Bericat. Las Dimensiones Metodológicas
Bericat. Las Dimensiones Metodológicas
Bericat. Las Dimensiones Metodológicas
Cap. 3
Las dimensiones metodológicas
Al objeto de diseñar investigaciones multimétodo que cumplan tanto con el principio de
prudencia como con el de utilidad, es necesario ser muy conscientes de las diferencias
que existen entre los atributos o dimensiones que caracterizan la peculiar naturaleza de
las perspectivas cuantitativa y cualitativa. Si toda integración de métodos se basa, en
último término, en el diseño de investigaciones donde se compensen adecuada y
coherentemente sus respectivas fortalezas y debilidades, es obvia, la importancia de
determinar con precisión la naturaleza de estas dimensiones. La fortaleza o debilidad
de un método en orden a alcanzar conocimiento veraz depende de la naturaleza de
estas dimensiones, por lo que su conocimiento explícito y consciente es imprescindible
para establecer óptimas estrategias de integración de acuerdo con las específicas
metas de cada proceso integrador.
Muchos autores han establecido explícitamente los atributos o dimensiones
diferenciales de las perspectivas cuantitativa y cualitativa de la investigación social.
Entre ellos podríamos citar los siguientes: A. Kaplan (1964), S. Bruyn (1972), P.
Halfpenny (1979), T. D. Cook y Ch. S. Reichardt (1986b), W. J. Filstead (1982), F Alvira
(1983), A. Bryman (1988), M. Hammersley (1992), J. Brannen (1992). Otros muchos
autores también se han referido a ellas, si bien de un modo más parcial o menos
sistemático. Sin embargo, todas estas utilísimas clasificaciones presentan en general, a
nuestro juicio, algunas debilidades que intentamos subsanar con la estructura de
dimensiones metodológicas de la investigación social que se presenta en este capítulo.
Por nuestra parte, consideramos esta estructura como la clave analítica que faculta
para diseñar estrategias de integración metodológicamente funcionales.
Una primera debilidad común a todas las clasificaciones referidas es que presentan los
rasgos diferenciales en el rígido molde de una dicotomía excluyente, es decir, las
clasificaciones se estructuran sobre la base de confrontar un doble y paralelo listado de
rasgos opuestos, unos propios del método cualitativo y otros del método cuantitativo.
Operando de este modo las clasificaciones ganan en simplicidad lo que pierden en
precisión, presentando así evidentes flancos a la crítica.
Resulta bastante sencillo encontrar investigaciones cuantitativas que incorporan en
mayor o menor medida alguno de los rasgos o dimensiones que caracterizan
típicamente a la perspectiva cualitativa, y viceversa. Por ejemplo, muchas
investigaciones realizadas mediante la técnica de encuesta se ordenan
metodológicamente para capturar procesos o diacronías sociales. Por otra parte,
también puede demostrarse fácilmente que no todas las investigaciones cualitativas se
caracterizan por operar metodológicamente con todos y cada uno de los rasgos
adscritos a esta perspectiva, y viceversa. Por ejemplo, una investigación basada en
grupos de discusión puede pretender desvelar el universo ideológico de unos sujetos
en un momento determinado del tiempo, sin atender especialmente a los procesos
sociales vinculados a su genealogía. En cualquier caso, esta forma de presentación
conlleva el presupuesto implícito, de naturaleza paradigmática, de que toda
investigación concebible debe pertenecer a uno u otro lado de la clasificación, esto es,
debe ser cualitativa o cuantitativa. Pero este encorsetamiento dificulta, si no impide la
enorme cantidad de posibles diseños que combinan en mayor o menor medida rasgos
asociados tradicionalmente a una u otra orientación metodológica. Otra debilidad de
algunas de estas clasificaciones, es que no distinguen si los rasgos pertenecen en
sentido estricto al plano epistemológico o metateórico, al plano metodológico, o al plano
de las técnicas de investigación y análisis de datos. Como ya se ha dicho en el capítulo
anterior, existen investigaciones que metateóricamente están inspiradas en el
paradigma cualitativo, por ejemplo en el interaccionismo simbólico, pero que aplican
técnicas de investigación tradicionalmente asociadas a la perspectiva cuantitativa, por
ejemplo la encuesta. Es obvio que algunos de los rasgos, atributos o dimensiones
pueden ser aplicados a los tres planos, aunque otros como por ejemplo, el que
distingue «idealismo» frente a «realismo» en la clasificación de Hammersley, distinción
estrictamente epistemológica, sólo que afectan a uno de ellos. Esto es, entre los rasgos
citados en las clasificaciones existe una cierta confusión por el hecho de incluir en
idéntico listado rasgos que sólo pueden atribuirse a la metateoría, rasgos que han de
atribuirse exclusivamente a la metodólogía, y rasgos que sólo pueden atribuirse a la
naturaleza de las distintas técnicas de la investigación.
Una tercera debilidad de estas clasificaciones es que, o bien presentan como atributos
distintos lo que en realidad no son sino rasgos similares que derivan o expresan una
misma dimensión subyacente, estableciendo así redundancias o duplicaciones
innecesarias, o bien presentan atributos o rasgos compuestos que pueden deducirse o
definirse por la agregación de dos o más dimensiones metodológicas puras,
incumpliendo así el principio de la parsimonia científica.
Al objeto de evitar algunas de estas inconsistencias o debilidades hemos optado, tras
un detenido análisis de las clasificaciones de los autores antes referidos, por una
distinta aproximación al problema clasificatorio. En síntesis, se propone una
deconstrucción relativa de la divisoria cualitativo-cuantitativo en base a estrictas
dimensiones metodológicas puras. Esta deconstrucción no implica, sin embargo, como
en Hammersley, una total indiferenciación de las dos orientaciones, ni tampoco implica,
como en Cook y Reichardt, una atomización o radical separación de los rasgos que se
atribuyen a cada una de ellas. Acepta las diferencias entre ambas, pero en ningún caso
se consideran como absolutas. Acepta los polos extremos de la dicotomía, pero no los
considera en ningún caso como únicas alternativas posibles. Mantiene opciones
metodológicas; pero no prohíbe ni la ósmosis ni la hibridación, ni la combinación de
elementos siempre que den como resultados diseños metodológicamente legítimos.
Para llevar a cabo esta deconstrucción relativa hemos operado del siguiente modo. En
primer lugar, se han seleccionado aquellos rasgos que corresponden exclusivamente al
plano metodológico. Dado que se trata de diseñar investigaciones multimétodo, parece
importante centrarse en este plano, así como evitar confusiones tanto con el plano
paradigmático como con el técnico. En segundo lugar, se ha intentado que estos
rasgos seleccionados constituyan dimensiones puras. Estas dimensiones puras, que
operan como tipos ideales, presentan las siguientes caracte:aticas: a) de ellas pueden
derivarse por combinación algunos rasgos compuestos o complejos que la literatura
suele atribuir a una o a otra perspectiva, de ahí que en este sentido puedan
considerarse dimencsiones básicas; b) inspiran todos los posibles diseños de
investigación, por lo que sirven para definir la naturaleza metodológica de cualquier
investigación concreta; y c) no son dimensiones dicotómicas, sino gradientes que
admiten múltiples posicionamientos.
Un conjunto de seis dimensiones que incluyen las decisiones más importantes a la hora
de definir la orientación metodológica de una investigación social. La perspectiva de
tiempo, según se oriente a la captación estática o dinámica del fenómeno objeto de
estudio (sincronía/diacronía). La perspectiva de espacio, o acotación del objeto, por la
que se opta entre una consideración extensiva del fenómeno social, o entre una
consideración intensiva o profunda (extensión/intensión). El punto de vista desde el que
el investigador observa, que puede ser interno o externo al lugar que ocupan los
sujetos observados (subjetividad/objetividad). El modo de conceptualizar la naturaleza
del objeto, bien en tanto conjunto de partes que pueden ser estudiadas por separado,
bien en tanto unidad indisoluble y relacional de componentes (análisis/síntesis). El
sentido del proceso de construcción teórica, iniciada desde el extremo ideacional,
metateórico o hipotético, o desde el extremo empírico u observacional
(deducción/inducción). El grado y tipo de interafectación existente entre la técnica a
utilizar y el fenómeno social que se investiga (reactividad,/neutralidad).
