ÉTICA DOCENTE Unidad I

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Instituto Privado Virgen de Ca´acupe

MÓDULO

Ética Docente

EstudiantE:…………………………………………………………

Docente; Prof. Mg Walter Ariel Barrios

2020

Licenciatura en Primero y Segundo Siglo


ÉTICA DOCENTE

Educación Universitaria a
Distancia
Guía Didáctica de

ETICA DOCENTE

INTRODUCCIÓN
Ética Docente tiene como fin, el desenvolvimiento del estudiantado a percibir y
saber sobrellevar los conflictos que se nos presenta en la labor cotidiana de la
vida así como también en lo personal.
Ética Docente quiere que las personas sean susceptibles de por sí, que tengan
la mentalidad de “YO PUEDO”, es así como se dice “Querer es Poder”, y cuando
nos proponemos a ser mejores es una satisfacción el haber logrado una meta.

Dentro de esta perspectiva, la Universidad, se constituye en un factor de cambio


definitivo que muy a pesar de los múltiples conflictos a diario presentes en
nuestra sociedad, vincula potencialidades humanas que conjugan en una
concepción científica y tecnológica, elementos tan necesarios ahora, como el
desempeño ético y bien obrado, el liderazgo en todas las áreas del saber, la
cultura, la educación y el arte como fundamentos imprescindibles de la expresión
humana y factores definitivos de desarrollo.

OBJETIVOS
*Realizar un análisis crítico sobre la existencia de distintas concepciones y
fundamentos del comportamiento ético y moral.

*Lograr que los estudiantes comprendan que el comportamiento humano se


enmarca en la esfera valórica y que en el debe el fundamentar y justificar toda
conducta ética.

*Comprender que la persona es el fundamento de cualquier criterio ético y que


ella es la depositaria de la inviolable dignidad humana.

*Analizar con los estudiantes la crisis en la que se encuentra y la sociedad actual


y la necesidad de asumir una conducta coherente en el ejercicio profesional.

TEXTOS CONSULTADOS

** Franca Tarrago y J. Galdona. Introducción a le Ética Profesional. Ediciones


Paulinas, Asunción 1999.

** Hortal, Augusto. Ética de las profesiones.

**González Álvarez, José Luis. Ética Latinoamericana. Usta. Bogotá 1986.

INDICE
UNIDAD I:

➢ Introducción a la reflexión Ética.


• La ética profesional: Rema de la ética filosófica.

• Ética, Moral y Ética Profesional.


• Sistemática de la Reflexión ética. Niveles en el
discurso ético.
UNIDAD II:

➢ Los referenciales éticos.


• Diversas concepciones éticas sobre el valor máximo
de referencia
• La persona humana como valor máximo de
referencia.
• Principio de la beneficencia.

UNIDAD III:

➢ Principios éticos básicos.


• Principio de la autonomía.
• Principio de equidad.
• Normas éticas en la práctica profesional.

• Las profesiones: Ethos y códigos de ética.

UNIDAD IV:

➢ La libertad y la responsabilidad moral de la persona.


• El sujeto personal como fundamento de la eticidad.

• Conocimientos y desafíos de la responsabilización.


• La conciencia.
• Las decisiones de la conciencia.

UNIDAD V:

➢ La ética profesional.
• El profesional y la ética.
El valor moral último.
• Los principios éticos.
Las normas éticas básicas.
Juicio ético de la práctica profesional.
Fundamento antropológico para una ética solidaria.

UNIDAD I
1. INTRODUCCIÓN A LA REFLEXIÓN ÉTICA.

1.1. La Ética Profesional: Rama de la Ética Filosófica.


Ética Profesional como concepto tiene una íntima relación con la responsabilidad
social. Tanto que es la ética profesional la que posibilita llevar a la práctica los
valores que pregona la Responsabilidad Social y es la Ética la que nos ayuda a
ejercer la responsabilidad en un marco de coherencia y correspondencia social.
Para que la responsabilidad social (RS), responsabilidad social corporativa
(RSC), responsabilidad social empresaria (RSE) puedan acometerse y no sólo
sean respetadas a la distancia, se necesita de profesionales que sean éticos.

