Derecho Natural e Historia - Leo Strauss
Derecho Natural e Historia - Leo Strauss
Derecho Natural e Historia - Leo Strauss
Derecho natural
e historia
Traducción de
Ángeles Leiva Morales y
Rita Da Costa García
Prólogo de
Fernando Vallespín
C ír c u l o d e L ecto res
El ensayo como género
Fernando Savater
II
Justificación
PROLOGO
II
Introducción
Muchos son los motivos, aparte del más obvio, que me lle
van a introducir este ciclo de conferencias de la Fundación
Charles R. Walgreen con una cita de la Declaración de In
dependencia. Se trata de un pasaje referido en numerosas
ocasiones pero que, por lo trascendente y elevado de su
contenido, se ha hecho inmune a los efectos degradantes
de la excesiva familiaridad y del uso indebido, que generan
desprecio en el primero de los casos y aversión en el segun
do. «Sostenemos como certeza manifiesta que todos los
hombres fueron creados iguales, que su Creador los ha do
tado de ciertos derechos inalienables, que entre ellos se en
cuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.»
La nación consagrada a este postulado se ha convertido
-en parte, sin duda, a consecuencia de esta entrega- en el
país más poderoso y próspero del mundo. Pero hoy, en ple
na madurez, ¿conserva aún esta nación la fe que impulsó
su creación y desarrollo.^ ¿Sigue acaso respaldando esa
«certeza manifiesta»? Cualquier diplomático estadouni
dense de la generación anterior podía afirmar que «la base
natural y divina de los derechos humanos [...] se hace pa
tente para todos los estadounidenses». Por la misma épo
ca, un intelectual alemán podía aún describir la diferencia
entre el pensamiento alemán y el de Europa occidental y
Estados Unidos con el argumento de que Occidente seguía
concediendo una importancia decisiva al derecho natural,
mientras que en Alemania los términos «derecho natural»
y «humanidad» «resultan hoy casi incomprensibles [...] y
ban perdido toda la fuerza que tuvieron en un principio».
Según su razonamiento, al haber abandonado la idea del
32 Derecho natural e historia
2. «Wollends sinnlos ist die Behauptung, dass in der Despotie keine Rechts
ordnung bestehe, sondern Willkür des Despoten herrsche [...] stellt doch
auch der despotisch regierte Staat irgendeine Ordnung menschlichen Verhal
tens dar [...] Diese Ordnung ist eben die Rechtsordnung. Ihr den Charakter
des Rechts abzusprechen, ist nur eine naturrechtliche Naivität oder Überhe
bung [...] Was als Willkür gedeutet wird, ist nur die rechtliche Möglichkeit des
Autokraten, jede Entscheidung an sich zu ziehen, die Tätigkeit der untergeord
neten Organe bedingungslos zu bestimmen und einmal gesetzte Normen jeder
zeit mit allgemeiner oder nur besonderer Geltung aufzuheben oder abzuän
dern. Ein solcher Zustand ist ein Rechtszustand, auch wenn er als nachteilig
empfunden wird. Doch hat er auch seine guten Seiten. Der im modernen
Rechtsstaat gar nicht seltene R u f nach Diltatur zeigt dies ganz deutlich» (Hans
Introducción 35
3. E A i c a , 1 9 6 3 2 5 S S -, 1 9 9 3 3 - 5 .
40 Derecho natural e historia
CAPÍTULO I
4. Platón, M ímos, 3 14 b 10 - 3 15 b 2.
E l derecho natural y su enfoque histórico 45
5. « ... [les] imperfections [des États], s’ils en ont, comme la seule diversité,
qui est entre eux suffit pour assurer que plusieurs en ont...» (Descartes, Dis
curso del método. Parte il).
E l derecho natural y su enfoque histórico 47
9. Para entender esta opción, debe tenerse en cuenta su relación con la afini
dad de Nietzsche con «Calicles», por un lado, y su preferencia por la «vida
trágica» a la vida teórica, por otro (véase Platón, Gorgias, 4 8 id , 502b ss., y
Las leyes, 6^8dz-^; compárese con Nietzsche, Vom Nutzen und Nachteil der
Historie für das Leben, Insel-Bücherei, p. 73). Este pasaje revela con claridad
la significación del hecho de que Nietzsche adoptara lo que se podía conside
rar la premisa fundamental de la escuela histórica.
6 2 Capítulo I
C A PIT U L O II
ZI. Religionssoziologie, i, p. 89; 11, pp. 13 6 n., 14 3 -14 5 ; ili, pp. 232-233;
Wissenschaftslehre, pp. 93-95, 17 0 -17 3 , 184, 19 9 , 206-209, 2 14 , 249-250.
loo Capítulo II
que no sea el dedicado al bien común. El problema del origen del espíritu capi
talista es, por tanto, idéntico al problema de la aparición de la premisa menor,
«pero la acumulación ilimitada de capital favorece en gran parte al bien co
mún». La aparición del espíritu capitalista no afectaba, sin embargo, a la pre
misa mayor, según la cual «es nuestro deber dedicarnos al bien común o ai
amor por el prójimo». Dicha premisa contaba con la aceptación tanto de la
tradición filosófica como teológica. La cuestión, por tanto, consiste en deter
minar si fue la transformación de la tradición filosófica o de la teológica, sino
de ambas, la causa de la aparición de la citada premisa menor. Weber daba por
sentado que la causa debía buscarse en la transformación de la tradición teo
lógica, es decir, en la Reforma. No obstante, no logró establecer una relación
entre el espíritu capitalista y la Reforma o, en concreto, el calvinismo salvo con
el uso de la «dialéctica histórica» o por medio de las cuestionables construc
ciones psicológicas. Todo lo que se puede decir es que llegó a relacionar el espí
ritu capitalista con la corrupción del calvinismo. Tawney señaló no sin acierto
que el puritanismo capitalista que Weber tomó como objeto de estudio era ei
puritanismo tardío, en otras palabras, el puritanismo que había hecho las pa
ces con «el mundo», lo que significa que el puritanismo en cuestión había fra
ternizado con el mundo capitalista ya existente, y que por tanto, no podía ser
la causa del mundo o el espíritu capitalistas. Si resulta imposible atribuir el ori
gen del espíritu capitalista a la Reforma, debemos preguntarnos si la premisa
menor en cuestión no surgió a raíz de la transformación de la tradición filo
sófica, en contraposición a la transformación de la tradición teológica. Weber
contempló la posibilidad de que el origen del espíritu capitalista podía tener
sus raíces en ei Renacimiento, pero, como bien observó, el Renacimiento como
102 Capítulo II
tal era un intento de restaurar el espíritu de ia antigüedad clásica, que nada te
nía que ver con el espíritu capitalista. Lo que no tuvo en cuenta fue que en el
transcurso del siglo x v i se produjo una ruptura consciente con el conjunto de
la tradición filosófica, una ruptura que tuvo lugar en el plano del pensamiento
puramente filosófico o racional. Dicha ruptura, desencadenada por Maquia
velo, desembocó en las doctrinas morales de Bacon y Hobbes, pensadores cu
yas obras precederían en décadas a las de sus compatriotas puritanos que sir
vieron como fuente de estudio para ia tesis de Weber. Poco se puede decir salvo
que el puritanismo, al provocar una ruptura más radical con la tradición filo
sófica «pagana» (es decir, con el aristotelismo principalmente) que la que ha
bía originado ei catolicismo romano y el luteranismo, se mostraba más abierto
que éstos a una nueva filosofía. El puritanismo se presentaba, por tanto, como
' una «catapulta» muy importante, quizá la más importante, de la nueva filo
sofía natural y moral, de una filosofía creada por hombres completamente aje
nos al puritanismo. En resumen, Weber sobreestimó la importancia de la revo
lución que se había producido en el ámbito de la teología, e infravaloró la
importancia de la revolución que se había producido en el ámbito del pensa
miento racional. Prestando mayor atención al desarrollo puramente secular,
podríamos llegar incluso a reconstruir la relación, que Weber dio por inconexa
de forma arbitraria, entre la aparición del espíritu capitalista y la aparición de
la ciencia de la economía (véase también con Ernst Troeltsch, The Social Tea-
chingofthe Christian Churches, 1949, pp. 624, 849).
