Martín Fierro
Martín Fierro
Martín Fierro
Literatura 4º año
Mitos y leyendas
a. En los relatos mitológicos que hemos estado leyendo “A las puertas del Olimpo” y
“Popol vuh” ¿El mundo se crea de forma rápida y correcta o por el contrario hay
distintas etapas en la creación? Justifica tu elección con ejemplos tomados de ambos
textos:
A las puertas del Olimpo
Versión de Beatriz Fernández y Alicia Stacco
Para los griegos las cosas empezaron así... Al principio, todo estaba revuelto: el agua
no corría, las tierras no eran sólidas, en fin, reinaba Caos (que en griego quiere decir
“la boca del abismo”). De Caos nacieron la Noche y la Oscuridad, que lo destronaron y
engendraron a Éter (el aire luminoso de las alturas) y al Día. De ellos nacieron la Tierra
y el Mar. Por aquellos tiempos también existía Eros (el amor), un poder tan antiguo
como Caos, pero que impulsaba a la unión y a la creación. Con su fuerza, Eros
engendró la vida en la Tierra, hasta entonces desierta, y florecieron las plantas,
crecieron los animales, se poblaron las aguas y el Cielo lo abrazó todo. De la unión
entre el Cielo y la Tierra nacieron doce titanes enormes y fortísimos, tres Cíclopes (que
se llamaban así porque tenían un solo ojo, ubicado en medio de la frente) y tres
Gigantes. El Cielo, temeroso de la fuerza de sus hijos, fue encerrándolos a medida que
nacían en el abismo del Tártaro. Finalmente, la Tierra, como buena madre, decidió
liberarlos y el menor de los Titanes, Cronos (el Tiempo), eliminó a su padre, ocupó su
lugar y comenzó a reinar junto a sus hermanos. Cierta vez, Eros convocó a los hijos de
un Titán, llamados Prometeo y Epimeteo, y les pidió que modelaran un ser capaz de
dominar a todos los animales que poblaban la Tierra. Prometeo tomó arcilla húmeda y
modeló figuras con forma semejante a la de los dioses. Eros les infundió con su soplo
el espíritu de la vida, y así nacieron las personas. Ese atrevimiento de Prometeo irritó
mucho a los dioses, quienes para vengarse crearon a una mujer hermosísima, a la que
llamaron Pandora. A ella le regalaron un cofre y le ordenaron que jamás intentara
abrirlo. Pandora aceptó la condición y se convirtió en la feliz esposa de Epimeteo.
Durante un tiempo vivieron muy contentos; pero, como bien habían previsto los
dioses, Pandora no pudo contener su curiosidad y abrió el cofre, del que comenzaron a
salir toda clase de males, enfermedades y crímenes, que se esparcieron por el mundo.
Solo la Esperanza quedó en el fondo de la caja. Así fue como la maldad y las pasiones
se fueron adueñando de los hombres. La Tierra se empapó de sangre y la Buena Fe, la
Justicia y el Pudor la abandonaron y volaron hacia el Cielo. Viendo esto, los dioses
consideraron que la raza de los hombres no debía sobrevivir y desbordaron las aguas
del Cielo y de la Tierra; tierra y mar se confundieron y solo logró sobrevivir una pareja.
Un hombre, Deucalión, y su esposa Pirra, considerados justos y piadosos. Ambos se
mantuvieron a bordo de una débil barca y, cuando las aguas descendieron, lloraron
sobre la tierra desierta rogando piedad a los dioses. Entonces escucharon una voz
poderosa que les decía estas palabras: “Velad vuestros ojos y tirad hacia atrás los
huesos de vuestra abuela”. Después del desconcierto del principio, se pusieron a
meditar y comprendieron que su abuela era la Tierra, y que los huesos de la Tierra
eran las piedras. Entusiasmados, comenzaron a caminar arrojando, a cada paso, una
piedra hacia atrás. De las piedras que arrojaba Pirra nacían mujeres y de las que tiraba
Deucalión surgían hombres. Así se repobló la Tierra después del tremendo diluvio.
