TP Genética - Ángel Riviére

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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE PSICOLOGÍA

Psicología y Epistemología Genética- Cátedra I

Trabajo Práctico Nº3

Ángel Rivière.

Profesora titular: Lic. Barreiro, Alicia Viviana

Ayudante: Lic. Bertacchini, Patricio Román

Comisión: 15

Alumna:

Catalina Schejtman
42.660.663
[email protected]

Fecha de entrega: 21/6/2020

Primer cuatrimestre 2020


"¿Qué aportes de la teoría de Piaget y Vigotsky se retoman al formular el concepto de
reacción circular social y por qué puede ser pensado, a su vez, como un aporte a la
teoría de ambos autores?"
Según Ángel Riviére, en el comienzo de la vida, la reacción circular es la manera
fundamental de instalar una relación con el mundo. Se trata de la repetición de un ciclo
adquirido cuyo objetivo es mantener o redescubrir un resultado novedoso. Riviére
introduce la noción de reacción circular social a partir de la distinción que hace Jean
Piaget entre la reacción circular primaria, secundaria y terciaria. Para Piaget en el
segundo estadio del desarrollo sensoriomotor, la unidad funcional es la reacción
circular primaria, en la que el bebé reproduce resultados interesantes, descubiertos
casualmente, a partir de su cuerpo. Las reacciones circulares secundarias -repetición de
resultados llamativos que se reciben cuando la acción recae en el medio externo-
emergen en el tercer estadio. Las reacciones circulares terciarias –repetición de
conductas casuales que introducen modificaciones en la acción- en el estadio quinto del
desarrollo sensorio-motor.
Rivière agrega que, aún antes de la aparición de las relaciones circulares
secundarias, cuando todavía no se pueden controlar objetos físicos, los adultos dan
respuestas temporalmente contingentes a las acciones del bebé. Tales respuestas -gestos
o comentarios- que siguen a las expresiones y movimientos del bebé generan en el
mismo un aumento de sus conductas sociales que motorizan, también, más respuestas
del adulto, promoviéndose así reacciones circulares sociales. Estas constituyen para
Rivière el marco genético que sostiene enteramente toda la comunicación posterior. Con
esos estímulos repetidos y contingentes que el adulto entrega al bebé, se establecen las
bases de la predictibilidad y las posibilidades de anticipación indispensables para el
desarrollo de la comunicación intencional. De inicio solo hay este mecanismo de
reacción circular y una predisposición a la detección de contingencias, que permiten la
interacción social y el proceso de construcción de intenciones. En función de ello la
experiencia tiene en Rivière un valor fundamental, pero no la concibe operando sobre
“la nada” sino entramada con un complejo estado inicial y predisposiciones que trae
consigo el recién nacido.
Luego, es preciso notar lo que la concepción rivièreana le debe a los desarrollos
de Vygotski. Importa particularmente retomar su abordaje del gesto de señalar, que
ejemplifica con claridad la construcción de la intención comunicativa sobre la base de
acciones intencionadas en el escenario de situaciones de interacción: “Al principio, el
gesto indicativo no era más que un movimiento de apresamiento fracasado que
orientado hacia el objeto, señalaba la acción apetecida. El niño intenta asir el objeto
alejado de él, tiende sus manos en dirección al objeto, pero no lo alcanza, sus manos
cuelgan en el aire y los dedos hacen movimientos indicativos. Se trata de una situación
inicial que tiene ulterior desarrollo (...). Cuando la madre acude en ayuda del hijo e
interpreta su movimiento como una indicación, la situación cambia radicalmente. El
gesto indicativo se convierte en gesto para otros. En respuesta al fracasado intento de
asir el objeto se produce una reacción, pero no del objeto sino por parte de otra
persona. Son otras las personas que confieren un primer sentido al fracasado
movimiento del niño. Tan sólo más tarde, debido a que el niño relaciona su fracasado
movimiento con toda la situación objetiva, él mismo empieza a considerar su
movimiento como una indicación.”(Vygotski, 1931/ 2000, p. 149).
Se ve aquí la construcción de un gesto a partir de una acción intencionada fallida
del niño en el encuentro con la respuesta del adulto que, no sólo completa la acción del
niño, sino que con su intervención enseña al niño a intercalar esquemas de acciones
dirigidos a objetos y esquemas de acciones dirigidos a personas, de modo de lograr
acciones intencionadamente comunicativas.
Riviere propone un modelo de semiosis evolutiva, que puede analogarse con el
pensamiento constructivista de Piaget y Vygotsky, quienes consideraban al
conocimiento como un proceso, no como un estadío.
Riviére se pregunta cómo logra el bebé realizar intencionadamente acciones
significativas, es decir, cómo logra producir intencionadamente signos. El desarrollo
conduce desde un primer momento de semiosis no intencionada, pasando por un tiempo
de semiosis intencionada preverbal -primeros gestos intencionados-, hasta la producción
de significados mediante el uso del lenguaje. Los primeros signos de los bebés, sus
primeros llantos, por ejemplo, no suponen una intención comunicativa; pero sus signos
no nacen en el vacío sino en un mundo de seres interpretantes: adultos que les otorgan
sentido e intención, promoviendo la capacidad de generar intencionadamente signos y
significados.
Piaget sostenía que el conocimiento es una forma de adaptación equivalente a la
evolución orgánica, una construcción progresiva amparada por un principio de
continuidad funcional. Afirmaba que desde los rudimentos más elementales del instinto
hasta las operaciones más complejas, operan las mismas leyes, siguiendo una marcha
progresiva en la que la asimilación y la acomodación juegan un papel primordial en el
intercambio entre el sujeto y el entorno. Vygotsky, por su parte, reformuló la psicología
desde los presupuestos marxistas sosteniendo que para entender al individuo primero
deben comprenderse las relaciones sociales en que aquél se desenvuelve, destacando
también la importancia de la interacción intersubjetiva. Por lo demás, postulaba una
continua interacción entre las condiciones sociales -que son mutables- y la base
biológica del comportamiento humano: el desarrollo sigue desde su origen dos líneas
diferentes: un proceso elemental de base biológica y un proceso superior de origen
sociocultural.

