Arquitecto de Su Propio Destino y Cronista de La Violencia Ultimo

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Arquitecto de su propio destino, y

cronista de la Violencia

Por: Alberto Santofimio Botero

Exministro de Estado. Exsenador de la Republica.


Miembro de la Academia de Historia del Tolima.

Desde Heródoto hasta nuestros días, todos los libros de Historia aparecen
cruzados por los vientos huracanados de la violencia, la guerra y la muerte.
La humanidad ha vivido en constante lucha por el poder, y a través de los siglos
ella ha estado enmarcada en la confrontación militar sangrienta, donde siempre
los vencedores imponen el modelo de estado y de sociedad a los vencidos. Estos,
muchas veces, no se resignan a su condición de perdedores. De ahí la recurrencia
en los enfrentamientos bélicos.
Solo con el nacimiento de las estructuras institucionales y la consolidación en la
modernidad, de los regímenes democráticos, apareció el constitucionalismo, para
hacer respetar, en medio de las divergencias naturales de las fracciones y de los
partidos, un pacto superior de convivencia que permite que cambien los gobiernos
por decisión del voto libre de los ciudadanos, pero permanezca respetada, una
constitución bajo cuyo amparo transcurra el devenir de los ciudadanos, mas allá
de los ideologismos las banderías.
Es lo contrario a las imposiciones de dictaduras y de totalitarismos, en las cuales
solo prevalece la fuerza, y se proscribe la democracia. Se entendía así el estado
como “el enemigo histórico” contra el cual batirse. Ante el imperio de los gobiernos
despóticos y absolutistas de reyes y tiranos, el pueblo busco las avenidas de la
libertad y la democracia, superando las taras insufribles del feudalismo en crisis.
En la introducción a un formidable y denso estudio de la Universidad Nacional de
Colombia sobre “Surgimiento, desarrollo y crítica del constitucionalismo moderno”,
sus autores, los profesores Jaramillo Pérez, García Villegas, Rodríguez Villabona
y Uprimny Yepes, sostienen que “para entender el concepto moderno de
constitución es necesario identificar y distinguir la peculiar forma de organización
del poder a lo largo del Medioevo, que empieza a configurarse poco a poco
después de la caída del Imperio Romano, a finales del siglo V, y se extiende hasta
el advenimiento de los primeros Estados modernos, a partir de la segunda parte
del siglo XV”.
La reciente aparición de dos versiones de la historia de Colombia en los libros de
José Orlando Melo y Antonio Caballero, desde ángulos conceptuales
independientes y opuestos nos permite, sin embargo, aterrizar en el análisis que
sirve para ubicar la saga personal de mi entrañable amigo Víctor Prado Delgado,
en el contexto del tiempo violento que le toco vivir, ejerciendo el periodismo de
aventura y trabajo de campo.
En esos años trágicos que están reflejados en sus atractivas crónicas, el estado
de sitio supero al estado de derecho, y la constitución no significó entonces un
genuino pacto de paz, sino un pretexto para la rebelión y la insurgencia. Bajo el
supuesto alero de la Constitución del 86, antes y aun después de las dictaduras,
en el mismo Frente Nacional, la violación de derechos y libertades fueron
sometidas por el arrogante y omnímodo imperio del artículo 121 de la Constitución
Nacional. Pero, la tendencia autoritaria venia de atrás. Lo dice Melo, en su
“Historia Mínima de Colombia “, cuando afirma de manera rotunda que en su obra
está reflejada “la historia de un país que ha oscilado entre la guerra y la paz, la
pobreza y el bienestar, el autoritarismo y la democracia”. Y, en su obra “Historia de
Colombia y sus oligarquías”, el brillante escritor de mi generación Antonio
Caballero, en maravillosa síntesis afirma: “Colombia: siempre turbulenta, casi
siempre trágica, y muchas veces vergonzosa”. Y, en su realismo crítico remata
con esta sentencia: “La historia de lo que hoy es Colombia comenzó mal desde
