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TELOS.

Revista de Estudios Interdisciplinarios en Ciencias Sociales


UNIVERSIDAD Rafael Belloso Chacín
ISSN 1317-0570 ~ Depósito legal pp: 199702ZU31
Vol. 8 (2): 215 - 234, 2006

El concepto de poder en Michel Foucault


The Concept of Power According to Michel Foucault

Francisco Ávila-Fuenmayor*

Resumen
El propósito del presente artículo es presentar las líneas principales del pen-
samiento político de Michel Foucault, relacionadas con el estudio del poder; par-
ticularmente investigó los llamados hogares moleculares del poder. La investiga-
ción es de tipo documental pues, descansó en una exhaustiva revisión bibliográfi-
ca del legado que Foucault dejó al mundo de la filosofía política. Uno de los con-
ceptos que trata a profundidad es el referido a los retornos del saber, el cual permi-
tió que los contenidos históricos que fueron engavetados y enmascarados en los
discursos, hayan hecho eclosión en lo que define como la insurrección de los saberes
sometidos (la visión del poder).
Palabras clave: Saberes históricos, poder, represión, verdad, episteme.

Abstract
The purpose of this article is to present the main ideas of the political
thought of Michel Foucault, related to the study of different kinds of power; he
specifically researched the so-called “molecular homes” of power. The research is
documentary and based on an exhaustive bibliographical review of the legacy that
Foucault left to the world of political philosophy. The author treats deeply the
concept referred to as the “returns to knowledge”, which allowed the hidden
historical contents to make its appearances in what he defines as insurrection of
subjugated knowledge (the vision of power).
Key words: Historical knowledge, power, repression, truth, episteme.

Recibido: Marzo 2006 · Aceptado: Junio 2006

* Profesor Titular de la Universidad Nacional Experimental Rafael María Baralt


(UNERMB). Doctor en Ciencias Humanas obtenido en la Universidad del Zulia
(LUZ). Director de la Revista Venezolana de Ciencias Sociales. Investigador adscrito
al Programa de Promoción al Investigador (PPI nivel 1).

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Introducción
Michel Foucault fue profesor del Collège de France desde inicios del año
1971 hasta su muerte acaecida en junio de 1984. Su cátedra Historia de los siste-
mas de pensamiento fue creada el 30 de noviembre de 1969 y el 12 de abril de
1970, la asamblea general de profesores del Collège de France eligió Foucault
como titular de la nueva cátedra. El pensador francés actuaba con sentido de in-
vestigador mediante exploraciones y desciframiento de campos de problemas,
para analizar el tipo de discurso que se utilizaba en la genealogía de las relaciones
saber-poder, que a partir de la década de los setenta sustituirá al programa de la
arqueología de las formaciones discursivas al cual le había dedicado hasta enton-
ces sus esfuerzos.
Foucault fue un estudioso de los mecanismos del poder y la insurrección de
los saberes, no contra los métodos, contenidos o conceptos de una ciencia sino
una insurrección contra los efectos o consecuencias de poder centralizadores que
están ligados al discurso científico y a su funcionamiento dentro de una universi-
dad, en un aparato escolar o en un aparato político como el marxismo o en toda la
sociedad. El pensador de origen francés, al igual que el austro-inglés Karl Popper,
la alemana Hannah Arendt y el venezolano Ernesto Mayz-Vallenilla , se interesa-
ron en investigar el poder en sus distintas variantes y formas, y cada uno lo abor-
dó de una manera distinta, dándole un matiz personal aunque comparten algunos
criterios si se comparan las obras de estos cuatro intelectuales. Sin embargo, es
conveniente mencionar que en sus estudios sobre el poder no siguieron los postu-
lados de los pensadores tradicionales en esta materia como son Maquiavelo,
Hobbes y Weber. En este sentido, creemos conveniente recomendar a los partici-
pantes, mediadores e investigadores de las universidades públicas y privadas inte-
resados en las tramas del poder, realizar un estudio comparativo de este tema, uti-
lizando el legado político de Focucault, Popper, Mayz-Vallenilla y Arendt, a fin
de encontrar similitudes, áreas de coincidencias y diferencias entre los puntos de
vista bajo los cuales analizan el tejido molecular del poder.
El término poder proviene del latín possum – potes – potuî - posse, que de mane-
ra general significa ser capaz, tener fuerza para algo, o lo que es lo mismo, ser po-
tente para lograr el dominio o posesión de un objeto físico o concreto, o para el
desarrollo de tipo moral, política o científica. Usado de esta manera, el menciona-
do verbo se identifica con el vocablo potestas que traduce potestad, potencia, po-
derío, el cual se utiliza como homólogo de facultas que significa posibilidad, capa-
cidad, virtud, talento. El término possum recoge la idea de ser potente o capaz pero
también alude a tener influencia, imponerse, ser eficaz entre otras interpretacio-
nes. Sin embargo, lo importante en este artículo es señalar que íntimamente liga-
dos al poder como potestas o facultas y la idea de fuerza que lo acompaña. “se ha-
llan los conceptos de imperium (el mando supremo de la autoridad), de arbitrium
(la voluntad o albedrío propios en el ejercicio del poder), de potentia (fuerza, po-
derío o eficacia de alguien) y de auctoritas (autoridad o influencia moral que ema-
naba de su virtud)”Mayz-Vallenilla, E. (1982: 22-23).

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El concepto de poder en Michel Foucault

Señalamos estas distintas significaciones y sentidos afines, porque todas


ellas se entrecruzan en el tejido social del poder, con el fin de evitar las anfibolo-
gías naturales que se presentan cuando no se precisa el sentido del poder.
Cuando se analiza el poder, lo importante para el autor de Las palabras y las
cosas, es determinar cuáles son sus mecanismos, sus implicaciones, sus relaciones,
los distintos dispositivos de poder que se utilizan en los distintos niveles de la so-
ciedad. Una de las interrogantes que Foucault trata de responder es la posibilidad
de que el poder pueda deducirse de la economía. Dicho planteamiento lo realiza
en virtud de encontrar dos concepciones del poder en la historia; una, la concep-
ción jurídica y liberal del poder político, que se puede encontrar en los filósofos
del siglo XVIII y la segunda, la concepción marxista, a la cual nuestro pensador le
da el nombre de economicismo de la teoría del poder o funcionalidad económica del
poder.
En este orden de ideas, la concepción jurídica o no económica establece que
el poder es un derecho que uno posee como un bien y que puede transferir o ena-
jenar, de manera total o parcial mediante un acto jurídico. El poder es el que todo
individuo posee y que puede ceder total o parcialmente para constituir un poder o
soberanía política. En el otro caso, el poder político tendría en la economía su ra-
zón de ser histórica y el principio de su funcionamiento actual.
También, nuestro pensador se dedicó a estudiar el poder desde la óptica de
los “operadores de dominación”; es decir, se trata de extraer histórica y empírica-
mente dichos “operadores de dominación” de las relaciones de poder. Se estudia
la relación de dominación en lo que tiene de fáctico, de efectivo y de ver cómo ella
misma es la que determina los elementos sobre los cuales recae. Por tanto, plan-
tea, no preguntar a los sujetos cómo, por qué y bajo qué derechos aceptan ser so-
metidos, sino indicar cómo fabrican las relaciones de sometimiento concretas.
Foucault también tuvo en sus ideas, una veta histórica que exploró al máxi-
mo. Como él mismo expresó: “En el fondo no soy más que un historiador de las
ideas. Pero (…) un historiador de las ideas que ha querido renovar de arriba abajo
su disciplina, que ha deseado sin duda darle ese rigor que tantas otras descripcio-
nes, bastante vecinas, han adquirido recientemente (…)” Foucault, M. (1999a:
229). La historia de las ideas se dirige a todo ese juego de representaciones que
suceden entre los hombres; es el análisis de las opiniones más que del saber, de los
errores más que de la verdad, no de las formas de pensamiento sino de los tipos de
mentalidad. Tiene como ámbito de acción, el campo histórico de las ciencias, de
las literaturas y de las filosofías; en fin, la historia de las ideas es la disciplina de los
comienzos y de los fines, la descripción de las continuidades obscuras y de los re-
tornos, la reconstitución de los desarrollos en forma lineal de la historia.
La historia de las ideas muestra cómo el saber científico se difunde para dar
como resultado conceptos filosóficos y aparece eventualmente en obras literarias;
muestra cómo unos problemas o nociones pueden salir de sus fronteras filosóficas
para incrustarse en unos discursos científicos y políticos.

