FORSYTH - Hollywood Recargado, El Cine Como Una Mercancia Imperial

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Socialist Register 2005.

El imperio recargado, The Merlin Press, Londres,


Reino Unido; CLACSO, Buenos Aires, Argentina. noviembre 2005. p.362.
ISBN: 987-1183-30-5
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/social/2005/socialist2005.pdf

S O C I A L I S T
R E G I S T E R
2 0 0 5
HOLLYWOOD RECARGADO: EL CINE
COMO UNA MERCANCÍA IMPERIAL*

Scott Forsyth

L as características de la típica película de Hollywood se han convertido


en parte del discurso cultural actual. Las taquilleras superproducciones**
tienen presupuestos de US$ 100 millones o más, de los cuales más de la mi-
tad se gasta en campañas de promoción masiva, además de inversiones en
tomas elaboradas, explosiones y “efectos especiales” generados por computa-
dora. Las corporaciones de Hollywood son parte de enormes conglomerados
de medios de comunicación vinculados con industrias electrónicas, negocios
inmobiliarios e incluso aviación y producción de armamentos. El cine es la
avanzada estratégica –para decirlo en términos de la nueva jerga del negocio
del espectáculo, la nave insignia***– de un circuito de mercancías de consumo
que incluye videos, televisión, Internet, historietas, novelas, juegos, juguetes,
ropa, comida rápida, parques y paseos temáticos. En este momento, las indus-
trias del entretenimiento lideran las exportaciones de Estados Unidos (EUA).
En el caso del cine, el circuito depende crecientemente de nuevas versiones,
episodios introductivos****, secuelas, series y franquicias, todas previamente

*
Traducción: Ruth Felder
**
N. de la T.: en inglés “high concept” films or blockbusters.
***
N. de la T.: en inglés tentpole, mástil.
****
N. de la T.: en inglés prequels
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vendidas, en un proceso repetitivo interconectado que diversifica los ingresos


y evita el riesgo, en el cual la mayoría de las películas en realidad, pierde dinero.
De manera igualmente importante, Hollywood, con todo su capital y su inno-
vación tecnológica, define hoy qué constituye un producto cinematográfico,
mientras que sus contendientes están forzados a competir en este terreno.Y su
supremacía industrial y cultural se refuerza mediante el control del financia-
miento, distribución, exhibición y producción a escala internacional.
Si bien Hollywood desarrolló y lideró estrategias de competencia in-
ternacional desde la década del ‘20, durante los últimos veinte años se llevó
a cabo un programa de reorganización focalizada que permitió recrear el
oligopolio del sistema clásico de estudio a escala internacional con el apoyo
sistemático del estado norteamericano.
Durante los ‘90, contando con diversas formas de asistencia que incluyeron
subsidios estatales, cabildeo y negociaciones comerciales, Hollywood no sólo
incrementó su participación en el mercado en la mayor parte del mundo, sino
que también aumentó radicalmente su control de los cines y de la capacidad
de producción en la mayoría de los países. Aun si cuentan con protección, las
industrias cinematográficas de otros países son, más que rivales, sucursales de
las producciones de Hollywood, proveedoras de trabajo calificado más barato,
fuentes de capital, inspiración para estilos innovadores, y exportadoras de nue-
vos talentos y estrellas. Esto no se reduce a la mera evolución de formas previas
de imperialismo cultural, sino que se trata de la incorporación material de
otras industrias cinematográficas nacionales en lo que Miller describe como la
división internacional del trabajo cultural dominada por Norteamérica1.
Actualmente el cine de Hollywood es una mercancía clave del imperialis-
mo norteamericano, y el género predilecto es el “cine de acción”. Por supues-
to, el cine de espectáculo y de acción han sido siempre centrales en la historia
de la cinematografía, pero nunca tan dominantes como lo vienen siendo en los
últimos veinte años de revitalización de Hollywood. Obviamente, los éxitos de
taquilla pueden ser “poligenéricos”, combinando horror, fantasía, ciencia fic-
ción, tramas policiales y de suspenso, temas bélicos y melodramas, y convierten
al cine de acción en una metacategoría de la forma actualmente dominante de
cine, con narrativas simples y temas concisos –búsquedas, persecuciones, ven-
ganza, guerra–, caracterizaciones también simples y abundantes ocasiones para
tomas arriesgadas, peleas, batallas y efectos de todo tipo y resoluciones claras.
El Hollywood globalizado también puede organizarse a través de argumentos
que saltan del rodaje en exteriores de un lugar exótico barato a otro, y de una
industrial nacional desvalorizada o desmantelada a otra2. Naturalmente, esto
también es terreno de intenso debate. Los críticos de cine nunca habían anun-
ciado la muerte del cine con tanta fuerza como ahora, ni habían condenado
de manera tan frecuente a las películas por ser productos triviales de un sistema
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industrializado que Adorno difícilmente hubiera podido imaginar. Algunos


críticos defienden al cine de acción con experticia populista y mediante el
seguimiento textual de un vasto repertorio, mientras que algunos académicos
lo analizan como el producto más reciente de un linaje cinematográfico que
siempre ha consentido el placer del espectáculo, la emoción y las “atraccio-
nes”. Para ellos se trata, simplemente, de que Norteamérica está, una vez más,
brindando al mundo el entretenimiento que la gente quiere3. Este ensayo, en
cambio, trata de enfatizar la forma en que el cine de acción, por su propia
naturaleza, refleja el poder del capital norteamericano, la organización cor-
porativa y la tecnología, con el fin de garantizar que esto sea lo que la gente
quiere, y lo que luego sus narrativas e ideologías encarnarán y personificarán
tan contundentemente: la celebración del individualismo, de los héroes norte-
americanos y de la propia Norteamérica, el triunfo del bien sobre el mal, y el
repetitivo aplastamiento de los enemigos del país.
Las películas bélicas de todo tipo han sido especialmente prominentes
en la producción reciente de Hollywood, y la estética cinematográfica de
la guerra impregna innumerables películas del género de acción. Los mili-
tares norteamericanos tienen una íntima relación con estas producciones, ya
que exponen herramientas militares, esterilizan los argumentos, y usan las
películas, la televisión y los videojuegos para funciones de reclutamiento y
propaganda e incluso de entrenamiento militar. Algunos académicos llegan a
plantear que Hollywood y el complejo militar industrial están convergiendo.
Cuando todavía se estaba desarrollando la guerra “oficial” en Irak, los faná-
ticos de los juegos de computadora y video* podían sumarse con SOCOM
II: Navy Seals**. El héroe de acción reaganiano, con algunas variaciones in-
teresantes, y hasta los superhéroes de los libros de historietas, siguen siendo
centrales en innumerables películas de acción. El propio cine de acción, a
pesar de la burla demasiado fácil de la mayoría de los críticos, ha asumido un
rol central en la economía política de las corporaciones multinacionales de
producción cinematográfica. Y el ejemplo extremo del “cuerpo trabajado”
Reaganiano está hoy en la casa de gobierno de California4.
Se ha vuelto un lugar común plantear que los medios masivos de comuni-
cación estadounidenses tuvieron un rol tanto crucial como servil en la guerra
contra el terror y la invasión a Afganistán e Irak, una guerra montada por, y a
través de, los gigantes de los medios. En general, podemos decir que la repre-