La Responsabilidad Social tiene subsumida en sí un conjunto de premisas,


principios, valores, y normas de conducta que se han establecido por el colectivo
social como elementos representativos de la denominada Responsabilidad
Social. La Ética sin embargo, no prescribe ninguna norma o conducta, tampoco
la ética nos obliga o nos recomienda que deba ser realizado. Su propósito se
relaciona entre otros factores con la praxis, con el cómo se ha de aplicar en los
distintos contexto profesionales y personales de nuestra vida los valores
sociales.

Probablemente la ética sea el área filosófica donde más predomina la sensación


de que los autores antes de toda pregunta por la posibilidad de fundamentación
ya saben dónde quieren llegar.

Algunos parecen estar dispuestos a forzar contra viento y marea el análisis


filosófico. Otros, después de desarrollar análisis escrupulosos en filosofía
primera, ontología o filosofía social, se deslizan en el campo de la ética en un
alegre tobogán donde invariablemente surge la defensa de la vida y de los
derechos humanos como valores inclaudicables o el diálogo y la comunicación
intercultural como principios supremos. Se nota muchas veces una cierta
precipitación: al cabo de unos pocos devaneos para fundamentar la ética se
derivan como por arte de magia un sinfín de principios y normas apenas
apuntaladas.

A menudo se parte de un panorama de desorientación y de un largo listado de


problemas que aquejan a la humanidad: crisis ecológica, crisis de convivencia,
crisis del sistema económico mundial, nuevas tecnologías médicas, y de la
necesidad imperiosa de una ética universal para hacerles frente.
Una vez mostrada esta necesidad parece que ya nos podemos sumergir
inmediata y extensamente en la respuesta a los problemas desde unos
determinados valores. Si F.

Dostoievski aseguraba que sin Dios todo está permitido, ahora parece afirmarse
que sin unos principios éticos universales estamos perdidos. Aunque esto fuera
cierto no prueba que se den efectivamente estos principios.

Es más, este tipo de argumentaciones, nos invitan a sospechar que en los


razonamientos éticos, arropados en un discurso racional, somos más proclives
que en ninguna otra argumentación a dejarnos llevar por nuestro anhelo de
seguridad y por nuestras convicciones. "No es nunca seguro que una opinión
sea falsa porque tenga consecuencias peligrosas". Ciertamente hay también
toda una serie de autores que parecen más rigurosos filosóficamente.

Autores que no permiten que se cuele sin justificar cualquier valor, más capaces
de soportar la duda y la inseguridad. Pero no deja de ser sorprendente que en
nombre de la desfundamentación y de la crítica radical del pensamiento ético
encontremos a menudo una nueva moral o la defensa resuelta del orden vigente.

Asimismo es frecuente la impresión de que la filosofía moral es inútil. La urgencia


de los problemas, la necesidad de justificar la acción humana o de hacerla valer
ante los propios ojos o a los ojos de los demás, y la inmersión en conflictos de
diferente índole parecen forzarnos a abandonar por improductiva, académica, u
apolítica la consideración pausada de los interrogantes más genuinos de una
ética filosófica:

¿Cuál es su objeto y su cometido? ¿Es posible una fundamentación filosófica


de la ética, esto es válida para cualquiera? ¿Cuál es el punto de partida o desde
donde puede la filosofía abordar con rigor la reflexión y el análisis ético? ¿Cómo
se vértebra el propio método filosófico con la fundamentación ética de cada
autor? Son cuestiones complejas en las que se han estrellado múltiples filosofías
y que cruzan prácticamente desde los diálogos platónicos toda la historia de la
filosofía.

Son cuestiones además que se entreveran entre sí. Un determinado método


filosófico (fenomenológico, hermenéutico, trascendental) lleva a un determinado
punto de partida (la acción, la conciencia, el lenguaje, la historia etc.), a un
determinado intento de fundamentación o desfundamentación y a una
determinada concepción de la ética y a la inversa.

