Aldo Rossi - Arquitectura para Los Museos PDF
Aldo Rossi - Arquitectura para Los Museos PDF
Aldo Rossi - Arquitectura para Los Museos PDF
Aldo Rossi
1. La formulación de una teoría de la proyección constituye el objetivo específico de una escuela de
arquitectura, y su prioridad, por encima de cualquier otra investigación, es incontestable. Una teoría de la
proyección representa el momento más importante, fundamental, de toda arquitectura, y por ello un curso
de teoría de la proyección debería colocarse como eje principal de las escuelas de arquitectura.
Pero todos podemos comprobar que no existen o son muy raras las teorías de la proyección, o, en otros
términos, las explicaciones racionales sobre cómo se ha de proceder al hacer arquitectura. Cabe decir que se
leen algunas cosas sobre esto, en los más ingenuos o en los más grandes; pero sobre todo, podemos notar
que los que sostienen en teoría algún principio, luego están inseguros por estas pseudoteorías que nunca
quieren comprobar lo que en realidad es el momento más importante de la propia teoría: es decir, la relación
que existe entre la visión teórica de la arquitectura y la realización de la arquitectura. En fin, se puede decir
que para muchos la teoría solamente es una normativa, más que una teoría.
Me arriesgo a ser incluido entre los ingenuos, pues me propongo trazar de alguna manera una teoría de la
proyección propiamente dicha; o, mejor, una teoría de la proyección como momento de la teoría de la
arquitectura.
Por ello, para hablar de una teoría de la proyección, he de decir en primer lugar qué es lo que entiendo por
arquitectura; después intentaré dar definiciones de la arquitectura, fijar los criterios en los cuales se ha de
inspirar la proyección arquitectónica, sus relaciones con la historia de la arquitectura y, al fin, los términos
concretos de la arquitectura, a mi juicio: la ciudad, la historia, los monumentos.
He de hablar de las cuestiones de forma; aquí el discurso es más difícil, si queremos enfocarlo desde el punto
de vista arquitectónico. Aunque yo considero toda la arquitectura como un hecho positivo, un tema concreto,
creo que al final nos encontramos con algo que no puede ser racionalizado del todo: este algo es, en gran
parte, el elemento subjetivo. El elemento subjetivo tiene una importancia enorme tanto en la arquitectura
como en la política; en realidad, arquitectura y política se han de considerar como ciencias, aunque su
momento creativo se base en elementos decisorios.
He de decir, además, dada la importancia que atribuyo a un curso de teoría de la proyección, que
personalmente no he distinguido nunca entre una antes y un después, entre un pensar la arquitectura y un
proyectarla, y que siempre he creído que los artistas más importantes se han detenido más en la teoría que
en la práctica, y que en algunas épocas, como en la nuestra, se siente la exigencia de establecer una teoría,
considerada sobre todo como fundamento de la práctica, como un principio de certeza de lo que se esta
realizando. Ya sé que muchos no quieren una teoría; parte del movimiento moderno ha afirmado que la
teoría estaba superada por el método, y que la propia arquitectura moderna era el método. Como se ve, me
refiero a las enseñanzas de Gropius, sobre todo; en realidad, aquel método que se pretendía elemento
generalizador ha llevado al eclecticismo. Del método, se ha comprendido tan solo la lección totalmente
empírica que pretende resolver los problemas que se van planteando, sin un orden lógico; pero esto se
resuelve en gran parte por el profesionalismo. Estas posiciones, Incluyendo la del raptus artístico, no pueden
considerarse como teorías.
El primer anticipo de teoría creo que es la obstinación en algunos temas, y que precisamente es propio de los
artistas, y de los arquitectos en particular, el hecho de centrar un tema para desarrollarlo, realizar una
elección dentro de la arquitectura, y procurar resolver siempre aquel problema.
Esta obstinación es también el signo más evidente de la validez y de la coherencia autobiográfica de un
artista; de la misma manera que Séneca afirmaba que el estúpido es el que siempre empieza de nuevo desde
el principio y que no cuida de desarrollar de una manera continua el hilo de su experiencia propia.
En realidad, si debiéramos escribir la historia de la última arquitectura, y en particular de la arquitectura
italiana, podríamos escribir de la miseria de la arquitectura, precisamente a causa de este continuo empezar
de nuevo, que es típico de los menores, este volver siempre a cosas ajenas a la experiencia que se realiza,
que es signo de debilidad y fragilidad cultural extrema. Si he de decir, de una forma directa y personal, cuál
es el principio básico de una teoría de la educación arquitectónica y, por lo tanto, de una teoría de la
proyección, debería hablar de esta obstinación en un único problema.