*
N. de la T.: en inglés gamers.
**
N. de la T.: juego creado por la empresa Sony. Según la descripción que hace esta,
se trata de un juego en el que “los terroristas del mundo tienen un solo objetivo:
[Norte]américa y sus aliados”.
Ver <http://www.sony.com.mx/playstation/socom.html>.
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sentación de estas guerras (y esto va mucho más allá de simplemente re-pre-


sentarlas) constituye un acontecimiento cultural, un espectáculo Debordiano5.
Hollywood contribuye a este acontecimiento y espectáculo, lo prepara, y hace
que verlo se vuelva comprensible y agradable.
Es fácil citar ejemplos de cómo Hollywood nos ayudó como espectado-
res. Cuando el presidente Bush dijo que quería a Bin Laden “vivo o muerto”,
todos entendimos la evocación de las películas del oeste. También conoce-
mos al enemigo por la representación racista de los árabes realizada durante
años en docenas de películas6. Cuando Bush saltó de un avión de guerra a
un portaaviones y valientemente llegó a la cubierta de una zancada, todos
recordamos a Tom Cruise en Top Gun (1986). Cuando Bush se burló de los
iraquíes aplastados, diciéndoles “se lo buscaron”, reconocimos el modismo
lacónico y el humor negro de un héroe de acción norteamericano.
Si la primera Guerra del Golfo podía entenderse como un videojuego,
las guerras de Irak y Afganistán se desarrollaron como espectáculos deporti-
vos, con corresponsales de CNN y Fox cual porristas participando en juegos
cuyos finales, aunque predecibles, estaban llenos de suspenso. De hecho, los
medios utilizaron toda la estética de la televisión convencional para mos-
trar las guerras como programas emocionantes, auspiciados en exclusiva por
marcas –con logotipos, temas musicales y “periodistas” estrella–; y la guerra
mediática apeló a las convenciones de múltiples géneros: el cine bélico, la
telenovela, los programas de juegos, los deportes, la tertulia radiofónica. Esta
visión es útil pero tal vez inadecuada. Lo que realmente rigió la producción
y el consumo de estas guerras fue el prototipo actual de la película de Ho-
llywood; la columna vertebral del acontecimiento fue la película taquillera
de acción, poligenérica, intensiva en capital y tecnología, con sus dramas
y expectativas narrativas, imágenes y espectáculos militares, su fetichismo
armamentista, su fijación en los aspectos tecnológicos de los medios, y su
triunfo del Bien norteamericano sobre todo Mal.
Para reconocer lo que significa el presidente Bush en el portaaviones
en materia de actuación y caracterización, debemos imaginar la Presiden-
cia Imperial, no sólo su asociación dignificada y obvia con el poder y la
grandeza estatal, sino también la representación de Hollywood: el propio
presidente como el héroe del espectáculo. Hemos sido preparados para esto
mediante años de películas sobre el presidente norteamericano –comedias,
películas de suspenso, asesinatos misteriosos–, por no mencionar las películas
Reaganianas que, tal como lo han planteado diversos críticos, presentaban
al propio Reagan como el héroe de la fantasía colectiva. La pose de Bush
como presidente evocaba a Harrison Ford en El avión del presidente (1997),
matando personalmente a ex terroristas soviéticos enloquecidos, o al presi-
dente aviador de Día de la Independencia (1996), destruyendo a los invasores
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alienígenas para hacer que el mundo fuera un lugar seguro para el día de la
celebración nacional norteamericana7.
Y por supuesto, el terror del 11 de septiembre es el inicio de este nuevo
cine de acción imperial y engloba, a veces explícitamente pero más a menu-
do emocionalmente, todas las guerras que la televisión y Hollywood están
peleando actualmente.Ya es un lugar común decir que vimos el 11-S como
si hubiera sido una película atrapante. Como nos lo recuerdan de manera
brillante Mike Davis y Slavoj Zizek, el 11-S rememoró imágenes que la cul-
tura occidental ha evocado en innumerables películas, libros e historietas8.
Quienes van al cine han sido traumatizados placenteramente durante
años por la destrucción de las poderosas torres de la capital de Occidente,
la guerra llegando a casa desde el siempre derrotado mundo subalterno, los
triunfos del Progreso y el Imperio respondidos por la invasión, la barbarie y
el apocalipsis: Norteamérica destruída, o casi destruída, una y otra vez, por
forajidos terroristas árabes, comunistas, zares de la droga sedientos de sangre,
villanos agentes de la KGB con bombas nucleares, e invasores alienígenas.
El 11-S ni Bruce Willis ni Arnold Schwarzenegger vinieron al rescate, y
la narrativa de venganza iniciada por esa atroz “oportunidad” (tal como fue
vista por los neoconservadores) todavía sigue desarrollándose en el mundo
real. La televisión norteamericana ha seguido alentando la guerra de manera
entretenida y extremadamente cobarde con varias “películas de la semana”
didácticamente propagandísticas, incluyendo Rescatando a Jessica Lynch (2003),
que se estrenó aun después de que la verdadera soldado Lynch hubiera des-
acreditado la historia de su rescate heroico por parte de las fuerzas especiales
estadounidenses9. Los largometrajes, en cambio, operan con una agenda de
producción mucho más extendida, de modo tal que su articulación ideológica
con la política hegemónica es necesariamente más compleja y sofisticada. De
hecho, los voceros de Hollywood reaccionaron inmediatamente al 11-S con
culpa por todos los desastres que habían imaginado, por todas las atrocidades
y la violencia que habían estetizado, como si ellos mismos hubieran convo-
cado al desastre. Se cancelaron o pospusieron estrenos, se revisaron guiones y
Hollywood se reportó para prestar servicio. El Pentágono pidió a los guio-
nistas que imaginaran escenarios de terrorismo a efectos de colaborar con
investigaciones preventivas, mientras que productores se reunieron con Karl
Rove, principal asesor de Bush, para discutir los temas patrióticos necesarios
para el nuevo momento. Puede que estemos comenzando a ver los frutos del
alistamiento ideológico más explícito desde la Segunda Guerra Mundial, en
la cual Hollywood había tenido un rol importante. No es sorprendente que
las películas de Hollywood armonicen con la visión del mundo de la derecha
norteamericana. Lo que es más interesante es ver qué papel juega en la nueva
campaña patriótica imperial el Hollywood supuestamente “liberal”.
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GUERRAS BUENAS Y GUERREROS


