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Sobrellevad Las Cargas - F.Mira PDF

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SOBRELLEVAD
LAS CARGAS

3
Francisco Mira
Con el presente número de la revista damos un paso hacia
delante, poniendo a vuestra disposición un material
complementario a los que últimamente hemos producido
dentro de la línea de pastoral y liderazgo. El contenido de
estos tres trabajos se concentra en tres aspectos no tratados
hasta ahora, respondiendo a estas cuestiones:
• Las bendiciones del cuidado fraternal.
• En qué consiste el cuidado fraternal.
• Los recursos para el cuidado fraternal.
Estamos convencidos de que este material puede
convertirse en un poderoso instrumento en la edificación de
nuestras propias vidas y de nuestras congregaciones. Nos
ayudará a enfocar esta cuestión de forma inspiradora (las
bendiciones), nos ayudará a comprender mejor todas las
implicaciones y el alcance del cuidado fraternal (en qué
consiste) y por último nos ayudará a prepararnos mejor para
la tarea al identificar los recursos de que disponemos para la
misma.
El desarrollo de un adecuado cuidado fraternal es una de
las grandes necesidades que detectamos a nivel personal,
familiar y eclesiástico. En la medida en que estemos siendo
conscientes de estas necesidades y resolvamos contribuir a
paliar ese déficit, estaremos incidiendo en el crecimiento
personal y espiritual de nuestros hermanos y de nuestras
congregaciones. Y no solo esto; también estaremos ofreciendo
a nuestros semejantes algo que

4
anhelan, que están buscando y que no saben dónde
encontrar.
Incluimos también dos trabajos, el primero de Miguel A.
Gómez Juárez que recibió una mención especial en el
Certamen Literario “González-Waris” de 2001: “¿Hay
alguien?”. El segundo es “Cera o hielo”, de Ángel Olmo
Romero, y recibió una mención especial en el mismo
certamen “González-Waris” de 2002.
Como siempre, nuestra oración y deseo es que la lectura de

5
este material redunde en vuestro crecimiento y edificación.

Josep Araguas
1
LAS BENDICIONES
DEL CUIDADO

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PASTORAL
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo,
Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos
consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos
también nosotros consolar a los que están en cualquier
tribulación, por medio de la consolación con que nosotros
somos consolados por Dios. Porque de la manera que
abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda
también por el mismo Cristo nuestra consolación.
Pero si somos atribulados, es para vuestra consolación y
salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación
y salvación, la cual se opera en el sufrir las mismas aflicciones
que nosotros también padecemos.
Y nuestra esperanza respecto de vosotros es firme, pues
sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones,
también lo sois en la consolación.
Porque hermanos, no queremos que ignoréis acerca de
nuestra tribulación que nos sobrevino en Asia; pues fuimos
abrumados sobremanera más allá de nuestras fuerzas, de tal
modo que aun perdimos la esperanza de conservar la vida.
Pero tuvimos en nosotros mismos

sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros

7
mismos, sino en Dios que resucita a los muertos; el cual nos
libró, y nos libra, y en quien esperamos que aun nos librará,
de tan gran muerte; cooperando también vosotros a favor
nuestro con la oración, para que por muchas personas sean
dadas gracias a favor nuestro por el don concedido a
nosotros por medio de muchos (2 Corintios 1:3-11).
INTRODUCCIÓN
No resulta un tópico el afirmar que vivimos en una
sociedad donde se intenta evitar el dolor o el sufrimiento a
cualquier precio. De ahí que hayamos ideado en nuestro
tiempo tantas formas de evasión y diversión cuya finalidad es
“distraernos”, “no dejarnos pensar” y “que pasemos
fugazmente por la vida”. A veces parece que “estemos
diseñados” solo para experimentar diversión y felicidad, por
eso cada vez estamos peor preparados para los momentos
adversos que la vida nos trae.
Evidentemente, nadie en su sano juicio disfruta con el
sufrimiento, lo cual nos acercaría a un trastorno
“masoquista”; pero lo cierto es que el sufrimiento en sus
diferentes vertientes (física, emocional, espiritual) forma
parte de la experiencia humana y tarde o temprano tendremos
que asumirlo y convivir con él.
Cuando viene el sufrimiento, el mejor remedio posible
siempre es poderlo compartir. No hay sufrimiento más cruel y
más letal que aquel que se experimenta en soledad. Su
capacidad destructiva y desorganizadora siempre es mayor. A
menudo, el sufrimiento en soledad nos hace perder toda
perspectiva y toda esperanza. A veces, compartirlo implica

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“verbalizar”, es decir, poner palabras a nuestros sentimientos
de perplejidad, dolor o incomprensión acerca de lo que nos
sucede. Otras veces hasta sobrarán las palabras, y la presencia
física del hermano será suficiente para poder paliar nuestra
desesperanza. Mucho mejor si además la persona que nos
acompaña nos consuela, nos entiende o hasta nos alivia. En
esos terribles momentos de tinieblas que acompañan al
sufrimiento, donde la presencia de Dios nos es tan lejana y
enigmática, la presencia del hermano y del amigo es lo más
cerca que podemos sentir a Dios.
Dentro de la fe cristiana, donde se admite la realidad del
sufrimiento en la vida de la persona creyente, la paradoja está
en que no solo es tolerado y compartido, sino que además
resulta en fuente de bendición para la persona que lo sufre;
pero también para quien ejerce la función pastoral de
consolar, cuidar o sanar. Así pues, el sufrimiento pierde su
poder destructivo y es puesto bajo una perspectiva diferente.
Las Escrituras ofrecen una perspectiva tridimensional
acerca del sufrimiento: a) Por una parte, el sufrimiento existe
porque existe el pecado. La tribulación que experimentamos
se da al habitar un mundo que esencialmente se encuentra
corrompido por este pecado. Los tejidos celulares de nuestro
cuerpo, las motivaciones intrínsecas de nuestro ser y aun las
estructuras sociales, políticas o económicas que conforman
nuestra sociedad, todo ello está contaminado por la fuerza
irrefrenable del pecado.
b) Por otra parte, Dios es un ser soberano al cual nuestro
sufrimiento no le es ajeno ni desconocido. Una y otra vez, las

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Escrituras nos recuerdan que sus ojos están siempre
pendientes de su Creación y de forma especial de sus siervos.
c) Finalmente, Dios también sufre frente al pecado y sus
efectos devastadores. Su soberanía no implica pasividad ni
indiferencia; todo lo contrario, hay en él un esfuerzo redentor.
Si bien no está afectado de forma directa por el pecado, es un
Dios que se identifica con sus efectos. De hecho, Dios no
puede redimir este mundo sino por “el sufrimiento de la
Cruz”. La Cruz siempre presente en la experiencia del
cristiano y en la vida de la iglesia es al mismo tiempo lugar de
redención y lugar de profundo sufrimiento.
En este contexto doctrinal y moral nace la pastoral
cristiana, que por supuesto va mucho más allá de la mera
solidaridad humana. En la pastoral y el cuidado mutuo vemos
cómo Dios trabaja a través de las relaciones fraternales.
Cuando recibimos consuelo a través de la acción pastoral,
Dios mismo, fuente de toda consolación, nos hace llegar por
un canal humano su presencia, su poder y su propósito.
Cuando consolamos a alguien, damos de esa consolación
que antes nosotros mismos hemos recibido en abundancia.
1. LA FUENTE DE TODA BENDICIÓN
Y ACCIÓN PASTORAL
(2 Corintios 1:3)
El texto que nos está sirviendo de referencia para esta
reflexión pertenece a la Epístola probablemente más personal
que el apóstol Pablo nos ha dejado.
Algunos comentaristas piensan que, de poner un título al
capítulo 1 de esta Epístola, esta debería llamarse “El

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ministerio cristiano”, ya que en esta porción de las Escrituras
se nos habla de aquellas condiciones en las que debemos vivir
inmersos para que nuestro ministerio sea fructífero
(entiéndase de beneficio en nosotros y en los demás).
El versículo bíblico que examinamos sirve al apóstol Pablo
de fundamento esencial para enmarcar la acción pastoral
cristiana. Como antes adelantaba, la pastoral no empieza en
nosotros, en el hermano o incluso en la situación de dolor.
Esto haría de la iglesia una “comunidad terapéutica”, lo cual
en sí ya sería importante; pero en ese sentido ya existen otras
comunidades con tales características donde la esencia del
grupo es el trastorno de la conducta, la adicción o la condición
clínica. Lo que marca un hecho diferencial es que la iglesia es
una
“comunidad terapéutica sobrenatural”, porque tanto su
razón de ser como sus recursos están en Dios. Por eso, Pablo
introduce su escrito ministerial reconociendo en primer lugar
a Dios como Padre de misericordias y Dios de toda
consolación. La fe cristiana mira a Dios y toma en
consideración que él es la fuente de toda gloria y de toda
consolación. En la medida en que integramos en nuestra vida
personal y eclesiástica este carácter de Dios, desarrollamos
una pastoral acorde a su corazón y a sus propósitos.
Otra dimensión doctrinal en cuanto a la pastoral cristiana
que Pablo nos introduce es la “relación Padre-Hijo”. La
expresión Padre de nuestro Señor Jesucristo es una frase que
solemos leer con rapidez, ya que la tenemos muy asumida. Su
contenido es inmenso. El Dios soberano es al mismo tiempo el

11
Hijo obediente, obediencia muy visible especialmente en los
momentos de dolor y sufrimiento. Tal es nuestro Salvador, el
Salvador que necesitábamos. Alguien que voluntariamente
asume la obediencia para contrarrestar nuestra
desobediencia, alguien que asumió el dolor y el sufrimiento no
de una forma teórica, sino experimental, para que nosotros
pudiésemos experimentar una consolación eterna. Este es el
modelo donde Pablo quiere asentar nuestras reacciones
delante de las crisis y contradicciones que experimentamos en
la vida. Nuestro sentimiento más profundo es el de “hijo
obediente” que, al igual que Jesús como Hijo, expresa:
Padre... no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Sigue proclamando el texto que Dios es “Padre de
misericordias”. No es que Dios muestre su misericordia de vez
en cuando, sino que es misericordioso por excelencia; como
decía el profeta Miqueas 7:18: Porque se deleita en
misericordia. No es que muestre su misericordia cuando nos
portamos bien, ya que esto haría de nosotros hijos inseguros y
temerosos. Muestra su misericordia aun cuando le volvemos
la espalda, cuando creemos que hay una nube que le está
ocultando. Porque él es el manantial de donde fluye toda
misericordia, como expresa de forma inmensa el Salmo
103:17: Más la misericordia del Señor es desde la eternidad y
hasta la eternidad sobre los que le temen.
Finalmente, este versículo tan denso y rico nos señala que
este Dios es Dios de toda consolación. El que es manantial de
donde fluye toda misericordia es así mismo manantial de
donde fluye toda consolación.

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Quiero hacer hincapié en el adjetivo “toda”. No solo
consolación para ciertas crisis, sino siempre. De ahí el énfasis
con que debemos exhortarnos: Nuestro Dios es relevante en
todos los momentos de nuestra existencia y en todas las áreas
de nuestro ser. Dios no solo nos consuela el domingo cuando
estamos arropados por los hermanos, sino que lo hace el
lunes, lo hace en medio de nuestras preocupaciones laborales,
en medio de nuestras enfermedades, en medio de nuestras
difíciles relaciones familiares, etc.
Porque Dios tiene una autoridad absoluta y un cuidado
absoluto sobre nuestras vidas no para dañarnos, sino al
contrario: para enriquecernos y consolarnos.
2. CONCEPTO DE CONSOLACION EN LA
PRÁCTICA PASTORAL
El término “consolación” —ya sea como sustantivo o como
verbo— aparece en el texto de referencia diez veces a lo largo
de cinco versículos.
Su significado es muy rico, y podríamos diferenciar en el
mismo dos aspectos:
a) El primer aspecto del término tiene que ver con ser
confortado en medio del dolor y de la prueba.
b) El segundo aspecto va más allá del confortar, y comporta
el proporcionar aliento, ánimo y fortalecimiento. Se trata de
afirmar a la persona en su posición, restaurando por tanto su
perspectiva.
De hecho, ambos aspectos se compenetran. Y
suelen darse en momentos sucesivos dentro de la acción
pastoral. El trabajo de consolación se completa cuando

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confortamos y animamos, o confortamos y fortalecemos.
Quizás por influencia secular, tendemos a veces a restringir el
significado de la consolación y la equiparamos a una acción
sedante que consiste en intentar crear una sensación de
bienestar en la persona, a expresarle lo mucho que sentimos
su situación; pero no la llevamos a que adquiera una
perspectiva adecuada en medio de su dolor.
Este es el consuelo integral que experimentó Jesús en
Getsemaní. Leemos en Lucas 22:43: Y se le acercó un ángel
del cielo para fortalecerle. El original del término ángel es
“parakletos” (al lado de). Cuando Jesús está en medio de una
lucha agónica, recibe algo más que palabras de ánimo: recibe
el fortalecimiento del Señor. Recibió del ángel el
fortalecimiento de Dios y la perspectiva de Dios. Y
esto es justamente lo que más necesitamos en medio de
nuestras aflicciones: que alguien nos vuelva a colocar otra vez
de pie, que nos levante de nuestra postración y nos diga como
el ángel al profeta Elías en 1 Reyes 19:7: Levántate y come,
porque largo camino te resta.
El ministerio de la consolación es uno de los grandes
objetivos que el Espíritu Santo tiene en la vida del creyente. El
Espíritu Santo, que es llamado en las Escrituras el
“Parakleto”, siempre está nuestro lado desde el día que
creímos para acercarnos a Cristo y formar en nosotros su
carácter. Este Espíritu puede obrar de formas espectaculares y
ruidosas, puede hacerlo en forma de un silbo apacible o por
medio de vasos humanos llenos de fragilidad, pero que
contienen un precioso tesoro.

