06 Hombres, Masculinidades y Violencia de G+®nero R. Connell

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Hombres, masculinidades

y violencia de género

Raewyn Connell

Introducción1

El desastre social provocado por la violencia reciente ocurrida en


Ciudad Juárez genera un duro cuestionamiento sobre el porqué
ha ocurrido y qué hacer ahora. Responder a estas dos pregun­tas
involucra un hecho tan familiar que a menudo es ignorado: ma­
yoritariamente los asesinatos son cometidos por hombres.
Cuando hablamos de “violencia por razones de género” usual­
mente queremos decir violencia en contra de las mujeres y niñas
por parte de hombres. Existe un amplio espectro: los golpes en el
ámbito doméstico, la violación, el abuso sexual infantil, el aco­
so disfrazado de seducción, y el asalto a trabajadoras sexuales. El
fe­minicidio es el extremo de este espectro.
Los hombres y los niños también son objeto de la “violencia de
género”, pero de diferentes maneras. La violencia pública en­tre
hombres a menudo surge de desafíos de la masculinidad o de temo­
res. Asimismo, la violencia homofóbica y los ataques a los tra­
vestis. Los cárteles de la droga, al igual que las fuerzas armadas,
utilizan la solidaridad masculina con propósitos comerciales.
¿Por qué la violencia es mayoritariamente masculina? La
psicología popular dice que los hombres son agresivos por natu­
1
Traducido por Verónica Oxman, traductora acreditada por naati Aus­
tralia (inglés/español), socióloga, consultora/asistente de investigación, Uni­
versidad Nacional de Australia (anu).

[261]
262 raewyn connell

raleza, porque la llevan programada en sus genes. Si esto fuese


cierto, la guerra sería eterna —y la vida cotidiana sería insopor­
table. Pero los hechos son diferentes: ¡la mayoría de las perso­
nas con cromosomas xy nunca llegan a matar a alguien! No son los
genes lo que nos debería preocupar.
Investigaciones internacionales demuestran la existencia de
pa­trones sociales vinculados con altos niveles de violencia de gé­
nero. El panorama es complejo, pero entre los aspectos correla­
cionados se encuentran:

1. El desprecio social de las mujeres. Las culturas patriarcales


definen a los hombres como más importantes que las mu­
jeres, y enseñan visiones estereotipadas acerca de para qué
sirven y cómo deberían comportarse las mujeres. Existen
profundas raíces históricas de misoginia en el colonialismo
y la religión, pero algunas son bastante actuales, de lo cual es
un ejemplo la pornografía.
2. La hegemonía de una forma de masculinidad que enfatiza
el poder y la dominación, y un sentido entre hombres de un
derecho a ejercer su poder sin restricción, dentro de la fami­
lia o fuera de ella.
3. Un ambiente que respalda la violencia de género. Esto in­
cluye los medios de comunicación saturados con violencia, el
apoyo entre pares a la violencia entre hombres y a la impu­
nidad frente a las acciones violentas.

Para entender y responder a la violencia social, necesitamos


entender los patrones sociales que moldean la masculinidad. Por
fortuna actualmente existe un cuerpo de investigaciones que nos
ayudan en este proceso.

Comprendiendo las masculinidades


No se trata de un cuestionamiento completamente nuevo. La for­
mación de la masculinidad en el contexto de modernización e
identidad cultural dividida en México fue tratada en el libro de
hombres, masculinidades y violencia de género 263

Octavio Paz, El laberinto de la soledad, allá por 1950. Introspec­


ciones poderosas acerca de la masculinidad y el colonialismo en
India pueden encontrarse en El enemigo íntimo, de Ashis Nan­dy
(1983), que a su vez rescata la investigación psicoanalítica eu­ro­
pea de hace cien años. Por mucho tiempo ha existido una rama
de la psicología social, principalmente en Estados Unidos, que
trata de medir la masculinidad/feminidad y el “rol masculino” por
medio de métricas realizadas con papel y lápiz.
Sin embargo, comenzando en la década de 1980, una nueva
ola de investigación social ha transformado nuestra compren­
sión del problema (Connell, 2003; Cornwall, Edström y Greig,
2011). Es­ta investigación combinaba el poder conceptual del
análisis de género feminista con técnicas mejoradas de investiga­
ción empíri­ca. Los métodos incluían entrevistas de historias de
vida, encuestas muestrales, etnografía, investigación institucio­
nal, análisis de discurso y estudios de documentos escritos y
visuales. Estas apro­ximaciones se combinaron de manera bastan­
te rápi­da para cons­truir un nuevo panorama sobre los hombres,
los niños y las construcciones sociales de la masculinidad. Para
estudios clá­sicos en América Latina véanse Fuller (1997), Vive­
ros (2002) y Olavarría (2003).
Entre los descubrimientos más importantes de estas investi­
gaciones están:

1. No existe un patrón único de masculinidad que pueda ser


encontrado en todo lugar. Las diferentes comunidades y los
diferentes periodos históricos construyen la masculinidad
de una manera diferente. En las sociedades multiculturales
hay entendimientos múltiples de la masculinidad. Lo que
significa “ser un hombre” en la vida de la clase trabajadora
es diferente al significado que se le da en la vida de la clase
media, sin mencionar entre los muy ricos y los muy pobres.
Igualmente importante es que más de un patrón de mascu­
linidad se puede encontrar en un contexto cultural dado, tal
como es un lugar de trabajo, un vecindario o un grupo de
pares.
264 raewyn connell

2. Las diferentes masculinidades no se sitúan lado a lado como


estilos de vida alternativos, más bien existen relaciones de­
finitivas entre ellas. Típicamente, algunas masculinidades
son más honoradas, más centrales, poseen mayor autoridad,
y son llamadas “masculinidad hegemónica” por investiga­
dores. Algunas masculinidades son socialmente marginali­
zadas, por ejemplo las masculinidades de grupos indígenas
en países donde los colonos o la población criolla tienen el
poder.
Algunas masculinidades son ejemplares y son usadas para
simbolizar características admirables, por ejemplo las mascu­
linidades de los héroes deportivos. La forma hegemónica
no es necesariamente la forma más común de masculinidad.
(Esto es familiar entre los grupos de pares en una escuela,
donde los jóvenes más influyentes son admirados por mu­
chos otros niños que no logran alcanzar su rendimiento.)
3. Las masculinidades existen en el nivel colectivo así como
en el individuo. ¡Las instituciones importan! Las masculini­
dades se definen colectivamente en el lugar de trabajo, co-
­mo lo ha demostrado la investigación industrial. También
son definidas en los grupos informales tales como las pan­
dillas de barrio, como se ha demostrado en la investigación
etnográfica. La investigación sociológica sobre deporte ha
mostrado cómo una masculinidad agresiva es creada orga­
nizacionalmente —por medio del patrón de competencia
en el deporte comercial, el sistema de entrenamiento, y la
pronunciada jerarquía de niveles y recompensas. Imágenes
de esta masculinidad son circuladas a gran escala por los me­
dios deportivos, aunque la realidad es que la mayoría de los
hombres no calzan con esa fantasía de masculinidad crea­
da por los medios de comunicación.
4. Las masculinidades llegan a existir debido al actuar de las
per­sonas. No están en el trasfondo de nuestra vida social, sino
que son parte de su textura creativa cotidiana. Esta re­flexión
ha arrojado nueva luz sobre el vínculo entre mas­culinidad y
crimen (Messerschmidt, 1997). Este vínculo no es el pro­duc­
hombres, masculinidades y violencia de género 265

to de un carácter masculino fijo siendo expresado a tra­vés


del crimen. Más bien una variedad de hombres, desde los
jóvenes empobrecidos de la calle hasta los hom­bres de cue­
llo y corbata en la computadora, usan el crimen como recur­so
para construir las masculinidades que desean.
5. Las masculinidades no son fijas. Desde los fisicoculturis­
tas en el gimnasio, pasando por los gerentes en una sala de
di­­rec­tores, hasta los niños en el patio de juegos de la escue­
la, requieren un gran esfuerzo en el desarrollo de sus mas­
cu­li­nidades. Las masculinidades no son patrones simples y
homogéneos, existe un alto nivel de tensión y cambio en los
patrones de género. Desde el hecho de que existen dife­
rentes masculinidades en las diferentes culturas y épocas
histó­ricas, sabemos que las masculinidades son capaces de
cam­biar. Los historiadores han dado cuenta de estos cam­
bios en el pasado, y podemos observar los cambios actuales
en las encuestas de opinión o datos muestrales, demostrando
diferencias generacionales en las actitudes de género. Di­
chos cambios hacen posible nuevas agendas para los hom­
bres, tal como se ve en la Declaración de Barcelona adop­tada
en el Congreso Iberoamericano de Masculinidades y Equi­
dad de 2011 (véase el apéndice 2).
6. Todos los patrones de masculinidad poseen un origen histó­
rico, y pueden ser refutados, transformados y remplazados.
En la vida cotidiana existe una política de género activa, que
a veces encuentra una expresión pública espectacular en
eventos de gran escala y movimientos sociales. A menudo es
localizada y limitada. Sin embargo, siempre hay un proceso
de lucha y cambio que en algunos casos se vuelve consciente
y deliberado.

