Etica y Negocios PDF
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Por un lado, tenemos la teoría ética cuyo sentido fundamental es el de encarar una
fundamentación de la moralidad esto es hallar aquellos principios universales que
sirvan de guía para la acción moral. Por otro lado, tenemos el plano de las éticas
aplicadas (ética empresarial, ética en los negocios, bioética, ética organizacional,
ética periodística, etc.). Éstas suponen una re exión ética en íntima conexión con
la esfera del saber-hacer involucrada en la expresión “aplicada”. Aunque no es
muy afortunada la expresión “ética aplicada”, puesto que toda ética es por
de nición aplicada, con la re exión involucrada por la ética aplicada (en el campo
que se trate) se busca analizar, y recomendar en su caso, el grado en que se
satisface o no con los principios morales validados, así como establecer pautas para
encaminarse a ello.
En esta lectura por su carácter metodológico y de referencia conceptual, la más amplia del curso.
Nos adentraremos en los elementos de referencia básicos para entender el sentido de la materia.
Como ejercicio de imaginación ética puede considerar el siguiente interrogante: ¿ética y
negocios?
Pero ambas expresiones tienen ciertos matices interesantes de rescatar. “Ética” en griego
tiene dos grandes usos emparentados con dos expresiones diferenciadas por la cantidad de la
primera vocal: éhtica (con “e” de “epsilon”, o de menor duración en la cantidad vocálica, “e”
corta) y “êthica” (con “ê” de “eta”, o “e” larga). La primera se refería a la costumbre como
hábito; la segunda más al carácter o forma de ser de la persona. La re exión losó ca antigua
jugó con ambas expresiones para dar a entender la siguiente ecuación: la ética conforma el
carácter de los humanos. De modo que desde su origen el término ética quedó asociado a un
saber, porque la conformación del carácter era un saber re exivo, pero de carácter práctico:
orientado a la transformación del modo de ser de la persona. Con el temperamento se nace,
pero el carácter se hace.
En cambio, la palabra “moral” (del latín “mos”) recogía más la raíz de costumbre y hábito. En
este sentido cabe la identi cación de ética con aspectos más relativos a la individualidad y de
moral con los más relativos a las costumbres. O dicho en términos más actuales: de ética con
la norma subjetiva (la norma de acción que el individuo se da a sí mismo, aunque la misma
pueda ser una adecuación respecto a la del grupo) y moral con norma objetiva, de carácter
social.
Pero a esto hay que añadir una complejidad derivada del uso académico de esos términos. La
moral es un hecho (el factum moral) en el sentido de que no cabe interacción social que no
esté regulada por la misma. Ciertamente el término “moral” indica relación a las reglas por
hábito con la que los seres humanos vivimos en un espacio estructurado y en un horizonte de
vida (un sentido de la acción conformado por distinciones como bueno/malo,
correcto/incorrecto, etc.). Pero no ha de identi carse sin más el conjunto de normas morales
con el de las normas que estructuran la vida social.
Moral “tiene más que ver con nuestra relación con esas
normas y valores, apareciendo sólo como dimensión
autónoma cuando ese conjunto de normas pierde su validez
evidente” (García Marzá y González Esteban, 2014, p. 10)
Los seres humanos vivimos pues en un espacio social y horizonte de vida que está
normativamente conformado (facticidad normativa) y esta normatividad es heterogénea:
costumbre, ley, regla técnica, etc. En la medida que adecuamos nuestra conducta a esta
facticidad normativa la moralidad queda por así decir diluida, oculta en un sistema de hábitos
de los que no necesariamente adquirimos conciencia. Pero el ámbito de la moralidad irrumpe
cuando se rompe esta facticidad normativa lo que nos induce ya de entrada cierto grado de
re exividad. Dicho de otro modo, el ámbito moral entra en acción cuando lo social no es
su ciente ya para regular nuestra conducta (García Marzá y González Esteban, 2014).
La moralidad supone un horizonte de normas con las que tiene relación de tensión.
Podríamos decir que el ícono que lo representa es la tragedia de Antígona, quien se ve obligada
a abandonar la ciudad, y la morada que ella signi ca: ethos, por desacatar sus normas al
enterrar a su hermano.
La moralidad es objeto de una primera re exividad (la re exión moral) aún sin salirse de su
horizonte estrictamente moral. En esta dirección usamos muchas veces la palabra ética: el
sujeto que, en su re exión sobre el horizonte normativo de referencia, actúa de un modo
determinado. Estamos ante una ética espontánea y poco elaborada. Como diría Kant (2005)
una razón espontánea o un “entendimiento vulgar”. Y ya desde este primer nivel podemos
colegir que el quehacer ético exige acoger la especi cidad del mundo moral dando razón del
mismo o cuestionándolo, re exionando sobre el mismo (Cortina, 2010). Todos los seres
humanos vivimos y reproducimos un horizonte moral de referencia (moral como contenido)
pero la re exión ética aún en sus niveles más espontáneos no se ocupa tanto de los
contenidos concretos de esta moralidad cuanto de la forma de la moralidad (moral como
estructura) (Cortina 2010; García Marzá y González Esteban, 2014).
Con esta distinción nos posicionamos de entrada en una postura cognitivista: aunque las
emociones y sentimientos son parte esencial de nuestra moralidad (por eso podemos estar
bajos de moral porque nuestro tono vital no está en estado óptimo) la re exión sobre la moral
es parte central de la ética aún en esos modos más inmediatos que son la conciencia de la
moralidad o re exión moral instantánea. Los problemas morales siempre remiten a la
argumentación, a un horizonte de lenguaje en el que los seres humanos conformamos
nuestro espacio intersubjetivo.
Los seres humanos somos ethos (carácter, forma de ser), pero este no se da en un vacío sino
sobre un ethos que conforma las interacciones de su cotidianidad y que tienen una estructura
que va más allá de su propia voluntad y conciencia. Se conforma como un sistema de hábitos
que funcionan, parafraseando a Bourdieu (1997) como estructuras estructurantes. Con una
fuerte impronta en la tradición ética, de ne la noción de habitus como conjuntos de relaciones
que tienen una lógica especí ca que hace que se produzcan y reproduzcan constantemente.
Éstas, no son invariantes, sino que están sometidas al cambio y a dinámicas, ya que son las
propias acciones de los sujetos la que las producen, por lo que estas estructuras
estructurantes (habitus) son estructuras estructuradas. ¿No es la propia acción original del
sujeto la que reproduce la estructura? En sus movimientos, por dar un ejemplo, el sujeto
reproduce movimientos suyos propios, pero también de su grupo o clase social, pues la misma
está incorporada precisamente en las prácticas, hexis corporal, etc. La producción es re-
producción. ¿Cabe alterarlas? De hecho, sucede que sí. Los hábitos cambian por las exigencias
del entorno, por las irrupciones de fenómenos para las que no estaban conformadas, etc. Si
bien es preciso advertir que el cambio de hábitos es desde luego bien complicado y se dan
fenómenos como la resistencia, la reaparición, la regresión, la histéresis o desajuste e hábitos,
etc. El ethos (del sujeto pero también de la organización o conjunto de interacciones en las
que se desenvuelve: familia, empresa, etc.) está conformado por unas normas (facticidad
normativa) que reproduce de modos diversos que van desde el simple acoplamiento hasta la
disrupción y siempre con cierto margen de tensión. Siguiendo a Ortega y Gasset (2005)
sostenemos que la conciencia moral del hombre habita en las creencias en tanto la facticidad
normativa no es rota; en cambio se ve impelida a generar ideas cuando ésta facticidad deja de
funcionar, es rota. La moralidad siempre está sometida al con icto, al cambio, a tensiones,
brechas y hasta grietas.
El ethos está siempre, de un modo u otro, tematizado (Maliandi, 2009). Esta tematización,
modo en el que el ethos es presentado en la conciencia, puede ser más profunda o menos,
parcial o integral, etc., pero acompaña al modo como el sujeto humano vive la facticidad
normativa que lo constituye y envuelve. En un ethos prere exivo la normatividad se reproduce
de un modo puro, no es cuestionada, sino que la conducta se ajusta a las normas de
referencia. El ethos re exivo en cambio supone crítica (Maliandi, 2009). En el más pleno
sentido de la palabra crítica: del griego critein que signi ca “razonar”, “conocer las razones
de”. Pero también asociada a nuestro término “crisis”: ruptura, modi cación traumática, que
no pasa desapercibida y deja huella. El ethos re exivo irrumpe cuando se rompe la
normatividad fáctica y el sujeto tiene que ponerse a pensar, ocuparse de (quehacer ético)
recomponer esa facticidad, bien para justi carla y dejarla como está, bien para modi carla o
a rmarla. Por ejemplo, ante un con icto de valores emerge también la pregunta por si el
principio que nos permite resolverlo es el más adecuado o no.
Re exión moral: que opera sobre el ethos prerre exivo, fenómeno moral básico.
Ética descriptiva: mediante el uso de otros saberes como las ciencias sociales, las
humanidades, etc. se encarga de constatar y describir el factum moral en su complejidad,
diversidad y variabilidad
Ética normativa: se ocupa del análisis crítico de los fundamentos del factum moral, asume
la tarea de remitir las normas a su complejo entramado y busca aquellas normas que
puedan actuar como principios (normas fundantes).
Metaética: estudia el sentido y uso del lenguaje moral así como de las diversas teorías
éticas sobre la moralidad; se encarga de la semiosis del factum moral.
Ahora bien, puesto que no hay hecho que no remita a un horizonte teórico de interpretación,
ya que todo hecho lo es siempre respecto a un observador que se sitúa en un horizonte
hermenéutico de referencia (carga teórica de la observación), el factum moral es contemplado
desde diversas perspectivas. En un nivel de re exión moral estas perspectivas serán menos
sistemáticas pero en un horizonte ético se buscarán perspectivas más sistemáticas,
complejizadas, fundamentadas, etc. Por esto el factum de la moralidad ha sido contemplado
desde diversas teorías, según se ponga el acento en una u otra dimensión o según se busque
la fundamentación del mismo en una u otra dirección. No nos ocuparemos aquí de exponerlas
porque es tarea compleja pero sí dejamos señal de algunas así como buscamos establecer una
cierta postura de partida para señalar cuál es el horizonte hermenéutico desde el que nos
situamos en este curso de ética y negocios (ver cuadro 1).
lo hacen.
su espacio moral.
Procedimental/substancial
Teorías que hacen hincapié en los aspectos de
Si bien no nos limitaremos a este horizonte teórico, en el presente curso tomamos como
referencia la ética discursiva y ética dialógica (Cortina, García Marzá, y otros autores). No
tanto para seguir su modo de concebir la ética cuanto por estructurar nuestra mirada de
partida sobre el fenómeno. La ética discursiva parte del supuesto kantiano del factum moral del
hombre: los seres humanos habitamos en horizontes normativos y tenemos relación con
ellos de modo intersubjetivo mediante la estructuración lingüística del mundo. El mundo
nunca es un puro acumulado de percepciones (cualidades asociadas a la percepción) sino que
es vivido, revivido, transformado, etc., mediante operaciones lingüísticas, aunque no sólo
mediante ellas. Por esto en ética resulta de vital importancia la argumentación. Y también por
esto hay un posicionamiento más bien cognitivista: el objetivo último de la re exión ética es
la reconstrucción de la racionalidad práctica, lo que exige sobrepasar el nivel emotivo. El
lenguaje moral, aunque tiene una carga emotiva y prescriptiva sin duda alguna, también nos
habilita para tomar distancia respecto a las emociones y sentimientos morales. El pensar ético
es la capacidad de desarrollar una mentalidad ampliada (Kant, 2007), una mentalidad que
presupone la empatía y el juicio (Arendt, 2007). El juicio plenamente ético es un juicio que
exige sobreponerse a la posición propia, a la rigidez del razonamiento moral (Lind, 2000;
2011): característica propia de la conducta moral según la cual tendemos a proyectar nuestros
propios argumentos y consideraciones morales sobre situaciones heterogéneas. Supone la
capacidad de tomar distancia respecto a las posiciones propias y de aceptar la validez de las
posiciones del otro, comprenderlas, bien para aceptarlas, bien para cuestionarlas pero siempre
de modo argumentativo. La acción moral es tanto más consistente con el juicio cuanto más
desarrollado, autónomo y posconvenional (que se sobrepone a la normatividad social de
referencia) es éste (Kohlberg, 1992). Por esta razón la acción moral supone un desarrollo
cognitivo, una formación del juicio y desarrollo de las competencias asociadas al juicio moral
que permitan evaluación de contexto así como el análisis de la validez del contexto respecto a
principios morales universales. El juicio no es sólo un juicio deóntico (relativo a deberes y
normas) sino también un juicio de responsabilidad (capacidad de responder por la acción en
un horizonte normativo con quiebres).
Una norma es éticamente aceptable si es susceptible de universalización, es decir, cuando es
válida para la totalidad de los implicados:
Toda norma válida debe cumplir la condición de que las consecuencias y efectos
secundarios que probablemente se produzcan en su cumplimiento general para la
satisfacción de los intereses de cada individuo puedan ser aceptadas por todos los
afectados y preferibles a los efectos de las demás alternativas de acción (versión de
Habermas, tomada de García Marzá y González Esteban, 2014, p. 129).
Momento aristotélico: Deliberación de los medios respecto a los nes o bienes internos.
Marco jurídico: Que se respeta, sin olvidar que la moralidad no se reduce a la legalidad.
Los valores son criterios que nos permiten estimar (o desestimar) un bien que estamos
evaluando (Ortega y Gasset, 2004). Mediante los valores estimamos las cosas, los actos, las
situaciones, etc. Aunque existen muchas teorías sobre la relación de la persona con los
valores (dos fundamentales: el subjetivismo y el objetivismo), aquí tomamos como referencia
la noción clásica constructivista: los valores se construyen al realizarse y se realizan en el
transcurrir de la vida humana, tanto en el plano personal como en el seno de las
organizaciones en las que se desenvuelve (Moreno Pérez, 2017). Los valores son siempre
relacionales y se desenvuelven en el plano de la intersubjetividad: valorar es evaluar, ponderar
factores de una situación. Suele distinguirse entre valores intrínsecos (aquellos que no son
sustituibles) que remiten a realidades con valores en sí; por ejemplo, los valores relativos a la
condición de persona y los valores instrumentales (aquellos que sí son intercambiables).
Incluso existen autores que sostienen que hay una lista de valores universales (Ros y Gouveia,
2001) como se trata de representar en la Figura 3.
Los valores se encarnan en hábitos pero pueden explicitarse o salir a la luz especialmente en
momentos de con icto o disrupción. Desde el punto de vista de una organización los valores
son factores de estabilización (Etkin, 2012) en tanto permiten que la organización evalúe el
entorno y se adapte siguiendo una estrategia que pone la variación bajo control. Así mismo los
valores han de ser jerarquizados allí donde irrumpen los con ictos.
Precisamente la jerarquización valorativa en los con ictos, que a ora al romperse un esquema
habitual de acción, remite a la presencia de principios. Éstos irrumpen como orientadores en
la medida en que obligan, en un proceso de argumentación discursiva, a fundamentar aquella
norma que actué como fundante de las demás normas de acción. En este sentido son también
orientadores de experiencia (Álvarez Rivas y De la Torre Díaz, 2005).
Es cierto que la noción de principio tiene distintos sentidos según el horizonte teórico desde
el que se interpreta. Así, para una ética de corte deontológico los principios son interpretados
como normas y deberes. Para una de tipo teleológico lo son como bienes y nes. Y en la
tradición losó ca “principio” remite a a quellas normas o a rmaciones que son primeras en
los procesos de inferencia argumental (“principes”: primero y gobierna). Incluso esta
tradición que va de Aristóteles a Santo Tomás, por ejemplo consideraba la existencia de unos
primeros principios. Pero con la modernidad se rompe el horizonte de sentido que permitía
considerar nociones de bien y nalidades compartidas relativamente homogéneas. Por lo que
los primeros principios desde luego no podrían interpretarse hoy ligados a conceptos
determinados y concretos de vida buena (ética de máximos) sino a lo sumo relativos a ciertos
bienes primarios o hiperbienes (Taylor, 2006) como la autonomía y la libertad.
En este curso, y en consonancia con las éticas de corte argumentativo, sostenemos que los
principios han de ser entendidos en su articulación con el juicio ético de modo que los
principios remiten ciertamente a un plano genérico ;en este sentido son como imperativos
categóricos: que mandan de modo absoluto porque son condiciones de la acción ética misma
pero han de ser siempre remitidos a situaciones concretas, a casos puntuales. La articulación
entre ambos planos puede darse mediante principios medios (Stuart Mill, 2010) pues son
precisamente estos principios los que nos permiten la articulación entre los principios
generales y las situaciones concretas al dirigir las consecuencias respecto a las normas y
permiten así, de modo re exivo, retroalimentar principios de carácter intermedio para
enderezar la situación hacia la norma.
Los principios medios nos permiten encauzar los juicios éticos en la medida en que la
observación, análisis del caso y situación concreta se adecúa en un sentido de
retroalimentación con las deducciones del razonamiento moral: no podrián ser ciertas si no
son contrastadas con situaciones que las ejercitan. Lo que no es óbice para hacer válido aquel
dictum kantiano: si la práctica no va con la teoría lo que está mal es la práctica, siempre que la
teoría haya sido construida cumpliendo con sus condiciones mismas de posibilidad.
Y de los principios, unos se contemplan por inducción, otros por percepción, otros
mediante cierto hábito, y otros de diversa manera. Por tanto, debemos intentar
presentar cada uno según su propia naturaleza y se ha de poner la mayor diligencia
en de nirlos bien, pues tienen gran importancia para lo que sigue. Parece, pues, que
el principio es más de la mitad del todo y que por él se hacen evidentes muchas de
las cuestiones que se buscan (Aristóteles, 1985, p. 143; Libro I, 1098b, pp. 3-5).
La conexión entre principios morales de acción y situación o caso concreto exige en todo caso
la mediación del juicio en un contexto argumentativo. La argumentación no es puramente
deductiva pues contempla la mediación de la experiencia del agente moral así como la
evaluación del contexto. Por este motivo es por el que resulta de central importancia la
producción intersubjetiva que comporta el proceso deliberativo pues toda evaluación que sea
co-evaluación genera una evaluación más certera. Cuando comprendamos la deliberación en
el acto del pensar podemos insertarla en la noción de un espacio público interno, esto es, una
instancia de re exión dialógica en la que tomamos en cuenta a un otro internalizado.
La deliberación tiene lugar, pues, acerca de cosas que suceden la mayoría de las
veces de cierta manera, pero cuyo desenlace no es claro y de aquellas en que es
indeterminado. Y llamamos a ciertos consejeros en materia de importancia,
porque no estamos convencidos de poseer la adecuada información para hacer un
buen diagnóstico. Pero no deliberamos sobre los nes, sino sobre los medios que
conducen a los nes (Aristóteles, 1985, p. 186 ; Libro III, 1112b, 10-15).
En el terreno de una ética aplicada a los negocios es importante el plano descriptivo (para lo
que se cuenta con los conocimientos especí cos en las ciencias jurídicas, de las ciencias
económicas y de las ciencias de la administración; también, por supuesto, del resto de
ciencias humanas y sociales). Los principios y normas han de tomarse de la articulación de
estos saberes con las situaciones particulares.
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Si la ética remite al estudio de la acción moral del hombre es fácil de comprender que tenga
diversos niveles de análisis. Así podemos considerar (Velasquez, 2012; Álvarez Rívas y De la
Torre Díaz, 2005): un nivel de análisis individual o personal; un nivel organizacional o
corporativo; y un nivel sistémico (social, económico, cultural, etc.) Sin duda todos estos
niveles de análisis ético están interrelacionados.
Porque, según los expertos, es la nuestra una época managerial, y nuestra sociedad,
una sociedad de organizaciones, en la que la empresa constituye el paradigma de todas
las restantes. De suerte que algunos llegan a a rmar que, si la salvación de los
hombres ya no puede esperarse únicamente de la sociedad, como quería la tradición
roussoniana, ni tampoco del Estado, como pretendía el “socialismo real” de los
países del Este, ni, por último, de la conversión del corazón, de la que hablaba cierta
tradición kantiana, es una transformación de las organizaciones la que puede salvarnos,
siendo entre ellas la empresa la ejemplar (Cortina, 2000, p. 13).
El ethos de una organización “cristaliza como resultado de las prácticas cotidianas” (Etkin,
2012, p. 54). No es un propósito o conjunto de enunciaciones aunque comporta ciertos
modelos con los que el agente piensa la organización, tanto interna como externamente así
como comprende las interacciones que en la misma y de la misma con su entorno se dan.
Más que un “propósito” es un “cauce, o un marco, donde la organización se a anza y
actualiza” (Etkin, 2012, p. 54). Está así muy ligado a la cultura organizacional y es una variable
determinante del clima organizacional.
Toda organización tiene un potencial ético (Etkin, 2007, pp. 413-415) que le permite superar
las fracturas morales que inevitablemente emergen en la misma. Ciertamente el razonamiento
ético no otorga fórmulas mágicas pero en un ambiente democrático que ampara un diálogo
basado en la con anza y la razonabilidad de las diversas posturas implicadas permite arribar a
organizaciones justas y honestas (Etkin, 2007, p. 418) que son aquellas que actúan conforme a
ideales morales pero siempre con la vista puesta en la realización razonable de las capacidades
sociales.
En temáticas éticas la organización puede estar en alguna de las siguientes situaciones (Etkin,
2007).
No podemos olvidar que las organizaciones son, según Cortina (2000) comunidades morales: la
interacción y relaciones humanas tienen en ellas una signi cación moral; pero también son
“agentes morales: pueden considerar cursos de acción alternativos, elegir uno u otro justi car
la decisión apelando a normas apropiadas de conducta” (Cortina, 2000, p. 86). El diseño de
una ética en las organizaciones supondría (adaptación respecto a Cortina, 200, p. 24-25):
Determinar cuáles son los nes y bienes internos especí cos de la misma.
Averiguar cuáles son los medios adecuados para producir esos bienes y cuáles los valores
a desarrollar a tal n.
Discernir la relación que existe entre las diversas actividades, cómo producir
colaboración y coordinación, responsabilidad respecto a las mismas pero también visión
de conjunto.
En tanto ética aplicada, la ética organizacional busca no sólo analizar y conocer con las
herramientas que da el análisis ético, la ética descriptiva, etc. sino también transformar. No
sólo conocer cuál es el bien interno de la organización, sino también desarrollar buenas
prácticas, prácticas virtuosas que se orienten hacia el mismo (Álvarez Rivas y De la Torre
Díaz, 2005). Tomar en cuenta los desafíos del entorno social, económico, político, etc. y
generar a partir de estas condiciones y en base a las herramientas orientadas por principios y
valores éticamente sostenibles, entornos virtuosos (Francés, 2009; Moreno Pérez, 2017;
Camacho Larraña, Fernández Fernández y González Fabré, 2013).
Es obvio, por otra parte, que toda organización se desenvuelve en un entorno social,
económico y cultural más amplio por lo que el ethos de la organización está en interacción con
las características de este entorno.
A grandes rasgos (Francés, 2009; Moreno Pérez, 2017; Camacho Larraña, Fernández
Fernández y González Fabré, 2013) las sociedades contemporáneas se caracterizan por el
fenómeno de la globalización. En realidad, más que de globalización se habla de
“glocalización”, re riendo a cómo las interacciones sociales se dan en una escala
mayormente local signadas por la proximidad, pero se ven in uidas por estructuras y líneas
de fuerza de carácter global. La globalización nanciera es un ejemplo de esto pero también la
globalización de las prácticas delictivas, de los ujos migratorios, etc. Algunos autores como
Bauman (2016) señalan que el mundo que habitamos ha perdido ya la estabilidad y solidez que
caracterizaba la modernidad. Se ha hecho líquido: caracterizado por la uidez y el cambio
constante. Por decir con una imagen: mientras el propósito de Henry Ford era que su empresa
fuera una sólida referencia hasta arquitectónica, para Bill Gates lo ideal es que su empresa
quepa en un ordenador portátil. Los rasgos de esta modernidad líquida afectan sin duda al
modo como se dan las relaciones en el seno de las organizaciones, consideradas en todas las
transformaciones del trabajo, de la familia, de la educación, etc.
Son varios los autores que sostienen que vivimos en una sociedad poscapitalista (Gilli, 2011) en
la que no podemos contemplar las relaciones empresariales con las categorías tradicionales.
Pero además la evolución de las relaciones políticas instituidas por los Estados de Bienestar
que entran en crisis scal ya a nes del siglo XX ha generado una ciudadanía apática, con
di cultades para hacerse cargo (responsable) de las tareas que le corresponden. No obstante
se producen ya desde comienzos de este siglo XXI diversos movimientos encaminados al
fortalecimiento de la sociedad civil.
La sociedad civil es una sociedad de diferencias sociales por supuesto pero también una
sociedad en la que se dan y se buscan relaciones de cooperación que permitan la emergencia
de consensos parciales, proyectos colaborativos, etc. Los negocios y las empresas no pueden
estar alejados de estas tendencias. Las mutaciones en los deseos y nes sociales así como los
retos que plantean las tendencias a la robotización o el desarrollo de la inteligencia arti cial
sitúan el horizonte ético en el punto de mira imprescindible para considerar una ética
organizacional situada en su horizonte social.
2013.
Introducción
Introducción
La ética aplicada a los negocios nace en EEUU en el seno de las instituciones académicas ya en
los años 50, siendo en 1974 en la Universidad de Kansas su Primer Congreso Internacional
(Moreno Pérez, 2017). El principal impulso que recibió esta disciplina (Moreno Pérez, 2017;
Debeljuh) vino dado por la salida a luz de diversos escándalos de corrupción en la década de
los 70: Caso Watergate, escándalo de corrupción pública, pero también casos empresariales
como el Caso Lockhead, el Caso Gulf Oil. Será en los 90 con la irrupción de más y más
dramáticos casos de malas prácticas éticas en los negocios como el Caso Enron o el Caso
Worldcom, cuando se profundice aún más en legislación para abordar prácticas éticas en los
negocios (Foreing Corrpupt Practice Act en 1997) así como la creación de comités de ética en los
negocios o la creación de múltiples cátedras de ética en las escuelas de negocios más
prestigiosas (Debeljuh, 2009).
YOUTUBE
Fuente: Edson Sierralta.; [Usuario]. (2011, Agosto 31). Caso Enron - Resumido; [Youtube].
Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=aAMJ-ZNuVUQ
La crisis del 2007 ha incentivado aún más la necesidad de profundizar en este ámbito de la
ética aplicada a los negocios dados los escándalos nancieros habidos (Moreno Pérez, 2017).
La ética en los negocios busca mejorar las decisiones. Para algunos autores (Soto Pineda y
Cárdenas Marroquín, 2007) hace especial énfasis en el nivel directivo. Para otros en cambio
(Velasquez, 2012), incentiva el uso de estándares morales a diversos niveles: sistémicos,
corporativos e individuales. La ética en los negocios se entiende como el estudio de los
estándares morales asociados a las organizaciones y comportamiento en los negocios
(Velasquez, 2012, p. 15). El análisis ético potencia estándares éticos que permitan evaluar
daños y bene cios desde el punto de vista ético y priorizar unos valores conforme a jerarquías
éticas que incluyan el análisis de los intereses en juego. Generar una cultura ética de
imparcialidad y universalidad es otra de las funciones de estos estándares éticos.
Los intereses económicos son sin duda el motor de la actividad económica y la sustentabilidad
nanciera el primer deber de la empresa. Pero no son el último criterio de la misma. La
sociedad se organiza de modo tal que se garanticen los nes sociales de la empresa sin
perjudicar las actividades lucrativas del capital. A partir de aquí han de ser contemplados
varios criterios éticos (Camacho Larraña, Fernández Fernández y González Fabré, 2013; Gilli,
2011; Francés Gómez, 2009; Moreno Pérez, 2017). Entre ellos:
La ética en la toma de decisiones hace más rentables y duraderos los negocios como puede
apreciarse en diversos casos. Así como las actitudes contrarias a la ética hacen inviables
tantos otros. Este argumento empresarial es importante por cuanto hace entender que la ética
no es una acción lantrópica coyuntural, sino que forma parte del núcleo estratégico del
negocio. La ética aplicada permite a la organización empresarial considerar el largo plazo y
asegurar así su propia sustentabilidad.
Al tener la empresa un n social la ética empresarial está en íntima conexión con la ética
cívica. Una conexión que en muchas ocasiones es de tensión y, como hemos visto, la tensión
está en el origen de las prácticas de tematización ética pues mientras el espacio público está
regulado por relaciones de igualdad (igualdad de palabra –isegoría- e igualdad ante la ley –
isonomía) la organización empresarial comporta burocracias y jerarquías. Lo que no obsta para
que una organización empresarial que apueste por generar condiciones de mayor igualdad
tenga, precisamente por esta mayor apuesta por la cultura ética, mayor legitimación social
(Savater, 2014). Redundando sin duda alguna en la consolidación de su rma y el incremento
en los márgenes de bene cios. Desde luego incrementa ese valor intangible pero
determinante que es la reputación cuyo correlato es la con anza (Gilli, 2011).
Las condiciones sociales actuales hacen necesario repensar la empresa. Hoy sin ética se
reduce la rentabilidad. Así:
Tematizar el con icto es sin duda alguna uno de los objetivos centrales de cualquier ética y
abordarlos en su dimensión práctica es la nalidad de cualquier Ética aplicada. Apostar por
generar una cultura ética en las empresas que sea afín a la cultura cívica es una de las claves
maestras para los grandes retos que enfrenta la humanidad en nuestros días. El nuevo sentido
en la empresa exige de la misma una apuesta por el desarrollo de nuevos pactos empresa-
sociedad (Gilli, 2011, p. 41). La empresa en tanto modelo exitoso de gestión, tiene mucho que
aportar a la sociedad pero también tiene deberes para con ella. La ética empresarial incentiva
el camino de las buenas prácticas, superar tanto el escepticismo como el cinismo que por
parte de muchas empresas aún sigue generándose al efecto.
Tras la era del con icto en la empresa está en juego la formación de un nuevo
sentido de empresa, que fomente una comunidad moral empresarial basada en una
ética de la justicia, la cooperación y la solidaridad entre todos los que forman parte
de la empresa. Para dar este paso se requiere percatarse de que el con icto
económico radical se ha desplazado desde el interior de la empresa hacia otros
lugares [añadido nuestro: por ejemplo, hacia las relaciones de sustentabilidad
planetaria incluyendo factores sociales, económicos y ecológicos]. Esto no quiere
decir que se haya acabado la pugna de intereses diferentes también dentro de la
empresa; pero no percatarse a tiempo de las nuevas realidades y relaciones
económicas, no identi car con lucidez dónde se encuentran los nuevos nudos más
con ictivos, supone seguir atascados por el ciego empecinamiento ideológico e
impedir avanzar por el camino del progreso posible (Cortina, 2000, p. 69).
