Alfredo Jocelyn Holt
Alfredo Jocelyn Holt
Alfredo Jocelyn Holt
(T) “La transición pactada con los militares implicó la destrucción del tejido social y la liquidación
de los medios de comunicación críticos”
(B) Conservador, momio, de derecha, amante del viejo orden social, son sólo algunos de los
calificativos con los que se ha motejado a este destacado historiador. De ironía fina y mirada al
límite, la verdad es que el actual académico de la Universidad de Chile goza de una independencia
casi envidiable. CyT conversa con él para analizar el actual estado de cosas sociales en el país,
más allá de los discursos oficiales y las noticias de los diarios.
A pesar de que cada uno de los motes con los que este historiador y abogado ha sido calificado
pueden vislumbrarse con claridad en su discurso, sus palabras suelen combinar en forma lúcida y
explosiva la ironía con la provocación. Casado con Sofía Correa, otra destacada investigadora, el
académico goza de una independencia casi envidiable. CyT conversa con él sobre la actual
institucionalidad particularmente autoritaria y cerrada que tiene el país, la cual no sólo es fruto de
un régimen militar que se extendió con fuerza por casi dos décadas, sino que viene de algunas
preocupantes raíces propias de la forma del ser nacional. Y de cómo dichas maneras están más
arraigadas de lo que comúnmente se cree.
Luego de pasar un 2003 en el que los medios de comunicación subrayaron los 30 años del golpe
militar, resulta también interesante la pregunta de qué es lo que viene después. Porque a partir de
ahora, se van a ir cumpliendo tres décadas de cada uno de los diecisiete años de la dictadura,
situación que obliga a poner en perspesctiva qué es lo que ha pasado en el país y en la sociedad,
luego de esa experiencia para muchos traumática. ¿Ha cambiado Chile? ¿Por qué a más de una
década de la transmisión del mando de Pinochet a Aylwin aún la institucionalidad es la misma con
la que gobernó el viejo militar? Es lo que de alguna forma el historiador Jocelyn Holt aborda en esta
conversación.
Usted sostiene que nuestra historia en los últimos cuarenta años ha estado llena de
remezones o movimientos telúricos. ¿Sería el 11 de septiembre de 1973 uno de los
mayores?
- Sin duda, pero lo importante es que esta fecha se ubica dentro de un proceso revolucionario
surgido en los años 60 y que continúa hasta nuestros días. Hay que pensar que se trata de
remezones o trastornos mayúsculos, que se producen en un terreno fértil y ruinoso. Y se trata de
un trastorno y de un reventón porque alteran nuestro sentido del orden, aunque posteriormente nos
hacen re-pensar qué tan ordenado estaba todo. Ese el valor que puede tener el 11 de septiembre.
A los hechos mismos tiendo adjudicarles un valor menor, porque no son suficientemente
elocuentes. Son traumáticos. En sí mismos no nos permiten entender lo que significan, hay que
darles alguna interpretación o sentido a lo que en sí mismo no tiene ningún sentido. Y eso es lo
que hemos estado haciendo desde hace ya treinta años. Tenemos que ubicar esta fecha dentro de
un proceso revolucionario más largo, que pone fin a la sociedad del antiguo régimen en el orden
social, previsional, piramidal, jerárquico, pero que también venía haciendo cambios hacia la
modernidad desde el siglo XVIII y todo el XIX. Es en ese contexto que se produce el remezón.
Desde la Independencia que se había tratado de evitar la revolución y, finalmente, llegó en la forma
de un golpe de Estado.
¿Y cuáles son, entonces, las dinámicas que se instauran a partir de este golpe?
