historias que se oían de el
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recurrir a estas, evadiéndose de cualquier infortunio que lo intentase alcanzar a
clientes lejanos, con una dicha que ocultaba a los ojos de todos, pues sabía que
asientos de cuero y los chirridos del carbón al bañar las tuberías de vapor, que
nada más.
No podía dejar que nadie descubriese sus viajes, los que realizaba cuando no
El sol, cada vez más alto, parecía haberse topado con un banco de nubes,
concediendo a Rothschild una tregua momentánea, que usó para adentrarse aún
Gran parte de los ritos los había aprendido en la Universidad, gracias a haber
sector ocultista. Entre ellos, la joya de la corona era una cuidada edición del
pensión de una asegurada mala fama, había realizado su primer viaje, bien
cargado del opio negro que muy de vez en cuando llegaba en remesas
- 310 -
Aquel primer viaje le causo una honda impresión. Ya se había hecho a la idea
de que espíritus que pudiera encontrase, aún lastrados a la tierra, pero cuando
se adentró en las Tierras del Sueño por primera vez aún no conocía siquiera su
nombre. Pese a eso, había leído lo suficiente para cuidarse de los sabuesos que
guardaban la Vía Muerta, y no permaneció mucho allí. Tan solo se encontró con
el alma de un viejo alquimista, con el que tuvo ocasión de hablar sobre las
Resulta que, por suerte para un iniciado, había ido a parar a los Reinos
Incompletos, no muy lejos de los bosques exteriores, que eran su objetivo. Una
centinelas más alejados del nido. Es conocido que los soñadores despiertan
simpatía en los gules, quizás por compartir, aun de forma olvidada, una misma
ascendencia.
tras ser guiado hasta el lago Hastur y poder contemplar Carcosa, recortada a lo
lejos, se sintió satisfecho y pudo atravesar de vuelta los muros con ayuda de sus
acompañantes. No sería la última vez que se los encontraría. Tras varios viajes
más, comenzó a ganar soltura al comunicarse con ellos y, gracias a esto, fue
especial. Las Zonas eran el espacio puro sometido, por una vez, a la voluntad
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del navegante y, en el caso de Rothschild, esto se traducía en un oasis que no
alcanzaban los demonios de la multitud ni los de ruido. Sin embargo, existía una
restricción. Desde aquel día que había montado en tren por primera vez, ya no
como para soñar a menos que estuviera en un vagón, y, con la edad, comenzó
a necesitar que estuviese desierto. Pero había llegado ese dichoso francés. Y el
Abrió los ojos y vio, alarmado, como el sol caía tras las montañas, como si se
hubiera visto sin fuerzas para recorrer el tramo celeste y volviera a esconderse,
fatigado. Era la clase de cosas que le gustaría imaginar dormido. Pero no estaba
reloj y le pareció que su cara se torcía intentando seguir las agujas. Sintió que lo
alcanzaban los nervios allí, de entre todos los lugares. Contuvo el aliento cuando
brazos del asiento al ver que ahí fuera ya no se distinguía nada de lo cerrada
Miró de reojo al resto de la gente. Había dos viejas con el pañuelo en la cabeza,
dormidas. Un poco más adelante una pareja trajeada y delante suya el dichoso
muy bien el qué. Nadie parecía darse cuenta. No lo había notado hasta entonces,
suavidad sobre las vías y cada poco soltaba un ligero empellón que balanceaba
empezado a soñar sin darse cuenta? ¿Entre toda esa gente? Quizás, pensó, el
tabaco había sido más fuerte de lo habitual, y lo había encauzado sin ser
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consciente de ello. ¿Qué otra explicación había? Sintió que desaparecían los
nunca había arrastrado tanta gente con él. Ni a ninguna. Aquella otra vez había
vagón, donde no alcanzaba la vista. No supo que fue de él, aunque la experiencia
lo caló hondamente, al ver como este huía despavorido hacia los Páramos. Al
principio lo buscó, pero era de sobra conocido que no había que adentrarse allí,
si uno no planeaba quedarse una eternidad. ¿Pero tanta gente? Era imposible.
Sintió una mano que se apoyaba con suavidad en su hombro y, con un respingó,
vio la alargada silueta del revisor a su lado. Siseó, y tendió una mano enguantada
hacía el. Pero ya le había dado el billete, dos veces. Además, se fijó en el guante
y vio como algo se enroscaba y relajaba bajo él, como una serpiente en un saco.