En el desarrollo de una ética empresarial es preciso evitar (García Marzá, 2016) tanto un
enfoque correctivo (establecer recetas que actúen como límites a la actividad económica) como
un enfoque funcional (limitar la ética a ser un instrumento para el logro económico). Ambos
parten de un error común: la separación entre ética y economía. Se apuesta frente a los
mismos por el desarrollo de un enfoque crítico que, orientado por las condiciones mismas de la
actividad empresarial y económica, apueste por la mediación entre elementos teleológicos,
propios de la racionalidad económica y elementos deontológicos, característicos de la
racionalidad ética. El objetivo fundamental de la Ética en la empresa es la reconstrucción
pragmático-lingüística de los fundamentos normativos de la racionalidad económica y de sus
instituciones (mercado o empresa). La búsqueda de un escenario de construcción
intersubjetiva que atienda al principio moral básico tal como lo hemos mencionado
anteriormente: la satisfacción de los intereses de las partes sin que un curso de acción
alternativo ofrezca satisfacer los mismos de modo más pleno. Así:
Una empresa es ética cuando las políticas, decisiones y acciones que adopta, así
como las consecuencias y efectos de las mismas respecto a los intereses y
valoraciones en juego, podrían ser aceptadas por todos los implicados y afectados,
presentes y futuros (y preferibles a las consecuencias de las posibles alternativas
conocidas) (García Marzá, 206, p. 243)
A modo de idea regulativa, esto es, de situación ideal que orienta acciones concretas como si
tuvieran que encaminarse hacia la realización de la misma, los siguientes principios han de
establecerse como premisas para un contrato moral. De este dependerá la credibilidad social de
la empresa así como la satisfacción de las distintas partes interesadas (accionistas, directivos,
trabajadores, proveedores, comunidad, etc.) Los principios que pudieran regular acuerdos son
(adaptado de García Marzá, 2016):
La idea del contrato moral en la empresa abre un escenario para romper la visión dual de la
empresa tan fuerte en nuestra herencia socio-económica (García Marzá, 2016). La noción de
una organización empresarial y de unos negocios articulados con la sociedad civil, con la
necesaria producción intersectorial de un interés común como ideal regulativo (Savater, 2014)
es uno de los horizontes ineludibles para abordar los retos que los procesos de globalización
(y rede nición de la producción, la circulación y el consumo) así como las mutaciones en el
mundo del trabajo y, en general, las relaciones sociales.
En el marco de una ética empresarial dialógica se puede proponer (García Marzá, 2016) una
serie de niveles de respuesta a las situaciones y praxis concretas en el mundo de los negocios.
Niveles que van desde la justi cación (contraste de validez entre praxis concreta y
normatividad moral) hasta la resolución (depositar las respuestas morales en los afectados).
Pasando sin duda por las estrategias morales de adecuación: de nición por la organización
empresarial de estructura de bene cios, organización de la participación y la comunicación,
etc., conforme a principios o ideales regulativos de una ética discursiva. Lo que exige el
desarrollo de metodologías y procesos que permitan integrar los ideales morales con los
intereses concretos.
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La ética aplicada a las profesiones tiene múltiples dimensiones: desde sus vínculos asociados a
la organización (muchas profesiones se desempeñan en el seno de organizaciones) hasta las
regulaciones normativas vinculadas a las deontologías profesionales. Los códigos
deontológicos han de contener mínimos lineamientos para el ejercicio profesional, así como
explicitar la nalidad, bienes internos y valores que han de guiar las mismas. Las
organizaciones posibilitan y limitan el mundo profesional, sometiéndolo al contexto de sus
relaciones internas que comportan desde luego tensiones y relaciones de poder especí cas.
Ética organizacional y Ética profesional han de estar coordinadas para que se den relaciones
de simbiosis (Hortal, 2002). Uno de los objetivos de una ética aplicada a las profesiones, en su
diversidad y heterogeneidad de características, es constituirse en una suerte de resistencia
frente a la homogeneización de las prácticas (Hortal, 2002). No todo trabajo es un trabajo bien
hecho, un trabajo profesional. La búsqueda de excelencia es lo que convierte al
profesionalismo en un valor instrumental, esto es, un valor que asiste a otros valores. El
profesionalismo del médico, por ejemplo, está al servicio del valor de la vida.
Más allá de su relación con las deontologías profesionales, lo cierto es que, una ética aplicada
a los negocios no puede reducirse a una deontología profesional. Mientras la deontología dice
relación a la norma y a los códigos, estando así mucho más vinculada al ámbito del Derecho,
la ética dice relación a la virtud y la excelencia, del lado de las prácticas. Una buena práctica no
es sólo la práctica que cumple con los requisitos normativos y registrados en los códigos
deontológicos. Exige la apuesta por la perfección y excelencia lo que no puede nunca estar
regulado. Por esto una ética profesional implica elementos de motivación, aspiración hacia
ideales, virtud, etc. (Álvarez Rivas y De la Torre, 2005).
La ética aplicada a las profesiones puede estructurarse también en una serie de principios.
Tomando como modelo los principios de la bioética, quizá la disciplina que alcanzó mayor
desarrollo en el terreno de las éticas aplicadas, pueden tomarse en cuenta los siguientes
principios para una ética profesional (Hortal, 2002):
Principio de bene cencia: hacer bien una actividad y hacer bien a los otros mediante la
actividad bien hecha. Toda profesión comporta un bien intrínseco (por ejemplo, para la
medicina la salud integral) pero también conlleva bienes extrínsecos (la remuneración de
la práctica) que en ocasiones pueden corromper los intrínsecos. Por esto el principio de
bene cencia está íntimamente ligado a la orientación hacia el excelente desempeño
respecto al bien intrínseco.
Principio de no male cencia: primun non nocere (ante todo no hacer el daño). Aunque
este principio puede plantearse como correlativo del de bene cencia (allí donde no se
puede hacer el bien por lo menos no hacer el mal), o de la autonomía (aun cuando se
pudiera hacer el máximo bien, adaptándose a la autonomía buscar no hacer el mal) o de
la justicia (la justicia como bien absoluto es imposible, pero sí es posible la adaptación de
la justicia –lo que los antiguos y medievales llamaban epiqueya- buscando generar a cada
parte involucrada el menor de los males) tiene también su propio ámbito de
especi cidad. Así es un principio que deriva de: situaciones de complejidad en las que
puede no exigirse de modo ético no hacer el bien. En el primer caso se trata de no
generar un mal haciendo un bien a sabiendas de ello. Así por ejemplo, un abogado que
para defender a su cliente difama o perjudica seriamente a un tercero. Respecto al
segundo ámbito ocurre que muchas veces la miopía (el desconocimiento de las
consecuencias a medio o largo plazo) o la complejidad misma del fenómeno nos obligan
a tomar el principio de no male cencia como imperativo de prudencia: andar con tiento
podríamos decir.
En resumen, la ética empresarial y la ética en los negocios exigen articulación con la ética en
las organizaciones y con la Ética profesional. La razón es sencilla: el sujeto que decide, actúa y
valora lo hace en el marco de organizaciones concretas que tienen su propio ethos, que sin
duda afecta a la decisión misma. Pero a su vez sólo cuando se actúa con la diligencia y
profesionalidad debida, la organización (en este caso la empresa) y el negocio son
desarrollados con éxito. Un contador que lleve bien las cuentas, no sólo en cumplimiento de
las normativas sino también atendiendo a lo que las mismas dicen respecto a la ética
(medioambiente, comunidad, trabajador, etc.) contribuye de modo decisivo a que la empresa
misma desarrolle su nalidad social y sea nancieramente sostenible a largo plazo. Lo mismo
puede decirse para cualquiera de las profesiones y trabajos, ordenados al valor y deber de
profesionalidad, que se desarrollan en el seno de las organizaciones. Aquí hemos pretendido
sentar este concepto, así como facilitar algunos de los principios que pueden ser
involucrados, en el contexto y situación particular y con la metodología oportuna en los
razonamientos y argumentaciones especí cas involucradas en la ética en los negocios y la
responsabilidad social.
Para saber más de estos temas, puede dirigirse a la siguiente bibliografía obligatoria:
Moreno Pérez, C. M. (2017) Ética de la empresa. Barcelona: Herder. Ver capítulo “Ética y
ética empresarial”. Puede acceder desde aquí.
García Marzá, D. (2016) “La ética empresarial como ética aplicada: Una propuesta de ética
empresarial dialógica”. Contrastes. Revista Internacional de Filosofía. Suplemento V.
México. Puede acceder desde aquí.
Unidad 3. Responsabilidad social en las empresas
YOUTUBE
Fuente: Universidad Siglo 21.; [Usuario]. (2015, Febrero 6). La Responsabilidad Social por François
v=44E6zSpaDwE
Si revisáramos la literatura cientí ca sobre este tema, apreciaríamos que la ética empresarial
aparece en temáticas vinculadas a la estrategia empresarial, el modelo de liderazgo, la teoría de
la empresa, la forma de establecer estructuras y sistemas organizacionales o los fundamentos
antropológicos de la acción humana en el marco de las organizaciones empresariales (Díaz de
la Cruz y Fernández Fernández, 2015). La mayoría de los artículos académicos de los últimos
años en el campo de la ética aplicada a la empresa versan sobre el comportamiento de los
líderes, los valores y virtudes que transmiten a la empresa así como cuestiones relacionadas
con la dirección de la misma. La responsabilidad social empresarial suele vincularse a
temáticas éticas (Enciso Congote, 2017) y adquiere relevancia el enfoque de los stakeholders
(González Esteban, 2007). Este enfoque supera la perspectiva del enfoque shareholders por
cuanto éste último limita la cuestión ética a la relación con los accionistas mientras que el
primero busca vincularla con los diversos grupos y personas involucrados y afectados por la
actividad empresarial (Díaz de la Cruz y Fernández Fernández, 2015). Desde un enfoque
stakeholder la responsabilidad social empresarial supera la noción de lantropía al considerar
el “equilibramiento de la operación misma de la compañía” (Camacho Laraña, Fernández
Fernández y González Fahré, 2013, p.3)
Aun cuando hay autores que escoran las temáticas éticas a determinados ámbitos
relacionados con la acción y decisión del individuo, la responsabilidad social hace hincapié en
la empresa. No cabe duda que ambas acciones están interrelacionadas (ver gura 6), se centra
en el terreno concreto de la organización la cuestión ética hacia el eje de los valores y la
cuestión de la responsabilidad social empresarial hacia los ejes de la misión y la visión
(Moreno Pérez, 2017). Pero como es de comprender la ética en la organización tiene, a
diferencia de la individual, la problemática especí ca de la mediación entre la decisión y la
acción por lo que se hace importante a la hora de incorporar estrategias éticas tener presente
la estructura y procesos de la organización.
Tanto la ética como la responsabilidad social son voluntarias para la empresa pues no hay
obligación jurídica. En la apuesta por las mismas la dirección de la organización tiene un papel
central.
Precisamente el carácter de voluntariedad otorga al elemento ético mucha relevancia pues no
cabe una implementación seria de una gestión ética ni de una estrategia de responsabilidad
social si no se sitúa como objetivo central la creación de ethos organizacional en sus
mediaciones organizativas y procesuales pero por supuesto en su dimensión individual
también. El simple hecho de que la responsabilidad social remita a la exigencia de tener en
cuenta la perspectiva de los intereses plurales y heterogéneos involucrados remite a la
presencia de hábitos y convicciones vinculados a la prudencia y a la justicia así como otros
ámbitos éticos (Gilli, 2011).
Claro está que, como en toda organización o burocracia, es posible esconderse detrás
el colectivo para evitar tomar la responsabilidad individual. También es posible que el
colectivo tome decisiones que estén en contra de la ética o sentido de
responsabilidad de algunos individuos. De cualquier manera, es claro que la
responsabilidad social de la empresa depende de la responsabilidad y ética de los
individuos que la conforman, con mayor o menor posibilidad de in uencia. Aunque
es posible también que esa responsabilidad no sea la suma de las responsabilidades
individuales (Vives, 2011, p. 48).
Si consideramos la perspectiva del contrato moral la responsabilidad social dice vínculo con el
patrimonio moral de la empresa. Aunque es preciso advertir que responsabilidad moral y
responsabilidad social se diferencian pues la primera está en relación a los procedimientos (el
diálogo justo entre implicados) mientras la segunda lo está con las acciones, decisiones y
políticas de la organización ante las demandas de los grupos de interés (García Marzá, 2007;
García Marzá, 2012; García Marzá 2014).
responsabilidad discrecional: asociada a una ética de máximos que remite a una visión
moral propia que se impulsa desde la organización. (Álvarez Rivas y De la Torre Díaz,
2005).
Según otras consideraciones puede remitirse además a (García Marzá, 2007; García Marzá,
2012; García Marzá 2014):
Muchos autores de prestigio no lo ven de este modo. Tal es el caso del nobel de economía
Milton Friedman, quien en un artículo publicado en 1970 consideró que la única
responsabilidad de los directivos es, hacia los dueños, aumentar las utilidades. La única
obligación respecto a la sociedad es cumplir con las leyes y las costumbres establecidas, todo
lo que, supone superar el marco estrictamente nanciero. Otros autores respondieron a
Friedman y señalan que las empresas sirven a la sociedad no sólo mediante los valores
económicos (Gilli, 2011).
Ni los líderes de las empresas, ni ningún individuo pueden determinar y promover el bien
general.
Para Friedman la responsabilidad de las empresas es generar utilidades primero porque así
promueven el bien común de la sociedad, segundo porque si no lo hacen generan costes
sociales (ine ciencia, desaprovechamiento de recursos, desempleo, etc.).
Sería muy extenso analizar los argumentos de Friedman con detenimiento. Simplemente
señalemos que como indica Arrow (en Gilli, 2011), aunque es cierto que la maximización de
bene cios por las empresas es socialmente e ciente, como regla general, hay dos grandes
limitaciones a esta perspectiva:
Hayek aún es más radical y plantea que nociones como “responsabilidad social” o “justicia
social” son un acto de demagogia, pues carecen de contenido razonable.
Contra estas voces se han alzado otras que tienen una visión distinta de la responsabilidad
social: Mintzberg y Drucker (en Schwalb y García, 2003) y Buchholz y Rosenthal (en Gilli,
2011). Para Mintzberg la noción de responsabilidad social nace de la consideración conjunta
(en un sentido bidireccional según donde comencemos la argumentación) del bien público (y
social) y el bien privado (y económico). Esto es así por dos grandes motivos: las decisiones de
las corporaciones y en general de las empresas tienen, quieran o no, impacto social además
por más so sticados que sean los controles, siempre habrá cierto grado para la
discrecionalidad. Tanto por el “hacerse cargo” como por el “comprometerse con” estamos
ante la necesidad de una gestión social y ambientalmente responsable como objetivo
prioritario para las organizaciones empresariales.
Para Drucker (Schwalb y García, 2003; Gilli, 2011) en una sociedad pluralista (compuesta por
heterogéneas organizaciones) el gobierno no puede ser el único guardián del bien común. La
empresa debe atenderlo y encargarse de su acción sobre la sociedad (accountability). Para ello
se hace necesario:
Tomar como ejes de la acción empresarial: el desarrollo del capital humano; generar
con anza con clientes, proveedores, etc.; cooperar con otras organizaciones;
involucrarse en la creación de valor social. Siempre asumiendo el propio límite en la
pretensión de resolver problemas
Drucker considera que hemos transitado hacia una sociedad poscapitalista de nida por dos
grandes rasgos: ser una sociedad de organizaciones y ser una sociedad del saber. La
responsabilidad se convierte en principio rector pero además la actitud más razonable exige
transformar los problemas sociales en oportunidades para la organización.
Buchholz y Rosenthal (en Gilli, 2011) por su parte también comparten esta visión: las
empresas no sólo sirven a la sociedad mediante los valores económicos tangibles sino por
todo el valor social intangible que generan en su colaboración con otras organizaciones y con
la sociedad en general.
Francés Gómez, P. (2009) Ética en los negocios. Innovación y responsabilidad. Bilbao:
Descleé de Brower. [pp 79 a 102]. Puede acceder desde aquí.
Moreno Pérez, C. M. (2017) Ética de la empresa. Barcelona: Herder. [pp 66 a 70]. Puede
acceder desde aquí.
La visión que se tenga de la responsabilidad social varía con el tiempo y el lugar. En el tiempo
porque está asociada a los cambios económicos y sociales (Debeljuh, 2009). Así desde una
inicial consideración de la responsabilidad social como lantropía se ha transitado por
diversos compromisos, organizaciones e iniciativas globales de certi cación: Global Reporting
Iniviative (GRI, 1997), Pacto Global (1999), Accountability 1000 (AA 1000; 1999), ISO 14.000
(1996, 2001), OCDE Guidelines (creado en 1976 y revisado en 2002) y tantas otras.
En el entorno como los Estados Unidos con su histórico énfasis en el mercado libre y en
la minimización de la intervención del estado se busca abordar la responsabilidad social
más desde las herramientas gerenciales destinadas a la inserción de los trabajadores en
la cultura organizacional como herramienta de mejora de la productividad, al desarrollo
personal de los mismos, a contribuir a comunidades saludables como medio para
sustentar empresas en el largo plazo, a la democratización y persuasión como medios
directivos, la centralidad de la reputación, la reducción de desperdicios por orientación al
cuidado del medio ambiente, etc. En todo caso los elementos regulativos y el lugar de las
instituciones públicas tiende a reducirse.
Distinta es la tendencia de los países de Europa en los que el estado goza de mayor
intervención y la ciudadanía suele considerar esta postura como una garantía de la
equidad. Si bien las empresas hacen hincapié en la naturaleza voluntaria de la
responsabilidad social, desde las instancias gubernamentales se apuesta por estrategias
globales sobre responsabilidad social de las empresas (como el Libro Verde derivado del
Consejo de Europa celebrado en Lisboa en el año 2000 orientado hacia la gestión de la
responsabilidad social empresarial). De este modo se potencia desde la legislación
iniciativas de sustentabilidad, responsabilidad de las empresas, etc.
En clave de evolución histórica podemos apreciar cómo las prácticas de responsabilidad social
han estado en consonancia con grandes morfologías económico-sociales y culturales. Así:
una época empresarial tras la primera revolución industrial y en las primeras décadas del siglo
XX caracterizada por la gura del empresario héroe y por la polarización social; la Gran
Depresión; los años del activismo social (1960-1970); o la época de la conciencia social
contemporánea (de los 80 a nuestros días) (Schwalb y García, 2003).
Fuente: Miliris rincon.; [Usuario]. (2015, Junio 27). La evolución de la Responsabilidad Social;
Introducción
Referencias
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Introducción
Todo sistema se de ne pos sus relaciones con el entorno, y una organización es un sistema.
Así como toda organización considerada como sistema se puede analizar también en
subsistemas que la componen, de modo que para cada uno de ellos los demás subsistemas
son el entorno, aunque sea un entorno interno a la organización o sistema.
Desde la sociología, N. Luhmann ha estudiado las complejas relaciones que existen entre el
sistema y el entorno, cómo los sistemas para de nirse precisan cerrarse respecto al entorno
pero sin embargo mantienen con el mismo relaciones de comunicación pues del mismo
obtienen los recursos que precisan para sustentarse así como alimenta con su acción la propia
dinámica del entorno. La modernización se caracteriza por la creciente diferenciación de
sistemas lo que hace más complejas las relaciones con los entornos (Luhmann, 1998).
Desde el punto de vista de la gestión de complejidad que una organización desarrolla (Etkin,
2006; Etkin), esta visión ética resulta fundamental. Una gestión ética, y los componentes de
gestión de responsabilidad social empresarial anexos, contribuye a generar estabilidad en la
organización así como una estrategia a largo plazo en contextos de elevada inestabilidad que
tienden a llevar hacia el interior de la organización los con ictos externos, así como a
reproducir en el entorno los con ictos tácitos que la propia organización, si no tematiza sus
propias tensiones y brechas, externaliza.
Las organizaciones no operan en el vacío sino en un entorno que puede ser considerado como
un sistema respecto a las mismas. Este entorno involucra no sólo a otras organizaciones
(públicas, privadas, etc.) sino también pautas de interacción con el medio ambiente, patrones
culturales de conducta, interacciones sociales, estructuras de con icto, determinantes
tecnológicos, demográ cos, etc. La organización sostiene su actividad en este entorno y
evalúa constantemente las interacciones internas y externas así como la mediación entre las
mismas.
A grandes rasgos podemos considerar que estos impactos pueden ser de diversa índole como
es el caso de los impactos ambientales generados sobre el medio ambiente en función del uso
de recursos, de materias primas, los residuos, etc.; impactos sociales cómo la intervención de
la organización afecta a la estructura y dinámica social que la envuelve y culturales más en
estos tiempos de globalización las identidades culturales se resquebrajan y se modi can.
Aunque todos estos impactos tienen una signi cación ética cabe también conceptuar como
impactos éticos aquellos que inciden sobre las pautas morales de la comunidad en la que la
organización opera o sobre los mismos intervinientes o afectados por las operaciones de la
organización, sobre sus hábitos y en general carácter moral (ethos).
Es central la interacción de la empresa con la sociedad civil (Caravedo, 2011b). Primero porque
la percepción social sobre la empresa afecta a la dinámica de la misma, segundo porque la
sociedad civil al estar compuesta de múltiples y plurales organizaciones sostiene complejas
relaciones con la empresa.
Una empresa responsable monitorea el sistema de relaciones que tiene con las organizaciones
de la sociedad civil en busca de modi car la trama de relaciones en vista a la evaluación del
impacto que su acción tiene sobre las mismas, así como potenciar políticas destinadas a
generar sinergias de la empresa con las organizaciones de la sociedad civil que la envuelven.
Un caso especialmente relevante es la gestión de los con ictos. Los con ictos emergen
cuando las partes se perciben como un obstáculo para la satisfacción de sus intereses y
necesidades (Caravedo, 2011b, p. 118). Son diversas sus fuentes: interpretaciones, desacuerdos
sobre distribución de recursos, sobre necesidades, creencias, la propia estructura social, etc.
(Caravedo, 2011b, p. 118). La cultura de la propia organización es un elemento central en la
gestión de los inevitables con ictos que surgen en la interacción de la empresa con su
entorno. La identidad genera cohesión interna pero también permite pautas de estabilidad que
otorgan con anza a los elementos del entorno respecto a la propia organización (Etkin,
2012). La empresa puede prevenir con ictos lo que a la larga produce un impacto positivo en
su relación con el entorno social y comunitario.
Se podría decir, pues, que un elemento central a buscar en la prevención de los
con ictos tiene que ver con la coherencia de las organizaciones. Para ello se necesita
orientación (visión), cohesión (liderazgo), comunicación interna (articulación) y
motivación (clima interno) […] la Responsabilidad Social de la empresa se convierte
en su eje articulador que le da cohesión y consistencia y le permite establecer
mejores vínculos con los atores de su entorno (Caravedo, 2011b, p. 121)
La ética en la organización es una herramienta vital por su tematización del ethos para generar
coherencia (Etkin, 2012; Moreno Pérez, 2017; Camacho Larrraña, Fernández Fernández y
González Fabré, 2013)
Más allá de la cuestión de la voluntariedad que la responsabilidad social adquiere para poder
adaptarse a las sonomía concreta de cada organización (Francés Gómez, 2009) nos
encontramos también con el hecho de que algunas codi caciones de la ética y la
responsabilidad social empresarial, como son los códigos de conducta y otras herramientas de
autorregulación, que remiten a un debate normativo de fondo. Los procesos de globalización
conducen, con la nalidad de no desincentivar la innovación y creatividad empresarial, a
exigencias de mayor rapidez y uidez. Compelen a abandonar el rígido ámbito del positivismo
y formalismo jurídico en pos de concepciones más uidas de la ley, la soft law (García Rubio,
2012) que ofrece vías de servicio, normas abiertas y herramientas más dinámicas y exibles
que los procesos jurídicos tradicionales. Frente al paradigma positivista que se apoya en la
lógica deductiva, en la consistencia normativa y en el sistema de reglas como esquemas de
subsunción de los hechos concretos bajo la norma general emerge un paradigma
pospositivista más centrado en la coherencia valorativa (García Rubio, 2012). Más que
subsunción respecto a la regla, tenemos en este nuevo paradigma normativo la valoración de
los hechos respecto a principios, entendidos como normas abiertas, generales y abstractas.
En esta dirección operan los códigos y otras herramientas de autorregulación características
de la responsabilidad social corporativa. Los códigos suelen ser destinados a los
stakeholders concentrándose en condiciones sociales y medioambientales. Pero operan más
por principios y pautas de valor que por reglas deductivas. Más que a un sistema jurídico que
se basa en principios de jerarquía, coherencia y legalidad, los códigos se centran en la
coherencia valorativa (García Rubio, 2012)
Aunque hay voces que reclaman una legislación en materia de responsabilidad social
corporativa lo cierto es que más que reglamentos rígidos lo que abunda son orientaciones en
la temática, como es el caso del Libro Verde de la Unión Europea, cuyo objetivo es generar un
marco de actuación de políticas gubernamentales destinadas a potenciar la responsabilidad
social empresarial.
En muchas ocasiones las propias normativas pueden ser contraproducentes desde el punto de
vista de los objetivos de una ética en los negocios o una responsabilidad social empresarial.
Tal sucede muchas veces con tratados de libre comercio que acaban impidiendo el desarrollo
de los países más desfavorecidos o bloqueando iniciativas de comercio justo que generan
normas y certi caciones que introducen asimetrías, etc. (Nowalski, 2011).
Existen multitud de normas que condicionan la actividad empresarial. Pueden clasi carse en
diversas categorías:
Códigos de conducta (ej. Global Compact, Libro Verde, Guías de la OCDE para
multinacionales, convenios internacionales sobre derechos humanos)
Sistemas de gestión y certi cación (ej., SA 8000, ISO 26000, OSHAS 18001, Sigma)
Sin duda las normas así como obligan, protegen y generan con anza. De hecho, las políticas
públicas que refuerzan la responsabilidad social de la empresa son instrumentos
fundamentales para impulsar prácticas responsables. Así puede hablarse de los siguientes
modelos de políticas públicas para la responsabilidad social empresarial (Gutiérrez y González,
2011):
Inversión en comunidades.
La reglamentación de las autoridades públicas deviene central para movilizar hacia nes de
responsabilidad social. Con ella no es incompatible la promoción de prácticas virtuosas.
Ambos elementos pueden con uir por ejemplo en la mejora de los sistemas de impacto o las
políticas de transparencia, información y rendición de cuentas (Gutiérrez y González, 2011)
Cumplimiento Integridad
La persona actúa correctamente La persona actúa correctamente por
por constricciones exteriores. motivaciones interiores.
Objetivo: Prevenir conductas Objetivo: Motivar comportamientos
problemáticas. responsables.
Liderazgo: Jurídico. Liderazgo: Recursos Humanos.
Supuesto: Las personas se guían Supuesto: Las personas se guían
por su propio interés. también por valores.
Mecanismos: Códigos, auditorías, Mecanismos: Credos, formación
normas, o cialías éticas. ética, diálogo interno,
identi cación simbólica, etc.
Gilli, J. J. (2011) Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica [p. 70 a 79 y pp. 94 a 150]. Puede acceder desde aquí.
Moreno Pérez, C. M. (2017) Ética de la empresa. Barcelona: Herder [pp. 66 a 70]. Puede
acceder desde aquí.
Referencias
Álvarez Rivas, D. y De la Torre Díaz, F. J. (2005) 100 preguntas básicas sobre ética
de la empresa. Madrid: Dykinson.
García Marzá, D. (2016) “La ética empresarial como ética aplicada: Una
propuesta de ética empresarial dialógica”. Contrastes. Revista Internacional de
Filosofía. Suplemento V. México. Recuperado de:
http://www.revistas.uma.es/index.php/contrastes/article/view/1491.
García Marzá, D., González Esteban, E. (2014) Ética. Castelló: Universitat Jaume I.
Ortega y Gasset, J. (2004) Introducción a una estimativa: ¿Qué son los valores?
Madrid: Encuentro.
Ortega y Gasset, J. (2005) Ideas y creencias. Madrid: Alianza Editorial.
Schwalb, M., García, E. (2003) Evolución del compromiso social de las empresas:
historia y enfoques. Documento de Trabajo. Perú: Universidad del Pací co.
Recuperado de: http://repositorio.up.edu.pe/bitstream/handle/11354/1035/DT-
58.pdf?sequence=1&isAllowed=y
Stuart Mill, J. (2010) La lógica de las ciencias morales. Madrid: CSIC (Consejo
Superior de Investigaciones Cientí cas).
La ética en la empresa y en los negocios están insertas en el marco de una ética cívica
más amplia, pero tiene su propia especi cidad. Ahora bien: ¿se retroalimentan
positivamente ambas éticas?
Entre los intereses (personales, grupales y universales) tomar como eje los
universales.
sinceridad;
inclusión;
reciprocidad;
simetría.
La consideración de los con ictos y problemáticas que emergen en la interacción
con stakeholders centrales como los casos que siguen suponen, ante todo, tomar
nota de los principios de una buena comunicación.
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La empresa tiene una nalidad social y los negocios, en general, están insertos en un sistema
social que les otorga legitimidad. Esto indica que la legitimidad y el sentido que la empresa
adquiera se enmarcan en el contexto de sus vínculos sociales.
El sistema económico actual exige cada vez más responsabilidades a las organizaciones, y
éstas, en algunos casos, adquieren cotas de poder que las hacen especialmente responsables.
Por todo ello, M. Friedman (Gilli, 2011) hace una consideración crítica: la única
responsabilidad es para con los accionistas. Esta consideración deviene hoy en problemática
por múltiples razones. Primero porque sin legitimidad social la empresa no puede actuar, y
ésta no depende sólo de la responsabilidad para con los accionistas. Segundo, en términos
morales, porque hay muchos involucrados en la empresa cuya consideración es vital para que
se pueda señalar que la empresa actúa de conformidad con la ética. El no hacerlo, además,
supone riesgos y pérdidas para la misma, como se puede comprobar en diversos casos y
situaciones.
Por esto, en el enfoque ético con orientación hacia la teoría de los stakeholders, así como en la
mayoría de los manuales de referencia en ética empresarial, se parte de la necesidad de contar
con los interesados internos y los externos. Y, respecto de los internos, no sólo con los
accionistas.
Generar un valor económico añadido lo más amplio posible y distribuirlo con justicia
entre todos los que contribuyeron a su logro.
Utilizar recursos naturales y arti ciales correctamente, responsabilizándose de los
impactos ecológicos y los efectos negativos que se puedan originar.
Si nos jamos en la enumeración anterior descubrimos cómo hay una serie de obligaciones
éticas. Las mismas de nen, también, estándares y están en estrecha relación con los reportes
de responsabilidad social que posteriormente expondremos.
El hecho de que el objetivo supremo del negocio sea la satisfacción de una necesidad es, en sí,
un hecho moralmente relevante. El bene cio que se obtiene ha de ser considerado así
también respecto al bien social que produce. Y, por lo mismo, si un negocio genera no un
bien, sino un mal social, es en sí un negocio malo, y lo más importante, termina por ser
también un mal negocio.
Los trabajadores son centrales en el proceso de la empresa. De hecho, bajo cierto aspecto, son
los que más arriesgan, pues aun cuando no ponen el capital de la misma, sí ponen su tiempo y
sus vidas (Álvarez Rivas y De la Torre Díaz, 2005; Gilli, 2011). Además, hoy el trabajo mutó de
tal forma que se convirtió en un elemento central de la identidad personal. Por un lado se
precarizó la relación laboral, al menos en muchas partes del mundo, pero al mismo tiempo se
le exige más al trabajo respecto de la satisfacción y conformación de la vida propia (Álvarez
Rivas y De la Torre Díaz, 2005). De modo que, pese a la mayor rotación de puestos que se vive
hoy respecto a épocas históricas anteriores (la uidez frente a la solidez social), en el trabajo
se valora más que nunca el elemento de desarrollo personal. Aquellas organizaciones que
atienden a esta dimensión mejoran en clima laboral, nivel de integración respecto a los
objetivos de la empresa, etcétera. A las tradicionales funciones del trabajo (acceso a la renta e
integración social) se añade hoy la de ser fuente de realización personal (Camacho Larraña,
et.al., 2013). Ésta será pues una de las responsabilidades decisivas para la empresa. Aunque,
por supuesto, la empresa y los negocios han de atender a las demás funciones. La primera,
relativa a la renta, mediante la jación de salarios justos. La segunda, en referencia a la
integración social, al atender a cuestiones de conciliación de la vida personal con la laboral, o
al tratar de paliar los efectos negativos de la globalización.
Se tendrá exibilidad ante los con ictos y disposición al consenso. En caso de huelga se
comprenderá que ésta es el último recurso pero, también, habrá que recapacitar ante la misma
y tratar de encauzarse hacia puntos de equilibrio.
Usar dilemas para apreciar el tipo de razonamiento moral y per l de valores del candidato
puede ser útil.
Considerar en los procesos de selección los valores y la cultura organizativa. Algunos valores a
tomar en cuenta en procesos de selección son: lealtad, con anza, responsabilidad y honradez.
Incluir al empleado y hacerle valer es el paso previo para generar con anza.