Esta regla parece tan sencilla que todos nosotros acabamos por no aplicarla. Hay que terminar hablando de
nuestras obras, del sueño de nuestra experiencia; pienso, entre los artistas y los intérpretes de la cultura
moderna que me han formado, en el libro de Raymond Roussel, Comment j´ai écrit certains de mes livres;
este libro es fundamental como teoría de la composición, que quiere dominar todos los aspectos de la
creación artística.
De la misma manera, todos los que se apoyan seriamente en la arquitectura y que proyectan y piensan a la
vez los edificios, deberían preguntarse: ¿cómo he hecho algunas de mis obras?
Esto es lo que me propongo hacer en un próximo futuro.
Lo interesante en lo que hoy les digo puede consistir en el hecho de que intento partir de premisas y de
cuestiones internas de la arquitectura, que se refieren al significado de la arquitectura y al “hacer
arquitectura”. O sea, que intento superar el funcionalismo más o menos declarado que, a partir de Vitruvio,
se encuentra en todo el recorrido del pensamiento arquitectónico. Es probable que, haciéndolo de esta
manera, y abandonando unos esquemas ciertos en apariencia, deje abierto e incompleto mi discurso.
2. Diré ahora, brevemente, que es lo que creo es la arquitectura. Arquitectura, en sentido positivo, para mí,
es una creación inseparable de la vida y de la sociedad en la cual se manifiesta; en gran parte, es un hecho
colectivo. AI construir sus viviendas, los primeros hombres realizaron un ambiente más favorable para su
vida al construirse un clima artificial, y construyeron de acuerdo con una intencionalidad estética. Iniciaron la
arquitectura, junto con los primeros indicios de la ciudad; de esta manera, la arquitectura es connatural con
la formación de la civilización, y es un hecho permanente, universal y necesario. Sus caracteres estables son
la creación de un ambiente más propicio a la vida y la intencionalidad estética.
En este sentido, los tratadistas de la Ilustración se refieren a la cabaña primitiva como el fundamento
positivo de la arquitectura. Por lo tanto, la arquitectura se constituye con la ciudad, y con la ciudad se
constituyen a la vez las viviendas y los monumentos. Viviendas y monumentos, hechos privados y hechos
colectivos son los términos de referencia para el estudio de la ciudad, que se imponen desde el comienzo.
Constituyen los principios de clasificación del análisis aristotélico de la ciudad. La arquitectura y la ciudad se
destacan de cualquier otro arte o ciencia, por que se proponen como transformación de la naturaleza, y son,
a la vez, elementos naturales. Este tipo de definición se encuentra en todo el curso de la historia del
pensamiento de la arquitectura, y se puede resumir en la definición de Viollet‐Ie‐Duc de la arquitectura como
creation humaine, así como en aquella otra más reciente de Levi‐Strauss, que habla de la ciudad como de la
chose humaine par excellence. Efectivamente, nada nos afecta tanto como las grandes manufacturas que
atraviesan el campo, como la arquitectura que se pone como signo concreto de la transformación de la
naturaleza por obra del hombre. Toda la ciudad y el territorio forman parte a la vez de esta construcción. Son
una parte de la arquitectura. En este sentido, Carlo Cattaneo hablaba de la naturaleza y de la ciudad a la vez,
como de la patria artificial del hombre, y afirmaba que no se puede conocer la realidad del campo, de los
territorios, de las ciudades, sin pensar que estas son un enorme depósito de esfuerzos: este depósito de
esfuerzos representa a la vez, el proceso concreto de formación de la ciudad. Cuando Milizia aborda la
definición de la ciudad (cito a Milizia, precisamente a causa de su actitud característica, que es propia del
pensamiento ilustrado, hacia la arquitectura), se plantea la cuestión de la definición de la arquitectura
respecto a las demás artes, y reproduciendo la definición del naturalismo del siglo XVIII escribe: “...En verdad,
a la arquitectura le falta el modelo formado por la naturaleza; pero tiene otro, formado por los hombres,
según su industria natural al construir las primeras viviendas.” Así, al considerar la arquitectura, se ve
obligado a apartarse de una imagen de imitación naturalista, y se sitúa dentro de una visión histórica.
He expuesto los principios de la arquitectura, que he desarrollado en otro lugar. Ahora nos hemos de
preguntar cuáles son las implicaciones de este proceso cognoscitivo, de este análisis, y, en general, cuales
son las contribuciones que una teoría arquitectónica aporta a la proyección. En otras palabras, ¿qué
importancia tiene, cual es el valor del conocimiento de algunos principios en la proyección?
