Relatos Eroticos
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nombre) pero si responderé a zorrita o a putita como ustedes gusten llamarme, tengo 26 años, mido
1.65, no soy la típica chica súper delgada soy un intermedio, tengo unas piernas que son realmente
firmes y unos senos que han hecho babear a más de uno, por la circunstancia que se está viviendo
mundialmente, la calentura ya ha hecho mella en esta zorrita lo cual me ha animado a escribir estos
relatos para que muchos puedan disfrutar.
Les dejo una descripción más gráfica de esta autora tengo unos pezones pequeños pero se llegan a
poner muy duros cuando ando muy caliente, tengo unos labios que ocultan mi clítoris que es demasiado
comible cuando crece, me encanta que cuando me la comen me estén metiendo sus dedos en todos mis
hoyos y que sientan como mi vagina oprime sus dedos y jueguen con mis jugos en todos mis hoyitos. Me
calientan las situaciones donde mis machos me dominen y me cojan como la zorrita que soy; aunque en
la realidad no he encontrado alguien que me deje noqueada por tantos orgasmos todos simplemente lo
meten y listo es un asco completamente. Lamentablemente en mi mente soy muy reservada pero
cuando tengo confianza con alguien soy una zorra en la cama. Me encanta que me ahoguen con su
polla, que me tomen del cabello y me la claven, me gusta ese dolorcito que se produce cuando la meten
sin permiso, me encanta que me marquen como una putita, me gustan los maduros pienso que han de
saber cómo tratar a una hembra con ganas y dejarla más que satisfecha.
Pero bueno les dejo una fantasía que me gustaría vivir algún día...
Como cualquier día de trabajo me dispongo a tomar el metro de la CDMX pero este día amanecí muy
caliente y mi novio no ha hecho nada por solucionarlo; me vestí con una falda con mucho vuelo una
blusa discreta pero que se cierra con botones por la parte de enfrente; voy llegando tarde por lo cual si
pensarlo me subo a uno de los vagones que son específicos para hombres, la verdad siempre trato de ir
con las mujeres pero siendo sincera llegan a ser más agresivas que los hombres así que no le tomo
mucha importante y me tomo de uno de los tubos para poder estar en una área apartada, que pueda
salir rápido en mi parada y no me quede atascada entre tanta gente.
Como puedo saco un libro de mi mochila y me coloco mis audífonos, ya que no me gusta ir oyendo
quien se pelean con quien, o si van hablando con la novia cosas comunes de un día en el metro.
Mientras encuentro como acomodarme sin que nadie se ofenda y que yo pueda leer alguien.
—Disculpa, si gustas puedes pasarte para acá, para que vayas más cómoda— me giro porque escuche
que me hablaban.
— ¿Mande?— le digo mientras me quito un audífono.
—Que si gustas te puedes hacer para acá para que vayas mejor—me dice con una sonrisa; hasta ese
momento me doy cuenta de que es un hombre más alto que yo, con barba de candado, un traje de
oficina y una loción que me hace mojarme al instante.
—Claro que si no quieres no hay problema— me dice, y es ahí cuando caigo en cuenta que me quede
embobada viéndolo por mucho tiempo.
—Sí, disculpa; me perdí en mis pensamientos— él solo sonríe sabiendo que me lo comía con la mirada.
Me muevo hacia donde me indica, tenía razón tengo más espacio y no molesto a nadie, es cuando me
doy cuenta de que él está soportando todo el peso de los demás pasajeros para que yo vaya bien. El
metro frenó sin aviso y yo caigo literalmente sobre él—Discúlpeme— le digo sonrojada y tratando de
regresar a mi lugar —No te preocupes— con el percance noto que hay alguien que está tratando de
sobar mi puchita sobre la falda que traigo, me muevo para que el susodicho se dé cuenta de cuan
mojada estoy.
— ¿Te encuentras bien?— me dice, creo que se dio cuenta por lo cual se movió para evitar que me
siguieran tocando.
—Es que te vi incomoda de un momento a otro y aquí nunca falta el mano larga— me dice usando su
cuerpo como escudo para protegerme
.
"Por fallas en las instalaciones el sistema se reanudara a la brevedad"
—No puede ser— es lo único que alcanzo a decir después de escuchar por los altavoces que hay
problemas, ya que esto significara llegar tarde al trabajo.
—Sí, voy con el tiempo justo y ¿Usted?— no sé cómo tratarlo, ya que ha de rondar los 45 años muy bien
conservados.
—Tengo una junta, pero por lo visto tendrán que esperar, pero no me gusta que me hables de usted—
me dice posando una de sus manos en su cintura y jalándome hacia él.
—Okey, ¿Y no tendrás problemas si llegas tarde?— le digo mientras me acomodo mejor y nuestros
rostros quedan muy cerca.
—No, es lo bueno de ser supervisor— me dice mientras va bajando su mano a mi nalga y hace una
presión suave como tanteando el terreno, pero lo que él no sabe es que yo ya estoy mojada y
escurriendo por la situación
—Qué suerte tienen algunos— le digo mientras me acerco a él, si eso es posible.
Ambos muy cerca y de un momento a otro se van las luces del vagón, lo cual no me importa, ya que él
rosa sus labios con los míos.
—Pero miren que zorrita me encontré hoy, ha de ser mi día de suerte— lo único que provocan sus
palabras es que gemina suavecito para que solo él lo escuche. Todo paso muy rápido y cuando me doy
cuenta me encuentro besando a un total desconocido; que lo único que hace es que me moje más.
Siento su mano que va subiendo la falda para posarla directamente en mi nalga y nos separamos de
aquel beso.
—Huy perrita traes tanga, hummmmmm, vamos a disfrutar mucho— lo único que atino a contestar es
con un débil gemidito, ya que ya se dio cuenta de que soy una putita en busca de verga.
Bajo mi mano cómo puedo y me aventuro a tocar su polla la cual es larga y gruesa, cuanto no daría por
tenerla dentro y llenarla con mis jugos.
—La quieres tener dentro ¿Verdad putita?— es cuando siento que su mano va hacia enfrente y
encuentra mi tanga toda mojada —Huy, mira a la putita pide a gritos que le revienten la pucha a pura
cogidota—, lo único que hago es restregarme en sus dedos para que pueda sentir que tan mojada esto;
él no duda, jala la tanga y hace que se me metan en los labios — ¿Te gusta?— yo solo digo que sí. Nos
seguimos tocando pero yo quiero más, le abro el cierre de su pantalón y cuelo mi mano en su bóxer para
tocar esa verga que me trae loca —Tranquila mi zorrita, que como va la cosa te partiré en dos aquí
enfrente de todos estos— yo sigo masajeando su verga, como me encantaría hincarme y chuparla hasta
que se venga en mi boquita —Princesa, tócate para mí— me llevo un par de dedos a la boca para probar
el sabor de su verga y bajo mi mano para tocar mi inflamado botón que pide guerra; una mano se une a
la fiesta por lo cual pego un brinco en mi lugar y él se da cuenta — ¿Quieres que él se una a la fiesta?—
me dice —Lo que tú quieras amor—, solo atino a seguir tocándome porque quiero venirme —Pero mí
que la zorrita esta urgida— es cuando siento una mano levantar mi falta y jugar con mis nalgas, jala la
tanga la cual hace un rico cosquilleó; mientras yo me sigo tocando, es cuando él se une, pone su mano
para seguirme tocando y me dice al oído —Quiero ver como chupas eso juguitos tuyos— a lo cual yo
levanto mi mano y empiezo a lamber mis dedos con deseo y lujuria —Pero sí que eres descarada— y me
da un beso de lengua que me está llevando a las nubes —Que rico sabes putita— no puedo seguir más
en esta posición por lo cual dejo caer mi cabeza en su pecho mientras él sigue torturando mi clítoris y yo
sobo su verga dentro del pantalón, el otro tipo ya no le basta solo magrearme las nalgas sino que ahora
se aventurado a hacerme la tanga a un lado y está jugando con mis hoyitos —Oye esta putita quiere
verga, me está empapando la mano— me dice mientras me mete dos dedos en mi vagina y yo lo único
que atino es a gemir contra su pecho — ¿Quieres que él te coja?— me pregunta en el oído —No, quiero
que tú me cojas, quiero que cojas a tu putita— le digo toda melosa por que la única polla que quiero es
la de él —Eso tiene solución, abre tus piernitas pequeña y no hagas movimientos bruscos— es cuando
me toma de las piernas y me levanta como una pluma, me sostengo de su cuello para no caerme —
Acomódate— le dice al otro tipo y este se pone detrás de mí y siento rosas su polla mi anito, respingo
por la sensación —No te preocupes princesa, todos aquí son discretos— y es cuando me doy cuenta de
que se ha hecho un circulo alrededor de nosotros y como la luz no ha decidido regresar algunos se están
masturbando sin descaro —Abre esa puchita para mí— me dice cuando siento como me la ensarta y yo
trato de callar el gemido que se forma en mi garganta —Huy perrita, como aprietas mi verga— me dice
mientras empieza el vaivén —Te toca, métala— es cuando empiezo a sentir que alguien mete un dedo
en mi ano y lo va mojando con mis propios jugos —Mira como esta perra se está mojando— es cuando
me mete tres dedos de sopetón y yo no puedo contener un grito —Ya está lista esta zorra— él deja su
verga adentro sin movimiento, el otro tipo se acomoda y me la va metiendo. Nunca en mi vida me he
sentido tan llena solo con tener la punta me vengo en un gran orgasmo —Mira la puta solo con la
puntita se vino, deberías sentir como aprieta mi verga— quien me está sosteniendo solo sonríe —A mí
me la está llenando de jugos, anda métela que quiero dejar preñadita a esta princesita— de un solo
movimiento estaba ensartada por dos vergas venudas, calientes y dispuestas a dejarme todo su semen
dentro. Se empiezan a mover al par y yo no sé cómo ocultar los gemidos que me están provocando —No
puedo más, si siguen así me voy a venir amor— le digo mientras lo beso y por el rabillo del ojo veo que
el circulo se ha hecho más chico y algunos tocan mis piernas o rosan sus pollas con ellas —Yo tampoco
cariño ¿Quieres quedarte preñadita de tu macho?— me dice cuando empiezo a sentir espasmos de las
dos vergas que me tienen ensartada —Si, amor quiero que te vengas y me dejes tu lechita— mi orgasmo
está muy cerca y el de ellos igual. De repente siento como me empiezo a venir y parece que me estoy
orinando —Mira la putita se está viniendo por tener dos vergas adentro— no se quien lo haya dicho
pero no es ninguno de los que me están cogiendo —Siente como te lleno tu anito de mi leche, aprieta tu
anito no quiero que salga nada— hago lo que me dice él tipo de atrás —Princesa me estas ordeñando,
no puedo más así; toma tu lechita, ordena esta verga que te está cogiendo— es cuando siento que
ambos explotan y siento como me están llenando con su leche y yo estallo en otro orgasmo haciendo
que los ordeñe y los deje secos. Tardamos un poco en recuperarnos y es cuando alguien le toca el
hombro a quien me cargaba —Ya vamos a llegar a la siguiente estación— es cuando me doy cuenta de
que el servicio regreso a su funcionamiento y habíamos avanzado —Aprieta bien que no quiero ver que
se te escurre nada— yo solo siento y sale de mi anito, acomoda la tanga y baja mi falda —Has estado
estupenda putita— se acomoda su pantalón y nos da la espalda para él seguir con su vida —Zorrita ve
bajando las piernas y déjame salir de ti me estas ordeñando— suelto un poco la presión y es cuando él
sale, me acomoda igual la tanga por delante y me baja la falda.
—Has estado fabulosa, hace mucho tiempo que no cogía así— me dice con las mejillas rojas por lo que
acaba de suceder.
—Zorrita quiero que nada de la leche que tienes dentro se escurra y se desperdicie ¿Entendiste?— me
dice acomodándose su verga en el pantalón.
—Sí, entendí— para cerrar con broche de oro quiero probar su lechita así que llevo mis dedos a mi
pucha y los meto, los cuales enseguida se mojan, siento su leche espesa y no puedo resistirme
llevármelos a la boca y provocarlos como si fuera el mejor dulce del mundo.
—Si serás zorra— me dice mientras frota de nuevo mi clítoris aun inflamado.
Me acomodo toda mi ropa con su atenta mirada posada en mí, para que no noten lo que ha ocurrido en
este vagón.
—En la siguiente estación, me bajo yo— le digo mientras le robo un beso y el me lo da como se debe
—Vale, princesa; luego nos veremos— se despide de mí, yo me acomodo para poder bajar y quedo de
espaldas hacia él lo único que siento es su torso en mi espalda y que está jugando con mi anito.
—La próxima yo entrare aquí— me dice mientras mete su dedo en mi ano y hace que la tanga se meta,
me acomoda la falda pero la tanga la deja adentro. Lo único que hago es ronronearle como una gatita,
pegarle mi culo a su paquete y sentir su verga en la linea de mis nalgas. Me da un beso en el cuello y me
dejar ir.
Como puedo voy corriendo a los sanitarios de la estación, pago y me meto a un cubículo; me levanto la
falda, me bajo mi tanga y me siento en el inodoro y es cuando siento como va saliendo toda la leche y
no dudo en tragármela con mis dedos...
Ya después de como 10 minutos regreso a la normalidad y trato de salir lo más presentables, es cuando
me doy cuenta de que en mi tanga hay algo enrollado es un billete de $500, creo que fue quien me cogió
por mi anito quien lo dejo, lo tomo y lo meto a mi cartera; salgo del cubículo he tenido que voltear la
falda ya que esta manchada de semen a la altura de mi culito así que me dispongo a lavarla en el
lavamanos...
—Verdad que en el metro hay cada enfermo— me dice una señora ya entrada en años.
—Sí, pero no queda más que arreglarlo— le digo mientras sigo "lavando" mi falda.
—Hay mi niña, lo bueno es que solo te toca eso, hubieras visto en el vago que venía creo que alguien
estaba haciendo cochinadas, ya que olía a puro sexo— me dice persignándose.
— ¿Enserio?, pues a mí solo me mancharon mi falda, pero bueno que tenga un lindo día— me despido
de ella, sabiendo que yo fui quien provoco el olor a sexo en ese vagón.
Tomo mi camino común hacia mi trabajo y en la primera farmacia que encuentro me compro una
pastilla del día siguiente, me la tomo con el café que acabo de comprar y me dispongo a dejar el que
traigo en la otra mano en el escritorio de mi jefe cuando me doy cuenta que traigo un par de botones de
la blusa abierto y él está viendo por completo mi sujetador.
—Algo por el estilo— salgo de su oficina mientras voy abrochando los botones, llego a mi lugar y me
siento, es cuando siento dolor en mis hoyos lo cual me recuerda como hace un par de horas estaba
siendo cogida por dos vergas.
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Mi primera historial, debo decir me encanta leer, pero jamás me anime a contar, entonces, por qué no?
Actualmente tengo 26 años, no soy la chica guapa, blanquita y esbelta que todos esperan.
Soy morena, cabello risado y largo, rellenita, no muy alta, piernas bonitas, y con buena teta, 36D para
ser exactos.
Cómo saben la cuarentena le ha dado lata a todo el mundo, y a mí, aparte de tenerme con él nervio a
contraer el virus, me ha dejado con ganas de una buena verga, una gran cojida, y claro, mi bañito de
leche tibia.
La cuarentena aquí en México "a llegado a su fin", por así decirlo, nos vamos reintegrando poco a poco,
bueno, yo jamás la mantuve al 100, pues siempre me mantuve trabajando. En fin, al tema que a todos
nos concierne, pues con la cuarentena, dejé de viajar en coche al trabajo, pues mi roomie, pasó a hacer
home office, así que volví al transporte público, todo tranquilo estos días, hasta el día de ayer lunes.
Salí tarde del trabajo, así que me vi dispuesta a viajar en metro, la verdad, al caminar a la estación del
metro, me dio ese calorsito de una rica cogida, y me aventure, por que no, a subirme al último vagon del
metro, siendo noche, no tan noche (10pm) pensé que con suerte podría ver algo rico, y con más suerte,
podría pasarme algo rico.
Y así fue, me subí en la esquina izq del vagon, al fondo, audífonos puestos. Antes de llegar a la siguente
estación me sentía, caliente, y mi panochita ya tirando sus jugos.
La suerte de ese día, después de llegar a la estación y que se llenará un poco el vagon, en su mayoría
caballeros, comenzó mi rico encuentro.
Me encendió como nunca, sonreí, y el comenzó a tocarme con todas las de la ley, me metió mano rico
bajo la blusa, tocando mi espalda y mis nalgas
Sus manos ni lentas ni peresosas fueron directo a una de mis tetas, me apretó rico el pezon, y por nada
se me escapa un gemido.
-girate mamita, y vente acá a la esquina-
Sin hablar, le obedeci, me arrinconó tan rico en la esquina, y rápidamente desabrocho mi pantalón
metiendo su mano directo a mi panochita
Me metió un dedito y gemi, no pude contenerlo, otro mas y sentía que me caia de rodilla, me recargue
en el, y pude ver como otro hombre nos miraba fijamente, el sabia que pasaba y yo antes de pena sentí
un morbo inmenso.
Le susurre, mientras tocaba su pene por sobre la ropa, rico y tibio, durisimo, pensando en lo mucho que
quería que me obligará a ponerme de rodillas y mamarle la verga, que me pusiera a cuatro y me hiciera
gritar como loca, rogarle por que me llenará hasta el fondo.
Sus dedos ya en mi clitoris y mi mente me tenían a punto del orgasmo, la voz anunciando la próxima
estación, mi estación me hizo suspirar
-Debo irme-
Me soltó y subí mi cierre, le sonreí, y la gente comenzó a acomodarse para descender del vagon
Al final, mi viaje en el metro, me dejó empapada, y con aún más ganas de verga.
Creo que tal vez, ya no necesite viajar en auto con mi roomie mañana.
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Hoy vengo a contaros una historia que sucedió hace un par de años y todo comenzó en un vagón de
metro. Aquel dia habia salido con unos amigos a cenar y acabó alargando la cosa y tuve que coger el
último metro, que en este caso era a la 1:30 AM.
Lo cierto es que estaba bastante cansado y mi idea era ir directamente a casa a dormir, pero el destino
me deparaba algo mucho más divertido.
Cuando entré al vagón estaba completamente vacío, algo bastante común durante aquellas horas,
sobretodo siendo miércoles. Para mi, esa es la mejor hora para ir en el metro puesto que nadie hace
ruido ni molesta y siempre hay asientos libres.
Juraría que me quedé dormido las primeras paradas, pero más o menos a mitad de viaje se subió en mi
mismo vagón una chica. Mediría poco más de 1.60, rubia, ojos verdes y bastante guapa, pero lo que más
destacaba de ella eran dos pechos bastante grandes.
Se sentó delante mío y no paraba de mirarme de reojo cada dos por tres, parecía gustarle desde el
primer momento. La verdad es que aunque esté feo que yo lo diga, soy un chico bastante atractivo y
suelo gustar bastante, algo que he de agradecer.
La chica llevaba una falda muy corta que aprovechó para atraer mi mirada hacía allí abriendo las piernas.
No pude evitar mirar y sonreír, lo cual le animó aún más y se desabrochó un par de botones de la blusa,
dejando a la vista sus senos únicamente cubiertos por el sujetador. Ella me devolvió la sonrisa cuando
comprobó que bajo mi pantalón empezaba a nacer un bulto.
Di un par de golpes en el asiento de al lado como ordenandole que se sentara ahí. Rápidamente se puso
a mi lado y me miró de arriba a abajo mientras se mordía el labio inferior.
Me acerqué a su oído y le susurré: Este va a ser el mejor viaje en metro de tu vida, perra.
Tras estas palabras deslicé mi mano derecha entre sus piernas hasta notar que estaba muy húmeda.
Empecé a acariciar su clítoris suavemente, lo cual le hizo empezar a gemir muy bajito. Estaba
disfrutando enormemente y no paraba de mojarse mas y mas. Aparte un poco sus bragas y empecé a
introducir un dedo en su interior, luego dos y luego tres, para seguidamente aumentar la velocidad. No
tardó en tener un orgasmo, y luego otro y otro. Y solo habíamos comenzado.
Bajé mi bragueta y saqué mi pene, verlo le hizo volver a morderse el labio deseosa de probarlo. Le
agarré del pelo y dirigí su boca hacia mi polla y la metí entera en el interior de su garganta. Yo guié el
movimiento por un rato, pero tuve que parar puesto que estábamos llegando a la última estación. Tuve
que guardarme el pene de nuevo, aunque era más que visible el bulto para cualquiera que mirara.
-Aún no hemos acabado, vivo aquí al lado así que sígueme, zorra.
Asintió y empezó a seguirme. No tardamos más de 5 minutos en llegar a mi casa, aproveché el tiempo
que subíamos en el ascensor para besarla y tocar todo su cuerpo. Comprobé que no había dejado de
estar húmeda ni un solo momento.
En cuanto cerré la puerta de casa le empecé a desnudar rápido y de manera salvaje. Hice que se
tumbara en el sofá y empecé a besarle los labios, luego el cuello, bajé a los pezones y seguí poco a poco
hasta llegar a sus otros labios. Combiné movimientos de lengua suaves con otros rápidos que hicieron
que se corriera por cuarta vez.
Me desnudé y me senté en el sofá mientras ella obedecía y se ponía de rodillas frente a mi. Empezó a
chupar mi pene despacio y con movimientos precisos. De vez en cuando le agarraba de la cabeza y
introducía el pene totalmente en su garganta, al principio costaba más pero al final pudo tragarla entera
y le encantaba.
De manera salvaje hice que se pusiera en 4 y le penetre de una sola embestida, ante lo que dio un fuerte
gemido. Le follé de la manera más fuerte que pude, agarrándole del pelo con una mano y con la otra
dándole fuertes golpes en las nalgas.
Hice que se inclinara hacia el suelo poniéndose en una posición en la que todo se sentía aún mejor. Los
gemidos debieron despertar a todos los vecinos pero me daba igual. Ella suplicaba que no parara a
gritos, sin importarle que nadie escuchara todo. Aquello se alargó por bastante rato, cambiando entre
varias posiciones y notando como se corría varias veces.
Cuando estaba a punto de acabar yo, se la saqué y volví a ponerla de rodillas. Estuvo chupandomela por
un rato, hasta que al final me corrí llenándole la cara y el pecho de semen. Ante lo cual se relamió.
-Buena perra, ahora límpiame la polla.
Lo hizo sin rechistar mientras me miraba. Al acabar me agradeció haberle hecho disfrutar tanto justo
antes de quedar dormida por el cansancio que tenía su cuerpo tras tantos orgasmos.
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Mi padre tiene 4 hermanos, dos mujeres y dos hombres. Mi padre s vino a Madrid cuando era soltero y
se casó en Madrid con mi madre que es madrileña, mi madre estaba preñada de mí cuando se casaron,
creo que he salido a ella, porque me gustan las pollas cuanto más y más gordas mejor, además me gusta
follar con quien sea.
Voy a contar lo que me sucedió un mes de Agostó en el pueblo de mi padre, me fui virgen y volví
preñada.
Tenía 18 años, estudiaba en un colegio de monjas. Me picaba el coño más que una quemadura. Estaba
todo el día sobándome y con las bragas mojadas, había veces que de tanta calentura me corría con ellas
puestas y empecé a tomar gusta en ir con la bragas meadas, esa humedad me mantenía el coño húmedo
y caliente a la vez
Mi padre se empeñó en ir 15 días al pueblo y yo me aburría soberanamente., los amigos y amigas que
tenía en el pueblo eran muy infantiles. Me dijo mi padre que me subiera a la sierra con mis tíos y dos
primos que tenía, él 21 años y ella 19, la verdad que no me apetecía pero se convirtieron en los quince
días mejores de mi vida y viendo el panorama que me esperaba pensé que por lo menos haría algo
diferente.
Mi padre me subió en un Simca 1200 que tenía y pasó el día con su hermano y su cuñada Gloria que
tenía 45 años y la verdad que estaba como un tren, tenía unas tetas enormes y un culo gigante. Mi
padre no quitaba ojo de encima, seguro que por la noche se consoló con mi madre aunque creo que le
hubiera gustado follarla.
La casa de mis tíos estaba en plena sierra y era pequeña, tenía luz producida por baterías y no tenía agua
corriente, en verano no había problemas pues a 100 metros hay una garganta con charcos de agua
cristalina para bañarte, pero en casa tenías que lavarte en barreños de agua de zinc que son bastante
grandes pero si quieres agua caliente lo tienes que calentar en una cocina de gas butano que mi tío
subía en su Renault 4 viejo y destartalado pero la economía no daba para otra cosa.
Yo tenía que dormir con mi prima Susana que tenía en ese momento 19 años, mi primo dormía en un
cuartucho al lado, por cierto mi primo se llama Luis y tenía 21 años y mis tíos se llaman Gloria y Joaquín
Mis primos se alegraron al verme ya que hacía casi un año que ni iba por el pueblo. Mi primo la primera
frase que me dijo fue que parecía que me habían crecido un poco las tetas, me dieron ganas de soltarle
un guantazo pero la verdad es que en el fondo me gustó porque mis amigos estaban todo el día en el
futbol y poco más.
Pasó el primer día y al atardecer mi padre se bajó al pueblo y a mí me dieron ganar de largarme con él
pero dije, voy a aguantar un par de días por lo menos.
Después de cenar y charlar un poco nos fuimos a la cama, mi prima me preguntó que si tenía novio
-no
¿ y tú?
Tampoco.
Cuando me acosté me dijo que tenía unas bragas muy bonitas, las suyas eran muy antiguas y grandes
pero a la vez me gustaban porque parecía una niña pequeña, la verdad es que me sorprendió un poco
que me dijera eso
-Tranquila que no pasa nada pero es que me pongo caliente y pensé que a ti también te pasaría.
-¿Cómo?
-Has oído bien, nunca, solo tengo 18, mentí, bueno los cumplo en septiembre, y mis amigos parecen
maricas.
Me quedé sorprendida
Mi prima empezó a sobarme y la verdad es que no me desagradaba, me tocó las tetas y me decía: me
parece que eres un poquito puta .
Me bajó las manos al coño y me lo tocaba juntó dos dedos y me los fue a meter en el chocho
-¿cómo?
A mí me desvirgó mi padre, aquí no hay muchos hombres y los animales follan y yo estaba todo el día
caliente, es que ni comía. Un día fue a la cama mi madre y me acarició de tal manera que me puse como
las cabras que verás mañana, caliente como ellas, entró mi padre en la habitación y se bajó los
pantalones a mi me daba miedo ya que mi padre tiene un polla de 22 centímetros y gorda, mi madre le
ayudó a metérmela, se que está mal pero así fue y te cuento más, a mi hermano le desvirgó mi madre y
algunas veces hemos follado los cuatro juntos. Ellos quieren lo mejor para nosotros y no veo nada malo
en ello, es peor que estemos cabreados y buscando por ahí y tener problemas.
Además tenemos un vecino a menos de un kilómetro que se quedó viudo y a su hijo que les hacemos un
favor, la verdad es que mi padre también se follaba a su mujer.
-¿Que te crees que si tu padre pudiera no se follaba a mi madre?, si cada vez que viene se la come con
los ojos y se le pone la polla dura y viene aquí para intentar follar con ella pero mi padre no le traga, lo
siento pero es la verdad.
-mañana me voy.
Ella seguía sobándome el coño, era la primera vez que otras manos que no fueran las mías me tocaban
ahí, no tardé no cinco minutos en correrme.
Mi prima me dijo que la tocara, las tenía como su madre, parecían dos cántaros, me enseñó a chupar y a
meter mano a las tías. Lo pasé genial
No pero eso que me has dicho de Luis y de tu padre no me gusta, prefiero seguir virgen.
No te preocupes que tenemos al vecino y su hijo, están deseando follar, yo me los he follado a los dos,
el único problema es que el hijo tiene la polla muy larga, unos 30 centímetros pero muy delgada, a mi
me gusta que me la meta por el culo, sin embargo su padre la tiene más corta pero ten gorda como un
brazo, te queda el coño escociendo.
Me volví a poner caliente, por una rendija del puerta se veía como cabalgaba encima de mi tío, tenía el
chocho lleno de pelos y unas tetas que a pesar de ser grandes estaban tiesas, mi tía tiene 45 años.
Pasaron dos días, mi prima me enseñó todo lo que había en su casa y establos donde estaban las cabras
por las noches, el olor era nauseabundo.
Son los machos, dijo mi prima. Ese olor es del semen, es un olor fuerte pero a mí me pone cachonda.
Había tres animales que yo pensé que eran cabras porque les colgaban las tetas y unos centímetros más
adelante tenía n un mechón de pelos muy largos. Dos de ellos, los más grandes tenían unos petos
parecidos a delantales atados y colgaban justo por delante del mechón de pelos.
-Si son macho ¿cómo es que tienen tetas?
Eran enormes
Para que no se follen a las cabras porque ahora no se pueden quedar preñadas, cuando sale la polla da
en el peto y no pueden follar a las cabras, hay que esperar al otoño para que cuando paran haya más
comida y dar más leche a los cabritos.
- Por ahí les sale la polla y así cuando se corren sin sacarla del todo por ahí les escurre el semen y no les
mancha. La naturaleza es muy sabia. ¿Quieres verlo?
Mi prima llamó a uno por su nombre y se acercó, entró en el aprisco y le acarició en los testículos, al
momento le salió un músculo que parecía un sacacorchos, era su polla, soltaba unos chorros de semen
que daban en el cuero, olía fatal, mi prima se la cogió y se la metió en la boca a la vez que se tocaba el
coño.
Además de lo que daba en el cuero y caía al suelo, por lo pelos chorreaba, la verdad que era muy
morboso y empecé a notar que se me mojaban las bragas
-ven, chupa,
Ella continuó pajeándole y se rebozó el coño con su semen y se corrió como una loca.
Mi tía tenía un cuerpo espectacular, ellas se bañaron desnudas yo con bragas y sujetador.
-¿cómo?
- lo que oyes, pero sé que tiene ganas de follar. Lo que no tengo muy claro es si le gustan los coños o las
pollas, porque cuando le toco el coño se derrite.
Ven cariño, me dijo mi tía, se acercó a mí y me dio un abrazo y un beso, mi prima me bajó las bragas y
empezó a tocarme el coño y mi tía me chupaba las tetas, me corrí y mi tía me abrió y dijo: vaya coño
que tienes cariño tu tío y tu primo no van a tener problemas para meter sus pollas.
Gloria y Susana se lo comieron la una a la otra, yo miraba y pensaba que una había salido por el coño de
la otra y me ponía más caliente. Ya me había puesto las bragas y me corrí con ellas puestas, parecía que
las tenía meadas.
Mi tío y mi primo se marchaban todos los días con las cabras para que pactaran en el campo. Esa noche
cuando estábamos en la cama apareció Luis y dijo a su hermana que al día siguiente iba a salir con los
animales sólo porque su padre y su madre tenían que bajar al pueblo a comprar la comida para la
semana
Por la noche pregunté a mi prima que si alguna vez se había follado a un macho cabrío
- No porque mi padre no me deja, tienen una polla de unos 40 centímetros y cuando se la meten a la
cabra les llega a los ovarios y las dejan preñadas a la primera pero emiten un sonido y se quedan
encogidas como si recibieran un fuerte dolor. A mi madre si la he visto alguna vez y dice que es como si
recibiera una descarga eléctrica y que no es muy placentero porque dura pocos segundos.
¿cómo?
-Ya lo verás.
Me acerqué a mi prima y la besé en la boca, se dio la vuelta y nos hicimos una comida de coño que
dormimos como dos benditas
Desayunamos y no me sentó muy bien porque la leche de cabra es muy fuerte pero además me sabía un
poco rara
Mi prima me comentó que hacia las 12 de la mañana nos aceraremos al lugar donde pasan las cabras
las horas de calor y así nos bañaríamos en un charco muy grande y bonito.
La verdad que era precioso y estaba en un lugar muy escondido, me tuve que poner un pantalón largo
para no pincharme las piernas porque había muchas zarzas y helechos.
Por el camino tuve que parar a hacer caca porque se me soltó la tripa.
Cuando llegamos nos bañamos y a los 10 minutos llegó mi primo con las cabras. Se quitó la ropa, yo le
miraba a la polla, no s que me pasaba pero estaba todo el día con el coño húmedo.
Salimos del agua y mi prima me tocaba las tetas y mi primo me lamía el coño, llegó un momento en que
mi prima me separó las piernas y el apuntó la polla a mi coño y me la metió con una brusquedad
enorme, me hizo daño pero no dejaba de correrme
-Que se han quedado pegados pues le sale un nudo para no separarse y preñar a las perras.
Fermín se quitó la camisa y el pantalón, tenía unos calzones blancos sucios y meados o manchados de
semen, se acercó a mí y me metió la polla en la boca, fue la primera vez que probé el semen no daba
abasto se me caía por la boca
-chupa puta
-Claro que si
-Vale, pero para que te vea mi prima tienes que metérsela a una cabra
Agarró una cabra que tenía la vulva hinchada y se puso por detrás, sacó su polla que era larguísima pero
delgada y se la metió, la cabra se quedaba quieta le gustaba
Mi coño era una fuente, se abría y cerraba, nunca me había pasado esto, Fermín en píe me subió
encima de él y cuando fui bajando me la clavó el coño me dolía
Y me levantó el culo
Me la metió, era la primera vez me hizo daño pues le tenía escocido porque tenía colitis.
Nos corrimos los tres pero a la vez no controlé y se me escapó un poco de caca
Chupaba me daba igual había mierda, caca, semen y flujo de la cabra pero yo seguía caliente
-No que me lo rajas. Al final logró metérmela .Cuando terminamos acabamos en el agua
Susana-Una pastilla de las que damos a las cabras para que se pongan en celo.
Eso explicaba todo.
Por el camino tuve que parar otro par de veces para hacer mis necesidades, me salía semen de Fermín,
porque de Luis no era lo que soltó no era nada pero Fermín parecía un depósito de leche.
-No te preocupes que no te pasa nada, te lo ha puesto mi madre porque quiere que te vayas de aquí
hecha una mujer.
- ya, pero sigo caliente, me duele el coño y el culo pero sigo caliente y además ¿qué pasa si me preñan?
-De Fermín, desde que se murió su mujer he ido varias veces a limpiar su casa por las mañanas, manda a
su hijo con las cabras y follamos, con esa polla no me puedo resistir. Estoy de un par de meses, el no lo
sabe y mi familia tampoco., ya se enterarán
Mucho gusto, sobre todo cuando le crece la polla y le sale el nudo porque está soltando semen todo el
rato, ya has visto cuando me ha soltado que salía a chorros
-Quiero probar porque a mi me ha puesto más cachonda que la polla de Fermín, otra cosa que me
gustaría ver es follar a las cabras con lo machos.
- un poco
Mira a ver si te puedo enganchar al perro de Fermín tiene una polla más grande que la de nuestro perro,
en esa casa todo es grande. Menos la polla de su hijo, nos reímos las dos
En cuanto a las cabras, según dice mi padre, mañana va a refrescar y es cuando las cabras salen en celo y
aunque ya te comenté que en esta época no se deben preñar siempre los macho preñan a 6 o 7 para
tener cabritos para la navidad, para nosotros y familiares que nos encargan
Prima antes de llegar a casa me puedes lamer el coño, sigo a tope, no sé que tendrá eso que me has
dado.
-pues mea
Llegamos a la casa
-Mamá ya se la han follado. Mi prima lo contó todo y mi tio estaba escuchando y se acercó a nosotros
con la polla fuera , se la metió a su hija en la boca y se la chupaba.
Mi tía me metía los dedos con cuidado en el coño me dio la vuelta y mi tío me folló, era la tercera polla
que me metía, se corrió dentro.
Sandra no lo ha probado
-Me da miedo
Al día siguiente estaba nublado y la temperatura había bajado, mi tío revisó un poco la cabras y
comprobó que había 10 o 12 que se les había inflamado la vulva.
-Con un poco de suerte mañana las puedo echar a los machos para que la preñen, yo me puse caliente al
instante.
A las doce fuimos al charco donde con un poco de suerte estaría mi primo y Fermín.
-Hoy me toca a mí, dijo mi prima, pero primero vamos a enganchar a mi prima con tu perro, que la tiene
más gorda.
Me quitaron la ropa y Fermín me metió un poco de queso en el coño, el perro con su lengua intentaba
sacarlo y yo me volvía loca el coño es me abría y cerraba el pero lamía se enceló y dejó de buscar el
queso sacó la polla se subió encima y culeaba hasta que me la metió, se quedó quieto y dentro de mi
empezó a crecer una bola que me dolía y gustaba a la vez, me corrí cuatro o cinco veces. Se dio la vuelta
y quedamos culo con culo.
-Putas os voy a preñar a las dos. No sabía que ya había preñado a mi prima y a mí por lo que comprobé
después, no se si el día anterior o después, también
El perro estaba tranquilo y Carlos se acercó a mi y me la metió por la boca me llegaba hasta la
campanilla. Se corrió en mi boca y me lo tragué todo.
Estábamos en plena faena y sucedió algo inesperado, para llegar al charco había que acceder por un
camino entre maleza que no te dejaba ver nada hasta que no llegabas a él, gruñó el perro y de pronto
aparecieron una pareja que se iban a bañar, se asustaron, el chico dijo: vámonos, pero ella se quedó
pasmada ante semejante espectáculo, una follada por un perro y la otra por dos pollas y no pequeñas.
Se despojó de la ropa y comenzó a acariciar al perro, tenía el coño afeitado pero brillante ya que se
había puesto a tope con lo que vio.
Tú, chocho pelao, ven aquí. Se la metió en la boca abría todo lo que podía porque su boca era pequeña ,
el novio no sabía si marcharse o que hacer. En cinco minutos Fermín levantó a la chica y se la calvó como
a mí
-Esto es una polla y no lo que tú tienes, sigue dame más fuerte . decìa la chica.
Ven aquí cariño, no te enfades que tu chica lo está pasando bien, le dijo Susana, le sacó la polla y no
medía más de 10 centímetros y era tan delgada como la de Carlos .Se la chupó y en menos de un minuto
se corrió y el semen que soltó no llegaba a una cucharada sopera.
No extañaba que la chica tuviera ganas de polla
Si préñame porque este no es capaz, levamos dos años juntos y se corre antes de meterla y si la mete no
me hace ni cosquillas
El perro de desenganchó y mi chocho parecía una fuente .Fermín se corrió dentro de Lourdes, que era
como se llamaba la chica .Él se llamaba Sergio
Fermín- si quieres volver las siestas las pasamos aquí, te aseguro que cuando te vayas estarás preñada.
Estamos acampados a medio kilómetro de aquí, estaremos una semana, subiré todos os días quiero que
me preñes y follar con es lindo perro.
Nos bañamos y la pareja se marchó discutiendo y mi prima y yo nos marchamos para la casa.
Cuando llegó mi primo con las cabras, por la tarde, había unas pocas que estaban en celo, entre mi
primo y mi tío las metieron en la majada porque el resto dormía al sereno porque hacía calor, por la
mañana quitarían los petos a los machos.
Cuando estábamos en la cama Gloria dijo a Joaquín: mañana cuando eches las cabras al macho me voy a
follar a uno para que lo vea mercedes que está caliente todo el día pensando en ello y quiere verlo.
-No digas nada que la nuestra es poco más o menos, dijo Gloria
-Yo creo que lo que quiere es que el macho se la folle a ella
Por la mañana mi primo se marchó con las cabras y se quedaron en el aprisco las que estaban calientes,
estaban que se subían unas encima de otras, las había echado en el pienso unas pastillas multiplicadoras
de celo, las chorreaba la vagina.
Joaquín cogió dos bayetas de las que usaba Gloria en la cocina, estaban limpias y frotó con ellas en el
sexo de las cabras, se quedaron empapadas.
Yo estaba más caliente que las cabras, mi tío quitó el peto a los machos y tardaron nada en empezar a
follarse a las cabras, cuando se las metían se quedaban encogidas y se retiraban hacía un rincón
Yo alucinaba, se me abría el coño y me meaba, mi prima me metió la mano me corría como una loca.
Susana estaba como yo, se acercó su padre y después de ponerla cuatro matas se la clavó por detrás.
Gloria que no llevaba bragas se metió en el aprisco y se puso a mear, echa un chorro entre meado y
flujo.
Cuando los machos se follaron a todas las cabras, Joaquín las sacó del aprisco y se quedaron lo machos
solos, mi tía estaba como la parió su madre, se agachó y puso las rodillas en el suelo, se llenó de mierda,
Joaquín la frotó con una bayeta y se apartó, al momento llegaron los dos machos y la lamieron el coño.
Yo no sé los orgasmos que llevaba, uno de ellos sacó su polla y se montó encima y a la primera se la
metió, Gloría dio un grito, la tuvo que llegar al útero, se quedó encogida pero levantó un poco el culo y
en ese momento el orto hizo lo mismo, mi tía se tiró al suelo la parecía que le daban espasmos, se
estaba corriendo como yo en mi vida había visto.
La ayudaron a salir su marido y su hija, era un cuadro entre mierda, flujo y semen de los machos.
Entré y me puse a cuatro patas, mi tío me restregó el chumino y la momento sentí como una espada me
entraba y me llegaba al estómago, era delgada pero me quemaba por dentro, me caí al suelo y me corrí
como nunca, me llené de mierda.
A la vuelta comentamos que ya me quedaban pocos días, no quería que se terminara nunca.
Durante los días siguientes fuimos a la garganta para estar con Fermín, Carlos y Luis, también acudieron
Lourdes y Sergio, montamos unas fiestas impresionantes. Lourdes folló con todos, pero Sergio me daba
que les gustaban las pollas también, se quedaba lelo mirando la polla de Fermín.
Me tenía que bajar al pueblo pues en un par de días nos marcharíamos a Madrid
La noche anterior a marcha mis tíos querían hacerme una despedida, invitaron a Juan y a su hijo Carlos,
además invitaron a Lourdes y a Sergio, pasamos una velada impresionante.
Como debe ser, las mujeres dirigimos la velada. Después de la cena a la que se añadió un aditivo
especial las mujeres manifestamos nuestros deseos que eran órdenes. Mi deseo era ver follar a mi tía
con Fermín se puso en el suelo con el mástil hacia arriba y se la metió subía y bajaba inmediatamente
comenzó a correrse se le mojó todo el pedazo de barrigón. Otro deseo era el de Lourdes: ser cogida por
un perro, estuvo pegada a él casi media hora me prima y yo follamos con mi primo y mi tío después
todos con todos, pero el deseo más sorprendente fue cuando dijo Lourdes que dieran por el culo a
Sergio.
-Es que hasta ahora no sabéis que le gustan las pollas tanto o más que los coños, si Fermín se la metiera
por el culo sería feliz
-No en esto
Al final le dio por el culo con esa polla larga cuando se estaba corriendo Sergio soltaba verdaderos ríos
de semen, mi prima se lo tragó todo
Os dais cuenta de que disfruta más con una polla en el culo que follando.
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Como a muchos hombres de mi generación, el estrés continuado durante años producto del trabajo me
había llevado a una inapetencia sexual. Aunque sea duro reconocerlo, no me considero un bicho raro al
confesaros que, con cuarenta y dos años, las mujeres habían pasado a segundo plano en mi vida. Sin ser
un eunuco, ya no eran mi prioridad y prefería una buena comilona con un grupo de amigos tras un
partido de futbol a un revolcón con la putita de turno. Siendo heterosexual convencido y probado, era
consciente de la belleza de determinadas mujeres que revoloteaban a mi alrededor pero me
consideraba inmune a sus encantos. Simplemente no me apetecía perder mi tiempo en la caza y captura
de una de ellas.
Lo más curioso de asunto es que todo lo que os he contado antes cambió con la persona menos indicada
y en las circunstancias más extrañas. Os preguntareis cuándo, cómo y con quién se dio ese cambio. La
respuesta es fácil:
Como en tantas historias, todo comenzó por un hecho fortuito y en este caso luctuoso: la muerte de un
tío. Evaristo, el difunto era un familiar que después de la guerra había organizado las maletas y se había
ido al extremo oriente en busca de fortuna. En mi caso, solo lo había visto una vez y eso hacía muchos
años. Por eso me sorprendió la llamada de un abogado, avisándome de su muerte y de que me había
nombrado heredero.
No creyendo en mi suerte, le pregunté cuanto me había dejado. El letrado me contestó que no lo sabía
porque esa encomienda era un encargo de un bufete de Manila del que ellos solo eran representantes.
De lo que sí pudo informarme fue que al lunes siguiente se abriría el testamento en sus oficinas con las
presencia de todos los beneficiarios.
-¿Hay más herederos?- molesto pregunté.
El tipo al otro lado del teléfono notó mi tono y revisando sus papeles, respondió:
«Es lógico. Somos sus parientes más cercanos», pensé al recordar que ese hombre era el hermano de
nuestro abuelo.
A pesar de haber perdido el contacto con ella, me tranquilizó saber con quién iba a tener que compartir
lo mucho o lo poco que nos había legado ya que Ana siempre me había parecido una persona bastante
equilibrada. Por ello, confirmé mi asistencia a la apertura del testamento y anotándolo en mi agenda,
me desentendí de ello.
La cita en el bufete.
He de reconocer que una vez en casa, fantaseé con la herencia y me vi como un potentado a cargo de
una plantación de tabaco al hacer memoria que el tal Evaristo se vanagloriaba de la calidad de los puros
que elaboraba en esas tierras mientras gastaba dinero en el pueblo sin ton ni son, con el objeto de
restregar a toda la familia su éxito.
«Quién me iba a decir que iba a disfrutar del dinero que ese viejo ganó con tanto trabajo», ilusionado
medité al caer en la cuenta que el bufete al que iba a ir era uno de los mejores de Madrid y por ello
asumí que el legado debía de ser importante.
Por ello, intenté contactar con Ana para conocer de antemano cuál era su sentir en todo ello, pero me
resultó imposible porque increíblemente nadie que conocía tenía su teléfono.
«¡Qué raro!», me dije tras darme por vencido, «es como si hubiese querido romper con todo su
pasado». No dando mayor importancia a ese hecho, la mañana en que iba a conocer cuál era mi
herencia, ve vestí con mis mejores galas y acudí a la cita.
Tal y como era previsible, las oficinas en que estaban ubicado ese despacho de abogados destilaban lujo
y buen gusto. Quizás por ello, me sentí cortado y tras anunciarme con la recepcionista, esperé sentado
que me llamaran tratando de pasar desapercibido. Al salir de casa creía que mi vestimenta iba acorde
con la seriedad de la reunión pero, al llegar a ese sitio, deseé haberme puesto una corbata.
«Esto está lleno de pijos», mascullé cabreado asumiendo que me encontraba fuera de lugar. Si ya me
consideraba inferior, esa sensación se incrementó al reconocer a mi prima en una ricachona que
acababa de entrar por la puerta. Envuelta en un abrigo de visón y con peinado de peluquería, Ana
parecía en su salsa. Si yo había dado mi nombre y poco más, ella se anunció exigiendo que la atendieran
porque tenía prisa.
Levantándome de mi asiento, me dirigí a ella y saludé. La frialdad con la que recibió mis besos en sus
mejillas me confirmó que en esa altanera mujer, nada quedaba de la chiquilla inocente que había sido y
por eso volví a sentarme, bastante desilusionado. La diferencia de trato, me quedó clara cuando a ella la
hicieron pasar directamente a un despacho.
«A buen seguro, Ana es la beneficiaria principal y yo en cambio solo recibiré migajas», sentencié
mientras intentaba mantener la tranquilidad.
Enfrascado en una espiral autodestructiva esperé a que me llamaran. Afortunadamente la espera duró
poco ya que como a los cinco minutos, uno de los pasantes me llamó para que entrara a la sala de
reuniones. Allí me encontré con cuatro abogados de un lado y a mi prima del otro. No tuve que ser un
genio para leer en su rostro el disgusto que le producía mi presencia.
«Debió pensar que ella era la heredera universal de Evaristo», comprendí al ver su enfado.
No queriendo forzar el enfrentamiento que a buen seguro tendríamos en cuanto nos leyeran el
testamento, pregunté cuál era mi sitio. El más viejo de los presentes me rogó que me sentara al lado de
ella y sin dar tiempo a que me acomodara, comenzó a explicar que nos había citado para darnos a
conocer el legado de nuestro tío.
Su mala educación no influyó al abogado que, con tono sereno, le contestó que no sabía porque antes
tenía que abrir el sobre que contenía sus últimas voluntades.
El sujeto, un auténtico profesional, no tomó en cuanta la mala leche de mi familiar y siguiendo los pasos
previamente marcados, nos hizo firmar que en nuestra presencia rompía los sellos de ese paquete. Os
juro que para entonces se me había pasado el cabreo al ver el disgusto de esa zorra y gozando a mi
manera, esperé a que el abogado empezara a leer el testamento.
Tras las típicas formulas donde se daba el nombre de mi tío y el notario declaraba que a pesar de su
edad tenía uso pleno de sus facultades, fue recitando las diferentes propiedades que tenía en vida. La
extensa lista de bienes me dejó perplejo porque aunque sabía que mi tío era rico nunca supuse que lo
fuera tanto y por ello, cuando aún no había terminado de nombrarlas, ya me había hecho una idea de lo
forrado que estaba.
«¡Era millonario!», exclamé mentalmente y completamente interesado, calculé que aunque solo
recibiera un pequeño porcentaje de su fortuna me daría por satisfecho.
Ana se le notaba cada vez más enfadada y solo pareció apaciguarse cuando el letrado empezó a leer las
disposiciones diciendo:
-A mi adorada sobrina, Doña Ana Bermúdez, en virtud de haber dedicado sus últimos años a cuidar de
mí…- la cara de mi prima era todo satisfacción pero cambió a ira cuando escuchó que decía- …le dejo el
cincuenta por ciento de mis bienes.
Durante unos segundos, mantuvo el tipo pero entonces fuera de sí empezó a despotricar del viejo,
recriminándole que ella era la única que se había ocupado de él.
-A mi sobrino, Manuel Bermúdez, como único varón de mi familia le dejo el otro cincuenta por ciento
siempre que acepte cumplir y cumpla las condiciones que señalo a continuación…-os juro que mi
sorpresa al saberme coheredero de esa inmensa fortuna fue completa y por eso me costó seguir
atendiendo- …Primero: Para hacerse cargo de la herencia, debe vivir y residir en mi casa de Manila
durante un mínimo de dos años desde su aceptación. Para ello, su prima Ana deberá prepararle la
habitación de invitados o cualquier otra de la zona noble.
-Segundo: Deberá trabajar bajo las órdenes de la actual presidenta de mis empresas durante el mismo
plazo.
No me quedó duda de quién era esa señora al ver la cara de desprecio con la que Ana me miraba.
-Tercero: La aceptación de su herencia deberá hacerse ante mi notario en Manila dando un plazo de
quince días para que lo haga. De negarse a cumplir lo acordado o no aceptar la herencia, el porcentaje a
él asignado pasará directamente a su prima Doña Ana Bermúdez.
Esas condiciones me parecieron fáciles de cumplir teniendo en cuenta que estaba hasta los huevos de
mi trabajo como simple administrativo en una gran empresa y por eso, nada más terminar el abogado
dije:
El sujeto se disculpó y me recordó que según el testamento debía hacerlo en Filipinas y ante la ley de
ese país. Dando por sentado que tenía razón ya me estaba despidiendo cuando escuché a mi prima que
con tono duro decía:
Los abogados previendo que iba a producir una confrontación entre nosotros, desaparecieron por arte
de magia.
Al quedarnos únicamente ella y yo en esa habitación, Ana se quitó el abrigo de pieles y dejándolo sobre
uno de los sillones, se dio la vuelta y me soltó:
La dureza de sus palabras me pasó desapercibida porque en ese momento mi mente estaba en otro
planeta porque al despojarse de esa prenda, me permitió admirar la sensual curvatura de su vientre y la
hinchazón de su busto.
«¡Está embarazada!», concluí más excitado de lo normal al recorrer con mi mirada su preñez.
Aunque siempre me habían parecido sexys las barrigas de las mujeres esperando, os tengo que confesar
que cuando descubrí su estado, algún raro mecanismo subconsciente en mi interior se encendió y puso
a mis hormonas a funcionar.
«¡Está buenísima!», pensé mientras por primera vez la contemplaba como mujer. Olvidando su carácter,
me quedé prendado de esos pechos que pugnaban por reventar su blusa y contra mi voluntad, me
imaginé mamando de ellos.
Mi “querida” prima creyó que mi silencio era un arma de negociación y sacando la chequera, con la
seguridad de alguien acostumbrado a las altas esferas, me preguntó:
Ni en mis sueños más surrealistas hubiera creído que de esa reunión saldría con esa suma pero para
desgracia de esa pretenciosa, mi cerebro estaba obcecado contemplando el erotismo de sus curvas y
nada de lo que ocurriera en esa habitación podría hacer que me centrara tras haber descubierto unas
sensaciones que creí perdidas.
«Esta puta me pone cachondo», alucinado determiné al notar que mi sexo se había despertado tras
meses de inactividad y que en esos momentos lucía una erección casi olvidada.
Su ira, lejos de hacerla menos deseable, incrementó su erotismo y ya sumido en una especie de hipnosis,
fui incapaz de retirar mis ojos de los pezones que se podían vislumbrar bajo su blusa.
«Debe de tenerlos enormes», medité mientras soñaba en el paraíso que significaría tenerlos a mi
alcance, «daría lo que fuera por mordisquearlos».
Mi sonrisa nuevamente fue malinterpretada y tomada como una ofensa. Ana, dio por declarada la
guerra y llena de ira, me soltó:
-No tienes idea de lo hija de puta que puedo ser. Te conviene aceptar mi oferta. Filipinas es mi terreno y
si vives conmigo, ¡te haré la vida imposible!
Esa nada sutil amenaza tuvo el efecto contrario. Mi prima me la había lanzado con la intención de
acobardarme pero al saber que viviría con ella, hizo que todas las células de mi cuerpo hirvieran de
pasión.
-Por cierto, nunca me imaginé que mi primita se había convertido en una diosa.
Saliendo de los abogados, decidí irle a decir adiós a mi jefe. Tras diez años de esclavitud y explotación en
sus manos, ese capullo se merecía que alguien le cantara las cuarenta. A muchos os parecerá una locura
quemar las naves de esa forma pero, asumiendo que lo mínimo que iba a sacar era el millón de euros
que me había ofrecido, me parecía obligado hacerle saber a mi superior lo mucho que le estimaba.
Por eso cuando llegué a la oficina, sin pedir permiso, entré en su despacho y subiéndome a su mesa, me
saqué la polla y le meé encima. Tras ese desahogo y mientras ese mequetrefe no paraba de chillar,
recogí mis cosas y dejé para siempre ese lugar.
«¡Qué a gusto me he quedado!», pensé ya en la calle al recordar la cara de miedo que lucía ese
cabronazo mientras le enchufaba con mi manguera. Acostumbrado a ejercer tiránicamente su poder,
Don José se había quedado reducido a “pepito” al verme sobre su escritorio verga en mano.
Ya más tranquilo me fui a casa e indagando en internet, confirmé con la copia del testamento en mi
mano que las posesiones de mi tío Evaristo se podían considerar un emporio:
«Estoy forrado», resolví tras verificar que formaban el segundo mayor holding de ese país.
Curiosamente mientras pensaba en esa fortuna que me había caído del cielo, no fueron solo mis
neuronas las que se pusieron como una moto sino antes que ellas, mis hormonas. Dentro de mis
calzones, mi pene se había despertado con una dureza comparable a la sufrida al ver las tetas de mi
prima.
Juro que solo el saber que apenas tenía dinero para comprarme el billete de avión a Manila, evitó que
saliese corriendo a un putero a descargar mi tensión con una hembra de pago. En vez de ello, abriendo
mi bragueta, saqué mi hombría de su encierro y me puse a pajear pensando en Ana, en esas tetas que
no tardarían en tener leche y en su estupendo culo.
-¡Esa puta será mía!- determiné en voz alta al recordar su sorpresa cuando le comenté lo buena que
estaba.
Soñando que el desconcierto con el que recibió mi piropo fuera motivado por una debilidad de su
carácter que me diera la oportunidad de seducirla, me imaginé poniendo mi verga entre las tetas de esa
soberbia. En mi mente, mi adorada prima se comportó como una zorra y actuando en sintonía, me hizo
una cubana de ensueño mientras soportaba mis risas e insultos.
Estaba a punto de sucumbir a mi deseo cuando de improviso sonó el timbre de mi puerta. Disgustado
por la interrupción, acomodé mi ropa y fui a ver quién había osado interrumpirme. Al abrir, me encontré
con una oriental. La desconocida, al verme, se presentó como la secretaría de mi prima y sin mayor
prolegómeno, me informó que su jefa le había pedido que se pusiera a mis órdenes para que me
ayudara con los preparativos de mi marcha.
Con la mosca detrás de la oreja, la dejé pasar. Esa criatura debía tener instrucciones precisas porque
nada más pisar mi apartamento, me preguntó dónde tenía las maletas y qué ropa quería llevarme.
-Como futuro vicepresidente tiene a su disposición el avión de la compañía y Doña Ana ha preparado
todo para que usted salga rumbo a Manila en tres horas.
Ese cambio de actitud y que esa guarra sin alma facilitara mi ida, me mosquearon. Sospechando que
quizás buscaba un acercamiento como estrategia de negociación, interrogué a la muchacha donde
recogeríamos a mi prima.
-La señora ya está de vuelta en otro avión. No quería esperar a que termináramos con su equipaje y me
ha pedido que sea yo quien le acompañe.
Su tono meloso despertó mis alertas. Tratando de encontrar un sentido a todo aquello, me fijé en la
muchacha y fue al percatarme de su exótica belleza cuando caí del guindo:
«Hay que reconocer que tiene un polvo», zanjé tras recorrer con la mirada su esbelto cuerpo. Teresa, así
se llamaba la mujercita, parecía sacada de una revista de modas. Guapa hasta decir basta, sus
movimientos irradiaban una sensualidad que no me pasó inadvertida.
«¡Más de uno!», decreté al descubrir que tenía un culo con forma de corazón cuando la vi agacharse a
cerrar la primer maleta. «Joder, ¡cómo estoy hoy!», protesté mentalmente mientras trataba de ocultar
la erección entre mis piernas.
La incomodidad que sentía se incrementó exponencialmente al notar que esa cría se había dado cuenta
de lo que ocurría entre mis piernas y se ponía roja.
Consideré esa huida como una sabia retirada porque era consciente que en el estado de excitación en
que estaba, cualquier acercamiento por parte de ella terminaría en mi cama. Lo que no sabía fue que
Teresa usó mi ausencia para revisar los cajones de mi cuarto y que durante ese examen, encontró mi
colección de películas porno.
«Menudo pervertido», me reconoció posteriormente que pensó al deducir por su contenido que las
asiáticas eran una de mis fantasías.
Curiosamente ese hallazgo, la satisfizo aunque su jefa le había prohibido expresamente cualquier
acercamiento conmigo. Sus órdenes eran únicamente el convencerme de acudir cuanto antes a filipinas.
-Es un muerto de hambre. Fuera de su entorno conseguiré que firme la renuncia- fueron las escuetas
explicaciones que le dio.
Para desgracia de Ana, esa muchachita era ambiciosa y al conocer mi debilidad por su raza, no tardó en
decidir que la iba a aprovechar a su favor. De forma que ajeno a las oportunidades que se me estaban
abriendo sin saberlo, la mente de Teresa se puso a elucubrar un plan con el que seducirme.
«Maduro, soltero y solo, no tardará en caer entre mis piernas», sentenció mientras se veía ya como mi
futura esposa. «Si consigo enamorarle, me convertiré en una de las mujeres más ricas de mi país».
Por mi parte, en la soledad de mi cocina, mi excitación no me daba tregua y a pesar de mis intentos,
seguía pensando en esa jovencita.
«Aunque está buenísima», sentencié al sentir mis hormonas en ebullición, «no debo caer en la red que
Ana me ha preparado».
Desconociendo que iba a producir un choque de trenes, y que mi deseo se iba a retroalimentar con su
ambición. Levanté mi mirada al oír un ruido y descubrí a Teresa apoyada contra el marco de la puerta.
La perfección de sus formas y la cara de putón desorejado de la muchacha echaron más leña al fuego
que ya consumía mis entrañas.
-Ya he terminado- comentó con tono dulce al tiempo que hacía uso de sus impresionantes atributos
femeninos en plan melosa.
Reclinando su cuerpo contra el quicio, esa cría se exhibió ante mí como diciendo: “soy impresionante y
lo sabes”.
Reconozco que mis ojos estaban todavía prendados en su piel morena cuando ella incrementando el
acoso a la que me tenía sometido, me dijo:
-Todavía faltan un par de horas para que salga nuestro avión. ¿Le importa que me dé una ducha?
No tuve que quebrarme mucho la cabeza para comprender que se me estaba insinuando y por un
momento estuve a punto de negarle ese capricho, pero entonces y ante mi asombro, Teresa dejó caer
uno de los tirantes de su vestido mientras insistía diciendo:
Os juro que antes de darme tiempo de reaccionar, ese bellezón de mujer deslizó el otro tirante e
impresionado solo pude quedarme admirando cómo se me iban mostrando la perfección de su curvas
mientras su ropa se escurría hacía el suelo.
«¡Es una diosa!», exclamé mentalmente mientras todo mi ser ardía producto de la calentura que esa
criatura había suscitado en mi cerebro.
Si su rostro era bello, las duras nalgas que pude contemplar mientras la muchacha salía rumbo al baño
me parecieron el sumún de la perfección.
«Tranquilo, macho. ¡Es una trampa!», me tuve que repetir para no salir detrás de ella.
Todo se estaba aliando en mi contra. Si esa mañana alguien me hubiera dicho que estaría en ese estado
de excitación solo cuatro horas después de haber despertado, lo hubiera negado. La preñez de mi prima
había avivado el deseo que creía olvidado, la pasta de la herencia lo había intensificado pero lo que
realmente me convirtió en un macho en celo fue esa cría cuando, llevando como única vestimenta un
tanga negro, me preguntó desde el pasillo:
-¿No me va a acompañar?
Mis recelos desaparecieron como por arte de magia y acercándome a ella, me apoderé de sus pechos
mientras forzaba los labios de esa joven con mi lengua. La pasión que demostró, me permitió
profundizar en mi ataque y olvidando cualquier tipo de cordura, le bajé las bragas.
-¡Qué maravilla!- clamé alucinado al encontrarme con su depilado y cuidado sexo.
Su sola visión hizo que casi me corriera de placer, Teresa no solo estaba buena sino que de su coño
desprendía un aroma paradisíaco que invitaba a comérselo. Estaba todavía pensando que hacer cuando
esa filipina pegando un grito se abalanzó sobre mí e me bajó los pantalones.
Sobre estimulado como estaba, no hizo falta nada más y cogiéndola entre mis brazos, de un solo arreón
la penetré hasta el fondo. La cría chilló al sentirse invadida y forzada por mi miembro, pero en vez de
intentarse zafar del castigo, se apoyó en mis hombros para profundizar su herida, diciendo:
-Hazme el amor.
Cabreado por mi rápida claudicación y por el hecho que mi adversaria creyera que me había vencido, la
contesté:
-No voy a hacerte el amor, voy a follarte- tras lo cual moviendo mis caderas, hice que la cabeza de mi
pene chocara contra la pared de su vagina sin estar ella apenas lubricada. Mi violencia y la estrechez de
su conducto hicieron saltar lágrimas de sus ojos pero su sufrimiento solo consiguió azuzar mi deseo.
Sin importarme su dolor ni siquiera esperé a que se relajara antes de iniciar un galope desenfrenado. Sus
aullidos al sentirse casi violada con cada incursión, me alebrestaron y ya convertido en un animal, seguí
machacando su coñó con mi verga. Durante largos minutos, su cuerpo fue presa de mi lujuria hasta que
contra toda lógica, Teresa consiguió relajarse y comenzó a disfrutar del momento.
Supe que algo había cambiado en su interior cuando el cálido flujo que brotó de su sexo me empapó las
piernas. Fue entonces cuando me percaté que esa cría se arqueaba en mis brazos con los ojos en blanco.
Su rostro ya no mostraba dolor sino placer e involuntariamente colaboró con mi infamia abrazándome
con sus piernas.
La oriental aulló como una loba cuando notó mis dientes adueñándose de sus pezones y totalmente
fuera de si, clavo sus uñas en mi espalda. Sé que buscaba aliviar la tensión que acogotaba su interior
pero solo consiguió que esos rasguños incrementaran mi líbido y ya necesitado de derramar mi leche
dentro de ella, me agarré de sus tetas y comencé un galope desenfrenado, usándola como montura.
Para entonces, mis huevos rebotaban como en un frontón contra su cuerpo. El brutal ritmo que adopté
hizo que mi verga forzara en demasía su interior de forma que cuando exploté dentro de su cueva, mi
semen se mezcló con su sangre y mis gemidos con sus gritos de dolor. Agotado y ya satisfecho, me
desplomé sobre ella pero Teresa, en vez de quejarse, siguió moviéndose hasta que su propia calentura
le hicieron correrse brutalmente, gritando y llorando por el tremendo clímax que le había hecho tener.
-No puede ser- chilló dominada por las intensas sensaciones que recorrían su cuerpo y con lágrimas
recorriendo sus mejillas, me reconoció que le había encantado antes de quedarse tranquila.
La muchacha, al oírme, sonrió pero tras pensárselo me dijo con voz apenada:
«Tiempo suficiente para seguir follando», me dije y dando un azote sobre su trasero desnudo, le
comenté que se había quedado sin ducha.
Antes de salir de casa, ya me había acostado con la preciosa secretaria de mi prima. La rapidez con la
que esa oriental se había echado entre mis brazos me dejó claro que no era casual y que esa ligereza
escondía otras intenciones.
«No he sido nunca un ligón», me repetí continuamente para no creer que esa mujer se había sentido
afectada por mi atractivo.
Tenía claro que Teresa se había abierto de piernas y que ello solo se podía deber a dos motivos: El
primero, mi prima se lo había ordenado y el segundo, un tanto más retorcido pero no por ello menos
plausible, era que sabiendo que había heredado viera en mí a un pardillo al que desplumar.
«Si es esa la razón, va jodida», pensé reconociendo que quien realmente me ponía cachondo era Ana,
mi embarazada prima.
El recuerdo de su vientre germinado y sus pechos llenos de leche volvieron con fuerza a mi cerebro.
Después de largo tiempo con mi sexualidad aletargada, esta se vio zarandeada brutalmente al descubrir
que estaba preñada y su déspota comportamiento solo consiguió avivar si cabe el inmenso incendio que
había provocado.
Sé que os costará creerlo pero en mi casa y mientras mi pene se solazaba dentro del coño la filipina, era
en Ana en quien pensaba. Por mucho que esa muñeca resultara ser una ardiente amante, los gritos que
deseaba oír mientras me la follaba eran los de mi prima. Quizás por ello al llegar al avión que había
fletado la compañía, mi comportamiento hacia la joven fue bastante frio.
Teresa, que no era tonta, lo notó pero no dijo nada. En vez de mortificarme con nuevos mimos, se
dedicó a sus cosas, dejándome solo con mis pensamientos. Ello me dio la oportunidad de aclarar mis
ideas mientras el piloto y su ayudante despegaban.
«Me ha facilitado el viaje para que me confíe y así cogerme desprevenido», medité enfadado, «esa puta
quiere quedarse ella con todo el pastel».
«De ser cierta la fortuna que en teoría habíamos heredado, son solo unas migajas el millón de euros que
ha ofrecido por mi parte», concluí. Curiosamente, saber que Ana me tomaba por un pazguato me
tranquilizó y ya más centrado, me puse a observar a mi acompañante.
Ajena a mi examen, la joven se acomodó encogiendo sus piernas sobre su asiento de manera
inconsciente. Su concentración me permitió mirarla sin que se diera cuenta. Con poco más de veinte
años parecía recién salida de la adolescencia. El escaso pecho que apenas unas horas antes había
probado, me daba a entender que por su raza no iba a crecer más pero aun así tuve que reconocer que
la chavala estaba buenísima. La perfección de sus muslos y su estrecha cintura eran toda una tentación
pero lo que realmente me excitó fue el hecho que, al recoger un papel del suelo, su falda se le había
descolocado, dejando al descubierto tanto el coqueto tanga como gran porción de ese trasero que
inútilmente trataba de tapar.
“Tiene un culo de campeonato”, sentencié recordando la tersura de sus nalgas mientras mi voluntad
luchaba contra la excitación.
Justo en ese momento, la filipina se dio la vuelta y me miró. Fue entonces cuando mi lujuria se vio
incrementada exponencialmente al comprobar que se le había soltado dos botones de su camisa y
permitiéndome contemplar su pecho por completo.
Sé que se percató de su descuido pero no hizo nada por evitarlo, de manera que me quedé
ensimismado mirando esos pequeños pero duros senos, que para colmo estaban coronados por dos
pezones de color rosa.
«¡Es una niña y yo un viejo!», protesté al recordar cómo me había dejado llevar una hora antes.
Cabreado conmigo mismo traté de retirar la mirada pero constantemente volví a caer en la tentación. La
sensualidad que escondía esa joven provocó que mi verga me exigiera que le hiciese caso. Sabiendo que
es lo que esa zorrita esperaba, no hubiera tenido inconveniente en pajearme en su honor pero el poco
pudor que me quedaba evitó que me sacara la polla y me pusiera a masturbarme.
-Reconoce que te gusto- sonriendo, dijo la cría al ver el efecto que causaba en mi entrepierna.
Cómo de nada servía negar lo evidente, totalmente colorado, asentí. Mi respuesta le satisfizo y
poniendo cara de puta, me soltó que yo a ella también. Fingiendo una tranquilidad que no sentía, le
contesté que no me lo creía.
-¿Estás seguro que miento?- insistió sin dejar de mirar a mis ojos y pasando su mano por encima de mi
bragueta.
-Totalmente. Soy mayor para ti y apenas me conoces- respondí de mala leche al sentir sus dedos ya se
habían aferrado mi extensión y que sin ningún pudor esa guarrilla me empezaba a masturbar.
-Te equivocas. Me ponéis cachonda tú y tu dinero- respondió con una sinceridad que me dejó pasmado
y acercándose a mí, susurró en mi oído: - Mi jefa es una perra muy dura y si no quieres que te desplume,
vas a necesitar mi ayuda. Te aseguro que tenerme como tu aliada te puede resultar muy agradable.
Viéndolo desde esa perspectiva, me pareció una postura coherente. Ambos salíamos ganando y por eso,
le pregunté qué quería por esa ayuda.
Os juro que estuve a punto de echarme a reír pero no queriendo ofenderla, preferí ofrecerle un cinco
por ciento de lo que consiguiera. La cría asintió dando su conformidad al acuerdo y abriendo una puerta
del avión, me señaló una cama. Me faltó tiempo para levantarla entre mis brazos y llevándola hasta ahí,
ella se puso a quitarme la camisa mientras yo me ocupaba de bajarme los pantalones. Poseído por una
impía pasión, me desnudé al tiempo que pensaba que era una curiosa forma de cerrar nuestro trato.