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En este sentido, la historia es para nuestro autor, el discurso del poder, el


discurso de las obligaciones a través de las cuales el poder somete; es el discurso
por medio del cual el poder fascina, aterroriza, inmoviliza; al atar e inmovilizar, el
poder es fundador y garantía del orden. De tal manera que la historia es el discur-
so mediante el cual esas dos funciones que aseguran el orden, van a revitalizarse
en intensidad y eficacia Foucault, M. (2000). La historia así como los rituales, los
funerales, las consagraciones, los relatos legendarios, es un operador, un intensifi-
cador del poder.
En la década de los setenta, Foucault, -quien en su juventud fue un furibun-
do comunista- suministra un giro a sus reflexiones filosóficas, trazando nuevos
círculos virtuosos o hermenéuticos, Silva, E y Ávila, F. (2002), al mostrar una
tendencia centralizada en la concepción y funcionamiento del poder; en esta línea
se incluyen sus estudios de las prisiones y la sexualidad. En tal sentido, se constitu-
yó en estudioso de las relaciones de poder, el saber y la verdad en los manicomios;
luego se dedicó a investigar la sexualidad y la locura en los manicomios y centros
de reclusión de las personas que sufrían desequilibrios mentales.
No está de más, decir, que Miguel Morey quien escribe la introducción de
Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones -obra que refleja parte de la veta epis-
temológica del poder que supo Foucault explotar a su antojo con una interpreta-
ción original, alejada de las tradicionales versiones dadas por Nicolás Maquiavelo
y Tomas Hobbes- nos dice que en la Francia de la década de los setenta, “el pensa-
miento de Foucault no era ni conocido ni apreciado. El sector más obsoleto de
nuestra academia filosófica (…) tenía la gala de ignorarlo, en la medida en que se
decía, su trabajo no tenía nada que ver con la filosofía. Por su parte, el sector pre-
suntamente progresista de la misma, además de desconocerlo igualmente, denun-
ciaba con grandes aspavientos y a la menor ocasión sus graves peligros, en uno
más de aquellos achaques de stalinismo de salón tan frecuentes por entonces”
Foucault, M. (2001: 07). La propia historia se ha encargado de reivindicar y darle
la razón al pensador francés y de rechazar los reproches de quienes se oponían a
sus ideas. Quizás una de las pocas críticas que podemos hacerle a Foucault, es que
fue de todo un poco, y es posible que esa acción pueda explicar el rechazo de los
hombres de prosapia filosófica de la época francesa.
Es evidente que el sueño principal de nuestro pensador, el del intelectual les
interesaba muy poco, o les quedaba demasiado grande. En consecuencia, com-
partimos con Eugenio Trías, defensor del pensamiento y legado de Foucault, la
exaltación de su obra a fin de darle el puesto que se merece en la historia de las
ideas. Así pues, podemos decir, “que este intelectual siempre luchó por reencon-
trar nuevas formas individuales y colectivas de poder que permitieran un redi-
mensionamiento de sus formas habituales de realización” Ávila, F (2004: 141).
Esta persistencia de nuestro autor, es a nuestro juicio, una de las cualidades más
resaltantes de su legado personal como intelectual preocupado por la utilización
del poder en los manicomios, asilos y en las cárceles, en contra de los locos, ancia-
nos y presos.

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El concepto de poder en Michel Foucault

Entre las obras que constituyen el legado filosófico de Foucault, podemos


mencionar: Historia de la locura en la época clásica; El nacimiento de la clínica;
Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión; Historia de la sexualidad; Las pala-
bras y las cosas; La arqueología del saber, entre otras.
En base a lo expresado en los párrafos anteriores podemos hacernos las si-
guientes interrogantes: Si el poder se ejerce, ¿En qué consiste? ¿Cómo se entiende
su ejercicio? ¿Qué significa conocer? ¿Qué es lo que asegura el poder de conocer
verdaderamente las cosas del mundo y de no ser ilusión, error o arbitrariedad?.

1. Fundamentación Teórica

1.1. La insurrección de los saberes sometidos contra el discurso


científico

Foucault nos habla en Defender la sociedad, del saber suntuario, un saber


para nada, representado por un saber fragmentario, repetitivo, y discontinuo que
correspondería a lo que nuestro autor llama pereza febril que afecta a los enamora-
dos de los documentos que jamás se leen, los libros que apenas salen de la impren-
ta se cierran y duermen en los archivos, de los que sólo son desempolvados des-
pués de largo tiempo. Esto es lo que hemos vivido durante los últimos quince o
veinte años, período en que se puede visualizar dos grandes fenómenos:
En primer lugar, un período que podríamos llamar de la eficacia de las ofensi-
vas dispersas y discontinuas, como por ejemplo, la extraña eficacia cuando se trató
de detener el funcionamiento de la institución psiquiátrica a través del discurso de
la antipsiquiatría, que no tuvo el eco deseado aun cuando descansaba en bases
aparentemente sólidas. A pesar de lo dicho en el párrafo anterior, desde hace dé-
cada y media se ha manifestado un hipercrecimiento, una inmensa y proliferada
criticabilidad de las cosas, de las instituciones, de las prácticas, de los discursos.
Pero queremos destacar que esa sorprendente eficacia de las críticas discontinuas
y particulares, locales, ha permitido dejar al descubierto lo que Foucault llama
efecto inhibidor propio de las teorías totalitarias, aún cuando todavía proporcio-
nen elementos localmente utilizables; podemos señalar en este sentido, el marxis-
mo y el psicoanálisis.
En segundo lugar, destacamos el hecho -que sucede hace década y media o
dos décadas- de que esta crítica local se haya presentado a través de lo que nuestro
autor designa con el nombre de retornos del saber. Estos retornos del saber permi-
tieron en primer lugar, que los contenidos históricos que fueron engavetados, se-
pultados, enmascarados en los discursos hayan hecho eclosión en lo que define
como la insurrección de los saberes sometidos.
En este orden de ideas, dicha insurrección fue el instrumento discursivo que
permitió criticar de manera efectiva tanto el asilo como la prisión; no fue por tan-
to una semiología de la vida asilar ni tampoco una sociología de la delincuencia las
que permitieron la crítica en cuestión sino la aparición de contenidos históricos