DE LOS DERECHOS HUMANOS

Los líderes norteamericanos están ansiosos por cubrir sus guerras actuales con
el manto de la Guerra Buena. La retórica y las imágenes evocan de mane-
ra interminable a la Segunda Guerra Mundial para insistir en una ecuación
inequívoca entre EUA y los derechos universales. Esto sigue la línea de una
interpretación política –y cinematográfica– de la Segunda Guerra Mundial
que ha sido importante para la justificación y caracterización del imperialis-
mo estadounidense durante décadas. El cine bélico de los ‘40 ha brindado un
rango de convenciones y narrativas cuya influencia ha sido duradera: en par-
ticular, el grupo de combate masculino, aislado y en peligro, representativo de
Norteamérica, conectado por la valentía y la camaradería. Entre los ‘50 y ‘70,
epopeyas como De aquí a la eternidad (1953), El día más largo (1962) y Patton
(1970) reprodujeron en gran escala estos relatos inspiradores para mitificar el
rol singular de Norteamérica en la victoria. La actualización más exitosa de
esta tendencia ha sido Rescatando al soldado Ryan (1998). El comienzo de la pe-
lícula –el espectáculo horroroso del desembarco en Normandía– conmocionó
a los espectadores, como siempre lo hacen las grandes películas bélicas, con su
nuevo realismo y su carácter explícito. Esa violencia, que usa como recursos
todos los efectos especiales y el caos realzado digitalmente propio del cine de
horror, aseguró nuestra adhesión a la historia escandalosamente sentimental
del rescate de Ryan, el hermano sobreviviente, por parte de una unidad de
combate. La película permitió una nueva celebración del grupo masculino
de combate –la alegoría multiétnica convencional de la propia Norteaméri-
ca– que había sido minada por los tonos más oscuros del cine sobre Vietnam
de los ‘70 y ‘80, del cual Apocalipsis now (1970), Pelotón (1986) y Nacido para
matar (1987) son ejemplos. En Rescatando al soldado Ryan, los “hermanos” ame-
ricanos de Spielberg pelean por sus propios camaradas más que por algún fin
político o ideológico, y la película termina en la mayor celebración espiritual
de EUA, literalmente, haciendo flamear la bandera10.
Si bien últimamente no se han hecho demasiadas películas sobre la Se-
gunda Guerra Mundial, Rescatando al soldado Ryan recuperó el cine bélico
de manera que puede evocarse fácilmente. Generó una exitosa miniserie
televisiva Hermanos de Sangre [Band of Brothers] (2001), y una cantidad de
películas bélicas ambientadas en la Segunda Guerra Mundial. Entre estas,
Pearl Harbor (2001) fue la más cara y la más extensamente promocionada.
Aunque esta película se estrenó antes del 11-S, estetizó el llamado del
“Proyecto para un nuevo siglo norteamericano”* a otro “Pearl Harbor”

*
N. de la T.: en inglés The Project for a New American Century.
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que infundiera energía a la misión de EUA en el mundo. El Pentágono


trabajó en la película en estrecho contacto con los estudios Disney; el
estreno se realizó en un portaaviones, y se instalaron puestos de recluta-
miento en los cines11. Cabe destacar que Pearl Harbor también incluye un
argumento secundario reconfortante acerca de un heroico cocinero negro
que salva a sus hostiles camaradas blancos. Los crímenes del racismo se ha-
cen visibles para luego ser corregidos por la democracia norteamericana.
Es importante recordar que este liberalismo es parte integral de las clásicas
películas bélicas de Hollywood. Sin importar qué tanto coincidan con el
actual nacionalismo reaccionario norteamericano, estas películas fueron a
menudo resultado del trabajo de la izquierda de Hollywood, y eran perci-
bidas como parte de un frente nacional contra el fascismo. En la lógica de
la izquierda nacionalista del Frente Popular, las películas sobre la Segunda
Guerra Mundial solían celebrar al “ciudadano soldado” como mito del
heroísmo colectivo de la nación, a diferencia de las películas más recientes
que celebran al guerrero profesional como una encarnación institucional
del estado12. A pesar de esto, las películas de Hollywood generalmente
tienden a combinar temas y tropos liberales y conservadores, y a cuadrar
círculos ideológicos más que a seguir una línea didáctica.
La convención de la guerra buena se traslada fácilmente a otras guerras.
Cuando éramos soldados (2002) retrocede a una batalla clave en la guerra de
Vietnam para rendir culto al heroísmo del soldado norteamericano, cultiva-
do amorosa y espiritualmente por el Coronel Moore de Mel Gibson, un pa-
triarca, tanto para su familia como para sus soldados. La película se presenta
a sí misma como un “testimonio” y despolitiza cuidadosamente “una guerra
que no entendimos”. En ella son“olvidados”de forma conciente más de diez
años de cine sobre la guerra de Vietnam en el que sistemáticamente se cues-
tionó y desromantizó la derrota norteamericana, aunque fuera en términos
básicamente apolíticos. El Coronel Moore pelea las guerras simplemente
porque hay gente mala en el mundo. Los héroes de esta película también
“pelearon por sus propios camaradas”, reduciendo una vez más la guerra al
profesionalismo militar y a los lazos masculinos.
Lo interesante es que esta es una de las pocas películas norteamericanas
que humanizan a los adversarios vietnamitas, quienes en este caso son carac-
terizados como enemigos marciales y encomiables.
La caída del Halcón Negro (2002) reduce aún más radicalmente el contex-
to. El relato presenta la desastrosa intervención estadounidense en Somalia
como la historia de la tripulación de un helicóptero en una estrafalaria
misión de rescate en Mogadishu. Las escenas bélicas, con el estilo espléndi-
damente cinético de los videoclips musicales, valorizan el profesionalismo
estoico de sus soldados y centran al espectador en el goce más visceral.
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Por una parte, la negativa de la película a brindar información alguna o a


