Principios de La Obra en Nariño

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PRINCIPIOS DE LA OBRA EN NARIÑO

Los esfuerzos preliminares de la Obra Evangélica en el de-

partamento de Nariño revisten el carácter de una verdadera ha-

zaña llevada a cabo por un puñado de hombres decididos que

desafiaron valerosamente las furias de un fanatismo tan recal-

citrante como dócil al dominio clerical. El pueblo nariñense se

mostró siempre apegado a las tradiciones y normas del tipo

español, habiendo llegado al extremo — como es sabido — , de le-

vantarse en armas contra el movimiento revolucionario de la in-

dependencia, porque preferían defender, como ellos decían, su

"fidelidad al rey." Sabido es también que aún después de dos

años largos del triunfo patriota en Boyacá, Pasto y sus territo-

rios continuaron luchando violentamente contra las fuerzas re-

publicanas en forma tal que un día Bolívar exclamó : "Estos pas-

tusos me están quitando el sueño." La victoria ganada por el

Libertador en Bomboná obligó de mala gana a los empecinados

realistas a aceptar la libertad; y aún después de eso, el astuto

guerrillero indio Agustín Agualongo hizo pasar muy malos ra-

tos a los más veteranos generales de la república.

Aunque al fin quedó todo el Sur incorporado al territorio

patrio, aquella prodigiosa tierra nariñense continuó aislada del

resto de la república por falta de vías de comunicación, pues so-

lamente en el año 1930 vino a ponerse al servicio una estrecha y

casi improvisada can*etera que une a Pasto con la capital del

Cauca. Así, por muchos años permaneció encerrada en su cerco

de ásperas montañas y grandes extensiones, reacia a toda in-

fluencia que fuera a perturbar el rancio tradicionalismo de aquel


pueblo lleno de prejuicios y dominado por la casta clerical, que

al amparo de las circunstancias medraba cómodamente como en

los lejanos tiempos medioevales.

No es de extrañar que en tales condiciones los heraldos del

Evangelio hubieran encontrado la más cerrada oposición. Sólo

el amor de Dios y el poder de Aquel que dijo "No se turbe vues-

tro corazón ni tenga miedo ..." pudo haber dado suficiente au-

dacia y perseverancia a aquellos que llevaron hace ya largo tiem-

po a esas tierras las primeras luces de la verdad.

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Por una especial providencia del Señor fué un hijo de la mis-

ma comarca el que tuvo el privilegio de iniciar allá la "buena ba-

talla de la fe", hace ya casi cuarenta años, en calidad de col-

portor de las Sociedades Bíblicas y predicador de la Palabra.

SEGUNDO PAZMIÑO nació en el municipio de Linares en

1890, y a muy temprana edad fué llevado por sus padres a la ve-

cina república del Ecuador. En su juventud ingresó a la Es-

cuela Militar de aquel país y obtuvo el grado de suboficial, pa-

sando después a la Escuela Naval, siguió por algunos años en

tales actividades hasta que uno de los frecuentes trastornos po-

líticos le obligó a suspender su carrera. Fué entonces, hallán-


dose en la ciudad de Quito, cuando el Señor le llamó a Su servi-

cio, y cambió para siempre la espada de acero por aquella de dos

filos, más gloriosa y resplandeciente, que es la Palabra de Dios.

Pasado un tiempo, la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera

j le confió el cargo de colportor, comenzando en seguida a via-

jar por varias provincias ecuatorianas, algunas de ellas muy

fanáticas, como Loja y El Azuay, donde el joven siervo de Dios

aprendió prácticamente su curso de apostolado, habiendo tenido

que sufrir incontables atropellos y persecuciones.

En 1917 hizo su primera visita al departamento de Nariño,

habiendo penetrado hasta la simpática población de Samaniego,

en donde contaba con algunos amigos y familiares, pero dedican-

do más tiempo a la circulación de las Escrituras en la región de

la frontera. Disfrazado de campesino, llevaba los sagrados li-

bros bajo "el poncho", ofreciéndolos cautelosamente en algunas

casas de los pueblos y en los caminos, habiendo logrado vender

cerca de mil ejemplares en cuarenta y cinco días, sin que hubie-

ra tenido que soportar mayores dificultades por las precaucio-

nes tomadas.

