5.5 Brillo - Darynda Jones
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5.5 Brillo - Darynda Jones
Darynda Jones
¡Dos advertencias rápidas!
-1-
Reyes Farrow, el vecino bribón, apartó la mirada de las llamas que
serpenteaban alrededor de los troncos carbonizados en la chimenea y niveló
sus poderosos ojos sobre mí. “¿Una periodista?” preguntó.
“No,” dije, sacudiendo mi cabeza. “No quiero ser sólo una periodista.
Quiero ser una reportera de investigación.”
Luchó contra una sexy sonrisa que hizo que sus ojos se arrugaran en las
esquinas. “Así que, ¿ser un investigador privado, la dueña de un complejo de
apartamento, copropietaria de un bar, una consultora para el Departamento de
Policía de Albuquerque, camarera de medio tiempo y la única parca de este
lado del universo no es suficiente?”
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Él se aclaró la garganta. “Te das cuenta que acabas de ofender a todos
los reporteros con vida. Y quizás muchos también que no lo están.”
-3-
entrevista del siglo. Esa en donde el hijo de Satán lo cuenta todo para el
beneficio de nadie más que el mío propio.
Deseaba tanto saber más sobre él, sobre su pasado, sobre su tiempo en
la Tierra y en el infierno. Así que se me ocurrió un completamente ingenioso,
si me permiten decirlo, plan que consistía en que yo escribiría un artículo
sobre él en el New York Times. Y/o en el National Enquirer. Podría ir en
ambas direcciones.
Él lanzó una mirada chispeante por debajo de sus pestañas. Pasó el dedo
índice a través de la línea de su boca. Bajó el ritmo de su corazón y me estudió
como un depredador estudia a su presa. “Si me sigues mirando de esa forma,
esta va a ser una entrevista muy corta.”
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Increíble. Una especie de vértigo feliz recorrió mi espina dorsal y sobre
mis terminaciones nerviosas. Él también lo sintió, y sonrió por detrás de su
mano.
“Dispara,” añadió.
“Okay,” dije, apoyando los codos sobre mis rodillas, “¿cómo fue crecer
en el infierno?”
“Sí.”
“A veces.”
“Trigo integral.”
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Seguí escribiendo, mis esperanzas disminuidas por completo. Era mi
propia culpa. Él sí dijo que respondería cualquier cosa que le preguntara. Pero
no dijo que respondería honesta o sinceramente. Algún día aprendería.
Sus párpados se entornaron. “Esto no tendrá algo que ver con una cierta
caja que encontré afuera de mi puerta esta mañana.”
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“Lo hicimos. Lo juro.” Hice el signo de Boy Scouts, porque nada grita
más honestidad que el signo de los Boy Scouts. “Pero no es justo que tú
puedas darme algo para Navidad y yo no pueda darte nada.”
Rodé los ojos. “Sólo lo acordamos porque una mujer desnuda con un
cuchillo me confundió con un indigente, y necesitaba refuerzos. Esa chica era
como una triatleta.”
“Ugh.” Me tiré de nuevo sobre el espacio vació del sofá. “Reyes, ¿por
qué? La verdadera dicha de la Navidad es dar. Si no me permites entregarte un
regalo, estarás succionando toda la alegría de la festividad como un motor de
gasolina, con doble turbo de marca Hoover.”
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Junté las manos. “¿Y?”
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que se disparaba en mi interior cada vez que mi piel lo rozaba bailaba dentro
de mí. Especialmente cuando esa piel se hallaba tan íntimamente colocada.
Inclinó la cabeza hacia atrás, sus caderas levantándose del sofá mientras
lo trabaja. “Holandesa,” dijo a través de los dientes apretados, como
advertencia. Con angustia.
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contra de su torso. Pensé que tomaría un momento para recuperarse, pero
arrancó el cierre de mis vaqueros y los bajó por mi culo. Sentí escalofríos
cuando el aire fresco golpeó mi piel expuesta.
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Gruñó y obedeció sin titubear. Me jaló hasta su regazo y nos rodó hasta
que él se encontraba arriba. En un rápido movimiento se hundió dentro de mí.
Estaba lo suficientemente húmeda para hacer de su entrada más fácil, y al
instante, el aumento del placer con la presión de su erección me hizo jadear.
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Nos quedamos recostados sin aliento, todavía medio vestidos, con las
extremidades enredadas. La piel que se hallaba expuesta brillaba a la luz del
fuego. De alguna forma terminamos en la alfombra. La mesa de centro se
había acorralado a un lado —muy lejos— y una mesa auxiliar había terminado
de alguna manera patas arriba. No sabía cómo.
No pude evitar capturar la sensación de Reyes sobre mí. Pasé mis dedos
por debajo de su camisa, recorriendo su columna y tomando sus durísimas
nalgas. Él descansó su rostro en el hueco de mi cuello como respuesta.
Se relajó en mi contra otra vez. “Los usaré todos los días por el resto de
mi vida.”
“Mírame.”
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“Los quemaré.”
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Me recosté en la alfombra y reí entre dientes. “Es una simple pregunta,
sí o no.”
“Es todo tuyo.” Sus ojos literalmente bailaron con picardía mientras se
sentaba a mi lado y apoyaba su cabeza para mirar.
“Es una simple pregunta, sí o no,” dijo, su voz tan rica y suave como la
mantequilla. Se echó hacia atrás, cruzando los brazos detrás de su cabeza.
“Cuando obtenga una respuesta, tendrás el resto de tu regalo.”
“Eso es chantaje.”
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“Eso es una buena negociación. No tiene sentido para mí darte un anillo
si dices que no. Perdería una gran cantidad de tiempo y dinero. Todo esto gira
en torno a una pequeña palabra en castellano.”
“Nop.”
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Él tomó mi barbilla entre sus dedos y alzó mi rostro más cerca del suyo.
“Cariño, soy el hijo de Satán. Podría chantajearte para que entregaras a tu
primogénito a un circo ambulante si así lo quisiera.”
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