Tomando como base estas seis dimensiones, se puede caracterizar la orientación
metodológica de las investigaciones sociales. Una investigación social concreta, por
ejemplo, puede estar caracterizada por la subjetividad del punto de observación, en
tanto capta los datos tal y como son percibidos desde el punto de vista de los actores
sociales. Puede tener como objetivo la descripción o explicación de un fenómeno en
tanto proceso social dinámicamente considerado, antes que pretender una
representación estática de la realidad. Puede optar por conocer un aspecto del objeto
de estudio tal y como se presenta en una vasta extensión de la realidad social, o bien
profundizar en uno sólo de sus elementos. Puede haber partido de una hipótesis
teórica, que se pretende contrastar mediante la obtención de datos derivados de una
previa conceptualización operativa elaborada para este fin, o puede tener un carácter
exploratorio, observando la realidad sin hipótesis preestablecidas con la explícita
intención de generar hipótesis emergentes. Puede estar orientada a captar la
naturaleza de un objeto social en su múltiple manifestación sintética, o por el contrario
estudiar analíticamente aspectos del objeto en relación a otros aspectos de otros
objetos sociales.
A la investigación de orientación cualitativa le suelen ser atribuidos los polos derechos
de la lista de dimensiones, esto es, se las considera investigaciones que atienden a los
procesos o diacronías de los fenómenos sociales, que analizan en profundidad el
fenómeno de estudio; que observan desde el punto de vista de la subjetividad de los
sujetos investigados; que no descomponen la realidad social de un objeto en sus partes
componentes, sino que buscan su identidad en la peculiar estructura de relaciones que
mantienen sus elementos; que operan por inducción, otorgando importancia clave al
contacto vivo con el medio social; y que estudian la realidad en su espontánea
constitución, sin instrumentos que modifican esa misma realidad o la desnaturalizan. A
la investigación de orientación cuantitativa se le suelen atribuir los polos izquierdos de
la lista de dimensiones. Se consideran investigaciones muy aptas para captar las
estructuras estáticas de la realidad, así como para observar rasgos de extensos
conjuntos sociales con una representatividad estimada; son objetivas, por cuanto se
ajustan a protocolos establecidos y uniformes para evitar la subjetividad del
investigador; operan observacionalmente por análisis recogiendo aspectos de la
realidad establecidos en tanto variables; son hipotético-deductivas, siendo su meta
fundamental la contrastación de hipótesis con la que se pretende corroborar teorías, y
tratan de operar en condiciones controladas para garantizar la fiabilidad de los
resultados.
Esta descripción somera de la imagen asociada a ambas orientaciones, así como
cualquier otra que pudiera hacerse, más extensa, rigurosa y exacta, no puede
satisfacer del todo a ningún científico social que caracterice, más allá de las
convenciones establecidas, las investigaciones concretas tal y como efectivamente se
realizan. Si con este conjunto de seis dimensiones se analizan investigaciones sociales
concretas, se puede comprobar cómo la adscripción fija de unos rasgos a los estudios
de orientación cualitativa y de los otros a los estudios de orientación cuantitativa no
corresponde a la realidad. Analizando algunos estudios calificados de cualitativos se
puede ver, por ejemplo, que en muchas ocasiones su supuesta profundidad o su
supuesta neutralidad resulta ser mera retórica. Muchos estudios cuantitativos están
orientados desde una impronta sintética ausente en otros estudios denominados
cualitativos. Lo importante, a la luz de las seis dimensiones expuestas, y de sus
respectivos polos, no es el rótulo genérico al que se asocie la investigación, sino la
orientación metodológica con la que realmente se han producido los resultados. A la
inversa, a la hora de diseñar el estudio se deben pensar, más allá de la simple
dicotomía cualitativo-cuantitativo, en la exacta orientación metodológica que debería
inspirar el estudio para obtener unos mejores resultados de acuerdo con la pregunta o
problema de investigación que nos ocupa.
El valor o utilidad de la seis dimensiones que se presentan en este capítulo estriba en
el hecho de que ofrecen una guía para caracterizar, de forma más precisa a como
hasta ahora se viene haciendo, el perfil metodológico de una determinada
investigación. Desde este punto de vista, el método de una investigación no puede
definirse o caracterizarse por la posición que ocupa en un único eje, con sus polos
cualitativo y cuantitativo sino por la posición que ocupa en un conjunto de seis ejes que
constituyen un espacio metodológico n-dimensional, en este caso de seis dimensiones.
En el listado podrían haberse incluido otras dimensiones, pero la parsimonia científica
obliga a realizar síntesis eficientes que supongan mejoras sustanciales en la
conceptualización. Dado que cada dimensión se considera como un gradiente, la
orientación metodológica de un estudio puede ubicarse en cualquier punto de cada uno
de los seis ejes, no necesariamente en alguno de sus dos extremos polares. Definida la
posición lineal de un estudio en cada una de las seis dimensiones, se obtiene una
posición espacial (n-dimensional) que define la orientación metodológica del diseño de
esa investigación. Del mismo modo que en un espacio de dos dimensiones la posición
de un objeto viene determinada por el valor en abscisas y en ordenadas, ejes X e Y, en
un espacio de seis dimensiones la posición metodológica del estudio vendrá
determinada por los valores en los seis ejes correspondientes. Pese a que un espacio
de seis dimensiones no puede representarse en una superficie plana, caracterizar la
orientación metodológica de un estudio en base a su posición en este espacio n-
dimensional puede servir de adecuada guía a la hora de diseñar investigaciones. De
este modo el investigador se enfrenta a un proceso de decisión, más complejo pero
explícito, que redundará en una mayor conciencia y precisión metodológica y en último
término, en una mayor calidad de las investigaciones sociales. Es inadecuado restringir
convencionalmente las posibles posiciones con las que puede definirse el método de
un estudio. El límite sólo puede establecerse a tenor de la legitimidad de cada diseño,
sea o no integrador, en el marco de una investigación concreta y de los objetivos que
persiga.
Antes de comentar sucintamente el contenido de cada una de las dimensiones, a lo
que se destina el resto del capítulo, parece oportuno mostrar algunos ejemplos
ilustrativos de la deconstrucción que proponemos, deconstrucción que se muestra
claramente al analizar las distintas técnicas en el piano metodológico revelado por las
dimensiones. De este modo puede verse cómo la divisoria entre las técnicas
cualitativas y cuantitativas es menos clara de lo que la convención presupone. Una vez
comprendidas las .dimensiones, así como asimilada la reconstrucción, el lector podrá
formarse más claramente la imagen del espacio metodológico dimensional, lo que le
ayudará a diseñar consciente y explícitamente sus diseños multimétodo.
Así considerando la dimensión reactividad-neutralidad, podremos comprobar que
algunas técnicas denominadas cualitativas, como la observación encubierta, son más
neutrales que otras cuantitativas, como la encuesta o el experimento. Sin embargo,
técnicas como el estudio de rastros físicos, por ejemplo el análisis de desperdicios o
basuras, y otras técnicas cuantitativas, presentan altos grados de neutralidad. A la
inversa, un grupo de discusión, considerado técnica cualitativa, tiene grados de
reactividad y artificialidad mucho mayores que la observación encubierta, dependiendo
también del grado en que se estructure la guía de la entrevista de grupo. En suma,
cada técnica, y cada realización concreta de esta técnica, se ubica en una específica
posición de cada gradiente dimensional, no coincidiendo siempre, por otra parte, esta
posición y su asignación a la divisoria cualitativo-cuantitativo. De ahí que la
denominación «técnica cualitativa» ó «técnica cuantitativa» no sea una denominación
metodológicamente exacta. Será siempre más preciso definir la orientación
metodológica que inspira la concreta aplicación de una determinada técnica atendiendo
a las seis dimensiones del cuadro 3.1.
Se ha dicho también que estas dimensiones metodológicas son puras, así como que
algunos de los atributos habitualmente asociados a la perspectiva cualitativa y
cuantitativa eran rasgos compuestos por estas dimensiones subyacentes. Por ejemplo,
la explicación, asociada a métodos cuantitativos, estaría relacionada con una
específica combinación de las dimensiones 3, 4 y 5, objetividad, análisis y deducción,
mientras que la comprensión combinaría subjetividad, síntesis e inducción. De la
misma forma, el rasgo de cualidad (significado) resulta básicamente de una
combinación de 3 y 4, subjetividad y síntesis, mientras que el rasgo de cantidad
(medida), se nutre de objetividad y análisis. Por tanto, para diseñar investigaciones con
estos rasgos, basta con asumir sus dimensiones subyacentes, no siendo siempre
necesario el compromiso con el resto de dimensiones en idéntico lado de la polaridad.
De ahí, por ejemplo, que existan investigaciones explicativas tanto en el ámbito
cualitativo como en el cuantitativo, del mismo modo que existen investigaciones
descriptivas en ambos ámbitos.
El paradigma constructivista de Guba y Lincoln, por ejemplo, desde una posición
metateórica, sostiene y refleja la indisolubilidad polarizada de las seis dimensiones
(Guba y Lincoln, 1989). Sin embargo, la imagen de la investigación que nos ofrece N.