Al prescindir de las cuestiones más densas de la ética filosófica nos condenamos


a elegir entre las diferentes escuelas filosóficas aquella que más se adecua a
nuestros intereses morales. Es lo que a menudo es decepcionante en muchos
tratados de ética.

Ética, Moral y Ética Profesional

El principio no puede ser más alentador, los problemas sobre el mundo actual y
el modo de presentarlos consiguen interesarnos por el tema y hacernos ver la
rotunda necesidad de una reflexión ética pero luego hay una adscripción somera
a alguna corriente filosófica con algún aderezo y de allí ya se pasa a las
respuestas. Se nos escamotea precisamente la discusión más importante, el
problema de la fundamentación, el lugar donde se juega la partida. Lo esencial,
que la reflexión filosófica debería discutir, se da por supuesto.

El hecho de que parezca que necesariamente tenemos que adherirnos a una u


otra escuela filosófica podría hacernos pensar en la futilidad de embarcarnos en
las cuestiones "duras" de la filosofía.

Todo indicaría que lo que pueda desprenderse de un análisis filosófico, y más en


filosofía moral, pende siempre de una opción previa de su autor. Pero que esto
sea así en muchos casos, o casi siempre, ¿significa que necesariamente los
resultados de una investigación filosófica derivan de una opción previa? De ser
cierto perderíamos el tiempo esperando que la filosofía pudiera arrojarnos alguna
luz en la reflexión ética.

Su único papel consistiría en confirmar nuestras inclinaciones, proyectos u


opciones y más nos valdría abandonar la reflexión sobre el campo de la moral a
la estrategia política, las religiones o lo inefable. El que la filosofía dependa o no
de una opción previa tiene que ser a su vez discutido y mostrado filosóficamente.

Luego hay que contar con el recelo más que fundado de que la filosofía moral es
una fuga y una abstracción de los conflictos reales.
Más en Latinoamérica que en Europa, se tenderá a pensar que una filosofía
interesada por cuestiones últimas o de fundamentación que no sea directamente
política o que no sirva para la resolución inmediata de los problemas, refleja un
prejuicio de clase o euro céntrico.

Es evidente que si uno está metido en los conflictos y está rebasado


continuamente por las urgencias y premuras del presente, difícilmente puede
hallar la serenidad de espíritu para este tipo de investigaciones. Pero tenemos
que hacer un esfuerzo metodológico para prescindir en una reflexión radical de
estos conflictos.

Parece inmoral, ilegítimo, oscuro, inútil, una reflexión fundamental sobre la ética
en un contexto asediado por la violencia y la miseria de muchos y sin embargo,
si es verdad que un grano de verdad es preferible a toda una cosecha de
ilusiones, esta reflexión puede ser una forma de compromiso radical con todos
aquellos que revelan la mentira de los valores vigentes en sus cuerpos
demacrados.

El hecho de que una disciplina como la ética y la reflexión filosófica no produzca


una utilidad inmediata es quizás más una ventaja que un defecto, pues esta
predilección por lo práctico y lo efectivo en un régimen de aturdimiento (SSV
403), de actividades y de urgencias en el cual siempre carecemos de tiempo y
holgura para saber dónde tenemos apoyados los pies (SSV 404) podría ser uno
de los magníficos engaños de nuestro tiempo para mantenernos en la superficie
de los problemas mientras creemos estar haciendo algo.

Por último no es menos grave la objeción de que ante una razón cínica la filosofía
moral parece inerme e ingenua. Como dirá J. Muguerza lo mínimo que a uno se
le ocurre preguntar a la ética es lo de las películas: "¿Qué hace una chica como
tú en un sitio como este?".

Algunos de los que se sienten cómodos y confortables con la moralidad y las


formas de vida del presente hacen lo que dicen y prometen lo que van a hacer
sin necesidad de ocultarlo, y los indignados y descontentos, por las razones que
sean, sienten que ante esta transparencia su crítica es inerme.
La ética sería su último recurso, el refugio de su impotencia que les brindaría al
menos una suerte de "confort metafísico". Legitimaría, por ejemplo, la
desobediencia civil, por minoritaria que ésta fuera, cuando se tratara de oponerse
a políticas de discriminación racial, machistas o militaristas e incluso la
insurrección armada en aquellos países donde las mayorías se ven excluidas de
los beneficios de la democracia.