Popol Vuh
Entonces no había ni gente, ni árboles, ni piedras, ni nada. Todo era un erial desolado y sin
límites. Encima de las llanuras el espacio yacía inmóvil; en tanto que, sobre el caos, descansaba
la inmensidad del mar. Nada estaba junto ni ocupado. Lo de abajo no tenía semejanza con lo
de arriba. Ninguna cosa se veía de pie. Solo se sentía la tranquilidad sorda de las aguas, las
cuales parecían que se despeñaban en el abismo. En el silencio de las tinieblas vivían los dioses
Tepeu, Gucumatz y Hurakàn , cuyos nombres guardan los secretos de la creación, de la
existencia y de la muerte, de la tierra y de los seres que la habitan. Cuando los dioses llegaron
al lugar donde estaban depositadas las tinieblas, hablaron entre sí, manifestaron sus
sentimientos y se pusieron de acuerdo sobre lo que debían hacer. Pensaron cómo harían
brotar la luz, la cual recibiría alimento de eternidad. Los dioses propicios vieron luego la
existencia de los seres que iban a nacer; y ante esta certeza dijeron:
-Es bueno que se vacíe la tierra y se aparten las aguas de los lugares bajos, a fin de que estos
puedan ser labrados. De los frutos cosechados comerán los pobladores que han de venir.
Tendrán de este modo igual naturaleza que su comida.
Así quedó resuelta la existencia de los campos donde vivirían los nuevos seres. Entonces se
apartaron las nubes que llenaban el espacio que había entre el cielo y la tierra. Debajo de ellas
y sobre el agua de la superficie, empezaron a aparecer los montes y las montañas que hoy se
ven.
-No es bueno que los árboles crezcan solos, rodeados de sombras; es necesario que tengan
guardianes y servidores.
De esta manera decidieron poner debajo de las ramas y junto a los troncos enraizados en la
tierra, a las bestias y a los animales, los cuales obedecieron al mandato de los dioses, pero
vagaban sin orden ni concierto, tropezándose con las cosas que encontraban a su paso.
Parecían mudos como si sus gargantas hubieran muerto las voces inteligentes. Solo supieron
gritar según era propio a la clase que pertenecían. Entonces después de tomar consejo, los
dioses se dirigieron de nuevo a las bestias, a los animales y a los pájaros de esta manera:
-Por no haber sabido hablar conforme a lo ordenado, tendrán distinto modo de vivir y diversa
comida. Ya no vivirán en comunión plácida; cada cual huirá de su semejante, temeroso de su
inquina y de su hambre y buscará lugar que oculte su torpeza y su miedo. Así lo harán. Y aún
más: Por no haber hablado ni tenido conciencia de quiénes somos nosotros, ni dado muestras
de entendimiento vuestras carnes serán destazadas y comidas. Entre ustedes mismos se
triturarán y comerán los unos a los otros sin repugnancia. Este y no otro será vuestro destino.
Porque así queremos por justicia que sea.
Los dioses idearon entonces nuevos seres capaces de hablar y de recoger, en hora oportuna, el
alimento sembrado y crecido en la tierra.
-Recordemos que los primeros seres que hicimos no supieron admirar nuestra hermosura y ni
siquiera se dieron cuenta de nuestro resplandor. Veamos si, al fin, podemos crear seres más
dóciles a nuestro entendimiento.
Después de decir tales palabras, empezaron a formar, con barro húmedo, las carnes del nuevo
ser que imaginaron. Lo modelaron con cuidado. Poco a poco lo hicieron sin descuidar detalle.
Cuando estuvo completo, entendieron, que tampoco, por desgracia, servía: estos muñecos no
podían permanecer de pie, porque se desmoronaban, deshaciéndose en el agua. Sin embargo,
el nuevo ser tuvo el don de la palabra. Los muñecos hablaron pero no tuvieron conciencia de
lo que decían; y así ignoraron el sentido de sus palabras. Los dioses contemplaron con tristeza
a aquellos seres frágiles y dijeron:
-¿Cómo haremos para formar otros seres de veras sean superiores, oigan, hablen, comprendan
lo que dicen y sepan lo que somos y seremos en el tiempo?
Todavía los dioses hicieron nuevos seres con nueva sustancia natural. De tzitè( árbol) fue
hecho el hombre; de espadaña(planta de hoja larga con un fruto parecido a la mazorca), la
mujer. Pero tampoco correspondieron a esta figura la esperanza de sus creadores. Vinieron
enseguida otras fieras no menos crueles que se cebaron en sus despojos.
Sucedió que, a raíz de esto, se oscureció la Tierra con oscuridad grande y de mucho miedo,
como si descendiera sobre lo creado un manto espeso y poblado de tinieblas. En medio de la
desolación y ante los sobrevivientes que se debatían con angustia de muerte, casi sin
esperanzas de salvación, se presentaron pequeños seres, cuya alma había sido invisible hasta
entonces. Irritados, vociferando, se pusieron a decir voces terribles y altivas.
Las piedras de moler dijeron:
-Ustedes nos gastaron; día a día; desde el amanecer hasta la noche, nos estuvieron rascando y
amolando. Ya vemos, al cabo del tiempo, que no merecían nada. Ahora llegó el tiempo de
nuestra venganza.