En una primera aproximación, creo que se puede responder que se trata de dos momentos de un mismo
proceso, es decir que cuando proyectamos conocemos, y cuando nos aproximamos a una teoría de la
proyección, a la vez definimos una teoría de la arquitectura.
En este sentido, todos los arquitectos antiguos y modernos han llevado adelante a la vez análisis y
proyección, en sus escritos y en sus proyectos.
Pero si los principios de la arquitectura son permanentes y necesarios, ¿cómo se sitúan dentro del devenir
histórico de las diversas y concretas arquitecturas? Creo que se puede decir que los principios de la
arquitectura, en cuanto fundamentos, no tienen historia, son fijos e inmutables, aunque las diferentes
soluciones concretas sean diversas, y diversas las respuestas que los arquitectos dan a cuestiones concretas.
Vale la pena distinguir aquí entre el carácter diverso de estas cuestiones y de estas respuestas. Se ha de
distinguir entre las ciudades y la arquitectura de las ciudades como manufactura colectiva, y la arquitectura
en sí, la arquitectura como técnica o como arte, que se ordena y se transmite tradicionalmente.
En el primer caso, se trata de un proceso colectivo, lento y apreciable en períodos largos, en el que participa
toda la ciudad, la sociedad, la humanidad asociada a sus diversas formas. En este sentido, la evolución
urbana, la modificación del aspecto de la ciudad es un proceso lento y meditado; se ha de estudiar de
acuerdo con sus propias leyes y sus particularidades. Pensemos en los diversos estratos que constituyen una
ciudad; en sus permanencias y en las reacciones que provocan algunos elementos nuevos.
Así, el estudio de la ciudad puede compararse con el estudio de la lengua; es particularmente evidente que el
estudio de la ciudad presenta analogías con el de la lingüística, sobre todo por la complejidad de los procesos
de modificación y permanencia. Me refiero a los puntos fijados por De Saussure para el desarrollo de la
lingüística. Entendida de este modo, una teoría de la ciudad, una ciencia urbana, puede diferenciarse
difícilmente de una teoría de la arquitectura; sobre todo si aceptamos la primera hipótesis de que la
arquitectura nace y es una misma cosa con las primeras huellas de la ciudad. Pero en esta formación, y en su
continua verificación, con el contexto urbano, también la arquitectura elabora principios, se transmite de
acuerdo con ciertas leyes que la hacen autónoma.
Elabora su propio corpus doctrinal
3. Observemos ahora un monumento: el Panteón. Prescindamos de la complejidad urbana que determina a
esta arquitectura. En un sentido determinado, podemos referirnos al proyecto del Panteón, o concretamente
a los principios, los enunciados lógicos, que rigen su proyección. Creo que la elección que se puede deducir
de estos enunciados lógicos es del todo actual, como puede serlo la lección que recibimos de una obra de
arquitectura moderna; o podemos comparar dos obras, para ver que todo el discurso de la arquitectura, por
complejo que sea, se puede comprender en un solo discurso, reducido a unos enunciados básicos.
Así pues, la arquitectura se presenta como una meditación sobre las cosas, sobre los hechos; los principios
son pocos e inmutables, pero las respuesta concretas que el arquitecto y la sociedad dan a los problemas que
se van planteando en el curso de del tiempo, son muchísimos. La inmutabilidad viene dada por el carácter
racional y reductivo de los enunciados arquitectónicos. “Así pues, si ha de haber unidad del arte y de la
arquitectura, ésta no puede venir aplicando tal o cual forma, sino buscando aquella forma que sea expresión
de lo que prescribe la razón.”
Son las palabras de Viollet‐Le‐Duc, pero podrían ser de cualquier otro arquitecto racional, porque en la
historia de la arquitectura esta posición emerge hasta tal punto que puede definirse como característica.
