01 Virgilio
01 Virgilio
01 Virgilio
Ya en el proemio del libro III de las Geórgicas, Virgilio anuncia su intención de componer un
poema épico para celebrar las victorias del héroe que gobernaba todo el imperio.
Dicho poema se configuraría como una narración épico-histórica, en la que la historia actual
quedaría relacionada con los orígenes troyanos de Roma y de la gens Iulia.
La elección de esta forma literaria se situaba en la línea tradicional de la poesía épica romana:
Desde Nevio (Bellum Poenicum) la épica en latín se ocupaba de temática histórica.
En época de Virgilio Ennio y su poema Annales seguían recibiendo la veneración de los
romanos.
Después de Ennio esta forma de literatura había quedado al margen, debido a que su
función la asumió la historiografía latina en prosa.
Pero hacia finales del siglo II a.C. este tipo de poema épico volvió a renacer.
La demanda de tal tipo de poema era grande, como lo demuestran las recusationes de
Horacio y Propercio a componer una obra de tal tipo.
El proyecto de Virgilio, sin embargo, era diverso:
Para sus contemporáneos fue una especie de sorpresa.
Seleccionando como tema la leyenda de Eneas, Virgilio, al igual que Homero, colocaba su
narración en el plano del mito.
Pero desde el mito se miraba hacia la historia de Roma, y más en concreto hacia la
historia actual de la época de Virgilio.
En ese momento la victoria de Octaviano en Accio (31 a.C.) fue considerada como un
giro en el devenir histórico con el que comenzaba una nueva era.
En ese sentido se puede decir que se invirtió el proyecto delineado en las Geórgicas:
No se miraba desde la historia hacia el mito, sino, al contrario, desde el mito hacia la
historia.
Pero seguía manteniéndose el nexo entre mito e historia.
Y también se mantenía la función del poema como celebración del nuevo César.
Virgilio debió llegar a esta reorganización de su proyecto tras una reconsideración del mismo
y tras no pocas dudas al respecto.
Poco después del inicio del trabajo el poema aparece a los literatos romanos como una gran
novedad:
Propercio (2, 34, 61-66 [ca. 26 a.C.]) anunciaba su llegada como algo superior incluso a la
Ilíada.
Había leído el proemio.
Sabía que en el poema se celebraría la victoria de Accio.
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LITERATURA LATINA II
La descripción del escudo de Eneas (Libro VIII) debía estar también ya escrita.
La elección de la narración mítica no significaba una exclusión completa del poema
épico-histórico.
Trazos de historia se pueden ver:
En la descripción del escudo de Eneas (8, 626-728);
En la relación de los personajes romanos en el libro VI (756-892).
Pero también se ha dicho que el estilo de la narración histórica se deja notar en la
narración mítica.
En ello se ha visto la influencia de la épica histórica romana;
Pero también la influencia directa de la historiografía.
La leyenda de Eneas
La leyenda de Eneas era ya conocida para los romanos cuando Virgilio se puso a escribir su
poema:
Ya aparecía en los poemas épicos de Nevio y Ennio;
También en obras historiográficas;
Y en las tragedias.
Pero eso no quiere decir que el mito de Eneas y de los orígenes troyanos de Roma fuese ya
un elemento constitutivo de la conciencia de la comunidad romana.
La elección del mito de Eneas estuvo determinada por el uso que la gens Iulia (desde hacía al
menos un siglo) había hecho de la leyenda.
Esta familia se consideraba descendiente de Yulo, hijo de Eneas.
Y también estuvo determinada por la valoración que de este hecho hicieron César y su hijo
adoptivo, Octaviano, en su intención de adquirir prestigio político ante sus conciudadanos.
La leyenda de la migración de Eneas desde Troya al Lacio no remonta a los poemas
homéricos.
Pero nace ya en época no muy lejana de estos poemas.
Vasos etruscos (de finales del siglo VII a.C.) representan gráficamente la peripecia mítica
de Eneas.
En la historiografía griega aparece en el siglo VI a. C.
Estas vías, sin embargo, no parecen ser las principales para la divulgación de la leyenda de
Eneas por el Lacio:
La presencia de la cultura griega en el Lacio (ya por vía directa o a través de Campania) era
ya fuerte en el siglo VI a.C.