Los resultados de esta investigación son relevantes para mu­


chos ámbitos sociales, como es por ejemplo la lucha para con­
trolar el vih/Sida (Mane y Aggleton, 2001). Tenemos que ser
conscientes al “aplicar” estos hallazgos. El vínculo entre la inves­
tigación social y la acción social no es como el vínculo entre la
266 raewyn connell

física y la ingeniería. La investigación social destaca situaciones,


no produce de manera mecánica una “mejor práctica” aplicable de
forma universal. En el apéndice 1 se encuentran listados algunos
sitios de internet de movimientos sociales que están trabajando
los temas de los hombres y las masculinidades.

Masculinidades y globalización

Actualmente uno de los problemas clave es cómo se constru­


yen las masculinidades en el contexto de la globalización neoli­
be­ral contemporánea. No podemos entender esto simplemente
escalando una imagen de masculinidad producida por medio
de es­tu­dios locales focalizados. El estilo antiguo de investigación
et­no­gráfica dependía de la existencia de una cultura de pequeña
escala vinculada por la tradición. Pero una sociedad colonizada,
co­mo enfatizaba hace medio siglo el sociólogo francés Georges
Balandier (1955), es una sociedad en crisis. Asimismo, en una so­
­ciedad neocolonial, o en una sociedad devastada por la guerra civil
o por la intervención militar, o por los programas neolibera­les de
ajuste estructural, o en una ciudad marcada por la pobreza ma­
siva y la migración, puede que no se encuentren normas estable­
cidas. Esto es lo que Néstor García Canclini (2001) dice acer­ca
de la ciudad de México, lo cual hay que tener en mente respecto
a Ciudad Juárez.
Donde no existe un orden de género coherente, hombres y
mujeres improvisan sus arreglos y prácticas de género, y necesi­
tamos nuevas ideas sobre cómo esto ocurre, a través de qué tipo
de brechas y bajo qué tipos de tensiones. El argumento de Mar­
grethe Silberschmidt (2004) sobre la sexualidad masculina, la
violencia y el vih/Sida en África del este es un ejemplo excelen­
te. Este estudio presenta un orden de género interrumpido por el
colonialismo y el neocolonialismo, en el cual los hombres común­
mente creen que deberían ser los jefes de hogar pero usualmente
no tienen los recursos económicos para lograrlo. La masculinidad
está en cuestionamiento al nivel más existencial, y las respuestas
hombres, masculinidades y violencia de género 267

de los hombres a esta interrupción a menudo son acciones que


aumentan marcadamente el riesgo de las mujeres a ser infectadas
con el vih.
Esta situación posee otra cara. El mundo de programas de ajus­
te estructural e intervenciones militares es también un mundo de
poderes organizados. Las corporaciones transnacionales, los mer­
cados de capital global, las agencias multinacionales, las fuerzas
de seguridad de las potencias mundiales y los medios interna­
cionales de comunicación, son aspectos clave del mundo en que
vivimos.
Este sistema recientemente expandido de instituciones trans­
nacionales posee una diferencia con base en el género —de he­
cho, es fuertemente diferenciada en este sentido. Entre la evidencia
de esto encontramos: las fuerzas de trabajo de corpora­ciones se­­
gregadas por género, por ejemplo en las zonas de procesamiento
para la exportación; la dominación casi total de los hombres en
los altos niveles gerenciales de corporaciones transna­cionales, el
control militar, el comercio de armas y las organizacio­nes inter­
nacionales tales como el Banco Mundial; la masculinización del
patio de operaciones bursátiles del capital y los medios de comuni­
­cación de negocios; la sexualización de las mujeres en los me­dios
masivos globales; la internacionalización del comercio sexual; la
segregación de género en la industria deportiva internacional. (Evi­
dencia de todo esto se encuentra como resumen en Connell, 2009.)
Estas instituciones no son la reproducción exacta de los patro­
nes de género que existían anteriormente en cualquier lugar. En
un estudio de las subjetividades masculinas en las “guerras del
agua” de Cochabamba, Bolivia, Nina Laurie (2005) enfatiza que
los proyectos de globalización neoliberal se encuentran incom­
pletos y pueden ser refutados. Existe la capacidad de que aparez­
can nuevas identidades masculinas (y femeninas), y las antiguas
identidades pueden ser reelaboradas.
En el centro de la globalización neoliberal se encuentra un gru­
po particular de hombres: los gerentes y financistas corporativos
del primer mundo. Junto a los gerentes de compañías industria­
les están los gerentes bancarios, de las corporaciones financieras
268 raewyn connell