-¡Cuántas veces por culpa de ustedes no probamos bocado, ni lamimos hueso, ni bebimos
sorbo de agua, ni logramos, para dormir, un rincón de tierra fresca; y muertos de hambre y de
sed, desfallecidos, con la lengua afuera, nos quedamos como trastos inservibles en el basurero
de la choza! ¡Ahora los devoraremos!
Entonces los dioses se juntaron otra vez y trataron acerca de la creación de nuevas gentes. Las
cuales serían de carne, hueso e inteligencia. Se dieron prisa para hacer esto porque todo debía
estar concluido antes de que amaneciera. Por esta razón, cuando vieron que en el horizonte
empezaron a notarse vagas y tenues luces, dijeron:
-Esta es la hora propicia para bendecir la comida de los seres que pronto poblarán estas
regiones.
Y así lo hicieron. Bendijeron la comida que estaba regada en el regazo de aquellos parajes.
Después dijeron oraciones cuya resonancia fue esparciéndose sobre la faz de lo creado. Al
tiempo que sucedía esto faltaba poco para que el Sol, la Luna y las estrellas aparecieran en el
cielo. De lugares ocultos, cuyos nombres se dicen en las crónicas, bajaron, hasta los sitios
propicios, el Gato, la Zorra, el Loro, la Cotorra y el cuervo. Estos animales trajeron la noticia de
que las mazorcas de maíz amarillo, morado y blanco estaban crecidas y maduras. Por estos
mismos animales fue descubierta el agua que sería metida en las hebras de la carne de los
nuevos seres. Pero los dioses la metieron primero en los granos de aquellas mazorcas. Cuando
todo lo que se dice fue revelado, fueron desgranadas las mazorcas, y con los granos sueltos,
desleídos en agua de lluvia serenada hicieron las bebidas necesarias para la creación para la
creación y la prolongación de la vida de los nuevos seres. Entonces los dioses labraron la
naturaleza de dichos seres. Con la masa amarilla y la masa blanca formaron y moldearon la
carne del tronco, de los brazos y de las piernas. Cuatro gentes de razón no más fueron
primeramente creadas así. Luego de que estuvieron hechos los cuerpos y quedaron completos
y torneados sus cuerpos y dieron muestras de tener movimientos apropiados se les requirió
para que pensaran, hablaran, vieran, sintieran, caminaran y palparan lo que existía y se agitaba
cerca de ellos. Pronto mostraron la inteligencia de que estaban dotados, porque en efecto,
como cosa natural que salió de sus espíritus, entendieron y supieron cuál era la realidad que
los rodeaba. Estos seres fueron Balam Quitzè ,Balam Acab, Mahucutha e Iquì Balam.
-Nos han dado la existencia; por ello sabemos lo que sabemos y somos lo que somos; por ella
hablamos y caminamos y conocemos lo que está en nosotros y fuera de nosotros. Es de esta
manera cómo podemos entender lo grande y lo pequeño y aún lo que no existe o no está
revelado delante de nuestros ojos.
Pero ha de saberse que los dioses no vieron con agrado las consideraciones que de su propio
saber hicieron, con tanta franqueza, los nuevos seres. Por eso los dioses conversaron entre sí:
-Es preciso limitar sus facultades. Así disminuirá su orgullo. Los desmanes que cometan serán
de menos alcance. Si los abandonamos y llegan a tener hijos, estos, sin dudas percibirán más
que sus abuelos y habrá un momento en que entiendan lo mismo que los propios dioses. Por
eso es preciso deformar sus deseos y sus sueños para que no se aturdan. Si no se hace esto
pretenderán, en su locura y desvío, ser tanto o más que nosotros mismos. Estamos a tiempo
para evitar este peligro que será fatal para la creación. Y a fin de que estas gentes no
estuvieran solas, los dioses crearon otras de sexo femenino.
De esta suerte, Balam Quitzè y los otros abuelos resultaron ser el principio de las gentes que
luego vivieron y se desarrollaron durante las peregrinaciones y el asiento de las tribus del
Quiché.
Los mitos son relatos sobre seres sobrenaturales, como dioses o monstruos, que sirven
para explicar determinados hechos o fenómenos.
Las leyendas, en cambio, son relatos de sucesos maravillosos o imaginarios
encuadrados en cierto momento histórico. Pese a que son utilizados como sinónimos,
no siempre son intercambiables.