-Fóllame- me pidió mientras cogía entre las manos sus pequeños pechos y me los hacía entrega como
muestra de nuestra alianza.
Confieso que azuzado por ella, los agarré entre mis dedos y sin pedirle su opinión, comencé a recorrer
con mi lengua sus pezones. Sin darme tregua, Teresa colocó mi verga en la entrada de su cueva y sin
mayores prolegómenos, de un rápido movimiento de caderas, consiguió que la penetrara.
-Me encanta ser tu socia- gritó al sentirse llena y dejándose llevar por su naturaleza ardiente, sus uñas
se clavaron en mi espalda mientras me pedía que la tomara.
Su descaro curiosamente me gustó y convirtiendo ese acto animal en algo tierno, comencé a acariciarla
mientras le informaba que nunca había tenido una socia. Muerta de risa, la asiática me contestó:
-Pues piensa en mí como si fuera tu prometida- y tomando aire continuó diciendo: -Además de placer, te
conseguiré mucho dinero.
La mención de esa fortuna que me esperaba al llegar a ese país, incrementó mi avidez por ella y
reiniciando mi ataque, mi pene se acomodó en su cueva una y otra vez. A ella le debió ocurrir lo mismo
porque mientras nuestros cuerpos se fusionaban sobre las sábanas, se vio poseída por el placer y
chillando a los cuatro vientos su ardor, se licuó entre mis piernas.
-¡Dame un anticipo!- aulló al notar el modo en que mi extensión se introducía rellenando su vagina.
Comprendí que era lo que me demandaba e incrementando el compás de mis estocadas, busqué
sembrar su fértil vientre con mi semilla. La temperatura de esa habitación se volvió todavía más caliente
cuando Teresa, sin previo aviso, se aferró a los barrotes de la cama y gritando, se corrió.
La violencia de su orgasmo y la manera en que se retorcía me excitaron aún más y subyugado por la
pasión, me enganché a sus pechos y con renovados ánimos, seguí follándomela mientras le exigía que se
moviera.
Esa orden surtió el efecto deseado y ya en plan loca, fue en busca de un nuevo clímax, convirtiendo su
coño en una especie de batidora. Sus movimientos convulsos y la presión que sus músculos ejercieron
sobre mi miembro fueron el aliciente que necesitaba para correrme y coincidiendo con sus jadeos, sin
poder aguantar más, exploté sembrando su interior. Estaba esparciendo mi simiente dentro de ese
oriental chocho cuando con un alarido que tuvo que oír el piloto del avión, Teresa me informó que se
me unía.
Agotado y satisfecho, me dejé caer sobre el colchón mientras la ambiciosa joven seguía presa del placer.
Durante unos minutos esperé a que se recuperara. Ya repuesta, la pregunté:
-Yo no se lo voy a decir. Para ella, seguiré siendo su leal secretaria hasta que me des la parte que me has
prometido o ¡te cases conmigo!
Increíblemente, esa filipina seguía pensando que lo más normal era que nuestra relación terminara en
matrimonio. Por mi parte, la idea ya no me parecía descabellada. Esa mujer tenía todo lo que me
gustaba. Ambición, inteligencia, belleza y simpatía…
Mi llegada a Manila.
Casi veinte horas después aterrizamos en el aeropuerto Ninoy Aquino, renombrado así por el periodista
y político asesinado bajo la dictadura de Ferdinand Marcos. Al salir al exterior, los treinta y tres grados
de temperatura de ese día de diciembre me parecieron excesivos, tomando en cuenta que al salir de
Madrid los termómetros marcaban bajo cero.
Teresa, acostumbrada a ese caos, tardó unos segundos en comprender cuál era mi pregunta.
«Además de horteras, contaminan que dan gusto», sentencié al observar la negra humareda que
dejaban a su paso.
Aunque ese tipo de trasporte me impactó, no pude dejar de preguntar a la filipina cómo se llamaba otro
invento que podía ser o una bici o una moto a la que habían adosado una cabina.
Durante un buen rato me entretuve admirando esa anarquía hasta que ya cansado pregunté si faltaba
mucho para llegar a nuestro destino:
-Una hora.
Esa fue la primera mentira que me dijo ya que el tiempo real que tardamos fue superior a dos horas. Os
confieso que habituado a vivir en Madrid, esa mega urbe me pareció una locura. Pero lo que más me
extrañó fue ver la tranquilidad con la que sus habitantes se tomaban ese embotellamiento.
Afortunadamente cuando ya creía que íbamos a pernoctar en ese coche, apareció ante nosotros una
inmaculada valla que se extendía durante kilómetros. Nada más verla, mi acompañante suspiró aliviada
y girándose en su asiento, me informó que habíamos llegado. Esa fue su segunda mentirijilla. Aún tardé
quince minutos en poder estirar las piernas porque a pesar de estar ya en nuestro destino, ese fue el
tiempo que nos costó cruzar la finca y llegar a la mansión que había sido de mi tío.
«Es enorme», fue lo único que pude decir al verme frente a un palacete de clara inspiración
mediterránea que chocaba con el verdor de la plantación de tabaco en la que estaba situada.
Si el tamaño me había impresionado, lo que me dejó sin habla fue su interior. Decorado con un gusto
recargado, ese lugar no parecía un hogar sino un museo.
-Es magnífica, ¿verdad?- preguntó la muchacha al ver mi cara. Aunque me resultaba un horror por lo
recargado de sus paredes, no dije nada y dejé que ella me guiara entre esos ancestrales muros.
A nuestro paso nos cruzamos con un elenco de criadas que a mis ojos poco experimentados en razas
orientales, me parecían la misma. Viendo que Teresa las iba saludando por su nombre a cada una de
ellas, comprendí que de alguna forma ella era otra habitante de esa casa o al menos una asidua
visitante.
«Hay algo que esta niña, no me ha contado», sentencié medio mosqueado. La seguridad con la que se
movía en ese laberinto terminó de confirmar mis sospechas y por ello, agotado después de tanto viaje,
pregunté dónde estaba el cuarto que me habían asignado.
-Ésta es para las recepciones, su tío construyó dos más pequeñas pegadas a la piscina. Una de ellas es
donde vive desde hace años su prima y la otra, que es en la que él vivía, será para usted.
Confieso que aún sin verla, saber que no tendría que dormir en ese mausoleo, me alegró y con ánimos
renovados, le pedí que directamente fuéramos a la que iba a ser mi morada. Obedeciendo de inmediato,
la muchacha me sacó al jardín y ya desde la escalinata, vi por primera vez mi futura residencia.
-¡Qué maravilla!- exclamé al comprobar que junto a la especie de lago que esa cría llamaba piscina,
había dos coquetos chalets de estilo moderno y funcional.
Sin esperar a los sirvientes que nos seguían con el equipaje, salí corriendo y entré en el que Teresa me
señaló como mío. Su interior no me defraudó, decorado en plan minimalista, era un sueño hecho
realidad.
-Me encanta.
Tras lo cual, me cogió de la mano y casi a rastras me llevó al piso de arriba, donde me encontré con la
sorpresa que toda esa planta era una sola habitación y que en medio de esa enormidad, se hallaba un
descomunal lecho cuyas medidas me parecieron fuera de lugar.
-Dos y medio por dos y medio- contestó mientras posaba su lindo trasero en el colchón y ya en plan de
guasa, me reveló: -Tu tío y sus amiguitas necesitaban mucho espacio.
Conociendo la afición por las faldas del difunto, que tuviera varias amantes no fue algo que me cogiera
desprevenido y por ello, medio en broma, contesté:
-¿Te parece si la estrenamos?
No me hizo falta estudiar una carrera para intuir el verdadero significado de sus palabras:
Como la cría tenía razón, no insistí y por ello en cuanto llegaron los criados con mi equipaje, no me
extraño que adoptando una pose de estricta secretaria, esa críame dijera mientras bajaba las escaleras:
Mirando el reloj, vi que eran las cuatro de la tarde y entonces recordé que el horario de ese país era
totalmente diferente al de España; se desayuna a las seis, se come sobre las doce y se cena a las seis.
-Allí estaré.
Ya se iba cuando de pronto recordé algo que me llevaba reconcomiendo desde que descubrí que estaba
embarazada y no queriendo interrogarla directamente sobre el tema, le pregunté:
La carcajada que surgió de su garganta me dejó helado y viendo mi gesto de extrañeza, respondió:
-Mi jefa no tiene pareja…
Las palabras de esa mujercita cayeron como un obús en mi cerebro. Si Ana no tenía marido, ni novio:
«¿Quién coño es el padre de la criatura?», sabiendo que no tardaría en saberlo, me pareció lo más
correcto no insistir y despidiéndome de la muchacha, me quedé viendo como uno de los criados
deshacía mi equipaje.
Ya solo, me dediqué a explorar mis dominios. La casa de Evaristo era no solo cojonuda sino la guarida de
un pervertido. Lo digo por la colección de porno y los diferentes artilugios sexuales que encontré en el
interior de un armario. Ya estaba punto de volver a mi cuarto cuando entre los distintos videos que
albergaba ese mueble descubrí unos con el nombre de mi prima.
«Tío eras todavía más cerdo que yo», pensé descojonado y dejando todo como me lo había encontrado,
decidí visualizar el contenido de mi descubrimiento.
De vuelta a mi habitación, encendí la televisión y metí el primero de los Dvds en su interior, tras lo cual,
me tumbé en la cama. La naturaleza del repertorio donde los encontré me hacía abrigar esperanzas y
por ello, os confieso que antes de darle al play, ya estaba caliente.
La primera imagen que apareció en la pantalla fue una habitación muy parecida a la que me hallaba
pero por los muebles supe que no era la misma:
«Debe ser la de Ana», me dije mientras acomodaba mi almohada para ver mejor.
Estaba todavía haciéndolo cuando observé que mi prima salía del baño envuelta en una toalla. Se
notaba que era un video espía y que ella no era consciente de estar siendo grabada porque sin mirar al
objetivo, se sentó frente al espejo y empezó a peinarse la melena.
Sintiéndome un voyeur, me quedé observando ensimismado:
«Se la ve más joven», pensé al percatarme que al menos esa película debía tener cinco años, «ahora
está más buena».
Sin sentirme mal por ese vil acto, me estaba encantado el ser espectador de un peculiar reality que en
contra de lo que ocurre en los de verdad, conocía a la protagonista. Durante un buen rato, Ana se
entretuvo peinándose pero, cuando terminó, la cinta se tornó más interesante porque dejando caer la
toalla, se quedó completamente desnuda. Fue tan de improviso que tuve obligatoriamente que parar la
imagen para disfrutar íntegramente de su belleza.
«¡Menudo polvo tiene la condenada», sentencié tras examinar concienzudamente cada parte de su
anatomía.
Satisfecho, reinicié la secuencia y ante mi alborozo, la protagonista de mis sueños, cogió un bote de
crema y comenzó a extendérsela por todo el cuerpo. La calidad con la que fue grabado, me permitió que
ninguna porción de su cuerpo quedara oculto a mi escrutinio.
«Esas tetas tienen que ser mías», mascullé al ver como mi querida prima, al recorrer sus pechos con sus
manos, se dedicaba a masajear descaradamente los pezones.
Para entonces, mi pene, cobrando vida propia, me pedía que le hiciera caso y yo, completamente
subyugado por la visión que se me ofrecía, no pude más que sacarlo de su encierro mientras en la
pantalla, era testigo de cómo esa mujer recorría con sus palmas su trasero. Sus nalgas eran tan
impresionantes que no pude evitar que mi mano diera rienda suelta a mi deseo, masturbándome.
Para entonces todo mi cuerpo era un incendio e involuntariamente, mi prima colaboró con ello cuando,
al empezar a pintarse las uñas de los pies, pude admirar su coño.
«Va depilada», me dije impresionado porque ni en mis sueños más calientes me hubiese imaginado que
lo llevara totalmente afeitado. Obsesionado por ese descubrimiento, me concentré en esa escena al ver
que se tumbaba sobre su cama.
Cuando creía que la protagonista se iba a dormir, pegando un suspiro, Ana separó sus piernas y ante mi
sorpresa, sus manos se apoderaron de su sexo.
«Esto no me lo esperaba», sentencié al ser testigo de cómo mi prima cogía una foto y mirándola, se
empezaba a acariciar lentamente.
Tras unos minutos, no me sorprendió en absoluto ver el brillo del flujo empapando su coño, ni que la
muchacha no parara de gemir mientras, con los ojos cerrados, metía una y otra vez dos dedos dentro su
sexo. Lo que si me dejó pálido fue cuando abriendo un cajón de la mesilla, mi prima sacó un enorme
consolador y sin más miramientos, se lo ensartó hasta el fondo.
«¡Joder con Anita!», exclamé mentalmente al observar cómo se retorcía sobre el colchón con semejante
falo incrustado, «resulta que va a ser una zorra en todos los sentidos».
A pesar de su tamaño, su vagina aceptó ese consolador sin ningún problema y mientras en la tele, esa
estancia se llenaba con el ruido de sus jadeos, me dediqué a pajearme cada vez más rápido mientras en
mi mente se hacía fuerte la idea que tenía que follármela.
«Lo que daría porque fuera mi verga la que estuviera entre sus piernas», pensé sin perder ni un detalle
de lo que ocurría en la pantalla. El morbo de la escena se incrementó junto con su lujuria cuando sin
dejar de acuchillar su interior, llevó una de sus manos hasta sus pechos y cogiendo los pezones entre sus
dedos, los empezó a pellizcar.
Para entonces, todo mi ser ansiaba mamar de esas dos ubres que tan sensualmente torturaba y que mi
pene se solazara mientras tanto en su interior. Si ya de por sí eso era extremadamente excitante, el
sumun mi calentura llegó cuando retorciéndose sobre las sábanas, mi prima comenzó a gritar mi
nombre.
«No puede ser», me dije creyendo que había escuchado mal pero a través de los altavoces y esta vez
claramente, Ana lo volvió a pronunciar.
Aun asumiendo que no era yo el tipo en el que pensaba mi prima al masturbarse, la idea que
secretamente me deseara fue el aliciente que necesitaba mi pene para explotar y mientras en la pantalla
ella se corría, descargué sobre mi cama la tensión acumulada.
Justo cuando terminé de eyacular, el Dvd llegó a su fin. Os juro que si no llega a haber quedado con ella
en media hora, hubiera visto de inmediato el segundo porque curiosamente mi pene, lejos de volver a
su estado normal, se mantenía erecto.
«Tranquilo, tío. Tendremos todo el tiempo del mundo para ver los veinte restantes», le dije a mi verga
mientras me metía a la ducha, «esa putita no sabe que los tengo y si las cosas se tuercen, siempre
podremos chantajearla»
«¿Quién narices cena a las seis?», me dije mientras me acicalaba al salir del baño, «¡Es temprano hasta
para merendar!». Sin rastro de hambre y con más ganas de tomarme una cerveza que de comer algo,
decidí vestirme de modo informal. Una camisa y un pantalón de pinzas me parecieron una etiqueta
suficiente para la cita.
«No voy a cenar con el rey sino con mi prima», sentencié y mirándome en el espejo, me cabreó
descubrir que las canas empezaban a poblar mi cabello. No obstante y a pesar de haber sobrepasado la
cuarentena, me sentía joven y pensé que mi imagen era la de un maduro resultón.
Al terminar me dirigí hacía la casa de Ana, deseando no solo enfrentarme con ella y aclarar la situación
en que me hallaba, sino también verla. Su belleza recién descubierta y el hecho que su embarazo me
pusiera cachondo aceleraron mis pasos y por ello llegué cuarto de hora antes de lo acordado. Como es
lógico, mi prima no estaba lista y tuvo que ser una de sus criadas, la que me acompañase al salón.
Aprovechando que iba a por lo que le había pedido, me puse a chismear las fotos que había en una de
las librerías de esa habitación. Reconozco que no me sorprendió encontrar en muchas a mi tío Evaristo
pero a lo que nunca me imaginé fue que yo apareciera en dos de ellas.
«Las ha puesto a posta para enternecerme», pensé al tiempo que trataba de recordar donde nos las
habíamos tomado. «Son de un verano de hace casi diez años», decidí al reconocer a un par de
amiguetes del pueblo.
Asumiendo que había rebuscado para hallar una imagen nuestra, me pareció una manera ruin de
negociar el apelar a nuestra amistad de jóvenes y lejos de conmoverme, esas fotos consiguieron
ponerme en alerta.
«Teresa no iba muy desencaminada cuando en el avión me dijo que iba a ser un hueso duro de roer»,
resolví esperanzado gracias a mi arma secreta, «esa zorra no sabe que la tengo grabada. Como se ponga
intransigente, no me quedará más remedio que chantajearla».
Treinta minutos más tarde, cuando Ana apareció por la puerta, confirmé mis sospechas al verla llegar
con un escotado vestido que realzaba sus, ya de por sí, hinchados senos.
«Tiene unas tetas de campeonato», reconocí muy a mi pesar al notar que mis hormonas se ponían a
funcionar.
Cómo en el despacho de los abogados, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para retirar mis ojos de su
canalillo. Ana, consciente del atractivo que provocaba en mí, se acercó hasta donde yo estaba y
pegando su cuerpo al mío, me saludó con un beso mientras me preguntaba por el viaje.
-Cansado- respondí con tono seco en un intento de demostrar un sosiego que no tenía.
La arpía no hizo caso a la inflexión de mi voz y manteniendo su mirada, me soltó:
Que diera mayor importancia a Teresa que al avión, avivó mis suspicacias pero no queriendo demostrar
un interés por el tema, contesté:
-Te agradezco más que me hayas ahorrado el billete- y entrando directamente al trapo, le solté:-Me
imagino que me has invitado para hablar de la herencia de Evaristo.
Fue entonces cuando Ana demostró sus artes de negociación porque en vez de seguir con esa
conversación, cambió de rumbo, diciendo:
-Para nada, mi idea era que recuperáramos el tiempo perdido. Llevamos mucho tiempo sin hablar y
quiero que me pongas al día de tu vida.
Cómo consideré que no era el momento para empezar las hostilidades, sonreí y le pregunté si quería
que le sirviera una copa.
-Todavía no te has dado cuenta que no puedo beber- respondió al tiempo que cogiendo una de mis
manos, la ponía sobre su germinado vientre.
Sé que por lo menos en ese instante, Ana no albergaba otra intención que ser simpática, pero al sentir la
tirante piel de embarazada bajo mi palma, todo se precipitó. Fue como una inyección de adrenalina
directamente en vena. Mi lujuria se había despertado y por eso, fui incapaz de separar mi mano de esa
tentación.
-¿Te gusta?-, me dijo coquetamente, sin pedirme que retirara mis dedos que ya jugaban con su ombligo.
Balbuceé una respuesta. Todavía hoy en día soy me resulta imposible recordar que es lo que respondí.
Con mi corazón a mil por hora, estaba embelesado con su embarazo. Sin saber ni que decir, le pregunté
quién era el padre, a pesar de saber que era una indiscreción pero es que me pudo más la curiosidad,
sobre todo después que Teresa me confirmara que no tenía ninguna relación.
Su respuesta me intrigó pero asumiendo que tarde o temprano me enteraría, me abstuve de insistir.
-Estás preciosa-, respondí justo cuando cometí un nuevo error: al contestarla, levanté la mirada y me
encontré con sus pechos, que presionados por un sujetador de una talla menor a la que necesitaba, eran
una tentación insoportable.
-¡Bobo! Eso se lo dirás a todas-, dijo sin darle importancia a los esfuerzos que tenía que hacer para dejar
de mirar sus dos tetas y llamando a la criada, le preguntó si Teresa había ya llegado.
Justo cuando la mujer iba a contestar, la secretaria hizo su aparición luciendo un vestido extrañamente
puritano, que bien podía ser el uniforme de algún tipo de monjas.
La presencia de esa filipina alivió en parte mi excitación y pude retirar mis dedos de esa panza de
embarazada, aunque os tengo que reconocer que durante muchos minutos su recuerdo hizo que tuviese
que disimular el bulto entre mis piernas.
No queriendo parecer demasiado familiar, cuando fui a saludarle con un beso en la mejilla, Teresa,
retirando su cara, alargó su mano. Comprendí que esa actitud, rayando en grosera, era para evitar las
sospechas de su jefa y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le
decía:
La reacción de esa chiquilla poniéndose colorada me hizo temer que quizás con esa fórmula coloquial,
le daba a entender que era una velada referencia a las sesiones de sexo que habíamos disfrutado.
Ana no debió notar nada raro porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo y sin
mayor comentario, me llevó al comedor.
Tras las rutinarias frases donde me decía lo feliz que estaba por habernos reencontrado, mi prima en un
momento dado me preguntó si tenía pareja:
-Estoy soltero y sin compromiso- contesté medio mosqueado al no saber a qué venía ese interrogatorio
porque me constaba que sabía mi estado civil.
-Me alegro porque desde que murió el tío Evaristo, me he sentido muy sola y es muy agradable saber
que nuevamente hay un hombre en esta hacienda.
«¿De qué va?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”, no en vano, en las pocas
horas que llevaba ahí me había percatado de la cantidad de varones que trabajaban en la finca.
Tratando de sonsacarla sin que se diera cuenta, le comenté en plan de guasa que no se podía quejar y
que dada su posición a buen seguro tendría cientos de pretendientes. Fue entonces cuando con tono
seco, me respondió:
-La ausencia del tío es difícil de suplir – y dirigiéndose a su empleada, le preguntó: -¿Tengo o no razón?
Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar pero cuando realmente sentí que todos los
vellos de mi cuerpo se erizaban, fue cuando la morenita contestó casi llorando:
Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa monada estaba hablando de un tipo de relación con
connotaciones sexuales. Tanteando el terreno, dejé caer:
-El tío fue todo un adelantado a su época. Supo crear un imperio de la nada.
-No lo sabes tú bien. Él nos enseñó que había que huir de los convencionalismos sociales y vivir cada día
como si fuese el último- contestó mi prima sin dejar de mirarme a los ojos.
Descolocado por esa respuesta y por el hecho que en su mirada me pareció descubrir un extraño deseo,
cambié de tema y le pregunté de cuánto tiempo estaba:
«¿De qué habla?», exclamé mentalmente porque ese nuestro podía significar o qué eran lesbianas o que
el padre del chaval era mi tío. Cómo Teresa se había acostado conmigo y me había tratado de negociar
que me casara con ella, la segunda posibilidad era única plausible.
«Con razón, se indignó al enterarse que tendría que compartir la herencia conmigo», medité y no
queriendo meter la pata, me quedé callado mientras la criada de la casa comenzaba a servir la comida.
Afortunadamente, Teresa rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al
comentar que me había parecido la habitación que me habían reservado:
-¡Por eso no te preocupes! Ya tendrás tiempo de llenarla como hacía Don Evaristo.
La mala leche, con la que se tomó su jefa ese comentario, me hizo gracia y desconociendo que me iba a
internar en terreno peligroso, en plan de broma, contesté:
-Esta no es una conversación que se pueda tener con unas damas. Teresa modera tu lenguaje, mi primo
todavía no te conoce y puede hacerse una idea equivocada de ti- tras lo cual girándose a mí, dijo: -Esta
niña debe de debe centrarse para así conseguir un buen marido. ¿No crees?
«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa pregunta un machismo recalcitrante pero
midiendo mis palabras, respondí:
-A buen seguro que a Teresa tampoco le faltarán aspirantes pero todavía es muy joven para pensar en
algo serio- tras lo cual y sabiendo no era un tema mío, me abstuve de hacer más comentario.
La cría tampoco dijo nada y esperó a pasarme la panera para agradecerme la defensa que había hecho
de ella, con una caricia sobre mi mano. Ese breve gesto recorriendo con sus dedos mi palma tuvo un
efecto no previsto y cual muelle, mi pene se desperezó bajo mi pantalón.
«¡Está tonteando conmigo!», pensé tan excitado como preocupado, no fuera a ser que su jefa se diera
cuenta.
Mi prima, o no vio la caricia o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a explicarme la agenda
que tendríamos al día siguiente:
-Mañana tenemos cita con el notario a las nueve para que aceptemos la herencia. Como quiero hablar
contigo antes sobre el tema, ¿te parece que te caiga a desayunar en tu casa sobre las seis?
-Por mí, perfecto- contesté- pero si quieres podemos hablar después de la cena.
Estaba esperando su respuesta cuando de pronto, noté un pie desnudo estaba recorriendo una de mis
piernas. Sin saber cómo actuar, me quedé petrificado cuando sentí que Teresa no se conformaba con
eso y que seguía subiendo por mis muslos.
«Va a ponerme como una moto», me temí. Y mientras esa cría seguí insistiendo entre mis piernas y su
pie comenzaba a frotarse contra mi pene, oí que Ana me respondía:
-Hoy estás muy cansado para pensar coherentemente, mejor lo dejamos para mañana.
-Está bien, mañana entonces- concordé rápidamente mientras retiraba ese indiscreto pie de mi sexo
pero antes de hacerlo, devolví la carantoña dando un pequeño pellizco sobre su empeine. La muchacha
debió de captar mi molestia porque no volvió a intentar masturbarme durante el resto de la cena. Ya
resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a mi prima.
«Mierda, se ha dado cuenta», me dije al ver la expresión de su cara. Pero curiosamente, lejos de
cabrearse por el jueguecito de su protegida, noté que bajo la tela de su vestido, los pezones de Ana
exhibían una dureza que segundos antes no tenían.
«¡No entiendo nada!», sentencié mientras pensaba en el extraño comportamiento de esa mujer.
«Exteriormente, la trata como si fuera una especie de ahijada pero luego al ver que se comporta como
una puta, va y ¡se excita!».
Al asimilar ese detalle, me sentí ilusionado porque con lo que ya sabía de mi prima, tenía claro que si me
quedaba en esa casa, tendría muchas oportunidades y por eso, me dije:
El resto de velada se fue enturbiando y donde antes había cordialidad, ahora era tirantez.
Desconociendo los motivos, al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba
en la puerta cuando al irme a despedir me percaté que entre esas dos mujeres se respiraba un futuro
conflicto y que en cuanto me fuera, iba a explotar. No queriendo estar presente, dije adiós y saliendo al
jardín me dirigí hacia mi casa mientras a mis oídos llegaban los gritos de esas dos mujeres discutiendo.
Al llegar a mi cuarto, todavía seguía excitado por esa interrumpida paja y por ello, sin desvestirme, fui en
busca de otro de los videos que Evaristo había grabado de su sobrina. Al revisar la colección me llamó la
atención uno, en cuya funda decía “ANA, sesión 1ª”. Ese título insinuaba un tipo de contenido altamente
erótico.
«Espero que sea lo que imagino», me dije soñando en algún tipo de sumisión al que la hubiese
sometido.
Pero la buena suerte quiso que al ir a encender ese modernísimo aparato de televisión, me equivocara y
en vez de hacerlo, lo que realmente encendí fue su sistema espía.
«¡Coño!», exclamé al ver que en la pantalla aparecían Teresa y Ana en plena pelea. Alucinado, me quedé
de pie, mirando y oyendo lo que estaba ocurriendo en esos momentos en la otra vivienda.
Por los altavoces, me llegaba la voz de mi prima recriminando a la muchacha el haberse acostado
conmigo. Teresa intentó negarlo pero entonces Ana, soltando una carcajada, le espetó:
-¿Te crees que soy tonta? Me di cuenta en seguida y lo confirmé durante la cena.
Su querida jefa tirándola de los pelos, la llevó hasta la cama mientras le decía:
-Sospechando de tu traición, decidí comprobarla. Empecé a tocar a mi primo por debajo del mantel y el
muy imbécil no dijo nada. Si no te hubieses acostado con él, hubiese reaccionado de algún modo. El muy
cretino creyó que eras tú quién le masturbaba.
Teresa se vio descubierta y totalmente desolada, se arrodilló frente a Ana pidiéndole perdón. Mi prima
ni siquiera se inmutó con las lágrimas de esa niña y ante mi asombro, esperó a que dejara de llorar para
levantarla y acercando su cara a la de ella, le mordió en la boca mientras le decía:
No me esperaba esa confesión. En esa frase, esa puta reconocía que me había pajeado y que por algún
motivo, estaba interesada en mí. Estaba todavía tratando de encajar sus palabras en su actitud desde
que nos reencontramos cuando con tono duro, Ana exigió a Teresa que se quitara las bragas y se pusiera
a cuatro patas para recibir un castigo. No sé qué me dejó más impresionado, si que diera esa orden o
que la cría no se revelara y sumisamente ofreciera su pandero a su jefa.
«¡No es posible!», exclamé mentalmente al ser testigo que teniéndola a su merced, mi prima no tardó
en dar un primer golpe sobre las nalgas de esa muchacha.
Haciendo oídos sordos a sus suplicas, Ana descargó su furia con una serie de dolorosos azotes mientras
le recriminaba haber faltado a su palabra al acostarse conmigo.
Contra toda lógica, Teresa no intentó escapar a su destino. Todo lo contrario, cuanto más dura era la
reprimenda, más quieta se quedaba para que su verdugo siguiera machacando su culo con duras
cachetadas. Por mi parte, estaba confuso. Mientras una parte de mí me pedía que fuera a socorrer a la
muchacha, la otra me tenía anclado frente a esa pantalla cada vez más excitado. Cuando estaba a punto
de ir en su ayuda, escuché a mi prima decir:
-Te ha dado igual que el maestro lo preparara todo para que se hiciese cargo de nuestro hijo. ¡En cuanto
has tenido oportunidad, te has abierto de piernas para ser la primera!
Su nueva revelación me dejó petrificado. Según podía deducir, Evaristo me había nombrado heredero
para traerme a ese país y así ser el padre adoptivo del retoño.
«No me lo puedo creer», murmuré en la soledad de mi habitación mientras a menos de cien metros, su
víctima le contestaba con sollozos que “el maestro” también le había prometido que ella se casaría con
su sobrino.
-Solo desde el punto de vista legal, ¡cacho puta!- replicó Ana y mientras aprovechaba la indefensión de
la mujercita sacar un arnés de su cajón, le dijo: – Aunque compartamos a Manuel, él será ante todo el
padre del niño.
Saber que entre mi tío y esas dos mujeres habían decidido mi destino sin contar con mi opinión, me
había indignado. No pensaba ser la marioneta de nadie y menos de ese par de arpías. Estaba pensando
en cómo iba a responder a esa afrenta cuando mi prima se abrochó ese cinturón alrededor de la cintura.
«¡Se la va a follar!», descojonado comprendí al ver que acercaba el enorme pene que llevaba adosado
ese arnés al coño de Teresa. Sin más prolegómenos y con un breve movimiento de sus caderas, Ana
incrustó ese falo de plástico hasta el fondo de la indefensa mujer.
No me había repuesto todavía de la sorpresa que me produjo ver el inicio de esa escena lésbica cuando
las protagonistas ya habían adoptado un ritmo feroz y lo que en principio había sido una cuchillada, se
convirtió en un desenfrenado galope con Ana actuando de jinete y Teresa como su montura. Los gritos
de dolor de la oriental se fueron transformando en aullidos de placer al sentir cómo ese instrumento
entraba y salía de su cuerpo mientras mi prima se la follaba.
La violencia había desaparecido y al ver el modo en que ambas disfrutaban comencé a sospechar que
estaban actuando. La confirmación que no era una “violación” sino un juego, llegó cuando escuché a la
filipina decir:
-¡Cómo te echaba de menos!- agradecida rugió Teresa sin saber que con ese grito, me estaba
confirmando que entre esas dos mujeres había una relación consensuada.
-Yo también, putita mía- contestó su agresora mientras imprimía un mayor vaivén a sus caderas.
Siguiendo el ritmo del ataque al que estaba sometida, los pechos de la morena se bamboleaban cada
vez más rápido. Si ya de por sí esa imagen me traía loco, lo que realmente me terminó de excitar fue ver
a Ana despojándose de la parte de arriba de su vestido.
-¡Menudo par de tetas!- grité sabiendo que nadie podía oírme al ver, a través de la televisión, las ubres
de mi prima.
No pude más que sacar mi verga de su encierro y siguiendo con auténtica lujuria lo que ocurría en la
casa de al lado, me puse a masturbar mientras me relamía mirando los hinchados senos de esa
embarazada.
Ajenas a estar siendo espiadas, las dos mujeres seguían dándome un espectáculo digno de una película
X. Cada vez más entregada a la pasión, Ana agarró la melena de su amante y usándola como riendas la
exigió que se moviera, preguntándole a la vez:
Esa pregunta me hizo parar de pajearme al desconocer a qué se refería. Durante unos segundos, me
quedé quieto no queriendo perderme la respuesta.
-¡Contesta! ¡Puta!- insistió mientras le soltaba un nuevo azote con la palma abierta sobre el culo de su
amante.
-Sí- contestó presa del placer- ¡tu primo será un buen amo!
Nunca se me hubiese pasado por la cabeza que esa era la contestación que Ana esperaba y mientras
trataba de analizar lo que me acababa de enterar, observé a la oriental retorcerse al verse objeto de un
brutal orgasmo.
«Eran las sumisas de mi tío», comprendí ilusionado.
Habiendo obtenido su dosis de placer, Teresa se dejó caer sobre el colchón completamente agotada.
Ana, insatisfecha, le recriminó que ella todavía no había llegado y fue entonces cuando la oriental
contestó:
-Llama a tu primo y reconócele que estás loca por él. ¡Seguro que te folla!
-Se reiría de mí- muerta de vergüenza, reconoció: -no creo gustarle así de gorda.
Esa respuesta me pareció absurda porque no en vano su embarazo es lo que había hecho aflorar en mí
con renovadas fuerzas mi atracción por las mujeres. Lejos de parecerme obesa, mi prima me parecía el
sumun de la sensualidad y su germinado vientre un paraíso que me gustaría explorar. Estaba meditando
sobre la conveniencia de ir a verlas cuando la morenita acudió a su encuentro y la acunó entre sus
brazos mientras le decía:
-Si no le gustas, es que es idiota. Eres una mujer maravillosa- y reafirmando con hechos sus palabras,
comenzó a darle suaves besos por el cuello mientras acariciaba con sus manos esos dos pechos que me
hacían suspirar.
Ana todavía con lágrimas en los ojos, se dejó consolar por Teresa y ante mi estupefacción por lo que
acababa de oír, se dejó caer a su lado en el colchón. Durante unos minutos, las manos de la oriental
recorrieron el cuerpo de la dolida mujer hasta que Ana consiguió relajarse y la excitación volvió a su
cuerpo. Cuando no pudo más, se dio la vuelta y plantó un beso apasionado en los labios de la muchacha.
Esa nueva Ana, tan alejada de la estricta ejecutiva que aparentaba ser ante mí, reconozco que me
encantó y mientras a través del aparato espía, veía como se acariciaban mutuamente sus cuerpos,
reinicié en la soledad de mi habitación mi paja.
-Me gustaría ser yo quien la consolara- dije en voz alta, reconociendo de esa forma que me daba igual
que me hubiesen engañado para llevarme al otro lado del mundo.
Lo siguiente de lo que fui testigo no me defraudo. Teresa, en plan melosa, fue bajando por el cuello de
mi prima hasta llegar hasta su pecho, dejando con su lengua un húmedo surco. Surco brillante que me
hizo soñar en el día que esas enormes y blancas tetas que lucían coronadas por apetitosos y rosados
pezones fueran mías. Desconociendo que estaba observando desde mi cama, la morenita besó, lamió e
incluso mordisqueó esos botones mientras su dueña iba poco a poco perdiendo la razón.
-¿Tú crees que Manuel acepte compartirnos cuando se lo pidamos?- preguntó completamente excitada.
Teresa, soltando una carcajada, levantó su mirada y con voz sensual, le contestó:
-Ni siquiera lo dudes. Ya me demostró que, aunque un poco oxidado, es un hombre en toda regla- tras
lo cual llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de su amante e introduciéndolos unos
centímetros en su interior, le dijo: -Si no me equivoco, intentara seducirte sin saber que llevas
enamorada de él desde que eras niña.
Al oír su consuelo y sentir a la vez esos dedos jugando en su intimidad, Ana abrió los ojos como dos
platos y ante mi atenta mirada, comenzó a contorsionarse sobre las sábanas mientras contestaba:
Teresa comprendió que su jefa se sentía indefensa y no queriendo que siguiera martirizándose, susurró
en su oído:
-¡Que buenas están!- chillé ya convertido en un incendio al admirar el lento y sensual apareamiento del
que estaba siendo testigo.
Para entonces, la morenita ya se había hecho dueña del coño de su amada y muy lentamente comenzó
un discreto mete y saca mientras Ana no paraba de gemir completamente entregada.
-¿Quieres que le llame y entre las dos le convenzamos de ser nuestro hombre?- preguntó Teresa al
tiempo que incrementaba su estimulación con dos de sus dedos.
Mi prima incapaz de articular palabra alguna, negó con la cabeza. Asumiendo su papel, Teresa aumentó
el ritmo de sus caricias hasta que ya dominada por el deseo, su dulce jefa le clavó las uñas en la espalda,
pidiendo que no parara.
-¿Estás segura que no quieres que venga?- insistió la morena al comprobar que Ana movía febrilmente
las caderas en un intento de marcarle la velocidad con la que deseaba ser penetrada.
-¡Debe ser él quien me llame a su lado!- gritó descompuesta al sentir los primeros síntomas de un
intenso placer.
En mi lecho y producto del morbo que me estaba dando tanto la escena cómo lo que hablaban entre
ellas, comprendí que no tardaría en correrme. En alguna ocasión había escuchado que la fantasía de
toda mujer era estar con otra mientras fantaseaban de un hombre y exactamente eso era lo que estaba
observando:
-¿Te imaginas que es su verga la que te está follando?- siseó Teresa en la oreja a su excitada jefa.
La idea debió de ser la gota que colmó su lujuria porque mi querida y odiada prima colapsó sobre su
cama.
Todos mis vellos se erizaron al escuchar el grito de placer que manó de la garganta de Ana pero más
cuando prolongando el éxtasis de su amada, Teresa sin dejar de follársela con los dedos, le prometió:
Al comprender que esa afirmación era cierta, exploté derramando mi simiente por toda mi cama. Tras
unos minutos en los que únicamente vi cómo ambas se quedaban dormidas, apagué el sistema de
espionaje de mi tío y mientras intentaba yo mismo caer entre los brazos de Morfeo, decidí que haría
realidad el sueño de ese par de brujas, pensando para mí:
-¡Menudo mierda de horario!- protesté esa mañana cuando el despertador sonó en la mesilla. Ningún
español en su sano juicio comenzaba la jornada a las cinco y media. De muy mala leche, me levanté a
darme una ducha al recordar que siguiendo las costumbres de Filipinas, había quedado con Ana a
desayunar a las seis.
«No creo poder acostumbrarme, ¡a estas horas no han puesto ni las calles!», me dije mientras como un
autómata abría el grifo del agua caliente. Refunfuñando todavía, me metí bajo el chorro. Poco a poco,
me fui despertando al templarse mi cuerpo sin que disminuyera mi cabreo.
Ya espabilado, salí y me empecé a afeitar. Mientras lo hacía, me puse a pensar en todo lo ocurrido desde
que me avisaron que mi tío Evaristo me había nombrado su heredero y cómo mi aletargada sexualidad
se había visto zarandeada al ver a mi prima embarazada:
«Los muy capullos me tendieron una emboscada», mascullé al recordar la conversación que había sido
testigo la noche anterior mientras Ana y su secretaria me brindaban un espectáculo de amor lésbico.
Además de haber sido las amantes de mi tío, las dos mujeres habían decidido a mis espaldas que yo
fuera el sustituto del difunto entre sus sábanas e incluso habían pactado que ejerciera como el padre
del hijo de Ana mientras me casaba con Teresa. El plan de las arpías no me desagradaba. Ningún
hombre que se precie rechazaría tal ofrecimiento, no en vano era el sueño de todo heterosexual: sería
inmensamente rico y para más inri, disfrutaría de los mimos de dos bellezas. Pero lo que me jodía y me
tenía cabreado, era que lo hicieran a escondidas y encima se jactaran de lo fácil que sería seducirme.
«Me haré el duro antes de sucumbir y tomar lo que es mío», decidí muerto de risa, recordando que
según confesaron sin saber que las oía, mi prima llevaba colada por mí desde niña.
Al bajar hacia el salón, me encontré con una señora de unos sesenta y tantos años limpiando la escalera.
Al verme, se presentó y me informó que era la encargada de la limpieza de la casa.
«Esto es cosa de ese par de putas», di por sentado al comparar a mis criadas con las que nos habían
servido la cena. Mientras las de la noche anterior eran jóvenes y guapas, a mí me habían endiñado a dos
recién sacadas del asilo.
«No quieren competencia», mascullé en absoluto enfadado sino divertido, al saber el motivo: decididas
a seducirme, no podían correr el riesgo que dirigiera mi mirada hacia otras mujeres.
Que ese longevo servicio era parte de un plan meticulosamente organizado se vio confirmado cuando le
pedí que me preparara el desayuno y esa decana me respondió señalando a una aún más vieja mujer
que ella me lo llevaría al comedor.
«Realmente, se han pasado», ventilé al ver que las dificultades que tenía para caminar el tercer
miembro de mi equipo, «¡solo le falta un taca-taca!». No queriendo mostrar mi mosqueo, fui hacia el
comedor decidido a que nada me desviara de mi objetivo ese día. Aceptaría la herencia y demostraría a
esas dos zorras que yo también sabía manipular.
Estaba entrando en esa habitación cuando mi prima hizo su aparición por la puerta. Al ver la estrecha
blusa que llevaba puesta comprendí que venía preparada para la guerra:
«No lleva sujetador», concluí al observar que a través de la tela, se le marcaban los pezones.
Haciendo caso omiso a ese detalle, la saludé de un beso en la mejilla mientras dejaba que mi mano
cayera descaradamente por su culo. A pesar de la sorpresa de verse repentinamente magreada, no dijo
nada y sentándose en la mesa, me preguntó cómo había descansado.
-Estupendamente. Me quedé dormido viendo una película porno en la que dos lesbianas se lo hacían
mientras planeaban seducir a un incauto- respondí.
-Pues eso- respondí sin saber qué narices era ese plato al no querer demostrar de primeras mi
ignorancia.
-Haces bien en desayunar fuerte. Como en este país se empieza tan pronto, sino se hace muy larga la
mañana- contestó pidiendo lo mismo.
Cuando la decrépita empleada llegó con los longsilogs, me arrepentí al ver que ese plato consistía en
arroz con longaniza y un huevo frito. Os confieso que estuve a punto de vomitar porque a esas horas no
me entraba nada que no fuera dulce. Ana se debió dar cuenta de mi cara porque me soltó:
-Me alegro que te adaptes tan rápido. A mí me costó dos años, comenzar el día con tanta grasa.
Su recochineo me sacó de las casillas y por eso luciendo la mejor de mis sonrisas, contesté:
Ana me fulminó con su mirada al escuchar mi pulla, no en vano sabía que le molestaba sentirse gorda.
Durante unos segundos su mente combatió los deseos de lanzarse cuchillo en mano sobre mí pero, tras
recapacitar, solo me dijo:
-Tienes razón. He sido bastante grosero pero la culpa la tiene la mierda de oferta que me hiciste por la
mitad de la fortuna de Evaristo.
No sé qué le incomodó más si mis palabras o sentir cómo me comía sus pechos con los ojos. Lo cierto es
que poniéndose colorada y más nerviosa de lo que hubiese supuesto, esa mujerona me contestó:
-Llegas tarde. No voy a vender. El tío quiso que viviera en esta casa y eso haré.
Una breve sonrisa involuntaria la traicionó y cómo no quería confesar que ese era la idea desde un
principio, se permitió el lujo de soltarme una andanada, diciendo:
Descojonado, repliqué:
-Con razón no usas minifalda, no vaya a ser que al agacharte se te vean los huevos.
Tras lo cual se largó con las cajas destempladas, dejándome solo con el grasiento longsilog. El cual
curiosamente devoré, gracias a que se me había abierto el hambre con esa refriega. Ya saciado y
sintiendo que iba a explotar, decidí aprovechar la hora que tenía antes que el chofer me recogiera, para
ver el video que no conseguí disfrutar la noche anterior.
ANA, sesión1ª
En la escalera, me encontré con Corazón, la sirvienta y no queriendo que me pillara mirando porno, le
avisé que no me molestara. Tras lo cual metí el dvd y encendiendo el vídeo, me tumbé en la cama.
Lo primero que me impactó fue que no estuviese rodado en la habitación de Ana, por lo que tomé nota
que debía de aprender a usar ese artilugio porque a buen seguro, mi querido tío tenía pinchada de esa
forma las tres casas. Lo segundo y más importante fue ver su contenido porque esa película mostraba a
mi prima charlando animadamente con el difunto.
En un momento dado, esa versión más joven de Ana le dijo que quería quedarse en Manila a vivir para
acompañarle en sus últimos días. El puñetero viejo leyó a la perfección las intenciones de la mujer y con
toda la mala leche del mundo, le preguntó si lo que quería era ser su heredera. Reconozco que no me
esperaba la sinceridad de mi prima cuando le contestó:
-Lo primero que quiero es alejarme de mi vida anterior y lo segundo es que me he acostumbrado a la
vida que me brindas en este país y no quiero perderla.
-Así es, estoy cansada de ser una pobretona y estoy dispuesta a hacer lo que sea por no volver a pasar
penurias.
La risa de hiena del anciano resonó en los altavoces y antes que su sobrina se lo pensara dos veces, le
soltó:
-Te propongo un acuerdo. Tendrás al menos el cincuenta por ciento de todo lo mío si durante los años
que me quedan de vida, te comprometes a ser mi asistente “para todo” y cuando digo “para todo” es
“para todo”.
Por su tono y lo que sabía de él, esa jovencísima Ana comprendió que muchos de sus deberes no le
gustarían y aun así respondió:
Mi tío Evaristo debía saber que algún día tendría esa conversación con ella porque abriendo el maletín,
sacó unos papeles y se los dio diciendo:
-Es un contrato al que solo le falta tu firma, léelo y si estás de acuerdo, fírmalo.
Ana empezó a leer lo que le había dado y de pronto, vi que se ponía verde de cabreo y levantando su
mirada, le soltó:
-Tío, ¿va en serio? Aquí me comprometo a ser no solo su amante sino su sierva.
-Así es- respondió sin dar importancia el viejo. –Si quieres mi dinero, tendrás que ganártelo.
Ana todavía no había terminado de asimilar lo que había firmado y por eso tardó unos segundos en
actuar. Con el corazón encogido al percatarse que acababa de vender su alma al diablo, se arrodilló
frente al sexagenario y bajando su bragueta y liberó su miembro.
“¡Pedazo trabuco tenía el viejo!”, pensé al comprobar sus dimensiones a través de la pantalla.
Sintiéndose una puta, mi prima cogió el erecto pene entre sus manos y comenzó a masturbarlo con
evidente nerviosismo.
Os juro que a pesar de saber que Ana iba a claudicar, me asombró la rapidez en que esa mujer obedeció
esa orden y más cuando con gesto autoritario, el vejete se lo puso en la boca disfrutando de su
adquisición. La escena siguiente no tuvo desperdicio y mientras mi prima abría sus labios sin quejarse,
no os podéis hacer una idea de lo caliente que me puso observar como poco a poco esa verga iba
rellenando su garganta.
En ese instante, Ana intentó disminuir su vergüenza, cerrando los ojos pero su nuevo dueño, cabreado,
le soltó:
-Abre los ojos ¡Puta! Quiero que mires a quién se la estas chupando.
«¡Qué hijo de puta!», exclamé mentalmente al ver cómo mi prima lloraba de angustia y cómo dos
gruesos lagrimones caían por sus mejillas. Pero rápidamente caí en la cuenta que si bien Evaristo había
sido un cabrón, la verdadera culpable eran ella y su avaricia. Nadie le había obligado a aceptar ese trato
y si lo había hecho era por su propio interés. Estaba meditando si yo mismo no estaba comportándome
igual al aceptar la herencia cuando en la televisión Ana comenzaba a recorrer con su lengua la verga del
anciano. Por la velocidad que imprimió a esa mamada, comprendí que esa mujer había decidido acabar
cuanto antes con ese trance.
Azuzada por la orden, aumentó el ritmo con el que metía y sacaba ese pene del interior de su garganta.
Sus maneras a la hora de mamarla no debieron ser del agrado de Evaristo porque presionando su
cabeza, forzó a su sobrina a absorber toda su extensión mientras le decía:
Su insulto la enloqueció y sintiéndose su sumisa por primera vez, acató su autoridad, incrustando el falo
en su garganta mientras algo en su interior se rompía irremediablemente. La profundidad de la mamada
casi la hizo vomitar pero reteniendo sus ganas, continuó buscando que nuestro malvado familiar
terminara y la dejase en paz. Mi tío por su parte, espoleado por los sollozos de la muchacha, se dedicó a
usar la boca de mi prima como receptáculo de su lujuria hasta que, con brutales sacudidas, explotó
derramando su simiente dentro de ella.
Fue entonces cuando Ana me sorprendió por enésima vez: al sentir el semen del anciano en su garganta,
puso cara de asco pero aun así consiguió tragarse todo ese semen sin que se desperdiciara nada. Es
más, una vez lo había logrado y sin que Evaristo tuviese que exigírselo, se puso limpiar cualquier resto
de lo sucedido a base de lengüetazos.
«¡Cómo debía sentirse!», sentencié al ver su rostro. Contraído de dolor, era un claro reflejo de la
degradación a la que había sido sometida. El hecho que su agresor fuera alguien tan decrépito y encima
de su propia familia le debió resultar insoportable pero aun así tuvo los suficientes arrestos para
preguntar si el viejo necesitaba algo más.
-Todavía no he terminado por hoy- contestó el aludido con una sonrisa en sus labios- ¡desnúdate!
«¡Qué pedazo de cabrón!», medité al observar la cara de genuina desesperación de Ana cuando escuchó
esa nueva orden.
Hundida en la miseria se quedó mirando a nuestro tío mientras este se acomodaba en el sofá y
sabiendo que no tenía más remedio que obedecer, se bajó la cremallera del vestido. Ni siquiera había
empezado a desnudarse, cuando advertí un sutil cambio en ella: «Ha aceptado su condición», me dije
asombrado y mientras el viejo mantenía sus ojos fijos en el cuerpo de la muchacha, fui testigo del
escalofrío que recorrió su ser al deslizar uno a uno los tirantes del traje. Tras lo cual y con la piel de
gallina, dio inicio a un forzado striptease.
-Date prisa, ¡no tengo todo el día- le urgió el muy cabrón desde su asiento.
Deseando no haber aceptado ser su zorra particular, Ana dejó caer su vestido al suelo y sin ser capaz de
mirarle a la cara, comenzó a a bailar frente a él mientras acariciaba su cuerpo desnudo. Noté que el
anciano se iba calentando cada vez mas al ver que su sobrina se llevaba las manos a sus pechos.
Mi pobre prima se quiso morir al escuchar el deseo de Evaristo y temblando de miedo, cogió sus
aureolas entre los dedos y las apretó deseando que no notara su actitud pasiva. El sufrimiento de su
víctima no perturbó en lo más mínimo al viejo que perversamente le soltó:
Destrozada y totalmente desnuda, Ana se sentó en el suelo y abriendo los labios de su coño, se lo
mostró. Ni siquiera la visión de ese sexo seco y nada excitado, le alteró y demostrando nuevamente su
maldad, le exigió que comenzara. Totalmente sometida a sus deseos, la muchacha metió un dedo en su
interior dando comienzo a la que creía que era la mayor de las degradaciones a la que podía verse
sometida. Supo de su error cuando tras unos largos minutos en los cuales sus yemas intentaron sin
éxito buscar algún tipo de excitación, oyó a su nuevo dueño decir:
-Ahora ponte a cuatro patas.
Como un zombi sin voluntad, mi prima se arrodilló y apoyando sus manos en el suelo, levantó su trasero
mientras suspiraba porque su sufrimiento diera termino. Desgraciadamente para ella, Evaristo se
levantó del sofá y dando un sonoro azote en una de sus nalgas, le soltó:
Aterrorizada fue incapaz de decirle que nunca nadie había usado esa entrada trasera y separando ambos
cachetes, supo que no tardaría en saber lo que se siente al perder la virginidad de su culito. «Se lo va a
romper», pensé apiadándome de su destino al ver que mi tio se agachaba y sacando la lengua se ponía a
recorrer con ella los bordes de ese inmaculado esfínter mientras sus dedos se dedicaban a acariciar el
clítoris de la muchacha.
-¡Por favor!- suspiró aliviada al suponer que al menos no iba a darle por culo a lo bestia y un tanto más
tranquila, esperó lo inevitable.
Evaristo, viendo su entrega, embadurnó sus dedos con el poco flujo que manaba del coño de su sobrina
y como si lo hubiese hecho más veces, comenzó a untar el ano de mi prima con ese líquido viscoso. No
tuve que ser ningún genio para comprender su miedo al sentir que un dedo se abría paso por su esfínter
y por ello tampoco me extrañó oírla gritar desesperada:
-Cállate puta- fue la respuesta de que ya era su dueño a esa postrera petición.
Sé que Ana asumió que le iba a desflorar lo quisiera o no, cuando la vi apoyar su cabeza en el sofá,
tratando así de facilitarle el mal trago. Mi achacoso familiar se recreó entonces jugando con sus yemas
en el interior de ese tierno culo, justo antes de soltar otro duro azote sobre las nalgas de su sobrina.
-Ahhhh- gritó mi prima mordiéndose el labio.
Su gemido de dolor fue correctamente interpretado por su agresor y mostrándose como un ser humano,
volvió a coger más flujo de su coño y con los dedos impregnados, siguió relajando sin parar el trasero
que iba a usar.
“¡Pobrecilla!”, pensé al observarla moviendo sus caderas en un intento de retrasar ese momento.
Evaristo, rompiendo la idea que tenía sobre él, me sorprendió gratamente porque comportándose como
un amante experimentado en vez de sodomizar directamente a la adolorida Ana, tuvo cuidado y siguió
dilatándolo mientras que con la otra mano, la empezaba a masturbar.
-¡No puede ser!- aulló confundida al percatarse que su cuerpo empezaba a reaccionar contra su
voluntad y que le estaba empezando a gustar que sus dos entradas fueran objeto de las caricias de ese
viejo.
El cambio experimentado por ella, me dejó sin habla y por eso no pude retirar mis ojos de la pantalla
cuando la vi llevarse las manos a sus pechos, buscando incrementar aún más mi excitación.
No di crédito a lo que ocurría cuando Ana pegó un gemido de placer al experimentar en su esfínter la
intromisión de dos dedos de Evaristo. Mi tío, demostró llevar la batuta y sin dejarse llevar por la entrega
de la ya sumisa mujer, decidió cimentar la relación que estaban comenzando con un sencillo gesto.
Mientras untaba su órgano con el flujo de la muchacha, usó sus manos para separar ambos cachetes y
llevando su glande ante ese virginal orificio, le preguntó:
Desconozco si fue su avaricia o si fue la calentura lo que nubló su juicio pero Ana ni siquiera esperó a
que terminara de hablar y echando su cuerpo hacia atrás, empezó a empalarse. El miedo a un desgarro
le hizo hacerlo lentamente y por eso, su perverso dueño disfrutó cómo entraba cada centímetro de su
pollón a través de ese ano.
-Ya se te pasará, gatita- murmuró tiernamente el mismo que le estaba casi violando.
Casi sin poder respirar, mi prima soportó ese castigo y mientras desde el presente, yo era testigo de
cómo ese miembro se iba internando a través de su esfínter en su interior.
«Para ser un anciano, tenía una resistencia admirable», dictaminé viendo la pericia de ese salvaje y
realmente hasta lo envidié cuando consiguió hundir toda su verga dentro de ese culo.
Ana, temblando de arriba abajo, sollozó de dolor pero no hizo nada por separarse. Incluso creí
vislumbrar un deje de deseo en sus ojos habiendo conseguido su objetivo, nuestro tío fue extrayendo su
pene del interior de sus intestinos.
-¡Dios!- gimió cuando casi había terminado de sacarla de su culo, el anciano con un movimiento de sus
caderas, se la volvió a introducir hasta el fondo.
Sintiendo que el esfínter de su víctima ya estaba suficientemente relajado, Evaristo aceleró convirtiendo
su tranquilo mete y saca en un desbocado galope mientras se agarraba de los pechos de la muchacha
para no descabalgar.
-¡Me duele!- aulló mi prima convencida que con ese ritmo le iba a destrozar el culo.
Al escuchar ese sollozo, le dio otro doloroso azote y tirándole de la melena, murmuró en su oído:
-Piensa en el dinero que recibirás cuando muera.
Como por arte de magia, mi prima dejó de debatirse. El viejo, lejos de indignarse, se rio y dando un
nueva nalgada sobre el trasero de su sobrina, le soltó:
Increíblemente, ese insulto azuzó a mi prima y queriendo quizás demostrarle que había invertido bien
su fortuna, le imploró que le diera otro azote. Por la cara que puso Evaristo al oírlo, comprendí que
hasta a él le sorprendió esa confesión y sin que se lo tuviera que volver a pedir, alternando entre los dos
cachetes de su sobrina, le fue propinando sonoros correctivos con los que iba marcando el compás con
el que la penetraba.
Os podré parecer un pervertido pero ese rudo trato y el modo en que ella reaccionó afianzaron en mí
más la idea que Ana tenía que ser mía, mientras en la pantalla y sin previo aviso se comenzaba a
estremecerme al sentir los síntomas de un orgasmo. Olvidando la edad de su captor y la siniestra forma
en que la había seducido, todo su cuerpo tembló de placer y berreando como una cierva en celo, le
rogó que no parara. Esa completa entrega fue el acicate que le faltaba a Evaristo y sabiéndose ya su
amo, pellizcó con dureza los pezones de la mujer mientras usaba su culo como frontón.
Sin poder soportar tanto goce, pegando un alarido, se corrió cayendo al fin desplomada sobre la
alfombra.
Mi tío, decidido a sacar todo el jugo de su inversión no se quiso perder la oportunidad y forzó el
adolorido esfínter al máximo con fieras cuchilladas de su estoque. Reconozco que si llego a estar
presente hubiese hasta aplaudido al viejo, porque sin dejarla descansar siguió violando sin parar su ano,
hasta que se vio dominado por el placer y pegando un gemido, inundó con su simiente los intestinos de
Ana. Tras lo cual, haciendo gala de un estado físico admirable para su edad, se levantó y dejando tirada a
su sobrina en el suelo, le dijo antes de irse:
-Esta noche te espero en mi cuarto. ¡No me falles! Gatita.
En ese justo momento, la pantalla se puso negra, dándome a conocer que ese vídeo había llegado a su
término. Impactado por su contenido y con el recuerdo vivo de lo que había visto, me reafirmé en mi
decisión inicial, tomando para mí el cariñoso apelativo con el que Evaristo había bautizado a su sumisa:
Con el recuerdo de ese video en mi mente, me subí a la limusina que me llevaría hasta la notaría. Saber
que allí me encontraría con Ana, me mantenía totalmente excitado. No en vano, gracias a mi difunto tío
tenía en mi poder una serie de películas en las qué Evaristo inmortalizó el emputecimiento de mi prima.
Si la primera mostraba la perversión de ese viejo al grabar a una inocente muchacha sin que ella lo
supiera, la segunda era la demostración de hasta donde llegaba sus ambiciones, ya que esa filmación
perpetuó el momento en el que ella aceptaba ser su “putita para todo” a cambio del cincuenta por
ciento de su herencia.
Si de por sí eso ya representaría un escándalo si le diera publicidad y lo divulgase por las redes, lo más
esclarecedor de ese video fue comprobar que al final mi querida Anita, la famosa ejecutiva, disfrutó de
esa primera sesión. Aunque en un principio nuestro tío la forzó a hacerle una mamada, la sensación de
sentirse su cuasi esclava le fue gustando y al terminar mientras la sodomizaba, era ella quién pedía más.
«¡Tiene alma de sumisa!», pensé descojonado al recordar nuestros enfrentamientos, «su mala leche
hacia mí es solo fachada».
Para su desgracia, además de toda esa evidencia gráfica, tenía otra arma a mi favor. A través del sistema
de espionaje que Evaristo había dejado montado y del cual solo yo tenía conocimiento, me había
enterado de la atracción que sentía por mí desde hace años.
«¡La tengo agarrada de las tetas y no lo sabe!», sentencié de buen humor de camino hacia donde
formalizaría la aceptación de esa herencia. Por muy mal que me fuera con el notario, tenía la seguridad
que, aunque lo intentaran, Ana y Teresa serían incapaces de escamotearme el dinero que el difunto me
había dejado.
Pero en ese momento lo que realmente me tenía cachondo, era tener la seguridad de que esa “gatita” y
su secretaría serían mías. Con los videos, con sus sentimientos hacia mí y con lo que sabía de sus planes,
era imposible que esas dos pudiesen evitar convertirse en parte de mis propiedades.
“Su destino está irremediablemente unido al mío”, decidí mientras me dedicaba a observar las calles de
Manila a través de los cristales…
La notaria.
Manila es una ciudad de contrastes donde los barrios pobres se alternan con otros donde el lujo se
palpa en cada acera. Por eso cuando el chofer se internó en Makaki city, supe que era donde se hallaba
nuestro destino por el gran número de rascacielos que se aglutinaban en unas cuantas manzanas.
“Es como el barrio de Salamanca de Madrid”, me dije al ver las tiendas de marcas que se sucedían sin
parar y comprobar que las gentes que deambulaban por sus calles parecían ser de clase alta.
Por ello, no me sorprendió que parara frente a un elegante edificio de oficinas con claras connotaciones
neoyorquinas.
«Bien podría estar en la quinta avenida», concluí al entrar y admirar el exquisito lujo con el que estaba
decorado. Tras lo cual me dirigí al ascensor que me llevaría hasta la notaría.
Nada más traspasar su puerta, una secretaría salió a mi encuentro y me llevó a una sala donde me
encontré con Ana. Mi “amada prima” seguía molesta y ni siquiera se dignó a contestar mi saludo, pero
me dio igual pues al ver que se había cambiado de ropa, comprendí que mi comentario sobre su
femineidad le había afectado. Olvidando la ropa de ejecutiva agresiva de esa mañana, se había puesto
un coqueto vestido con el que dulcificaba su aspecto.
«Será una cabrona pero está muy buena», decidí tras contemplar brevemente la belleza de sus
curvilíneas formas.
Ajena a mi examen, se la notaba tensa y queriendo incrementar su cabreo, me acerqué a ella y le
murmuré al oído:
Mi burrada la sacó de sus casillas e indignada, me intentó soltar un guantazo. Guantazo que no llegó a su
objetivo porque, agarrando al vuelo su mano, lo paré sin problema. Tras lo cual y aprovechando que la
tenía sujeta, aproveché para arrimarme a ella y mientras pegaba mi cuerpo al suyo, le dije:
Curiosamente se quedó paralizada al escuchar en mis labios el mote con el que la había bautizado
Evaristo. Tardé unos segundos en asimilar su reacción ya que en su cara se mezclaban la indignación por
mi falta de tacto y una especie de deseo que intuí era producto de la “educación” a la que había sido
sometida por el difunto.
Roja como un tomate, se separó de mí y buscó crear una frontera física entre nosotros, cambiándose de
sitio y tomando asiento al otro lado de la mesa.
«La he puesto de los nervios», cavilé viendo su agobio pero entonces al descubrir que bajo la tela de su
vestido sus pezones se le habían puesto duros, comprendí que me había equivocado y que no estaba
nerviosa sino excitada, cayendo en la cuenta que tras años de aleccionamiento, ese sobrenombre estaba
asociado en su mente al sexo y que contra su voluntad, Ana se había vuelto a sentir una sumisa.
«¿Será así o estoy fantaseando?», me pregunté mientras en mi cerebro, mis neuronas se ponían a
trabajar. Queriendo comprobar ese extremo, me senté junto a ella y posando mi mano sobre una de sus
piernas, me disculpé diciendo:
―Gatita, siento lo de esta mañana. Reconozco que me he comportado como un idiota al insinuar que
eras un marimacho. ¿Aceptas cenar conmigo esta noche?
La estricta ejecutiva me hubiese mandado a la mierda pero su naturaleza dócil, afianzada por el
adoctrinamiento, le hizo suspirar al sentir mis dedos recorriendo la piel de su muslo y con una voz casi
inaudible, me contestó:
―Me encantaría.
Sabiendo que estaba indefensa ante mis caricias, seguí manoseándola a mi antojo sin que ella pudiese
hacer nada por evitarlo. Es más, cuando el notario hizo su entrada y nos levantamos a saludarlo, noté un
deje de disgusto al sentir que mi mano se retiraba de su pierna.
«La tengo en mi poder», me dije al constatar que al volverse a sentar, me miraba con ojos tiernos
mientras disimuladamente se subía la falda, dejando mayor porcentaje de su muslamen a mi alcance.
«No me lo puedo creer, ¡Desea que la siga tocando!», asumí y cediendo a lo que dictaban mis
hormonas, reinicié mis toqueteos pero esta vez, con mayor audacia.
Obviando al viejo que siguiendo el formalismo de la ocasión, nos iba haciendo entrega de unos papeles
que debíamos firmar, mis dedos se dedicaron a recorrer el interior de los maravillosos jamones con los
que la naturaleza había dotado a esa mujer.
«Está cachonda», divertido concluí al observar el brillo de sus ojos mientras se mantenía inmóvil
disfrutando de mis caricias. Su entrega despertó mi lado perverso y por ello incluso mientras firmaba la
aceptación con la derecha, con la izquierda mantenía ese jueguecito cada vez más cerca de su sexo.
Demostré hasta dónde llegaba la sumisión de mi prima cuando al ser su turno, mis yemas llegaron a la
tela de sus bragas y me encontré su coño totalmente encharcado. Ana al notarlo, con una mirada, me
imploró que parara pero negándome a satisfacer sus deseos, acaricié esos húmedos pliegues mientras
mi rostro lucía una sonrisa sin igual.
Ya estaba lanzado a conseguir la completa claudicación de mi prima por medio de su orgasmo cuando,
desgraciadamente, el notario dio por concluida su presencia en la reunión, diciendo:
―Habiendo aceptado la herencia ambos herederos solo me queda cumplir un último trámite pero en
este caso solo le incumbe a usted, Don Manuel.
Ana vio en esa sugerencia una salida y por eso levantándose, la aceptó de inmediato. De forma que solo
pude despedirme de ella, recordándole la cena mientras en mi interior lamentaba que se me hubiese
escapado viva:
«La próxima vez haré que me ruegue ser mía», sentencié cabreado.
Una vez solos, el viejo me hizo entrega de un video y con tono profesional dijo:
―Don Evaristo me pidió que una vez aceptase ser su heredero, debía ver el mensaje que le ha dejado
grabado― tras lo cual señaló un reproductor y excusándose que era algo privado, desapareció por la
puerta.
Intrigado por el contenido de lo que iba a ver, metí el casete y me senté a contemplar lo que ese casi
desconocido familiar quería decirme. Reconozco que me entristeció ver lo jodido que estaba ese
hombre desde la primera imagen. Tumbado en la cama y conectado a una botella de oxígeno, Evaristo
esperó unos segundos antes de hablar ante la cámara:
―Manuel, si estás viendo esto, es porque definitivamente estoy muerto― fue su nada sutil saludo.
Por la inflexión de su voz, sospeché que ese anciano increíblemente estaba disfrutando mientras
grababa el mensaje. Parecía como si con ese paso, se liberara de algún modo de un peso y por eso, no
pude más que concentrarme en sus palabras:
―Ya en el otro barrio, puedo al fin revelarte un secreto que me lleva martirizando desde el día en que
me enteré de tu nacimiento. Sé que tu padre me odiaba…―desde el presente asentí al recordar la
animadversión que mi viejo sentía por él― …y tenía razón al hacerlo porque no en vano en vano, ¡fui yo
quien dejó embarazada a tu madre!
Os podréis hacer idea de mi sorpresa al escuchar a ese capullo. Al arrogarse mi paternidad, también me
estaba informando de los supuestos cuernos con los que adornado mi santa madre a su marido.
«¡No puede ser!», exclamé confuso. Todavía estaba tratando de asimilar sus palabras cuando desde el
más allá, el “tío” Evaristo me soltó:
―Aunque distante, siempre he velado por ti. Como a buen seguro no me creerás, quiero hacerte una
pregunta: ¿cómo con el sueldo de mierda que ganaba, el que fungió como tu padre, pudo pagar la casa
donde vivía con vosotros?.... Es fácil, ¡se la pagué yo!
Durante toda mi vida había pensado que ese caserón era una herencia y por eso mis dudas ante esa
afirmación se fueron disolviendo poco a poco. El golpe definitivo con el que reafirmó mi origen fue
cuando ese maldito sexagenario mostró ante la cámara unas fotos de él con mi madre semidesnuda en
la cama.
―Tu madre era demasiado mujer para el eunuco de su marido― riendo a carcajada limpia, me soltó.
Indignado hasta la médula, estuve a punto de apagar el puñetero televisor y mandar de esa forma a la
mierda a ese anciano pero justamente cuando ya me había levantado, desde el infierno, Evaristo
prosiguió diciendo:
―Ahora ya sabes por qué te he dado el cincuenta por ciento de mi dinero. No fue por tu cara bonita ni
por tu escasa inteligencia: ¡te nombré mi heredero por ser mi único hijo!
«¡Qué te den!», mascullé encolerizado, ese malnacido podía haberme engendrado pero mi verdadero
padre era el otro.
En la pantalla, su sonrisa de oreja a oreja me anticipó que las sorpresas no habían acabado y por eso
permanecí atento cuando el difunto reinició su discurso:
―El otro cincuenta por ciento se lo he dejado a la puta de tu prima pero no por el motivo que crees. Me
imagino que piensas que se lo he dado por ser mi amante; ¡te equivocas! La he nombrado heredera no
solo porque es una chavala inteligente y capaz sino porque lleva en su vientre a mi… nieto.
«¿Qué ha dicho?», me pregunté al escuchar esa afirmación. Durante unos segundos, me quedé
paralizado. Si creía a ese cabronazo cuando afirmaba que yo era su único vástago, eso significaba que el
bebé de Ana era mío.
«¡Es imposible!», me dije dudando por primera vez de la salud mental de ese anciano.
―¡No estoy chocho! Cómo comprenderás soy demasiado avaro para pagar tanto dinero por unos
cuantos polvos― y haciendo un inciso, dijo: ―En el acuerdo que firmé con esa zorrita, ella se
comprometió a dejarse inseminar con tu semen y así asegurar mi descendencia.
―¡Estás como una puta cabra!― exclamé en voz alta sin importarme que alguien pudiera oírme y
encarándome con el fantasma que se había autoproclamado mi progenitor, grité a la pantalla: ―Ana y
yo nunca hemos estado juntos.