E l derecho natural y la distinción entre actos y valores 103
25. Politische Schriften, pp. 18 , 20; Wissenschaftslehre, pp. 540, 550; Reli-
gionssoziologie, i, pp. 568-569.
io8 Capítulo II
que tiene validez nos guste o no. Weber llegó basta este
punto, pero se guardó de decir que la ciencia o la filosofía
se ocupa de la verdad que tiene validez para todos los
hombres tanto si desean conocerla como si no. ¿Qué fue lo
que le frenó? ¿Por qué negó a la verdad conocible su inelu
dible poder ?3 ^
Weber se inclinaba a pensar que el hombre del siglo x x
se nutre del fruto del árbol del conocimiento, o que puede
romper con las visiones ilusorias que cegaron al hombre
en el pasado: observamos la situación del hombre sin en
gaños; estamos desengañados. Pero bajo la influencia del
historicismo, le asaltaron las dudas sobre si se puede ha
blar de la situación del hombre como tal o, de ser el caso,
si la situación no se ve de distinta forma en diferentes épo
cas de tal modo que, en principio, la visión de una época
sería tan legítima o ilegítima como la de cualquier otra. En
consecuencia, Weber se preguntaba si lo que resultaba ser
la situación del hombre como tal era algo más que la si
tuación del hombre actual o «la información ineludible de
nuestra situación histórica». Lo que en un principio pare
cía la ruptura con lo ilusorio se presentaba en el fondo
como poco más que la premisa cuestionable de nuestra
época o como una actitud destinada a ser suplantada, a su
debido tiempo, por una actitud que se correspondería con
la época futura. El pensamiento de la época actual se ca
racteriza por el desengaño, la invalidación de «lo terre
nal» o la irreligión. Lo que pretende ser una ruptura con
lo ilusorio no es ni más ni menos que una ilusión como las
creencias que prevalecieron en el pasado y que pueden
prevalecer en el futuro. Somos irreligiosos porque el desti
no nos obliga a serlo, no por otra razón. Weber se negó a
provocar el sacrificio del intelecto, no esperaba un renaci-
34. Compárese con Jacob Klein, «Die griechische Logistik und die Lnt-
stehung der modernen Algebra», en Quellen und Studien zur Geschichte der
Mathematik, Astronomie und Physik, 19 36 , vol. in , p. 12 5 .
122 Capitu lou
C A PÍT U L O III
5. Véase Platón, Carmides, 161C 3-8, y Pedro, 2 7 5 0 1-3 , con Apología de Só
crates, z ib 6 -ci; véase también Jenofonte, Apología de Sócrates, 14 - 15 con
Ciropedia, VII, 11, 15 - 17 .
128 Capítulo u i
6. Platón, Las leyes, 634CÍ7-63 5a 5; véase Apología de Sócrates, 23C2 ss. con
República, $j8 cj~ e6 ; Herodoto, iii, 76 (véase i, 1 3 2 ) .
E l origen de la idea del derecho natural 129
como cualquier otro ser humano, puede ver con sus pro
pios ojos. Es entonces cuando puede empezar a sustituir
las distinciones arbitrarias de las cosas que difieren de un
grupo a otro por sus distinciones «naturales».
La fuente por medio de la cual se tenía conocimiento de
los códigos divinos y las historias sagradas de las primeras
cosas no se atribuía a los rumores sino a la información so
brenatural. Cuando se reclamaba la aplicación de la dis
tinción entre los rumores y lo visto por uno mismo a las
cuestiones de mayor relevancia, se estaba reclamando la
demostración del origen sobrehumano de la toda supuesta
información sobrehumana por medio de su análisis a la
luz, no de los criterios tradicionales -por poner el caso-
empleados para distinguir entre oráculos verdaderos y fal
sos, sino de los criterios que en el fondo derivan de un
modo evidente de las reglas por las que nos guiamos en
cuestiones totalmente accesibles al conocimiento humano.
La categoría suprema del saber humano existente antes de
la aparición de la filosofía o la ciencia estaba representada
por las artes. La segunda distinción prefilosófica que mar
có en un principio la búsqueda de las primeras cosas fue la
distinción entre las cosas artificiales y no artificiales. La
naturaleza fue descubierta cuando el hombre se embarcó
en la búsqueda de las primeras cosas a la luz de las distin
ciones fundamentales entre los rumores y lo visto por uno
mismo, por un lado, y entre las cosas creadas por el hom
bre y las que no lo son, por otro. La primera de estas dos
distinciones motivó la exigencia de sacar a la luz las prime
ras cosas, empezando por lo que ahora pueden ver todos
los hombres. Sin embargo, no todas las cosas visibles re
presentan un punto de partida igualmente idóneo para el
descubrimiento de las primeras cosas. Las cosas creadas
por el hombre no conducen a otra primera cosa que no sea
el hombre, que sin duda no constituye la primera de todas
las cosas. Las cosas artificiales se ven inferiores - o poste
132 Capítulo n i
I I . En cuanto a los primeros escritos que tratan sobre la distinción entre na
turaleza y convención, véase Karl Reinhardt, Parmenides und die Geschichte
der griechischen Philosophie, Bonn, 19 16 , pp. 82-88.
E l origen de la idea del derecho natural 135
15 . Véase Platón, Las leyes, 88907-89032 con 891c 1-5 , ss.; Aristóte
les, Metafísica, 99033-5; D e cáelo, 298013-24; Tomás de Aquino, Summa
theologica, i, qu. 44, a. z.
16 . Fragmento 10 2 ; véanse ios fragmentos 58, 6 j, 80.
138 Capítulo lll
19 . Esta noción contó con la aceptación de «casi todos» los filósofos clási
cos, como señala Cicerón (De finibus, v , 17). Entre sus detractores más acé
rrimos se encontraban los escépticos (véase Sexto Empírico, Pirrhonica,
III, Z 35).
zo. Platón, República, 493C I - 5, 50404- 50534; E l banquete, zo6ez-zoja.z;
Teeteto, ly y c é - d y ; Aristóteles, Etica a Nicómano, 109431-3 y b 14- 18.
z i . En relación a las reflexiones sobre cómo es el hombre «desde el instante
mismo de su nacimiento», véase, por ejemplo, Aristóteles, Política, 1254a 23 y
Ética a Nicómano, 114404- 6; Cicerón, De finibus, 11, 31 - 32; iii, 16; v , 17,43
y 55; Diógenes Laercio, x , 137 ; Grotius, opus cit.. Prolegomena, párr. 7; Hob
bes, D e cive, i, 2, anot. i.
140 Capítulo III
27. Cicerón, D e re publica, ii i, 13 y Las leyes, 1, 47; Platón, Las leyes, 889c.
28. Cicerón, Las leyes, 47.
144 Capítulo III
por norma más juiciosos que «tú y yo»; ¿por qué motivo
entonces deberíamos «tú y yo» someternos a sus decisio
nes? El mero hecho de que las mismas leyes que fueron
promulgadas con toda solemnidad por la ciudad sean re
vocadas por la misma ciudad con igual solemnidad pare
cería poner de manifiesto el dudoso carácter del juicio con
el que se crearon/^ La cuestión, pues, estriba en si la de
fensa de la ley como algo bueno o noble puede ser recha
zada simplemente por infundada o si, por el contrario,
contiene un elemento de verdad, j
La ley sostiene que vela por las ciudades y por todo lo
demás, que salvaguarda el bien común. Pero el bien co
mún corresponde exactamente a lo que entendemos por
«lo justo». Las leyes son justas en la medida en que favo
recen el bien común. Pero si lo justo se corresponde con el
bien común, lo justo o lo correcto no puede ser convencio
nal: las convenciones de una ciudad no pueden reportar a
la ciudad un bien que, de hecho, le resulta fatídico, y vice
versa. Por tanto, es la naturaleza de las cosas y no la con
vención la que determina en cada caso lo que es justo.
Esto implica que lo justo puede diferir perfectamente de
una ciudad a otra y de una época a otra: la variedad de co
sas justas no sólo es compatible con los principios de la
justicia sino fruto de los mismos, es decir, que lo justo se
corresponde con el bien común. El conocimiento de lo
que es justo en este preciso instante, esto es, el conoci
miento de lo que es por naturaleza - o intrínsecamente-
bueno para esta ciudad en este momento, no puede consi
derarse conocimiento científico, y menos aún conocimien
to de tipo sensorial. La labor de establecer lo que es justo
en cada caso corresponde al arte de la política, un arte o
36. Antifonte, en Dieis, Vorsokratiker (5.“ ed.), B44 (A7, B i). Platón, Protá
goras, 3370 7-0 3; República, 4 56 0 12-0 3 (y oontexto); E l político, 262010-
6 5; Jenofonte, Hierón, v i, 3-4; Aristóteles, Política, 1 2 7 5 3 1 - 2 y b 2 1- 3 1 ,
12 7 8 3 3 0 -3 5 ; Cicerón, De re publica, 111, 16 -17 ; Las leyes, li. Considérese la
aportación de la comparación de las sociedades civiles con «rebaños» (véase
Jenofonte, Ciropedia, I, i, 2; véase Platón, Minos, 3 18 3 1- 3 ) .