14
Dice 2 Corintios 1:4 que Dios nos consuela en todas
nuestras tribulaciones. El énfasis está aquí en el término
“todas”. Vemos de forma clara que Dios se ha comprometido a
ejercer su consuelo siempre. Él nunca nos va a dejar. No hay
situación, por terrible que sea, en la que Dios no esté
dispuesto a fortalecernos. De hecho, él es el único que de
veras puede consolarnos. Nada hay en este mundo, por
eficiente y atractivo que nos resulte, capaz de consolarnos
como Dios lo hace. Muchas cosas son mero “escapismo”,
meros escaparates donde nos vemos reflejados pero que, al
cabo de un tiempo, nos harán sentir tan desconsolados y
vacíos como antes de mirarnos.
El texto considerado también es muy realista acerca de la
existencia del sufrimiento y de las tribulaciones. Quizás nos
guste poco admitir la idea que Pablo nos transmite en 2
Corintios 1:5:
...Abundan en nosotros las aflicciones de Cristo. No solo
las hay, sino que abundan. Es cierto que el sufrimiento y la
tribulación nunca nos podrán separar del amor de Dios, pero
en absoluto es algo marginal o circunstancial, sino que
abunda en nuestra vida como creyentes. Según Romanos
8:16-18, el sufrimiento es una parte inherente de la vida
cristiana, si bien “la gloria venidera”, esa restauración que
esperamos, sobrepasará todo el sufrimiento presente.
¿Cuál es, pues, la diferencia en este mundo entre el
creyente y el incrédulo si todos atravesamos por los mismos
sufrimientos? La diferencia no está en la intensidad de la
prueba o del dolor, sino en la gran consolación que recibimos

15
del Señor. Porque, como sigue diciendo el versículo de 2
Corintios 1:5, ...así abunda también por el mismo Cristo
nuestra consolación.
El sufrimiento puede resultar tan fuerte y tan intenso que
puede afectar a nuestros sentimientos e incluso a nuestra
mente, desestructurando nuestra vida a muchos niveles; pero
ahí está la preciosa promesa: Dios no se va a desentender de
nuestro sufrimiento.
No vamos a aceptar el sufrimiento de forma estoica, sino
puestos los ojos en la victoria final. Esto es lo que consoló y
fortaleció a Jesús en Getsemaní: ver el resultado de su
sacrificio y saber que el Padre le iba a levantar de entre los
muertos.
Nosotros, como cristianos y por tanto seguidores del “Dios
sufriente”, “compartimos las aflicciones de Cristo”; pero
también “compartimos su consuelo” desde la certeza del amor
de Dios y de la victoria final en nuestras vidas.
Finalmente en este apartado, observemos que, en 2
Corintios 1:6, el texto nos enseña que Dios usa nuestra
experiencia de tribulación y consolación para así consolar a
otros. No hay tal cosa como un sufrimiento estéril, sino que
incluso esa mala circunstancia es reconvertida en algo
enriquecedor para otras personas.
De hecho es imposible entender el sufrimiento de alguien
sin entrar en él y haber experimentado nosotros mismos
ciertos grados de sufrimiento.
No podemos ayudar a nadie sin involucrarnos. Y si lo
hacemos será de forma muy superficial y teórica.

16
Esta es la base de la acción pastoral: entender el dolor del
hermano, aun asumiendo el riesgo de ser heridos y dañados
en tal proceso. Es muy interesante cómo este proceso de
identificación con el dolor del hermano se ilustra con la
actitud del profeta Ezequiel 3:15: Y vine a los cautivos... y me
senté donde ellos estaban sentados, y allí permanecí siete
días atónito.
Como un comentarista cristiano sugiere, para sacar al
alguien del desierto —del desierto del dolor— se necesita
haber estado allí y cavar pozos en ese desierto, para que
cuando otros lo atraviesen, puedan también beber en esos
pozos.
Henry J. Nouwen expresó en su obra clásica “El sanador
herido” este proceso de quien ha sido herido para que sus
heridas puedan ser transformadas en recursos de sanidad.
Este concepto pastoral de la consolación es profundamente
cristológico, ya que como hemos venido expresando, Dios no
ha tenido un entendimiento intelectual de nuestra condición o
sufrimiento, sino que ha participado por y en su Hijo de
nuestra condición humana. Este es el argumento del autor de
Hebreos 2:14: Así que, por cuanto los hijos participaron de
carne y sangre, él también participó de lo mismo...

17
3. LA COMUNIDAD CRISTIANA COMO
LUGAR DE CONSOLACIÓN Y CUIDADO

18
PASTORAL
La teología y la pastoral se sintetizan bellamente en la
definición que Dietrich Bonhoeffer hace de la iglesia. Él dice:
“La comunidad cristiana está fundada en Jesucristo, por eso
es diferente de cualquier otra comunidad”.
En el contexto del artículo que estamos desarrollando,
“estar fundados en Jesucristo” implica que la iglesia es un
lugar donde se comparte la aflicción y la consolación; porque
como hemos considerado, Jesucristo, quien fue afligido y
afirmado, ha venido ser manantial de consolación temporal y
eterna.
“Estar fundados en Jesucristo” significa seguir anunciando
a este mundo que, aunque seguimos inmersos en el pecado,
hay un Dios que clama redención y cuyo poder nos libera.
Esto lo vamos a anunciar de palabra y también con nuestras
acciones pastorales que nos llevarán a implicarnos en el dolor
y en la afirmación de las personas, lo que por supuesto no
debe reducirse al ámbito de la iglesia local.
¿Cómo llegar —como dice Pablo en 2 Corintios 1:7— a ser
compañeros en las aflicciones y en la consolación? Pues
compartiendo y participando los unos de los otros con todos
los medios que tengamos a nuestro alcance: informándonos,
conociéndonos, compartiendo tiempo juntos, orando,
sufriendo juntos y creciendo juntos.
Nuestro fundamento y nuestros objetivos nos hacen “ser
diferentes” de cualquier otra comunidad.
Entiendo que no debería figurar entre nuestros objetivos
prioritarios como iglesias el tener “cultos atractivos” —y ojalá

19
que no sean aburridos—,
“reuniones interminables en que se habla del presupuesto y
del orden en el local” —y ojalá que nuestros lugares de
reunión sean confortables— o
“una preocupación obsesiva por mantener la tradición”.
Todo ello nos puede hacer perder de vista a las personas y sus
necesidades tal como Jesús las veía.
Me permito concluir con unas preguntas muy elementales
pero de fuerte implicación pastoral:
¿Amamos a Jesús? Todo creyente respondería: Sí, sin
duda.
¿Os gustaría hacer algo por Jesús si él lo necesitara? Si
Jesús estuviera aquí y lo vierais mal vestido, ¿no os gustaría
comprarle un buen traje? Si estuviese mal nutrido, ¿no
desearíais llevarlo a vuestra casa y alimentarlo? Si estuviese
enfermo,
¿no os gustaría cuidarlo? Si estuviese deprimido,
¿no le dedicaríais gustosos parte de vuestro tiempo?
Si Jesús fuera un emigrante ilegal sin papeles que se
acabara de escapar del puerto, ¿no lo cobijaríamos en nuestra
casa y le haríamos un lugar en nuestra iglesia? ¿Qué
haríamos?
Porque esta es la pastoral que el mismo Señor Jesucristo
nos dejó en Mateo 25:31-45. Detrás del hambriento, del
sediento, del forastero, del desnudo, del enfermo y del preso
está él mismo.
Esta es la gran bendición del cuidado pastoral, este es el
gran tesoro. Que el beneficiario último de nuestra acción es el

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mismo Jesús. Aquella pequeña llamada telefónica en la que
nos interesamos por nuestro prójimo, aquellos momentos de
oración en los cuales intercedemos por situaciones delicadas,
aquella visita que tanto nos cuesta hacer, aquellas palabras de
ánimo sincero con las que pretendemos alentar al hermano,
todo ello lo estamos haciendo para el Señor Jesucristo, porque
él está presente en la persona que sufre.
Así pues, vemos que Dios nos ha dejado en este mundo
para continuar el ministerio de consolación y proclamar con
nuestra acción y determinación que, aun hoy, Dios ama y
sigue actuando como Padre de toda misericordia y
consolación.
Josep Araguas es licenciado en Psicología y especializado
en Terapia Familiar. Vive en Barcelona y ejerce como
terapeuta. También es anciano de la iglesia en C/ Verdi.
Redacción y Administración:
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21
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22
Pablo
Martínez Vila

23
2
¿EN QUÉ
CONSISTE EL

24
CUIDADO
FRATERNAL?
“¿Soy yo guarda de mi hermano?”
Sobrellevad los unos las cargas de los otros y cumplid así
la ley de Cristo (Gálatas 6:2).
“Este es tu problema, no el mío”; “¿Y a mí qué?
Yo paso”. Estas frases, tan populares hoy en una sociedad
individualista en grado sumo, reflejan la tendencia natural del
ser humano desde que Caín exclamara con desdén y cinismo
la pregunta que aparece como subtítulo de este artículo
refiriéndose a su hermano Abel, a quien acababa de matar.
Por naturaleza, todos llevamos algo de “cainismo” en el
corazón: indiferencia y egoísmo en las relaciones con el
prójimo. Incluso muchas personas creen y hacen suyo de
buena fe aquel refrán que dice: “Cada uno en su casa y Dios en
la de todos”. Es una versión
“espiritualizada” que pretende justificar la comodidad del
individualismo. No se trata, pues, de un problema moderno ni
exclusivo de egoístas empedernidos. Nos afecta a todos y ha
sido así desde siempre.

