America Scarfo
America Scarfo
America Scarfo
América Josefina Scarfó, de 14 años, fue alumna sobresaliente del segundo año del
Liceo de Señoritas "Estanislao Zeballos". De
familia católica y siciliana, sus padres
alquilaban una casa modesta cerca de
Floresta. Siete hermanos, pero con Paulino y
con Alejandro la unía un vínculo más
profundo.
Los poetas le cantaron a América Scarfó. A finales de los ’30, el querido Raúl González
Tuñón escribirá: “América Scarfó te llevará flores y cuando estemos todos muertos, América
nos llevará flores”. Es que había quedado en todos los rostros de América el día en que
mataron a su amado Severino: no lloraba, estaba sumamente triste, pero firme. Lo iba a seguir
amando toda su vida, como me dijo cuando la fui a entrevistar, allá a comienzos de los setenta.
Yo había logrado descubrir dónde estaban las cartas de amor que le había escrito Severino y
que en el allanamiento de la quinta de Burzaco se había llevado la policía. Las cartas de amor
más bellas que he leído en mi vida. No sólo los uniformes fusilaron a Severino sino que
también hicieron “desaparecer” sus cartas de amor. Pero, así como los desaparecidos de los
setenta reaparecieron en sus Madres, así las cartas reaparecieron ante la búsqueda sin fin del
historiador. En sus líneas de despedida, antes de recibir las balas militares, Severino le escribe
a América: “Carísima: más que con la pluma, el testamento ideal me ha brotado del corazón
hoy, cuando conversaba contigo: mis cosas, mis ideales. Besa a mi hijo, a mis hijas. Sé feliz.
Adiós, única dulzura de mi pobre vida. Te beso mucho. Piensa siempre en mí. Tu Severino”.
Antes de esas últimas líneas, se le había concedido a Severino despedirse de América, que
también estaba detenida.
América le dio el último abrazo, él la besó. Le pidió a ella que cuidara de los hijos de él
y de Teresina, su esposa. América le dijo: “voy a seguir con tu recuerdo hasta mi muerte”. El la
miró con mucha tristeza y le respondió: “¡Oh, Fina, tu sei tan giovane!”. Se besaron de nuevo.
América salió mirándolo a Severino. Por ello tropezó con una rejilla y Severino le gritó: “¡ten
cuidado!”.
“La descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes”, serán las
últimas palabras de la crónica del periodista del Buenos Aires Herald.
Al día siguiente, caerá también Paulino Scarfó ante el pelotón de fusilamiento. Tanto a
Severino como a Paulino, antes de fusilarlos, la policía de Uriburu los había torturado
bárbaramente. Pero ellos no delataron a ningún compañero. El último encuentro entre
América y Paulino será muy breve. Ella no pudo disimular su dolor al ver el rostro hinchado de
él. El la contuvo diciéndole: “no llores”. Y luego agregó con mucho cariño: “pobre pibita” y le
dio un beso en la mejilla. América lo besó muy fuerte y le preguntó: “¿no querés ver a mamá?”
Él le respondió: “no, ¿no ves cómo estoy?”. “Es que se le notaban las torturas. Y agregó: “sigue
estudiando. Estoy deseando que esto termine de una vez”. La besó. América volvió a abrazarlo
y se miraron a los ojos. Ella no lloró. El policía Florio urgió para que terminaran. América se fue
con paso firme. Los periodistas notaron una lágrima en su rostro. Severino y Paulino gritaron
antes de la orden de “fuego” las palabras que definían su ideología: “Viva la anarquía”. Fue en
la penitenciaría. Las descargas se escucharon en los jardines de Palermo.
En el escritorio del luchador anarquista, la policía encontró debajo del vidrio esta frase:
“Estimo a aquel que aprueba la conjuración y no conjura; pero no siento nada más que
desprecio por esos que no sólo no quieren hacer nada, sino que se complacen en criticar y
maldecir a aquellos que hacen”.
En 1928, en una carta, Severino le escribirá a América: “El amor, el amor libre, exige
aquello que otras formas de amor no pueden comprender. Y nosotros dos, rebeldes divinos
(jamás nadie podrá llegar a nuestras cumbres), tenemos derecho a desagotar el pantano de la
moral corriente y cultivar allí el inmenso jardín donde mariposas y abejas puedan satisfacer su
sed de placer, de trabajo y de amor”. Fue un amor pleno que duró poco porque todo terminó
en tragedia. Cuando América se va a vivir con Severino en la quinta, muy arbolada, de Burzaco,
ya él era el perseguido número uno de la sociedad argentina. Ella sentirá miedo todas las
noches y duerme abrazada a él. Una noche ella siente ruidos como de gente que entra a la
quinta y trata de despertarlo. Le dice en voz baja pero insistente: “Severino, Severino, la
policía”. Él se despierta apenas, la acaricia y le responde: “América, no, son los pájaros...
duerme... duerme”. De eso ella nunca se olvidará, me lo contará en uno de nuestros tantos
encuentros, mientras elaboraba una nueva edición de mi libro.
Caídos sus dos seres más queridos, la joven América será protegida por un amigo. En
ese período escribirá artículos para diarios anarquistas europeos en defensa de los derechos
de la mujer. Y continuará con sus estudios, los cuales nunca dejó ni cuando era ya octogenaria.
Por ejemplo, se recibió de profesora de italiano y rindió todas las pruebas en forma brillante.
Fue una anarquista comprometida con los temas que la interpelaban: la sexualidad, el
compañerismo, la superación de las contradicciones inherentes a las relaciones familiares y
afectivas entre los propios anarquistas. Se definía como anarco feminista de manera pública,
expresando su apoyo a la unión libre y la autodeterminación.
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