152. Capítulo lu
(3 59b 4-5); la naturaleza del derecho consiste en una cierta convención que va
en contra de la naturaleza. Gassendi, el famoso restaurador dei epicureismo,
contaba con mayores incentivos que los antiguos epicúreos para defender la
existencia del derecho natural. Además, Hobbes le había enseñado a combi
nar el epicureismo con la defensa del derecho natural. Pero aun así Gassendi
no se valió de esta nueva oportunidad. Véase su paráfrasis de Ratae senten
tiae, 3 1 {Animadversiones, Lyon, 1649, pp. 174 8 -174 9 ).
i6o Capítulo III
C A PIT U L O IV
18 . Platón, E l político, 29367 ss.; Las leyes, 68061-4, 684c 1-6, 69068-03,
691CÍ7-69261, 6 936 1-6 8, 7016, 7 4 4 6 1-d i, 75669-10, 8oéd7 ss., 8 46d i-7;
Jenofonte, Memorahilia, III, ix , 10 - 13 ; lY , vi, 12 ; Económica, iv, 2 ss.; vi, 5-
10 ; I I , I ss; Anáhasis, V, v i ii, 26; Aristóteles, Ética a Nicómano, 116 0 3 3 2 -
1 1 6 1 3 3 0 ; Ética a Eudemo, 12 4 2 6 2 7 - 3 1; Política, 12 6 13 3 8 - 6 3 , 12 6 5 6 3 3 -
126636, 12706 8-27, 12 7 7 6 3 5 -12 7 8 3 2 2 , 12 7 8 3 3 7 -12 7 9 3 17 , 128434-634,
12 8 9 3 3 9 ss; Polibio, VI, Ll, 5-8; Cicerón, D e re publica, i, 52, 55 (véase 4 1),
56-63, 69; I V , 8; Diógenes Laercio, V II, 1 3 1 ; Tomás de Aquino, Summa theo
logica, II, I , qu. 95, a. I ad. 2 y a. 4;, qu. 10 5 , a. i.
196 Capítulo IV
zz-23, 32, ó i; I I , 8 -11; frag. z; De finibus, iv , 74; v, 65, 67; Lucullus, 13 6 -13 7 .
J. von Arnim, Stoicorum veterum fragmenta, iil, frags. 327 y 334. El problema
que se aborda en este párrafo se bosqueja en !a República de Platón a partir de la
siguiente consideración entre otras: la definición de Polemarca según la cual la
justicia consiste en ayudar a los amigos y herir a los enemigos se mantiene en el
requisito relativo a los guardianes según el cual los guardianes deben compor
tarse como perros, es decir, mostrarse dóciles con ios amigos y los conocidos y
todo lo contrario con los enemigos o los extranjeros (37 5 3 2 -37 6 8 1; véase
378C7, 53734-7; y Aristóteles, Política, 1 3 2 8 3 7 - 11 ) . Cabe señalar que es Só
crates, y no Polemarca, el primero en sacar a colación el tema de los «enemigos»
(33285; véase también 33536 -7) y que Polemarca aparece como testigo de Só
crates en la última discusión con Trasímaco, que a su vez cuenta con Cleitofón
como testigo (340a i- c r ; véase Pedro, 25783-4). Si se tienen en cuenta tales ob
servaciones, no habrá razón para el desconcierto al conocer ia información que
proporciona el Cleitofón (4 10 37 -8 1), según la cual la única definición de justi
cia que el propio Sócrates sugirió a Clitopho es ia que en la República propone
Polemarca con la ayuda de Sócrates. Muchos intérpretes de Platón no han llega
do a considerar suficiente la posibilidad de que a su Sócrates le interesaba tanto
entender la idea de justicia, esto es, entender toda la complejidad del problema
de la justicia, como predicarla. Pues si a uno le interesa entender el problema de
la justicia, debe analizar en profundidad la fase en la que la justicia se presenta
como equivalente a la moralidad ciudadana, y no limitarse a verla de manera su
perficial. La conclusión del argumento esbozado en este párrafo pue-de resu
mirse diciendo que no puede darse una verdadera justicia si no existe una norma
o providencia divina. N o sería razonable esperar demasiada virtud o justicia
por parte de los hombres que por costumbre viven en unas condiciones de suma
carestía, las cuales les obligan a luchar entre sí constantemente por su supervi
vencia. Para que haya justicia entre los hombres, hay que asegurarse de que no
se van a ver obligados a pensar en todo momento en su propia supervivencia ni a
comportarse con sus congéneres de ia forma en que los hombres suelen compor
tarse en dichas circunstancias. Pero esta seguridad no puede proporcionarla la
providencia humana. La causa de la justicia sé ve muchísimo más fortalecida si
las condiciones dei hombre como tal, y con ello especialmente las condiciones
del hombre al principio (cuando aún no ha podido ser corrompido por opinio
nes falsas) no fueran de carestía. Existe pues una profunda afinidad entre la idea
de la ley natural y la idea de un comienzo perfecto: la época dorada del Jardín del
Edén. Véase Platón, Las leyes, 7 13 3 2 -6 2 , así como E l político, Z 7id 3 -2 7 2 8 1 y
2 720 6 -27331: el gobierno de dios propiciaba la abundancia y la paz; la carestía
conduce a la guerra. Véase El político, 274b 5 ss, con Protágoras, 3 22a 8 ss.
25. Cicerón, Las leyes, i, 61-62; iii, 13 - 14 ; De finibus, iv , 7, 22, 74; Lucu
llus, 13 6 - 13 7 ; Séneca, Epistolas morales, 68, 2.
E l derecho natural clásico Z05
30. Las leyes, i, 15 , 18 -19 , 2 1-2 2 , 25, 32, 35, 37-39, 54, 56; li, 14 , 32-34,
38-39; I I I , I, 2Ó, 37; De re publica, i i , 28; i v , 4; De natura deorum, 11, 13 3
ss.; I I I , 66 ss., 95; De divinatione, 11, 70 ss.; De officiis, i , 22; De finibus, i l ,
45; Tuse, disp., V , I I . Compárese la n o t a 24 c o n cap. l i i , n o t a 22.
2 10 Capitulo IV
33- Por lo que se refiere a otros principios del derecho reconocidos por parte
de Aristóteles, bastará con señalar que, a su juicio, el hombre incapaz de inte
grarse en la sociedad civil no debe considerarse necesariamente una persona
anormal; por el contrario, puede tratarse de un ser humano superior.
218 Capítulo IV
CAPÍTULO V
1 . Hobbes
3. Eléments, ep. ded.; Leviatán, caps, xv {94-95), xxvi (172), xxxi (241),
XVI (437-438).
4. De cive, i, 2; Leviatán, cap. v i (33). Hobbes habla con mayor énfasis de la
autoconservación que del placer, por io que parece hallarse más cerca de los
estoicos que de los epicúreos. Hobbes pone el acento en la autoconservación
porque el placer es una «apariencia» cuya realidad subyacente es «tan sólo
movimiento», mientras que el instinto de conservación pertenece al ámbito
no sólo de la «apariencia», sino también del «movimiento» (véase Spinoza,
Ética, I I I , 9 scholio, y 1 1 scholio). El hecho de que Hobbes conceda mayor
protagonismo a la autoconservación que al placer se debe, pues, a su noción
zz6 Capítulo V
8. Elements, ep. ded. y i, 13 , sec. 4; D e cive, ep. ded.; Leviatán, cap. x i (68);
véase Spinoza, Etica, 1, Apéndice.