Evaristo había previsto que iba poner en tela de juicio sus palabras y por eso nada más terminar de
expresarlas, escuché que había grabado:
―No sabes lo fácil que me resultó conseguir preñarla. Solo tuve que pagar cien euros a una de tus putas
para que te hiciera una mamada y recolectara tu esperma.
Si me quedaba alguna duda suspicacia sobre su veracidad, esta desapareció cuando me vi en la pantalla
con Susan, una negra que solía pagar por tirármela.
«¡Qué pedazo de hijo de puta!», pensé, hundido, en el sillón. Era tal mi humillación que hasta me
costaba respirar. Toda mi vida pasada se desmoronaba y para colmo, mi futuro estaba dictaminado por
un muerto.
―Aunque no quieras aceptarlo, soy o mejor dicho fui tu padre y por eso me preocupé de dejar todo
bien atado. No solo te he dado dinero y un hijo sino que también he instruido a Ana y a Teresa para
hacerte feliz. Espero que sepas aprovecharlo…
Busco respuestas.
Cabreado, jodido y derrotado, me subí a la limusina. Esa mañana me había despertado creyendo que iba
a recordar ese día como la fecha en que me había vuelto rico. Nunca pensé que quedaría en mi memoria
como uno de los momentos más aciagos de mi existencia.
«¡Todo es culpa de Evaristo!», mascullé en la soledad de ese coche al tratar de asimilar toda la
información recibida: mi padre no era mi padre, mi verdadero padre era mi tío mientras que el
consideraba mi padre en realidad era mi primo. Para enmarañar más el asunto, el retoño que esperaba
mi prima, no iba a ser mi sobrino sino mi hijo. Os juro que si llego a tomar el teléfono y contárselo a
algún amigo, se descojonaría de mí pensando que era un acertijo.
«¡Menuda mierda!», concluí sin hacerme a la idea que mi propia vieja había sido su amante.
Lo que todavía agradezco fue que el tráfico de esa ciudad me diese la oportunidad de calmarme. Tras
dos nuevas horas sumergido en ese caos, al llegar a la que ya era mi finca, me había tranquilizado y lo
que es más importante, había tomado una decisión:
“Lo que había heredado era mío por justicia y pensaba disfrutar de todo como su legítimo dueño”
Tenía claro que eso incluía, además de las posesiones materiales, a Ana. Lo que todavía no comprendía
era el papel de Teresa en ese asunto. Pero conociendo al cerdo manipulador que había sido mi supuesto
progenitor, estaba seguro que si habían planeado mi matrimonio con ella, me encontraría con una
nueva sorpresa. Queriendo saber y sobretodo conocer que me tenía preparado, decidí que quizás a
través de sus videos personales podría encontrar una respuesta. Por ello, al llegar a la casa, me encerré
en mi cuarto para revisar la extensa biblioteca que había acumulado Evaristo en vida.
Por primera vez en mi vida, me tomé mi tiempo y tras ordenarlos cronológicamente, decidí empezar con
el titulado:
Mientras lo colocaba en el reproductor, volvió a mi mente con fuerza la forma en que había abusado de
mi prima frente al notario. Su entrega solo se podía explicar por el proceso de adoctrinamiento que mi
“tio” (todavía me constaba llamarlo padre) había impreso en esa mujer. Por ello, decidí revisar como lo
había conseguido a través de las grabaciones que había dejado.
«Si entiendo como pensaba, sabré lo que me tiene reservado», rumié mientras me sentaba a
contemplar esa segunda sesión.
El comienzo me desilusionó un poco al comprobar que la escena comenzaba con una imagen de Evaristo
en la que era hoy mi habitación.
«¿Cómo es posible que a su edad siquiera siendo tan depravado?», me pregunté temiendo de cierta
manera el haber heredado también sus genes.
Unos treinta segundos pasaron con una lentitud insoportable y cuando ya estaba a punto de adelantar
la cinta, escuché que alguien llamaba a la puerta:
Ana no tardó en entrar. Supe al verla vestida con una especie de túnica que mi prima había asumido su
papel y cual vulgar sumisa venía a que su dueño la usara a su antojo.
La mujer al escuchar esa singular orden, dejó caer los tirantes de su vestido y sin que se notara una
reacción en el tipo, se quedó completamente en pelotas. Al no recibir ninguna instrucción, supuso que
debía arrodillarse pero cuando ya iba a hacerlo, escuchó:
Ni que decir tiene que obedeció de inmediato y en silencio esperó la ruin inspección del que era su
familiar. Desde mi cama, me quedé observando con detenimiento la quietud con la que mantuvo el tipo.
Contra lo que había pasado en el video anterior, se la notaba extrañamente tranquila. Quizás por ello,
pude contemplar sin limitación alguna aspectos de su anatomía que se me habían pasado por alto.
«Lleva algo tatuado en una de sus nalgas», observé tan interesado como excitado al admirar su belleza.
Ana siempre había sido una muchacha guapa pero en los años que llevaba sin verla, se había convertido
en una diosa de grandes tetas dotada de una sensualidad difícil de encontrar. Alta y delgada, del culo
con forma de corazón que lucía se podía deducir que hacía mucho ejercicio para mantenerlo tan en
forma.
Estaba mirando su estupendo trasero cuando vi cómo Evaristo se acercaba a ella. Decidido a humillarla,
cogió los pechos de su sobrina entre sus manos y mientras los sopesaba, le soltó:
―No te he dado permiso de hablar― replicó el anciano molesto con la interrupción y decidido a castigar
su osadía, con las yemas le asestó un duro pellizco en mitad de sus rosadas aureolas.
Mi prima, demostrando un valor nada desdeñable, reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los
labios, se mantuvo firme sin quejarse. Esa dureza de ánimo, azuzó al viejo que siguiendo con su
inspección, palpó su liso vientre con un interés que comprendí al oírle decir:
―Si he alabado tus tetas es porque deseo que mi nieto se alimente bien― tras lo cual se magreando a la
indefensa cría, señalando que por sus caderas no tendría problema en tener varios hijos mientras los
pezones de la que ya era su sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación.
Ese siniestro examen no se quedó allí y al llegar a su sexo, con disgusto comprobó que no lo tenía
afeitado y usando ese hecho en su contra le espetó:
Sumisamente, Ana le respondió que así lo haría sin percatarse que al hacerlo, le me había desobedecido.
Fue entonces cuando el anciano le soltó el primer azote. Esa zorra me sorprendió al no quejarse ni hacer
ningún gesto de dolor, todo lo contrario, en su rostro apareció una sonrisa. Esa actitud hizo saber a
Evaristo que de algún modo le estaba retando.
“No debía haberlo hecho” pensé justo cuando en el televisor el decrépito hombre no lo pareciera tanto
porque, con todo lujo de violencia, le soltó un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse
ante él.
Curiosamente mi prima adoptó la postura de esclava sin que nadie se lo dijera y así esperó las órdenes
de su amo. Al verla arrodillada y apoyada en sus talones mientras mantenía las manos sobre sus muslos,
comprendí que o bien ese hombre la había aleccionado sobre cómo comportarse o bien mi querida
pariente tenía más experiencia de lo que decía tener.
Sin perturbarse y con la barbilla en alto, mostrando una buena dosis de arrogancia, Ana abrió sus
piernas y sin esperar a que el anciano se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo,
dejándonos contemplar a él en directo y a mí en diferido, la belleza de su clítoris.
Mi “tío” se dio cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo
estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordenó que le siguiera hasta la cama.
Comportándose como una esclava perfectamente adiestrada, Ana siguió a su dueño gateando sin
mostrar ningún tipo de vergüenza.
«Ya había jugado a esto antes», sentencié cuando escuché que le ordenaba que se quedara en esa
postura.
Con una expresión de absoluta tranquilidad, esperó con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro
patas el siguiente paso del anciano. Ese talante rayano en la insubordinación satisfizo a Evaristo que
abriendo un cajón, volvió a su lado con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los
dio.
Ana, comprendió que se esperaba de ella y cogiendo el toro por los cuernos, se lo incrustó rellenando
tanto su trasero como su sexo.
―Ponlos a máxima potencia― susurró su captor pensando quizás en cómo podría doblegarla.
Sin demostrar ningún tipo de resquemor, mi prima encendió el aparato y comenzó a meter y a sacárselo
de su interior mientras a su lado, su nuevo amo sonreía.
«¿De qué se ríe?», pensé al creer que no iba a poder subyugarla. Bastante intrigado, me quedé mirando
sin descubrir en ella ningún tipo de respuesta que no fuera el que sus pezones se le habían puesto duros
con ese trato.
―¿Qué crees que pensará tu primo Manuel cuando se entere de lo puta que eres?
Mi prima que hasta entonces se había mantenido impertérrita, se mostró asustada y con lágrimas en los
ojos, le rogó que no me dijera nada. Evaristo saboreando su triunfo cogió su móvil y sacando una serie
de instantáneas, le soltó:
―No tengo que decirle nada. Le haré llegar estas fotos para que sepa qué clase de zorra es su primita.
Mientras en el presente yo no entendía nada, el que se autoproclamaba como mi padre, prolongó su
sufrimiento a base de flashes y grandes risas. Una vez socavada hasta la última de sus defensas y
mientras la mujer ya lloraba abiertamente, se recreó en el poder recién adquirido, comentando a su
afligida sobrina mientras le soltaba un duro azote:
―Sé que estás secretamente enamorada de él por eso incluí esa cláusula en el contrato. Estaba seguro
que al leerla, aceptarías.
Alucinado comprendí a lo que se refería: ¡Ana había aceptado ser su amante por la obligación de ser
madre de un hijo mío! Vencida y teniendo la seguridad que de enterarme la repudiaría, gimió sin parar
de berrear. Al oír sus llantos, Evaristo le ordenó que se acercara y una vez a su lado, le ordené que le
hiciera una mamada.
Se notaba a la legua que Evaristo estaba disfrutando de la mamada. Concentrado en lo que sucedía
entre sus piernas, acariciaba la melena de su sierva mientras ella lamía con desconsuelo su miembro. En
un momento dado, ese vil ser buscó remover los cimientos de esa cría diciendo:
―Me hizo gracia enterarme que fue Manuel quien te desvirgó. ¿Crees que no me fijé en el nombre que
llevas grabado en el culo? Al verlo, no pude más que investigar porque la zorrita de mi sobrina se había
tatuado así.
Sus palabras la hicieron palidecer y cerrando sus ojos, siguió mamando mientras a buen seguro, deseaba
estar a miles de kilómetros de allí.
«Eso no es cierto, nunca he estado con ella», me reafirmé al enterarme de ese modo en qué consistía
ese tatuaje, «¡me acordaría!».
Evaristo viendo el dolor de su víctima decidió hurgar aún mas en esa herida, diciendo en su oído:
―Gatita, sé que esa noche fue la más importante de tu vida, ahora dime: ¿qué sentiste cuando al día
siguiente, tu primo ni se acordaba?
Defendiendo su recuerdo y con lágrimas en los ojos, Ana tuvo que sacar el falo que estaba mamado para
contestar:
―No fue culpa suya, Manuel estaba borracho y como era una fiesta de disfraces, no me reconoció tras
esa mascara.
«No puede ser, ¡era ella», exclamé desde la actualidad al recordar que, durante una juerga, me había
ligado una tipa. Y haciendo memoria, rememoré brevemente que me la había tirado en la cama de mis
padres pero jamás había conseguido saber quién había sido porque al día siguiente cuando me desperté,
había desaparecido.
Seguía tratando de digerir esa novedad cuando en la pantalla, Evaristo aprovechó que mi prima se había
sacado su pene de la boca para obligarla a darse la vuelta. Tras lo cual, poniéndose tras ella, sustituyó al
consolador y de un solo empujón, se lo metió hasta el fondo de su vagina, gritando en su oreja:
Hecha un mar de lágrimas, reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y quizás imaginando
que era yo el que la estaba empalando, paulatinamente, el dolor y la humillación se fueron diluyendo,
comenzando a sentir una excitación creciente.
Azuzada por tanta estimulación, su placer empezó a desbordarse por sus piernas, dejando un charco
bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que mi querida prima estaba a punto de correrse fue el
movimiento de sus caderas. Olvidando su papel de víctima, Ana forzó el ritmo con el que nuestro
siniestro familiar se la estaba follando con el movimiento de sus caderas. Echando su cuerpo hacia
adelante y hacia atrás, gimió por vez primera el placer que estaba sintiendo.
―Gatita, ¿sabes que Manuel es mi hijo y que cuando yo muera, serás su esclava?― la informó mientras
se afianzaba en sus hombros con las manos y reiniciaba un galope endiablado.
No sé si algo sabía porque no puso en duda esa afirmación. Lo que me quedó meridianamente claro fue
que las palabras de Evaristo la terminaron de volver loca y aullando como loba en celo, le rogó que le
prometiera que sería mía.
Ese compromiso convirtió su sexo en un incendio y chillando de placer, se retorció en el suelo buscando
el orgasmo que todas sus neuronas anticipaban.
―Amo, ¡por favor!― gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –¡Quiero correrme!
―Todavía, ¡No!― contestó el viejo, disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura y reforzando
su dominio, siguió machando el interior de su sobrina con su erecta verga mientras desde mi cama, yo
no perdía detalle de esa escena.
Ana no pudo aguantar más. Desobedeciendo esa orden, su cuerpo convulsionó en el suelo al disfrutar
del clímax y chillando como una cerda, se corrió sin dejar de moverse. Evaristo, en vez de cabrearse,
soltó una carcajada y de buen humor, le soltó:
―¡Me encanta!― lo que ocurrió a continuación fue difícil de describir. Ana, azuzada por su calentura,
dejó salir la presión acumulada y berreando con grandes gritos, le pidió: ―¡Sígueme follando!
Evaristo se quedó impresionado, al sentir el flujo de la muchacha salpicando sus muslos e incrementado
el vaivén de sus caderas, la fue llevando al límite con fieras cuchilladas. Los gritos de mi prima sonaron
en los altavoces de la televisión mientras me quedaba impresionado por la resistencia del viejo.
«Espero heredar su capacidad», descojonado pensé mientras veía como sus cuerpos se sincronizaban al
ritmo marcado por los aullidos de la mujer.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por Evaristo, aunque no había desaparecido, había
menguado y contagiado por la escena, reconozco que estaba cachondo mientras en la película, mi prima
veía prolongado su éxtasis y casi sin poder respirar, le pedía a su tío que eyaculara dentro de ella.
El anciano no se hizo rogar y agarrando la melena de Ana a modo de riendas, cabalgó hacía su propio
placer. Nuevamente me sorprendió la actitud de ella cuando Evaristo descargó en su interior, al aullar
totalmente entregada su placer, diciendo:
―Seré tu puta hasta el fin de tus días, para luego ser la de tu hijo.
Con esa afirmación terminó el video, dejándome caliente como pocas veces pero también con el
convencimiento que el desliz de mi madre, era vox-populi entre mi familia.
No queriendo pensar en ello y mientras sacaba mi verga de su encierro, decidí ver el siguiente video que
llevaba por nombre:
Sabía antes de empezar a ver ese video que al hacerlo comprendería por fin porqué Teresa era tan
importante en mi futuro. No en vano, Evaristo se había comprometido en conseguir que yo uniera mi
vida a la de ella. Hasta ese momento, sabía que aunque aparentaba ser la secretaria de mi prima, en
realidad era su amante. También estaba al tanto que al igual que Ana, esa filipina había sido parte del
harén del anciano. Pero cómo y cuándo había llegado a formar parte de él, era algo que desconocía. Por
ello, me acomodé frente al televisor para, de una puta vez, enterarme.
La primera imagen no tenía desperdicio. En ella, mi querida prima estaba postrada a los pies de Evaristo,
totalmente desnuda. La naturalidad con la que charlaba con el que ya sabía había sido mi padre, me
indujo a pensar que esa grabación era bastante posterior a las tres que ya había visto.
Fue la propia Ana quien confirmó ese extremo, al preguntar al vejete qué era lo que quería contarle. Su
actitud revelaba que había aceptado completamente ser de su propiedad y eso me hizo reafirmarme en
esa opinión.
El anciano se tomó su tiempo para contestar. Noté que se sentía incómodo con lo que tenía que decirle.
«¡Qué raro!», me dije. Parecía como si ese cabronazo temiera que, al informarla, mi prima se lo tomara
a mal. No me cuadraba esos reparos en alguien tan vil.
―Gatita, ¿te has arrepentido alguna vez de algo que has hecho?
La pregunta cogió desprevenida a Ana. Comprendí por su cara que creyó que se refería al acuerdo que
tenía suscrito y tras unos momentos de confusión, sonrió y acercándose a él, maullando contestó:
―Como todo el mundo, pero si te refieres a nuestro pacto, ¡no! Estoy encantada. Desde que soy tuya,
me has hecho conocer los límites del placer y no me avergüenzo.
―No es sobre eso, sobre lo que quiero hablarte― y mesando su melena, dijo, pareciendo un ser
humano: ―Me acabo de enterar que un competidor, al que hice quebrar, se ha suicidado.
―Sé que no es mi culpa pero ha dejado huérfana y sin sustento ni familia a una cría de dieciocho años.
Sus remordimientos hicieron comprender a mi prima que la responsabilidad de Evaristo en el asunto iba
más allá de lo mercantil. Durante unos segundos, se quedó callada y cuando ya creía que no iba a decir
nada, replicó:
―Adóptala.
―Estás loca. Mi dinero será para mi hijo y para el nieto que me darás, ¡para nadie más!
Evaristo con esa frase quería dar por zanjada la discusión pero entonces Ana volvió a sorprenderle
diciendo:
―Comprendo tus recelos pero hay otros modos, de compensar a esa muchacha….
―Tu hijo será el padre de mi retoño pero sé que nunca será mi marido legalmente. Sería un escándalo al
ser primos. Por eso te propongo, trae a esa cría a casa y entre los dos la convenceremos que su futuro
pasa por ser la esposa de Manuel.
Como zorro curtido en mil batallas, mi “tío” comprendió que esa idea tenía gato encerrado ya que Ana
no se caracterizaba precisamente por su altruismo y por ello, directamente se lo preguntó. La réplica de
su sobrina no pudo ser más elocuente cuando con voz sensual y mientras le acariciaba la entrepierna, le
contestó:
―No quiero competencia con el cariño de Manuel y sé que con tu ayuda, esa cría no sería una rival sino
mi socia.
Por la cara que puso el vejete supe que había captado al vuelo la sugerencia de mi prima pero supongo
que quiso que ella se lo confirmara cuando muerto de risa, le preguntó:
Desde la comodidad de mi habitación, carrespeé nervioso al tornarse negra la pantalla, temiendo que el
video no contuviera nada más.
Afortunadamente, tras unos instantes, volvió la imagen pero esta vez, comprendí que la secuencia se iba
a desarrollar en el salón de Ana al reconocer la habitación. Mi espera fue corta porque casi al momento
vi entrar a mi prima acompañada de Teresa.
Por su cara, comprendí que esa muchacha estaba aterrada, no en vano su padre acababa de morir y no
sabía lo que le iba a deparar su futuro. Al ser consciente de esa situación, no me resultó raro que todo
en ella reflejara una inquietud sin par. Aun así, la belleza todavía adolescente de esa muchacha era ya
evidente y a través de la pantalla, reconocí un deje de deseo en mi prima mientras la miraba:
«Menudo panorama tenía la cría», medité al ver como cuando Ana señaló el sofá, ella se sentaba sin
rechistar. «Debía estar muerta de miedo, en una casa desconocida y rodeada por extraños.
Asumiendo que esa jovencísima filipina luchaba contra su desesperación, mi prima vio su oportunidad y
adoptando una actitud cariñosa con ella, la estuvo consolando durante largo rato hasta que habiéndolo
conseguido, decidió dar un paso casi suicida al decirle:
―Teresa, ambas sabemos la realidad en la que te encuentras. Estás sola, sin dinero….― y dando un
mayor énfasis a sus palabras― ni siquiera tienes donde vivir. ¡Necesitas ayuda o terminarás durmiendo
en la calle!
Teresa no estaba preparada para oír la verdad de los labios de una extranjera y por ello, desmoralizada
se hundió en su asiento y se puso a llorar.
«¡Qué cabrona!», exclamé al descubrir por donde iba Ana, «va a aprovecharse de sus penurias».
Y así fue, sentándose a su lado, la abrazó y mientras la acunaba entre sus brazos, le susurró:
―Sé lo que sientes. Yo pasé por lo mismo― la muchacha al escucharlo, la miró buscando su auxilio y fue
entonces cuando mi prima le soltó: ―Te juro que incluso pensaba en la muerte, cuando Don Evaristo se
apiadó de mí y acudió en mi ayuda. Todavía hoy me alegro de haber aceptado sus condiciones.
La pobre cría supo que no iba a resultar gratis que ese potentado le echase una mano pero aun así no
pudo más que preguntar a la mujer que tendría que hacer ella para ser socorrida también. Dando la
vuelta al argumento, le soltó:
Sabiendo que era el momento de revelar sus cartas, mi prima llevó una de sus manos hasta la barbilla de
la cría y levantándole la cara, replicó:
―Te equivocas. Eres preciosa. Mi jefe tiene una oferta para ti pero no sé si quieres escucharla.
Angustiada con las negras perspectivas que se abrían ante ella, la joven hizo acopio de sus fuerzas y
respondió:
―Quiero oírla, nada puede ser peor que la situación donde estoy ahora.
Por la sonrisa que lució en su cara, comprendí que Ana ya se sabía ganadora antes de planteársela y por
ello no se anduvo con paños calientes cuando llevando la mano al escote de esa mujercita le dijo:
―Mi dueño es un hombre viejo. Sabe que se muere y por eso quiere, además de ser feliz durante sus
últimos años, dejar todo atado para su hijo.
―No entiendo― contestó muerta de corte al notar que la rubia le estaba acariciando los pechos sin
ningún pudor― ¿Cuál es su oferta?
―Si aceptas formar parte de su harén, al morir, te convertirías en la esposa de su hijo. Nunca te faltará
nada, serás rica por el resto de tus días.
La filipina tardó en contestar porque se había quedado petrificada al sentir los labios de esa mujer
jugando con sus pezones. Por la expresión que contemplé, una vez repuesta de la sorpresa, comprendí
que no le estaba resultando desagradable la experiencia. Aunque estaba incomoda, observé que Teresa
no podía dejar de mirar de reojo el escote de Ana mientras esta se dedicaba a lamer sus pechos.
Mi prima incrementando la presión sobre la cría, dejó caer su vestido. Esa desvergonzada acción, dio a
su víctima una visión clara de sus enormes pechos.
―No soy lesbiana― sollozó avergonzada al notar que contra su voluntad bajo su ropa sus oscuros
pezones se le habían puesto duros, producto de una desconocida excitación.
―Yo tampoco, pero tu futuro dueño quiere saber qué estás dispuesta a servirle.
Asustada por sentir que le atraía una mujer, tragó saliva al experimentar nuevamente los mordiscos de
la rubia sobre sus areolas. La temperatura de esa escena fue subiendo en intensidad por momentos y no
contenta abusar de esa forma de la chavala, acercó su boca a la de Teresa para acto seguido forzar esos
labios juveniles con la lengua.
«¡Joder con Anita! ¡Qué rápido ha aprendido!», sentencié al admirar la facilidad con la que se
desenvolvía en ese papel.
La dulzura y sensualidad de ese beso, lento y cariñoso, tan alejado de la brutalidad con el que el anciano
cerró el trato con ella, me excitó. Pero aún más notar como la niña no se quejaba cuando posó
delicadamente esas enormes tetas contra sus pequeños senos.
«Teresa, o estaba muy asustada, o ya tenía una vena lésbica», me dije al testificar en diferido que no
intentó separarse cuando mi prima con una mano sobre su trasero, la obligó a pegar su sexo contra el de
ella.
Durante unos segundos, vi que la filipina dudaba. Quizás previendo que esa unión contra natura que iba
a tener lugar chocaba con los principios morales de su educación. Ana se percató de sus titubeos y por
ello, comenzó a bajar con un ligero lametón por su cuello mientras le decía:
Esa promesa y las extrañas sensaciones que recorrían su cuerpo, hicieron que lentamente se fueran
diluyendo sus reparos y ya parcialmente entregada, gimió de placer al notar que deseaba sentir
nuevamente esos labios de mujer en sus endurecidos pezones.
La sonrisa que vi nacer en el rostro de mi prima, me informó que lejos de retraerla en su decisión de
abusar de ella, el saber que era totalmente inexperta azuzó el morbo que sentía. Y sin hacerse de rogar,
despojó del vestido a la muchacha dejándola totalmente desnuda.
Teresa se quedó horrorizada al comprender la velada amenaza que contenían esas palabras y llevando
sus manos hasta el cuerpo de mi prima, le bajó las bragas mientras le decía:
―Hazme tuya.
Ana no esperó más y separando las piernas de esa inexperta con las suyas fue bajando por el cuerpo de
la indefensa niña. Al llegar a su ombligo, se detuvo brevemente, jugando con él mientras sus dedos
separaban los labios de ese virginal sexo, dejando su botón por primera vez al descubierto.
―Tendrás que afeitarte― le aviso mientras con las yemas traspasaba la frontera visible que delimitaba
ese terso vello púbico y sin esperar su aprobación acarició con sus dedos ese nunca antes toqueteado y
prohibido clítoris.
«Se lo va a comer», intuí al ver que la punta de su lengua se aproximaba a ese preciado secreto y tal
como había previsto, pude admirar cada vez más excitado cómo con una exasperante lentitud se fue
acercando. Durante una eternidad en la pantalla, fui testigo de su avance hasta que ya sobre su meta,
Ana expelió su aliento sobre el coño de la morena y ella chilló.
No tuve que ser ningún genio para comprender que ese aullido era el símbolo de su derrota. Y mientras
comenzaba a pajearme, la televisión me retrasmitía fielmente el momento en que mi prima tomaba
posesión de esa horrorizada y excitada muchacha.
«La tiene a punto de caramelo», murmuré imprimiendo mayor velocidad a mi muñeca al contemplar
cómo poco a poco la rubia melena de Ana se iba sumergiendo entre las piernas de Teresa.
Ya convencida de su deseo, mi prima recorrió los pliegues de su víctima, concentrándose con la lengua
en su ya erecto botón. El efecto de esas forzada caricias fue inmediato y gozoso confirmé que el placer la
subyugaba y que retorciéndose sobre ese sofá, la inexperta jovencita se corría. Hasta a mí me
sorprendió la violencia de su orgasmo y los gritos que surgieron de su garganta, mientras su nueva
amante bebía sin parar de su flujo. Divertido comprendía que había dejado atrás antiguos prejuicios.
Ana y su insistencia en evitar que nada se escapase de su boca, prolongaron el placer de esa cría que ya
inmersa en éxtasis continuado hambrienta, le pedía más.
―Tranquila, amorcito― susurró a modo de respuesta mientras entrelazaba sus piernas con las de ella
haciendo que por fin sus dos humedades se hicieran una.
―Lo necesito― Teresa chilló fuera de sí y con las hormonas de una hembra en celo al experimentar los
mojados pliegues de la rubia frotándose contra los suyos.
Ese inconfesable deseo, dicho en voz alta, fue el banderazo de salida para que ambas mujeres se
fusionaran en un cabalgar mutuo. Ninguna tuvo ya reparo en compartir besos y fluidos, al contrario,
impelidas por una descontrolada pasión se abrazaron a Lesbos con mayor fuerza.
―Manuel, tú y yo vamos a ser muy felices― gritó mi prima mientras usaba sus manos para aferrarse a
los pechos de esa niña forzando así el contacto.
―¿Quién es Manuel?― aulló desbocada al experimentar que, por segunda vez en esa tarde, su sexo se
licuaba.
Ni que decir tiene que me sentí alagado por ese comentarios pero aún más cuando vi que ambas se
retorcían llenas de placer mientras se besaban y como si estuviera cronometrado, exploté uniendo mi
gozo a suyo aunque fuera años más tarde…
Una vez había acabado de ver ese cuarto video, me quedé pensando en lo que sabía de esas dos
mujeres para así planear mis siguientes pasos. Por una parte tenía claro que ambas aceptaban de buen
grado las decisiones que había tomado Evaristo sobre nuestras vidas. Desde mi llegada a Filipinas, me
había enterado de la oculta atracción que mi prima sentía por mí y que el hijo que esperaba era mío. De
Teresa sabía que provenía de una familia rica caída en desgracia y que había acordado con el difunto
que sería mi esposa. Por otra parte, a través de esas películas, sabía a ciencia cierta que eran amantes y
que las dos compartían una vena sumisa de la que podía aprovecharme.
Por ello una vez saciada mis necesidades urgentes con una paja, decidí que aunque ese cerdo no me
había tomado en cuenta, iba a seguir lo planeado por él porque me gustaba el halagüeño futuro que
había proyectado.
«Sería un imbécil sino lo hiciera», medité, «una jovencita por esposa legal y a mi prima como concubina,
¿para qué quiero más?».
Con Ana ya había dado los primeros pasos y obviando su teórico desprecio por mí, la había masturbado.
Mi prima era una fruta tan dulce y madura que, aunque solo tenía que estirar el brazo para hacerla mía,
resolví que fuera la última. En cambio, Teresa era otra cosa. Aunque ya me había acostado con ella,
nuestra relación era de iguales, de socios y eso no era lo que quería para los años venideros. Necesitaba
hacerla mía totalmente. Ya había tenido su cuerpo pero me urgía que su mente y su alma se entregaran
a mí.
«Debo conseguir que beba de mis manos», argüí. El problema era como hacerlo. Sabía que podía forzar
su sumisión a través del adoctrinamiento pero eso solo me garantizaría una “fidelidad” sexual cuando lo
que quería era que Teresa se levantara cada mañana pensando en cómo hacerme feliz.
Tenía claro que esa jovencita sentía algo por Ana. Mi duda era si era amor, gratitud o únicamente sexo.
Necesitaba saberlo porque de eso dependía cómo actuar. Si lo único que albergaba por mi prima era
físico, tendría que hacerlo solo. En cambio si estaba enamorada de ella, debía usar el amor que mi prima
sentía por mí para seducirla.
El problema es que no podía esperar, había quedado con Ana en tres horas y tenía que actuar. Por ello
decidí afrontar el tema y llamé a Teresa, quedando con ella que me vería en mi casa inmediatamente.
Los diez minutos que tardó en llegar, los dediqué a ordenar mis ideas y tras analizar su personalidad,
zanjé que debía explorar hasta donde Teresa se había visto afectada por el adoctrinamiento del que
había sido mi “oculto” progenitor, aunque para ello tuviera que usar su condición de huérfana.
Por ello, la esperé en mi cuarto, sabiendo que esa habitación había sido el lugar donde básicamente
Evaristo la había “educado”. La joven, ajena a mis planes, no sabía lo que se le venía encima y
alegremente me saludó, sin extrañarle que fuera en bata.
―Teresa.
―Minina.
Sabiéndose descubierta, no pudo más que obedecer y en silencio, fue a prepararme el jacuzzi.
Satisfecho, me puse una copa, tras lo cual fui a reunirme con ella. Al entrar casi se me cae el vaso porque
me encontré a esa jovencita arrodillada sobre el mármol. Mi sorpresa se vio magnificada cuando incapaz
de mirarme, la filipina me extendió una toalla a mis pies mientras me decía:
Os juro que estuve a punto de soltar una carcajada pero, en vez de ello, actuando como su amo, me
metí en el jacuzzi sin mostrar ninguna sorpresa por su comportamiento. Teresa al ver que asumía el
papel que en vida era de Evaristo, sonrió mientras me decía:
―Señor, ¿le apetece que su minina le enjabone?― muerto de risa, accedí y sin darle importancia,
permití que la secretaria y amante de Ana se comportara como mi sumisa.
Cerrando los ojos, disfruté de la dulzura de sus caricias mientras extendía el jabón por mi cuerpo. Sus
dedos recorrieron mi pecho tan lentamente que me dio la impresión que en vez de bañarme, Teresa me
estaba adorando. Esa entregada actitud me obligó a analizar las razones por las que había cedido tan
rápidamente, pero tras pensarlo solo saqué en claro que no le desagradaba en absoluto sentirse de mi
propiedad. La minina me confirmó ese extremo excediéndose en su petición inicial. Sin pedir mi
permiso, Teresa llevó su mano hasta mi entrepierna y se puso a masajear mis huevos mientras sus ojos
brillaban intensamente.
«La pone cachonda servirme», confirmé al percatarme que habiendo dejado bien enjabonados mis
testículos y mientras me masturbaba, su otra mano había buscado acomodo entre sus muslos.
«Se está pajeando», sonreí y más excitado de lo que debía de haber demostrado, saqué mi brazo del
jacuzzi y levantándole la falda, descubrí que esa putita no llevaba ropa interior. Sorprendido busqué con
la mirada sus bragas y tras no hallarlas en el baño, comprendí que no las tenía puestas cuando había
llegado a mi habitación.
«Debió prever que no tardaría en quitárselas», sentencié mientras con mis dedos recorría el desnudo
trasero de esa cría. Teresa al notar mi caricia sobre sus nalgas, no pudo reprimir un gemido y reiniciando
la paja con la que me estaba obsequiando, me soltó:
Asumiendo que quería que le preguntase por qué consideraba que me había fallado, preferí no hacerlo
e incrementando la acción de mis dedos, exploré con ellos la raja de sus cachetes mientras le decía:
Forzando ese contacto moviendo sus caderas y tras unos segundos de indecisión pero sin hacer intento
alguno para que dejara de sobar su entrada trasera, Teresa me contestó:
―No me atreví a reconocer en usted a mi futuro dueño. Desde que entré en esta casa, sabía que mi
destino era ser suya. En vez de presentarme como su sierva, me propuse seducirle. Necesito su perdón…
― respondió y justo cuando creía que había acabado, soltó casi llorando: ―…merezco unos azotes para
que otra vez recuerde quien es mi dueño y señor.
Sus palabras me dejaron alucinado porque no solo se mostraba abiertamente como sumisa sino que
excedía lo pactado con Evaristo. El acuerdo tácito era que sería legalmente mi esposa pero en ese
momento, Teresa me estaba pidiendo ser mi esclava. Ejerciendo el poder que voluntariamente me había
concedido, le solté:
La chavala se quedó petrificada al escucharme porque si no la reconocía como tal, se vería nuevamente
en la calle. Los temores sobre su futuro nublaron su mente y cayendo en el llanto, me rogó que no la
echara porque no tenía donde vivir.
En silencio, la coloqué al lado de la bañera con el culo en pompa y reinicié mis toqueteos sobre su sexo
mientras pensaba en cómo sacar partida de su angustia. Tras unos minutos, acariciando sutilmente su
clítoris y torturando su cerebro, me levanté y le exigí que me secara.
Teresa, para entonces y aunque estaba a punto de correrse, se veía fuera de mi vida. Al ver mi erección,
pensó esperanzada que era una prueba y que lo que realmente le estaba pidiendo era que me la
comiera. Por eso, esperó a que saliera del jacuzzi para arrodillarse a mis pies y comenzar a besarla con
una pasión que me impidió durante unos segundos rechazarla.
«Mientras siga pensando que voy a echarla, no podrá mentirme», pensé y por eso lanzándole una toalla,
le solté:
El terror volvió a su rostro y obedeciendo de inmediato, se puso a secar mi piel mientras, en ella,
luchaban entre sí el convencimiento de mi repudio y la necesidad de convertirse en mi sierva. No tardé
en comprobar quién había ganado al observar que su pequeño cuerpo temblaba de deseo mientras
pasaba la toalla por mis muslos al ver a escasos centímetros de su cara una erección que le estaba
prohibida.
«Aunque tiene miedo, le pone cachonda el sentirse indefensa», certifiqué al observar que se le habían
puesto duros sus negros pezones.
Deseando seguir hurgando en esa herida y así incrementar su excitación, al terminar de secarme le exigí
que me siguiera a mi cuarto y ordenándola que se quedara de pie frente a la cama, me tumbé en ella.
Tras acomodar mi cabeza sobre la almohada y mirándola a los ojos, llevé mi mano hasta mi pene y
lentamente comencé a masturbarme.
―¿Por lo que entiendo quieres que yo sea tu dueño?― pregunté con un deje de frialdad en mi tono.
Teresa al oírme, involuntariamente juntó sus rodillas al experimentar que su entrepierna estaba húmeda
como pocas veces y sabiendo que de lo que ocurriera en esa habitación dependía su futuro,
mordiéndose los labios contestó:
―Lo que más deseo en este mundo es que usted permita a su minina servirle.
Sin cambiar la expresión seria de mi cara y mientras seguía meneándomela sin parar, la contesté:
Supe que la tenía en mi poder y recreándome en ello, ordené a la muchacha que se sentara a mi lado.
Teresa al escucharlo, buscó asiento sobre el colchón y acercando su boca hasta mi glande, recorrió sus
bordes con un largo lengüetazo para acto seguido levantar su mirada y decirme:
―¿Quién eres realmente? Teresa, la ambiciosa secretaria de mi prima, o Minina, una cachorrita en
busca de dueño.
―Las dos. Soy Teresa Torres, una mujer que teme al futuro y por eso es ambiciosa y Minina, una cría
que ha perdido a su maestro y que sabe que usted puede sustituirlo.
Su dolor al reconocerlo fue tan palpable que no tuve que ser un genio para comprender que esas
preguntas estaban reavivando viejos temores y mientras ella se quedaba sin saber qué hacer, decidí
seguir interrogándola:
Sabiendo que ese era el eje central alrededor del cual giraría nuestra relación, no me importó que se
tomara unos segundos en contestar. Se le veía a la legua que temía que su respuesta no fuera la que yo
esperaba y por eso casi llorando contestó:
―La zorra que, al seducirme, hizo que aceptara mi naturaleza y la dama de la que me enamoré.
La sinceridad de sus palabras me cautivó porque sin ningún tapujo había reconocido que se sentía una
sumisa y que entre mi prima y ella había algo más que sexo. Fue entonces cuando queriendo saber
realmente a que me enfrentaba le pedí, mientras pasaba mi mano por sus pechos, que me fuera sincera
y me dijera quién era yo.
―Mí único destino. Cuando me comprometí a ser su esposa, pensé que era un mal menor pero gracias a
Gatita he comprendido que con usted nos ha tocado la lotería y que a su lado seremos muy felices las
dos.
No me pasó inadvertido que se hubiese referido a Ana con el nombre de sumisa y premiándola con un
suave pellizco en uno de sus pezones, insistí incluyendo a mi prima en la pregunta:
―Ummm― gimió descompuesta para acto seguido continuar diciendo:― ―Si nos acepta, seremos sus
más fieles zorras. Dedicaremos nuestras vidas a hacerle feliz.
Cómo comprenderéis me esperaba esa respuesta pero aun así me excitaron sus palabras y obligándola a
ponerse a cuatro patas sobre el colchón llevé mi mano hasta su sexo y mientras toqueteaba sus
pliegues, decidí llevarla hasta el borde del orgasmo. La inquietud de Teresa se trasmutó en deseo
cuando sintió dos de mis yemas adueñándose de su clítoris y paralizada por el placer, sollozó de gozo
mientras me decía que era mía.
Satisfecho, recompensé a esa zorrita introduciendo un par de mis dedos en su interior. Teresa al
experimentar la intrusión de mis dedos, sintió renacer con fuerza su esperanza y antes de que me diera
cuenta, colapsó sobre las sabanas corriéndose.
«No debía haberla dejado llegar», me eché en cara al verla disfrutar. Cómo ya no podía hacer nada por
remediarlo, profundicé en su inesperado clímax, metiendo y sacando mis falanges con rapidez.
Nuevamente esa joven me sorprendió cuando sin todavía terminar de correrse, sonriendo, me soltó
muerta de vergüenza:
―Don Evaristo me pidió que, llegado este momento, le tenía que informar de una cosa…
Qué mencionara a ese desalmado, me cabreó y por ello, dejando de masturbarla, le pedí que me dijera
que era eso tan importante. La cría se dio cuenta de mi cambio de humor y casi llorando, respondió:
―El maestro me adiestró en la cama pero dejó claro que era usted, el encargado de enseñarme las
delicias del sexo anal.
Implícitamente me acababa de decir que su culo seguía virgen y que creía que para aceptarla tenía que
tomar posesión de él. Sin medir mis actos y deseando comprobar si era cierto, me incorporé tras ella y
abrí sus dos nalgas para inspeccionar su entrada trasera. Ni os imagináis la calentura que sentí al
confirmar que al menos exteriormente parecía no haber sido usada.
―¿Me estás entregando tu culo?– pregunté mientras entre mis piernas mi pene reaccionaba con una
brutal erección ante tamaña belleza.
Aunque era una pregunta retórica, no dudó en responder con hechos y usando sus propias manos para
separar ambos cachetes, susurró su entrega diciendo:
―No puedo darle algo que ya es suyo. Su padre lo reservó para usted.
La renuncia que se escondía tras esa afirmación me hizo obviar que mencionara el parentesco que me
unía con ese cerdo y pasándolo por alto, abrí un cajón de mi mesilla y saqué un bote con crema. Los ojos
de la morena reflejaron temor pero no queriendo contrariarme, posando su cabeza sobre la almohada,
alzó su trasero para facilitar mis maniobras.
Aprovechando las comodidades que me estaba brindando, cogí entre mis dedos una buena cantidad y
tras untar de crema su esfínter, metí una de mis yemas en su interior diciendo:
Que supiera que iba a dolerle, no fue óbice para no tener cuidado y sabiendo que si me apresuraba iba a
causar un destrozo en ese virginal culito, seguí relajándoselo durante un buen rato antes de atreverme a
forzarlo con un segundo dedo. Teresa, al notar mis recelos, me rogó:
Era tan grande la calentura de esa morena que cada vez que embutía mis falanges dentro ese ojete,
todo su ser temblaba de placer. Asumiendo que estaba dispuesta, me permití el lujo de dar un azote a
una de sus nalgas antes de introducir una tercera yema en ese orificio.
―Me encanta― berreó sumida en una lujuria sin par y demostrando ante mis ojos su entrega, llevó sus
manos hasta los pechos para acto seguido dar un duro pellizco en cada uno de sus negros pezones,
buscando quizás el calmar su excitación.
La jugada le salió mal porque todavía estaba metiendo ese tercer dedo cuando mordiendo la almohada,
Teresa se corrió sonoramente. Su renovado placer me hizo no esperar más y mientras mi minina se
retorcía gozosa sobre las sábanas, embadurné mi órgano con la crema antes de colocar mi glande en su
virginal entrada:
―¿Estás segura que quieres ser mi putita para todo?― pregunté mientras jugueteaba con su esfínter.
Teresa no contestó. En vez de ello, dejó caer su cuerpo hacia atrás lentamente para que con ese sencillo
acto mi verga fuera haciéndose dueña de sus intestinos poco a poco. Sin quejarse pero con un rictus de
dolor en su rostro, siguió presionando sobre mi pene hasta que se sintió empalada por completo.
Confieso que al escuchar esa afirmación, disfrutar de ese trasero se había convertido ya en una obsesión
pero no debía forzarlo en demasía para que en el futuro Minina siguiera entregándomelo con tanta
alegría. Por ello, decidí darle tiempo y esperar a que ella diese el siguiente paso. Mientras aguardaba ese
momento, aproveché para acariciar con dos de mis yemas su hinchado clítoris. Ese doble tratamiento
consiguió que esa muchacha se relajara y levantando su cara de la almohada, me imploró que la tomara.
Su respiración entrecortada y el deseo que manaba de sus palabras, vencieron mis reticencias y
asumiendo que estaba dispuesta, con ritmo pausado fui sacando mi pene de su interior. Mi lentitud
exacerbó su calentura y cuando todavía tenía la mitad de mi verga en su interior, Teresa con un breve
movimiento de caderas se la volvió a encajar hasta el fondo.
―Hazme tuya, ¡por favor!― chilló descompuesta por el lento compás de mi ataque.
Vi en su pedido, la luz verde que necesitaba para iniciar con ella un sensual juego. Mientras yo hacía
todo lo posible por sacársela, Teresa lo evitaba al empalarse con ella nuevamente. De modo, nuestro
ritmo se fue incrementando paulatinamente, consiguiendo que nuestro lento galope inicial se fuera
desbocando mientras mi minina no dejaba de gritar acelerara. Como comprenderéis, acepté su
sugerencia y por eso al poco tiempo, apuñalaba con mi verga el interior de sus intestinos.
―¡Toma a tu puta!― aulló, voz en grito, al sentir mis manos apretujando sus dos pechos. Los chillidos
de esa mujercita eran tan fuertes que temí que desde su casa, mi prima los escuchara pero eso me
excitó y deseando que fuera así, solté otro duro azote sobre una de sus ancas mientras le exigía que
diera rienda a su placer.
La filipina al experimentar el dolor de esa nalgada sintió que nuevamente el placer se acumulaba en su
mente y olvidando que yo era su dueño, me exigió que le diese más, confirmando de esa manera que le
gustaba ese tipo de trato. Como a buen seguro aceptaréis, no tuvo que decírmelo una segunda vez y
alternando de una nalga a la otra, marqué el compás de esa sodomía con el sonido de mis azotes.
―¡Qué locura!― aulló al notar que las nalgadas lejos de cortar su excitación, la estaban incrementando.
Ni que decir tiene que disfruté de su entrega hasta que, con su trasero totalmente colorado, se dejó caer
sobre las sábanas y ante su propia sorpresa, se vio inmersa en un orgasmo brutal.
―¡Siga rompiendo mi culo!― exclamó al experimentar que su cerebro estaba a punto de explotar y que
todas las células de su cuerpo entraban en ebullición al sentir la llamarada de esa mezcla de dolor y gozo
que desgarraba su anteriormente virginal ojete.
Los gritos de mi sumisa fueron el empujoncito que me faltaba y cogiendo sus negras areolas entre mis
dedos, las pellizqué con dureza mientras seguía machacando su estrecho culo con mi pene. Esos
pellizcos fueron su perdición y sin poderlo evitar, se corrió dando enormes berridos.
―¡Ya no soy Teresa! ¡Soy solamente su minina!― consiguió gritar antes de caer agotada sobre las
sábanas.
Su renovado orgasmo coincidió con el mío y uniéndome a su placer, premié su entrega con mi simiente.
Teresa al notarla en sus intestinos, decidió no fallarme y moviendo sus caderas, no cejó en su empeño
hasta que consiguió que no saliera una gota más de mis huevos.
Contento con mi labor pero exhausto, me tumbé a su lado. La filipina me abrazó agradecida y
llenándome con sus besos, me juró que me sería fiel hasta la muerte. Os parecerá raro pero aunque al
romperle el trasero había sellado nuestra unión, comprendí que esa niña adoraba también a mi prima y
por ello, acariciando su negra melena, le solté:
Descojonado, contesté:
―Haré que esa zorrita nos confiese que su mayor deseo es que nos permita formar entre los cuatro una
familia.
―¿Cuatro?
Escuchar que se apropiaba del retoño que crecía en el vientre de Ana no me molestó, es más,
acariciando su bello trasero, le solté:
―Te equivocas, vamos a ser muchos más. ¡Al menos una docena! ¿O no crees que esté deseando que
Gatita y Minina me den más cachorritos?....
«Me queda una hora para que Ana llegue», pensé al abrir el agua caliente.
Acababa de despedirme de Teresa, dándole instrucciones precisas de cómo tenía que comportarse esa
noche durante la cena. Asumiendo que esa noche, mi prima no podría evitar abrirse de piernas ante mí,
decidí forzar su sumisión con un pequeño juego.
«Se quedará de piedra cuando vea lo que le tengo preparado», me dije muerto de risa al recordar que
años atrás, aunque en ese momento no hubiera sido consciente, había sido yo el que la había
desvirgado durante una fiesta de disfraces.
«Esa zorrita no tiene ni idea que sé que se escondió bajo una máscara para acostarse conmigo pero hoy
si quiere ser mía, tendrá que trabajárselo», concluí mientras me metía bajo la ducha.
Bastante excitado por la perspectiva de disfrutar de esos pechos, mi pene se mantenía semi-erecto y no
queriendo desperdiciar las fuerzas que sin duda iba a necesitar, tuve que hacer un esfuerzo
sobrehumano para no masturbarme. Por ello, decidí que no alargar en exceso esa ducha y tras un rápido
duchazo, estaba saliendo cuando un ruido me hizo saber que la filipina ya estaba de vuelta. Al girarme,
vi que se había cambiado y que tal esa morenita venía caracterizada como le había ordenado.
-¿Le has hecho llegar la ropa que quiero que se ponga a tu jefa?.
-¿Qué te ha dicho?
Su respuesta me satisfizo y todavía mojado, la ordené que me secara. Lo que no se esperó esa
muchacha fue que una vez seco, me sentará en una silla y le pidiera que me secara. Teresa dudó unos
instantes pero viendo mi resolución, cogió el bote de crema de afeitar y me la empezó a extender por la
cara. Cuando terminó de hacerlo, cogió con aprensión la cuchilla de afeitar y con bastantes dudas,
acercó la maquinilla a mi cuello.
-Confío en mi minina- le dije tranquilo mientras con una de mis manos acariciaba el estupendo culo con
el que la naturaleza la había dotado.
Mis caricias no tardaron en afectarle y bajo su blusa, sus pezones se endurecieron al notar mis dedos
tomando posesión de ese culete. Ella, asumiendo que era mía, no se quejó y sumisamente, separó un
poco las piernas para facilitar que las caricias de mis yemas. Aleccionada de lo que me gustaba, tampoco
puso reparo en que estas recorrieran la abertura de su sexo.
Al separar los pliegues de su coño, me encontré con que lo tenía empapado y decidido a putearla,
apoderándome de su clítoris, la empecé a masturbar mientras le decía:
Toda ella tembló al oírme pero no queriéndome fallar, siguió rasurándome al tiempo que sentía como su
vulva era penetrada. No debe de extrañaros que el morbo de saber que me estaba jugando una buena
herida al masturbarla mientras me afeitaba, provocó que bajo la toalla mi pene empezara a
endurecerse.
-Me gusta tu entrega, mi minina- dije mostrando a la muchacha el tamaño que había adquirido mi sexo.
Teresa se estremeció al ver mi extensión totalmente erecta y mordiéndose los labios, soltó un gemido
mientras se agachaba a adorarla. Descojonado por que creyera que deseaba una mamada, la agarré de
la cintura y la obligué a ponerse encima de mí. Al no llevar bragas, la cría sollozó de placer al sentir cómo
mi falo iba llenando su cavidad lentamente.
-No sea malo. Tengo miedo de cortarle- protestó al notar que la tenía completamente dentro.
Aun comprendiendo que tenía razón, clavé todavía más profundamente mi estoque en su interior y le
ordené que siguiera afeitándome. La filipina estaba claramente excitada y a pesar de que lo que
realmente deseaba era dejarse llevar conmigo en su interior, reinició el afeitado.
Por mi parte tengo que deciros que estaba encantado al observar su completa obediencia y por eso
premiándola le pellizqué un pezón, mientras murmuraba en su oído:
-Eres una minina muy obediente…- Teresa, que para entonces ya estaba hirviendo, no se atrevió a
moverse por miedo a cortarme como a mi reacción pero no pudo evitar que supiera de su calentura
cuando el flujo que manaba de su sexo recorrió mis muslos- …y muy puta.
Afianzando mi poder sobre ella, usé mis dos manos para sus nalgas con mis dos manos y viendo su
disposición, usé un par de dedos para acariciar su entrada trasera. La morenita, al notar que estaba
haciendo uso de sus dos agujeros, no pudo reprimir un jadeo e involuntariamente, empezó a retorcerse
encima de mis piernas.
Intentando evitar el orgasmo que le pedía el cuerpo, solo se le ocurrió cerrar los músculos de su pubis y
lejos de apaciguar su calentura, aceleró su clímax.
-Termina de afeitarme.
Deseando moverse pero sabiendo que no se lo iba a permitir hasta que hubiese terminado, se dedicó a
cumplir mi mandato. Al cabo de un minuto y dejando la maquinilla sobre el lavabo, me hizo saber que
había acabado con una sonrisa.
-¡Que te muevas!
Con alegría, obedeció mi orden y convirtiendo sus caderas en un tornado en el mi miembro se vio
atrapado, buscó con pasión el placer que hasta entonces tenía vedado. Os reconozco que no fue un
polvo glorioso sino rápido. Estaba demasiado excitado por lo que no tardé en correrme mientras le decía
cómo iba a disfrutar follándome a mi prima. La mención a su jefa embarazada lejos de cortarla, la
calentó de sobre manera y por ello al sentir mi miembro regando con mi simiente su sexo, pegando un
chillido se corrió brutalmente.
Os juro que de no haber quedado con Ana, hubiera hecho uso de ella nuevamente pero sabiendo que mi
visita no tardaría en llegar, la obligué a vestirme. Teresa no sintió como un desaire esa orden y con cara
de felicidad, me ayudó con la ropa. Al sentirla tan dispuesta, exacerbó mi fantasía y por eso al terminar,
sacando de un cajón dos de mis corbatas, anudé una alrededor de su cuello como si fuera un collar
mientras usé la otra a modo de correa. La oriental comprendió mis deseos y cayendo de rodillas,
comenzó a maullar mientras rozaba con su lomo mis piernas.
-Tu compañera de gatera debe estar a punto de llegar- muerto de risa, dije al tiempo que tiraba de ella
rumbo al pasillo.
Comportándose como una mascota a la que sacan a pasear, me siguió hasta el salón y una vez allí,
esperó a que me sirviera una copa para acurrucarse a mis pies al ver que me sentaba.
-¿Estás seguro que quieres que nos vea así?- preguntó sin un deje de molestia en su voz al comprender
que esas eran mis intenciones.
Su tono enfadado me hizo darme la vuelta y os reconozco que al verla con el disfraz de felina, me quedé
sin habla. Mi embarazada prima estaba preciosa con ese conjunto de cuero totalmente pegado que
magnificaba tanto sus pechos como su hinchado vientre. Por ello, tardé en reaccionar y tuvo que ser
Teresa la que le contestara:
La que teóricamente solo era su jefa, se puso roja de ira al escuchar la respuesta de esa cría y
acercándose hasta ella, intentó soltarle un tortazo pero se lo impedí agarrándola el brazo. Al forcejear
conmigo, su boca quedó a pocos centímetros de la mía y olvidándome de mis planes iniciales, la besé.
La tersura de sus labios me cautivó y forzándolos con mi lengua, conseguí que los abriera. Durante unos
segundos, Ana intentó liberarse de mi ataque pero poco a poco, su reticencia fue disminuyendo hasta
que, ya sin reparo alguno, colaboró conmigo pegando su germinado vientre a mí.
-Mi gatita está preciosa con la máscara- comenté al notar su entrega y que aunque la había soltado, mi
deseada prima no hacía ninguna tentativa de separarse.
A través del antifaz comprobé que sus ojos reaccionaron a mis palabras brillando con un extraño fulgor y
deseando certificar su entrega, nuevamente la besé mientras mis manos tomaban al asalto su culo. La
dureza de sus nalgas terminó de decidirme y pegando mi sexo a ella, le demostré que me excitaba. Ana,
al notar la presión de mi verga contra su entrepierna, gimió derrotada y dejando a un lado su enfado,
comenzó a restregarse con desesperación.
Durante un minuto dejé que lo hiciera hasta que siendo consciente de su claudicación, llevé mis manos
hasta la cremallera de su traje y lentamente la bajé, disfrutando de cada porción del escote que iba
liberando. Ella no pudo reprimir un sollozo al sentir la caricia de mi mirada y con la respiración
entrecortada, me pidió que parara. Su queja fue el aliciente que necesitaba para apoderarme de esos
hinchados pechos y sacándolos de su encierro, los llevé hasta mis labios.
-Por favor, soy tu prima- murmuró descompuesta al experimentar mi húmeda caricia sobre sus ya
erectos pezones.
Sabiendo que nuestro parentesco no había sido impedimento para que me deseara y soñara con ser
mía, lo pasé por alto y mediante un gesto, llamé a Teresa mientras mordisqueaba sin parar sus rosadas
areolas. La morena entendió mis deseos y levantándose del suelo, se apoderó del otro seno.
-No quiero- protestó con voz inaudible nuestra victima al sentir una lengua jugando en cada uno de sus
pezones.
Su secretaria acalló sus protestas con un lésbico beso pero entonces forcé su rendición, diciendo:
-Déjala, si no quiere ser mía, no puedo forzarla- y separándola de su amante, sustituí a mi prima con
Teresa.
-Yo no he dicho que no quiera ser tuya- se quejó al verse relegada por mí, sin darse cuenta que con esa
frase estaba implícitamente aceptando la atracción que sentía.
Sonriendo mentalmente, seguí besuqueando a la filipina mientras ella se iba poniendo cada vez más
nerviosa al creer que íbamos a dejarla de lado.
-¿No me has oído? Te he dicho que no es verdad que no quiera ser tuya- repitió alterada mi prima al ser
testigo que mis caricias iban dirigidas solamente a su amante.
La rubia supo que la estaba forzando a reconocer que me deseaba y tras unos segundos en los que no
tenía claro que decir, me contestó:
Soltando una carcajada, me zafé de Teresa y ante su extrañeza, las dejé solas y me fui a la cocina a
recoger los elementos que necesitaba para certificar su entrega. Al volver las mujeres seguían donde las
había dejado sin que ninguna de las dos hubiera hecho el intento de hablar con la otra. Mientras la
filipina estaba tranquila, Ana parecía expectante.
En silencio, dejé un plato sopero en el suelo y tras rellenarlo de leche, mirando a mi prima, le solté:
La preñada sonrió al oírlo y de inmediato se puso de rodillas y sin dejar de maullar, se acercó gateando a
donde había dejado ese recipiente. Admito que me encantó observar la obediencia de esa preciosidad y
por eso me senté a disfrutar de esa seductora imagen.
-Miauuu- maulló y sin dejar de mirarme a los ojos, fue recorriendo centímetro a centímetro la distancia
que le separaba de su objetivo mientras desde el sofá mi pene empezaba a reaccionar.
«¡Es una diosa!», maldije mentalmente al darme cuenta que no podía separar mis ojos del bamboleo de
sus pechos llenos de leche y que me encontraba ya excitado solo con los preliminares.
Lo siguiente fue indescriptible, mi prima al llegar a su meta, agachó la cabeza y como si fuera un
cachorrito, se puso a beber directamente del plato. Os confieso que jamás había visto algo tan erótico.
Por ello me quedé helado al observar a esa mujer sacando una y otra vez su lengua para recolectar en
cada movimiento un poco de la leche que le había dejado. Reconozco que tuve que hacer un esfuerzo
sobrehumano para no levantarme y tomarla ahí mismo.
«Está buenísima», sentencié al observar como unas blancas gotas caían por su barbilla. Nuevamente me
costó permanecer sentado porque todo mi ser me pedía imitarla y lamer su rostro pero Teresa que se
había mantenido callada cuando vio que estaba a punto de terminar, se me adelantó y arrodillándose
junto a ella, recogió con un par de lametazos los restos de leche.
-Tienes a nuestro hombre cardiaco- susurró la morena, señalando el bulto que lucía entre mis piernas.
Comportándose como requería el papel que estaba interpretando, mi prima recorrió los metros que nos
separaban con su nariz pegada al suelo, haciendo como si olisqueara en busca de su sustento. Al llegar
hasta mí, acercó su cara a mi entrepierna y frunciendo la nariz me hizo saber que había encontrado lo
que buscaba.
-Minina, está fría. ¿Te importa ayudarme a calentarla?
Usando todo su arsenal, la rubia le pidió que la ayudara a desnudarse. Teresa no puso ninguna pega y
por eso os he de reconocer que cuando esas dos quedaron desnudas ante mis ojos, mi corazón
bombeaba a toda velocidad. Si de por sí esa visión era ya suficientemente excitante, confieso que me
quedé paralizado cuando esas arpías empezaron a frotar su cuerpo contra mis piernas.
No contenta con ello, Ana se sentó encima de mis rodillas y poniendo sus pechos a escasos centímetros
de mi boca, me los ofreció diciendo:
Aunque desde que retomé el contacto con ella, había soñado muchas veces con sus pezones, tengo que
admitir que al tenerlos a mi disposición, me parecieron aún más maravillosos. Producto de su embarazo,
los tenía enormes y de un color rosado claro. Ya estaban suficientemente duros cuando buscando que la
aceptara, mi prima rozó con ellos mis labios sin dejar de ronronear.
Sabiendo que debía mostrarme como su dueño, retuve mis ganas de abrir la boca y con los dientes
apoderarme de sus areolas. Aleccionada por las enseñanzas del que había sido mi padre, mi ausencia de
reacción, lejos de molestarle, azuzó su calentura y sin parar de gemir, buscó que mamara de sus pechos.
Como le hubiera ocurrido a cualquiera de vosotros, para entonces mi pene lucía una brutal erección y
comprimiéndome el pantalón, me imploraba que terminara con su tortura y lo liberara para follarse a
esa mujer. Pero decidido a afianzar mi dominio sobre ella, reteniendo el dictado de mis hormonas,
permanecí inmóvil.
Teresa decidió ayudar a su amante y colocándose en mi espalda, comenzó a acariciar mi pecho mientras
posaba sus pequeñas tetas en mi cuello. No me cupo duda que no iba a durar mucho con esa pose
cuando note que Ana, imprimiendo a sus caderas un suave movimiento, empezó a frotar su sexo contra
mi entrepierna.
-Amor mío, fóllate a tu gatita- comentó en mi oído la oriental al ver que mi prima había colocado mi
miembro entre los pliegues de su vulva y que comenzaba a masturbarse rozando su clítoris contra mi
verga aún oculta.
Para entonces, Ana ya movía sus a una velocidad pasmosa. Dominada por un deseo tantos años
reprimido, se restregaba sin parar mientras sus ojos brillaban de lujuria. Era tanta la calentura que
demostró que por eso no me extrañó que lo que en un inicio eran débiles gemidos se hubieran
convertido en aullidos de pasión.
-¡Si quiero!- gritó al sentir que, convulsionando sobre mis muslos, su sexo vibraba dejando salir su
placer.
Forzando su entrega, me apoderé nuevamente de uno de sus pezones y regalándole un duro mordisco,
insistí:
Mi brasileñita exteriorizo con un chillido su gozo y mientras empapaba con su flujo todo mi pantalón,
respondió:
-El hijo que espero es tuyo. Te amo desde niña y por eso quiero ser tu mujer.
Su confesión me satisfizo y buscando su boca, introduje mi lengua en su interior, mientras con mis
manos intentaba liberar mi polla de su encierro. Ana que hasta entonces pensaba que había perdido la
oportunidad de estar conmigo, me miró plena de felicidad y con una sonrisa:
Sin esperar mi permiso, se arrodilló frente a mí y poniendo cara de zorrón, llevó su mano a mi pantalón y
desabrochándolo, me lo bajó hasta los pies.
-¡Es todavía más bello de lo que recordaba!- exclamó en voz baja al librar a mi pene de su cárcel, sin
darse cuenta que con ello se descubría.
Al oírla pensé en preguntarle cuando lo había visto pero, viendo su urgencia, no hice ningún intento por
pararla cuando acercando su cara a mi miembro, sacó su lengua y se puso a recorrer con ella los bordes
de mi glande.
-Dame tus tetas- ordené a la filipina mientras separaba mis rodillas y me acomodaba en el sofá.
Teresa saltó por encima de mí y me ofreció sus pechos como ofrenda mientras a mis pies, besando mi
pene, Ana me empezó a masturbar. Convencido que a partir de esa noche, debíamos formar una familia
sin fisuras, con tono autoritario, le ordené que usara su otra mano para masturbar a la oriental.
-Tus deseos son órdenes- contestó y sin dejar de frotar mi miembro, llevó la palma que le sobraba entre
las piernas de la morena y cogiendo su clítoris entre sus dedos, lo empezó a magrear con fiereza.
Os juro que no sé cómo no me corrí al ver a esa preciosidad postrada ante mí mientras alegremente nos
masturbaba a ambos. Lo que sí sé es que me calentó de sobre manera el observar como volvía a
alcanzar un segundo clímax sin necesidad de que yo la tocara.
-¡Quiero tu leche!- sumida en el orgasmo me gritó de viva voz, al tiempo que entre sus piernas su sexo
se licuaba.
A mi lado, la morena rezongó también excitada y acudiendo en su ayuda, se hizo un hueco entre mis
piernas. Aceptando que ambas anhelaban saborear el producto de mis huevos, cerré mis ojos para
abstraerme de esa forma en lo que estaba mi cuerpo experimentando. Ana al ver que su compañera de
cama buscaba con sus labios mi glande, en plan celosa, se vio forzada a buscar ella mi pene y abriendo
sus propios labios, se lo introdujo hasta el fondo.
La acción de las dos bocas y las cuatro manos hizo que la espera fuese corta y cuando ya creía que no iba
a aguantar más, se los anticipé. Mi prima recibió mi aviso con alegría y forzando su garganta con mi
pene mientras Teresa relamía con placer mis huevos, demandó mi placer con más ahínco si cabe.
-¡Qué delicia!- exclamó al sentir que explosionando contra su paladar, empezaba a descargar el semen
que llevaba acumulado.
La filipina queriendo su parte, agarró mi verga y sacándola de la boca de su amada, esparció mi simiente
sobre los pechos de Ana mientras le decía:
Tal y como había anticipado, al terminar de ordeñar mi miembro, la obligó a tumbarse sobre la alfombra
y mientras se dedicaba a recoger mi lefa a base de lengüetazos, me dijo:
«¡Coño con mi primita!», pensé viendo que frente a mí, Ana se veía sacudida por una serie continua de
clímax : «¡Es multi-orgásmica!».
Con la experiencia que me dan mis cuarenta y dos años, os tengo que confesar que considero que hay
pocas cosas se pueden comparar a una mujer berreando cómo una cierva en celo y gritando tu nombre
mientras tú eres testigo mudo desde el sofá.
Emocionado con ese descubrimiento, aguardé a que se tranquilizaran, tras lo cual, levantándolas del
suelo, las llevé hasta mi cama. Ninguna puso impedimento y con ellas desnudas sobre las sábanas de mi
cama, me terminé de desvestir. Sin perderse detalle, mi prima espió mi striptease y con una sonrisa en
los labios, me dijo:
-Sí, preciosa.
Dando un grito demostró su alegría y levantándose de la cama, me obligó a tumbarme junto a Teresa
mientras susurraba en mi oído:
Reconozco que tuvo razón y que no me arrepentí porque nada más dejar claras sus intenciones, se
subió sobre mí y colocando mi glande entre sus pliegues, se fue ensartando lentamente hasta que su
vagina consiguió absorber todo mi miembro.
-¡Necesito sentir tu polla! Me urge ser tuya.
Creo que ni siquiera la oí, mi mente estaba ensimismada mirando la curvatura de su germinado vientre y
la rotundidad de sus hinchados pechos. Ana comprendiendo la inutilidad de sus palabras, comenzó a
moverse usando mi miembro como apoyo.
-No seas malo, ¡fóllatela de una vez!- rugió Teresa mientras se apoderaba de las ubres de la rubia- ¡Lo
está deseando!
Ya convencido, usé mis manos para, de un solo arreón, rellenar su conducto con mi pene. Mi prima, al
sentirlo chocando contra la pared de su vagina, gritó presa del deseo y retorciéndose como posesa, me
pidió que la usara sin contemplaciones. Obedeciendo me apoderé de sus nalgas y presionándolas contra
mí, me afiancé con ellas, antes de comenzar un suave vaivén con nuestros cuerpos.
-Júrame que vas a ser el padre de nuestro hijo. Quiero pertenecerte y que tú seas mío.
Tras lo cual cambié de posición a mi prima y poniéndola a cuatro patas, la volví a ensartar. Ana
respondió a la nueva postura con lujuria y sin parar de gemir, me chilló que no parara. El sonido de la
cama chirriando se mezcló con sus gemidos y completamente entregada a mí, no puso reparo alguno
cuando la oriental presionó su cabeza contra su coño. Lo creáis o no, la rubia sacó su lengua y se dedicó
a lamer los pliegues de la oriental con un ansia tan impresionante que la morena no tardó en correrse.
Con mi dos felinas parcialmente saciadas, convertí mi galope en una desenfrenada carrera que tenía
como único objetivo mi propio placer pero, mientras alcanzaba mi meta, mis amantes se vieron
inmersas en una sucesión de ruidosos orgasmos.
-Sois un par de guarras- exclamé al comprobar que la lujuria de ambas no tenía límite.
-Lo sabemos pero recuerda que somos y seremos de por vida, ¡tus guarras!
Su completa entrega me terminó de enamorar y por eso viendo que estaba a punto de explotar, la
informé. Ella al oírlo, contrajo los músculos de su vagina y con una presión desconocida por mí, obligó a
mi pene a vaciarse en su vagina. Agotado por el esfuerzo, me desplomé a entre ellas. Mientras Teresa
me abrazaba, Ana se nos quedó mirando y fue entonces cuando me percaté que un par de lágrimas
recorrían sus mejillas. Extrañado, le pregunté que le ocurría:
-No has aceptado a las dos como tus mujeres y para mayor felicidad puedo por fin decirte que fuiste tú
quién me desvirgó y que llevo a tu hijo en mi vientre.
Haciéndome el ofendido, pregunté cómo era posible. Casi histérica, Ana me confesó que aprovechando
que estaba borracho en una fiesta se había acostado conmigo.
-Eso no es nuevo, te reconocí bajo tu máscara. Por ello quise que hoy llevaras otra porque sabía que hoy
serías nuevamente mía- contesté.
Todavía más nerviosa, me informó del acuerdo que había llegado con Aurelio y que sin que yo lo supiera
se había inseminado con mi semen. Durante unos segundos, me quedé callado. Tras una pausa que le
pareció eterna, le pregunté cuando iba a dar a luz.
-En tres meses- respondió y temiéndose lo peor, me pidió que no la echara de mi lado.
-No es eso. Quería saber cuánto tiempo tendría que pasar para volverte a embarazar pero esta vez por
un método más tradicional- tras lo cual, acercando a la morena, muerto de risa, espeté a las dos:
-Mientras tanto, ¡preñaré a la minina!...
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La posguerra española fue una dura época para las niñas pequeñas, sobre todo para las que no teníamos
padres. Mis recuerdos de la infancia no alcanzan más allá de unos rostros sonrientes y unos besos
cariñosos. Después, vino un estruendo enorme acompañado de gritos, carreras y un crujido en mi
cerebro precursor de una angustiosa oscuridad. Semanas de lloros en el hospital, mal alimentada y
desesperada, hasta que, por fin, un rostro amable y enérgico a la vez, me vino a sacar de todo aquello.
Mi tía Marta, era una cincuentona todavía de buen ver. Solterona por esos avatares de la vida que ahora
no vienen a cuento, de generosos pechos y amplias caderas, que conservaba todavía una buena figura
camuflada a duras penas por el luto riguroso. Tenía un rostro bonito, pero triste y adusto, que no
sonreía por nada en el mundo, ni para complacer a su sobrina en sus infantiles juegos. Católica fervorosa
y beata como ninguna, me dio una rigurosa educación plagada de rezos, rosarios y visitas a la Iglesia.