que la conocemos, con los horrores sangrientos de la conquista y siguió peor.
Esperemos que empiece a mejorar antes de que termine”.
Leyendo las páginas de los libros de Víctor Prado Delgado, producto de su
experiencia de juvenil reportero, y luego de investigador dedicado, en los archivos
de mi colección personal del diario El Cronista, frente al horror de estos relatos de
sangre y muerte violenta, no podemos pensar que la afirmación de Caballero sea
simplemente una mirada pesimista a nuestro devenir. Al contrario, el testimonio de
cuanto vivió el Tolima, en el incendio feroz y despiadado de su interminable
violencia, nos permite coincidir, plenamente con el juicio de Caballero. Desde
luego, sería preciso remontarnos a toda la salvaje leyenda de cuanto vivieron
nuestros antepasados en la Conquista y en la Colonia. El inaudito exterminio al
cual fueron sometidos por la dominación extranjera. Todas las crónicas y noticias
de aquel tiempo lejano se alimentan de episodios de crueldad inenarrable y de
ciclos de violencia repetidos.
Los Pijaos, estirpe lacedemonica legendaria que tuvo su asiento en nuestra
geografía, han sido estudiados a fondo y cuidadosamente por mentes lucidas, de
profundo conocimiento, como la del connotado investigador, paisano, amigo y
compañero de lucha Leovigildo Bernal Andrade. Son todos hechos, episodios y
circunstancias que deben ser tenidos en cuenta para tratar de entender los
antecedentes de barbarie y violencia en nuestro remoto devenir como raza y como
pueblo.
Los teóricos de la ciencia política y los sociólogos, siempre ponen a prueba lo
vivido, buscando el ideal de la sociedad perfecta. Y, es así como han florecido a lo
largo de la civilización occidental, y la de la media luna en el enigmático Oriente,
todas las ideologías, creencias y doctrinas que han justificado en la división de
opiniones, la permanencia de la violencia y de la guerra cuando los pueblos no
logran entenderse a través de la palabra, el dialogo y la serena confrontación de
criterios.
Luego, de las dos grandes guerras mundiales del siglo anterior, nacieron los
organismos regionales e internacionales para “blindar” supuestamente los
derechos humanos, convocar a la paz universal, y vigilar de manera civilizada los
conflictos y mediar en ellos.
Sin embargo, estos organismos han sido tan inútiles como costosos en su misión.
La ONU y la OEA, han sido pobres en sus resultados en los incontables
enfrentamientos, en los que han intervenido en memorables episodios de
violencia, exterminio y flagrante violación de los derechos humanos.
El panorama desolador por las dictaduras que azotan las libertades de
venezolanos y nicaragüenses, para no hablar de Irak, Siria o de la ya larga
situación guerrerista de Israel y Palestina, entre muchos, son una palpable
demostración de la incapacidad de estos organismos para tutelar, efectivamente,
derechos y libertades connaturales a los pueblos, las naciones y los ciudadanos
del mundo, bajo regímenes democráticos.
Me haría interminable si las evocaciones y los recuerdos se me impusieran en
este relato, y desviara al lector del tema esencial de este modesto escrito. Baste
con recomendar en lo que a Colombia concierne, la lectura atenta de libros
esenciales sobre la Guerra de los Mil Días, como el de Gonzalo Paris Lozano,
para asimilar y entender cabalmente, lo que ocurrió, en esa cruenta conflagración
en la que participaron algunos de nuestros valientes y heroicos antepasados, y
que tuvo episodios emblemáticos, como el asesinato de Tulio Varón en las calles
de Ibagué, estremeciendo de dolor la apacible ciudad de entonces y la respetable
sociedad de su tiempo.
Casi cincuenta años más tarde, el nuevo ciclo de terrible violencia arranco con el
asesinato del caudillo popular Jorge Eliecer Gaitán, el que dio lugar a una
explosión de ira popular incontenible y a la destrucción y ruina de Bogotá nuestra
capital de la Republica. Nuestra generación a la que perteneció Víctor Prado