230 Capítulo V
lo . Para ilustrar este concepto pueden resultar útiles dos citas extraídas de la
obra de sendos autores que pertenecen a campos opuestos pero a la misma fa
milia espiritual. Según afirma Friedrich Engels en su Ludwigh Feuerbach und
der Ausgang der deutschen klassischen Philosophie, «nichts besteht vor [der
dialektischen Philosophie] als der ununterbrochene Prozess des Werdens und
Vergehens, des Aufsteigens ohne Ende vom Niedern zum Höhern [...] Wir
brauchen hier nicht auf die Frage einzugehn, ob diese Anschauungsweise
durchaus mit dem jetzigen Stand der Naturwissenschaft stimmt, die der Exis
tenz der Erde selbst ein mögliches, ihrer Bewohnbarkeit aber ein ziemlich si
cheres Ende vorhersagt, die also auch der Menschegeschichte nicht nur einen
aufsteigenden, sondern auch einen absteigenden Ast zuerkennt. Wir befinden
uns jedenfalls noch ziemlich weit von dem Wendepunkt». En la obra Die Sage
von Tanaquil de J .J . Bachofen se lee: «Der Orient huldigt dem Naturstand
punkt, der Occident ersetzt ihn durch den geschichtlichen [...] Man könnte
sich versucht fúhlen, in dieser Unterordnung der göttlichen unter die menchli-
che Idee die letzte Stufe des Abfalls von einem früheren erhabeneren Stand
punkte zu erkennen [...] Und dennoch enthält dieser Rückgang den Keim zu
einem sehr wichtigen Fortschritt. Denn als solchen haben wir jede Befreiung
unseres Geistes aus den lähmenden Fesseln einer kosmisch-physischen Le
bensbetrachtung anzusehen [...] Wenn der Etrusker bekümmerten Sinnes an
die Endlichkeit seines Stammes glaubt, so freut der Römer sich der Ewigkeit
seines Staates, an welcher zu zweifeln er gar nicht fähig ist» (las cursivas no fi
guran en los textos originales).
cTx.. KJX Í^^LC$t-Q.~TA
/G O O r -Y i„ C ^ c^ - L a .a 4 - < ^ sp . 'i.«v-vG^_CUc-^< ù , f : T / c i
*5. . i N ■ - (
El derecho natural moderno: Hobbes 235
-7' í Capítulo V
3 1. Véase Tr. J. Stahl, Ceschichte der Rechtsphilosophie, 2.“ ed., p. 325: «Est
ist eine Eigentümlichkeit der neuern Zeit, dass ihre Staatslehre (das Natur
recht) und ihre Staatskunst (die vorzugsweise sogenante Politik) xwei völhg
verschiedene Wissenschaften sind. Diese Trennung ist das Werk des Geistes,
welcher in dieser Periode die Wissenschaft beherrscht. Das Ethos wird in der
Vernunft gesucht, diese hat aber keine Macht über die Begebenheiten und den
natürlichen Erfolg; was die äusserlichen Verhältnisse fordern und abnöthigen,
stimmt gar nicht mit ihr überein, verhält sich feindlich gegen sie, die Rück
sicht auf dasselbe kann daher nicht Sache der Ethik des Staates sein». Véase
Grocio, De jure belli. Prolegomena, sec. 57.
E l derecho natural moderno: H obbes 253
33. De cive, v ii, 2-4; x ii , 4-5; Leviatán, cap. x x ix (216). Véase, sin embar
go, la referencia a los reyes legítimos y los gobernantes ilegítimos en De cive,
XI I, I , 3. De cive, v i, 13 (final) y v ii, 14 , demuestran que la ley natural, tai
como la concibe Hobbes, proporciona la base para establecer la distinción
objetiva entre monarquía y tiranía. Véase también ibidem, x il, 7, con x ii i, 10.
34. En lo que atañe a la discrepancia existente entre la doctrina de Hobbes y
la práctica de la humanidad, véase Leviatán, caps, x x (final), x x x i (final). Por
lo que respecta a las revolucionarias consecuencias de la doctrina hobbesiana
de la soberanía, véase De cive, v il, 16 -17 , así como Leviatán, caps, x ix
( 1 2 2 ) , XX IX ( 2 1 0 ) ; no existe el derecho de prescripción; el soberano del pre
sente es el único soberano (véase Leviatán, cap. x x v i [175]).
E l derecho natural moderno: Hobbes 255
4 j. Véase nota 9-
E l derecho natural moderno: Locke 265
2. Locke
53. Macaulay, The History o f England, Nueva York, Allison, vol. 11, p. 4 9 1.
z jz Capítulo V
58. Second Reply to the Bishop o f Worcester, p. 477: «No estoy tan familia
rizado con la obra de Hobbes y de Spinoza como para poder reproducir sus
opiniones en lo tocante a este tema [el de la vida tras la muerte], Pero posible
mente habrá quienes consideren más pertinente la autoridad de su Ilustrísima
en la materia que ia de estos autores justamente denostados». A Second Vin-
dication o f the Reasonableness o f Christianity, en Works, voL v i, p. 420:
«Yo [...] no sabía que estas palabras, extraídas por él del Leviatán, ni otras de
similar naturaleza, estuvieran presentes en sus páginas, como tampoco sé aún
-n o más de lo que creo - que así sea tras haber leído la mencionada cita».
59. A discourse o f Miracles, p. 259. Se podría argumentar, quizás, que Locke
establecía una sutil distinción entre «no negar los milagros» y «admitir los
milagros». En tal caso, el hecho de que los milagros referidos en el Nuevo Tes
tamento jamás hayan sido negados y no puedan serlo no serviría para demos
trar la naturaleza divina de la misión de Jesús y, por ende, no existiría prueba
demostrativa alguna de ello. Sea como fuere, el argumento sugerido se con
tradice con io afirmado por Locke en otros textos. Véase Second Vindication,
p. 340: «La principal de éstas [marcas especialmente propias dei Mesías] es su
resurrección de entre los muertos, lo cual, siendo como es la gran prueba de
mostrativa de su condición mesiánica [...]» con ibidem, p. 342: «La veracidad
de su condición de Mesías es subsidiaria de [su resurrección] [...] Creer en lo
uno es creer en lo otro; negar una de estas premisas equivale a la imposibili
dad de creer en ambas».
E l derecho natural moderno: Locke 277
6z. De esto se sigue que, «por extraño que resulte, el autor de la ley nada tuvo
que ver con las virtudes y los vicios morales», sino que limitó sus funciones a la
conservación de la propiedad. Véase Treatises, iii, sec, 12 4 y J.W . Gougk
John Locke’s Political Philosophy, Oxford, Clarendon Press, 19 50 , p. 190. Si
la virtud por sí sola carece de eficacia, la sociedad civil debe contar con otros
cimientos, aparte de la perfección humana o la inclinación hacia ella. Debe
sentar sus bases sobre el deseo más poderoso del hombre, el deseo de conser
vación de la propia vida y, por tanto, sobre su interés por la propiedad.
63. Reasonableness, pp. 14 8 -14 9 : «Virtud y prosperidad rara vez viajan jun
tas; de ahí el escaso seguimiento del que ha gozado la primera a lo largo de la
historia. Y a nadie debe extrañar que la virtud no prevaleciera demasiado
cuando los inconvenientes que la acosaban eran visibles y cercanos, mientras
que las recompensas eran dudosas y distantes. La humanidad, que puede y
debe poder buscar la felicidad, sin obstáculo alguno, no podía sino conside
rarse a sí misma excluida de la estricta observancia de las regias que tan esca
sa relación parecían guardar con fin principal, la felicidad, en tanto le impe
dían disfrutar de los gozos de esta vida y ofrecían a cambio escasas pruebas y
escasa seguridad en la existencia de otra vida». Véase ibidem, pp. 13 9 , 14 2-
14 4 , 1 5 0 - 15 1; Essay, r, 3, sec. 5 ,1 1 , 28, sees. 10 -12 .
E l derecho natural moderno: Locke Z79
67. Véase en especial las palabras de Hooker citadas en Treatises, ii, sec. 90 n,
con el contexto de Hooker; en la obra de éste, el pasaje citado por Locke surge
inmediatamente precedido de una cita de la epístola de san Pablo a los Roma
nos 1 3 : 1 . La sentencia de san Pablo aparece en una cita {Treatises, sec. 237).
Véase también ihidem, sec. 1 3 , donde Locke se refiere a una objeción en la que
incurre la sentencia «Ciertamente Dios había nombrado gobierno», sentencia
ésta que no aparece en la réplica de Locke.