Desde los cargos directivos y de gestión ayudar a formar conciencia. También pueden
establecerse en el seno de la organización mentores o guías, consejeros (que no sean los que
tienen funciones ejecutivas sobre los empleados).
Ámbito: Desvinculación.
–
En todo proceso de reducción de personal ha de atenderse al bien de la compañía, no al interés
de alguna de las partes. Se precisa determinar criterios justos para el ajuste. Comunicar con
veracidad, delicadeza y comprensión. Disminuir siempre los daños ocasionados a la comunidad.
Plani car los ceses. Comprometerse con las personas, en especial con los que tienen más
complicación en el reajuste por su edad o condición. Buscar la colaboración de gremios e
instituciones públicas. Ponderar siempre alternativas para minimizar el impacto de la medida.
No sólo existe una dimensión ética respecto a los trabajadores. También se cuida este aspecto
en lo relativo a los inversores y los propietarios. Resulta interesante al respecto de las
inversiones éticas la apuesta por la banca ética, como podemos ver en los siguientes videos.
YOUTUBE
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Los fondos éticos de inversión (Debeljuh, 2009) nacen en los años 70 ligados a las crisis
bélicas. La idea era no invertir en aquellas compañías que tenían relación con la guerra.
También se aplicaron a casos de discriminación, como no invertir en empresas que
desarrollaran actividades tales que favorecían el apartheid sudafricano. Desde estas iniciativas
proliferaron muchas que buscaban hacer de la inversión, una inversión responsable.
Para operar los fondos éticos de inversión se acude a un comité de ética formado por expertos
reconocidos e independientes de los gestores del fondo. Se elabora un ideario y el mismo es
considerado como guía para la decisión de inversión (Debeljuh, 2009). Este procedimiento es
esencial en el caso de los inversores corporativos, que son los que más poder tienen. En el
caso de decisiones de inversión individual queda a criterio de la persona que, por supuesto,
puede acudir a todo tipo de asesoramiento.
En la actualidad los circuitos de inversión son muy complejos y por ahí se puede esgrimir la
ignorancia del mismo. Pero así como se procede con tiento en el caso de los con ictos de
interés que se ocasionan en el circuito de inversión, también se ha de cuidar conocer el
destino de la inversión. Para ello, es importante aunar al criterio de la rentabilidad, el de la
ética. Evitar inversiones especulativas que pueden dañar la sustentabilidad de negocios y
sociedades. El caso de la banca ética es un ejemplo de buenas prácticas al respecto. En general
la ignorancia no exime de la responsabilidad por participación en inversiones inmorales
(Camacho Larraña, et.al., 2013).
Se han dado algunas iniciativas de lucha ética en el terreno de las inversiones. Tal es el caso
del activismo accionarial, cuya estrategia consiste en comprar fondos de empresas
cuestionables para acceder así a la Junta de accionistas y pedir responsabilidades. En el
siguiente video, en especial hasta el minuto 2 tiene una breve de nición del activismo
accionarial ejercido por un sindicato.
YOUTUBE
de: https://goo.gl/G2t67m
Existen tres mecanismos para la actuación de los observatorios y para las recomendaciones
de inversión ética (Debeljuh, 2009):
Pornografía. Armamento.
Igualdad de Reciclaje.
oportunidades.
Premios y sanciones
Dirección y gestión. recibidos.
Principios
Por lo que respecta a la contabilidad y nanzas internas de la empresa es preciso seguir los
principios básicos que regulan la profesión contable (Debeljuh, 2009):
Integridad.
Objetividad.
Competencia profesional.
Profesionalidad.
Con dencialidad.
Selección moral de los agentes. Para lo que se puede usar un sistema de búsqueda de
antecedentes éticos.
Este problema de la agencia tiene múltiples dimensiones según se consideren altos directivos,
gerentes, expertos en determinadas áreas, así como la intervención de los miembros del
consejo de administración. Éste último tiene un carácter más político, pues tiene carácter
legitimador ante el entorno. En todo caso es función del consejo de administración velar que
el directivo cumpla con los objetivos para la empresa. Para ello pueden usarse tanto el control
externo apoyado en la disciplina del mercado (EEUU), como el control interno (normativa
regulativa del consejo) como en el caso de Europa. Especialmente en este caso pueden
tomarse en cuenta criterios éticos, diseñar códigos, etcétera (Camacho Larraña, et.al., 2013).
Principios
En algunas ocasiones, los principios éticos no son tenidos en cuenta, como en el caso
Parmalat donde se produjeron fraudes contables generando consecuencias muy importantes.
A continuación, observe los siguientes videos alusivos al respecto.
YOUTUBE
YOUTUBE
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013).
Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao: Desclée de Brouwer. [pp. 73-142] Haga
clic aquí.
Página 2 de 2
Los derechos del consumidor están regulados por la ley (por ejemplo, en Argentina la Ley Nº
24.240) así como dispositivos institucionales (Dirección de Defensa del Consumidor, Entes
reguladores de servicios, etcétera). Los derechos del consumidor (reparación del daño,
protección del interés económico, información, educación, representación, etcétera) se
consolidan desde los años 70 en el mundo. Se trata de derechos que están muy ligados a una
ética del mercado, no sólo en el compromiso por la calidad, sino también en la apuesta por las
reglas de juego limpias, sostener la competencia y la competitividad para innovar y mejorar
productos, para consolidar precios de equilibrio (que son afectados por la condición de
monopolio, entre otras), así como toda estrategia encaminada a garantizar la pluralidad y la
libertad (Camacho Larraña, et.al., 2013). Podemos apreciar así como la ética respecto a un
stakeholder como el consumidor está emparentada con la ética respecto a otro: el competidor.
Los derechos del consumidor están más salvaguardados cuando se respetan los derechos de
la competencia.
YOUTUBE
Publicidad engañosa.
Publicidad subliminal.
Veracidad.
Con los proveedores y clientes existe también todo un ámbito de aspectos éticos. La empresa
ha de cuidar la ética en toda la cadena de valor, lo que signi ca que debe prestar atención a su
relación con proveedores y clientes. Existe una serie de obligaciones morales para con los
proveedores, como: respetar su organización interna y proyección, no perjudicar sus marcas,
facilitar que cumplan con las normativas, no extremar exigencias con ellos para enfrentarlos
con la competencia, utilizar lealmente la información con dencial, buscar alianzas y otras
a nes. Por supuesto, el soborno es en sí inmoral: aceptarlo atenta contra la lealtad a la
empresa, ofrecerlo contra la competitividad del mercado (Camacho Larraña, et.al., 2013). Si
bien el tema de la extorsión es más complejo, puede suceder que sea inevitable. En ese caso
estamos ante otro tipo de consideraciones éticas que veremos posteriormente. Lo mismo
podemos decir respecto a la política relativa a regalos. Ante la duda, lo preferible es no
aceptarlo, pero también es importante operar según las costumbres de la región (Camacho
Larraña, et.al., 2013).
El respeto por los proveedores contribuye sin duda a la mejor reputación e imagen de la propia
empresa. Incluso se trabaja bajo el concepto de ventaja mutua para signi car cómo los
proveedores también pueden sacar bene cio (Debeljuh, 209)
YOUTUBE
Como ya se mencionó, el mercado, para sostenerse, precisa una ética. Cuando se habla de libre
competencia no sólo se excluye la ausencia de coacción o la limitación de la libertad de
concurrencia, sino también la idea básica de que toda libertad está regulada o regida por
normas. Las ventajas competitivas, en ningún caso, se obtienen mediante la explotación o el
juego sucio con stakeholders. La competencia es un principio regulativo que orienta la
intervención en el mercado, de modo que allí donde hay condiciones de escasa competencia
es una obligación ética desarrollarla (Cortina, 2000; Debeljuh, 2009; Francés Gomez, 2009;
Gilli, 2011; Moreno Pérez, 2017). La razón es que la competencia genera innovación y potencia
la creación de puntos de equilibrio de precios, lo que constituye un bien social al permitir una
mejor redistribución de la riqueza, así como bienes y servicios de mayor calidad, y cubre con
mayor amplitud la necesidad social. Así entendida, la competencia es un valor central y está
ligada indefectiblemente a la cooperación, otro valor que tiene centralidad ética. La
competencia implica y exige relaciones de colaboración: es como un ideal regulativo que se
realiza prácticamente al orientar las acciones hacia la excelencia. Puede expresarse del
siguiente modo: “se compite por posiciones rivales que consisten ellas mismas en relaciones
de cooperación” (Camacho Larraña, et.al., 2013, p. 181).
La mirada ética sobre la competencia nos lleva también a dos temas importantes: los derechos
sobre patentes y el problema de la información. Cuando señalamos que la competencia es un
principio regulativo para la ética empresarial, se señala también que en condiciones de
mercados reales (no los mercados idealizados de los modelos de competencia perfecta) las
asimetrías informacionales, las distorsiones culturales, afectivas, etcétera, inhiben la
posibilidad de una competencia ideal. Así, nadie duda de la necesidad de regulación sobre
patentes. El problema está en que, cada vez más, esta regulación tiende a favorecer a las
grandes corporaciones, y a desproteger los derechos, costumbres y prácticas tradicionales,
como reconoce el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). Tal sucede en
casos en que corporaciones farmacéuticas, por ejemplo, se apropian del saber milenario de
comunidades originarias para generar en condiciones de laboratorio determinados
medicamentos. Por lo que respecta al secreto, es lícito por supuesto, pero puede también
dañar la competencia, por esto el secreto ha de estar orientado por una serie de prohibiciones
(Camacho Larraña, et.al., 2013):
Apropiarse de documentos.
Desde las teorías posburocráticas de la administración pública (nueva gestión pública, Teoría
de la gobernanza, etcétera) se hace hincapié en las centrales obligaciones que la empresa
tiene en la creación de valor público. Por un lado, la empresa misma se convirtió en un
modelo de e ciencia que puede contribuir a reducir los problemas scales y de e ciencia del
Estado (al ser adecuadamente adaptado el modelo). Por otro, las necesidades sociales en
aumento, así como las nuevas estrategias de participación social hacen necesario transitar
hacia el modelo de la gobernanza. En el modelo de la gobernanza (Aguilar Villanueva, 2010) se
pone énfasis en la cocreación de valor entre los tres sectores (público, privado y sector
social), así como en la implicación respecto al proceso mismo de gobernar. Las sociedades de
modo relacional e interrelacional generan la gobernanza, colaborativa y responsablemente.
De tal modo, las empresas se limitan al cumplimiento de obligaciones y apuestan por ser
proactivas en la creación de valor público. Deben contribuir a la mejora de la gobernanza
(Vives y Peinado Vara, 2011), mediante el perfeccionamiento de las reglas del juego y las
instituciones. En este sentido, los autores a rman que las empresas pueden:
Proveer de infraestructuras.
En su relación con el Estado las empresas deben: (Vives y Peinado Vara, 2011):
Desarrollar e ciencia.
Generar transparencia.
Generar recursos
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Ciudadanía corporativa
Ciudadanía corporativa
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animated explainer video.
VER EN YOUTUBE
González Esteban, E. (2007). “La teoría de los stakeholders. Un puente para el desarrollo
práctico de la ética empresarial y de la responsabilidad social corporativa”. Veritas. Revista de
Filosofía y Teología, vol. II, núm. 17, septiembre, 2007, pp. 205-224. Haga clic aquí.
Unidad 6. Ética social y sistema económico
YOUTUBE
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Al igual que sucede con el sector público, el ejercicio de prácticas de transparencia minimiza
los riesgos de corrupción, potencia la participación y fomenta la socialización democrática;
incrementa también el ejercicio de la re exividad sobre la toma de decisiones, objetivos y
medios a utilizar, etcétera. Además: conduce a la aceptación de la pluralidad y el disenso;
fortalece y legitima gobiernos y administraciones y ayuda a la correcta utilización de recursos
(Naessens citado por Ausín, Peña y Diego Bautista, 2010, p. 347).
A su vez, fomenta el sentimiento de identidad de grupo, así como las formas de liderazgo
relacional, lo que contribuye a una mayor cohesión. El ejercicio de la transparencia es, pues,
un eje fundamental de la democratización y del ethos democrático.
Comporta también una serie de riesgos: como que el uso de la transparencia con nes
estratégicos para la empresa, lo que le lleva a utilizar la información que divulga de cara a
posicionarse en el mercado con prácticas de despiste para la competencia, por ejemplo. Esta
transparencia estratégica supone profundos riesgos al poder derivar en la deslegitimidad de la
propia organización por manipulación de la información. Por ello es importante que la
transparencia esté ligada a la perspectiva de los stakeholders. Así también de nir los límites de
la transparencia: básicamente, que no comprometa la competitividad de la organización
(Alejos, 2015).
Tomando como referencia lo expuesto por Briano Turrent (2012) la transparencia corporativa
es favorecida por factores como:
El sistema legal.
Las dimensiones de la corporación (en las mayores corporaciones suelen darse más
claras prácticas de transparencia).
La estructura de propiedad.
Indicadores S&P
–
124 ítems que organiza en 4 dimensiones:
Estructura de la propiedad.
Transparencia nanciera.
Indicadores CiFAR
–
90 ítems que organiza en 7 categorías:
Información general.
Estados de resultados.
Principios contables.
Indicadores GMI
–
64 atributos en 6 categorías:
Responsabilidad.
Remuneración.
Comportamiento corporativo.
ITGC
–
43 ítems en 4 dimensiones:
ICDI
–
33 criterios en 5 secciones:
Los rankings de transparencia son una herramienta de mejora que permite situar la dimensión
ética de las empresas en el contexto del necesario diálogo entre los interesados. La
transparencia es un requisito ético para potenciar el diálogo que hemos mencionado,
fundamenta una ética en las organizaciones. Ningún diálogo serio puede acometerse si no se
da el requisito de la información clara, oportuna, relevante, etcétera, para que las posturas
puedan verse en su razonabilidad.
Los reportes de organismos como Transparencia Internacional nos hacen ver que la
corrupción no es un fenómeno aislado. Prácticamente la totalidad de los países están
asediados por este fenómeno. Ciertamente algunos de ellos, como los países nórdicos, están
en los primeros puestos del ranking de países menos corruptos. Países como Argentina se
sostienen desde hace décadas los puestos medios de la lista (sobre el puesto 100 arriba o
abajo, de 176). Otros países del entorno latinoamericano en cambio están mejor posicionados
(Uruguay o Chile siempre se encuentran entre los 50 primeros). Los factores que favorecen la
corrupción son múltiples y no podemos abordarlos aquí, pero destacamos que tienen especial
relevancia los factores institucionales: Los países con menor corrupción son aquellos que
tienen sólidas instituciones y una cultura cívica que concede importancia a los valores en las
prácticas de ciudadanía.
Según los informes de Transparencia Internacional –que se pueden consultar, así como
grá cos sobre corrupción, en su página web la corrupción está correlacionada con la
ine ciencia en la gestión. Por ello es central atacarla en una de sus fuentes, mediante la
mejora de las prácticas de gestión. Una de las herramientas para esta mejora la constituyen
las políticas y las prácticas de transparencia a las que ya hemos aludido.
¿Qué responsabilidad cabe a la empresa en el tratamiento de la corrupción? ¿Existe corrupción
también en el seno de las organizaciones? Por supuesto que existe corrupción en las empresas
como existe en casi todos los ámbitos de desempeño humano. La corrupción empresarial,
tanto interna a la organización como externa, de su relación con los stakeholders, es fuente de
ine ciencias y problemas varios para la empresa. Por otra parte, no sólo desde la política
interna a la organización hay que abordar la corrupción. Como también ya analizamos, la
empresa forma parte del entramado de la gobernanza colaborativa que constituye la bra
misma de las sociedades en que vivimos. Sus prácticas de transparencia reducen la
corrupción, pero además es responsable de actuar conforme a principios éticos allí donde las
prácticas de corrupción estuvieran difundidas o legitimadas socialmente –bien por
escepticismo o por cinismo ante las mismas.
En el siguiente video podrás apreciar múltiples dimensiones del vínculo entre empresa y
corrupción.
YOUTUBE
El tema de la corrupción tiene múltiples aristas en lo que re ere a la relación entre la empresa
y las administraciones públicas. Desde fraudes, sobornos, extorsiones, entre otros, pasó por
grandes escándalos como Oderbrecht, cuyas repercusiones continúan e involucran a políticos
y empresarios de primera línea en una ingeniería de la corrupción de escala global.
En el siguiente enlace tiene algunas claves para comprender el caso Oderbrecht: haga clic
aquí.
Ciertamente la corrupción es un fenómeno complejo. Los expertos (como por ejemplo Villoria
Mendieta, 2000) señalan que una de las principales di cultades en la lucha contra la
corrupción está en la percepción social que se tiene de la misma. Según factores
socioculturales varios (a mayor desigualdad social, mayor corrupción; culturas cívicas poco
desarrolladas o escaso peso de los valores públicos favorecen la corrupción, etcétera) la
corrupción es percibida con mayor o menor importancia. Incluso es directamente percibida o
no. Se señalan, por ejemplo (Hindelmayoer, expuesto en Villoria Mendieta, 2000), como
categorías:
Corrupción negra: cuando tanto élites como sociedad en general la perciben como tal.
Corrupción gris: signada por las élites pero no apreciada como tal por la sociedad.
Lo invitamos a leer el siguiente artículo de opinión donde tiene una visión sobre los colores
de la corrupción. Para ello haga clic aquí.
Desde las corruptelas hasta la corrupción negra hay un espectro amplio de prácticas
antiéticas. Ciertamente, no todas tienen el mismo impacto inmediato, aunque cabe postular
que allí donde se amplía el espectro de la corrupción blanca termina por generalizarse a todo
el cuerpo social. En efecto, la actitud que la persona desarrolla frente a la corrupción es el
modo como las prácticas corruptas se reproducen. Cuando la corrupción se naturaliza y las
propias instituciones que han de ser ejemplares no lo son, es fácil incurrir en la pendiente
resbaladiza de la corrupción, en una suerte de círculo vicioso de la corrupción. Se reproduce la
corrupción por la naturalización de la misma. Esto es clave en una ética empresarial porque,
muchas veces, se legitima la contribución a la corrupción por la propia ine ciencia del
sistema o por el hecho de que la misma está generalizada. Con lo que se entra en un
imposible: se contribuye a la corrupción en los actos, aunque se la cuestione en las palabras.
La corrupción se hace de a dos (o más, por supuesto), como se puede apreciar en los casos de
soborno y extorsión. En los sobornos la relación de poder carga sobre la persona u
organización que soborna. En la extorsión, sobre la persona u organización que exige el pago
o contraprestación. Entre los actores se establece un contrato tácito, velado por el silencio,
que expone ya la presencia de un tercero (un público) que puede también “mirar hacia otro
lado”. En casos en que la corrupción es funcional esto sucede así, como cuando el sujeto
decide tomar la vía rápida al ofrecer un bene cio extraposicional a cambio de algún tipo de
bien que recompense. Por ejemplo, acelerar un trámite para una licitación de obra: quien
ofrece este servicio (posicionado para poder hacerlo) pide un bene cio a cambio que está al
margen de los réditos que su propia posición o función le permite. En la medida en que
institucionalmente estos bene cios extraposicionales tengan menor valor, o que sean
perseguidos con mayor severidad, se reducirá la oportunidad de corrupción, o dicho de otro
modo, el costo de oportunidad de la corrupción se incrementará, lo que desincentivará las
prácticas corruptas. Pero para poder acometer este tipo de cultura institucional se precisa del
desarrollo de valores que permitan al sujeto y organización mantener una rmeza y
coherencia entre sus principios y sus prácticas. Esto es, reducir la disonancia cognitiva
(distancia entre opiniones y actos) y la doble moral (distancia entre moral enunciada y moral
realizada).
¿Qué puede hacer la empresa si hay una corrupción generalizada? ¿Cómo puede contribuir en
la reducción de la misma? Veamos algunos argumentos (tomamos en cuenta aquí los
esgrimidos por Domenec Melé, tal como los expone Debeljuh, 2009). Así:
Se destruye la solidaridad.
Extorsionar es aún más grave que sobornar. También atenta contra la moral porque:
Se perjudica al extorsionado.
Que la persona sea extorsionada para conseguir algo que le corresponde por
derecho.
La intromisión en entornos corruptos, aún sin ser responsable de prácticas como sobornos y
extorsiones, sólo tiene aceptación en casos donde no hay posible escapatoria y se arriesga la
posibilidad de negocio (Debeljuh, 2009). Pero, aún en estos casos, hay una serie de
argumentos para evaluar la moralidad de la intromisión así como el alcance y límites de la
misma. Estas situaciones vienen dadas porque se exigen comisiones extras para desarrollar
un negocio o porque todos los competidores hacen lo mismo.
En estas situaciones es cierto que “es soportar una injusticia sin provocarla ni aprobarla”
(Debeljuh, 2009, p. 184). La cooperación con el mal puede ser de dos tipos (Debeljuh, 2009):
Formal: cuando hay conocimiento y consentimiento. Cooperación moralmente ilícita por
cuanto supone aprobar la acción indebida del otro. .
Que el efecto bueno buscado sea lo primero querido y el efecto malo se dé por
accidente.
Ahora bien, aun cuando hubiera justi cación moral, no debe olvidarse nunca que se coopera
con la corrupción, y que es un deber luchar contra la misma. Caben opciones aún en caso de
colaboración (análisis a Melé por parte de Debeljuh):
Explicar a los colaboradores próximos y otras personas que conozcan el asunto, las
razones de necesidad por las que se da siempre esa “comisión”, la repugnancia a este
tipo de operaciones y la falta de alternativas viables.
Prever la posible difusión del hecho y los medios de defensa a que pueden recurrirse, e
incluir la posible divulgación por los medios de comunicación social, y el daño que puede
causar una actuación de este tipo a quienes no conozcan todos los detalles del caso,
máxime si se trata de una persona considerada de probada honestidad.
La corrupción es un mal que se combate desde diferentes frentes, ya que es un fenómeno muy
complejo. La integridad de la acción empresarial es una pieza clave en el combate a la
corrupción. Por eso, diversas voces claman para que se consoliden sistemas normativos que
supongan obligaciones de responsabilidad para las empresas y los negocios. La acción
coherente y conforme a valores de individuos y organizaciones es clave para regenerar la
cultura cívica de un país y así encaminarse en la reducción de los niveles de corrupción. El
modelo de capitalismo renano y de los países escandinavos es ejemplar en esto: el sector
empresarial y el tercer sector coparticipan con las instituciones públicas para generar el bien
común.
Podrá ampliar conocimientos en:
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013).
Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao: Desclée de Brouwer. Pp. 170-209. Haga
clic aquí.
Diversos estudios sociales nos sitúan ante una nueva perspectiva de la relación del ser
humano con su género. Como es bien sabido el género, a diferencia de la sexualidad, es una
construcción social. Incluso en nuestros días hay concepciones que suponen que la propia
sexualidad es una construcción cultural. Por esto, desde los años 90 adquieren fuerza
creciente los movimientos sociales, como las plataformas, asociaciones, etcétera, LGTBIQ
(Lesbianas, Gays, Trans, Bisexuales, Intersexuales y Queers), que reclaman el reconocimiento
de sus derechos.
No podemos entrar acá en esta rica temática, ni en todas las cuestiones psicológicas, sociales
y losó cas que comporta. Sí en cambio señalamos que estos colectivos han sufrido a lo largo
de la historia y aún sufren en nuestras sociedades plurales y tolerantes, toda forma de
discriminación y violencia. Desde la lesión a sus derechos cívicos o el ataque contra la
integridad de su persona, hasta formas de maltrato en los entornos laborales, discriminación
salarial, discriminación en el acceso a los puestos de trabajo, acoso, etcétera. Las
organizaciones han de incorporar, en el marco de lo que se denomina responsabilidad social
de género (Eva Velasco, Aldamiz-Echevarría, Alonso Fernández de Bobadilla y Gurutze
Intxaurburu, 2015) diversas iniciativas orientadas a la equidad, la igualdad de oportunidades, la
mejora de calidad de vida laboral, etcétera.
No podemos ocuparnos aquí de todas las problemáticas implicadas. Por ejemplo, en Argentina
se rmaron acuerdos entre Nación, provincias y empresas para establecer sistemas que
permitan la incorporación de personas trans en ambientes laborales, habida cuenta de la
exclusión social que estas personas sufren en función de su condición y orientación. Es un
tema de amplio debate. Sí nos centraremos en el abordaje del género desde las políticas de
igualdad de oportunidades, combate a las formas de discriminación, acoso, etcétera. Son
varios los indicadores y políticas de Responsabilidad Social Empresaria que incorporan la
temática de género (Perera citado por Vives y Peinado Vara, 2011). La perspectiva de género se
introduce, así como la perspectiva de la interculturalidad, desde diversas herramientas y
ámbitos de gestión (Moreno Pérez, 2017; Gilli, 2011; Camacho Larraña, et.al., 2013).
Al apelar a los principios inscriptos en una ética dialógica como la que sostenemos en esta
materia, es fundamental recordar que la diversidad de género y la diversidad cultural forman
parte del pluralismo cívico característico de nuestras sociedades. Por esto, como señala
Cortina (2000), desde un ethos dialógico se apuesta por una tolerancia activa (aquella por la que
nos implicamos en proyectos ajenos como valiosos) más que por la simple tolerancia o
tolerancia pasiva (de nida como no intromisión). Por supuesto que la tolerancia es una
construcción ética que exige esfuerzo, alejada del preconcepto que sobre la misma tenemos,
más orientado hacia la indiferencia respecto al otro que al arte de convivir con la diferencia. La
tolerancia activa exige implicarse en los proyectos del otro, aun cuando no sean compartidos.
Está claro que esa actitud, el horizonte que compatibiliza la complejidad normativa y la cultura
moral de la organización.
La igualdad de género no es sólo una aspiración en el concurso hacia los derechos humanos
que las sociedades democráticas involucran desde hace décadas, en especial desde comienzos
de siglo XX con la incorporación de los derechos de la mujer en la agenda de luchas sociales y
en la estructura de diseño de políticas públicas. Los cambios culturales, empero, son de ciclo
largo y suponen dinámicas de transformación socio-estructural muy complejas. Hoy
sabemos, mediante diversos indicadores, que la igualdad de género es síntoma, pero también
causa del desarrollo económico, la integración socio-cultural, la reducción de formas
subrepticias de violencia y discriminación, etcétera. Para el negocio presenta también una
serie de bene cios, esto es, las empresas y organizaciones que desarrollan buenas prácticas
en materia de género (adaptado de OAS, 2013):
Aumentan acceso a mercados especí cos (asociados a rasgos de género que se tienden a
desvanecer).
Fortalecen reputación.
El concepto de responsabilidad social de género parte de una visión crítica asociada a los
estudios de género. El lugar de trabajo es una instancia importante de reproducción de la
desigualdad. Esto puede apreciarse al observar las estadísticas sobre brechas salariales por
género, otras relativas a ingresos diferenciales entre hombres y mujeres, pero también en las
políticas diferenciadas de desarrollo de personal, o en la aplicación de las mismas, así como
en la promoción, la segregación, la ruptura de contratos, etcétera. Por esto es importante en
las políticas y herramientas de responsabilidad social tener en cuenta la perspectiva de género.
De hecho, iniciativas como Pacto Global y diversos indicadores incorporan elementos
asociados a la igualdad de oportunidades y a la consideración del género como elemento
relevante.
Principio: Liderazgo.
–
Acciones posibles:
Mujeres en cargos directivos. Líderes de equipos. Liderazgo de procesos, etcétera. Potenciar
liderazgo femenino en temáticas I+D+I (Investigación + Desarrollo + Innovación).
Fuente: adaptado de OAS (2013) y Eva Velasco, Aldamiz-Echevarría, Alonso Fernández de Bobadilla
Iniciativas como los Principios de las Mujeres Calvert de Fondo Calvert son ejemplos de
prácticas del sector privado para abordar las temáticas de género. Así también los Principios
para el empoderamiento de la mujer de UNIFEM y Pacto Global.
1. El empleo y compensaciones.
2. El equilibrio entre trabajo y vida, y el desarrollo profesional.
3. La salud, seguridad y libres de violencia.
4. La administración y dirección.
5. El negocio, la cadena de suministro y las prácticas de marketing.
6. El compromiso cívico y social.
7. La transparencia y responsabilidad.
La adhesión a los Principios para el Empoderamiento de la Mujer implica que las empresas
suscriben sus siete principios:
2015, p. 80-81.
Desde la Tercera (1985) y, de manera más consolidada, desde la Cuarta Conferencia Mundial de
las Naciones Unidas sobre la Mujer (1995) se implica el concepto de Mainstreaming, literalmente
“integración”, “transversalización” para el abordaje de las cuestiones de género. Con este
concepto (ver Eva Velasco, Aldamiz-Echevarría, Alonso Fernández de Bobadilla y Gurutze
Intxaurburu, 2015, p. 85 a 97) se busca integrar la igualdad de género en todos los ámbitos de
desempeño: en las ideas políticas, en los cambios culturales y en la modi cación de
estructuras organizativas e instituciones. Se trata de avanzar más allá del tratamiento
individual de los derechos, analizar e identi car cómo la organización y sus estructuras
comportan discriminaciones indirectas.
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Las organizaciones (sean empresas, iglesias, instituciones públicas, etcétera) reguladas por la
costumbre o por procedimientos normativos formalizados, suponen una cultura. Esta cultura
está en relaciones de modulación con el entorno, como hemos visto. Relaciones tales que, por
un lado reproducen las pautas culturales dominantes, pero a su vez modi can estas pautas
con su propia acción. De modo que la empresa reproduce normas y valores culturales en su
interior y contribuye al desarrollo de pautas y valores culturales en su entorno. En nuestros
días esto se ve acrecentado por los procesos de globalización que hacen que el ámbito de
proximidad de sentidos y apropiaciones culturales sea más reducido: desde cualquier parte del
mundo se puede in uir de modos diversos en otros. Al mismo tiempo las empresas que
operan en varios países pero tienen un origen determinado en una cultura de referencia, son
portadoras de pautas y valores culturales que llevan a otras culturas diferentes. Ciertamente se
adaptan a las mismas, del mismo modo que éstas resigni can las pautas y valores culturales
que la empresa importa de modos distintos. Aún las culturas que han sido dominadas asumen
la cultura dominante mediante pautas de apropiación especí cas. A lo largo de la historia, y
aún más con la globalización, las culturas se hibridaron o, se nutrieron unas de otras de modo
que, aunque la pauta de dominación cultural existió y existe, las culturas dominadas se
reestructuraban al tomar pautas y valores de las dominantes pero signi cadas en sus propias
categorías (García Canclini, 1989). Lo mismo puede decirse respecto a las culturas
dominantes, incluso sucedió que éstas se apropiaron de elementos de las culturas dominadas.
La noción de pureza cultural es, pues, un mito.
Desde el punto de vista normativo y ético, la relación entre las culturas está signada por la
violencia. La distinción misma entre una barbarie y una civilización es un acto de violencia
simbólica establecida desde una cultura legítima que se convierte en patrón de la cultura
auténtica, elevada, civilizada, etcétera. Pero las propias culturas subalternas y dominadas
responden a este esquema al incorporar a su modo esas pautas culturales y establecer
patrones de resistencia variados.
Baumann (2016), al seguir a Levi-Strauss (1976) considera que hay dos grandes modos en los
que se relacionan las culturas y las personas que producen y reproducen estas culturas. A
saber: la estrategia antropofágica y la estrategia antropoémica. La primera se caracteriza por la
consideración de la cultura propia como cultura superior, legítima, civilizada, etcétera, pero al
mismo tiempo se pretende la integración del otro en las pautas culturales dominantes. El otro
es visto como alguien a quien incorporar y no hay acto de mayor incorporación del otro que la
antropofagia, mediante la cual hago al otro mío. El problema es que desaparece como otro.
Esta estrategia fue dominante a lo largo de la historia, en especial en los procesos de
conquista y colonización. La estrategia antropoémica se caracteriza, al contrario, por la
exclusión del otro. El otro es respetado en su diferencia, pero la misma es de algún modo
absolutizada al punto de considerar que nada hay en común con ese otro.