Como tantas otras niñas, no fui apenas a la escuela del pueblo; pero fue una decisión llena de sentido
común, ya que mi tía era maestra y se dedicó con un entusiasmo fervoroso a enseñarme a leer y a
escribir. Me adoctrinó en el catecismo y en el espíritu del glorioso alzamiento nacional, amén de tocar
de pasada algo de cuentas y de álgebra.
Debía yo tener unos diez años cuando murieron mis padres en la guerra. Entre hospitales, rezos y
rosarios, me planté en los doce sin saber más de la vida que algún otro comentario que oía en la plaza
del pueblo, en los ratos de juegos que podía compartir con los otros niños bajo la vigilante mirada de la
tiesa de mi tía. Empecé, por aquel entonces, a desarrollarme de manera desmedida para las niñas de mi
edad. Por lo menos eso creía yo, un poco por comparación, y otro poco por las extrañas miradas que me
dedicaban ya, la mayoría de los hombres del pueblo, cuando corría por la plaza jugando al pilla-pilla y
otros juegos infantiles.
Y es que mis pechos estaban ya más crecidos que los de la mayoría de las mujeres hechas y derechas del
vecindario, y mis sujetadores infantiles no estaban diseñados para controlar tanta abundancia.
La verdad es que estaba acostumbrada a que los mayores me dijeran lo guapa que era y lindezas
similares. Nunca le di mayor importancia porque pensaba que se lo decían a todas las niñas. Cuando
pasé a ser el centro de atención de los jovencitos del pueblo lo achaqué, como era natural, a ese
malsano instinto animal y lujurioso de que tanto me había advertido mi tía. Los chicos se interesaban
más en mí que en el resto de mis compañeras porque tenía más de todo: era más alta, tenía más
caderas, las tetas muchísimo mayores, y mi cuerpo, en general, había ya perdido esas delgadeces de la
adolescencia que algunas se empeñan en perpetuar casi de por vida.
Durante los últimos meses mi cuerpo había sufrido todas esas transformaciones bajo la atenta y
preocupada mirada de mi tía. Poco sabía yo de cuerpos de mujeres y, por supuesto, nada del de los
hombres. Nunca había visto a mi tía desnuda por mucho que hubiéramos compartido el hogar familiar
sin ninguna otra compañía. Ella sí que estaba al tanto del mío, ya que desde que me recogió en su casa
se había empeñado en bañarme dos veces por semana y los domingos para ir a misa.
Teníamos una enorme bañera de porcelana que mi tía se encargaba de llenar hasta arriba de agua que
calentaba con el contenido de una olla de agua hirviendo. Hacia el final de la tarde me llamaba para el
baño de rigor. Me ayudaba a desvestirme y, ya desnuda, me hacía colocarme de pie en la bañera. Ella
entonces se despojaba de su vestido para no estropeárselo de las salpicaduras, y se quedaba en corpiño
y enaguas. Eso fue una suerte, ya que me permitía apreciar las formas del cuerpo de mi tía y
compararlas con el mío, consolándome de esta manera, ya que pude apreciar que todo lo que crecía en
el mío se parecía a lo que tenía ella. Mi tía me enjabonaba lentamente y a conciencia, mientras me
preguntaba si rezaba y si no cometía pecados, yo siempre le respondía a todo que sí. Dejaba después
que me frotara con sus manos por todo mi cuerpo para sacarme el jabón. Me envolvía en una toalla y
me mandaba a mi habitación. El mundo no estaba para despilfarros, y ella aprovechaba para bañarse a
su vez en la misma bañera que yo había utilizado.
En los últimos meses el rito se había modificado algo. Ya he mencionado que mis pechos estaban
creciendo mucho, mis caderas aumentaban también considerablemente y empezaba a mostrar un leve
vello púbico que coronaba graciosamente mi entrepierna. Mi tía se concentraba ahora más y más en
frotarme las tetas y la vagina. Decía que eso no podía ser, que sólo tenía doce años y que no era normal
tal desarrollo. Con todos esos tocamientos mis pezones se ponían siempre duros y alcanzaban un
tamaño considerable. Aquello debía de ser la imagen más soñada del más vil de los pederastas, ya que
no dejaba de ser yo una niña de dulces facciones, ojos azules y pelo negro todavía peinado en largas
trenzas, con unas enormes tetas coronadas de unos pezones erectos a más no poder. A todo esto mi tía
no dejaba de abrir los ojos y manosearme más todavía, rezando muchas veces al mismo tiempo, para
que ese desarrollo se detuviera y pidiendo por mí a lo más alto, porque yo no había hecho nada malo y
no me merecía tales desgracias.
Fue para mí una época de confusión y desasosiego. Recuerdo que mi cuerpo empezaba a manifestar una
serie de sensaciones hasta ahora desconocidas para mí. No puedo precisar bien si llegue a sentir
verdadero placer en la bañera. Lo que sí recuerdo son momentos de jadeos y de mucha turbación
mientras mi tía me frotaba el clítoris con una esponja vieja, al tiempo que me aclaraba con la otra mano
los pezones trémulos y a punto de estallar, aunque ya hubieran dejado de tener jabón hacía tiempo.
Ahora recordando aquella imagen, estoy convencida de que mi tía no era lesbiana ni nada parecido. No
era más que una mujer reprimida por sus propios fantasmas y que veía en mi cuerpo el suyo propio,
cuarenta años más joven. Una tarde de ese verano y después de haber pasado una mañana de perros,
antes de la merienda, observé horrorizada como mis bragas estaban manchadas de algo parecido a
sangre y que, además, la cosa parecía grave porque un leve chorro bajaba ya por mis piernas.
Fue uno de los momentos más horribles de mi vida. Eran los albores de la España franquista, mi tía era
una mojigata, y ninguna de mis compañeras de juegos, mucho más niñas que yo en todos los aspectos,
me habían avisado. Mis lloros se oyeron por toda la casa y mi tía acudió presurosa.
- ¡Ya sabía yo que esto tenía que pasar!. ¡Dios mío, qué hemos hecho nosotras para merecer tal castigo!
Aquellas palabras fueron las definitivas y caí desmayada al suelo. Me veía ya condenada a todos los
infiernos, muerta y desangrada, por culpa de mis espantosos pecados que hacían que mi cuerpo sufriera
estos castigos.
Mi tía que era, ante todo, una buena mujer se comportó bien aquella noche. Recuerdo que desperté
tumbada en la cama de su habitación con una toalla húmeda en la sien. Me había cambiado las bragas y
la falda, y me había colocada una compresa que, como mínimo, me daba una sensación de cierta
seguridad. Recuerdo que, entre lloros, me acarició los cabellos y me dijo que toda la culpa era suya, que
tenía que haberme avisado antes, que eso le pasa a todas las mujeres y que no es ningún castigo. Es un
mensaje que nos manda el cielo para que sepamos que ya podemos engendrar hijos en nuestras
entrañas. Cosa que, lejos de ser mala, es una bendición que nos manda el Señor. Yo balbucía todo el
tiempo y no hacía más que repetir que era mentira, que a ella no le pasaba nada de eso, que ya me
había advertido en la bañera de mis abundancias, y era porque yo era mala, y Dios me castigaba de esa
manera.
- No, Anita no - que así me llamo yo por cierto -, perdona por todo lo que te he dicho pero no es cierto -
dijo mi tía apesadumbrada -. Lo que te ha pasado es el período, y sí que es cierto que a mí no me pasa;
pero es que a las mujeres mayores se les quita y eso significa que ya no podremos tener hijos nunca
más. No te preocupes, cariño, que tú aún tienes toda la vida por delante - la lágrima que cayó por su
mejilla fue lo que me convenció de que todo lo que decía podía ser cierto -. - Sí tía, pero entonces, lo de
mi cuerpo sigue sin ser normal. Ninguna niña es como yo. Ninguna tiene tantos bultos ni tantos pelitos. -
Sí hija, eso es verdad, y es posible que no los tengan nunca: pero eso es porque nuestra familia, tu
madre, en paz descanse, y yo somos así, estamos más desarrolladas de lo normal. Entonces me dio un
dulce beso y levantándose de la cama empezó lentamente a desnudarse.
Yo ya sabía por lo que había podido entrever que mi tía era también de generosas medidas, aunque
hasta ahora no le había dado importancia porque su corpiño apretado y su faja, como los que llevaban
todas las mujeres de su edad, ocultaba mucho. Abrí los ojos desorbitadamente cuando mi tía
desabrochó su corpiño y me mostró unas enormes tetas casi el doble que las mías, aunque bastante más
caídas, coronadas por unos estupendos pezones. Después se despojó de su falda y enaguas, y pude ver
también su pubis cubierto de un vello fuerte, negro y rizado. Se quedó, de esta manera, delante de mí
tal como llegó al mundo. Comprobé que sus proporciones eran muy diferentes al del resto de las
mujeres del pueblo. Su cuerpo aunque algo entrado en carnes era precioso y opulento, y su rostro ahora
sonrojado del todo por la situación era hermoso. Entonces acercándose me dijo:
- ¿Ves cariño, como nos parecemos? . Aunque tú - me dijo con una pícara sonrisa- eres mucho más
guapa de lo que yo he sido nunca. Y, además, - añadió mientras acariciaba con sus manos uno de mis
pechos- tienes tantas tetas como yo tenía a los dieciséis.
Algo cambió en mi tía a partir de aquel día. Ya no me bañaba. Decidió que ya era mayor para hacerlo
sola. Aunque, alguna vez, venía antes de tiempo y me miraba, respirando entrecortadamente, mientras
esperaba que yo acabara de secarme, para luego pasar a desnudarse en mi presencia para no perder
tiempo y poderse bañar ella.
Yo estaba un poco liada con esto de las desnudeces de mi tía hasta que un día, cuando era su turno, me
acerqué a la habitación del baño. Quería comprobar si ella se frotaba también la entrepierna como me
hacía a mí antes. No las tenía todas conmigo y pensaba si no sería pecado todo eso de espiar al prójimo,
cuando oí una respiración alta y jadeante que salía del cuarto. Me asomé intrigada. Mi tía estaba
sentada fuera de la bañera con el cuerpo aún mojado y observé estupefacta como se acariciaba una y
otra vez el clítoris, con las piernas totalmente abiertas. Su respiración subía en intensidad y sus tetas se
bamboleaban del esfuerzo de un lado a otro. Tenía los labios entreabiertos, las aletas de la nariz
palpitantes y parecía pasárselo de muerte. Empezó ponerse tensa y todo su cuerpo se puso en tensión, y
mientras sus pezones parecían estar a punto de reventar, emitió un grito ahogado mientras su cuerpo
entero se convulsionaba.
Creo que fue la mayor masturbación que he tenido el placer de observar en mi vida. Ni yo misma he
conseguido nunca algo similar. Yo tenía los ojos abiertos como platos, y mi corazón latía
precipitadamente. Volví corriendo a mi habitación. Me desnudé y me miré en el espejo. Con casi trece
años tenía un cuerpo impresionante. Mis tetas, los últimos meses habían aumentado pero muchísimo
más lentamente, empezaban a luchar contra la ley de la gravedad aunque sin perder la batalla. Giré
despacio observando mi cuerpo en el espejo y tomando conciencia por primera vez de él. Tenía la piel
algo oscura y sin manchas, lo cual le daba una apariencia satinada y suave, mis piernas eran esbeltas y
bien proporcionadas, mi culo redondo, grande y respingón, mi vientre plano y mi cintura estrecha.
Cuando levantaba la mirada aparecían mis pechos enhiestos y generosos. Mis pezones continuaban
sonrosados y erectos, desde que viera la masturbación de mi tía. Pasé mis manos por ellos
pellizcándolos. Un estallido de placer recorrió mi cuerpo y noté una humedad en mi vagina. Bajé la
mano hacía mi clítoris, estaba mojado. Me tumbé en la cama desnuda y ronroneando, y abriendo las
piernas empecé a masturbarse como había visto hacer a mi tía. Oleadas de placer me recorrieron el
cuerpo y, mientras mis dedos frotaban el clítoris, algo subía y subía en mi interior. No podía sacar de mi
mente la imagen de mi tía abierta de piernas y ahíta de sexo. Noté, que iba a pasar algo y una oleada de
placer estalló en mi cerebro, mientras notaba como mi vagina se llenaba de flujos. Me corrí por primera
vez en mi vida y fue maravilloso.
Recuerdo aquel verano como agotador. Mi desarrollo corporal se relajó algo, pero no engañaba a nadie.
Empecé a vestir diferente. Dejé las faldas cortas de niña. No podía continuar con ellas, las mujeres del
pueblo me criticaban y los hombres se ponían nerviosos. Usaba blusones anchos para disimular mis
tetas y no me arreglaba nada. Conseguí calmar a los más mayores, pero los más jóvenes estaban como
en celo. Me llamaban cosas y tuve alguna que otra mala experiencia. Alguno me acorraló y los más
osados intentaron meterme mano. La verdad es que se asustaban rápido y algún que otro manoseo no
me produjo otra cosa que asco. Pero la cosa se fue tranquilizando. Yo seguía disfrutando de mi cuerpo a
solas. A veces observaba a mi tía, a escondidas, como se masturbaba en la bañera y yo también lo hacía,
mirándola
A ella se la veía más animada. Había empezado a vestirse mejor y a arreglarse. Su expresión se había
dulcificado, y aún era una mujer muy atractiva. Pero su nueva imagen le trajo problemas. Mi tía Marta
no se tomó demasiado a mal que el grupo del rosario la dejara de lado, y no la invitaran a las meriendas
en casa de la mujer del sacristán. Ella se cuidaba cada vez más, vestía con faldas modernas ajustadas y
dejó el luto definitivamente. Fue curioso como un poco de dieta, alguna visita a la peluquería y un leve
maquillaje, la convirtieron en una mujer cañón. Los cambios, sin embargo, sólo lo fueron en apariencia.
Marta seguía siendo una fervorosa creyente que siempre me llevaba del brazo a la misa del domingo y
que no se saltaba ni un día el rosario de rigor.
Por otro lado, yo era bastante feliz. Mi nueva afición a la masturbación me hacía conseguir una media de
dos o tres orgasmos diarios. Nunca creí que eso fuera pecado ya que mi tía, la mejor referencia de las
virtudes cristianas, lo hacía también de vez en cuando. Mi otra afición era espiar a hurtadillas todo lo
que podía. No tenía muchas otras distracciones. Los chicos de mi edad tenían serias dificultades de
comunicación conmigo ya que se limitaban a fijar su mirada en mis pechos, en mis piernas o en
cualquier rendija de mi anatomía que conseguían entrever, a pesar de mis ropas de camuflaje. Las chicas
eran otro cantar, creo que me veían como a una extraterrestre y la envidia que les suscitaba, no les daba
otra alternativa que despreciarme. Por eso, a falta de otro entretenimiento, solía espiar a mi tía cuando
atendía a las pocas visitas que se dignaban a aparecer por nuestro hogar. Quizá no fuera buena idea que
aquella tarde la estuviera espiando. Había recibido la visita del padre Damián, nuestro confesor ya que,
como llevaba unos días de gripe y pretendía asistir a la misa del domingo, debía ser confesada para
poder tomar la eucaristía.
Sólo con el paso del tiempo le he dado valor a la figura del padre Damián. Era un buen hombre, sencillo,
amigo de las largas charlas y del vino tinto. Este último defectillo le hacía el blanco de las críticas de la
mayoría de las beatas del lugar. Había sido nuestro confesor de toda la vida y mi tía, que no era nada
tonta, lo tenía en la estima que merecía. Fue el padre Damián nuestro único valedor cuando las mujeres
del pueblo le iban con chismes y mentiras. Las despachaba con viento fresco y les decía que la
naturaleza era la única responsable de nuestras virtudes corporales y que, en todo caso, el pecado
estaba en otro sitio que en nuestros cuerpos. Aquella tarde, como he dicho, no pude evitar espiarles. No
sabía que iba a presenciar una confesión. Si lo hubiera sabido nunca hubiera vulnerado el sagrado
secreto. Yo simplemente observaba al capellán de nariz colorada, por los tientos que le debía de haber
dado al tintorro en la taberna, como, sentado al borde de la cama donde reposaba mi tía, charlaba
animosamente con ella. Al cabo de un tiempo oí la voz velada de mi tía.
- Ave María Purísima - el padre Damián automáticamente besó la estola y se la puso alrededor del cuello
-. Padre, hace una semana y media que no me confieso. - - Sin pecado concebida, poco tiempo te habrá
dado para pecar, hija. Dime, de todas maneras, tus faltas, que Dios lo perdona todo. Me quedé
paralizada. Esas frases de rigor ya las había oído antes en mis propias confesiones. ¡Yo no podía oír eso!.
Decidí que era demasiado tarde. Si me movía ahora me podían descubrir, ya que el capellán había
variado su posición con respecto a la rendija de la puerta.
- Lo de siempre padre, la carne. No sé qué me pasa, de un tiempo a esta parte casi no me puedo
controlar. Sin ir más lejos, desde que estoy enferma me he masturbado un par de veces.
Yo no podía dar crédito a lo que oía. ¡Eso era un pecado y,... de la carne!. Nunca lo hubiera dicho. Yo
nunca lo había confesado por desconocimiento. Debía de estar en pecado mortal. Tuve un impulso de
salir corriendo a la Iglesia donde, con suerte, podría encontrar al coadjutor para una confesión rápida.
- Marta, Marta - dijo el padre sonriendo beatíficamente -, ¿qué vamos a hacer contigo?. Ya te he dicho
que no es bueno que la mujer esté sola, que necesitas un compañero. Búscalo, y mientras no te lo dé
Dios, castidad, Marta, castidad. Por todos los Santos, cuando te entren ganas reza, que el cielo te
ayudará. Venga, cuatro padrenuestros y tres avemarías, te espero mañana en misa. - - Si es que, padre,
-mi tía se resistía en acabar tan pronto - tengo muchos calores por todo el cuerpo.
Para dar más énfasis a sus afirmaciones, mi tía se destapó, despojándose del cobertor y mostrándose al
padre Damián en camisón. Recordemos que era la posguerra, y que incluso había maridos que no
habían llegado a ver a sus propias mujeres de esa guisa. El sacerdote tuvo, de esta manera, una visión
reservada a muy pocos: mi tía Marta mostraba toda su opulencia apenas cubierta por una camisón
semitransparente, sin las ataduras del corpiño y la faja. La parte inferior del camisón - supongo que por
las agitaciones de la propia confesión -, se le había enrollado hasta los mulos, mostrado la totalidad de
sus macizas piernas. Si darse cuenta de la situación mi tía, empeñada en explicarle al padre Damián,
siguió con su apasionada confesión.
- Se me calienta todo el cuerpo y entonces me arden los pechos, - decía apretándoselos e intentando
abarcarlos con las manos, tarea imposible ante tanta abundancia -. Después me arde aquí, dijo
llevándose las manos al sexo y abriendo simultáneamente las piernas, simulando la postura que yo tanto
conocía de sus masturbaciones. - - Dios mío, Dios mío - empezó a articular el sacerdote, mientras miraba
embobado esa imagen de hembra exuberante medio desnuda y en plena explicación lujuriosa -, tápese
hija mía, tápese, que soy un cura de pueblo y no estoy acostumbrada a estas visiones. Mal está que a ti
te arda el cuerpo; pero peor será que por ello me tenga que condenar yo al infierno - balbució
precipitadamente, mientras que, sin apartar la mirada de esas carnes colosales, comenzó su rápida
retahíla -. "Ego te absolvo in nomine pater,...".
Con la cara contraída salió de la habitación de mi tía, haciendo la señal de la cruz desde la puerta. Mi tía
no entendía nada. Yo, la verdad sea dicha, que la única conclusión que saqué de todo aquello era que
debía de confesar mis pecados y, a partir de aquel momento, relaté siempre al bueno del padre Damián
mis toqueteos y mis orgasmos, con todo detalle. El buen sacerdote sufría en silencio aquella sinceridad
perdonándome siempre, dándome penitencias fáciles y aprovechando para soltarme alguna frase de
buen humor o de sentido común, de las que hacía alarde a pesar de lo sufrido de la situación
Con el ánimo de seguir los consejos del cura mi tía empezó a fijarse en el sexo opuesto. No tenía muchas
oportunidades en un pueblo pequeño y con pocos hombres libres. Hasta que apareció en nuestras vidas
el señor Antonio. El señor Antonio era un vecino que se había quedado viudo hacía unos años. Debía
rondar por los sesenta y cinco años. Estaba bastante estropeado. Había que reconocer que su anatomía
dejaba bastante que desear: era más bajo que mi tía, gordo y sudoroso. Su rostro tampoco era nada
atractivo, llevaba el poco cabello que le quedaba sin arreglar y sus ojos estaban censurados por unas
enormes gafas de concha con cristales gruesos. Tenía un carácter taciturno y de pocas palabras, pero era
el único hombre del pueblo que, a veces, se paraba a hablar con nosotras. Al resto no se lo permitían sus
respectivas mujeres, para las que debíamos ser, en aquella época, algo así como la encarnación del
pecado. Los cambios en el estilo de mi tía, no fueron acicate para nuestro vecino. Su nuevo empaque
acaparaba tanto la atención de los hombres que casi se habían olvidado de mí, escondida en mi nueva
imagen de patito feo. Antonio, empezó a desengañarse de ella: aquel cuerpazo no podía ser para él.
Marta, sin embargo, parecía tener las cosas claras. Lo invitó una tarde a tomar café. Se vistió de manera
provocativa. Se puso una falda con raja y unas medias, de manera que enseñaba casi toda la pierna.
Llevaba una blusa ajustada con un escote enorme, yo nunca se la había visto antes. El señor Antonio casi
no podía articular palabra mientras ella cruzaba las piernas una y otra vez, inclinándose sin motivo para
mostrarle el escote. Antonio no podía desviar la mirada de esas tetas tan gordas que, sin corpiño, le
debían parecer una visión celestial. Yo no hacía más que observar impresionada un bulto que le iba
creciendo en la bragueta a ese señor. Rodeada de tal sensualidad me costaba seguir la conversación,
porque había empezado a mojarme toda. Por aquella época yo me masturbaba unas dos veces por día
así que, de repente, empecé a tener unas ganas locas de tocarme un poquito. Les dije que estaba
cansada, que me iba a dormir y me retiré.
Antes de irme a mi habitación y como ya era habitual en mí, me quedé a espiar. Mi tía ya se había
acercado al señor Antonio, apoyándose descaradamente en él con sus senos y caderas, como si fuera
algo casual. Él ya no podía disimular el grandioso bulto que tenía en el pantalón, más que nada porque
mi tía se lo miraba fijamente. Mi tía Marta levantó la mirada del bulto para fijarla en los ojos vidriosos
del pobre hombre y, muy despacio, le cogió la mano y la introdujo en su fabuloso escote. Antonio
excitado, a más no poder, empezó a respirar fuertemente. Mi tía cerró los ojos y echando la espalda
hacia atrás, se abrió toda la blusa, mostrándole unas tetas monumentales. El señor Antonio se abalanzó
sobre esos globos, hinchados por la excitación y por la postura, y dirigió ansiosamente su boca a los
pezones y los chupó con deleite, mientras intentaba amasar con sus manos los enormes pechos. Mi tía
puso los ojos en blanco y se dejó hacer. El hombre empezó a acariciarle las piernas subiendo poco a
poco, mientras no soltaba de su boca el voluminoso pezón. Ella saboreó un rato el momento y luego
optó por ponerse en pie delante de él, y desnudarse por completo. Antonio abrió los ojos ante la visión,
a pocos centímetros de su cara, de un pubis impresionante cubierto por una pelambrera de vello rizado
y oloroso. Enloquecido y poniendo las manos sobre las también voluminosas nalgas de mi tía, la atrajo
hacia sí, y hundió su lengua en la vulva chorreante que le ofrecía, chupando como un poseso. Marta
gritó y creó que se corrió inmediatamente, estaba excitadísima. El señor Antonio estaba todo colorado y
hacía unos ruidos raros con la boca. Se calló cuando mi tía lo atrajo hacía ella, poniéndolo de pie y
acariciándole la entrepierna. Hábilmente le abrió la cremallera y sacó algo fuera. Era la primera vez que
yo veía algo así. El señor Antonio tenía un pene enorme - eso me pareció entonces, aunque debía ser
más bien normalito -, estaba todo rojo y mi tía lo empezó a acariciar con dulzura una y otra vez. Su mano
se cerraba suavemente entorno al miembro y la movía con un ritmo lento, mientras observaba
extasiada como aumentaba de tamaño.
Yo no me podía aguantar más. Me fijaba en sus caras de placer y no podía apartar la mirada de ese
miembro viril tan apreciado por mi tía. Introduje los dedos por mis braguitas y me masturbé observando
el espectáculo. Antonio que gemía sin parar, sacó fuerzas de flaqueza y dándole la vuelta a mi tía, la
dobló contra la mesa y la penetró por detrás como hacen los animales. Empezó a dar embestidas fuertes
mientras intentaba aferrar a mi tía por las tetas. Ella gritaba como una cerda, sin preocuparse de que la
pudiera oír nadie. Yo ya estaba a punto de llegar. Movía enloquecidamente los dedos sobre mi clítoris.
En un momento, Antonio dio un grito, y se corrió precipitadamente dentro de mi tía. Ella empezó a
convulsionarse en silencio, pero con movimientos bruscos, diferente de como se corría cuando se
masturbaba. Yo a todo esto, había tenido mi primer doble orgasmo y con un hilillo de saliva, rezumando
por la comisura de mi boca, me precipité corriendo a mi habitación.
Antonio y mi tía siguieron protagonizando escenas similares. El pobre Antonio ponía, a veces, caras de
no entender como tenía tanta suerte de disfrutar de todo eso. Y lo cierto, es que siempre que los espié,
desnudos a los dos, estaba claro que ella era una estupenda hembra, y él un viejo gordo y baboso. Pero
a mi tía le excitaba. Cuando mi tía se la chupaba con fruición yo les observaba a hurtadillas, y me
calentaba mucho viendo al señor Antonio correrse. Descubrí de esa manera que no necesariamente el
sexo y la belleza física están relacionados.
Me acostumbré a tener al señor Antonio por la casa y como no lo veía como una amenaza, porque mi tía
lo dejaba totalmente satisfecho y agotado, no me preocupaba mucho esconder mi cuerpo delante de él.
Una tarde mientras leía en el sofá descubrí que me miraba las piernas embelesado. Mi primera reacción
fue taparme, pero algo en la expresión de su cara hizo que me excitara. Despacito y como si no me diera
cuenta las fui abriendo, hasta que él pudo vérmelas enteras y parte de mis braguitas. Observé de reojo
como se le hinchaba el bulto del pantalón. A mi mente llegó con rapidez la imagen de ese pene, que se
ponía erecto en mi presencia, dentro de la boca de mi tía. Empecé a acalorarme, me levanté de un salto,
me metí en el baño y me masturbé furiosamente.
Yo era entonces muy pequeña, trece años nada más. Aunque me excitara el señor Antonio y lo hubiera
visto desnudo y haciéndole de todo a mi tía, no me cabía en la cabeza que pudiera poner sus manos
sobre mí. Lo veía pecado, aunque no sabía muy bien por qué. Pero tenía que inventar algo para calmar
mis sofocos. Tuve una idea genial.
Por aquel entonces nos estaban instalando una ducha en casa. En el pueblo no acababa de cuajar
todavía ese invento moderno y poca gente lo usaba. En nuestra casa se había habilitado una pequeña
habitación como cuarto de baño secundario que contenía la ducha, un pequeño lavamanos y un espejo
enorme que lo coronaba. La puerta no tenía pestillo. Aquella tarde no me vestí como un patito feo.
Esperé al señor Antonio en el sillón de costumbre, para iniciar nuestro ritual de las piernas, aunque esta
vez llevaba una minifalda y unas bragas negras que le había cogido prestadas a mi tía. Me puse una
camiseta ajustada sin sujetador y lo esperé. Antonio cuando llegó tomó su posición estratégica de
siempre delante de mí. Se quedó atónito mirándome, quizás viéndome por primera vez. Observó los
bultos que formaban mis pechos dentro de la camiseta, y como yo estaba ansiosa, la marca que hacían
mis pezones excitados. Iniciamos el rito de: yo abriéndome de piernas como quien no quiere la cosa y él
babeando, mirándome, y a punto de reventar el pantalón. Empezó a respirar agitadamente y temiendo
que se corriera allí mismo y estropear el invento, me levanté de un salto y le dije que me iba a duchar.
Entré en la ducha y esperé, escuchando los ruidos de la casa. Como había previsto unos pasos furtivos se
acercaron a la puerta del cuarto de baño. Desde la rendija entreabierta se observaba el espejo que, a su
vez, daba una imagen completa de todo mi cuerpo. Hay que recordar que yo era una experta espía y
tenía todos los ángulos de la casa estudiados. Excitadísima por sentirme observada empecé a
desnudarme lentamente. La camiseta salió sola y mis tetas cayeron bamboleándose con todo su
esplendor, oí un gemido apagado tras la puerta, probablemente él no se esperaba eso. Después, me
acabé de desnudar y, ahogando mis ansias, me observé ante el espejo sabiendo que él también me veía.
Admiré mi cuerpo cada vez más opulento, acaricié un poco mis pezones y me metí en la ducha sin cerrar
la cortina. De la rendija de la puerta venía un ruidito como de vaivén, imaginé que el señor Antonio se
estaba masturbando en mi honor. Abrí el agua y me enjaboné lentamente, me paraba en los pezones,
iba muy despacio en la vulva, me giré y me enjaboné el culo pasando la esponja poco a poco por la raja.
Era consciente en todo momento que Antonio me miraba, que no se perdía detalle, porque aumentaba
el ritmo de los ruidos. Eso acabó con todos mis pundonores, un calor se concentró en mi clítoris, nadie
se había masturbando antes mirándome. Me giré de cara hacia el espejo, levanté una pierna apoyándola
en el lavamanos, y ofreciéndole una imagen de mi sexo abierto, me masturbé yo también, feliz y
dudando si el señor Antonio podría soportar tal exhibición.
Antonio soportó esas exhibiciones unos seis meses. La cantidad de veces que copuló con mi tía de
manera bestial, sus gritos ya se oían en la calle, y todas las pajas que se hizo a mi salud, acabaron con la
suya. Las últimas veces que los espié habría jurado que cada vez que mi tía se la chupaba, algo también
le chupaba del alma, porque su expresión se fue haciendo cada vez más lánguida. Antonio murió con mi
tía sentada encima cabalgándole como una cosaca, jamás vi a nadie morir tan feliz, ni disfrutar tanto de
su última corrida.
La desgracia y lo que nos sorprendió a todos fue que mi tía, una mujer esplendorosa y, al parecer, en su
mejor apogeo sexual, murió también al cabo de un mes embargada por la pena.
Mi mundo se derrumbó por completo. Volvía a estar sola en una España que no entendía, plagada de
miseria y de hipocresía. La casa de mi tía se me hacía enorme. La imagen de su entierro aún la recuerdo
como en una nebulosa de lágrimas. No tuve suerte. Mi tía había muerto embargada hasta las cachas. Lo
único que tenía en propiedad era la casa; pero estaba hipotecada. El buen padre Damián vino una tarde
a verme y apesadumbrado me informó que, después de pagar todas las deudas, no me quedaba nada.
Acababa yo de cumplir los trece años y mi tía lo había nombrado mi tutor, ya que era la única persona
en quien confiaba. Intentó explicarme que se ponía en mi lugar, pero que no podía ayudarme. Apenas
podía subsistir de lo que recogía de las limosnas, nunca fue un cura demasiado fascista y el régimen lo
empezaba a mirar con malos ojos. Me suplicó que le entendiera que, aunque quisiera, no podía ir a vivir
con él. Lo único que le faltaba era convivir con una jovencita explosiva, para que las beatas del pueblo lo
hundieran en la miseria. Me contó que conocía, cerca de un pueblo de Valladolid, a la superiora de un
orfanato. Era el orfanato de San Elías, exclusivo para niñas. Sabía de buena tinta que no se comía mal, y
que las monjas no eran excesivamente rigurosas en cuanto a los castigos corporales. Me dijo que mi tía
hubiera querido para mí que continuara mi educación cristiana. Debía hacer tripas corazón y
encomedarme al Señor, para que me ayudara en mi nueva vida.
Una mañana fría del mes de febrero, bajé del autobús de línea aferrada a la mano del padre Damián.
Andamos un buen trecho, lo cual me provocó ciertos sudores, porque llevaba puesta encima toda la
cantidad de ropa que había podido conseguir. Así pertrechada, y con una maleta que nos turnábamos, a
ratos, el padre y yo, anduvimos por el sendero que conducía a San Elías. Yo no hablaba casi nada desde
el entierro de mi tía y me dejaba llevar. No se me pasó por la cabeza rebelarme en ningún momento, mi
vida había sido siempre de obediencia y respeto a mis mayores, y al padre Damián lo respetaba
especialmente. De esta guisa llegamos a una verja que rodeaba un gran convento con jardín. El padre
tiró de la campanilla que colgaba de la puerta de madera maciza que flanqueaba la entrada.
Ave María Purísima - se oyó una voz que salía del interior -, por Dios padre Damián, es usted, lo
esperábamos hace días...
Una monjita muy anciana nos abrió la puerta y tras dirigirme una mirada extraña, se apresuró a
llevarnos ante la superiora. Entramos en un vetusto despacho que sólo tenía una pequeña mesa de
escritorio, un enorme crucifijo en la pared y un biombo que tapaba completamente una de las esquinas.
Por una estrecha ventana de sucios cristales se oía el gélido viento agitando los limoneros del patio. Me
quedé de pie junto a la puerta mientras el padre Damián saludaba a la superiora y la ponía en
antecedentes.
La superiora del orfanato de San Elías, era una mujer gordísima, fea hasta la saciedad y con un bigotillo
horroroso que le daba un cierto aire cómico. Después de conversar con el padre, me dirigió una mirada
desaprobadora de arriba abajo e hizo sonar una campanilla que tenía sobre la mesa. Apareció una
monja joven, delgada y pizpireta, que me dirigió una leve sonrisa y miró inquisitivamente a su superiora.
Sor Leocadia, haga el favor de buscar el uniforme de la talla mayor que encuentre, tenemos una nueva
huérfana con nosotros.
Sor Leocadia volvió con unas ropas entre sus manos y las depositó en una silla cerca del biombo. La
superiora se acercó a mí, me quitó el sombrero de viaje lanzándolo con furia hacia el suelo, me deshizo
el moño y empezó a hurgar con sus manos entre mi melena de rizos oscuros.
Mucho pelo es este para una niña tan pequeña, esta golfilla debe de estar llena de piojos, la tendremos
que rapar al cero, - dijo mientras acercaba el rostro a mi cuero cabelludo intentando encontrar algún
bichito que la hiciera feliz -.
Ya he explicado que una de las mayores virtudes de mi tía había sido siempre la higiene. Durante todo el
tiempo que estuvimos juntas, me lavó y me enseñó a lavarme, amén del uso que hacíamos, moderado
pero efectivo, de los cosméticos más utilizados de la época.
Defraudada por la inspección, se entretuvo un tiempo con mis cabellos entre sus dedos apreciando la
textura de mis rizos y la ausencia de suciedad en ellos. Furiosa me arrancó el abrigo y observó por detrás
de mis orejas. Se humedeció el dedo pulgar en saliva y me frotó rabiosamente en el cuello. Mi piel
siempre ha tenido un tono dorado, casi de moreno natural, poco habitual en aquella época. Supongo
que lo confundió con suciedad, frotó hasta que me enrojeció la piel. Pero no observó el menor rastro de
mugre.
Vamos, niña, el padre Damián ha debido de lavarte la cara antes de llegar. Pero sólo tienes limpio eso,
¿verdad?. Bien veremos el resto y de paso aprovecharemos para tirar esas ropas y ponerte un uniforme
como Dios manda. Ponte tras el biombo y desnúdate.
Yo obedecí como me habían enseñado a hacer. Me puse detrás del biombo y empecé a quitarme la
ropa. La superiora se colocó detrás de mí tapando, de esa manera, con la inmensidad de su hábito,
cualquier resquicio por el que pudiera ver algo el padre Damián. Me miraba con suspicacia, mientras yo
me quitaba prenda tras prenda. Supongo que se había hecho una idea algo equivocada de mi figura
porque no contaba con toda la ropa que llevaba encima. Me quité los abrigos, jerseys y vestidos que
llevaba, quedándome en bragas y sujetador. La expresión de la monja fue pasando del desprecio al
asombro, progresivamente. No debía de haber visto nunca una figura como la mía. El sujetador no podía
contener mis exuberantes tetas, y parecía a punto de estallar de un momento a otro. Los ojos de la
superiora me recorrían de arriba abajo deteniéndose repetidamente en la forma perfecta de mi redondo
culo respingón, del lascivo valle que formaba mi pubis entre los muslos,...
Sí, madre - obedecí -, soltando mi sujetador y conociendo el efecto bamboleante que iban a provocar
mis tetas -. Estoy limpia por todos sitios, mi tía me decía siempre que la limpieza nos acerca a Dios -
añadí mientras, bajaba mis bragas hasta el suelo y dejaba a la vista un reluciente pubis de vello rizado y
brillante, que cubría totalmente mi entrepierna.
La superiora dio un traspié y pareció por un momento que iba a perder el sentido. Apoyó su mano
contra el biombo y sin poder dar crédito a lo que veía, acercó su dedo ensalivado a mi nalga izquierda y
frotó un poquito, supongo que para comprobar que esa piel satinada y oscura que yo tenía era natural y
no era producto de la suciedad que se empeñaba en encontrar. Miró fijamente mis pezones que, sin
estar enhiestos, ya tenían de natural un tamaño considerable, y alzando la mano me dio una sonora
bofetada.
Aquí aprenderás a obedecer a tus mayores y a no contestar si no te preguntan. Ponte el uniforme, y que
no te vuelva a sentir.
No pude evitar sentir los cuchicheos cuando me sentaron en la mesa del comedor y me dieron algo de
pan con mantequilla.
Trece años recién cumplidos, hermana. Ya sé tiene cuerpo de mujer, pero es que ha debido salir a su tía,
en paz descanse.
¡Qué mujer ni que ocho cuartos!. Tiene cuerpo de fulana. Parece la puta de Babilonia, nunca he visto
nada igual.
Hermana, no es más que una niña y ha sido educado en el temor a Dios y en el respeto a sus mayores.
Está sola en el mundo usted me debe algún favor...
El padre Damián se despidió de mí acariciándome la mejilla y haciéndome prometer que sería buena.
Dijo que vendría a verme de vez en cuando, que no me preocupara. No lo volví a ver en mi vida.
Había otras treinta huérfanas en el convento, pero no eran como yo. No, no me refiero a sus cuerpos, a
eso ya estaba acostumbrada. Parecían todas animalillos desvalidos con caras famélicas y asustadas por
todo. Algunas eran más mayores que yo, pero eran feas y desgarbadas, con piernas como sarmientos y
casi ninguna llevaba sujetador. Tuve algún enfrentamiento con alguna, y tuve que tragarme mi orgullo y
mi amor propio; pero yo era una niña bien educado y había aprendido a aceptar el destino como me
venía dado, sin cuestionarme nada más. Al principio, cuando nos lavábamos juntas tuve que soportar
burlas y humillaciones de las mayores, y miradas asombradas de las menores que me miraban con ojos
como platos. No me avergoncé en ningún momento del cuerpo que Dios me había dado, porque, por
suerte, ya había comprobado con el señor Antonio que lo que yo tenía era digno de admiración, y no
tenía nada que ocultar ante los demás.
Recuerdo aquellos primeros días como muy tristes. Iba a algunas clases, con las mayores, porque la
formación que me había dado mi tía me hacía estar por encima de la media y seguía las clases sin más
complicaciones. Cuando dormía por las noches en mi litera, a veces recordaba mi vida anterior, y el día
que me apetecía me masturbaba dulcemente, recordando las imágenes del señor Antonio montando a
mi tía en la cocina de nuestra casa o cuando me duchaba dejando la puerta entornada para que Antonio
me viera desnuda a través del espejo.
Había un sacerdote que visitaba el convento cada domingo para dar misa y para oír a las huérfanas y a
las hermanas en confesión. El padre Angel no se parecía en nada al padre Damián. Era más joven, alto y
enjuto y llevaba una sotana negra y gastada. En las misas daba gritos y nos anunciaba el infierno. Nos
amenazaba a menudo con la figura del diablo y con la de los rojos, esos que habían perdido la guerra y
que parecían más peligrosos incluso que Satanás en persona.
No fui consciente de la pinta que debía tener con el uniforme del orfanato, hasta que me cruce algún
domingo con el padre Angel a la salida de misa y me dedicó algunas miradas de sorpresa. Llevábamos
una falta corta plisada, que dejaba ver las piernas y un peto ajustado en la parte superior. Este atuendo
favorecía a las niñas pequeñas, pero a mí de debía hacer parecer otra cosa. Mis piernas eran largas y
torneadas y el tamaño de mis caderas hacía que los pliegues de la faldita se abrieran más de lo normal.
Mis pechos comprimidos por el peto debían dar una imagen que contrastaba con mi carita de niña y las
trenzas que me obligaban a hacerme las monjas.
Hola, tú debes de ser Ana la niña nueva - me dijo, mientras me acariciaba la mejilla y con el dedo
meñique me hacía cosquillas detrás de la oreja -.
Sí padre, - le contesté yo, contenta de que alguien me tratara con algo de afecto -.
Me han dicho las hermanas que eres muy buena y que rezas mucho. Pero hija, no te he visto nunca en el
confesionario. Tienes que confesarte para pedir perdón a Dios por tus pecados. Te espero el próximo
domingo antes de la misa, no me faltes.
Sí padre, - dije yo, feliz de poder confesarme con alguien tan amable -.
No había confesionarios en San Elías. El padre Angel se ponía en el rincón más alejado de la capilla en
una silla y colocaba a su lado un reclinatorio. Mientras observaba mi turno rezando de rodillas observé
que esa posición le permitía acercar el rostro a las orejas de las niñas y oírles en confesión apenas por
susurros. Me parecía una medida acertada ya que, sin confesionario era muy difícil mantener el
anonimato.
Sin pecado concebida. Veo Anita que me has hecho caso, eres una niña muy obediente. - Dijo mientras
hundía su nariz en mi pelo y acercaba su boca a mi oreja. Después, pasó su brazo entorno a mis hombros
y me acercó un poco a él, de manera que yo apenas me podía mover haciendo, por tanto, la confesión
muy íntima. El padre Damián nunca me había cogido de esa manera, pero era una sensación agradable y
relajante, y no me sentí incómoda.
Hace unos meses que no me confieso padre. Desde que murió mi tía he estado muy triste y no me he
acordado.
No te preocupes, hija el Señor lo entiende todo y está dispuesto a perdonarte. Dime, en qué has pecado.
Solté la retahíla de pecados menores por los que siempre empezaba. Después solía contarle al padre
Damián los pecados de la carne. Pero, no conocía al padre Angel, su cercanía y su boca en la oreja
susurrándome, hizo que no me atreviera a decirle nada por propia iniciativa. Se hizo un silencio en la
confesión. El padre Angel susurró suavemente en mi oreja.
El cuerpo del padre Angel se puso tenso y me apretó un poco más hacia él. Su voz se hizo más dulce. Yo
apenas me podía mover y empezaba a sentirme un poco atrapada.
Sí, padre.
Noto mucho gusto que me sube y me sube, luego - recordé lo que le decía mi tía al señor Antonio
cuando la penetraba -, me corro toda.
Dios Santo, hija, dijo escandalizado el sacerdote, eso es que llegas al final. Tienes orgasmos. ¿Y cuántas
veces lo haces?
Viciosa, eres una viciosa. - Parecía que me iba a caer una penitencia exagerada -.
No me hago a la idea, hija. Para perdonar los pecados he de saber cómo se cometen. Tócate ahora que
yo vea cómo lo haces.
¡Pero, padre!
No podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Allá en la capilla, donde me podía ver alguien.
Desesperada, giré lo que pude el cuerpo para ocultarlo de la vista. Bajé la mano disimuladamente y,
levantando la falda de pliegues, la introduje por la parte superior de mis bragas. Dudé un momento,
pero empecé a mover los dedos rítmicamente acariciándome el clítoris.
Así, padre. Lo hago así - dije descompuesta mientras notaba su respiración jadeante en mi oreja -.
Bien hija, muy bien. Ya me voy haciendo a la idea. Y mientras te tocas ¿en qué piensas?.
En diferentes cosas, en mi tía cuando hacía el amor con el señor Antonio, cuando el señor Antonio me
espiaba mientras yo me desnudaba,... - confesé de carrerilla intentando acabar cuanto antes y sacando
la mano de mis bragas disimuladamente -
No pares de hacerlo hija, sigue -dijo sin contener sus ansias -. Y cuéntamelo mejor todo.
Sí, padre - contesté volviendo a masturbarme ahora ya más fácilmente porque mi clítoris estaba
humedecido -.
Eso es, no dejes de mover la mano. Mientras ese señor hacía el amor con tu tía, ¿le viste el miembro
viril?, ¿Lo tenía grande?. Eso, muy bien, no te pares.
Yo me estaba excitando cada vez más. Estaba toda mojada y no me podía escapar del caliente abrazo de
ese hombre, que respiraba ya agitadamente en mi cuello, haciéndome sentir escalofríos que recorrían
toda mi espina dorsal.
Sí que se lo vi muchas veces - cerré los ojos recordando la verga del señor Antonio palpitante dentro de
la boca de mi tía, sin dejar de masturbarme - Lo tenía grande y bonito. Mi tía se arrodillaba delante de él
y lo acariciaba y se lo metía en la boca, por favor padre, ya no puedo más.
Sigue, no te pares, ¿y a ti te gustaba verlos, verdad? .Te daba gusto masturbarte, mientras ellos
fornicaban y luego te corrías, ¿verdad?. No te pares. Ahora también te da gusto, ¿verdad?
Sí padre, me daba gusto y ahora también -le contesté, mientras me masturbaba ya sin querer parar -.
Por favor, padre que me va a venir -dije casi llorando por la vergüenza -.
Sigue. - Me susurró al oído, dándose cuenta que mi cuerpo entero había adoptado ya el ritmo de la
masturbación -. Muy bien, sigue así, sin pararte y más deprisa. No te vayas a parar ahora.
Sí padre, sí -dije ya rendida a la evidencia de mi inminente orgasmo -, Me gusta, qué bien. Me va a venir,
me va a venir,...
Sigue, sigue...
Oh, Dios mío, padre, que me corro -mi cuerpo se convulsionó cuando me llegó un orgasmo pleno -, me
abandoné a los placeres de aquel extraño orgasmo adornado por esa respiración jadeante en mi cuello y
ese abrazo lascivo del sacerdote, que no me permitía mover más que mi mano que ya totalmente
descontrolada, frotaba y frotaba mi clítoris palpitante. Mmmmm - susurré mordiéndome los labios y
ahogando un grito desenfrenado que surgía de mi garganta para ahogar ese place indescriptible -.
Muy bien, hija muy bien. De todas maneras esto no es normal a tu edad. Tendré que hablar con Don
Pancracio, para que te haga una visita médica. Me tienes que prometer que después que te reconozca
volverás a confesarte.
Asimilé pronto lo que sucedió en el confesionario como algo normal. Llegué a la conclusión de que cada
cura tenía su propio estilo para confesar y, aunque, había pasado un mal rato al principio, luego había
estado bien. Más me intrigaba su comentario sobre una posible enfermedad. Por eso respiré aliviada
cuando me dijeron que Don Pancracio, el médico del pueblo me esperaba en la enfermería.
La enfermería de San Elías era una pequeña estancia poco iluminada. Tenía una desvencijada camilla y
un pequeño armario botiquín donde se guardaban cuatro medicinas. Sentado en el centro de la
estancia, y en la única silla, había un hombrecillo con un traje de pana. Había en él algo ridículo, tenía
una calva reluciente, gafas redondas de alambre y un bigote pequeño que subrayaba su naricilla chata.
Se levantó cortés cuando entré en la habitación.
- Así que tú eres Anita - dijo con una voz atildada, mientras extendía su mano -. Hola, soy el doctor
Pancracio.
Yo estreché su mano orgullosa. Nunca hasta ahora ningún hombre me había mostrado tanta educación.
Él la retuvo un momento y me observó con curiosidad.
- Vaya, el padre Angel no me dijo que eras tan guapa - añadió mirándome a los ojos -. Tienes unos ojos
azules preciosos. Con un movimiento hábil, me soltó el pelo que tenía recogido en una cola de caballo.
Pareces una princesa de cuento de hadas. Recorrió después con la mirada el resto de mi cuerpo, no te
veo demasiado enferma; pero el padre Angel me ha pedido que te haga un reconocimiento.
- Empezaremos por las piernas. Bien, levántate la falda. - Me la levanté por encima de las rodillas -.
- Tienes unas piernas perfectas. Largas y morenas. Veamos la piel. - El doctor, puso sus manos en la
parte trasera de mis tobillos, y poco a poco, las fue subiendo acariciándome los muslos -.
Era una sensación tan agradable. Hasta ahora ningún hombre me había tocado. Sus manos estaban
calientes. Cada vez me gustaba más ese contacto.
- Qué piel más suave. Tus piernas son muy macizas. Estupendas. Súbete más la falda. Eso es, sigue hasta
arriba. Eres una niña muy obediente. - Obedecí subiéndome la falda por encima de la cintura. Sus manos
ascendieron hasta palparme el trasero, a través de la tela de mis bragas. Se detuvieron allí
acariciándomelo -.
Yo cerré los ojos disfrutando de la caricia. No podía dejar de excitarme el pensar qué más me podía
hacer.
- Mmmm, veo que estás hecha toda una mujer - dijo sin soltarme el culo y mirando fijamente mi
entrepierna, donde mis bragas transparentaban el vello púbico -. No me extraña que disfrutes de tu
cuerpo, has de saber que el padre Angel me lo ha contado todo. Muy bien sigamos con la revisión,
quítate la ropa y quédate sólo con el sujetador y las bragas. Tengo que auscultarte.
Comencé a desvestirme. El doctor estaba ahora de pie delante de mí, sacando el estetoscopio del
bolsillo y ajustándoselo alrededor del suelo. Estábamos tan cerca que pude comprobar que era algo más
bajo que yo. Dejé caer mi falda al suelo. Los dedos me temblaban mientras desabrochaba los botones de
mi blusa. La dejé caer también.
- ¡Qué maravilla! - Exclamó admirándome las tetas cubiertas por el sujetador -. ¿Cuántos años tienes? - -
Trece doctor, - dije, ruborizada -. - - Impresionante, bien respira hondo que te voy a auscultar.
Respiré más profunda y aceleradamente de lo normal, mientras me tocaba con el frío estetoscopio la
parte de mis pechos que no cubría el sujetador. Acabada esa exploración se colocó tras de mí y comenzó
a auscultarme la espalda. Entonces habló.
- Esto está todo bien. Lo más sorprendente es el tamaño de tus pechos. Debe haber alguna anormalidad
de desarrollo. Desabróchate el sujetador que te los voy a reconocer.
Llevé mis brazos a la parte trasera de la espalda, desabrochando el cierre. La proximidad del doctor
detrás de mí y sus caricias y toqueteos, habían provocado en mi unos calores que habían hecho
aumentar considerablemente el tamaño de mis pechos y mis pezones. Mis tetas escaparon henchidas
de la opresión del sostén.
- Por Dios, son enormes - dijo el doctor mientras, aferrando mi cintura desnuda con sus manos calientes
me atrajo hacia él, observándome los pechos por encima del hombro -. Las mayores que he visto en mi
vida, veamos cómo es su tacto - añadió, subiendo sus manos hasta ellas y sopesándolas como si fueran
melones -. Estupendas, son estupendas, deja que las palpe un poco más. Ahh, tus pezones están
reventando, también son grandiosos, te da placer que te los acaricie así, ¿verdad? - Susurró el doctor
mientras apretándome fuertemente contra su cuerpo, me acariciaba las tetas atrayéndome hacia él y
frotándome los pezones en círculos con las palmas de sus manos. - - Síííí,... - respondí disfrutando de esa
caricia y abandonándome a todas esas sensaciones nuevas - - - Tus pezones responden perfectamente al
estímulo sexual - dijo soltándome -. Veamos el resto. Quítate las bragas y túmbate en la camilla. - - Sí,
doctor. - Obedecí y, sin poder ocultar mi rubor, me tumbé desnuda -. - - Eres preciosa - afirmó, mientras
seguía acariciándome descuidadamente -. El padre Angel me ha contado que eres una viciosa, que no
dejas de tocarte. ¿Te tocas aquí? - preguntó al posar su mano en mi pubis, entreteniéndose en rozarme
suavemente el clítoris con la yema de sus dedos -. - - Síííí,... - suspiré llena de vergüenza y de deseo, al
notar lo húmeda que estaba ya mi vulva -. No me haga eso, por favor, no. - - ¿Te introduces algo?. O sólo
te frotas y frotas, así como hago yo - dijo mientras empezaba a masturbarme. Con una habilidad y
suavidad exquisitas, sus dedos me arrancaban gemidos de gusto, que no podía controlar -. - - Mmmm, -
cerré los ojos, mi respiración se hizo jadeante, el corazón me latía deprisa y, abriéndome de piernas,
ofrecí toda mi vulva mojada a esos cálidos dedos, que extraían de mi garganta gemidos cada vez más
profundos de placer intenso -.
Algunas niñas me preguntaron más tarde si el doctor me había hecho daño, porque se oyó un grito que
salía de la enfermería. Yo les dije que sólo un poco, mientras venían a mi mente los recuerdos de aquel
tremendo orgasmo que tuve mientras, aferrada con mis manos al brazo del doctor, y con las piernas
totalmente abiertas, le suplicaba que me lo hiciera más rápido, más y más rápido,...
Por aquel entonces, había unos cuantos hombres por el orfanato. Al padre Angel y al doctor se les había
sumado un nuevo profesor. Era joven y simpático. Nos enseñó a cantar el "cara al sol" y otras canciones
del régimen franquista. Presuntamente venía a formarnos en el espíritu del glorioso alzamiento
nacional, nos leía algunos libros fascistas y nos contaba cosas de la guerra civil. No se le veía, de todas
maneras, demasiado convencido de lo que decía. Era bien parecido y musculoso, alguna vez me había
parecido descubrir un intercambio de miradas entre él y sor Leocadia, la monja joven que me había
traído el uniforme cuando entré por primera vez en San Elías. Alberto, era un chico muy majo, y lo único
potable que habíamos visto las huérfanas en mucho tiempo. La mayoría de las niñas cuchicheaban de él,
supongo que todas estábamos un poco enamoradas. Él se limitaba a sonreírnos y a reírnos las gracias, y
a impartir esa aburrida asignatura, haciéndonos gritar de vez en cuando eso de: ¡España, una!, ¡España,
grande!, ¡España, libre!. Nosotras seguíamos los vítores, esperando que se fijara en alguna, pero estaba
claro que él no estaba para chiquillas.
Encontré una tarde a sor Leocadia sentada en un banco retirado del parque. Tenía los ojos perdidos en
los campos que se divisaban a través de un ventanuco del muro del convento. Su expresión era triste.
No teníamos demasiadas oportunidades las huérfanas de hablar con las novicias, por tanto, me acerqué
a ella contenta de verla.
- Hola, sor Leocadia. ¿Me puedo sentar un ratito, aquí con usted? - - ¡Ufff!, Anita -dijo dando un respingo
-, me has asustado. ¿Qué haces por aquí que no estás jugando con tus compañeras?. - - No, es que... - a
veces, me gusta pasear sola por aquí -, y como la he visto... - - No, no, por Dios, no te estoy echando.
Sólo pensaba que no debo de ser la compañía más adecuada para una niña de tu edad. Siéntate aquí
conmigo, que charlaremos un rato.
Me senté contenta a su lado. Nos miramos y nos sonreímos mutuamente. Sor Leocadia era una novicia
poquita cosa.
- Vaya, hija, que cuerpazo tienes - dijo como sorprendida al verme sentada a su lado y comparándolo
con el suyo -. La verdad es que pareces mayor de tu edad. - se paró pensativa y como cayendo en algo -,
no te llevas muy bien con el resto de las niñas ¿verdad?. - - No hermana, - le contesté feliz de poder
charlar con alguien -. Son muy crías y se pasan todo el tiempo criticándome, y hablando entre ellas. - - A
buena vas con ese cuento, yo también sé lo que es sentirse de esa manera. Entré de novicia muy joven
en este lugar y, bueno, no es cuestión de contarte mi vida. - - Pero, hermana, usted tiene a Dios. Es una
monja. - - No por mi voluntad. No tuve elección. Y no creo que tenga mucha vocación, todo sea dicho.
Aquí es todo muy aburrido. A veces, me parece que estoy en la cárcel. Y no me llames de usted, por
favor. - - Bueno, pero... - la miré sorprendida e intentado dar un nuevo giro a la conversación -, a veces
te veo reír cuando hablas con Alberto y,... - - Sí, Alberto - me miró risueña -, no me digas que no está
bueno. - - Buenísimo, - reí yo -, todas las niñas están enamoradas de él. ¿ A ti también te gusta?. - -
Mucho, - dijo haciendo una mueca - pero me parece que nos estamos pasando. Tendremos que
confesarnos con el padre Angel, por pecar de pensamiento, me parece - dijo sonriendo - - -. Por cierto
hoy ha venido para hacernos una sesión de confesionario y esas cosas.
Aquella tarde, después de la merienda, sor Leocadia me cogió de la mano y me llevó a la capilla. Yo
estaba asustada, no sabía como iba a acabar todo. Dejándome arrodillada y rezando, sor Leocadia se
acercó a la silla donde el padre Angel, la esperaba a oír en confesión. Yo estaba arrodillada y les
observaba de reojo. Pensaba que sor Leocadia le iba a cantar las cuarenta a ese cura. El padre Angel
pasó el brazo alrededor del cuello de la novicia, en la postura que era habitual en él e iniciaron una
confesión. Al cabo de un rato noté un extraño movimiento en la monja. Movía su cuerpo rítmicamente y
el cura la mantenía abrazada. ¡Se estaba masturbando delante del padre Angel, como había hecho yo!.
Cuando acabó se levantó y vino hacía a mí. Estaba sonrojada y le brillaban los ojos. Guiñándome un ojo
dijo: - Es tu turno.
- Ave María Purísima - dije al arrodillarme en el reclinatorio, delante de la silla donde estaba sentado el
padre Angel, y observando escandalizada el bulto que le marcaba su erección por debajo de la sotana -. -
- Sin pecado concebida - dijo viéndome como quien veía a una aparición - Dime tus pecados hija
mientras, pasaba su brazo por mis hombros.
La capilla se había quedado vacía. Estábamos solos. Por tanto, me relajé algo y empecé.
- Ya he ido al médico, padre, usted me dijo que viniera a confesar cuando el doctor me hubiera
reconocido. - - Sí hija, es verdad. Que obediente eres. Bien, cuéntame qué te dijo. - - Me dijo que me
desnudara. - - ¿Completamente? - - Sí, padre. - - ¿Te comentó algo? - - Sí, me dijo que tenía los pechos
muy grandes para una niña. Me los estuvo tocando. - - ¡Qué miserable!. Eso se lo debe hacer a todas.
Con las calenturas que tú tienes. A ver, enséñame un pecho para que vea yo si es verdad. - - Como
quiera padre, - me desabroché la parte superior del vestido y saqué fuera una de mis tetas, no sin antes
lanzar una mirada furtiva a la capilla comprobando que seguíamos solos -. - - ¡Demonio de niña!. Esto no
puede ser más que obra del diablo - dijo mirando extasiado mi enorme teta rebosando fuera del vestido
-. Esto no es real -dijo palpándome la teta con su mano y comprobándolo -. Te tocaba así, no. ¿Te gusta,
pecadora? - - Sí, padre. También me acarició los pezones hasta ponérmelos duros. - - ¿Lo hacía así? ¿Qué
más te hizo? - - Sí padre, así de duros, como los tengo ahora me los puso el doctor. Luego me tumbó en
la camilla y me masturbó mucho, hasta que tuve un orgasmo. - - ¡Maldito!. Dime cómo lo hizo.
Yo disfrutando de lo lindo le cogí la mano que se negaba a soltarme la teta y me la llevé por dentro de
las bragas hasta que la puse sobre mi sexo.
- Puso sus dedos, aquí y empezó a frotar despacio - dije mientras intentaba guiar con mi mano la suya.
Una vez que noté el contacto de sus dedos con mi clítoris, empecé a moverla -. - - Lo hacía así, hija,
¿así?. - - Sí padre, - dije entrecordamente, mientras guiaba su mano inexperta con la mía incrementado
el ritmo de la masturbación -. - - Estás toda mojada. ¿Eso es que te gusta?. - - Sí, sí, me va a venir, padre
me va a venir. Más rápido, padre, siga más. - El padre Angel seguía masturbándome, sin parar - - - Ahora,
ahora. Me corro. - y me corrí plácidamente en la mano del cura, que acabó exhausto y rojo como un
tomate -. - - Así me lo hizo el doctor, padre. ¿Se lo he explicado, bien?
El padre Angel no podía articular palabra. Tenía su mano todavía aferrando mi sexo, y su mirada fija en
mi voluminosa teta al descubierto. Yo, observé como el bulto de su sotana se había hecho enorme, sin
poder contener la tentación, excitada como estaba, alargué la mano y le aferré el pene por encima de la
sotana. Lo noté duró como la piedra y caliente. El padre Angel dio un respingo y levantándose de la silla
precipitadamente, salió corriendo de la capilla y gritando como un poseso.
No lo volvimos a ver más por San Elías. Sor Leocadia me contó que corrían rumores de que se había ido a
las misiones.
Había pasado ya casi un año desde mi llegada a San Elías. Llegó mi decimocuarto cumpleaños como
quien no quiere la cosa y se fue de la misma manera. Mi estancia en el orfanato se había convertido ya
en algo normal y cotidiano. Los días transcurrían de manera divertida y, salvo por las miserias
habituales, como la escasez de comida y de algún que otro artículo, el mundo había empezado a
recobrar cierto atractivo y esperanza.
Retomé mi costumbre de espiar a los demás y, como era natural, centré mis atenciones en el profesor
de la formación del espíritu nacional: Alberto. El ala oeste del convento, hasta la fecha medio
abandonada, se había destinado como residencia provisional de los hombres. Allí era donde tenía
improvisada la consulta el médico cuando se dignaba a hacernos alguna visita, allí se cambiaba de ropa y
tenía destinada una celda el capellán cuando venía para la misa, y allí tenía acondicionada su habitación
el único residente fijo del ala, Alberto.
Aquella tarde había acabado los deberes, y decidí acercarme a espiar un poco al profesor. Lo cierto es
que andaba loca por ver un cuerpo de hombre desnudo. Apenas recordaba el del Señor Antonio y, la
verdad, lo poco que recordaba no era para condenar a nadie por lujuria. Cuando me acercaba con sigilo
a la habitación de Alberto, escuché unas voces.
No creas que son tan niñas, Alberto. Sin ir más lejos me consta que Anita hace tiempo que se masturba.
Y, además, lo hace a diario.
¿Anita?. Esa tan guapa con ese cuerpazo. Pero ¿qué edad tiene?
Catorce recién cumplidos. Pero me parece que tiene experiencia. Y si no, pregúntaselo al médico.
Atisbé por la rendija de la puerta. ¡Sor Leocadia estaba con Alberto!. No llevaba hábito, más bien no
llevaba casi nada. Tenía el cuerpo delgado y la piel pálida. Mientras hablaban Alberto le acariciaba
distraídamente unas tetitas pequeñas y con pezones marrones. Él estaba desnudo, tenía una erección
enorme que sor Leocadia se encargaba de mantener agarrándole el miembro con las dos manos y
acariciándoselo suavemente.
Mira cómo me la estás poniendo, está a punto de reventar. Ya no puedo esperar más. Ven. Dijo Alberto,
al tiempo que la agarraba por el pelo y obligándola a arrodillarse, le introducía el miembro en la boca -.
Me quedé boquiabierta contemplando ese cuerpo de hombre joven, musculoso y tenso por el placer
que le ocasionaba la monjita que chupaba, ávidamente y sin parar, ese enorme pene que apenas le
cabía en la boca. Alberto con los ojos cerrados y agarrándola por el pelo, la forzaba moviéndole la
cabeza a que chupara más rápido. Alberto abrió los ojos y me vio observarle por la rendija de la puerta...
Mmmm. ¿Te gusta lo que ves?. ¿La tengo grande, verdad?. Dijo mirándome fijamente con los ojos
entreabiertos, sin articular bien las palabras por el gusto que le estaba dando esa estupenda mamada.
Fihhh intentó contestar sor Leocadia, imaginando que hablaba con ella.
Te excita esto, guarra. Claro, te pone cachonda. Tócate el coño, hazte una paja que yo te vea. Decía
mirándome totalmente traspuesto y a punto de correrse.
Yo estaba excitada y no sabía qué hacer. Llevé mi mano al pubis y apreté fuertemente por encima de la
tela de la falda. Sor Leocadia, a todo esto, había iniciado una furibunda masturbación mientras seguía
chupando incansablemente el pene de Alberto, disfrutando de la situación y pensando que todo eso iba
por ella. Alberto soltando un grito ahogado se corrió dentro de la boca de la monja. El semen chorreaba
por las comisuras de su boca, mientras él se convulsionaba disfrutando con el orgasmo y sin dejar de
mirarme. Sor Leocadia siguió masturbándose mientras que yo, asustada, salí corriendo abandonando
ese lugar.
Al día siguiente nos levantamos envueltos en una fuerte tormenta, lo cual desaconsejaba que saliéramos
al patio para realizar los oportunos cantos y lecciones de la formación del espíritu nacional. Las niñas nos
apretujamos en la única sala en la que podíamos caber todas y empezó una nueva lección con canciones
incluidas. Yo, después de lo del día anterior, no me atrevía a mirar a la cara del profesor. La tormenta no
cesaba en el exterior y el día estaba tan encapotado que había hecho falta encender la única bombilla
de la estancia. Las niñas, aleccionadas por Alberto, cantábamos a grito pelado todo el repertorio de
canciones fascistas que sabíamos intentando, de esta manera, acallar el estruendo creciente de rayos y
relámpagos. Después de un fuerte trueno hubo un corte de electricidad. La estancia quedó en
penumbra. Los chillidos histéricos de las niñas llenaron la sala.
Calma. No pasa nada. Sólo es un apagón. Vamos a seguir cantando y ya veréis como pronto vuelve la luz.
Seguimos cantando a oscuras. Noté que Alberto se acercaba a mí por la espalda. Cuando estuvo detrás
de mí posó sus manos en mis hombros. Yo seguía cantando con las demás mientras un escalofrío
recorría mi espina dorsal. Sus manos bajaron recorriendo suavemente mi cuerpo hasta que llegaron a la
cintura, donde se detuvieron notando el inicio de la rotundidad de mis caderas. Siguieron hacia abajo
levantándome la falda y, escurriéndose por debajo de mis bragas, me palparon a conciencia el trasero.
Cerré los ojos intentando no desafinar y le dejé hacer. Después de que hubiera disfrutado un rato con mi
culo, sacó las manos y subiéndolas por la parte delantera de mi cuerpo intentó aferrar mis tetas.
Desconcertado por su gran tamaño, ya que el vestido que me hacían llevar las monjas nos me hacía
mucha justicia, se contentó con aplastarlas atrayéndome hacia él. Noté el enorme bulto de su paquete
alojándose entre mis nalgas. Mientras me oprimía los pechos, le froté levemente con mi trasero. Mi voz
empezaba a flaquear ahogada por la excitación, cuando la luz vino de repente y me soltó de su abrazo.
Bien, chicas. La clase ha terminado por hoy. Todo el mundo a sus obligaciones. Dijo entrecortadamente
mientras se dirigía a la puerta con velocidad, supongo que para ocultar su erección -. No me dirigió ni
una mirada.
Las niñas de San Elías nos lavábamos como podíamos en un pequeño lavadero de la habitación común.
Cada semana nos lavábamos completamente en las duchas comunitarias que se habían construido al
efecto en un barracón aparte, a unos metros del edificio principal. Normalmente siempre lo hacíamos
acompañadas de alguna monja que cuidaba las buenas maneras. A las pequeñas se les solía permitir
ducharse desnudas. Las más mayores lo debíamos hacer cubiertas. Ni que decir tiene que a mí, desde el
primer día, me obligaron a hacerlo tapada con una especie de camisón. Eso no impedía al resto de las
chicas fijarse en mis opulentas formas y hacer algún que otro comentario malicioso. Yo intentaba no
hacerles caso.
Aquella era una tarde calurosa. Yo estaba sudorosa por el calor y por la excitación que me había
provocado el manoseo del profesor. Sabía que, en algunas ocasiones especiales, se permitía que alguien
se duchara a solas. No lo había intentado nunca. Pero aquella tarde no podía más. Tenía que enfriarme
de alguna manera. Cuando observé a sor Leocadia paseando por el patio creí que era mi oportunidad.
Me acerqué a ella y le pedí por favor que me permitiera ducharme a solas. Asintió sin más problemas y
con una sonrisa pícara. Me lancé veloz a la habitación para recoger mi toalla y la pastilla de jabón.
Cuando salí con mis útiles de limpieza y crucé el jardín para dirigirme a las duchas, observé que sor
Leocadia, como era ya habitual en los últimos tiempos, cuchicheaba con Alberto.
El barracón de las duchas consistía en un alojamiento con cuatro duchas, una a continuación de otra, sin
ningún tipo de separación entre ellas, ni cortina que cubriera nada. Era la norma de las monjas. De esta
manera, podían observarnos mientras nos duchábamos, evitando de esta manera, que cometiéramos
algún tipo de acto impuro mientras nos limpiábamos bajo el agua. Una caldera estaba en un extremo de
la estancia. Servía a la vez para calentar el agua y para caldear el ambiente en invierno, ahora en verano
estaba apagada. En el centro de la estancia había un largo banco que usábamos para dejar la ropa.
Nunca había estado sola en aquel lugar. Pulsé el interruptor de la luz, ya que el cobertizo no tenía
ventanas para preservarlo de miradas indiscretas. Me acerqué al banco y me desnudé completamente.
No tenía sentido andar con remilgos ya que no había monjas cerca. Me coloqué debajo de una ducha y
dejé que el chorro de agua fría me recorriera el cuerpo. Tras la primera impresión, empecé a disfrutar de
la ducha y froté todo mi cuerpo con el vasto jabón que nos ofrecían en el convento. Las calenturas que
tenía hasta ese momento fueron desapareciendo gradualmente, dejándome en un estado de dulce
relajamiento. Volví a colocarme bajo el chorro de agua fría y me quité el jabón, mis pezones se
endurecieron y aumentaron espectacularmente de tamaño, apreté uno de ellos con fuerza, sintiendo
una oleada de placer. Decidí que no convenía abusar, ya que en cualquier momento podía aparecer una
monja, y salí de la ducha acercándome al banco para secarme con la toalla. Estaba de espaldas a la
puerta y me secaba mis largos rizos negros con movimientos rotatorios de la toalla. Noté una corriente
fría que venía de la puerta y un ruido de llave que se cerraba. Me giré asustada y no pude contener un
grito de sorpresa. En la puerta, cerrada ahora con cerrojo, estaba Alberto mirando extasiado mis
desnudeces. Me tapé rápidamente todo lo que pude con la toalla y me quedé allá de pie chorreando
agua por todo el cuerpo. Se acercó despacio sin dejar de mirarme lujuriosamente, hasta que se plantó
delante de mí.