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que estaban sometidos. De manera tal, que los saberes sometidos son “esos blo-
ques de saberes históricos que estaban presentes y enmascarados dentro de los
conjuntos funcionales y sistemáticos, y que la crítica pudo hacer reaparecer por
medio, desde luego, de la erudición” Foucault, M. (2000: 21).
De igual forma, nuestro autor también define como saberes sometidos, a
todo un conjunto de conocimientos que estaban descalificados pues, estaban se-
ñalados como no conceptuales o como insuficientemente elaborados. Es decir,
saberes ingenuos, jerárquicamente inferiores, que estaban situados por debajo del
umbral del conocimiento científico o de la rigurosidad científica exigida. Estos
conocimientos que estaban confiscados, descalificados, echados en la papelera del
olvido, permitieron que aflorara el del psiquiatrizado, el del enfermo, el del enfer-
mero, el saber del delincuente; a este tipo de saber nuestro autor lo califica de sa-
ber de la gente. Este conocimiento, no es un conocimiento común sino un conoci-
miento particular, un saber local, regional, que no goza de unanimidad y que sólo
aparece por la resistencia que opone a los que lo rodean; estos saberes locales de la
gente han permitido que se realice la crítica de los discursos de los últimos quince
años, que estaba silenciada y muerta.
Como consecuencia de este saber de la gente, saberes sometidos por estar
excluidos del ámbito del conocimiento científico, apareció lo que nuestro autor
llama una genealogía o investigaciones genealógicas múltiples, que se considera-
ron como el acoplamiento del saber erudito con el saber de la gente y que sólo fue
posible mediante la eliminación de la dictadura que ejercían los saberes engloba-
dores, totalizadores, con todos los privilegios y jerarquía que poseían los paradig-
mas que se impusieron para la época. Así que el término genealogía, no es más que
el acoplamiento de los conocimientos eruditos y los saberes locales, cuestión que
ha permitido la formación de un saber histórico de las luchas y la utilización de ese
saber en las tácticas actuales.
Definitivamente, se trata de poner en juego unos saberes locales, disconti-
nuos, descalificados, no legitimados para oponerlos a la instancia teórica paradig-
mática que pretende dejarlos de lado, anularlos u omitirlos en nombre de un co-
nocimiento verdadero o en nombre de los derechos de una ciencia que algunos
poseerían. En tal sentido, las genealogías no son una vuelta o retorno positivista a
una forma de ciencia más exacta; las genealogías son anticiencias.
En este sentido, no es que estimulen el derecho a la ignorancia y el no saber;
se trata de la insurrección de los saberes contra los efectos de poder centralizado-
res que imponen un paradigma determinado, que están ligados a la institución y
al funcionamiento de un discurso científico organizado, dentro de una sociedad
como la nuestra. Pero además, importa muy poco que esta institucionalización
del discurso científico se manifieste en una institución universitaria o en un apara-
to pedagógico como la escuela o en un aparato político como en el marxismo. Es-
tamos de acuerdo con nuestro autor, en que la genealogía en definitiva debe librar
su combate contra los efectos de poder, propios de un discurso considerado como
científico.

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En este orden de ideas, podemos afirmar que hace más de un siglo, se plan-
teó si el psicoanálisis o el marxismo era o no una ciencia. Foucault antes de anali-
zar la existencia o no de una analogía formal y estructural de un discurso marxista
o psicoanalítico con un discurso científico, reflexiona sobre la ambición de poder
que lleva consigo la pretensión de ser una ciencia, así como los tipos de saber que
desean descalificar desde el momento en que se consideran una ciencia. Al mismo
tiempo se pregunta por los sujetos de experiencia y saber que quieren reducir al
decir, yo que dicto este discurso científico soy considerado un sabio. La explicación es
que en la práctica desean entronizar una posición teórico-política para separarla
de cualquier otra forma masiva, circulante y discontinua del saber.
De lo expresado en el párrafo anterior, podemos colegir que existe un poder
que todo lo envuelve, lo mimetiza, lo reduce, hasta la propia ciencia, convirtién-
dose en una especie de paradigma que todo lo engulle y que se encarga de tender
un manto para silenciar los saberes que no interesan que se coloquen en la van-
guardia o abran paso para que se establezcan y consoliden como conocimiento
científico y universal. Aún podemos conseguir en nuestros días, individualidades
o cuerpos institucionales que todavía están aferrados a viejos modelos de aprendi-
zaje en la educación porque se sostienen mediante un poder que ostentan de vieja
data pero que la ola de la renovación, de la innovación y de los nuevos tiempos se
los llevará tarde o temprano por delante, para que dejen el camino libre de obstá-
culos a fin de que pueda avanzar la ciencia y el saber.
Al referirse al marxismo como pretensión de ciencia, nos dice: “Cuando veo
que se esfuerzan por establecer que el marxismo es una ciencia, no advierto (…)
que estén demostrando de una vez por todas que el marxismo tiene una estructu-
ra racional y que sus proposiciones (…) competen a procedimientos de verifica-
ción. Veo (…) que están haciendo otra cosa. Veo que asocian al discurso marxista
y asignan a quienes lo emiten, efectos de poder que Occidente, ya desde la Edad
Media atribuyó a la ciencia y reservó a lo emisores de un discurso científico” Fou-
cault, M. (2000:23). Observamos en la cita anterior, el espíritu antimarxista de
nuestro pensador así como la negativa a concederle al marxismo la categoría de
una ciencia.
Así pues, la genealogía sería entonces una empresa que tendría como finali-
dad romper el sometimiento de los saberes históricos y liberarlos para que puedan
luchar contra la coerción que ejerce el discurso que se considera teórico, unitario,
formal y científico impuesto por un poder que trata de controlar todo lo que haga
oposición para atenuarlo, venga de donde venga.. Tratando de resumir lo expues-
to en esta sección hasta ahora, diríamos que la arqueología es considerada por
Foucault como el método por excelencia del análisis de las discursividades locales
y la genealogía, la táctica que a partir de esas discursividades locales, permite el
juego de los saberes liberados del sometimiento que se desprenden de ellas.
No obstante, ahora se plantea la posibilidad de que esos saberes sometidos,
una vez deslastrados de la obscuridad donde dormían, de la cual fueron rescata-
dos y puestos en circulación contra lo que se consideraba el saber científico, no
corran la suerte de ser recodificados, reconceptualizados, recolonizados, recon-

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textualizados por esos mismos discursos unitarios. Éstos, después de haberlos ri-
diculizado y descalificado, están ahora dispuestos a anexarlos y subsumirlos a su
propio discurso con el exclusivo propósito de seguir controlando el saber y el po-
der. Pero también podríamos convertirnos nosotros en defensores de ese discurso
unitario, cayendo en la trampa de nuestros enemigos, de utilizar los resultados
obtenidos para beneficio propio de ese discurso considerado como científico. En
efecto: “aún no ha llegado el momento de ser colonizados” Foucault, M. (2000).
Pero además, podemos lanzar el desafío ¡hagan la prueba entonces!. Es que el si-
lencio con que las teorías unitarias evaden la genealogía de los saberes es una de
las razones para proseguir el camino. Se trata después de todo de una batalla de
los saberes sometidos, de los saberes locales contra los efectos de poder del discur-
so científico.