K. Denzin, elaborada desde el interaccionismo simbólico, se basa en siete principios
metodológicos que combinan elementos polares de varias de las dimensiones puras
aquí señaladas (Denzin, 1970).
Sincronía y diacronía
En el plano ontológico no albergo la menor duda de que la realidad social es una
realidad dinámica y cambiante, un continuo flujo heraclitiano que no conoce el reposo,
una cadena de acontecimientos que se suceden en el tiempo. Así, estamos en absoluto
acuerdo con M. Beltrán cuando concibe la sociología en tanto sociología histórica, una
sociología sin embargo no orientada al estudio del pasado, sino al estudio de la
ineluctable historicidad de un presente que sólo puede ser real en el límite entre lo que
ha sucedido en el pasado y lo que sucederá en el futuro (Beltrán, 1994).
El presente no existe, es tan sólo la aporía lógica del tiempo. Y esto porque el tiempo
no está dado en la realidad. En la realidad hay movimiento, y tanto el concepto como la
medida del tiempo emergen únicamente de la comparación de movimientos. Por esto
se dice que para medir el tiempo hacen falta dos relojes, esto es, la comparación de
dos procesos. Y si el tiempo es una categoría de la aprehensión humana, podemos,
más allá de la inmanente dinamicidad de todo lo real, congelar el tiempo, percibir los
fenómenos desde una doble perspectiva metodológica, estática y dinámica, sincrónica
y diacrónica.
Del mismo modo que congelamos el tiempo en una fotografía o en un cuadro, también
los sociólogos pueden optar por representar los fenómenos sociales en un momento
dado del tiempo, en un supuesto e imposible momento presente. Ahora bien, esto no
tiene por qué significar que la realidad representada sea estática en su naturaleza,
carente de movilidad. Tan sólo es el resultado de una específica mirada. El problema
reside, sin embargo, en que los aspectos de la realidad que pueden ser observados
mediante una congelación del tiempo son radicalmente diferentes a los aspectos que
puedan observarse desde una perspectiva dinámica. Podemos producir, por tanto, dos
imágenes radicalmente distintas que refieren una única realidad, al igual que sucede
con la teoría de la acción social y con la teoría de los hechos sociales.
Por ejemplo, de los análisis estáticos ha de quedar excluida cualquier atribución de
causalidad, pues radicalmente considerada, toda causa ha de preceder temporalmente
a su efecto. Así, tanto los métodos cuantitativos como los cualitativos que describen
estáticamente la realidad, han de basar sus análisis en modelos cuasi causales, sea la
correlación estadística, que en sentido estricto no demuestra causas, sea la correlación
lingüístico-estructural o sociofuncional, que sólo demuestra conexiones.
Pese a que la experimentación, una técnica cuantitativa, opera con estímulos que
preceden temporalmente a las reacciones esperadas, lo cierto es que se suele atribuir
a la metodología cualitativa un mayor compromiso tanto con la dinamicidad intrínseca
de los fenómenos sociales, como con el análisis de los procesos de la realidad social.
En primer lugar, el positivismo se enfrentó al historicismo, al comprometerse con la
búsqueda de leyes universales en claro contraste con la perspectiva ideográfica que
defendía la singularidad de todo acontecimiento. Así también, la perspectiva crítico-
dialéctica, frente al positivismo, no reifica el statu quo de la realidad social, sino que la
concibe como un producto históricamente contingente.
Algunas perspectivas como el interaccionismo simbólico, usualmente asociadas a las
orientaciones microsociológica y cualitativa, al concebir la realidad social
interaccionalmente, en tanto juego sintético de acciones y reacciones que se suceden
en el tiempo, han focalizado muchos de sus análisis en el proceso de construcción
social, y no tanto en supuestos resultados finales. De hecho, una de las más sólidas
críticas lanzadas contra el estructural-funcionalismo parsoniano estribaba en la
estaticidad de su modelo, frente a la dinamicidad implícita en la concepción del hombre
y de la sociedad defendida por fenomenólogos y etnometodólogos. La teoría
microsociológica radical de R. Collins, basada en las cadenas rituales de interacción,
muestra también la intrínseca dinamicidad de los fenómenos sociales (Collins, 1981).
En el diseño de investigaciones sociales, resulta siempre clave para la metodología
definir si el objetivo es obtener una visión estática, que reflejará el estado en un tiempo
dado, el resultado de procesos sociales precedentes, o si el objetivo consiste en
conocer los procesos mismos, es decir, los hechos sociales en el marco de sus
conexiones temporales. A este respecto, es preciso tener en cuenta que en el análisis
del cambio social existen dos opciones básicas. En la primera se analiza el cambio
social estudiando las diferencias de estado observadas en un fenómeno en dos
diferentes momentos del tiempo. Así operamos a comparar, por ejemplo, dos
fotografías de un mismo individuo tomadas a los veinte y a los cuarenta años de edad.
Sin embargo, este análisis del cambio, producto de la comparación sincrónica, revela
sólo el estado inicial y final del fenómeno, dejando fuera del foco de observación el
propio proceso, esto es, el conjunto de estados intermedios entre el inicial y el final, así
como las conexiones causales que llevan de unos estados a otros.
En el plano técnico, interesa recordar también cómo en el ámbito de influencia de la
escuela de Chicago se utilizaron ampliamente las historias de vida, técnica que se
adapta al objetivo de reconstruir el proceso vital de toda o parte de la vida de un
individuo. El proceso es también el objeto propio de investigación cuando, por ejemplo,
se pretende descubrir la carrera por la que una persona llega a convertirse en
delincuente, en consumidor de marihuana o en líder social. Es obvio, asimismo, que los
trabajos etnográficos, con sus largos períodos de estudio en una misma comunidad,
pueden registrar y adaptarse más fácilmente a la observación de los procesos sociales.
Estas técnicas son en principio más apropiadas para el análisis de proceso que la
encuesta, técnica cuantitativa tradicionalmente sincrónica, si bien lo mismo puede
afirmarse de un grupo de discusión o de una entrevista no estructurada que busque
perfilar el estado de opinión en un momento dado del tiempo, pese a ser técnicas
consideradas cualitativas. De hecho, muchas encuestas se diseñan en tanto
instrumentos de observación recurrente, por lo que sus datos permiten realizar análisis
longitudinales de series temporales. Si bien, como se ha comentado antes, estos datos
constituyen un conjunto de sucesivas visiones sincrónicas, tampoco puede olvidarse la
posibilidad, utilizada en otras investigaciones de encuesta, de dedicar y ordenar el
contenido informativo del propio cuestionario a la observación de procesos sociales,
como es el caso de las encuestas de movilidad social o espacial o, en sentido amplio,
los calendarios de historias de vida (Freedman et al., 1988). El event story analysis se
puede citar, finalmente, corno ejemplo de análisis de datos desde una perspectiva
procesal.
Extensión e intensión
La segunda de las dimensiones metodológicas puras deriva de la naturaleza espacial
de la realidad. Cada investigación social se orienta a objetos de diferente tamaño o
volumen, y cada objeto de la realidad social puede ser observado desde diferentes
distancias. La investigación social, por tanto, no escapa a su peculiar geometría. El
tamaño o volumen de un objeto social viene determinado en función de su amplitud y
de su intensidad, metodológicamente de su extensión y de su intensión. El investigador
social está obligado a acotar espacialmente el objeto de estudio, y no sólo debido a la
limitación de los recursos de que pueda disponer, limitación en tiempo, dinero,
instrumentos; o personal, sino debido también a una lógica imposibilidad de estudiar la
totalidad social. Esto es, cuanto más grande sea la extensión de su objeto de estudio,
menor ha de ser la intensión con la que podrá estudiarlo. A la inversa, el estudio
profundo de un objeto requiere una reducción paralela de su amplitud. Combinando
extensión e intensión definimos espacialmente el volumen del objeto a investigar. El
concepto de intensión, tal y como es utilizado aquí, refiere la intensidad, pero también
la profundidad y la densidad informativa con la que se aborda el objeto.
La naturaleza espacial de la realidad impone también elegir el lugar de la observación,
es decir, determinar metodológicamente, la distancia entre el observador y el objeto
observado. Todo conocimiento humano, como señala J. Ortega y Gasset, es
perspectivista, observamos siempre desde un «aquí» un «allí», porque el hombre y su
mirada se hallan indefectiblemente vinculados a una posición fija en el espacio y en el
tiempo, a un aquí y un ahora (Ortega y Gasset, 1980). Lo mismo puede postularse del
objeto, lo que determina la distancia metodológica de observación.