Delgado tuvo que vivir atónita y perpleja las secuelas de ese doloroso periodo de
la vida nacional. En el maravilloso estudio sobre ese periodo histórico, elaborado
con paciencia y calidad investigativa por Monseñor German Guzmán Campos y
Orlando Fals Borda, está la clave para que los jóvenes de ahora entiendan la
verdad de todo lo que allí sucedió. Desde niños, comenzamos a ser testigos
asombrados del impacto sobre la vida, bienes y libertades de los colombianos, por
cuenta de ese violento enfrentamiento entre liberales y conservadores, que en el
Tolima tuvo uno de los más crueles y sangrientos escenarios.
Ejemplo dramático, en relación con el periodismo libre, fue el infame asesinato,
por razones de odio político, de Héctor Echeverry Cárdenas, fundador y director
del único diario liberal de nuestra región, en aquella época TRIBUNA. En la
carrera cuarta con calle doce fue abatido el valeroso periodista, y su crimen quedo
en total impunidad. En el ámbito nacional, la Junta Militar de gobierno, después del
derrocamiento de Rojas Pinilla el 10 de Mayo de 1957, abrió una luz de
entendimiento entre las dos colectividades históricas, el liberalismo y el
conservatismo que desemboco en el plebiscito de ese mismo año. Vino así un
fugaz apaciguamiento de la violencia, gracias a las instituciones y acuerdos del
Frente Nacional, como la paridad en todas las instituciones del estado y la
alternación de los dos partidos en la Presidencia de la Republica por varios
periodos. La inconformidad con este pacto político dio nacimiento a la disidencia
del Movimiento Revolucionario Liberal. (MRL), acaudillado por Alfonso López
Michelsen, y del cual hicieron parte notables intelectuales y políticos inconformes
de la época, como Indalecio Liévano Aguirre, Alvaro Uribe Rueda, Jaime Isaza
Cadavid, Juan José Turbay, Felipe Salazar Santos, Jaime Ucros Garcia, Ramiro
de la Espriella, Estanislao Posada, Saúl Pineda, Alvaro Echandia Santofimio,
Alfonso Barberena, entre otros.
Pero este acuerdo lamentablemente con la vigencia de la alternación y la paridad,
cerro el nacimiento de nuevas formas de opinión y de grupos disidentes hasta el
punto de haber tenido que lanzar la candidatura presidencial de Alfonso López
Michelsen, contra el propio pacto político vigente en la constitución, por mandato
plebiscitario
Luego más tarde por factores de evidente orden social, inconformidad política y la
absurda persecución con la fuerza pública a líderes agrarios, se ensombreció de
nuevo el panorama y la paz política lograda entre los viejos partidos se vio
alterada y surgieron nuevos factores de violencia con el nacimiento de las FARC,
bajo el mando del líder campesino Manuel Marulanda Vélez. Lo que se inició
como una rebeldía política y una explicable lucha por la tierra, se transformó
rápidamente en una confrontación armada que aún no termina, pese a los
esfuerzos del Presidente Juan Manuel Santos Calderón que concluyeron con el
llamado acuerdo de la Habana. En aquella época remota sobrevivientes de las
güerillas liberales se unieron a las nacientes FARC, contribuyendo asi a la
consolidacion de la rebeldía armada contra el estado. Obviamente la persecución
indiscriminada del gobierno contra campesinos en el sur del Tolima, por ejemplo,
intensifico y escalo este conflicto hasta niveles insospechados. Lo que fue una
represión militar contra un núcleo de campesinos inconformes, los que llamaron
repúblicas independientes, termino, en el más largo conflicto armado por mas de
cincuenta años. Por esto, pese a la constitucionalidad de los acuerdos de Paz y a
la obligatoriedad de cumplirlos, aun en contravía de los resultados del NO en el
plebiscito convocado por el propio gobierno, estamos ante el desolador panorama
del accionar criminal de diferentes grupos armados, aliados casi todos con el
narcotráfico y la delincuencia común ensombreciendo el horizonte de Paz
verdadera como anhelo común de todos los colombianos.
.