Fue como si todos los nervios que había sentido alguna vez en su vida le
abrigo, de lo que empezaba a sudar. El revisor repitió el gesto, aunque esta vez,
iban y volvían a fragmentos de libros que creía haber olvidado. Libros sobre las
Tierras y las criaturas que las guardan y los castigos que infringen a los que
abusan de sus frutos. Había leído sobre el maquinista y sobre el revisor y sobre
porqué nunca se conseguía ver a la locomotora desde el vagón, pues los dos
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Aquello era un sueño. Tenía que serlo. Por lo tanto, el Signo del maletín era
autentico, pues allí todas las representaciones que se arrastran de él son una
cómo, efectivamente, sin una pausa gradual, el tren yacía de pronto quieto.
Viendo como el revisor giraba la cara, oculta por la gorra, hacía el resto de
aferrando el maletín por una vez, deseó estar fuera del tren.
Con los años, cuando volvía a recordar sus viajes, era capaz de traer fragmentos
cada vez más nítidos de ellos y, poco antes de su muerte, fue capaz de recordar
por completo, como, aquel día, al lado del tren, mientras recitaba la llave, con la
mano en el Signo, vio al revisor asomarse a las puertas de vagón, y como este
que ya no era guante y aullaba. Por suerte, poco tiempo después, aún en su
oficina, tras un largo día, la muerte lo reclamó sin sorpresa y se acabaron los
recuerdos.
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SOBRE EL AUTOR
Carlos Vega Pérez nació en 1997, a 30 días de que acabara el verano. También contesta al
nombre de El Príncipe Invisible. Comenzó a escribir hace años por celos de los libros de
miedo que tanto leía. A los diecinueve años busco y halló fortuna en Inglaterra, siendo casi
jacta de conocer un secreto crítico sobre el príncipe de Gales. Con todo esto ya tiene 22
años y poco más sabe escribir. Probó que bebida y terminó seco. por ella habría dejado de
escribir hace tiempo. Por suerte ahora se le puede encontrar en la capital, con oro, vago y
brutal.
Un corpus de historias de terror interactivo a
través de los escape rooms de
http://thewitchinghour.es
TINNIRE por David P. Yuste
Un viento helado proveniente del norte azotaba con fuerza los árboles,
que se apretujaban como si fueran ramilletes de lirios blancos con unos tallos
oscuros y recios, junto a ambos lados del camino. Esa repentina ventisca
causaba que la nieve que cubría parcialmente las copas del inmenso bosque
pesar de que iba bien provisto y portaba las inseparables orejeras que su madre
le confeccionó con parte del pelaje de un oso que él su y padre abatieron siendo
un niño.
Cuando este todavía vivía, se ganaba un dinero extra al igual que otros
que estaban formado principalmente por fresnos, robles o alisos así como otras
altura y eran casi tan viejos como el poblado en el cual vivían, pues contaban
Durante siglos, los Zares rusos empleaban sus bosques como cotos de caza,
- 318 -
encargando a los campesinos y lugareños que se ocuparan de estos parajes
pasatiempos.
personas en el poblado.
embargo, esta red ferroviaria unía Varsovia con Bialowieza de la misma manera
que si se tratase del cordón umbilical a través del cual una madre sustenta a su
que servirían más tarde para atender a los numerosos turistas, militares e incluso
a personas muy influyentes a las que Jarek solo había visto y conocía de las
que recorrían como invisibles y veloces insectos los cables que se extendían
paralelos a las vías hasta su destino final, que no era otro, que la estación de
- 319 -
Varsovia. Llevaba dedicándose a ello casi dos años. Comenzó a trabajar allí
poco después del espantoso incidente que todavía le asaltaba a veces en mitad
dos garras enormes de una fuerza colosal, apretaban su pecho como si quisieran
Casi sin darse cuenta, y con la única compañía de ese zumbido incómodo
y amortiguado que parecía alojarse igual que un huésped que no había sido
oficina.
era otra cosa que una pequeña habitación con cuatro mesas y el equipamiento
necesario para las labores del día a día, había una amplia sala de espera, otra
Jarek abrió la puerta y dio los buenos días, comenzando a despojarse del
grueso abrigo, el sombrero y sus inseparables orejeras, sin tan siquiera advertir
que sus otros dos compañeros de trabajo y su jefe, el señor Pawlak, ya ocupaban
transcribir y responder las largas tiras de papel en las que llegaban los mensajes.