Estás preciosa con el cabello mojado y esa mirada inocente. ¿Sabes que me gustas mucho?.
Acercó su mano a mi pelo y acariciándome la nuca me acercó a él, besándome con firmeza en los labios.
Yo no sabía responder a los besos, pero me entregué todo lo que pude. Cuando nos retiramos observé
en su mirada un deseo que no había visto antes. Mis experiencias de fisgona, mis masturbaciones con el
cura y la revisión médica del doctor, no me habían transmitido en ningún momento esa imagen ardiente
de deseo que veía ahora en los ojos de Alberto.
Excitada y temblorosa dejé caer la toalla al suelo, orgullosa de mostrarle todo lo que tenía.
Maravillosa. Extiende los brazos y date la vuelta que te vea bien. Yo obedecí gustosa, mientras el se
aproximaba por mi espalda y levantaba las manos para acariciarme los pechos.
Esto sí que son tetas de verdad. Son gordas y deben de estar buenísimas. Me giró y aplicó su boca a uno
de mis pezones succionando golosamente, cerré los ojos extasiada de placer -.
Me hizo sentar en el banco, desnuda ante él. Empezó a quitarse la ropa quedándose sólo en calzoncillos,
deformados por el tamaño de su paquete.
Yo obedecí. Pero ya estaba demasiado excitada, el vapor que envolvía el barracón y la visión de ese
hombre casi desnudo, hicieron que, abriendo las piernas ante él, me frotara nerviosamente el clítoris,
deseando acallar de esa manera la necesidad imperiosa que tenía. Él embobado, me miraba, hasta que
reaccionó.
Mira dijo quitándose los calzoncillos, colocando ante mi cara un pene grande y erecto, y empezando a
masturbarse.
Dejé de tocarme y observé embelesada el enorme pene. El glande había aumentado considerablemente
de tamaño. Él seguía tocándoselo haciéndolo aumentar todavía más, disfrutando de mi sorpresa.
¿Está bueno? Susurró, cuando me lo introdujo en la boca y empezó a moverlo rítmicamente dentro de
ella -.
Cuando empecé a saborearlo, descubrí que me gustaba mamar esa enorme verga. Cerré los labios
entorno a ella. Recordé anteriores mamadas que había visto, agarré el miembro con mis dos manos y
chupé ansiosamente. El sorprendido por mi reacción sopló fuertemente y se puso tenso para evitar
correrse tan pronto, retirándola de mi boca.
Joder. Qué bien. ¿Es la primera vez que la chupas?. Asentí tímidamente
Pues esto no lo podemos dejar así. Ven aquí, encanto. Ahora me toca a mí.
Alberto me hizo levantar sentándose él en el banco. Su pene seguía enhiesto y desafiante. Me aferró por
el culo e introdujo su lengua en mi vagina, lamiéndome el clítoris. Yo suspiré y empecé a gemir,
disfrutando de lo que me hacía. Su lengua estaba húmeda y caliente y era más suave que mis dedos.
Siguió lamiéndome el clítoris que iba aumentando de tamaño, hasta que consiguió aprisionarlo con los
labios y pudo chupar de él ruidosamente. Yo me estremecía aferrándole la cabeza y pidiéndole que
siguiera más deprisa. Me corrí y le llené la boca de flujos. Él disminuyó la frecuencia de sus chupadas
haciéndoles más dulces y suaves. Casi no me aguantaba de pie. Movía mi cuerpo ahora lentamente y
compasado con su boca, hasta que volví a gemir de nuevo, notando que me venía otra vez. Retiró
entonces la boca, sintiéndome a punto y totalmente lubricada, y echando el cuerpo hacia atrás me
mostró su verga henchida a reventar.
Llena de deseo me subí encima de él sin saber muy bien que hacer. Tenía toda la entrepierna llena de
flujos vaginales. Sin dejar que me sentara del todo encima de él, buscó el camino con unos de sus dedos.
Me estremecí con la sensación de notar ese dedo en mi interior. Luego agarrándose el miembro con una
mano hizo que poco a poco me lo fuera introduciendo. Era una agradable sensación hasta que noté que
algo no iba bien y que no podía seguir. Me dolía. Me miró maliciosamente y, apartándome las manos de
sus hombros en los que me apoyaba, hizo que cayera encima de él y, con un movimiento brusco de
pelvis, me ensartó brutalmente. Grité porque un dolor me recorrió de arriba abajo. Tenía ese enorme
trozo de carne desgarrándome las entrañas y no pude hacer otra cosa que empezar a llorar.
Ya está, ya está. Ya tienes mi polla toda dentro. Muévete, puta. Fóllame dijo con tono amenazante -.
Sí, sí, - grité yo, ahora enfurecida y a punto de desmayarme de placer mientras saltaba furiosamente
encima de él, clavándomela hasta el fondo de mi vagina, y deseando que no se acabara nunca.
Los dos años que siguieron a la primera vez que follé con Alberto en la ducha, fueron simplemente más
de lo mismo. Él me insultaba, me llamaba puta cuando lo hacíamos y me follaba una y otra vez. También
me dio por el culo muchas veces, y me enseñó a chupársela como una fulana y después tragarme toda
su leche. Aprendí de él a hablar como una furcia. A mí todo me estaba bien. Disfrutaba como una loca
del sexo y me avenía feliz a lo que quisiera. Alguna vez lo hicimos con sor Leocadia, porque a Alberto le
apetecía hacer un trío. Ella ya no era feliz porque él me prefería a mí. La verdad es que lo volvía loco,
sobre todo cuando me daba por el culo, porque ella nunca había disfrutado de eso, y a mí me gustaba.
Nunca podré hablar mal de sor Leocadia, porque me ayudó todo lo que pudo. A ella le debo
probablemente el no haberme quedado embarazada, porque me daba a beber unos polvos y hacía que
me lavara la vagina con unos líquidos especiales, después de haberlo hecho con Alberto. A eso y a mi
buena suerte, porque ella sí se quedó embarazada y tuvo que abandonar el convento.
Para mí, el sexo con Alberto se había convertido más en una costumbre necesaria que en otra cosa. El
único aliciente que tenían nuestros encuentros era que nos debíamos ocultar de la vista de las
hermanas. Pero con el paso del tiempo nos volvimos cada vez más imprudentes. No encuentro palabras
para describir la expresión de la monja que nos descubrió en la capilla. Alberto se había empeñado en
que metiera la cabeza por la ventana del confesionario mientras él me daba por el culo salvajemente.
Mis gruñidos de placer debían de producir eco dentro del confesionario y una monja alarmada vino a ver
que pasaba. Su expresión de horror fue espeluznante cuando observó la situación. Alberto aunque
estaba a punto de correrse la había sacado de mi culo. La monja observó atónita la gran polla de
Alberto. Yo saqué la cabeza del confesionario y no puede contener mi expresión de lascivia, ni los
espasmos que me produjeron el orgasmo que me acababa de venir, y que no puede parar a tiempo.
Aquella tarde la superiora me llamó a su despacho. Estuvo mirándome fijamente por un tiempo con una
mezcla de cariño y de lástima. A través de los cristales del ventanuco de la humilde habitación pude
contemplar un lánguido atardecer, estropeado por la silueta de tres hombres que se encaminaban hacia
el pueblo. Uno de ellos llevaba las manos esposadas a la espalda y estaba flanqueado por una pareja de
guardia civiles. Lo sentía por Alberto.
Tienes ya dieciséis años y no puedo autorizar más tu estancia en el orfanato. Me he puesto en contacto
con nuestro convento en Barcelona y te hemos encontrado una colocación. Te esperan en dos días.
Espero que tu comportamiento cambie a partir de ahora y que no tengamos que avergonzarnos más de
ti. Ten por sentado que no te olvidaremos nunca. Ve con Dios hija mía.
Llegué a la ciudad condal a los tres meses de haber cumplido los dieciséis años. Aterrorizada por la
inmensidad de la ciudad, me dirigí como pude al convento que tenían las hermanas en Vallvidriera. La
monja de la puerta casi no me deja pasar. Después de algunas preguntas, empecé a servir en un enorme
piso del Ensanche barcelonés. Vivía en él una anciana, rica a más no poder, que llevaba un tiempo ida de
la cabeza. La pobre mujer chocheaba de manera exagerada, ahora eso se llama demencia senil, creo. Las
monjas me facilitaron unas cuantos uniformes y delantales de sirvienta, llegaron a un acuerdo
económico con los familiares de la señora, y empecé a trabajar en esa casa. Ni que decir tiene que yo
jamás vi dinero alguno de ese trato. Se suponía que trabajaba a cambio de manutención y estancia. A mí
me parecía todo muy bien y estaba anhelante por empezar cuanto antes.
He de reconocer que, aunque mi vida se ha caracterizado por continuados golpes de mala suerte,
siempre he tenido a mi lado alguien que respondiera por mí y me hiciera más llevaderos los malos
momentos. La señora Engracia era una viejecita encantadora. Estaba totalmente chalada, pero era la
persona de mejor conformar y que conociera jamás. Todo lo que le cocinaba le parecía bueno, y se
ofendía si le entregaba la vuelta de los cuatro duros que me daba para la compra. Jamás tuve la menor
queja de ella y ella también parecía encantada conmigo.
No tardé en verme rodeada de pretendientes. Una chica de pueblo, guapa y maciza, no podía
permanecer sola demasiado tiempo. Al principio me divertía la situación, nunca había sido antes
cortejada. De entre todos había un chico especialmente guapo y encantador. Era un vecino de la finca
que empezó a flirtear conmigo nada más conocerme. Yo no tenía ninguna experiencia en todo lo
relacionado con los galanteos, con lo cual me enamoré de él a las dos horas de conocerle. Cuando me
pidió que saliéramos juntos en mi día libre, acepté encantada. Fue una tarde maravillosa, me invitó al
cine, a merendar y me presentó a la mayoría de sus amigos que nos encontrábamos por la calle. Cuando
nos despedimos me dio el beso más dulce de mi vida.
El resto de la semana lo pasé flotando en una nube. Me veía compartiendo mi vida con alguien, rodeada
de chiquillos y más feliz que unas pascuas. La semana siguiente me invitó a subir a su casa, ya que sus
padres se habían ido a la playa. De los besos pasó a las caricias y, casi sin darme cuenta me vi
prácticamente desnuda, ante sus ojos anhelantes. Se precipitaba y se le notaba su poca experiencia. Sus
manos eran como las de un pulpo, tocaban y tocaban todas mis formas como dudando que existieran
realmente. Yo, feliz por el deseo que le estaba provocando, hice todo lo que quiso e intenté disfrutar
también lo que pude. Cuando él acabó, se incorporó y me miró de arriba abajo con lujuria. Me miró a los
ojos con una mirada que me penetró hasta el alma. No era la mirada de enamorado de antes, era como
una mezcla de desprecio y de victoria.
En el barrio me pusieron un mote hiriente e incluso los chiquillos se burlaban de mí por la calle. Había
cometido el error de convertirme en una chica fácil. Mi relación sexual se explicaba en los bares con
todo detalle, exagerándola todo lo que podían. En la calle se hablaba de mis enormes tetas, de mi culo,
de mi forma de mamarla, de los gritos que daba. En fin, era vilipendiada por los hombres y despreciada
por las mujeres. Sólo la señora Engracia me trataba bien. Caí en una profunda depresión nerviosa de la
que me tuvieron que rescatar las hermanas del convento.
Dicen que las mujeres damos sexo para conseguir amor y que los hombres dan amor para conseguir
sexo. Yo lo descubrí muy pronto. Me recuperé como pude en el convento y volví a servir, ahora en el
barrio de Gracia. No caí de nuevo en el error. No me entregué a nadie conocido. Cuando quería algo de
sexo aprovechaba algún portal con algún desconocido y luego desaparecía de su vista. Tuve alguna
relación más duradera y algún escarceo amoroso; pero ya no se me ocurrió nunca más acostarme con
nadie a la ligera y, simplemente, les dejaba que me besaran y que se calentaran un poco rozándome el
cuerpo cuando bailábamos. Recuerdo esas relaciones como poco interesantes para ser mencionadas.
Aunque hubo una verdaderamente patética.
Eduardo era todo un caballero, incluso en edad y aspecto. Mucho mayor que yo, empezó a cortejarme
con la mayor exquisitez que yo nunca había imaginado. El único atractivo que tenía para mí era la
extrema delicadeza con que me trataba. Con el corazón roto desde hacía tiempo, ya no buscaba en los
hombres amor, sino amistad y esporádicamente sexo. De lo último se podía tener casi siempre, calidad
aparte; lo primero era casi imposible de conseguir. Cuando Eduardo me dijo que quería que conociera a
sus padres, empecé a valorar qué le iba a decir si se me declarara. Supe que le diría que sí. No parecía
una mala opción el transcurrir el resto de mi vida al lado de ese hombre que me quería y me respetaba.
Ni que decir tiene que Eduardo nunca me había puesto la mano encima. Algún leve beso en la mejilla,
algunas caricias en las manos... Un domingo por la tarde que paseábamos por su calle me dijo que sus
padres estaban en la torre de Castelldefels. Lo miré inquisitivamente para ver que vendría a
continuación. Me dijo tímidamente si quería subir a ver su casa. Le dije que claro, encantada. Cuando
subimos en el antiguo y enorme ascensor, lo vi muy acalorado. Entendí, entonces que aquello no había
sido casual, supongo que quería subirme al piso para aprovecharse de mí, seguro que había planeado
simplemente cómo besarme en los labios y cómo meterme un poco de mano. Enternecida por la
situación y por el mal rato de debía de estar pasando, opté por facilitarle un poco las cosas. Craso error.
Me acerqué insinuante a él y aferrándole por el cuello le di un besazo con lengua, mientras me apretaba
con fuerza a su cuerpo, restregando mis tetas por su pecho y mi pubis por el bulto que notaba en sus
pantalones, encantada de saber el efecto que causaban siempre mis curvas. Cuando me separé de él,
estaba totalmente lívido y con los ojos cerrados. Empezó a respirar y a sudar aceleradamente. Soltó
entonces un gemido. Pensé que le iba a dar un pasmo o algo así, pero una terrible sospecha me asaltó.
Bajé la vista y vi una enorme mancha en sus pantalones. El guarro se había corrido allí mismo.
Impresionante.
Trabé amistad enseguida con Maruja, una criada andaluza que servía en mi mismo edificio. Maruja era
espontánea y mu salá. Estaba algo al margen de la hipócrita burguesía catalana que imperaba en aquella
época, llena de miedos, rezos y rencores hacia la dictadura franquista. En Maruja tuve quizá mi primera
amiga. Cuando superé la desconfianza inicial le conté mis penas y me atreví a confesarle que necesitaba
sexo con alguna desesperación. Llevaba yo desde muy niña teniéndolo de una manera u otra, y la
abstinencia actual me desesperaba. Riéndose mucho, Maruja me miró como sorprendida de que otra
mujer le hablara con tanta franqueza y, liberada también de inhibiciones, me explicó algo.
- Ay sí, hija mía, yo también paso apuros. Lo peor de to es cuando tengo que lavar al señorito. No veas el
peazo de verga que tiene el tío. Y yo sin poder catarla.
Maruja tenía a su cuidado el hijo de los señores de Espronceda. Un robusto muchacho con una extraña
enfermedad cerebral que le había apartado del mundo. Inerte en la cama, en un estado casi cataléptico,
debía de ser atendido en casi todo. Maruja lo lavaba cada día.
- Buenos días, señorito. Esta es Anita, la criada del segundo. Ha venido a ayudarme un poco. ¿Verdad,
que es guapa?.
El chico que estaba en la cama tenía un aspecto saludable. Estaba rollizo y tenía buen color. No parecía
enfermo. Sólo cuando se le miraba a los ojos se notaba su desconexión con la realidad. Me miró y asintió
imperceptiblemente, como dándome la bienvenida.
- Maruja, ¿estás segura de que no se entera de nada?. A ver si la vamos a liar. - - Qué va, si no ha dicho
esta boca es mía, desde hace años. A veces mira, sonríe y poco más. Venga resalao, que Anita y yo te
vamos a hacer hoy una limpieza especial.
Quitamos la ropa de la sábana y Maruja empezó a desprenderle del pijama. Yo estaba ansiosa. Sin
pensárselo dos veces, le desabrochó el botón del pantalón y tirándolo para abajo le sacó toda la polla.
- ¿Qué te había dicho?. La picha más grande que has visto en toa tu vida, encanto. No me digas que no
es una hermosura.
Me quedé pasmada viendo tal milagro de la naturaleza. Era algo descomunal. En reposo debía medir
casi unos veinte centímetros y tenía un grosor considerable. Armadas de sendas esponjas empezamos a
limpiarle el cuerpo, sin dejar de contemplar esa maravilla. Le agarré la verga con una mano para facilitar
la limpieza y la noté caliente. Yo era bastante más experta en pollas que Maruja, por eso me di cuenta
de algo que a ella se le había escapado.
- Hija, suéltale ya el badajo, que sólo es pa ver y no tocar. Tocarlo sólo sirve pa calentarte y na más. Esa
pistola no dispara. - - No sé, Maruja, me parece que aún podremos hacer algo. Si quieres que tengamos
una fiesta, mejor que me hagas caso. - Dije sin soltarle la polla y notando que empezaba a responder a
mis caricias -. Ponte delante de él, que te vea bien, y desnúdate. Sensualmente, no a lo burro. - - Pero,
¿qué dices?. ¿Tú, crees?. Bueno con probarlo no se pierde nada. - Dijo sonriendo socarronamente y
empezando a quitarse la ropa -.
Yo aferraba el miembro con las dos manos y lo masturbaba con delicadeza. Cuando Maruja se quedó
desnuda, sentí el milagro. La maravilla empezó a crecer y a crecer, hasta que llegó a la erección más
grandiosa que he visto en mi vida. Embelesada por el tamaño y el grosor de tal aparato, noté que me
excitaba a marchas forzadas. La verga, aparte de enorme, era muy hermosa. El glande pleno y de un
color rosa suave era estupendo. Ofuscada por la excitación no dudé en metérmela en la boca, a duras
penas, y empezar una monumental mamada.
- Qué barbaridá, hija. Tú no te cortas na de na. ¡La mamada que le estás haciendo!. Hala, to pa dentro.
Cuando me desnudé ante la mirada vidriosa del enfermo, pareció que la erección aumentaba aún más
estimulada por las manos de Maruja, que se había agarrado a aquella polla como si la vida le fuera en
ello.
- Por la virgen de la Macarena. ¿To eso es tuyo? - Dijo Maruja impresionada por mi cuerpo -. - - No
puedo más, cariño. Voy a tener que rematar la faena. - - Pero, ¿no iras a... ?
Me subí a horcajadas encima del enfermo y colocando la punta de la verga en la entrada de mi coño
chorreante, hice un descomunal esfuerzo por introducírmela. Las paredes de mi vagina se agrandaron
intentando abarcar aquella inmensidad. Con un gruñido de dolor noté como empezaba a entrar. En un
último esfuerzo me empalé en esa columna romana. Con el rostro desencajado por la sensación y
notando toda aquella carne dentro de mí, empecé a moverme suavemente. El dolor desapareció con la
premura que había venido. Todos los rincones de mi interior respondían a aquel salvaje estímulo, y mis
glándulas empezaron a segregar una cantidad exagerada de flujos vaginales. Entre gemidos y
convulsiones, aceleré la cabalgada.
- ¡Vaya tía!. ¡El polvazo que se está pegando!. Decía escandalizada Maruja, mientras, a su vez, no había
podido contenerse y se estaba masturbando.
Yo había llegado al séptimo cielo. Follaba como una loca con aquella grandiosidad que no se acababa
nunca. Casi no podía ni gritar. Me mordía los labios, concentrada en aquel placer intenso e inagotable.
Subía y bajaba con un ritmo trepidante, mientras mis tetas descompasadas intentaban seguir el ritmo y
parecía que se iban a desprender de mi pecho. Empalada en aquel trozo de carne me corrí
convulsamente como si nunca lo hubiera hecho en mi vida. Cuando acabé me dejé caer en el pecho del
chico notando todavía todo aquello en mi interior. Me salí a duras penas disfrutando de ese último roce
y admirando la rotundidad casi perpetua de esa erección. No se podía desperdiciar.
- ¡Venga cariño, ahora tú!. - Le dije a Maruja que empezaba ya a bizquear los ojos disfrutando a tope de
su masturbación -. - - ¡Eh, chiquilla, tú estás loca!. Yo no me puedo meter to eso. - Contestó observado
con terror la grandiosa polla ahora enrojecida y mojada -.
- Venga, no me vengas con remilgos ahora. Vamos a intentarlo por lo menos. -Afirmé mientras
comenzaba a untar el miembro generosamente del potingue -. Esto te ayudará.
Se subió encima y con miedo intentó metérsela. No lo conseguía. Por fin, agarrando yo firmemente la
verga con las dos manos, le hice abrirse todo lo que pudo de piernas y con palabras cariñosas para que
se relajara, conseguimos introducírsela. La boca de Maruja se abrió con una expresión de asombro y
siguió abierta al tiempo que se la clavaba materialmente en sus entrañas. Ella sí gritaba como una loca
mientras se lo follaba. Echó un polvo eterno. Alguna vez me había confesado que era un tanto frígida.
Aquí no tuvo ocasión de demostrarlo porque el chico aguantaba como un coloso. Cuando por la subida
del tono de sus gritos sospeché que le venía el orgasmo, me fijé que él empezaba también a sudar. Con
un último grito desgarrador y notando en su interior el chorro de semen caliente del orgasmo del
enfermo, se corrió elevándose un poco de cuclillas para dejar en su interior algo de espacio para
albergar toda la cantidad de esperma que la estaba llenando por dentro.
A Maruja desde aquel día le brillaban especialmente los ojos. Creo que superó definitivamente sus
problemas de frigidez y hasta creo que abusaba a diario de ese estupendo miembro. Visité alguna vez al
chico después de aquel día, pero ya nunca fue lo mismo. Ella me miraba celosamente. Supongo que, por
eso, sabedora de mis necesidades y queriendo reservarse al chico para ella, me habló de una casa en el
barrio chino, donde había hombres expertos que satisfacían a mujeres con deseos como el mío, sin pedir
nada a cambio. A mí ese asunto me parecía algo turbio, pero era tal mi necesidad que tenía que
intentarlo.
Entré en una sórdida habitación mal iluminada. Un olor a agrio y a tabaco penetrante flotaba en el
ambiente. Dos hombres conversaban en una mesa camilla. A un lado había un camastro sin hacer y con
las sábanas más sucias que había visto en mi vida. Un negro enorme rapado al cero y un tipo siniestro y
guapo, mucho más bajo, con bigotillo y pinta de macarra, me miraron fijamente.
- Me manda la Maruja, me dijo que preguntara por Bogart. - - Me llaman Bogart - contestó el del
bigotillo -, ¿qué se te ofrece, encanto? - - Dijo que, bueno, ustedes... - - Me parece que ya sé a que viene
esta puta, quiere que la jodamos bien jodida. ¿Qué te parece Rupert, le hacemos un favor? - - Yo, bueno,
creo que me he equivocado, mucho gusto en conocerles - dije asustada por el cariz que empezaba a
tomar la situación y arrepentida por haber llegado tan lejos -. - - ¡Desnúdate guarra! ¿No querrás que
encima lo hagamos nosotros? - Bogart me miraba con aire divertido. - - ¿Cómo dice?
Rupert, el negro, se levantó de la mesa. Medía casi dos metros y se me acercó con aire amenazante. Se
plantó delante de mí y soltándome un bofetón me hizo caer de rodillas a sus pies.
Obedecí mientras la cabeza me daba vueltas y notaba un hilillo de sangre que brotaba de mi labio
inferior. Me despojé apresuradamente de toda la ropa y me quedé desnuda, de pie en mitad de la
habitación.
El enorme negro se abalanzó sobre mí y empezó a tocarme las tetas con sus manazas. Después me
manoseó el culo. Me agarró después por el sexo y apretó con fuerza. Me miraba fijamente a los ojos
como si estuviera loco. El miedo y el dolor me hacían tiritar. Pero, poco a poco, una nueva sensación se
apoderó de mí y empecé a excitarme paulatinamente.
- ¡De rodillas! - Otro golpe del negro hizo que me hincara de rodillas -. - - Sácatela, que se entere de lo
que es una buena herramienta.
El gigantón negro metió la mano en el pantalón ancho que llevaba, y se sacó un enorme pene en
erección, de un color azabache intenso. Yo estaba a cuatro patas arrodillada en el suelo y no podía
apartar la vista de ese pedazo de carne. Estaba como hipnotizada y mi vista seguía de manera errática
los movimientos cimbreantes que realizaba el miembro a pocos centímetros de mi cara.
- ¡Vaya polla, eh! . Mámasela. Eso, fuerte y hasta la garganta. Trágatela toda, guarra.
Yo chupaba y chupaba, e intentaba controlar las arcadas que me sobrevenían al tener que tragármela
hasta dentro.
- ¿Te he está empezando a gustar, eh?. Vaya mala puta que tenemos aquí. Para, ¡te he dicho que pares!
Otro guantazo del negro hizo que me saliera de golpe todo su miembro de la boca.
- Ven aquí, cuerpo. Que te voy hacer a correr como una cerda. -Dijo Bogart sin levantarse de su silla -.
¡Eh!, ¿Quién te ha dicho que te levantes?. - El negro me propinó un rodillazo en el estómago,
dejándome sin respiración, y haciendo que me desplomara en el suelo -. ¡De rodillas!. Ven, aquí
gateando, no se te ocurra levantarte del suelo.
Intenté obedecer y me arrastré hasta los pies de Bogart. Él ya se la había sacado y a un ademán suyo me
precipité a chupársela como mejor sabía. Cuando se cansó de la mamada, me ordenó que me pusiera de
pie y aprovechó para lamerme la vulva. Luego me introdujo con fuerza la lengua dentro de la vagina
arrancándome gritos de placer.
- No te pares ahora, zorra, no te pares. No hagas nada que yo no te diga. Así muévete y goza por el coño
y por el culo. ¿Te lo pasas bien?. - Dijo cuando consiguió, no sin cierto trabajo, apretarme con fuerza los
pezones de mis tetas henchidas por la excitación y en pleno bamboleo por la doble penetración. - Sííííí -
grité como loca -.
Volví a casa con una pinta deplorable. Tenía la cara llena de moretones y un ojo a la funerala. Casi no
podía andar por la inflamación de mis partes. Maruja me abrió la puerta.
- ¡Ay, virgencita!. Pero, ¿qué te han hecho esos cabrones?. ¡Qué te ha pasao hija! - - Me he corrido
nueve veces. - Contesté feliz y exhausta -.
Como otras veces en mi vida, volvió a sonreírme la suerte. Mi relación con esos mafiosos del barrio
chino de Barcelona fue de mal en peor. La sensación de peligro y el placer que me provocaban hizo que
volviera a ellos varias veces. Participé en algunas sesiones de sexo en grupo, donde estaba bastante
claro que me estaban prostituyendo. Habían decidido atraparme en sus redes y poco me faltó para
empezar a drogarme. A Madame Lulú la conocí en una de aquellas noches de sexo. Experta en la
materia y viéndome posibilidades hizo lo posible por retirarme de aquel ambiente. Regentaba una casa
de putas de postín en el barrio de Sarriá. Me ofreció enseguida su protección e insistió en que debía de
apartarme de inmediato de esos ambientes. Me ofreció trabajar con ella, pero yo renuncié. No me
consideraba una puta barata. Pero llegamos a un estupendo acuerdo: ella, cuando yo se lo pidiera, me
seleccionaría algún muchachote o algún señor, siempre que fueran limpios y buenos en la cama. Yo no
estaba obligada a nada con ellos, pero si quería y me gustaban me los podría tirar. Ella partiría a medias
conmigo el resultado de sus ganancias.
Tuve éxito de inmediato. Mis encuentros con los hombres eran tan ocasionales como yo quería; pero mi
cotización iba en aumento. Nunca dejé de hacer de criada y cuando me apetecía algo más llamaba a
Madame Lulú. Los ingresos complementarios los destiné a vivir más cómodamente y a no pasar apuros.
La verdad que no me puedo quejar de mi vida a partir de ese momento. Algún día contaré aquellos años
de puta cara: los momentos divertidos y también los peligrosos, aunque siempre protegida por Madame
Lulú y sus esbirros. Pero eso es otra historia y tendría que pedir permiso a ciertos personajes influyentes
para contarla.
Pasé más de veinte años compartiendo mi vida de criada con las salidas organizadas de Madame Lulú.
Me había hecho ya a la idea de que iba a acabar el resto de mis días de aquella manera, cuando un
domingo que fui al cine, descubrí en el nodo el anuncio de la reforma de un orfanato que había sido
convento después de la Guerra Civil. Se llamaba San Elías.
El autobús de línea me dejó a pocos metros de la entrada. Levanté la vista hacia la figura del edificio que
tanto conocía. No había cambiado demasiado desde la tarde que llegué allí, por primera vez, cuando era
niña. Di unos pasos al frente y observé mi aspecto. Tenía unos cuarenta y cinco años bastante bien
llevados, a pesar de todos los excesos que había cometido. Mi figura seguía siendo espléndida, ahora ya
un poco más maciza y con algunos kilos de más. Pero lo que había perdido de lozanía lo había ganado en
experiencia. Saqué un espejo de mano, me retoqué un poco el maquillaje, estiré hacía abajo la falda
para que marcara más la forma de mi culo y levantando la barbilla con determinación, me dirigí andando
hacia el edificio principal contoneándome todo lo que pude.
El director del orfanato era un gordo baboso. Estaba sentado tras una desvencijada mesa repleta de
papeles, manchada por los goterones que rezumaban de una botella de aguardiente de la que estaba
dando buena cuenta. Cuando entré en la habitación, sus ojillos brillaron lujuriosamente repasándome
de arriba abajo.
¿Puedo sentarme, verdad?. - Contesté mientras me despojaba del abrigo y le mostraba mi cuerpo
enfundado en el vestido ajustado que había preparado para la ocasión -. Me llamo Ana.
Pues claro, una mujer como usted puede sentarse cuando quiera - añadió con los ojos chispeantes -.
Me senté en actitud desafiante provocando que, al hacerlo, la falda se me levantara. Crucé las piernas,
cubiertas de medias negras, mostrándoselas hasta los muslos.
Vengo para pedir el puesto de secretaria - me levanté con descuido unos centímetros más la falda
enseñándole el liguero y el principio de mis bragas -.
¿Es usted mecanógrafa?. ¿Tiene experiencia como secretaria?. ¿Trae alguna carta de referencia?
No, pero aprendo rápido. - Contesté al tiempo que desabrochaba el botón superior de mi vestido,
mostrándole una buena parte de mi escote, y respirando profundamente para que fuera consciente del
tamaño de mis pechos -.
El director me miró fijamente al escote. Después me repasó las piernas de arriba abajo. Me miró a los
ojos.
Despacio, poco a poco, y conociendo el efecto que siempre causaban, me levanté y me quité el vestido.
Llevaba el combinado de bragas, sujetador y liguero más pequeño y sexi que había podido encontrar.
Llevé las manos a la espalda, solté el sujetador y mis tetas salieron con el efecto bamboleante que ya
conocía. El director enmudeció. Me acerqué hacía su lado de la mesa y acercándole las tetas a la cara,
eché la espalda hacia atrás para exagerar el efecto.
¿Le gustan?
Sí, sí - dijo intentando cogerlas con sus manos y llenándomelas de babas mientras las lamía
ruidosamente -.
¡Vaya tetas, señora!. Son enormes. Permítame que me meta los pezones en la boca, eso es, eso es.
Estuvo un interminable rato chupándome los pezones y tocándome el culo. Cuando se cansó retiró algo
la silla y desabrochándose la bragueta se sacó un pene torcido y con una erección monumental. Del
glande empezaba a salir algo de semen. Estaba a punto de correrse.
Chúpemela, por favor. - Me arrodillé y me la metí en la boca. Succionaba el glande mientras que con la
mano lo masturbaba. No era una verga grande. Por tanto, la podía introducir totalmente en mi boca
hasta el final. -
Qué gusto, qué bien lo hace señora, siga un poco más, un poco más, ahora, ahora. Mmmm.
Se corrió dentro de mi boca. Me tragué toda la leche. Le di unas pocas chupadas más y me levanté
sonriendo.
No señora. Si tiene la bondad, hable con la gobernanta. Tendré mucho gusto en tenerla como secretaria.
El nuevo San Elías estaba mucho mejor organizado que el orfanato que conocí en mi infancia. Había
muchos más niños, ahora ya no se admitían niñas, y bastante personal. Además, había unas ciertas
normas bastante estrictas. El personal de administración, como era mi caso, no podía tener contacto
con los huérfanos salvo en contadas ocasiones. Aproveché el resto del día para conocer la nueva
distribución del edificio. Había nuevas instalaciones sanitarias y las aulas estaban muy mejoradas. Paseé
con la gobernanta por los dormitorios y por la nueva enfermería. Ahora estaba bien equipada y tenía
incluso dos camas. Una de ellas estaba ocupada por un niño enfermo. Debía de tener unos doce años.
Era rubio y de mirada dulce. Me acerqué a él acompañada de la gobernanta.
Eso no es nada, cariño - le contesté acercándome y dándole un beso en la frente, haciendo lo posible
por restregarle mis pechos por el cuerpo cuando lo hacía -.
Qué guapa es usted señora - dijo mientras no podía separar la vista de mi escote -.
Unos calores me subieron por la entrepierna. Tuve una excitación brutal mientras notaba que me estaba
mojando toda, como hacía años que no me ocurría. Jadeando me giré a la gobernanta, le dije que me
dolía la cabeza y que me iba a echar un rato. Tendida en la cama, me masturbé por primera vez en
bastante tiempo.
Después de la comida volví al despacho del director para ultimar mi contrato. Llegamos fácilmente a un
acuerdo sobre el sueldo y cuáles serían mis funciones. Acordamos que empezaría a familiarizarme con
mi trabajo a partir del día siguiente. Me dejó la tarde libre después que me abrí de piernas, me bajé las
bragas y le permití que hociqueara un buen rato en mi coño. Simulé que me corría, dando unos cuantos
gritos, y me marché lo antes posible a la enfermería.
Manuel estaba solo. Me acerqué a él y le puse la mano en la frente. Aún tenía algo de fiebre y por eso
debía seguir en la cama. Cuando me vio se le iluminó la cara de alegría. Era un niño guapísimo, de rizos
rubios y con la carita arrebolada por las décimas de fiebre. Le pasé la mano por las mejillas y
sentándome en el borde de la cama le sonreí.
Hola Manuel. ¿Cómo te encuentras?. - Dije mientras le desabrochaba la chaqueta del pijama y
aprovechaba para acariciarle el pecho y los hombros, notando la suavidad de su piel y lo agradable al
tacto que era el calor que emitía su cuerpo -.
Bien, señora. - Contestó suspirando de placer por las caricias y las cosquillas -.
Puf, qué calor hace en esta habitación, ¿verdad?. - Afirmé al tiempo que me desabrochaba unos botones
de la blusa y dejaba al descubierto mis pechos cubiertos por un sujetador negro y semitransparente, que
me había puesto para la ocasión -.
Manuel abrió los ojos ante la visión de mis pechos y enrojeció totalmente. Su boca se abrió con una
expresión de estupor mientras miraba fijamente la forma de mis senos, que desbordaban la tela del
sujetador.
¿Te gustan mis tetas, cariño?. Son gordas pero muy bonitas. ¿Te gustaría ver el resto?
Sí, señora. - Contestó farfullando y dejando salir las palabras con dificultad -.
Bueno, pero me has de prometer que será nuestro secreto y que no se lo dirás a nadie. Voy a ponerle el
pestillo a la puerta para que no nos molesten.
Después de cerrar la puerta de la enfermería, colocándome de pie ante él, comencé a quitarme la ropa
de manera sensual. Manuel, todavía ruborizado, me observaba fijamente sin perderse el más mínimo
detalle de mi anatomía. Después de haberme quitado las medias, la blusa y la falda, me giré de espaldas
en ropa interior. Desabroché con lentitud el cierre de mi sujetador y me bajé las bragas agachándome
para ello y mostrándole toda la plenitud de mi culo. Tras mantener unos segundos de suspense, y
mordiéndome los labios por la excitación que me provocaba la situación, me giré hacia él desnuda y
anhelante de comprobar el efecto que le iban a provocar la generosidad de mis formas. Manuel abrió
los ojos alucinado por el tamaño de mis tetas y, con timidez, bajó la vista a mi pubis deteniéndose en él
como hipnotizado. Me acerqué despacio, sentándome al borde la cama, y comprobé gozosa el bulto que
se le había formado en el pantalón de pijama.
Me encanta que me veas desnuda, cariño. Y a ti también te gusta, ¿verdad, sinvergüenza?. - Dije
mientras dejaba caer, como por descuido mi mano encima del bulto de su pantalón -.
Acerqué mis labios a los suyos y le di un beso húmedo y delicado. Viendo que lo aceptaba, seguí
besándole y recorrí con mi lengua su boca, disfrutando como nunca y notando que él también lo hacía.
Aproveché ese momento para empezar a acariciarle la polla, primero suavemente, y cuando noté que su
erección iba en aumento deslizando mi mano dentro de su pantalón para sentirla mejor. Tenía una
pollita pequeña y suave, que respondía perfectamente a mis caricias. Manuel se inquietó un poco al
principio, pero luego se dejó hacer. Cuando separé mi boca de la suya vi que tenía los ojos cerrados
disfrutando de mis caricias. Le quité los pantalones y los calzoncillos, dejándolo desnudo. Seguí
masturbándolo y besándole por todo el cuerpo disfrutando del sabor y la suavidad de su piel. Cuando
Manuel empezó a suspirar dejé de mover la mano. No podía permitir que ese estupendo momento se
acabara tan pronto.
¿Te gusta que te acaricie?. Pues ahora yo también me voy a acariciar para que disfrutemos los dos.
Abriéndome piernas ante él, comencé a masturbarme el clítoris con suavidad, y gozando de hacerlo
mientras me miraba, hasta que noté que me venían las primeras contracciones del orgasmo. Estaba muy
excitada y con la otra mano me pellizcaba los pezones, gimiendo como una loca y dejando que el niño
no se perdiera detalle. Cuando me iba correr una voz me hizo abrir los ojos que tenía cerrados por el
placer.
Me corrí entre convulsiones y alentada por la frase. Luego, exhausta y ronroneando de placer le
expliqué cómo acariciarme las tetas y cómo frotarme el clítoris. Sus deditos, ávidos de experiencias,
recorrían mi cuerpo con una ansiedad desmesurada. Cogiéndole de la mano intentaba explicarle el
movimiento preciso para que me masturbara a conciencia. Cuando acertó con él, escalofríos de placer
recorrieron mi vagina. Le rogué que acelerara el ritmo y reclinándome en la cama, extasiada de felicidad,
introduje su polla en mi boca sorbiéndola lo mejor que sabía.
¡Ohhhh, qué bien señora!. - Decía Manuel mientras retorcía el cuerpo gozando de las caricias que mi
lengua experta le hacía en el frenillo dando largos lametazos. Saqué su polla de mi boca y le dije
suplicando -.
Por favor, cariño, sigue fuerte, no dejes de mover la mano. Más fuerte, así, así. - Dije al tiempo que
volvía a introducírmela en la boca, ahora ya succionándola con fuerza y dejando que llegara hasta mi
garganta. Era una mamada plena y con todo el corazón, aceleré al final notando que me llegaba mi
segundo orgasmo y recibiendo sensaciones en mi boca del aumento del tamaño de su verga y las
palpitaciones que avisaban de su corrida.
Me corrí yo también entre los gritos de Manuel, que notaba que se iba dentro de mi garganta y que no
podía remediarlo ya. Yo saboreaba su leche, intentado que permaneciera tiempo en mi boca antes de
tragármela con fruición.
Acabamos agotados y rendidos los dos. Nos abrazamos y besamos. Llenos de amor y henchidos de
satisfacción lo senté en mis rodillas. Poniéndole una teta en su boca, le rogué que me chupara el pezón,
aún enhiesto y turgente. Dejé que lo lamiera y lo chupara disfrutando de su tamaño, metiéndoselo en la
boca. Su boca inició un movimiento de succión como el de los recién nacidos. Nunca había sentido una
sensación igual. Abrazamos nuestros desnudos cuerpos y empecé a mecerlo con delicadeza.
A la mañana siguiente, y estando ya segura de lo que quería, fui a hablar con el director. Me puse una
minifalda, poco apropiada para mi edad, pero que con los tacones altos que llevaba exageraba de
manera lujuriosa la esbeltez y la perfección de mis piernas.
Señor, he pensado que mis tareas de secretaria conllevan necesariamente que tenga el acceso libre a
todas las dependencias del orfanato.
Pero, señora, usted no es docente y las normas del centro son que el personal administrativo no puede
mezclarse con los huérfanos, las normas son muy estrictas. Aunque siempre se pueden hacer
excepciones... Supongo que podría permitirle el acceso el acceso a las zonas comunes. Exceptuando
claro, los dormitorios y las duchas de los chicos...
No. ¿Qué pretende hacer allí?. Eso no lo puedo autorizar. Es del todo imposible.
Mientras hablaba yo me había ido girando y agachándome levemente. La minifalda ya no podía cubrir la
magnitud de mis nalgas apenas cubiertas por un minúsculo tanga. Di un tirón y rompiendo el tanga, me
apoyé en una mesa y me puse en pompa.
¡Encúleme!
Cuando vi que se acercaba con los pantalones bajados y la polla erecta, escupí en la mano y me lubriqué
el ano, para facilitarle la labor.
En el momento que me penetró, grité gozosa por el dolor. Empezó a embestirme salvajemente.
Conociendo las rápidas faenas del director, yo me masturbaba al mismo tiempo para llegar a correrme,
como mínimo, al tiempo que él. Tuve que centrarme bastante en la labor porque el tipo se iba con
rapidez. A cada embestida daba un gruñido más agudo. Aferrándome por las nalgas me daba unas
acometidas descomunales que me hacían golpear la mesa con el estómago. No era nada experto, pero
esa inexperiencia me ponía a cien. Yo gruñía también a cada golpe, como siempre hago cuando me
enculan. Cuando se corrió en mis entrañas, yo también lo hice convulsivamente y dando golpes con mi
pelvis a la mesa.
Abrí la puerta decidida del cuarto de las duchas. Había tres niños en ellas y otros dos esperando su
turno. Estaban desnudos. Era algo estupendo. Debían de tener entre diez y doce años. Pasé la punta de
mi lengua por mis labios deleitándome con la visión. Tenían el pene fláccido y pequeñito. Alguno
apuntaba algo de vello en el pubis. Sus cuerpos eran delicados y poco desarrollados. Se oyó algún grito
apagado y uno se tapó el pubis con las manos.
Espero que podáis hacerme algo de sitio - dije desabrochándome los botones de la bata y quedándome
en ropa interior -.
Me miraron el cuerpo impresionados y enmudecieron. Seguí desnudándome. Cuando me despojé de las
bragas y del sujetador me acerqué a ellos como Dios me trajo al mundo, gozosa por la situación y por las
caras que ponían.
¿No habíais visto antes a una mujer desnuda, verdad? - Pregunté, levantado los brazos y echando para
atrás la espalda -. Acercaos porque voy a necesitar ayuda. Quiero que me enjabonéis.
Diez manos ansiosas empezaron a manosearme y a aplicarme jabón por todo el cuerpo, deteniéndose a
explorar los lugares más íntimos de mi anatomía. Cerré los ojos disfrutando como nunca. La suavidad de
esas manitas recorriéndome entera despertaron en mí zonas erógenas desconocidas hasta ahora.
Mientras permitía que los más pequeños me chuparan los pezones, acaricié con mis manos las vergas de
los dos más mayores, que ya estaban erectas y, cerrando los ojos extasiada de placer, deseé que el
tiempo se detuviera en aquel justo momento.
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Desde muy niño fui criado en una casa hogar que atiende a niños huérfanos, por azares del destino
nadie me adopto hasta los 12 años, a veces me sentía muy triste pues veía que muchos de mis
compañeritos se iban pues eran adoptados y yo no, quizás esto me hizo sentirme rechazado o excluido
de tal manera que cuando yo ya estaba en la secundaria no me gustaba mucho estar en la casa, mas
bien me la pasaba en el centro de computo de la secundaria, ahí empecé mi gusto por la pornografía, la
cual a escondidas mirábamos la mayoría del salón, me sentí muy feliz cuando avisaron que en la casa-
hogar iba haber Internet, cuando las compus llegaron por ser unos de los mayores tenia acceso muy fácil
al aula de computo, mis muchas horas ahí me llevaron a explorar todo tipo de pornografía, hasta llegar a
una que llamo poderosamente mi atención, la de travestis y transexuales, era un mundo nuevo para mi
pero también me resultaba excitante, empecé a frecuentar los chats donde se reunían los travestis y sus
admiradores, haciéndome pasare por mayor me toco ver shows en Webcams y meterme mas a ese
mundo que empezó a fascinarme, no supe cuando ni por que, pero empecé a desear ser una de ellas y
sentirme mujer, un día al estar leyendo los anuncios clasificados me tope con un anuncio de mi ciudad,
decía “Hombre maduro busca niña tv o transex para una relación” y daba un numero celular, ese mismo
día marque, sonó el teléfono y un hombre contesto:
- Perfecto, yo llevare un carro BMW negro y estaré recargado en el fumando, ¿como te llamas?
Toda esa tarde estuve ente nervioso y excitado, tenia una cita con un hombre mayor que yo y quizá iba
a tener sexo con el, casi no pude dormir esa noche a la mañana siguiente durante mis clases me
arrepentía de la cita y me animaba, pensaba en salir entre la bola de alumnos y no llevar la cachucha o
salir por la puerta de atrás del cerco de la escuela, pero también me excitaba la idea de reunirme con
ese hombre, se dio la hora de la salida y sonó el tiemble, Salí con mi cachucha puesta, al salir frente a la
escuela estaba el carro y el hombre, era un hombre de 38 años (después me dijo) alto, fornido, pelo en
pecho, muy varonil, con ojos café avellana, vestía sport pero elegante, me dirigí hacia el:
Partimos al restauran, en el camino me interrogo por mi edad, experiencias entre otras cosas, ahí le dije
donde vivía y que era huérfano, ya en el restauran hablamos de cosas sin importancia, mas que cita
parecía una reunión de padre e hijo, terminamos de comer pago, y nos retiramos, ya en el camino yo iba
un poco sacado de onda:
- ¿Y que te imaginabas?
- Jajaja si que tienes una imaginación activa, mira Rubén, si leíste bien el clasificado yo ando
buscado una relación seria y no se la verdad si tu estarás preparado para algo asi, dime ¿te gustaría ser
mi pareja en una relación seria?
- Si a eso me refiero
- Bueno eso lleva tiempo, mañana mismo mandare a unos amigos míos para que inicien un proceso
de adopción tuyo y puedas salir de ese orfanatorio
- Si quienes serán tus padres adoptivos son empleados míos así que prepárate.
En ese momento llegamos a la casa, me dio la mano y me baje del carro feliz, no lo podía cree, iba salir
de esa casa. Al dia siguiente llego una pareja distinguida, y me mandaron llamar con la directora, yo ya
sabia de que se trataba mas mi felicidad fue real al saber que me iba. Un mes después fueron por mi mis
padres adoptivos, me llevaron directo una casa muy grande y hermosa en donde se encontraba
Ernesto, me abrazo y me dio la bienvenida, me gusto su abrazo, de ahí me paso a mostrarme mi cuarto
tenia una cama enorme y estaba muy bien arreglado, por supuesto muy femenino:
- Esta será tu habitación- me dijo Ernesto- y esta desde ahora es tu casa, las personas que están
aquí tienen instrucciones de ayudarte y darte todo lo que necesites, a partir de hoy tu vida va a cambiar,
ya no iras a escuela publica, aquí unos maestros te ayudaran a terminar el año escolar, y el otro año ya
entraras transformada a una escuela privada, también recibirás adiestramiento de cómo vestirte y
comportarte como mujer.
- Guao Ernesto no se que decir, solo gracias y que seré una buena alumna y me preparare para ti.
- Perfecto me gusta eso que dices, de entrada tendrás que escoger un nombre que te agrade por
que también cambiaremos tu identidad
- Perfecto, me gusta el nombre, así te llamare desde hoy y desde hoy ya no vestirás ropa de
hombre, además te someterás a un tratamiento medico y de acondicionamiento físico, todo este
proceso tardara algunos meses, en los cuales yo no estaré en la casa.
- No Karla es por tu bien, así te concentraras en tus tareas sin distracciones, para que al final
podamos estar juntos
- ¿Cuándo te vas?
- Asi me gusta mi nena, que sea decidida, te veo mañana, descansa mi amor
Esa noche no pude conciliar mucho el sueño, la verdad es que estaba nerviosa, pensando si le gustaria a
Ernesto o no. En la mañana llegaron mis “padres adoptivos”:
- Hoy viene Don Ernesto y nos encomendo que te trajeramos este vestido de fiesta, en punto de las
6 de la tarde llegara la maquillista, procura estar bañada y vestida para que te maquillen y peinen por
que antes de las 7 don Ernesto pasara por ti.
Me dejaron un paquete en la cama lo abri y era un hermoso vestido de noche color guinda, medias de
igual color asi como un liguero pantis y bra del mismo color. Espere impaciente la hora de inciar a
arreglarme, llegada la hora me bañe me puse los ligueros las pantis y el bra con un poco de relleno pues
mis tetas aun eran pequeñas, a las 6 llego la maquillista y peinadora, al finalizar su trabajo me mire en el
espejo, no reflejaba a una persona de 12 años sino a una señorita de unos 17 años, pude notar mis
nalgas grandes y firme mis pechos erguidos y una linda forma de caderas, unos minutos después la
sirvienta me aviso que Ernesto habia llegado, corri a la sala donde estaba:
- Karla mamita, que hermosa estas, haz evolucionado mucho muñeca y ese vestido te queda
perfecto
- Gracias mi amor me lo puse para ti
- Lo sé mamita, vamos
En el camino aun no sabia a que fiesta ibamos, Ernesto enfilo hacia la carretera:
- Ernesto, estoy muy nerviosa, es la primera vez en publico y ademas no se a donde vamos
- No te preocupes muñequita vamos a unos quince años donde soy padrino, si alguien te pregunta
diras que eres mi sobrina.
Llegamos a la fiesta, era en un pueblito, como se acostumbra era en la calle, llegamos y fuimos bien
recibidos por los padres de la quinceañera, Ernesto me presento:
- Mi sobrina Karla
- Mucho gusto Karla, yo soy Angelica y mi esposo Juan- dijo la mama de la quinceañera
Nos pusieron en la mesa de honor, Ernesto empezó a platicar con sus compadres mientras yo miraba
bailar, en eso estaba cuando hasta la mesa se acerco un muchacho de unos 19 o 20 años:
La música era estilo cumbia y la bailaba sin abrazar, mas de repente empezó las baladas y el muchacho
me abrazó, era la primera vez que alguien mas además de Ernesto me abrazaba, bailando inicio su
galanteo:
- ¿Como te llamas?
- Karla- conteste
- Ah ¿vives en la Ciudad?
- No, vivo en Tijuana y hoy me voy, ¿Nos sentamos?
Ya en el asiento me relajé, me habían galanteado y me asuste pues nadie lo había hecho y pensé que a
Ernesto le iba a disgustar, pero se miraba muy sonriente charlando, unos minutos después me dijo:
- Vamos nena
- Si me parece bien
- Te mirabas muy bien bailando, me siento orgulloso que le hayas gustado al muchacho se miraba
que le interesabas
Ernesto sonrió, y me abrazo, así nos fuimos por la carretera abrazaditos pues ya era de noche:
- Ahora karlita vamos a festejar tus avances, te llevare a un antro
Llegamos al antro y a pesar de parecer menor de edad no tuvimos ningún problema para entrar, nos
dieron un lounge (mesa apartada en lo alto), Ernesto muy caballeroso me acomodo en la silla:
- Estoy muy orgulloso de ti mi amor, tus avances son increíbles, luciste muy hermosa en la fiesta y
te comportaste como todo una mujercita
- Gracias Ernesto, que bueno que te gusto, por que todo lo que estoy haciendo es para gustarte
- Para nada, solo incremento mi ego masculino amor, saber que eres mía, te miraba mientras
bailabas y estas perfecta
- Gracias papi
Ernesto se acerco y me beso en los labios, yo correspondí, nuestros besos iban aumentando intensidad,
Ernesto metía su lengua en mi boca y yo correspondía, sus manos recorrían su espalda y mis pechos y
nalgas libremente, su dedo jugaba con mi tanga y acariciaba mi pocito de amor:
Ernesto fue a su cierre y saco su verga, era la primera vez que la veía, era enorme y muy gruesa, yo me
quedé mirándola impresionada nunca había visto una y esa era la que me iba hacer mujer:
- ¿Te gusta?
Yo la agarre con la mano y al contacto sentí su dureza y que palpito cuando sintió la prisión de mi palma,
Ernesto tomo mi cabeza y la dirigió hacia abajo, entendí lo que quería y me agache hasta tenerla frente
a mi, la lleve a mi boca y la empecé a chupar, con dulzura, saboreando esa enorme verga, mi primera
verga, el solo hecho de tenerla en mi boca me excitaba. Ernesto llevaba el ritmo de mi boca que subía y
bajaba sobre este gran mástil, Ernesto en tanto me acariciaba las nalgas por debajo de mi vestido y
pasaba su dedo por mi ano, yo gemía al igual que el:
- Ay papi, sigue acariciándome así me enciendes, me haces falta, quiero ser tuya
- Pronto lo serás mamita, sigue mamándola
Estuve metiendo ese rico trozo de carne en mi boca por 10 minutos, Ernesto aumento el ritmo de mi
cabeza con sus manos, derepente, utilizando ambas manos, dejo mi cabeza abajo, y grandes trallazos de
semen inundaron mi garganta, yo los tuve que beber pues me ahogaban, Ernesto relajo sus músculos,
me dio una servilleta se subió el pantalón, y me dijo:
- Mi niña necesito irme, en una hora mas tengo que estar en el aeropuerto
- Eso espero, tu me haz hecho vivir lo que nunca creí, ahora me siento plena y muy mujer
- Si te creo mi amor pues se nota, esta vez solo serán 15 días y ya no nos separemos
Aun que me puse triste después de que Ernesto me dejo en la casa, me animaba la esperanza de que me
prometió que en 15 días no nos separaríamos mas: Los quince días pasaron lentísimo como
escurriéndose cada hora y yo extrañándolo mas, me empezaba a hacer mucha falta, pues una mujer no
esta completa sin su hombre, cumplido el día catorce , me hablo Ernesto:
- Si amor, pero la que vendrás eres tu, estoy en el df acá te espero, en la mañana estará un avión
privado esperándote a las 7 para volar al DF
Esa noche no pude dormir por la espera, a las 5 de la mañana empecé a preparar mi equipaje, a las 6 y
media estaba en el aeropuerto, despegamos exactamente a las 7 2 horas y media después aterrice,
estaba desesperada por ver a Ernesto, llegamos a la sala de espera y el estaba allí, corrí a abrazarlo:
- Muy bien mami, desde hoy no nos separamos, quiero preguntarte algo
- Dime mi amor
- Queeee??
- Si aquí en el DF podemos casarnos, que dices?
- Bueno desayunamos juntos y de ahí te me vas a prepararte por que la ceremonia será a las 7 de la
noche
Después de desayunar y charlar bastante, me fui a preparar para mi gran noche, el vestido ya lo tenían
seleccionado, el salón estaba listo, en fin todo, solo faltaba mi arreglo personal y detalles de la noche de
bodas. El vestido era lindo, yo seleccione la lencería par usar, un baby doll transparente color vino tinto
medias blancas y liguero blanco, tanga de hilo asi como mi bra de media copa blanco, me miraba muy
sensual cuando lo probé. A las 7 me encontraba maquillada, peinada y vestida, lista par mi boda, la
ceremonia fue muy linda, mi flamante esposo lucia un smoking que lo hacia lucir guapísimo, había pocos
invitados, entre ellos mis padres adoptivos, la ceremonia fue rápida y la recepción muy intima, a las 11
de la noche tras algunos brindis, se retiraron las amistades de Ernesto:
Ernesto se acerco y me beso, yo le correspondí, en tanto me besaba sus manos recorrían mi cuerpo con
libertad, lo interrumpí:
- Perfecto muñeca
Tome nuevamente una ducha, y me hice un lavado a fondo, mientras metía la manguerita y desalojaba
mi recto, pensaba que algo enorme iba a entrar y me iba hacer feliz, la espera me ponía anhelante, un
suspiro salio de mi al sentir por ultima vez la manguerita llenado mi recto, me puse mis medias liguero y
mi tanga de hilo así como mi baby doll y Salí:
- Lista
Mi esposo tenia puesta una bata satinada muy bonita y tranquilamente bebía una copa, la dejo a un
lado y se incorporo yendo hacia mi, me abrazo y empezó a besarme mientras nuevamente sus manos
me recorrían por completo, mientras el recorría mi espalda y nalgas yo desate la bata, y pude darme
cuenta que estaba desnudo, me encanto y excito eso, metí mi mano en la bata y recorrí su cuerpo
musculoso, mientras miraba hacia abajo pude ver su verga que era enorme y muy gruesa, ya la había
mamado antes pero no la pude admirar lo enorme que era:
- No te preocupes mami
Ernesto dejo caer su bata al suelo y empujo mis hombros hacia abajo, entendí lo que quería y lo senté
en la cama, su mástil quedo al aire bamboleándose, dirigí mi boca hacia ese enorme trozo de carne,
entre abrí la boca y lo mire a los ojos, me miraba deseoso que metiera su pene en mi boca, con mi mano
hice presión pude sentir un mayor endurecimiento, mi boca lentamente descendió hacia su cabeza y la
lamí despacio, un suspiro salio de su boca, empecé a meterla y succionarla mientras con mis manos
acariciaba sus huevos, después de uno momento el se puso bien sentado para poderme acariciar la
espalda, la cual recorría con sus manos llegando hasta mis nalgas y masajeándolas y pasando su dedo
por mi esfínter por encima de mi tanga de hilo, lo que me provocaba estremecerme, enseguida me
levanto me volteo de espaldas a el y bajo lentamente mi tanga dejándome desnuda solo con mis
ligueros, sus manos masajearon mis nalgas y en un momento su boca empezó a besarlas, las besaba y
las amasaba, yo sentía muy rico y se me hacia muy erótico, de repente con sus dos manos abrió mis
nalgas y dirigió su boca a mi ano, un choque eléctrico recorrió mi columna e involuntariamente un
quejido de gozo salio:
El prosiguió un momento mas lamiendo mi ano, se incorporo y me dio la vuelta, mientras me besaba
quito mi baby doll, en tanto yo le acariciaba su pene que estaba durísimo, me tomo en sus brazos y me
deposito en la cama y el se subió conmigo, empezó a besarme mi cuello, lamer mis orejas, para después
deslizar su boca a mis tetas, se puso en medio de mis piernas mientras seguía besando mi boca hombros
y tetas, de cuando en cuando nuestros penes se rozaban el mío diminuto y el de el enorme, su pene se
frotaba en mi pubis, testículos y nalgas, podía sentirlo durísimo y palpitante, mientras yo aferrada al
cuello lo besaba:
Empezó a chuparme el pene mientras con su dedo sostenía el plug en mi ano, empezaba a disfrutarlo,
era riquisimo:
Ernesto siguió un tiempo mas mamando mi diminuto pene, luego se puso de rodillas en la cama:
- Mámalo, mamita
Yo me incorpore y en cuatro patitas empecé a mamarlo, el acariciaba mis nalgas y cuidaba que el plug
no se saliera, después de un rato me volteo así en esa posición de a perrito:
Ernesto retiro el plug, al cual ya me había acostumbrado, puso mas lubricante en mi ano y en verga,
dirigió su verga mi ano y acomodo su cabeza en mi entrada, me tomo de la cintura y empezó hacer
presión, yo ya sabia que hacer, empecé hacer fuerza como si defecara una buena parte de su gigante
entro en mi, con mínimo dolor, se detuvo un momento:
Yo obedecí y el empezó hacer presión, pude sentir como iba entrando mas y mas el dolor era
soportable, de repente senti su pubis en mis nalgas:
Su pistoneo estaba poniendo mi penecito durísimo, su verga estaba súper dura como un pedazo de
hierro candente que taladraba mis entrañas, plaf plaf sonaba su pubis en mis nalgas, en esa posición
entraba toda:
Ernesto no me hacia caso seguía dándole duro lo que me provocaba un placer intenso pero también
miedo a que me lastimara, por suerte se detuvo un momento, saco su pene:
- Cambiemos de posición ponte boca arriba
Ernesto puso una almohada en mi espalda baja, puso mis piernas en sus hombros, podia ver su cara
lujuriosa:
Ernesto empezó a bombear su pistón, comenzó lentamente a un mete y saca que se sentía riquísimo,
con las piernas en los hombros no había defensa el invasor entraba todo, seguía masturbándome, mi
marido hizo un rictus estaba acabando dentro de mi:
- Ahhggg que rica panochita tienes mi amorrrr
- Es tuya papi cojéeme siempre, quiero siempre ser poseída por ti papi
Estas frases hicieron un bum en mi cerebro me vine como nunca, el semen boto hasta mi propia cara, mi
flamante esposo cay{o como fulminado a mi lado, empezaba mi vida de casada y erótica en pleno
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14 de Enero de 1995, la vida ponía una cuota de tragedia a esta pequeña ciudad, un trágico accidente
automovilístico había dado muerte a la Señora Sasha Vólkov y a su esposo el Señor Gregorio Di Salvo, la
única que había sobrevivido con heridas menos graves era su pequeña hija de 6 años Roma Di Salvo
Vólkov hija de ambos abogados, los periódicos se deleitaban contando este trágico suceso y
despilfarraban portadas con la gran pregunta, que pasará con Roma?, el amigo y abogado de la familia el
señor Cameron Burton ya había decidido la estancia de la niña en el orfanato de la ciudad, ya que no
tenía a quien mas recurrir y no podía hacerse cargo de ella, solo legalmente para velar financieramente
por ella.
14 de Febrero de 1995, un día común en el orfanato de la ciudad, los niños pequeños juegan en los
balancines y los grandes intentan esconderse en los rincones del establecimiento para besarse sin
restricción, hoy día los juegos también se dividen entre masculinos y femeninos, las niñas dividen la
mitad del patio para poder jugar a la casita, al restaurante o a las muñecas y los hombres se roban la
otra mitad para improvisar una pequeña cancha de futbol lo suficientemente grande como para no
tener que pelear con las niñas por mas terreno, entre ellos se encuentro solo una niña, Julieta de 7 años,
tocan la campana para entrar a clases, el partido había quedado 3 – 0 con 2 anotaciones de Julieta que
le ganaba en velocidad y en fuerza a la mayoría de sus amigos, al entrar al salón se dirige de inmediato a
su asiento en medio de Luciano y David, enseguida desde el asiento de atrás siente un jalón de pelo por
parte de Pedro otro de sus amigos, entran las niñas al salón y enseguida Pedro y David comienzan a
tirarle papeles con saliva hechos bolitas, entra la profesora y enseguida ve a estos dos diablillos
corriendo a sus asientos, las niñas no dicen nada y se van a sentar, ella los mira para que se den cuenta
que los descubrió y al irse a sentar en su escritorio llama a Julieta.
Profesora: - suspiro – iremos al tocador y te arreglare, si? – Julieta se vio en la obligación de asentir –
niños, no quiero que nadie salga del salón, voy y vuelvo – tomó la pequeña mano de Julieta y ambas
salieron hacía el baño de las niñas, al llegar la sentó sobre una banca y comenzó a peinarla – todas las
mañanas vendrás aquí para que yo te peine, no quiero que andes jugando con tu pelo suelto – Julieta
solo asentía, el problema no era de ahora, sino de siempre, cada mañana recibía una llamada de
atención por no tomar su larga cabellera color castaño oscuro, al terminar, profesora y alumna volvieron
al salón donde nuevamente los niños de la clase abusaban de sus compañeras – David y Pedro quiero a
ambos vengan a sentarse junto a mi ya que no se saben comportar – ambos niños caminaron hacía el
frente llevando consigo sus mesas y sillas además de las burlas de sus compañeras por ser descubiertos,
Julieta se sentó junto con Luciano y mantuvo la compostura por 3 minutos, para luego arremeter contra
sus enemigas y tomarlas por sorpresa para arrebatarles sus muñecas y decapitarlas ante ellas, la
profesara se giro para ver tal espectáculo y tomar fuertemente del brazo a Julieta coreada por el llanto
de las 2 niñas, la sentó sola en un rincón al lado de un puesto vacío mirando hacía la pared y le prohibió
girarse. Para muchos hoy es el día del amor, otros de la amistad, pero para Julieta hoy es el primer día
que la vio, nerviosa entraba al salón Roma, aun con un parche en su frente, su cuello mantenía intacto
algunos rasguños del accidente, lo demás permanecía intacto, Julieta no pudo voltearse ya que su
orgullo no se lo permitió, para mientras la profesora daba la bienvenida a la nueva alumna – Bueno
niños, ella es Roma Di Salvo espero que la traten bien y se hagan amigos de ella, por que desde hoy será
su compañera – le dio dos golpecitos en el hombro ante la mirada atenta de todos por esta inusual niña
de pelo largo y amarillo, Julieta se giro al escuchar el extraño nombre y la siguió con la mirada hasta la
mitad del pasillo, hasta que se dio cuenta que la profesora se giraba al no escuchar la silla rechinar
dándole a entender que Roma se había sentado, la profesora se giro dándose cuenta del problema, ya
no habían asientos, en realidad si, solo uno, junto a Julieta, la profesora dudo pero su clase había tenido
las suficientes interrupciones como para seguir perdiendo el tiempo, le indico el asiento y Julieta al
escuchar su nombre volvió a girarse ahora enojada por tal insolencia, hay tres cosas que un niño odia,
hacer la tarea, la hora de dormir y los castigos y ahora Roma era parte de su castigo y se gano un poco
del odio de esta pequeña niña que ahora la miraba de reojo a causa de ese pelo amarillo que llamaba la
atención de todos, Julieta miraba hacía la pared mientras que Roma hacía el pizarrón pudiendo ser
participe de la clase, pero en realidad solo se mantuvo callada los siguientes 27 minutos que restaban de
la clase, al tocar el timbre Julieta salió corriendo del salón seguida por sus tres fieles amigos, siguieron
con el partido hasta que se autoproclamaron vencedores y comenzaron una leve riña de la cual ella no
fue participe, en cambió prefirió mirar a Roma que sentada en una banca hojeaba un libro en completa
soledad, quiso acercarse, por un momento lo pensó y sus pies actuaron obligándola avanzar dos pasos
en el tercero ya se había arrepentido y retrocedió, jamás había sido buena hablando, menos con niñas,
ella prefería jugar con hombres que son mas bruscos y básicos, conformes y admirados de su velocidad y
fuerza obtenía rápida aceptación, mientras tanto el estar peinada, arreglada y con ese cierto toque
femenino a ella no le hacían sentir para nada cómoda, volvió arremeter contra su miedo y avanzo,
faltaban solo un par de escalones para llegar donde Roma cuando aparece su profesora, la toma de la
mano y se pierde junto a ella en el pasillo, Julieta hizo una mueca, rasco la parte trasera de su cabeza
desarmando aun mas su peinado y volvió junto a sus amigos los que ahora se balanceaban en los
columpios y reían imaginado estar en otro lugar, volvieron a clase pero en esta no se hizo presente
Roma, a Julieta le concedieron volver a su lugar junto con David, Pedro y Luciano, ellos siguieron con sus
maldades mientras ella se agitaba cada vez que sentía la puerta crujir pensando en el regreso de aquella
niña, miraba la puerta atentamente solo para desilusionarse al darse cuenta que era el viento, la
profesora volvió a regañarlos y miró muy distante a Julieta, si bien ella era tímida y callada nunca perdía
el tiempo y solo esperaba que la profesora se despiste para cometer cualquier travesura, pero durante
los 30 minutos de la clase se había mantenido totalmente quieta y pensativa lo que le llamo la atención
a la profesora que la llamo a su escritorio – te sientes mal? – negó con la cabeza, ella no acostumbraba
hablar si no tenía algo realmente importante que decir – y por que estas así? – Julieta la miro e hizo una
mueca con su boca para luego alzar sus hombros en un “no se” que no dejo muy conforme a la
profesora, esta acaricio su rostro dulcemente y miro su cabello riendo por lo desecho que ya estaba,
Julieta por su parte miraba al suelo avergonzada por todo el trabajo que había hecho su profesora y que
ella había estropeado totalmente en algunas horas, estaban en esto cuando entra la pequeña Roma al
salón robándose la mirada de todos incluyendo la de Julieta que esbozaba una sonrisa al verla, disimulo
inmediatamente y se fue a sentar, Roma hizo lo mismo y paso mirándola de reojo abrazando su libro de
tapa de cuero, esa clase se dedicaron hacer manualidades, pero Julieta no era muy bueno eso al
contrario de Roma que todo el tiempo que se ausento de la clase estuvo arreglando sus cosas en la
habitación que ahora compartía con Julieta, lo primero que vio fue el desorden de esta ,en el suelo yacía
su ropa, sobre la cama un desastre total adornado con su pijama, lápices por todo el suelo le dificultaron
un poco el paso, pero ella arreglo eso recogiéndolos todos uno por uno y dejándolos sobre la mesa en su
envase correspondiente, tomo un par de libros de cuentos que estaban sobre la que ahora era su cama
y los dejo en la mesa de centro, miro el ropero de Julieta que ahora compartiría con ella y se extraño de
ver solo ropa de ella ya que la habitación tenía dos camas y una litera de la que ella se había adueñado
al cama de arriba, termino de ordenar sus cosas y se dispuso a ir a su salón, pero volvió rápidamente a la
habitación en busca de su álbum de fotos con tapa de cuero que desde el accidente cargaba
constantemente, al volver por él, el sol hizo un juego de luces sobre sus ojos y se encandilo a causa de la
proyección que hacía el marco de una foto directamente hacía ella, camino hacía la mesita de noche de
Julieta para ver un dibujo de ella y lo que parecía ser un papá y una mamá tomando su mano, dejo la
foto en su lugar y partió hacía el salón, estuvo perdida unos minutos por los pasillos hasta que por la
ventana de la puerta 6-7B vio a Julieta y supo que ese era su salón, entro y enseguida encontró la mirada
de todos junto con una sonrisa de Julieta que Roma correspondió enseguida, al ver que Julieta cambiaba
la expresión de inmediato se incomodo y espero a que se sentara ella para luego avanzar sin poder
evitar mirarla nuevamente pero ahora mas cautelosamente, se sentó en la parte trasera donde la
profesora enseguida le paso varios trozos de plastilina y comenzó con su tarea, crear a su animal
preferido, del cual luego tendrían que exponer, en un momento se distrajo y miro hacía adelante donde
estaba Julieta haciendo bolitas de plastilina las que luego iban a parar a la cabeza de Lisette, una de las
niñas a las cuales anteriormente había decapitado a su muñeca, esta la acusaba constantemente y la
profesora al pedir orden hacía que Julieta asintiera prometiendo portarse bien, volvía a repetir la acción
y Roma divertida la miraba, se asusto al ver descubierta a la niña en su maldad, pero esbozo una sonrisa
al saber que su castigo sería el irse a sentar junto a ella, Julieta tomo su trabajo, o lo poco que llevaba de
él y se dirigió a la parte trasera del salón junto a Roma la que estaba por terminar su caballo de
plastilina, al llegar se dio cuenta que lo poco y nada que tenía de plastilina no le alcanzaría para hacer su
trabajo, Roma la escucho refunfuñar y seguidamente Julieta se recostó sobre la mesa haciendo caso
omiso a la tarea, por su parte Roma deshizo su trabajo, dándole un gran trozo de su material a Julieta,
esta se levanto de inmediato y la vio un instante a sus ojos para luego llenarse de infinita vergüenza,
miro la mesa de su compañera y ya no vio al caballo tan bonito que antes había admirado – y tu trabajo?