Es en este contexto de egoísmo donde la ética del Evangelio


surge una vez más como un modelo contracultural,

25
revolucionario. El seguidor de Cristo no solo no puede lavarse
las manos indiferente ante las necesidades de otros, sino que
es llamado a preocuparse activamente por su hermano. El
sobrellevar los unos las cargas de los otros constituye uno de
los mayores privilegios —y deberes— del discípulo de Jesús
que afirmó con rotundidad: Así que todas las cosas que
queráis que los hombres hagan con vosotros, así también
haced vosotros con ellos (Mateo 7:12). De esta manera, la
exhortación del apóstol Pablo a sobrellevar los unos las
cargas de los otros deviene un examen clave de la vida
cristiana.
Viene a ser como una reválida de nuestra fe que evalúa tres
aspectos esenciales de la madurez cristiana: por un lado mide
nuestro egoísmo; en segundo lugar, nuestro amor al prójimo
y, finalmente, nuestro compromiso con el pueblo de Dios, con
la iglesia.
Vamos a considerar en este artículo tres aspectos
fundamentales del cuidado mutuo entre los creyentes:
1. Motivaciones correctas: ¿Por qué he de sobrellevar las
cargas de mis hermanos?
2. La puesta en práctica del cuidado mutuo:
¿Cómo hacerlo?
3. Los resultados: ¿Qué consecuencias tiene?
1. MOTIVACIONES CORRECTAS: ¿POR QUÉ?
Tener las motivaciones correctas es el paso inicial que nos
abre la puerta a una práctica correcta. La motivación es como
el motor que nos “mueve” y genera la fuerza para avanzar. El
creyente, en la tarea de cuidar del hermano, necesita tener

26
una buena motivación por dos razones: primero porque su
vieja naturaleza —”la carne”— le impele al egoísmo y al
individualismo. La conversión no garantiza un cambio
automático de nuestros impulsos egocéntricos. La lucha
espiritual entre las obras de la carne y el fruto del Espíritu
persistirá hasta que estemos en la presencia de Cristo. Ello
explica las deficiencias —”manchas y arrugas”— de nuestra
vida de fe y, en consecuencia, de nuestras iglesias. En el tema
que nos ocupa, ya Pablo expresaba su preocupación por esta
conducta en la carta a los filipenses: No mirando cada uno
por lo suyo propio, sino cada cual también por lo que es de
los otros (Filipenses 2:4, 21). Y más adelante, en el versículo
21, reitera esta triste realidad: Porque todos buscan lo suyo
propio, no lo que es de Cristo Jesús. Así pues, una buena
motivación le ayudará a luchar mejor contra su “ego” carnal.
La segunda razón para una buena motivación radica en la
influencia constante del mundo, que nos
“contagia” de sus valores y nos obliga a navegar
contracorriente. Hoy, la presión de la sociedad en esta línea es
muy fuerte. Incluso pensadores no creyentes, como el
sociólogo Lipovetsky, nos advierten de los peligros sociales
del individualismo exacerbado de principios del siglo XXI. Por
todo ello, una buena motivación es imprescindible en la tarea
—noble, pero agotadora— de sobrellevar las cargas.
¿Cuáles son entonces los motivos para cuidar a mis
hermanos en Cristo?
Ante todo, debemos considerar la motivación
incorrecta. Cuidar de mi hermano no debe ser, por lo menos

27
en primer lugar, una forma de autorrealización personal. No
lo hago para sentirme yo mejor. Desde luego es legítimo
esperar una satisfacción personal en el servicio a los demás.
No hay nada que llene tanto como darse a otros. Pero esta
satisfacción es la consecuencia, y no la motivación, de tal
ministerio. A veces podemos enfocar las tareas de ayuda al
prójimo —por ejemplo, participar en una ONG o en otras
formas de voluntariado— desde un prisma egoísta: “Porque
me ayuda a ser yo mismo”. Cuidado con las formas de servicio
en la iglesia que pueden nacer más del amor a uno mismo que
del amor al prójimo. El antiguo refrán latino “do ut des” —doy
para que me des— no refleja el espíritu de Cristo, sino un
refinado egoísmo. Por el contrario, “en esto consiste el amor,
en que él nos amó primero”, nos recuerda el apóstol Juan. El
verdadero amor de Cristo da sin esperar nada a cambio; no da
para recibir.

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El amor a Cristo
Para el creyente, el cuidado del hermano surge del amor a
su Señor y Salvador. Si él ha hecho tanto por mí, ¿qué no haré
yo por él? Esta fue la experiencia del conde Von Zinzendorf
cuando contemplaba un cuadro de la crucifixión. En la parte
inferior del cuadro, un escrito interpelaba al espectador: “Esto
hice yo por ti, ¿qué has hecho tú por mí?”. Von Zinzendorf se
sintió tan desafiado por este reto que le llevó a una
transformación espiritual de consecuencias históricas: Se
convirtió en el fundador de los Hermanos Moravos, uno de los
movimientos misioneros más destacados del siglo XVIII.
Ya Pablo decía con gran fuerza: El amor de Cristo nos
constriñe (2 Corintios 5:14). Su ejemplo es el móvil que nos
impele en la preocupación por el hermano. La exhortación de
Gálatas 6:2
precisamente apela a esta realidad: Sobrellevad los unos
las cargas de los otros y cumplid así la ley de
Cristo. La palabra “ley” aquí no significa tanto precepto
como modelo. Se refiere al espíritu, el talante, la forma de ser
de Cristo, quien ungido con el Espíritu santo y con poder,
anduvo haciendo bienes y sanando a todos... (Hechos 10:38).
Los cristianos deberíamos cambiar el refrán de “haz bien y no
mires a quién” por “haz bien y mira a Cristo”. Al hacer el bien,
ten la mirada puesta en aquel que dio su vida por ti. Esta
visión cristocéntrica nos librará, de paso, de las decepciones
causadas por la ingratitud. A veces, el hermano por el que más
te has preocupado es tan desagradecido como aquellos
leprosos sanados por Jesús: de diez, solo uno volvió para dar

29
las gracias. ¡Qué reconfortante el pasaje de Mateo 25: Por
cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más
pequeños, a mí lo hicisteis. Cristo está presente en mi
hermano, está ahí, en su alma, de tal manera que cuidar de mi
hermano es como cuidar de Cristo mismo. ¡Insondable
misterio, pero precioso privilegio!
Ahora bien, lo singular de la vida cristiana es que el amor
de Cristo nos estimula no solo por vía de ejemplo —alguien a
imitar—, sino que nos da su amor real, vivo, a través de su
Espíritu en nosotros.
Esta realidad no la encontramos en ninguna otra religión.
Gandhi es un ejemplo para muchos. Su memoria histórica
estimula, pero nada más. El cristiano, en su servicio a los
demás, tiene dos grandes herramientas: el ejemplo
extraordinario de Cristo y su propio amor que me es
transmitido por la acción del Espíritu Santo.
El amor al pueblo de Cristo
El amor a Cristo, si es genuino, lleva de forma natural a
amar a la Iglesia. El discípulo no puede decir que ama a Cristo
si no ama a sus hermanos que forman el cuerpo de Cristo. El
compromiso con Dios implica compromiso con el pueblo de
Dios. Esta segunda motivación es, por tanto, consecuencia de
la anterior. De tal manera que nuestro lema-resumen en el
cuidado de mis hermanos debería ser: por amor a Cristo y
para edificación de la Iglesia.
Observemos con detalle el texto de Gálatas. Su traducción
literal sería: “De los otros, sobrellevad las cargas”. Pablo pone
el genitivo “de los otros” al comienzo de la frase para marcar

30
un énfasis. Con esta construcción gramatical, el Apóstol nos
quiere recordar un principio importante: la vida cristiana no
es un asunto de “Dios y yo solos”; el cristiano solitario es
incompatible con la enseñanza del Nuevo Testamento. Por
supuesto que la fe tiene una dimensión íntima, personal, que
debe ser respetada.
Pero la fe cristiana va mucho más allá de lo privado: tiene
unas implicaciones comunitarias inevitables.
Nos guste o no, al nacer de nuevo —la conversión—
entramos a formar parte de una familia en la que
—como sucede en toda familia— no nos es dado escoger a
nuestros hermanos. ¡No conozco a nadie que haya tenido la
oportunidad de escoger a sus hermanos de sangre!
La enseñanza bíblica es clara: somos un cuerpo y nos
pertenecemos los unos a los otros: Vosotros, pues, sois el
cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular... Que
los miembros se preocupen los unos por los otros... De
manera que si un miembro padece, todos los miembros se
duelen con él, y si un hermano recibe honra, todos los
miembros con él se gozan (1 Corintios 12:25-27).
No es una opción, sino una obligación
El texto de Gálatas usa el modo imperativo:
“sobrellevad”. Es un mandamiento, no una opción
voluntaria. Algunos piensan que cuidar al hermano es
responsabilidad propia del pastor y de los ancianos o diáconos
de la iglesia. Ciertamente, estos tienen una responsabilidad
especial. Pero a todo creyente, sin excepción, se le exhorta a
preocuparse por los otros miembros del cuerpo. Este es, en

31
esencia, el principio evangélico del sacerdocio universal.
El cuidado pastoral no es una tarea reservada para unos pocos
miembros
especializados, sino el privilegio y el deber de cada
creyente. ¡Qué contraste con otras religiones tan de moda
hoy! Su énfasis en el beneficio exclusivamente personal las
sitúa a años luz de la pastoral y la ética del Nuevo Testamento.
El budismo, por ejemplo, desconoce por completo esta
dimensión de cuerpo, y su único énfasis comunitario se refiere
a la fusión del yo personal en un todo cósmico después de la
muerte.
Nuestro celo en la práctica de este mandamiento
—cuidar del hermano— no debe apagarse por las
“manchas y arrugas” de mi iglesia o de mi hermano.
La iglesia no es una comunidad de justos donde escasea el
pecado, sino una comunidad de pecadores donde abunda la
gracia. Esta debe ser nuestra visión. Así, nuestras expectativas
serán realistas y evitaremos caer en el desánimo al descubrir
que la perfección solo la alcanzaremos en el cielo. Mientras
tanto, todos estamos en la “tintorería”, siendo
“lavados” —transformados— por el Espíritu Santo en el
proceso de la santificación. Si alguien va a la iglesia esperando
ver solo ropas blancas, encontrarla acabada ya de lavar, no ha
entendido ni la naturaleza de la iglesia ni el proceso de
transformación que se está realizando desde el nuevo
nacimiento.
2. LA PUESTA EN PRÁCTICA: ¿CÓMO HACERLO?
Una vez tenemos la motivación correcta, ¿cómo poner en

32
práctica esta exhortación? De nuevo, el análisis del texto nos
ayuda a entender su aplicación.
El verbo “sobrellevar” es el mismo que “cargar”, como
aparece en Juan 19:27, cuando Jesús carga con la cruz y
empieza a andar hacia el Gólgota. La idea en el original es la
de coger “algo que pesa”. De la misma raíz viene la palabra
“carga” —barós— en Mateo 20:12: Porque mi yugo es fácil y
ligera mi carga.
Se refiere tanto a un peso físico, literal, como a un peso
simbólico o moral, algo que agobia u oprime: una
preocupación, un problema, una dificultad, una enfermedad.
Una ilustración nos ayudará a entenderlo: todos viajamos
por la vida con una mochila que puede estar más o menos
cargada (la de unos más cargada que la de otros). La idea de
“sobrellevar mutuamente las cargas” es la de coger la mochila
del prójimo y llevársela un rato. Exactamente esto es lo que
hizo Simón cuando los soldados romanos le cargaron con la
cruz que llevaba el Señor, posiblemente agotado por el peso
de la misma: Tomaron a Simón de Cirene, que venía del
campo, y le pusieron encima la cruz para que la llevase tras
Jesús. ¡Qué privilegio, sin saberlo, el de Simón! Pero mucho
mayor es el privilegio de todo creyente, porque en el acto
mismo de llevar esta cruz y morir en ella, Jesús estaba
cargando con todos nuestros pecados. Emociona descubrir
que la palabra usada en Isaías 53:4 — Ciertamente Él llevó
(cargó) nuestras enfermedades... — es la misma de Gálatas
6:2: Sobrellevad las cargas los unos de los otros.
Una vez más, el ejemplo de Jesús nos impele a hacer lo

33
mismo. Es obvio que, en un sentido, nosotros no podemos
llevar las cargas del prójimo como lo hizo Jesús: hay un
elemento de sustitución, vicario, en la muerte del Señor. Pero
en un sentido más amplio, el de compartir la carga, podemos
y debemos imitar a Cristo. Todo creyente debería anhelar este
corazón pastoral que nos lleva a acercarnos al hermano con
esta actitud: “¿Qué te pasa, puedo hacer algo por ti?, ¿te
puedo llevar la mochila un rato?”. Y no olvidemos que una de
las maneras más eficaces de hacerlo es escuchando al otro.
Saber escuchar al hermano es una excelente manera de
sobrellevar su carga.
Hay un pasaje en el Nuevo Testamento que describe con
precisión algunas formas prácticas de sobrellevar las cargas: Y
considerémonos unos a otros, para estimularnos al amor y a
las buenas obras, no dejando de reunirnos como algunos
tienen por costumbre, sino exhortándonos, tanto más cuando
veis que este día se acerca (Hebreos 10:24-25). Veamos estas
cuatro formas prácticas de cuidar al hermano:
“Considerémonos unos a otros”
Se refiere a la actitud de tomar la iniciativa y preocuparse
por el hermano. Es simplemente “tener en cuenta” al otro, no
dejarlo de lado. A veces basta con un “¿cómo estás?” sincero,
sentido, que refleja todo el amor que sentimos hacia esta
persona. Otras veces, incluso sobran las palabras, y la misma
actitud de amor se transmite con una simple mirada a los
ojos, penetrante, consoladora, una mirada que habla sola y
que dice silenciosa: “¿Qué te pasa, hermano, te puedo ayudar?
Estoy a tu lado si me necesitas”. Una carta o postal en