Modificando esta distancia la realidad aparece en una multitud de formas. B.
Mandelbrot, creador de la matemática fractal, refiere algunos sencillos ejemplos.
Cuando observamos el litoral en la distancia o en un mapa veremos una línea curva
continua de la que se puede determinar su tangente, pero si nos aproximamos al litoral
la continuidad desaparece, aparecen en cambio las múltiples y complejas
irregularidades y discontinuidades que se producen en el contacto entre la tierra y el
mar. Ahora ya no existe modo de determinar la tangente. Si observamos un ovillo de
lana desde la distancia veremos inicialmente un punto; si nos aproximarnos un poco un
círculo; aproximándonos más una esfera; si más, una superficie plana, al igual que
vemos la esfericidad del globo terráqueo; si nos introducimos en el ovillo una cúpula
enmarañada por dentro; si seguimos acercándonos, los hilos de lana aparecerán como
columnas cilíndricas, etc., etc. (Mandelbret, 1987). En suma, las formas dependen de la
distancia de observación, de la escala en la que sean representadas.
Aproximándonos al objeto aparece la tercera dimensión, el volumen, y si nos alejamos
sólo percibiremos la superficie, algunas de sus múltiples caras. Si nos aproximamos al
objeto, podremos observarlo en su compleja y disruptiva concreción, pero cuando nos
alejamos las formas aparecen puras y perfectas en su gélida abstracción. Cuando
observamos una manzana de cerca, pequeños cambios en el punto de observación
implican importantes cambios de perspectiva. Podemos, con pequeños movimientos de
nuestra cabeza, rodear la manzana, ver sus diversas caras, observarla desde arriba o
desde abajo, etc. Pero cuando observamos la manzana en la distancia, cambios en el
punto de observación no implican cambios tan grandes en la perspectiva. Podremos,
sin embargo, observar la panorámica, determinar dónde está la manzana, qué posición
relativa ocupa respecto de otros objetos. En suma, veremos el objeto en el marco de
una gran amplitud.
Cuando en la investigación social se reduce la extensión, existen dos posibles e
importantes compensaciones prácticas. La primera consiste en aumentar el control, la
segunda en aumentar la profundidad o riqueza de la observación. En el experimento se
opta por la primera de las opciones, incrementando así la validez interna de sus
resultados. Dado que se investiga una pequeña porción de la realidad social, se puede
controlar artificialmente el contexto, así como las variables y estímulos que participan
en la experimentación. Manteniendo un complejo constante de variables, y una única
variación en el estímulo, se investigan las consecuencias debidas exclusivamente a la
variación del estímulo.
Pero la reducción de la extensión se puede aprovechar también para un incremento de
la profundidad. En la observación o, en sentido general, en el estudio de casos, más
allá de un control estricto, lo que se persigue es una observación múltiple tanto del
objeto como de su contexto próximo. Así, pueden analizarse múltiples facetas de su
naturaleza y de la situación en la que se ubica. Pueden analizarse, también, la
estructura de relaciones interna al objeto, la estructura de relaciones propia de la
situación, así como la estructura de relaciones existente entre el objeto y la situación
contextual. Y esto posibilita una aprehensión conceptual más válida de la realidad
social, una capacidad mejorada para registrar las esencias de los fenómenos, esencias
que están en la base del reclamo de los metodólogos cualitativistas por el uso de
conceptos sensibles a la naturaleza de la realidad social, lo que incrementa la validez
interna.
Sirve aquí el ejemplo del uso que hace Merton de la entrevista en profundidad. No se
trata, tan sólo, de determinar si el individuo ha reaccionado positivamente o
negativamente a un estímulo del mensaje publicitario, se trata, sin abandonar esta
pequeña porción de la realidad conductual del individuo, de investigar los contenidos y
mecanismos de reacción. Así, propone que la entrevista ha de recoger en sentido
amplio todo contenido que se relacione con la reacción, ha de recabar informaciones
suficientemente específicas, suficientemente profundas, y ha de recoger también el
contexto personal del individuo (Merton, 1990). Siguiendo esta dirección, podemos ir
hasta el extremo de la sociología microscópica, que investiga pequeñísimos retazos de
conducta social con una concreción y profundidad que serían impensables en una
encuesta. Por ejemplo, el análisis profundo de los cinco primeros minutos de una
conversación terapéutica entre un paciente y un doctor (Pittenger et al., 1960).
Más allá de lo concreto frente a lo abstracto, de lo profundo frente a lo superficial, de la
conexión o del aislamiento del entorno, de la validez de contenido o de la validez
interna, la geometría de la investigación social está relacionada con otro aspecto
importante, esto es, con la capacidad para generalizar los resultados, que se obtienen
en una investigación concreta, también llamada validez externa o ecológica, así como
con los problemas de muestreo, sea representativo o teórico.
A la encuesta se le atribuye una alta validez externa, en la medida que trabaja con
información correspondiente a extensos ámbitos de la realidad social. De ahí que esta
técnica haya desarrollado mucho los modos distributivos de muestreo, única forma de
asegurar la representatividad de sus resultados. A la inversa, tanto al experimento
como a la observación y al estudio de casos se les atribuye una baja validez ecológica.
A los experimentos fundamentalmente porque se desarrollan en unas condiciones
inexistentes en la realidad; en una situación incomparable que, además, aísla la
conducta humana de sus cadenas y contextos naturales. A la observación y al estudio
de casos porque sus hallazgos se consideran idiosincrásicos del particular objeto en su
particular situación.
Al estudiar detallada y específicamente la vida de algunas pocas familias, O. Lewis nos
ofreció una visión vívida y concreta de su modo de existencia (Lewis, 1985). Sin
garantizar la representatividad de los resultados, pretendía sin embargo poder
extrapolar (Brannen, 1992) sus hallazgos sobre las condiciones vitales de la pobreza.
O. Lewis muestreó estratégica, estructural o teóricamente. Al estudiar con un único
cuestionario los valores sociales en más de cuarenta países, R. Inglehart es capaz de
obtener una visión representativa de la cultura mundial, pero no puede interpretar los
valores en el específico contexto que determinan su sentido (Inglehart, 1997). El
segundo puede postular de todos en general, pero de ningún individuo en particular,
mientras que el primero puede postular de alguien en particular, pero de nadie en
general. Desde ambos, sin embargo, se puede transitar por la extensión y la intensión
del hombre, de la sociedad y de la cultura.
Objetividad y subjetividad
El problema metodológico de la subjetividad y la objetividad en las ciencias sociales se
despliega según dos criterios distintos: uno el criterio de realidad, otro el de verdad. El
problema radica fundamentalmente en la naturaleza del ser humano individual, aunque
se extiende a cualquier otro tipo de agente, sea grupo, organización, comunidad o
sistema societario, que haya de investigarse.
El criterio de realidad alude al hecho, incontestable, de que existe en el hombre una
realidad interior, una conciencia de sí, en la que se incluyen tres componentes básicos,
cognitivos, evaluativos y emotivos, con los que se construye toda la argamasa de la
subjetividad y de la cultura, que no es sino la objetivación de la intersubjetividad. De los
tres componentes citados, las emociones constituyen el sustrato existencial del
hombre, una realidad no reductible ni conmensurable con ninguna otra. Los elementos
cognitivos vinculan instrumentalmente el yo trascendental con el mundo en tanto
naturaleza cognoscible. Los valorativos, puente entre la cognición y la emoción,
establecen los principios de la coexistencia social, natural y personal. Y dado que la
realidad subjetiva emerge, en gran parte, de la interacción social nada puede impedir
que la subjetividad, por sí y en sí misma, sea un objeto legítimo de la investigación
social.
El criterio de verdad antes aludido remite a otro problema distinto, no ya el legítimo
estudio de la subjetividad, sino su influencia en la conducta humana y social. Dar
cuenta de la realidad social exige conocer la actividad de los individuos, de los grupos y
de las comunidades en cuanto interactividad, así como conocer sus consecuencias,
queridas o no, manifiestas o latentes. Pero la actividad externa puede explicarse o
comprenderse. A los biólogos que estudian la vida de los animales no les queda otro
recurso que la observación externa de su conducta, pero si un investigador social ve
sentado a un hombre triste o a un hombre que agrede, acaso decida preguntarle al
primero por los motivos de su tristeza y al segundo por los motivos de su enfado. Es
evidente que el hombre mediante el lenguaje, origen de la reflexividad podrá comunicar
su particular versión explicativa de la conducta, ahorrando así mucho esfuerzo al
investigador, que de otra manera hubiera debido diseñar una costosa estrategia de
observación de la conducta externa. Lo que deja de ser evidente, sin embargo, es que
esta versión pueda tomarse por verdadera.