Tanto una estrategia como otra comportan, pues, elementos éticos que no podemos asumir
en el contexto de referencia de unos derechos humanos que tomamos como piso para
cualquier ética mínima. Ésta exige por un lado la diversidad (el respeto, actitud positiva y
proactiva para sostener la diferencia del otro como valiosa), pero al mismo tiempo la inclusión
(considerar al otro tan digno de los bienes que posee la cultura de referencia).
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Así como la multiculturalidad es un factum dado a lo largo de la historia que se potenció con
los procesos de la globalización técnico- nanciera, la interculturalidad puede ser vista como
una estrategia ética y política conforme a principios básicos de los derechos humanos.
Mediante el abordaje intercultural (Fornet-Betancourt, 2007) se busca rechazar la
jerarquización cultural, pero sostiene siempre una actitud crítica en términos culturales (no
todo es aceptable). Se pretende un abordaje ético de la diversidad cultural, y suma la diversidad
sin anularla (antropofágica) pero al mismo tiempo se evita inmunizarse frente a la misma
(antropoemia).
¿Cómo afecta esto a las empresas? Primero que nada, al reconocer que toda práctica, por más
neutra y aséptica que parezca, lleva unos valores culturales implícitos. Por lo mismo, la
organización ha de ser cautelosa, cuidadosa con sus prácticas, buscar siempre que las mismas
ni anulen ni excluyan la diversidad. Pero, además, mediante un diseño institucional en
diversas áreas, y de modo íntegro en la relación con los diversos stakeholders involucrados,
que contemple la dimensión plural en términos culturales de grupos, personas, comunidades,
etcétera. Estar atenta a que sus pautas y valores no anulen los del entorno es otra importante
obligación en términos de una ética intercultural. Pero no sólo de modo negativo, sino
también de modo positivo se desarrolla esta ética: la diversidad es riqueza, produce
creatividad, permite hibridaciones que generan valor. Sostener la diversidad es así una
práctica de sostenibilidad y rentabilización del propio negocio.
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013).
Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao: Desclée de Brouwer. Pp. 40-44; 124-128;
y 139-142. Haga clic aquí.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 105-126. Haga clic aquí.
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Para economistas como Hayek (1989), expresiones como “justicia social” son vacías y
utilizadas en un sentido totalmente demagógico. La única justicia que cabe es la relativa a los
individuos. Que las sociedades sean más o menos ricas, haya más o menos desigualdades no
es algo que quepa imputar a la acción del mercado. Antes al contrario, allí donde en nombre
de la justicia social se inhibe el proceso de producción de riqueza, que viene dado por la
creatividad y libre iniciativa de los individuos. Los defensores de la justicia social se mueven
más, nos dice el autor, por instintos y sentimientos que por el uso de su razón.
Descubrir el signi cado de lo que se llama "justicia social" ha sido una de mis
principales preocupaciones por más de diez años. He fracasado en este esfuerzo o,
más bien, he llegado a la conclusión de que, en referencia a una sociedad de
hombres libres, la frase no tiene ningún signi cado […]
El capitalismo tiene una ética (Huerta de Soto, 2013) propia, más apoyada en principios
cientí cos dados en el marco de las ciencias económicas que en los sentimientos sobre lo
justo o lo injusto. El pilar básico de esta ética es la libertad y la ausencia de constricciones a la
libertad económica, con excepción del mínimo marco legal para la garantía de los contratos.
De este principio se derivan, en base a la comprensión de las leyes que rigen la conducta
humana (búsqueda del bien propio, utilidad individual, etcétera), en una sociedad abierta
caracterizada por el más amplio margen de actuación a la libertad individual, todos los demás.
La justicia no es tal si no viene derivada de la libertad individual, de la acción del libre juego de
facultades humanas en un mercado abierto. El consecuencialismo (la suposición de que de los
actos individuales se derivan consecuencias negativas que es preciso una mano visible del
poder público corrija) es falso para estas posturas liberales.
La evidencia muestra ambas posturas como solventes. En términos macro es cierto que el
capitalismo generó riqueza e igualdad a escala planetaria. Pero si tomamos escalas temporales
más determinadas sí podemos observar que la desregulación de mercados tiende a producir
efectos no deseados. El caso de las burbujas inmobiliarias (una de cuyas fuentes es o bien la
desregulación nanciera o bien la ausencia de vigilancia o cumplimiento de las normas
existentes) es un ejemplo de esto.
En el siguiente artículo periodístico: “El caso Islandés” tiene información sobre la actualidad
del tema de las burbujas inmobiliarias. Acceda haciendo clic aquí.
En el terreno de una ética en los negocios (Camacho Larraña, et.al., 2013) se impone la
necesidad de partir de un concepto de empresa (y también de negocio) que se aleje de dos
extremos: la identi cación de empresa y capital, por un lado; y la consideración del negocio
empresarial como algo absolutamente individual por otro. De hecho la empresa y los negocios
tienen una función social de la que nutren su sentido y legitimidad. Las empresas distribuyen
el valor que generan, la riqueza que producen. Por esta razón, las sociedades han de
organizarse de modo que las empresas cumplan con sus nalidades sociales. Así vistas las
cosas, los principios éticos no se derivan de los hechos sociales, pero sí generan hechos
sociales. Acudir a unos principios u otros, establecer acuerdos en base a un tipo de principios
u otros generará un tipo de empresa u otra, un tipo de sociedad u otra. No se precisa invalidar
la libertad de nadie, como teme el pensamiento liberal, al contrario sólo desde esa libertad es
posible entender el acuerdo.
Sin embargo podemos observar con facilidad (Camacho Larraña, et.al., 2013) que: la
transparencia es prácticamente inviable porque nunca existe información completa y
simétrica; es rara la situación en que se da homogeneidad de producto; los oligopolios existen,
por lo que se puede apreciar que las decisiones de unos pocos se imponen al resto, y además
no es factible en muchas situaciones salir del mercado; nalmente las externalidades
muestran los resultados subóptimos del funcionamiento de un hipotético mercado de
competencia perfecta: los costos no se trasladan al consumidor, sino al medio ambiente, por
ejemplo.
Es importante señalar que desde el punto de vista de una ética en los negocios el imperativo
de acción es, precisamente, acercarse lo más posible a las condiciones ideales que representa
el modelo de un mercado de competencia perfecta, pues tal modelo sería el contexto real de la
libertad. Asumir que la libertad es el fundamento ético de la persona, y por extensión de la
organización y la sociedad.
La distancia entre los mercados reales (que muestran oligopolios y externalidades, entre otros
efectos) y los mercados ideales es expresión de la falta de garantía de la igual libertad para
todos. Si no hay una igualdad mínima, los bene cios de la libertad son para los que tienen una
libertad efectiva mayor, lo que termina por generar impactos negativos en el entorno social y
ambiental: deterioros en el mercado de trabajo, desigualad a escala global, etc. (Camacho
Larraña, et.al., 2013). A esto hay que añadir una limitación ética de la suposición de que lo
ideal es un mercado que funcione con la máxima libertad: al mercado no le interesa la
satisfacción de necesidades en abstracto, no se rige por la demanda en sí, sino por la
demanda solvente (necesidad más capacidad de pago).
En el siguiente video tiene un caso famoso (el de “la ceguera de los ríos” de Merck & Co., INC,
que también puede encontrar descrito en Debeljuh, 2009) que muestra cómo una empresa
farmacéutica logró impulsar un medicamento que no le reportaría bene cio.
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A esta limitación ética del mercado libre (el hecho de que desde el punto de vista ético el
criterio de la satisfacción de la necesidad es el objetivo, con independencia de la capacidad de
pago) hay que sumarle otra relativa a la limitación de la simple concientización para mermar
los efectos negativos del libre juego de mercado. Al productor no le interesan bienes que no
puedan ser pagados (aire, contaminación, etcétera); el mercado no asigna bienes cuando hay
divergencia entre costes y bene cios privados y costes y bene cios sociales (drogas,
educación, etcétera). Esto obliga a introducir correcciones, mediante la regulación del Estado,
destinadas a conciliar costes y bene cios.
Esta posibilidad de tomar riegos por encima del óptimo, lo que se llama “riesgo
moral” (moral hazard) convirtiendo a la economía en un mecanismo peligroso para
toda la sociedad en vez del mercado altamente e ciente en la gestión del e ciente en
la gestión del crédito y los riesgos asociados que debería ser (Camacho Larraña,
et.al., 2013, p. 34).
Resumidamente, el mercado libre es virtuoso cuando hay una cierta igualdad de base, pues así
incrementa la libertad real para proyectos personales y permite la creatividad e innovación.
Pero en situaciones asimétricas no garantiza ni una mayor equidad ni una mayor
responsabilidad hacia los bienes, servicios y recursos. El mercado por sí solo no parece dar
respuesta al problema de la desigualdad ni al cuidado del medioambiente. Los escenarios
teóricos que plantean en muchas ocasiones los pensadores liberales (ausencia de bancos
centrales, desregulación de los ujos económicos globales, etcétera) no se dan en la realidad,
por lo que sería muy complejo juzgar el funcionamiento de los mercados reales sólo en
función de modelos teóricos. Sí tenemos, en cambio, registro del incremento de huella de
carbono, la reducción de la capa de ozono, las diferencias interregionales en edad de vida,
mortandad al nacimiento, entre otras, que parecen poner en evidencia la no existencia
absoluta de una relación entre desregulación e igualdad. Además la desregulación da de modo
asimétrico: se liberalizan mercados, pero no se liberaliza el ujo de personas; se desregulan
mercados nancieros y se exibilizan mercados de trabajo, pero el poder público subvenciona
mercados nancieros de cientes, reduce recursos públicos al auxilio social, etcétera. Una
economía que siguiera los principios analíticos y programáticos descritos por el pensamiento
liberal de la escuela austríaca seguramente generaría mayor igualdad y justica, pero la
dinámica institucional de los mercados realmente existentes parece contravenir este modelo.
La dimensión de moralidad que está presente en toda decisión de negocio puede apreciarse en
el concepto de riesgo moral que generan las decisiones económicas, como puede apreciar en
los siguientes videos.
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Moral Hazard
Moral Hazard
Imagine you take your car in to the shop for routine service and the mechanic
says you need a number of repairs. Do you really need them? The mechanic
certainly knows more about car repair than you do, but it's hard to tell
whether he's correct or even telling the truth.
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La dimensión ética en la medida en que orienta la acción hacia un ideal (deber ser) (la libertad
de mercado como principio ético, por ejemplo) contribuye a la mejora de las decisiones de la
empresa y en los negocios. Se transforma así en una herramienta para producir valor. No
existiría negocio posible sin honradez, justicia en el trato, integridad, etcétera. Con anza,
compromiso, imparcialidad y responsabilidad son valores éticos para la actividad empresarial
(Soto Pineda y Cárdenas Marroquín, 2007). Lo que pasa es que la condición real e histórica de
la interacción humana se supera de modo progresivo, aunque sea imposible la superación
total, por la libre orientación hacia un deber ser ideal. La ética en los negocios parte de la
exigencia de incentivar, en las organizaciones empresariales, en sus diferentes niveles y con
los distintos grupos implicados (trabajadores, directivos, gerentes, proveedores, etcétera), la
aplicación de estándares morales que conduzcan a la reducción de riesgos, la satisfacción de
los intereses involucrados, la sustentabilidad del negocio, etcétera (Velásquez, 2012). Por esto
las organizaciones empresariales tienden a ser consideradas bajo la óptica de la ciudadanía
corporativa, entendida como tendencia estratégica global a la cooperación, por la contribución
a cooperar con gobiernos y la estabilidad mundial (Francés Gómez, 2009, p. 75).
Las decisiones económicas han de poseer racionalidad moral para ser sustentables. Toda
elección social (y las decisiones de negocios son elecciones sociales) comporta un nivel ético-
normativo que la hace legítima o no. La regulación del Estado ayuda a que este nivel se
materialice, pero no alcanza la simple regulación, hacen falta elementos de cultura cívica que
orienten hacia la satisfacción de la norma así como hacia la perfección creciente de la misma.
La ética contribuye a reducir dilemas como el dilema del gran número que se apoya en la
tendencia de las mayorías a anular los derechos de las minorías. La libertad individual es
incuestionable éticamente, pero la libertad es un horizonte que exige cooperación social para
garantizar la universalización de la misma. La cooperación es el fundamento de la justicia
social, y no brota de un mundo ideal ajeno a la realidad humana. Muchas investigaciones
recientes muestran que fue clave del éxito evolutivo de la especie humana, así como de la
cultura en general. El horizonte de la igualdad no está reñido con el de la libertad desde un
punto de vista ético, pues:
“Igualdad” signi ca aquí lograr para todos iguales oportunidades de desarrollar sus
capacidades, corrigiendo las desigualdades naturales y sociales, y ausencia de
dominación de unos hombres por otros, ya que todos son iguales en cuanto
autónomos y en cuanto capacitados para ser ciudadanos (Cortina, 2000, p. 40).
No existe justi cación ética para la desigualdad: éticamente no pueden considerarse justas las
desigualdades. Si atendemos a aquellas desigualdades debidas a la naturaleza que producen
menor capacidad de acceso a bienes, precisamente por ser debidas a la lotería de los genes no
pueden considerarse justas, salvo en algún formato de pensamiento religioso (un castigo
divino o merecido, por ejemplo). Asimismo, las desigualdades debidas a la sociedad tampoco
justi can que quien no tuvo las mismas condiciones de partida sea castigado por ello, en
términos comparativos respecto a quien parte de una condición favorable. Esto es, así como
nadie justi caría como merecidas (justas) las desventajas que brotan de limitaciones
naturales, tampoco son merecidas las que suceden por limitaciones sociales. Por esto es
importante resituar la noción de igualdad y justicia social en la arena del debate (Dworkin,
2003).
La ética en los negocios establece como ideal regulativo la competencia. Sólo apostar por la
virtud y el principio de la competencia permite negocios legítimos (Debeljuh, 2009), pero
siempre en el marco del respeto a las reglas y la cooperación social que la actividad ha de
procurar. Así es ético pagar impuestos y respetar las reglas sociales porque son herramientas
para contribuir a situar la igualdad de oportunidades que hace a la libertad motor del mérito en
el horizonte (Debeljuh, 2009). Las obligaciones respecto a la sociedad que toda empresa o
persona ha de tener, han de hacer compatibles (Debeljuh, 2009) el principio de solidaridad que
rige el sostenimiento de las reglas y obligaciones scales, con el principio de subsidariedad, que
el Estado no asuma servicios que pueden ser cubiertos por la libre iniciativa social. En el juego
económico la conciliación de los intereses de todos los involucrados es la regla de oro, que
para ser efectiva requiere de la dimensión ética.
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O que é Stakeholding?
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livro? Saraiva: http://bit.ly/zp5Eim Siciliano: http://bit.ly/zWyLIK Cultura:
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River - Hëd River Books
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Francés Gómez, P. (2009). Ética de los negocios. Innovación y responsabilidad. Bilbao:
Desclée de Brouver. Pp. 43-77. Haga clic aquí.
González Esteban, E. (2007) “La teoría de los stakeholders. Un puente para el desarrollo
práctico de la ética empresarial y de la responsabilidad social corporativa”. Veritas. Revista de
Filosofía y Teología, vol. II, núm. 17, septiembre, 2007, pp. 205-224. Haga clic aquí.
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No debemos olvidar que subsisten y conviven varios modelos distintos de empresa, más allá
de los grandes cambios que se viven en el terreno económico, tecnológico y socio-cultural.
Así como comprendemos cada vez más un modelo humanitario de empresa, se precisa
comprender que la empresa precisa apuntar hacia una ética de virtudes (Moreno Pérez, 2017).
La empresa ha de tomar en consideración virtudes como la prudencia, la frugalidad, la
autodisciplina y el sacri cio, para encaminarse en la senda de la responsabilidad. Además esto
le exige la sociedad de modo creciente, como pone de mani esto el per l de lo que llaman
algunos teóricos los millennials aquellos que nacidos con el siglo, asumen una visión
responsable para con el medio ambiente y los demás seres vivos, y renuncian, si es preciso, al
crecimiento exclusivamente económico. En la propia empresa se precisa fomentar el cultivo
de estos valores (ética en la empresa).
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La racionalidad económica se tamiza con la racionalidad ética en la búsqueda del propio bien
para la empresa. Por esto, la ética de la empresa (el posicionamiento de la organización como
sujeto moral respecto al entorno) va de la mano con una ética en la empresa (el fomento
del ethos dialógico que permita el establecimiento de acuerdos que sean asumidos por las
partes). Los actores que dialogan en el marco de la empresa poseen dos racionalidades
(Cortina, 2000): una racionalidad comunicativa, cuya meta es que el diálogo permita generar un
acuerdo que satisfaga los intereses de las partes; y una racionalidad estratégica, según la cual se
considera a los interlocutores como meta para nes propios. Es inevitable esta dimensión de
la racionalidad en todo proceso de gestión. Pero una gestión ética implica el esfuerzo por
subordinar la racionalidad estratégica a la comunicativa.
Tras la era del con icto en la empresa está en juego la formación de un nuevo
sentido de empresa, que fomente una comunidad moral empresarial basada en una
ética de la justicia, la cooperación y la solidaridad entre todos los que forman parte
de la empresa (Cortina, 2000, p. 69).
La unidad en la diversidad.
La justicia distributiva.
Con abilidad.
Credibilidad.
Compromiso.
Para profundizar:
En la presente lectura nos centraremos en exponer qué se puede entender por gestión ética
y presentar algunos de sus más destacados instrumentos.
Introducción
Auditorías éticas
La comunicación ética
Referencias
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Introducción
Sistema o
Ventajas Inconvenientes
enfoque
regulación.
más ambiciosos.
la excelencia.
Los sistemas de regulación ética están situados entre aquellos que dejan en manos privadas la
misma. Para no incurrir ni en improvisación ni en estrategias unilaterales, existen hoy ciertos
estándares que regulan cuándo se está o no ante un sistema solvente, adecuado y conforme a
patrones que lo hacen socialmente aceptable. Así, por ejemplo la incorporación de
dimensiones éticas en las certi caciones (GRI: Global Reporting Initiative), ISO 26000, ISO
14000, SA 8000, o S.G.E. 21 (Sistema de Gestión Ética 21).
Podemos entender por sistemas de gestión ética en una empresa: “Un conjunto de reglas
internas que la dirección de una empresa utiliza para estandarizar y modular las conductas
con vistas a obtener en la organización objetivos de naturaleza ética” (Argandoña, 2003, p. 8).
Los sistemas de gestión ética exigen a la organización herramientas como los códigos, los
comités, o ciales éticos, programas de formación ética para los distintos niveles laborales,
procedimientos disciplinarios, entre otros. Estos sistemas de gestión ética implican para su
implementación: establecer programas, ejecutarlos, auditorías sistemáticas para establecer
progresos, corrección de problemas detectados, etcétera (Argandoña, 2003). Son más
e cientes cuando son elaborados participativamente, y cuando incluyen: reguladores
externos, entidades de creación de estándares, consultores y auditorías externas, la
participación de los stakeholders, etcétera.
En el sentido que asumimos de una ética dialógica como horizonte para generar herramientas
de gestión éticas, un pilar básico para acometer el diseño de esta infraestructura que dará pie
al sistema en general o a algún fragmento suyo si no se apuesta por una estrategia integral, es
atender a los requerimientos de la acción comunicativa. Toda acción comunicativa implica el
mayor número de participantes posibles. Un acto comunicativo es éticamente sostenible si
responde a las pretensiones de validez (García-Marzá, 2017):
Veracidad: sinceridad en la intención comunicativa.
Diseñar sistemas de gestión ética exige entonces: la veracidad de la intención (que no sea una
simple estrategia destinada a posicionar la marca, aunque desde luego esto también lo sea); la
verdad (que remita a las posibilidades de la organización y a su funcionalidad respecto al
entorno, apoyándose en indicadores) y justicia (que considere los diversos implicados como
nes en sí, no sólo como medios para una acción estratégica). Estos tres principios de validez
remiten también a la exigencia actual de transformar a los códigos de ética, quizá la
herramienta más usada, en herramientas efectivas y e cientes, lo que supone que dispongan
de medidas internas para su implementación, así como que gocen del beneplácito de las
auditorías externas (García-Marzá, 2017).
Herramientas como los códigos éticos y de conducta, los informes de responsabilidad social,
los comités de ética y la línea ética son algunos ejemplos de elementos característicos de un
programa de ética y cumplimiento (García-Marzá, 2017).
La gestión ética desarrolla el capital social, entendido como “capacidad asociativa producto de
la con abilidad y valores compartidos con los actores” (Fernández Baptista, 2011, p. 325). La
ética incrementa el grado de con anza interpersonal, tanto a nivel social como a nivel
organizacional. Esto se traduce en la apuesta por la asociación y en la difusión de valores y
normas informales que, entre otras cosas, reducen los costos de la regulación. Además, según
el autor, produce conciencia cívica y valores organizacionales.
En el siguiente enlace tendrá acceso al Latinobarómetro, que mide, entre otras cosas, el
nivel de con anza en los países latinoamericanos. Acceda haciendo clic aquí.
Los sistemas de gestión ética pueden ser de muy diverso tipo. Como señalamos con el ejemplo
de SGE21 atraviesan diversas áreas de la gestión. Pero la gestión ética remite también al uso
de herramientas como los códigos, los comités, las auditorías, etc.
Para profundizar en las herramientas que se presentan en los siguientes apartados puede
dirigirse a:
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013).
Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao: Desclée de Brouwer. Pp. 55-68. Haga clic
aquí.
Francés Gómez, P. (2009). Ética de los negocios. Innovación y responsabilidad. Bilbao:
Desclée de Brouver. Pp. 103-111. Haga clic aquí.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 49-64. Haga clic aquí.
Moreno Pérez, C. M. (2017). Ética de la empresa. Barcelona: Herder. Pp. 58-62. Haga clic
aquí.
García-Marzá, D. (2016). “La ética empresarial como ética aplicada: Una propuesta de
ética empresarial dialógica”. Contrastes. Revista Internacional de Filosofía. Suplemento V.
México. Haga clic aquí.
González Esteban, E. (2007). “La teoría de los stakeholders. Un puente para el desarrollo
práctico de la ética empresarial y de la responsabilidad social corporativa”. Veritas. Revista
de Filosofía y Teología, vol. II, núm. 17, septiembre, 2007, pp. 205-224. Haga clic aquí.
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De nición de principios.
Compromisos concretos.
La conducta: obligaciones.
Aunque los valores admiten relación a los deseos humanos, no se agotan en ellos (Gilli, 2011),
pues suponen elementos intersubjetivos. Los valores, en tanto marcan la identidad de las
organizaciones y están también condicionados por factores socio-históricos y culturales,
comportan siempre tensiones. Por esto los códigos se piensan como herramientas vivas,
como orientadores de la acción más que como un catálogo de recetas. Constituyen una especie
de Soft Law, no apoyados en principios de jerarquía, coherencia y legalidad, sino en criterios
de coherencia valorativa (García Rubio, 2012).
Los códigos de conducta o códigos de ética corporativa establecen las pautas y reglas, de cara
a determinar la moralidad de la conducta en la organización. Sus temáticas habituales son
(Francés Gómez, 2009):
Prácticas anticolusión.
Relaciones laborales.
Para su e cacia en la organización es fundamental que los códigos cuenten con la implicación
y apoyo de la gerencia (Camacho Larraña, et.al., 2013). Contienen directrices para la
realización de los valores, pero como están en relación dinámica con el entorno, son
susceptibles de variación, sin por ello mermar su necesaria estabilidad.
Los códigos establecen declaraciones valorativas que orientan la conducta, de nen así
también el carácter de la organización y propician buenas prácticas (García-Marzá, 2017).
Cumplen una doble función: internamente formalizan valores y criterios de decisión;
externamente gestionan la reputación de la organización. En nuestros días los códigos son
respuesta a los retos globales.
Los códigos de ética y buenas prácticas son una herramienta fundamental en tanto (Ausín en
Rodríguez Alba y Lariguet, 2018):
Ejemplaridad.
En tanto normas o principios guías los códigos clari can relaciones, determinan
responsabilidades, orientan el trabajo profesional, integran a las personas en un proyecto,
potencian la cooperación y regulan conductas (Cortina, 2000). Para lo que es importante que
los códigos sean (Debeljuh, 2009):
Revisables.
Ejecutables.
Hay una serie de elementos que deben tenerse en cuenta en la elaboración de un código
porque garantizan efectividad (Ausín en Rodríguez Alba y Lariguet, 2018):
Los códigos de ética y buena conducta son de muy diversa índole, pero lo óptimo es que
satisfagan los requisitos que se señalaron. Así también, una vez puestos en marcha se precisa
que sean tomados en serio, lo que implica primero educar, pero también sancionar cuando se
incumplen. Las sanciones tienen que ser claras, contundentes y ejemplares, pensadas para
desincentivar las malas prácticas. Es necesario considerar que es más efectivo el incentivo que
la sanción para generar buenas conductas: son “una medida muy positiva, que favorece en
gran escala la educación en la virtud” (Debeljuh, 2009, p. 211).
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Los comités de ética corporativa son espacios para la razón pública de la empresa (González
Esteban, 2007). Entre sus funciones principales se encuentran (elaborado en base a González
Esteban, 2007; Cortina, 2000; García-Marzá, 2016; y Debeljuh, 2009):
Recibir denuncias.
Los comités de ética corporativa tienen funciones compartidas con los consejos de empresa,
en la medida que éstos se encargan tanto de corregir y ofrecer cauces de solución no jurídica a
los involucrados en la empresa; pero también en tanto advierten y controlan el proyecto
empresarial (Cortina, 2000), esto es, la misión, visión y valores que la guían. Son así como
una suerte de inteligencia ética de la organización, pero sin que esto los convierta en un
tribunal de faltas.
Los comités generalmente están compuestos por los integrantes de los distintos sectores
implicados con la organización. El comité está facultado con poder su ciente como para gozar
de autoridad. Recibirán denuncias y encauzarán las investigaciones y sanciones oportunas.
Pero sobre todo su función es más proactiva que punitiva. La educación en la virtud excede la
sanción, y ésta tiene siempre un sentido pedagógico.
La asesoría que se brinda en ética puede ser una asesoría normativa (si ejecuta re exión sobre
los nes de la acción) o una asesoría informativa (si se orienta más bien a la evaluación ética
de los medios) (Cortina, 2000). En la práctica ambas asesorías pueden darse juntas. La
asesoría ética no ha de entenderse exclusivamente como cumplimiento jurídico (compliance),
pues:
Una de las tareas de cualquier asesoría ética, ya sea interna o externa, y su articulación con
herramientas como los comités o los consejos, es propiciar el tránsito desde una moralidad
convencional (centrada en el seguimiento de las pautas valorativas del grupo) a una moral
posconvencional (orientada hacia principios éticos universales). En este sentido retomamos
re exiones anteriores, el principal criterio de justicia es la aceptación por todos los afectados
en un diálogo libre y simétrico (Cortina, 2000; García-Marzá, 2016).
Son diversas las posibilidades de la asesoría ética. Como asesoría directa se buscará pautar y
orientar el proceso de elaboración del código de ética, siempre en consonancia con una
normatividad exible que se preocupe por la realización valorativa y el desarrollo de modelos
de virtud. También se puede tratar de una asesoría indirecta, mediada por actores externos, y
de modo puntual. El propio comité de ética ejerce funciones de asesoría ética respecto a los
diversos grupos que conforman la organización, en especial a los que tienen poder decisor.
Así despliega funciones de (Cortina, 2000):
Juicio ético: si se pide no sólo consejo, sino la toma de postura ante una situación o
decisión.
Examen ético: usualmente menos buscada porque supone un fuerte compromiso con la
ética, al detectar puntos débiles de la organización, etcétera.
Los comités y los consejos tienen la misma dinámica en materia de asesoría. De hecho los
comités tienen funciones de consejo también. La diferencia, ya cada vez más anulada en el uso
de los términos, estriba en que mientras el comité tiene funciones ejecutivas, el consejo tiene
funciones más de asesoría.
En algunas empresas las cuestiones éticas son delegadas en el o cial de ética, que pasa a ser
el directivo encargado de los aspectos éticos de la compañía, si bien se entiende como ayuda
para la gestión ética, pero no como alguien que lleve toda la responsabilidad, pues la ética es
trabajo de todos, en especial del cuerpo directivo de la organización (Debeljuh, 2009). El
o cial cuenta con las siguientes responsabilidades (Debeljuh, 2009):
Analizar el proceso de toma de decisiones éticas dentro de la compañía.
Determinar cuáles son los mejores medios para comunicar estos parámetros.
Mantener una cuidadosa vigilancia sobre las cuestiones éticas dentro de la compañía.
El o cial de ética es una gura que prepondera más en EE.UU. (Moreno Pérez, 2017). Elabora
informes, propone mejoras e intenta resolver con ictos morales.
Además también puede contarse con un o cial de compliance que tiene formación jurídica y
o ciar de auditor interno, sin prejuicio de que la compañía acuda a consultora externa o a una
entidad de certi cación que actúe como auditor independiente (Moreno Pérez, 2017). Sin
embargo, las funciones del o cial de ética, así como la ética es más amplia y tiene una
dimensión más pedagógica de orientar hacia la virtud que la compliance (orientada al
cumplimiento y la integridad), no ha de reducirse a un o cial de compliance.
YOUTUBE
Auditorías éticas
Daños.
Si bien no hay regla ja para la periodicidad de las auditorías, es conveniente que se puedan
realizar cada dos o tres años (González Esteban, 2007). Si previamente la organización
estableció un contrato moral o declaración institucional de valores, compromisos, etcétera, la
auditoría es una ocasión para revisar la coherencia entre lo que se dice que se hace y lo que
realmente se hace (González Esteban, 2007). La objetividad de la auditoría exige que sea
realizada por organizaciones y personas externas a la empresa.
Los indicadores de gestión ética abarcarán diversas áreas, que pueden establecerse por
relación a los stakeholders implicados y en a nidad con las problemáticas éticas que se
estudiaron en esta materia. Así por ejemplo, respecto a los empleados se puede valorar la
inclusión de grupos desfavorecidos en las plantillas, la promoción y desarrollo personal, las
medidas de igualdad de oportunidades, etcétera. En la relación con los proveedores pueden
establecerse indicadores relativos al grado de compromiso con los ideales de la organización,
o la satisfacción de estándares medioambientales en su gestión, etcétera y así sucesivamente.
Además de esta tipología de indicadores, se precisa que en el diseño del mismo se tengan en
cuenta (García-Marzá, 2017):
La comunicación ética
Las líneas éticas tienen múltiples dimensiones. Son instrumentos apropiados para recibir
consultas y proporcionar asesorías puntuales en temáticas cotidianas, lo que exige que los
responsables de la línea estén en sintonía con comités y consejos de ética, así como al tanto
de las directrices establecidas por los códigos de ética, o de las valoraciones realizadas por las
auditorías.
Las líneas éticas pueden usarse también para recibir denuncias, en cuyo caso es importante
establecer de manera objetiva, imparcial y que garantice la con dencialidad los cauces para las
mismas. Esta línea es con dencial y protocolizada; sus sugerencias y denuncias se dirigen
hacia el comité de ética, no sólo al responsable de ética y cumplimiento (compliance) si lo
hubiera (García-Marzá, 2017).
Para cerrar un poco este apartado, cabe señalar que la gestión ética de la comunicación es
clave para la ética en la empresa. Y también un factor de éxito de la misma si se considera la
perspectiva del largo plazo.
YOUTUBE
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Entre otras cosas, estas problemáticas ecológicas han puesto de mani esto la
insu ciencia de la racionalidad maximizadora como lógica dominante que rige los
sistemas económicos.
Desafíos ambientales
Desafíos ambientales
En la actualidad, el cambio climático se asume como realidad, pese a que persisten voces
escépticas. Los sucesivos informes cientí cos del IPCC dejan evidencias probadas de las
alteraciones medioambientales que produce la acción humana.