34
momentos especiales, una simple llamada telefónica al
hermano enfermo o atribulado, una visita en su casa o en el
hospital son otras formas prácticas de
“considerarnos unos a otros” y que enriquecen mucho la
vida de la congregación.
“Para estimularnos al amor y a las buenas
obras”
Todos conocemos personas cuya presencia nos contagia de
un buen ánimo y nos enriquece. Su vida es una inspiración
que nos estimula de forma positiva. Transmiten el amor y la
paz de Cristo. En una palabra, nos son modelos. La
conversación con ellos o la simple convivencia un rato a su
lado nos motiva a imitarles porque, en realidad, ellos son
imitadores de Cristo. Esta es una forma excelente de
“guardar” y cuidar de mi hermano: siendo un estímulo en
su vida cristiana. Lo opuesto, ser un motivo de tropiezo, es un
grave pecado que el Señor condenó con dureza (Mateo 18:6-
7).
“No dejando de reunirnos”
A primera vista puede sorprender esta frase en un contexto
de cuidado pastoral y estímulo mutuo.
Pero su inclusión aquí es muy significativa. ¿Por qué y para
qué vamos a los cultos en la iglesia? ¿Solo para recibir? ¿La
meta es sentirme bien yo? Por supuesto, recibimos bendición
del culto, pero no podemos ir a la iglesia solo para recibir.
Vamos para dar tanto como para recibir. De ahí que la
asistencia al culto en sí misma sea muy importante, porque
con ella expreso no solo mi compromiso con Dios, sino

35
también mi amor hacia el hermano. Mi presencia en la iglesia
es un gran estímulo para mis hermanos, de la misma manera
que mi ausencia duele, entristece.
No hay sentimiento más desolador que ver bancos vacíos,
los huecos dejados por hermanos que “han dejado de
reunirse”. Esta es la razón por que no podemos aceptar la
expresión peyorativa de
“calientabancos”. ¡Bienvenidos sean los
“calientabancos”! Su presencia en la iglesia es muy
importante, porque con su sola asistencia nos transmiten
amor fraternal y nos estimulan.
“Exhortándonos”
El verbo “exhortar” en el original tiene una gran riqueza de
matices. Puede significar animar, estimular, consolar,
fortalecer, interesarse por.
Transmite una idea básica: preocuparse por el otro y darle
un trato afable. Se trata más de una actitud que de una
actividad; no tanto algo que se hace, sino una forma de ser. Es
muy interesante observar cómo el nombre dado al Espíritu
Santo — Parakletos— deriva justamente de este mismo verbo
“exhortar”
— parakaleo—, de tal manera que la tarea que realizamos
al “exhortarnos unos a otros” es, ni más ni menos, un eco —
imperfecto— de la preciosa obra que el Espíritu Santo realiza
en el creyente. Él es el Consolador por excelencia, y nuestro
objetivo al
“exhortarnos unos a otros” es proporcionar también
consolación.

36
No es casualidad que de este versículo, y de otros
parecidos, haya derivado la antigua y bella expresión cura de
almas, tan común en la Iglesia primitiva; curar es interesarse
por, animar, fortalecer, dar. Puesto que la cura de almas,
como hemos visto, no es tanto una actividad como una
actitud, la falta de tiempo no puede ser excusa para darles a
mis hermanos este trato afable.
Para concluir este punto, quisiera compartir un poema
anónimo que siempre ha ocupado un lugar especial en mi
corazón. Desde la adolescencia me ha parecido un formidable
resumen para toda una vida: Una sola vez por este mundo
pasaré.
Si hay alguna palabra bondadosa que pueda hablar,
alguna noble acción que pueda hacer, diga yo esta palabra,
haga yo esta acción ahora, porque no pasaré más por aquí.
3. LOS RESULTADOS:
¿QUÉ CONSECUENCIAS TIENE?
La práctica de sobrellevar las cargas mutuamente tiene
unas consecuencias importantes en dos esferas: Por un lado,
influye sobre la iglesia; es la esfera comunitaria. Por otro lado,
tiene consecuencias en mi vida personal. Analicemos cada una
de ellas:
La edificación de la iglesia
El cuidado fraternal mutuo es fruto del amor, pero al
mismo tiempo transmite amor. Por ello atrae, tiene un
poderoso efecto magnético a su alrededor.
Este fue uno de los “secretos” del crecimiento de la iglesia
primitiva. La iglesia de Jerusalén fue un modelo en esta noble

37
tarea de cuidar al hermano. No es de extrañar que el pueblo
los alababa grandemente y los que creían en el Señor
aumentaban más, gran número así de hombres como de
mujeres (Hechos 5:13-14).
Este corazón pastoral de todos los miembros produce un
crecimiento de la iglesia en número porque es un testimonio
poderoso. Hoy hablaríamos de un fuerte impacto
evangelístico. Ello es especialmente cierto en nuestra sociedad
llena de gente sola que busca con ahínco “calor de hogar”, una
mano que apoya, una sonrisa que simpatiza, un gesto de
entrega. ¡Cuántas personas se quedaron en la iglesia y
llegaron a la conversión “porque el primer día se interesaron
por mí, me vinieron a decir algo, me dieron calor de hogar”!
Una iglesia donde los unos sobrellevan las cargas de los
otros viene a ser un hogar, una familia de familias que da
cobijo al desamparado (cf. Salmo 68:6).
Es en este aspecto, entre otros, que la iglesia puede ser
comunidad terapéutica, instrumento de sanidad para un
mundo doliente. Hoy son muchas las personas abatidas por la
angustia, la depresión o la soledad, heridas por relaciones
rotas o familias infernales que deambulan por la vida como
débiles y perniquebradas (Ezequiel 34:16). Son estas
personas las que se acercarán a la iglesia buscando que
alguien las ayude a llevar su carga. Debemos estar alerta para
preocuparnos por su situación, dispuestos a llevarles “la
mochila” un tiempo, es decir, escucharlas, comprenderlas y,
sobre todo, amarlas con el amor de Cristo, quien mostró
profundo interés por todos aquellos que “tenían necesidad de

38
médico”.
Por otro lado, esta actitud de “cura de almas” es uno de los
instrumentos más poderosos de la Iglesia para lograr un
crecimiento adecuado no solo en número, sino también en
madurez. El cuidado mutuo no solo es fuente de crecimiento
cuantitativo, sino también de edificación espiritual. Lo
veíamos antes, al considerar el efecto modelo de aquellos que
nos estimulan al amor y a las buenas obras. Esta es la
enseñanza clara de Pablo. Siguiendo la verdad en amor
crezcamos en todo en Aquel que es la cabeza, esto es, Cristo...
todo el cuerpo recibe su crecimiento para ir edificándose en
amor” (Efesios 4:14-15). Cuando me preocupo por mi
hermano, le escucho y me intereso por sus problemas y
necesidades estoy contribuyendo al crecimiento espiritual de
toda la iglesia y al mío propio.
La aprobación de Cristo mismo: “Porque a su
tiempo segaremos si no desmayamos”.
Esta es la promesa firme del Apóstol en nuestro texto de
Gálatas. ¿En qué consistirá la siega y cuándo será? Ante todo
conviene observar que la siega no ocurrirá cuando a nosotros
nos guste o cuando queramos. A veces tenemos prisa por ver
los resultados de nuestro trabajo. La siega será a su
tiempo. La expresión original significa en el momento
maduro, en la estación idónea. El tiempo de la siega no lo
marcamos nosotros, sino el Señor.
¿Y en qué consistirá la siega? ¿Cuáles serán los resultados?
El cuidar de mi hermano sobrellevando sus cargas tiene
recompensas hermosas aquí y ahora. Ya hemos visto el efecto

39
benéfico sobre la vida de la iglesia. Podríamos mencionar
también la gratitud de aquellos que reciben nuestra “cura de
almas”, aunque ello —como ya hemos
mencionado— no ocurre siempre. Igualmente, el hecho en
sí de darse a otros y hacerles bien ya contiene un elemento de
satisfacción personal, de manera que la mejor recompensa es
sentirse útil al prójimo.
Sin embargo, todos estos aspectos positivos y agradables
quedan relegados a un lugar secundario cuando los
comparamos con la más grande de las recompensas: el
galardón que Cristo mismo nos dará cuando entremos en su
presencia.
Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre
mucho te pondré. ¡Este es el diploma por excelencia!
Jesús mismo les dijo a sus discípulos que cualquiera que dé
a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente...
no quedará sin recompensa (Mateo 10:42). Por ello, Pablo
nos exhorta: Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como
para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del
Señor recibiréis
la recompensa de la herencia, porque a Cristo el
Señor servís (Colosenses 3:23-24). Por tanto, no debemos
esperar el reconocimiento y la aprobación aquí y ahora de
nuestros hermanos, sino de Cristo y en el futuro. Ello nos
evitará decepciones innecesarias.
Este pasaje donde se nos exhorta a sobrellevar los unos las
cargas de los otros termina con un sano toque de realismo: No
nos cansemos, pues, de hacer el bien, porque a su tiempo

40
segaremos si no desmayamos. Pablo tiene una gran
experiencia de entrega a los hermanos y tiene los pies en el
suelo.
¡Cuidado! Sobrellevar las cargas de otros desgasta mucho.
Es un ministerio esforzado del que uno se cansa con facilidad.
Por ello nos avisa, porque lo natural es el cansancio. De ahí la
gran necesidad de tener los ojos de la fe que remontan la
mirada por encima de lo visible —un panorama no siempre
halagüeño— y nos dan la certeza de lo que esperamos y la
convicción de lo que no se ve. Este fue el caso de Moisés, un
hombre que pudo sobrellevar las cargas de los otros —de todo
un pueblo— porque se sostuvo como viendo al Invisible
(Hebreos 12:27).

Así que, según tengamos la oportunidad,


hagamos bien a todos, y mayormente a los de la
familia de la fe (Gálatas 6:10).
Pablo Martínez Vila es médico especializado en
Psiquiatría. Vive en Barcelona y ejerce como psiquiatra y
terapeuta. Es también Presidente de la Alianza Evangélica
Española y anciano de la iglesia en C/ Verdi.

41
Francisco Mira
3
LOS RECURSOS
PARA EL CUIDADO

42
FRATERNAL
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados,
de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de
mansedumbre, de paciencia; soportándoos unos a otros, y
perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra
otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también
hacedlo vosotros.
Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo
perfecto.
Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que
asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed
agradecidos.
La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría,
cantando con gracia en vuestros corazones al Señor salmos e
himnos y cánticos espirituales.
Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo
todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios
Padre por medio de él (Colosenses 3:12-17).
En este artículo damos un paso más en cuanto a esta serie.
En el primero hemos considerado la temática del sobrellevar
las cargas los unos de los otros, en el segundo hemos
considerado cómo se planteaba en la primera iglesia de
Jerusalén, en las

43
iglesias de Asia Menor y en todo el Nuevo Testamento el
cuidado de unos a otros o cuidado fraternal.
En este trabajo vamos a considerar de qué recursos nos
provee el Señor para cuidarnos unos a otros.
Habréis observado que en el texto bíblico de cabecera
aparecen muchos de ellos de forma sintética.
También me gustaría recordar alguna de las ideas que
hasta aquí se nos han compartido y ver que este tema, como
los anteriores, pretende provocar en nosotros un saludable
deseo de cuidar a los demás, de sensibilizarnos respecto a las
necesidades de otros a nuestro alrededor, y también de
capacitarnos para poderlas atender.
En primer lugar, el cuidado pastoral o el cuidado de unos a
otros no es una tarea que deba limitarse a expertos o
especialistas. Los psicólogos y psiquiatras cumplen funciones
imprescindibles, importantes; pero el cuidado de unos a otros
es una responsabilidad que adquirimos cada uno de nosotros
como miembros de la familia de Dios.
En segundo lugar, no es una tarea exclusiva de los
responsables de la iglesia, los ancianos, los pastores y otros.
Es cierto que todos ellos adquieren responsabilidades
especiales en esta área, pero no exclusivas.
Y, en tercer lugar, toda la congregación delante del Señor

44
debe sentirse responsable y, por tanto, entregarse al cuidado
de los unos a los otros. Es, pues, una tarea para todo creyente,
y supone una actitud contraria a otra que aparece desde el
principio del mundo, con aquella desacertada pregunta
planteada por Caín: ¿Acaso soy yo guarda,
[cuidador] de mi hermano? El cuidado pastoral, el cuidado
de unos a otros, es una actitud opuesta a la que condujo a
Caín a formular dicha pregunta; implica interés y
disponibilidad.
Para ello disponemos de unos recursos que necesitamos
conocer y hacer nuestros.
Con la ayuda del Señor vamos a considerar algunos de
ellos. Son recursos espirituales, recursos que tienen un
fundamento bíblico y a la vez son prácticos. Espero que al
irlos exponiendo veamos que son instrumentos que el Señor
pone a nuestra disposición en el cuidado de unos a otros.