Dos años más tarde hizo su segundo viaje, y en esta ocasión

resolvió enfrentarse al enemigo abiertamente, ofreciendo la Pa-

labra de Dios en todas partes, y confiando en el Señor que ha-

bría de cuidarle. En Ipiales comenzó la venta pública de Biblias

en un día sábado, cuando las gentes de todos los pueblos vecinos

se aglomeran para hacer sus negocios en el mercado semanal.

Todo marchó bien al principio, muchos libros se vendieron y

grupos numerosos de personas escuchaban con interés el desco-


nocido mensaje del Evangelio, pero no tardó en presentarse la

primera dificultad. Vinieron unos cuantos agentes de policía,

se apoderaron de las Biblias y condujeron prisionero al colportor

Pazmiño ; pero éste no se dió por vencido, apeló al gobernador, y

él — aunque el hecho parecía bastante extraño — ordenó inme-

diatamente ponerlo en libertad y darle plenas garantías ! Tal éxi-

to dió más valor a Pazmiño, aunque enardeció más los ánimos

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Sr. Segundo Pazmiño

de los adversarios, quienes no admitían que un evangélico pu-

diera gozar de derecho alguno en esa tierra.

Aprovechando el interés despertado por las labores de

Pazmiño, vino desde la ciudad fronteriza de Tuloán el misione-

ro Herbert Johnston, de la Alianza Cristiana, para dar algunas

conferencias en Ipiales, las cuales fueron bastante concurridas.

Aún en medio de aquel ambiente adverso, no faltaban gentes an-

siosas de conocer las enseñanzas de la Escritura y deseaban sa-

cudir el yugo de una iglesia tan desacreditada como temida. Pe-

ro los ímpetus inquisitoriales no podían contenerse por más tiem-


po, y fué así como en convenio con las autoi'idades locales, se le-

vantó el escándalo más grande para "expulsar a los herejes", y

mientras una muchedumbre de varios miles de personas vocife-

raban toda clase de insultos, al mismo tiempo que gritaban vi-

vas a la Virgen, fué sacado de la población el Rdo. Johnston y

enviado más allá de la frontera, como extranjero indeseable.

Pazmiño, sin embargo, continuó su jira hacia el interior visitan-

do varias poblaciones y dedicando más tiempo a Samaniego, en

donde ya había varios simpatizantes del Evangelio. Los violen-

tos sermones del pán-oco no hicieron sino aumentar la curiosi-

dad de la gente por aquellos libros prohibidos, de tal manera que

aumentó la venta considerablemente y hasta se organizó un pe-

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queño depósito de literatura para atender a las crecientes de-

mandas en Samaniego y los alrededores. En este viaje visitó

el activo colportor no solamente las poblaciones de la hoya del

Guáitara, sino aún los campos más remotos, llevando la Palabra

hasta los últimos rincones de las montañas occidentales; y des-

pués de una visita a la ciudad de Pasto, volvió al Ecuador.

Dios bendijo los esfuerzos de Su siervo. Varios grupos de

creyentes esparcidos en todos aquellos campos son vivo testimo-

nio de que la Palabra del Señor siempre da fruto. En Sarna-


niego sostuvo la Alianza Cristiana por varios años un salón de

predicación en donde dos señoritas misioneras trabajaron abne-

gadamente, pero al fin hubo que suspender las labores como con-

secuencia de la ola de violencia de 1948 en adelante. En La Lla-

nada y La Cocha, dos veredas de la misma región, continúan sin

embargo con creciente actividad dos congregaciones dirigidas

por los "Hermanos Unidos" con sede en la ciudad de Pasto.

Pazmiño no tardó mucho tiempo en emprender de nuevo aquel

largo y penoso viaje por los solitarios y barrialosos caminos de

ese tiempo cuando se gastaban por lo menos 8 días entre Quito

y Pasto. En esta ocasión (marzo, 1921) el cónsul colombiano

en Tulcán trató por todos los medios de impedir la entrada de

más Biblias al país, pero en vista de las razones dadas por Paz-

miño tuvo que ceder, no sin antes dirigir una nota al Director

de la Aduana en Ipiales, quien decomisó los libros y los tuvo por

tres meses en su poder hasta que una orden de Bogotá lo obligó

a entregarlos nuevamente.