Esta característica es lo que hace típico el trabajo del arquitecto. En su obra consagrada a los monumentos
de Francia, de 1816, Alexander de Laborde alababa, al igual que Quatremere de Quince, a los artistas de fines
del siglo XVIII y principios del XIX, por haber ido a Roma a estudiar y a captar los principios inmutables de los
estudios superiores, recorriendo así las grandes vías de la antigüedad. Los arquitectos de la nueva escuela se
presentan como estudiosos atentos a los hechos concretos de su ciencia: la arquitectura. Ésta, por lo tanto,
seguía un camino seguro, porque sus maestros estaban preocupados por establecer una lógica de la
arquitectura, basada en principios esenciales: “…Ils sont á la fosi des artistas et des savants; ils ont pris
l´habitude de I´observation et de la critique…” Nosotros recogemos esta vía de la arquitectura como ciencia,
de la formulación lógica de los principios, de la meditación sobre los hechos arquitectónicos, y sobre todo de
los monumentos, y creemos que podemos comprobarla en una serie de arquitectos y de obras antiguas y
modernas que elegimos, y sobre las cuales se realiza un determinado tipo de opción. Arquitectura, ha escrito
Le Corbusier, significa formular con claridad los problemas; todo depende de esto, éste es el momento
decisivo.
De esta manera, esta arquitectura pensada aparece casi obsesivamente en los escritos de Adolf Loos, quien
declara que la arquitectura puede ser descrita, pero no diseñada; es más, este carácter de formulación lógica
que permite su descripción es característico de la gran arquitectura: el Panteón puede describirse, las cons‐
trucciones de la Secesión, no. Por ello, me pregunto: ¿cómo se puede formalizar todo esto, cómo podemos
llegar a esta serie de enunciados que constituyen los fundamentos de una teoría de la arquitectura, a una
teoría de la proyección? En primer lugar, como he dicho, creo que todo ello debe ser objeto de un discurso
autónomo; en otros términos, que la arquitectura ha de ser reducida a sí misma. Me refiero a todas aquellas
cuestiones que quieren establecer si la arquitectura es arte o ciencia, ya otras cuestiones de este tipo; estas
posiciones, son, en gran medida, un falso problema, y no tienen solución. Por otra parte, no hace falta ni
siquiera intentar explicar la arquitectura con ningún presunto saber ajeno a ella. Una de las cosas más tristes
de la reciente historia de la arquitectura italiana, y que constituye en gran parte aquella miseria de fa
arquitectura, a la que nos referíamos al principio, es la invención y la aplicación de alguna teoría tomada de
una disciplina ajena (a veces se trata de la economía, otras de la sociología o de la lingüística) con la
pretensión de deducir algún enunciado, en sí muy claro para aquella disciplina, como aplicación y explicación,
necesariamente mecánica, del hecho arquitectónico. Ya es sabido que en los últimos años, algunos
procedimientos de este tipo han fracasado rotundamente, y su carácter de moda es signo indudable de su
debilidad intrínseca. Pensemos, por ejemplo, en las groseras y hasta ridículas transposiciones de los
principios de la teoría marxista que se han hecho en pintura e incluso en arquitectura. Estoy convencido de
que las verificaciones y las relaciones son importantes, y de que hemos de procurar siempre instituir algún
tipo de relación de campo entre lo que estamos haciendo, pero estoy igualmente convencido de que esto
solamente es científicamente productivo cuando sabemos verdaderamente en qué nos estamos ocupando.
Sin pretender pasar precipitadamente de una teoría de la arquitectura a una teoría de la proyección, vaya
indicar cuáles considero los puntos fundamentales de una teoría de la proyección. En primer lugar, la lectura
de los monumentos, en segundo lugar, el discurso sobre la forma de la arquitectura y del mundo físico, y, en
fin, la lectura de la ciudad, es decir, la concepción, en muchos aspectos nueva, de la arquitectura urbana.
Sobre el primer punto, la lectura de los monumentos, se ha creado tal grado de terrorismo por parte del
movimiento moderno, y no precisamente por los maestros del movimiento moderno, que parece difícil
incluso hablar de ello. A este propósito, Tafuri ha observado muy acertadamente que los maestros como Le
Corbusier, Loos y otros, siempre han hablado de los monumentos y de la importancia de su estudio, y que
han sido precisamente los académicos, en especial autores como Giovannoni, quienes han propuesto el
ambiente como alternativa al monumento. Admito que a principios de siglo se produjo una reacción justa
contra un historicismo insulso, contra la llamada imitación de lo antiguo, contra el uso ecléctico de los estilos
históricos; pero hoy ya podemos plantearnos con toda claridad el discurso del estudio de los monumentos
sin caer en estos equívocos. Y con el estudio de los monumentos, me refiero también a la formación del
arquitecto sobre la arquitectura, es decir, a la meditación sobre los hechos arquitectónicos; no a la historia
de la arquitectura propiamente dicha, sino más bien a lo que, desde un punto de vista disciplinario, se
llamaba y se llama el aspecto arquitectónico. El aspecto arquitectónico del monumento constituye en
realidad el principal, si no el único modo de apropiarse de las características de determinada arquitectura.