45
1. NUESTRA MADUREZ EN CRISTO
El primero de ellos lo encontramos en los versículos 12-15
del texto de Colosenses 3: Vestíos, pues, como escogidos de
Dios […], de entrañable misericordia, de benignidad […],
sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo
perfecto. Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a
la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo.
Nuestra persona, nuestra madurez en Cristo, es el primer
gran recurso que Dios nos ofrece en la tarea de cuidarnos
unos a otros. Debemos recordar que el cuidado pastoral
descansa sobre relaciones personales, y de ahí que nuestra
persona y la madurez de esta sea el primer y gran recurso al
cuidarnos unos a otros.
Quiero intentar explicar por qué la tarea de cuidarnos unos
a otros depende tanto de nuestra persona. La clave está en los
rasgos distintivos que este texto nos muestra acerca de la
madurez cristiana.
En la medida en que reflejemos estas cualidades estaremos
más y más capacitados para este cometido.
Son cualidades que Dios va forjando en nosotros en
relación con nuestra obediencia al Señor Jesucristo y al
evangelio. Cualidades como la misericordia, la benignidad, la
humildad, la paciencia, el amor y la paz. Cuando estas se dan
en una persona, aunque no sea de forma completa y perfecta,
la capacitará para ser sensible a las necesidades de otros y
para estar dispuesta a satisfacerlas.
El apóstol Pablo se dirige a Timoteo en su primera carta (1
Timoteo 4:16) y le dice: Ten cuidado de ti mismo y de la

46
doctrina. Pablo hace recapacitar a Timoteo en cuanto a las
elevadas responsabilidades que tiene como ministro de
Jesucristo. Para ello le señala este importante aspecto de
cuidar de su persona: Cuida de ti mismo. De aquí se
desprende que es imposible que cuidemos de otros si no
sabemos cuidar de nosotros mismos, o dicho de otra manera,
en la medida que sepamos cuidar de nosotros mismos, eso
nos va a capacitar para ser cuidadores de otros.
El segundo mandamiento también arroja luz sobre esta
cuestión. Dice: Ama a tu prójimo como a ti mismo; y fijaos
que, de una forma a veces superficial, interpretamos este
versículo de una manera que creo que no es correcta. Fue
Walter Trobisch quién desarrolló esta idea en su libro Ámate
a ti mismo:
“Solemos decir que, ya que nosotros somos egoístas y como
tales nos preocupamos de nosotros mismos, el Señor nos pide
que con ese mismo amor egoísta podamos amar a otros. Pero
fijaos que el texto bíblico no dice: ‘Ama a tu prójimo en lugar
de a ti mismo’ y tampoco dice ‘Ama a tu prójimo a pesar de ti
mismo’. Dice: Ama a tu prójimo como a ti mismo”.
Es cierto todos nosotros tenemos un amor propio egoísta
que es innato a nosotros y resultado del pecado. ¿Quién no
piensa, casi de manera natural, en primer lugar en él y en sus
necesidades? Pero la Palabra del Señor nos enseña que hay
otro amor propio sano que no es el resultado del egoísmo y
que no es innato, a diferencia del primero; es el resultado de
haber adquirido un nivel de aceptación y de amor de nuestra
persona sin el cual es imposible amar a otros. Si yo no me amo

47
a mí mismo, si yo no sé cuidar de mí mismo, difícilmente voy
a poder cuidar de otros.
Es por ello, hermanos, que si queremos ser cuidadores de
otros, tenemos que empezar por conocernos y aceptarnos:
Que cada cual tenga un concepto adecuado de sí mismo, ni
más alto ni más bajo (Romanos 12:3). Esto es parte integral
del mensaje de la Palabra del Señor. Una persona que no se
acepta a sí misma básicamente (completamente no nos
aceptamos nadie, todos tenemos cierto nivel de insatisfacción
propia), difícilmente va a poder aceptar a otros, porque está
en tensión consigo mismo. Lo mejor de sus fuerzas
emocionales las emplea en resolver conflictos propios y le
queda poco para poderse interesar por otros.
Todos estamos en un proceso de maduración personal y
espiritual, y cuanto mayores sean nuestros avances en ese
crecimiento personal y espiritual, mayor ayuda podremos
brindar a otros.
Cuida de ti mismo. Si quieres cuidar de otros, empieza por
cuidar de ti mismo. Observemos que el cuidado de otros no
depende tanto de la cantidad de cosas que hagamos por ellos;
depende más de nuestra actitud, de nuestra relación personal
con ellos. En ese sentido es muy importante el cuidado de
nosotros mismos.
Paul Tournier, hablando del terapeuta, dice: “No son las
técnicas ni los conocimientos teóricos los que hacen a un
verdadero terapeuta fructífero en su desempeño profesional.
Estos tienen su lugar y su importancia, pero la clave está en la
persona del terapeuta. Cuanto más maduro y estable es un

48
terapeuta, más fructífero será en su labor profesional”.
Hermanos, el cuidado de otros depende de nuestro
crecimiento personal, de nuestra madurez espiritual; y, por lo
tanto, tenemos aquí un primer frente en el cual invertir
nuestras energías; porque en la medida que nos cuidemos,
podremos cuidar de otros.

49
2. LAS ESCRITURAS
En segundo lugar, las Escrituras son otro recurso inmenso
para utilizar en el cuidado a los demás. Me encanta la forma
en que el Apóstol lo expresa en este texto: La palabra de
Cristo more en abundancia entre vosotros, enseñándoos y
exhortándoos. Fijaos en que dice “more”, la palabra de Cristo
habite, tenga un lugar físico real en nuestras vidas. Cuando
eso sucede, afecta muy positivamente a nuestra relación con
otros.
La cuestión es dónde comemos, cuál es el alimento
principal de nuestra vida. El texto no dice:
“Recitaos la Escritura”. Dice: La palabra de Cristo more en
abundancia en vosotros. No de cualquier forma, sino
abundantemente. Difícilmente podremos llevar a cabo el
cuidado fraternal al margen de la Palabra de Dios; esta nos
hace cada vez más maduros, más completos, y es uno de los
instrumentos que Dios quiere utilizar en el cuidado de unos a
otros.
En la Palabra de Dios se encuentra toda la sabiduría y toda
la Revelación de Dios. Quien conoce bien la Palabra de Dios
sabe que esta contiene aplicaciones sobre cualquier área de la
vida. Si no de una forma explícita, sí nos proporciona
principios que podemos aplicar en todos los aspectos de la
vida. Por eso, cuando estamos cuidando de otros y
relacionándonos con otros, debemos preguntarnos: ¿Qué dice
el Señor en cuanto a cada situación? Si tengo que acompañar
o aconsejar a un hermano respecto a la pérdida de un ser
querido, si un hermano ha perdido su empleo,

50
¿qué dice la Palabra de Dios al respecto? ¿Qué le puedo
decir a ese hermano con una base bíblica?
Porque el cuidado debe estar informado por la Palabra de
Dios.
Me gusta mucho una sección del Nuevo Testamento que
han editado “los Gedeones” (una organización cristiana de
hombres de negocios).
Hay unas páginas al principio donde pone: Si te encuentras
en tal situación, lee tal texto. Han elaborado una larga lista de
situaciones concretas. Y
creo que esas indicaciones revelan de alguna forma algo de
lo que queremos decir. Existen porciones de las Escrituras
adecuadas para cualquier experiencia por la que pase
cualquier ser humano. De ahí la necesidad de conocer la
Palabra del Señor, de que esta more en abundancia en
nosotros, para poderla aplicar entre nosotros. En ella
encontramos palabras de consejo, dirección, estímulo y aviso
que podremos compartir con otros. Esto no quiere decir que
seamos expertos en recitar textos bíblicos de forma fría e
insensible. Al contrario, debemos estar muy familiarizados
con la Palabra para hacer un uso adecuado y sabio de ella en
cada momento.
También quisiera destacar en este apartado la importancia
que tiene la predicación. Cuando vamos a la iglesia —ya sea el
domingo o en cualquier otro momento de la semana—,
debemos hacerlo con una expectativa importante, conscientes
de que vamos a escuchar la Palabra del Señor, dispuestos a
recibir lo que me quiere decir la Palabra del Señor. ¡Escuchar

51
un mensaje basado en la Palabra del Señor es todo un
privilegio! Lloyd-Jones habla de la predicación como el
instrumento que Dios a través de su Espíritu utiliza para
aplicar las verdades eternas a la situación personal de cada
creyente. Él era un convencido del valor que tiene la
predicación en el cuidado del creyente. Por ello, escuchar una
predicación puede ser todo un motivo de consuelo, de desafío,
de inspiración dependiendo de cuál sea nuestra situación o
necesidad. ¡Qué gran responsabilidad la de los predicadores!
¿Y qué diremos de los estudios bíblicos en grupos
pequeños? Ahí la Palabra de Dios se convierte en el recurso
por excelencia para ministrar a los hermanos. Para el
crecimiento hacia la madurez, la Palabra es imprescindible.
Por tanto, la Palabra es el segundo gran recurso que el Señor
pone a nuestra disposición.
3. LA ADORACIÓN
El texto sigue diciendo: Cantando con gracia en vuestros
corazones con salmos [porciones de la Palabra de Dios],
himnos [aquellas secciones que tienen todo un rico contenido
doctrinal], y cánticos espirituales
[quizás canciones no de un contenido tan alto a nivel de
doctrinal, pero sí inspiradoras espiritualmente hablando].
La alabanza y la adoración son, pues, otro recurso que Dios
pone a nuestra disposición en cuanto al cuidado de los unos a
los otros.
En un sentido, la adoración y la alabanza son la expresión
de nuestra relación personal con Dios.
Por ello, uno se puede preguntar cómo a través de la

52
adoración y la alabanza puedo cuidar a otros.
Creo que, por el hecho de que la alabanza y la adoración
impliquen el reconocimiento de Dios, de su grandeza, de su
poder, de su cuidado e interés por nosotros, eso en sí mismo
nos hace bien y renueva nuestra perspectiva. La adoración
tiene lugar a veces en medio de situaciones felices, pero otras
veces se da en medio de situaciones difíciles.
Hay un himno que hace referencia a una de esas
situaciones. Una de sus estrofas dice: “De maneras
misteriosas suele Dios aun obrar […]. No juzguéis por los
sentidos los designios del Señor si parece que las pruebas
contradicen su amor. Descansad en sus promesas, en su
gracia descansad”. ¡Qué bueno es y cuánto bien nos puede
hacer cantar estos himnos, a veces en medio de momentos de
gran tribulación!
Creo que poder incorporar esa dimensión a la adoración,
no solo personal sino comunitaria, se convierte en un recurso
que Dios pone a nuestra disposición en el cuidado de unos a
otros. Viene a mi mente y nos sirve para ilustrar esta idea el
caso de Pablo y de Silas. Os confieso que, cuando ellos
estuvieron en la cárcel de Filipos, me habría gustado verlos
por alguna rendija. Se nos dice que, en un momento, después
de los azotes y demás contrariedades, en el fondo del
calabozo, Pablo y Silas empezaron a cantar; y podemos
preguntarnos por qué cantaban en aquella situación. Era un
momento realmente desagradable, difícil. Pablo y Silas
empezaron ambos a cantar, a adorar al Señor.
No hay una explicación fácil de tal conducta; pero de lo que