contextualizar la batalla a la cual somos empujados provocativamente es
necesaria para reducir el tema a la lucha de un único grupo de combate
por salvar a sus propios miembros, por “no dejar ningún hombre atrás”,
como el bien mayor. Por otra parte, las imágenes inhóspitas de este reducto
del Tercer Mundo horrible y empobrecido, y de los cientos de africanos
sin rostro asesinados –paisaje de fondo y carne de cañón para los héroes
tecnificados del Primer Mundo–, es más que una alegoría del imperialis-
mo global actual. Tom Doherty plantea de manera convincente que tanto
Cuando éramos soldados como La caída del Halcón Negro son, pese a la de-
bacle y a la derrota, historias de rearme moral y de valor militar, lo cual
resuena con precisión en el discurso ideológico posterior al 11-S13.
Varias películas bélicas recientes reflejan la antigua doctrina de la guerra
justa, oportunamente desempolvada en los últimos tiempos al servicio de
la agresión imperialista y remozada como doctrina del derecho a pelear
guerras “anticipatorias”, como en los casos de Afganistán e Irak14. En estas
películas, los soldados imperiales quedan atrapados en guerras cuyos motivos
principales son visiblemente falsos, fraudulentos o incomprensibles, pero se
hallan en situaciones que pueden ser reducidas a un dilema moral: salvar a los
“inocentes”. En Lágrimas del sol (2002), una intervención en una guerra civil
imaginaria en África fuerza una crise de conscience en duros profesionales nor-
teamericanos, liderados por el ícono severo y estoico de Bruce Willis. En una
lección de moralidad laboriosamente didáctica, estos profesionales rescatan
a un grupo de civiles inocentes de una masacre tribal. Sutilezas diplomáticas
han dejado a los norteamericanos en una situación temporaria de vulnera-
bilidad, pero su superioridad masiva se reafirma en el clímax espectacular de
los aviones F-18. Aunque la película reverencia la retórica de los derechos
humanos, su mensaje político reaganiano y clintoniano es que la decisión
occidental de hacer el “bien” debe estar por sobre la ley internacional, el
contexto político y –ese viejo cliché– la timidez burocrática. Los felices afri-
canos bendicen agradecidos a los estadounidenses: “¡Dios nunca se olvidará
de usted, teniente!”. En Tras las líneas enemigas (2001), un piloto norteame-
ricano se estrella detrás de las líneas serbias en una guerra de los Balcanes
de ficción, y es atrapado por paramilitares serbios que están llevando a cabo
una masacre étnica. La película caracteriza a la OTAN y a Francia como los
villanos Reaganianos favoritos, burócratas y contemporizadores, cuya de-
mora en organizar un rescate militar le da a la película el poco suspenso que
logra despertar. Finalmente un decidido oficial estadounidense desafía a sus
superiores de la OTAN, y así Norteamérica salva tanto a su héroe como a la
causa de los derechos humanos.
Hollywood recargado 153

Los guerreros de los derechos humanos más interesantes se encuentran


en Tres reyes (1999). Se trata de una de las pocas películas situadas en la
primera Guerra del Golfo, y presenta una pintura cínica y burlona de los
motivos y acciones formales norteamericanos, burlándose especialmente del
rol de los medios. La banda de canallas que tiene la intención de robar los
lingotes de oro de Hussein finalmente se resigna a perder la fortuna para res-
catar a un grupo de civiles inocentes en peligro atrapado entre los invasores
norteamericanos y el poder brutal de Hussein. La película fue promovida y
recibida como no convencional y hasta “opositora”. Sin embargo, sigue sien-
do una fantasía del imperialismo de los derechos humanos. Plantea que la
debilidad en la Guerra del Golfo fue no haber hecho todo lo necesario para
liberar Bagdad y haberse dejado atar las manos por políticos venales. Es una
prescripción para la próxima guerra en Irak. Hay sujetos coloniales buenos y
malos, y Occidente debe intervenir por los buenos; la película se resume en
lo que una crítica denominó agudamente la “misión neocolonial”15.
Algunas películas van en contra de la glorificación entusiasta de los des-
tinos militares de EUA y de los “guerreros varoniles”. Buffalo Soldiers (2002)
recuerda a comedias antiguerra como MASH (1970) y Catch-22 (1970). Los
héroes norteamericanos, situados en una base en Alemania Occidental en
tiempos de paz, son especialistas en corrupción y en tráfico de drogas y de
armas. Nada es sagrado, y las maquinaciones imprudentes de estos héroes ter-
minan en caos y en decenas de muertos. Finalmente, la sátira es sólo cinismo
chato que sugiere burlonamente que lo que estos delincuentes trastornados
necesitan es ¡una buena guerra! Una película anterior, Estado de sitio (1998),
llega a plantear dudas acerca de que la guerra contra el terror sea una guerra
noble. El ataque liberal hacia el militarismo también se recrea en imágenes
premonitorias escalofriantes de árabes trastornados bombardeando Nueva
York y del encarcelamiento bajo ley marcial de miles de norteamericanos
de origen árabe. El terror se expone gradualmente como efecto rebote de
las operaciones de la CIA en Medio Oriente: “nosotros somos la CIA, algo
siempre resulta mal”. Por una parte, la película se hace eco de la sospecha
popular acerca de la CIA, difundida en el movimiento antiguerra y retratada
en películas paranoicas de suspenso y espías a lo largo de los ‘70. Por otra
parte, el liberalismo norteamericano es tan débil que la película necesita que
el FBI rescate a la democracia, en otra rehabilitación inverosímil pero alenta-
dora del estado norteamericano. Si bien estos ejemplos perturban la historia
emocionante relatada en la mayoría de las películas bélicas recientes, es claro
que no forman parte de un ciclo significativo de películas antiguerra.
Tienen pocas conexiones con ese linaje poderoso de la historia del cine.
Pese a toda la angustia y el disenso liberal, lo que actualmente es emblemáti-
co de Hollywood es el espectáculo de acción favorable a la guerra.
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RAMBOS “ARCOIRIS” Y SUPERVILLANOS

En 1990 el Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Colin Powell,
podía decir en broma que se “estaba quedando sin villanos”, pero a lo largo
de la década Hollywood le brindó una variedad vertiginosa de ellos –árabes
enloquecidos, malvados señores de la droga latinos, brutales mafiosos rusos,
inescrupulosos miembros de la KGB, supervillanos dispuestos a dominar el
mundo, monstruos del espacio– en un linaje cinematográfico que se remon-
ta a las películas mudas: Fantomas, el Doctor Mabuse y el Doctor Moriarity.
En los últimos años los viejos nazis son todavía una amenaza creíble, aunque
también están apareciendo cubanos y norcoreanos con oportuna regula-
ridad. En las películas de historietas, la villanía es a menudo un mal puro,
sobrenatural, un enemigo a la medida de una Norteamérica definida en
términos espirituales que combate a quienes hacen el mal en todo el mun-
do.Y el héroe es el centro del cine de acción, usualmente un lobo solitario
rebelde, siempre listo para enfrentar el desafío de estos villanos, revisado y
actualizado en los últimos años.
Rambo tuvo un rol clave en la definición del moderno héroe de acción
estadounidense: volvió a pelear cinematográficamente el desastre de Viet-
nam como una guerra buena, se unió a los Mujaidines para masacrar a los
soviéticos en Afganistán, y entró en el discurso político norteamericano.
Las películas de Rambo, en su brutal simplicidad, son siempre política-
mente complejas. Rambo es un Otro oscuro, tan enemigo del estado nor-
teamericano como de los enemigos de Norteamérica: el asesino duro de
mala fama que Norteamérica necesita pero no puede tolerar, encarnado en
un nativo, un hippie o un miembro de la clase obrera estafada16. Pocas pe-
lículas contemporáneas abordan esta complejidad, pero muchas, de modo
predecible, tratan de recrear el fenómeno Rambo. Vinn Diesel en XXX
(2003) representa la más elaborada de estas recreaciones. Su personaje, X,
se presenta como el rebelde que la CIA necesita: una combinación im-
probable de deportes extremos, rock pesado, tatuajes y músculos. La cons-
trucción de este personaje está basada en técnicas de mercado. Este nuevo
Rambo confronta a supervillanos que son una mezcolanza particular de
las ansiedades contemporáneas: desertores del ejército ruso, señores de la
droga, delirantes, anarquistas; todos ellos llevando a cabo una conspiración
ruin con armas biológicas que desatará una utopía/distopía destructiva de
“libertad bella y absoluta”. Por supuesto, X defiende las “viejas barras y
estrellas” y salva al mundo.
Arnold Schwarzenegger en Daño colateral (2002) es una actualización
menos simple, pero al mismo tiempo la película es más explícita en su di-
dáctica Reaganiana y en su articulación oportunista con la agenda militar y
Hollywood recargado 155

