Ensayo Sobre Eclesiología

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LA IGLESIA QUE QUIERE JESUCRISTO

Para hablar de la Iglesia y sobre todo de su misión y propósito para lo que fue creada, se
hace necesario mencionar por lo menos su origen, de dónde surge, porque teniendo claro
este primer punto, se sabrá hacia donde se debe orientar el fin que tiene la Iglesia en el
mero hecho de existir.

Llama la atención, la claridad con la que habla el Concilio Vaticano II en su constitución


dogmática Lumen Gentium cuando habla del origen de la Iglesia; el Padre eterno

Creó todo el universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y


bondad. Decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina. Caídos
por el pecado de Adán, no los abandonó dispensándoles siempre los auxilios para su
salvación, en atención a Cristo Redentor. A todos los elegidos desde la eternidad el
Padre los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su
Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29) (LG n.2).

A partir de esta proposición se entiende que el principio creador de la Iglesia se encuentra


en el plan de Salvación, es decir, que por un designio misterioso del Padre creador quiso y
realizó la creación de la Iglesia con el propósito de hacer un llamado de convocación a los
hombres para establecer una comunión de amor con ellos, así lo explica el Catecismo de la
Iglesia Católica en el numeral 760.

Sin ánimo de ahondar en el principio generador de la Iglesia, pero teniendo siempre


presente la esencia de ésta, se continuará desarrollando el tema que interesa en este sencillo
escrito, y es el de reflexionar sobre “la Iglesia que quiere Jesucristo”, lo cual despierta
tantos cuestionamientos, opiniones como también polémicas y controversias, pero que,
además, en la meditación que hace la Iglesia de sí misma hoy día, ha evolucionado de
forma positiva y de manera abierta ha venido aceptando diferentes opiniones y puntos de
vista que el mundo y las personas del común han venido reclamando sobre todo antes del
Concilio Vaticano II.
En el evangelio de san Mateo, de manera interesante, encontramos el texto donde la madre
de los hijos de Zebedeo le hace una conveniente petición a Jesús, a la cual, Él le da una
respuesta directa y certera

"Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el


concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre. Al oír esto los
otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo:
"Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los
grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que
quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el
primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del
hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por
muchos." (Mt 20, 23-28)

Esta respuesta de Jesús evidentemente no fue dirigida tan sólo a la madre de los hijos de
Zebedeo que como buena madre piensa en el bienestar de sus hijos, pero desde un
pensamiento meramente humano. También se dirige a los futuros instrumentos
continuadores de la obra de salvación en el mundo, sus apóstoles y posteriormente sus
sucesores junto con todos los que se proclamarán seguidores de Jesús. Claramente en este
pasaje bíblico se vislumbra la voluntad del Señor con la Iglesia y lo que espera que sea para
las generaciones siguientes.

Pasados los años, y quizá con una visión como la madre de los hijos del Zebedeo, la Iglesia
venía buscando un puesto a la derecha o a la izquierda del poder político y social, hasta que
llegó el momento de vivir un vuelco trascendental en la concepción de lo que debía ser la
Iglesia, precisamente en el Concilio Vaticano II, y se ve la necesidad de presentar a la
Iglesia con una perspectiva de comunión, que ciertamente fundada en el misterio de la
comunión trinitaria, en donde se halla su origen y naturaleza, pudiera ser signo de
comunión entre los hombres, y como lo indica la Lumen Gentium “… así se manifiesta
toda la Iglesia como "una muchedumbre reunida por la unidad del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo". (n.4)
De esta manera la Iglesia comunión no se basa en simple estructuras gubernamentales o con
un carácter organizativo que conlleva la distribución de funciones y tareas, sino que, por la
comunión con el misterio de la comunidad trinitaria, el hombre convocado a participar de
esta comunión y adherido a la comunidad de los que siguen a Jesús como sus discípulos, ha
de ser signo e instrumento de permanencia en la comunión con Dios y a sus hermanos (LG
n.1). Todo esto se concreta en acciones que presenta la constitución “Luz de las Naciones”

Cristo fue enviado por el Padre a "evangelizar a los pobres y levantar a los
oprimidos" (Lc., 4,18), "para buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc., 19,10); de
manera semejante la Iglesia abraza a todos los afligidos por la debilidad humana,
más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador
pobre y paciente, se esfuerza en aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a
Cristo (n.8).