Podemos discutir de qué manera debe realizarse y qué es lo que se ha de entender por aspecto, pero de
ninguna manera podemos dejar sentado que este aspecto se refiere a algo distinto del hecho arquitectónico.
Siguen este tipo de planteamiento no ya los profesores académicos de los últimos años, como se ha dicho,
sino precisamente aquellos arquitectos que han pretendido sentar unas nuevas bases para la arquitectura
moderna. Si cogemos los libros publicados por Le Corbusier, podremos ver la parte fundamental que ocupa
el estudio de los monumentos, el estudio de la ciudad, así como la insistencia continua, las anotaciones
repetidas sobre algunas arquitecturas, que son como un leit‐motiv, precisamente para un análisis lingüístico
de su obra, para entender la formación teórica del artista. Me refiero en particular a obras antiguas que
aparecen en todo el arte moderno, como, por ejemplo, el Battistero y el Duomo de Pisa. Es natural que para
generaciones enteras de arquitectos, la lectura de estos monumentos no haya producido nada, y, en cambio,
que en artistas como Le Corbusier y Paul Klee, sean auténticos elementos compositivos. Esta aparición
particular de algunas obras en la historia de la técnica y del arte, ciertamente se debe al llamado espíritu de
la época y a la necesidad, a menudo de carácter autobiográfico, que un artista tiene, en el transcurso de su
vida, de referirse a algo que exprese en forma completa un universo de aspiraciones que quiere seguir: Hay
una gran parte de este elemento personal, de la importancia de esta opción, del carácter autobiográfico de
una persona y de una nación, en lo que he indicado al principio, y sobre lo cual intentaré concluir. En este
sentido, las obras como los monumentos de Pisa se ofrecen en todos sus aspectos lingüísticos y con todas sus
características técnicas, como elementos de formación del lenguaje de la arquitectura moderna. Por otra
parte, se ha de pensar, siempre a propósito de Le Corbusier, y me refiero particularmente a este artista, no
sólo por su grandeza, sino también por el carácter singular y racional a la vez de su obra, en la insistencia y en
la transposición en sus esbozos del paisaje gótico francés. Le Corbusier dibuja los pueblos góticos en torno a
la catedral, ve la naturaleza que penetra en ellos y ve elevarse las grandes torres góticas con los ojos del
constructor, del constructor de “cuando las catedrales eran blancas”, y por ellas ve los modernos edificios
blancos, la unité d'habitation, que es ya proyecto de aquella manera de conocer, de estudiar y de vivir la
realidad arquitectónica, así como la naturaleza que la rodea.
En la historia de la arquitectura se han hecho profundos análisis de este tipo: es iluminador el análisis que
Hempel hace de las relaciones entre la arquitectura de Borromini y la visión continua que éste tiene de las
dos máximas obras milanesas, San Lorenzo y el Duomo. Esta visión de Borromini viene a ser una especie de
meditación o de subrayado, por medio de esbozos y de anotaciones que ponen de manifiesto el aspecto de
la construcción tardía romana y bárbara, por un lado, y el verticalismo gótico por otro. Estos dos aspectos se
convierten, en otros términos, en la síntesis histórica y personal de Borromini, en los caracteres esenciales de
su extraordinario barroco. Así, contemplando estas obras, siempre llego a considerarlas como el esqueleto,
como superpuestas a las arquitecturas barrocas romanas de Borromini.
Estoy convencido de que este tipo de estudio y de análisis de los monumentos debería extenderse, y que su
importancia es fundamental; una posición de este tipo debería iluminar también nuestros propios proyectos,
y deberíamos estar en condiciones de formular claramente de qué arquitectura nace nuestra arquitectura. Y
aquí se incluye también el problema de la opción que constituye al carácter decisivo de la proyección.
Se puede educar a un joven arquitecto en una forma completa de composición arquitectónica, pero se le ha
de dejar necesariamente libre, ante la responsabilidad personal de la opción. Esta responsabilidad personal,
que es lo que les falta a los mediocres, en el artista se convierte en una necesidad, en el elemento que
permite poner en primer plano la acepción personal de la experiencia.
La opción presupone unos términos fijos de la arquitectura, unos elementos definidos que constituyen un
discurso objetivo; los monumentos romanos, los palacios del Renacimiento, los castillos, las catedrales
góticas, constituyen la arquitectura; son partes de su construcción. Como tales, reaparecerán siempre, no
solamente y no tanto como historia y memoria, sino como elementos de la proyección.