En el siguiente enlace tendrá acceso a información sobre diversos aspectos del cambio
climático. Navegando encontrará diversos recursos para apreciar el cambio climático. Haga
clic aquí.
La realidad del cambio climático, en base a evidencias que se vienen registrando desde hace 50
años, es incuestionable en la actualidad. La creación del Grupo Intergubernamental de
Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) en 1998 en el seno de la ONU ha servido para avalar
evidencias y así permitir consensuar herramientas políticas para abordar la problemática
desde el eje la gobernanza colaborativa a nivel internacional. En la siguiente tabla se resumen
algunos hitos en el desarrollo de la conciencia medioambiental que permiten situar la
centralidad del problema.
1972
–
Conferencia Naciones Unidas sobre Medio Humano: celebrada en Estocolmo. Informe Una
sola Tierra. Con 26 principios y 103 recomendaciones, se establece que el hombre tiene la
obligación de proteger y mejorar el medio para las generaciones futuras. Se Crea el Programa
Mundial sobre Medio Ambiente (PNUMA).
1987
–
Nuestro futuro común (Informe Brundtland): elaborado por la Comisión Mundial del Medio
Ambiente y Desarrollo e impulsado por la ministra de Noruega (Brundtland). Consagra el
concepto de desarrollo sostenible, entendido como aquel en el que se aspira a satisfacer las
necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para
satisfacer las propias. Con el Protocolo de Montreal, tras la Conferencia ONU en Viena, se
establece acuerdo con los productores de cloro uorocarbnados para reducir emisiones.
1991
–
Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo): consagra otra manera de medir el desarrollo, mediante el IDH (Índice de
Desarrollo Humano), según el cual el desarrollo implica no sólo indicadores económicos de
ingreso, sino también otras variables relacionadas con la educación y la salud, con ítems como
esperanza de vida al nacer, cantidad de docentes por habitante, de médicos, etcétera.
1992
–
Cumbre de Río de Janeiro. Cumbre de la Tierra: se asumen 27 principios para una buena
gestión de los recursos del planeta. La ONU crea la Comisión de Desarrollo Sostenible que,
reunida en 2002 (Johannesburgo) y 2012 (Río de Janeiro), realizó seguimiento de los acuerdos
y conclusiones de la Cumbre de Río.
1997
–
Conferencia sobre el calentamiento global (Kyoto): establece un protocolo para el
cumplimiento de la Convención Marco de la ONU sobre cambio climático. El objetivo era la
reducción de gases de efecto invernadero (GEI). EEUU se retiró en el 2001. Canadá en el 2011,
argumentó que no están países muy emisores de GEI como EEUU, China o India.
1998
–
Panel Internacional sobre Cambio Climático (IPCC: Intergovernamental Panel on Climatic
Change), grupo de expertos creado por la ONU.
2015
–
Acuerdo de París: por primera vez compromete a todos los países (no sólo a los desarrollados)
en un único objetivo: mantener el aumento de la temperatura global en el siglo por debajo de
los 2° C (grados Celsius). Se reconoce que las emisiones GEI subirán, pero se propone adelantar
la fecha del máximo para encaminarse en la segunda mitad del siglo hacia el equilibrio entre
emisiones y captación.
Fuente: adaptado de Camacho Larraña, Fernández Fernández, González Fabré, y Miralles, 2013; y
A fecha actual se puede aseverar que pese a las di cultades del acuerdo se establecieron pautas
para el reconocimiento y sensibilización de la dimensión global de las problemáticas
ecológicas. La contaminación, el agotamiento de recursos, la inducción de desequilibrios
sistémicos por la actividad humana, así como –según datos de la OMS (Organización Mundial
de la Salud)- las muertes ocasionadas por contaminación (más de 2 millones de personas en
el 2011) del agua, las sustancias tóxicas de uso agrícola, la contaminación por desechos
sólidos, los residuos nucleares, etcétera (Camacho Larraña, Fernández Fernández, González
Fabré, y Miralles, 2013), son hoy un tópico socialmente asumido. Según consideraciones de la
Comisión Internacional del Cambio Climático, el planeta demora 1000 años en absorber los
daños causados por el hombre, lo que genera desiertos, inundaciones, agotamiento de
recursos no renovables, entre otras. Por no mencionar que, según la FAO (Organización de las
Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), los alimentos no cesan de subir de
precio, para el 2023 los países subdesarrollados con los actuales patrones de consumo
quintuplicarán la producción de residuos, etcétera, sin olvidar la subida del nivel del mar por el
deshielo generado por el efecto invernadero y otros fenómenos (Gilli, 2011). Todo ello nos
sitúa en el umbral de catástrofes futuras para las que la propia ciencia y la técnica no pueden
sino atenuar sus efectos, más que impedirlas.
plomo, etc.
Estos impactos ambientales tienen, sin duda, una enorme repercusión no sólo sobre la salud,
sino también sobre el propio ciclo económico. El aumento de las temperaturas supuso un
descenso de la renta per cápita media de entre un 4% y un 5%, aumentó la tasa de muertos por
desastres naturales (que sin duda tienen impacto muy negativo sobre el ciclo económico), lo
que afecta especialmente a la población más pobre (De Miguel, y Tavares, 2015). A estos
impactos se añade que el incremento de la población, en base a los comportamientos
depredadores imperantes, acrecienta el problema de la escasez de recursos, así como
incrementa aún más los residuos.
En América Latina y el Caribe los impactos del cambio climático son notorios, desde la
alteración de los ciclos naturales hasta la amenaza de la biodiversidad. América Latina alberga
una cuarta parte de los bosques del planeta y contiene 6 de los países más ricos en
biodiversidad (Brasil, Colombia, Ecuador, México, Perú y Venezuela). La reducción de esta
riqueza tiene impactos muy amplios: desde las oportunidades económicas (nuevos fármacos,
nuevos productos estéticos, etcétera) hasta la alteración de los ciclos del agua, el oxígeno y el
nitrógeno. Los efectos de tal alteración son para el mundo entero.
En el siguiente video podrá ver qué impactos tiene el cambio climático sobre la biodiversidad
de América Latina y cómo se interrelacionan, así como su vínculo con el modelo de desarrollo
imperante.
YOUTUBE
https://goo.gl/mYFe3a
Según la OMS más de 100 millones de personas en el mundo están expuestas a niveles de
contaminación atmosférica por encima de los niveles de riesgo para la salud. Se calcula que
más de 400 mil personas por año mueren a consecuencia de esto. Las grandes ciudades
latinoamericanas están por encima de los niveles de riesgo (ver gura 1). Además de la
contaminación atmosférica, el incremento sustancial del parque automotor (reforzado por los
de citarios sistemas de transporte público) es causante de esta situación. Los sectores
medios no usan generalmente transporte público según los reportes, lo que redunda aún más
en desigualdad. Un buen ambiente es la condición indispensable para una buena vida, eje
transversal de la re exión ética.
Los pobres, y en especial las mujeres, no han sido bien atendidos por la organización del
transporte (De Miguel y Tavares, 2015). Se han diseñado diversos sistemas de tránsito rápido
(BRT, por sus siglas en inglés: Bus Rapid Transit), lo que es un gran avance. Pero diversas
auditorías muestran que aún se precisa más atención a diseños que incorporen la integración
social de los barrios pobres, puesto que suelen desatender paradas en los mismos, así como
desplazan a los vehículos de transporte pequeños que comunicaban estos barrios con los
lugares de prestación de servicios (De Miguel y Tavares, 2015). Por esto, se precisan políticas
públicas encaminadas a intervenir en dos ejes: sistemas de tránsito rápido integrativos por un
lado, pero por otro también la descentralización de servicios, con la nalidad de acercar los
servicios públicos a los lugares marginados, y posibilitar así que el costo de desplazamiento
no cargue sobre las espaldas de, en particular, mujeres y niños que emplean mucho tiempo en
desplazamientos, lo que implica un costo de oportunidad para otro tipo de acciones de cuidado
y actividades laborales.
En el siguiente video tienes una descripción de los sistemas de tránsito rápido, los BRT (Bus
Rapid Transit).
YOUTUBE
Se considera que existe injusticia ambiental (Velasquez, 2012), incluso racismo ambiental
(Velasquez, 2012), en la medida en que los costes de la contaminación recaen sobre los
más pobres, y añaden aún más desigualdad por motivo de clase o grupo étnico-racial:
malas infraestructuras de reciclado en áreas marginales de las grandes urbes,
sedimentación de residuos, vertederos ilegales, etcétera.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 85-88. Haga clic aquí.
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013).
Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao: Desclée de Brouwer. Pp. 301-321. Haga
clic aquí.
En el siguiente video tiene una entrevista con el nobel de química Mario Molina donde explica
el proceso de modi cación climática derivada de emisiones contaminantes, así como el modo
de combatir estos procesos.
RTVE.ES
Los expertos señalan que el objetivo prioritario, dada la acumulación existente de GEI en la
atmósfera, es pautar un incremento de la temperatura máxima y orientar acciones hacia la
reducción de emisión de gases. Mediante la proyección de escenarios futuros se pueden
establecer pautas de acción. Igualmente, deberá tenerse en cuenta al trabajar los impactos que
generará el deshielo polar. En sintonía con la reducción de GEI, se precisa avanzar en la
descarbonización de la economía (Cervigón Simo y López-Tafall Bascuñana, 2016), esto es,
sistemas que reduzcan y eviten los combustibles fósiles. No es tarea sencilla, porque el
dióxido de carbono es la piedra angular de nuestro sistema económico. Por ello, además de
desarrollar tecnologías limpias se precisa desarrollar sistemas para reducir los niveles de CO2
existentes. La reforestación es uno de ellos, pues el ciclo de la vegetación es un sumidero
natural de dióxido de carbono. También se desarrollan diversas apuestas tecnológicas:
tecnologías de captura de CO2 y otras tecnologías que buscan emitir partículas re ectantes en la
atmósfera para evitar la radiación solar y enfriar así el planeta. Esta última opción se apreció a
raíz de la observación de que los volcanes con sus emisiones enfrían porque se generan
partículas que re ectan la radiación solar. Esta última opción tiene sus contras, aún no se
saben los efectos secundarios que puede generar.
YOUTUBE
YOUTUBE
Lea el siguiente artículo “Cientí cos de EE.UU. rociarán los cielos con partículas
re ectantes para enfriar el planeta” para obtener más información sobre la emisión de
partículas re ectantes a la atmósfera. Haga clic aquí.
DW.COM
La jación de estándares de consumo puede implementarse tanto por la vía del rendimiento
como del consumo energético, por ejemplo: sistemas de aislamiento, electrodomésticos de
bajo consumo, sistemas de limitación emisión gases en los vehículos, entre otros.
Los mecanismos de mercado actúan básicamente mediante dos modos: el impuesto sobre
emisiones o la compra de cupos de emisión. Mediante los mismos se pretende resolver la
cuestión de la externalidad, pues el coste de los combustibles fósiles no incluye costos
asociados a riesgo climático. El sistema mediante impuesto consiste en grabar a particulares y
a empresas por la emisión de GEI (gases efecto invernadero). En el sistema de cupos, el
regulador establece topes de emisión mediante procedimientos regulados. Quien precise más
emisiones puede comprar a otro su cuota de emisión. Ambos sistemas tienen desventajas,
principalmente el coste relativo mayor para los sectores sociales más desfavorecidos o para
los productores en menor escala. La ventaja del sistema de cupos de emisión es que se puede
controlar directamente el volumen de emisiones.
Los hitos fundamentales en los proyectos de desarrollo sostenible son los objetivos
establecidos por la ONU con el acuerdo y apoyo de los países miembros. Así, los objetivos del
milenio (OM), establecidos en el año 2000 y los objetivos de desarrollo sostenible (ODS)-
extensión de los primeros- acordados en el 2015, son objetivos que tienen sus propios
indicadores y metodología de medición. Los ODS son resultado de un proceso de interacción y
negociación de pluralidad de intereses. Las negociaciones cristalizaron en la agenda 2030 para
el desarrollo sostenible, que cada país lleva a su propio territorio en el diseño de políticas
públicas y acciones colaborativas con los tres sectores (público, privado y social) de cara a
acometer estos objetivos.
Sin duda alguna, los OM como los ODS son un éxito en su misma formulación. Muchos de los
países rmantes de los OM los cumplieron y redujeron así los niveles de pobreza extrema a
los existentes en 1990. Queda mucho por avanzar, pero la base para sentar procesos, políticas,
acciones, etcétera está establecida por primera vez en la historia de la humanidad. La sola
formulación de estos objetivos incentiva, pese a las di cultades, la apuesta por los mismos.
Las iniciativas de gobernanza global sobre medio ambiente y desarrollo sostenible nos incitan
a comprender los avances y los retos que nos sitúan ante el problema (adaptado de De Miguel
y Tavares, 2015):
Se precisa estar atento a las crisis y reconocer la vulnerabilidad que generan. Se precisa
diversi car matriz productiva y mantener a raya los precios de los alimentos.
Los desafíos medioambientales que se exploraron no son solo un reto para los reguladores y
los hacedores de políticas públicas. Es indudable la centralidad que la gobernanza tiene en el
proceso. Pero el modelo de la gobernanza involucra participación y colaboración en la
producción del bien y el valor público. Sector privado y sector social son centrales también.
Desde el punto de vista de las economías de mercado hay que señalar dos cuestiones
fundamentales. La primera, que toda forma de contaminación o externalidad negativa altera
los procesos de mercado, por lo que acaba por generar ine ciencia económica. La segunda
que el combate a la contaminación, mediante la generación de tecnologías limpias por
ejemplo, es un incentivo a la innovación y una oportunidad de negocio.
Para que la región aproveche la transición global hacia una economía más amigable
desde el punto de vista ambiental tendrá que desarrollar su capacidad industrial,
cientí ca y tecnológica, y estimular la innovación, mejorando así su competitividad
sistémica. En el mercado de bienes y servicios ambientales, la región enfrenta
limitaciones tanto para desarrollar ventajas competitivas por medio de la innovación
y el desarrollo tecnológico, como para alcanzar, aun usando tecnologías maduras,
costos competitivos en los procesos productivos y los servicios. Sin embargo, una
región que cuenta con gran diversidad de recursos naturales y cuyos pueblos
originarios poseen amplios conocimientos sobre el uso de la biodiversidad y los
ecosistemas tiene una ventaja competitiva que le permitiría reducir la pobreza,
proteger el medio ambiente y crear sectores internacionales de punta, en la medida
en que esas ventajas sean valorizadas y se proteja su propiedad (De Miguel y Tavares,
2015, p. 106).
Una razón importante para apostar por un mercado que se haga cargo de las externalidades es
que las mismas generan ine ciencias: inducen sobreproducción (al no disponer precios de
equilibrio que consideren los costos ambientales, la reducción del precio genera una demanda
desnaturalizada, y provoca incremento de la producción por encima de la capacidad de
absorción de la misma); desincentiva el ahorro y la innovación tecnológica; se impone como
obligación a terceros, e introduce así diferenciales de precio que generan una distribución de
bienes ine ciente, etcétera.
La contaminación, entonces, impone costos externos y esto signi ca que los costos
privados de producción son menores que los costos sociales. Por lo tanto, los
mercados con contaminación no imponen una disciplina óptima sobre los
productores y el resultado es una caída de la utilidad social. La contaminación del
ambiente es una violación de los principios utilitarios que apoyan un sistema de
mercados.
[…] Por último, también está claro que la contaminación viola los derechos que
caracterizan un mercado libre competitivo. En él todos los intercambios de mercado
son voluntarios y el mercado respeta el derecho negativo de los participantes a elegir
los intercambios que quieren hacer. Más aún, las personas son libres de entrar o
salir del mercado y ningún productor lo domina como para obligar a otros a aceptar
sus términos. Sin embargo, cuando un productor genera contaminación, impone
costos sobre las personas que no eligieron voluntariamente, lo que viola su derecho
a elegir. Aún más, las víctimas de la contaminación nunca tuvieron la opción de
entrar o salir del mercado donde se encuentran con la carga de los costos por los
que no reciben algo a cambio. Y como el productor domina el intercambio, de hecho
obliga a sus víctimas a aceptar sus términos: pagar sus costos sin obtener algo a
cambio. La contaminación, entonces, no solo viola la utilidad, también viola la
justicia y los derechos (Velasquez, 2012, p. 275).
Desatender los desafíos ambientales nos lleva a ine ciencias en el mercado y a distintos tipos
de injusticias ambientales, como hemos argumentado. Distinta es la situación en la que se
busca ventaja competitiva al incumplir las normas en un horizonte en el que existe
cooperación respecto a las mismas. Aquí sí se debe intervenir por partida doble: la sanción del
regulador y la sanción social.
Son muchos los retos medioambientales para la producción tanto agrícola como industrial, así
como los procesos de comercio. Todos ellos suponen el incremento en las emisiones de GEI
(ver grá cos De Miguel y Tavares, 2015, se encuentran entre las páginas 131 y 137). La
producción industrial desde luego, pero también la agrícola y el comercio generan impactos
ambientales importantes, además de otras huellas como: la huella hídrica (cantidad de agua
involucrada en una actividad durante toda la cadena de valor) o la huella ecológica
(contabilización de recursos del planeta utilizados: áreas biológicamente productivas usadas
en el proceso de producción y absorción de desechos). Se hablaba también de la huella de
kilómetros, pero hoy se sabe que no es tan cierto que la distancia incrementa la emisión de
GEI. Con el concepto de huella ambiental (De Miguel y Tavares, 2015) se busca integrar otras
huellas, mediante indicadores multicriterio.
La gobernanza involucra también al sector social, a la sociedad civil dicho genéricamente. Por
esto un desafío clave en la integración mercado-estado-sociedad, fundamental para una
lógica distinta de la producción y el consumo, es potenciar la participación social en
proyectos, distintas temáticas, decisiones, etcétera, vinculadas a la gestión ambiental. Un
primer obstáculo es el actual estilo de desarrollo.
El estilo de desarrollo de la región muestra una inercia que debilita sus propias bases
de sustentación, donde el cambio climático representa una externalidad negativa
global que intensi ca estos problemas y paradojas. La estructura productiva, la
infraestructura especí ca, el paradigma tecnológico dominante —caracterizado por
una escasa innovación—, la política que rige los incentivos económicos y los
subsidios, y una matriz de consumo de bienes privados y públicos inducen y
consolidan una senda de baja sostenibilidad ambiental. Para modi car estas
tendencias se requieren transformaciones profundas del paradigma de desarrollo.
Adaptarse a las nuevas condiciones climáticas e instrumentar los procesos de
mitigación necesarios para el cumplimiento de las metas climáticas exige alcanzar
un acuerdo mundial que apunte a transitar hacia un desarrollo sostenible. Este tipo
de desarrollo implica una mayor igualdad y cohesión sociales, y una matriz público-
privada congruente, factores que reducen la vulnerabilidad a los efectos adversos y
tornan más viables y menos onerosos los costos de la mitigación. El desarrollo
sostenible resulta menos vulnerable a los choques climáticos y permite instrumentar
con mayor e cacia los procesos de adaptación y de mitigación. En este sentido, el
desafío del cambio climático es el desafío del desarrollo sostenible (De Miguel y
Tavares, 2015, p. 144).
Generar ecoetiquetados –etiquetas que recojen las características de impacto ambiental del
producto o servicio- es una herramienta positiva para incentivar la concientización y
participación social en la gestión ambiental. Pero también (adaptado de: De Miguel y Tavares,
2015):
Tomar en consideración las voces de los más afectados, como es el caso de las
poblaciones originarias que viven las consecuencias del desarrollo sin verse, muchas
veces, involucrados en el desarrollo mismo. Desde la Declaración de la ONU de los
derechos de los Pueblos Originarios se apela al consentimiento libre previo e informado
de los pueblos originarios. En algunos países existen cupos de representación de los
pueblos originarios. Tal es el caso de la práctica de la silla vacía en municipalidades de
Ecuador, donde esa silla es ocupada por cualquier representante de la comunidad para
poder legislar y asistir en los actos de gobierno.
El cambio supone retos para los tres sectores, conjuntamente con el sector académico.
Incentivar la economía verde, generar conciencia y responsabilización social y ciudadana son
pilares fundamentales. El Estado debe apoyar la innovación tecnológica y penalizar las
conductas contrarias a los objetivos de desarrollo sostenible. La ciudanía deberá hacerse cargo
(responder) por sus actos desde la cotidianeidad.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 88-91. Haga clic aquí.
Introducción
Introducción
Vivir en una sociedad de consumidores afecta al modo como construimos nuestro carácter (ethos). A diferencia de la sociedad de productores,
consustancial a la modernidad, cuyos sistemas de grati cación suponían la prudencia, el sacri cio y la orientación al futuro, la sociedad de
consumidores asocia la felicidad con la satisfacción inmediata, y aumenta permanentemente los deseos a satisfacer (Bauman, 2007). En una
sociedad dominada por el consumo “Se destruye el antiguo sentido de la postergación de la satisfacción, base del ahorro, y su carga de
prudencia y buen criterio; la urgencia por la novedad suprime toda plani cación e inversión a largo plazo” (Gilli, 2011, p. 93).
La cultura del consumo (de nida por sus hábitos, representaciones y procedimientos de identi cación) supone el triunfo del simulacro, la
tergiversación de necesidad y deseo y comporta cierto grado de psicotización, signado por la negación de los límites (Marinas, 2002). Hoy
vivimos inmersos ya en una cierta distancia contra los excesos del consumismo y el malestar en la cultura (Marinas, 2002) que genera.
Cierto es que el consumo es el motor de la economía. Pero los modelos de consumo que se apoyan en la expansión inde nida del crédito
generan burbujas nancieras varias cuyas consecuencias éticas, políticas y sociales son observadas por todos. Además impone una cultura
del despilfarro, desvaloriza el esfuerzo, inhibe valores como la austeridad, la disciplina sobre la propia persona, la solidaridad, etcétera. El
consumismo es solidario de un modelo depredador de los recursos y que tiende a olvidar la inserción del sujeto en un espacio
medioambiental y social que le trasciende. Para la actitud consumista el mundo es siempre lo que ha de estar a la mano, aquello que puedo
convocar a satisfacer la necesidad inmediata. Necesidad creada y recreada por el propio sistema en su afán de expandirse sin límite.
Una muestra de las tendencias hegemónicas del consumismo está en el hecho de que se asocia el desarrollo con el incremento en los niveles
de consumo, lo que sin duda es cierto. El problema está en que la masividad del consumo es ecológicamente insostenible.
Como ya señalamos, no se puede entender el fenómeno de la sostenibilidad ambiental si no tenemos una visión integral. El modelo de
consumo hegemónico tiende a reproducirse en todas las clases y estratos sociales. De hecho se comprende el desarrollo, desde el punto de
vista macroestructural, y la movilidad social (incluso en los imaginarios sociales) como ascenso en los niveles de consumo: automóviles,
electrodomésticos (televisores, refrigeradores, computadoras, etcétera). Todo lo que repercute en un círculo vicioso: mayor demanda de
energía, mayor contaminación (de la atmósfera, pero también de tierra y agua por los residuos), etcétera, que se traducen en un impacto
desigual sobre los diversos sectores sociales. Los pobres pagan más las consecuencias de la contaminación: suelen habitar en zonas más
desprotegidas a los controles ambientales, barrios donde hay escasos sistemas de tratamiento de residuos, entre otros.
En el siguiente enlace encontrará un cuadro dinámico que le muestra la desigualdad de riqueza por quintiles para distintos países de
Latinoamérica. Acceda haciendo clic aquí.
Pese a los esfuerzos y mejoras señalados (reducción de la pobreza) lo cierto es que persisten desigualdades estructurales que se plasman en
modos de consumo, que generan impactos que afectan de modo desigual a los distintos sectores sociales. Este impacto diferencial es uno de
los principales obstáculos del desarrollo.
Ninguna ética del consumo puede pasar por alto la incidencia que la desigualdad tiene en la estructuración de hábitos e identidades que se
forman a través del consumo. Aunque sería largo entrar en este tema de la autonomía cultural de los sectores populares (respecto al cual se
sugiere la revisión de los trabajos de Grignon y Passeron[1] sobre las culturas populares), frente a la dominación cultural de los sectores
sociales dominantes que moldea, entre otros las pautas de consumo, lo cierto es que en los imaginarios sociales de los sectores populares el
ascenso social pasa por pautas de consumo que, consideradas en la masividad, se hacen insostenibles tanto ambiental como
económicamente. A medida que crece el ingreso, crece la demanda de combustible, por ejemplo, pero esta demanda se hace más pesada
respecto al total de los ingresos (como se puede apreciar en la gura 4).
Figura 4. Proporción consumo combustibles (respecto al gasto total de hogares) por quintiles de ingreso
Fuente: De Miguel y Tavares, 2015, p. 29.
Las razones de esta emulación en las pautas de consumo son diversas: entre otras, el hecho de que los sistemas de transporte público son
de citarios y penalizan con tiempos e incomodidades varias a los sectores populares. Por lo que respecta al consumo de elementos digitales
las cosas son más complejas, puesto que involucran dinámicas de consumo cultural en las que intervienen múltiples variables, como la
educativa: el uso de las nuevas tecnologías suele ser más espontáneo y menos pedagógico cuanto menor capital cultural de partida se tiene. La
brecha digital reproduce, en el terreno de las competencias tecnológicas, la desigualdad social, pero en la apropiación simbólica de las
tecnologías tiende a considerarse desde los sectores populares, la lucha por la apropiación tecnológica como apropiación por aparatos
tecnológicos. De este modo los residuos electrónicos, altamente contaminantes, se expanden crecientemente.
En la siguiente nota de prensa llamada “Argentina en el podio de países de la región con más basura electrónica” se comenta la situación de
la basura electrónica en la Argentina. Acceda haciendo clic aquí.
Políticas tributarias orientadas a la subvención del consumo de fuentes de energía que producen GEI no ayudan al efecto. Si bien son
pensadas desde el punto de vista de la igualdad, los datos nos muestran que no son políticas que reduzcan desigualdades, al contrario, las
potencian por la vía de incentivar el consumo diferencial de los sectores sociales medios y medios-altos (De Miguel y Tavares, 2015). Los
expertos recomiendan que las políticas tributarias canalicen sus esfuerzos a otras áreas, e incentiven, por ejemplo, acciones que tienen un
sentido social igualitario pero son menos contaminantes, como los transportes públicos. A ello se le se suma la necesidad de un esfuerzo
colaborativo (a nivel regional e internacional) tendiente a generar metodologías y estándares destinados a la armonización tributaria (De
Miguel y Tavares, 2015). De este modo se podría luchar también contra la deslocalización de empresas contaminantes hacia regiones más
pobres.
Lo óptimo, cara a una gestión integral de la sostenibilidad, es incorporar elementos de racionalidad ética, entendida como aquella que permite
discernir lo conveniente, justo, equitativo, etcétera. Incorporarla tanto en los procesos de elaboración de políticas públicas, de políticas de
empresa, en los procesos de gestión de negocio, de la cadena de valor, entre otros, pero por supuesto en las decisiones de consumo
individuales y colectivas. La racionalidad ética permite orientarse hacia la coherencia de las prácticas y los discursos, así como armonizar las
racionalidades económicas, sociales y ambientales (Bañón Gómez, Guillén Parra, Ho man y McNulty, 2011).
Para poder comenzar ese diálogo conviene explicar que el sentido ético de la sostenibilidad hace referencia a una cuestión de
equidad, a una lógica o “racionalidad” propia de la justicia, que se convierte en una virtud o cualidad moral de aquel o aquella que la
pone en práctica, que puede actuar de modo mejor o peor, más o menos sostenible. Sobre esta base, podemos ofrecer una de nición
de sostenibilidad en sentido ético: La sostenibilidad se re ere a una forma moral de actuar, que debiera ser habitual, por la cual la
persona (o grupo de personas) actúa con la intención de alcanzar una relación armoniosa con el medio que la rodea contribuyendo
así a una vida oreciente, o lo que es lo mismo, a un desarrollo pleno, propio y ajeno. Por este motivo evita los efectos nocivos y
promueve los positivos en el ámbito medioambiental, social y económico (Bañón Gómez, et al. 2011, p. 76).
En efecto vivimos en la era del consumo, que a diferencia de la era de la producción (centrada en la austeridad) se orienta hacia el placer y la
realización de los deseos. Como señala Cortina (2002) el consumo conforma identidad, pero también identidad moral. La identidad moral es
aquella propiedad que nos lleva a y se deriva de la capacidad de tomar decisiones. La sociedad global que se forma debería atender también a
una justicia global, lo que comporta considerar al consumidor no sólo como consumidor, sino atenderle en dimensión de ciudadanía
económica, marcada por su autonomía condicionada (Cortina, 2002). Autonomía porque la ética la exige, condicionada porque hoy más que
nunca estamos condicionados por múltiples vías en nuestras elecciones, decisiones, etcétera. La prudencia para sopesar el desarrollo
personal y orientar las decisiones de consumo conforme a una identidad moral, así como la cordura, hija de la prudencia y de la justicia
solidaria, como organizadora de estilos de vida moderados, son pilares fundamentales de una ética del consumo (Cortina, 2002).
¿Qué responsabilidad tenemos como ciudadanos consumidores? Sabemos que reducir al ser humano a su condición ineludible de consumidor
tiene serias consecuencias psicológicas, pues la persona siempre excede las identi caciones con las que se teje en sociedad. Pero tiene
también consecuencias éticas de primera magnitud. Uno de los primeros en considerar la exigencia de una ética de la responsabilidad que
contenga elementos de cuidado respecto al medio ambiente y respecto a la comunidad ha sido H. Jonas (1995). En su sólida y extensa obra El
principio de responsabilidad, que data de 1979 y se convirtió en un referente del pensamiento ecológico mundial; en la que reformula el
imperativo kantiano: actúa siempre de modo tal que puedas querer que la máxima de tu conducta pueda convertirse en ley universal. Esta
re exión considera el deber del hombre para con el futuro, y traza un imperativo cuyo objeto no es ya sólo el individuo sino las políticas
públicas mismas. La primera analogía que imaginamos sobre la responsabilidad para con el futuro es la misma que tenemos para con los
hijos. Se trata de una responsabilidad instituida por la naturaleza, que extrae su validez del objeto. A diferencia de esta, la instituida
arti cialmente, cuyo modelo puede ser la responsabilidad por el o cio, extrae su fuerza del acuerdo, del deber como horizonte de
cumplimiento (Jonas, 1995). Existen así tres grandes ámbitos de la responsabilidad (adaptado de Jonas, 1995):
Responsabilidad política: elegida, pero sobre un bien de primer orden y dignidad incondicional.
La responsabilidad natural es no elegida en el sentido que nace del condicionamiento biológico de la especie, aunque en algunos casos los
sujetos se aparten de la misma. Tomarla como horizonte es positivo, en el sentido que se aspira a una ética cuya fuerza no tiene porqué ser el
rigor absoluto del deber frente a la inclinación de la voluntad, lo que la tradición kantiana llama la patología de los sentimientos morales. El
sentimiento de responsabilidad paterno- lial es una de las fuentes inspiradoras, sostiene Jonas (1995), para una responsabilidad ecológica.
Pero la misma, en tanto responsabilidad política, no puede reducirse a esta dimensión de los afectos.
La responsabilidad contractual es la que liga mediante el ejercicio del contrato, tal como se establece en la legislación positiva, si bien existe
siempre un espíritu de la ley que fundamenta la responsabilidad en dosis de cuidado más allá del cumplimiento del contrato.
La responsabilidad política, en común con la paterna, se dirigen hacia la totalidad, la continuidad y el futuro. Por esto la responsabilidad para
con el medioambiente natural y humano parte del reconocimiento, según Jonas (1995), de los atributos fundamentales de la vida: la
precariedad, la vulnerabilidad y la transitoriedad. Este horizonte ontológico es la base sobre la que se asienta el principio de responsabilidad.