Gracias a este cambio de mentalidad, la Iglesia ha venido dando pasos de progreso, y


entendiendo el propósito de su existencia. Sin embargo, en los últimos años el Espíritu
Santo ha venido dando mayores impulsos a la Iglesia, inspirando de forma sorprendente al
actual Pastor de la Iglesia. Retomando la pregunta que motivó este escrito ¿cuál es la
Iglesia que quiere Jesucristo?; la Evangelii Gaudium da una respuesta más acertada para
estos días.

El Papa Francisco en “la alegría del Evangelio” que es propiamente su primer documento, y
en donde expone su pensamiento y concepción de la Iglesia, da a entender que ese carácter
de comunión mantenida con el misterio trinitario se expresa en una dimensión extrovertida,
es decir, en una comunión misionera como así lo afirma “la intimidad de la Iglesia con
Jesús es una intimidad itinerante, y la comunión esencialmente se configura como
comunión misionera” (EG 23).

Consecuentemente, este elemento de comunión que tiene la Iglesia, ejerce una doble
función; en primer lugar, se debe reconocer que es una gracia del Altísimo y que al
participarlo a quienes se acogen a Él manifiestan la capacidad de fraternidad y de poner en
práctica la caridad con el prójimo. Por otro lado, la comunión se convierte en un reto que
compromete a los discípulos de Jesús a poner al servicio de todos, sus dones y carismas,
iniciativas, creatividad y proyectos, para hacer que la Iglesia llegue a todos los rincones del
mundo y a quienes aún no conocen a Dios de amor.

De esta manera se proyecta la Iglesia en salida como la novedad del magisterio del Papa
Francisco. En la Evangelii Gaudium se encuentra muy recalcitrante el hecho de una Iglesia
que sale de sí misma y que está dispuesta a “salir de la propia comodidad y atreverse a
llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio” (n.20) aplicando un método
alegóricamente experimentado por el pueblo de Israel en el desierto “la dinámica del éxodo
y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá” (n.21).

Entonces, retomando la pregunta con la cual se dinamiza este escrito, ¿Cuál es la Iglesia
que quiere Jesucristo?, la respuesta se encontrará en el concepto eclesiológico que en la
actualidad expone el Papa Francisco y que con ojos de esperanza espera pacientemente que
se manifieste a todo el mundo, el cual también está en la expectativa de una nueva
propuesta que le ayude a encontrar el sentido de su existencia. Esta Iglesia tiene claro que
su campo de acción está en la misión como espacio de realización de la comunión, que a su
vez es acogida, pero no una comunión solamente hacia los suyos, los bautizados, que de
hecho son su responsabilidad, sino una comunión hacia fuera, hacia los que necesitan
sentirse acogidos por alguien en medio de una indiferencia fría y casi suicida. No obstante,
sobra aclarar que, de manera implícita, esta tarea no es exclusiva de los jerarcas, sino de
todo bautizado que, con verdadera vocación de discípulo y misionero, tal como lo presenta
el documento de Aparecida, también sale al encuentro y rescate de su prójimo.

Referencias

AUTORES VARIOS (1993). Catecismo de la Iglesia Católica. Ciudad del Vaticano:

Editrice Vaticana.

_________________ (2009). Biblia de Jerusalén. Bilbao: Desclée de Brouwer.


FRANCISCO, Papa (2013). Evangelii Gaudium. Ciudad del Vaticano: Editrice Vaticana.

VATICANO II, C. (1964). Lumen Gentium. Bilbao: El mensajero, S.A.

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