Se puede suponer con gran certeza que existía un culto a los Penates en la ciudad de Lavinio,
y que pasó de ahí a Roma.
Precisamente en esa ciudad desembarcaron los troyanos guiados por Eneas.
Es probable que en el siglo VII a.C. existiese en esa ciudad del Lacio un culto a Eneas.
Es probable también que la llegada de Eneas al Lacio y la introducción del culto a los Penates
en Lavinio sean hechos que estén de algún modo conectados.
Igualmente es probable que la leyenda de Eneas pasase a Roma tras la derrota de la Liga
Latina en 338 a.C. y la disolución de la misma.
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LITERATURA LATINA II
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LITERATURA LATINA II
La presencia de Homero se advierte de muy diversa forma en toda la épica griega y latina.
También si Virgilio hubiese optado por la composición de un poema épico de carácter
histórico habría recurrido, como hizo Ennio, a los modos épicos homéricos.
Es cierto que la elección de un mito como hilo conductor de la narración facilitaba de
un modo más estrecho el contacto con los poemas homéricos.
La presencia de Homero en la Eneida es muy amplia y densa.
Ello hace difícil encontrar unos parangones adecuados para la comparación.
Virgilio en el uso de Homero va mucho más allá que Ennio.
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LITERATURA LATINA II
En este aspecto, Virgilio es mucho más afín a Apolonio de Rodas, de quien el poeta
romano aprendió mucho para la “homerización” de su poema.
La relación de la Eneida con su auctor (Homero) es tan profunda que constituye un caso
sin igual en la poesía latina.
La inspiración homérica es ya evidente en la estructura general:
Los primeros seis libros aspiran a constituirse en una nueva Odisea;
Los seis últimos en una nueva Ilíada.
Esta estructura general demuestra dos orientaciones básicas en el Virgilio épico:
La narración concentrada, que es producto en primer lugar de una selección:
En la primera parte de la Eneida se reencuentra el hilo narrativo de los libros V-XIII de
la Odisea;
En la segunda parte el de los libros X y XVI-XXII de la Ilíada.
A ello se une una visible libertad que conduce a desviaciones evidentes con respecto al
modelo:
Virgilio sitúa en la parte “odiseica” los juegos fúnebres en honor de Anquises,
mientras que su correlato homérico (los juegos fúnebres en honor de Patroclo) se
hallan en el libro XXIII de la Ilíada.
En el libro VIII (ya en la parte “iliádica”) se narra el viaje de Eneas al Palatino y su
estancia junto a Evandro; en este episodio se dejan ver huellas del viaje de Telémaco a
Néstor (libros II-IV de la Odisea); y de la permanencia de Ulises junto a Eumeo (libros
XIII-XIV).
Muchas escenas y episodios de forma aislada están inspirados por los poemas homéricos:
En el libro I la tempestad que embiste a los troyanos en su viaje de Sicilia a Italia.
El descenso de Eneas a los Infiernos (libro VI).
El duelo entre Eneas y Turno (libro XII).
La empresa de Niso y Euríalo (libro IX) en relación con la salida nocturna de Ulises y
Diomedes (Ilíada, X).
Pero en ellos es evidente la transformación que ha sufrido la narración homérica.
También los personajes virgilianos presentan cierta afinidad con los homéricos.
Pero el ethos de unos y otros es completamente distinto.
Por eso se puede decir que ningún personaje de la Eneida reproduce a otro de la Odisea
o de la Ilíada.
Pero la presencia más importante de Homero es la que se manifiesta a pequeña escala a
través del “arte alusiva” y el estilo.
Prácticamente en cualquier pasaje se puede decir que Virgilio alude a un verso o
hemistiquio de los poemas homéricos.
Esas alusiones se producen a través de los retoques de los versos homéricos y a la
adaptación de la expresión homérica al nuevo contexto, a la nueva función y al nuevo
sentido que adopta en la dinámica de la nueva obra.
De los poemas homéricos Virgilio mantiene el estilo, que va de una constante nobleza a
momentos de grandiosidad y sublimidad.