Es fundamental para este lósofo, rehuir tanto de la actitud tecnofóbica como de la tecnofílica. La primera nos resulta obvia, en tanto la
tecnología es un aliado para sociedades con mayor bienestar y justica, pero, ¿y la segunda? El optimismo y utopismo, en sus diversas
variantes políticas, pero también tecnológicas, nos llevan a disminuir la importancia y trascendencia de los riesgos. El principal riesgo,
contrario al deber más básico, es hacer peligrar la vida humana misma, modi car la naturaleza humana. Los impactos de la acción humana y
su complejo tecno-cientí co sobre la naturaleza de la vida deben ser sometidos a deliberación y actuar siempre, sostiene Jonas (1995), bajo el
principio de la cautela. De ahí el principio ético de la responsabilidad que rige incluso para las decisiones individuales de consumo.
El principio de responsabilidad propone preservar la integridad del mundo y la esencia del hombre frente a los abusos del poder;
preservar la ambigüedad de la libertad que ningún cambio puede abolir. Esta nueva situación comporta imperativos éticos nuevos,
incondicionales, fundamentados ontológicamente, que se expresan a través de formulaciones negativas o positivas, como las
siguientes:
—Obra de tal modo que los efectos de tu acción no sean destructivos para la futura posibilidad de una vida humana auténtica en la
Tierra.
—Incluye en tu acción actual, como objeto también de tu querer, la integridad futura del hombre.
—Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra.
—Es un deber legar a las generaciones futuras el universo al menos no peor de como lo hemos encontrad (Cortina, 2002, p. 100).
El paso indispensable en una ética del consumo (armazón contra la conversión de la realidad humana en simulacro mediante la confusión y
fusión constante de deseo y necesidad) consiste en reconocer que el bienestar exige justicia. Diferenciar deseo y necesidad es un requisito
ético. Identi car necesidades reales, buscar una vida plena, situar la lucha contra la pobreza como objetivo prioritario, etcétera, son algunas
de las recomendaciones éticas.
Una ética del consumo (Cortina, 2002) ha de situar como horizonte ideal a perseguir, un consumo que sea:
Autónomo: apostar siempre a la autonomía de las personas sobre las cosas, tomar conciencia de las motivaciones y condicionantes
sociales, tomar la rienda del consumo como herramienta de identidad.
Justo: la noción kantiana de justicia remite a la igual dignidad de todos los seres como nes en sí mismos. La norma es justa si es
universablizable. Existen actitudes valiosas en sí: la libertad, la verdad, etcétera. Son actitudes que exceden el ámbito de la utilidad. Un
consumo justo:
No puede poner en peligro el mantenimiento de la naturaleza porque esto va contra el principio de universalización. Su imperativo reza:
“consume de tal modo que tu norma sea universalizable sin poner en peligro el mantenimiento de la naturaleza” (Cortina, 2002, p. 153).
Debe tratar a la humanidad como n en sí: “consume de tal modo que respetes y promuevas la libertad de todo ser humano, tanto
en tu persona como en la de cualquier otra, siempre al mismo tiempo como medio y como n en sí” (Cortina, 2002, p. 154).
Situar la acción en el reino de los nes (considerar el valor integral y absoluto de la persona): “asume, junto otros, las normas de
un estilo de vida de consumo que promuevan la libertad en tu persona y en la de cualquier otra haciendo posible un universal reino
de los nes” (Cortina, 2002, p. 155). Con “reino de los nes” la ética kantiana re ere a aquella unión de seres racionales que
simultáneamente son miembros de tal reino (se someten a las leyes) y legisladores soberanos.
Corresponsable: las organizaciones deben informar sobre la naturaleza y consecuencias del consumo. Se debe potenciar que el acto de
consumo esté enmarcado en un proceso dialógico cuyo principio básico sea: consumir sin dañar a los demás seres ni al medio ambiente
(Cortina, 2002).
Consumo felicitante: es preciso romper la asociación entre felicidad y consumo. Más allá de la ineludible condición de seres
consumidores, la felicidad –para los griegos eudaimonía (“eu” signi ca “buen”, “daimona”, destino)- sólo puede emerger de la virtud de
la prudencia: la calidad de vida debe prevalecer sobre la cantidad de bienes.
Un consumo conforme a estos criterios puede entenderse como éticamente responsable, presenta medidas que refuerzan un modelo de
consumo sustentable y permite generalizar las condiciones de vida de las clases medias; pero no en este modelo depredador que hemos
comentado. El principio de universalidad exige que las personas de países y sectores sociales pobres tengan derecho a pautas de consumo
como las de las clases medias. Pero a su vez, también las clases medias deberán renunciar a un modelo depredador de consumo que a todas
luces (según diversas investigaciones psicosociales) no otorga mayor felicidad ni satisfacción existencial.
En el siguiente video tiene una re exión sobre el exceso de libertad de elección en las sociedades de consumo y la felicidad. El argumento que
presenta es “ser feliz es desear menos”.
La gobernanza colaborativa exige compromiso de los distintos sectores para que todos los seres humanos tengan acceso a bienes y servicios
básicos, distribuye los bene cios de las nuevas tecnologías y fomenta la RSE, entre otras. Así también (Cortina, 2002) pretende: hacer del
trabajo una experiencia grata; desincentivar educacionalmente la asociación entre realización personal y éxito; revisar prácticas de consumo y
enderezarlas hacia proyectos de conformación de la identidad moral, modi car la noción de progreso y desarrollo orientándola más de lo
material hacia un estilo de vida pleno y autónomo, etcétera.
Además de estos elementos éticos, también es importante que el principio, más formal que material (puesto que la oferta suele crear la
demanda, más en nuestros tiempos de marketing), de soberanía del consumidor sea interpretado y fomentado éticamente. El consumidor
debe, con información dedigna, tomar la decisión de consumir productos que satisfagan criterios éticos y medioambientales. Mencionamos
ya la relevancia del derecho a la información en materia medioambiental. Este derecho puede hacerse extensivo a criterios éticos: trabajo de
calidad en la producción, sistemas de inclusión social en la empresa que elabora el producto o lo distribuye, y en general elementos éticos que
podrán ser evaluados a lo largo de la cadena de valor. Existen varias iniciativas con sólida trayectoria: los fondos éticos de inversión, el
comercio justo, las iniciativas de consumo responsable, el activismo de comercio justo, etcétera, ejemplos de cómo el consumidor puede
intervenir, más allá de su decisión individual (ya sea al castigar o premiar mediante el consumo la ética de la empresa y el negocio) y
potenciar la ética con sus actos.
Es verdad que es muy difícil que los consumidores se unan para cambiar el mundo, pero también es verdad que los consumidores
tenemos fuerza. Una fuerza que es mucho más grande ahora que antes. Y esta fuerza la tenemos optando por un tipo u otro de
productos y siendo consumidores capaces de actuar como activistas.
Hace cuarenta años, cuando una empresa cotizaba en bolsa, su valor, en un 75%, dependía de la tecnología, del «know how», de su
capacidad productiva, de sus instalaciones… Ahora, en un 75% el valor de una empresa depende del valor de su marca. Y esto es algo
intangible. Depende de su imagen, de su reconocimiento, del aprecio de la gente. Y cuando una empresa tiene un grupo de
consumidores (que no hace falta que sea muy grande, pueden ser 10.000, 50.000 o un millón) que entienden que dicha empresa no
realiza una actuación correcta, puede generar una valoración negativa respecto a la empresa por parte del conjunto de sus
consumidores. Y las empresas son muy sensibles a esto. Especialmente las marcas más conocidas. Y pensemos que tan sólo cien
empresas transnacionales representan el 25% del comercio mundial.
De acuerdo con esto, tenemos la capacidad de optar por un tipo de productos que responden a unas determinadas relaciones
sociales con y en los países donde se producen. Tenemos la capacidad de in uir en una serie de empresas en función de su
comportamiento. Y esto va a ocurrir, cada vez más, en el futuro (Cortina y Carreras, 2004, pp. 19-20).
En el siguiente enlace encontrará información sobre el ranking de marcas éticas Ethisphere Institute. Acceda haciendo clic aquí.
Observe también el video que le ayudará a dilucidar qué se considera una “marca ética”.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires: Granica. Pp. 91-94. Haga clic aquí.
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013). Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao:
Desclée de Brouwer. Pp. 207-242. Haga clic aquí.
De Miguel, C., y Tavares, M. (2015). El desafío de la sostenibilidad ambiental en América Latina y el Caribe. Santiago de Chile: CEPAL
(Comisión Económica para América Latina). Pp. 37-42 y 89-102. Haga clic aquí.
[1] Grignon, C. y Passeron, J. C. (1991). Lo culto y lo popular. Buenos Aires: Nueva Visión.
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Como hemos visto, con el concepto de desarrollo sustentable se hace referencia a aquellos procesos económicos, sociales y culturales que, sin
dejar de satisfacer las necesidades presentes, permiten que los recursos para la satisfacción de las necesidades de generaciones futuras no
sean comprometidos. Para que exista un desarrollo sustentable es imprescindible pues una gestión sustentable.
La gestión sustentable es asegurar la disponibilidad de recursos, incluyendo acciones y organizaciones dentro de un sistema de
gestión SGI [Sistema de Gestión Integral] que buscan asegurar el uso y abastecimiento continuo de recursos naturales a n de
cubrir las necesidades del presente, sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones (GRN Gestión en Recursos
Naturales, 2015, https://goo.gl/t6AWFa).
La gestión sustentable tiene múltiples dimensiones, pero el locus de control de la misma debe ser la responsabilidad de la unidad productiva
por el circuito integral de la producción y distribución, lo que exige el desarrollo de indicadores y la evaluación de los procesos involucrados
tanto en, por seguir la terminología de Porter (1991), las actividades de apoyo (infraestructura, administración de recursos humanos,
abastecimiento, desarrollo tecnológico) como en las actividades primarias (logística interna, operaciones, logística externa, mercadotecnia y
ventas, servicio). La sustentabilidad abarca y está presente a lo largo de toda la cadena de valor.
reducir el consumo de energía, papel, agua y de todos los insumos de materiales y servicios, que pueden afectar directa o
indirectamente de forma negativa al medio ambiente o a la salud de la población.
[…] jar lineamientos de sustentabilidad para el diseño, construcción, funcionamiento y desmantelamiento de los proyectos
tanto en sus etapas de construcción, operación y abandono.
Fomentar y apoyar la reducción, reutilización, y/o reciclado de residuos, para una gestión ambiental e ciente de los desechos.
Impulsar mecanismos para la gestión apropiada de los residuos sólidos urbanos y residuos peligrosos generados.
[…] buscar impulsar el cumplimiento de estándares ambientales pertinentes a proveedores y empresas de servicios, además del
cumplimento de la legislación ambiental.
[… Impulsar] el desarrollo de bases ambientales para el ordenamiento territorial, implementado nuevos instrumentos de
plani cación territorial y mejorando los (…) existentes (GRN Gestión en Recursos Naturales, 2015, https://goo.gl/t6AWFa).
A lo que se añade el fomento de la educación para un consumo responsable, que procure brindar información clara y veraz sobre el grado en
el que los productos (bienes y servicios) están en consonancia con los principios de la sustentabilidad y respecto a los derechos humanos.
Como hemos visto en anteriores lecturas, la ética en la organización y en los negocios no puede reducirse sólo a los stakeholders directos,
sino que se gestionará al tener en cuenta la integridad de interesados, colaboradores, etcétera, con los que se relaciona, incluida la
comunidad. Por ello resulta interesante la noción de cadena de valor (Porter, 1991). Esta noción está pensada como una herramienta para el
análisis estratégico destinado a determinar los fundamentos de la ventaja competitiva. Para esta visión: “el valor es creado cuando una
empresa crea una ventaja competitiva para su comprador, disminuye el costo de su comprador o aumenta su desempeño” (Porter, 1991, p.
70). La empresa es considerada una unidad funcional de carácter sistémico que comprende múltiples actividades. Éstas se representan como
eslabones dentro de la cadena de valor. “Los eslabones son las relaciones entre la manera en que se desempeñe una actividad y el costo o
desempeño de otra” (Porter, 1991, p. 66). Cada organización tiene sus propios eslabones, pero los más obvios son los que se pueden
representar como actividades de apoyo y actividades primarias (tal como se aprecia en la gura 6).
La cadena de valor permite representar la ventaja competitiva que ofrece una empresa. Pero como cada empresa está relacionada con otras
entidades hasta llegar al consumidor, y éste a su vez puede ser representado como un comprador más, con su propia cadena –más difícil de
representar, pero sí establecer “cadenas para hogares representativos” (Porter, 1991, p. 70)- puede comprenderse el ciclo completo como
engarce de distintas cadenas.
¿Qué ventaja competitiva aporta la gestión sustentable de la cadena de valor? Ya hemos mencionado diversos elementos a lo largo de esta
materia. La gestión sustentable aporta entre otras cosas:
Productos y servicios acordes a las necesidades de un mercado cada vez más exigente con los estándares de sustentabilidad ecológica y
social. El consumidor es cada vez más consciente de sus derechos y exige, no sólo respeto por las normas de calidad y de legislación
ambiental, social o laboral sino también que los productos y servicios realmente aporten valor al desarrollo integral de personas,
comunidades, etcétera.
Reducción de costos asociados a riesgos por incumplimiento de normativas sociales, ambientales, laborales, etcétera.
Reducción de costos organizativos (en los procesos, de coordinación, entre otros) al potenciar la gestión conforme a valores.
Incremento de la productividad por mayor identi cación de los trabajadores y colaboradores con la organización.
Y se podrían argumentar más. La idea esencial es lo que se denomina el argumento económico: la sustentabilidad es rentable por múltiples
razones. Argumento que no eclipsa la di cultad de partida asociada tanto a la paradoja de la sustentabilidad (genera más costos en el presente
y más bene cios en el futuro), como al hecho de que debe potenciarse un círculo virtuoso: los productores generarán a lo largo de toda la
cadena de valor en la que tienen capacidad gestión sustentable, los consumidores podrán ver, estar informados de este valor para sancionar
con el precio el producto.
Observe con atención los siguientes videos sobre sustentabilidad y cadena de valor.
No seguir criterios ambientales y sociales en las políticas de compra por parte de la empresa puede poner en riesgo el suministro de insumos
de calidad y los plazos de entrega de los mismos (Peinado Vara en Vives y Peinado Vara, 2011). Una inadecuada política del proveedor en
términos laborales puede traducirse en corte de suministro por con ictos, en demoras, en productos de baja calidad por desincentivos
laborales, etcétera. Cuidar la cadena de valor por el lado del abastecimiento es también central.
Las empresas tienen por tanto una responsabilidad indirecta sobre lo que ocurre en su cadena de valor y, por tanto, también
en su cadena de suministro, así que deben incentivar a sus proveedores a que también sean social y ambientalmente
responsables con el n de garantizar que sus acciones (acciones de los suministradores) no tengan un efecto desfavorable en
la cuenta de resultados. Esto provoca un efecto cascada a lo largo de la cadena de proveedores ya que las empresas
suministradoras se ven incentivadas por sus clientes a adoptar prácticas empresariales socialmente responsables. En
términos generales, la gestión de la cadena se realiza bajo parámetros de responsabilidad social empresarial o de
sostenibilidad cuando, además de precio, calidad y funcionalidad, se incorporan otros aspectos relacionados con la
transparencia, asuntos sociales y ambientales. Estos aspectos son, por citar algunos, analizar en los proveedores sus
prácticas, por ejemplo en gobierno corporativo y transparencia, prácticas laborales, uso y disposición de desechos y consumo
razonable de los recursos. La incorporación de estos criterios supone que el suministrador debe demostrar que sus productos
se fabrican bajo prácticas laborales justas y de forma ambientalmente sostenible, entre otros asuntos (Peinado Vara, en Vives
y Peinado Vara, 2011, p. 145).
Considerado así es preciso advertir que la gestión sustentable es una herramienta para reducir riesgos en el negocio, pero también una
oportunidad para generar valor, como ya se argumentó. Algunas empresas por su naturaleza, como las empresas de consumo masivo, están
especialmente en el punto de mira. Pero también las PyMES. Para éstas es una oportunidad de generar mayor valor en la cadena a la que
pertenecen (Peinado Vara en Vives y Peinado Vara, 2011). Ni que decir en el vínculo con las compras públicas, pues los criterios de compra del
sector público son cada vez más exigentes en materia de sostenibilidad.
En los procesos de aprovisionamiento no sólo la gerencia estará comprometida con la sustentabilidad, también es importante: informar y
capacitar a los trabajadores para llevar de modo adecuado los procesos; ofrecer apoyo a proveedores para su desarrollo en el marco de la
sustentabilidad; desarrollar procedimientos de medición que permitan determinar el grado de sustentabilidad de los procesos, analizarlos y
proponer medidas de corrección (Peinado Vara en Vives y Peinado Vara, 2011). Existen una serie de criterios de sostenibilidad, entre otros
(adaptado de Vives y Peinado Varas, 2011):
Establecer condiciones de contrato: razonables, pactadas y con tiempos no dañinos para nadie.
Establecer programas para que los proveedores se sumen en los procesos conforme a criterios sociales y ambientales.
Incentivar prácticas solidarias con la comunidad (formar recursos, contratar personas de grupos sociales
marginados, etcétera).
Desarrollar políticas de personal que contemplen temas como la equidad de género, la inclusión, la conciliación vida
personal y vida laboral, etcétera.
Sumarse en procesos de certi cación y validación técnica mediante etiquetas (comercio justo, ausencia de trabajo
infantil, huella ecológica, entre otras).
Establecer códigos de conducta que rijan los procesos (abastecimiento, venta, entre otros) así como comités que
los sigan.
Generar canales de comunicación que refuercen todo el proceso y ayuden a innovar en temáticas de gestión ambiental.
Sistematizar la información, generar objetivos (modelo S.M.A.R.T.: especí cos, medibles, alcanzables, realistas
y temporalizados), establecer mecanismos de seguimiento y recti cación, etcétera.
En todos estos criterios tener siempre como sustrato el diálogo con todos los stakeholders, y procurar que el mismo redunde en la producción
de una cultura de la sustentabilidad en toda la cadena de valor.
Puede informarse sobre la gestión de la cadena de valor en el grupo Masisa al acceder haciendo clic aquí.
02:26
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires: Granica. Pp. 94-102. Haga clic aquí.
Vives, A. y Peinado Vara, E. (2011). RSE. La responsabilidad social de la empresa en América latina. BID-FOMIN. Haga clic aquí.
En estos capítulos hemos abordado los desafíos ambientales, exponiendo algunos de los retos que suponen para la gestión colaborativa y
producción sustentable. Tras señalar alguno de estos retos y comentar los hitos en el desarrollo de una conciencia ambiental, buscamos
considerar la centralidad que tiene una ética de la responsabilidad que abarque tanto la producción como el consumo, considerando algunos
hitos de la misma. Finalmente, atendiendo a la herramienta analítica de la cadena de valor, expusimos cómo la gestión sustentable puede ser
un importante factor de competitividad y desarrollo para los negocios.
Unidad 10. Gestión socialmente responsable
orientada a la sustentabilidad
En esta unidad luego de presentar qué podemos entender por organización socialmente
responsable (organización sustentable), presentamos algunas herramientas de gestión
sustentable (indicadores ethos-iarse-plarse; norma ISO 26000; y Reportes de
sustentabilidad bajo pauta GRI).
Los retos que plantea el desarrollo son oportunidades para una sociedad
sustentable si tomamos en cuenta los principios éticos que se señalaron. La
responsabilidad no puede entenderse bajo el formato exclusivo de la
responsabilidad individual: primero porque la noción misma de responsabilidad
(derivada del verbo responder) supone una relación dialógica, es decir una relación
con otro. Segundo porque de modo cada vez más evidente el sistema mundo (que
incluye al resto de seres vivos, al ecosistema, a los recursos de todo tipo, y en
general al resto de entidades que pueblan el planeta, eso que los lósofos
modernos designaron como facies totius universi: el universo en todas sus facetas)
funciona de modo integrado y sólo puede ser apreciado por una visión holística,
integrativa. Como se mencionó, la responsabilidad es intrínsecamente social, es un
hacerse cargo en sociedad, de los impactos de nuestros propios actos, pero
también de los impactos de las organizaciones y de los impactos de los pretéritos,
de los que nos antecedieron, con la vista puesta en esto que con el principio de
responsabilidad se considera eje vertebrador: dejar en herencia un mundo que
permita satisfacer las necesidades humanas futuras.
Pero a su vez, es importante reconocer la incidencia de la variable macro. Pese a que son
muchas las acciones que no pueden ser estandarizadas y controladas por la voluntad humana
(desde los efectos no intencionados de la acción, los modos en que se da la interacción que, como
el efecto mariposa permiten que una acción mínima en una región del universo pueda afectar a
otra, hasta las denominadas externalidades negativas) el esfuerzo por generar pautas
comunes de acción es fundamental para abordar los retos del desarrollo sustentable. Tal
desarrollo supone planeación estratégica, y por lo mismo un esfuerzo considerable por de nir
indicadores, objetivos, instrumentos, etcétera, consensuados a escala planetaria. También
compromiso por parte de todos los actores: gobiernos, empresas, asociaciones de la sociedad
civil y ciudadanos. Las empresas también tienen obligaciones de ciudadanía y contribución al
bienestar social (Moreno, 2011).
Una economía social que se de na por el control del sistema y del mundo de la vida
(expresión con la que la losofía fenomenológica se re ere a la interacción social, pero
también a la construcción de la persona misma) exige potenciar el vínculo social para orientar
las relaciones económicas en la senda de valores como la solidaridad, la responsabilidad, entre
otros. Una economía social es impensable sin la integración social comunicativa, lo que
implica que en toda decisión se ha de atender siempre al reconocimiento de la centralidad y
participación de los afectados (Cortina, 2000). Traducido en la escala del negocio y la
organización puntual se pide, pues, el reconocimiento y la apuesta por la intervención en la
gestión de las diferentes partes o stakeholders. Pero también, responder por el estado del
entorno en la medida de las posibilidades o asumir, en todo caso, una actitud proactiva
orientada a la sustentabilidad.
Analizamos ya que los impactos negativos de la actividad empresarial sobre el entorno (las
denominadas externalidades) generan ine ciencia sobre la propia organización (la empresa
que no contempla los costes de la actividad tiende a producir por encima del óptimo, lo que
altera el equilibrio de mercado y perjudica sus propios intereses) y además descarga los costos
sobre terceros lo que es, a todas luces, una injustica (Camacho Larraña, Fernández Fernández,
González Fabré y Miralles, 2013). Las empresas objetan a la exigencia de cubrir tales costes,
argumentan que es responsabilidad del Estado y que se ven sometidas a las exigencias y
presiones de los consumidores, que no se quieren hacer cargo de la suba de precios que
exigiría.
Sin embargo, una actitud responsable de la organización ante sus impactos se puede lograr
mediante cuatro niveles de motivación (adaptado de Camacho Larraña et. al., 2013):
Cumplimiento de la ley.
Bene cios a corto plazo: reducción de costes (coordinación, multas, etcétera), mejora de
la imagen de la organización, respuesta a demandas sociales, entre otros.
Bene cios a largo plazo: considerar el medio ambiente como oportunidad de negocio.
Lo que genera diversas oportunidades de actuación (adaptado de Camacho Larraña et. al.
2013):
Tecnologías limpias.
Innovación tecnológica.
La sustentabilidad exige la modi cación de hábitos internos, pero también pautar nuevos
modos de relacionarse con el entorno social (economía social) y ambiental (economía
ambiental y economía ecológica). Como veremos a continuación, emerge en nuestros días una
visión de carácter más integrativo que se denomina economía circular.
La economía ambiental y la economía ecológica tienen una raíz común, pero se distancian en
algunos puntos (Camacho Larraña et.al., 2013). La primera, en sintonía con la visión
neoclásica, pretende imputar valor económico a las externalidades, mediante un peso
importante de la regulación. Tiene un marcado carácter económico, lo que no deja de ser un
limitante respecto a la exigencia de una visión holística como la que se propugna (las
decisiones y acciones humanas no caen sólo bajo la lógica de la racionalidad económica). La
economía ecológica en cambio incorpora un planteamiento más radical, pues supone una
crítica a la noción misma de crecimiento. Para ello pretende: índices alternativos para medir el
bienestar de las poblaciones (introducción de costes sociales por ejemplo, partidas para
combatir la delincuencia que genera la exclusión social y puede derivarse del ciclo económico
mismo); tomar en cuenta la huella ecológica; realiza una crítica a la monetarización de los
cálculos económicos, así como a la noción misma de externalidad negativa (al asumir que las
mismas no son un accidente, sino consecuencia permanente y necesaria del modelo de
desarrollo imperante). Para la economía ecológica, la economía es un subsistema abierto
dentro de un ecosistema nito y cerrado, lo que implica que los bienes económicos son
recursos naturales y cuando dejan de serlo se convierten en residuos. Las empresas no deben
olvidar esto en sus cálculos económicos. Tomar como suelo de la acción económica rasgos
éticos es fundamental en esta visión.
Son características clave de una economía circular (Cerdá Tena y Khalilova, 2016):
La reducción de emisiones.
Sistemas producto-servicio.
Reciclaje 2.0.
Consumo colaborativo.
Ecodiseño y diseño para la sustentabilidad.
–
Reutilización de productos.
Reutilización de componentes.
Reducir.
Reutilizar.
Reciclar.
la conducta esperada;
posibles dilemas o con ictos morales que emerjan aún de las conductas esperadas.
¿Es sustentable una organización inmoral? Responder a esta cuestión exige precisar
determinados indicadores por los que se pueda hacer una valoración. Entraremos
posteriormente con más detalle en lo que entendemos por gestión ética. También vimos que
las organizaciones pueden ser amorales, morales o con doble moral, si seguimos a Etkin
(2012). Lo que de ne de modo claro la moralidad de la organización, según lo expuesto, es la
exigencia de aproximación hacia un modelo de comunicación dialógica en el que participen
todos los implicados del modo más simétrico y libre posible. La organización inmoral, en todo
caso, asume muchos riesgos al comprometer su sostenibilidad a largo plazo. Muchas
organizaciones modi caron su estrategia por incumplir con preceptos éticos fundamentales
vinculados al respeto a los derechos humanos. Y desde el punto de vista de sus procesos
internos, muchas organizaciones tuvieron que recti car su rumbo para evitar que las
fracturas y brechas éticas enturbien sus resultados.
Lo que sí es claro es que la responsabilidad social está en consonancia con los nes de la
organización, porque así se hace una práctica sostenible en la misma y no se convierte en
pura imagen. El argumento empresarial (Vives y Peinado Vara, 2011, p. 206) es esencial: la
responsabilidad no tiene que estar reñida con la rentabilidad. Y esto es algo que se sabe desde
hace tiempo, desde que se incorporaron los primeros informes integrativos que contemplaban
estados nancieros pero también variables de responsabilidad social. Una buena gestión es
elemento necesario y común a empresas rentables y empresas responsables. La
responsabilidad ahorra costes y genera bene cios, no está pues reñida con la rentabilidad (ver
siguiente gura).
“En de nitiva, una empresa socialmente responsable es aquella que lleva adelante un negocio
rentable asumiendo también los efectos ambientales, sociales y económicos que genera en la
sociedad” (Debeljuh, 2009, p. 34).
El gran reto que enfrentan las empresas es conciliar las demandas de la sociedad con
las expectativas internas, es decir, asumir en primer lugar las responsabilidades
inherentes a su actividad especí ca y concretamente las que atañen a su propio
personal para después abocarse a otras acciones hacia afuera de la compañía. Se
vislumbra un cambio de enfoque en el que la discusión sobre el alcance de la
responsabilidad social empresaria no estaría tan focalizada en acciones sociales
como en las formas responsables de dirigir la propia organización humana
(Debeljuh, 2009, p. 39).
La diferencia entre una dirección racional e cientista y una socialmente responsable pasa por
los principios, creencias y valores éticos que involucran a las instancias de: a) la misión; b) la
forma de gobierno; c) el diseño (la estructura y procesos); d) la cultura y capacidades
humanas; y e) la voluntad y decisiones de política en la organización. Ello permite que se
vuelva un sistema sustentable en su contexto, legitimado y reconocido, no impuesto mediante
formas injustas de poder. La diferencia no está solamente en la productividad o magnitud de
los resultados, sino por el aporte de la organización al desarrollo humano de sus integrantes y
la calidad de vida en el medio social más amplio. En el plano de lo sistémico (el conjunto)
sostenemos que los valores tienen una implicancia práctica, se relacionan con la continuidad,
la credibilidad y con abilidad de la organización en un entorno incierto y cambiante (Etkin,
2012, p. 178).
Las organizaciones elaboran metodologías de lo virtuoso (Etkin, 2012) que, al apelar a los
principios de la ética dialógica que hemos señalado, permiten acordar principios y criterios
para de nir objetivos, de nir políticas y criterios de decisión.
Uno de los impactos mayores de una gestión orientada a la sustentabilidad, que incorpora
elementos de gestión ética, se aprecia en la mejora del clima laboral. Ciertamente el clima en
una organización re eja tanto factores internos como externos. Pero aquellas organizaciones
con valores rmes y fuertes se sostienen mejor en los vaivenes del contexto. El clima de la
organización se re eja en la calidad de los servicios, lo que muestra también cómo la ética
tiene efectos positivos para la rentabilidad.
el argumento “licencia para operar”: la empresa identi cará los problemas sociales que
son importantes para stakeholders y establecer directrices en consonancia;
el argumento de la reputación: centrado en cómo la empresa obtiene mediante la gestión
responsable reputación, lo que es un bene cio estratégico para la misma.
construir sobre las fortalezas, aunque sin olvidar el abordaje de las debilidades de
gestión.
tomar en cuenta las barreras que surgen en el proceso, y asumir que las tensiones
organizacionales exigen mayor coordinación;
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. P. 85-103. Haga clic aquí.
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Las organizaciones deben ser responsables para con las consecuencias ambientales y sociales
de su accionar. No sólo con lo que la ley exige, que desde luego es fundamental, sino también
al desarrollar proactividad. Para valorar el grado de implicación de la empresa en
responsabilidad social, así como orientar acciones y visualizar los resultados de los planes,
programas y acciones implementadas se desarrollan diversos indicadores y estándares. Éstos
permiten orientarse hacia buenos productos y servicios, buena relación con los clientes y
proveedores, prácticas de desarrollo de personal, comportamientos socialmente responsables,
etcétera. Son diversos los organismos internacionales, nacionales y locales que generan
estándares éticos e indicadores de aplicación para evaluar el desempeño económico, social y
ambiental en sus interacciones. Esto permite jar pautas de conducta, relación, interacción,
etcétera, con los grupos de interés internos (empleados, accionistas) y externos (clientes,
proveedores, sector público, comunidad) (Gilli, 2011).
Un ejemplo es el cuarto estado nanciero, que busca medir los impactos de la compañía con
los mismos procedimientos de la contabilidad usual.
Además del GRI y promovidas por esta iniciativa se diseñaron otros reportes para industrias
especí cas: indicadores del Coal Institute (para las industrias del carbón), de la International
Petroleum Industry Environmental Association (IPECA), iniciativas del World Wildlife Fund (WWF),
de la International Council on Mining and Metals¸, Reporting en Pyme’s, etcétera (ver
Perea en Vives y Peinado Vara, 2011).
La sustentabilidad debe estar integrada a todo el modelo de gestión, y no solo pensarla como
un añadido a la evaluación nanciera, sino como involucrada en las diversas áreas de la
gestión. Para el diseño de indicadores se apela a guías o mejores prácticas, existen diversas
para cada área de gestión (Perea en Vives y Peinado Vara, 2011). Las anteriores guías o
normas sirven para que las organizaciones puedan establecer estándares de responsabilidad
social y en función de los mismos orientar sus políticas. A tal efecto también sirven
herramientas de autoaplicación como las desarrolladas para el caso latinoamericano por el
Instituto ETHOS de Brasil, IARSE (Instituto Argentino de Responsabilidad Social) y otras
agencias de Latinoamérica que integran PLARSE (Programa Latinoamericano de RSE).