de otros tipos y de las instituciones semigubernamentales que


representan a la “comunidad bancaria” en la arena internacional,
tales como el fmi y el Banco Mundial. Los altos niveles en la to­
ma de decisiones de las corporaciones angloamericanas son fuer­
temente masculinizados. Un número pequeño de mujeres llegan
a la gerencia, pero sólo “gerenciando como un hombre” (Wajc-
man, 1999). En los niveles más altos existe en la práctica un mo­
­nopolio de género. En 2007, por ejemplo, entre las corporaciones
consideradas por el ranking de la revista Fortune, “500 Global”,
98 por ciento de los directores ejecutivos eran hombres. Quienes
poseen las más grandes fortunas individuales en el mundo y son
activos comerciantes en el mercado internacional de capitales,
son asimismo casi todos hombres.
El principal patrón institucionalizado de masculinidad entre
los gerentes en el mundo de capitales internacionales involucra un
enfoque en el logro competitivo y un cierto carácter despiadado
para conseguir sus metas personales y corporativas. Trabajar lar­
gas jornadas bajo alta presión es valorado, y de hecho en algunos
momentos es esencial. Las relaciones personales, la cultura, la
comunidad y los hijos e hijas, en general son aislados a un reino
privado y feminizado de esposas, novias y empleadas cuidado­ras.
Una cultura gerencial focalizada en el logro define el éxito en los
negocios como el bien mayor, tanto para la sociedad como para
el individuo. Algunos gerentes apoyan medidas de bienestar como
“red de seguridad” para quienes no pueden competir. Otros geren­
tes muestran desprecio por los “perdedores” de la sociedad, y por
el Estado benefactor y las instituciones públicas en general.
Las presiones institucionales para sostener la búsqueda de
utilidades, el crecimiento de los imperios corporativos y el cons­
tante control de los empleados son muy fuertes. En el mundo de
los gerentes existe poco que sugiera algún conflicto de ideas
acerca del valor de estos empleos y de esta forma de vida. La “co­
munidad de negocios” y su ideología son un sistema cerrado, sin
problemas de discrepancia significativa. Quizás en el presente la
mayor fuerza hacia el cambio ideológico sea la conciencia me­
dioambiental, pero ésta es tergiversada para ser consistente con el
hombres, masculinidades y violencia de género 269

gerencialismo, para que la expansión económica pueda continuar.


Ciertamente hay variaciones en la masculinidad gerencial. Sin
embargo, aquellos que escalan hasta la cima del mundo corpo­
rativo deben conformarse mayormente con el patrón hegemó­
ni­co de una masculinidad presionada y competitiva.
Dada tal dinámica de género, es fácil ver por qué el capitalismo
corporativo global le atribuye poca importancia a los efectos se­
cundarios locales de sus operaciones. Desde la década de 1980
hasta ahora, estos buenos ciudadanos han ejercido presión ma­
siva tras la construcción internacional de un régimen neoliberal
orientado hacia el mercado. Han impuesto la “restructuración”
sobre las economías deudoras, y han impulsado la integración de
los mercados y el libre movimiento del capital (pero no de las
per­­sonas) a nivel mundial.
Los investigadores de la masculinidad en Latinoamérica han
comentado sobre las consecuencias de género de esta restruc­
turación económica neoliberal (Viveros, 2001). Ha habido una
combinación de un desempleo intensificado, el fin de los movi­
mientos sociales integracionistas de la generación anterior, y
la concentración de la toma de decisiones en un ámbito oculto
de po­líticas y gerencia de élite.
En tales circunstancias ha sido cada vez más difícil para los
hombres de la clase trabajadora realizar sus modelos familia­
­res de masculinidad y paternidad, o de encontrar reconocimiento
en un ámbito público masculinizado, más o menos participa­­
ti­­vo. Con el recorte simultáneo de los servicios sociales, un núme­
ro creciente de mujeres tuvieron que ingresar al mercado laboral
y encontrar la manera de combinar su maternidad con el empleo
pagado. Como resultado, los balances de poder en la familia a me­
nudo se han visto cambiados.
Donde este tipo de globalización interactúa con una tradición de
género de autoridad o derecho masculino, los resultados pueden
ser peligrosos. Recurrir a la fuerza en la forma de violencia sexual
o de descuido por la seguridad de las mujeres, probablemente no
sea la primera opción para muchos hombres. Sin embargo, puede
parecer justificada como un recurso para un gran número de hom­
270 raewyn connell