- Creo que ha sido más evidente la violencia, que la toma de conciencia de los efectos de la
violencia y el hecho de cuán violentos hemos sido siempre, aspectos que han tomado más tiempo
en decantarse. Hay una tendencia a suponer, en una concepción muy perversa, pero que
pareciera tener algún grado de fundamento, que cuando estamos frente a actos de violencia
máxima, se está también ante un hito fundador. Que todo nuevo comienzo tiene un parto durísimo
y brutal, por lo que cualquier nueva etapa tiene en su base un acto de barbarie fundacional. Creo
que hay que revisar eso y hacerse cargo. Sea admitiendo que es verdad, que así funcionamos, y
dulcificar, civilizar este acto fundacional crudo, o para decir que eso no puede ser así, que se está
ante hechos inaceptables, que no hay razón alguna para que nuestra cultura se base en un
fundamento violento. Ma parece que desde un sentido valórico hay que tener claro este punto, qué
pensamos de la violencia. No nos hemos hecho cargo de esto.
Desde el punto de vista historiográfico, por ejemplo, falta también indagar en eso que usted
anotaba al comienzo, el proceso que llama “revolucionario”. Y, por otro lado, en los medios
de comunicación, especialmente la televisión, se quiso hacer un especie de “blanqueo”
frente a lo sucedido. Es difícil olvidar, por ejemplo, que la TV fue la imagen oficial del
gobierno militar...
- Efectivamente, falta indagar en este proceso revolucionario que busca llevar a Chile a una
modernización acelerada, poniendo fin al antiguo régimen y cuestionando la institucionalidad liberal
que ha sido la matriz política legada desde el siglo XIX. Desde los años 60 en adelante, se da una
clara desvalorización de las tradiciones republicanas, lo que se agudiza con la dictadura que
pretende partir de cero. Por cierto no pasó, pero fue un propósito muy fundamental en sus inicios.
Nuestros historiadores no hacen aportes importantes, claro, se trata de una disciplina
conservadora, muy positivista. Alega, a mi juicio muy erradamente, que se necesita perspectiva
histórica para entender, pero en una sociedad que se mueve en forma tan dinámica, no sé de qué
perspectiva histórica hablan. Las distancias de treinta o cincuenta años hoy se relativizan y resulta
casi inaceptable argüirlas como razón para no ejercer una mirada histórica. Además, nuestra
disciplina historiográfica es muy dada a entregar versiones oficiales. No aceptamos la idea de que
la historia es algo que uno tiene que pensar y reflexionar. Los hechos están ahí, a la vista.
En cuanto a los medios, para los treinta años del 11 de septiembre no hubo informaciones
novedosas. Lo que sí hubo fue una dinámica más machacona. Y es que, obviamente, hubo un
intento de blanqueamiento, especialmente de la televisión, pero no fue exclusivo. También buscan
blanquearse los políticos, el Ejército, el gobierno, los tribunales de justicia. De ninguno de ellos
hemos de recibir una versión seria y rigurosa. Se trata, finalmente, de una labor para quienes
pueden ejercer una mirada histórica independiente, que no son los historiadores, sino que los
cineastas, los escritores, los artistas gráficos o los músicos. La mirada histórica admite distintas
variedades, no tiene por qué ser necesariamente un relato documental, pensando en el sentido
más clásico de esta palabra; es posible considerar otras experiencias, pero se requiere de un
espacio público comunicacional que no sea oligopólico, eficiente y sin censura.
En el caso del ejército, por ejemplo, desde su Comandante en jefe surgió un discurso
centrado en el “Nunca más”, ¿qué le parece en perspectiva?
- Lo objeto por múltiples razones. En el mejor de los casos, me suena a una declaración de
principios, pero en el peor hay que pensar sólo en lo siguiente: venimos saliendo de un siglo tan
horroroso como lo fue el siglo XX, en el que se han cometido los abusos y violaciones más graves
a los derechos de las personas, es un siglo marcado por guerras totales que involucran a civiles,
que realmente me resulta inaceptable un pronunciamiento para el bronce como éste. El
Comandante en Jefe del Ejército emitió la frase, pero no especificó el referente. Se me ocurren
varios puntos para subrayar de la letra chica de ese planteamiento: no me queda claro si se refiere
a que no se va educar más a un general de ejército, como se le educó desde el 73 en adelante,
para participar en una cámara de tortura. O exigirle al general Cheyre que diga “nunca más las
Fuerzas Armadas van a participar en gobiernos civiles”. Presumo que no pueden responder a eso.