Vivía por aquel tiempo en la ciudad de Ipiales un cura de

apellido Cabrera, tan escuálido de carnes como violento de ca-

rácter, del cual se hablaban muchas consejas, entre ellas que en

cierta ocasión había amarrado al mismo diablo contra un poste

del convento y le había propinado una tunda soberana utilizan-

do para ello nada menos que la cadena del rosario ! Un día halló

a Pazmiño vendiendo sus Biblias en una calle de la ciudad y ar-

mó en seguida el escándalo mayúsculo lanzando gritos y maldi-

ciones contra la distribución de las Escrituras. Su desespera-

ción llegó al máximo grado cuando Pazmiño comenzó a replicar-

le con razones claras y citas de la Biblia, sin mostrar la más re-


mota idea de sometimiento. La discusión siguió por un largo

rato mientras crecía la muchedumbre ansiosa de presenciar el

espectáculo. El clérigo gesticulaba frenéticamente, sus manos

temblaban sin descanso, comenzó a tartamudear y al fin no pu-

do seguir hablando. Una mujer vino corriendo con un vaso de

agua, pero él lo rechazó. Pazmiño aprovechó el forzoso silencio

de su contendor para dirigir a la sorprendida multitud un breve

mensaje de lo que el Evangelio significa para la salvación del

pueblo. Pero aún no había terminado cuando llegaron unos

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cuantos sacristanes y otros cercanos dependiéntes de la iglesia,

que cayeron furiosamente para vengarse de aquél que haciendo

uso de su derecho se había atrevido a contradecir una voz que

supersticiosamente se consideraba como irrefutable. Con todo,

no faltaron amigos que se dispusieron a defender al perseguido,

y haciéndole entrar en una casa, le libraron de mayores atro-

pellos.

En enero del año siguiente volvió a Nariño. Era el cuarto

viaje misionero de este obrero del Señor. En esta ocasión vino

acompañado del Sr. José Siciliani, representante de la S.B.B.

en el Ecuador, y el objeto principal era trabajar ampliamente en

la ciudad de Pasto, en donde todavía no se había emprendido una


labor seria, debido a las dificultades que presentaba. La venta

de libros comenzó con singular éxito en la "ciudad teológica";

pero el jefe de policía encontró en esta vez otro camino para

estorbar la obra evangelística, pues valiéndose de pretextos ar-

bitrarios ordenó la expulsión del Sr. Siciliani, por ser de origen

extranjero. Este salió a Tulcán en donde se proveyó de cuanto

papel, documento, firma y sello fuera necesario, y volvió a Pasto

al cabo de onc« días. Pero el fanático funcionario, aunque sa-

bía que estaba obrando ilegalmente, ordenó de nuevo la expul-

sión ; y Siciliani tuvo que regresar al Ecuador, sin esperanza por

lo pronto de volver a Colombia. Conviene apuntar aquí que el

Sr. Siciliani es en la actualidad el Sub-agente de las Sociedades

Bíblicas con sede en Bogotá, en donde ha permanecido ya por

largos años.

Pazmiño por su parte, continuó enfrentándose a las circuns-

tancias cada día más difíciles debido a la campaña agresiva de

los púlpitos. En una corta visita al pueblo de La Unión, situado

al Norte, vendió 700 ejemplares del sagrado libro y tuvo repeti-

das oportunidades de hablar del Evangelio a las gentes que por

lo general le trataron con respeto y consideración. A pesar de

esto, un reducido grupo de individuos mal aconsejados, le ataca-

ron cierto día con clara intención de asesinarle. Uno de ellos le

asestó dos terribles garrotazos y cayeron en seguida los demás

para continuar la obra, empero el alevoso acto despertó la indig-

nación entre las demás gentes del lugar, quienes acudieron pre-

surosas a impedir el crimen.

Al volver a Pasto, le esperaba la experiencia más dura de su


ministerio en aquel departamento. Una noche, al pasar por la

entonces denominada "Calle Angosta", un grupo de seis a ocho

criminales le atacaron a piedra y palo, causándole numerosas he-

ridas y contusiones. Cuando le consideraron muerto le arroja-

ron a una acequia de agua y emprendieron la retirada. Por de-

signio de Dios, un niño descubrió lo que podría haber sido un

cadáver y dió aviso a otras personas que vinieron a rescatarle.