bres que se sientan con derecho a los servicios u obediencia de


las mujeres, pero cuyos caminos hacia la seguridad económica, el
respeto de la comunidad y la integración social han sido cortados.
Estas situaciones, y los poderes que las producen pueden ser
cuestionados. En el caso de las drogas contra el retrovirus, la es­
trategia corporativa fue desafiada y modificada por el gobierno
de Brasil. La masculinidad gerencial puede cambiar, así como ha
cambiado en el pasado. La versión contemporánea es cierta­
mente diferente de aquella que tenía la corriente dominante de
ad­mi­nistración gerencial 50 años atrás. Pero en el mundo neo­
liberal desregulado de los negocios globales actuales, las presiones
com­petitivas no están aflojando. No existen mayores señales de un
retorno a una ética de los acuerdos de clase y ayuda para el de­sa­
­rrollo que existía en las clases dominantes de los países ricos an­tes
de la década de 1980.

Sobre violencia y cambio

La existencia de una conexión entre la masculinidad y la vio­lencia


ha sido evidente por largo tiempo. Ha habido esfuerzos cre­cientes
por entender esta conexión y hacer algo al respecto (Olavarría,
2001; Ferguson et al., 2004).
La idea de que los niños y los hombres están naturalmente pro­
pensos a la violencia, la toma de riesgos y el sexo coercitivo, se
encuentra ampliamente generalizada en los medios masivos y en
la ideología popular. En realidad no existe evidencia científica
que sustente esta creencia, y la literatura que la apoya es entera­
mente especulativa. Nadie ha descubierto un gen de la violación
sexual. Nadie lo hará: tal cosa no existe. La relación entre los cuer­
pos humanos y las realidades sociales de sexualidad y género no
responden a causas tan simples.
A pesar de que la mayoría de las personas que actúan con vio­
lencia son hombres, la mayoría de los hombres no son violentos.
La mayoría de los hombres no viola, mata o golpea a las perso­
nas. La diferenciación de las masculinidades es aquí un asunto
hombres, masculinidades y violencia de género 271

básico. No obstante, cuando actos violentos son llevados a cabo


por una minoría de hombres, a menudo estos actos derivan de
ideologías y prácticas de género que están extensamente difun­
didas. La coerción en el matrimonio, por ejemplo, está amplia­
mente legitimada por doctrinas masculinas de jefatura, o de los
deberes de una esposa para con su marido. Una encuesta realiza­da
en tres estados de India sugiere que el derecho de un esposo
para corregir o controlar a una esposa está ampliamente acep­
tado en ese país (Duvvury et al., 2002). Investigaciones llevadas
a cabo en Colombia, donde la violencia social ha sido extrema
para una generación completa, demuestran una suerte de naturali­
zación de la violencia en las imaginaciones de los hombres jó­venes
(Serrano, 2004). Este punto es muy relevante para la experiencia
de Ciudad Juárez.
Los hombres y los niños son objeto de violencia, tanto como
perpetradores. Las estadísticas oficiales de Australia muestran a
los hombres como los principales perpetradores de asaltos graves,
pero también como 90 por ciento de las víctimas. Los hombres
representan aproximadamente 94 por ciento de los reclusos en
las prisiones australianas (estando los hombres indígenas escan­
dalosamente sobrerrepresentados). Un meticuloso estudio en Ale­
mania muestra que una gran mayoría de hombres, aun en ese
próspero y pacífico país, tienen recuerdos de episodios violentos
en su infancia y juventud, con un número sorprendente que tam­
bién los tiene de la adultez ( Jungnitz et al., 2004). En los países
en desarrollo, la violencia está comúnmente presente en las vi­-
das de los hombres jóvenes y presenta un peligro significativo para
la vida y la salud (Barker, 2005).
Por lo tanto, los hombres son más susceptibles a estar habi­
tuados a la violencia que las mujeres. El reclutamiento para la
violencia puede iniciarse temprano, con la masiva popularidad
social de algunas formas de deporte en las cuales, como evoca­
tivamente afirma el sociólogo estadounidense Michael Messner
(2007), “los cuerpos son armas”. En las transmisiones televisi­
vas de deportes comerciales, que tienen una gran audiencia en­
tre los hombres y jóvenes pobres, este excitante espectáculo de
272 raewyn connell