53
sí podemos estar seguros es del efecto benefactor, consolador
y estimulante que tendría aquel tiempo de adoración en aquel
lugar tan desolador: la cárcel.
Y además, ¿qué efecto tendría sobre los que le rodeaban?
Cuando aun en medio de situaciones difíciles podemos adorar
al Señor (la adoración no se expresa solo de forma musical),
eso nos infunde ánimo y estímulo y despierta en nosotros
fuerza interior, por ello creo que es importante la adoración
como recurso.
Así que, cuando nos reunimos como
congregación y cantamos al Señor juntos, Dios nos está
ministrando; pero también nos estamos ministrando unos a
otros. Por ello, el texto dice: Cantando con gracia en vuestros
corazones, en vuestro ser. Los himnos que cantamos al Señor
son indirectamente mensajes que nos dedicamos también
unos a otros. ¡Ojalá que nuestra adoración no caiga en la
rutina, sino que podamos cantar conscientes del privilegio de
conocer a Dios, de su Salvación y de la bendición de sus
promesas!
Entonces esta adoración, sin lugar a dudas, se estará
convirtiendo en un precioso recurso para el cuidado de unos a
otros, para el estímulo de unos a otros.
Si nuestra vida es una constante experiencia de adoración,
estarás contribuyendo de forma determinante al cuidado de ti
mismo y de otros.
4. LA ORACIÓN
No aparece de una forma explícita en este texto, pero creo
que no sería difícil encontrar en las páginas del Nuevo

54
Testamento el valor que tiene la oración como recurso para el
cuidado de unos a otros. El planteamiento es sencillo, pero
poderoso:
¿Queremos cuidar al hermano? Pues oremos por dicho
hermano.
La intercesión es uno de esos recursos únicos que el Señor
nos da. A través de la oración reconocemos nuestra
dependencia de Dios, nuestras limitaciones y a la vez su
poder. En ocasiones, cuando un hermano está pasando por
situaciones difíciles
—una pérdida importante, un ser querido, una relación, un
trabajo—, la oración se convierte en un recurso que el Señor
pone a nuestra disposición.
Podemos acudir a nuestro Padre celestial, quien nos ama,
nos cuida y puede hacer aquello que nosotros no podemos
hacer.
La oración es un recurso espiritual de primer orden.
Cuando nosotros no sepamos o no podamos satisfacer
necesidades que vemos en nuestros hermanos, traigámoslo en
oración al Señor. Es una forma frecuente de lo que podríamos
llamar cuidado invisible, pero no por ello menos valiosa.
Cuando en el futuro estemos en la presencia del Señor, él
nos revelará estas cosas y nos permitirá entender quién nos
estuvo apoyando y sosteniendo en oración a través de aquellos
momentos tan difíciles por los que pasamos. Nos llevaremos
grandes sorpresas en ese terreno. En la iglesia, como cuerpo
que es, tenemos que estar orando unos miembros por otros,
por situaciones concretas y también por situaciones en

55
general que tienen que ver con la vida de cada uno de los
hermanos. Por todo esto, afirmamos que la oración es un
recurso de Dios en el cuidado pastoral.
Normalmente, al orar pueden pasar dos cosas: En primer
lugar, puede ser que el Señor cambie las circunstancias por las
cuales le estamos pidiendo; él tiene poder, y por eso al orar
tenemos que venir persuadidos de esto, convencidos de que el
Señor puede, de que para él no hay nada imposible. En
segundo lugar puede ocurrir que el Señor cambie la
perspectiva que tenemos de esa circunstancia. Un ejemplo nos
puede ayudar a entender esto. El apóstol Pablo, en un
momento concreto de su vida, pidió al Señor que le quitase un
aguijón, y lo hizo repetidas veces. Pero el Señor no se lo quitó.
La respuesta no fue cambiar las circunstancias. Lo que sí hizo
el Señor fue ayudarle a cambiar la perspectiva que tenía de
aquella situación. Le dijo: Bástate mi gracia; porque mi
poder se perfecciona en la debilidad.
Por ello, cuando oramos al Señor podemos estar seguros de
que él siempre responde. No siempre como esperamos o como
nosotros creemos que debería responder. Pero el Señor
siempre responde.
La oración es fuente de poder y tenemos que hacer uso de
ella en el cuidado de unos a otros.
5. EL ARTE DE CONVERSAR Y ESCUCHAR
Creo que encontraríamos una larga lista de ejemplos a lo
largo de todo el texto bíblico en cuanto a la importancia que
tiene la conversación y también el escuchar.
El mismo Señor Jesucristo es modelo para nosotros. Nadie

56
mejor que él utilizó las palabras de la conversación para traer
luz, dirección, consuelo.
Pensemos en la conversación que tuvo con la mujer
samaritana y en cómo transformó la vida de aquella mujer. Se
acercó a por agua solamente, pero encontró algo mucho más
valioso.
El arte de conversar y la capacidad de escuchar,
¡cuán necesarios son! Ambos implican dedicar tiempo e
interés hacia los otros. Necesitamos aprender a comunicar
inquietudes, alegrías, dudas y decepciones en la conversación
de unos con otros.
También implica saber hacer preguntas adecuadas según el
momento, considerar lo que decimos y cómo lo decimos. La
lengua es un instrumento poderosísimo: para bien, para
edificación o para destrucción del hermano. Sí, las palabras
pueden ser demoledoras o consoladoras.
En cuanto al escuchar podríamos decir también muchas
cosas. Quizá una de las mayores necesidades en la vida del ser
humano es el saberse escuchado. Cuando uno sabe que otro le
esta escuchando, la soledad, esa experiencia tan difícil que
caracteriza la vida de toda persona, se difumina; uno se sabe
valorado, entendido. Solo el hecho de poder encontrar a
alguien que nos escuche ya nos alivia; a menudo no nos
proporcionará una solución específica o definitiva para esa
situación por la que estamos pasando, ¡pero cuánto bien
recibimos!
Por ello, el saber escuchar es algo que el Señor puede y
quiere utilizar en el cuidado mutuo.

57
Cuando uno se interesa por el otro, permite que este pueda
compartir necesidades, inquietudes, cargas íntimas que
quizás le están preocupando. En ese proceso, escuchar
debería ser la meta. Cuando preguntamos a alguien, dejemos
que hable; cuando estamos escuchando a alguien, empezamos
a comprender su situación y quizás al final podamos ayudarle,
pero solo hacía el final. Animémonos y dispongámonos a
permitir que los hermanos puedan compartir y aligerar sus
cargas con nosotros.
Escuchar significa también aprender a leer lo que la
persona no dice, esto es lo que llaman los especialistas
lenguaje no verbal. Cuando uno sabe escuchar bien, quiere
decir que es alguien que sabe escuchar también con la mirada,
porque visualmente puede darse cuenta, por el semblante, por
la forma de hablar, de que le pasa algo. Su tono de voz o
alguna de sus reacciones evidencian que algo no anda bien. Es
entonces, cuando estamos escuchando los mensajes que se
emiten no de forma audible sino de forma observable, cuando
podremos ayudar a otros.
Tenemos, pues, que aprender a utilizar este doble recurso
—la palabra y la escucha— para poder ayudarnos unos a otros.
6. LA COMUNIÓN FRATERNAL
En este recurso se incluyen muchos otros; pero, con el fin
de presentarlo de una forma concreta, voy a usar la expresión
“comunión fraternal”.
La salvación que Dios nos da en Cristo es una salvación
personal, pero no individualista. Dios nos acepta como hijos y
nos coloca en la familia de la fe.

58
La pertenencia y estancia en esta nueva familia se convierte
en un recurso inigualable en el cuidado de unos a otros. En
ese contexto podemos expresarnos amor, perdón, corrección,
etc. ¡Cuán necesario es todo esto y cuánto depende de ello
nuestro crecimiento espiritual y personal!
En la primera carta de Juan, de una forma clara y
contundente, el Apóstol dice que, si amamos a Dios a quien no
vemos, eso se debe mostrar en que amamos a quien vemos: al
hermano. Y añade que, si uno tiene bienes terrenales y ve
pasar necesidades a su hermano, debe cubrir esas
necesidades. Sí, el cuidado y la comunión fraternal tienen
implicaciones prácticas, tienen que ver con lo material. Cuidar
a un hermano, en algunos momentos concretos significará
proveerle de lo necesario en ese nivel. Si yo soy consciente y el
Señor me da recursos, debo con amor y con gozo compartir
con ese hermano.
A veces no es una necesidad material. La hospitalidad es
otra forma en la que se expresa la comunión fraternal: el
comer juntos, el pasar tiempo juntos, el poder estar
compartiendo momentos de comunión unos con otros,
¡cuánto bien nos hace!
Otra forma que toma este recurso es la del servicio en la
congregación. Los ministerios que el Señor nos da son
recursos para el cuidado de unos a otros. Cuando servimos a
otros, los estamos cuidando. Si tienes el don de la visitación
de enfermos, esa otra expresión del uso de los dones en la
comunión fraternal.
No me gustaría dejar otra expresión de la comunión

59
fraternal que considero muy importante: la asistencia a los
cultos, la participación en las diferentes reuniones de la iglesia
en grupos pequeños. Todo esto tiene un lugar importantísimo
en el cuidado de unos a otros: No dejando de congregaros,
como algunos [empiezan a tener ya] por costumbre. El solo
hecho de estar junto a mis hermanos, eso ya es cuidarlos y
recibir cuidado. La comunión fraternal es un instrumento
riquísimo en el cuidado de los unos a los otros.
En los casos más difíciles, con ese realismo que caracteriza
al texto bíblico, el apóstol Pablo nos habla de soportarnos. A
veces el soportarnos será una forma de cuidarnos unos a
otros. La comunión fraternal nos coloca en una disposición
ideal para satisfacer las necesidades de otros y ser sensibles a
ellas; pero eso no siempre es posible, o al menos no depende
totalmente de nosotros. A veces, lo único y lo mejor que
podremos hacer por los hermanos es soportarlos.
CONCLUSIÓN
Estos son, pues, algunos de los instrumentos que el Señor
pone a nuestra disposición. La lista podríamos hacerla mucho
más extensa, pero creo que estos seis recursos que hemos
tratado —nuestra persona, las Escrituras, la oración, la
adoración, el conversar y escuchar, y la comunión fraternal—
son recursos bíblicos y espirituales que el Señor pone a
nuestra disposición.
Quiero concluir con un texto que hace referencia a un
elemento común a estos seis recursos que el Señor nos
menciona en su Palabra. Se trata de un texto que encontramos
en dos secciones de la carta del apóstol Santiago:

60
Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis
perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna [que sean
cubiertas todas vuestras necesidades]. Y si alguno de vosotros
tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos
abundantemente y sin reproche, y le será dada (Santiago 1:4-
5).
Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura,
después pacífica, amable, benigna, llena de misericordia y de
buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de
justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz
(Santiago 3:17-18).
Necesitamos sabiduría de lo alto para cuidarnos unos a
otros y para saber administrar estos recursos que el Señor
pone a nuestra disposición. Que él nos ayude.
Francisco Mira es licenciado en Psicología. Vive en
Barcelona y es también el Secretario General de los GBU y
anciano de la iglesia en C/ Verdi.

61
Miguel A.
Gómez Juárez
(Madrid)
¿HAY ALGUIEN?
Certamen literario “González-Waris” 2001
Mención especial
— ¡Papá! ¡Mamá! ¿Hay alguien?
Nadie contestó. Daniel entró en su casa y volvió a llamar a
sus padres, pero de nuevo no hubo respuesta. No había nadie,
la casa estaba vacía. Se dirigió hacia la habitación creyendo
que podrían haberse quedado dormidos, pero tampoco
estaban allí. ¿Dónde se habían metido?
Eran las diez de la mañana del domingo y sus padres
debían estar arreglándose para ir al culto. Él siempre llegaba a
casa unos minutos antes de que sus padres saliesen a la
iglesia, así su madre podía irse tranquila a la reunión. Era una
especie de pacto secreto entre los dos. Daniel sabía que su
decisión de dejar la iglesia había sido un gran disgusto para
ella, y hacía todo lo posible por contentarla. Pero ese día no
estaban en casa. Daniel sabía que no era normal.
Si sus padres hubiesen tenido intención de salir antes, se lo
habrían dicho, y recordaba

62
perfectamente que no le habían comentado nada.
Le dolía la cabeza y necesitaba dormir, pero antes tenía que
averiguar dónde estaban sus padres.
Llamó por teléfono a su hermano. Tenía que estar en casa,
vivía cerca de la iglesia y salía de ella diez minutos antes de la
reunión. No contestó nadie al teléfono. Ni su hermano, ni su
mujer, ni sus dos hijos. Eran las diez y cinco y la reunión
empezaba a las once. ¿Dónde estaban? A lo mejor alguno de