De Homero toma muchos procedimientos estilísticos que caracterizan la épica: el uso
del epíteto y la comparación.
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Apolonio de Rodas también ejerce influencia sobre la épica virgiliana, aunque más
sobre el fondo:
Él es quien inspira algunos discursos y escenas de la “tragedia” de Dido.
Inspira también a Virgilio en su sensibilidad visual (comparación de las dudas de
Eneas con el tremolar de los rayos del sol y la luna sobre un vaso de agua (Aen.
VIII 22-25).
Otros aspectos de la influencia de este autor son de más alcance:
Apolonio es el que abrió el camino hacia el “arte alusiva” con respecto a
Homero.
Probablemente haya sido Apolonio el que marca el paso para la utilización de
métodos y procedimientos de la tragedia ática en la épica.
La presencia de la poesía latina de Nevio y Ennio a Catulo y Lucrecio no es tan densa
como la de Homero, pero sí más notoria que la del resto de autores griegos.
El gusto literario y el preciosismo estilístico es algo típico de los poetas alejandrinos que
llegó a Virgilio a través de los poetae novi.
Entre ellos Virgilio siente especial predilección por Catulo:
El carmen 64 de Catulo juega un papel importante en la configuración de la
historia de Dido en la Eneida.
La experiencia neotérica de Virgilio es fundamental también para la elaboración poética
de la Eneida.
Pero ello no es impedimento para que Virgilio se diferencie netamente de los poetae novi.
Estos rechazaban la figura de Ennio, por su rudeza estilística y por su exagerada
búsqueda de lo sublime.
Para Virgilio Ennio juega un papel análogo al de Homero, aunque a una escala más
reducida.
De los Annales toma algún episodio y lo tiene presente también para las
comparaciones.
Numerosas son las ocasiones en que Virgilio retoma de forma alusiva hemistiquios
procedentes de esta misma obra.
De ella extrae Virgilio algunas fórmulas (divom pater atque hominum rex = Júpiter),
epítetos (Saturnia referido a Juno), y algunos términos de su léxico.
Por tanto, el color arcaico (moderado) con que Virgilio caracteriza su poema deriva de la
influencia enniana.
La influencia de Ennio (y no de Homero) es la que empuja a Virgilio a la búsqueda de lo
grandioso y lo sublime.
Sin embargo, evita los excesos barrocos y el preciosismo (a veces ridículo) de Ennio.
No obstante,Virgilio también ha sufrido el influjo del pathos enniano:
Para la expresión de uno de los momentos álgidos de la angustia de Dido (Aen. IV
465-468) se inspira en la escena del sueño angustiado de Ilia en los Annales (39-42
Skutsch).
Cuando Eneas interrumpe su relato para invocar la patria destruida (Aen. II 241 s. O
patria, o divom domus Ilium et incluta bello / moenia Dardanidum) recurre a un cántico de
la tragedia Andromacha de Ennio (86 ss. Jocelyn).
Pero la fascinación de Virgilio por Ennio se deja ver sobre todo:
En el uso de la aliteración (que es una parte esencial del arcaísmo de la Eneida);
En la selección de los sonidos;
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La religión de la Eneida
La presencia y la intervención de los dioses son elementos fundamentales del poema épico
de Virgilio.
Este aspecto parte de Homero; tiene mucho de homérico.
Pero a su vez la tendencia a la romanización de estos elementos es evidente.
Este proceso resultó facilitado por las relaciones de sincretismo entre la religión griega y
romana.
Desde los primeros siglos tras la fundación de Roma se produjo un proceso de
sincretismo según el cual las divinidades romanas eran equiparadas a las griegas:
Júpiter – Zeus; Juno – Hera;Venus – Afrodita; Minerva – Atenea.
Algunos dioses griegos pasaron a la religión romana con sus nombres griegos: Apolo,
Cibeles, Iris.
En este punto hay que recordar que:
Júpiter, Juno y Minerva formaban la tríada Capitolina;
Apolo tiene un papel importante porque es una divinidad predilecta a Augusto;
Cibeles tiene su presencia en el poema por ser una diosa frigia, conectada, por
tanto, con los orígenes romanos.
