Para Qué Sirven Las Tareas

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¿Para qué sirven las tareas?

 Parece una pregunta tonta, pero no deja de ser relevante,  especialmente ante la inexistencia
de evidencias científicas contundentes de que realmente sirvan para mejorar el aprendizaje de los
alumnos. Las pocas evidencias positivas que hay siempre tienen la atingencia “depende del tipo de
tareas de las que se trate”. Valen si son dosificadas, accesibles, cultivadoras de la curiosidad y
motivación del estudiante, de modo similar a la de quien se pasa horas disfrutando de pintar, tocar un
instrumento musical, hacer deportes o manualidades. Agregaría además, sin notas, usadas como material
para iniciar las clases siguientes, permitiendo que el profesor detecte qué es lo que los alumnos han
hecho por su cuenta.
  
Una de las cartas a los padres más sensatas que he leído últimamente es la de Lisa Waller, Directora de
la secundaria privada Dalton, en Nueva York, anunciando que se reducirá la carga de pruebas y tareas
para no sobrecargar a los alumnos, y que las pruebas semestrales serían postergadas dos semanas de
modo que los alumnos no tengan que pasarse las vacaciones estudiando para los exámenes.  Además,
establecieron un ciclo de rotaciones de trabajos cada 5 semanas, de modo que se alternen semanas
livianas con semanas más pesadas.
Esta acción se suma a otras similares en las que colegios que renuevan su pedagogía están bajando la
presión por las tareas, por considerarlas saturantes y  desmotivadoras, componentes de “una carrera
hacia ninguna parte”, que lo único que  hacen es privar a los alumnos del necesario tiempo de sueño y
del disfrute de su vida juvenil. Alumnos que estudian más de 3 horas por noche tienen una fuerte 
probabilidad de desarrollar conductas y enfermedades asociadas a la privación del sueño, úlceras,
dolores de cabeza y sobre-estresamiento. Por lo demás, existen muy limitadas evidencias de que dejar
más tareas haga que los alumnos se vuelvan más hábiles.

Inteligentes pero sin carácter, logran poco.


David Levin, cofundador de la famosa red de escuelas intermedias charter “KIPP” de Estados Unidos, que
fomentan el estudio intensivo por parte de estudiantes de bajos recursos logrando que obtengan muy altas
calificaciones para ingresar a la alta secundaria y a la universidad, encontró que sus ex alumnos tendían a
abandonar los estudios superiores graduándose solamente 33% al cabo de los 4 años del primer título
universitario. Si bien seguía siendo superior al 31% del promedio nacional, estaba muy lejos de su meta de
graduar al 75% de los egresados.

Levin encontró algo curioso: los alumnos que se mantenían en la universidad no eran los que tenían las mejores
notas en el colegio, sino los que evidenciaban tener muchas fortalezas de carácter,
como optimismo, perseverancia e inteligencia social. Eran aquellos que rápidamente se recuperaban de
cualquier traspié sin quedarse atados a sus fracasos. Podían tolerar dejar de ir al cine para terminar sus trabajos, o
mantenerse optimistas  pese a los líos en el hogar ó pedir a los profesores trabajos adicionales para recuperar sus
malas notas. En suma, encontró que si bien el C.I. (Cociente Intelectual) era un buen   predictor de los puntajes de
las pruebas nacionales de logros de aprendizaje, los mejores predictores de la permanencia en los estudios
superiores eran los indicadores relevantes del carácter.

Es decir, tenía más relevancia el trabajo duro, valiente y perseverante en búsqueda de un objetivo, como por
ejemplo en el caso de un atleta que se esfuerza y entrena duramente, se foguea en competencias en las que a veces
gana y otras pierde, supera sus frustraciones, sigue para adelante sin rendirse, hasta llegar lo más cerca posible del
logro aspirado. Esa no es la experiencia que se llevan consigo gran cantidad de estudiantes a los que “les viene
fácil” el logro académico por sus ventajas intelectuales genéticas, pero que se esfuerzan poco en cultivar su
excelencia. Esas personas, cuando enfrentan  algo que realmente les resulta difícil, se achican y rinden, porque no
están  acostumbradas a ese tipo de experiencias.

TEXTO III 
De altura más bien baja, barriga prominente, pelo gris y sonrisa fácil. Rigonatti no tiene apariencia de médico.
Más bien de vendedor de seguros y, sobre todo, es una persona amable. En la década de los años ochenta ganó
entre sus colegas el apelativo de "Tigre" por su defensa enfervorizada del electroshock. Pero 18 años después,
aquellos colegas le tienden la mano en los pasillos y hasta confiesan respetarlo debido a sus logros. Los pacientes,
por su parte, lo definen como una especie de dios que devolvió cordura a sus vidas.
Él, convertido en referente de consulta obligada dentro de la psiquiatría y miembro del Consejo Federal de
Medicina de Brasil, dice que si dedicó su vida a la psiquiatría y a la terapia de electroshock fue porque se lo pidió
su maestro antes de morir, el médico Antonio Carlos Pacheco Silva, fundador del Instituto de Psiquiatría del
Hospital de Clínicas, quien adquirió el primer aparato de electroshock usado en Brasil, y que murió convencido
de que con solo un puñado de dólares dejaría en manos de sus discípulos un ingenioso quitapenas eléctrico el
secreto de la redención de mentes perturbadas. Y asi lo creyó quien ahora preside el ala de psiquiatría de uno de
los hospitales más colosales del mundo.
-¿A quiénes se recomienda el tratamiento de electroshock?
-A los pacientes con depresión grave, gravísima, y con psicosis. En algunos casos a los epilépticos o a las
embarazadas con depresión, porque mientras que los medicamentos afectan al feto, la electricidad no, porque no
es transmitida por la placenta. Aquí administramos el tratamiento hasta en pacientes con trasplantes de corazón.

-¿Por qué funciona el electroshock?


-Nadie sabe, pero una explicación sencilla sería que la electricidad se ingiere en la actividad de la neurona, que
tiene bombas que sacan cosas para afuera y ponen otras adentro. Entonces, se cree que es ahí donde funciona, en
la membrana de las neuronas y en la sinapsis, ayudando en ese proceso de sacar cosas que complican y dejar el
paso libre a otras, como los medicamentos. Porque lo que si está comprobado es que en pacientes en los que antes
del electroshock los medicamentos no surtían efectos, tras el tratamiento logran tenerlos.

Otra explicación más casera pero gráfica de Rigonatti recuerda aquel golpe seco que solía propinarse a los
antiguos aparatos de TV, y que ayudaban a recuperar la imagen en blanco y negro.
-Ahora —continúa— algunos dirán que es como un "reseteo", como reiniciar !a computadora para que funcione
bien.
El médico de los gestos amables sabe que son pocos los defensores del electroshock. Sabe también —y lo dice—
que fue utilizado como método de tortura dentro de hospitales psiquiátricos. Y fuera de ellos, como lo hicieron los
aparatos represores de la última dictadura militar de Argentina o en la ex Unión Soviética.
-Sé que en el imaginario popular se asocia a la tortura, pero aquí, desde 1960, se practica solo con anestesia, por
lo que ya no existen huesos quebrados ni pacientes que se hacen sus necesidades fisiológicas encima.

Para él, el inconsciente colectivo fue marcado por imágenes de filmes como el dirigido por Milos Forman y
protagonizado por Jack Nicholson, One Flew Over the Cuckoo's Nest (Atrapados sin salida), que ganó cinco
premios Oscar en 1975. Allí, el protagonista, Randle McMurphy, es torturado con largas sesiones de
electroshocks que acaban por alienarlo.

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