cuer­pos triunfando sobre otros cuerpos por medio de la fuerza,


habilidad y determinación es vista con admiración a escala glo­
bal. Las películas de “acción” —las que muestran la violencia en
forma glamorosa— son una industria global, que abiertamente
tienen por objetivo demográfico a los niños y los hombres jóvenes.
Detrás de este espectáculo encontramos un sistema altamente
masculinizado de coerción. Esto incluye a los militares, los sis­­
te­mas policial y carcelario, los servicios de control fronterizo, los
aparatos de inteligencia, las fuerzas de seguridad privadas, y
los armamentos e industrias relacionadas, con sus fuerzas de tra­­ba­
jo asociadas a la investigación, manufactura y mercadotecnia. Las
fuerzas militares oficiales suman un total de 20 millones de per­
sonas a nivel mundial. La investigación sobre prácticas e identi­
dades de género asociadas con el entrenamiento militar muestra
un patrón generalizado de ideología de género conservadora, cosa
que no sorprenderá a nadie. En algunas partes del mundo, la po­
licía y la fuerza militar se han visto afectadas por las reglas de la
igualdad de oportunidades en el empleo y el reclutamiento de
mujeres. Los efectos de esta igualdad de oportunidades en el em­
pleo son aún marginales en el sector público, y casi indetectables
en el sector privado.
Nuevamente, tras esto se encuentra una violencia estructural
de los sistemas estatales y económicos que imponen resultados
sobre la gente pobre que nunca serían tolerados por los ricos. És­te
es un vasto campo de análisis, y sólo puedo hacer conjeturas res­
pecto del mismo citando un admirable estudio reciente so­bre los
hombres y los servicios de salud en Oaxaca (Gutmann, 2007).
La falta de financiamiento de los servicios de salud pública bajo
el régimen neoliberal actual, que favorece los servicios de salud
privados para los acomodados, ha limitado la entrega de trata­
mientos antirretrovirales a sólo una fracción de personas —mayo­
ritariamente hombres— que los requieren. Esto ha producido un
proceso de selección feroz en el cual los trabajadores de la salud
tienen que elegir entre ganadores y perdedores. Las clínicas pú­
blicas de salud sexual son prácticamente escondidas para limitar
la demanda.
hombres, masculinidades y violencia de género 273

Esto nos devuelve al patrón de poder que encontramos en la


gerencia corporativa y el Estado neoliberal. Actualmente, los es­
calafones más altos del Estado, incluyendo los militares y la po­
licía, se asemejan cada vez más a los niveles gerenciales de los
negocios. El hecho de que los patriarcados sean tan frecuentemen­
te restaurados, o re-creados después de una revolución o inde­
pendencia, es un problema crucial para las estrategias de cambio
social. En la era neoliberal nos enfrentamos a una nueva variación
de esta historia. Los patriarcados orientados al mercado son a me­
nudo reconstruidos en los periodos siguientes a la “liberalización”
o de “transición a la democracia”. No es sorprendente que luego
del término del monopolio político del pri en México hayan
emergido nuevos patrones de inequidad.
A inicios del siglo xx, el mito de la violencia revolucionaria al
menos tenía la idea de una utopía de equidad a la cual alcanzar.
A comienzos del siglo xxi esta utopía parece prácticamente muer­
ta. Es difícil ver la guerra en Congo, el conflicto civil en Colom­
bia, la lucha en Palestina, e incluso la resistencia a la presencia de
Estados Unidos en Afganistán, o al control ruso de Chechenia,
como procesos que avanzan hacia una sociedad justa, pacífica e
igualitaria. El sociólogo chileno Martín Hopenhayn (2001), en
una profunda meditación sobre el pensamiento social en la era
neoliberal, sugiere que el reduccionismo de las ambiciones por
la re­forma social, y el aflojamiento de la ambiciones utópicas para
el cambio, pueden ser ahora inevitables.
Sin embargo, como el mismo Hopenhayn plantea, no debemos
perder de vista los asuntos relativos a la pobreza. Como sugiere
el argumento anterior, no deberíamos perder de vista las fuentes
estructurales de la violencia o el rol global de los ricos y podero­
sos. Puede ser que sí necesitemos enfocarnos en la pequeña es­
cala por el momento, en cambios alcanzables, como lo hace la
mayoría del trabajo práctico en torno a la masculinidad y la vio­
lencia (Sideris, 2005; Ravindra et al., 2007). Pero deberíamos bus­
car reformas que puedan poner en movimiento tendencias hacia
el cambio sistémico.
274 raewyn connell