Y si sus acciones no llegaran a tanto, la razón, la historia, los presupuestos


trascendentales de la comunicación, la naturaleza, Dios, o algún otro tipo de
instancia les asegurarían que como mínimo su indignación es más racional, más
filosófica, más seria, más moral o más humana que la aceptación sin reservas
del orden vigente. Por el contrario, los que ya se sienten cómodos y tienen las
espaldas bien cubiertas por el confort socioeconómico encuentran en la filosofía
moral una arma excelente para el rechazo de tamaños consuelos y hasta para
el ejercicio de su cinismo.

La filosofía mostraría cómo todos tienen la obligación de obedecer las leyes de


un Estado, aunque puedan ser injustas, especialmente ahora que la democracia
se ha universalizado y que por tanto proporciona a todos los instrumentos
institucionales para efectuar el cambio pacífico de las leyes y de los programas
políticos.

Pero aun admitiendo que una investigación filosófica pudiera mostrar que más
allá de la utilización de la ética por uno u otro interés particular hay algo universal
que todos deben tener en cuenta, ¿cómo puede la ética filosófica tener alguna
operatividad, alguna influencia en un mundo lastrado por el poder, las urgencias
y un stress que nos imposibilita a menudo una reflexión mínima? No hay ya,
como presuponía la crítica de las ideologías moderna, un velo de inocencia que
nos cubra a todos.

La filosofía y las ciencias sociales podrán ejercer todo lo que quieran su función
crítica y sacar a la luz las causas del mal y del sufrimiento. Los intelectuales
podrán abandonar su ejercicio académico y poner el grito en el cielo ante las
injusticias del presente. No importa. Con ello apenas si desmoronarán la
justificación de aquellos que se sienten más o menos cómodos en el orden
vigente.

Sin embargo, si aceptamos que la filosofía es precisamente aquel saber que no


tiene que justificarse más que ante sí mismo, entonces no tiene tampoco por qué
preocuparse por su eficacia o por su indefensión ante una razón cínica. La
filosofía podrá considerarse una tarea inútil al lado del quehacer científico,
técnico y de la sabiduría humana, religiosa y moral. Se la podrá vituperar de
pretenciosa cuando se complace en sus crucigramas de sutilezas y paradojas y
se enorgullece incluso de ser una pérdida de tiempo.

Sistemática de la Reflexión Ética.

La filosofía será quizás una pasión desmesurada por la verdad donde los
problemas -como dirá J. Ortega y Gasset- no entran como los leones en la pista
de circo con un cierto grado de morfinización sino con todo su pavoroso brío.

Pero aún siendo por su inutilidad, altanería y desmesura una tarea en perpetuo
fracaso "está perfectamente justificada como humana ocupación por qué la
fuerza de la filosofía, a diferencia de los otros modos de conocimiento, no se
funda en el acierto de sus soluciones sino en la inevitabilidad de sus problemas.
La filosofía es el único conocimiento que para ser lo que tiene que ser no necesita
lograr la solución de sus problemas, no necesita tener éxito en la empresa." Esta
es toda la grandeza y toda la miseria de la verdad filosófica.

F. Bacon preludia ya a principios del siglo XVII el sentido en el que hablaremos


aquí de filosofía y ética primera. "Desde el momento en que no estamos de
acuerdo sobre los principios, las nociones, ni aún en la forma de las
demostraciones, sólo queda un método, muy sencillo; a mi entender consiste en
conducir a los hombres hasta los hechos [...] más precisa que, por su parte, se
impongan la ley de abjurar durante algún tiempo de sus nociones y se
familiaricen con los hechos en sí." F.