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Tardó largo tiempo en restablecerse por completo. Un periódi-

co que se publicaba por aquellos días con el nombre de "Orienta-

ción Liberal" dió información bastante completa del atentado y

declaró los nombres de los criminales, varios de los cuales per-

tenecían a una organización que se denominaba "Sociedad Popu-

lar Católica".

Oportuno es informar aquí que en la misma calle donde su-

frió aquel ataque el colportor Pazmiño se encuentra ahora el Sa-

lón Evangélico de la Alianza Cristiana, el cual inició hace poco

tiempK) sus labores y ya cuenta con muy buen número de asis-

tentes.

El cobarde atropello que puso en tan serio peligro su vida,

no mermó el celo ni la actividad evangelística del esforzado sier-


vo del Señor, pues con más empeño siguió trabajando para la

gloria de Cristo, quien le había tenido por digno de sufrir al ser-

vicio de Su causa. Con todo, las pruebas no habían terminado.

En Samaniego fué objeto de una fulminante campaña empren-

dida contra él por un cura alemán de apellido Kleinschmidt,

quien ocupaba entonces la parroquia. Pazmiño, sabiendo que el

sacerdote hablaba tanto desde el púlpito contra las doctrinas de

la Biblia, le envió una nota invitándole a una discusión pública,

fijando para ello fecha y hora determinadas. Llegada la hora,

no fué el cura alemán quien se presentara, sino un grupo de per-

sonas armadas, quienes una vez más intentaron dar muerte al

defensor de la verdad. En esta ocasión fueron las autoridades

del lugar quienes tomaron su defensa y le libraron de la muerte.

Poco tiempo más tarde, hallándose en Ipiales, fué nuevamente

encarcelado y permaneció por 42 días privado de la libertad, en

compañía de su cuñado Alfonso Insuasti, quien también ejercía

labores de colportaje.

Por fin en enero de 1924 emprendió viaje hacia los departa-

mentos del Norte, después de haber trabajado por varios años en

su propia tierra nariñense y haber logrado la venta de más de

10.000 ejemplares del Sagrado Libro, con lo cual abrió el campo

para la predicación futura y dejó echadas las bases para un tra-

bajo permanente. En Popayán vendió en pocas semanas una

gran cantidad de Biblias; lo mismo en Cali donde en cinco me-

ses los ejemplares vendidos alcanzaron la cifra de 6.043. En los

treinta años subsiguientes, Pazmiño ha colaborado en varios lu-

gares del Cauca, Valle y Caldas; alternando a veces el pastora-

do con trabajos particulares. Por los años de 1931 colaboró con


otros pastores en la formación de la llamada Iglesia Evangélica

Nacional, cuya base principal se hallaba en la región de Helve-

cia, Caldas. Durante estos últimos años se ha establecido en Ca-

li, unido a una de las iglesias bautistas de esa ciudad.

HERBERT JOHNSTON, el misionero que había sido ante-

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riormente expulsado de Ipiales vino de Quito en el año 1923 pa-

ra establecer su residencia en la ciudad fronteriza de Tulcán.

Pocas semanas habían transcurrido desde su llegada cuando un

fuerte terremoto conmovió la población y averió la mayor parte

de las casas. Esto dió motivo a buscar refugio en la vecina ciu-

dad de Ipiales, en donde sin mucha dificultad consiguió una ca-

sa amplia y allí fijó su vivienda. Separó un salón para los cul-

tos y dió principio en tal forma a un trabajo permanente en ese

departamento, donde ya se podía contar con algunos pequeños

grupos de creyentes y simpatizantes. La persecución se inició

de nuevo en muy distintas maneras; desde los púlpitos los pá-

rrocos aconsejaban a los feligreses que no vendieran absoluta-

mente nada a los "herejes" so pena de caer en pecado prohibién-

doles aún tener contacto alguno, hacerles algún favor o aún diri-

girles la palabra. Claro está que tan necias restricciones no pro-

ducían efecto, de tal manera que el clero resolvió apelar a algo


más drástico, organizando una tremenda manifestación de pro-

testa en que participaron de tres a cuatro mil personas, muchas

de ellas procedentes de los pueblos vecinos, y decidieron sacar

por la fuerza al misionero y su familia, como había ocurrido años

antes. Pero esta vez sucedió algo imprevisto. El Prefecto de

la Provincia, en un gesto admirable de valor se puso al frente de

la multitud y manifestó que no permitiría ultrajes a personas

que ningún mal estaban haciendo a la ciudadanía; dando en se-

guida instrucciones a sus agentes para que hicieran respetar el

orden a toda costa. En tales circunstancias, parece que los

atacantes pensaron que lo mejor sería dejar su propósito para

tiempo más propicio. Las burlas, manifestaciones hostiles, in-

sultos, no cesaron con todo, y al cabo de algunos meses, Herberc

Johnston salió con rumbo a su patria, para ser reemplazado por

Homero Crisman, de quien nos ocupamos en seguida.