Por Ciudad Juárez

En un contexto donde los mensajes culturales sobre la mascu­


linidad enfatizan el autoritarismo y el poder, pero donde ha
habi­do un revuelco en el orden de género debido a la migración,
cambios económicos o por las luchas de las mujeres, la violencia
puede emerger como un medio activo de construcción de la mas­
culinidad. Se convierte en una forma de forjar una vida como
hombre, para alcanzar poder, para imponer la dureza de la mente
y el cuerpo —y, a veces, para ganarse la vida. Ésta, ciertamen­
te, es una forma estrecha y tóxica de masculinidad. Pero puede
dominar otras maneras de ser hombre.
¿Qué pone en movimiento esta estrategia de masculinidad? La
aflicción social, el trastorno cultural y la necesidad económica
están entre los factores correlativos con la violencia de género.
Éstos afectan igualmente la oferta de asesinos que la vulnerabi­
lidad de sus objetivos.
Para Ciudad Juárez, la globalización neoliberal, en la forma
específica del tlcan (NAFTA), ha significado el auge de la eco­no­
­mía de la maquila, la afluencia a gran escala de migrantes pobres de
otras partes de México buscando empleo y una gran deman­­da
de mujeres trabajadoras en algunas de las nuevas industrias. Ha
habido desempleo entre los hombres jóvenes, un rápido creci­
miento urbano con mala infraestructura, incluyendo la falta de
transporte decente, muy pocos servicios sociales, y una policía
limitada y a menudo corrupta.
Existe también la frontera, el muro, la violencia de la policía mi­
litar de Estados Unidos, un régimen policial y carcelario que se
ha volcado hacia México, actualmente intensificado como “segu­
ridad nacional” (Homeland Security). ¡El tlcan no removió la
frontera! Al norte del muro existe enorme riqueza y deman­
da comodidad y placer, que ha llevado a una enorme expansión
del comercio sexual y de drogas. También existe un Estado pro­
hibicio­nista sosteniendo una “guerra contra las drogas”, que
combinada con la demanda masiva, hacen el comercio de drogas
insanamen­te rentable. El negocio armado del narcotráfico, tal co­
hombres, masculinidades y violencia de género 275

mo las fuerzas paramilitares en otros lugares, provee una base


orga­nizacional para la perpetuación de las masculinidades vio­
lentas.
¿Qué se puede hacer para detener el feminicidio y la violencia
vinculada al comercio de drogas? Mucho ya se está realizando,
un ejemplo son los grupos de mujeres que han quebrado el si­
lencio y denunciado la impunidad —cambiando las ecuaciones
políticas y culturales en torno a la violencia.
Si mi argumento es correcto, una parte importante de la es­
trategia debe ser trabajar acerca de cuestionamientos sobre la
masculinidad. Es importante desafiar los patrones tóxicos de mas­
culinidad que no tienen salida; ayudar a los hombres jóvenes a
encontrar mejores maneras de convertirse en hombres.
He enfatizado anteriormente que la investigación internacio­
nal provee evidencia contundente sobre que las masculinidades
y las prácticas de género de los hombres pueden cambiar. Ac­
tualmente, nuevos modelos de masculinidad están emergiendo
en la sociedad mexicana, así como en muchos otros países (véase
los sitios web listados más adelante). Éstos involucran relaciones
más igualitarias con las mujeres, mayor compromiso y cariño por
sus hijos e hijas, y un distanciamiento de la violencia. Estos pa­
trones deberían ser celebrados y apoyados. Para que estos mode­
los se extiendan, requerimos reformas sociales que permitan a los
hombres y mujeres jóvenes ganarse la vida en forma decente, fue­
ra de la cultura de explotación y violencia.
Debido a que el poder global y el cambio económico contri­
buyeron a producir la situación existente en Ciudad Juárez, la
acción global es relevante para lograr cambiarla. Los y las acti­
vistas mexicanos clamaron por apoyo internacional para detener
el feminicidio, y en eso tenían razón. El grupo de Sydney Ac­
tion for Juárez es una respuesta. Sin importar cuán lejos estemos
de sus fronteras, nos identificamos y nos importa. Pode­mos ofre­
cer solidaridad, podemos ayudar a crear presión polí­tica para el
cambio. Podemos compartir y compartimos en la cons­truc­ción
de una cultura de paz, en la cual la violencia y el miedo no tendrán
lugar.
276 raewyn connell