El contraste entre Juno, enemiga acérrima de los troyanos, y Venus, madre de Eneas, recorre
todo el poema y unifica la parte “odiseica” y la “iliádica”.
Juno asume el papel de Neptuno con respecto a Ulises, y también el de Hera con
respecto a los griegos.
Ambas diosas son pasionales como las homéricas.
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El contraste entre Juno, enemiga acérrima de los troyanos, y Venus, madre de Eneas, recorre
todo el poema y unifica la parte “odiseica” y la “iliádica”.
Pero Virgilio evita representarlas en situaciones cómicas o indecorosas:
Juno no pierde nunca su majestad.
Venus es más una madre preocupada por su hijo que una enemiga exacerbada de
Juno.
Bien es cierto que por su condición femenina son más débiles y están más expuestas a
las pasiones que otros dioses masculinos.
El resto de divinidades se distinguen por su gravitas, su poder o su esplendor y están exentas
del peligro de degradación.
Nunca participan en el campo de batalla.
Júpiter no es inferior en majestuosidad al Zeus homérico y es sustancialmente diverso de las
divinidades homéricas.
Presupone el concepto estoico de la divinidad que subyace y gobierna el mundo.
Si bien no se identifica con el fato, es su intérprete y su ejecutor fiel.
Venus interviene en alguna ocasión en relación a su hijo, como cuando le lleva las armas
fabricadas por su marido, Vulcano.
Neptuno también interviene aplacando la tormenta.
Pero en la Eneida se acentúa la tendencia a recurrir a divinidades menores, cuando los dioses
intervienen directamente en la acción.
Júpiter recurre a Mercurio como mensajero.
Juno a Éolo, Iris, Alecto.
Aparece también Hércules, pero ya romanizado: se narra la liberación de los habitantes
del Palatino del monstruo Caco.
Encuentran también un espacio en el poema divinidades menores itálicas: Fauno, Pico,
Juturna (hermana de Turno).
Juturna es la única divinidad que adquiere el perfil de personaje trágico.
Virgilio también recurre a personificaciones, como la Fama (Aen. IV 174-178).
Virgilio se ha preocupado de preservar el decoro de la divinidad.
Pero las figuras divinas en la Eneida no son objeto de alta poesía.
Quizá la única excepción sea Juturna.
Pero sí que Virgilio alcanza cotas de alta poesía cuando describe los efectos (de miedo o
estupor) de la acción divina sobre los hombres:
A través de sueños, prodigios, u oráculos.
Por ejemplo, cuando Virgilio narra la reacción de Eneas cuando se revela la presencia de
Polidoro (Aen. III 27-30):
Nam quae prima solo ruptis radicibus arbor
vellitur, huic atro liquuntur sanguine guttae
et terram tabo maculant. Mihi frigidus horror
membra quatit gelidusque coit formidine sanguis.
[Pues en cuanto arranco del suelo cortando sus raíces
el primer tallo, destila éste gotas de negra sangre
que ensucia la tierra con su peste. Un helado espanto
sacude mi cuerpo y mi sangre helada se me cuaja de miedo.]1
1
Las traducciones están sacadas de Virgilio, Eneida, Intr. y trad. R. Fontán Barreiro (Madrid: Alianza Editorial,
1986).
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Virgilio presenta un cuadro expresionista del terror al que recurre en varias ocasiones a
lo largo del poema.
Sensaciones semejantes se aplican a Turno, cuando ve en sueños a la Furia Alecto en su
forma infernal (Aen. VII 446-450).
At iuveni oranti subitus tremor occupat artus,
deriguere oculi: tot Erinys sibilat hydris
tantaque se facies aperit; tum flammea torquens
lumina cunctantem et quaerentem dicere plura
reppulit…
[Y un súbito temblor se apodera de los miembros del joven según habla
fijos se quedaron sus ojos: con tantas hidras silba la Erinia,
así de horrible descubre su rostro; entonces torciendo su mirada
de fuego rechazó al que entre dudas trataba
de seguir hablando...]