63
sus sobrinos se había puesto malo y estaban en el hospital.
Esperaba que no fuese nada grave. ¿Y si le había pasado algo a
su madre o a su padre?
Se estaba poniendo nervioso y necesitaba saber qué había
ocurrido. Sus padres sabían que él llegaba a casa sobre esa
hora, seguramente en unos minutos le llamarían por teléfono.
Pasaban los minutos y nadie llamaba. A las diez y cuarto
todavía no tenía noticias. Se sentó en el sofá del salón y pensó
en lo que debía hacer. Se levantó de nuevo, cogió el teléfono y
llamó a sus tíos. Estaban en casa, pero no sabían nada de sus
padres. Quedaba descartado que le hubiese pasado algo a
algún familiar. Se sentó de nuevo y respiró aliviado.
Podría haber ocurrido algo en el vecindario.
Salió de casa y tocó el timbre de los vecinos de enfrente. No
sabían nada de sus padres. Habían estado toda la noche en
casa y no habían oído nada extraño. Daniel les pidió disculpas
por haberlos levantado de la cama y volvió a entrar en casa.
Se dirigió a la mesilla del salón y cogió la agenda telefónica.
Seguramente había pasado algo en la iglesia. Cuando ocurría
alguna urgencia, la gente de la iglesia se llamaba rápidamente
y se avisaban unos a otros. Si había alguna noticia, ellos lo
sabrían.
Eran las diez y veinte, todavía quedaría alguno que no
hubiese salido a la reunión. Llamó a la familia Martínez, que
vivía más cerca de la iglesia.
El teléfono sonó varias veces, pero nadie lo cogió.
Los Fernández tampoco estaban, ni los García. El
contestador automático de los Gálvez saltó al cuarto tono del

64
teléfono, pero Daniel colgó. ¡No había nadie! ¿Qué estaba
pasando? ¿Se había muerto alguien de la iglesia?
Un pensamiento fugaz pasó por su mente.
Rápidamente lo desechó con una sonrisa en los labios. —
¡Imposible!, ¡tienes que beber menos, Daniel!, se dijo a sí
mismo.
Se levantó del sofá y comenzó a caminar por el salón
intentando ordenar sus ideas. Cogió otra vez la agenda y llamó
a varias familias más de la iglesia.
¡Nadie cogía! ¿Qué habría pasado? Intentaba encontrar
una solución. Fue al servicio para refrescarse con agua fría. Se
detuvo unos segundos mirando su cara reflejada en el espejo.
Tenía ojeras, estaba despeinado y sin afeitar. La clásica
imagen de todos los fines de semana.
Se olvidó por un momento de su triste imagen y siguió
pensando en lo que estaba pasando. Intentaba ordenar las
piezas. Por una parte estaban sus vecinos y sus tíos, que
estaban en casa y ninguno de ellos era creyente. Por otra
estaban las familias de la iglesia. Todos eran creyentes, por lo
menos eso creía, y ninguno estaba en casa. También estaban
sus padres, que se habían ido de casa sin decirle nada.
Ellos eran creyentes convencidos, eso lo sabía Daniel muy
bien. Y finalmente estaba él, en casa, igual que sus vecinos y
sus tíos, que no eran creyentes. Las piezas del puzzle
empezaban a encajar y no le gustaba el resultado que se
vislumbraba.
Esta situación le recordaba al pasado. Muchas veces,
siendo más pequeño, se había levantado asustado creyendo

65
que había venido el Señor, se había llevado a sus padres y lo
había dejado a él. Se quedaba tranquilo después de levantarse
y comprobar que sus padres seguían durmiendo en la cama.
Ese miedo era típico de la edad y muchos de los niños de la
Escuela Dominical contaban la misma experiencia. Siendo
más mayor, se había repetido la situación. Alguna vez había
llegado a casa y al encontrarla vacía había sentido el mismo
miedo.
Pero siempre se quedaba tranquilo al escuchar la voz de su
madre o de su padre al llegar a casa.
Pero esta vez no era así. No escuchaba la voz de su padre,
ni la de su madre, ni la de nadie de la iglesia. Haciendo un
último intento por saber lo que había ocurrido, llamó por
teléfono a algunos amigos creyentes que conocía de otras
iglesias, y tampoco estaban en casa. Las reuniones empezaban
a las once o a las once y media, y no era normal que a las once
menos veinticinco todos hubiese salido hacia sus iglesias.
Sabía perfectamente que los evangélicos no eran tan
puntuales. Al pensar en esto tuvo una idea.
Buscó el número de teléfono de Carlos y Lidia.
Siempre llegaban media hora tarde a las reuniones, junto
con sus dos hijos adolescentes. ¡Tenían que estar en casa! El
teléfono sonó cinco veces y, cuando iba a colgar, oyó cómo
alguien contestaba al otro lado. Era Carlos. En cuanto oyó su
voz, Daniel colgó el teléfono. ¡Estaban en casa! Se sintió
aliviado por unos segundos. Pero otro pensamiento volvió a
preocuparle. El que Carlos y su familia estuviesen en casa
tampoco era significativo. No eran precisamente una familia

66
ejemplar. Si alguien tenía todas las papeletas para quedarse
en tierra cuando el Señor viniese ése era él, por lo menos es lo
que Daniel pensaba. Otra pieza más volvía a encajar en el
puzzle. Si el Señor había venido a por su iglesia, no era nada
extraño que hubiese dejado a la familia de Carlos y... a Daniel.
Tenía que haber otra explicación. La resaca y el sueño le
estaban jugando una mala pasada. Decidió ir al local de la
iglesia y averiguar lo que de verdad había ocurrido. Intentaba
desechar la idea de que se hubiese producido el
arrebatamiento, pero en el fondo sabía que era muy probable
que así hubiese sido. Encendió el televisor para ver las
noticias. Si miles de cristianos habían desaparecido, el mundo
tenía que ser un caos. La imagen no aparecía, ¡No había luz!
Se había ido la luz en todo el edificio.
Daniel cogió su cazadora y salió corriendo a la calle.
Miró a su alrededor en busca de algo fuera de lo normal,
pero no encontró nada.
Había poca gente en la calle, lo cual era algo muy normal
un domingo por la mañana. La iglesia estaba a diez minutos
andando desde su casa. El trayecto se le hizo eterno. Mientras
caminaba hizo un repaso al último año de su vida. ¡Cuántos
errores había cometido! Pero ahora seguramente era
demasiado tarde. ¡Ojalá pudiese volver atrás y cambiar sus
decisiones! Hacía tres años que creía que lo que el mundo le
ofrecía era mucho más atractivo que lo que veía en la iglesia.
Ahora se daba cuenta de que no era así. Quitó a Dios de su
vida, de sus decisiones, de sus metas; se rodeó de amigos no
creyentes, siguió su ritmo de diversión. Trabajaba entre

67
semana y aprovechaba los fines de semana para disfrutar al
máximo. Alcohol, chicas, música.
Todo lo que no había vivido por culpa de Dios y de la
iglesia, quería recuperarlo. Al principio fue una liberación.
Disfrutaba como nunca antes lo había hecho. ¡Iba a comerse
el mundo! Pasaron los meses y la euforia inicial fue
decayendo. Su conciencia le decía que lo que estaba haciendo
no era correcto. En el fondo se sentía insatisfecho. Cuanto
más probaba el mundo, más quería y menos satisfecho se
sentía.
Llevaba ya más de dos meses intentando encontrar un
rumbo a su vida. Se había planteado volver a la iglesia, pero
no quería reconocer que se había equivocado. Y ahora le
sucedía esto. Si el Señor hubiese esperado unos días más,
seguramente habría llegado a tiempo para irse con él. Pero ya
era tarde...
Daniel caminaba deprisa mientras todos estos
pensamientos fluían por su mente. Conforme se iba
acercando, crecía en su interior la certeza de que no iba a
encontrar a nadie en el local. Había perdido el tren, y lo tenía
bien merecido.
Llegó a la puerta de la iglesia. Había luz en el interior.
Cuando iba a entrar vio a Carlos y a su familia que también
llegaban en ese momento.
También entraron dos mujeres que no conocía. El
arrebatamiento había cogido a alguno más por sorpresa.
Entró en la iglesia, abrió la puerta de la sala de reuniones y...
¡Allí estaba todo el mundo! La iglesia estaba llena. Buscó con

68
la mirada a sus padres, y los encontró sentados en la primera
fila, esperando a que el predicador, que acababa de subir al
púlpito, comenzase a hablar.
Daniel no entendía nada. Eran las once y cuarto, y allí
estaba todo el mundo como si no pasase nada y el predicador
dispuesto a dar su mensaje, cuando lo normal es que lo
hiciese una hora después. ¿Una hora después? Daniel sonrió
al darse cuenta de lo que había sucedido. El que predicaba
confirmó su sospecha al hacer una broma sobre los hermanos
que habían olvidado adelantar el reloj una hora. Era el último
fin de semana de marzo y tocaba adelantar una hora los
relojes. ¡Qué inocente!
Se sentó en la última fila, relajado. Se había quitado un
gran peso de encima. A su lado se sentó la familia de Carlos.
Daniel no escuchó el comienzo del mensaje, porque estaba
pensando en todo lo ocurrido. Una equivocación tan tonta
había permitido que se replantease de nuevo toda su vida.
Se “conectó” al mensaje cuando estaba por la mitad.
Estaba hablando sobre la parábola del hijo pródigo.
¡Qué tema tan oportuno! Cuando el predicador terminó,
Daniel estaba llorando en su asiento. Se sentía perdonado por
su Señor. Renovó de nuevo su compromiso con Él, mostró su
arrepentimiento por todo lo que había hecho y sintió un gozo
y un descanso que nunca antes había experimentado.
Cuando terminó la reunión, se fue directamente a la
primera fila para hablar con sus padres. Estaba deseando
contarles lo que había sucedido. Ellos se sorprendieron al
verle, porque no se habían dado cuenta de su entrada durante

69
la reunión. Se preocuparon pensando que algo grave había
pasado. Cuando Daniel les contó lo que había ocurrido rieron
y lloraron junto con su hijo, y dieron gracias al Señor por todo
lo sucedido.
El domingo siguiente Daniel y sus padres entraban
por la puerta de la iglesia a las once menos cinco. Al
mismo tiempo, Carlos, su mujer y sus hijos se
arreglaban en casa para ir a la reunión.

Ángel
Olmo Romero

70
5
(Barcelona)

71
CERA O HIELO
Certamen literario “González-Waris” 2002
Mención especial
“Mejor no pregunte”, dijo precipitadamente y sin mirarme,
casi invadiendo el final de mi susurrado saludo, la anciana
sentada junto a la ventana. Su mirada parecía perdida entre
los rayos de la única luz que intentaba encender los escasos y
apagados colores de la habitación. En realidad, no era esa
mujer la causa de mi irrupción en aquella especie de cripta
ahora abierta a mi presencia. De quien yo tenía referencias
por amistades compartidas era de su compañera. La otra vieja
enferma que reposaba su decrépito y frágil cuerpo sobre una
silla entre las dos camas, alejada de la luz de la calle,
alejándose de la luz de la vida.
La miré e intenté hablarle de forma más dirigida.
No tardé en darme cuenta de que era necesario buscar el
contacto entre ambos para llevar a buen término mi saludo.
Coloqué mis manos sobre las suyas mientras apreciaba un
ligero movimiento de cabeza de la otra anciana hacia
nosotros. Creo que le debió de llamar la atención que tocara
las manos de su compañera mientras mis párpados caían...

