Virtudes Del Juzgador
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DE LA DEONTOLOGÍA JURÍDICA
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JAVIER SALDAÑA SERRANO
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PRINCIPIO BÁSICO DE LA DEONTOLOGÍA JURÍDICA
3 Dworkin, R., “Is Law A System of Rules”, University of Chicago Law Review, 14,
Chicago, 1967; hay una traducción al castellano de J. Esquivel y J. Rebollo, “¿Es el dere-
cho un sistema de reglas?”, Crítica, México, UNAM, 1997, p.19.
4 Aunque reconozco los esfuerzos, sobre todo analíticos, por diferenciar la ética de la
moral, el argumento etimológico y la significación de ambos conceptos me autorizan a em-
plearlos como sinónimos en este trabajo. Véase López Guzmán, J. y Aparisi Miralles, A.,
“Aproximación al concepto de deontología (I)”, Persona y Derecho, 30, Pamplona, 1994,
pp. 163-185.
5 Villoro Toranzo, M., Deontología jurídica, México, Universidad Iberoamericana,
1987, p. 12.
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1. El consecuencialismo y su crítica
2. El deontologismo y su crítica
9 Estos son sólo algunos de los modelos éticos propuestos; sin embargo, algunos
otros autores apuestan por otros diferentes. Véase “La ética conforme a la doctrina de Max
Scheler y la prudencia como virtud cardinal en el ser del juzgador”, Ética judicial, 1, Méxi-
co, SCJN, 2004, pp. 12-48.
10 Farrell, D. M., “La ética de la función judicial”, La función judicial. Ética y democra-
cia, Barcelona, Gedisa, 2003, p. 150.
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Por el contrario, mi tesis está más cerca de la línea dibujada por Jor-
ge Malen y Manuel Atienza, los cuales reconocen la necesidad de invitar
y educar al juez en las virtudes judiciales. Así, no tengo ningún reparo
en afirmar que el modelo ético más propicio para una mejor función judi-
cial es el de la “ética de las virtudes”, cuyos exponentes más importan-
11 Ibidem, p. 151.
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Para la corriente realista, o mejor aún, para la filosofía que echa raí-
ces en Aristóteles, el comportamiento moral del hombre, esto es, que el
hombre pueda cultivarse en las virtudes, depende de una serie de re-
querimientos y exigencias. Un primer dato que ha de tenerse suficiente-
mente claro es que las virtudes no son ni naturales ni contranaturales en
el hombre. Dice el Estagirita en el libro II de la Ética a Nicómaco: “Las
virtudes, por tanto, no nacen en nosotros ni por naturaleza ni contraria-
mente a la naturaleza, sino que siendo nosotros naturalmente capaces
de recibirlas las perfeccionamos en nosotros por la costumbre”.13
Que la aptitud natural del hombre esté presente en él, y que la praxis
reiterada de una acción le pueda llevar a la adquisición del hábito o la
virtud, no significa que el hombre ya sea bueno, o que se encuentre ya
apto para el mundo moral, para eso se requiere de algunas otras condi-
ciones. Estos requisitos que nos hacen darnos cuenta cuando estamos
delante de la virtud moral perfecta y frente a un hombre bueno los enun-
cia el propio Aristóteles cuando afirma:
A más de esto, no hay semejanza entre las artes y las virtudes en este
punto. Las obras de arte tienen su bondad en sí mismas, pues les basta
estar hechas de tal modo. Más para las obras de virtud no es suficiente
que los actos sean tales o cuales para que puedan decirse ejecutados con
justicia o con templanza, sino que es menester que el agente actué con
disposición análoga, y lo primero de todo que sea conciente de ella; luego,
que proceda con elección y que su elección sea en consideración a tales
actos, y en tercer lugar, que actúe con ánimo firme e inconmovible.15
Según lo anterior, son tres las características del acto para ser virtuo-
so: 1) “que la persona sea conciente”, es decir, que haya un conocimien-
to pleno de la acción a realizar; 2) “que proceda con elección”, es decir,
que la elección de la acción no sea impuesta sino llevada a efecto libre-
mente; y, 3) “que actúe con ánimo firme e inconmovible”.
El conocimiento en este punto se refiere principalmente a esa familia-
ridad con la que se ha hecho el acto virtuoso. Es “saber lo que corres-
ponde hacer aquí y ahora porque se ha hecho antes muchas veces. Se
14 Idem.
15 Ibidem, libro II.4.
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1. La virtud de la prudencia
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22 Ibidem, p. 77.
23 Idem.
24 Vigo, L. R., “Hacia el Código de Ética Judicial del Poder Judicial de México”, Ética
Judicial, México, 1, 2004, p. 21.
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25 Malem, J., “La vida privada de los jueces”, La función judicial, Barcelona, Gedi-
sa-Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación-ITAM, 2003, p. 170.
26 Ibidem, p. 171.
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Yo creo que no. Si hay que buscar que el juez sea independiente, im-
parcial y objetivo, se tendría incluso que estar “atento a determinadas
formas de comportamiento sexual de parte de los jueces que pudieran
tener una influencia desproporcionada en sus fallos”.28
El juez debe también abstenerse de “amistades peligrosas”. El juez
debe evitar “relacionarse con personas del ámbito de la delincuencia, con
personas muy cercanas al poder, hacer demostraciones de amistad con
un alto grado de familiaridad con letrados que abogan en su tribunal,
mantener relaciones íntimas con ex testigos o ex imputados en causas
en las cuales intervinieron”.29 Con todo ello se trata de evitar que las vir-
tudes antes señaladas sean sólo apariencia, mermando con esto el
prestigio general del Poder Judicial.
Estos y otros ejemplos me sirven ahora para ofrecer una respuesta a
la pregunta inicial de mi exposición: ¿Pueden las malas personas ser
buenos jueces? No, las malas personas no pueden ser buenos jueces,
como no pueden ser buenos en ninguna actividad que tenga como refe-
rente central la dignidad de la persona y el bien común.
27 Ibidem, p. 172.
28 Idem.
29 Ibidem, p. 175.
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