- 320 -
Aunque realmente no eran necesarios tantos empleados para esta tarea,
Bialowieza era imprescindible debido a las frecuentes idas y venidas del Zar, por
a su jornada, sintió una aguda punzada que le hizo encogerse de dolor. Dicho
dolor le resultó tan atroz que por un momento le pareció que perfectamente podía
ello, ni siquiera se percató de que el señor Pawlak estaba de pie, plantado junto
segundo día este mes que se retrasa –dijo el funcionario sin fijarse en la postura
de su empleado.
claro deje de fastidio en la mirada. Aunque esta sencilla tarea no le resultó nada
evidente malestar que crecía en su interior, midió sus palabras y respondió como
buenamente pudo.
un poco más.
- 321 -
Aunque era cierto que habían tenido varios roces durante el tiempo que
ningún secreto que no se llevaban demasiado bien, en el fondo sabía que era un
buen empleado. Por lo que Michal Pawlak dejó momentáneamente las rencillas
Realmente se le veía mal, hecho que le preocupó, tal vez más por la
telegrafía y quizás el único amigo con el que contaba Jarek en toda Bialowieza.
había encargado de cuidarlo como los buenos vecinos que eran. Así, Jarek pasó
inseparables, igual que la piel se adhiere a la carne y ésta a la vez al hueso. Algo
que era patente y se demostraba con hechos, ya que hasta ese día, y muchos
su camarada.
- 322 -
Mientras tanto, en la cabeza de Jarek empezaba a confundirse y a
enturbiarse todo, entremezclándose las palabras con el insistente silbido que iba
in crescendo y se alternaba con otro ruido que le recordaba al que harían las
tripas de una locomotora, rugiendo por las vías, y acercándose a él con frenética
violencia y premura.
La muchacha lo miró por un instante con unos ojos tan azules y fríos que
bien podrían haber sido esculpidos con el hielo más puro hasta darles la forma
de dos circonitas.
- 323 -
Luego, en silencio y con mucha calma, se levantó de su silla, tomó su
*****
que fue algo más de una hora, sintió un bullicio a su alrededor en las idas y
venidas momentáneas que sufrió durante el desmayo. Ese alboroto que parecía
provenir de una fiesta, o eso al menos le pareció a él, pues incluso creyó
escuchar una extraña y pesada melodía, se alternaba con una voz que le
Junto a él estaba el doctor Wozniak, al cual conocía desde que era tan solo un
mocoso que apenas sabía andar, y al lado de éste, con el rostro inalterable,
Janina.
- 324 -
silbato de un tren, al que un maquinista chalado se aferrara haciéndolo sonar
quedarse satisfecho.
mañana, doctor.
–Es como si tuviera algo dentro de él. Un eco punzante. No sé muy bien
de qué manera explicarlo. Empezó siendo como una simple molestia, pero
cuando llegué a mi departamento fue a más. Todavía escucho ese rumor agudo
que no desaparece.
mi cabeza.
encontrado varios casos y suelen ser muy molestos. Incluso pueden dar vértigos
como los que has padecido hoy. Pero no tienes de qué preocuparte. Los antiguos
- 325 -
Mientras Jarek y aquel familiar galeno mantenían esta conversación,
Janina parecía totalmente ajena a ellos. Daba la impresión de que era un mero
completar los huecos y con la única intención de que el escenario no se viera tan
vacío.
–Vamos a hacer una cosa. Hoy te vas a quedar en casa para descansar.
mañana persiste ese malestar, acude a mi consulta y te daré unas gotas que
aliviarán los síntomas. Ya verás que en unos días estás como nuevo.
que había visto crecer, y al que recordaba desde que alcanzaba su memoria.
Jarek, antes palabras tan firmes y confiadas, no pudo más que asentir.
él hasta que esté más calmado? Solo será un rato. Tengo que ir a revisar la
volvió a salir de caza ebrio y metió el pie en uno de sus propios cepos.
Aun así no se quejó y dejó que el médico cerrara su maletín y saliera por
- 326 -
–Hasta pronto, Jarek. Mejórate. Ya verás que no es nada.