72
Sus manos, de un color ocre claro, transmitían la sensación
del frío invernal. No tardé en notar que la riqueza de
sensaciones dibujaba pensamientos en mi mente y moldeaba
mi actitud, permitiendo dar color a aquella postal en blanco y
negro.
Preferí no abrir los ojos
para evitar ver el color de las ceras que arden mientras se
consumen y se funden
deformándose sin remedio hasta perderse en una forma
que no despierta interés ni recuerdos.
Me gustó, en cambio, cerrar los ojos porque sentía el frío
del hielo del glaciar; traía a mi mente su blanca imagen por
encima de las nieves perpetuas,

73
en lo más alto de las montañas, cubriendo como un manto
la cumbre
dispuesto, preparado para que los rayos del sol lo
conviertan en ríos de agua,
agua viva para un valle sediento de eternidad.
Pensé en el alma de aquella mujer. La imaginaba entre
escaladores profesionales que aspiran a la cúspide más alta,
que sueñan con el premio al esfuerzo. El premio de una vista
fantástica o el de un reto aceptado y vencido. Había formado
parte de expediciones que hoy escasean, expediciones que
logran encumbrar el matrimonio, la fidelidad, el amor a los
hijos y a los padres, el sacrificio por los otros, el honrar y
glorificar a Dios cada día, en cada sendero, a pesar de la
pendiente, del abismo o de la tormenta. Hoy el panorama de
las montañas del mundo es distinto. Los valles están a rebosar
de personas que no tienen el valor, ni la visión ni el deseo de
conquistar esos picos. Algunos, que retozan en la cómoda
hierba y se benefician del agua fresca del río, argumentan
haberlo intentado por el mero hecho de que un día se
asomaron a un mirador turístico durante un corto espacio de
tiempo antes de descender de nuevo huyendo del camino que
prosigue a la cima. El alma de aquella anciana no es de las que
se quedan para siempre en el valle.
Tampoco de las que alardean de haber visitado “el
concurrido mirador”, lugar donde la humanidad intenta
amordazar su propia conciencia a cambio de un cheque
envuelto en un bonito recuerdo fotográfico. Mientras sueñan
en pagar su idolatrada y falsa libertad, lanzan gestos y

74
palabras de desprecio a los que, como ella, un día decidieron
seguir el camino a la cima. Senda de alpinistas decididos que
caminan al son de sus canciones, voces coloreadas con música
para honrar y admirar lo único digno de ser honrado y
admirado. No es el paisaje, cuya belleza embelesa a los del
mirador, tampoco es el mérito del hombre o la mujer que con
valentía aceptan el reto de la montaña, ni la montaña en sí, ni
la cima, ni las águilas, ni el cielo. Todo eso ya no ayuda
cuando las máscaras caen y los ojos se apagan quedando solo
sensaciones de cera o hielo.
¿Qué es lo que despierta entonces admiración sin límites de
espacio o tiempo? ¿Cuál es la única razón para que el alma de
esta octogenaria y veterana alpinista levante aún el vuelo en
alabanza? Detrás del mirador, allí donde los que inician el
camino tropiezan y son objeto de burla de los que los tildan de
locos, hay algo en el suelo que se pega a las rodillas de los
aventureros. Mirad y ved lo que es.
Porque está ahí por y a pesar de cada uno de nosotros.
Llámalo si quieres “astillas con espinas en polvo de madera y
sangre” o simplemente “la sombra de la cruz”, pero la única
forma de seguir el camino a la cima es acoger el abrazo que
aquel hombre allí colgado y agonizando te ofrece con sus
manos abiertas. Es el abrazo del Rey que nos saca del valle,
nos retira del mirador perecedero y aburrido y libera por fin
nuestra conciencia. Su hazaña, su entereza, su resurrección,
su victoria, su Ser. Aquí está el único que despierta gritos y
cantos de alabanza en los caminantes que, como mi dulce
anciana, remontan obstáculos para algunos insalvables. Ella

75
había disfrutado junto con otros de escaladas emocionantes y
gratificantes. Pero la ascensión que ahora requería su valentía
era distinta a todas. No compartiría el descenso esta vez.
Había llegado su tiempo. Tiempo de no conformarse con la
cima. Tiempo de volar más alto y emular al águila.
Las alas de la fe deben tomar ahora forma real y abrir a sus
ojos los misterios que dan Vida.
Un inesperado y leve movimiento de las manos de la mujer
hizo correr el velo de mi imaginación, abriendo mis ojos de
nuevo. Mirada esforzada en agradecer mi presencia la que
ahora dirigía hacia mí la cansada mujer. Escasas y disneicas
palabras que servían para repasar lo ya sabido: sus hijos, mis
amigos... nuestros contactos. Puntos en común que servían
como excusa para producir nuestro encuentro. Aunque ella
había nacido medio siglo antes que yo, viajábamos en mares
similares. Al parecer iba a ser ella quien abandonara antes el
cascarón. Cascarón porque sirve para flotar, para viajar, para
vivir un tiempo. Cascarón al que progresivamente le aparecen
fisuras, decadentes grietas que algunos intentan cubrir con
engañosa brea; otros, con más desespero, parecen olvidar su
carácter de simple nave cuya misión es la de llevarnos a la
otra orilla, y se convierten en esclavos de un ídolo al que
rendir ofrendas usando a los sacerdotes de la soberbia
estética. Intento patético el de maquillar apresurada e
inútilmente un muñeco de cera que entre las manos se
deshace. En realidad no sería tan grave si no fuera porque
frecuentemente supone colocar vendas de silicona en los ojos
de la fe, succionando las posibilidades de una fructífera

76
relación con el alma. Miopes espirituales que no saben
apreciar con perspectiva el cuadro de la vida. Se observan
entre ellos a muy corta distancia buscando los detalles de la
soberbia del ser humano caído, mientras disputan por subir a
los escenarios de la moda, repletos en los últimos tiempos de
aspirantes al aplauso y adoración del prójimo. Carne de cañón
de los quirófanos acelerados en donde se suturan los ojos a los
cuadros, impidiendo apreciar con un gran angular la vida, la
vida que se acaba y la Vida que se inicia.
Incluso fracasan en los mejores intentos, pues, como
alguien dijo, “lo que no es eterno está eternamente pasado de
moda” (CSL). Ante tales pasarelas, sin duda prefiero el
escenario de la cripta, antesala de la esperanza, que invita a
relajar el cristalino espiritual y ver más allá de la aurora.
Sus haces de luz golpearán implacables sobre las paredes
delgadas del cascarón, que sin duda un día se abrirá y dejará
salir al exterior, a la vida real, su contenido. Como se
resquebrajan las capas del huevo y la crisálida dejando que la
nueva ave y la mariposa inicien una vida plena y libre.
Pienso en las posibilidades del contenido fuera del
continente.
Pienso en el precio pagado por las alas de la verdadera
libertad.
Pienso en los rayos de luz que transforman el hielo en agua.
Pienso en lo maravilloso que es abrir los ojos espirituales y
ver la realidad que nos envuelve hasta inundar nuestro ser
produciendo un gozo y una paz difícil de transmitir si no
has sentido nunca la mano del Creador y Salvador.

77
Pensando así, meditando en silencio, noté que el amor del
Señor transmite consuelo en todo momento, en tiempos
buenos y en tiempos malos.
Allí donde otros ven desiertos que evitar, Él te hace ver
campos por arar. Con simples trozos de barro que otros
desechan, Él puede diseñar vasijas para llenar. Ante el
pedernal amorfo nos hace apreciar rostros escondidos que
esperan el trabajo del cincel y el martillo. Y aquí, en la fría
caverna de la realidad y el ocaso, donde parece imposible
arrancar sonrisas de las bocas desdentadas, Él nos hace un
guiño mientras crea cuerpos llenos de gloria para sus
valientes alpinistas.
De nuevo la actitud vence a la situación. Otra vez se
confirma que el único desamparado de verdad fue Cristo en la
Cruz. A nosotros siempre nos quedará nuestro Dios. Su
presencia desde el lugar preparado en el Cielo nos da aliento,
incluso en momentos en los que la vejez, nacida ya hace años,
muere sin remedio dejando sensaciones de cera o hielo.
GBU

78
SECRETARIO GENERAL
Francisco Mira
COMITÉ EJECUTIVO
Presidente: David Burt
Vicepresidente: Rodolfo E. González
Tesorero: Jorge Saguar
Secretario: Enrique Mota
Vocales: Fernando Caballero, Francisca Capa, Daniel
Casado, Rosario Pablos, Fernando Ramos, Francisco Royo,
Manuel Suárez.

79
PRESIDENTE HONORARIO
Pablo Martínez y Stuart Park

80
CONSEJO UNIVERSITARIO
Marta Armas, Héctor Avellón, Ruth Bernal, Mirian Borge,
Juan Pablo González, Hadassa Hernández, Rubén Jover,
Laura Madrid, David Martín, Ana Mena, Jenny Mora, Laura
Nicoló, Jonathan Pérez, Lidia Pérez, Esther Prieto, Candela
Salomón, Josué Santana, Andrea Sanz, Carina Scalabrino,
Jonatán Secanella, Catherine Shepherd, José M.
Tomás, Ada Vaquero, Víctor Daniel Witoszek.

81
ASESORES
Edgard y Jane Álvarez, David Betoret, Esteban Figueirido,
Dorcas González, Daniel Monje, José Luis Montoya, Ana
Ribera, Antonio Ruiz y José M. Sánchez.

82
CONSEJO CONSULTIVO
David Andreu, David Burt, Fernando Caballero, Francisca
Capa, Santiago Capa, José Manuel Carballo, Daniel Casado,
Luis Corpas, Maísa del Val, José de Segovia, Samuel Fabra,
José Luis Fernández, Elena Flores Sanz, Timoteo Glasscock,
José Grau, Rodolfo A.
González, Rodolfo E. González, Antonio López, José M.
Martínez, Pablo Martínez, Rafael Martínez, Carlos Morales,
Enrique Mota, Eva Muñiz, Arturo Ortega, David Ortega,
Rosario Pablos, Stuart Park, Rubén Pelejero, Tomás Pérez,
Fernando Ramos, Francisco Royo, Jorge Saguar, Daniel
Santana, Pablo Joel Santana, Manuel Suárez, Juan Tenés,
Ángela Torras, Julio Torres.

83
SECCIONES PROFESIONALES
CONSTITUIDAS
Unión Médica Evangélica, Grupo de Psicólogos Evangélicos
y Asociación de Enfermería Cristiana.

«González–Waris»
XVIIICERTAMENLITERARIO
PREMIOS:
3. Podrá participar cualquier hermano 1º 250 €
que lo desee, ya que no existe ningún 2º 150 €
requisito que restrinja dicha posibilidad.
3º 100 €
4. El plazo máximo de presentación de Habrá menciones
especiales.
los artículos vencerá el 1 de noviembre de 2003.
JURADO:
5. La decisión se dará a
Los trabajos serán valorados por un
conocer antes del 6 de enero
jurado compuesto por 3 miembros del

84
del 2004. Los premios serán
Comité Ejecutivo, 2 Consejeros
enviados a los ganadores en el
Nacionales y dos estudiantes
curso de ese mismo mes. Los
del Consejo Universitario.
premios podrán ser declarados
desiertos.
TEMÁTICA:
6. Los originales deberán ser Serán admitidos todos los
firmados con seudónimo. En el
trabajos que reflejen una
interior de un sobre aparte, se
cosmovisión evangélica.
incluirán el nombre y dirección del
Dentro de este enfoque,
autor, mientras que en la parte exterior de la temática es
LIBRE.
ese mismo sobre se escribirá únicamente el seudónimo.
BASES:
7. Se requerirán el original más tres 1. Los premios serán
otorgados a los copias (a máquina). Los trabajos deberán
mejores artículos (ensayo, cuento, prosa, enviarse a:
poesía) en lengua castellana, cuya
extensión máxima será de 10 folios a GBU
doble espacio por una cara.
(XVIII Certamen Literario
2. El jurado valorará:

85
«González-Waris»)
— Originalidad y profundidad en la
Alts Forns 68, Sótano 1º
elección y tratamiento del tema.

86
08038 BARCELONA
—Tratamiento y elaboración del contenido, atendiendo a su
calidad literaria, 8. Los GBU se reservan todos los según el
género escogido.
derechos de publicación de los trabajos
— Presentación del trabajo.
presentados.
(*) Rolando González y Tuula Waris fueron dos jóvenes
estudiantes cuyo compromiso con el Señor y la dedicación a
su obra resultaron siempre un motivo de inspiración. Ellos
partieron para estar con el Señor en la primavera de 1984,
como consecuencia de un grave accidente ocurrido el último
día de un campamento de los GBU. Pero esta ausencia física
ha hecho germinar una semilla que ellos habían plantado
con valentía: su precioso CELO EVANGELÍSTICO. La
memoria de su ejemplo nos honra a los que pertenecemos a
la familia de los GBU y a todos los que anhelamos la
extensión del Reino de Dios en España. ANÍMATE,
PARTICIPA Y HAZ GERMINAR SU SEMILLA.

87
88
Hazte socio
por solo 10 €
(el primer año)
TEMAS AÑO 2003:
1. El llamamiento de Dios.
2. Alternativas cristianas a los dioses seculares.
3. Sobrellevad las cargas.
4. Una mirada a la globalización.
Nombre
..............................................................................................................
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Código Postal ..............Ciudad
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Forma de pago: Adjuntar a la hoja de pedido talón bancario
o giro postal por el total del importe.
Remitir a: PUBLICACIONES ANDAMIO
c/ Alts Forns 68, Sót. 1º
08038 BARCELONA. Tel–Fax.: 93/ 432 25 23
E-mail: [email protected]

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