HOMERO CRISMAN misionero de la Alianza Cristiana, co-

mo el anterior, llegó a Ipiales en agosto del mismo año 1923 y

guiado por su espíritu activo y emprendedor resolvió dar impul-

so a la Obra en todos sus aspectos. Adquirió un buen lote de

terreno para cementerio evangélico; consiguió una casa apropia-

da para escuela y solicitó los servicios de una maestra a la Mi-

sión Presbiteriana que operaba en Bogotá. El Rdo. Alian envió

a la Srta. Guadalupe Avilés, quien desempeñó el cargo en Nari-

ño con eficiencia y general aprecio. Se intensificaron los viajes

misioneros por todo el territorio del departamento, incluyendo

la costa, Tumaco y Barbacoas, con sus pueblos intermedios. En

Tumaco especialmente, el mensaje fué bien recibido y pronto se

dió principio a una floreciente congregación. En todos estos


trabajos fué activamente ayudado por el obrero ecuatoriano don

Heriberto Padilla, y varios obreros laicos en los distintos luga-

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res del departamento. En Abril de 1926 se llevaron a cabo los

primeros bautismos entre ellos un conocido fotógrafo de la ciu-

dad, bien relacionado en los círculos sociales, don Teófilo Mera;

después del cual muchos otros dieron su testimonio de fe por las

aguas bautismales.

El Rdo. Crisman gozaba de gran estimación entre la gente

sensata, no sólo por su carácter naturalmente afable y jovial,

sino también por su espíritu generoso y humanitario. Antes de

entrar al ministerio del Evangelio había adquirido conocimien-

tos prácticos de Odontología, y esto le sirvió para lograr mayo-

res contactos con el pueblo, poniendo sus conocimientos y aún

las medicinas al servicio de los necesitados. Estos acudían en

número hasta de setenta y ochenta en días de mercado en solici-

tud de extracciones y tratamientos que recibían juntamente con

el testimonio del Evangelio como también tratados y porciones

de la Escritura.

En el mes de octubre del año 1926 apareció una hoja volan-

te escrita y firmada por el sacerdote Félix M. Cabrera, de quien


ya hicimos anterior referencia, y a quien las gentes miraban con

un respecto supersticioso. El intolerante sacerdote decía entre

otras cosas: "No estamos para sufrir más imposiciones de quie-

nes no podemos ni debemos tolerar". Era, pues, un nuevo inqui-

sidor llamando su gente a la violencia. Por los mismos días apa-

reció otra hoja firmada por otro sacerdote, de apellido Maya,

quien décía en uno de sus apartes: "Católicos!. . . pelead juntos

las batallas del Señor y marchad unidos al combate. Adelante!

por Jesucristo, que nos dará la victoria ! . . . Por la Santísima Vir-

gen de las Mercedes y de las Lajas, que tan propicia se ha mos-

trado. . . !" Y luego, como si los contados cristianos evangélicos

hubieran sido un ejército blindado listo a demoler la población,

termina el clérigo: "Católicos! Soldados de la Fe! Quien padece

por Jesucristo será confesor de Jesucristo! Quien tenga la di-

cha de morir por Jesucristo, será mártir de Jesucristo! Dichosa,

feliz, envidiable muerte!" Claro que todas estas hojas llevaban

el consabido estribillo de la "licencia eclesiástica", es decir, que

fueron aprobadas plenamente por el obispo, que por entonces era

el español Antonio María Pueyo de Val. Las gentes vivían en

un ambiente de inquietud y espectativa. "Pueblo chico, infierno

grande." Hombres y mujeres no hablaban de otra cos", sino de

"lo que había dicho el padre acerca de los protestantes ... y

quién sabe lo que puede pasar."