Ciertamente la gestión de la responsabilidad social en América Latina debe estar adaptada a las
estrategias empresariales posibles en el contexto de la región (Vives “Estrategias
empresariales en países en desarrollo”, en Vives y Peinado Vara, 2011). A diferencia de otras
regiones como Europa, en América Latina: se tolera la ine ciencia y es escaso el desarrollo de
modelos de ciudadanía corporativa; no hay mucha participación ni desarrollo de los
stakeholders; hay considerable rechazo a los procesos de globalización; el mercado laboral no
se caracteriza por un elevado grado de desarrollo en su capacitación; los servicios públicos no
tienen el mismo alcance ni impacto social, etcétera. (Vives “Estrategias empresariales en
países en desarrollo”, en Vives y Peinado Vara, 2011). Los condicionantes estructurales
marcan las pautas para las posibles estrategias en temáticas de responsabilidad social y
desarrollo sustentable. En general, el mercado de la responsabilidad (Vives “Estrategias
empresariales en países en desarrollo”, en Vives y Peinado Vara, 2011) está más desarrollado
en Europa que en América Latina. Sin embargo esto es una oportunidad que motivó que en
América Latina, en expresión de diversos expertos y como atestiguaremos en los próximos
apartados, se desarrollen sus propios y poderosos sistemas (y modelos) de responsabilidad
social.
Como sostiene Vives en el fragmento citado anteriormente, las áreas de oportunidad y las
necesidades sociales presentes en países en vías de desarrollo hacen necesaria la mayor
responsabilidad del sector privado. Por esto, en los países de América Latina debe gozar de
especial relevancia la gobernanza colaborativa de la que ya hemos hablado. Las empresas
deben colaborar con el Estado y con las organizaciones de la sociedad civil en suturar las
brechas sociales y las necesidades que existen en el ámbito del desarrollo social, económico,
cultural, etcétera. Eso sí, sin generar dependencias, pues, conforme al principio de
subsidiariedad, así como el Estado debe ceder lugar a las organizaciones (privadas y del sector
social), tampoco éstas pretenden ocupar el espacio del Estado. Entre otros motivos, porque su
nalidad última no es la justicia social, como puede ser el caso del Estado, aunque por
supuesto haya de contribuir a la misma.
Las empresas deben generar estrategias integrales y sustentables, y buscar, tras un análisis
del entorno social y de las partes interesadas, las áreas de oportunidad que generan valor, más
precisamente valor social. La mejora del entorno de la organización sin duda es un valor para
la propia organización en el mediano y largo plazo. Por esto las empresas pueden tener una
responsabilidad ampliada, siempre y cuando no se generen dependencias ni se busque
desplazar al Estado ni a otras organizaciones del sector social.
Una de las razones por las que las prácticas de la responsabilidad social adquieren mayor
relevancia en el contexto latinoamericano es que, aunque la mayor parte de las organizaciones
empresariales son de origen familiar o pequeñas y medianas empresas, en los últimos años
adquirieron peso global corporaciones multinacionales de origen latinoamericano. A través de
España y Portugal muchas rmas latinoamericanas (Cemex, Pollo Campero, entre otras)
conquistaron nuevos mercados. Se dio así una reacción de crecimiento a la llegada de
empresas europeas durante los noventa (Casanova en Vives y Peinado Vara, 2011). El siglo 21
vio desarrollarse en la región empresas tecnológicas multinacionales ligadas a instituciones
educativas de prestigio: Embraer (lugar de trabajo para ingenieros del Tecnológico de
Monterrey), por ejemplo. La apuesta por la gestión del conocimiento marcó importantes
estrategias de innovación (Casanova en Vives y Peinado Vara, 2011), al desarrollar pautas de
innovación mediante crecimiento sostenible como es el caso de Natura en Brasil. El desarrollo
de las grandes empresas de la telecomunicación, como el emporio Slim, es un ejemplo del
papel creciente de las multinacionales de origen latinoamericano que operan en amplias
regiones geográ cas.
Sin embargo, las pequeñas y medianas empresas (PyME) ocupan la mayor parte de la actividad
de negocios de América Latina. ¿Cómo está valorada la responsabilidad social por parte de las
mismas?
Muchos de los estudios efectuados sobre el tema relevan que la gran mayoría de las
PyME´s no conocen el término RSE o no lo comprenden bien, no lo consideran una
estrategia empresarial (¡aunque deberían!). Sin embargo, desde tiempo inmemorial
llevaron a cabo prácticas puntuales, en áreas muy concretas, que pueden cali carse
de responsables, muchas veces de manera natural y por razones éticas, religiosas o,
sencillamente, porque creen que son parte de una buena gestión. A diferencia de las
grandes empresas, donde los aspectos de lantropía (dar dinero o bienes) en un
extremo y contribuir al desarrollo económico y social (mejoramiento de la calidad de
vida) en el otro, las PyME’s se manejan mayoritariamente entre estos extremos:
prácticas que no hacen daño y en la medida de lo posible contribuyen al bien de la
empresa y de la sociedad. Para las grandes empresas, la controversia es sobre lo que
es y no es su responsabilidad. Esta controversia es casi inexistente en las PyME´s de
países en vías de desarrollo. Por ello concentraremos nuestra discusión en el núcleo
de las prácticas responsables. Las Pyme´s reaccionan mejor a este concepto de
prácticas responsables, ya que el concepto de RSE puede parecerles muy amplio,
fuera de su alcance (Vives en Vives y Peinado Vara, 2011, p. 344).
Es interesante el espacio que se abre para estas prácticas de responsabilidad por parte de las
PyME’s, derivado en parte de que están más implicadas con la comunidad de origen y también
porque no parecen estar obsesionadas con la maximización de bene cios (Vives “Prácticas
responsables en pequeñas y medianas empresas” en Vives y Peinado Vara, 2011). Además
pronto valoran que el comportamiento ético y responsable supone mejoras en sus resultados
nancieros, protege y expande su reputación, genera con anza entre los consumidores,
etcétera. Las PyME´s tienden a considerar con mayor relevancia la presencia saludable en la
comunidad y entorno en el largo plazo, buscar proximidad con los empleados, generar
identi cación comunitaria, etcétera. Sin embargo, desarrollan menos oportunidades de
negocio a la luz de las regulaciones sociales y ambientales que las envuelven como a las
grandes empresas (Vives “Prácticas responsables en pequeñas y medianas empresas” en
Vives y Peinado Vara, 2011). Deben superar su barrera más importante: “la percepción de que
ser responsable es caro, consume recursos y no produce bene cios” (Vives en Vives y
Peinado Vara, 2011, p. 362). Diversos indicadores de desempeño muestran lo contrario.
Tanto para PyME´s como para grandes empresas los indicadores y estándares de
responsabilidad social y gestión sustentable que mencionamos al comienzo de este apartado
son de mucha utilidad. Cada organización deberá adaptarlo a su caso y usarlo según sea más
fértil para desarrollar su propia estrategia y buenas prácticas responsables.
Los modelos autoaplicativos del Instituto Ethos o de IARSE para Argentina, así como las
iniciativas PLARSE para América Latina que en los siguientes apartados presentamos son una
buena iniciativa, pues las mismas por su exibilidad e integración tanto con instrumentos de
gestión tradicional como herramientas internacionales permiten acometer casos y entornos
especí cos.
Para saber más puede consultar:
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 104-107. Haga clic aquí.
Introducción
ISO 26.000
Referencias
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Introducción
El Instituto ETHOS nace en 1998 cuando se agruparon diversas empresas de Brasil con
intención de diseñar indicadores para introducir las buenas prácticas de responsabilidad
social en la gestión. Tal como se puede colegir de su página web (Instituto Ethos, s.f.) no
realiza asesorías ni intermedia proyectos sociales, tampoco es una entidad certi cadora. Las
empresas que se asocian al Instituto deben: divulgar y comprometerse progresivamente con la
RSE. El Instituto tiene una carta de principios entre los que guran: primacía de la ética;
responsabilidad social; con anza; integridad; valorización de la diversidad y combate a la
corrupción; diálogo con las partes interesadas; transparencia; marketing responsable;
interdependencia; y comunidad de aprendizaje.
El Instituto Argentino de RSE (IARSE) nace en el 2002, con su sede en Córdoba. Busca ser un
referente en materia de responsabilidad social, trabaja en red con otras organizaciones
nacionales e internacionales (IARSE, s.f.). IARSE desarrolla indicadores, en colaboración con
otras organizaciones, que se ofrecen como herramientas gratuitas de gestión. Se aspira a que
los mismos tengan por objetivo: “Evaluar cuanto de sustentabilidad y RSE ha sido
incorporado en los negocios y actividades cotidianas auxiliando a de nir diversas estrategias,
políticas y procesos” (IARSE, s.f., https://goo.gl/ABeMyP)
PLARSE (Programa Latinoamericano de RSE) arranca desde 2006 pero cristaliza en 2008,
coordinado por cuatro organizaciones: Fundación Empresa, Fundación Avina, ICCO Kerk en
Actie (Organización Intereclesiástica para la cooperación y el desarrollo) y el Instituto ETHOS.
Posteriormente, se suman más organizaciones: ADEC (Asociación De Empresarios Cristianos)
de Paraguay, CECODES (Consejo Empresarial Colombiano para el Desarrollo Sostenible),
CERES (Consorcio Ecuatoriano para la Responsabilidad Social), COBORSE (Fundación
Corporación Boliviana de RSE), IARSE (Instituto Argentino de RSE), DERES (Responsabilidad
Social Empresaria) del Uruguay, Perú 2011 y UNIRSE (Unión Nicaragüense para la RSE). El
programa comporta acciones en tres ejes fundamentales (PLARSE, 2012):
Primer eje: consolidar una base común de indicadores RSE y aspirar a un único patrón de
indicadores para todo América Latina.
PLARSE busca articular acciones y el trabajo en red. Para lo que desarrolla entre otros
elementos de trabajo cooperativo: encuentros generales dos veces por año, revisión del
programa de acción mediante evaluaciones pautadas, teleconferencias, plani cación y
sistematización de informaciones, visitas técnicas y participación en eventos vinculados a la
temática.
Para profundizar en el conocimiento de estas organizaciones puede visitar sus páginas web y
navegar por los contenidos de las mismas donde encontrará abundante información:
Instituto ETHOS.
IARSE.
Sobre PLARSE.
Hubo en los últimos años varios indidadores que evolucionaron en su diseño al buscar mayor
exibilidad en la aplicación, orientar la evaluación por áreas de gestión, posibilitar
mecanismos de planeamiento, mayor convergencia con otras normas y estándares (ISO, GRI,
CDP).
YOUTUBE
YOUTUBE
Cada organización selecciona su grupo de indicadores, en función del grado de madurez de las
prácticas de RSE. Existen así paquetes de indicadores (Ethos-IARSE, 2017):
Comprensiva: 47 indicadores que buscan también situar una visión evolutiva de las
prácticas.
Visión y estrategia.
Social.
Medioambiente.
Cada una de estas dimensiones se desglosa en temas y en subtemas, como se puede apreciar
en la gura 10. Así, por ejemplo, la dimensión social se desglosa en los temas: derechos
humanos, prácticas de trabajo, cuestiones relativas al consumidor y participación en la
comunidad y en su desarrollo. Cada uno de estos temas a su vez en subtemas, por ejemplo, el
tema derechos humanos en: situaciones de riesgo para los derechos humanos y acciones
a rmativas.
El autoaplicativo está diseñado para que la organización se sitúe en función de las evidencias
que logre ubicar en cada uno de los indicadores que seleccione en un estadio determinado. En
la gura 21 se puede apreciar la estructura del indicador y en la guía de autoaplicación se
puede leer el detalle de cómo proceden las organizaciones para realizar la valoración.
Cada indicador está, como se ilustra en la gura 15, redireccionado a los apartados de otros
estándares (ISO 26000, GRI, CDP).
ISO 26.000
ISO (International Organization for Standardization) nace en 1946 en Londres con la nalidad de
uni car estándares industriales (ISO, s.f.). Se trata de una organización internacional que
desarrolla diversas normas y estándares para evaluar la calidad en diversos ámbitos. Actúa en
colaboración con diversos organismos nacionales (en total 163) de normalización. En el caso
argentino, con IRAM: Instituto Argentino de Normalización y Certi cación. ISO funciona de
modo colaborativo: expertos de diversos sectores (industria, negocios, tecnología, etc.) se
reúnen con otros de organismos gubernamentales, laboratorios de pruebas, asociaciones de
consumidores, académicos y asociaciones internacionales gubernamentales y no
gubernamentales para elaborar las normas.
ISO 26.000 es una guía de carácter voluntario que orienta prácticas de responsabilidad social.
Busca:
ISO 26.000 fue elaborada por un comité técnico ISO/WG (ISO Working Group) en materia de
responsabilidad social, liderado por el Instituto Sueco de Normalización (ISO, 2010). A
diferencia de otras normas (como ISO 9001, o ISO 14.001 que son normas obligatorias de
certi cación) ISO 26.000 no certi ca, sino que contiene guías voluntarias. Surge en el 2001,
luego de que varias agencias iden caran la necesidad de trabajar una nueva norma de
responsabilidad social. En el 2003, el directorio técnico identi có iniciativas en
responsabilidad internacional y en el 2004 se celebró una Conferencia Internacional ISO y se
creó el Grupo de Trabajo (ISO/WG) cuyo objetivo fundamental era integrar experiencias
internacionales en materia de responsabilidad social. ISO 26.000 fue desarrollada en
colaboración de representantes de: industria, gobierno, trabajo, consumidores,
organizaciones no gubernamentales, servicios, apoyo, entre otras, mediante un diseño de
equilibrio entre geografías y géneros diversos. Se gestiona la norma mediante la dirección
conjunta de ISO Brasil (ABNT: Associação Brasileira de Normas Técnicas) e ISO Suecia (SIS:
Swedish Standards Institute). Bajo la dirección de las mismas se convocan a 6 expertos por
organismo de normalización nacional y 2 por organización vinculada (empresa,
consumidores, mundo del trabajo, etcétera).
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Consulte el siguiente artículo que explica los cuatro pasos clave para la implementación de
ISO 26000, haciendo clic aquí.
Rendición de cuentas.
Transparencia.
Ética.
Legalidad.
Fuente: Imagen intitulada sobre visión esquemática de ISO 26.000, s.f., recuperada
de https://goo.gl/DeyHpM
Los principios deben ser aplicados a todos los procesos de la organización. La aplicación de la
guía ISO 26.000 se realizará en siete ejes de intervención:
Gobernanza de la organización.
Derechos Humanos.
Prácticas laborales.
Medio ambiente.
GRI (Global Reporting Initiative) es una organización internacional independiente que reporta
informes de sustentabilidad desde 1997. Nace en Boston, impulsada por agencias de
cooperación al desarrollo y secretarías de asuntos económicos de Suecia, Suiza, Reino Unido,
Países Bajos, Alemania y Australia. También por fundaciones como Alcoa, ONCE y 600
organizaciones de 60 países (GRI, s.f.).
GRI es un ejemplo de iniciativa privada de alcance mundial (Gilli, 2011) que elaboró una
metodología para la realización de memorias de sustentabilidad. El objetivo de las guías para la
elaboración de memorias de sostenibilidad, como el caso de G4, es promover la
estandarización de las mismas. La guía es el resultado de la participación de diversos grupos
de interés de todo el mundo: empresarial, sindical, sociedad civil, mercados nancieros,
auditores y especialistas en diversas disciplinas, entre otros, en simbiosis con reguladores
(GRI, 2015).
La guía se compone de dos partes: una primera que contiene los principios de elaboración de
memorias y contenidos básicos y otra parte que contiene un manual de aplicación. Los
contenidos de las memorias de sostenibilidad conforme a las pautas GRI deben orientarse
conforme a los siguientes principios:
Principio de materialidad.
Contexto de sostenibilidad.
Exhaustividad.
El principio de materialidad deviene de central importancia en la elaboración de la memoria. El
mismo permite determinar los aspectos materiales que condicionan la sostenibilidad: aquellos
aspectos que re ejan efectos económicos, ambientales y sociales signi cativos de la
organización; y los que tienen un peso superlativo en evaluaciones de los grupos de interés.
La guía supone una consideración enriquecida del análisis de materialidad (Lavado, 2013). A la
hora de implementar este principio es conveniente guiarse por los siguientes interrogantes:
¿qué interesa?, ¿a quién interesa? y ¿cómo lo gestionamos? Para ello puede elaborarse una
matriz de materialidad al cruzar dos variables: el grado de madurez de los temas y la relevancia
o riesgo que puede suponer en materia de sustentabilidad (si seguimos la opinión de expertos
y los presupuestos de la sustentabilidad). Para el análisis de madurez puede utilizarse la
metodología del benchmarking: medir tendencias y prácticas de sustentabilidad de los
competidores y visualizarlas para el sector. Para el análisis de relevancia/riesgo con expertos
puede apelarse a encuestas, entrevistas y sesiones presenciales.
Por lo que respecta a la implicación de los grupos de interés existen diversas herramientas
(Lavado, 2013) apoyadas en la aplicación de metodologías participativas que posteriormente
permitan establecer rankings de prioridades. Al cruzar este ranking en base a las prioridades
de los grupos de interés con las de la organización emergen nuevas matrices de
prioridades/desempeño.
“Contexto de sostenibilidad
Principio: La memoria ha de presentar el desempeño de la organización en el contexto más
amplio de la sostenibilidad” (GRI, 2015, p.17).
“Materialidad
Principio: La memoria ha de abordar aquellos aspectos que:
Exhaustividad:
Principio: La memoria ha de abordar los aspectos materiales y su cobertura de modo que se
re ejen sus efectos signi cativos tanto económicos, ambientales como sociales y que los
grupos de interés analizar el desempeño de la organización en el periodo analizado” (GRI,
2015, p. 17).
Comparabilidad
Principio: La organización ha de seleccionar, reunir y divulgar la información de manera
sistemática. La información debe presentarse de tal forma que los grupos de interés puedan
analizar la evolución del desempeño en la organización, y que este se pueda analizar con
respecto al de otras organizaciones (GRI, 2015, p. 18).
“Precisión
Principio: La información ha de ser lo su cientemente precisa y pormenorizada para que los
grupos de interés puedan evaluar el desempeño de la organización” (GRI, 2015, p. 18).
“Puntualidad
Principio: La organización debe presentar sus memorias con arreglo a un calendario regular,
para que los grupos de interés dispongan de la información en dicho momento y puedan tomar
decisiones bien fundamentadas” (GRI, 2015, p. 18).
“Claridad
Principio: La organización debe presentar la información de modo que los grupos de interés a
los que se dirige la memoria puedan acceder a ella y comprenderla adecuadamente” (GRI,
2015, p. 18).
Fiabilidad
Principio: La organización ha de reunir, registrar, recopilar, analizar y divulgar la información
y los procesos que se siguen para elaborar una memoria de modo que se puedan someter a
evaluación y se establezcan la calidad y la materialidad de la información (GRI, 2015, p. 18).
En base a los principios de elaboración anteriores las memorias de sostenibilidad precisan los
siguientes contenidos básicos (adaptado de GRI, 2015):
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YOUTUBE
Las memorias GRI contienen elementos b ásicos que permiten valorar de modo íntegro la
cadena de valor de la organización. Están también articuladas con los Principios del Pacto
Mundial (Global Compact) tal como se ilustra en la gura 21, así como con las directrices de la
OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) para las empresas
multinacionales y con los Principios rectores de las Naciones Unidas sobre las empresas y los
derechos humanos.
Referencias
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ética? [Youtube]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?
v=NQp9kveDICY
Unidad 12. Gobernanza ética en las organizaciones
Los desafíos a los que nos enfrenta el siglo 21 requieren nuevos modos de articular
la producción y distribución de riqueza. Como se dijo previamente, el gobierno no
puede ya gobernar sólo. A ningún nivel: ni a nivel político-estatal ni a nivel
político de la empresa. Se precisa la construcción de redes de gobernanza que
gestionen el valor, también el valor público. De ahí que la gobernanza se
constituye como un reto fundamental para poder abordar la complejidad social,
económica, política y cultural emergente; para situarnos por primera vez en la
historia de modo mundial ante un cosmopolitismo profundo y radical (González
Esteban, 2013).
En tanto organización, la empresa puede entenderse como un “sistema social que combina
recursos humanos y mentales para el logro de una nalidad mediante adecuada dimensión y
coordinación del trabajo” (Camacho Larraña, Fernández Fernández, González Fabré y
Miralles, 2013, p. 38). Esto involucra, desde luego, la dimensión personal, individual: personas
que buscan nalidades, dotadas como están de libertad en la determinación de medios y nes.
Nos situamos así en un nivel micro, un nivel personal de análisis ético con todas las
características que ello comporta. En la organización se respetarán los derechos constitutivos
a la persona. Esto exige retomar el enfoque de la dignidad intrínseca de la persona, de raíz
kantiana, con todo lo que implica: de una moralidad en base no sólo a derechos, sino también
a deberes (el imperativo categórico kantiano en su segunda y tercera formulación obliga al
tratamiento de la persona como sujeto que cae fuera del ámbito de la causalidad, esto es, no
sólo como medio, sino como n en sí misma). Tal abordaje de los derechos remite a un plano
de deberes éticos ineludibles: los derechos dados en la interrelación suponen toda una
compleja geometría de deberes, como por ejemplo el derecho a la educación exige el deber de
brindar el servicio educativo. Pero, además, la organización misma se constituye como sujeto
moral, con lo que entramos en un nivel meso de análisis ético. En este nivel cada
organización tiene su propia cultura, que le es especí ca en el campo de organizaciones y
tiene una identidad propia, e induce mediante un sistema de valores unas orientaciones para
la acción, apoyada en hábitos determinados, bien automáticos y rutinarios, bien explícitos y
orientados.
De ne fronteras de identidad.
La cultura de la organización (Villoria Mendieta, 2000) no está constituida sólo por los
componentes observables (artefactos, infraestructuras varias, entre otros), también incorpora
elementos parcialmente observables (valores, ideales, estándares, etcétera) y otros
directamente no observables (suposiciones sobre la naturaleza humana, las relaciones entre
ser humano y naturaleza, etcétera).
La cultura es, respecto a la empresa, como el carácter es al individuo, y así como la persona
actúa conforme a unos valores, también la cultura es un repositorio de ideales y valores para la
organización, sea de modo explícito o implícito. Genera pautas de socialización moral que
constituyen el patrimonio inmaterial de la organización.
Cada organización posee un ethos de nido, un carácter que cristaliza en hábitos, valores,
normas, etcétera. “El ethos en una institución se construye en su interior, como
representación que a la vez es modelo” (Etkin, 2012, p. 54). Un ethos que no es rígido, sino
que se organiza y reorganiza constantemente con la experiencia. El tipo de ethos que la
organización posea le ayudará o se constituirá en un obstáculo, para poder abordar las crisis y
di cultades que la interacción con entornos dinámicos y complejos genera.
Al igual que las personas pasamos por diversos grados de desarrollo moral (desde fases
tempranas en nuestra infancia de heteronomía moral, hasta el desarrollo de la autonomía
moral, de la mano del desarrollo emocional, cognitivo y de la conducta social), también las
organizaciones pueden situarse en un nivel u otro de enfoque respecto a los principios.
Como nos enseñaron los psicólogos morales (entre otros Kohlberg, 1992 y Lind, 2008) la
conducta moral de la persona involucra diversos elementos: la apreciación, el juicio y la
conducta coherente con el juicio. A medida que se desarrolla el juicio (sobre lo que inciden las
etapas de desarrollo evolutivo de la persona, pero también los sistemas de sanciones y
recompensas sociales, la fuerza de los líderes morales, etcétera) la conducta tiende a hacerse
más coherente con el juicio. De hecho, como viera H. Arendt (2007), la coherencia es el eje
central de la ética: pensar y actuar deben ir de la mano, la apuesta ética es conformar una vida
en la que se reduzca al máximo la brecha entre el pensar correcto y el actuar correcto. Ahora
bien, así como el pensar no puede ser un solo clasi car abstracto, sino el acomodo del juicio
respecto a la situación, persona, ocasión, etcétera, concreta, también la coherencia no es la
aplicación de una regla a la que podamos luego descargar la culpa del error. El pensar es
también la máxima responsabilidad, pues supone la tarea de hacerse autor de los propios
actos. Esto es, romper con rutinas, prejuicios y creencias preestablecidas. Esta ruptura es
favorecida por el enfrentamiento a los con ictos. Enfrentamiento que, para ser plenamente
ético, no puede resolverse por la apelación a la fuerza o cualquier otra situación de
heteronomía moral (situación en la que se cumple la norma por el miedo, por el interés
propio, etcétera), sino que apelará a ideales de autonomía (el sujeto no cumple la norma por
condición alguna sino que es él mismo condición de la norma y máxima de su acción.
Evidentemente, la autonomía plena es como la libertad en abstracto, un ideal que debe regular
la acción más que principio de acción alguno.
La postura convencionalista, que sienta la validez de los principios sobre los códigos de
referencia en una organización o cultura tiene severas limitaciones. Entre otras (Llano
Cifuentes, 1997), que complejiza la toma de decisiones colaborativa en marcos de pluralismo
moral, además de generar tensiones ocasionadas por la di cultad relativista para establecer
un consenso de base que no pueden resolverse, salvo al postular la posibilidad de acuerdos
que, por más que permanezcan en un plano de idealidad, deben estar en el horizonte de
interpretación y acción de personas y organizaciones. La cultura ética alentará, pues, este
posconvencionalismo.
El enfoque de los principios no es incompatible con el enfoque ético centrado en la virtud. El
primero –bien tome el nivel teleológico (utilitarismo: lo bueno se determina por las
consecuencias), bien un nivel deontológico (validez normativa independiente de las
consecuencias)- nos lleva al terreno en el que los con ictos pueden dirimirse en un escenario
racional al apelar a principios que justi quen la acción (decisión). Hay situaciones en las que
el enfoque de principios (como la apelación al imperativo categórico: actúa de modo tal que
pueda querer que la máxima de su acción se convierta en ley universal; actúa de modo tal que
consideres al ser humano, tanto en la persona propia como en la ajena, como un n en sí y
no sólo como un medio; actúa de modo tal que trate a la persona como parte de un reino de
los nes) se escorará hacia posiciones más deontológicas, y otras en las que lo hará hacia
posiciones más utilitarias. Baste recordar el famoso dilema del tranvía (salvar a una persona o
salvar a varias ante el paso de un tranvía). Por razones utilitaristas podemos considerar que es
preciso salvar más vidas, pero, ¿es válida esta solución desde el enfoque normativo derivado
del imperativo kantiano? Claramente no. Cualquiera de las dos opciones es inmoral. Una ética
prudencial, sin embargo, aportaría rasgos de razonamiento oportunos al efecto. Es el caso del
dilema que se le presentó a Dostoievski: matar a un niño para salvar a la humanidad sería un
ejercicio de prudencia, pero no por ello menos inmoral.
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El enfoque convencionalista: la organización para subsistir como tal tiene que garantizar
cierta recurrencia de procesos, estructuras, etcétera, lo que le exige tomar sus propias
normas y estándares como convenciones que justi can las decisiones.
La aplicación de los principios morales nunca procede de modo algorítmico, pues exige
procesos de re exión, deliberación y prudenciales de muy diversa índole. La razón en su uso
práctico no es una razón puramente teórica, sino una razón mediada por multiplicidad de
interacciones: entre el sujeto y su contexto, entre el sujeto y otros sujetos (pasados, presentes
o futuros), entre el sujeto y otros sujetos no humanos, entre un sujeto portador de una razón
fragmentada y el campo de emociones y sentimientos que lo sostienen, etcétera. No hay nada
menos puro que la razón práctica. Sin embargo, el ejercicio del juicio ético exige, como señala
la psicología moral, arbitrar un cierto distanciamiento respecto al nivel emocional. La
capacidad de distanciarse de las emociones propias y tomar como referencia, para esbozar una
perspectiva, emociones ajenas es fundamental para el ejercicio de la racionalidad en su uso
práctico.
Potenciar la cultura ética en una organización remite a la consideración de los tres niveles de
ética empresarial dialógica que se han sostenido a lo largo de este curso y que de nen tal ética
(González Esteban, 2001):
Nivel de justi cación: explicitar actividades y sus condiciones, aceptar grupos de interés,
etcétera.
Nivel de resolución: las respuestas concretas deberán quedar en manos de los propios
afectados, y establecer procedimientos que fomenten el diálogo racional y posterior
acuerdo entre diferentes grupos.
El marco procedimental para la resolución de con ictos remite a una hermenéutica crítica que
permita sentar las bases de la racionalidad de los discursos involucrados. Tal hermenéutica
puede sentarse en seis pasos (González Esteban, 2001):
Averiguar medios y valores necesarios para alcanzarlo. Los valores son imprescindibles.
Indagar la relación entre los bienes internos y externos de la organización (bene cios
económicos pero también sociales).
Edi car una cultura ética mejora el clima organizacional porque ayuda a disolver con ictos
que pueden enquistarse en diversas formas de resentimiento, pero también porque (si
apelamos a un enfoque de virtudes, por ejemplo) permite generar hábitos que organizan el
carácter de los individuos en la interacción especí ca de la organización. Identi car las
características de los individuos es un paso necesario para identi car variables que hacen al
clima laboral (García Solarte, 2009). Entre estas características están también las
características de la cultura ética (pautas de interacción, rasgos de carácter que inciden o se
modi can, etcétera).
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 35-64. Haga clic aquí.
Moreno Pérez, C. M. (2017). Ética de la empresa. Barcelona: Herder. Pp. 47-62. Haga clic
aquí.
Argandoña, A. (2003). Sobre los sistemas de gestión ética, social y medioambiental en las
empresas. Papeles de Ética, Economía y Dirección, n°8, pp. 1-16. Haga clic aquí.
González Esteban, E. (2007). La teoría de los stakeholders. Un puente para el desarrollo
práctico de la ética empresarial y de la responsabilidad social corporativa. Veritas. Revista de
Filosofía y Teología, vol. II, núm. 17, septiembre, 2007, pp. 205-224. Haga clic aquí.
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Reputación es un concepto relacional (se tiene reputación por algo y ante alguien) y social.
Está íntimamente vinculada a las expectativas: si se cumplen las expectativas se adquiere
reputación positiva, y, en caso contrario, negativa. Al mismo tiempo, tiene un estrecho vínculo
con las percepciones y representaciones sociales: creencias y prejuicios son orientadores de la
misma. La reputación es un hecho que se gana o pierde en función de la conducta observable,
a sabiendas que la conducta es observada siempre desde una intencionalidad, como toda
observación en general, pues siempre la observación está cargada teóricamente. La reputación
corporativa:
Pese al componente social de la reputación, para que la apariencia sea sostenida no sirve sólo
con la imagen de reputación, se precisa que la misma brote de los hábitos de la organización.
La con anza se gana sobre la base de un comportamiento íntegro. La gobernanza ética
contribuye a la conducta íntegra y a la con anza que debe sustentar la toma de decisiones,
habida cuenta de los contextos de elevada complejidad que las de nen en la actualidad.
Más que suministrar reglas jas, la ética ayuda a direccionar las decisiones más
adecuadas o justas en situaciones concretas y contribuye, a través de esa experiencia,
al desarrollo de una comunidad interna basada en la con anza (Gilli, 2011, p. 45).
Pero no sólo con anza interna. La reputación genera con anza y, al mismo tiempo, ésta en la
organización produce reputación. La con anza es el lazo social que permite el desarrollo de
prácticas virtuosas en diversos ámbitos de la acción humana (Cortina, 2003). La sociedad civil
tiene cada vez más presencia y peso. La soberanía del consumidor gana mayor relevancia,
siempre que el control público contribuya a generar las condiciones normativas e
institucionales para la concurrencia mercantil, y evite prácticas monopólicas por ejemplo.
Además, las relaciones comunitarias tienen cada vez más peso. Este peso mayor de la
ciudadanía, de la decisión del consumidor cada vez más consciente de sus derechos y del bien
común que la actividad económica genera, así como la vindicación de relaciones comunitarias
transparentes, participativas, equitativas, etcétera sitúan como eje central para la organización
la gestión de la reputación (Camacho Larraña, et.al., 2013).