Primero porque el mundo personal es al menos tan complejo como el natural o como el
social, y no siempre es seguro que el sujeto disponga de una versión veraz. Somos,
para nosotros mismos, unos grandes desconocidos. Segundo porque nada puede
garantizarnos en qué casos el sujeto se expresa auténticamente, ni tampoco en qué
casos el sujeto está dispuesto a expresarse. Y tercero, porque en muchas ocasiones, el
punto de observación localizado en la interioridad no es el punto de observación idóneo
para explicar ciertas conductas. .
Lo que sí parece indudable es que, dada la subjetividad, sus componentes influyen en
la actividad del hombre. La conducta, no puede ser considerada como una mera
respuesta mecánica a estímulos externos o internos. Entre el estímulo y la respuesta
siempre está presente el influjo mediador de la específica definición del sujeto agente.
Según el famoso dictum de Thomas, «si los hombres definen las situaciones como
reales, serán reales en sus consecuencias». Y este hecho justifica, por sí mismo,
desde el criterio de verdad, el estudio de la subjetividad humana y social. Poner en
suspensión cuál sea la naturaleza de la realidad externa, y atender, al modo
fenomenológico, a cómo es percibida, categorizada y definida esa realidad por los
sujetos individuales y sociales, constituye un inexcusable modo de aprehensión. Sin
embargo, por mucho que pueda contribuir a comprender la conducta social, y por
mucho valor que en sí misma tenga, la subjetividad no puede ser considerada como el
único objeto de investigación social.
Parece así importante distinguir entre actividad o acto y acción (Lamo, 1990). La
actividad es la conducta en cuanto existencia real externa más allá de la consideración
del agente, y su naturaleza se desenvuelve en las consecuencias y efectos que tiene
sobre o junto con otras realidades externas. La actividad, una vez realizada, es
completamente autónoma del sujeto que la realizó, pertenece al mundo por derecho
propio. La acción, por otro lado, es la conducta vista por el propio sujeto, dotada de
significado y sentido personal y particular que éste le otorga.
También es importante distinguir entre el análisis de la conducta que se realiza desde
la propia perspectiva del sujeto, expresada por el principio de la metodología cúalitativa
de que es preciso ver a través de los ojos del propio agente, y el análisis que observa
desde una perspectiva exterior al sujeto, sea ésta la del investigador, sea la de otro
sujeto distinto. Desde fuera, se puede extraer la subjetividad humana, bien motivando
un discurso libre, bien ordenando previamente las preguntas y sus posibles respuestas.
Aquí se trata de ver a través de las palabras. Desde fuera, sin embargo, también se
observa la actividad humana y sus consecuencias. En este caso se trata de ver los
hechos.
Con la encuesta solemos investigar a través de las palabras con un diálogo
estructurado por la perspectiva de y desde el punto vista del investigador. Pero esto no
significa, en ningún casó, que la encuesta no estudie la subjetividad, como muestran
sus múltiples investigaciones actitudinales y de opinión. Más allá de la perspectiva
externa al sujeto que adopta, y que le lleva a cometer la denominada falacia del
objetivismo, o imposición de preconcepciones y sentido ajenos al sujeto, su otro
carácter más destacado es que, al igual que otras técnicas cualitativas, como el grupo
de discusión, se investiga mediante la palabra, dejando en suspenso cuáles sean los
significados auténticos, las experiencias reales y los hechos objetivos.
La técnica de la observación sí muestra una diferencia notable, pues desde una
perspectiva exterior registra las palabras y las conductas en tanto hechos externos,
observa la actividad del sujeto así como las reacciones que esta actividad provoca en
otros sujetos. Algunas versiones del experimento analizan también conductas
externamente observables. Otras técnicas no reactivas, y paradigmáticamente el
análisis histórico, al enfrentarse con los acontecimientos, también pretenden inquirir
sobre la naturaleza humana observando, no tanto o no sólo lo que el hombre dice, sino
también y fundamentalmente lo que el hombre hace, y asimismo las consecuencias de
su hacer.
De la dificultad de separar los dos polos de la dimensión dan buena cuenta la obra de
M. Weber y E. Durkheim. Este último, pese a concebir la sociología como la ciencia que
habría de estudiar los hechos sociales en tanto cosas, no pudo siquiera evitar la
subjetividad en la definición del suicidio, objeto centra! de la investigación empírica que
habría de servir de modelo. Weber, que concibió la sociología como el estudio de la
acción social, entendiendo que sólo podía ser social si era una acción dotada de
sentido subjetivo, más allá de la necesaria comprensión e interpretación de la acciones,
defendió el uso de métodos de imputación causal (Brown, 1987).
En el estudio de los fenómenos sociales, donde observador y observado comparten un
lenguaje común, donde el sujeto observado también se observa a sí mismo en tanto
ser reflexivo que es; la dicotomía objetividad-subjetividad es ineludible. «Una diferencia
entre los sistemas naturales y artificiales es que, para conocer los primeros hay que
utilizar la observación o la experimentación, en tanto que, para los segundos, se puede
interrogar al artífice. Sin embargo, hay artefactos muy complejos, en los que han
concurrido tantas intenciones, y de un modo tan incontrolable, que el resultado acaba
siendo, por lo menos en parte, un objeto de observación» (Mandelbrot, 1987: 23). En
estos casos, siguiendo la estela metodológica de Durkheim, parece legítimo tratar los
hechos sociales en tanto «cosas».
Análisis - Síntesis
El análisis, desde el punto de vista metodológico, puede definirse como un modo de
aprehensión de la realidad que opera por medio de una previa descomposición y por el
subsecuente estudio de las partes que de ella resultan. A la inversa, las metodologías
sintéticas operan por composición de partes, relacionando éstas entre sí, y estudiando
su naturaleza en virtud de la íntima integración en el todo, que así les otorga su sentido
y esencia.
La perspectiva cualitativa suele asociarse a una orientación sintética, mientras que la
cuantitativa suele considerarse estrictamente analítica. Sin embargó, aquí no podemos
dejar de resaltar la gran ironía (Bryman, 1988: 40) revelada en el contraste entre el
plano metateórico y el metodológico, ironía que bien puede simbolizar el ejercicio de
deconstrucción metodológica que pretende realizarse en este capítulo. Las metateorías
asociadas al método utilizado por los cuantitativistas son criticadas por los
cualitativistas debido a que sostienen una visión próxima a la teoría de los hechos
sociales, hechos que constriñen a los individuos determinando su conducta social. Los
cualitativistas, por otra parte, defienden una visión constructivista de la sociedad, o
teoría dé la acción social, lo que supone conceder prioridad a la agencia y considerar
los hechos sociales en tanto resultado dinámico de la interacción.
Aunque los defensores del método cuantitativo dan prioridad metateórica a los hechos
sociales, al todo social, suelen operar bajo los principios del individualismo
metodológico. Por ejemplo, en el caso de aplicar la técnica de encuesta, recogiendo
información de los individuos aislados, esto es, de las partes o átomos de la realidad
social. Al contrario, los defensores del método cualitativo, pese a defender la
creatividad y libertad del individuo, de la parte o átomo social, inspiran sus estudios en
lo que pudiera considerarse holismo metodológico. El holismo determina sus temas
preferidos de estudio, por ejemplo, una institución, una comunidad social, las
ideologías, etc., objetos en los que casi siempre está implicado un fenómeno social en
tanto totalidad. Pero, quizás más importante aún, el holismo declara que toda
descomposición de los fenómenos sociales arruina la posibilidad de captar las
esencias, pues éstas únicamente se configuran y pueden descubrirse en el todo,
comprensión del todo sin el cual las partes carecen de sentido.
La concepción holista de la realidad se presenta, en coherencia con la dualidad
implicada en la anterior dimensión metodológica, en dos versiones. Vinculada a la
objetividad, y por tanto, a la actividad social externa y a sus consecuencias, el holismo
adopta básicamente la forma de un funcionalismo organicista, versión tradicional, o la
forma de las distintas teorías de sistemas, versión moderna. El holismo vinculado a la
subjetividad, así como a sus objetivaciones sociales, se sustenta sobre el carácter
estructural del lenguaje y de cualquier otro instrumento de comunicación simbólica, o
sobre una concepción más amplia, y epistemológicamente más extrema, acerca de la
conformación simbólico-estructural de toda realidad social, sea objetiva o subjetiva,
posición inspirada en la obra de Lévi-Strauss.