geopolítica inmediata del estado norteamericano. El estreno fue pospuesto


a causa de las sensibilidades posteriores al 11-S, pero un año más tarde, las
películas ya habían retomado la diversión desagradable de la destrucción
catastrófica de ciudades estadounidenses, y Arnold, un humilde bombero, se
convierte en un ciudadano vigilante que, dispuesto a vengar la muerte de su
esposa y su hijo, viaja a Colombia para pelear con una versión ficticia de las
FARC. Este héroe de acción, un hombre de familia, se transforma en agente
de la intervención encubierta de la CIA en el Tercer Mundo, intervención
que había sido refrenada por los liberales endebles de Washington. La pe-
lícula hace un cierto esfuerzo por considerar los costos de la intervención
estadounidense en América Latina, e incluso plantea el tema de las atro-
cidades norteamericanas en la región, pero finalmente los revolucionarios
latinoamericanos son equiparados con la locura y el terrorismo. Con una
resolución neocolonial, el héroe impone una venganza satisfactoriamente
brutal contra el Tercer Mundo rebelde17.
Tal vez algunos de los rasgos más notables de estos héroes, y de muchos
otros como ellos, sean su color y su diversidad. No son únicamente mo-
les blancas, sino que hay una multitud de estrellas afroamericanas (Denzel
Washington, Wesley Snipes, Samuel L. Jackson, y una larga lista de músicos
de rap), mujeres guerreras (Lara Croft: Tomb Raider, 2001 y Lara Croft: Tomb
Raider: La cuna de la vida, 2003, Los ángeles de Charlie, 2000 y Los ángeles de
Charlie: al límite, 2003, Kill Bill Volumen 1, 2003 y Volumen 2, 2004), niños
en los campamentos de verano de la CIA (Superagente Cody Banks, 2003 y
Superagente Cody Banks 2: destino Londres, 2004) y niños latinos (la serie de
Miniespías). Más aún, el pellejo del superhéroe de James Bond es salvado por
una espía afroamericana igualmente cortés e invencible (Otro día para morir,
2003). También aparecen importantes estrellas asiáticas en un número cre-
ciente de películas de suspenso internacionales –Chow Yun Fat, Jackie Chan
y Jet Li– por no mencionar una cantidad de mutantes y superhéroes, desde
Batman y Superman a X-Men. Perfectos idiotas pueden salvar al mundo
en muchas parodias exitosas y anodinas de películas de espías, en sí mismas
autoparódicas, como la popular serie de Austin Powers, Johnny English (2003)
y Soy espía (2003). Esta diversificación del héroe puede verse como una for-
ma políticamente neutralizada de las políticas de identidad: la búsqueda de
justicia para los mutantes de X-Men alude débilmente a lo que queda de las
campañas por los derechos civiles, mientras que el movimiento de mujeres se
transforma en el burbujeante e insustancial poder de los Ángeles de Charlie.
Ciertamente, cambios demográficos y sociales significativos se reflejan en las
convenciones del género, y pueden subvertirlas ligeramente. Pero la diversi-
ficación de los héroes refleja también el rol intensificado del marketing en el
Hollywood actual, con poblaciones-objetivo que se superponen demográfi-
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camente, múltiples posiciones identificatorias y variados modos de consumo.


Finalmente, el viraje refleja la búsqueda global de mercados internacionales
por parte de Hollywood y la incorporación de estrellas y estilos de otros
cines nacionales, desde Hong Kong a Japón y México. En suma, Hollywood
ha seguido el ritmo de los estudios culturales posmodernos.
Es importante notar que este reparto actoral que abarca un “arcoiris” per-
mite a todos estos héroes desempeñar los mismos roles en los predecibles de-
safíos de estas películas de acción. La ideología del individualismo prima sobre
ideologías liberales y conservadoras, y permite a todos los nuevos Rambos,
con su rebeldía rutinizada, pelear literal o simbólicamente por Norteamérica,
por el Bien contra el Mal, igual que antes. El liberalismo es incorporado sin
esfuerzo por la inventiva formal e ideológica de las películas de acción.
Si bien estos héroes generalmente están a favor de Norteamérica, a me-
nudo sus motivos se reducen a la mera venganza, la confluencia más eficien-
te entre el personaje y la narrativa. La venganza es muy cinematográfica. Sin
embargo, aun en estas narrativas simplificadas suele haber cierta disrupción
de la simple celebración de “Norteamérica la Buena”. Siendo malas como
son, en muchos casos, el éxito continuado de las películas de acción se debe
en parte a que algunas de ellas contienen un mínimo grado de ambigüedad,
contradicción e incluso crítica. En estas películas el imperialismo no es sólo
entretenimiento, sino que aparece también el lado oscuro de Norteaméri-
ca. Las ideologías en el cine no son nunca monolíticas, siempre existe un
margen de contradicción y ambigüedad y hasta de disonancia y crítica. Por
ejemplo, el Creasy de Denzel Washington en Hombre en llamas (2004) es un
atormentado, suicida y alcohólico además de ser un asesino trotamundos
de la CIA, que teme que Dios nunca lo perdone por sus crímenes. Sin em-
bargo, de modo bastante bizarro, la película sigue eufóricamente la historia
de la venganza brutal de tortura y muerte que impone –presumiblemente
la clase de caos por el cual él mismo está atormentado– contra gángsteres
mexicanos y policías deshonestos. Por dar otro ejemplo, La suma de todos
los miedos, otra laboriosa idealización de los heroicos agentes de la CIA en
la influyente serie de Tom Clancy, nos retrotrae al entretenimiento perenne
de la destrucción de las ciudades norteamericanas con la cuidadosamente
planeada destrucción nuclear de Baltimore. Para el momento en que se
estrenó la película en 2002, la sensibilidad de Hollywood había vuelto evi-
dentemente a los niveles previos al 11-S.
Otro elemento de disonancia en el cine de acción imperial se encuen-
tra en el thriller de espías, el cual, pese a sus raíces imperiales, siempre ha
tenido un costado crítico, incluso de izquierda, desde las intrigas del Frente
Popular antinazi a las películas ambiguas, paranoicas, acerca de la Guerra
Fría. El espía es el aventurero favorito del imperio contemporáneo. James
Hollywood recargado 157