Una buena reputación emerge cuando la empresa puede solventar las complicaciones que se le
aparecen, entre ellas (Etkin, 2012):
Apostar por una gestión que conduzca a mejorar la reputación de la organización exige
considerar las fortalezas y deblidades de la misma, investigar cómo transformar valores
negativos, generar pautas para tal transformación, etcétera.
En la reputación inciden múltiples factores, entre ellos (Francés Gómez, 2009):
En el siguiente artículo: “Tylenol, la crisis que abrió los ojos a muchas empresas” encontrará
información para entender cómo se puede gestionar una crisis de reputación mediante el
ejercicio de valores éticos, el caso Tylenol de Johnson & Johnson. Acceda haciendo clic
aquí.
Gestionar en la cotidianidad y atender a valores éticos en las diversas áreas es la clave para
poder abordar las crisis de reputación que pueden emerger por situaciones varias. Pero es
preciso atender a (Francés Gómez, 2009):
Revisar objetivos y nes y atender a las características son sólo del mercado, sino
también de la sociedad.
Apostar por prospectivas que permitan procesos de innovación profundos y cuyo impacto
consolide la organización precisamente por su vínculo con sociedad y medio ambiente.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 42-49. Haga clic aquí.
Moreno Pérez, C. M. (2017). Ética de la empresa. Barcelona: Herder. Pp. 63-66. Haga clic
aquí.
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Las exigencias y tendencias de la nueva cultura empresarial nos conducen hacia modelos
signados por (Cortina, 2000): los requerimientos de una nueva racionalidad comunicativa que
se sobrepone a las limitaciones de una perspectiva economicista; la presencia constante de
instancias de evaluación de satisfacción y delización respecto a servicios y productos;
modelos convergentes y colaborativos del ejercicio del poder (tanto a nivel organizacional
como a nivel social); la apuesta por una imagen más sistemática de la persona y la acción
humana como base sobre la que edi car estrategias de gestión.
Tanto a nivel macro como a nivel meso, es importante comprender que la cooperación emerge
de la necesidad humana de vínculo y, por lo mismo, se convierte en un poderoso motivador de
la acción humana.
Compartir: las virtudes suponen la incorporación práctica de los valores. Éstos son
esencialmente intersubjetivos en su ejercicio, pero también lo serán en su de nición,
estandarización, etcétera.
Con anza: gestionar para construir con anza, atender a los requerimientos de la
construcción de reputación al pensar en que la misma no surge de la simple imagen, sino
de la cristalización de hábitos en la organización. La con anza es resultado de la virtud
sostenida en el tiempo.
Compromiso: hoy se torna difícil dados los tiempos líquidos, que buscan el cambio por el
cambio mismo. Pero, por lo mismo, debe pensarse en distintos modos de compromiso
de los stakeholders que componen la organización. Atender a los valores emocionales es
una buena política para generar compromiso.
6. El marco más amplio y compartido del respeto por los derechos humanos (Etkin,
2012, pp. 163-164).
Compromiso de la asociación.
La colaboración exige atender a la de nición de alianzas estratégicas que deben ser pensadas
por la sincronización de la misión, visión y valores de las organizaciones involucradas. Las
asociaciones con organizaciones de la sociedad civil, como muestra el estudio referido
(Austin, Herrero y Re cco, 2004) genera retornos económicos y sociales, y produce así valor
público. Para una adecuada gestión de esta colaboración se hace necesario: un compromiso
real (que insume recursos humanos, económicos, etcétera); comunicación efectiva en cada
segmento de la cadena de valor; y mediación de resultados, para permitir reencauzar los
procesos, objetivos, etcétera.
En todo caso, la apuesta por la colaboración estratégica supone comprender que en cada
momento la organización puede transitar de un nivel a otro de colaboración, así como
también puede tener estrategias diferenciales de colaboración con diversas organizaciones
(otras empresas, el Estado, organizaciones de la sociedad civil, etcétera), y permea a cambios
requeridos por la propia dinámica de la interacción de la organización con el entorno.
La empresa gana
–
Reposicionamiento de marca.
Ventajas competitivas.
Donaciones.
Capacidad institucional.
Ventajas competitivas.
Moreno Pérez, C. M. (2017). Ética de la empresa. Barcelona: Herder. Pp. 22-39. Haga clic
aquí.
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Transitar en las organizaciones desde la ética de la sospecha hacia una ética basada en la
con anza exige modi car las pautas de autoridad y liderazgo.
La autoridad es una cualidad unida al ejercicio personal del poder en cualquiera de sus
ámbitos de aplicación. A medida que un directivo necesita acudir más a la fuerza, a la
coacción, a los reglamentos o a las leyes, en esa medida, su dirección será más
despótica; es decir, su autoridad será más administrativa. Por el contrario, en la
medida en que sus decisiones se legitimen en un proyecto integral de empresa y en
la ejemplaridad que él demuestre, hablaremos de un directivo con autoridad real. Lo
ideal en un grupo humano como la empresa es que la autoridad administrativa
coincida con la autoridad real (Cortina, 2000, p. 112).
Humor: el líder ético generará alegría, quitar hierro a las situaciones complejas y
desdramatizar con ictos y tensiones.
Finalmente se precisan los principios, como pueden ser los presentes en el modelo de las
5P:
Propósito: actuación marcada por nes éticos o compatibles con los estándares
éticos.
El líder genera fuerzas centrípetas que hacen converger la organización respecto a la misión,
visión y valores. Por esto debe atender a los procesos de motivación y comprensión, pero
también a criterios posconvencionales de selección de criterios y principios morales, así como
a las necesidades de realización de las personas, no sólo a las necesidades básicas.
Diversos estudios señalan que los líderes tienen unas aptitudes especí cas (Ruíz Palomino,
Ruíz Amaya y Martínez Cañas, 2014 y 2018): impulso, deseo de dirigir, honradez e integridad,
autocon anza, inteligencia y conocimientos relacionados con el puesto. El liderazgo tiene una
importancia fundamental en la construcción de conductas éticas en la organización.
Ciertamente, son diversos los factores que inciden en la conducta ética en una organización
(Ruíz Palomino, Ruíz Amaya y Martínez Cañas, 2014):
Proximidad del vínculo: la autoridad exige con anza, la con anza no se puede construir
desde la distancia (a menor distancia, mayor in uencia).
Liderazgo transaccional.
–
Liderazgo transformacional.
–
Fuente: adaptado de Ruíz Palomino, Ruíz Amaya y Martínez Cañas, 2018 y de Sánchez Montalván,
Las formas de liderazgo no deben entenderse como rígidas, sino que deben ser adaptadas a
cada momento de gestión. Esto es especialmente visible si tenemos en cuenta la dimensión
emocional del liderazgo, es decir las competencias éticas que moviliza la relación de liderazgo
(Goleman, 2013): ver cuadro 3.
Las diversas situaciones de gestión exigen diversos modos de liderazgo, por lo que la
capacidad de exibilizar el estilo de liderazgo y construirlo según las competencias
emocionales involucradas resulta fundamental (Goleman, 2005 y 2013). En todo caso, la ética
atraviesa las diversas formas de liderazgo: en ocasiones se precisa de un liderazgo autoritario
para salvaguardar la sustentabilidad de la organización o generar equilibrios. Y este tipo de
liderazgo es importante también en clave ética: el primer deber del líder es garantizar la
sostenibilidad de la organización. Además, en determinadas ocasiones se precisa introducir
correcciones sobre inequidades y contrarrestar tendencias para restaurar equilibrios, y forzar
los deseos de los colaboradores, incluso cuando se llega a situaciones límite como el despido.
Siempre, esto sí, bajo los límites y requerimientos que la ética impone, que vimos cuando
expusimos cuestiones éticas relacionadas con los diversos stakeholders.
Garantizar la habilidad e imaginación ética para que el líder sepa moverse por los diversos
estilos de liderazgo que la situación exige, supone atender con cuidado al modo como se
construye la relación de liderazgo, mediante el cultivo de competencias y virtudes del liderazgo
(ver cuadro 4), por supuesto pueden añadirse más.
Competencias.
–
Externas:
Visión de negocio.
Gestión de recursos.
Negociación.
Networking.
Interpersonales:
Comunicación.
Delegación.
Integridad.
Bondad.
Personales:
Humildad.
Iniciativa.
Disciplina.
Inspiración.
Apertura mental.
Virtudes.
–
Audacia.
Prudencia.
Responsabilidad.
E cacia.
Ética de mínimos: capacidad para establecer mínimos éticos aceptables por la comunidad.
Con anza.
Templanza.
Justicia.
Fortaleza.
Magnanimidad.
Fuente: Elaboración propia en base a Serrano 2017, Savater, 2014 y Moreno Pérez, 2001.
Las competencias, en tanto disposiciones que anidan en y se forman desde el ser, el hacer, el
querer y el poder (la capacidad de hacer frente a resistencias), están emparentadas con las
virtudes. Una gestión conforme a valores exige cristalizar en la estructura de competencias
exigida al puesto los valores que guíen las prácticas, conductas y decisiones, de modo tal que
la competencia pueda realizarse, y cristalizar en la estructura de hábitos virtuosa (aquella que
permite incrementar los niveles de bienestar, e ciencia, etcétera) de la organización.
La ética está presente de modos diversos en las diferentes formas de liderazgo. Si nos
atenemos a un liderazgo de tipo transaccional, la ética está presente bajo el principio genérico
del do ut des (doy para que me des). Se trata de una ética heterónoma que tiene limitaciones
para sostener en el tiempo la motivación y creatividad del sujeto, más próximas siempre la
autonomía. Si entramos en un liderazgo de tipo transformacional, la ética se nos presenta
cuando consideramos los límites de la persona e interacción que buscamos transformar. En el
terreno de un liderazgo relacional (o servidor), la ética se impone por el lado de la
consideración y escucha del otro. Podríamos aún analizar más rasgos éticos.
El liderazgo ético no es así una forma especial de liderazgo, sino el cultivo de las competencias
y virtudes que cada forma de liderazgo exige para la situación de gestión involucrada. A modo
de ejemplo, respecto a la visión antes mencionada de Goleman (2005) podemos señalar
algunos aspectos éticos involucrados:
Liderazgo orientativo: atender con cuidado los nes a los que se dirigen los esfuerzos, y
tomar en cuenta la presencia de riesgos en los mismos que pueden dañar la interacción.
El liderazgo ético supone autoridad organizacional, así como motivación y estímulo mediante
discursos positivos, pero también actuación conforme a principios para la acción (ver tabla 5).
La fuerza de la dignidad cuando se construye de modo colaborativo mediante líderes que
operan con la vista puesta en el interés común es un motor fundamental de desarrollo de la
organización. El líder actúa éticamente cuando reconoce a la persona como sujeto
protagonista, libre, inteligente y con una dignidad que es fundamento de toda interacción. En
situaciones de con icto, el liderazgo ético se convierte en una herramienta fundamental para
situar el equilibrio necesario a la gestión.
Principio de control y gestión sobre con ictos de interés: abordar los dilemas que se
presentan con imparcialidad, transparencia y objetividad.
Disposiciones a cultivar.
–
Creatividad.
Iniciativa.
Tenacidad.
Visión estratégica.
Autoestima.
Flexibilidad.
Capacidad de autocrítica.
Compromiso.
En los siguientes videos tiene interesantes re exiones sobre la dimensión ética del liderazgo:
YOUTUBE
Liderazgo ético
Liderazgo ético
Un acercamiento al Liderazgo ético: -Lo primero es Restituir al concepto de
ética aplicada al liderazgo, su formidable potencial de impulso, congruencia,
avance decidido y apertura a horizontes más amplios. -Ha convenido a ciertos
actores sociales y personas de juego corto, asimilar a la ética aplicada al
liderazgo, atributos tales como limitación y pérdida de oportunidades.
VER EN YOUTUBE
YOUTUBE
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 35-64. Haga clic aquí.
Moreno Pérez, C. M. (2017). Ética de la empresa. Barcelona: Herder. Pp. 39-47. Haga clic
aquí.
Unidad 13. Planeamiento estratégico de la RSE y la
sustentabilidad
“La posición ética no se limita a denunciar desigualdades: también requiere una actitud
incitadora, un proyecto de cambio en el plano de los principios y prioridades para respaldar
decisiones técnicas” (Etkin, 2012, p. 191).
Sin duda, la estrategia de la compañía está moldeada por múltiples factores: situaciones
internas o externas (que son el punto de partida para la creación de estrategia); fuentes de
presión externa (grupos de interés especiales, factores de reputación, factores políticos,
coyunturas económicas, etcétera).
Según Porter (1991, 2015) la industria está moldeada por cinco fuerzas competitivas:
determinantes del poder de los proveedores: peso del volumen para proveedores,
mecanismos de diferenciación para insumos, costos, impacto de los insumos en el costo
o la diferenciación, etc.
Riesgos por la creación de nuevas empresas, el poder negociador de los compradores, el poder
negociador de los proveedores y la amenaza de productos sustitutos moldean la estructura de
la empresa y se conforman con fuerzas competitivas. La estrategia competitiva de la empresa
intenta, en este contexto, moldear el ambiente a favor, y tomar como elementos
condicionantes de su selección: el atractivo de rentabilidad y la posición competitiva dentro
del sector (Porter, 2015).
Las empresas logran ventaja competitiva mediante el valor que generan para sus clientes al
superar los costos. “El valor es creado cuando una empresa crea una ventaja competitiva para
su comprador, disminuye el coste de su comprador o aumenta su desempeño” (Porter, 1991,
p. 70). Para Porter (2015) existen dos estrategias genéricas para la ventaja competitiva:
liderazgo en costos: fabricar al costo más bajo, mantener paridad y proximidad con la
competencia por la diferenciación;
No entraremos en el modelo de Porter, sólo señalaremos algunos hitos relevantes para el caso
que nos ocupa. Hay diversos aspectos a tener en cuenta (ver en Porter, 2015):
las reglas de la competencia están circunscritas en la dinámica de las cinco fuerzas, las
mismas determinan la rentabilidad en la medida en que in uyen en los costos, los
precios y las inversiones a realizar. De aquí se deriva también que no es su ciente para el
éxito con satisfacer las necesidades del cliente, se precisan las demás fuerzas;
Estas observaciones permiten considerar el lugar que las iniciativas de RSE deberán tener en
la estrategia competitiva de la empresa, y tener en cuenta que el diseño de las estrategias debe
estar contemplado en la planeación estratégica de la organización, así como modi car la
estructura de la misma (Porter, 2015).
En la siguiente nota se comenta las prácticas de reutilización de teléfono celular por una
compañía como Vodafone. Puede acceder desde aquí.
Porter y Kramer (2006) consideran que una herramienta fundamental de ventaja competitiva
es la creación de valor compartido. Para que la colaboración llegue a buen puerto se precisa
que cada participante obtenga una riqueza no negativa de tal colaboración, respecto a las
alternativas que generan costos de oportunidad (Salas Fumás, 2011). El impulso a la
colaboración no es puramente externo, pues el bienestar social que genera la empresa es algo
que también repercute en el modelo de Porter y Kramer (2006) en el propio bene cio
económico, mediante la inserción de la ventaja competitiva que la colaboración ofrece en el
modelo de las cinco fuerzas: otorga reducción de costos (por la vía de tecnologías e cientes e
innovadoras), o incrementa el valor por la vía de la estrategia de la diferenciación.
El análisis de la cadena de valor también puede orientar la visión y planeamiento que, sobre la
interdependencia con el entorno social y ambiental, debe establecer la empresa. Al igual que el
análisis de la cadena de valor orienta a la organización en la estructuración de su modo de
hacer negocios, también puede orientar la valoración de los impactos socio-ambientales.
Figura 3. Impacto social y cadena de valor (la vista de adentro hacia afuera de la
organización)
Fuente: Porter y Kramer, 2006, p. 10.
Por su parte el análisis de los factores que inciden en la ventaja competitiva puede
contemplarse mediante el diamante de Porter (ver gura 4).
Elegir adecuadamente los temas sociales a abordar: los mismos deben converger con el
negocio propio. Pueden dividirse en tres:
Cada organización de nirá, en función de su propia estructura, cada tipo de estos problemas y
actuará en consonancia. Un mismo problema puede ser, a la vez, de los tres tipos según la
organización.
Crear una agenda social corporativa: va más allá de la simple reparación por daños
causados. Debe ser sensible a los stakeholders. También debe procurar ir más allá de la
reactividad (actuación ante impactos generados) no sólo por el lado de la previsión sino
también por apostar a una RSE estratégica e incorporar tanto la visión de adentro a
afuera como la inversa (de afuera a adentro). Por esto, se avanzará desde el abordaje de
problemas genéricos hacia la integración en el contexto competitivo. Se genera valor
compartido al invertir en aspectos sociales de contexto.
Integrar las prácticas volcadas hacia fuera y hacia el interior: generar cadena de valor
mediante la mejora de dimensiones del contexto social (ver videos en recuadro a
continuación).
Crear una dimensión social en la propuesta de valor ofrece una “nueva frontera en el
posicionamiento competitivo” (Porter y Kramer, 2006, p. 13).
YOUTUBE
Nestle India
Nestle India
VER EN YOUTUBE
Fuente: Global Initiatives, 2011, recuperado de: https://goo.gl/k2wy3g
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El cuadro de mando integral (balanced scorecard o BSC, por sus siglas en inglés) permite
disponer de una visión integral de indicadores, armonizándolos con la visión y estrategia de
una organización. También permite contemplar el desempeño de una organización en cuatro
perspectivas (Gilli, 2011): nanciera; atención al cliente (perspectiva del cliente); proceso
interno; formación y crecimiento. Puede adaptarse al caso (ver gura 5).
Indicadores
Perspectiva Indicadores usuales
sustentabilidad
infraestructuras,
servicios, control de
impacto ambiental,
programas de acción
social.
cliente. Retención. Reclut la no
amientoCuota de discriminación. Incumpli
productos y salud e
quejas y sugerencias.
y residuos. Porcentaje de
materiales recuperados.
trabajo. Retención de Seguimiento de
empleados. carrera. Tasas de
laboral.
Análisis de objetivos: convertir los estados negativos del árbol de problemas en estados
positivos. Una vez hecho, determinar relación medios- nes cara a detectar
incoherencias.
Para ampliar información sobre cómo construir un marco lógico puede atender al siguiente
archivo.
Universidad Autónoma de Occidente (2007). Guía para la elaboración del marco lógico.
Puede acceder desde aquí.
De modo que se puede elaborar una matriz en la que se integren los diversos elementos: la
primera de las columnas sería un resumen narrativo de los objetivos y actividades. De tal
modo, la matriz gira en torno a dos lógicas:
Herramientas como la metodología del marco lógico permiten situar elementos centrales de
sustentabilidad en la planeación estratégica. Y herramientas como el CMI, posibilitan
alinearlos con los objetivos, misión y valores de la organización, y cruzar diversas áreas de
gestión.
En las siguientes guras se presentan los elementos del cuadro de mando integral ( gura 8),
su adaptación a la gestión sustentable ( gura 9) y cómo integrar elementos éticos en el CMI
( gura 10).
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013).
Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao: Desclée de Brouwer. Pp. 38-55. Puede
acceder haciendo clic aquí.
Francés Gómez, P. (2009). Ética de los negocios. Innovación y responsabilidad. Bilbao:
Desclée de Brouver. Pp. 79-91. Puede acceder haciendo clic aquí.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 66-85. Puede acceder haciendo clic aquí.
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Las empresas impactan sobre el entorno (ambiental, social y cultural) de diversos modos. La
responsabilidad social no es una responsabilidad moral de tipo individual, sino una
responsabilidad ante los impactos de la organización. Por esto, precisamente, un abordaje
integral de la sustentabilidad exige contemplar todo el proceso de gestión.
En el siguiente enlace F. Valleys (s.f.), nos ofrece una visión integral del proceso de
responsabilidad social en las organizaciones. Puede acceder desde aquí.
Un SGAS debe estar compuesto por los siguientes elementos (adaptado de IFC, 2015):
Camacho Larraña, I., Fernández Fernández, J. L, González Fabré, R., y Miralles, J. (2013).
Ética y responsabilidad social empresarial. Bilbao: Desclée de Brouwer. Pp. 55-69 y 224-
233. Puede acceder desde aquí.
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 105-127. Puede acceder desde aquí.
Unidad 14. Gestión del riesgo de la empresa
Las decisiones técnicas deben acompañar, así, a las decisiones políticas y éticas. Y
todo el entramado de decisión-acción asumirá el moldeado de la gobernanza:
trabajo colaborativo desde los cuatro sectores (privado, público, social y
académico).
Introducción
Introducción
Para conocer sobre gestión de riesgos (y, en general, normas de estandarización y otros
procesos) puede visitar las webs de los siguientes organismos:
Puede conceptuarse el riesgo (Siles y Mondelo, 2015) como cualquier evento (previsto o no)
que puede alterar objetivos y resultados, de modo que el riesgo constituye una amenaza
(impacto negativo) o una oportunidad (impacto positivo). ISO 31000 concibe el riesgo como
“efecto de la incertidumbre sobre el logro de objetivos” (IRAM-ISO 31000, 2015, p. 10). Esta
de nición se complementa con las siguientes observaciones (IRAM-ISO 31000, 2015): que tal
efecto es un desvío sobre lo esperado (positivo o negativo); que así como los objetivos son de
distinto tipo ( nancieros, medioambientales, de seguridad y salud), también lo serán los
riesgos; que generalmente el riesgo se caracteriza por relación a eventos potenciales y sus
consecuencias; y que el riesgo se mide en términos de probabilidad.
Por todo ello, es importante comprender que la gestión del riesgo debe estar integrada en la
gobernanza, plani cación y estrategia de la organización, ésta debe partir de un
establecimiento de contexto que capture “los objetivos de la organización, el entorno en el que
ésta persigue estos objetivos, sus partes interesadas y la diversidad de criterios de riesgo, lo
que ayudará a revelar y evaluar la naturaleza y complejidad de sus riesgos” (IRAM-ISO 31000,
2015, p. 7).
La gestión de riesgos permite a la organización (IRAM-ISO 31000, 2015): conseguir mejor los
objetivos, establecer pautas para una gestión proactiva, identi car oportunidades, mejorar
gobernanza, procesos, controles, reputación, etcétera.
La norma ISO 31000 establece principios y guías genéricos en la gestión del riesgo (IRAM-ISO
31000, 2015), aunque aplicable a cualquier tipo de organización, y si bien proporciona guías
genéricas, su intención no es promover uniformidad, sino que busca “armonizar los procesos
de gestión del riesgo tanto en normas actuales como futuras” (IRAM-ISO 31000, 2015, p. 10).
En esta norma está presente también todo un glosario de términos que armoniza el abordaje
del riesgo: actitud frente al riesgo, propietario del riesgo, riesgo residual, per l de riesgo,
etcétera. Aquí no nos detendremos en el detalle del mismo, sólo expondremos lo que
constituye para la norma un marco genérico de gestión del riesgo.
La norma señala 11 principios genéricos que ayudan a un tratamiento e caz del riesgo:
La gestión del riesgo crea y protege valor [ayuda al logro de objetivos y mejora el
desempeño, el cumplimiento legal, la reputación, etcétera]. (…)
La gestión del riesgo es una parte integral de todos los procesos de la organización.
(…)
La gestión del riesgo es dinámica, iterativa y capaz de reaccionar ante los cambios.
(…)
El marco establece las pautas generales que conducen al éxito en la gestión del riesgo y
proporciona orientaciones, fundamentos y disposiciones para incorporar en toda la
organización y todos los niveles (IRAM-ISO 31000, 2015). El objetivo del marco es ayudar a
las organizaciones a integrar la gestión del riesgo con otros sistemas de gestión.
El marco de gestión del riesgo establece como primer paso de nir un rme compromiso de la
dirección, así como la plani cación estratégica para generar el compromiso en todos los
niveles organizacionales (mandato y compromiso). En esta instancia se deben de nir las
políticas de gestión del riesgo, alinearlas con la cultura de la organización, de nir indicadores
de desempeño alineados con el resto de indicadores, así como los objetivos de gestión del
riesgo con los demás objetivos, asegurar el cumplimiento de leyes y reglas, disponer los
recursos para el sistema, comunicar a las partes interesadas y asegurar el adecuado desarrollo
del marco (IRAM-ISO 31000, 2015).
A partir de esta instancia el marco prevé la consideración de los siguientes elementos en su
interacción (adaptado de IRAM-ISO 31000, 2015):
Un marco de gestión del riesgo debe contener las siguientes fases (adaptado de IRAM-ISO
31000, 2015):
Implementar el proceso de gestión del riesgo (aplicar el proceso a todos los niveles).
Seguimiento, control y revisión del marco: medir desempeño con indicadores revisados
periódicamente, establecer corrección sobre desviaciones, revisar periódicamente política,
plan y marco de gestión, informar sobre riegos y el avance de su gestión.
Mejora continua del marco: tomar decisiones concretas y evaluables sobre cómo mejorar el
marco.
Figura 14: Relación entre los elementos del marco de gestión del riesgo
Valoración del riesgo: comparación del nivel de riesgo con los criterios de riesgo
establecidos al considerar el contexto. Tener en cuenta la tolerancia al riesgo de las
partes involucradas. Pueden usarse matrices de valoración de riesgo (ver gura 16), e
identi car los riesgos y catalogarlos por su impacto y probabilidad.
Tratamiento del riesgo, que implica el proceso cíclico: evaluar tratamiento, decidir
niveles de riesgo (residual) tolerables, implementar nuevo tratamiento si no son
tolerables, evaluar la e cacia del tratamiento. El tratamiento del riesgo arroja diversas
opciones (entre las que hay que elegir y balancear costos y esfuerzos versus bene cios,
considerar los requisitos legales o compromisos en materia de responsabilidad social por
parte de la organización):
Evitar el riesgo (no dar pie al mismo o no continuar con la acción que lo origina).
La norma ISO 31000 también recomienda para una gestión avanzada del riesgo (IRAM-ISO
31000, 2015): implementar procesos de mejora continua, diseñar mecanismos de
responsabilidad total ante riesgos, aplicar la gestión de riesgos en toda toma de decisiones,
comunicación continua e integración total en la estructura global de la gobernanza
organizacional.
En el siguiente video obtendrá una detallada explicación de procesos de gestión de riesgos con
la norma ISO 31000 y otras normas y estándares, en caso de que desee profundizar en lo
considerado en este apartado.
Video 1. Sistema de Gestión de Riesgos - ISO 31000: Cómo gestionar riesgos con
GlobalSUITE® Risk Management
31000: Cómo gestionar riesgos con GlobalSUITE® Risk Management; [Youtube]. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?v=rnW7q03iDvA
En los procesos de gestión de riesgo tienen un lugar central los sistemas de control interno
de las organizaciones. Se entiende por control interno a las acciones concatenadas de los
miembros de la organización orientadas a: consecución de metas, prevenir pérdida de
recursos, asegurar información nanciera y cumplir con leyes y normativas (Rivas Márquez,
2011). Hay diversos modelos, entre ellos los más usuales son: COSO (Comitee of Sponsoring
Organizations) desarrollado en EEUU en 1992, el COCO (Criteria of Control Committee) originado
en Canadá en 1995, y el MICIL (Marco Integrado de Control Interno Latinoamericano)
aprobado por FLAI (Federación Latinoamericana de Auditoría Interna) y el Proyecto
Anticorrupción y Rendición de Cuentas en las Américas. No entraremos en el detalle de estos
sistemas, pero sí señalamos que los tres involucran elementos de gestión de riesgos, y por lo
mismo los referenciamos como elementos importantes en la consideración del riesgo.
COSO señala como componentes de un sistema de control interno (Rivas Márquez, 2011): el
ambiente de control, la evaluación de riesgos, las actividades de control, la información y
comunicación, y nalmente el monitoreo. Relativo a la evaluación de riesgos contempla la
necesidad de la evaluación: identi car, analizar y administrar riesgos como fase previa a su
valoración hecha en función de los objetivos de la organización. COCO (Rivas Márquez, 2011)
también contempla (para este modelo el control es un sistema de apoyo al personal en el
logro de las categorías siguientes: efectividad y e ciencia; con abilidad de reportes;
cumplimiento de leyes, normativas y políticas) la categoría evaluación de riesgos. Finalmente
MICIL (Rivas Márquez, 2011) establece cinco componentes de control interno: ambiente de
control y trabajo institucional; evaluación de riesgos para obtener objetivos; actividades de
control para minimizar los riesgos; información y comunicación para fomentar la
transparencia; y supervisión interna continua y externa periódica. En las tablas 2 y 3 se
pueden apreciar algunos de los rasgos de estos componentes.
(transparencia) periódica
objetivos riesgos
Modelos de gestión de riesgo (no sólo ISO 31000, hay muchos más) sistemas de control de
riesgo, pero también se pueden contemplar en el abordaje del riesgo otras instancias como la
moral compliance (Camarero, San-José y Ruíz-Roqueñi, 2017). Se trata aquí de ir más allá del
cumplimiento de la legalidad, y considerar la compliance como una herramienta para prevenir
y orientarse en escenarios de riesgo. La moral compliance busca establecer un modelo de
gestión orientado a una nueva ética y cuyo objetivo estratégico sea la sustentabilidad.
Articulada con los sistemas de control y vigilancia en la prevención de delitos, pero sobre todo
incorporada en la cultura de la organización y en los sistemas de acotamiento y apoyo en las
decisiones, la moral compliance es una herramienta más en la gestión de riesgos. Se esgrime
desde ella un modelo de prevención y control de riegos morales (cuyo esquematismo
presentamos en la gura 17) que contempla los siguientes elementos (Camarero, San-José y
Ruíz-Roqueñí, 2017):
Canales de comunicación.
Sistema de reconocimiento/disciplinario.
Órgano de supervisión.
En los siguientes enlaces encontrará videos que le permitirán esclarecer lo que se explicitó
anteriormente.
YOUTUBE
YOUTUBE
Gilli, J. J. (2011). Ética y empresa. Valores y responsabilidad social en la gestión. Buenos Aires:
Granica. Pp. 105-127. Puede acceder haciendo clic aquí.
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La comunicación en una organización debe ser algo plani cado, gestionado estratégicamente
y encaminado hacia la escucha activa de las partes involucradas en los distintos procesos,
servicios, etcétera. Una organización que cumpla con los criterios de la transparencia, la
honestidad, sea proactiva respecto a los retos y oportunidades, entre otros, debe desarrollar
adecuados sistemas de comunicación. Comunicar es un proceso de doble vía, por lo tanto no
es sólo informar, sino receptar y allí donde sea el contexto y oportunidad, espacios de
diálogo.
Desde los presupuestos de una ética dialógica el ideal es la posibilidad de un contrato moral
entre las partes involucradas, bien internas, bien externas a la organización. Para tal
posibilidad y acercamiento al ideal se precisa un acuerdo fáctico mínimo y el establecimiento y
seguimiento de un procedimiento ético-discursivo. El acuerdo fáctico permite, mediante un
enfoque crítico, aproximar el momento teleológico de la organización (sus nes y relación a
los medios), vinculado a los aspectos económicos, al momento deontológico, especí camente
ético. Como ya hemos expuesto, este acuerdo fáctico emerge del diálogo entre las partes
interesadas, y lleva la voz cantante de aquellos segmentos que lideran la organización. Pero en
todo caso, el diálogo deberá cumplir con las condiciones de: sinceridad, inclusión,
reciprocidad y simetría. Estas condiciones del diálogo, junto con el principio de
universalización (son aceptables aquellas reglas de acción que suscitan el consenso de todos
los participantes que conocen las consecuencias del mismo), matizadas a la realidad
contextual, histórica, cultural, etcétera, de la organización mediante principios de adecuación,
constituyen la base en la que se apoyará una comunicación plena. La sola información sin
escucha no cumple con los requisitos y características señalados.
Los reportes (Caravedo en Vives y Peinado Vara, 2011) permiten, además, un monitoreo
colectivo de los indicadores. Al respecto, es importante mantener siempre la motivación,
acompañar con políticas de mejora cuando hay informes desfavorables. A nivel externo el
reporte permite generar capital social.
Para visualizar la relevancia de los procesos comunicacionales puede observar los siguientes
videos.
YOUTUBE
YOUTUBE
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Puede acceder haciendo clic aquí.
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