1.2. Interpretación jurídica y económica del poder:


el poder como represión y como guerra
Al estudiar el poder, la cuestión teórica que plantearíamos sería cuáles son
sus mecanismos, sus efectos, sus relaciones, los diferentes dispositivos de poder
que se ejercen, en niveles y modalidades tan distintas, en ámbitos y con extensio-
nes tan distintas en la sociedad. Así que al hacernos la interrogante ¿Puede el aná-
lisis del poder deducirse de alguna manera de la economía?, nuestro autor respon-
de desde dos perspectivas.
Una, la concepción jurídica y liberal del poder político, que encontramos en
los filósofos del siglo XVIII, y dos, la concepción marxista; ambas perspectivas
tienen una zona de intersección es decir, poseen algo en común. Esa intersección
entre estos dos conjuntos es lo que nuestro autor designa con el nombre de econo-
micismo en la teoría del poder. En la teoría jurídica clásica, el poder es considerado
como un derecho que todos tenemos, como un bien que puede transferirse o ena-
jenarse de manera parcial o total mediante un acto jurídico bien sea cedido o por
contrato. El poder lo posee todo individuo y que se cede total o parcialmente para
constituir un poder, una soberanía política. Sin embargo, en la concepción mar-
xista tenemos algo completamente diferente que nuestro autor le asigna la etique-
ta de funcionalidad económica del poder.
El poder considerado como funcionalidad económica, se interpretaría a la luz
de que el rol del poder consistiría en esencia, en mantener relaciones de produc-
ción y a la vez, constituir una dominación de clase que el desarrollo de las fuerzas
productivas hace posible. En este caso particular, el poder político encontraría su
telos en la economía.; la interrogante que se haría, es si el poder siempre se ubica
en una posición secundaria con respecto a la economía. Es decir, se supone que su
finalidad y su funcionalidad giran siempre en torno a la economía o de otra mane-
ra, tendría como postulado el servir a la economía. El otro aspecto a estudiar es si
el poder funciona de manera similar a la mercancía, esto es, debemos constatar si
el poder es algo que se adquiere, que se puede ceder bien sea por contrato o por la
fuerza, que se puede enajenar o recuperar, que circula. O si por el contrario, para

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estudiar el poder habría que utilizar otros instrumentos, aunque aceptemos que
las relaciones de poder están íntimamente imbricadas con las relaciones económi-
cas; si esto es así, poder-economía constituyen un binomio inseparable en el cual
un término no depende del otro, sino que la relación entre poder y economía sería
de otro tipo que tendríamos que poner en evidencia.
No obstante, para hacer un estudio no económico del poder, tenemos a
mano dos hipótesis de trabajo: -el poder no se cede, ni se intercambia sino que se
ejerce y sólo existe en acto; -el poder no es mantenimiento y continuación de las
relaciones económicas, sino básicamente una relación de fuerza en sí mismo. En
base a estas hipótesis, una reflexión que hace Foucault, es esta: “el poder es esen-
cialmente lo que reprime” (2000: 28). Es lo que reprime a la naturaleza, a los ins-
tintos, a una clase, a los individuos. En tal sentido, fue Hegel el primero en soste-
ner esta afirmación en Principios de la filosofía del derecho, luego fue Freud en su
obra El inconsciente y posteriormente W. Reich en La función del orgasmo: el descu-
brimiento del Orgón. En cualquier caso, “ser órgano de represión es en el vocabula-
rio de hoy día, el calificativo casi homérico del poder” Foucault, M. (2000: 28);
así que al analizar la represión estamos de hecho estudiando el poder.
Nuestro autor, al referirse al sistema penal postula que es la forma en que el
poder se muestra de manera abierta y sin enmascaramientos. En efecto: “Meter a
alguien en la prisión, mantenerlo en prisión, privarle de alimento, de calor, impe-
dirle salir, hacer el amor (…) ahí tenemos la manifestación de poder más delirante
que uno pueda imaginar” Foucault, M. (2001: 28). De la cita anterior podemos
colegir, que dicha forma de ejercer el poder es la figura más pueril, cínica, arcaica,
cuestión que compartimos con nuestro autor, en virtud de que es en las prisiones
el lugar donde el poder no se oculta tras ningún disfraz, no se enmascara sino que
se muestra en su justa dimensión. Esto es, como una tiranía y que al mismo tiem-
po es considerado puro y justificado puesto que puede insertarse por completo en
el interior de una moral que al amparo de la justicia, justifica su ejercicio brutal, ya
que aparece como la dominación del bien sobre el mal, del orden sobre el caos.
Pero además, si aceptamos que el poder es en sí mismo el despliegue de una
relación de fuerza, habría que analizarlo bajo la figura de enfrentamiento, comba-
te, choque o guerra. Diríamos además, que la política es la continuación de la
guerra utilizando otros medios; esta afirmación podemos estudiarla desde tres
vertientes. Primero, las relaciones de poder funcionan en una sociedad como la
nuestra, tienen como centro de gravedad una relación histórica que podemos en-
contrar en la guerra. Y si aceptamos también que el poder político detiene la gue-
rra para que se establezca la paz en la sociedad civil, no lo hace para neutralizar los
efectos de aquélla.
Ahora el rol que jugaría el poder político es el de mantener permanente-
mente esa relación de fuerza por medio de una guerra silenciosa la cual estaría in-
crustada en el tejido de las instituciones, en las desigualdades económicas, hasta
en el lenguaje. En otras palabras, “la política es la continuación de la guerra, es la
prórroga del desequilibrio de fuerzas manifestado en la guerra” Foucault, M.