68. Treatises, 11, secs. l o i , 1 0 9 , 1 1 5 .
69. Ibidem, i, sec. 90.
z 8z Capítulo V
70. Ibidem, i, secs. 27, 39; 11, sec. 25; véase también 11, secs. 6, 87; 11,
secs. 36, 38. En 11, secs. 56-57, Locke parece afirmar que Adán se hallaba en
estado de aaturaieza con anterioridad a la caída. De acuerdo con lo expuesto
en ibidem, sec. 36 (véanse 10 7 - 10 8 ,1 16 ) , el estado de naturaleza se sitúa cro
nológicamente en «las primeras eras del mundo» o en «el principio de todas
las cosas» (véase Hobbes, De cive, v , z); véase también Treatises, 11, sec. 1 1
(final), con Génesis 4 :14 -15 y 9:5-6.
7 1 . Véase Reasonableness, p. 1 1 2 , y Treatises, i, secs. 16 , 44-45 con ibidem,
I I, secs. i i o - i i i , 12 8 . Nótese el plural «todas aquellas [eras]» {ibidem, sec.
xio ); ei estado de naturaleza se ha dado en numerosas ocasiones, pero estado
de inocencia no ha habido más que uno.
72. Treatises, 1, sec. 47.
E l derecho natural moderno: Locke 283
seguido también del único capítulo de la obra cuya primera palabra es «Hom
bre» (iii; I y 2). En el único capítulo del Essay que empieza con la palabra
«Dios», Locke trata de demostrar que, «en última instancia, las palabras se
derivan de ideas razonables en la misma medida en que transmiten el signifi
cado de éstas» y señala que, a juzgar por las observaciones a las que se refiere
«podemos intuir qué tipo de nociones eran y de dónde se derivaron las nocio
nes que llenaron las mentes de aquellos que inventaron las primeras lenguas»
(las cursivas no figuran en ei original). Locke contradice así de forma pruden
te ía doctrina bíblica que había adoptado en los Treatises (ri, sec. 56) y según
la cual el inventor de la primera lengua, Adán «fue creado un hombre perfec
to, con un cuerpo y una mente en plena posesión de su fuerza y razón, y por
tanto capacitado desde el primer instante de su existencia para [...] gobernar
sus acciones de acuerdo con los dictados de la ley de la razón que Dios había
implantado en él».
E l derecho natural moderno: Locke 285
75, Treatises, i, secs. 59, 12 3 , 12 8 ; ll, secs. 65, 79 -8 1. Véase Treatises, 11,
secs. 88, 13 6 y n., con Hooker, Lau/s o f Ecclesiastical Polity, i, 10 , see. 10 , y
III, 9, see. 2, por una parte, y Hobbes, De cive, x iv , 9, por la otra. Véase
Gough, opus cit., p. 189. En cuanto al superior derecho de la madre respecto
al del padre, véase en especial Treatises, l, sec. 55, donde Locke sigue de for
ma tácita las enseñanzas de Hobbes (De cive, ix , 3). Véase nota 84.
286 Capítulo V
76. Treatises, i, secs. 6 3 ,9 0 ,10 0 ; 11, secs. 52, 65-67, 69, 7 1-7 3 . Locke parece
insinuar que, en igualdad de condiciones, los hijos de los ricos se hallan más
obligados a honrar a sus padres que los hijos de los pobres. Esta conclusión es
taría en perfecta consonancia con el hecho de que los padres acaudalados man
tienen un vínculo de obediencia filial más poderoso que los padres humildes.
E l derecho natural moderno: Locke 287
80 . Véase Treatises, ii, see. 52 (inicio), y i, see. 109 (inicio), con Essay, xii, 9,
sees. 3, 8 ,1 5 , y X I , see. 1 1 ; Treatises, Prefacio, i, sees, i , 47; 11, sees. 16 5 177 ,
2 2 3 ,2 3 9 .
8 1. Reasonableness, p. 146 . Véase la referencia a la otra vida en Treatises, 11,
secs. 2 1 (final), con sec. 13 (final). Véase las referencias a la religión en Treati
ses, II, secs. 9 2 , 1 1 2 , 209-210.
82. En Treatises, 11, secs. 5-6, Locke cita a Hooker, i, 8, sec. 7. Hooker utili
za el pasaje en cuestión para proclamar el deber de amar al prójimo como a
uno mismo, mientras que Locke se sirve de él para proclamar la igualdad na
turai de todos los hombres. En el mismo contexto, Locke reemplaza el deber
E l derecho natural moderno: Locke 289
del amor mutuo del que había hablado Hooker por el deber de abstenerse de
hacer daño a los demás. En otras palabras, abandona el deber de ejercer la
caridad (véase Hobbes, De cive, iv , 12 , 23). Según Hooker (i, 10 , see. 4), el
padre posee por naturaleza «el poder supremo en el seno de la familia»; en
cambio según Locke {Treatises, ii, secs. 52 ss.), todo derecho natural del padre
es, como mínimo, compartido en su totalidad por la madre (véase nota 75).
En opinión de Hooker (i, 10 , see. 5), la ley natural impone la constitución de la
sociedad civil, mientras que para Locke {Treatises, 11, secs. 13 ,9 5 ) , «cualquier
número de hombres puede» constituir una sociedad civil (las cursivas no figu
ran en el original). Véase Hobbes, De cive, v i, 2, y nota 67. Véase la interpre
tación de autoconservación de Hooker, 1 ,5 , see. 2, con la interpretación radi
calmente opuesta que de ella se hace en Treatises, i, sees. 86, 88. Nótese, por
encima de todo, la total disparidad entre Hooker (1, 8, ses. 2-3) y Locke {Es
say, I, 3) respecto a la prueba del consensus gentium aplicada a la ley de la na
turaleza.
83. Treatises, 11, secs. 9, 1 3 , 1 5 ; véase see. 9 1 n., en la que Locke cita a Hoo
ker para referirse en una apostilla explicativa al estado de naturaleza que
Hooker no contempla en sus escritos; véase también see. 14 con Hobbes, Le
viatán, cap. X III (83). En cuanto al «extraño» carácter de la doctrina de que
en el estado de naturaleza todos ios individuos poseen el poder ejecutivo de la
ley natural, véase Tomás de Aquino, Summa theologica 11, 2, qu. 64, a. 3, y
290 Capítulo V
Puesto que sería del todo inútil suponer una regla aplicable a las
libres acciones del hombre sin dotarla de algún mecanismo de
persuasión o disuasión capaz de determinar su voluntad, siempre
que supongamos una ley deberemos suponerle asimismo alguna
forma anexa de recompensa o castigo.
86. Ibidem , ii, secs. 1 3 , 74, 90, 9 1 y n., 9 4 ,10 5 , 12 3 , 12 7 -12 8 , 1 3 1 , 13 5 n.,
13 6 , 2 12 , 225-227.
87. Ibidem , secs. 32, 37-38, 4 1-4 3 . 4 9 -
88. Ibidem , secs. 2 1, 74, l o i , 10 5 , 1 1 6 , 12 7 , 1 3 1 (inicio), 13 2 (inicio), 134
(inicio) (véase 12 4 [inicio]), 2 1 1 , 220, 243; véase ibidem r, sec. 56, con sec. 88.
Z9 4 Capítulo V
Véanse ambos pasajes, así como i, sec. 97, y 11, secs. 60, 6 3 ,6 7 ,17 0 , con Essay,
1 ,3 , secs. 3 ,9 ,1 9 .
E l derecho natural moderno: Locke 29 5
89. Véase, ante todo, Treatises, 11, secs. 1 1 (final) 7 56 , con Essay, i, 3, sec. 8, y
I , 4, sec. iz ; Treatises, 11, secs. 6, iz , 4 1,4 9 , 5 7 , 9 4 , 1 0 7 , 1 2 4 , 1 3 6; Essay, 1, 3,
secs. I 6, 9 , 1 1 - 1 3 , z6, 27; Reasonableness, pp. 1 4 6 ,1 3 9 ,1 4 0 . Véase nota 74.
90. Véase el empleo del término «crimen» (frente a «pecado») en Treatises,
I I , secs. l o - i i , 87, 12 8 , 2 18 , 230, y compárese con Essay, 11, 28, secs. 7-9.
296 Capítulo V
92. Treatises, i, secs. 86-88,90 (inicio), i i i (hacia el final); 11, secs. 6, 5 4 ,14 9 ,
16 8, 17 2 . Se puede describir como sigue la relación entre el derecho de auto-
conservación y el derecho a la búsqueda de la felicidad: el primero es el derecho
a «subsistir» y lleva implícito el derecho a todo lo que es necesario para la su
pervivencia del hombre; el segundo es el derecho a «disfrutar de las comodida
des de la vida» o el derecho a la «conservación cómoda», por lo que lleva implí
cito asimismo el derecho a lo que es útil para el hombre aunque no sea necesario
para su supervivencia (Treatises, i, secs. 86-87,97; 11, secs. 26, 3 4 ,4 1).