¿Nunca más muertes? ¿Nunca más quiebres institucionales? ¿Nunca más qué?.... Es un frase
vacía, carente de significado.
¿Y desde una perspectiva positiva, no ve este discurso como una nueva voluntad?
- No, porque hay buenas razones para desconfiar de los militares en Chile. La última vez que se les
pidió información concreta sobre los detenidos desaparecidos entregaron datos falsos. Dijeron de
muchas personas que habían sido fondeadas en el mar y fueron encontrados en fosas en tierra
firme. Hay muy buenas razones para no creerles y en política no se puede ser ingenuo....
Usted también tiene críticas a la reacción de las masas, del pueblo, en todo el desarrollo de
la historia chilena de las últimas décadas...
- Es que de la gente se puede esperar cualquier cosa. Efectivamente, desde un punto de vista
electoral, las mayorías apoyan los cambios revolucionarios a partir del 64 en adelante con una
trayectoria de votaciones absolutamente erráticas. Están a favor de Frei Moltalva; después
estuvieron con Allende si le sumamos los votos de Tomic; y, finalmente, estuvieron a favor de la
dictadura. Eso sin perjuicio de que hay ciertas continuidades históricas que pueden explicar el
porqué las mayorías están en esa misma tónica. Pero así, a primera vista, suena muy errático. Y
hay un dato muy claro, pues si suponemos que el 50 por ciento del pueblo apoyaba a Allende, hay
que concluir que no lo defendió. No defendió su gobierno, no defendió a su mandatario, no
defendió la Moneda, no se defendió del abuso sistemático y de gran escala que se perpetró desde
el 11 de septiembre en adelante. Quizás la única excepción fueron las protestas que comenzaron a
partir de 1983, pero tardaron diez años...
Para usted, más allá del temor lógico, lo que hay allí es una forma característica del pueblo
chileno...
- Sí. Creo que este es un país muy autoritario, matiz que puede aprovechar cualquier tipo de
gobierno. Es algo que las personas que dirigen los destinos del país conocen muy bien y es,
precisamente, lo que tenemos que controlar. Cuesta mucho cambiar la ideosincracia autoritaria de
una nación que se fundó en el autoritarismo desde la sociedad tradicional hacendal. Pero, gracias
a ese mismo orden de hacienda, sabemos que el poder se puede autolimitar a través de
instituciones liberales, que son las que justamente colapsaron en los años 60 y claramente en los
70. Y de esa caída no se han vuelto a revertir. En realidad, tiendo a pensar que, por ejemplo, en
función del próximo aniversario del bicentenario en algunos años más, que la república como tal
desapareció y que, por lo tanto, no hay nada que conmemorar.
¿A qué se debe esa caída republicana y cuál es la razón de que nunca se tendió a su
resurgimiento?
- En los inicios de la república hay un régimen cívico-militar que es finalizado hacia 1860, surgiendo
a partir de allí gobiernos claramente civiles, con subordinación uniformada hasta 1924. Desde el
año siguiente, con la Constitución del 25, se retoma la figura del orden cívico-militar con lo que hay
una evidente regresión. Considero que el mayor valor de la república es que, fundamentalmente, la
potestad está en la civilidad, lo que hoy no existe. Podemos apostar a una sociedad civil más rica y
más densa, pero no ha sido el caso de nuestra historia. A lo sumo, tuvimos un espacio publico
republicano. Y a lo que es posible apostar es que, de ahora en adelante, surja una sociedad civil
muy, pero muy primigenia: grupos de interés que se agrupen y pongan en cuestión los dictamenes
o pretensiones de un Estado dirigista, que se involucra cada vez más en las esferas de sus
quehaceres. Eso no lo veo. Hubo algo parecido hacia fines de la dictadura, pero se perdió. Yo
entiendo a la sociedad civil como una esfera de poder alternativo, que deslegitima los propósitos
monopolizadores de coerción y de creación de normas por parte del Estado. Pero sabemos que la
transición pactada antes del plebiscito entre la Concertacion y los militares tuvo una condición
fundamental: la desmovilización, la destrucción del tejido social alternativo y la liquidación de los
medios comunicacionales críticos o progresistas; en los últimos trece años hemos tenido menos
medios críticos que en los últimos años de Pinochet. La sociedad civil era, sin duda, mucho más
fuerte en los años 80 que ahora.