– pregunto Julieta haciendo que los pómulos de Roma se enrojecieran al escuchar su voz por primera
vez – haré un conejo – respondió ella sin ser capaz de mirarla de vuelta y concentrándose en su nueva
tarea – y tu que harás? – pregunto Roma al verla indecisa, Julieta la miro y suspiro, volvió hacer la misma
mueca de siempre y alzo los hombros – que animal te gusta? - pregunto Roma, Julieta llevo su dedo
índice sobre sus labios, arrugo la nariz, achico los ojos y miro hacía arriba por 5 segundos de los que
Roma paso 3 mirándola fijamente hasta que esta la miro de frente otra vez y volvió alzar los hombros –
un gato? – Pregunto Roma – un león – respondió de inmediato Julieta – eso es muy difícil de hacer, no
prefieres un perro? – Dijo dulcemente la niña – mejor un lobo – dijo recostándose sobre la pared, se
anunció el fin de las clases, ahora podrían ir a jugar, Julieta quiso correr de inmediato a la salida pero
Roma la detuvo – y tu trabajo? – Dijo tomándola de su suéter – no importa – respondió Julieta
zafándose y corriendo atrás de Luciano, Pedro y David, Roma suspiro y miro los trozos de plastilina sobre
la mesa de Julieta, los tomo y corrió hacía la que ahora era su habitación, tomo el trabajo muy a pecho e
hizo de esos trozos de plastilina un lindo león que le tomo varias horas, las cuales Julieta aprovechaba
para jugar a las canicas con sus amigos, luego se aventuraron a las hectáreas de campo que rodeaban el
orfanato y cada uno se adelantaba para alcanzar el árbol mas alto y subirse hasta la última rama, Julieta
fue la primera en llegar, subió con agilidad seguida por David que sin querer tomo el pie de Julieta
jalándola haciéndola caer, asustados bajaron de inmediato para auxiliar a su amiga la que tenía el codo
herido, conocían las consecuencias de estar en ese lugar por lo que tuvieron que volver de inmediato a
las inmediaciones y entrar a escondidas, todos se separaron en el vestíbulo para no ser descubiertos y
cubriendo su herida, Julieta llego hasta su habitación, entro corriendo sin percatarse de la presencia de
Roma que en ese momento dormía placidamente en la parte superior de la litera, Julieta inspecciono su
herida con la valentía de su experiencia quiso no llorar pero no se contuvo en cuanto se vio sola, Roma
escucho sus quejidos por lo que se despertó de inmediato asustando a Julieta que dejo de llorar en ese
instante, se giro ocultando sus lagrimas, pero ya era tarde Roma ya la había descubierto, bajo por la
escalera de su litera y se acerco a Julieta – que te paso? – le pregunto para ver la negación por parte de
la cabeza de esta, Roma inconforme le dio la vuelta y pudo ver la sangre en su brazo, al verse
descubierta y sin mas remedio suspiro y se sentó en su cama, Roma se acerco a ver la herida y enseguida
paso a buscar de su mesita un par de cosas las que se llevo afuera de la habitación, Julieta indignada y
temerosa por su acción se escondió debajo de su cama pensando que iría a delatarla, pero la vio volver
enseguida con algodón y un vaso de agua, salió de su escondite al ver a Roma perpleja por no saber
donde se encontraba, Roma no pudo evitar reírse pero si mordió sus labios en un intento, Julieta frunció
el ceño y se volvió a sentar en la cama, Roma se acerco hacía ella y se acomodo para comenzar su tarea,
mojo un poco el algodón en el vaso de agua y comenzó a limpiar la herida de Julieta la que colocaba cara
de dolor aun antes de que Roma la tocara – gracias – le dijo Julieta a Roma tocando el parche recién
puesto, de improviso entro la profesora a la habitación haciendo que las dos escondieran las manos
sospechosamente, las inspecciono con la mirada y anunció la hora del baño, Roma se levanto llevando a
escondidas el vaso con agua, paso a tomar su bolso, su ropa y salió junto con la profesora de la
habitación, Julieta por otra parte se recostaba aliviada en su cama, giro su cabeza y mirando la mesita
encontró el león de plastilina junto a un conejo del mismo material, se cuestiono de quien era al mismo
tiempo que la profesora volvía a entrar a la habitación, basto su mirada para salir corriendo hacía la
ducha… La noche llegó, una tormenta eléctrica se avecinaba, eran las 11 pm cuando Roma asustada
corre a la cama de Julieta, esta se despertó de inmediato y al ver la cara de su compañera se movió para
dejarle espacio, Roma se acostó a su lado y con cada sonido de la naturaleza abrazaba con mas fuerza a
Julieta que no lograba conciliar el sueño a causa de los aprietos de Roma, en algún momento ambas se
quedaron dormidas, llegando la mañana el despertador las obligo a despertar, Roma seguía abrazada a
Julieta tal y como ella la recordaba la noche anterior, quiso salir sigilosamente pero Roma se despertó y
avergonzada la soltó de inmediato, Julieta recordó lo que dijo su profesora y ya se hacía tarde para ir a
verla pero Roma la detuvo – te retarán por no ir peinada – le dijo – la señorita Marina me peinara – dijo
ella, Roma se sentó en la cama mientras que ella se vestía – y dejarías que yo lo hiciera? – dijo poniendo
en pausa la tarea de Julieta la que se giro y fue incapaz de negarse y solo asintió, pronto se levanto de la
cama y fue por su peine para deslizar las cerdas entremedio del pelo de Julieta que arisca quiso zafarse
varias veces, al tener el pelo completamente desenredado, Roma se levanto y de un estuche saco un
cintillo color rosa el que le quedo perfecto a Julieta la que quiso sacárselo pero un golpe en la mano por
parte de Roma la detuvo y se vio en la obligación de dejarlo en su lugar, fueron al gran comedor a
desayunar y la profesora al verla de inmediato se acerco a ella para felicitarla – te ves preciosa hoy, lo
hiciste tu sola? – pregunto curiosa la señorita Marina a lo que Julieta negó con la cabeza y apuntó a
Roma la que ya tomaba su jugo de naranja y un par de tostadas en un plato, mientras la profesora
miraba a Roma, Julieta se adelanto y fue en busca de un tazón de cereales con leche y siguió a Roma
hasta la mesa correspondiente a su nivel, ambas se sentaron y al verlas David, Luciano y Pedro fueron
también extrañados hacía allá, David se sentó junto a Roma lo que molesto un poco a Julieta, a su lado
se sentó Luciano mientras que Pedro trataba de llamar la atención de Lisette, la que le sonreía y luego
ignoraba bipolarmente, Roma miraba a Julieta con atención mientras que Julieta esquivaba sus ojos por
miedo a que se enterase de su obvia molestia, Roma entro primero al salón yendo enseguida hacía su
lugar, detrás de ella entro David el que al verla sola enseguida se posiciono a su lado, después le siguió
Luciano el que empujaba a Lisette y a su amiga Margot que se veía encantada con la atención de
Luciano, luego entro Julieta la que se dirigía a sentarse junto a Roma hasta que vio a David sentado,
frunció el ceño y levanto la ceja derecha evidenciando su molestia, Roma percibió su mirada por lo que
se puso de pie en cuanto la vio alejarse hacía su puesto, la siguió de inmediato dejando a David solo con
un par de autos que había ido a buscar a su habitación para llamar su atención, Julieta se sentó y Roma
hizo lo mismo colocándose a su lado, Julieta la ignoro los primeros 5 minutos hasta que la profesora
comenzó a llamar para pedir los avances del trabajo, Roma se giro y busco en una bolsa el león que le
pertenecía a Julieta y lo dejo sobre la mesa, ahora era ella quien la ignoraba mientras que Julieta se
sentía fatal por su comportamiento, le iba a pedir disculpas hasta que la señorita Marina la llamo –
Julieta Rossi, pase adelante – tomó su león y siguió mirando a Roma en busca de su mirada que nunca
llego, la profesora miro su león – Julieta, me sorprendes, esta precioso, vaya a sentarse – no pudo ni
siquiera sonreír hasta que llego al lado de Roma la que por fin se giraba para mirarla – estas enojada – le
pregunto Roma a Julieta – eres tu la que esta enojada conmigo – dijo Julieta con un tono de voz que
Roma a penas logro escuchar, pero que la hizo sonreír.
28 de Mayo de 1995, su amistad se había consolidado por completo, por las mañanas Roma la peinaba,
iban juntas a tomar desayuno, para luego entrar a clases y así Roma mantenía el control de Julieta
convirtiendo sus maldades en energía positiva que tenía muy orgullosa a su profesora, Julieta llevo a
Roma a su lugar preferido, escapando por la noche y con el miedo latente de ser descubiertas o
atacadas por un fantasma ambas se adentraron al bosque en busca de los Álamos que tanto le gustaban
a Julieta por ser altos, al salir por la reja cerca de las 1 am, lo primero que hizo Roma fue tomar la mano
de Julieta la que se inmovilizo en cuanto sintió sus dedos entrelazados con los de ella, Roma comenzó a
correr jalándola de la mano al ver una luz prenderse en la sección de profesores, por otra parte Julieta
iba siguiendo por inercia a Roma que al darse cuenta que estaban en medio de un bosque en la mitad de
la noche se aterrorizo y quiso volver siendo detenida de inmediato por su compañera, le volvió a tomar
la mano, ambas se sonrieron y luego miraron al piso, cortando aquel incomodo momento Julieta decidió
avanzar conociendo de memoria cada lugar de aquel bosque por el que desconfiada caminaba la
pequeña Roma, al llegar la misma que antes estaba temerosa quedo boquiabierta al ver las luciérnagas a
montones en el medio del bosque de Álamos, soltó la mano de Julieta y esta orgullosa de su escondite la
dejo avanzar para deleitarse con el lugar y el momento que ambas vivían, en un momento Roma se
acerco a Julieta y queriendo saber mas de ella hizo la pregunta obvia – que le paso a tus papás? – otra
vez la mueca aparecía en la cara de Julieta y como respuesta obtuvo lo mismo de siempre los hombros
alzados – no los conoces? – negó con al cabeza la pequeña y Roma se giro para seguir mirando – y que le
paso a los tuyos? – pregunto tímidamente la pequeña – murieron – dijo fríamente, pronto se volverían a
ver las caras cuando era el tiempo de volver a su cuarto, corrieron de vuelta y sigilosamente entraron
por la puerta de la cocina hacía al estancia para subir por una escalera y llegar a sus habitaciones, se
acostaron sin emitir ningún ruido y sin previo aviso Roma volvió a repetir la escena de las noches
anteriores y se acomodo en la cama de Julieta junto a ella, entrando ambas en un sueño profundo de
inmediato, 6 am, el despertador sonaba, las dos se dirigían a las duchas ya que el barro las delataría,
fueron a desayunar y cuando salieron de ahí, vieron a David y a Pedro salir corriendo de su habitación,
los alcanzaron lo suficiente como para ver su travesura, habían robado el álbum de fotos de Roma y esta
con gran velocidad los perseguía por el orfanato seguida de cerca de Julieta que pronto la sobrepaso y
logró alcanzar a los dos niños jalándolos hacía atrás provocando que soltarán el álbum y este esparciera
por el piso varias fotografías de Roma y su familia, llorando la pequeña niña recogió cada una de sus
fotografías bajo la mirada de perdón de los dos niños, quien no los perdonaría era Julieta que repartió
entre los dos varios golpes que dejaron a los dos niños llorando y a ella con un reto que la llevo hasta la
oficina principal con todos los involucrados en el caso, pronto salieron y Roma sin mirar atrás se dirigió a
su habitación, por obligación Julieta tuvo que ir a clases, pero al tocar la campana corrió al cuarto donde
se encontraba la pequeña pegando las fotos – gracias por defenderme – dijo ella congestionada por
tanto llorar – siempre lo haré – prometió ella ganándose la confianza absoluta de Roma.
• Puede ser un poco o totalmente contradictorio el hecho de volver a escribir tan pronto cuando puse
en duda el poder seguir haciendolo, quizás esta sea mi prueba para saber si tengo la misma magia o si la
perdí, ojala les guste, espero sus comentarios y por supuesto sus emails los que estoy volviendo a
responder... Saludos desde el Sur de Chile, Veersus
~ ¿Dichoso o Privilegiado?
La gente camina por la calle olvidándose de las utopías, como han dejado de soñar y han volcado sus
metas a trabajos inútiles que no tienen sentido, dichosos los que aman lo que hacen y privilegiados los
que hacemos lo que amamos...
Pronto el tiempo pasaría solo para volverlas mas inseparables, la vida era el lugar y el momento para ser
felices y ellas lo eran junto a la otra.
Era un día soleado que ambas disfrutaban en el jardín del orfanato siempre compartiendo risas, sueños,
la familia perfecta que ya con 12 y 11 años no era mas que un sueño que al parecer no se cumpliría,
pero mas que nada, esa complicidad exquisita que las obligaba a crear un mundo para las dos. En el
jardín estaban ambas sentadas cuando llegaron frente a ellas David y Luciano, - Con quien irás a la fiesta
de fin de año? – le pregunto nervioso David a Roma, Julieta frunció el ceño y miro a Roma pero entre
medio de sus miradas Luciano coloco una flor amarilla recién cortada y pregunto – Julieta, quieres ir
conmigo al baile? – Roma golpeo el brazo a Julieta para que esta cambiará la expresión de desprecio y
contesto por ambas – claro que si, iremos las dos – dijo ella bajo la mirada molesta de Julieta que se
negaba hablar en presencia de ellos, - lo dices enserio? – pregunto David esbozando una sonrisa
inmensa – entonces nos vemos mañana – dijo Luciano dejando la flor amarilla en manos de Julieta y
corriendo al patio seguido por David que contento se le escucho gritar atrás de los matorrales que
separaban el jardín de la cancha de futbol, al desaparecer, Roma miro a Julieta y esta esquivo su mirada
sin saber como regañarla o enfadarse – Luciano gusta de ti – dijo ella recogiendo la flor amarilla que
Julieta había dejado caer al suelo, - y a mi que? – respondió enfadada, Roma suspiro y se levanto para
colocarse frente a su amiga – será divertido, además estaremos juntas – yo no quiero ir a ese baile,
menos con Luciano – dijo mirando hacía el sauce llorón para esquivar a Roma, - a mi me hace mucha
ilusión ir – se coloco en cuclillas y tomo sus manos – acompáñame, por favor, que te cuesta? -, Julieta
solo pudo agachar la cabeza pensarlo por 4 segundos y asentir, Roma la abrazo con fuerza, pocas veces
Julieta se negaba a una petición de Roma, por lo que esto solo era una prueba mas de lo débil que era
frente a esa niña.
Viernes 31 de Diciembre de 1999 ~ Fiesta de Fin de año.
Hoy día no solo era fin de año sino que se le decía adiós al milenio, Roma nerviosa se terminaba de
arreglar mientras Julieta la miraba sentada desde la cama que ambas compartían desde niñas, Roma se
producía con exageración lo que molestaba tremendamente a Julieta que se había arreglado sin muchas
ganas, - estas lista? – pregunto Roma después de estar 2 horas frente al espejo – hace dos días – dijo ella
de mala gana, Roma estaba por regañarla por su actitud cuando tocan la puerta, eran cerca de las 8 pm
cuando Roma abre y ve a estos dos chicos de traje formal que venían por ellas, se disculpo con ellos y
volvió dentro por Julieta que se negó a levantarse en los primeros jalones hasta que Roma clavo su
mirada de suplica en ella y le fue imposible seguir resistiéndose, suspiro antes de que Roma abriera la
puerta y se dejo ver por Luciano al que se le enrojecieron las mejillas e iluminaron los ojos al verla, David
por su parte beso en la mejilla a Roma la que encantada se tomó de su brazo, por su parte Luciano le
ofreció su brazo a la niña equivocada, que se negó a sujetarlo y que camino con severidad hasta el gran
salón.
Eran las 10 pm, todo el mundo bailaba, los profesores con los niños del lugar, las inspectoras de patio,
los cocineros, los encargados de aseo y hasta los de mantención se cobijaban en aquel salón que
constituía no solo una parte del orfanato, sino que también una parte de sus vidas, los niños pequeños
se divertían escondiéndose bajo las mesas, mientras que los preadolescentes se comenzaban a explorar
con precaución y nerviosismo, los adolescentes por otra parte con parejas y relaciones constituidas
comenzaban con leves provocaciones para luego perderse en algún rincón oscuro del mismo salón, en
eso estaban todos menos Julieta que se cobijaba en la parte del cóctel junto con Luciano que la miraba
con encanto por su actitud tan despreocupada, David y Roma por mientras disfrutaban del baile y del
leve coqueteo que experimentaban por primera vez ambos niños, luego de una mirada fugaz, Roma se
abrazo a David para ver a Julieta a la que encontró desconforme por el presente que le tocaba vivir, se
acerco tomada de la mano de David, lo que provoco un nudo en la garganta inmenso a Julieta – vengan
a bailar con nosotros – dijo Roma alentando a su amiga – quieres ir? – Pregunto comprensivamente
Luciano – ve tu si quieres – dijo ella sin despegar la mirada de las manos entrelazadas de David y Roma,
la pareja volvió alejarse luego de que la mirada de Roma convenciera a Julieta para ir a la pista.
Fue culpa de la bola de disco que iluminaba el lugar intermitentemente, de la canción (Ricky Martin –
Vuelve), del momento, de la edad lo que hizo que bajo la mirada atenta de Julieta que abrazaba a
Luciano para ver mejor a Roma, que estos dos chicos se besaran adueñándose así del primer beso de la
pequeña niña amada por su amiga, aunque Julieta aun no lo entendía… Se paralizo de inmediato, el
nudo en la garganta se hacía presente, las lágrimas intentaron salir de golpe pero se detuvieron al ver a
Roma, la que miraba con atención a Julieta – estas bien? – pregunto preocupado Luciano, Julieta lo miro
y mordió sus labios para aguantar la pena, - perdóname – le dijo para salir corriendo de inmediato en
busca de un consuelo que no conseguiría sola, salió del orfanato y corrió al bosque, a su lugar, a su
escondite al único lugar que le pertenecía por completo y ahí se quedo en medio de los árboles, se
cobijo en un tronco y se echo a llorar cuando nadie la veía, habrán pasado 3 o 5 minutos cuando las
ramas comienzan a moverse, de ellas salió la pequeña niña que había estropeado su arreglado cabello,
vestido y también el corazón de su amiga, se acerco corriendo para abrazarla, - por que?, por que? – le
pregunto una y otra vez Julieta a la niña que ya comenzaba a llorar sin ninguna explicación – perdóname
– respondió ella y se puso de pie, quiso irse pero Julieta la detuvo con calma, con delicadeza, las
lágrimas aun caían, pero la desesperación en el pecho se había controlado al tenerla en frente, tomo su
mano para atraerla hacía ella lo suficiente como para tomar su cintura – que haces? – le pregunto Roma
colocando ambas manos en el pecho de la niña para detenerla, Julieta hizo caso omiso y se acerco a su
boca lentamente, Roma se alejaba de ella y Julieta mas se aproximaba, el árbol detuvo a Roma, la que
no logro cerrar los ojos hasta que sintió los suaves y pequeños labios de Julieta sobre su boca, ahí se
quedaron inmóviles luego de que Roma abrazara con fuerza a Julieta que tomaba con mas decisión las
caderas de su amiga, se besaron por largo rato, hasta que Julieta se alejo, Roma limpio sus ojos con una
sonrisa en la boca, mientras que Julieta se quedaba sin palabras y con mucha vergüenza en su rostro, -
volvamos a la fiesta? – pregunto Roma – pero tu vestido y tu… - Roma coloco su dedos sobre los labios
de ella para callarla, luego tomo su mano y ambas volvieron al orfanato para hacer caso omiso a los
niños que las esperaban impacientes, las dos pasaron de largo, estaban en la mitad de la pista,
abrazadas cuando la canción que contenía y cobijaba este momento romántico y decisivo era Iris de Goo
Goo Dolls.
Roma despertaba primero, enseguida arreglo el cabello de Julieta que la noche anterior se había
dormido mirándola y aun conservaba esa posición, sonrió al mirar sus labios y recordar el momento
vivido, acaricio con delicadeza su mejilla adueñándose por completo de aquellos pómulos que se
enrojecieron al abrir los ojos y verla tan cerca – buenos días – susurro Roma a lo que Julieta solo sonrió,
desde pequeñas se despertaban y levantaban 10 minutos antes para no ser descubiertas durmiendo en
la misma cama, se levantaron al mirar el reloj y ambas se dirigieron a las duchas, sus cuerpos
comenzaban a tomar forma y las curvas se empezaron a ser presentes en Julieta antes que en Roma, por
lo que la segunda admiraba con mas devoción el cuerpo de la niña que se bañaba en la ducha continua a
la de ella, Julieta por su parte no concebía mirarla por creer que la inocencia de su amada se escaparía
en los ojos deseosos que ella poseía, por lo que siempre le daba la espalda, se terminaron de duchar y
ambas escogieron una banca frente a la otra, Roma comenzaba con su ritual de crema, mientras que
Julieta se secaba el pelo con lentitud para poder apreciar las piernas de Roma, enseguida se vio
descubierta y se giro, por lo que Roma reacciono y sacando valentía de donde no tenía, se coloco atrás
de ella y comenzó a secar su espalda y a borrar de esta las gotas que se dejaban caer hasta el suelo,
Julieta se petrifico ante el tacto de la pequeña y se quedo estupefacta al sentir en su helada piel el calido
beso de Roma que comenzó en su hombro derecho pero que la sensación lo hizo acabar en el último
cabello y poro de su piel, se giro y por primera vez miro esos diminutos pechos, ahora era Roma la que
se acercaba lentamente para besar su mejilla, su mentón, la comisura de sus labios y por último su boca,
otra vez se rendían ante aquel beso correspondido que el momento, la valentía y el amor le regalaba a
ambas, sintieron risas fuera del baño por lo que se separaron enseguida, Julieta era la que reía y Roma la
que se sonrojaba por primera vez, terminaron de secarse y vestirse y pronto la campana les decía que
era un nuevo día, además de un bienvenida cordial al desayuno, se sentaron juntas como siempre, como
todos los días solo una cosa cambiaba, la forma en que ellas dos se miraban.
Ya habían pasado 10 años desde que se vieron por primera vez, 5 de su primer beso y 1 de su gran
mentira… - no puedo creer que tenga que mentir – alego Julieta en el oído de Roma que tomaba
desayuno sentada junto a su novio, David, por lo que solo la miro para que guardara silencio como ya lo
había hecho por un año, interrumpió las miradas de odio y perdón la campana que las obligaba a ir a su
clase de historia, Julieta negó insatisfecha por la situación y camino rápidamente pasando a llevar a una
chica de un curso menor, - perdón – dijo Julieta ayudándola a levantarse mientras que Roma la miraba
inspeccionando la situación, arqueo la ceja izquierda cuando se perdía por el pasillo que la llevaba a su
salón y cuando Julieta intento seguirla la chica la detuvo, - se te cayó esto – dijo estirando su mano y
Julieta recibiendo un papel que no le pertenecía, pero al perderse de inmediato la misteriosa chica, no
logro hacérselo saber por lo que siguió su camino al salón donde le tocaba con la Señora Luisa, llegando
al salón quiso sentarse lejos de Roma, pero esta dejando a David solo, se sentó junto a ella – la conoces?
– pregunto – no – respondió secamente provocando el enfado de Roma y a causa de eso que le
arrebatara el papel que traía en su mano – eso es mío – dijo intentando detenerla pero ya era muy
tarde, por lo que lo leyó sin pudor alguno.
“Julieta:
Eres la chica mas hermosa dentro de este orfanato, a veces, cuando me siento sola, imagino que estas a
mi lado, cuidando de mi, jamás me has visto por mas que me he cruzado en el pasillo, jamás has sabido
que te miro, aunque desayuno, almuerzo y ceno, en la misma mesa frente a ti desde hace ya 2 años,
jamás creerás que me maquillo solo para ti y he ajustado mi ropa para llamar tu atención, pero es
verdad, lo he hecho, pero tu ni siquiera te has inmutado, siento molestarte con esta confesión, pero
cada vez que te veo, siento unas ganas incontrolables de abrazarte como jamás nadie lo ha hecho… con
mucho cariño y amor, sinceramente te quiero.
Atte: Josefa.
Julieta se rasco la cabeza con la mano derecha, mientras que Roma la miraba disgustada – de donde la
conoces? – pregunto guardando la compostura al escuchar a la profesora – bueno chicos, alguien
recuerda que vimos el día Lunes? – Preguntó, mientras que Julieta trataba de explicarle a Roma que
tanto ella como la carta dejaban claro que no se habían hablado jamás – ni siquiera se quien es Josefa-, -
aun me sorprende que te sepas mi nombre Julieta -. – haber chicas, que pasamos la clase anterior? -,
Roma se acomodo en la silla y miro a la profesora – vimos la Triple Alianza, la Triple Entente, el Atentado
de Sarajevo, la Guerra de trincheras, la Guerra submarina, el Tratado de Brest-Litovsk y el Tratado de
Versalles – dijo para volver enseguida a la pelea con Julieta – Muy bien, pero si continúan, las separare,
entendido? – dijo la profesora apuntándolas con la tiza – entendido – dijo Roma mientras que Julieta
asentía, siempre fue la mas lista para todo, biología, química, física, historia, lenguaje, matemática,
algebra, todo… siempre Roma era la nota mas alta, la sobresaliente y capaz, por otro lado Julieta solo
pasaba con notas que le alcanzaban para subir al siguiente curso, pasaban la historia de la primera
guerra mundial mientras ellas seguían con su discusión, - como sabe que te gustan las chicas? –
Pregunto Roma – no tengo ni la menor idea, mejor cállate o te cambiarán de puesto -. – eso quisieras tu,
verdad?, Julieta suspiro agotada por la conversación y se adueño del papel para guardarlo entremedio
de su cuaderno, iban a seguir discutiendo cuando entra al salón una de las inspectoras, habla unos
segundos con la profesora, esta suspira agotada y se da vuelta para dar instrucciones, - haber chicos, ha
faltado una profesora por lo que tendremos que estar con el Aula C14-15, por lo que necesito que hagan
espacio y compartan asientos con ellos -, Roma iba a seguir discutiendo, Julieta trato de ignorarla
mirando el desfile de chicas y chicos que avergonzados entraban a un curso mayor, de pronto entre
ellos, aparece la chica del comedor, enseguida Roma reacciona y golpea en el brazo a Julieta frente a al
profesora, la que detiene toda la escena para regañar a la celosa niña, - Roma, te vas hacía atrás, ahora –
dijo con voz firme luego de ver la mirada desafiante que la niña le contraponía, enseguida en el asiento
vacío se sienta la misteriosa niña, lo que hace que Roma estrelle con fuerza su cuaderno contra la mesa,
- necesita salir a tomar aire, señorita? – le pregunta la profesora, por lo que Roma se tranquiliza y se
sienta bajo la mirada de perdón de Julieta que en ese momento y en esa situación no sabía que hacer.
leíste mi nota? – le pregunto la niña que ahora en la conciencia de Julieta tenía nombre, Josefa, no pudo
responderle por el nerviosismo de la nueva información por lo que solo asintió, la niña la miro con
ternura, ambas mantuvieron la mirada el tiempo suficiente como para que Julieta se sintiera culpable y
mirase a Roma la que sostenía la mano de David y causo una impotencia y en ella una valentía nueva
que la obligaba a mantener la conversación, - fueron preciosas tus palabras, te lo agradezco -, - en eso
discrepo contigo, lo único precioso de este salón, eres tu -, otra vez Josefa la obligaba a mantener la
mirada, esta vez solo hasta que Julieta se vio en la obligación de tomar una bocanada de aire ya que el
nerviosismo de la situación la había hecho aguantar la respiración, Josefa rió a gusto por la actitud de
Julieta, - lean el libro, por favor – dijo la profesora ya que la risa de Josefa había hecho eco en el salón,
pero aun mas en los oído de Roma, que hervía en su lugar por no tener el control de la situación, las
chicas compartieron el libro, la profesora comenzó hablar acerca del testimonio antes leído cuando a
Josefa se le cae el lápiz, cortésmente Julieta se inclina a recogerlo, pero Josefa también lo hace, por lo
que debajo de la mesa sus miradas se encontraron, los 3 segundos restante sus manos se unieron para
encontrar el grafito, y las ultimas milésimas para sonreírse hasta que la campana tocó he hizo que
ambas volviesen a la realidad, volvieron a su postura inicial para que Julieta viese pasar a Roma y la
siguiese no sin antes despedirse de Josefa que no la dejo de mirar hasta que Julieta se perdió atrás de la
puerta, corrió atrás de Roma la que caminaba sin mirar atrás por mas que Julieta gritaba su nombre,
ambas llegaron atrás de un árbol, - por que no vuelves con tu amiga? – pregunto Roma en un grito que
alejo a Julieta lo suficiente como para que la primera se arrepintiera de su actitud, Julieta retrocedió e
iba a marcharse cuando Roma se disculpa, - perdóname – se abraza a su cuello en un suspiro
desahogador, - no soporto verte con otra – le dijo aun abrazada a ella, Julieta sonríe, pero se da cuenta
de la injusticia, - y por que yo si tengo que disimular?, por que tu puedes estar con David? Y yo no puedo
tener una amiga -, Roma se separo del abrazo con Julieta y mordió sus labios de la rabia que le causaba
su respuesta, - una amiga Julieta?, se nota a leguas que esa chica quiere algo mas, - y si es así, que? -. –
quieres estar con ella? - , Julieta se quedo en silencio al ver el rostro de Roma, la que estaba a punto de
estallar en llanto, negó con la cabeza y suspiro, - te quiero a ti, desde siempre, solo te he querido a ti-, -
tienes razón, por que tu tienes que aguantar que yo este con David si yo ni siquiera soy capaz de verte
con una nueva amiga, ya no mas Julieta -, Roma se quiso marchar y el miedo de Julieta la hizo tomar su
brazo y detenerla, - vas a dejar que este con Josefa?-, Roma arqueo la ceja y se cruzo de brazos, - jamás,
voy a terminar con David, quiero estar contigo, - Julieta la abrazo con alivio y ambas se desahogaron en
un beso que ya profundizaban desde los 15 años, Roma termino con la mentira y ambas con la pésima
actuación de que no se amaban, David quiso explicaciones, pero Roma le falto el respeto dejándolo sin
ninguna, por miedo a que no comprendiera la situación, esa noche la Luna tenía otro brillo, sus besos
otro sabor, y la vida… Otro plan.
Julieta terminaba los estudios con 17 años ya había cursado todos los niveles de educacion y solo
mantenia el contacto con Roma en las cuatro materias importantes ya que los profesores no eran
suficientes para tener dos cursos separados, se encontraban en los pasillos cuando cada una iba a su
taller de especialidad, Roma de Cientifico humanista y Julieta de Mecánica automotriz, ambas seguían
manteniendo una relación que en hora de clases era a distancia pero en los recreos o después de las 6
se transformaba nuevamente en un amor juvenil y medianamente clandestino, los besos subían de tono
cuando las hormonas de la adolescencia las obligaba a besarse con mas locura, los 15 minutos de receso
entre una clase y otra se hacían cortos cuando en las bodegas ambas se escondian para besarse y
tocarse pero jamás para concretar.
Ahora después de que Julieta había recibido su diploma se esperaba el gran baile de fin de año, llevaban
8 meses de una relación que les pertenece y las obligaba a pertenecer a la otra, por supuesto esa noche
no sería el momento para ponerse recatadas y volver a fingir como los años anteriores, esta vez irían las
dos y dejarían que los comentarios fluyeran a su alrededor pero jamás penetrando en su relación, todos
hablaban de eso no había duda, pero ellas dos siempre se mantuvieron hermeticas a los mal hablados y
por la noche ambas se refugiaban en la misma cama que ya compartian hace 10 años, sus compañeras
de cuarto las apoyaban diciendo que solo eran amigas, pero para ellas su amor era tan real como
cualquier otro, el problema no era la gente, lo que estos decían o el amor, el problema era el tiempo, el
tiempo que ya se acababa y que las obligaría a separarse, era cosa de todas las noches antes de dormir
Roma se cobijaba en el cuello de Julieta e intentaba no llorar al preguntar, Que pasará cuando te vayas?
Julieta:
Podría excusarme y decir que simplemente no me siento bien, pero para ella no bastaría conoce la
tristeza de mis ojos y sabe que es por ella, por lo inevitable que se vuelve el alejarnos, tengo miedo,
miedo a despertar por la noche y no ver su angelical rostro a mi lado mientras la luna lo ilumina y le
regala aquella magia que hoy en día me embruja por completo, me aterran sus preguntas y en una
noche como hoy quiciera simplemente amarrarme a su cuerpo y no volver a despertar si eso me hace
quedarme a su lado toda la vida, pero es imposible, los días siguen corriendo y los segundos
acabandose, ella me mira, me mira en este momento y me inunda de su ternura al acariciar mi rostro,
mantengo la mirada los siguientes 16 segundos para luego refugiarme en sus labios y adueñarme una
vez mas de su lengua, ella me separa de sus deliciosos labios para dejarme ver caer por su mejilla una
inocente lagrima...
Roma: que haré sin ti? - pregunto con sus manos en mi pecho -
Julieta: - me acomode para mirar el techo y gira mi cabeza para mirarla - vendré por ti
Roma: como lo sabes?, te enamoraste de mi dentro de esta carcel, que te hace pensar que me sigas
amando cuando seas libre?
Julieta: que jamás me he sentido una pricionera, jamás me he sentido encarcelada, por que al besarte
he ido a lugares que no podré visitar en lo que tu llamas la libertad
Roma:
tendría que sentirme aliviada? o menos preocupada?... o por lo menos con ganas de cerrar los ojos y
dormir?, no lo creo, no pretendo imaginar como cruzare el puente cuando aun no se como es, no
pretendo mentirme a mi misma y decir que estaré bien, por que aun teniendote aquí, respirandome en
la nuca y con tu brazo izquierdo apegandome a ti no puedo controlar estas lagrimas que me hacen mas
tuya que nunca, cuanto tiempo desperdiciado, cuantos besos no dados, cuantos te amo callados, eso es
lo que me pesa, por que yo fui la culpable, la única que mintió mientras que Julieta siempre dispuesta a
hacerme feliz me dejo tomar la decisión que menos me convenía pero que yo creía sería la mejor,
guardar todos estos sentimientos hasta la hora de dormir donde siempre fui suya, me dormi en un llanto
desolador que me obligo a soñar una vez mas con la despedida.
Era la última navidad, una de las ultimas veces que se escaparían de una fiesta que no les pertenecía
para correr por el bosque en un busca de su lugar, no existía regalo mas importante que simplemente
bailar en medio del bosque de Álamos que las hacía sentir especiales, eran las doce de la noche cuando
ambas se besaban para comenzar a descubrirse como nunca antes.
Roma fue la primera que se lanzó a esta aventura moldeando con sus manos el trasero de Julieta que se
estremecía en sus brazos, abrió los ojos asustada pero vio a Roma que buscaba sus labios deseosa de lo
que pasaría y simplemente se dejo querer, otra vez Julieta la acorralaba entre un árbol y su cuerpo, el
vestido de noche de Julieta estaba por el suelo mientras que esta giraba a su acompañante para hacer lo
mismo, bajo la cremallera lentamente mientras que los suspiros de Roma hacía salir de su boca aquel
vapor que evidenciaba el frío de aquella noche, otro vestido en el suelo, otro cuerpo desnudo, quiso
girarse pero Julieta se lo impidió con sus manos frias acaricio el abdomen y la espalda de Roma que
mordia sus labios con cada nueva sensación, tomo ambos pechos mientras lamía su cuello y pegaba sus
senos a la espalda de Roma a la que le flaqueaban las piernas y se veía en la obligación de sostenerse
contra el cuerpo de su amada, las manos de Julieta bajaron en busca de nuevo lugares encontrando bajo
su ombligo aquella fuente empapada de la sustancia que el subconsciente de Julieta había deseado
siempre, Roma dirgia sus brazos hacía los muslos de Julieta para apegarla a su cuerpo que comenzaba a
tiritar pero no por el frío, los suspiros se volvieron quejidos y los quejidos pronto fueron gemidos que las
llevo a la locura inmediata cuando Roma se giro y toco sin pudor a Julieta que deseosa se dejaba caer
sobre los vestidos, ahora era Roma la que sobre ella la hacía suya, sus piernas se entrelazaban sus
manos se enredaban, sus labios se comian y sus corazones se fusionaban en aquella noche donde solo
se pudieron decir al terminar ambas exahustas... Feliz Navidad.
Esa noche ambas se escabulleron por la cocina y corrieron hasta su habitación, si bien tenían los vestidos
puestos sus cabellos evidenciaban el ajetreo de la noche, al cerrar la puerta basto que Roma mordiera
sus labios para que Julieta se viera en la obligación de besarla, se tumbaron sobre la cama y ambas
rieron para que Roma terminara suspirando sobre ella y recostandose sobre su pecho, Julieta saco su
vestido y la acosto a su lado mientras que ella hacía lo propio y ambas se durmieron desnudas.
Al día siguiente y como ya hacía 10 años se levantaron primero que todo el Orfanato para irse a duchar
en la comodidad de la soledad, esta vez no ocuparon dos duchas, solo una fue suficiente para
albergarlas a las dos, se deleitaron mirando a la otra pero nada mas, se vieron en la obligación de
contenerse aunque a momentos el miedo de ser descubiertas era mínimo a los deseos que afloraban
por cada poro de las amantes.
Roma:
La cuenta regresiva estaba por llegar a su fin, el día 5 de Febrero Julieta cumpliría la mayoria de edad y
tendría que partir, estabamos asustadas, solo 4 días y como siempre después de clases nos íbamos al
patio a conversar
Roma: que harás cuando salgas?
Julieta: por que no? no rendirás, si estudias y trabajas, además... se que podrás ser la mejor en lo que
quieras
Solo le pude sonreír, que mas podía decir?, como iba a poner en duda aquel futuro que ella soñaba con
tanto anhelo, mientras que yo me imaginaba con grandes metas, en grandes lugares, con gente
importante, y no reniego de lo que ella me da, pero después de conocer la perfección en la que vivi de
pequeña, me cuesta mucho imaginarme siendo la mujer de una mecánica automotriz, lo lamento por mi
que tendré que guardarme esto.
Julieta
Ella solo veía que mis labios se movían pero estoy segura que no escucho ninguna palabra de lo que dije,
si supiera como hacer una fortuna con lo que se hacer, lo haría, lo haría mil veces sin dudarlo, por que vi
su decepción, su inseguridad, una princesa no puede estar con un simple herrero, y ella no puede estar
con una simple mecánica automotriz, lo lamento, pero mi cuna de oro en la que siempre soñé que vivir,
me abandono y no puedo ofrecerte mas de lo que tengo, hoy en día, mas que nunca desearia ser
cualquier persona menos yo, si eso al menos te hace sonreír al escuchame hablar.
Sábado 4 de Febrero de 2006
Sería la última noche en que Roma y Julieta compartirían la misma casa, habitación, cama y besos por
mucho tiempo, aquel día Roma se rehuso a levantarse temprano, como de costumbre la noche anterior
había llorado hasta que la luna se escondió, solo cuando los rayos del sol llenaban su rostro de aquel
calor que en este momento era mas frío que nunca logro dormir, Julieta por otro lado mantuvo la
compostura y logro salir de la habitación y en el salón tomo desayuno con los demás, los cuales se
acercaban a ella para despedirse, ya que por desición propia a la mañana siguiente se iría antes de que
se despertaran todos, para ahorrarle así la despedida a Roma, que aun a las 2 pm, seguía en la
habitación sin dar señales de vida, preocupada Julieta fue a ver que sucedia, al entrar se encontro a
Roma haciéndole la maleta, y en cuanto cerró la puerta sus palabras entre sollosos.
Roma: tu tenías mi vestido - dijo con el vestido que había usado en la fiesta de año de hace 7 años -
Julieta: fue con el que te besé la primera vez - le decía mientras se acercaba y tomaba su cintura desde
atrás para arrebatarle el vestido - que haces mi amor? por te haces daño así
Roma: sabía que te irías algún día y aun así me enamore de ti - dijo aun sin girarse -
Julieta: ambas lo hicimos - le dijo obligándola a girarse - vendré a buscarte el día de tu cumpleaños
Roma: quedán dos meses para eso - dijo escondiendo sus lagrimas -
Julieta: pero estaré aquí, te escribire siempre, no te sentirás sola - dijo en su intento de consuelo -
Roma: entonces como me explicas que aun aquí contigo, me siento completamente vacía - le decía para
luego aferrarse a ella en un abrazo que duró solo unos segundos -
Julieta: yo haré mi maleta, tu ve a comer algo, si?
Roma: - acaricio su rostro para luego perderse de su vista al otro lado de la puerta donde continuó
llorando -
Llego la noche y con ella la desesperación de ambas, eran las 2 am cuando ambas corrieron a su
escondite a resolver sus problemas, sin palabras solo besos, sin regaños solo caricias, sin promesas solo
amor, ahí nuevamente en medio del bosque hicieron el amor, llevaron algunas mantas para esperar el
cruel amanecer que venía contagiado con la nostalgia de los momentos vividos, pero ahí se quedaron en
silencio viendo como la oscuridad se transformaba en luz tal y como el primer beso se transformo en el
último, volvieron al orfanato a las 5:45 am, eran las 6 am cuando Julieta después de cobijar a Roma en
su cama intento fugarse de su mirada de tristeza que la alcanzo en el momento en que giro la manilla de
la puerta y la atrapo con las palabras que no se esperaba.
Roma: no te vayas sin darme un beso - le dijo aun en la posición en que ella la había dejado -
Julieta: - se acerco al borde de la cama - me aterra el besarte y después no tener la fuerza para irme
Roma: - la miro unos 3 segundos para luego arrodillarse sobre la cama y tomar su rostro - tienes miedo
de dejarme y yo tengo miedo a lo que hay allá afuera esperandote
Julieta: no creo que haya algo mas cruel en el mundo que esta despedida - dijo bajándo la mirada -
Roma: no es una despedida - dijo retomando el curso de sus ojos hacía los suyos - es un hasta pronto
Julieta solo asintió y Roma se acerco para besarla, soltó ambas maletas y ambas se besaron como si
fuese la última vez, como si la vida se terminara cuando sus lenguas dejaran de rozarse como lo hacían,
Julieta se separo y miró solo un segundo sus ojos, lo suficiente como para dejar su corazón en ellos, y se
fue, sin mirar atrás por cobardía sin titubear por que si lo hacía no sería capaz de irse, salió del orfanato,
de su hogar, de su vida, en busca de la suya propia, desde la ventana ella no se dio cuenta pero Roma la
miraba, sus lagrimas en el cristal dibujaban en el vapor de sus sollozos, estaba sola, sola como siempre
se había sentido hasta que llegó su amada, hoy era un nuevo día, una nueva vida y un nuevo problema
con el que ninguna de las dos contaba, pero que una deseaba en silencio.
Julieta:
Camine hasta que comencé a ver como el comercio abría, entre en el primer taller mecánico que
encontré donde estaba Luís, lo vi en un parche que estaba cosido en su overol negro
Luis: - me miro de pies a cabeza mientras que limpiaba sus manos con un pedazo de tela ya negro - te
daría la mano pero la señorita se ensuciaría
Luis: - levanto la ceja izquierda y omitio el saludo para preguntar - no podremos recibir su auto, estamos
llenisimos
Julieta: - baje la mano un tanto descolocada por su actitud - vengo a buscar trabajo
Luis: trabajo? - pregunto riendo - chicos, vengan, la princesa busca trabajo - dijo entre las risotadas de
sus colegas -
Julieta: - solte las maletas y me gire para abofetearlo con una fuerza descomunal que lo hizo agacharse -
para que tu no me olvides
De abajo de un auto salió un hombre mayor aplaudiendo y riendo, su risa hacía eco en el taller en que
todo se silencio en cuanto la mano de Julieta toco la mejilla derecha del tipo. El hombre la miraba con
una sonrisa de oreja a oreja mientras se acercaba con su overol azul que al costado izquierdo decia con
plumón Raúl
Raúl: sabes de autos o solo sabes boxear? - pregunto aun con su mano apretando la de ella -
Raúl: solo hay un señor - soltó mi mano - no es que crea en él, pero yo tampoco parezco uno - dijo
causando las risas de los que antes se habían callado atónitos - el sabe que eres buena boxeando- dijo
levantándome el mentón - tendrás que demostrarme que eres buena con los autos
Raúl: a prueba?, si, contratada?, veremos si vales la pena - dijo caminando hacía el auto en el que
trabajaba - que tiene malo este auto?
Julieta: que?
Julieta: lo recuerdo, lo que no recuerdo es haber dicho que soy adivina - escuche risas abajo de los autos
que teniamos en frente -
Julieta: la alineación - dije sin titubear y baje del auto - y la suspención - recorde al darle la espalda al
auto - y supongo que tenemos que cambiar el aceite y las llantas
Julieta: su kilometraje dice 5000, se balanceo de un lado a otro cuando me senté y cuando me baje, el
manubrio no esta centrado, y sus llantas estan gastadas, supongo que si no le cambia el aceite, mucho
menos querrá cambiar los neumaticos el mismo
Raúl: - rió nuevamente - tu te encargarás de este auto, a mi me duele la espalda - dijo y se fue a lo que
parecía ser su oficina -
Trabaje toda la tarde, me salte la hora de almuerzo solo por que no tenía que comer, ni donde
quedarme, por lo que cuando llego las 6 pm, y todos se comenzarón a ir, yo no sabia que hacer
Raúl: así que eres huérfana - dijo acomodando una silla para mi -
Julieta: los huérfanos son aquellos niños que sus padres han muerto, a mi me tirarón. - dije tomando con
mi mano el vaso de vino que me ofrecía -
Raúl: y eso te hace creer que eres menos que yo que soy huérfano? - tomo la mitad del vaso en un sorbo
- o que yo soy mas afortunado?
Raúl: - me interrumpió - tenía 12 años cuando mi padre mato a mi madre y luego se suicido - lleno otra
vez su copa y no pude siquiera pestañar hasta que volvió a hablar - por suerte estaba en el colegio
cuando todo paso, aunque yo los encontré - vació y volvió a llenar su vaso - alguna vez quise estar en tu
lugar y preferí haber sido tirado a encontrar muerto a mis padres
Julieta: lo lamento mucho, el no tenía derecho a quitarte a tu madre - dije enojada y apenada por una
situación que no viví -
Raúl: y ellos no tenían derecho a dejarte sola - levanto la botella de vino - mas?
Julieta: la verdad es que no tomo alcohol - dije mostrándole el vaso de vino tinto que cargaba aun
entero en mi mano -
Raúl: aquí hace frío por las noches, el vino ayuda un montón
Julieta: puedo quedarme esta noche aquí?
Julieta: pero es mucho mejor que dormir en la calle, pero no solo me das un techo sino que también un
trabajo, muchas gracias
Tomé mi maleta y me fui a cobijar bajo dos frazadas en un colchón dentro de aquella oficina que olía a
aceite y me hacía sentir en casa, tome la almohada y quise darle forma aunque sea para mirar la pared y
poder ver su silueta, pero no lo logré y solo pude levantarme para buscar un papel y un lápiz y escribir
una carta que jamás terminé, por que no sabia que decir, por lo menos tenía mis recuerdos, tenía aun
sus besos, y su aroma, aun tenía su amor entre mis manos y eso me obligaba a seguir viva, me recosté
nuevamente en el colchón deje a un lado mi maleta, el papel y el lápiz y solamente tuve que imaginarla
a mi lado para conciliar el sueño como si la tuviese en mis brazos.
Al despertar me encontre con aquel olor a madrugada que me obligaba a estornudar por lo menos tres
veces antes de despertarme por completo, me levante apresurada, aunque al estar lista y en pie logré
ver el reloj de la pared en el que aun se dibujaba las 8:20 am, suspire mas aliviada y al salir vi a la mayor
parte de los mecánicos, cuando Raúl me vió me hizo enseguida un lugar, era una zona de hombres y
todos se sentían mínimamente curiosos por mi presencía ahí, enseguida al sentarme uno de ellos me
entrego un tazón y un trozo de pan el que devore de inmediato y sin mucha etiqueta, todos rieron, mire
a Luis el que aun me miraba con desconfianza, luego a los demás que al parecer ya me iban a empezar a
preguntar y pude sentirme tranquila, en ese momento sentía que nada malo pasaría, pobre inocencia o
estupida ignorancia.
Roma:
ya ha pasado un mes he recibido cartas de ella, me cuenta de su trabajo, de sus nuevos amigos, me
alegro de no leer ningun nombre de mujer, aunque también creo que me lo ocultaría para no hacerme
sentir insegura, por el momento se lo agradezo, cada día me duele menos el dormir sin ella, pero sigue
siendo duro despertar y no verla, haberme acostumbrado a tenerla las 24 horas al día y que ya no este,
me concentro en lo poco que me queda y me convierto en una solitaria, aunque ni tanto cuando su
recuerdo es mi eterna compañía, estoy en el patio sentada mirando como los mas pequeños juegan
cuando una de las profesoras me va a buscar, la madre superiora me demanda en su despacho, hace ya
unos 5 años ella se hacía cargo de la dirección del orfanato
Madre Superiora: Buenos días hija, quiero presentarle al señor Carlos Convit y su esposa Ana Maria
Roma: buenos días madre - dije mirándola - buenos días, es un placer - dije mirándolos a ellos -
MS: hija, ellos son dos reconocidos medicos, a los cuales les hable de ti y de tu gran coeficiente
MS: mi niña, les he dicho la gran capacidad que tienes, lo educada que eres y lo mucho que te esfuerzas
por ser la mejor
Siento el latir de mi corazón en los oídos, mis manos sudan y creo que mi cara de atónita ya no pasa
desapercibida, ambos son medicos, el que me adopten en este momento solo significa que quieren
darme estudios, los mejores, que quieren darme un futuro, una oportunidad, como rechazar semejante
propuesta, pero pienso en Julieta, en su esfuerzo, en nuestro amor y pongo en la balanza mis
sentimientos o la razón, puedo subir a la cima y subirla ahí conmigo así ya no tendría que trabajar en un
simple taller mecánico, solo ser mi mujer, podría darle estudios y que otros trabajen por ella, tengo que
aceptar o vivir en la mediocridad por siempre
Roma: no se que decir
Ana Maria: madre puede dejarla salir para que pueda tomar un café con ella?
MS: claro que si, hija tienes algún problema con eso?
Carlos: las paso a dejar a algún lugar? sabes que tengo que ir a trabajar ahora
Ana Maria: lo había olvidado, no, el chofer vendrá por nosotras, ve al trabajo
los vi despedirse, tan elegantes parecían los dos que era como ver a mis padres, nos despedimos de la
MS y cuando salimos ahí estaba su chofer, el cual nos llevo a una cafetería en el centro de la ciudad
Ana Maria: me trae un bombón (café con leche condensada) y tu que vas a querer?
Roma: blanco y negro, por favor (un granizado de café con leche merengada o con helado)
Garzón: enseguida
El garzón se retiro en el mismo segundo que Ana Maria clavó su mirada en la pequeña niña de cabellos
dorados, sonrió al recordarse de joven con la misma frescura e inocencia y no pudo evitar preguntar
Ana Maria: esa fue una muy buena respuesta - dijo mientras que el garzón se acercaba a la mesa que
ambas compartían -
Roma: por que me quieren adoptar? - dijo en voz baja mientras el garzón dejaba en su lugar ambos
vasos de café - gracias - dijo mirándolo con gratitud -
Ana Maria: - solo se limito a sonreirle al joven - por que quiero que tengas un futuro, uno que de verdad
merezcas, o acaso tenías un plan? - pregunto con la mano en el pecho por si le había faltado el respeto -
Roma: - dudo, un segundo, pero lo dudo he hizo cambiar por completo las siguientes líneas del destino -
no, no tenía nada preparado
Ana Maria: - coloco su mano sobre la de ella y le sonrió en forma calida y comprensiva - solo queremos
darte una oportunidad
Ana Maria: - sonrió - con nuestras influencias este sería tu último fin de semana ahí
Roma sonrió complacida, aliviada y feliz, tenía una oportunidad, una que pensaba era también una para
Julieta, que futuro tendrían ellas dos juntas?
Como recíen estoy empezando Don Raúl me tiene a cargo de los cambios de aceite, hago como mínimo
3 cambios de aceite al día, lo que me parece increíble, la paga no es mucha pero él aun me deja
quedarme aquí y yo lo prefiero así para poder tener mas dinero cuando Roma salga y poder arrendar un
cuarto en alguna pensión, Luis aun me mira de reojo pero a veces veo una pequeña mueca parecida a
una sonrisa cuando hago una broma, supongo que estamos avanzando, no he recibido ninguna carta de
Roma, aunque le he dado la dirección, quizás este ocupada o no le han dado mis cartas, eso pienso otra
vez mientras cambio el aceite de un Chevrolet Impala de 1964, recuerdo haber tenido un poster de este
vehículo escondido cuando era niña, hasta que Roma lo encontro y pensó que lo guardaba por la mujer
que estaba en la otra cara, así que término quemado en un día de Abril, pero ahora estoy cambiándole
el aceite y pienso que es un regalo del destino, un pequeño consuelo que me obliga a recordarla aun
cuando este segundo vaso de vino que llevo me marean un poco.
Luis: - suspiro - en nada, ya termine con el auto que irá a la revisión técnica - se acerco - lamento lo que
paso el día que llegaste
Luis: - tomo mi vaso de vino y bebió de él - mi hija tiene tu edad, no quisiera que este en un lugar como
este
Julieta: aun no entiendo el motivo
Luis: preferí hacertelo yo, que no tengo ninguna intención contigo, a que te lo hiciera uno de estos
imbeciles y no sepas defenderte
Luis: pensé que ya lo eramos pequeña - dijo mientras avanzaba para tocar mi hombro y dirigirse al otro
lado del taller -
Son las 6 pm, el taller cerró, todos se fueron a casa y en una extraña sensación me encuentro sola, Don
Raúl salió con uno de los mecánicos y no ha vuelto, comencé a recorrer todo el taller, di un salto al verlo
en la puerta mirandome, traía cerveza, no falto que me llamara, yo ya estaba ahí cuando el abrió la
primera botella, las tardes eran iguales y tenía razón, el frío era menos notorio con un poco de alcohol
en la sangre, nadie me dice que no y yo no me pondre trabas cuando es lo unico que me hace dormir en
el momento exacto cuando los sueños me obligan a sentirme cerca tuyo otra vez y al despertarme
darme cuenta que no es mas que una cruel mentira.
Nos fuimos acostar a las 2 de la mañana, estaba lo suficiente ebria como para ni siquiera sacarme los
zapatos para dormir, dormi solo 5 horas, a las 7 am, ya estaba en pie nuevamente, salí de la oficina con
un dolor de cabeza insoportable y al darme la luz del sol en los ojos quise volver a refugiarme pero vi a
Luis con un cigarrillo mirándome mientras el agua terminaba de hervir en aquel brasero, reía de mi cara
y yo me acerque a él por un poco de piedad y lo único que encontre fue un cigarro
Julieta: por lo menos estoy mejor que él - dije apuntando a Don Raúl que aun dormía en su colchón -
Luis: - rió - lo he visto peor - dijo sirviéndole agua caliente al tazón de café que luego me daría -
Julieta: gracias, me hace mucha falta - agradecí para luego soplar el contenido que hervía -
Luis: no te disculpes - bebió otro sorbo - no lo sabias, además estará mi hija, le gustará conocerte
Julieta: no creo que un simple favor te pueda pagar lo que haces por mi
Luis: yo hablare con el viejo para que lo entienda, además, no quiero que te vuelvas alcoholica por su
culpa
Le sonreí una vez mas, Don Raúl se había despertado y le lleve un tazón de café, dicen que caminando
solo vas mas rápido pero no dudo ni un segundo, que caminando acompañado se llega mas lejos, y la
compañía en este momento me inundaba de gente gentil dispuesta a tenderme la mano aun sin tener
como pagar aquellas buenas actitudes, el día de trabajo fue igual a los anteriores, quizás hoy duele mas
el no tenerte, pero las horas corren de igual manera, quizás quisiera sujetar tu mano en este momento
aunque siempre odiaste el olor a aceite y gasolina del que ahora estoy impregnada, pero se que te
sentirías orgullosa de mi, de esto... te extraño, ahora que estoy sentada en este cemento frío, extraño tu
mirada sobre mi, tus besos que caían como una lluvía torrencial en mis labios, tus delicadas manos, tu
suave piel, te extraño pero pronto estaremos juntas, nuevamente juntas...
Roma:
Su promesa fue cierta, arreglo mis últimas cosas para irme a la casa de los Convit, la Sra. Ana Maria
viene por mi y me espera en el auto mientras me despido de la MS y mis compañeros, la nostalgia se
apodera unos segundos de mi cuando paso cerca del camino que nos llevaba a ambas al bosque, pero
omito mis sentimientos al pensar en mi nueva vida, mi nueva familia y en los sueños que podré hacer
realidad, su chofer abré la puerta y ella cuelga el teléfono en cuanto me siento a su lado.
Ana Maria: son solo cosas de trabajo no te preocupes, tengo algo para ti - de su costado saca algunas
bolsas de compras - si algo te queda mal lo cambiamos
Ana Maria: irás al mejor colegio de la ciudad este último año, si necesitas ayuda con alguna materia
tendrás profesores particulares, si?
Ana Maria: se que eres muy grande como para acostumbrarte a decirme mamá o para que te sientas
como mi hija, pero es lo que mas quiero - volvió a tomar mi mano - quiero que te sientas no solo parte
de la familia, sino que mi hija
Estaba complacida con sus palabras, maravillada con su actitud y completamente hechizada por su
forma de vestirse, hablarme o moverse, pero aun el sueño no terminaba, cuando entramos por aquel
gigantesco portón y pasamos por un jardín perfectamente cuidado para llegar a esa enorme mansión
quedé totalmente boquiabierta, no podía creer lo que veía y ella salió del auto complacida con mi
expreción.
Roma: perfecto, no puedo encontrar una palabra que describa mejor su casa
Ana Maria: nuestra casa Roma, nuestra casa - tomo mi mano - Hugo, lleva las maletas de la señorita a su
habitación junto con las bolsas de compra - me miro - tienes hambre? - asentí - Margarita, por favor
sirve la comida, almorzaremos las dos - me tomo con fuerza para darme confianza y entramos juntas -
ella es Luna, si necesitas algo, a cualquier hora ella lo traera por ti, verdad? - miro a la chica que asintió y
mantuvo la mirada baja aun cuando estire mi mano para saludarla y ella correspondió el gesto -
Margarita es la cocinera, y ellas tres se encargan del aseo, Reyna, Johana y Eva y por último Hugo que es
el chofer - dijo al verlo bajar las escaleras - el te llevara al colegio por las mañanas, te traera de vuelta
por las tardes y a cualquier parte que desees.
De entrada nos sirvierón Endibias rellenas de atún y queso, no podía estar mas encantada, estaba en un
castillo, almorzando con la reina y porfin me sentía una princesa otra vez, su teléfono sonó solo dos
veces, luego lo apago, estaban sirviendo el plato de fondo Filetes de pavo en salsa de frutos rojos
cuando a la cocina entro el Sr. Carlos, tomo asiento en la cabecera de la mesa y nosotras nos sonreíamos
a sus costados.
Carlos: como estuvo el viaje para llegar a casa? - le tomó la mano a ella - te gusto la casa? - se giro de
inmediato y tomó también la mía -
Carlos: hey! - me calló - ahora eres una Convit, entendido? eres mi hija y te tratare como tal
Solo pude sonreír, no podía dejar de hacerlo, en cuanto terminamos de almorzar ambos se disculparon y
fueron a trabajar, yo me quede con Luna que me acompaño a mi habitación, no se cual de las dos estaba
mas nerviosa o timida, pero ninguna se atrevía a mirarse, abrí mi maleta y mientras ella sacaba y
ordenaba mi ropa en el armario encontré las cartas recientes de Julieta, jamás tuve el valor de escribirle
diciendo que me iría, no le dije, fuí cobarde y me callé, como siempre me callé, me sentí culpable y solo
pude esconder las cartas en uno de los cajones del escritorio que estaba en mi habitación, me senté en
la cama y me pareció gigante, si antes una cama de plaza y media me parecía grande esta era un infinito
que no se llenaría con nadie jamás, mi desición estaba tomada, yo iría al mejor colegio de la ciudad, a la
mejor universidad del país y sería la mejor medico del mundo, aunque eso me costara unos años sin ella,
valía la pena si después yo podía traerla conmigo.
Me fui a duchar cuando sentí la puerta de mi dormitorio abrirse, salí de inmediato y vi a Luna que
llevaba en su mano un peine y en la otra un secador de pelo, por vez primera me sonreía y sus ojos me
invitaban a sentarme frente al tocador, hice caso y aun con solo la toalla cubriendo mi cuerpo me deje
secar y peinar el cabello, veía al espejo y por momentos veía a Julieta en mi posición y a mi en la
posición de Luna, nos veía a ambas y la nostalgia eran gotas de agua helada que corría por mi espalda
desnuda desde mi cabello hasta el borde de la toalla, me seco el pelo y lo cepillo hasta que estuvo
totalmente liso, me puse de pie, mi piel ya estaba seca, ella busco un pijama en el armario y lo saco para
luego ayudarme a ponermelo y no es que necesitara ayuda, pero ella parecía estar dispuesta a realizar
cualquier tarea por mi, abrió la cama y me recoste dentro de ella para que luego me tapara y sonriera
como si fuese totalmente necesario hacerlo todo por mi, se alejo de la cama y me miro.
Se fue y la soledad abrumadora me cobijaba en su manto frío, me giré para que su recuerdo me
abrazara y cerré los ojos para que el viento me besara en su lugar, suspire solo para atraer su aroma de
nuevo a mi lado y me quede dormida por que en mi sueños es en el único lugar donde mis
pensamientos no son simples locuras.
Julieta:
Es mi primera noche en la casa de Luis, su hija trabaja de día y estudia por la noche, así también será la
primera vez que la vería, Luis compro un par de cervezas solo para compartir, ambos estabamos
agotados cuando cerca de las 12 pm tocan la puerta, cuando abrió, supuse enseguida que ella era su
hija, de algún modo esa joven se parecía a él
Luis: Julieta ella es mi hija Romina, Romina ella es Julieta - dijo presentándonos -
Romina: un placer
Julieta: eso será acá, por que en el trabajo no deja de mencionarte - le respondí mientras se abría una
lata de cerveza -
Romina: lo sabia - dijo después de un sorbo - es como todos los hombres, no saben hablar de otra cosa
que no sean mujeres - reí - le has mostrado nuestra habitación?
Luis: no - dijo sin prestarle mucha atención ya que miraba un partido de futbol - quería que tu lo hicieras
Romina: bueno - se acerco a mi oído - saca dos cervezas mas y vamos a la habitación apuesto que no se
dará ni cuenta - rió -
Avanzo hacía la habitación y le hice caso, tome dos latas de cerveza la seguí, tenía razón, el no se había
dado cuenta y ambas reíamos en la habitación.
Julieta: si, el día que fui a pedir trabajo, fue algo... rudo conmigo - le dije -
Romina: me hacía correr todas las tardes después del trabajo, desde los 7 años
Romina: yo caminaba desde la casa al colegio a las 6 am y luego de vuelta a las 5 o 6 pm, sola, y esa era
su manera de protegerme, me enseño a correr mas rápido que nadie, por si alguien quisiera hacerme
daño
Romina: no se, preguntale a mi beca de atletismo y a mis trofeos - dijo apuntándo la pared -
Julieta: - me puse de pie y fui a ver sus trofeos - primer lugar, primer lugar, primer lugar, primer lugar,
primer lugar - repetía mientras trataba de encontrar otro puesto -
Julieta: no, la verdad es que no se - dije mirándo dobre mi hombre en el lado opuesto de donde ella se
encontraba -
Romina: mi padre jamás te pedirá que te vayas - dijo prendiendo su cigarrillo - y eres como la hermana
que jamás tuve - se sentó a mi lado - solo que tu tienes el pelo mucho mas liso - dijo acariciándome -
Julieta: - empuñe con fuerza mis manos por los nervios que ella me provocaba -
Romina: - tomo mi mano derecha - tus manos son iguales a las de mi papá
Julieta: - sonreí - lo lamento, son asperas - dije escapando de su tacto -
Romina: me encantan, de verdad, tus manos asperas me hacen sentir una niña de nuevo - tomó de
nuevo mi mano y se acaricio con ella el rostro -
Julieta: - quite mi mano de inmediato disimulando aquella mirada que comenzaba a nacer
Romina: ahora no solo esta tu hija aquí, sino que está Julieta, así que aprenderás a tocar, si?
Luis: lo lamento, es que como ciertas personas me robaron la cerveza y me he quedado sin nada - dijo
mirándo los envases vacíos sobre la cama Romina -
Romina: chao pa
Julieta: - negué con la cabeza mientras me sacaba los pantalones y me acomodaba en la cama -
Romina: - apagó su cigarrillo y se acerco a mi para taparme y besar mi frente - duerme bien
Me congele por completo, me gire para no verla mientras se desnudaba en la oscuridad, pero podía ver
su sombra en la pared, sus curvas definidas, mi imaginación inconsciente me torturaba imaginando lo
que no conocía, mis labios se humedecían de deseos por ser besados, mis manos temblaban y no me
pude controlar, tuve que girarme, lentamente me di vuelta y frente a mi estaba su cuerpo desnudo, las
marcas del ejercicio y la madurez de sus años que me provocaban de una manera inigualable, me acorde
de ella justo en el momento en que la olvide, vi mi falta y la sentí como una herida autoinfligida, me gire
otra vez y cerre los ojos, aunque tuve que peñiscar varias veces mis brazos para dejar de imaginarla,
eran sus ojos negros los que parecían tan coquetos aun cuando solo sonreía, era su manera de inclinar la
cabeza lo que me parecía tan llamativo aunque solo era un gesto de ternura conmigo, fue su beso, su
rostro, su risa lo que me obligo a que esa noche yo soñara con mi compañera de cuarto.
Cuando desperté ya no estaba ella en la habitación, mire el reloj y ya eran las 7:30, creí que no
encontraría a nadie cuando sentí la tetera chillar en la cocina, me levante con un poco de pereza, me
puse la ropa de trabajo y salí de la habitación.
Julieta: bien, gracias - rasque mi nuca evitando preguntar lo que me vi en la necesidad de preguntar sin
control - y Romina? ya se fue?
Romina: papá hoy no vengo almorzar, si? ya voy atrasada - dijo saliendo del baño - adiós que les vaya
bien - beso la mejilla de su papá y se acercó a mí, me beso de forma corrediza por lo que la comisura de
mis labios lograron probar un poco de aquella boca - cuídense
Al parecer ella no se había dado cuenta de todo lo que había provocado en mi, quizás me lo imagine,
quizás no beso la comisura de mis labios y solo ver sus ojos a unos milímetros de los míos me obligo a
pensar lo que yo deseaba creer, me senté a tomar desayuno, medio pan y una taza de café, la verdad es
que tragaba con dificultad amenazada por la culpa de mis malos pensamientos, salimos de casa y rápido
caminamos las dos cuadras restantes para llegar al taller, Luis paso al patio trasero en busca de leña, la
cual trajo para prender el brasero, Don Raúl aun dormía, dos botellas de vinos vacías fue lo que
encontramos junto a su colchón dentro de la oficina, calentamos agua y preparamos un par de tazas
para empezar la mañana que estaba escarchada por el invierno que ya comenzaba a ser cruel con
nosotros, comenzaron a llegar los trabajadores y con ellos también la vida del lugar, todos se sirvieron
una taza de café caliente y varios de ellos prendieron un cigarrillo para acompañarlo, nuestras mañanas
siempre eran frías, pero el calor de las risas nos inundaba y calentaba a todos por igual.
Roma:
Queda un mes para mi cumpleaños y estoy aquí, porque no contesto sus cartas es una pregunta muy
lógica en este momento, no lo hago porque ella sabrá que estoy aquí, si ella sabe que estoy aquí vendrá
por mi, si viene por mi no sabré como decirle que no y lanzarme a sus brazos, si no soy capaz de
controlarme, terminare yéndome con ella, si me voy con ella no podré ser médico y si no soy médico
jamás seré nadie y seguiré atada al destino miserable en el cual me dejaré ganar, por eso no puedo
verla, por que tendré que irme de aquí con ella.
Era de noche, mis padres como les gusta que los llame trabajaban en el turno de noche por lo que solo
estaba con Luna que como cada noche cepillaba mi cabello, vi su escote y a ella mirándome a los ojos
cuando yo la observaba, tuve que detenerla.