93. Ibidem , li, secs. 10 , 13 , 87, 9 4 ,10 5 , 1 2 9 , 1 6 8 , 1 7 1 .
298 Capítulo V
96. Véase Leviatán, cap. x i i i (83) -véase también la versión latina- con
Treatises, 11, secs. 14 , 10 0 -10 3 , n o . Locke se desvía de Hobbes porque, se
gún éste, el estado de naturaleza es peor que cualquier tipo de gobierno, mien
tras que, según Locke, el estado de naturaleza es preferible a un gobierno ar
bitrario y anárquico. De ahí que Locke proclame que, desde el punto de vista
de los hombres sensatos, el estado de naturaleza es más viable que la «monar
quía absoluta»: el estado de naturaleza debe ser - o haber sido - real.
V
î 1/ |- C "î u —Í M--------------------------------------------- ^
-
¿/ derecho natural moderno: Locke v :îo i
1 1 3 . Ibidem, secs. 6, 32, 37, 4 1, 42-43, 49, 10 7 , n o . Locke afirma que ios
primeros hombres no deseaban tener «más de lo que necesitaban». Sin em
bargo, no podemos por menos de preguntarnos si los individuos «miserables
y desdichados» que poblaban la Tierra en el principio de los tiempos siempre
tenían lo que el hombre necesita. Según las razones expuestas en el texto, el
hombre debe tener el derecho natural de apropiarse mediante su trabajo de
lo que necesita para la conservación de la propia vida, al margen de si deja o
no suficiente para todos los demás. El mismo razonamiento parece llevarnos
a la conclusión de que esta apropiación legítima no puede limitarse a la apro
piación mediante ei trabajo, puesto que, en estado de extrema escasez, cual
quier hombre puede arrebatarle a otro lo que necesita para su propia subsis
tencia, aunque con ello sentencie la muerte de otro por inanición. Pero esto
sólo significa que, en condiciones de extrema escasez, la paz es del todo im
posible, y el cometido de la ley natural consiste en estipular cómo deben
comportarse los hombres en aras de la paz, siempre que esa paz no sea del
E l derecho natural moderno: Locke 311
12 4 . Ibidem, l, secs. 40-43; ii, secs. 3 1 , 43. Véanse las afirmaciones de Lo
cke sobre la relativa importancia de los regalos de la naturaleza y el trabajo
humano con una aseveración extraída del Hexamerón de san Ambrosio y tra
ducida por George Boas en Essays on Primitivism and Related Ideas in the
Middle Ages (Baltimore, Johns Hopkins Press, 1948), p. 42.
12 5 . Treatises, i, sec. 39; 11, secs. 6, 2 7 ,1 2 3 . Cabe señalar, al hilo de lo dicho,
que si «el hombre en estado de naturaleza [es] el amo absoluto de sus propias
[...] posesiones» o si la propiedad existe «para el beneficio y provecho exclusi
vos del propietario», el derecho natural de los hijos «a heredar los bienes de
sus padres» {ibidem, i, secs. 88, 93, 97; 11, sec. 190) queda supeditado a una
salvedad crucial: los hijos gozan de este derecho siempre y cuando los padres
no decidan, como pueden según Locke, disponer de su propiedad de un modo
distinto (i, sec. 87; 11, secs. 57, 65, 72, 1 1 6 [final]). El derecho natural de los
hijos a heredar la propiedad de sus padres se reduce, por tanto, a la siguiente
premisa: si los padres mueren intestados, se da por supuesto que habrían pre
ferido a sus hijos antes que a ningún extraño como herederos de su patrimo
nio. Véase ibidem, i, sec. 89, con Hobbes, De cive, ix , 15 .
322 Capítulo V
C A P IT U L O VI
I. Rousseau
1. Discours sur les sciences et les arts, ed. G .R . Havens, Nueva York y Lon
dres, Oxford University Press, 1946, p. 13 4 ; Préface de Narcisse, París, Flam
marion, pp. 53-54, 57 n.; Discours sur Pinégalité, Paris, Flammarion, pp. 66,
67, 7 1-7 2 ; Lettre à D ’Alembert, ed. Léon Fontaine, pp. 19 2, 237, 278;
Nouvelle Héloïse, Paris, Gamier, pp. 1 1 2 - 1 1 3 ; Contrat Social, ed. Halbwa-
chs, Paris, Aubier, iv , 4, 8; Lettres écrites de la montagne, Paris, Garnier,
pp. 292-293. Ningún pensador moderno entendió mejor que Rousseau la con
cepción filosófica de la polis, que concibió como la asociación completa que
corresponde ai ámbito natural de la humana capacidad de conocer y amar.
Véase en especial Discours sur Pinégalité pp. 65-66, y Contrat social, il, 10.
2. Discours sur les sciences et les arts, pp. 10 2 n., 1 1 5 n., 140. «On me repro
che d’avoir affecté de prendre chez les anciens mes examples de vertu. Il y
a bien de l’apparence que j’en aurais trouvé encore davantage, si j’avais pu
remonter plus haut» {Oeuvres complètes, ed. Lahure, Paris, Hachette, i,
35- 36).
330 Capítulo VX
5. Discours sur les sciences et les arts, pp. 97-98, 10 9 -ir o , 11 6 . Oeuvres
complètes, l, 55; la moralidad es infinitamente más sublime que las maravi
llas del entendimiento.
6. Discours sur les sciences et les arts, pp. iz z , 14 0 - 14 1; Émile, 11, 5 1 ; Nou
velle Héloïse, p. 502 ss, 603; Lettres écrites de la montagne, p. 180.
7. Discours sur les sciencies et les arts, pp. 12 0 -12 2 ; Discours sur l’inégalité,
p. 15 0 ; Nouvelle Héloïse, p. 325. Oeuvres complètes, i, 45-46: la igualdad
original es «la fuente de toda virtud». Ibidem, p. 59; Catón ha dado a la raza
humana ei espectáculo y el modelo de la virtud más pura que haya existido
jamás.
8. Préface de Narcisse, pp. 54, 56, 57 n.; Émile, l, 308; Contrat social, i, 8;
Les confessions, ed. Van Bever, Paris, Cres, 19 2 7 , l, 244.
9. Oeuvres complètes, i, 4 1 , 45-46; Discours sur l’inégalité, pp. 66 , 14 3 -14 4 ;
Lettres écrites de la montagne, p. 252. Compárese la cita de la Apología de
Sócrates de Platon (21b ss) que aparece en el Discours sur les sciencies et les
arts (pp. 118 - 12 0 ) con el original platónico: Rousseau omite la censura de Sô-
332. Capítulo VI
17 . Discours sur les sciences et les arts, pp. 98-100, 12 7 -12 8 , 13 8 -13 9 , 1 5 1 -
1 5 2 , 1 5 8 - 1 6 1 ; Préface de Narcisse, pp. 45, 54.
18. Discours sur les sciences et les arts, p. 94 (véanse 38, 46, 50); Préface de
Narcisse, pp. 54, 57-58, 60 n.; Discours sur Pinégalité, pp. 66, 68, 13 3 , 13 6 ,
1 4 1 , 142, 14 5 , 149 ; Nouvelle Héloïse, Prefacio (inicio); Contrat social, 1, i;
Lettre à M. de Beaunont, Paris, Garnier, pp. 4 71-4 72 .