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(2001: 29). En segundo lugar, en la lucha política que se da en períodos de paz ci-
vil, los enfrentamientos para lograr el poder, con respecto al poder o por el poder,
no debería entenderse sino como consecuencias de la guerra. En tercer lugar, la
decisión final sólo puede aflorar de la guerra, de una medición de fuerzas en que
las armas y no el raciocinio, se convierten en jueces. La batalla decisiva y final, en
la que hay vencedores y vencidos, abortaría el ejercicio del poder como guerra
continua.
Del párrafo anterior, podemos deducir -que una vez dejados de lado, los es-
quemas economicistas de análisis del poder- el mecanismo del poder es la repre-
sión (hipótesis de Reich), a la vez observamos que el trasfondo de la relación de
poder es el enfrentamiento armado de las fuerzas que se disputan el control del
poder (hipótesis de Nietzsche). Estas dos hipótesis no son mutuamente excluyen-
tes sino que se conjugan y se complementan, ya que la represión puede definirse
como corolario político de la guerra. En la relación guerra-poder, habría que ne-
cesariamente referirnos a la guerra para ver cómo funciona el poder; ya que sub-
yace la idea, que el poder tiene como misión fundamental la defensa de la socie-
dad, es decir, habría que dar por aceptado que ésta está organizada de una manera
tal, que unos pueden defenderse de los otros o defender su capacidad de domina-
ción contra la posibilidad de rebelión de otros.
De esta manera, tendríamos así dos vías o dos sistemas para el análisis y tra-
tamiento del poder. El primero, al cual ya nos referimos en líneas anteriores, lla-
mado esquema jurídico, que sería el antiguo sistema que hallamos en los filósofos
del siglo XVIII, que consideran el poder como derecho originario que se cede, el
cual es constitutivo de la soberanía, teniendo la figura del contrato como elemen-
to básico del poder político. Sin embargo, esta vieja forma tiene la debilidad de
que al superarse a sí mismo o superar los términos del contrato se convertiría en
opresión, entendido como abuso. El segundo, que trata el poder no bajo la figura
contrato-opresión sino que lo estudiaría bajo el enfoque guerra-represión o do-
minación-represión, en el que la represión es la búsqueda de una relación de do-
minación. En este enfoque, los elementos que se enfrentan serían lucha y sumi-
sión, no ya lo legítimo y lo ilegítimo como en el sistema jurídico. Definitivamen-
te, los mecanismos de poder serían esencialmente mecanismos de represión al re-
firmarse la idea de que bajo el poder político, lo que se establece es sencillamente
una relación de tipo bélico.
En el estudio que hace nuestro autor, de la relación guerra-poder, deja a un
lado, a los tradicionales estudiosos de la guerra en la sociedad civil, pues, no los
considera como tales. Nos referimos a Maquiavelo y Hobbes. No obstante com-
partimos con Hobbes la idea de que la inclinación general de la humanidad ente-
ra, está orientada hacia un perpetuo e incesante afán de poder, que termina sola-
mente con la muerte: Esta especie de postulado del pensador inglés podemos
conseguirla en su obra más conocida, Leviatán.

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El concepto de poder en Michel Foucault

1.3. Topología del poder

Para Foucault, el poder no es algo que posee la clase dominante; postula


que no es una propiedad sino que es una estrategia. Es decir, el poder no se posee,
se ejerce. En tal sentido, sus efectos no son atribuibles a una apropiación sino a
ciertos dispositivos que le permiten funcionar plenamente. Pero además, postula
que el Estado no es de ninguna manera, el lugar privilegiado del poder sino que es
un efecto de conjunto, por lo que hay que estudiar lo que él llama sus hogares mole-
culares.
En el estudio del poder, disiente de la afirmación de que el poder debe en-
tenderse como algo intrínseco al aparato del Estado, el cual dependería de un
modo de producción que sería su infraestructura. Por el contrario, destaca que el
poder no es una mera sobrestructura, es decir, toda economía supone unos meca-
nismos de poder intrínsecos a ella, a pesar de que es posible hallar corresponden-
cias en cierto sentido estrictas, entre un modo de producción que esgrime algunas
necesidades y un conjunto de mecanismos que se ofrecen como solución.
Ante el axioma según el cual, el poder actúa por medio de mecanismos de re-
presión e ideología, manifiesta que ambas no son más que estrategias extremas del
poder que en modo alguno se contenta con excluir o impedir, o hacer creer y ocul-
tar. En cambio, sostiene que “el poder produce a través de una transformación téc-
nica de los individuos (...) el poder produce lo real” Foucault, M. (2001: 11).
Pero aclaremos un poco más, lo que nuestro pensador quiere decir en la
cita anterior. En nuestras sociedades, dicha transformación técnica de los indivi-
duos, o lo que llama producción de lo real no es más que la forma moderna de ser-
vidumbre que designa con el nombre de normalización. En tal sentido, se refiere a
la preeminencia de la norma en el ámbito social y a tales efectos, contempla dife-
rencias entre la ley y la norma. Para ello, manifiesta que la ley sólo interviene
cuando existe una infracción, mientras que la norma interviene durante toda la
vida; así la ley debe ser conocida en principio por todos los sujetos de una socie-
dad mientras que la norma sólo la conocen quienes la establecen a partir de un
cierto saber.
Foucault intenta romper una complicidad de la ley con el Estado y en tal
sentido, habla de entender la ley no como algo que demarca los dominios de la le-
galidad-ilegalidad sino como un procedimiento por medio del cual ilegalismos
que dicha ley permite, tolera o inventa como privilegios de clase; o bien, ilegalis-
mos que prohíbe, aísla y define como medio de dominación. En tal sentido pos-
tula que “(...) las leyes están hechas por unos y que se imponen a los demás” Fou-
cault, M. (2001).
Cuando nos habla de ilegalismos, se refiere a que éstos no son adventicios o
una imperfección inevitable sino que se constituyen en un elemento del funciona-
miento social cuyo papel está contemplado en la estrategia general de la sociedad.
Al hacer gala de su crítica abierta, a esta manera de entender la ley, indica que
todo dispositivo legislativo ha contemplado unos espacios reservados en los que

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la ley puede ser violada, otros en los que puede ser ignorada y finalmente, otros
más en los que las infracciones pueden ser castigadas. Nuestro pensador argu-
menta que la ley no está hecha para impedir algún tipo de comportamiento, sino
para distinguir las distintas maneras bajo las cuales se puede vulnerar la ley.
En relación a lo expresado en el párrafo anterior, el autor de Las palabras y
las cosas, considera que en el odio que el pueblo siente por la justicia, los jueces, tri-
bunales y prisiones, se observa la aspiración de tener una justicia mejor y más
equitativa. La lucha antijudicial, expresa Foucault, es una lucha contra el poder y
no contra las injusticias de la justicia. Esto explica que cuando aparecen motines,
rebeliones, el aparato judicial ha sido la diana sobre la cual se disparan los dardos,
al igual que el aparato fiscal, el ejército y otras formas de poder.
En este sentido, observamos que el poder tiene un gran espacio donde se
pone de manifiesto. Así tenemos que las distintas y múltiples formas de represión,
se globalizan desde la óptica del poder; vemos como la represión está presente en
las escuelas, en las universidades en las cuales los profesores muchas veces inten-
tan imponer pautas o modos de interpretar la realidad bajo una coacción, sosla-
yando la percepción o formas de interpretación de los estudiantes, limitando así la
creatividad de éstos. En otras ocasiones, tratan de convertirlos en repetidores del
discurso del profesor tirano que fue formado bajo patrones de memorización y
enciclopedismo; la represión también está presente en las fábricas, en los cuarteles
y en las prisiones. Foucault está convencido de que “en todo lugar donde hay po-
der, el poder se ejerce. Nadie es su dueño o poseedor, sin embargo sabemos que
se ejerce en determinada dirección; no sabemos quien lo tiene pero sí sabemos
quien no lo tiene” Foucault, M. (2001: 31).
Nuestro autor, realiza un amplio estudio sobre el poder en todas sus mani-
festaciones y modalidades, y en particular en lo referido al desciframiento del po-
der en términos exclusivamente negativos de la ley de prohibición. Dicha inter-
pretación hace aparecer cualquier enfrentamiento con el poder, concebido única-
mente de modo negativo, es decir, como censura, delimitación, obstáculo, de tal
manera que dicho enfrentamiento aparece como transgresión. En las sociedades
occidentales, el derecho siempre ha enmascarado al poder; el derecho fue un ins-
trumento muy eficaz mediante el cual se sustituyó los poderes monárquicos en
Europa, por varios siglos, durante los cuales el pensamiento político estuvo orien-
tado y gobernado por la cuestión de la soberanía y sus derechos. Otros autores
como es el caso de Popper, también se alinea con esta posición foucaltiana.
En otro orden de ideas, Foucault desarrolló a través del Grupo de Informa-
ción sobre las Prisiones (GIP) una conciencia colectiva para que se conociera la
gran preocupación existente por el arrollamiento del poder del Estado frente a los
derechos humanos, el derecho de los ciudadanos, que resumía en el eslogan
“Frente a los gobiernos, los Derechos Humanos”.