El 17 de noviembre de 1926 la congregación se reunió para

su servicio acostumbrado de oración y estudio bíblico, había una

asistencia de 30 aproximadamente. Cuando se terminó la reu-

nión y los creyentes comenzaron a salir, cayó una lluvia de pie-

dras sobre el edificio y contra las puertas, obligando a aquellos


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a encerrarse nuevamente en el salón. Eran las once y media

cuando cesaron las pedradas y los creyentes pudieron aventurar-

se a salir. Padilla y dos más, observando minuciosamente, vie-

ron a dos policías entre la multitud, pero no hacían esfuerzo al-

guno para imponer el orden. Cabe decir que el Prefecto que en

otro tiempo había dado garantías a los evangélicos ya había si-

do cambiado, como era de suponerse.

A la noche siguiente se repitió el ataque, no obstante la pro-

mesa que habían hecho las autoridades de prevenir el orden.

Más de cien furiosos individuos comenzaron a lanzar piedras

contra las puertas y ventanas, luego haciendo uso de un fonnida-

ble madero a modo de ariete, siguieron dando golpes contra la

puerta principal. Crisman y cuatro personas más procuraron re-

forzar desde adentro la puerta para que no cediera, pero fué en

vano. Al poco rato cayó hecha astillas, y la turba enloquecida

entró gritando maldiciones contra los "herejes desgraciados",

lanzando los peores insultos y al mismo tiempo dando vivas a la

iglesia católica, al papa y a la Virgen. Crisman, su familia y

sus compañeros subieron al segundo piso del edificio esperando

lo que el Señor tuviera dispuesto. La multitud se dispersó por

el patio y los salones de la planta baja rompiendo y desbaratan-


do cuanto encontraban a su paso. Luego llegaron hasta la escale-

ra. . . y allí se detuvieron sin que se pueda humanamente expli-

car por qué. Gritaron, amenazaron, rompieron más cosas, y al

fin salieron a hacer alarde de su vendalaje en las calles de la po-

blación como si se hubiera tratado de una heroica hazaña.

Crisman y su familia tuvieron que salir al día siguiente ha-

cia Tulcán mientras los ánimos se calmaran y las autoridades

se dispusieran a cumplir con su deber. El ministro presbiteria-

no Rdo. Alian, presentó el reclamo ante las autoridades nacio-

nales en Bogotá y pidió también protección al Cónsul America-

no. Telegramas iban y venían. Las autoridades de la capital

trataban de hacer justicia, pero los subalternos de Ipiales, domi-

nados como estaban por el clero, apelaban a todo subterfugio

para dejar sin valor tales órdenes. Pasados algunos días volvió

el misionero a Ipiales en medio del regocijo de muchos amigos,

pero también bajo muchas fieras amenazas de parte de sus ad-

versarios. Digno de notar es que el gobierno nacional ordenó el

inmediato traslado de una compañía del batallón Boyacá acan-

tonado en Pasto, para que protegiera al Sr. Crisman y su fami-

lia. Así, un buen número de soldados permanecieron por mu-

chos días resguardando la casa de la misión y preservando el or-

den en los servicios. Esto suscitó enérgicas protestas de parte

de muchos fanáticos intransigentes, quienes pensaban que el go-

bierno hacía mal en dar protección a los evangélicos. El Obispo

de Pasto, Pueyo de Val, publicó una hoja también, no precisa-

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mente amonestando a sus feligreses pov los atentados cometi-

dos, sino condoliéndose de que el gobierno no hubiera "ampara-

do los derechos de los católicos colombianos."

Por mucho tiempo el tópico de los protestantes fué el moti-

vo obligado de toda conversación y comentario. Hacia fines del

año un fuerte cismo sacudió todas las poblaciones de la fronte-

ra, y naturalmente, la culpa fué atribuida a la presencia de los

protestantes. Las hojas volantes se multiplicaban, algunas de

ellas cínicas e injuriosas; las autoridades locales aumentaban

constantemente sus restricciones, y ya que por la fuerza no ha-

bían podido exterminar la obra evangélica, parece que trataban

de hacerlo por medio de falsos legalismos. Pero Dios protegió

a Sus hijos en todo momento.