Apéndice 1

Algunos sitios web útiles de hombres para la igualdad de géne­


ro y el activismo:

• www.eme.cl (Masculinidades y Equidad de Género, Chile)


• www.gendes.org.mx (Género y desarrollo, México)
• www.nomas.org (National Organization of Men Against
Sexism, Estados Unidos)
• www.genderjustice.org.za (Sonke Gender Justice Network,
Sudáfrica)
• www.whiteribbon.ca/international (White Ribbon Cam­
paign)
•www.engagingmen.net (MenEngage Global Network)

Nueva revista en español de investigación en línea:

Masculinidades y Cambio Social, en http://revistashipatia.com/


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Apéndice 2

Declaración de Barcelona —#hombresporlaigualdad—


#CIME2011
Las personas que estuvieron en el cime acordaron los siguien­
tes puntos que sientan una buena base para que las diferentes
agrupaciones, colectivos, asociaciones […] de #hombresporlai­
gualdad tengan una serie de puntos de referencia y un acuerdo
[…] podríamos decir de mínimos […] para ir tirando en el mis­
mo sentido:

1. Rechazamos el ejercicio del poder patriarcal y renuncia­


mos a los privilegios que de él se derivan.
2. Denunciamos todas las formas de violencia machista hacia
las mujeres, fomentando la revisión crítica del sexismo
hombres, masculinidades y violencia de género 277

in­teriorizado y desarrollando un trabajo de sensibilización


y prevención de esta violencia entre los hombres; apos­
tan­do por la defensa de los derechos humanos y la resolu­
ción pacífica de los conflictos.
3. Asimismo rechazamos otras violencias machistas (bullying,
homofobia, transfobia).
4. Promovemos la corresponsabilidad de los hombres y los
cui­dados compartidos, con especial referencia a la responsa­
bilidad de los hombres en nuestro propio cuidado y el de
las personas dependientes y mayores, apoyando medidas
de conciliación de la vida laboral y personal.
5. Impulsamos la paternidad activa y responsable, fomen­
tando la implicación de los padres y la mejora de las habi­
li­dades para la crianza, siendo incluidos en los cursos de
preparación al parto, primeros cuidados y cuidado de la
madre. En este sentido, reivindicamos que los permisos
de maternidad y de paternidad sean iguales, intransferi­
bles y pagados a car­go de la Seguridad Social a 100 por
ciento del salario.
6. Apostamos por la coeducación en la comunidad educa­
tiva para transmitir valores que ayuden a crecer, también
a los chicos, como agentes activos de igualdad. Esto ha de
servir para prevenir el abandono escolar, las conductas
dis­ruptivas, el maltrato entre el alumnado y las actitudes
machistas que acaban perjudicando la formación de la
población adolescente.
7. Apostamos por un lenguaje igualitario, que no represen­
te ni sostenga el modelo de dominación sexista.
8. Defendemos las cuotas paritarias y de presencia de muje­res
y hombres, tanto en los cargos de responsabilidad públi­
ca y empresarial, como en las tareas de cuidado y ense­
ñanza.
9. Reconocemos las diferentes formas de ser hombre, así co­mo
los derechos cívicos y humanos de las distintas expresiones
de la sexualidad, superando la patologización, la homofo­
bia y la transfobia.
278 raewyn connell

10. Revisamos las expresiones de nuestra sexualidad basadas


en el dominio, para disfrutar de una sexualidad libre, res­
petuosa y consentida. Nos manifestamos, por consiguien­
te, en contra de la trata de seres humanos vinculada a la
prostitución y a la explotación sexual de menores.
11. Propiciamos la mejora de la salud física y emocional de
los hombres, visibilizando los costos de las formas dañi­
nas de ser hombre, que reducen nuestra esperanza y calidad
de vida, además de generar graves problemas de salud pú­
­blica.

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