Bond y los Ángeles juegan a la rayuela alrededor del mundo, haciendo


explotar cosas alegremente en paisajes exóticos. Nuevos y viejos pistoleros
de la CIA viajan a telones de fondo extraños para matar a un sinnúmero de
extranjeros en Hombre en llamas, 9 días (2002), Misión imposible 1 y 2 (1996,
2000), El caso Bourne (2003) y muchas más. El espía es intrínsecamente ca-
paz de engañar y traicionar, y en Misión imposible o en El caso Bourne la pa-
ranoia es más que razonable, y el enemigo más temible es el de adentro. En
Spartan (2004), la venalidad y la corrupción llegan directamente a la Casa
Blanca, tal como lo expresa la hija del presidente cuando dice “fui criada
por lobos”. Hasta una película como La prueba (2003), hecha para rehabi-
litar la reputación de la CIA, termina en traición desde adentro por parte
de la propia figura paterna que encarna los “ideales” de la Central. Algunas
películas han trascendido de la paranoia a la crítica. El americano impasible
(2002) es una versión cuidadosa de la clásica burla de Graham Greene a
las buenas intenciones norteamericanas. El agente de la CIA alegremente
psicótico representado por Johnny Depp en El mexicano (2003) va más allá
de la comicidad oscura en su retrato de la muerte y la catástrofe que puede
traer Norteamérica. La película concluye memorablemente con las imáge-
nes de una insurrección popular ¡contra un golpe orquestado por la CIA!
La playa (2000) es una crítica amarga, aunque superficial, de la expoliación
del Tercer Mundo por parte del turismo occidental.
Varias intrigas policiales también muestran a la policía de las ciudades,
esas otras personificaciones del monopolio de la violencia estatal, de modo
problemático. En Día de entrenamiento (2002), el personaje de un policía
carismático y corrupto denuncia la guerra de ocupación que la policía está
llevando a cabo contra el “Tercer Mundo” existente dentro de la ciudad
norteamericana. Dark Blue (2003) es una muestra similar de la corrupción
policial, y por implicación, del rol de la policía como institución represiva.
Aunque ambas películas terminan con la salvación liberal, la reversión de
la hagiografía convencional de la policía no deja de ser notable.
Luego tenemos la serie de películas de The Matrix. Su popularidad da
lugar a la posibilidad cultural de lo que el crítico de ciencia ficción Peter
Fitting denomina películas “distópicas críticas”*. En particular, la película
original, The Matrix (1999), proponía una versión monstruosa de la paranoia
tecnofóbica, un mundo de tecnología de medios enloquecido, en el que la
humanidad queda reducida a la esclavitud física. Imaginativamente acusaba
al capitalismo moderno como el “desierto de lo real”.

*
N. de la T.: en inglés critical dystopian films.
158 Socialist Register 2005

Notablemente, en la segunda y la tercera películas de la serie, The Matrix


Reloaded (2003) y The Matrix Revolutions (2003), este concepto intrigante se
disipa en mesianismo New Age18.

LA ESTETIZACIÓN DE LA COERCIÓN: CONCLUSIONES

El elemento crítico sigue siendo un tema menor en el cine de acción en Ho-


llywood. El cine de acción –especialmente las versiones bélicas en las que me
he centrado mayormente– es siempre abiertamente político, siempre se re-
fiere al poder internacional, y en gran medida lo hace de manera acrítica. He
planteado que este tipo de películas brinda una alegoría nacional de Nortea-
mérica –acosada, en un mundo peligroso de múltiples amenazas y enemigos.
Por otra parte, como sugiere Frederic Jameson, muchas enrevesadas películas
de espías con supervillanos locos que tienen planes perversos para destruir al
mundo tienen como subtexto una caracterización del capitalismo global y
de su violencia, manipulación y destrucción nunca antes vistas, en una cul-
tura en la que resulta más fácil imaginar el fin del mundo que caracterizar al
capitalismo como tal19. Ciertamente, las películas de acción están constante-
mente imaginando el fin del mundo como un espectáculo cinematográfico,
y muy raramente mencionan al capitalismo o al imperialismo.
Más estrictamente, lo que encontramos en muchas películas es una re-
presentación del poder del estado imperialista norteamericano, “el poder
de la opresión armada” según la expresión de Engels20, con sus funciones
e instituciones militares personificadas y familiarizadas heroicamente por
guerreros profesionales, soldados ciudadanos y vigilantes*, quienes además son
muy a menudo héroes delincuentes para un “estado canalla”** cada vez más
definido en términos militares.
Pero la versión de Hollywood del militarismo imperialista es entrete-
nimiento populista que nos enlista a todos en un proyecto imperial que
requiere consenso popular. El cine de acción despliega una y otra vez la
inmensa capacidad tecnológica y militar de los medios y el estado nor-
teamericanos, expone una y otra vez una representación estetizada de la
coerción que juega un importante rol en la construcción del consenso.
Para Hollywood, EUA es tanto un amigo benevolente del mundo como
un portador de venganza. La conclusión de Día de la Independencia lo dice
claramente. El presidente de EUA y un escuadrón de héroes han destruido
la nave comando de los invasores y desarrollado una respuesta tecnológi-
camente superior a la aparentemente invencible capacidad tecnológica de