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 337
19 . Discours sur les sciences et les arts, pp. 9 3-9 4 ,10 8 n., iz o , 1 2 5 , 1 3 2 - 1 3 3 ,
15 2 , 15 7 -16 2 , 227; Oeuvres complètes, i, 23, 26, 3 1 , 33, 35, 47 n. r, 48, 52,
70; Discours sur l’inégalité, pp. 83, 170 , 17 5 ; Lettre à D ’Alembert, pp. 107-
108; Lettre à M. de Beaumont, p. 4 7 1; Lettres écrites de la montagne, pp. 152-
15 3 , 202, 283. Un detractor del Discours sur l’inégalité, había manifestado lo
siguiente; «On ne saurait mettre dans un trop grand jour des vérités qui heur
tent autant de front 1e goût général Rousseau le replicô como sigue; «Je
ne suis pas tout-à-fait de cet avis, et je crois qu’il faut laisser des osselets aux
enfants» {Oeuvres complètes, i, 2 1; véase también Les confessions, 11, 247). El
principio de Rousseau consistía en decir la verdad «en toute chose utile» {Let
tre à M. de Beaunont, pp. 4 7 2 ,4 9 5 ; Rêveries du promeneur solitaire, ed. M ar
cel Raymond, Lille y Ginebra, Giard y Droz, 1948, iv). De esto se sigue que
podemos no sólo suprimir o disfrazar las verdades carentes de toda utilidad
posible, sino incluso caer en la falsedad absoluta y afirmar todo lo contrario a
dichas verdades sin por ello caer en el pecado de la mentira. La consecuencia
de las verdades dañinas o peligrosas resulta obvia (véase también Discours sur
l’inégalité, final de la primera parte, y Lettre à M. de Beaumont, p. 4 6 1 ). Com
párese con Dilthey, Gesammelte Schriften, x i, 92: «Qohannes von Mueller
spricht] von der sonderbaren Aufgabe: “ Sich so auszudrücken, dass die Obrig
keiten die Wahrheit lernen, ohne dass ihn die Untertanen verstünden, und die
Untertanen so zu unterrichten, dass sie vom Glück ihres Zustandes recht über
zeugt sein möchten” ».
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 339
20. Discours sur les sciences et les arts, p. l o i ; Lettres écrites de la monta
gne, p. 206; Les confessions, iii, 205, 220 -22 1; Rêveries du promeneur soli
taire, V - V I I .
2 1. Discours sur les sciences et les arts, p. 1 1 5 n.; Préface de Narcisse, pp. 52-
53; Discours sur l’inégalité, pp. 89, 94, 109 , 16 5 ; N ouvelle Héloïse, pp. 4 15 -
4 17 ; Émile, I, 35-36, 1 1 8 , 293-294, 3 2 0 -3 2 1. Oeuvres complètes, I, 62-63:
«Osera-t-on prendre le parti de l’instinct contre la raison? C’est précisément
ce que je demande».
340 Capítulo VI
22. Discours sur les sciences et les arts, pp. 93, 97, 99-100, 10 7 , 118 - 12 2 ,
12 5 , 12 8 - 1 2 9 ,1 3 0 n., 1 3 1 - 1 3 2 , 1 5 2 - 1 5 4 ,1 6 1 - 1 6 2 ; Oeuvres complètes, i, 35;
Préface de Narcisse, pp. 47, 50 -51, 56; Discours sur l’inégalité, pp. 74-76;
Ém ile, I I , 13 , 72, 73; Lettre à M. de Beaumont, p . 452. Véase Kant, Grundle
gung zur Metaphysik der Sitten, Erster Abschnitt (hacia el final).
2 3. Discours sur les sciences et les arts, pp. 10 5 -10 6 ; Discours sur l’inégalité,
pp. 9 1, 97, 12 2 , 1 5 0 - 1 5 1 , 16 8 ; Les confessions, 11, 73; Iii, 205, 207-209,
2 2 0 -2 2 1; Rêveries du promeneur solitaire, v i (final) y v u .
342 Capítulo VI
27. Discours sur l’inégalité, pp. 92-95, 1 1 8 , 140, 166; Nouvelle Héloïse,
p. 589 n.; Émile, il, 24, 37; Lettre à M. de Beaunont, pp. 461-463; Rêve
ries du promeneur solitaire, n i. Véase Discours sur les sciences et les arts,
p. 178 .
28. En lo tocante a ios precedentes de este planteamiento, véanse pp. 273-275
y 297-298.
29. Discours sur l’inégalité, pp. 75, 17 3 .
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 345
dcl desarrollo que parte del estado de aaturaieza para llegar al despotismo, o
lo que es lo mismo, la «historia de los gobiernos». Al final de la «Primera par
te» de su obra bipartita, Rousseau habla del estado de naturaleza como un
«hecho»; el problema consiste en relacionar «dos hechos considerados reales
a través de una secuencia de hechos intermedios y supuesta o realmente des
conocidos». Los hechos asumidos como reales son el estado de naturaleza y el
despotismo contemporáneo. Es a los hechos intermedios, y no a los rasgos del
estado de naturaleza, que Rousseau se está refiriendo cuando afirma en el pri
mer capítulo del Contrat social, que no tiene conocimiento de ellos. Si la des
cripción rousseauniana del estado de naturaleza fuera hipotética, todas sus
enseñanzas políticas lo serían; en el plano práctico, dicho planteamiento se
traduciría en oración y paciencia, no en insatisfacción y, siempre que fuera
posible, en reforma. Véase Discours sur l’inégalité, pp. 75, 78-79, 8 1, 83-85,
104, 1 1 6 - 1 1 7 , 149, 15 2 - 15 2 , 265; véase también la referencia a los «miles de
siglos» necesarios para el desarrollo de la mente humana [ibidem, p. 98) con
la cronología bíblica; véase también Motel, opus cit., p. 13 5 .
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 347
33. Ibidem, pp. 74-77, 90, 9 4 - 9 5 ,1 0 4 ,12 4 - 12 5 ,17 4 ; véase también Condor-
cet. Esquisse d ’un tableau historique des progrès de l’esprit humain, primera
época (comienzo).
34. Discours sur l’inégalité, pp. 76-77, 10 3 , 10 7 - 11 0 ; véase también Em i
le, I, 289.
La cris: s iel derecho natural moderno: Rousseau 349
3 8.i Véase las críticas vertidas por Spinoza contra Hobbes en Epistolae, 50
con Tractatus theologico-politicus, cap. iv (inicio) y Etica iii, Prefacio; véase
capítulo V , nota p .
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 353
4 1. Véase Contrat social, 11, 6 (véase cap. iii, nota 18). En lo tocante a la re
lación entre el Contrat social y el Discours sur l’inégalité, véanse notas 25
y 3 1.
42. Véase Contrat social, 1 1 ,4 , y Discours sur l’inégalité, p. 77.
358 Capítulo VI
43. Rousseau manifiesta su acuerdo con los clásicos al suscribir de forma ex
plícita «el principio establecido por Montesquieu» según el cual «no siendo la
libertad fruto de todos los climas, tampoco se halla al alcance de todos los
pueblos» {Contrat social, ii i, 8). La aceptación de este principio explica el ca-,
rácter moderado de la mayoría de las propuestas rousseaunianas de aplica
ción pretendidamente inmediata. N o obstante, al apartarse de Montesquieu y
de los clásicos, Rousseau proclama que «todo gobierno legítimo es republica
no» (11, 6) y, por consiguiente, que la práctica totalidad de los regímenes de su
época eran ilegítimos: «Muy pocas naciones poseen leyes» (iii, 15). Esto
equivale a decir que, en muchos casos, los regímenes despóticos son inevita
bles sin que por ello devengan legítimos: la estrangulación de un sultán es tan
lícita como todas las acciones gubernamentales de dicho sultán (Discours sur
l’inégalité, p. 149).
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 35^
45- Discours sur l’inégalité, pp. 93 (véase Spinoza, Ética, iii, 9 scholio),
ÏJ.6, 130 , 13 8 , 14 0 - 14 1, 1 5 1 ; Contrat social, I, i (principio), 4, 8, 1 1 (prin
cipio); I I I , 9 n. (final). Véanse los encabezamientos de las primeras dos par
tes del De cive de Hobbes; véase también Locke, Treatises, 11, secs. 4, 23,
95j 12.3.
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 361
56. Discours sur l’inégalité, pp. 66, 14 3 ; Nouvelle Héloïse, pp. 4 70-471;
Contrat social, iv , 4; Lettres écrites de la montagne, pp. 252, 300-301.
Véase la postura crítica de Rousseau ante el principio aristocrático de los
clásicos en Préface de Narcisse, pp. 50-51, y en el Discours sur l’inégalité,
pp. 179 -18 0 .
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 371
57. Préface de Narcisse, p. 56; Discours sur Pinégalité, pp. 66-67, 14 3 ; Con
trat social, II, 3, 6-7; iii, 2, I I . Compárese la referencia a los milagros que
aparece en el capítulo sobre la figura del legislador [Contrat social, 11,7 ) con
el debate explícito del problema de los milagros en Lettres écrites de la mon
tagne, Il-II I.
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 373
59. Préface de Narcisse, p. 56; Discours sur l’inégalité, pp. 66-67, 74, 12 3 ,
12 5 , 15 0 , 16 9 -17 0 ; Contrat social, n , 8, 10 , 12 ; iii, i ; Émile, n , 287-288;
Gouvernement de Pologne, Paris, Gamier; caps, ii - ii i; véase también Alfred
Cobban, Rousseau and the Modern State, Londres, 19 34 , p. 284.