Bacon busca librarnos así de los prejuicios de la especie, del individuo, del
lenguaje y de las escuelas u opiniones filosóficas. R. Descartes expresará pocos
años después con contundencia que solamente con una voluntad de justificación
radical se puede hacer filosofía auténtica. Y el proyecto de ambos goza a mi
modo de ver de una gran actualidad y vigencia.

El mayor potencial creador y revolucionario de la filosofía no se encuentra en el


acervo cultural que nos transmite, en una lectura escrupulosa o en una
amalgama de tesis bien trabadas sino en la terca pretensión de no aceptar
ningún presupuesto ni buena intención práctica que no haya sido radicalmente
justificada.

La fuerza de la filosofía no descansa en la ampulosidad de sus sistemas sino en


la radicalidad de su punto de partida.

El intento de madurar una filosofía primera implica no aceptar ningún tipo de


componendas con los prejuicios de la tradición y de la propia época y éste era
precisamente el ideal de R. Descartes: liberar el propio espíritu "de toda suerte
de prejuicios".

El mismo escepticismo podría ser un prejuicio más y no el resultado de una


indagación propiamente filosófica. Y es que la filosofía primera para R. Descartes
implica sobretodo una especie de intransigencia con los "ingenios débiles", con
todos aquellos que no estén dispuestos a poner en entredicho sus convicciones
sea cual sea la naturaleza y la aceptación social de las mismas.

De hecho piensa que son muy pocas las personas dispuestas a semejante
ejercicio pues sobretodo en filosofía, a diferencia de las demás ciencias,
"creyendo cada cual que todas sus proposiciones son problemáticas, pocos se
dedican a buscar la verdad, e incluso muchos, por adquirir reputación de
ingeniosos, se aplican sólo a combatir con arrogancia las verdades más
patentes.".

En nuestro siglo E. Husserl, M. Heidegger, J. Ortega y Gasset y X. Zubiri llevan


de algún modo adelante este proyecto cartesiano pudiéndose establecer incluso
entre ellos un progreso en la radicalización filosófica del punto de partida, aunque
sólo E. Husserl utiliza sin ambages la expresión de "filosofía primera".
Hoy A. González retoma con vigor la liberación de los presupuestos no
justificados como el ideal rector de la tarea filosófica. Tal vez este ideal nunca
tendrá una realización cumplida y plena.

Pero no constituye un ideal vano y carente de eficacia, porque la eliminación de


los presupuestos no justificados permite avanzar en la conceptuación de aquello
que constituye el punto de partida de todos los saberes.

El análisis crítico de ese punto de partida nos puede proporcionar un ámbito en


el que todos los presupuestos con los que cargan nuestros lenguajes puedan ser
sometidos a revisión para ser justificados o eliminados.

Al ideal de la falta de presupuestos cabe acercarse asintóticamente, en un


progreso creciente de radicalización crítica en la conceptuación de ese punto de
partida.

No se trata de decir que la filosofía sea el saber más importante, más útil o más
urgente ni de mantener ningún tipo de arrogancia ante los demás saberes. La
filosofía tampoco es primera por una prioridad cronológica como si se tuviera que
hacerse filosofía antes de entregarse a cualquier otro saber.

La experiencia humana muestra más bien que la filosofía surge frecuentemente


de las dificultades planteadas por otros saberes. En este sentido, la filosofía es
muchas veces, el saber último.

La filosofía es primera en la medida en que se pregunta por el origen, el alcance,


el valor y los límites de los demás saberes y de su propio saber, eliminando los
presupuestos acumulados en ellos.

Podría pensarse con razón que hablar de ética primera es una contradicción en
los términos, que estaríamos traicionando ya de entrada el proyecto de una
filosofía primera libre de presupuestos al introducir en ella sin más lo que casi
siempre se ha considerado como un capítulo, consecuencia o conclusión de un
análisis filosófico previo.

Es E. Levinas el que más contundentemente ha expresado que la ética no es


una rama de la filosofía, sino la filosofía primera. ¿Pero tiene esta afirmación una
justificación filosófica radical? ¿Qué tendrá que ver X. Zubiri con esta cuestión
cuando prácticamente no habla nunca de filosofía primera y cuando se refiere a
la ética es para aseverar que éste no es su asunto?