Luna: no necesita nada mas señorita? - me pregunto en cuanto dejo el peine sobre la mesa -
Roma: no, gracias, que tengas buenas noches - dije dándole la espalda -
Se fue y yo me quede con un sabor a culpa amargo entre mis labios, abrí la ventana y mire las casas de
la ciudad, escogí una y la hice su casa, para poder imaginar que ella estaba mirándome desde su ventana
y que yo podía verla desde acá, cerré la ventana cuando el frío fue insoportable y me metí a la cama, por
la mañana tenía que ir a clases, el lugar que mas odio en el mundo, las chicas me ignoran por ser
adoptada, como si me hubiesen regalado este apellido que no merecía, a diferencia de ellas que se lo
merecían por eso la vida se los dio, eso pensaba cuando la locura me susurra al oído que te buscara, y
justo cuando me decidí que saldría en tu búsqueda me dormí para que en el amanecer olvidara todo lo
que antes había prometido, me levante y ahí estaba mamá, con su cara de agotamiento con la que me
había acostumbrado a verla, me ve, sonrió, hizo un gesto para que me sentara a su lado y me pidió una
taza de café y un par de tostadas con él, yo ya estaba lista para ir al colegio cuando me coloque la
mochila ella me detuvo.
Ana María: hoy no irás al colegio - dijo ya con otra tenida de ropa - iremos de compras, pronto será tu
cumpleaños y eso significa una gran fiesta
Ana Maria: - colocó su brazo por detrás de mis hombros - se lo que las niñas de esta clase le hacen a
alguien en tu posición, por eso quiero que todas ellas estén aquí esa noche, quiero que te envidien y que
entiendan que eres mi hija y que tu posición es totalmente merecida, si?
Ana Maria: ve a vestirte - dijo mientras subía las escaleras - y luego vienes a mi habitación - me guiño el
ojo y siguió su camino -
Fuimos arriba corriendo las dos con Luna, y me vestí, una camiseta manga larga con botones que casi
llegaban al ombligo, un jeans azul clásico, con un cinturón café ancho, unas botas del mismo color café y
una bufanda que combinaba, quise salir corriendo a la habitación de Ana Maria, pero Luna me detuvo
para arreglarme el cabello, me arreglaba los detalles mientras que yo la miraba admirando su
concentración, en cuanto se daba cuenta que la veía con esa mirada me soltó y miro hacía el suelo,
instintivamente puse mi mano sobre su rostro para acariciarla con ternura, quise acercarme, quise
besarla, no solo lo pensé sino que también lo desee, la deseaba, sus ojos opacaban cualquier belleza que
ella admirara en mi, estaba acercándome cuando escucho la voz de Ana Maria en el otro cuarto, cerré
los ojos un poco molesta, pero al salir de la habitación algo en mi pecho me hizo respirar aliviada.
Roma: no, estoy bien - le sonreí - que me ibas a mostrar? - dije pasando por su lado -
Ana María: esto - dijo levantando un colgador que cargaba un vestido negro - es un Carolina Herrera, me
encantaría que te lo probaras.
Roma: - lo miré, alucine y me enamore de él - temo que si me lo pongo, no me lo voy a querer sacar
Ana Maria: bueno, bueno, entonces nos vamos - dijo tomando mi mano - estas lista?
La miré ella lo hizo solo por unos segundos y luego esquivo mi mirada, se despidió de Ana Maria y a mi
solo me sonrió, lo que menos necesitaba era su indiferencia, ya no podía soportar esta soledad
abrumadora, nos subimos al auto, Hugo cerró la puerta por mi y yo baje el vidrio y quise escapar, quise
flotar y volar hacía ti, pero donde estas? si yo solo conozco lo que me han mostrado hasta ahora, una
lágrima quiso salir, un sollozo se me escapo y mi ego recogió ambos para guardárselos muy dentro de lo
que antes era mi alma, me pudro en el interior con estos nuevos sentimientos, con las mentiras, con
dejarte, conscientemente me he lastimado y se que pronto te lastimare a ti también, seco aquella
solitaria lagrima y recuerdo que es el precio de mis metas.
Zapatos, maquillaje, gafas, jeans, vestidos, abrigos, chaquetas, tacos, me hice dueña de un ropero
envidiable, pero me sentía vacía, intentaba no sonreír, pero mamá se daba cuenta que yo no me sentía
bien, tomo las bolsas y volvimos al auto, quiso tomar mi temperatura, pero insistí en que me sentía bien,
no quiso insistir y yo se lo agradecía, no era el mejor momento para hablarme ni el mejor día para estar
junto a mi, agradecí el tiempo, los regalos y su preocupación, pero al llegar solo pude ayudar a Luna a
entrar las cosas para volver a mi cueva y sentirme miserable una vez mas, ahí estaba Luna, junto a la
puerta, sus ojos de preocupación eran un toque de ternura que no merecía, quiso hablar, pero la
detuve.
Me miro, me acerque, la mire y la bese, un beso rápido, con rabia, quería sacarme de adentro esas
ganas que me consumían por ella, solo buscaba un sabor, un sabor que ahora se que es único, me enoje
conmigo misma pero la regañe a ella, me odie a mi, pero solo pude demostrarlo gritándole.
Golpee mi closet con furia, nadie me escucho, solo ella que volvió la mirada hacia atrás para ver cómo
me encontraba, vi su intención de volver y le cerré la puerta, me arrodille y sentí la traición, golpee mi
cabeza contra la puerta, pero era muy tarde para no hacer lo que ya estaba hecho, para arrepentirme de
una decisión ya tomada, para devolver aquel beso a mis labios, era muy tarde para volver... o quizás no.
Julieta:
Roma aun palpitaba en mi pecho como si en el amenecer nos hubieramos despedido otra vez, me
desperte al escuchar salir a Romina de la habitación, ni yo ni ella trabajabamos ya eran cerca de las 10
por lo que Luis ya se había ido, busque en mi maleta, tuve que remover bastantes cosas para llegar
hasta el fondo de mi maleta donde estaba su vestido, tuve que abrazarlo, tuve que olerlo, tuve que
sentirlo para sentirme otra vez a su lado, estaba alucinando que la tenía a mi lado cuando llega Romina y
me mira desde la puerta con dos tazas de café, suelto enseguida el vestido y ella se acerca para verlo
mejor.
Romina: hagamos como que te creo - dijo pasándome la taza humeante - como se llama tu amiga?
Julieta: que ella y yo? con Roma? yo? - levantó una ceja - bueno si...
Romina: de verdad? puedo hablar con papá para que la deje quedarse aquí - dijo entusiasta -
Julieta: no, muchas gracias, pero ella no se sentiría cómoda haciendo eso, prefiero arrendar un cuarto
Romina: - suspiro - bueno, ella se lo pierde, apuesto que nunca tuvieron una compañera de cuarto tan
linda, rica, exquisita y provocativa como yo - dijo levantando su diminuto short, para dejarme ver sus
glúteos -
Julieta: - reí - la verdad es que cuando éramos pequeñas había una Rusa espectacular - me tiro un cojín
haciendo que bote la mitad de mi café - era broma mujer
Se tiró arriba mío y con eso adiós café, compostura y dignidad, comenzó hacerme cosquillas, hasta que
me hizo decir que ella era la mas hermosa del planeta, cuando me ganó por fin pude sacármela de
encima, se sentó otra vez a mi lado.
Romina: y como sabes de ella?
Julieta: si claro, por supuesto... podríamos golpear a una anciana de 70 años que es monja
Julieta: a las únicas fiestas que he ido han sido dentro del orfanato para navidad, año nuevo, aniversario
del Orfanato y el cumpleaños de la madre superiora.
Romina: woow, deben ser carretes filetes, con desnudos y copete por todos lados
No pude negarme o siquiera hacérselo pensar, para ella era un hecho y mi silencio me hacía participe de
su decisión, ordenamos la casa, lavamos, colgamos, planchamos doblamos y guardamos ropa por lo
menos por 4 horas, ya estaba cansada, pero ella se negó a dejarme ir a dormir, solo pude ir a ducharme,
mientras ella estaba metida en mi maleta buscando algo que ponerme para la noche, cuando entre al
cuarto en toalla, ella tenía toda mi ropa por el suelo.
- Puedo saber qué haces?, dije mientras ella aún seguía pensativa de rodillas al piso –
- Acaso lo más sexy que tienes es ese vestido que te quedaría diminuto? –
- No quiero ir sexy a un lugar lleno de personas, para que me miren como un pedazo de carne, le
dije en cuanto comenzó a mirar mis piernas -
- Nada, se puso de pie, necesito que te pruebes algo, dijo buscando en su closet –
- Por qué me haces ir? Por qué no solo lo dejamos así y todo bien? -
- Yo jamás he dicho eso, lo único que dije es que ese vestido, lo apunto mientras la tela descansaba
sobre mi cama, no es para ti, es de una niña, se acercó a mi oído, y tú ya eres una mujer, no pude evitar
sentir el escalofrío, los nervios habían vuelto, mire sus labios de reojo y pude sentir aquel deseo culpable
otra vez, pero todo quedó en eso, en un simple deseo.
Viernes 7 de Abril de 2006
Roma:
Hoy era el gran día, el día de la verdad lo llamé, porque me decidí, iré a buscar a Julieta, iré a decirle la
verdad, le rogaré por perdón, por tiempo, por amor… Pero estaré ahí frente a ella para decirle la verdad.
La fiesta comenzaba a las 7 pm, con Julieta nos juntaremos a las 8 pm, en el mismo lugar de siempre,
tenía dos horas para conocer a los invitados y a cierta familia que mamá insiste que tengo que conocer a
fondo, pienso todo esto mientras doy vueltas en mi cama, siento la mirada de Luna, ese cierto rechazo
que ahora siempre me regala en una sonrisa fría de compromiso, la siento ahora mismo con un poco de
rencor después de lo que le hice, y no la culpo, la única culpable soy yo, suspire en un perdón sincero
que no estoy dispuesta a pedir cuando ella me toca el hombro con delicadeza o más bien con molestia
por tener que tocarme.
- Esperando?, pregunte girándome lo que provoco que ella se alejara de mí, esperando para qué?,
volví a preguntar cuando la vi perder un poco el hilo de la situación –
Eran las 5 pm, cuando mi peinado, maquillaje y vestido estaba listos, mamá entro y no pudo contener
las lágrimas, intento disimularlas pero un poco de su maquillaje corrido lo evidenciaba, seguí caminando
en cuanto ella se excusó para irse a retocar y en el pasillo me encontré con papá
- Que preciosa te ves, dijo besando mi mejilla, que bueno que te encontré, ahora mismo está
entrando por la puerta, la familia Klein, el padre Alex Klein, su señora Beatriz Klein y su hijo, el que
quiero que conozcas se llama, Maximiliano Klein
- El que quiero que conozcas, el que quiero que conozcas, el que quiero que conozcas, eso repetía
mi cabeza una y otra vez.
Papá tomó mi mano, yo camine por cumplir llegue frente a ellos y una sonrisa se dibujó hipócritamente,
salude a los padres, Maximiliano me miraba, me observaba me comía y me saboreaba por completo con
solo unos segundos porque yo interpuse mi mano entre su fantasía y mi cuerpo
- Roma, mi nombre es Roma, dije mientras sacaba mi mano de la prisión de las suyas –
- Señor Convit, dijo Max, llevo años fuera de este país, y jamás vi tal hermosura en ninguno de ellos
–
- Mi hija es un diamante joven Max, un diamante perfecto y delicado, de una belleza y valor
incalculable –
- Estoy de acuerdo señor, y si usted me permite, quiero conocer a esta señorita mientras paseamos
por el jardín –
Papá me miró, sus padres me miraron, él me miro, y volvió aquella sonrisa falsa para darme un último
empujón hacía su brazo izquierdo donde entrelace el mío, salimos al patio, aun había sol, no hacía frío o
por lo menos yo no lo sentía, el por su parte no dejaba de admirarme, posó su mano sobre la mía que
descansaba en su antebrazo y la acaricio, quizás con ternura, quizás con deseo, pero yo no podía dejar
de pensar en Julieta, si ella me viera, me repetía una y otra vez, estaba perdiendo el control, cuando él
rompió el silencio agónico que me perseguía gritando su recuerdo.
- Es verdad lo que le dije a tu padre, me dijo mientras escaneaba mi cara por 5 vez en dos minutos –
- Entonces lo que me intriga saber es en donde has estado, desvíe el tema para mantenerme a
salvo –
- A China, dije sin bacilar, soy una amante de la cultura, de las historias, de las creencias por lo que
China era el lugar perfecto -
- Entonces ese es el lugar que más echo de menos por no poder compartirlo contigo, dijo para
tomarme ambas manos, no eres como las otras mujeres, solo me limite a mirarlo, cualquiera hubiese
dicho Paris o Brasil, pero tu dijiste China –
- Soy una amante de la cultura, no de las compras, de la comida más que de la etiqueta, de la
chimenea encendida mientras leo y no un vino costoso –
Me miro una vez más, pero esta vez sus ojos se fueron a mis labios, no quise moverme, no pude ni
pestañar, cuando lo vi acercarse, sus labios a unos centímetros, sus manos que ya me había atrapado,
mis ojos como testigos y la llamada de mi padre como salvavidas, se alejó de mi avergonzado y arreglo
su ropa, yo aún no podía salir de aquella posición cuando veo a mi padre salir.
- Vamos hija, tienes que conocer a los invitados, permiso Max, me llevare a la señorita –
Papá me llevo del brazo mientras al oído me preguntaba qué tal había encontrado a Max, yo solo pude
sonreír, otra vez la máscara en su lugar, delante de los invitados que no conocía y no me interesaba
conocer, los salude a todos, incluso a los padres de aquellas compañeras que en colegio se encargaban
de hacer mi vida un fiasco, incluso a ellas, que con envidia escuchaban a sus madres halagarme por mi
hermosura y felicitarme por mis calificaciones, ahí estaban ellas en el mismo grupo, con la misma cara,
quizás diciéndose lo mismo al oído, pero yo estaba vestida de princesa y no era un disfraz, era
simplemente yo.
Salude a unas cuantas personas más, hasta que vi el reloj, eran las 8:50 pm, me disculpe con quien
hablaba, fui afuera, Hugo no estaba, volví a entrar, no lo vi en el living, corrí hasta la cocina donde
ayudaba a Luna a colocas las copas de champagne en el bandeja
Suspiro y yo ya sabía que había aceptado, salió por la puerta trasera y yo iba atrás de él cuando recuerdo
a Luna, ella aun me mira como hechizada desde la ventana, vuelvo a entrar tomo una de las copas y la
bebo al seco, ella ríe por mi falta de etiqueta, yo sonrió con su expresión, nuestras miradas mantuvieron
una conversación profunda y sincera, no supe bien que me dijeron los suyos pero los míos gritaron algo
parecido a un gracias, acaricie su mano 5 segundos antes de que ella temblara, le ayude con la bandeja,
solo me miraba hasta que tuvo el valor de acercarse, la altura de mis tacones la hacían quedar más baja
que yo, pero no lo suficiente como para no sentir sus pechos apretando los míos, quise besarla, lo
desee, mi cuerpo lo deseo con locura, pero no pude porque Julieta apareció con un reproche inexistente
para arrastrarme hacía la salida y dejarla a ella con una mirada disconforme.
- Al orfanato, dije y me perdí en la ventana el resto del camino, solo cuando me encontré cerca
Hugo volvió a escuchar mi voz, que hora es? –
- No quiero que me esperes, ve a la fiesta y si alguien pregunta, dile que no me has visto –
El solo asintió, no había sentido nervios hasta que sentí el viento helado de la noche, una hora de
retraso y unos cuantos meses de demora hoy me hacían caminar descalza por las hojas y ramas del
bosque, llegue y la vi, era su silueta, era solo una sombra pero la reconocí, era ella, mi Julieta, quise salir
de mi escondite, pero me avergoncé, que le diré?, todas las preguntas se transformaban en una galaxia
de incertidumbre, quise regresar pero me contuve, me decidí a enfrentarla pero alguien más llego a
nuestra cita, una chica, Julieta la vio y corrió a sus brazos, ella le acarició el cabello, dejo de hacerlo para
tomar su rostro y verla asentir, volvió abrazarla, esta vez fue Julieta quien se separó para dejarme ver
cómo le regalaba un beso en los labios a aquella desconocida, me arrodille en el piso, me ahogue con el
dolor, mi mirada se empaño con la dulce mentira de un amor real, mis vista recordó aquella escena por
la eternidad infinita de unos minutos, quise salir de mi escondite para reprocharla, pero con qué
derecho?, si yo misma la deje descansado en los brazos de alguien más.
Corrí en la inmensidad de la noche, por el bosque eterno de las desgracia, quizás caí varias veces, quizás
ninguna pero me sentí en el suelo a cada paso, volví a salir a la calle, las lágrimas no caían, pero mi
pecho seguía emitiendo un quejido de dolor intenso, un auto se acerca, de él se baja Luna y me toma
con rapidez para secuestrarme dentro del auto, la escucho hablar, pero no le entiendo, la veo, pero no
la reconozco, la abrazo y ella me contiene en un calor maternal que se tornó necesario aquella noche
para dormir, llegamos, fiesta aun no acababa, Luna me hizo ingresar por la cocina, subí las escaleras y
me tiré sobre la cama, todo con ayuda de Luna que comenzó a sacarme la ropa para acostarme, yo
seguía inmóvil, mientras ella aprovechaba para mirarme con una carga de conciencia que podría parecer
exagerada, estaba en ropa interior cuando me acurruque sobre la cama hecha, ella no pudo
convencerme para que me moviese, a cambió solo conseguí una manta y su eterna preocupación, no sé
el momento especifico en que me dormí solo recuerdo que había contado 42 caricias que parecían solo
estar comenzando antes de revivir, lo que preferí nunca haber visto.
Me desperté a las 3 am, ella estaba a mi lado, con su uniforme puesto, en la misma posición en que la
imagine antes de dormir, pero más bella de lo que pude concebir, no quise despertarla pero abrió los
ojos en cuanto la manta tocó su piel, se acomodó en la cama y enseguida pregunto.
- Yo no velo por sus padres, yo velo por usted, si usted no me regaña nadie lo hará –
- Eso solo lo hice para poder estar cerca de usted, dijo lo último sin poder mirarme a la cara, sin
siquiera poder ocultar su nerviosismo o aquella sonrisa que me hizo sonreír también –
- Solo tu trabajo Luna?, pregunte mientras me acercaba a su cuerpo para tomar sus caderas
provocando que cerrara los ojos –
Yo gozaba con su ternura, me alimentaba de su inocencia y mis manos como un virus se propagaban por
su cuerpo en busca de algo que encontré al llegar a sus muslos, ese calor, esa humedad en mis yemas al
llegar a su sexo me atrapo, su uniforme de sirvienta me calentaba, sus ojos fuertemente cerrados me
volvían loca, una locura que no fue completa hasta que saque aquel uniforme, ella estaba desnuda y yo
no podía dejar de mirarla, puse sus pechos contra el closet y me adueñe de su trasero, baje y mordí
ambos glúteos, los abrí y metí mi lengua, no sabía que estaba haciendo, solo la quería para mí, esa
madrugada no solo me adueñe de ella sino que también de su inocencia que caía en gotas de sudor
sobre mi cuerpo desnudo hasta que el amanecer nos cobijó con el tierno resplandor del sol, ella dormía,
mientras yo la miraba como si el tiempo se detuviera en los respiros de mi amante por despecho.
Julieta:
Hoy es el día, hice mis maletas cerca de las 7 am, Romina solo me miraba desde su cama, no comprendía
que estaba haciendo, el porqué de vivir solas, cuando su padre nos abría la puerta a ambas, no entendió
el concepto de intimidad por más que quise explicárselo, ella solo no quiso entenderlo, yo ya iba de
salida, eran cerca de las 8, la hora acordada, quise salir por la puerta pero me detuvo.
- Ella estará, dije decidida aun mirando sus ojos que parecían contener la verdad absoluta –
- Prométeme algo, dijo tomando mi mano, si ella no está, déjalo así y vive tu vida –
Me fui con un malestar en el estómago, no sé en qué momento esa promesa me peso, quizás cuando
llegue y ella no estaba o cuando habían pasado quince minutos, tal vez cuando ya quedaban quince
minutos para las nueve, justo ahí esa promesa carcomió mi alma volviéndola, no solo una fantasía de
románticos, sino un nada que una vez fue un todo, lloré escondida atrás de un álamo, llore por mí, por
mi promesa, por ella y su nulo amor, por Romina y la verdad, por la vida y su injusticia, por mi ceguera,
por mi amor, por mi capricho y por mi Roma…
Eran las nueve en punto cuando las ramas se mueven, yo ya estaba de pie dispuesta a irme cuando mi
corazón late con fuerza y me percato que es Romina, mi corazón dejó de latir cuando me di cuenta que
venía a mi vergonzoso rescate, solo pude abrazarle, solo pude caer sobre ella y ella levantarme con su
calor, me miro
- Cumple tu promesa –
Solo asentí, solo vi, solo la abrace y solo pude besarla para prometerle una vez más que no volvería a
existir bajo el recuerdo de Roma, la bese como un gracias con sabor a perdón, como un te quiero
fraternal que ahora se confundía en un beso torpe que se tornó delicioso al pasar los segundos.
Llegamos a casa después de que ella cortara aquel beso para irnos a la habitación, comenzó a sacarse la
ropa, sabía que se iba a dormir, pero no me pude controlar, me pegue a su espalda y tome su abdomen,
no podía controlarme menos aun después de escuchar un suspiro, besé su cuello y ella se giró me rodeo
con sus brazos y me volvió a besar, ahora sin torpezas, sin pudor, un beso con sabor a deseo y una
noche con colores de despecho, me recostó sobre la cama y me hizo suya, me hizo suya hasta que se me
fue la voz, hasta que la madrugada nos congelo, hasta que mi corazón dejo de llorar, ese fue el instante
donde nos acostamos y abrazadas caímos en un sueño profundo donde la fantasía era mucho mejor que
la realidad al abrir los ojos.
Si ambas supieran lo equivocadas que están, si alguna de las dos se imaginara los errores que cometen
las personas por el simple hecho de no hablar, que hubiese pasado si Roma hubiera salido de su
escondite?, que hubiese pasado si Julieta simplemente no hubiera besado a Romina?, que hubiese
pasado si la vida no las hubiera obligado a enamorarse y luego cruelmente a separarse, que hubiese
pasado?, Tu no lo sabes, yo no lo sé, pero quizás no era su tiempo, la madurez era un fruto aun sin
madurar, jamás se volvieron a cruzar, Roma se fue a estudiar fuera del país siempre junto al que se hizo
su esposo Max, Julieta por otro lado siguió trabajando en el taller mecánico, no tenía una relación con
Romina, ambas mantenían la distancia hasta que las necesidades y el deseo se hacían incontrolables y
las empujaba a amanecer juntas otra vez, Luna viaja con Roma a donde quiera que ella fuera, jamás la
dejo pero el peso de su amor era algo de lo que Roma se aprovechaba cada vez que se sacaba la
máscara de esposa perfecta, Que pasará ahora que Roma volvió?, que se decidió por volver esperando
que el destino no la obligara a verla de nuevo, que pasará?.... Ahora te lo contaré.
Julieta:
Después de lo que paso con Romina, decidí arrendar por mi cuenta, jamás deshice las maletas porque
mi ida fue algo inevitable cuando al despertar y mirarla a los ojos me entere que la había dañado en lo
más profundo, seguimos cayendo en tentación, pero ahora todo más claro, ella jamás intento ser quien
jamás seria y yo jamás quise nada más que una simple noche con ella.
Otro día de trabajo, estaba concentrada en arreglar la transmisión en un Mazda, cuando veo una grúa,
sigo con mi trabajo y comienzo a escuchar a mis compañeros.
- Algo le pasa a mi auto, no arranca, dijo ella afligida, sonreí pero no quise mirarla –
- Haber, veamos qué pasa, dijo el yendo detrás de ella mientras observaba sus curvas, pero que
hermosura –
Reí no pude evitarlo, él le coqueteaba y desde mi posición la voz de ella me hacía sentir incomoda, era
como la de una princesa, estaba inerte con su voz cuando escucho la de Don Raúl
Sonreí detrás del capo que me mantenía lejos de su vista y a ella lejos de la mía, limpie mis manos y
avance hasta ella, me dio la espalda, pero su elegante ropa decodificaba quien era en realidad, una
ricachona.
- Señorita en que la puedo ayudar?, pregunte –
- Mi auto no… -
Se giró, y ambas nos reconocimos, fruncí el ceño y en cambió ella abrió aún más los ojos, quiso tocar mi
hombro como si aún creyera que esto era una mentira o un sueño como ahora comprendo ambas
tuvimos, pero retrocedí, dos veces, las mismas que ella intento acercarse, intento hablar pero su voz no
pudo salir de aquella garganta que acumulaba lágrimas de un pasado que a ambas nos obligaba a morir
día a día, yo en cambio tuve que retomar mi posición de empleada y volver a preguntar, siendo incapaz
de mirarla o de poder respirar aquel perfume que en este momento envenenaban aquella promesa que
hasta este día pensé que podría cumplir.
- Hija revísale el auto, no creo que ella sepa mucho, dijo Raúl acercándose –
Asentí, ella aun no hablaba, me miraba a los ojos, podía sentir ese fuego que una vez a ambas nos
consumió, me paralice en el instante en que su piel toco la mía, en que las yemas de sus dedos por fin
alcanzaron los poros de mis brazos desnudos, me congele y solo pude apretar los dientes, Don Raúl se
dio cuenta de mi incomodidad.
- Señorita necesita que alguien la lleve a algún lugar mientras revisamos y arreglamos su auto? –
- Se llevó las manos a la cabeza recordando algo importante, si, por favor necesito ir a la oficina –
- Muy segura, dije tomando las llaves que sus manos ya me ofrecían –
Camine rápido hacía la camioneta y ella me siguió tímidamente, pare en mi puerta al no verla avanzar,
supe que le incomodaba el estado de la camioneta por más que intento disimular, fui hacía su puerta y
se la abrí.
Se subió, sé que lo hizo solo para darme el disgusto de tener que llevarla, cerré la puerta en cuanto se
acomodó en el asiento del copiloto y me subí yo también, el Ford de 1979 demoro en encender, una vez
fue un clásico, pero el tiempo la ha desgastado, sigue con vida solo por el amor y aprecio de Don Raúl
que nos contagia y nos obliga a repararlo cada vez que está a punto de convertirse en un montón de
latas, cuando por fin encendió ella sonrió, le pedí la dirección, tendríamos que cruzar casi toda la ciudad
para llegar, pero ahí estaba yo haciendo de chofer, quise hacer los cambios, pero no logre esquivar su
pierna izquierda, quise disimular pero mis mejillas se enrojecieron, ella no quiso sonreír pero vi sus
labios aun antes de que se girara para ver por la ventana.
Estábamos solo a unas cuadras de llegar cuando ella hizo que me detenga.
- Años, meses, días, horas, minutos, eso no importa, siempre ha dolido de igual forma –
- Hace años que no, así que no te molestes en preguntar, en el instante en que me abandonaste, yo
deje de quererte –
- Con otra? –
Pregunte y alguien tocó la ventana del copiloto mientras repetía una y otra vez su nombre acompañado
de un “mi amor”.
- El auto, no sé qué le paso, llame una grúa y me fue a dejar a un taller mecánico que estaba cerca y
ella se ofreció a traerme –
- Ya veo, dijo levantando su ceja izquierda con cara de superioridad, cuanto le debo señorita? –
- No me debe nada –
- Trajo a mi esposa sana y salva, tengo que agradecérselo, dijo apoyando sus brazos sobre el marco
de la ventana y saliéndose enseguida por el miedo a ensuciarse –
- Para mí fue todo un placer traer a su esposa, dije esto último fulminándola con la mirada –
Hice el cambió y quise partir pero el alcanzo a tirar los billetes sobre el asiento del pasajero, lo vi
acomodar su chaqueta y abrazarla, la imagine mirándome, por un momento quizás si lo hizo, pero solo
fueron los mismos segundos en que me lo imagine y luego me obligue a dejar de pensarlo, hice una
parada en la gasolinera y quizás si este orgullo no pesara tanto hubiese usado su dinero que muy bien
me venía, pero no lo hice, en cambió cruce la calle y se la di a alguien que la necesitaba aún más, volví a
trabajar, pero mis pensamientos se quedaron con ella, con la esposa, con la empresaria, doctora,
abogada yo que sé, pero la esposa de alguien más, por fin eres todo lo que querías ser me repetía una y
otra vez obligando a mi alma a odiarla para no amarla una vez más.
Roma:
La mire hasta que se alejó, no lo pude evitar, es que no podía dejar de respirar el perfume de nuestra
primera vez, estaba impregnada de recuerdos en los brazos de un presente que me amarraba a una
estabilidad insegura, Max me separó de su cuerpo una vez más y se arregló la chaqueta.
- Vamos rápido, te has demorado demasiado y mi padre tiene mucho trabajo –
Fui a ver a mi suegro, hace solo unos meses que no nos veíamos, él viajaba la mayor parte del tiempo a
Londres, donde yo estaba y luego a Canadá donde estuve trabajando este último periodo, pero no pude
concentrarme, estaba presente con ellos dos, pero mi presencia se había ido en aquella camioneta junto
a ella, quizás aún la quiera me cuestione, quizás aún la extraño arremetí contra la razón que rogaba por
silencio, pero mi alma no pudo callarse aun cuando Max pedía mi atención, ella siguió hablando, esta
vez no en silencio…
- Solo asentí –
- Cuídense –
Salí de la oficina, camine hasta el auto, Max iba preocupado, preocupado? De qué?, de que me sintiera
mal?, sí, me siento horriblemente mal, porque la ternura con la que me miras es patética, porque la
competencia dentro de mi corazón tiene una ganadora desde siempre, porque la guerra está ganada por
ella aun antes de que comenzará por que no te enamoraste de una mujer, simplemente te casaste con
una que ya tiene dueña, su nombre, sus ojos, sus labios, sus besos, sus manos, son un camino
inolvidable en el mapa de mis sueños .
Llegamos a casa y escuche su ofrecimiento de té, pero no pude aceptar, mi cabeza negó por si sola, subí
a mi habitación y ahí estaba Luna, yo sedienta la miraba desde el marco de la puerta sedienta por
aquella ternura que me ayudaba a controlar la ansiedad por correr al pasado a buscar lo que ya perdí,
cerré la puerta en silencio, no quise interrumpir su trabajo pero los deseos me forzaron a tomarla con
fuerza por la cintura, ella no se resistió, nunca lo ha hecho, toque sus pecho con fuerza y la obligue a
quejarse, corrí su trenza y mordí su cuello como si fuese mi presa, el odio hacía nuestra historia fallida
me daba valor para tirarla sobre la cama, saque su uniforme como antes lo había hecho, la deje desnuda
frente a mí y me subí sobre ella, quise besarla pero no pude, vi mi reflejo en sus ojos y no me reconocí,
me había perdido hace años en lo desconocido de sus sueños, Luna me miro y tomo mi cabeza con
delicadeza y me llevo a su cuello para dejarme llorar.
Ahí me quede los siguientes minutos, llorando sobre el cuerpo desnudo de la mujer que me había
mantenido cuerda todos estos años, me salí y me encerré en el baño, esa siempre fue la señal para que
saliese de escena pero esta vez se quedó.
Me decía al otro lado de la puerta mientras el piso me mantenía lejos del infierno, quise pararme pero
ya no tenía fuerzas, quise responderle, pero las palabras no salieron, solo pude verme en el espejo y
sentir lastima, lástima porque lo que creí olvidado hoy me abofeteo con la fuerza descomunal de la
verdad, la simple verdad de que jamás me he acostumbrado a estar sin ti…
El juicio propio es una bofetada que duele más que la piedra que te hace caer por el camino de la vida,
darte cuenta que hiciste todo mal cuando quisiste hacerlo bien, es un dolor constante que te persigue
desde el mismo instante en que creíste estar haciendo lo correcto, ahora ya no existirán fechas porque
ni ellas ni yo recordamos cuando paso, ya no me interesa que sepan que es Jueves o Viernes, cuando en
el preciso momento en que se miraron a los ojos, el tiempo se detuvo sin ninguna consideración con los
demás, solo basto esa mirada, para hacer que sus ojos volviesen a mirar a la niña que alguna vez le
perteneció a la otra, hoy día no recuerdo que fecha es, lo que si se es que Julieta despertó en el refugió
de otro cuerpo…
Julieta
Desperté desnuda en el mismo lugar de siempre, en el refugio de mi cordura cuando los recuerdos
parecían alcanzarme, junto a mí solo había un espacio vacío y helado que me hizo voltearme de
inmediato, para ver una vez más como Romina se vestía y me dejaba sin siquiera ser capaz de mirarme a
la cara, la mire alejarse por la puerta de mi habitación y escuche el portazo en la de salida, mire el reloj y
aun me quedaba tiempo para dormir, justo cuando cerré los ojos volví a ver su rostro, el insomnio me
abrazo de inmediato y me obligo a dar vueltas y vueltas en aquella cama fría e insípida, mire por la
ventana aquel cielo nublado que me hacía ver el cadáver de lo que nunca fue en las gotas de lluvia que
golpeaban mi ventana, me gire dándole la espalda a la realidad e intente dormir unos minutos más, mi
inconsciente la traía de vuelta en un sueño que duro un par de horas, la quise besar pero se fue en el
instante mismo cuando el teléfono comenzó a sonar.
- Vendrás a trabajar o necesitas invitación, dijo Don Raúl al otro lado del teléfono –
Casi me meto a la ducha con el teléfono en mano, pero lo solté antes de que callera el agua sobre mi
cuerpo lleno de aquel sudor que no me pertenecía, los besos de Romina se iban por la alcantarilla, al
salir de la ducha y mirarme al espejo me di cuenta que aún tenía un par de marcas en el cuello que se
demorarían en borrarse aún más que toda la noche que pasamos juntas, me vestí y en quince minutos
ya estaba entrando por el taller donde los comentarios eran innecesarios pero imprescindibles.
- Buenas noches, dijo uno levantando ambas cejas –
- Tuvo que haber estado muy buena, complemento otro desde abajo de un auto –
- Hablando de amor Don Raúl, quien irá a dejarle el auto a esa hermosura? –
- Si, dijo autoritariamente, su marido llamo esta mañana para que vayan a dejar el auto en esta
dirección –
Me subí al Hyundai, mire la dirección, y partí, mis manos temblaban y sudaban sin parar, el aire me
faltaba en cuanto me vi cerca del destino, estacione frente a un enorme portón, el guardia me hizo
pasar y tuve que conducir varios metros antes de llegar a las afueras de la mansión, una señora bien
vestida salió a recibirme, me baje del auto y limpie mis manos en el overol antes de siquiera mirarla, me
gire y ella me recibió con una sonrisa.
La señora no contesto, en su rostro ya no existía aquella sonrisa cálida y sincera que me había regalado
con anterioridad, ahora me miraba atónita como si hubiese visto un fantasma o algo parecido, iba
hablarle nuevamente cuando veo en la puerta a la que un día llame mi amor, quise irme pero su llamado
me detuvo, quise no mirarla, pero mi orgullo se debilito, quise olvidarla, pero sus pasos acercándose me
petrificaron obligándome a recordar cada mísero detalle de su todo.
Me miro una vez más antes de tocar su cabeza, corrí hacía ella cuando sentí que se desvanecía, la tomé
y caí al suelo con ella, logré sostenerla para que la caída no fuera tan dura, pero terminamos de igual
forma ambas en el suelo, Roma se acercó para ayudarme, ninguna de las dos entendía nada, por suerte
el jardinero nos vio y corrió hacía nosotras, los tres la subimos hasta su habitación donde recién volvió a
reaccionar, Roma fue por un vaso de agua mientras que yo me quedaba a su lado solo por el hecho que
no dejaba de apretar mi mano.
Ni siquiera me dio tiempo de contestar, me tomo con fuerza del brazo y me saco de la habitación para
cerrarme la puerta en la cara al mismo tiempo que veía como la mujer que estaba acostada, se
levantaba para reprimir aquel reprochable acto que cometía su esposo, negué con la cabeza confundida
y baje las escaleras, iba a salir con rapidez por la puerta cuando recuerdo las llaves que descansaban en
mi bolsillo, volví y las deje sobre la mesa, me di vuelta para encontrarme a Roma en frente, sus ojos
sobre mí y sus manos tocando mi brazo.
Se acercó a mi obligándome a mirar sus labios, miraba mis ojos mientras yo me debilitaba a pocos
milímetros de sus labios, acerque su cuerpo con poca delicadeza, y la bese como si los años no hubiesen
pasado en vano, por cada noche que la llore, por cada beso que soñé, por cada vez que un te amo se me
escapo mientras pensaba en ella, por cada segundo de esta condena, la bese y la volví a besar, aun
cuando vi de reojo a una de las sirvientas que nos miraba…
Julieta:
La dejé afuera de su casa, me quede con sus besos un par de promesas y un te amo dibujado en la
ventana del copiloto que procure que la naturaleza no borrara por miedo a que ella lo olvidase, llegué a
mi casa, la oscuridad me impidió ver quien se abalanzaba sobre mi, pero mis labios la reconocieron de
inmediato, Romina estaba aquí.
No hables, solo hazme tuya, esta noche yo te necesito - respondió volviendo al ataque -
¿No puedes?, ¿Qué te prometió?, ¿Qué iban a tener una nueva vida?, si es así, ¿Dónde está?, porque
acabas de llegar sola otra vez, dime... ¿donde está tu gran amor que no puede acompañarte esta noche?
- dijo mientras se acercaba a mi furiosa -
En su casa, con su familia - me di vuelta para mirarla - eso en realidad a ti no te importa, viniste por
sexo, lo lamento... no quiero
Te vas arrepentir Julieta - dijo tomando su chaqueta - acuérdate de mi, ya te dejó una vez - salió casi
botando la puerta -
Ella tenía razón, ¿Qué me aseguraba que no me dejaría otra vez?, lo pensé, pero quedé firme con mi
decisión, no podía regalarle una noche mas pensando en Roma, no podía engañar a Roma con otra o
peor aun, no podía engañarme otra vez a mi misma con los besos de una mujer que no deseaba, habrán
pasado unos minutos cuando golpean la puerta, suspiré imaginando que venía otro round con Romina,
pero no era otro mas que el padre de Max, Alex.
¿Usted que hace aquí? - pregunté asustada pensando que me había descubierto con Roma -
Quiero que te alejes de mi familia, en especial de mi esposa - me dijo sin ninguna expresión en el
rostro -
Me parece, espero no tener que volver por estos lados - dijo mirando con aires de grandeza mi
humilde casa -
Y espero yo no tener que verlo mas, ni en mi cueva, ni en su mansión, que acabo de aprender que el
ser persona tiene valor y no precio... o de seguro usted lo seria un poquito - dije cerrando la puerta -
El tipo se fué y yo respire tranquila, no me molestó su actitud, sino su petición, ¿yo acercarme a su
esposa?, ¿Para que?, no le doy importancia y me meto a la ducha antes de acostarme, acaricio el lado
de la cama vacío imaginando que Roma esta ahí como cuando éramos niñas, verla despertar otra vez
sería volver a vivir, despertar de una pesadilla, espero que el tiempo no sea cruel y deje de marcar mi
alma con segundos infinitos de soledad, solo quiero tenerla, solo quiero sentirme una vez mas... Suya.
Me levanto para ir al trabajo como todos los días, el trabajo iba lento, por lo que nos dio tiempo para
conversar y tomar un café, iba ya siendo la hora de almuerzo cuando aquel par de piernas largas
avanzaron hacía mi desde la entrada del taller, era Roma en un vestido que por poco me mata, todos se
levantaron para verla mejor, lo que la hizo detenerse y ser yo quien me acercara a ella.
Tranquila, son como niños - quise poner mi mano sobre ella, pero me detuvo los resquicios del
tiempo trabajando en esto -
No te preocupes - dijo ella sonriendo y abrazándome con fuerza olvidando que tenía el overol puesto
-
Quiero almorzar contigo, ¿A que hora puedes salir?, ¿Vine muy temprano?
- me quedé congelada unos segundos antes de recordar que tenía puesto el overol - Espérame
Cuando dejé el overol en su lugar y volví por ella ya no estaba, los trabajadores me hicieron señas de
que había salido, por lo que me apresure por ir a buscarla.
- reí - un poco, no están muy acostumbrados a ver una mujer vestida así por aquí
¿Y tu si estás acostumbrada a una mujer así? - dijo acercándose y hablándome en un tono que hacían
evidente sus celos -
- La tomé por la cintura en cuanto se detuvo a unos centímetros de mi - Quizás, pero aun así te sigo
prefiriendo a ti
- agacho su cabeza para darme un tierno beso en los labios - ¿Qué quieres comer?
Recuerda que eres tu la que puso el pero, yo anoche estaba dispuesta a dártelo todo y tu no quisiste.
No me lo recuerdes por favor - tomándome la cabeza con culpa al no poder callar mi boca en esos
momentos -
No, la verdad es que solo necesito hablar contigo, así que prefiero ir a una cafetería o algo así
Caminamos unas cuadras y entramos a un café, dos tazas de café negro llegaron enseguida para avivar
de nuevo la conversación, unas miradas coquetas y unas tomadas de mano que en este momento se
convertían en una tortura por el deseo latente de ambas.
Bueno, antes de que me abalance sobre ti, dime que tenías que hablar conmigo
Tu suegro vino anoche a mi casa
No, al comienzo también creí eso, pero vino por otra cosa - dije tomando un sorbo -
Yo también - le dijo ella al garzón para que llenase su taza - ¿Estás segura que no la conoces?
¿Como algo?
- acarició mi mano con dulzura - Fui por algo que ella me había pedido ir a buscar encima del closet,
cuando baje lo que me había mandado a buscar pase a botar una caja con fotografías, empecé a
recogerlas enseguida y en ella habían muchas fotos de una bebé - me miró como esperando una
reacción -
¿Fotos de un bebé? o si, eso lo explica todo - dije burlándome - tienen un hijo Roma, es obvio que
tenga fotografías de un bebé
ya... ¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué quizás yo podría ser...? - me reí antes de poder terminar -
- me miró enojada -
Cariño - dije tomando su mano - ¿Por qué si son una familia tan acomodada darían en adopción a su
hija? y según los informes, mi madre era una mujer pobre y sola que murió al darme a luz.
- suspire un poco harta del tema - ¿Por qué quieres hacer todo esto?
¿Solo uno?, yo te los daría todos mi amor - dijo acercándose a mi para regalarme como en gotas de
lluvia sus besos en una tempestad -
Nos separamos a la salida del café, camine de vuelta al taller por un momento se me cruzó su tonta
insinuación, pero lo que me quedó dando vueltas y me atormentó todo el día fue aquel informe que
nunca vi, quizás mi madre no estaba muerta, yo no esperaba ser una Klein, pero desee por un instante
tener algo parecido a una mamá.
Salí del turno y caminé hasta mi casa, a lo lejos veo a Romina esperándome fuera de ella y decido en ese
instante que no es un buen momento para discutir otra vez, me doy media vuelta antes que me divise y
camino unas cuadras en sentido contrario, quizás mas de un kilometro, mi cuerpo por inercia me llevó
hasta el orfanato, me refregué la cara, el día había sido largo y mas aun con todo lo que había pensado,
las ideas me bombardeaban otra vez, la voz de Roma me hacía eco en la parte de mi inconsciente donde
el ángel malo decía una y otra vez... Entra, entra, entra...
Me aterrorizó hacerlo sola, por lo que tuve que llamarla, tuve que decirle que era una emergencia y que
nos encontraríamos fuera del orfanato por el miedo que me daba a que se negara a acompañarme, una
vez que estuvo ahí me reviso por completo esperando encontrarme casi en agonía...
Me dijiste que era una emergencia Julieta - dijo enojada y despidiéndose del chofer -
No hace falta que me preocupes así amor mío - dijo abrazándome con fuerza -
- la abrace un poco mas fuerte sintiendo una infinita ternura por su preocupación - tranquila estoy
bien.
¿entrar donde?
Esperaba que tu tuvieses una idea - le dije mirándola sin saber que hacer -
No soy cerrajera, ni escaladora, así que tendremos que pedirlo mañana a la persona que corresponde
como la gente normal - dijo tomando mi mano y llevándome a la mitad de la acera -
Eso fue hace años, debe estar cerrada, además prefiero hacerlo como la gente normal
Por favor mi amor, no podré dormir, te prometo que si la entrada esta clausurada nos vamos
- suspiro - creo que no vine con la ropa adecuada para adentrarme en el bosque - dijo mientras
ambas veíamos sus zapatos de tacón que la hacían ver espectacular mientras esos pantalones ajustados
color beige acentuaban de forma poco tímida sus curvas -
Nos adentramos en el bosque y ella era la que se quejaba y alegaba siendo que yo era la única que
caminaba, se rehusó a sacarse los tacones y caminar así por la hierba, así como también a caminar con
ellos, por lo que tuve que cargarla hasta la entrada.
¿Como se abría? - le pregunté con ella aun en la espalda -
Solo tienes que empujar - dijo ella un poco aterrada por la oscuridad -
Ella empujó, yo también y aunque el tiempo había trancado la puerta logramos abrirla, solo que no
medimos mucho las fuerzas, por lo que las dos nos fuimos directo contra la estructura, la puerta era una
antigua salida de basura, el tubo desde que nosotras éramos pequeñas ya no existía y el orificio nunca
se cerró, el cual era bastante grande para que pasara una de las dos, en este caso yo, Roma por su parte
quedó estampada en la pared y cuando me giré preocupada para verla la encontré con un ataque de risa
que la tenía en el suelo y un pequeño chichón en la cabeza, nada grave.
si, si, si, perdón - dijo ella sobando su abdomen - ¿estás bien?
Aquí, un poco mareada - quiso reírse pero un ruido nos hizo escondernos a las dos -
Nos escondimos entre el costado de un closet y la pared, esperamos unos minutos hasta que alguien
entró, encendió la luz, quiso avanzar, pero alguien gritó su nombre y solo se limito a apagar la luz y
volver a cerrar con llave el lugar, cuando nos miramos nos dimos cuenta lo cerca que estábamos y como
la adrenalina había subido al igual que otras sensaciones, me besó primero solo porque lo pensó mas
rápido, pero ambas lo deseábamos, por un segundo se nos olvido el lugar y aun mas nuestra misión, me
tomó con fuerza y ambas salimos de nuestro escondite solo para tropezar con algo y hacer un poco mas
de ruido, nos quedamos inmóviles al sentir que la llave volvía a ser introducida en la cerradura.
Déjalo así Alonso, deben ser los ratones, además que esa habitación solo guarda archivos viejos y esta
con llave
Esa voz nos salvó y nos revelo cierta información, la primera, los ratones son torpes y hacen mucho
ruido y la segunda, es que quizás aquí estén los archivos... Miré a Roma que estaba un poco sonrojada,
no entendí su expresión hasta que encuentro mi mano izquierda sobre su busto
- Me reí por nuestras actitudes - ¿Por qué me haces sentir como si tuviese 13 años otra vez?
Por lo menos tu tienes 13, yo me siento de 5 años - dijo aun ocultándome su rostro -
Me llenó de ternura el verla escondiendo su vergüenza de mis ojos deseosos por verla ser una niña otra
vez, la abracé por la espalda y olí su pelo, el perfume que me enloquecía, algo de mi sentía como sus
dientes tomaban con fuerza sus labios y como ella se estremecía al sentirme perdida en sus cabellos,
encontré su abdomen bajo esa polera negra con encaje, llegué al borde de su sujetador para que
automáticamente inclinara su cabeza dándome el permiso de tocarla y besar su cuello con demencia,
toqué su busto y ese cuerpo de niña desaparecía de la memoria de mis manos, para destruir el pasado y
reconstruir un presente que la memorizaba como mujer, tomó mi cabeza con sus dedos perdiéndose en
mi pelo y me mantuvo en aquella posición que nos hacía potenciar el deseo reprimido, bajé tocando su
abdomen y llegué al borde de su jeans, desabroché el botón y lentamente bajé la cremallera, vi sus ojos
cerrados mientras nuestros cuerpos se rozaban, introduje mi mano hasta su humedad provocando que
separara las piernas y diera un pequeño brinco en mis brazos, la toqué y ella se giró para quitarme su
tesoro de las manos, me besó con locura y desordenó mi cabello, rápidamente me saco la polera y me
acorraló en el closet, me miró y lamió desde mi mentón hasta el fin de mi boca, abrí aquel portal
deseosa de su lengua, pero egoísta decidió que no era el momento, desabrochó mi pantalón y
rápidamente me tocó apretando mi cuerpo contra el suyo, mientras me hacía suya una vez mas, gimió
en mi cuello solo por la excitación del momento y apretó con fuerza mis pechos con su mano
desocupada, comencé a gemir e introduje mi mano otra vez dentro de su ropa y la llevé al clímax,
mientras ella me llevaba al cielo, me miró a punto de acabarse y aquel último quejido me hizo acabar
una vez mas en su mano.
Nos sonreímos aun jadeantes, descansó abrazada a mi por unos segundos y cuando volvimos a la
realidad recién pudimos arreglar nuestras ropas, me besó antes de alguna de las dos pudiese decir algo,
pero al separarse me susurro en los labios
Gracias
¿Por no ser lo suficientemente fuerte para seguir nuestro trato? - le dije aun agotada -
- rió -
Me incliné para empezar a buscar, habían papeles de todo tipo, desde contabilidad, hasta dibujos y
fotografías de niños, habíamos desordenado todo, por lo que no pasaría desapercibida nuestra
intromisión en el lugar, eran las once, quedaban menos cajas que al principio, pero muchas para llegar al
final, ya estábamos hartas de buscar, así que lo que se limitó hacer Roma fue a mirar el lugar.
¿Así era el closet de nuestra habitación?
- me levante y caminé hacía ella - Si, ¿te acuerdas como nos escondíamos?
En realidad tu lo eras, yo solo quería estar encerradita contigo - dije abriendo la puerta -
Roma abrió la puerta y cayeron infinitos papeles a nuestros pies, suspiramos pensando en el desorden,
pero ella se compuso enseguida y comenzó a buscar
Hans Abadín, Fidel Alarcón , Flavia Costa, Roma Di Salvo, Lisette Korhonen- Se saltó unas hojas al
darnos cuenta que eran los papeles de nuestra generación - Luciano Petko, David Radan - tomó una
ficha, supongo que la mía por su cara - Julieta Rossi - susurró ella -
- miré el papel, pero ella habló aun antes de que llegará a entender lo que ahí decía -
Roma
Vi su cara y ella miró la mía, Julieta Klein de pronto se empezaba a parecer mucho a Beatriz y tomaba
rasgos que nunca vi de Alex, la reconocía en sus ojos aun cuando ella negaba ser parte de ellos, tomé su
rostro, pero ella esquivó mi caricia.
- Se puso de pie mientras apretaba con fuerza el papel - Es solo una coincidencia
Ese papel dice que te llamabas Julieta Klein y por algún motivo, al entrar aquí te cambiaron el apellido
Yo no puedo ser su hija y lo sabes, quizás me llame Julieta Klein, pero yo no soy hija de ese tipo y esa
señora
Tú quisiste entrar aquí para saber la verdad y ahora que la tienes en frente no la aceptas
No acepto que mis padres me hayan botado, porque ya no es una madre soltera pobre que murió en
el parto, ahora sería una familia rica que me botó por que no me querían
Es que si soy su hija, ¿me puedes explicar porque yo viví en un orfanato mientras que Max fue criado
por ellos?
No lo sé mi amor y yo tampoco lo entiendo, pero lo descubriremos - me miró insegura y volvía a ver a
esa pequeña niña muda otra vez - estamos juntas en esto, todo va a estar bien - le dije mientras la
abrazaba para calmarla
Salimos del lugar y no me importó arruinar mis tacos para caminar juntos a ella por el bosque, llegamos
a la acera y quise hablarle, pero ella solo tiró el papel al suelo y se fue, me sentí culpable unos segundos
por no seguirla, pero también sabia que necesitaba un poco tiempo para asimilar todo, caminé a casa
con el papel en la mano, ¿Qué haría con esta información?, no podía hacer nada sin el consentimiento
de Julieta, pero al mismo tiempo me sentía poco segura de que ella quisiera llegar al fondo de esto, yo
no podía obligarla, pero quizás era la hija de mis suegros, la hermana de mi marido, el amor de mi vida,
era hermana del hombre con quien me casé y yo simplemente seguía tratando de tragar mis palabras
para no confrontar a nadie y arruinar no solo mi relación con ellos, sino también la confianza de Julieta.
Llegué a la casa y Luna me miró preocupada al verme embarrada, caminé por el vestíbulo e intente subir
la escalera pero Max venía bajando e impuso respeto por el titulo de marido.
Tu pregunta me deja dos opciones, el decirte o el callarme, pero tu tono de voz me impone la primera,
así que o cambias la pregunta o cambias el tono de voz.
Max, solo te lo diré una vez, lo que yo haga o deje de hacer es mi problema, eres mi marido, no mi
dueño
¿Estabas con otro verdad? - dijo llevando sus manos hacía la cabeza -
Entra su papá en escena y lo ve alterado, enseguida me hace una seña para que avance hacía mi
habitación y puedo ver claramente rastros de la calma de Julieta en sus gestos, guardé el papel y preferí
quedarme escondida para escuchar su conversación, no entendí muy bien lo que hablaban, Alex siempre
mantenía una voz calmada que el solo recordar quien podría ser me hizo erizar la piel, como si todas las
piezas encajaran de una vez, estaba atenta a la conversación, aunque en realidad lo miraba a él aun
impactada cuando de atrás mío aparece Beatriz.
¿Con quien?
- Enseguida cambió el rostro y desvió el tema - Te vi salir de su auto Roma, vi lo que hicieron
¿Qué hicimos? - le pregunté para estar segura de que nos habían descubierto -
¿Por qué? - le pregunté - ¿Por qué? - le pregunté mas fuerte - ¿Por qué son hermanos?
Y cuando vi su cara, vi en el reflejo de sus ojos la verdad, se quedó en silencio, la esperé por unos
momentos y ella me tomó con fuerza y me llevó a la habitación, cerró la puerta y comenzó hablar.
Respóndame, ¿Julieta es su hija?, ¿Por eso se puso así cuando la vio? - me senté a su lado -
¿Ella lo sabe? - me dijo con los ojos brillantes inundados con unas lágrimas que el tiempo hizo mas
dolorosas -
- me puse de pie con un malestar en el corazón que provocaba mil preguntas en mi interior - Vio este
papel, pero no lo acepta - dije mostrándole el documento -
- lo tomó con sus manos temblorosas - ¿Puedo hablar con ella?, explicarle lo que pasó, como fueron
las cosas
No creo que sea buen momento, ella aun no acepta que es hija de ustedes
Entró a la habitación Alex y no entendió la escena, pero no intentó buscar explicación solo abrazó a
Beatriz y yo salí de la habitación para volverme a topar con Max en el pasillo.
No es un buen momento
Necesito saber que te pasa, desde que volvimos a Chile no eres la misma, ¿Qué paso? - preguntó
mientras me seguía a la habitación -
Pasaron muchas cosas Max - tomé una chaqueta y salí -
¿Dónde vas?
¿Te acompaño?
La lastima me inundo por el camino, no solo sus padres le mentían sino que yo también, le había
mentido en todo, él no sabía que era adoptada, que había vivido la mayor parte de mi vida en un
orfanato o que siempre he estado locamente enamorada de una mujer, llegue a casa he imaginé que
mis padres estarían trabajando, pero encontré a mamá al otro lado de la puerta y no pude haberme
sentido mas feliz.
Roma, ¿Qué haces aquí? - preguntó mientras me dejaba pasar y esperaba a alguien que no venía a mi
lado -
Hija - dijo levantándose enseguida - ¿Cómo estás cariño? - dijo besándome las mejillas mas de la
cuenta - ¿Viniste sola?
No los había visto en meses ¿y creen que los vengo a ver solo porque tengo problemas con mi
marido?
- mi papá lo pensó, pero mi mamá tenía las cosas claras - No es por la visita a esta hora y que hayas
venido sola, es tu cara mi amor
Tu sabias que al volver a Chile todo volvería, ¿Por qué aceptaste volver?
Porque la extrañaba - dije sin bacilar - porque ya no podía vivir sin ella
He estado toda la vida enamorada de una mujer - dije sin ser capaz de mirar su cara -
- levanto las cejas sorprendida, pero enseguida se recompuso del asombro - bueno, eso es algo nuevo
y que definitivamente no me esperaba a estas alturas.
Su recuerdo me persiguió todos estos años y jamás pude olvidarla y la volví a encontrar y me doy
cuenta que su vida está tan estancada como la mía y fue inevitable volver a enamorarnos como cuando
éramos niñas
Por lo que dices calculo que era una compañera del orfanato, ¿Por qué te casaste si estabas
enamorada de una mujer?, ¿Lo hiciste por nosotros?, hija nosotros te amamos de todas formas, no me
hubiese importado que estuvieras con una mujer
No fue por eso, fue por egoísta, porque quería ser grandiosa y nunca acepte que ella solo aspiraba a
ser mecánico
- Suspiré aun mas dolida - Y me terminé casando con un hombre que no amo, mintiéndole sobre todo
Cuando decidiste mentirle, te dije que no te llevaría a ninguna parte, pero también te aseguré que
nunca es tarde para decir la verdad
Ahora no es un buen momento para ser sincera con él, no solo le diría que soy adoptada, que viví en
un orfanato casi toda mi vida, sino que también soy lesbiana y que estoy completamente enamorada de
Julieta
- la miré sonriente - No se si con esa coincidencia lésbica estamos destinadas a estar juntas o a que la
vida no nos dejará estarlo jamás
- Tomó mi mano - Hija, tienes que empezar hacer lo correcto, la verdad siempre es dolorosa, pero es
necesaria.
- Asentí - Yo también pensaba que era así y eso es lo que no sabemos mamá, no sabemos porque a
ella la dejaron ahí
Cuando volví a casa con el papel hace un rato confronte a Beatriz y ella me lo confirmó, Julieta no
quiere saber nada, se niega a ver la verdad
- negué con la cabeza - rompió en llanto y entró Alex, por lo que me vine enseguida para acá
- acarició mi cabello y lo ordeno - Puedes venirte para acá cuando quieras, pero necesitas decir la
verdad, por lo menos ser sincera con Max sobre tus sentimientos, lo demás no te corresponde
Me quedé sola, aunque no tan sola cuando sentí como su aliento a la distancia alcanzaba los resquicios
de mis deseos en un beso que nunca existió, la besé en mis sueños una vez mas y el amor nos alcanzó a
ambas, desperté cuando mi teléfono no dejaba de sonar, era ella...
¿Podemos vernos?
Te iré a buscar mi amor, ¿ok?
Te estaré esperando
5 minutos para arreglarme, 2 para buscar al chofer, 1 para salir de casa camino a buscarla y 10 minutos
para estar en sus brazos otra vez, enseguida me abrazo y me hizo sentir su necesidad de tenerme, la
subí al auto y se negó unos minutos a ir a mi casa, pero enseguida le hice entender que estaríamos solas,
pude ver su cara al ver la enorme casa en donde vivía, por un momento me metí a su cabeza y pude ver
como se recriminaba a sí misma que nunca podría darme todo esto.
- giré su cabeza hacía mi - Aun aquí, con todo lo que ellos me dieron, jamás me sentí tan completa
como en tus brazos
Me lo das todo en un beso Julieta - la obligué a mirarme una vez mas - ya aprendí que no necesito
nada mas que a ti
Entramos y enseguida la lleve a la habitación, cerré la puerta y ella miraba aun cada detalle del lugar, la
giré y la obligue a mirarme, a detallar cada rasgo de mi rostro a que toque cada espacio de mi piel,
quería sacarle aquella necesidad de estar acompañada y aun con los rastros del recuerdo de lo que
habíamos hecho unas horas antes la comencé a besar, la recosté sobre mi cama y entendí enseguida
que lo que necesitaba era solo estar en mis brazos, me hubiese dado su cuerpo porque yo lo deseaba,
pero lo que yo deseaba enormemente era hacerla feliz, se acurrucó en mi pecho y mis caricias la
obligaron a quedarse dormida, me quede una hora contando sus suspiros, los movimientos bruscos de
las pesadillas que calme acariciándola con ternura, sus respiraciones que conté con obsesión pero en el
transcurso de esa hora también acumule el cansancio del día y la tranquilidad de su tacto, me dormí por
5 minutos hasta que alguien tocó la puerta, quiso entrar, pero el seguro se lo impidió, quité mi brazo
que apoyaba su cabeza y saqué de mala gana su brazo derecho que me abrazaba y aprisionaba con
amor, me levanté suavemente, la vi acomodarse y seguir durmiendo y eso me dio la tranquilidad para
continuar.
Abrí la puerta y ahí estaba Eva, la que me dijo que Max me esperaba abajo en la puerta, no quería otra
pelea, no quería mas discusiones con él, no quería mas problemas, pero mientras mas intentaba
escapar, mas me perseguía buscando explicaciones que no estaba listo para escuchar o que yo no
estaba lista para dar, lo vi desde la altura de la escalera y quise volver y encerrarme con ella en mi
habitación, pero bajé cuando entendí que me seguiría, estaba ansioso, podía oler su preocupación, su
incertidumbre, su necesidad de una explicación, podía oler como lo nuestro se acababa y él se negaba
aceptarlo.
- Se tomó la cabeza - ok, lo entiendo, quieres estar con tus papás, obvio, ¿Quieres que venga por ti
mañana?
- Se paralizó con rabia en los ojos - ¿Cómo que no volverás?, eres mi esposa Roma, ¿Qué está
pasando?
Que no te amo Max, que ya no puedo seguir con esto - dije intentando no explotar en llanto por el
dolor que irradiaban sus ojos -
¿Quién es?, ¿Con quien mierda me estás engañando? - tomó mi brazo con fuerza - respóndeme
Siento sus pasos y el miedo me inunda, me giro para verla enfurecerse sobre la escalera, corre hacía él y
lo empuja liberándome, Max cayó al suelo y se giró para mirarla y reconocerla.
¿Qué hace ella aquí? - preguntó mientras se colocaba de pie y arreglaba su camisa -
Julieta
Su cara se desfiguró, pero algo me decía que lo sabía y que en realidad lo que le sorprendía era ver a
Roma decidida no solo a dejarlo, sino a ir con la verdad por delante, me tomó la mano y la sentí
temblorosa, por lo que solo me limite a tomársela con mas fuerza para darle confianza, estaba con ella
en esté momento y estaría toda la vida, vi sus lágrimas caer, vi el preciso momento en el que su corazón
se trozo en partes infinitas que cayeron al suelo, quiso hablar, pero el dolor se lo impidió.
No me iré sin ti - dijo con odio en sus palabras arremetiendo contra nosotras -
Aun eres mi mujer - dijo tirándome a un lado y tomándola con fuerza para intentar sacarla -
Estábamos en un forcejeo que podría haber durado mil eternidades porque el no estaba dispuesta a
dejarla y yo no dejaría que el se la lleve, pero entran sus padres y los tres nos quedamos congelados en
el tiempo esperando una reacción de ellos
¿Qué está pasando aquí? - dijo el que supuse era el padre adoptivo de Roma - Max suéltala - le dijo
con tranquilidad para no empeorar las cosas -
Tienes que irte - le respondió - mañana cuando estés mas tranquilo vuelve y habla con ella, ahora así,
mi hija ni se va contigo ni te permitiré estar en mi casa - lo tomó por el brazo, cuando intentó acercarse
y yo me interpuse en su camino -
Sal de aquí ahora, por el cariño que le tengo a tus padres te daré la ultima oportunidad, no me
obligues a sacarte por la fuerza
Salió de la casa y los cuatro nos quedamos mirando, su madre me miró con ternura como si hubiese sido
la persona que ella esperaba ver junto a su hija, su padre la abrazó con fuerza como disculpándose por
haberse demorado tanto en llegar.
¿Te hizo algo? - me preguntó a mi la señora con una mirada cálida y maternal -
- me limité a negar con la cabeza -
Ella debe ser Julieta - preguntó con un leve tono de afirmación su padre -
- Me volví donde su madre la que también me abrazó - Pensé que no te conocería, Roma pensó que te
negarías a venir.
En realidad - dijo Roma - está acá sin saber que ustedes saben.
Nosotros iremos al comedor, por si nos quieren acompañar - dijo tomando la mano de su esposa -
No gracias papá, nos iremos acostar, ambas dormíamos cuando llegó Max
Ya veo - dijo su madre con un tono burlesco que me hizo sonrojar mas de la cuenta -
El matrimonio se fue y una vez mas quedábamos solas simplemente para mirarnos la una a la otra, me
abrazó tan fuerte que creí que nos volveríamos una y yo la tomé con tanta delicadeza que creí que se
derretiría en mis brazos, no pasó mucho tiempo para que se decidiera a llevarme otra vez a su
habitación.
Vine a visitar a mis papás, no los había visto - respondió ella poniéndose de pie, provocándome una
leve desconfianza -
- Suspiró otra vez sin mirarme - Mi amor... tendrás que hablar con Beatriz
- Subió la cólera en mi, pero me calme cuando fijo sus ojos en los míos - Yo no tengo nada que hablar
con ella, además ¿Para que?, si creo que ya hablaron ustedes dos
Si, hable con ella, le mostré el papel - dijo caminando por la habitación -
Cariño - se acercó a mi, pero rechace su consuelo - habla con ella por favor
No Roma, no hablaré ni con ella ni con nadie, para mi este tema nunca existió y mejor que tu lo
asumas porque no quiero tener problemas contigo
- Me abrazó - No quiero que te hagas esto, mi vida - se separó de mi - mírame, no quiero que esa
verdad te alcance y te destruya
Roma
Confió en mi y lo único que pude hacer esa noche para calmarla fue acurrucarla en mi pecho y
acariciarla hasta que mis manos congeladas se quedaron quietas sobre su cabello, desperté con frío,
extrañaba su manía de destaparse, mientras que yo me cubría por completo, la parte de mi cuerpo que
no estaba cubierta con el suyo se congelaba, pero no quise moverla, no quise moverme yo y no fui capaz
de despertarla, me limite a mirarla, a tratar de adivinar que soñaba pero no pude adivinar nada,
comenzó a moverse, buscaba otra vez mi olor, alcanzó un poco de tela de mi polera y la sujeto con
fuerza, respiro tranquila otra vez, sus ojos se abrieron aun con el peso del sueño en sus parpados, me
miró y esa sonrisa me hacía sentir cómplice de algo mas grande que el universo, me perdí en sus ojos
dormilones los dos segundos que se demoro en escalar hacía mi boca en busca de una beso de buenos
días...
- se acostó a mi lado al sentir mi cuerpo frío, me tapo y me acomodo en sus brazos, abrigándome con
su cuerpo - hoy tengo libre
- ¿quieres decir que puedo estar todo el día contigo abrazadita? - dije con voz ronroneante -
Alguien tocó la puerta en el instante en que cerré los ojos al sentir mi cuello húmedo por su saliva
Nos vestimos y me di cuenta que ella estaba con su polera de trabajo y las manchas de aceite decoraban
gran parte de ella, pensé que la niña que era antes se hubiese alterado y arrepentido de la noche
hermosa que habíamos pasado, pero la mujer que soy hoy agradece y se siente infinitamente orgullosa
de tenerla.
- si quieres me das una polera tuya - me dijo al darse cuenta que la miraba -
Bajamos la escalera tomadas de la mano, acaricio mi dedo índice con su pulgar mientras entrabamos a la
sala de estar, se congeló en la entrada al darse cuenta que los que estaban ahí sentados eran Alex y
Beatriz, él la miró, miró nuestras manos y clavó su mirada en mi.
- Don Alex, Señora Beatriz, Buenos días - dijo Julieta luego de un rato -
- ¿Como estas Julieta? - preguntó Beatriz mientras acariciaba una de sus manos con la otra para
controlar su evidente nerviosismo -
- Bien, gracias - respondió ahora ella evitando el contacto visual de la misma forma en que antes lo
hizo Alex con ella -
- Julieta acompáñame al jardín por favor - dijo mi madre para sacarla de la escena -
Me senté frente a ellos, Alex se acomodaba en el asiento, mientras que Beatriz veía a Julieta alejarse del
lugar.
- ¿Ahora lo llamas marido? si estás dejando a mi hijo, un hombre exitoso y de gran apellido por una
mujer que trabaja en un taller mecánico - dijo él mientras se le escapaba una irónica risa -
-Alex, por favor - dijo con fuerza Beatriz sintiéndose ella misma agredida -
- me puse de pie - si va a estar en mi casa le pido dos cosas, educación y respeto, si cree que no será
capaz de cumplir con esto puede retirarse -
- la verdad es que si, le ruego que se vaya, no permitiré que le falté el respeto a la mujer que amo -
- Muy bien Roma, nos vamos -
- Usted no debe disculparse, el mal educado fue él - le dije sentándome a su lado - pero usted se
quedó por una razón, ¿verdad?
- ¿Ella querrá hablar conmigo? - dijo mirándome con unos ojos de arrepentimiento que partió mi
corazón -
- iré por ella, ¿si?
- no la obligues, que sea cuando ella quiera - dijo tomándome del brazo -
Asentí y fui por Julieta que se encontraba con un vaso de jugo en la cocina y con mi mamá haciéndole las
típicas mil preguntas.
- tomé su rostro y la bese para robarle en aquel gesto el nerviosismo que cargaba - te ves hermosa mi
amor -
- mantuvo los ojos cerrados aun cuando deje de besarla y me sonrió - voy
Julieta:
Está al otro lado de la puerta y no sé por donde empezar, que decirle o que preguntarle, no quiero
recriminarle nada, habrá tenido sus motivos para dejarme, ¿no?, abro la puerta y se levanta para
dejarme ver como arregla su ropa, bien vestida, bien maquillada, bien peinada, alguien así no calza
conmigo, quizás fue que me crie lejos de ella y de una manera totalmente diferente o quizás que nos
equivocamos...
Julieta:
Está al otro lado de la puerta y no sé por donde empezar, que decirle o que preguntarle, no quiero
recriminarle nada, habrá tenido sus motivos para dejarme, ¿no?, abro la puerta y se levanta para
dejarme ver como arregla su ropa, bien vestida, bien maquillada, bien peinada, alguien así no calza
conmigo, quizás fue que me crie lejos de ella y de una manera totalmente diferente o quizás que nos
equivocamos... No quise seguir con aquel silencio que la ponía mas nerviosa a ella que a mi, supongo
que es la culpa.
Julieta... - dijo con una tristeza en el rostro que casi logro congelar mi rabia -
Tranquila - me puse de pie - hace muchas navidades que dejé de pedir una mamá - la volví a mirar -
que coincidencia que aparezca justo ahora.
Jamás podré compensar toda la falta que te hice, lo sé, solo espero que algún día me puedas perdonar.
No puedo perdonar algo que no entiendo, ¿me tuviste fuera del matrimonio o con otro hombre?
Entonces ahora si que no entiendo nada, Max tiene casi mi misma edad, pero solo yo fui abandonada
Perdóname - dijo acercándose para tomar mis manos - Yo era muy joven, muy estúpida-
Iba a contarme la verdad cuando alguien mas entra a la casa, se dirige a donde estamos nosotras y
aparece ni mas ni menos que Max.
¿Mamá? - dijo sorprendido de verla conmigo -
¿Estas de su parte?, ¿tu apoyas que Roma me haya engañado con esta marimacho?
Ya veo que si, la apoyas aunque sea la culpable de que Roma y yo estemos peleados - dijo mientras se
sentaba - porque no me haces un favor, ve por mi esposa.