En agosto de 1927 salió Crisman hacia Estados Unidos por

la vía de Guayaquil, y en su reemplazo quedó el señor Heriberto

Padilla. Hacia fines del mismo año llegó el Rdo. Juan Clark,

quien atendió la obra por un tiempo, luego volvió Herbert Johns-

ton, quien permaneció hasta el año 30. Más tarde trabajaron allí

varios más nacionales y extranjeros, entre quienes debemos re-

cordar a Ricardo Perry, que actualmente es Director de la Alian-

za en Colombia, con sede en Cali ; el Rdo. Norman Tingley, quien

murió en Ipiales en el año 43 a consecuencia de una enfermedad

contraída en uno de sus viajes evangelísticos. Entre los obre-

ros nacionales deben mencionarse los señores Isauro Prieto,

quien actualmente ocupa el cargo de profesor del Colegio Ame-


ricano de Cali ; Eduardo Acevedo, que hoy es pastor de una igle-

sia bautista en Barranquilla ; y Bernardo Oviedo, establecido

nuevamente en Ipiales y dedicado ahora a trabajos particulares.

El Rdo. Crisman, a pesar de su avanzada edad, continúa traba-

jando, siendo ahora Director del Instituto Bíblico de la Alianza

Cristiana en la ciudad de Esmeraldas, Ecuador.

Para concluir este capítulo referente a Nariño, consigna-

mos un típico incidente ocurrido en Potosí, una pequeña pobla-

ción situada a doce kilómetros de Ipiales. Corría el año 1932, a

tiempo en que se hallaba en marcha la renovación política del

país, cuando fué nombrado alcalde del mencionado pueblo un se-

ñor de apellido Erazo. Inmediatamente corrió la noticia de que

aquel señor era protestante, quizá porque no asistía a la misa v

alguna vez había recibido en su casa la visita de algún misione-

ro evangélico. Hombres y mujeres en una muchedumbre de va-

rios miles, se levantaron dirigidos por el sacerdote y las "Hijas

de Maria" para protestar contra aquella "afrenta vergonzosa"

que se quería hacer al pueblo. ¡Jamás habrían de permitir que

un "hereje" rigiera los destinos del municipio! Y hubo mani-

festaciones, piedras, gritos, discursos, novenas especiales y pro-

mesas a la Virgen de Las Lajas. El Prefecto se vió obligado a

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enviar una buena parte de la tropa de caballería acantonada en

Ipiales para obligar a los revoltosos a que dejaran posesionarse

de su cargo al nuevo alcalde. Se reanudaron los alardes de beli-

cosidad, en tal forma que la tropa tuvo que actuar enérgicamen-

te, con un saldo final de varios heridos y contusos ; y se posesio-

nó el alcalde. Pero la vida se le hizo casi imposible ; nadie se

atrevió a alquilarle una casa para habitación, ya que su residen-

cia estaba en el campo; de tal manera que tuvo que instalar su

cocina en la propia cárcel municipal; en ninguna parte querían

venderle alimentos ni demás cosas indispensables; los sencillos

parroquianos se negaban a saludarle y las beatas se hacían cru-

ces cuando alcanzaban a verle por la calle. Los pocos agentes

de policía renunciaron de sus cargos, y los soldados se vieron en

la necesidad de acompañar al perseguido funcionario a todas

partes. En tan precarias circunstancias, éste consideró que lo

mejor sería poner a salvo la vida, y renunció a los quince días;

con lo cual dió motivo al señor cura para celebrar un concurrido

"Te Deum" en la destartalada iglesia del lugar.

Extraño que parezca, diez años más tarde, un joven de este

mismo pueblo, llamado Francisco Ordóñez, que había sido estu-

diante del seminario católico de Pasto, hacía manifestación de

fe en el Evangelio de Jesucristo en la apartada población de

Puerto Leguízamo, Caquetá. Más tarde fué a estudiar al Semi-

nario Bíblico Latinoamericano de San José, Costa Rica; ahora

es profesor del Instituto Bíblico de la Alianza Cristiana en la ciu-

dad de Armenia (Caldas) y ejerce además el cargo de Presiden-

te de la Confederación Evangélica de Colombia.


"Porque como desciende de los cielos la lluvia. . .

que harta la tierra y la hace germinar y producir. . .

asi será mi palabra que sale de mi boca:

no volverá a mí vacía, antes hará lo que yo quiero,

y será prosperada en aquello para que la envié."

Isaías 55:10-11

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