En la mayoría de los autores que han dedicado esfuerzos a una filosofía primera
se descuelga una cierta acidez moral y la consideración de la ética como una
filosofía segunda.

Sin embargo ¿no es este hacerse cuestión de lo no cuestionado, este avance


por adelgazamiento de la filosofía primera una búsqueda de orientación radical,
una lucha titánica contra el escepticismo, una ansia de una sabia claridad en
medio de la destrucción y la amenaza de aniquilamiento del mundo, un sondeo
para saber estar en la realidad (IRA 352)? ¿No es, por tanto, el mero preguntar
de una filosofía primera, antes de toda consideración sobre sus resultados, una
cuestión ética? Independientemente de cual sea su objeto y aunque este no
tuviera nada que ver con algo asimilable al orbe de la moral ¿no es ya la filosofía
primera en si misma ética al modo de una meditación socrática? En el supuesto
que fuera legítimo hablar de filosofía primera en X. Zubiri ¿es ética de ese modo
o también se podría considerar ética por su propio objeto o punto de partida? Si
así fuera ¿no serían prácticamente sinónimas una ética y una filosofía primera?

Niveles en el discurso Ético.

Desde un principio, la ética del discurso fue concebida -al menos en el caso de
la pragmática trascendental- como macro-ética referida al planeta. De ninguna
manera, ni antes, ni ahora, está orientada hacia el problema intra-académico de
la fundamentación última como refutación del escéptico, sino se orienta, desde
un principio, hacia la cuestión de cómo superar las consecuencias a nivel mundial
de la ciencia y técnica contemporáneas por ejemplo la crisis ecológica- a través
de una ética de responsabilidad de validez universal.

Sin embargo, este problema me ha obligado a preguntar por una posible


fundamentación última de la ética.

En los dos frentes del análisis con el escéptico como oponente posible, no de
manera inmediata, pero sí en última instancia. Resulta que el escéptico es, desde
los tiempos antiguos, el interlocutor decisivo en las indagaciones de las
condiciones de posibilidad de una filosofía intersubjetivamente válida, no
importando su motivación a su ubicación histórico-geográfica.

Esto significa: si no pudiéramos refutar al escéptico, entonces la argumentación


válida -y esto es la filosofía y la ciencia- sería imposible de antemano.

Sí podemos, en cambio, refutar al escéptico comprobándole que él mismo tiene


que presuponer y utilizar necesariamente las condiciones normativas del
discurso en su argumentación y que no puede negar esto sin caer en una
contradicción preformativa: si podemos probar esto no sin contar de su parte con
la reflexión de buena voluntad sobre las presuposiciones de su argumentación-
entonces no sólo hemos refutado al escéptico, sino hemos ganado una base
indiscutible para la argumentación en la filosofía y la ciencia:

No se ha ganado un sistema de axiomas para deducciones racionales de


teoremas como lo esperaba el racionalismo clásico, sin embargo se tiene una
condición trascendental-pragmática (esto es no lógico-semántica sino dialógico-
dialéctica) para la presentación y defensa argumentativas de cualquier axioma
de posibles teorías.

Lo éticamente relevante de este argumento trascendental pragmático desde un


principio no sólo consistió en fundamentar la validez de la argumentación
filosófica en general por el camino de la refutación del escéptico, sino consistió
en probar que el reconocimiento de ciertas normas éticas fundamentales forma
parte de las condiciones normativas de la argumentación.

Se reconoce, por decirlo así, la ética de una comunidad ideal de comunicación


que consiste en normas básicas, entrelazadas entre sí, en el sentido de los
mismos derechos, de la misma responsabilidad; esto es, de solidaridad por parte
de todos los interlocutores posibles en contraste, por ejemplo, con la defensa
amoral del interés propio en un discurso de negociación estratégica (también con
un contrato à la Hobbes.