Se pueden destruir y reconstruir, se pueden rediseñar o inventar: son elementos de una realidad segura.
Los mismos grandes proyectos de la arquitectura moderna (aquellos a los cuales nos referimos
continuamente, de Le Corbusier, de Loos, de Mies van der Rohe, de los constructivistas), ofrecen fragmentos
seguros para una reconstrucción de la ciudad. De esta manera miro a veces, con mirada de arqueólogo, las
ciudades modernas.
Es difícil y está llena de posibles equívocos, la discusión sobre el segundo punto a que me he referido, el
problema de la forma. Diré sencillamente que considero la forma como un signo preciso que se coloca en la
realidad y que da la medida de un proceso de transformación. Así, la forma arquitectónica es algo cerrado y
completo, una vez más vinculado estrechamente a un enunciado lógico. En este sentido, creo que forma y
signo son, por ejemplo, los acueductos romanos, que precisamente modifican un determinado tipo de
realidad y definen la imagen que tenemos de aquella realidad. Naturalmente, al referirme a un acueducto
romano y no a otra clase de obras, realizo una opción, y esta forma parte de mi poética.
Es evidente que podemos sustituirlo por el puente romano o por otro tipo de manufactura, pero un ejemplo
como éste me parece interesante, porque se refiere a una inserción en el mundo natural, de particular
importancia y que nos advierte también del significado particular que la forma tiene desde el punto de vista
del acontecimiento histórico. Es evidente que viendo con tanta insistencia la forma como forma cerrada y
generatriz, estoy personalmente fascinado por el desarrollo del pensamiento tardío ilustrado, incluso en sus
formas más modernas, por la polémica sobre lo finito, por la forma que se propone como signo de la
movilidad de las cosas, por la temática clásica y neoclásica, hasta los desarrollos más recientes de la lógica
formal y del pensamiento neoaristotélico. Pero vaya indicar, en este tercer punto relativo a la forma, un
campo nuevo y nuestro, que pertenece de pleno derecho a la teoría de la proyección, y del cual quien
proyecta no puede prescindir: me refiero a la ciudad, al estudio y a la construcción de la ciudad. También
llamo a todo esto arquitectura de la ciudad.
Me refiero, una vez más a la forma física de la ciudad, a su construcción, a la ciudad como manufactura. No
se trata solamente de los problemas del ámbito urbano; hemos iniciado una lectura analítica de la ciudad, de
su formación, de sus ' fenómenos más importantes, de la naturaleza de los hechos urbanos.
No es aquí el lugar para resumir todo esto, que por otra parte ya he expuesto en forma sistemática en mi
libro; ahora sólo quisiera ver de qué manera los fundamentos de una teoría de la ciudad pueden ser también
los fundamentos de una nueva arquitectura.
Creo que antes de plantear este problema hemos de ver bien que el problema de la ciudad, de la contextura
urbana, etc., ha surgido en la arquitectura italiana como problemas de fondo. Esto nos permite ver su
auténtica importancia, y a la vez ver las distorsiones o el doble aspecto con el que se ha planteado. Por una
parte, tenemos el problema de la construcción de la ciudad nueva, de la comprensión de la antigua, de los
fundamentos de la arquitectura; por otra parte, se trata de algo completamente distinto, tenemos el
problema del ambiente, de la conservación, etc.
Al terminar la guerra, en la universidad, estábamos ante un aspecto particular de la crisis del Movimiento
Moderno; este aspecto se refería precisamente a los problemas de la proyección, a su enseñanza.
El Movimiento Moderno había basado sus teorías de la proyección en algunos puntos fijos, que eran el
método y la función. Sobre estos puntos fijos se ha escrito mucho; ya es conocida su importancia,
especialmente del segundo, así como la magnitud de los problemas que comprendían. La crisis del
funcionalismo pronto se convirtió en crisis de la propia poética del racionalismo y de la arquitectura orgánica.
Por otra parte, se desarrollan los estudios de urbanismo; antes de orientarse con espíritu científico, no eran
más que un estado de ánimo y no se sabía bien a qué autores ni a cuáles obras debía referirse. Algunas
experiencias, como la de Le Corbusier, eran bastante ignoradas desde el punto de vista global; sólo se tenía
una experiencia fragmentaria de ellas. En aquel punto apareció un libro muy importante (me estoy refiriendo
a la situación italiana, pero si esta situación no estuviera, todavía hoy, bastante aislada, también podría servir
para Europa): L'urbanistíca e I'avveníre della citta.