*Imp lenguaje: Uno de los conceptos fundamentales su teoría es la mediación: proceso


de intervención de un elemento intermediario en una relación. En ese sentido, el
lenguaje es el principal mediador en la formación y en el desarrollo de las PPS. La
mediación constituye un sistema simbólico, elaborado en el curso de la historia social,
que organiza los signos en estructuras complejas. Vygotsky consideraba que la
adquisición del lenguaje constituye el momento más significativo en el desarrollo
cognitivo. El lenguaje media la relación con los demás y con uno mismo. Tiene una
naturaleza social. (vygot)
.

En las primeras acciones comunicativas del niño se intercala un caso especial de


esquemas de acción dirigidos a las personas: la búsqueda de contacto ocular; se
intercala también un fenómeno que ya implica una primitiva triangulación entre el niño
el objeto y el adulto: el fenómeno de atención conjunta. El juego de miradas que transita
del contacto ocular a la atención conjunta nos lleva directamente a la otra cara de la
semiosis humana: la intersubjetividad.

Esta especificidad de la interacción humana hace que la distinción, que señalamos


al inicio, entre una semiosis de la significación -en la que la intención de significar no
existe o no se considera pertinente o posible especular acerca de ella- y una semiótica
de la comunicación -en la que la intención define al acto semiótico- sea un
instrumento poco sensible. Entre ambas existe un hueco que una semiótica humana
evolutiva no puede ignorar.

Entre el mero intercambio de información y la comunicación intencionada, en su más


estricto sentido, existen modos diversos de estar con el otro. No se trata sólo de que los
primeros gestos producidos por los niños se modelen en un contexto de
intersubjetividad, sean interpretados en ese contexto y
que, cuando comiencen a ser intencionadamente dirigidos, lo hagan a interpretantes
que son conocidos y definidos mediante experiencias de intersubjetividad. Se trata de
que en las interacciones que preceden a la comunicación gestual existen modos de estar
con el otro que permiten compartir signos aunque éstos no sean intencionadamente
dirigidos; y de que, en el proceso de
formación de los gestos parecen presentarse formaciones intermedias, no
intencionadamente comunicativas aún, en las cuales los estados de intersubjetividad
cumplen un papel crucial. Pero hay algo más, la variedad de modos de estar con los
otros que no son estrictamente comunicativos no se limita a formas previas a la
aparición de la comunicación intencionada; incluso cuando ésta se ha establecido,
otros modos subsisten. Nos estamos refiriendo a las cualidades de producciones
sígnicas que comienzan a manifestarse en momentos posteriores del desarrollo.