En pocas ocasiones la revelación de la divinidad abre una espiral sobre un mundo de
luminosa felicidad, lejano del sufrimiento humano, como cuando Venus se manifiesta a su
hijo (Aen. I 402-405):
Dixit et avertens rosea cervice refulsit
ambrosiaeque comae divinum vertice odorem
spiravere; pedes vestis defluxit ad imos
et vera incessu patuit dea.
[Dijo y relució su nuca al darse la vuelta,
y desde lo más alto exhalaron sus cabellos de ambrosía
un olor divino; cayó su vestido hasta los mismos pies
y se marchó con el andar de una diosa verdadera.]
En la Antigüedad Virgilio fue considerado como un gran experto en las prácticas religiosas del
pasado.
Es llamativa la atención que dedica a las ceremonias y rituales.
Virgilio contaba con una buena información sobre los ritos religiosos y sobre las
costumbres de guerra.
Virgilio se ha servido para adquirir esa información de obras en prosa de historia y de
antigüedades.
Estas partes no consisten en un peso muerto dentro del poema:
La descripción de un rito siempre va unida a la fascinación que Virgilio muestra en
todo el poema por la sacralidad, que conduce a la solemnidad.
Un ejemplo de ello puede verse en las ceremonias fúnebres dedicadas a Anquises (Aen. V
72-79).
O la escena en la que se estipula la tregua entre latinos y troyanos (Aen. XII 165-215).
O la escena de la cremación y entierro de Miseno (Aen. VI 212-235).
O los funerales de Palante (Aen. XI 29-99 y 139-181).
Entre los ritos cobran especial importancia los juegos deportivos celebrados con motivo de
las ceremonias fúnebres por Anquises (Aen. V 104-603).
Virgilio fue mucho más lejos que el modelo homérico (juegos en honor de Patroclo, lib.
XXIII de la Ilíada), enriqueciendo y variando los espectáculos y convirtiendo cada
competición en una acción dramática.
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LITERATURA LATINA II
La cultura filosófica
Epicureísmo:
La presencia de Lucrecio es amplia, pero siempre en el nivel de la elaboración poética.
No hay nada de epicureísmo en la Eneida.
Se pueden observar algunas ideas epicureístas aisladas:
En las argumentaciones que Ana dirige en una especie de suasoria a su hermana Dido;
En la protesta que el rey númida Jarbas dirige contra Júpiter.
En cualquier caso no reflejan el pensamiento del autor.
Estoicismo:
Durante mucho tiempo se interpretó la figura de Eneas (siguiendo la teoría de Heinze)
como un héroe estoico, aunque esta interpretación se ha abandonado en los últimos
tiempos.
Es cierto, sin embargo, que en Eneas se pueden ver algunas ideas propias del
pensamiento estoico:
La aceptación del destino como justo;
La renuncia a los deseos y afectos propios por obedecer el destino;
La adhesión activa al destino, que identifica con la propia voluntad.
Virgilio aceptaba la visión estoica de autores como Polibio y Panecio, según la cual se
identificaba el destino histórico de Roma con la razón providencial que gobierna el
mundo.
La concepción cósmico-teológica que aparece en varios lugares del poema también tiene
impronta estoica (Aen. VI 724-729):
Principio caelum ac terras camposque liquentis
lucentemque globum lunae Titaniaque astra
spiritus intus alit, totamque infusa per artus
mens agitat molem et magno se corpore miscet.
Inde hominum pecudumque genus vitaeque volantum
et quae marmoreo fert monstra sub aequore pontus.
[Para empezar, el cielo y las tierras y los líquidos llanos
un espíritu interior los alienta y un alma metida en sus miembros
da vida a la mole entera y se mezcla con el gran cuerpo.
De ahí la estirpe de los hombres y los ganados y la vida de las aves
y los monstruos que el ponto guarda bajo su superficie de mármol.]
La Eneida presenta, pues, un rasgo que puede parecer paradójico:
Una cosmología estoica descrita al modo lucreciano.
Esta cosmología estoica sirve de base a la teoría de la transmigración de las almas.
Dicho fenómeno se entiende como un proceso de purificación.
Por ello, la aceptación de esta teoría prepara en cierto modo el repaso a los
personajes históricos romanos que aparecen en la Eneida.