Me he de referir también a todas aquellas obras que por vez primera han propuesto algo distinto,
oponiéndose a una situación estática e indicando una base distinta para nuestros estudios. Esta base es la
ciudad, vista por primera vez en toda su integridad, vista en su línea continuada de evolución; se asestaba un
golpe definitivo al moralismo angosto que regía y quizá rige todavía en los estudios urbanos. La ciudad se
convertía en un hecho, y en un hecho de tal importancia, que se ha de contar con él continuamente; incluso,
y sobre todo, desde el punto de vista de la arquitectura.
Si vemos los números de Casabella Contínuitá, se puede observar el desarrollo de esta polémica, así como el
nuevo examen llevado a cabo por un grupo de jóvenes arquitectos italianos y por Ernesto N. Rogers, que
nunca se arredró ante los aspectos más problemáticos de la arquitectura.
Este interés renovado por la ciudad corría parejo con un examen más vasto, aunque llevado a cabo también
desde dentro de nuestra arquitectura, de la propia arquitectura de nuestras ciudades. A mí me pareció
necesario estudiar e indicar los aspectos principales del neoclasicismo, como momento fundamental del
desarrollo de una ciudad italiana en sentido europeo: Milán.
Algunos proyectos del Plan Napoleónico de Milán, el propio plan, se configuraban con caracteres
preeminentes para la arquitectura, formaban un todo en el momento en que una opción política de carácter
progresivo se encontraba con una arquitectura racional y transmisible de una sociedad a otra, de un país a
otro.
De esta manera se iba precisando una nueva aportación a la cultura arquitectónica, aunque quizá también se
estaba constituyendo una nueva arquitectura.
De todo ello surgió esta idea de ciudad en la que los monumentos representan los puntos fijos de la creación
humana, los signos tangibles de la acción de la razón y de la memoria colectiva; en la que la residencia se
convierte en el problema concreto de la vida del hombre, que poco a poco va organizando y mejorando el
espacio en el que habita, según sus viejas necesidades; y de esta manera, la estructura urbana, según las
leyes de la dinámica de la ciudad, se va disponiendo en modos diversos, aunque siempre con los mismos
elementos fijos: la casa, los elementos primarios, los monumentos. Estas diversificaciones dentro de la
ciudad no corresponden simplemente a funciones, sino que ellas mismas comprenden las funciones; se trata
de hechos urbanos de naturaleza distinta, que tienen una vida distinta y que están concebidos de una
manera también distinta.
Creo que esta concepción ya es una manera de hacer arquitectura y que también es una manera de
entenderla. Creo que de esta distinción se pueden deducir reglas diferentes para la propia proyección; y no
solamente proyectando la ciudad en fragmentos sino relacionadas con la arquitectura en sí.
Y el momento máximo de la medida del arquitecto será una vez más el monumento, precisamente porque el
monumento es el signo último de una realidad más compleja; es la cifra con la cual leemos lo que no se
puede decir de otra manera; pertenece a la biografía del artista y a la historia de la sociedad.
La concepción funcionalista queda invertida; la función no es más que un instrumento frente a la experiencia
de la arquitectura. Creo que se puede construir un sistema de enseñanza, partiendo del desarrollo de esta
teoría de la arquitectura y de la ciudad.
Pero no puedo terminar esta lección sin referirme a un problema que considero fundamental, precisamente
para nosotros los arquitectos, en una teoría de la proyección: me refiero al elemento subjetivo.
De la misma manera que hemos examinado las relaciones entre la teoría de la arquitectura y la teoría de la
proyección, hemos de examinar las relaciones que existen entre una teoría de la proyección y la aportación
subjetiva, si se quiere, la autobiografía del artista.
En otros términos, si pusiéramos en práctica lo que he dicho al principio, y parafraseando a Raymond Roussel,
"Cómo he hecho algunas de mis arquitecturas”, acabaríamos por abordar este tema; de hecho, es
impensable que al hacer ésta o aquella arquitectura concreta no queramos expresar también otra cosa
distinta, algo nuestro. Esto, en el caso de que no seamos totalmente mediocres. ¿Pero, cómo se concilia esta
aportación con aquellos principios racionales y transmisibles, en los que he insistido tanto, con la matriz de
una arquitectura clásica y racional?
No cabe duda de que sería de una manera mucho más compleja de lo que se podría en aquellas teorías en las
que la subjetividad constituye la única posibilidad de hacer, y en las que el carácter ambiguo del arte se eleva
a la categoría de sistema.