¿Y, a su juicio, este decantamiento de la expresión civil sería la mayor presión que ejerce el
orden cívivo-militar que vive el país?
- Los regímenes cívico-militares existen porque son un empate: ni los militares ni los politicos
civiles pueden gobernar por sí solos. De allí es que se trate de una característica que se ve tanto a
mediados de la Unidad Popular, cuando se llama a los uniformados al gobierno, como en la década
de los 80, cuando Pinochet asume que no puede gobernar sin sentarse con los políticos.
(RECUADRO)
“Lo cierto es que de los proyectos excluyentes de los 60 se ha pasado ahora a sistemas todo
incluyentes, basados en un totalitarismo suave en el que los medios de comunicación juegan un rol
fundamental. El modelo actual requiere de una industria publicitaria, quizás la que más ha crecido
durante los últimos veinte años, que se canaliza por los medios para vender la idea de recibir y
disfrutar los beneficios del sistema económico neoliberal. Eso sí, a base de un cierto crédito, razón
por la cual se trata de individuos que se enduedan y hacen un acto de credibilidad y esperanza en
un modelo que presumen que les va a producir rédito en el futuro. Quines ven TV no son reflexivos,
no se percatan del mecanismo publicitario que profundiza la necesidad de un deseo incumplido. De
esta forma se incorporan al modelo, pero no lo dominan. Dentro de un contexto, además, ante el
cual no existe otra alternativa.
Todo esto se refuerza con el consensualismo de una transición pactada y basada en el temor. Se
negocia antes del plebiscito de 1988 y se sustenta en el miedo a un escenario insurreccional que
se vislumbra a mediados de los 80, con las jornadas de protesta nacional, motivando a que
sectores de la DC y el PS se unan a los uniformados y a quienes los apoyaban, para generar una
lógica consensuada que, sin embargo, se construye con negociaciones que se hicieron con la
pistola sobre la mesa y con las amenazas posteriores de Pinochet y sus ejercicios de enlace.
Aunque no hay alternativas, de todas formas queda la duda de que si este esquema precave de un
reventón futuro, ante el cual –eso sí- los negociadores también han sido hábiles para ponerse en
algunos de esos escenarios. Sin embargo, hay grietas que amenazan cualquier tipo de orden. La
exacerbación de temas como la delincuencia, por ejemplo, en vez de obedecer a una urgente
necesidad de seguridad, más bien lleva a pensar que en ella funcionan lógicas que, más allá de
exigirle a las instituciones que mejoren, abogan o fomentan la aparición de
grupos armados privados que, finalmente, a través de presiones en los medios de comunicación,
chantajean a los gobiernos para que no se salgan de las “pautas pre-establecidas”. Hay una
militarización silenciosa y sutil que es muy preocupante.
Nadie fiscaliza eso. No hay contrapartida, por ejemplo, a Paz Ciudadana, no hay grupos que
resguarden los intereses de la sociedad civil. El autoritarismo suave es algo que se debiera pensar
más seriamente, pues funciona como un reconocimiento de parte de la sociedad civil a los logros
“extraordinarios” que se originan desde el mundo fáctico o desde el gobierno. Habría que
reconocer que en eso han sido hábiles, en una de esas se ufanan y lo terminan por transparentar.
Creo que más que la participación, el tema pasa por la transparencia que generan instituciones
fuertes, ya sean partidos o movimientos de la sociedad civil, y medios de comunicación plurales, no
censurados o autocensurados, que limiten cualquier forma de poder, absoluto o totalitario, en
versiones duras o suaves. Pero eso es lo que no se aprecia”.