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LITERATURA LATINA II
Es cierto que la teoría no es originariamente estoica, sino que hunde sus raíces en el
orfismo reinterpretado por Platón.
El estoicismo que conoce Virgilio viene caracterizado por una especie de espiritualidad
religiosa panteísta, antes que por el culto a la razón que se observa en otras fases de
esta escuela de pensamiento.
Trazas de esta teoría se pueden ver también en otras obras de Virgilio:
Resurrección de Dafnis en la égloga 5.
Resurrección de las abejas en el libro IV de las Geórgicas.
En la visión y en la organización del mundo de ultratumba se pueden ver también huellas de
las catábasis míticas de época helenística o más antiguas.
La Eneida se sustenta sobre una firme conexión entre mito e historia, en la que la historia
está vista y es alumbrada desde el mito.
Pero si lo que se quiere buscar es el núcleo ideológico del poema, la relación se invierte:
El núcleo del poema es la historia, y más concretamente el presente en que se escribe el
poema, entendido como culmen de un proceso histórico.
La exposición más clara de este núcleo ideológico se encuentra en la conclusión de la
profecía con la que Júpiter consuela a Venus (Aen. I 291-296):
aspera tum positis mitescent saecula bellis:
cana Fides et Vesta, Remo cum fratre Quirinus
iura dabunt; dirae ferro et compagibus artis
claudentur Belli portae; Furor impius intus
saeva sedens super arma et centum vinctus aënis
post tergum nodis fremet horridus ore cruento.
[Con el fin de las guerras más suave se hará el áspero siglo:
la canosa Lealtad y Vesta y Quirino con su hermano Remo
darán sus leyes: y serán cerradas las sanguinarias puertas de la Guerra
con trancas reforzadas y con hierro: dentro, impío, el Furor
sentado sobre sus armas crueles y atado con cien nudos
de cadenas a la espalda rugirá erizado con su boca de sangre.]
La edad de Augusto aparece identificada como una edad de paz.
En ella gobiernan Fides, Vesta, Rómulo junto con su hermano (el crimen fratricida ha sido
superado).
Las puertas del templo de Jano se cerrarán.
El Furor impius (símbolo de las guerras civiles) será encarcelado y encadenado.
La Eneida presupone el trauma de las guerras civiles, vistas y temidas como un peligro mortal
para Roma y su imperio.
La consecución de esa edad de paz presupone la completa derrota y la aniquilación del
enemigo.
Esa contraposición no es marginal en el poema, pero tampoco es un motivo que se repita
frecuentemente.
Aparece en algunos pasajes:
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Sin embargo, su figura era la del salvador de la patria del ataque de Oriente.
Al mismo tiempo, consigue ampliar el imperio hasta unos límites antes desconocidos
(coincidiendo con el mundo habitado).
Con la asunción constitucional del principado (27 a.C.) obtiene el título de imperator.
Pero los romanos no lo veían como un dios en tierra; todo lo más era el hijo de César
divinizado (Divi filius).
Los poetas lo celebran como un héroe que, por sus méritos, será recibido entre los
dioses tras su muerte, como Baco, Hércules, los Dióscuros, Rómulo.
Anquises lo presenta del siguiente modo (Aen. VI 791-797):
Hic vir, hic est, tibi quem promitti saepius audis,
Augustus Caesar, divi genus, aurea condet
saecula qui rursus Latio regnata per arva
Saturno quondam, super et Garamantas et Indos
proferet imperium; iacet extra sidera tellus,
extra anni solisque vias, ubi caelifer Atlas
axem umero torquet stellis ardentibus aptum.
[Éste es, éste es el hombre que a menudo escuchas te ha sido prometido
Augusto César, hijo del divo, que fundará los siglos
de oro de nuevo en el Lacio por los campos que un día
gobernara Saturno, y hasta los garamantes y los indos
llevará su imperio; se extiende su tierra allende las estrellas,
allende los caminos del año y del sol, donde Atlante portador del cielo
hace girar sobre sus hombros un eje tachonado de lucientes astros.]
Así pues, es Augusto quien ha conseguido restaurar el reino de Saturno, la edad de oro.
Este tema, el retorno de la edad de oro, aparece como hilo de unión en todas las
obras de Virgilio.