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1.4. Congruencia entre poder, saber y verdad

El autor de Estrategias de poder tras haber estudiado los tipos de discursos,


ahora intenta explicar cómo pudieron instalarse en la historia de las ideas y sobre
qué bases históricas se articulan. Así que lo que él denomina la arqueología del sa-
ber no es más que la relación que existe entre estos grandes tipos de discursos que
se pueden visualizar en determinada cultura, y las condiciones históricas, econó-
micas y políticas bajo las cuales se formaron y aparecieron en escena. De esta ma-
nera, Las palabras y las cosas se transformó en la arqueología del saber de las ciencias
humanas; ahora nuestro pensador trata de establecer lo que denomina la “dinásti-
ca del saber”.
Para Foucault, un discurso científico se encuentra caracterizado por un
conjunto de rasgos, entre los cuales podemos destacar: “toda ciencia tiene un fun-
dador”; pero el desarrollo histórico de esta ciencia no puede ser reducido a los
meros comentarios de textos y escritos de dicho autor. Así como reconocemos a
Galileo por los aportes que hizo a la ciencia física de su época, sabemos también
en cuáles cosas se equivocó y por tanto hasta dónde no llegó. De manera análoga,
algunos marxistas que consideran al marxismo como una ciencia, también deben
estar conscientes en lo que no pudo hacer Marx y en cuáles cosas se equivocó. A
pesar de que este aspecto (respecto a Marx) fue tratado en secciones anteriores, lo
que interesa destacar es que si se quiere analizar ciertos tipos de discursos porta-
dores de saber, no se pueden obviar las relaciones de poder que están presentes en
las sociedades en las que se instauran y funcionan dichos discursos.
En Nacimiento de la clínica y en Historia de la locura, nuestro pensador abor-
da el tema de cómo los discursos psiquiátrico, psicopatológico, psicológico y psi-
coanalítico, entre otros, se insertaron en occidente en virtud de ciertas y determi-
nadas condiciones que se dieron. Es así como se explica que desde hacía algún
tiempo se hablaba de la locura en base a cierta literatura existente, que hacía apa-
recer ante los ojos de lectores e intelectuales -médicos especialmente- la locura
como algo marginal; sin embargo, no existía una ciencia de la locura. Esto sólo
fue posible –hablar de la locura como objeto científico- a partir de finales del siglo
XVII, es decir algo tardío. No obstante, la importancia de este hecho está en que
dicha idea fue estableciéndose, fue avanzando en occidente a partir del siglo XIX,
cuando proliferó la literatura psiquiátrica y psicológica. La explicación que da
Foucault al desarrollo de dicha literatura es que se instauró un nuevo tipo de po-
der social que nació a raíz de la fundación de los estados manufactureros del siglo
XVII, y de los estados industriales del siglo XIX, que permitió hablar de una cien-
cia de la locura.
Nuestro pensador también refiere que el shogún japonés percibió en su jus-
ta dimensión el hecho de establecer claramente los vínculos y relaciones estrechas
que existen entre saber y poder. En occidente ocurrió algo distinto, la filosofía in-
sistió en ubicar paralelamente el saber y el poder, o lo que es lo mismo se preten-
dió establecer el postulado de que el saber estaba ubicado en una especie de espa-
cio ideal, sacralizado y aislado de todo cuanto aconteciera en la esfera del poder.

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Para el pensador francés, toda la filosofía occidental que siguió el pensamiento de


Platón, estableció una gran brecha entre saber y poder. Esta separación permitió
que se hablara de la idealidad del saber pero también dio origen “(…) a otra curio-
sa y muy hipócrita división del trabajo entre los hombres de poder y los hombres
del saber, dio lugar a este curioso personaje, el del sabio, el científico que debe re-
nunciar a cualquier poder; renunciar a cualquier participación en la ciudad, para
adquirir la verdad. Todo esto constituye la fábula que occidente se cuenta a sí mis-
mo para enmascarar su sed, su gigantesco apetito de poder sirviéndose del saber”
Foucault, M. (1999c:155).
En cuanto a la verdad, el autor de Las palabras y las cosas afirma que existen
dos historias de la verdad. La primera, considerada como una especie de historia
interna de la verdad, la historia de una verdad que se autocorrige mediante sus
propios mecanismos de regulación; esta es la historia de la verdad tal y como se
presenta en la historia de las ciencias. La segunda, existe en nuestras sociedades,
en muchos lugares de nuestras sociedades donde se forma la verdad, es decir, en
donde se establecen y definen un conjunto de reglas de juego, a partir de las cuales
surgen determinadas formas de subjetividad, determinados objetos, determina-
dos tipos de saber; desde éstas se puede realizar una historia exterior a la verdad.
En este sentido, nuestro autor hace referencia al caso particular de las prácti-
cas jurídicas, forma mediante las cuales se arbitran entre los hombres las faltas co-
metidas y las responsabilidades, fue el mecanismo mediante el cual podían ser juz-
gados los hombres en función de los errores cometidos en la historia de occiden-
te. Dichas prácticas hicieron posible imponer a determinados individuos la repa-
ración de sus faltas cometidas así como también el castigo de otras. Todas estas
prácticas “constituyen una de las formas a través de las cuales nuestra sociedad de-
finió tipos de subjetividad, formas de saber y en consecuencia relaciones entre los
hombres y la verdad” Foucault, M. (199c: 172).
De la cita anterior podemos columbrar que nuestro autor no hace más que
interpretar que las formas jurídicas y su evolución en el campo penal, fue un lugar
que dio origen a múltiples formas de verdad. La idea de nuestro autor es mostrar
que determinadas formas de verdad pueden ser definidas mediante la utilización
de la práctica penal; utiliza el término francés enquête que traduce encuesta, tal
como nosotros la conocemos y que fue utilizada por los filósofos desde el siglo
XV al XVIII y por los científicos de todo tipo, la cual es considerada como una
forma de verdad en nuestras sociedades. No obstante queremos resaltar que la en-
cuesta fue utilizada en la práctica jurídica pero desde la edad media ya era utilizada
como forma de investigar la verdad en todo el ámbito jurídico.
En el caso de la poesía, Foucault recuerda a Nietzsche, -que impuso el nihi-
lismo- quien refirió en La gaya ciencia que no existe un origen (Ursprung) de la
poesía; lo que hay en una invención de la poesía. En efecto: un día a alguien se le
ocurrió utilizar un número determinado de propiedades rítmicas o musicales del
lenguaje hablado, para imponer sus palabras y argumentos sobre los demás, es de-
cir, para someter a los demás mediante una determinada relación de poder. Esto