El punto principal ético de la pragmática trascendental reside en una inteligencia


que fue imposible aún para la filosofía del sujeto de la Edad Moderna -Descartes,
Kant y Husserl-. Reside en la inteligencia de que la proposición no-falsificable del
"Yo pienso" ("ego cojito") no puede entenderse como trascendentalmente
solipsista y autárquica en el sentido del solipsismo metódico (en este caso no
podría ni siquiera expresarse), sino debe entenderse como "yo argumento en el
discurso", y esto quiere decir: argumento como miembro de una comunidad real
de comunicación (determinada históricamente) a la vez que como miembro de
una comunidad comunicativa ideal e ilimitada (por lo tanto abierta hacia el futuro
) y necesariamente anticipada contrafactualmente.

Con base en esta reflexión, creo, me fue posible romper el bloqueo a la


fundamentación racional de una ética con validez universal en dos frentes de una
discusión entendida como global:

Primero -para empezar con lo histórico- en vista de la monopolización


ampliamente aceptada de toda racionalidad funda-mentadora por parte de la
racionalidad de la ciencia neutra de valores (y de la racionalidad instrumental y
estratégica que ésta idealmente presupone, también neutra de valores), aquí se
ha podido demostrar que aún la racionalidad científica neutra de valores, en la
dimensión sujeto-objeto, presupone, en la dimensión sujeto-co sujeto de la
comunidad argumentativa de los científicos, la ética solidaria ya esbozada de la
comunidad ideal de comunicación:

De modo que, cree, especialmente en los últimos tiempos, ha podido


demostrarse que también se puede romper el bloqueo historicista o
culturalantropológico relativista de la fundamentación racional de una ética válida
universalmente. ¿Cómo se puede demostrar, esto? Por ejemplo: La
argumentación del relativista se sirve necesariamente de la diferenciación y la
interdependencia entre el a priori de la comunidad comunicativa real e ideal: en
relación a la primera se refiere con razón a la dependencia cultural
históricogeográfica y a la parcialidad de cualquier persona que argumenta -este
también en el sentido de su dependencia no- reflexionada de una tradición moral
particular.

Aquí el relativista es heredero del racionalismo histórico-hermenéutico y


etnológico- antropológico. Pero por el simple hecho de argumentar y de ser
capaz de reconocer la relatividad cultural como límite de la aspiración a la validez
universal, el relativista tienen que presuponer y a la vez dirigirse de cierta manera
a la instancia de reflexión meta-histórica de la racionalidad universalmente válida
de la comunidad del discurso ideal e ilimitado.

Este se muestra por ejemplo en el título provocador libro de A. Maclntyre Which


rationality, whose justicie? Este título por un lado alude a la tesis del libro: que
no puede haber una racionalidad ni justicia universalmente válidas. Pero al
mismo tiempo, si pretende tener sentido como provocación del discurso, tiene
que dirigirse justamente a la instancia racional universal y servirse de ella como
instancia de decisión en la cuestión suscitada.

En esta medida el título del libro expresa una contradicción preformativa.

El Reproche de la crítica ideológica del Eurocentrismo

Con esta defensa de la reivindicación de la universalidad de la filosofía en general


no se ha demostrado de ninguna manera que les asiste el derecho a todas las
reivindicaciones de universalidad de la filosofía tradicional –esto es de la filosofía
orientada hacia Europa, en primer lugar, en este punto la fundamentación ética
trascendental-pragmática más bien entra en una posible confrontación con la
ética de la liberación. Aquí presento un esquema, del Discurso

Desde nuestro punto de vista, en cualquier tipo de relación interpersonal –y en


consecuencia, también la relacionalidad típica del profesional- consideramos que
los principios morales fundamentales son el de Autonomía, el de Beneficencia
y el de Equidad a los que luego expondremos con mayor detalle.

Las normas morales básicas. Son aquellas prescripciones de carácter ético que
establecen qué acciones de una cierta clase deben o no deben hacerse para
concretar en la realidad, a los principios o a los valores estimados como válidos.
Las normas pueden ser de carácter fundamental o de carácter particular.