Dijo desde la entrada con tono conciliador mientras que cerraba tras de sí
Una vez se quedaron solos los dos jóvenes, Jarek comenzó a sentir un
frío que los alejaba a cada segundo que pasaba. Él la miró de soslayo, sin
que quisiera apuñalarlo con ellos, en el caso de que eso hubiera sido posible.
su catre. Este fue ocasionado por las patas de la silla sobre la que Janina había
estado sentada tan solo unos segundos antes, al entrar en contacto con el suelo
cuenta que apenas la había escuchado emplear más que unos pocos
sé que está loco. O si no, poco le falta. ¿Acaso piensa que no me he dado
cuenta? En el trabajo habla solo, le he oído. Y si cree que voy a quedarme con
–Pero…
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Sentenció tajante la chica que tenía el semblante de un color lechoso
Sin que Jarek tuviera tiempo a mucho más, Janina recogió su capa y
«Esa chica no anda en sus cabales. ¿Qué ha querido decir con gente
como yo? ¿Y que hablo solo? Si fuera así, lo sabría. Otto se habría dado cuenta
Pensó para sí mismo a medida que cerraba los ojos con la intención de
dormir un poco.
*****
somnolencia.
- 328 -
Tal vez todo fuera producto de ese malestar que seguía horadando su
cabeza desde el interior de su oído. Poco a poco. Sin prisa pero incansable. Igual
que el caer constante de una gota de agua que termina tarde o temprano por
y se negaba a abandonarlo.
Jarek se incorporó muy despacio por miedo a volver a sufrir otro mareo, y
fósforo para mirar la hora en su viejo reloj de bolsillo. Pese a que podía haber
instalado hacía tiempo electricidad en la vivienda, lo cierto era que prefería vivir
como lo hicieron sus padres antaño. Este simple hecho le traía recuerdos más
amables relegados a un lejano pasado. Por ese motivo, su casa era una de las
Cuando lo hizo, constató que eran más de las once. Algo inaudito en su
persona. Según sus cálculos debía de llevar durmiendo al menos doce horas de
corrido.
Jarek sintió un ligero escalofrío que le subió desde las piernas y que fue
recordar que la chimenea estaba apagada. Por fortuna, la antigua cabaña que
hipotermia.
Se echó una de las gruesas mantas del camastro sobre los hombros y se
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leños y ramas secas, y como le enseñó su padre siendo muy joven, no tardó en
Justo cuando estaba a punto de sentarse en una silla frente al calor que
bruces frente a las llamas, lo que provocó que a punto estuviera de meter las
manos dentro de sus lascivas y peligrosas lenguas candentes. Por fortuna para
hizo casi insoportable y que le cegó por momentos. No podía pensar. Casi ni tan
siquiera moverse. Tan solo quedarse ahí, encogido sobre el suelo, apretando los
imposible, tan agudo e irreal que temió que pronto empezara a brotar sangre de
imaginación.
–Jaaaaaarek.
suceder?
–Jaaaaarek.
más alto.
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Se incorporó como buenamente pudo y comenzó a mirar en todas
Dijo la voz invisible mofándose de él como si supiera del mal que le había
intruso.
–Frío, frío. Jarek. Tanto como lo estoy yo. ¡Casi como un muerto!
Bramó la voz sin perder el tono burlón, y por primera vez, Jarek se dio
cuenta de algo más. Esa voz parecía provenir del interior de su oído.
–¿Acaso te crees tan importante como para pensar que el propio Belcebú
–No eres real. Tan solo eres fruto de mi imaginación. Debo de tener fiebre
a causa de la infección. Eso es. Claro, ¿qué otra cosa puede ser?
me marche. Al menos por ahora. ¿No te parece? Hasta pronto, joven Jarek.
cabeza los agudos pitidos, y con ellos también su sufrimiento. Se elevaron de tal
volverlo loco.
calle veloz y a medio vestir en dirección a la casa del doctor Wozniak, el cual y
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por suerte para él estaba solo un par de calles más abajo. En el breve recorrido
que hizo, la nieve azotaba su rostro inclemente. Pero eso poco le importaba. Ni
siquiera era capaz de pensar con semejante zumbido y aquellos espasmos que
mismísimo Wodnik, ese ser mitológico con cara de sapo que animaba a sus
tanto sorprendido.
–¡Jarek! ¿Qué haces aquí a estas horas? Pero… ¿Te has vuelto loco?
presentado en su casa.
cuesta más despejar la mente que a vosotros los jóvenes. Y baja la voz por lo
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Enseguida regresó con su fiel bolsa de trabajo y sacó varios instrumentos
Respira hondo.
–Mata...
Una risita traviesa se confundió con el fuerte aire que golpeaba los
cristales hasta que desapareció amortiguada por los crujidos de las ventanas de
madera.