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es, para Nietzsche, la poesía también fue inventada para imponerse a los demás
hombres. Lo mismo ha sucedido con el conocimiento; éste no está inscrito en la
naturaleza humana, o lo que es lo mismo no existe en el comportamiento humano
ni en el instinto del hombre como un germen en estado latente del conocimiento;
tampoco es un instinto más. El conocimiento es el resultado, el fruto del enfrenta-
miento, de la unión de la lucha y el compromiso entre los instintos. Para Nietsz-
che mencionado por Foucault: “Si se produce algo es porque los instintos se en-
cuentran, luchan entre sí, y llegan al final de sus batallas, a un compromiso. Y este
algo es el conocimiento” Foucault, M. (1999c: 176).
Nuestro pensador refiere el análisis realizado por Nietzsche, en el cual se
observa una ruptura entre el conocimiento y las cosas. En la filosofía occidental el
paradigma bajo el cual se establecía una relación de continuidad entre las cosas
que había que conocer y el propio conocimiento, era el paradigma divino o del
conocimiento revelado. Es decir, Dios era ese principio o modelo que privilegia-
ba una especie de armonía entre el conocimiento y las cosas que había que cono-
cer. Incluso, podemos decir que Descartes tuvo que afirmar la existencia de Dios
para poder probar que el conocimiento era un conocimiento fundado en las cosas
del mundo.
Pero si la relación entre conocimiento y las cosas que hay que conocer es
concebida como una relación de poder y de violencia, entonces ya la interpreta-
ción divina deja de ser indispensable. En opinión de nuestro autor, la ruptura en-
tre la teoría del conocimiento y la teología comienza a decaer con este análisis de
Nietzsche. Por eso, los defensores del conocimiento revelado explicaban que las
causas por la cuales Nietzsche murió de demencia fue un castigo divino por su
atrevimiento de separar la teología, es decir, la influencia de Dios del conocimien-
to científico; sus enemigos, expresaban ¡¡justo y merecido castigo de Dios!! En
Así habló Zaratustra, Nietzsche aborda en su primera parte el tema central de la
muerte de Dios. Luego, en su obra El anticristo: maldición contra el cristianismo, es-
cribe todo un capítulo que tiene por título Ley contra el cristianismo.
Para Focault, Nietzsche explica que Intelligere, comprender, es sólo el resul-
tado de una cierta compensación entre ridere (reir); luyere: deplorar y detestari
(detestar). Que por debajo de todo esto se encuentra la lucha de esos tres instin-
tos, de esas tres pasiones que son: la risa, la lamentación y el odio. Estas tres pasio-
nes o pulsiones producen el conocimiento no porque se han unido o reconciliado
sino porque han luchado entre ellas, se han enfrentado y han combatido, porque
han intentado hacerse daño unas a otras. Al estar estas tres pulsiones en estado
permanente de guerra se produce en algún momento un estado de equilibrio o
paz momentánea en el que aparece el conocimiento como la chispa entre dos es-
padas. Foucault, M. (1999).
Nosotros coincidimos con lo expresado por Wagensberg en cuanto a que
sólo hay tres formas fundamentales de conocimiento: el científico, el artístico y el
revelado. Además, todo conocimiento real es la superposición ponderada de las
tres formas. Postulamos también que la actitud científica compatible con el pro-

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greso del mundo es la del indeterminismo Silva, E y Ávila, F. (2002) del mundo.
De allí que podamos deducir que Foucault, fue un auténtico indeterminista-apli-
cador; pues con un conjunto de teorías científicas verdaderas estudió e interpretó
todo el entramado social y molecular del poder.
En este sentido, en sus estudios sobre el funcionamiento del poder en la so-
ciedad, Michel Foucault considera que cada época cultural posee un código fun-
damental, un orden o configuraciones que adopta el saber –que llama episteme- lo
que se dice y se calla en aquella cultura y sobre cuyo fondo se elaboran, piensan e
interpretan los objetos (a priori histórico).
Así que una episteme regula el número de enunciados posibles de cada cultu-
ra; esto es, abre y cierra posibilidades. En Las palabras y las cosas, el pensador fran-
cés, explicita que los códigos fundamentales de una cultura, los que rigen su len-
guaje, sus percepciones, sus cambios, sus valores, sus técnicas, la jerarquización
de sus prácticas, fijan previamente para cada hombre los órdenes empíricos con
los que tendrá algo que ver y dentro de los que se reconocerá.
En otras palabras, para el autor de La Arqueología del Saber existe un tejido
de relaciones culturales que conforman el carácter gnoseológico de la realidad.
Dicha realidad es la que produce el espacio de la episteme, genera sus leyes, sus va-
lidaciones, etc. Este orden y espacio de la racionalidad se genera por una forma de
poder que los instaura, no sólo políticamente, sino científicamente.
En este mismo orden de ideas, postula que si quisiéramos saber qué es el
conocimiento, no hemos de aproximarnos a él desde la forma de vida, de existen-
cia o de ascetismo como característica del filósofo. Para aprehenderlo en su raíz,
en su fabricación, debemos acercarnos a él como políticos y no como filósofos;
debemos comprender las relaciones de lucha y de poder, la manera de cómo se
odian entre sí los hombres, cómo procuran dominarse unos a otros, comprende-
remos entonces en qué consiste el conocimiento.
Además, al pasar la ciencia a ocupar el papel hegemónico, ya no importaba
discutir sus fundamentos, por lo cual se anuló el papel de la filosofía, es decir, la
ciencia, el saber, redujo la filosofía en el ámbito oficial a un discurso de segunda
importancia que tendría como función servir de fundamento a la ciencia. Se negó
a la filosofía como ciencia de los principios que buscaba explicar de manera inte-
gral la realidad, el hombre y el universo.
Incluso, en la modernidad se trató de vender la filosofía como especulación,
es decir, como metafísica. Lo único que se admitió como filosofía, fue entonces la
llamada filosofía de la ciencia o epistemología, dejando de lado la discusión en
torno a la ontología y a la axiología. Autores como Descartes, Kant y Hegel son
un claro ejemplo de ello. Pero el marxismo en el siglo XIX, la fenomenología, y el
existencialismo en el siglo XX, reestablecieron el carácter ontológico y axiológico
de la filosofía, pero por su carácter ideológico-político permanecieron en una po-
sición secundaria.

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Pero en el orden institucional científico se sometió a la filosofía a una espe-


cie de intervención quirúrgica, mediante la cual se extrajo la “episteme”, que signi-
ficaba para entonces el conocimiento racional por causas, y este principio lo intro-
dujeron inicialmente en las ciencias particulares.
En otro orden de ideas, de Foucault podemos decir, que al lado de su veta
suprahistórica también mostró interés por el estudio del poder y del régimen de
verdad, siguiendo el sendero iluminado por Nietzsche. En tales circunstancias,
afirma que la verdad no es ajena a la cuestión del poder; la verdad se produce en
atención a múltiples relaciones y luchas por el poder, agonísticas permanentes en
las instituciones y en amplio ámbito de los saberes.
Así pues, cada sociedad erige su política de la verdad, cada sociedad cons-
truye los rituales que permiten aceptar la verdad y descartar lo que considera fal-
so. De tal manera, que la verdad no está más allá del poder, está en permanente in-
teracción con el poder y los efectos de éste la impactan conminándola a sufrir mu-
taciones.