La crisis del derecho natural moderno: Rousseau 375
mana sólo puede existir más allá incluso del deber o la vir
tud. Sin perder de vista la relación entre virtud y sociedad
civil, ni la problemática naturaleza de la relación entre
virtud y felicidad, Rousseau trazó una distinción entre vir
tud y bondad. ¡La virtud presupone esfuerzo y habitua
ción, puesto que inicialmente es un peso y sus exigencias
son severas. La bondad, es decir, el deseo de hacer el bien,
o cuando menos la total ausencia del deseo de hacer daño,
es sencillamente natural. Los placeres de la bondad pro
vienen directamente de la naturaleza. La bondad se halla
íntimamente relacionada con el sentimiento natural de
compasión; pertenece en mayor medida al corazón que a
la conciencia o la razón. Rousseau proclamó, en efecto,
que la virtud es superior a la bondad, pero la ambigüedad
inherente a su noción de libertad -o , expresado de otro
modo, su anhelo de reconquistar la felicidad de la vida
prepolítica- hace que dicha proclamación sea cuestiona
ble desde su propio punto de vista.^°
Esta paradoja nos permite comprender la actitud de
Rousseau hacia la familia o, más precisamente, hacia el
amor conyugal y paternal, así como hacia el amor hetero
sexual en sí. El amor se halla más cerca del inicial estado
de naturaleza que la sociedad civil, el deber o la virtud. El
amor es sencillamente incompatible con la coacción o tan
siquiera la autocoacción: será libre o no será. De ahí que
el amor conyugal y paternal pueda ser el «más dulce de los
sentimientos» o incluso «el más dulce de los sentimientos
de la naturaleza» que «son conocidos por el hombre». De
ahí también que el amor heterosexual pueda ser sencilla
mente «la más dulce de las pasiones» o «el sentimiento más
2 . Burke
68. Ibidem, 11, 59-62; ii i, 10 4 ; v i, 14 4 -15 3 . Con respecto al tema del progre
so, véanse II , 15 6 , ii i, 279, 366; v i, 3 1 , 1 0 6 ; v ii, 23, 58; v i ii, 439; Letters o f
Edmund Burke: A Selection, ed. Harold J. Laski, p. 363 (citado en adelante
como Letters); véase también Burke, Selected Works, ed. E . J . Payne, ll, 345.
38z Capítulo vi
70. Ibidem , n , 220, 332 -333, 349, 368-370; ii i, 82, 86; v , 2 12 , 3 15 , 498.
7 1. Ibidem , 11, 3 10 , 3 3 1 , 333, 358; ii l , 109 ; v , 80, 12 2 , 2 16 , 424.
384 Capítulo VI
74. Ibidem , i, 4 7 1, 473, 474; 11, 2 9 1, 296, 335-336, 468; iii, 15 - 16 , 52, 8 1,
109 ; V , 12 0 . Véase G .H . Dodge, The Political Theory ofthe Huguenots ofthe
Dispersion. Nueva York, 19 4 7 , p. 10 5: Jurieu sostenía que es mejor «para la
paz pública» que el pueblo no conozca la dimensión exacta de sus poderes;
los derechos del pueblo son «remedios que no deben ser desperdiciados ni
aplicados en caso de errores menores. Son misterios que no deben ser profa
nados por una exposición excesiva a la mirada del vulgo común». «Ante la
destrucción del Estado o de la religión, [estos remedios] pueden producirse;
más allá de esta eventualidad, no creo que sea pernicioso el que permanezcan
bajo un manto de silencio.»
75. Carta a Rivarol, fechada el i de junio de 1 7 9 1 (véase Works, i, 1 3 0 - 1 3 1,
427; I I , 56, 418); V , 208, 326. Véase Montesquieu, De l’esprit des lois, x x , i
(y X I X , 16) sobre la relación entre el comercio y la relajación de las formas
frente a la pureza de las mismas.
3 88 Capítulo VI
77. Ibidem, ii, 284-287, 299, 300, 302, 338-339, 352, 36 1-36 2, 382-384,
403-405, 4 14 , 4^3-42.4= 52.7; III, 87-91, 164, 350-352-, 354, 376, 377, 379,
442-443, 456-457; V, 73, III, 13 8 , 13 9 , 1 4 1 , 245, 246, 259 {las cursivas fi
guran en el original}.
78. Ibidem, i, 3 1 1 ; 11, 363; ii i, 13 9 , 356; V, 76; v ii, 1 1 .
La crisis del derecho natural moderno: Burke 391
79. Ibidem, 1, 257, 278-279, 402-403, 4 3 1, 4 32, 435, 479-480; 11, 7, 25-30,
52, 300, 304; I I I lé ; V , 295; V I I , 1 6 1 ; V i l i , 8-9; véase también Ernest Barker,
Essays on Government, Oxford, 19 4 5 , P- 2 2 1.
392., Capítulo VI
8 1. Works, I, 18 5 , 3 12 , 456; I I , 7-8, 282-283, 333, 358, 406, 426 -4 27,,4 31,
520, 533, 542-543, 549; I I I , 15 - 16 , 36, 8 1, l o i , 350, 4 3 1-4 3 2 , 452; V , 158 ,
2 16 ; V I , 19 , 24, 1 1 4 , 4 7 1; V I I , 93-94, l O I .
82. Ibidem, 1, 277-278, 3 1 2 , 365; 11, 372, 374-375. 3 ^3; m . ^5'W ; V. 7^,
153-154.257-
394 Capítulo VI
85. Ibidem, 1, 257, 336 -337 , 408, 4 33, 500-501; 11, 29-30. 333*335. 437*
438, 454-455. 515; iii.26; V , 15 8 ; V I , 1 3 2 - 1 3 3 .
86. Winston S. Churchill, Blood, Sweat and Tears, Nueva York, 19 4 1, p. 18.
La crisis del derecho natural moderno: Burke 397
87. Works, I, 337, 428-429, 435, 454, 489; II, 26, 30, 304, 358, 542; iii,
1 1 2 , 4 4 1; V , 227, 278; V I , 2 1, 24; V I I , 349.
398 Capítulo vi
88. Ibidem, i, 18 5 -18 6 , 324, 5 0 1; 11, 29, 12 0 , 280 -281, 548; ili, 379-380;
V I, 226; V I H , 458.
89. Ibidem, i, 87, 19 3, 32 3, 336, 405; 11, 26, 427-428, 548, 552; v i, 19 ; v ii,
12 7 .
La crisis del derecho natural moderno: Burke ' 399
90 . Ibidem, 1, 87, 1 9 0 , 2 5 7 , 2 8 0 , 3 0 7 , 3 5 2 , 3 7 5 , 4 3 1 - 4 3 2 , 4 7 1 , 4 7 3 , 4 8 3 ,
349 . 4 2 9 - 4 3 0 ,
4 8 9 , 4 9 2 , 5 0 2 ; II, 2 7 - 2 9 , 3 3 - 3 4 , 4 4 , 2 9 2 - 2 9 3 , 3 0 6 , 3 3 5 - 3 3 6 ,
4 3 9 ; I I I , 3 9 - 4 0 , 8 1 , 1 0 9 - 1 0 ; V, 2 3 0 ; V I, 9 8 , 2 4 3 , 3 0 6 - 3 0 7 ; V I I , 4 4 - 4 8 , 5 9 - 6 0 ,
1 9 0 ; VIII, 2 7 4 ; Letters, pp . 2 9 9 - 3 0 0 .
91. Works, I, 2 5 9 - 2 6 0 , 2 7 0 - 2 7 1 , 4 3 2 ; II, 2 8 - 2 9 , 3 3 1 ; III, 1 2 , 1 6 , 2 5 , 3 9 , 8 1 ,
9 8 - 9 9 , 1 0 4 , 1 0 6 ; VI, 1 3 2 .
La crisis del derecho natural moderno: Burke (40T
1 0 1 . Works, I I , 33, 307; V, 89, 100, 3 Z 1; Kant, Sämtliche Werke, ed. Karl
Vorländer, v in , 280.
408 Capítulo VI
10 3 . Works, II, 306, 359, 4 43; III, l i o , iiz : V I, 14 6 ; Hegel, opus. cit., Vo-
(2jAp^^u¿X)^ : M c tt¿ ^ /tw k j^ ^ ^ ^ A jo
índice