Acorde con la metodología analítica, el investigador descompone los fenómenos
sociales buscando no su íntegra esencia, sino específicas cualidades o características
puras que se le puedan atribuir. La pregunta que interroga sobre la naturaleza de un
simple palo no tiene respuesta científica, tan sólo podemos hablar de su longitud, de su
peso, de su flexibilidad, etc. No se puede, tampoco, saber qué es el hombre o qué sea
la sociedad, por caras que nos sean estas cuestiones. Pero sí podemos conocer, con
mayor o menor precisión, algunos de sus atributos. Desde la perspectiva analítica la
definición de un palo, o de un grupo social, se realiza mediante la agregación de sus
atributos, por ejemplo, mediante la construcción de perfiles. Pero está agregación no
constituye una verdadera síntesis, aunque tiende a ello. De hecho, la matemática social
ha desarrollado y sigue desarrollando modos de recomponer la totalidad quebrada en
el análisis.
Pese a sus limitaciones, el análisis presenta varias ventajas incomparables, entre ellas
la posibilidad de medir. Ya se comentó anteriormente que la cantidad sólo puede
postularse de una cualidad pura, es decir, que sólo observando atributos,
características aisladas de los fenómenos, podemos establecer isomorfismos entre la
cantidad, expresada numéricamente, y la cualidad o sustancia abstraída. De ahí la
conocida metodología de P. Lazarsfeld, adaptada a la construcción de cuestionarios
que señala cuatro fases para la creación de variables. Se parte de una imagen general
del concepto, se fijan sus distintas dimensiones, se diseñan indicadores observables de
estas dimensiones, y se combinan estos indicadores para construir un índice
mensurable capaz de reflejar cuantitativamente el concepto.
El análisis de variables se basa en el aislamiento de atributos de la realidad, por un
lado, y en la sistematicidad con que han de extraerse las observaciones empíricas.
Este segundó rasgo permite la replicabilidad y la comparabilidad de resultados
obtenidos por la aplicación de un idéntico proceso observacionaI a personas, grupos o
comunidades diferentes, permitiendo también la replicabilidad de la medida por parte
de otros investigadores. Así, la extracción operativamente explícita y replicable del dato
se orienta al incremento de la fiabilidad y también permite contabilizar frecuencias. La
búsqueda de esta posible replicación, por ejemplo en la encuesta, diseñando un
conjunto de idénticas preguntas que contestarán todos los individuos de la muestra
obliga a una necesaria y previa estructuración del instrumento observacional.
Estructuración que, en mayor o menor grado, igualmente puede aplicarse al análisis de
contenido, a la entrevista, a los grupos de discusión y a las técnicas observacionales.
De hecho, estas técnicas intentan buscar un óptimo entre apertura y cierre para lograr
cierto grado de replicabilidad, como suele suceder en investigaciones que utilizan
muchas entrevistas, varios grupos de discusión, o múltiples estudios de caso.
Pese al empeño de los cuantitativistas por aislar la variable, obteniendo medición de la
intensidad, y por sistematizar la observación, obteniendo comparabilidad y medición de
frecuencias, los cualitativistas, como por ejemplo A. V. Cicourel, siguen negando la
posibilidad de obtener medidas precisas de los fenómenos sociales. Y esto no sólo
porque al aislamiento de variables debe corresponder una precisión teórica y
conceptual de la que habitualmente carecen las ciencias sociales, sino también porque
gran parte de los instrumentos de observación que utiliza la ciencia social son
instrumentos lingüísticos y por tanto, no podemos asegurar el hecho de que
investigador e investigado compartan un idéntico sentido de los términos, por ejemplo,
incluidos en una pregunta. «Un tema continuo a través de todo el libro -libro que
Cicourel dedica a la medida en sociología- ha sido el aserto implícito y explícito de que
la medida en sociología en el plano del proceso social no puede ser rigurosa sin
resolver los problemas del sentido cultural. Comprender el problema del sentido exige
una teoría del lenguaje y de la cultura» (Cicourel, 1982: 228).
Así, dada la inmanente estructuralidad de todo lenguaje, el sentido de un texto o de un
discurso no puede obtenerse contando frecuencias en su contenido manifiesto,
previamente descompuesto y codificado en unidades autónomas de significado o
categorías, tal y como propuso B. Berelson como tarea propia del análisis de contenido
(Berelson, 1952). Tomando un oportuno ejemplo de Burgelin (1972: 319), citado por M.
S. Ball, es como si en una película en la que un gángster comete docenas de acciones
malvadas, evaluásemos su maldad por la frecuencia, sin considerar que todas estas
malas acciones han podido ser redimidas, a los ojos de los espectadores, por un único,
espléndido y heroico acto en la escena final. «Una contabilidad de los actos
antisociales y prosociales no nos aproximaría al significado de la conducta del gángster
en la película» (Ball et al., 1992: 28). El estructuralismo nos dice que el sentido moral
del personaje sólo puede derivarse del mensaje transmitido por la película en tanto
totalidad narrativa.
Además, como señala F. Alvira, «no todo lo que estudia la sociología es conducta
significativa o acción social», y «las técnicas cualitativas radicales -como la
etnometodología- indudablemente han contribuido y contribuyen al avance de las
teorías y técnicas de medición al plantear el problema de los significados culturales
diferenciales en las clasificaciones obtenidas» (Alvira, 1983: 66-67). Significado y
medida se requieren en la constitución de una ciencia social válida y fiable, relevante y
precisa.
Deducción e inducción
El proceso metodológico de una investigación puede recorrerse en dos sentidos, bien
partiendo de ideas que habrán de ser contrastadas con datos, bien observando
realidades empíricas de las que se inferirán ideas. «Es habitual entre los investigadores
cualitativistas contrastar su propio método inductivo con el deductivo, o hipotético-
deductivo, de los investigadores cuantitativistas. Aquí también, sin embargo, nos
encontramos ante una sobresimplificación. No toda investigación cuantitativa está
interesada en la contrastación de hipótesis. Muchas encuestas son meramente
descriptivas, y algunas investigaciones cuantitativas se orientan a la generación de
teorías. Igualmente, los etnógrafos no rechazan de ningún modo el método hipotético-
deductivo. Por supuesto, me parece que toda investigación implica deducción e
inducción en el amplio sentido de estos términos; en toda investigación nos movemos
desde las ideas a los datos así como también de los datos a las ideas» (Hammesley,
1992: 48). Como indica Hammersley, la dicotomía no es tan simple, ni en el plano de
los principios metodológicos, ni en el de la práctica investigadora. Sin embargo, la
dimensión sigue siendo necesaria y útil como criterio distintivo de cualquier
investigación social que se lleve a cabo. El problema estriba, primero, en que si bien
toda investigación hace uso de ambos procesos, existen diversos tipos de inducción y
de deducción; segundo, en que no en todas las investigaciones se les concede la
misma relevancia metodológica; y, tercero, en que la ordenación o secuencia temporal
de ambas puede ser diferente.
El modelo clásico de metodología hipotético-deductiva se justifica por la necesidad de
contrastar con datos empíricos teorías sociales preexistentes. Se trata, por tanto, de
deducir de la teoría proposiciones lógicamente conectadas con ella, así como hipótesis
operacionalizadas que determinen la producción del dato, y puedan ser sometidas a
contrastación empírica. Una vez producidos y analizados los datos, corroboradas o no
las hipótesis, es preciso un proceso de inducción para que la teoría quede o no
verificada. Una característica esencial de este método de contrastación de teorías es
que la extracción empírica se produce de acuerdo a los conceptos implicados en la
teoría y que, por tanto, los datos obtenidos son reflejo de esos conceptos. Existe
deducción e inducción, pero se otorga prioridad temporal al proceso de deducción, y
prioridad conceptual a la teoría. En suma, una metodología que va desde la deducción
a la inducción junto a una conceptualización cerrada.
Existen diversas alternativas que tienden a invertir tanto el orden temporal como la
prioridad metodológica de la deducción y de la inducción. Así, elegido un tema de
estudio en sentido amplio, y un contexto concreto donde realizarlo, la alternativa
posible se basa en sumergirnos en la realidad empírica sin la intención de comprobar
ninguna teoría social explícita, sino tan sólo con la intención de observar los hechos, la
situación en sí tal cual se presenta ante nuestra mirada «ingenua». Tras un período
más o menos largo de inmersión observacional asistemática y conceptualmente
desestructurada, podremos fijarnos en algunos hechos especialmente interesantes por
cuanto no correspondan a nuestras expectativas, por cuanto nos sorprendan, o por
cuanto no dispongamos de esquemas conocidos que nos expliquen o puedan hacernos
comprender tales hechos. A partir de ahí, en el esfuerzo por llenar la distancia entre los
hechos tal y como se nos presentan y los conceptos y esquemas con los que debemos
aprehenderlos y comprenderlos, el investigador desarrolla nuevos conceptos y
esquemas adaptados estrechamente a la realidad observada. Tanto los conceptos
como los esquemas teóricos se van confrontando en el transcurso de la investigación,
con información empírica adicional en un proceso de refinamiento conceptual y teórico
que, sin dejar de lado la referencia empírica, cada vez más completa y compleja, nos
lleva a mayores grados de abstracción. Finalmente, al cabo de este proceso, nuestras
categorías y esquemas teóricos abstractos, surgidos y sugeridos desde la observación,
pueden formularse como teorías y en tanto alcancen suficiente grado de abstracción,
pueden extrapolarse a otras situaciones distintas de las investigadas (Agar, 1996: 1-
55).