Reflexiones Finales
Después de haber realizado una minuciosa lectura a varias de las obras dedi-
cadas al estudio del poder en el legado del pensador francés Michel Foucault, ob-
servamos que en una etapa de su vida de intelectual se dedicó a investigar desde su
cátedra Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France todo lo
relacionado con el hogar molecular del poder. Esto explica que en las décadas de
los sesenta y setenta haya gozado de una amplia notoriedad que aún mantiene
después de 22 años de haber fallecido (1984) a pesar de que al igual que
Nietzsche -quien influyó notablemente en su formación teórico-conceptual- estu-
vo en el punto focal de grandes polémicas y críticas. Pero podemos decir a favor
de nuestro autor, que fue ampliamente reivindicado ante la historia y ante la hu-
manidad toda.
Sus principales coordenadas filosóficas desde el ángulo histórico-genético,
como dice Abbagnano, se ubican la llamada “escuela de la sospecha” contituida
por el trípode Marx-Nietzsche-Freud, aunque también ejerció influencia en su
formación la epistemología de su coterráneo Gaston Bachelard con quien tiene
áreas de coincidencia en sus discursos ya que utilizan idénticas maneras de argu-
mentar; se le coloca también conjuntamente con Lèvi-Strauss como los principa-
les artífices del estructuralismo entendido como método científico de investiga-
ción. A estas tonalidades de su pensamiento, debemos añadir el interés por la psi-
cología y la psiquiatría existencial, la defensa de los derechos humanos y su incli-
nación por la historia de la ciencia.
Pero queremos destacar que en Las palabras y las cosas, postula que en una
cultura, el lenguaje, los esquemas perceptivos, las técnicas, los valores, están go-
bernados por ciertos códigos que regulan los órdenes empíricos bajo los cuales los
hombres viven. Dichos códigos, forman el objeto de estudio de un conjunto de
teorías científicas y de interpretaciones filosóficas que explican por qué existe un

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orden o a qué ley general obedecen, por qué se prefiere este orden y no otro. Fou-
cault trata mediante su arqueología, sacar a flote algunas infraestructuras menta-
les o sea la episteme en el cual se manifiestan y se mueven los conocimientos en
cierta época cultural. Por episteme se entiende el conjunto de celdillas conceptuales
u hogares moleculares, inconscientes y anónimos que están en la base de los cono-
cimientos y que constituyen su soporte común. Compartimos el punto de vista
desde el cual se considera que la episteme o epistemes de Foucault tienen cierta ana-
logía con los paradigmas de Thomas Khun, los cuales no son desconocidos para
los científicos e investigadores como puede ser la episteme o las epistemes.
A partir del estudio del poder por parte de nuestro autor -después de su lec-
ción inaugural en el Collège de France- se muestra convencido de que en los dis-
cursos y detrás de éstos, está ya actuando el poder, reconocido como apriori his-
tórico. Es así como Foucault traslada su mirada no ya a los discursos sino a las dis-
tintas formas de dominio del hombre sobre el hombre, indicando cómo verdad,
saber y poder están íntimamente relacionados. Es aquí donde nosotros observa-
mos una analogía con los paradigmas que se han impuesto en el mundo porque
ha habido un poder que los ha instaurado y los ha mantenido vigente hasta que
ese poder se desintegra por la sustitución de un poder por otro, en el que ahora
hay nuevos protagonistas y por tanto nuevas formas de pensar y de actuar.
Estas nuevas formas de pensar pueden ser de distintos órdenes pero el deseo
de dominación de imponerse por encima de los obstáculos, hace que aun en el
campo de la ciencia, ésta no escape a los avatares del poder del hombre sobre el
conocimiento, imponiendo los regímenes de verdad en determinada época cultu-
ral. Como ejemplo, tenemos la reciente derrota del positivismo como paradigma
imperante en las ciencias duras y aun en las ciencias sociales. La explicación que
nosotros damos es que sencillamente el poder que mantenía su vigencia en el
mundo gnoseológico se disolvió y otro poder lo sustituyó. Creemos que esto sir-
ve de base de sustentación a la interpretación de Foucault en cuanto a que los re-
tornos del saber fueron los que permitieron que los contenidos históricos que fue-
ron engavetados, sepultados, enmascarados en los discursos hayan hecho eclosión
en lo que él define como la insurrección de los saberes sometidos.
Una última idea antes de culminar este artículo. Para Foucault, el poder no
es algo que posee la clase dominante; no es una propiedad sino que es una estrate-
gia. En tal sentido, el poder no se posee, se ejerce y sus efectos no son atribuibles a
una apropiación sino a ciertos dispositivos que le permiten funcionar a cabalidad.
Pero además, postula que el Estado no es el lugar privilegiado del poder sino que
es un efecto de conjunto, por lo que hay que estudiar lo que él llama sus hogares
moleculares.
En este orden de ideas, se muestra en desacuerdo con la idea de que el po-
der debe entenderse como algo intrínseco al aparato del Estado, el cual depende-
ría de un modo de producción que sería su infraestructura. Por el contrario, des-
taca que el poder no es una mera sobrestructura, es decir, toda economía supone
unos mecanismos de poder intrínsecos a ella, a pesar de que es posible hallar co-

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rrespondencias entre un modo de producción que esgrime algunas necesidades y


un conjunto de mecanismos que se ofrecen como solución.
De la misma manera, ante el axioma según el cual, el poder actúa por medio
de mecanismos de represión e ideología, manifiesta que ambas no son más que
estrategias extremas del poder que en modo alguno se contenta con excluir o im-
pedir, o hacer creer y ocultar. Además, nuestro autor intenta romper una compli-
cidad de la ley con el Estado y en tal sentido, habla de entender la ley no como
algo que demarca los dominios de la legalidad-ilegalidad sino como un procedi-
miento por medio del cual ilegalismos que dicha ley permite, tolera o inventa
como privilegios de clase; o bien, ilegalismos que prohíbe, aísla y define como
medio de dominación. En tal sentido postula que “(...) las leyes están hechas por
unos y que se imponen a los demás” Foucault, M. (2001).
Cuando nos habla de ilegalismos, se refiere a que éstos no son adventicios o
una imperfección inevitable sino que es un elemento del funcionamiento social
cuyo papel está contemplado en la estrategia general de la sociedad. Al hacer gala
de su crítica abierta a esta manera de entender la ley, indica que todo dispositivo
legislativo ha contemplado unos espacios reservados en los que la ley puede ser
violada, otros en los que puede ser ignorada y finalmente, otros más en los que las
infracciones pueden ser castigadas.
Finalmente, estamos firmemente convencidos de que los científicos e in-
vestigadores sociales deben ser indeterministas, cuestionadores, críticos del orden
existente y por tanto, deben buscar explicaciones divergentes a lo que se da por
aceptado, a lo impuesto por los paradigmas de turno, a fin de entender la esencia
del “cambio” como la capacidad de transformar, de construir o de incorporar los
significantes poderosos, en la complejidad del mundo, como ha expresado Jorge
Wagensberg.

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