*
N. de la T.: textual en el original.
**
N. de la T.: en inglés rogue state.
Hollywood recargado 159

los alienígenas. Ellos comparten esta tecnología con el resto del mundo, a
medida que saltamos de un escenario a otro alrededor del planeta y que
una serie de rápidos esbozos de estereotipos nacionales sigue las órdenes
norteamericanas para derrotar a los invasores.
Las imágenes ilustran la habilidad de Hollywood y de la globalización
liderada por Norteamérica para dominar, incorporar y orquestar el consumo
mundial de EUA; se trata de la representación simbólica del imperialismo.
Como espectadores podemos disfrutar el imperialismo como un espectá-
culo, podemos seguir y disfrutar las confluencias y convergencias genéricas,
las tramas secundarias y tangenciales. Y esto nos retrotrae al rol imperial de
la cultura en el presente: Hollywood es un emblema de la dominación cul-
tural e ideológica norteamericana, y el cine de acción de Hollywood es el
producto principal de vastos conglomerados de medios que han tenido un
rol crucial en la globalización norteamericana y en su habilidad para rehacer
al mundo según su propia imagen enloquecida.
A pesar de este triunfo aparente, este nuevo Hollywood globalizado tiene
debilidades financieras, estéticas e ideológicas. En materia financiera, Jack
Valenti, el venerable lobbista de Hollywood, ha alertado seriamente acerca
de los crecientes costos de producción de las películas taquilleras en las que
se apoya la dominación de Hollywood.
Redes de sinergias masivamente interconectadas pueden ser casti-
llos de naipes, y el fracaso de un producto imperial sobrevaluado puede
derrumbar a una corporación. Los enormes conglomerados de medios
que apuntalan la dominación global de Hollywood también han sido
sacudidos por fusiones tumultuosas y volátiles, adquisiciones y colapsos,
tal como sucedió con la explosión de las burbujas tecnológica y de la
bolsa en los primeros años de este siglo. Frente a esto, Hollywood se ha
apoyado crecientemente en inversiones extranjeras para contrarrestar su
propia aversión al riesgo. Pero en la medida en que la estrategia de taqui-
lla realmente implica riesgos, no existe certeza de que su capacidad de
acceso al capital externo esté asegurada. El Hollywood imperial puede
estar en peligro de desborde imperial.
Desde el punto de vista estético, estas películas –realizadas sobre la base
de investigación de mercado y de trucos tecnológicos, y comercializadas
con total control de la promoción y de la exhibición– han sido condenadas
por críticos y cinéfilos como la muerte trivializada del cine. Esto puede
ser exagerado, pero esta fase de la producción de Hollywood ha abierto un
vacío estético que el cine de arte, las películas nacionales e incluso películas
y documentales militantes pueden llenar. De hecho, la dominación de Ho-
llywood no ha sido totalmente homogeneizadora, y su propia necesidad de
internacionalizarse debe dar lugar al desarrollo de un espacio de disputa en
160 Socialist Register 2005

el que se desarrollen alternativas21. Hay también indicadores de que el cine


de acción puede ir más allá de la trivialidad. Los estudios cinematográficos
se han centrado en el desarrollo de “auteurs de acción”, algunos de cuyos
ejemplos son las innovaciones estilísticas y las meditaciones espirituales de
John Woo, el mix de feminismo que Kathryn Bigelow incorpora a géne-
ros establecidos como masculinos, y los desenfrenados homenajes al cine
asiático de Quentin Tarantino. Estos artistas pueden aportar una densidad
inesperada, aunque presumiblemente despolitizada, a películas hasta ahora
pensadas para el consumo pasivo, y pueden estar indicando cierta resisten-
cia en la siempre necesaria autonomía relativa de los productores culturales
dentro de los poderosos monolitos culturales22.
Hay que considerar además que la ideología es vulnerable a las reali-
dades políticas. Algunos han especulado acerca de la posibilidad de que
el descarado triunfalismo norteamericano se transforme en una agresiva
promoción ideológica a medida que la aventura imperial norteamericana
en Irak siga hundiéndose y se sigan desarrollando políticas antiimperialistas
y antinorteamericanas masivas. Por otra parte, en la medida en que la do-
minación internacional de Hollywood ha implicado también una depen-
dencia sin precedentes respecto de públicos extranjeros, encontrar formas
de apelar a los espectadores extranjeros se ha vuelto importante para las
estrategias corporativas.
Películas explícitamente didácticas Reaganianas o Bushistas tienen pocas
probabilidades de ser la norma. Es más probable que Hollywood delinee la
ideología imperial alegóricamente; que los héroes de acción peleen de ma-
nera creciente en mundos fantásticos del Bien y el Mal, o que se sitúen en
antiguos días de gloria imperial23.
De hecho, Hollywood se ha “recargado” en la última década, tanto en
su estructura corporativa como en el control de la producción y de los
mercados y en la definición del cine en términos completamente mer-
cantiles. Estas mercancías imperiales dominan la cultura global y celebran
formal e ideológicamente los triunfos norteamericanos. El hecho de que
muchas de estas películas expresen preocupaciones humanitarias, angustia
culpable o héroes multiculturales sólo sirve para que espectadores liberales
compren su mensaje principal. Pero recordemos que The Matrix propone
el futuro de la modernidad capitalista como la pesadilla del complejo mili-
tar-industrial-mediático que se ha vuelto loco. Es así que un crítico plan-
tea que, implícitamente, la Matrix es Hollywood. Grietas en los clivajes
del capital, la producción global y la estética, así como las contradicciones
ideológicas, pueden hacer que la mercancía imperial de Hollywood esté
sujeta al tipo de desastre y colapso que tan placenteramente imagina y
costosamente construye en la pantalla.
Hollywood recargado 161

NOTAS

1 Al respecto, ver especialmente,Toby Miller et al., Global Hollywood, Lon-


dres: BFI, 2001; Aida Hozic, Hollyworld: Space, Power and Fantasy in the
American Economy, Ithaca-Londres: Cornell University Press, 2001; Janet
Wasko, Hollywood in the Information Age: Beyond the Silver Screen, Cam-
bridge: Polity Press, 1994; Justin Wyatt, High Concept: Movies and Mar-
keting in Hollywood, Austin: University of Texas Press, 1994. Acerca de la
estrategia histórica internacional de Hollywood, ver John Trumpbour,
Selling Hollywood to the World: US and European Struggles for Mastery of the
Global Film Industry 1920-1950, Cambridge, Nueva York: Cambridge
University Press, 2002. Una revisión general de conceptos críticos sobre
cultura e imperialismo puede encontrarse en John Tomlinson, Cultural
Imperialism: A Critical Introduction, Baltimore: The John Hopkins Uni-
versity Press, 1991.
2 Miller et al., en Global Hollywood, brinda varios ejemplos claros de este
fenómeno: luego del desmantelamiento del gran estudio estatal y de
que una fuerza de trabajo cinematográfica altamente calificada quedara
desempleada, Praga se convirtió en el segundo lugar de rodaje para la
producción europea de Hollywood, pp. 71-72. La playa, una película
que condena al turismo occidental, fue producida con la cooperación
coercitiva del gobierno Tailandés, el cual, para producir un paraíso más
perfecto en la pantalla, violó su propia regulación ambiental, p. 197.
3 Para un análisis cuidadoso del cine de acción, ver José Arroyo, ed., Ac-
tion/Spectacle Cinema, Londres: BFI, 2000. Para una crítica demoledora,
ver Robin Wood, Hollywood from Vietnam to Reagan and Beyond, Nueva
York: Columbia University Press, 2004.
4 Acerca de la convergencia entre Hollywood y el complejo militar-in-
dustrial, ver Hosic, Hollyworld. Sobre la importancia de las películas de
guerra, ver Tom Pollard, “Hollywood’s War Machina”, en Carl Boggs,
ed., Masters of War: Militarism and Blowback in the Era of American Empire,
Nueva York-Londres: Routledge, 2003.
5 Para un análisis de los medios en las guerras recientes, ver Paul Ruther-
ford, Weapons of Mass Persuasion: Marketing the War Against Iraq, Toronto,
Buffalo, Londres: University of Toronto Press, 2004.
6 Ver en particular Jack Shaheen, Reel bad Arabs: how Hollywood vilifies a
people, Nueva York: Olive Branch Press, 2001.
7 Sobre el cine Reaganiano, ver Andrew Britton, “Blissing Out: the Poli-
tics of Reaganite Entertainment”, Movie, 26/27, 1985; Douglas Kellner
y Michael Ryan, Camera Politica:The Politics and Ideology of Contemporary
Hollywood Film, Bloomington: Indiana University Press, 1990; Robin
162 Socialist Register 2005