Con los actores de ese ciclo de violencia de los años 60 al que nos hemos venido
refiriendo, se encontró Víctor Prado Delgado, en su iniciación en el periodismo, a
nuestro lado, en el único diario escrito de entonces el Tolima, EL CRONISTA, del
cual tuve la fortuna de ser Subdirector y Director por varios años, gracias a la
generosidad y la confianza de sus propietarios encabezados por Rafael Parga
Cortes, Rafael Caicedo Espinosa y Pablo Casas Santofimio. Allí llego Víctor un
dia, a la antañosa casona que había sido hogar del médico Plinio Rengifo
Montealegre, padre del exalcalde de Ibagué Jaime Rengifo Pardo, donde
funcionaba la redacción de nuestro periódico.
En otra vieja casa en frente, propiedad de mis parientes Casas Santofimio,
operaban los talleres donde se editaba el diario. A mi oficina, llego ilusionado
Víctor Prado Delgado. Traía como patrimonio su entusiasmo juvenil, una
recomendación del Exgobernador Caicedo Espinosa, una cámara de fotografía y
un equipaje de sueños.
Había salido del colegio y tenía la ambición admirable, la noble obsesión, digo yo,
de convertirse en corresponsal viajero de nuestro diario por los escenarios
abiertos del Norte del Tolima, y luego, por el resto del Departamento, que aún
vivía en pleno gobierno del Presidente Guillermo León Valencia, todos los dolores
y desgarramientos de la VIOLENCIA, así con mayúscula como entonces se le
calificaba, que había arrancado con el asesinato de Gaitán en 1948 y que
amenaza con intensificarse con la presencia creciente del movimiento de las
Farc.
Sin experiencia, explicable por su corta edad, sin haber pasado por escuela
alguna de periodismo, pero con ganas y fervor admirables, Víctor me convenció de
darle la alternativa, de apoyarlo e incorporarlo al grupo de redactores de nuestro
diario. Así nació una amistad cercana y leal entre los dos, y así comenzó su
hazaña de periodista empírico y de autodidacta tozudo nuestro amigo, la que solo
concluyo con el fatal y doloroso imperio de su muerte.
Entusiasta , creativo, con una prodigiosa imaginación de novelista para agigantar,
enriquecer y hacer más atractivos a la curiosidad creciente de los lectores, los
episodios violentos que cubría, con afán, y dedicación, Víctor Prado Delgado, fue
ganando prestigio y acogida en el mundo de las comunicaciones, sus reportajes y
crónicas, trascendieron el medio local, y lograron evidente conocimiento nacional.
Acompañó al Coronel Matallana en varias operaciones militares, como testigo
acucioso y se internó, varias veces en zonas de peligro, buscando, afanosamente
la noticia, o las fuentes escondidas en la penumbra para sus famosas crónicas y
publicaciones sobre la Violencia de la época. Incursionó posteriormente en la
radio, en Ecos del Combeima y fue miembro fundador y muy activo, de varias
asociaciones gremiales del periodismo en el Tolima y siempre alimentó y gestionó
el progreso y el bienestar de Alvarado, su solar nativo.
Trabajó también conmigo, en la oficina de Prensa de la Cámara de
Representantes, cubriendo con destreza y agilidad el trabajo legislativo en una
época crucial de la vida nacional. Fundó la Revista Tolima 82, en cuya colección
está gran parte del testimonio gráfico y escrito de las grandes movilizaciones
populares de mi primera campaña presidencial.
Luego continúo su travesía periodística con la Revista Correo Colombiano,
registrando ampliamente el acontecer político social y administrativo de nuestro
Departamento. Por todo esto, siempre habré de sentirme orgulloso de haber
impulsado el juvenil entusiasmo de este hijo dilecto del Tolima, en aquel tiempo
lejano para entrar en el complejo y riesgoso mundo del periodismo, sembrado
entonces como ahora de asechanzas y temores, por la acción intrépida de los
agentes de la violencia y el terrorismo de todos los pelambres. Al escribir estas
palabras, experimento, una honda satisfacción por haberle dado la oportunidad a
este amigo de tantos años y de tantas jornadas compartidas, de realizar su sueño
juvenil de vida en el periodismo, y de haberlo tenido como compañero solidario en
la fragorosa lucha política.
Víctor Prado Delgado deja una huella limpia de su enorme esfuerzo. Ejerció
devotamente su tarea periodística por largas décadas, enfrentando peligros,
estrecheces, enemistades gratuitas, envidias, ingratitudes e incomprensiones al
final de su vida, padeciendo mezquindades el agitado ambiente de parroquia. Vivió
la vida intensamente, con el escudo de su laboriosidad, su tenaz batalla, su
honradez y su admirable pasión de autodidacta. Buceando en los últimos años, en
los viejos tomos de mi colección de EL CRONISTA, logró con perseverancia y
entusiasmo, recoger en varios libros suyos historias y leyendas de el Coronel
Matallana, de protagonistas del ejército y la policía, al igual que de “Sangrenegra”,”
Desquite”, “El Diablo” Agustín Bonilla y tantos otros rescatando del olvido tantos
protagonistas y episodios de la noche violenta en el Tolima
Víctor Prado Delgado vivía ufano y realizado, sintiéndose protagonista habitual en
la Feria Internacional del Libro de Bogotá, año tras año, y también por su anhelado
merecido ingreso a nuestra Academia de Historia del Tolima con un merecido
discurso de recepción por parte del Dr. Armando Gutiérrez Quintero, Ex rector de
la Universidad del Tolima y ex alcalde de Ibagué. Pocos días antes de su dolorosa
partida, en una conversación telefónica, que tuvo el tono triste de una inevitable
ceremonia del adiós, me pidió que escribiera unas palabras para el libro sobre su
vida que aspiraba a publicar. Fue el último empeño de periodista que
lamentablemente no logro terminar. Hoy cumplo complacido con el mandato del
amigo. Aquí, en estas páginas, está la sencilla crónica de su vida, a su manera,
como en la canción que en singular voz de Sinatra tanto nos gustaba oír en las
tertulias de política, música y amistad.
Él escogió, minuciosamente, el material de fotografías y textos con el cual quería
ser recordado en esta obra. Con fidelidad encomiable a su memoria, su esposa
Nory, abnegada compañera de la existencia, y sus hijos amorosos y leales,
presentan al público lector del Tolima este libro. Es el testimonio final de un
batallador insigne, de un arquitecto de su propio destino, que desde las regiones
inasibles de la eternidad, sonreirá complacido, al ver editado este libro, huella
certera de su existencia batalladora y meritoria, inmersa toda en la labor compleja
y fascinante del periodismo, el cual tanto elogia en sus textos nuestro admirado
premio Nobel Gabriel García Márquez, considerándolo como “el mejor oficio del
mundo”.

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