Pensó que tal vez fuera su única esperanza para acabar con aquel mal sueño.
ya había predicho esa misma mañana. Sin duda debía de tener una leve
preparado en el maletín.
–Échate varias de estas cada cuatro horas. Nunca más de cinco a la vez.
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–A veces la mente, bueno… Ya sabes. En este tipo de casos nos
–Confía en mí, joven Jarek. Soy tu médico desde que tu madre te daba el
Y con las mismas y sin otro remedio que el frasco de gotas, Jarek deshizo
interior.
buen doctor, y pese al dolor que sentía y el molesto silbido, sin tan siquiera cenar
dormirse. Y así de nuevo, volvió a hundirse una vez más en un sueño, esta vez,
exento de pesadillas.
*****
- 334 -
Tardó unos largos instantes en advertir que el ruido y el dolor parecían
que tanto bien le habían hecho. Volvió a recurrir al mejunje curativo y se aplicó
a base de huevos duros, salchichas, unos tomates que acompañó con un buen
pedazo de pan de centeno y una humeante taza de té negro con mucho azúcar.
Una vez listo, se vistió y salió con aire renovado y bien abrigado al exterior
vivida el día anterior, las largas horas frente a aquel engendro mecánico y el
El mundo parecía sentirse tan bien como él, pues hacía una mañana
del telégrafo. Entró de lo más animado y dando los buenos días. Allí se encontró
con su buen amigo Otto, el cual también llegaba algo más temprano de lo
habitual.
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–¡Vaya! Veo que ya estás mucho mejor. Siento no haberme pasado a
verte ayer. Pero el doctor Wozniak se acercó por aquí y dijo que era muy
perchero.
–Es un alivio verte repuesto y de tan buen humor. Pensé que a lo mejor
descubrir durante unos breves segundos que sus manos estaban teñidas de una
Una oleada de escenas que pasaron con pasmosa rapidez frente a sus
sinfín de bellezas a su alrededor mientras bebían una cerveza tras otra al grito
de “Na Zdrowie” para brindar por un magnífico día, y el trágico momento que
y que apestaba a alcohol increpándole, una disputa por una muchacha. Era
posible, nunca lo supo con seguridad. Verse envuelto en una maraña de golpes
y por último el filo brillante de una hoja que acabó sesgando la vida de aquel
- 336 -
Comentó Otto, viendo el efecto que sus palabras habían provocado en su
–Lo siento. No tenía que haber sacado ese tema. Pero recuerda lo que
En ese instante el mismo aguijonazo del día anterior lo golpeó sin aviso y
El mismo sonido agudo, ese que a punto había estado de volverlo loco el
moviendo los labios frente a su cara, pero no articulaba ningún sonido que él
pudiera reconocer.
No podía ser verdad. De nuevo aquella voz, ese ente. Lo que rayos
quisiera que fuese aquella cosa volvía a hablarle con ese tono meloso y
embaucador.
le escurrió entre los dedos y estalló contra el entarimado a sus pies dejando una
¡Era de locos!
- 337 -
–Mata. No te lo estoy pidiendo, escoria. Te lo estoy ordenando.
¡Maaaataaaa!
razones.
Otra riada de dolor le asaltó con furia. Vio a lo lejos una luz tan intensa
como si fuera un faro que tratara de guiarlo. Cegadora como ese mismo sol que
Estuvo varios segundos a la deriva. Tropezó con dos, puede que tres
personas. La luz iba haciéndose más y más fuerte, cayendo sobre él para
abrasarlo.
Tras un último empellón, trastabilló y sintió un bulto bajo sus pies que lo
impulsó hacia adelante. Algo frenó su caída. ¿Una pared tal vez? No, las paredes
- 338 -
De pronto, se vio de rodillas en el suelo. Todo sucedía con una lentitud
portentosa.
Entonces lo supo. El cuerpo de una mujer. Eso fue con lo que había
chocado. Tuvo incluso tiempo de ver su rostro velado por el terror precipitándose
hacia las vías. Y el tren. Esa bestia ciclópea aullando mientras se adentraba en
la estación. Supo lo que pasaría a continuación. No quería verlo. Cerró los ojos.
sentido en mucho tiempo. Aquella señora, la dama de las vías seguía sana y
alrededor como si fueran los molestos y fieros ladridos de una jauría de perros.
–…Está loco.
Decía otro.
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Ya no era capaz de distinguir lo que era real de lo que no.
–¡Mentira!