Parece que la que no entiende eres tu - se puso de pie - ella esta confundida, eres su amiga de la
infancia, su primera calentura, lo entiendo, pero ella me ama, nos amamos, ¿lo entiendes?, además,
¿Qué le puedes ofrecer tu?, yo le he dado todo lo que siempre había soñado, viajes, aventuras, hoteles
de lujo, comidas exóticas, una profesión, ¿que le vas a dar tu?, además de manchas de aceite para lavar
- se rió - que desagradable, ¿acaso no tienes mas ropa? - dijo mirándome -
¿Que te pasa a ti?, no le volverás hablar así a Julieta, ni a nadie, ¿Crees acaso que eres mejor que ella?
- él agacho la mirada - respóndeme.
No entiendo que es lo que te pasa a ti - se sentó ella a su lado - tu no eres así Max.
No hagas nada que le siga haciendo daño - le dije mientras hacía algo parecido a una sonrisa -
Tu eres la única que me ha causado problemas - me grito - estábamos bien con Roma antes que
aparecieras, nos amábamos, teníamos planes de familia hasta que tu apareciste.
Tu no vas a mandar aquí, menos a mi, haceme caso Max, nos vamos
Ella es mía desde antes que tu supieras para que se utilizaba lo que te cuelga
Aquí nadie sacará a patadas a nadie - dijo Roma apareciendo detrás de la puerta -
- Roma me miró y se acercó a mi - dame cinco minutos con él, ¿si? - solo agache mi cabeza y asentí - te
amo - me susurro -
Yo igual - respondí en palabras mudas -
Beatriz caminó delante de mi y yo la seguí, pero yo pase de largo y me dirigí al jardín, el aire era
demasiado pesado como para compartirlo con la madre del año, pero ella no presto atención a mis
evidentes ganas de soledad y me siguió hasta el jardín.
No creo estar preparada para la verdad, no quiero que dejes caer todo ese dolor reprimido en mi, no
creo poder soportarlo - le dije aun antes de estar segura que era ella quien se acercaba a mi por la
espalda -
Me avergüenzo de la verdad Julieta y me alivia que por el momento no quieras escucharla, eso me da
un chance para conocerte.
Su hombro estaba a la altura del mío, mantuve la compostura aun cuando su propuesta provoco una
leve chispa de calor maternal en mi, miré su rostro de perfil y aquella nariz la reconocí del espejo, era
ella, era mi madre, pero como iba a tirarme a sus brazos y aquella verdad aun era solo un secreto oscuro
en un pasado que ella quisiera olvidar, me miró y deje de pensar en las múltiples escenas de hace años
atrás cuando me dejo en aquel orfanato, tuve miedo cuando su cálida mirada se posó sobre mi y me dio
la seguridad para sonreír, pero aquella sonrisa se borró de inmediato al escuchar la voz de Max y su
discusión con Roma, le tenía lastima, no una lastima como para dejarlo ganar y que se llevase a Roma,
una lastima compartida por que éramos parte de la misma mentira, yo no solo era su rival, era su
hermana... Volví a la casa y en el pasillo me encontré con Roma y mas atrás Max.
Yo te amo Roma - le dijo y yo pude ver en sus ojos a aquel hombre que en realidad era - tu eres mi
mundo, mi vida...
No sigas, tus palabras no solo te dañan a ti, sino también a mi, quisiera poder sacar de ti todo ese
amor, esos recuerdos, ese dolor, como quisiera poder hacer que te olvidaras de mi.
Pero no puedes y yo tampoco puedo sacarte de mi, daría cualquier cosa por poder dormir a tu lado
esta noche - dijo mirando hacía el suelo en un afán de esconder sus lágrimas -
Hijo - dijo Beatriz apareciendo por mi lado y caminando hacía él - es hora de irnos, ¿si?
He perdido madre - dijo secándose las pocas lágrimas que derramó - me haz ganado - dijo mirándome
-
- Me acerqué a él - yo no he ganado nada, yo también perdí algo - fue lo último que escucho de mi
antes de que volviese al jardín -
Perdí, yo también perdí Max, te perdí a ti... perdí a mi hermano, el amor es inflamable y esta noche
prendí en llamas nuestra no relación de hermanos, no sabes quien soy y no quiero darte ese dolor, eres
mi hermano menor y algo me hace querer protegerte, yo sufrí por los dos y lo que menos quiero es que
pases una noche de soledad como yo la pase, me niego a que te derrumbes por mi culpa.
Yo nunca tuve una familia - ella se alejó de mi en cuanto subí la mirada, parecía leerme aun siquiera
antes de que pensará lo que iba a decir - no quiero perder a mi hermano por esto.
Cuando digo "esto" me refiero al embrollo que se esta formando por nuestra relación, por Beatriz, por
Alex, por todos - dije alejándome - tu tienes a tus padres, yo solo te tengo a ti, ¿Qué pasa si lo de
nosotras se acaba?
- Asentí - pero ella vive con Alex, el que me odia solo por existir y con Max, entiendo lo de Alex, tal vez
jamás quiso tenerme, pero Max me odia porque te amo.
¿Y que quieres? - me dijo con una mirada que quiso herirme o tal vez hacerme abrir los ojos - dime
que quieres Julieta
- Se aferró a mi cuello como si hubiese cumplido su deseo - ha sido un día muy largo - asentí aun
aferrada a su abrazo mientras miraba el cielo anaranjado de la tarde con sabor a noche - no hemos
comido nada - me soltó y apoyó su frente con la mía - ¿Qué quieres comer cariño?
Nada, aun tengo un nudo en el estomago - le dije para luego estirar los labios esperando un beso -
Los besos no alimentan - me dijo mientras la ausente respuesta de sus beso me hizo abrir los ojos -
Tus besos no son mi alimento, son mi vida - me miró y un beso suave, lento y duradero fue lo que
conseguí -
Disculpen señoritas - dijo su madre desde la puerta - solo de amor no vive el hombre, pasen a la mesa.
Roma:
Veinte minutos después estábamos de vuelta en la habitación, me saqué la ropa frente a ella y deje al
descubierto mi espalda, no se demoró ni dos segundos en comenzar a besarla, me posicionó entre su
cuerpo y la pared, mis pezones se endurecían por el frío de esta mientras ella encendía la calidez en otra
parte de mi cuerpo con sus besos, saco mis pantalones mientras me regalaba su respiración al oído, no
me di ni cuenta cuando estaba desnuda y a su merced, me tocó, acarició y beso todas las partes de mi
cuerpo en esa posición antes de dejarme caer sobre la cama, se puso sobre mi, su pierna derecha sobre
mi sexo se derritió con lo caliente de mis fluidos mientras me besaba, comenzó a bajar lentamente ante
mi inquietud y esa eterna suplica de que me haga suya cuando por fin llegó, el pájaro de fuego de su
lengua halló su hogar en el nido entre mis piernas, me hizo suya para terminar agotada en sus brazos
una noche mas, pero me desperte con tres mas en la cama el frío, la soledad y tu ausencia... ¿Dónde
estás Julieta?
Quise salir a buscarte, ¿Pero donde?, quise encontrarte en la otra punta de aquel hilo rojo que nos une,
pero si no estás aquí es tu decisión, desperté aun cuando el sol no inundaba de luz mi habitación y salí
de casa y fui al lugar donde la encontré, entré al taller y encontré a Don Raúl solo.
Un poco mas que amigas diría yo papá - dijo una mujer que entraba al taller mecánico -
Tiene razón, Julieta es mi novia - dije mientras la miraba, confirmando sus celos -
No, solo pasaba y quise agradecerle por el trabajo que le hizo a mi auto - mentí -
Que tenga un lindo día señorita - dijo mientras sus ojos me dejaban algo mas que resentimiento -
Muchas gracias, igual usted
- Negué con la cabeza mientras ese nudo en la garganta enmudecía mis palabras -
Le conté todo, desde cuando éramos pequeñas hasta que mi esposo es su hermano, todo... no lo noté
sorprendido, solo estaba atento a la historia, tuve que parar de vez en cuando porque aquel nudo
aparecía y reaparecía entre medio, al terminar el solo acerco su mano a mi hombro y me dijo que le
diera tiempo, ¿tiempo?, acaso ya no hemos perdido el suficiente, quizás mi egoísmo esta reemplazando
a aquella tolerancia que es fundamental dentro de una relación, pero el tiempo es lo que hace que un
camino recorrido no tenga retorno y yo no estoy dispuesta a perderla, el solo leyó mis ojos y supo
exactamente mi respuesta por lo que se puso de pie y me sonrió, no sé que me quiso decir pero
supongo que me dio esa tranquilidad que olvide en cuanto la perdí del tacto de mis manos, ella estaría
bien, eso fue lo que me dijeron sus ojos.
Volví a casa mas serena de lo que pensé que podía estar en esta situación, quise subir la escalera pero
mi mamá me detuvo.
Julieta esta duchándose arriba - me dijo en cuanto pase frente a la sala de estar - te llego esto - dijo
dándome algo del correo -
¿En que estado llegó? - pregunté mientras tomaba el sobre -
- Quiso burlarse pero se contuvo - prefiero que tu misma la veas, aunque yo creo que la ducha la
recompuso bastante - me miro y se sonrió con aquella mueca burlesca que no me apetecía ver en este
instante - ¿Qué es? - preguntó al ver mi cara -
Nos aceptaron - le dije desanimada - nos aceptaron - dije de nuevo esta vez un poco incrédula -
¿Cómo llegó hasta acá esta carta?
Y hay alguien mas que volvió - dijo, pero yo solo la escuche, no le preste atención -
Camine de vuelta a la habitación tenía mucho que hablar, que pensar, que contarle, cuando entre ahí
estaba Luna acomodando ropa en mi cajón de ropa, por un momento sufrí un déjà vu que me llevo a
desearla como si el pasado fuese mas presente que el presente que marcaba el calendario, pero
enseguida volví en sí cuando vi salir a Julieta del baño, Luna se disculpo y salió de ahí mirándome como
si tuviésemos una conversación pendiente, volví a mirar a Julieta y me perdí en la piel que la toalla no
podía cubrir enseguida su disculpa me saco de aquel sueño en el que ella vestida de Eva me obligaba a
absorber su belleza con sed infinita.
Lo siento, se que debí llamar - dijo acercándose a mi -
Debiste - dije recobrando la cordura luego de reprimir la locura que provocaba su cercanía - ¿Cómo
crees que me sentí cuando desperté y no te vi a mi lado?
No, a Max - se sacó la toalla y volví a perderme en aquellas curvas, carnes y pecas que la hacían ser un
pecado por el que pediría mil veces perdón - tuve un palpito y lo encontré en un bar no muy lejos de
aquí, me quede con él toda la noche, nos emborrachamos y luego camino aquí nos encontramos con
Alex, por eso llegué con él - me miró al terminar de contar su relato - ¿Roma? ¿me estas escuchando?
- Asentí con la cabeza - si, por supuesto - me giré, necesitaba tener esta conversación antes de perder
la cabeza por estos deseos incontrolables -
Quizás no lo entiendan, pero tantos años lejos de ese cuerpo me hacen tan sensible a su tacto que los
deseos son incontrolables ahora que la tengo por mi espalda - ¿Estas bien? - me susurra tan despacio
que mis piernas flaquean, me giro para mirar aquello que me pertenece y asiento muda porque las
palabras sobran, comienzo a arropar su cuerpo con besos, sus vellos se erizan, su mirada me deja
continuar, sus manos me hablan en aquel lenguaje que solo los amantes conocemos y deseosas me
suben al tocador, me quita la ropa con la ferocidad de la impaciencia y abre mis piernas concediéndome
el deseo de ser suya una vez mas, gimo para ella y ella gime para mi en un viaje de ida y vuelta a las
estrellas.
Creo que me perderé mas seguido si este es tu recibimiento
No volverá a suceder - dijo ella besando mis hombros por la espalda mientras el agua caía por nuestros
cuerpos -
Algún día lo sabrá - hice una pausa - ¿pasaste toda la noche con él? - ella se limito a asentir - eso
significa que se llevaron muy bien
Bueno yo no diría eso - la miré sin entender - con el tequila hasta Alex seria el papá del año para mi
Permiso - dijo Luna dejando un par de toallas sobre mi cama mientras nosotras la observábamos desde
la ducha - discúlpeme - dijo sin poder mirarme ahí con otra mujer -
Creo que no es bueno que yo esté aquí - dijo Julieta saliendo de la ducha -
Porque ella te ama Roma - dijo colocándose los zapatos - ya no quiero que le hagamos daño a nadie
mas con nuestro amor
Hablaré con ella - la abrace en cuanto la vi dispuesta a irse - no te vayas Julieta, tendrá que
acostumbrarse a que tu eres mi mujer.
- Tomé su rostro - será como tenga que ser, pero tu te quedas aquí conmigo, ¿si?
Mejor me vestiré - dije mientras me abrazaba a ella y la besaba fugazmente - hoy fui a ver a tu jefe en
el taller
¿De verdad? - dijo sorprendida -
Si, estaba preocupada por ti, no sé - hice una pausa mientras me abrochaba el sujetador - pensé que
estabas ahí - la noté distraída perdida en el tocador - ¿Amor?
¿Que es esto Roma? - dijo mostrándome la carta que olvide ocultar - ¿que te aceptaron?
Junto con un grupo de doctores hicimos un proyecto de investigación y pedimos financiamiento y nos
aceptaron - dije quitándole importancia -
¿Que piensas hacer? - dijo con una sonrisa fingida con la que intentaba sacarme la verdad -
Julieta... - susurre no creyendo lo que me pregunta - no lo sé, podría estar años fuera de Chile, pero ya
te dije que no me iré a ningún lado sin ti
¿Cambiarías el mundo si tu investigación saca a relucir nueva información sobre la enfermedad? -
preguntó mientras intentaba esconder de mi aquella pena -
- Solo pude asentir - no iré si tu no vas conmigo - dije acercándome para darle la seguridad de mi
cercanía -
- Retrocedió - solo sé dos cosas Roma, tu no me puedes pedir que me vaya contigo y yo no puedo dejar
que te quedes.
Ella tenía razón, no podía permitirme abandonar una investigación así, pero tampoco me podía permitir
abandonarla a ella, menos podía pedirle que me siguiera cuando recién esta conociendo a su mamá,
debía dejar de ser su niña caprichosa, esta vez debía ser su mujer y confiar en que la distancia y el
tiempo no nos separe como alguna vez lo hizo mi ego, hice mis maletas tres días después mientras ella
dormía desnuda en mi cama, no pude dejar de llorar sentía que una parte de mi se desgarraba y se
pegaba a ella como si mi alma hubiese cobrado vida propia y se hubiera metido dentro de su cuerpo
para que nuestras almas por fin solo fueran una y así la distancia fuera solo un par de números que la
razón entiende pero que la locura del amor desconoce, se giro solo para secar mis lágrimas que en ese
punto eran incontrolables.
Todo estará bien mi amor - dijo mientras hacía a un lado mi maleta y me besaba -
¿Eso debería consolarme? - pregunté mas por su sonrisa que por sus palabras -
No, imaginar que me amabas es lo que me mantuvo viva todos estos años, lo que debe consolarte es
que estaré aquí esperándote, además estaré a tu lado todas las noches aun cuando la cordura te obligue
a ver un espacio vacío en la cama, estaré ahí
La abrace por que era lo único que me quedaba por hacer, ella tenía que irse a trabajar y yo tenía que
irme, acordamos no despedirnos porque no era un para siempre, desayunamos en la cama, como si
fuese un día cualquiera, pero no era un día cualquiera... fue el día en que le volví a decir adiós.
Julieta
¿Cuántas veces mas nos diremos adiós amor mío?, quizás exagero pero se siente como perderte otra
vez, te sigo extrañando como si te hubieses ido hace años cuando solo ha pasado una semana desde que
te bese por última vez, voy al trabajo y lo realizo con éxito gracias a la costumbre, no me di cuenta cuan
rápido pasaba el tiempo hasta que mi jefe me preguntó si iría a almorzar, no supe que responderle y
solo me apoye sobre el auto en el que trabajaba para limpiar mis manos aceitosas, se aburrió de esperar
mi respuesta y prefirió dejarme sola con esta lluvia de pensamientos que tenían un diluvio de imágenes
de su bella sonrisa, estaba en ello cuando en el portón de entrada veo a Max.
¿Aquí?
Llegamos al lugar y estuvo 20 minutos en silencio mientras nos traían la comida en cuanto llego se limito
a beber el vaso de agua y mirarme.
- Rio - Pensé que solo te gustaba mi esposa - borro su sonrisa - perdón - dijo al verme mas seria -
No tenemos porque ser enemigos - dije con una sonrisa comprensiva - ella esta tan lejos - me miró
asintiendo dándome a entender que ya lo sabia - no tenemos porque pelear.
- Suspiro mientras se acomodaba la servilleta - es verdad, además creo que nos llevamos bastante bien
- asentí mientras masticaba mi comida - no eres tan pesado cuando estas borracho
Varios me lo han dicho - dijo antes de llevarse el tenedor a la boca - ¿Eres tú? - me preguntó de la nada
luego de 5 minutos de silencio absoluto -
- Me miró mientras levantaba una ceja extrañamente feliz - debí darme cuenta antes, tienes muchas
muecas de papá.
Cuando era pequeño mi madre - hizo una corta pausa - bueno, nuestra madre lloraba constantemente,
un día solo los escuche discutir y hablaban de su hija - suspiro - por años olvide esa discusión hasta que
apareciste en casa - hizo una pausa para tomar agua - mamá lloró como cuando yo era un niño - me
sonrió intentando condenar su pena a la abstinencia - la misma discusión volvió a mi cabeza, pero no lo
quise aceptar.
No tenemos porque tener estar conversación aquí y ahora si no quieres - le dije en cuanto sus palabras
lo afligieron tanto que lo silenciaron -
Debemos tenerla - dijo con seguridad - ambos nos merecemos una explicación.
- Suspire - ¿estas seguro que quieres llevar a tu madre a esa parte tan amarga de su vida?
Nuestra madre - dijo con firmeza - me costo demasiado aceptarlo como para que tus palabras la
nieguen.
- Asentí en forma de disculpa - no sé si quiero saber esa verdad, me basta con que ya no me odies.
- Tomo mi mano - perdóname - dijo al borde de las lagrimas - me comporte como un completo imbécil.
- miré hacía otro lado intentando controlar mis lagrimas - te aseguro que fuiste muy suave, si yo
hubiese estado en tu posición me hubiese asesinado mientras dormía
Lo pensé - dijo riendo - pero dudo que sea mas fuerte que tu - dijo mirando mis brazos marcados -
- Se quedo pensativo por unos segundos - mis padres te dieron en adopción pero - otra vez se quedó
en silenció - ¿Por qué te cambiaron el apellido?
No, por supuesto que no - dije de inmediato - vivo cerca del taller, ahí tengo los papeles, ¿Quieres ir a
buscarlos? - le dije mientras miraba mi reloj viendo que estaríamos dentro de la hora -
- Negó de inmediato - Almuerza bien, a las ocho te paso a ver a tu casa, ¿te parece?
Si, por supuesto - dije feliz por el tipo de relación que estábamos empezando a tener -
Me llevo de vuelta al taller, el estaba vestido de la forma en que un abogado lo haría fuera de la oficina,
como todo un caballerito serio, pero era una ternura, en sus ojos se notaba quien era en verdad, mucho
mas allá de lo que nos uniera el era la clase de gente con la que me gusta estar, me siento cómoda con
él como si la vida nos hubiese preparado para este encuentro lo siento tan familiar que el beso de
despedida se transformo en un abrazo que este chico con suéter de robos no me pudo negar - nos
vemos en la noche - me dijo para luego desaparecer.
¿Su hermano? - preguntó Don Raúl, solo asentí mientras no podía creer cuan rápido nos habíamos
afiatado en un par de sonrisas que me hizo quererlo - me alegro que estén llevándose bien.
- Suspire - no sabe cuanto me alivia - dije mientras frotaba mis manos como si nuestro encuentro me
hubiese inyectado energía -
Terminé mi turno ya con la energía agotada, había vuelto la nostalgia a mi, todo estará bien me repito
mientras hago un esfuerzo sobrehumano por mantener esa sonrisa hasta haber cerrado la puerta de mi
casa, ¿Cuántos besos nos dimos?, ¿Cuántas veces mis manos te acariciaron?, ¿Cuántas veces te dije que
te amaba mientras dormías a mi lado?, ¿Cuántas veces me sonreíste?, no lo sé, pero hoy se que fueron
demasiado pocas, cuanto te necesito me digo mientras espero que esta pena no te este invadiendo a ti
también, recuerdo que en poco tiempo llegará Max, por lo que me meto a la ducha de inmediato y
cuando salgo me miró al espejo y me doy cuenta que aquel brillo que decías ver en mi rostro se había
desvanecido, te habías equivocado amor mío, no era mío aquel brillo, era el nuestro al estar juntas,
suspiro una vez mas mientras comienzo a vestirme, el teléfono suena, contesto solo para que deje de
sonar.
¿Como estas? cuéntame que ha pasado estos días - dije ansiosa y con un par de mariposas que
comenzaban a salir de su capullo de angustia -
Llegué al aeropuerto y me estaba esperando un Colombiano, es parte del grupo de investigación, él,
otra colombiana un británico y yo somos los extranjeros en el proyecto, nos recibieron muy bien,
aunque están acomodando todo en el laboratorio, no sabían que llegaríamos tan pronto, así que nos
hemos estado conociendo, nos estamos quedando en un motel, comparto habitación con la
Colombiana.... no sé que mas contarte - dijo emocionada - ¿Cómo haz estado?. mamá me dijo que te
invitó a quedarte en casa y que no quisiste.
Como se te ocurre mi amor, no podría... Que bueno que lo estas pasando bien, me alegro que hayan
latinos - suspire - Adivina quien vendrá a verme en un rato mas
¿Que clase de imbécil crees que soy?, si viniera una mujer no te diría - dije controlando mi risa -
El se dio cuenta solo, viene para que veamos los papeles, creo que quiere tener algún conflicto legal
con el orfanato, dice que es raro que me hayan cambiado el apellido - le contaba mientras abría la
puerta ya que al parecer Max había llegado -
¿Esta contigo? - hizo una pausa - mándale mis saludos también, te dejo para que hablen tranquilos
las nueve de la noche - suspiré - mañana te llamare antes de las doce de allá
- Asentí con mi cabeza mientras intentaba imaginarla frente a mi - te amo mucho mi vida, cuídate
No me lo digas con esa vocecita, yo también te extraño demasiado, pero estamos juntas en el sentido
mas importante.
Si, lo sé... descansa cariño - dije mas alegre pues ella tenía toda la razón -
Te amo mucho, no te olvides de llamarme
Y yo a ti mi vida - me dio dos besos al otro lado del teléfono que se sintieron tan reales como si mis
labios pudiesen tocar los suyos y cortó -
¿Vino? - reí - eres demasiado clase alta para mi - reí de nuevo - tengo vodka - le dije - ¿Quieres?
¿Lo quieres con jugo? - dije sirviéndole - queda bueno - le afirme mientras miraba el vaso - pruébalo
hombre, si no te gusta me lo tomo yo y tu abres tu vino.
Totalmente de acuerdo, un brindis porque estamos juntos, porque aunque nuestros padres nos
separaron la vida nos volvió a unir primero como rivales y ahora como hermanos unidos en la búsqueda
de la verdad - levanto su vaso -
Y también porque estas noches de vodka se repitan con el solo motivo de estar juntos - dije mientras
chocaba su vaso con el mío -
Me volveré alcohólico contigo - dijo mientras se servía otro vaso -
- Alguien toca la puerta y él se para a abrir mientras yo busco un saca corcho - ¿Quién es? - le
pregunté desde la cocina pero no me respondió así que volví al living - ¿Y tu? - pregunté mientras
Romina entraba a la casa -
¿Así que ahora te van los chicos? - dijo molesta mientras miraba a Alex que no le sacaba los ojos de
encima -
¿Que se te ofrece? - dije mientras una escena extrañamente romántica se formaba frente a mi con un
apretón de manos que duro mas de lo que el protocolo indicaba -
De nada, bueno solo vine a eso - dijo dándose media vuelta - si me necesitas ya sabes donde
encontrarme - lo miró - un gusto Alex
El placer fue mío señorita - ella sonrió y el también mientras ella salía de la casa -
Así que lo que te molesta es que este muerta por mi, pero ella te agrado - reí -
- Reí - entonces es una oportunidad hermanito, ¿O acaso papi no te dejaría estar con una chica de
estos barrios? - lo molesté -
¿La verdad?, papá se muere si me viera con ella, aunque a mi no me importa de donde venga - confesó
-
Que le desagrade a tu padre es un punto a favor para ella - dije entre risas -
Nuestro padre Julieta, entiéndelo
No es por nada, estoy agradecida por ti y mamá, ¿pero él?, hubiese preferido la historia de que fue a
comprar cigarros y no volvió mas
- Tiró lo que bebía por la risa - aunque te duela tengo que decirte que tienen el mismo carácter de
mierda y aun peor comparten ese mismo humor negro desagradable.
Pasamos así toda la noche, dos vasos mas de vodka y ya me estaba preguntando por todo el historial de
Romina, así estaba mi hermanito abriendo una botella de vino a las 3 de la mañana aun sabiendo que
mañana yo trabajaba, pero no podía dejarlo solo tomando, era mi invitado, caímos a dormir cerca de las
cuatro y media, fue al baño dos veces a devolver todo lo tomado, me reí bastante de él, él bastante de
mi e hicimos de esta otra excusa para querernos de a poquito. Eran las once de la mañana cuando mi
teléfono me despierta, por supuesto era don Raúl.
Don Raúl, ya voy saliendo para allá, discúlpeme, de verdad - le dije en cuanto contesté -
Romina me dijo que estabas con tu hermano, tomate el día libre, luego arreglamos - respondió -
Cuídese y descanse que mañana la necesito acá en el taller sin falta, adiós - fue lo ultimo que escuche
antes de cortar -
No encuentro a Alex cuando recuerdo habernos ido a dormir juntos, voy a la cocina y ahí está mirando el
papel que anoche debimos mirar pero que la conversación y el alcohol nos hizo olvidar.
Según estos papeles y mi registro tu eres cuatro meses mayor que yo - lo miré sin entender su punto -
¿No lo entiendes?, mamá no pudo haber estado embarazada de ti y luego de mi a la mitad del
embarazo, solo hay dos posibilidades, o tu no eres la hija perdida de mis padres... - hizo una pausa que a
los dos nos provoco un nudo en la garganta y concluyó - O yo no soy su hijo.
Solo pude mirarlo los siguientes 5 minutos que duró su nudo en la garganta que extendió su pena y rabia
por toda la casa
Mamá te reconoció, ella sabe que eres su hija - se tomó la cabeza - solo nos queda lo segundo - dijo
angustiado -
- Lo abrace y sentí como su pena se abrazaba a mi junto con su calor - sea como sea tu eres su hijo,
aunque los papeles digan lo contrario - tome su rostro - tu eres su hijo Max
- Asintió mientras se limpiaba los resquicios de su desconcierto del rostro - tenemos que ir a ver a
mamá
Cálmate, dúchate, comamos algo y luego vamos - le dije mientras lo veía sentarse otra vez -
Eres Max Klein, mi hermano - le dije mientras me arrodillaba para verlo desde abajo y tomarle las
manos - aún no sabemos qué pasa, cambiaron mi apellido, quizás también mi fecha de nacimiento.
Mientras se duchaba la que perdió el control fui yo, no estaba acostumbrada al papel de hermana
mayor, no podía explotar frente a él, pero tampoco podía calmar esta angustia que nacía en mí, no
quería preocuparla, pero necesitaba escuchar su voz y que su voz me hiciera olvidar esta nueva
incertidumbre que nos rompió el corazón.
Hola mi amor, ¿Cómo estás?, ¿ya saliste? - dijo feliz de ver mi numero en el reconocedor de llamadas -
Hola mi cielo, bien y tu... ¿Cómo estás? - pregunté mientras fingía - no aun no salgo, solo que te
extrañaba
Bien, de hecho muy bien, mañana comenzamos, así que estamos celebrando - dijo feliz -
Qué bueno, te tengo que dejar - le dije al no escuchar la ducha - cuídate mi amor, te amo
- Quise explotar y llorarle que no podía con todo esto yo sola, pero me controle - cosas tuyas mi amor
- Suspiró - te amo demasiado, llámame más tarde por favor, me ayuda a dormir, tu sabes.
Si, te relaja - sonreí - más tarde te llamo, cuando sean las 10 pm allá
Te amo mucho
- Negué con la cabeza - no quiero preocuparla, piensa que estoy trabajando - él solo asintió - ¿Quieres
comer algo?
¿Eso quieres? - le pregunte mientras buscaba sus ojos con los míos -
Entre a la ducha solo como excusa para tomar un poco de su tiempo y que éste lo obligara a calmarse,
salí y él miraba una foto en el mueble donde yo estaba junto a Roma cuando éramos pequeñas, foto que
puse cuando la volví a besar pero que veía y rememoraba cada noche cuando arañaba su recuerdo en
un par de sueños que me dejaban abrazarla una vez más, me miró y me sonrió, esa batalla por el amor
de Roma él sabía que no podía ganarla y no porque no fuese un buen partido simplemente porque yo
era su rival, jamás busqué hacerle daño y él lo entendía, su sonrisa me lo dijo como también me
comentó que, pasara lo que pasara seguiríamos siendo hermanos, me hizo una seña y me subí al
automóvil, pensé que iba más calmado, pero esa mascara de serenidad se le cayó en cuanto entramos a
su casa y encontramos a Alex y Beatriz en la mesa.
Sé toda la verdad, sé que Julieta es su hija y que yo no soy su hijo - dijo disparando una verdad
incómoda -
- Alex se paró de inmediato - ¿De dónde sacaste esa barbaridad? - me miró - ¿Y qué mierda hace esta
mujer aquí?
Esta mujer como tú la llamas, tiene todo el derecho de estar aquí, es tu hija - lo confronto -
- Beatriz se puso de pie - ¡BASTA! - miró a Alex - es hora de que sepan la verdad - dijo mirando a Max -
Es tu hija Alex - le dijo Beatriz - te pido que le tengas un mínimo de respeto a nuestra hija.
- Me acerque desafiante - tampoco es que me agrade serlo, pero la verdad es la verdad Alex, por mis
venas corre tu puta sangre te guste o no
- Dio dos pasos hacia atrás - Sal de mi casa - ordeno sin mirarme -
¡Ya basta papá! - dijo librando a su madre de la mano de Alex que la sostenía con fuerza -
Me han dicho que me parezco a usted - lo empujé - imagínese de que soy capaz.
Me di media vuelta para partir, pero él tomó mi brazo y me obligo a ver su rostro otra vez, solo me miró
como reconociéndose en mis ojos, si su orgullo no fuese tan grande juro que me hubiese abrazado, pero
como mi orgullo es el doble le quite mi brazo con prepotencia y los tres partimos en el auto rumbo a no
sé dónde... pero lejos de él. Pronto llegamos de vuelta a mi casa.
- Ella sonrió - me alegra mucho verlos juntos - nos tomó las manos a ambos - ¿Quieren la verdad? -
preguntó -
Él dijo - Por supuesto - yo solo asentí insegura, comenzó a hablar, sus lágrimas caían en forma de mar
dejando trozos de su alma sobre la mesa, la verdad salía a la luz, mis lágrimas y las de él también se
hicieron presentes cuando lo que tenía que decirnos era exactamente lo que no queríamos escuchar.
Tu abuelo estaba por morir y le dijo a sus hijos que quien tuviese - el llanto la calló - un varón primero
se haría cargo de la firma de abogados - tomó la mano de Max que a estas alturas ya miraba al suelo
ahogado en lágrimas -
- Max se puso de pie limpiando con furia sus lágrimas, él ya lo había entendido todo - y nació Julieta,
¿verdad? - Beatriz asintió mientras apretaba mi mano - ¿el huérfano era yo, no es así?
Max salió de casa como si esos demonios se hubiesen colado en su alma, las dos salimos detrás de él,
pero ya había alguien que lo detuviera, había chocado con Romina la que sin preguntar lo cobijaba en
sus brazos, detuve a Beatriz, la entré aun cuando ella no entendía nada, se volvió a sentar y le serví un
vaso de agua que la tranquilizó.
Yo no tengo nada que perdonar - le dije mientras tomaba su mano - me duele por él, no por mí -
confesé - ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué usted?, eso es lo que no me entra en la cabeza.
Tenía 22 años Julieta y quizás ni eso me justifique, pero estaba enamorada - lloró con impotencia -
quería complacerlo - por primera vez me miró - no merezco el perdón de ninguno de los dos
Claro que sí, estuviste siempre dispuesta a contarme la verdad y entiendo que nunca le hayas dicho
nada a Max, esto lo ha dañado demasiado - concluí angustiada –
EL teléfono comenzó a sonar y enseguida recordé a Roma, contesté mientras secaba aquellas lágrimas
que no dejaban de correr
¿Olvidaste tu nombre? – preguntó ella al otro lado del teléfono en cuanto conteste –
Corté el teléfono sabiendo que una luz de alerta se encendería en aquella parte de su alma que me
pertenecía a mí desde siempre, pero no podía contener aquellas lágrimas, no ahora, menos con ella a
mil kilómetros, tuve que cortarle y tener la esperanza de que en unas horas más esta llamada no sea
más que un trago amargo en nuestra historia.
Supongo, por cierto, ¿Quién es ella? - preguntó mientras yo miraba por la ventana -
Mmm... - pensé - él la conoció anoche, es una amiga
- Beatriz se aclaró la garganta atorada con el agua o quizás con mi comentario - ¿se gustan?
Dijiste que se habían conocido anoche y que era algo más que amiga contigo - me recordó -
Eso fue antes, además ellos se gustan - pregunté divertida al ver su rostro -
¿No crees que es muy poco tiempo como para que se gusten?
- Negué con la cabeza mientras me servía el agua en la taza - cuando se trata de amor el tiempo no es
lo importante sino la calidad de este y anoche vivieron unas miradas que los acompañaran por siempre -
dije mientras me acercaba ofreciéndole la taza -
- Me acepto la taza - gracias, no sé qué habrá pasado anoche pero ese no es el tipo de niña que le
gustan a mi hijo
- Casi escupí sobre ella por la risa - ¿Y qué tipo de mujer le gusta a Max?, ¿una chica bien elegante,
delicada con buen apellido y demás?
Claro que no, lo digo por la personalidad Roma se ve que era diferente a ella
Roma es elegante, delicada, con un buen apellido y tooooodo lo demás - volví a decir - tendrás que
hacerte a la idea de que a tu hijo le gusta una chica de estos barrios bajos - concluí -
Quise regañarla, pero me contuve porque el día había sido demasiado largo para las dos, la miré por
unos minutos y me sentí demasiado cansada como para continuar una plática.
Te noto cansada, será mejor que descanses – dijo ella colocándose de pie junto a la mesa –
- Solo asentí –
¿Quieres venir a casa conmigo? – preguntó –
Ella salió de la casa y yo solo alcance a llegar a la cama antes de caer debatida por el cansancio de la
verdad en mi cabeza, soñé con nosotras otra vez, así como también con aquellos días solitarios donde
me escapaba a aquellos lugares que nos hubiese gustado ir juntas y nunca fuimos, recordé aquellos
sueños que en un momento dejaste de necesitar, en aquella amnesia por la que yo rogué, mis sueños
me llevaron a tu lado en esta noche donde el frío me obligó a despertar solo para alcanzar una frazada y
volver a dormir, el sol en mi cara me hace despertar pero no lo suficiente como para todavía imaginar
que estás a mi lado, mantengo los ojos cerrados rogando que esta soledad solo haya sido un mal sueño
y que al abrir los ojos te pueda volver a ver, juró que si estuvieses a mi lado te abrazaría más fuerte que
nunca, pero abro los ojos y no estas, no me culpo, ni te culpo a ti, odio a la vida por obligarme a dejarte
partir, miré el reloj, era demasiado tarde como para seguir lamentándome, así que solo me metí a la
ducha y partí camino al taller, por lo menos aquí los fierros eran más fríos que tu ausencia en la cama.
En cuanto llegué Don Raúl se acercó a mí, - ¿Dónde está Romina? – preguntó y supe enseguida que
cierta persona no había llegado a dormir y que quizás mi hermano haya sido el culpable, ¿pero cómo se
lo explicaría? Si él estaba casi seguro que antes de que volviese Roma yo estaba con su hija, claro de una
forma más seria de lo que fue realmente, por eso quizás me lo preguntaba, pero mi silencio lo hizo
entender que su hija no había estado conmigo rememorando lo que jamás tuvimos.
- Quedó pensativo hasta que alguien tocó el portón del taller – Perdóneme – dijo el mientras se
acercaba a la dueña de la panadería de la esquina –
Se arregló con sus manos el overol y el cabello mientras intentaba sacar el aceite de auto de sus manos
aunque hace años que lo tenía impregnado, todos en el taller nos quedamos mirando mientras la señora
nos hacía una seña de saludo, pasaron unos segundos antes de que ella se fuera y unos cuantos más
para que Don Raúl se diese vuelta y nos dejara ver el paquete con un par de pastelitos dentro,
queríamos burlarnos pero lo vimos tan nervioso que preferimos dejarlo.
Pase un día extraño la pensé tanto como si se hubiese ido para siempre y solo me quedaran los
recuerdos de lo nuestro, un par de autos, unas cuantas personas, un centenar de horas y un puñado de
suspiros fueron mi día, me sentía como en otro mundo, anocheció, lo supe cuando escuche el portón
cerrarse y a Don Raúl caminar hacía mi para detener lo que estaba haciendo.
- Miré mi reloj – Son recién las ocho, ¿Por qué está cerrando tan temprano?
¿Segura?
Lo vi alejarse, esto tenía aroma a cita, pero de quinceañeros, sus manos estaban un poco sudadas y juro
que cuando me paso las llaves sus manos temblaban, suspire y sonreí por dentro, supongo que esta era
una buena hora para llamar a Roma aunque mi razón insistía en no preocuparla y evitara cualquier
contacto mientras mi voz le diese a entender que no podría soportar un día más sin ella, busque el
teléfono en mi overol pero no lo encontré, busque en mis jeans pero nada, quince minutos después de
que Don Raúl se fuera cerré el taller y caminé a casa mirando aquel cielo que por más lejos que
estuviésemos nos amparaba a las dos, llegué a casa y después de tanto buscar encontré el teléfono
entre la cama y la pared desarmado, me dio un poco de alivio que al encenderlo no me llegó ningún
mensaje de que alguien me hubiese llamado, era demasiado tarde para llamarla y no ver ninguna
llamada me dio una leve seguridad de que estaba muy ocupada y por lo tanto a estas alturas descansaba
tranquila. Me metí a la ducha y sin darme cuenta ya había pasado una semana desde que había hablado
con ella, espere su llamado por el simple hecho de que no sabía su horario, no tenía idea si seguía en el
mismo lugar y no recordaba muy bien si el teléfono era del lugar o de alguien que estaba con ella…
Mientras me visto alguien toca la puerta, termino rápidamente y abro la puerta.
Por fin, ¿Se puede saber dónde estaban? – pregunté enseguida al ver a Max y a Romina entrando a mi
casa como fugitivos –
¿Y para eso tienen que desaparecer casi una semana?, Beatriz a estado por aquí todos los días
esperando encontrarte.
- En eso alguien toca la puerta por lo que me acerco a abrir – ¡Don Raúl!, yo ya iba para allá – dije
haciéndome cómplice -
¿Puedo saber por qué mi hija no es capaz de llamar a su padre si no va a volver a casa en tantos días?
Perdón si no le doy la mano, pero tengo aceite en ellas – respondió para ignorarlo, pero enseguida
volvió a clavar los ojos en él - ¿Qué tipo de relación tiene usted con mi hija?
- Don Raúl miró su reloj – ya es tarde, vamos Julieta – mandó él mientras yo guardaba un par de
cigarrillos en el overol – tú también - dijo mirando a Romina ignorando la presencia de Max -
Que tenga un buen día señor – Le deseó Max a Don Raúl después de que este había presenciado la
escena –
No, no, no – dijo mientras la hacía sentar con las señas de sus manos – ya estoy viejo, ¿acaso no tengo
derecho a descansar?
Tiene todo el derecho a descansar Don Raúl, pero no sé qué hago yo aquí, ¿Acaso yo le diré a los
demás que el taller se cierra?
El taller no se va a cerrar
¿Entonces? – Preguntó Romina – yo no me puedo hacer cargo de él, sabes que trabajo y quiero
empezar a estudiar
¿Qué yo que?
Claro que sí – dijo Romina – este lugar no va conmigo – dijo dándome un sonrisa tranquilizadora -
Hay algo que no entiendo – dijo Romina - ¿Por qué ahora?, ¿Qué harás?, no te imagino en la casa
haciendo nada.
¿La de la panadería? Si, ¿Qué pasa con ella? ¿Son novios? – preguntó ella –
Ah bueno, discúlpame – dijo ella tratando de controlarse - ¿Te vas con ella?
- Ella se puso de pie – me alegro mucho por ti papá, por los dos – se acercó a abrazarlo –
Gracias hija – respondió junto con un suspiro de alivio – Julieta porque no te tomas esta semana libre,
el Lunes empiezas como la nueva dueña
No, es para que te acostumbres, así que por que no se van las dos por ahí
¿Está seguro? – él asintió mientras Romina me arrastraba fuera de la oficina – Si me necesita me llama
Quizás no sea el mejor panorama para ti, pero podrías pasar la tarde con nosotros.
Que suerte, justo ahora mamá me llamo para fuéramos a comer a la casa
¿Nos vamos o tengo que seguir mamándome esta escenita? – Pregunté amargada –
Maneje camino a casa y cuando llegamos mamá nos esperaba a los dos en la puerta y digo a los dos
porque su cara se tornó un poco de sorpresa cuando la vio llegar de la mano con Max, me adelanté y
con la mirada la obligue a cambiar aquel semblante que incomodaría a cualquiera. Cuando entré esa no
era la única sorpresa que me esperaba, en la punta de la mesa y siendo atendido estaba Mister Klein, el
padre del año.
- Max se sentó a la mesa junto con Romina por la indicación de su madre - ¿y tu donde te vas a sentar?
No sabía que esto ahora se llamaba almuerzo familiar – comentó Alex – como hay dos visitas.
Si usted no puede soportar que a esto se le llame un almuerzo familiar imagínese como estoy yo con
que a alguien como usted se le pueda llamar padre – dije yo caldeando aún más la situación –
Trato de ser tolerante contigo por mi esposa – respondió él mientras dejaba caer los cubiertos sobre el
plato –
Yo también – tomé mi plato y me senté en el puesto que antes ocupaba Alex donde a la derecha
estaba Beatriz y a la izquierda Max y Romina – tenemos comida rica, tu hijo apareció, con una novia
preciosa por lo demás y estamos juntos, por supuesto que estoy contenta – dije mientras le tomaba la
mano –
- Ella me sonrió y miró a Max que se había atorado cuando dije novia – Julieta tiene razón, eres muy
linda – dijo mientras miraba a Romina –
Terminamos el almuerzo en paz, Beatriz se perdió un rato mientras nosotros nos acomodábamos en el
salón, había ido a ver a Alex y por su parte la parejita miraba imágenes de Max cuando pequeño, cuando
apareció Beatriz la convencimos de tomarnos algo del bar de Alex y abrió un whisky.
No se va a enterar – la calmaba yo –
Después de un par de vasos madre e hijo desaparecieron en el jardín tenían tantas cosas que arreglar
que me decepcionaba un poco que solo fueran capaces de tener el valor de enfrentarse a la verdad con
un poco de alcohol en el cuerpo, pero era aceptable, vergonzoso pero aceptable.
¿Por qué estás tan cabizbaja? – me preguntó Romina – ¿Porque no está Roma? – solo asentí - ¿No has
hablado con ella?
No, como ella no me ha llamado, pienso que puede estar ocupada y no quiero ser inoportuna.
¿Inoportuna?, ella debe estar igual que tú, quizás pensando lo mismo
¿Tú crees?
Estoy segura, debe extrañarte tanto o más que tu
¿Mas? – pregunté –
Tú te sientes abandonada por lo que ella se debe sentir como la mala de la película por haberte
abandonado
- Acarició mi rostro – soñé años por ver esos ojos de tristeza cuando me veías partir que hoy día no
puedo creer que te esté consolando.
¿Ahora? – asintió regalándome otra vez esa sonrisa que jamás había visto hasta hoy – Max es un
hombre increíble, aunque tengo que admitir que me hizo sentir aún más envidia por Roma – la miré
para que me diese una explicación – tú estabas loca por ella y el completamente herido por lo mismo
No tienes nada que envidiarle – me acerque a ella para acariciar su mejilla – la primera vez que te miró
te regalo todo lo que yo jamás hubiese podido darte, te elegiría por sobre cualquier mujer, créeme
¿En qué?
Que ningún de los dejaríamos escapar una mujer tan increíble como tú, solo que yo estaba
completamente loca por Roma.
- Sonrió – Gracias
No alcanzó a terminar ese gracias cuando ya la tenía entre mis brazos dándole un abrazo más sincero
que cualquiera que nos hubiésemos dado antes, cerré los ojos por un instante cuando mi corazón
comenzó a acelerarse, mis oídos se agudizaron y desde afuera los adoquines de la entrada daban pie a
un taconeo que reconocía, miré por el ventanal y Roma nos miraba, me castigó unos segundos con la
mirada mientras yo inmóvil mantenía el abrazo con Romina la que no se había dado cuenta de nada,
pude moverme en el segundo en que la vi alejarse.
¡Roma! – grité desde la entrada para que ella soltase su bolso y se girara totalmente enojada – ¿Qué
haces aquí? – pregunté sorprendida de verla -
Perdiendo el tiempo al parecer, ¿Me puedes explicar que mierda está pasando?, ¿Por esto apagaste el
teléfono?, si estabas tan ocupada con otra mujer pudiste haberme avisado, hace una semana que te
estoy llamando, estaba tan preocupada por ti – decía mientras se tomaba la cabeza y daba vueltas – soy
una estúpida pensando en que quizás estabas enojada porque me había ido y tu aquí con ella.
- Paró en seco - ¿No es lo que yo creo?, es lo que vi – se acercó a mi desafiante – no te quiero ver
nunca más.
¿Cómo quieres que me calme? Si te encuentro abrazada con otra mujer y en tu casa, ¿Hubo almuerzo
familiar?
- Suspiré – sí, algo así, más bien presentaron a Romina como novia
¿Qué? ¿Y me lo dices así? – tomó su bolso – perdón por interrumpir la presentación de tu novia – la
deje avanzar unos pasos –
Es la novia de Max – volvió a frenar y se giró sin entender nada – Max presentó a Romina como su
novia, lo que viste ahí fue nuestra tregua – tomé su bolso y la acerque a mí – ¿más tranquila?
Por un momento su cara de enojo se tornó de desconforme, cruzó los brazos y por fin cedió, me abrazó
tan fuerte que logramos ser una en un pequeño momento que recordaré aun cuando pierda la
memoria, su perfume, su rostro en mi cuello y sus manos firmes en mi espalda me hacían sentir en un
sueño por lo que mantuve los ojos cerrados aun cuando se soltó y me besó, tuve miedo a que solo fuese
un sueño pero sus caricias me despertaron de la pesadilla de no tenerla a mi lado y me confirmaron su
presencia en el ahora.
Perdóname, me volví loca cuando te vi con ella, pensé que te había perdido
Pero si esta prendido – saqué el teléfono de mi bolsillo – yo no te llamé porque como tú no lo habías
hecho pensé que estabas demasiado ocupada
- Asentí – pero después te cuento, deje a Romina sola – tomé con una mano su bolso y con la otra su
mano – entremos
Antes de que pudiese dar dos pasos me jalo hacía ella y me besó por todos los besos que no nos
habíamos dado en este tiempo.
Pasamos y estuvimos unos minutos los cinco junto, pronto Beatriz se fue a descansar porque el whisky
le había afectado un poco, mientras que con Roma no podíamos dejar de mirarnos, de reconocernos la
una a la otra como la primera vez que nos vimos después de tantos años, estaba que me lanzaba sobre
ella, pero mantenía el control por la obvia situación, pronto se excusó por el cansancio que traía del
viaje y logramos escaparnos. Tomamos un taxi y llegamos a mi casa para poder estar solas.
Estaba que te comía frente a Max y Romina – confesó al mismo tiempo que yo intentaba abrir la
puerta y besarla –
¿ah sí? Te juro que si te miraba camino hacia acá te sacaba la ropa ahí mismo
Le dije mientras la puerta se abría y nuestros cuerpos deseosos por la otra entraban de golpe, llegamos
a la habitación entre tropiezos, besos y prendas que se regaban por todo el suelo, caí sobre la cama
dejándole la oportunidad de que ella escalara hasta posicionarse sobre mí, compartimos una sonrisa y
luego otra vez su lengua reconocía aquel camino del cuello hasta mi boca, se irguió otra vez y recién
note que lo único que la cubría era aquella camiseta de finos tirantes blanca y nada más, podía ver a
través de ella y volver a desearla como la primera vez pero sin vergüenza, como la segunda pero sin
timidez, como la tercera vez pero con más luz, como la cuarta pero sin sabor a despedida, esta vez era
diferente, ella lo era, yo lo era, cuando todo había comenzado por segunda vez no era más que una
ilusión con el miedo constante a ser herida, pero en sus ojos vi mucho más que a ella, vi los años de mi
vida en aquella mirada de fiera deseosa de cumplir mis deseos, tomó mis manos y las llevó a su cintura
provocando que mis manos subiesen su polera y dejando que su piel sea moldeada por mis manos, me
levante y la abrace mientras mis besos intentaban adueñarse de su pecho y más, su respiración se
agitaba al unísono de la mía, en instantes ambas estábamos completamente desnudas solo con la luz de
aquel sol que ya se iba a descansar abrigándonos, nuestros cuerpos vieron el atardecer por la ventana
mientras que nosotras éramos hechizadas por el cuerpo de la otra, por el sabor que desprendían
nuestras ganas, no sé en qué momento terminamos de besarnos y nos rendimos ante aquella hora que
llamamos madrugada, lo único que recuerdo es soñar con su perfume, con sus besos, con sus caricias,
pero no eran sueños… eran recuerdos.
Desperté buscándola en la cama, pero mi búsqueda del tesoro no demoro mucho en ser recompensada
y mis manos la encontraron a mi lado, abrí los ojos y ahí estaba su espalda desnuda junto a mí, me
acurruque en aquel espacio donde el perfume de su pelo y su piel se conjugaban para hacerme sentir en
mi hogar y me quede inmóvil para no despertarla, pero ella ya lo estaba, jugó con mis dedos que
estaban sobre su abdomen, no habló, no se giró, simplemente mantuvo aquella postura hasta que el
silencio nos hizo dormir otra vez.
A lo lejos alguien golpeaba la puerta, pero preferí seguir soñando hasta que Roma se giró bruscamente.
Julieta – repetía una y otra vez mientras me daba pequeños toquecitos en el hombro –
¿mmm?
- Su tono de voz me hizo sonreír y abrir los ojos - ¿Otra mujer por ejemplo?
Me reí mientras ella se iba al baño con la sabana y su ropa dejándome desnuda en la cama con aquel
sonido insistente en la puerta – Ya voy – grité para que dejasen de tocar con tanto empeño, me vestí lo
más decentemente que pude y fui a abrir.
- Max se rio – No, por cierto – miró a Roma – tenemos que hacer ciertos papeles – le sonrió –
Mamá me dijo que él se tendría que acostumbrar a verte, eres su hija y tiene toda la razón.
- Miré a Roma –
Además quiere darle una bienvenida a Roma, ya que ayer no estaba en condiciones – reímos – por
favor hermana
Max, ella ya tomó su decisión - él me miró como esperando mi cambio de opinión, la que por supuesto
no llegó – cualquier cosa estaremos ahí a las seis, ¿bueno?
- Asentí –
Nos despedimos y pude ver al final de nuestra conversación aquella mirada confabuladora entre Roma y
Romina, en cuanto se fueron me volví acostar y Roma se dirigió a la ducha, me tente a verla pero aquella
batalla interna me prohibió coger iniciativa para levantarme y espiarla, salió de la ducha mientras yo aún
seguía en la cama, se acostó a mi lado y me abrazó por la espalda.
Si no quieres ir no iremos, pero algún día tendrás que enfrentarlo y mientras más lo pienses, más
repeles el encuentro y más fuerte se vuelve el miedo – me dijo mientras acomodaba mi cabello –
Cuando lo miró, me veo a mi misma, somos tan iguales que sé que podemos destruirnos el uno al otro
No es una lucha de egos, es un hombre que le teme a su pasado y tu una niña herida – me giré y ella
me acerco hasta su pecho –
No me molesta que me diga que no soy su hija, lo que me duele es ver en sus ojos a la persona en
quien me podría convertir
- Me sonrió – porque te conozco, porque veo a través de ti, él se cegó por el dinero y se perdió la
increíble oportunidad de verte crecer como yo si la tuve, y te convertiste en alguien a quien lo último
que le importa es el dinero, por eso estoy aquí Julieta, porque me equivoque como él, porque imagino
cuanto se arrepiente de haberte dejado.
- Besó mis lágrimas adueñándose de mi dolor con tal de sacar aquellas incertidumbres de mi –
- Asentí –
Me besó y otra vez su aroma me guío hasta su cuello para que el sueño nos amarrara a las dos una vez
más a un par de horas en la cama, saltó de golpe, sentí que se giró y comenzó a llamarme – Amor son las
cinco y media – abrí los ojos y la vi pasar sobre la cama, destapándome y empujándome fuera de ella –
Tienes que irte a duchar – me levantó y me metió a la ducha, confieso que me hice la perezosa solo para
verla sacarme la ropa una vez más, me empujo a la ducha olvidando que el agua tenía que entibiar, no
me queje, no dije nada, salió del baño dejándome sola y me quede unos minutos sola con aquel chorro
de agua que de a poco se entibiaba, quizás no llegue, me dije tratando de buscar el lugar más calmado
de mis pensamientos para poder salir airosa de la situación, me duché rápido o eso me pareció, llegó
Roma con una par de toallas con las que me sequé lo mejor que pude mientras ella me buscaba ropa –
me encanta ese vestido – le dije mientras entraba al baño y por fin pude verla sonreír y desacelerar por
un momento, eran las seis cuando nos subimos al auto y partimos camino a casa de mis padres, fue tan
corto el viaje que Julieta me llamó varias veces antes de que yo pudiese despegar la vista de la ventana,
tomo mi mano y caminamos hacía la entrada de la casa donde nos esperaba Romina.
¿Y ustedes? – le preguntó a Roma mientras Romina caminaba hacía la cocina y nosotras al patio
trasero –
¿Nosotras qué?
Solo se vieron una vez y además hace menos de veinticuatro horas me estabas dejando por estar
abrazada a ella.
Te salvaste – le dije a Roma que se soltaba de mi mano para saludar a Beatriz con un abrazo –
- Miré a Roma que ya tenía una botella empinada – Creo que mi conductora asignada hoy no estará en
condiciones de llevarme de regreso
Se irá él antes que tu si se atreve a echarte – me dijo decidida de no dejarse pisotear otra vez –
Ven, acompáñame – dijo Max arrastrándome hasta el patio – por un momento pensé que no vendrías.
Todas se acercaron con sus platos y pronto nos sentamos a la mesa a comer, una copa de vino, un poco
de cerveza, otro trozo más de carne y la cena recién comenzaba con unas cuantas historias, anécdotas y
mi mente aun volaba en aquel encuentro que al parecer no iba a llegar, ya me había relajado, la cena
aun no concluía cuando se escucha su voz llamando a Beatriz, se acercó a la puerta del patio trasero y
nos vio a todos juntos, no dijo nada, ni siquiera se atrevió a retener su mirada en mí, volvió a entrar y se
escuchó cerrar la puerta de su oficina, Beatriz me sonrió y enseguida se puso de pie para arreglarle un
plato con un trozo de carne y una copa de vino, me puse de pie y la detuve en el filo de la puerta del
patio - ¿Segura? – fue lo único que preguntó y una sonrisa a media boca fue mi respuesta, tomé el plato
y miré a Roma que con una mirada me daba la fuerza suficiente para enfrentar el más duro de mis
miedos, caminé hasta la oficina y él seguro de que era otra persona me invitó a pasar, puse su plato
sobre el escritorio sin decir nada y quizás fue aquel silencio el que le hizo subir la mirada y encontrarme
al otro lado de aquella mesa color caoba.
Estamos teniendo una cena afuera en el patio, podrías ser educado y acompañarnos.
- Dejó su lápiz sobre el escritorio y se acomodó en su silla – estoy demasiado ocupado para esto que
pretende ser una conversación
A mí no me puedes dañar Alex – lo miré firme – pero podrías hacerlo por mamá – dije sin pensar – y tu
hijo
- Lo empuje cuando lo tuve demasiado cerca para sentirme fuerte – ni tus gritos ni tus insultos te
harán menos culpable de lo que hiciste, acéptalo Alex, abandonaste a tu hija por esto – tiré sus papeles
al suelo - ¿valió la pena? – respiró agitado – respóndeme
- Camine hasta la puerta cuando escuche pasos rápidos hacía la oficina y nos encerré dentro –
Te dije que te fueras – dijo mientras me tomaba del brazo con fuerza –
- Me miro y no supe si eran lágrimas o sudor lo que corrían por sus mejillas –
Acéptalo Alex, te duele haberme dejado, tanto como a mí que me hayas abandonado
- La puerta era incesantemente golpeada por Beatriz - ¿La escuchas? – le pregunté – es mi madre, tu
mujer – lo seguí atormentando – ¿Cómo pudiste separarme de ella? – le dije más tranquila que antes,
pero aun con lágrimas rodando hasta mi cuello - ¿Cómo pudiste quitarnos la oportunidad de estar
juntas?
- Ahora sé que lloraba, aquellos sollozos se convirtieron en un llanto que no pudo frenar frente a mí -
¡Vete!
Fue lo último que escuche antes de sacar el seguro y que Roma entrara por mí, me abrazó pero yo salí
de inmediato de la seguridad de sus brazos para caminar fuera de la casa, escuchaba gritos, reclamos, mi
nombre, el motor y por fin el silenció de nuestra huida, Roma no hablaba, yo ni siquiera la miraba, algo
se había quebrado dentro de mí, pero había hecho que también algo se liberara desde lo más profundo
de mis penas, tan pronto vi nuestra cama volví a sentirme parchada, me senté sobre la cama y le di una
sonrisa tranquilizadora a Roma que me miraba más aliviada que preocupada, me sacó los zapatos y me
arropo en la cama, me acaricio hasta que me fui de viaje al inconsciente, me desperté en la madrugada y
fui por un vaso de agua al baño, me miré al espejo y algo había cambiado, ella apareció en el reflejo
abrazándome por la espalda - ¿Cómo estás? – solo le sonreí y a ella le basto, me llevó tomada de la
mano a la cama y ahora era yo quien la anidaba en mis brazos, el sol pegando en nuestros rostros fue la
llamada del nuevo día pidiéndonos un poco de compromiso con la vida.
Bueno, pero tu haces la cama – respondió mientras su pierna se entrelazaba con las mías –
- rió en mi cuello – mejor hagamos las dos la cama y luego vayamos al supermercado
Lo sé, yo tampoco quiero salir de aquí – cerré los ojos otra vez –
Dos horas después fue la ducha la que me despertó, esta vez había más motivación para levantarme y
meterme con ella a la ducha, jugueteamos por un tiempo hasta que la sensatez nos hizo salir de la ducha
y vestirnos, partimos al supermercado y compramos todo lo necesario para no tener que salir de la casa
o siquiera de la cama.
Pronto pasó el tiempo y yo me vi obligada a volver al trabajo, muchas personas terminan una relación
por estar metidas dentro de una cotidianidad incomoda que los sobrepasa, pero hoy sé que el amor no
es solo construir y vivir una nueva aventura, también es llegar a la misma hora, a la misma casa
encontrarte con la misma mujer y dormir en la misma cama sintiendo que el camino recorrido te llevó a
aquella cómoda rutina que no apaga la llama, al contrario, aviva el fuego de la ilusión de poder llegar a
ese mismo lugar con la misma persona todos los días y sentirte en tu hogar solo porque es ella, porque
es la misma que dejaste hace horas atrás con un beso de despedida en la puerta y que te vuelves a
encontrar al abrir la puerta, estoy feliz, radiante y cada día más cuando me doy cuenta que la vida me ha
regalado otro amanecer a su lado, otro atardecer con sus besos y nuevas madrugadas en sus brazos.
Un día nuevo, otra jordana de trabajo, otro beso de despedida y a comenzar la rutina, pero esta vez
sería diferente, cuando llegué al taller había otro sabor en este día, aún seguían molestándome por ser
su jefa, entre risas me decían que había sido por estar con la hija del jefe, yo disimulando mis carcajadas
continuaba con mi trabajo, estaba ansiosa porque fuesen las siete y poder volver a casa, pero cuando el
reloj marco las tres y media apareció un nuevo cliente, uno que no me esperaba ver.
¡Rubén! – grité - ¿te puedes hacer cargo? – Rubén asintió y yo caminé lejos del lugar –
Nos miramos y compartimos una sonrisas por unos minutos hasta que llegó la hora de salir de la oficina,
ambos nos secamos las lágrimas en plan “aquí no ha pasado nada”, se despidió con un beso en la mejilla
y un fuerte abrazo, pero antes de subirse al auto me dijo.
Por cierto, tu madre hará una cena hoy en la casa, me encantaría verte ahí.
- Me sonrió – que tendrá esa chica que los volvió locos a los dos
- Levanté los hombros – supongo que las mujeres en nuestras vidas se vuelven dueñas de ella – dije
sabiendo que Beatriz más mi comportamiento lo habían hecho cambiar su actitud –
Esa fue una respuesta bastante exacta y prudente – dijo suspirando - ¿entonces nos vemos hoy en la
cena?
Tan pronto como le dije a Rubén que hoy me iría más temprano y que él cerraría, llamé a Roma.
- En cuanto me contestó preguntó - ¿Cómo estás?
¿Eso quiere decir que las cosas están mejorando? – preguntó con un tono de sorpresa –
Ajá, las cosas van bastante bien, termino de ver un motor y voy a la casa, ¿sí?
Tan pronto como cortó comencé a trabajar en el chevrolet sonic hatchback naranjo que había llegado
remolcado desde la carretera, miré mi reloj en cuanto termine de revisarlo y ya eran un cuarto para las
cinco, le pedí a uno de los trabajadores que se hiciera cargo de lo poco que faltaba y que llamara al
dueño para que se le entregara entre hoy o mañana y partí camino a casa, tan pronto como estuve cerca
de la puerta Roma abrió, ella ya estaba lista para ir a cenar, me duché rápido mientras ella recibía una
llamada que no alcance a escuchar, salí vestida y con el pelo aun mojado por lo que recibí un regaño de
preocupación a lo que yo combatí con mimos y un par de besos que le hicieron olvidar que podía
enfermarme por salir así de casa, tan pronto como nos volvimos a mirar le pregunté por la llamada.
El Hospital Central – levantó la ceja y me regaló una sonrisa - ¿adivina quién tiene trabajo?
- La tome en brazos y giré con ella mientras un ataque de risa nos invadía a las dos mientras caíamos a
la cama – felicitaciones, ¿Cuándo empiezas?
Serían unos imbéciles si no te hubiesen contratado – la besé, pero ella corto el beso para mirar el reloj
–
Se subió el vestido y se sentó con las piernas abiertas sobre mí, metió sus manos bajo mi blusa dejando
que sus manos frías perpetraran aquel lugar tibio donde mis pechos comenzaban, tan pronto como
empezó le puso fin.
Cuando volvamos, ¿sí?
- Suspiré mientras me acomodaba la blusa – hubiese preferido que me dijeras que no desde un
principio y no que me atacaras sorpresivamente y luego me dejarás a medias.
- Se acomodó el vestido mientras se miraba al espejo – lo sé, pero es que yo tampoco me pude
aguantar, pero tenemos un compromiso – me miró tratando de que yo le diese la razón -
Nos obligamos a soltarnos y en un par de suspiros más ya estábamos camino a casa de Beatriz y Alex,
sus manos acariciaban mi nuca mientras conducía y yo solo sacaba mi mano de su pierna para hacer el
cambio y ahí estábamos, las dos en el mismo auto, conduciendo hasta la casa de mis padres, si, lo dije,
mis padres, éramos una pareja normal, más allá de que la gente nos sigue mirando haciendo las cosas
cotidianas de una pareja, en el supermercado más de alguien nos quedó mirando cuando se dieron
cuenta que no éramos amigas, nos miraron como queriendo saber qué cosa anormal hacíamos las
anormales, pero no encontraron nada diferente, aunque confieso que así lo prefiero, pretendo que la
gente nos miré, nos conozca, nos vigile, porque no somos diferentes a nadie, solo que yo puedo decir
que me enamoré perdidamente de mi mejor amiga, de mi cómplice, de aquella pequeña niña que creció
a mi lado siendo más hermana que amiga, pero que en algún momento logramos descifrar que aquella
sensación inagotable de siempre querer estar juntas era amor, amor del bueno, amor verdadero,
simplemente y nada más ni nada menos que amor, eso pensaba yo mientras cruzábamos el portón de la
casa de mi padres y tan pronto como escucharon el motor salieron a buscarnos.
Después de saludarlos entramos a casa y ahí estaban los padres de Roma yo me sorprendí pero ella no
parecía nada sorprendida, los salude y seguí caminando a la cocina donde escuche la voz de Max
Aquí está el parcito – dije abrazándolo para continuar enseguida con Romina –
Culpa de tu cuñada – le respondió Roma que aparecía por la misma puerta en donde entre yo –
Mejor dejemos a este par solo – propuso Romina y Roma la siguió ambas iban en busca de un coctel –
Toma – le dije dándole – nadie se dará cuenta - dije antes de darme cuenta el forado bastante
perceptible que había dejado –
¿Ya está listo? – preguntó mamá desde la entrada de la cocina con una cara con la que nos decía que al
parecer habíamos sido descubiertos –
¡Max! – lo regañé y después miré a mamá que nos miraba con cara de que nos iba a regañar – si fui yo,
perdón – agache la cabeza –
- nos abrazó a los dos – debería, pero no, vayan a sentarse a la mesa
Ambos nos fuimos y yo le di otro codazo al salir, pronto llegue donde Roma que estaba sentada al lado
derecho de Carlos su padre que estaba en la cabecera de la mesa, al lado izquierdo estaba Ana María su
mamá, en el medio se encontraba Romina seguida de Max y en la otra cabecera estaba Alex quien tenía
a Beatriz a su lado izquierdo, y yo en el medio sentada al lado derecho de Roma, en cuanto llegué a su
lado me ofreció un trago de su coctel, pero yo me negué, tenía ganas de volver a casa, había algo
inconcluso que debíamos terminar fue lo que le susurre y ella solo sonrió reafirmando lo prometido
anteriormente, comenzamos a cenar y la conversación era amena, tan pronto se acabó la cena
comenzaron con los tragos, cuando vi a mi compañera un poco tocada por el alcohol le fui hablar.
Mi amor, mira acá con mi mamá estábamos hablando de lo lindo que te verías con una trenza – me
dijo ella -
¿Por qué?
Porque por lo bajo debe llevar semen de toro – dije y en cuanto terminé su mamá estaba a carcajadas
botando la mitad de su Mai Tai –
Fui por su chaqueta antes de dejarla salir, pero ya se había ido cuando aparecí nuevamente en la sala,
salí más que rápido para abrigarla y me pareció extraño no ver a nadie en el salón, pero seguí con la
odisea de llegar afuera con su chaqueta antes de que se enfermara o peor aún, siguiera bebiendo, salí y
ahí estaban todos conversando los unos con los otros, no me pareció nada extraño hasta que llegué
junto a Roma.
¿Así que fumadora social? – dije viéndola darle las últimas caladas al cigarro –
La verdad es que fumo cuando estoy nerviosa – dijo sin aquel tono producto del alcohol que tenía
antes –
¿y por qué tendrías que estar nerviosa? – pregunté abrazándola porque la vi tiritar –
Ella me dejo abrazarla desde su costado derecho, ambas mirábamos aquel patio cuando las luces se
encendieron, me giré sin conocer el motivo y los vi a todos mirándonos, ahí fue cuando ella me tomo
ambas manos y sentí como ellas tiritaban.
Hemos pasado toda la vida junto a la otra, por una mala decisión te dejé ir porque pensé que mi sueño
era una vida de éxitos, pero me equivoque, me olvide que los éxitos no son importantes si no tienes a
nadie con quien compartirlos, hoy sé que no quiero pasar otra noche sin dormir en tus brazos – estuvo
en silencio unos segundos tratando de mantener las lágrimas en su lugar - desde que tengo uso de razón
has sido mi familia, la única que ha permanecido a mi lado y ha logrado perdonarme después de mi fatal
error, sé que no hubiésemos estado en este lugar, con nuestras familias si el destino no me hubiese
hecho una tonta, pero cada día que no estuve, cada beso que no te di lo recompensaré y no hoy, no
mañana ni pasado, pasaré la vida entera recordándote que el titulo más importante de mi vida es el de
ser tu mujer, por eso hoy, aquí frente a nuestras familias quiero que cumplas el único sueño que me
falta por cumplir… - se arrodillo sobre la chaqueta - ¿Quieres ser mi esposa?
¡Dile que sí! Ya firmamos el divorcio – gritó Max, me voltee solo para ver como Romina le daba un
codazo y todos reían –
- La miré, la puse de pie y le sonreí – Por supuesto que quiero casarme contigo
Eso bastó para que ella me abrazara y me volviese a besar olvidándonos de que el mundo seguía
girando, porque en sus labios el tiempo se detenía, el mundo se silenciaba y las personas desaparecían,
otra vez encontraba esa soledad anhelada de nuestro refugio que llamamos amor, nos dejamos de besar
cuando nuestras familias se acercaron a abrazarnos, su madre lloraba, la mía lloraba, Max había ido a la
casa a buscar un par de tragos más, mientras las felicitaciones no paraban, pronto se acercó Alex.
- Asintió – por eso fui a verte, me rehúso a perderme otro capítulo más de la vida de mi hija –
Otro abrazo, un poco más de llanto y Max ya estaba de vuelta con los tragos, brindamos por el
matrimonio, por el amor, pero más que nada por la familia, estábamos todos, los que siempre
estaremos para el otro, y lo más importante ahí estaba ella, aquella niña que cambió mi vida la primera
vez entró al salón con una herida en la frente, pudieron haber pasado cosas terribles, pero estábamos
juntas, desde siempre habíamos estado juntas y así seguiría, porque esto no empezó hoy, ni cuando nos
casemos, este amor empezó hace muchos años ahí donde nos vimos, besamos e hicimos el amor por
primera vez, en aquel lugar que conocimos como hogar, todo esto comenzó ahí en… El Orfanato.
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