Esta orientación metodológica, a diferencia de la anterior, concede prioridad temporal a
la observación no estructurada por teorías previas, a la inducción conceptual y teórica,
y a la generación o descubrimiento de teorías en el mismo proceso, concebido
iterativamente, de su contrastación. En las dos orientaciones existe inducción, pero de
una naturaleza diferente. En la primera se trata de una inducción enumerativa, que
trata de descubrir cuántos y qué tipos de unidades de investigación tienen unas ciertas
características, y trata de inferir relaciones empíricamente contrastables entre ellas. En
segundo lugar, la inducción analítica no está interesada en la incidencia o la frecuencia
de ciertas cualidades, sino en la generación de conceptos y categorías teóricas que se
ajusten a la realidad. El primer tipo de inducción pretende abstraer, por ejemplo,
relaciones; mediante la generalización derivada del estudio de muchas unidades. El
segundo tipo, al contrario, pretende generalizar merced a la abstracción efectuada en el
estudio de uno o unos pocos casos (Branen, 1992)
En la orientación metodológica de Agar, la diferencia fundamental no estriba en el
carácter deductivo o inductivo de los distintos métodos, es decir, en el sentido procesal
de la investigación desde la cúspide de la pirámide hasta su base, de arriba abajo
(ideas - datos), o desde la base hacia la cúspide, de abajo arriba (datos - ideas). Y esto
porque tanto deducción como inducción se enmarcan en un sistema cerrado de
conceptos con los que se aborda la realidad. La diferencia clave está entre estos dos
procesos y la abducción, termino concebido originalmente por el filósofo pragmatista
Charles Peirce, que implica un continuo y reiterativo ir de los datos a las ideas, y de las
ideas a los datos (ideas ↔ datos, datos ↔ ideas, ideas ↔ datos,...), obteniendo en
cada paso del proceso mayor contrastación al tiempo que mayor abstracción y
generalidad en los esquemas descubiertos para la comprensión de la realidad
observada. «La abducción es una lógica de investigación caracterizada por el
desarrollo de nuevas proposiciones teóricas que pueden dar cuenta de materiales que
las viejas proposiciones eran incapaces de explicar» (Agar, 1996: 35) .En suma,
abducción como el proceso general de la inteligencia humana que requiere tanto
inducción como deducción, un rápido movimiento entre imaginación y observación,
entre teoría y datos, proceso que está en la base de las capacidades intuitivas del ser
humano (Scheff, 1997).
Más allá de la cuestión de si es posible observar la realidad sin categorías previas, de
si puede existir una mirada verdaderamente ingenua, aspecto que no se adapta bien a
los postulados epistemológicos cualitativistas (Bulmer, 1979), la diferencia
metodológica puede expresarse como diferencia de grado y fundamentalmente de
actitud en la flexibilidad, estructuración y apertura con la que nos enfrentamos a los
hechos. Incluso los supuestos análisis puramente descriptivos deben ser cuestionados,
pues toda descripción implica una consciente o inconsciente conceptualización. Queda
tan sólo, a veces, tras el descriptivismo cualitativista, una descripción que se nutre de
los esquemas de los propios sujetos investigados, lo que remite a otra dimensión
metodológica ya analizada.
Según puede entenderse, la metodología cualitativa estaría orientada a la generación o
descubrimiento de teorías, mientras que la cuantitativa a su verificación. Sin embargo,
como señalaba Hammersley en el párrafo inicial de este apartado, los cualitativistas, ni
desarrollan sólo descripciones de la realidad social, ni se orientan exclusivamente al
descubrimiento. Es cierto que siguen criticando el modelo clásico, positivista, de
contrastación de hipótesis, entendidas en tanto covariación entre variables, pero «si
quieres ir más alla de la mera existencia –advierte Agar- la falsación y distribución de
modelos son los siguientes pasos de la lista» (Agar, 1996: 43). Si consideramos
hipótesis en su sentido general en tanto idea a validar mediante investigación, «la
etnografía está llena de hipótesis en todas las fases de la investigación» (Agar, 1996:
219). Para introducirse en el camino de la validación, sin embargo, según este autor, es
necesario estar dispuesto a estrechar el foco, es decir, a delimitar el campo.
El método de inducción analítica, desarrollado por F. Znaniecki
(Znaniecki, 1934), del mismo modo que algunas de sus más importantes variantes y
aplicaciones, contiene formulación de hipótesis y su posible falsación mediante casos,
falsación que lleva en un proceso iterativo a la reformulación de las hipótesis originales.
Si bien la conocida grounded theory de B. Glasser y A. Strauss se orienta a la
formulación de teorías de mayor alcance, no sólo de específicas hipótesis explicativas,
busca formular categorías que queden suficientemente saturadas por múltiples casos,
así como relaciones entre las categorías cuya validez debe ser testada en condiciones
extremas al objeto de rechazar hipótesis alternativas.
A la inversa, puede afirmarse que la mayor parte de la investigación cuantitativa, al
menos de encuesta, es puramente descriptiva. Por otra parte, A. Strauss señala que la
grounded theory es una metodología general de descubrimiento aplicable tanto a los
estudios cuantitativos como cualitativos (Strauss et al., 1994). De hecho, Glasser y
Strauss ya habían expresado su creencia de que «cada forma de datos es útil tanto
para la verificación como para la generación de teorías» (Glasser y Strauss, 1967: 17).
De nuevo, contemplada con suficiente profundidad y rigor, la línea divisoria entre los
polos metodológicos aparece menos nítida y excluyente.
Reactividad y neutralidad
Re-actividad, en su más restrictivo sentido, remite a las modificaciones que los propios
instrumentos de medida y observación causan en los fenómenos medidos y
observados. La reactividad no es un problema exclusivo de las ciencias sociales. Para
ver un electrón también es necesario iluminarlo, y esto supone un aporte adicional de
energía. De la misma manera, cuando el investigador social utiliza instrumentos para
investigar la conducta, el investigador opera sobre la realidad social que quiere
observar, de lo que se deriva una consecuente reacción de la propia realidad. En
cualquier pesquisa, en tanto acción, está dada la interactividad entre las partes, y esto
añade serios problemas metodológicos que dificultan la supuesta objetividad y
neutralidad con la que debemos observar el mundo real. Sin embargo quisiera hacer
notar, a la inversa, que sin esta interactividad ningún conocimiento sería posible. Esta
importantísima apreciación apenas se considera, pero en sí misma constituye la clave
del conocer, un conocer siempre inseguro, por otra parte.
La reactividad es evidentísima cuando el investigador opera activamente sobre la
realidad, pero también existe cuando el investigador observa la realidad. Pese a que la
observación aparece como una actividad meramente pasiva y recolectora, es casi
siempre necesario entrar en el campo para recoger la fruta. La observación siempre
implica, por tanto, algún tipo de interactividad con el objeto de estudio. Pese a que
pueda acusarse de artificiales a aquellos métodos que disponen conscientemente
acciones sobre la realidad para observar sus reacciones, nadie podrá negar que de
este modo el sujeto adquiere algún conocimiento. Según la leyenda, parece que a
Newton se le cayó la manzana, pero hubiera podido llegar a las mismas conclusiones si
él mismo hubiera cortado el pedúnculo que la mantenía unida al árbol. Si queremos
saber de la dureza de una piedra, podemos machacarla con un martillo, o podemos
esperar pacientemente a que un objeto pesado, en condiciones «naturales», caiga
sobre ella.
La naturaleza de los fenómenos, su esencia, se expresa en cualquier interactividad con
el resto del mundo, sea provocada o espontánea. Es obvio, sin embargo, que cada
acción sobre un objeto y cada una de sus reacciones, lejos de mostrarnos su esencia,
tan sólo nos ofrece un aspecto específico de la misma, aspecto que depende, y éste es
el problema de la reactividad, del tipo de acción que se ha ejercido sobre el fenómeno.