El niño construye, además, símbolos en soledad. Pero en una soledad en la que él


mismo es emisor e interpretante de sus propios signos; en un espacio psíquico en que la
interacción ha sido internalizada. Sólo una semiótica que contemple la cualidad
intersubjetiva de la relación entre emisor y receptor puede acercarse a la comprensión
de los gestos dirigidos a sí mismos, de los gestos generados en espacios compartidos
que no parecen estar intencionadamente dirigidos a otros, de aquellas producciones
sígnicas que presentan variedades de intencionalidad por estar tejidas en una red de
intersubjetividades.

En el pensamiento psicológico de tradición piagetiana, en cambio, el carácter


simbólico de un signo no está determinado por la modalidad arbitraria de relación que
se establece entre el signo y su objeto sino por su modo de producción y función; por
su capacidad de representar lo ausente, capacidad que implica la distinción
significante-significado. Rivière retoma la idea piagetiana de función simbólica como la
capacidad de evocar significados ausentes mediante el empleo de significantes
claramente diferenciados
de sus significados y orienta su trabajo hacia el análisis del proceso de selección de
significantes motivados e idiosincrásicos.

En 1997, en el artículo Teoría della mente e metarappresentazione, Ángel Rivière


presenta por primera vez una teoría del desarrollo semiótico cuyo rasgo más llamativo
es, tal vez, la propuesta de un mismo mecanismo de producción de significado - la
suspensión- como generador de formas de semiosis muy diferentes y de diverso grado
de complejidad.

El rasgo más llamativo del modelo es que, en él, la capacidad de construir


intencionadamente signos, de generar semiosis, se explica como el resultado de la
aplicación de un único mecanismo denominado mecanismo de suspensión. “Suspender
es, en el sentido que nosotros lo decimos, “dejar algo sin efecto”. Hacer que una
acción, una representación del mundo o una estructura simbólica dejen de tener los
efectos normales que tendrían sobre el mundo real o mental. Suspender es hacer que
deje de regir algo: bien los efectos materiales de las acciones, o las propiedades
literales del mundo, o el significado aparente de un enunciado o de una representación
simbólica.” (Rivière y Español, 2002, p.2, citado por el original en castellano).
De acuerdo con el modelo, modos diversos de producción de significado tienen lugar en
el vacío que deja la suspensión. El análisis de la evolución de este modo peculiar de
semiosis se realiza en términos ontogenéticos y filogenéticos. Las formas de producción
de significado basadas en el mecanismo de suspensión se elaboran y complican a lo
largo de la ontogénesis humana. El modelo describe cuatro niveles, ordenados
genéticamente, que corresponden a formas semióticas particulares: los gestos deícticos,
los símbolos enactivos, el juego de ficción y la alusión metafórica. Asimismo, una idea
básica del modelo es que el mecanismo que subyace a todos ellos se deriva de uno más
primitivo que se pone en juego en pautas de semiosis animal, lejanas filogenéticamente
de las formas más elaboradas de suspensión representacional o simbólica que se
encuentran en el hombre. Al puntualizar los niveles que lo componen, el modelo indica
claramente que no pretende dar cuenta de la extensa producción sígnica humana: los
signos que segrega la suspensión como mecanismo de creación semiótica son
específicos y particulares.

. El tratamiento que da a las reacciones circulares está directamente vinculado con su


convicción, de entonces, de que la psicología no podía abandonar sus pocos bien
logrados cuerpos teóricos como el piagetiano y vigotskiano (por lo que la explicación
psicogenética debía incluir la interacción como factor formante) pero que no bastaba
con recuperarlos sino que era preciso combinarlos y reformularlos a la luz de los datos
provistos por la psicología cognitiva del desarrollo. Cierta precaución ante las
propuestas innatistas, a veces rápidas y temerarias, provenientes de la psicología
cognitiva del desarrollo (aunque también de otros ámbitos) completaba su visión.

Triada: un signo, su objeto y su interpretante. El


La semiótica peirceana se muestra como el marco adecuado para el estudio de la
interacción y que ésta, además de poder contener los fenómenos semióticos en los
cuales se evidencia una intención comunicativa, puede extenderse hasta abarcar tanto
los intercambios de información que existen en el mundo animal - en los cuales no se
aprecia una intención comunicativa ni desde el punto de vista del emisor ni del receptor
del signo- como las interacciones entre el adulto y el niño aun cuando éstas carezcan de
una intención comunicativa, al menos por parte del niño. Sin embargo, en la semiosis
humana, las interacciones de la díada constituyen el escenario en el cual se despliegan
dos habilidades o cualidades: intención e intersubjetividad.
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