Por otra parte, si en los principios de una arquitectura racional buscamos el elemento de una poética, no
podemos apartarnos de la frase de Lessing: "La mayor claridad ha sido siempre para mí la mayor belleza.” Y
también podemos adoptar como divisa la célebre frase de Cézanne: "Yo pinto sólo para los museos.” Con
esta frase, Cézanne, de una manera muy clara, declara la necesidad de una pintura que sigue un desarrollo
lógico riguroso y que se sitúa dentro de la lógica de la pintura que precisamente se verifica en los museos.
Pero el desarrollo y la verificación de los museos no modifican la cualidad subjetiva de la obra, que
corresponde a una cualidad humana.
Lessing, "aristotélico moderno”, como se le ha llamado, escribía que "... todo genio es un crítico nato... Y
afirmar que las reglas y la crítica pueden deprimir el genio, equivale a afirmar, en otros términos, que pueden
hacerla también los ejemplos y la práctica. Significa no solamente aislar el genio en sí mismo, sino incluso
encerrarlo en sus primeras tentativas; el que razona bien también está en condiciones de inventar; y quien
quiere inventar ha de ser capaz de razonar... y sólo consideran separada de la otra quienes son incapaces de
ambas”. Inteligencia y técnica (los ejemplos y la práctica) son, por tanto, lo que hace posible el obrar y, con él,
la liberación del elemento personal.
He querido deducir de este tema la cuestión de la técnica; cuestión sobre la cual se podría abrir de nuevo el
discurso sobre la teoría de la proyección.
Para esta relación entre técnica y elemento psicológico me voy a referir a un artículo interesante que fue
escrito hace algunos años sobre la arquitectura de Wittgenstein; el autor publicaba la casa construida en
Viena por Wittgenstein y planteaba el tema de las relaciones entre esta gran personalidad y la arquitectura.
Había una relación de tipo interior: la arquitectura como construcción del mundo, como ser y, por tanto,
como arte particularmente significativo, y una relación de tipo externo, la admiración de Wittgenstein por
Adolf Loos y su arquitectura.
De esta manera, la casa del filósofo, coherente con su pensamiento, resulta a la vez una casa loosiana; el
autor del artículo identificaba en esta arquitectura la aparición del interés geométrico, y en particular la
composición en cubos (que, por otra parte y como es sabido, corresponde a un componente clásico purista
de la arquitectura de Adolf Loos). Pero el autor del artículo relacionaba esta composición por cubos con una
prueba psicológica, la de Van Raab, según la cual los niños a quienes se les hace construir figuras de cera y
que solamente modelan cubos están invadidos por una profunda angustia (fa prueba también es válida para
los adultos). ¿Expresa la arquitectura de Wittgenstein una profunda angustia? ¿Y también la de Loos?
¿Y si Hegel, por ejemplo, hubiera hecho arquitectura, cómo hubiera sido? Probablemente una arquitectura
neoclásica, a la manera de Schinkel.
Con todo esto quería decir que resulta muy difícil valorar el componente psicológico de una arquitectura, o
que este componente se expresa por medio de un estilo determinado, o por una técnica. Y es por ello que
solamente el dominio completo de la técnica puede permitir una expresión original, sobre todo en el campo
de la arquitectura. Se pueden hacer consideraciones análogas sobre la cuestión de los contenidos.
Voy a concluir. Un discurso riguroso sobre la proyección arquitectónica debe basarse en fundamentos lógicos.
Y, en sus líneas generales, ésta es la actitud racionalista respecto a la arquitectura y a su construcción: creer
en 'la posibilidad de una enseñanza que está totalmente comprendida en un sistema y en la que el mundo de
las formas es tan lógico y preciso como cualquier otro aspecto del hecho arquitectónico, y considerar esto
como significado transmisible de la arquitectura, al igual que cualquier otra forma de pensamiento.
La arquitectura, nacida de la necesidad, actualmente es autónoma; en su forma más elevada, crea piezas de
museo a las que los técnicos se referirán, para transformarlas y adaptarlas a las múltiples funciones y
exigencias en que deben ser aplicadas.
De esta manera hemos de educarnos en el análisis de los caracteres constitutivos de un proyecto; y es esto lo
que debe proponerse: un curso de teoría de la proyección.
Seminario sobre “Teoria della progettazione architettonica”, efectuado en el Instituto Universitario de
Arquitectura de Venecia durante el curso académico 1965‐1966.
Incluido en:
VV. AA., Teorie della progrettazione architettonica, Delano, Bari, 1968