–Se lo juro por mi vida, señor. Jarek no está bien. Tan solo tropezó con
una bolsa y fue lo que provocó que sin querer empujara a esa señora.
–Pero señor…
–Vamos, Jarek.
- 340 -
Bramó Jarek furioso ante la atónita mirada de su amigo que se quedó
*****
No sabía muy bien cómo. Pero sin darse cuenta se encontró de nuevo en
su casa.
vaciar el contenido de su estómago sobre las tablas bajo sus pesadas botas.
concedería.
–¡Quien eres!
sus palabras.
tan siquiera lo recordaras. Pero seguro que si vieras mi rostro putrefacto, infecto
y cubierto por gusanos en la fosa en la que está mi cuerpo. ¡Oh! Entonces seguro
Jarek se quedó tan pálido como la cal que cubría las paredes del hogar.
debes hacer.
- 341 -
–Solo fue un terrible accidente.
interior del armario, igual que si se tratara de un niño huidizo ante la imaginaria
Allí pasó varias horas hasta que se finalmente se durmió una vez más.
*****
lo despertaron.
madera.
–¿Quién es?
En cuanto escuchó esa voz amiga abrió con urgencia la puerta y le hizo
pasar. Luego cerró con la misma rapidez como si temiera que algo o alguien no
–Jarek. Solo quería saber cómo estabas –comentó con la cabeza gacha
portando una botella de licor en una mano y en la otra una olla de barro.
- 342 -
–Mi madre te ha preparado un poco de gulasz. Sabe que es tu plato
preferido.
mismo que te protegió con sus viles engaños. El mismo que dijo que ese cuchillo
era mío.
–¿Pero por qué? No, por favor. Te lo ruego. No me martirices más. ¿No
ambos obsequios sobre una mesa de roble y con la clara convicción de que su
–¡Mátalo! Debes de pagar por lo que hiciste. Y qué mejor manera que
–Sí, que puedes. Créeme. Lo que has padecido estos dos días no es nada
comparado con lo que puedo hacerte. Decide de una vez. Pero si vas a hacerlo
Otto contemplaba atónito la escena cada vez más asustado, y sin saber
- 343 -
Jarek cerró los ojos con fuerza.
pasos atemorizado.
Jarek igual que si fuera una marioneta manejada por unos hilos invisibles,
posición de Otto.
–¡Nooooooo!
lo había hecho aquel diablo a medida que la sangre cubría el suelo bajo su
cabeza.
- 344 -
*****
Pensó con una mueca de felicidad pese al dolor que sentía en el lado
–Por supuesto que no. ¿Acaso creías que te librarías tan fácilmente de
mí?
No te dejaré tranquilo. Pienso hacer que cada día lamentes el momento en que
su vera.
Con un dolor más fuerte incluso que el padecido aquellos días latiendo en
Miró una vez más a Otto. Una última vez. Una despedida.
- 345 -
–Lo siento…
Por segunda vez en su vida un líquido tibio corrió como un río por sus manos.
Pero esta vez fue acompañado de otro fluido, que no era otro que sus propias
lágrimas.
*****
En su soledad, tan solo podía pensar en el acto tan atroz que había
cometido.
–Jaaaaaared.
- 346 -
–Bueno, al menos me sigues teniendo a mí. Y créeme, voy a asegurarme
de que tengas una larga vida. Esto es solo el comienzo de lo que te aguarda,
“amigo”…
Jarek se dejó caer en silencio y sin decir una sola palabra. Con una
expresión vacía. Muerta. Igual que si fuera la de un juguete roto, y que de alguna
su propia casa.
*****
que la dirección que facilitó, así como las referencias que aportó, eran falsas. Ni
probablemente se olvidó con las prisas, fue un extraño objeto hecho con lo que
- 347 -
SOBRE EL AUTOR
películas y las novelas de terror desde mi más tierna infancia. Criado entre
discos de Led Zepellin, Santana, The Doors... Además, tuve los mejores
hoy día en mis estanterías). De entre ellos, destacar autores como Stephen
Algunas de mis publicaciones: la novela “Nunca hables con el diablo” Cazador de Ratas
(2018), Antología “Madre de monstruos” Tinta Púrpura (2018), Antología “España Punk”
Cazador de Ratas (2018). Artículo para el número VI del Fanzine/ Revista física La Cabina
de Nemo sobre el cine de terror de los ochenta (Sep. 2019). He participado recientemente
con motivo de El día del Tentáculo (Sep. 2019). Accésit en el II Certamen de relatos del
2019).