Wood, Hollywood from Vietnam to Reagan and Beyond; Susan Jeffords,


Hard Bodies: Hollywood Masculinity in the Reagan Era, New Brunswick,
NJ: Rutgers University Press, 1994; Michael Rogin, Ronald Reagan,The
Movie and Other Episodes in Political Demonology, Berkeley: University
of California Press, 1987; Chris Jordan, Movies and the Reagan Presiden-
cy, Newport, CT: Praeger, 2003; también, Scott Forsyth, “Evil Empire:
Spectacle and Imperialism in Hollywood”, Socialist Register 1987, Lon-
dres: Merlin Press, 1987 y “Hollywood’s War on the World”, Socialist
Register 1992, Londres: Merlin Press, 1992.
8 Ver Mike Davis, “The Flames of New York”, en Mike Davis, ed., Dead
Cities, Londres: Verso, 2003; Slavoj Zizek, Welcome to the Desert of the
Real, Londres:Verso, 2002. Para una revisión útil, ver Chris Sharrett, ed.,
The Apocalyptic Idea in Postmodern Narrative Film, Washington DC: Mai-
soneuve Press, 1993.
9 Sobre la participación de la CIA en la producción televisiva, ver Doug
Saunders, “When the CIA is Happy, It’s not a Good Sign”, The Globe
and Mail, 18 de octubre de 2003; Linda McQuaig, “9/11 Movie Paints
Bush as Hero”, The Toronto Star, 1 de junio de 2003.
10 Sobre las convenciones acerca de la Guerra Buena en el cine, ver Tom
Pollard, “Hollywood’s War Machina”, p. 316.
11 Ver Chalmers Johnson, “American Militarism and Blowback”, en
Boggs, ed., Masters of War, pp. 124-125.
12 Sobre las opciones radicales y Hollywood en tiempos de guerra, inclu-
yendo el cine de combate, ver Paul Buhle y Dave Wagner, Radical Ho-
llywood The Untold Story of America’s Favourite Movies, Nueva York: The
New Press, 2002, pp. 201-260. Para una interesante discusión acerca de
las categorías de ciudadano y guerrero en la historia militar y la ideolo-
gía norteamericanas, ver R. Claire Snyder, “Patriarchal Militarism”, en
Boggs, ed., Masters of War, pp. 261.
13 Una discusión excelente puede verse en Tom Doherty, “The New War
Movies as Moral Rearmament: Black Hawk Down and We Were Soldiers”,
Cineaste, XXVII(3), 2002.
14 Sobre el imperialismo de los derechos humanos, ver Amy Bartholomew
y Jennifer Breakspear, “Human Rights as Swords of Empire”, Socialist
Register 2004, Londres: Merlin Press, 2003.
15 Ver el excelente análisis de cierre en Lila Kataeff, “Three Kings:
Neocolonial Arab Representation”, Jump Cut, 46, (Summer) 2003,
<www.ejumpcut.org>. La autora observa que “la película perso-
naliza una intervención en los asuntos de una nación colonizada
usando la lógica del colonizador para tratar de resolver los proble-
mas del colonizado”.
Hollywood recargado 163

16 Kellner y Ryan, en Camera Politica, presentan una descripción convin-


cente de Rambo como una víctima de clase obrera que se articula con
el populismo de derecha.
17 El personaje de Schwarzenegger, y probablemente su potencial político,
ha sido cuidadosamente construido de una película a otra. Ver el estu-
dio de caso en José Arroyo, ed., Action/Spectacle Cinema, pp. 27-58.
18 Para una interesante discusión cuya conclusión es que la Matrix repre-
senta a Hollywood, ver Osha Neumann, “Selling The Matrix”, Radical
Society, 29(1), 2002, pp. 73-83.
19 Frederic Jameson, “Postmodernism, Or the Cultural Logic of Late Ca-
pitalism”, New Left Review, 146, 1984, p. 88; ver también Frederic Jame-
son, “Reification and Utopia in Mass Cultura”, Social Text, (invierno),
1979, pp. 130-48.
20 Friedrich Engels a Philip van Patten, 1883, Marx and Engels Correspondence,
Moscú: International Publishers, 1968, <www.marxists.org/archives>.
21 Entre las películas de Hollywood recientes que tratan temas políticos
osados, pueden mencionarse Bulworth (1998), Abajo el telón (1999) y
Pandillas de Nueva York (2002). Recientemente algunos documentales
políticos han llegado a una audiencia significativa, entre ellos Bowling
for Columbine (2002), La corporación (2003), La niebla de la guerra (2004).
Michael Moore espera derrocar al gobierno de Bush con su nueva
película Fahrenheit 9/11 (2004). Hollywood ha administrado en parte
esta competencia, creando su propia división para cine independiente
y de arte.
22 Para un estudio de caso acerca de Woo, ver José Arroyo, ed., Action/Spec-
tacle Cinema, pp. 59-82; para una discusión crítica acerca de Bigelow, ver
Yvonne Tasker, “Bigger than Life”, en José Arroyo, ed., Action/Spectacle
Cinema, pp. 195-199.
23 Recientes viajes a imperios y épicas del pasado incluyen Master and
commander: al otro lado del mundo (2002), Piratas del Caribe (2002), La
Liga extraordinaria (2003), El último samurai (2003), Hidalgo (2004), El
álamo (2004), Gladiador (2001) y Troya (2004). Un ejemplo más con-
temporáneo del estilo Rambo se presenta en Dos policías rebeldes 2
(2003), en el que policías organizan su propia invasión a Cuba, junto
con terroristas anticastristas, rememorando y corrigiendo el fiasco de
Bahía de los Cochinos.

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