Pueden considerarse normas fundamentales aquellas que son condición


ineludible en cualquier interrelación interpersonal. En este sentido estaría la
norma fundamental de veracidad, de fidelidad a los acuerdos o promesas, y
de confidencialidad a las que más abajo analizaremos pormenorizadamente.
Por el contrario normas particulares son aquellas que sólo tienen aplicación en
ciertas circunstancias.
Tanto las teorías deontológicas como las consecuencialistas coinciden en afirmar
que puede haber normas morales. Pero, mientras las teorías deontológicas
tienden a justificar las normas como instrumentos de los principios
universalmente válidos, las teorías consecuencialistas tienden a valorar las
normas como relativas o “útiles” según las circunstancias, tiempos o lugares.

Se consideran juicios (éticos) particulares a aquellas valoraciones concretas


que hace un individuo, grupo o sociedad cuando -razonando éticamente-
compara lo que sucede en la práctica concreta, con su aspiración de que se
alcancen en la realidad aquellos valores, principios o normas fundamentales que
se consideran imperativos ineludibles para la planificación del hombre.

Tanto la norma de veracidad, como el principio de respeto por la autonomía (que


implica, también, defender la vida), son formales, es decir, no permiten saber
cuándo, en realidad, alguien está actuando culpablemente al mentir o matar.

En cambio se trata de un juicio valorativo particular aquel que emite la razón del
hombre cuando -teniendo en cuenta los datos que le proporcionan las ciencias y
su experiencia espontánea confrontada intersubjetivamente, llega a juzgar que:
"el aborto es matar a un inocente" o "es una mentira decirle a un desahuciado
que se va a curar".

Todo razonamiento ético, sea o no consciente, culmina en afirmaciones que


tienen -de una u otra manera- al verbo ser como cópula de una frase con sujeto
y predicado, tal como lo hemos mostrado en los ejemplos anteriores.

De hecho, todas las reivindicaciones sociales políticas o religiosas surgen de un


diagnóstico, -un juicio concreto- de cómo un valor está siendo violado o
menospreciado en la realidad. Si un sindicato reivindica sus salarios es porque
en última instancia está juzgando: "este salario es indigno de lo que nos
merecemos como personas que trabajan y tienen que vivir".

Los juicios éticos son el punto final de todo razonamiento ético. Cada individuo
al tomar una decisión ética busca que el ideal moral pase a la práctica. Para eso,
debe ponderar las circunstancias, superar los impedimentos, -tanto teóricos
como prácticos- para poder actuar en el sentido del valor ético buscado.
Saber de ética no sólo implica ser consciente de cual es el ideal moral a perseguir
sino aprender a “ser prudente” es decir, decidir en cada circunstancia
acercándose lo más posible al ideal moral

Podríamos esquematizar estos diversos planos, de la siguiente manera:

1. valores éticos

Son las aspiraciones ideales que el ser humano busca con su


conducta moral. Todo sistema de pensamiento moral tiene un valor
ético supremo, máximo o último, que hace de regla para juzgar a
los demás valores de menor importancia. Ej. de valor ético
máximo.: todo ser humano vale de forma absoluta

2. principios

Son afirmaciones universales que expresan cómo se puede


defender al Valor ético último y hacen de fundamento a las
normas. Ej. toda persona merece ser respetada en su
libertad

3. normas éticas

Prescribe aquellos caminos o vías para que el valor y los


principios se concreten en una determinada situación. Ej. Ser
informado verazmente es condición para tomar decisiones
libres

4. juicios particulares

Frente a una determinada situación, la conciencia del individuo debe


valorar si: ocultar una determinada información es mentir o no.
TRABAJO PRÁCTICO I

1. Explica con tus propios términos: ¿Qué se entiende por: Ética, Moral, Ética
Filosófica, Ética Profesional y la Reflexión de la Ética? 5p.

2. ¿Qué se entiende por Discurso Ético y en qué consiste? 5p.

3. Habla sobre El Reproche de la crítica ideológica del Eurocentrismo 5p.

4. Elabora un ensayo sobre: Ética docente 5p:

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