La leyenda y el mito tienen, sin embargo, ciertas similitudes: ambos han pasado de
generación a generación por medio de la trasmisión oral o escrita, ambos son relatos
que buscar explicar un evento o fenómeno que resulta enigmático o misterioso.
Leyendas históricas
Explican hechos ocurridos durante conflictos bélicos, como guerras o procesos de
conquista. En España, existe la leyenda de un noble al que llamaban Guzmán el Bueno,
quien dejó que los invasores marroquíes asesinaran a su hijo con tal de no entregar el
castillo que le habían encomendado defender. Esto lo hizo merecedor del señorío de
Sanlúcar por parte del rey Sancho IV, como muestra de lealtad.
Leyendas urbanas
Forman parte del folklore contemporáneo y generalmente se desarrollan en un
contexto citadino. Las redes sociales han contribuido a alimentar o crear nuevas
leyendas de este tipo, ya que son medios en los que la información se comparte muy
rápidamente.
En Estados Unidos existe una leyenda urbana sobre un juego de arcade llamado
Polybius, que supuestamente existió en la década de los ochenta y que dejaba
secuelas físicas en quienes lo jugaban. Con la masificación de internet y la cultura de
los videojuegos, la leyenda volvió a tomar fuerza en los últimos años y se han hecho
intentos por recrear un juego similar.
Leyendas locales
Son las que tratan de explicar acontecimientos de un lugar muy específico, como el
origen del nombre de una calle.
En Caracas, Venezuela, existe una esquina llamada "El muerto", que según la leyenda
debe su nombre a una curiosa anécdota: durante la Guerra Federal (1859-1863), los
soldados mal heridos y muertos en combate se amontonaban en las calles. Un día,
pasó una cuadrilla encargada de llevarse los cadáveres y uno de los soldados, a quien
se creía muerto, se levantó gritando que estaba vivo.
Esto hizo que la cuadrilla saliera corriendo horrorizada. Desde entonces, la esquina
pasó a llamarse "El muerto".
Leyendas rurales
Son narraciones que tienen lugar en un contexto rural, y al ser tan específicas no
pueden ser trasladadas a un contexto urbano. En muchas partes de Latinoamérica
existen leyendas sobre duendes, animales fantásticos o entes que aterrorizan a los
pobladores, se comen o roban el ganado o se llevan a los niños.
Ejemplos:
El hombre de la bolsa
Se lo describe como un hombre de alrededor de unos 50 años, canoso y barbado, vestido con
oscuras ropas de linyera, que lleva una bolsa de arpillera colgada en la espalda. Al igual que el
cuco, cumple la función de atemorizar a los niños en caso de desobediencia, ya que en la bolsa
colocaría a los pequeños de mala conducta.
Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos,
llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu
guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños...
Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que
arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas
noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró
escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal
en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una
persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los
conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la
muerte en la hoguera. La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar
sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su
cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue
convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Narciso era hijo del dios boecio del río Cefiso y de Liriope, una ninfa acuática. El famoso
vidente Tiresias ya había hecho la predicción de que viviría muchos años, siempre y cuando no
se viese a sí mismo. A los 16 años Narciso era un joven apuesto, que despertaba la admiración
de hombres y mujeres. Su arrogancia era tal que, tal vez a causa de ello, ignoraba los encantos
de los demás. Fue entonces cuando la ninfa Eco, que imitaba lo que los demás hacían, se
enamoró de él. Con su extraña característica, Eco tendía a permanecer hablando cada vez que
Zeus hacía el amor con alguna ninfa. Narciso rechazó a la pobre Eco, tras lo cual la joven
languideció.
Su cuerpo se marchitó y sus huesos se convirtieron en piedra. Sólo su voz permaneció intacta.
Pero no fue la única a la que rechazó y una de las despechadas quiso que el joven supiese lo
que era el sufrimiento ante el amor no correspondido. El deseo se cumplió cuando un día de
verano Narciso descansaba tras la caza junto a un lago de superficie cristalina que proyectaba
su propia imagen, con la que quedó fascinado. Narciso se acercó al agua y se enamoró de lo
que veía, hasta tal punto que dejó de comer y dormir por el sufrimiento de no poder conseguir
a su nuevo amor, pues cuando se acercaba, la imagen desaparecía.
Obsesionado consigo mismo, Narciso enloqueció, hasta tal punto que la propia Eco se
entristeció al imitar sus lamentos.
El joven murió con el corazón roto e incluso en el reino de los muertos siguió hechizado por su
propia imagen, a la que admiraba en las negras aguas de la laguna Estigia. Aún hoy se conserva
el término «narcisismo» para definir la excesiva consideración de uno mismo.