Es obvio, también, que según quién nos haga una pregunta, el jefe o un amigo, o
según el lugar donde nos encontremos, su despacho o un bar, la respuesta será
diferente, pese a que estos lugares pueden considerarse socialmente «naturales». No
se trata, tan sólo, de la reacción provocada por el instrumento, sino también, lo que
tiene implicaciones metodológicamente más profundas, de qué tipo de reacciones
estamos investigando cuando investigamos una conducta. No puede olvidarse, a este
respecto, que toda conducta social es una reacción, un producto de la interactividad;
por lo que la reactividad es inmanente al comportamiento social, lo que instituye su
radical contingencia.
En el sentido restringido del término, sin embargo, nos encontramos ante técnicas en
mayor o menor grado reactivas, reactividad que afecta tanto a las técnicas activas, o
productoras de datos, como a las técnicas pasivas o recolectoras. Puede afirmarse que
toda reactividad afecta a la validez de la observación, pero también que no existe
observación completamente válida. Atendiendo al criterio restringido de la reactividad,
J. Webb et al. expusieron en un libro un conjunto de modos no reactivos de
investigación aplicables a las ciencias sociales (Webb et al, 1966: 13-29). Entre ellos
incluían el análisis de rastros físicos dejados por la actividad humana, el análisis de
documentos de archivos públicos y privados, la simple observación de aspectos ex-
ternos de la conducta humana, así como la observación oculta. En todos estos casos la
observación se realiza sin necesidad de operar o afectar al proceso de producción de la
realidad social, asegurando que los actores no son conscientes de esta intromisión
observacional.
Quizás sea más interesante, en el plano metodológico, referir algunos de los problemas
que se derivan de la reactividad de algunos instrumentos de la investigación social.
Estas fuentes de invalidez, que los autores refieren a los procesos de medición, pueden
clasificarse básicamente en tres. Errores que se derivan en cambios del sujeto
observado, errores atribuibles a las características del observador y errores de
muestreo. Los primeros muestran cambios de conducta de las personas por el mero
hecho de saberse observadas. Así la presencia de una cámara de televisión, la
participación en un experimento o en un grupo de discusión o la respuesta a un
cuestionario inducen cambios en la conducta. La reacción, basada en la conocida
presencia del otro, puede adquirir una riqueza de matices extraordinaria. Así, piénsese
por ejemplo, en el efecto del lugar de reunión elegido para celebrar el grupo de
discusión, o en la escala de respuestas que se ofrece al entrevistado. Casi todas las
características de las técnicas de investigación tienen su particular efecto. Un aspecto
importante es valorar, si el sesgo introducido afecta sustancialmente o no a la
información que se persigue. Otro aspecto importaste más allá de la reactividad, es si
la información perseguida puede obtenerse por la técnica propuesta. En este sentido
los autores señalan que las técnicas no reactivas son muy limitadas en cuanto a
posibilidades de aplicación y al tipo de información que pueden ofrecer.
La mera presencia del observador opera en alguna medida en alguna dirección sobre
el sujeto observado, por lo que la observación no ha de considerarse una técnica
absolutamente no reactiva. Aunque, como sucede en los trabajos etnográficos, la
prolongación de la presencia del observador incrementa la espontaneidad en el
observado, también sucede, al mismo tiempo, que el observador, en cuanto
instrumento, es afectado por los fenómenos que ha estado observando. Como es
lógico, la interactividad funciona en los dos sentidos. Pero más allá de estos problemas,
como la confianza del observado o la identificación entre observador y observado, es
necesario señalar que toda observación, en el sentido amplio del término, lejos de
poder considerarse una actitud pasiva o recolectora, implica una intensa actividad en el
sujeto observador. Si antes se le ha definido como recolectora es porque no opera
sobre el sujeto observado, sobre el objeto externo; pero siempre constituye una
concreta y específica mirada, siempre se lleva a cabo con algún instrumento perceptivo
y desde un punto de observación concreto. Basta aplicar las cinco dimensiones
metodológicas expuestas anteriormente a los procesos de observación para
cerciorarnos de las múltiples orientaciones que pueden estar implícitas en la más
simple e ingenua de las miradas.
Sería falso afirmar que sólo la reactividad operativa o externa, en sentido estrito,
explica la falta de concordancia, congruencia o convergencia entre investigaciones
dirigidas a observar el mismo objeto. También esta reactividad interna u observacional
determina las enormes disparidades de resultados que pueden aparecer en este tipo
de estudios. A este respecto, es clásica la disparidad de resultados que alcanzaron dos
experimentados investigadores de campo, O. Lewis y R. Redfield, al estudiar un mismo
pueblo mexicano. Redfield reflejó la vida del pueblo como armoniosa e integrada, sobre
todo en comparación con la vida de la ciudad, mientras O. Lewis dibujó un panorama
de hostilidades, desequilibrio emocional, celos y codicia (Agar, 1996: 60).
Este ejemplo, que por supuesto no es único entre los estudios elaborados mediante
observación participante, también se encuentra en muchos resultados de orientación
cuantitativa. Pese a su mayor especificidad, sus medidas, a veces aparentemente
simples, siempre dan resultados discordantes cuando son obtenidos con diferentes
técnicas. Piénsese, por ejemplo, en la medición de crímenes o delitos establecida
según los registros policiales, una técnica en términos de Webb supuestamente no
reactiva, y el número detectado mediante una encuesta de victimización. Cada técnica
da lugar a su propia medida. Así, un incremento del crimen según los registros
policiales puede ser debido a un incremento real, o a un mero incremento en la
proporción de denuncias presentadas a la policía. De otra parte, igual que sucede con
la medición del desempleo, el número detectado por la encuesta dependerá de la
definición de crimen o delito que opere en los respondentes (Brewer et al., 1989: 15).
En el campo de la experimentación, quizás uno de los ejemplos más conocidos de
reactividad, conocido también por sus afortunadas consecuencias científicas, fueron los
experimentos de Hawthorne, encargados a Elton Mayo y su equipo, tras unos
resultados sorprendentes obtenidos por el ingeniero A. Penock al realizar un
experimento previo sobre el posible efecto de la iluminación sobre el rendimiento de los
trabajadores. Lo sorprendente no fue que el rendimiento subiese al incrementar la
iluminación, resultado esperado, sino que también ascendió cuando la iluminación se
redujo. El experimento de Hawthorne sirvió para poner de manifiesto aspectos
psicosociales del comportamiento humano, desechando clásicas teorías de motivación,
de carácter mecánico, que simplificaban la imagen del hombre activo en el trabajo.
Más allá de la reactividad provocada artificial o experimentalmente, y más allá de la
reactividad inmanente al propio proceso de observación, ha de tenerse en cuenta la
reactividad asociada al propio proceso de representación. Tanto la experimentación
activa como la observación pasiva nos ofrecen únicamente retazos de realidad, reflejos
de la esencia de las cosas, esencia por naturaleza incognoscible. La realidad no es
sólo percibida por un sujeto, sino que sólo puede ser representación en un sujeto.
Neutralidad, por tanto, constituye también en la investigación social una palabra
epistemológica, metodológica y empíricamente en gran parte carente de sentido, casi
una palabra vacía.
Como señala Schopenhauer: «El mundo es mi representación: esta verdad es aplicable
a todo ser que vive y conoce, aunque sólo al ser humano le sea dado tener conciencia
de ella; llegar a conocerla es poseer el sentido filosófico. Cuando el hombre conoce
esta verdad estará para él claramente demostrado, que no conoce un sol ni una tierra,
y sí únicamente un ojo que ve el sol y una mano que siente el contacto de la tierra; que
el mundo que le rodea no existe más que como representación, esto es, en relación
con otro ser, aquel que le percibe, o sea él mismo. Si hay alguna verdad a priori es
ésta, pues expresa la forma general de la experiencia, la más general de todas,
incluidas las de tiempo, espacio y causalidad, puesto que la suponen. Cada una de
estas formas, que son otros tantos modos diversos del principio de razón, no es
aplicable más que a una clase de representaciones, pero no sucede así con la división
de sujeto y objeto, que es la forma común a todas aquellas clases y la única bajo la
cual es posible cualquier representación; ya sea abstracta o intuitiva, pura o empírica.
No hay otra verdad más cierta, más independiente ni que necesite menos pruebas que
la dé que todo lo que puede ser conocido, es decir, el universo entero, no es objeto
más que para un sujeto, percepción del que percibe; en una palabra: representación. Y
esto es aplicable con toda verdad, tanto a lo presente como a lo pasado y a lo porvenir,
a lo remoto como a lo próximo, puesto que es aplicable al tiempo y al espacio, en los
cuales se dan separadas las cosas. Todo lo que constituye parte del mundo tiene
forzosamente por condición un sujeto y no existe más que por el sujeto. El mundo es
representación» (Schopenhauer, 1987).