No se plantea si a la edad de oro seguirá una nueva decadencia (como muestra
Hesíodo).
A Virgilio basta con presentar la victoria de Accio como un giro de la historia, y la
edad de paz y prosperidad que le sigue como el culmen de la historia de Roma.
Pero Virgilio no pretende destacar ese momento culminante de la historia que lo
precede: es decir, no pretende destacar a Augusto de la historia de la civitas.
Eso responde a la estrategia ideológica de Augusto, que se presenta como el
restaurador de la res publica romana.
El principado (el nuevo sistema político) se presenta como una evolución a partir de
un cuerpo que está siempre vivo y es eterno.
Como consecuencia de todo ello la celebración de Augusto queda situada en el
interior de la historia de Roma.
La victoria de Accio es presentada en la Eneida como un suceso de gran repercusión
histórica y mitificada como una especie de confrontación cósmica entre Oriente y
Occidente.
Pero Occidente en la concepción virgiliana es Roma e Italia (no las provincias
occidentales), Oriente Egipto (no Grecia).
La actitud frente a Grecia no es del todo hostil, sino más bien conciliadora.
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El protagonista
En cierta medida Eneas se puede considerar como una especie de prefiguración de Augusto.
El protagonista posee algunos valores fundamentales de la tradición ético-política romana, de
los que se apropió Augusto:
Pietas: fidelidad a los vínculos que unen al hombre con la familia, con la comunidad y con
los dioses;
Fides;
Iustitia;
Valor en la guerra;
Energía infatigable;
Dominio sobre los sentimientos y pasiones;
Obediencia al destino, entendida como asunción activa de la tarea impuesta.
Esta es la característica principal de Eneas y que ha llevado a definirlo como un “sabio
estoico”.
La asimilación de Eneas al sabio estoico no carece de validez parcial (dominio de los impulsos
y las pasiones).
Pero no es aceptable si se extiende a toda la actuación de este personaje a lo largo del
poema.
En el libro II, en la narración de la destrucción de Troya, Eneas actúa poseído por una
especie de furor noble, que aquí equivale al amor por su ciudad, pero con el objetivo de
salvar a los Penates y huir.
En el cumplimiento de su empresa, Eneas es asaltado por la duda y en él aflora en alguna
ocasión la desesperación (como cuando se siente impotente ante la violencia de la
tempestad).
Pero no es aceptable si se extiende a toda la actuación de este personaje a lo largo del
poema.
Raramente asume el destino con entusiasmo; más bien lo asume como una tarea fatigosa,
obligado por la pietas.
Eneas sigue su destino con la amargura de la renuncia, con tristeza:
Como cuando indica a Dido las razones de su marcha (Aen. IV 340-344).
O como, cuando los troyanos arriban a las costas de África, arrojados por la
tormenta, muestra esperanza y alegría ante sus compañeros, pero esconde su angustia
en el corazón (Aen. I 198-209).
Y aunque siempre esté acompañado (por el fiel Acates o por su hijo), vive en una severa
y melancólica soledad.
De un lado no cede a la angustia ni a la desesperación, pero tampoco se abandona a la
alegría de la victoria.
Mata a Turno por dolor e ira (cuando ve el tahalí que quitó a Palante), no con
entusiasmo.
Victor tristis, lo han definido algunos intérpretes.
Es más, bajo esa aceptación de la tarea fatigosa aflora un deseo de renuncia y de quietud,
un deseo de huida de la realidad de la historia.
Así se despide de Héleno y Andrómaca (Aen. III 493-499):
Vivite felices, quibus est fortuna peracta
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Los restantes personajes del campo troyano y etrusco tienen poco relieve dramático.
Si bien hay momentos de elevación dramática:
Como cuando Ascanio hace gala de su ardor y su entusiasmo juvenil;
O como cuando el viejo Anquises expresa su tedio por la vida.
En el campo enemigo, en cambio, se encuentran los personajes de gran relieve, que se
distinguen por su continuidad y coherencia dramática.
El caso más obvio es el de Dido.
En el libro I aparece como un personaje de especial nobleza:
A ello contribuye su belleza, su autoridad, su prestigio ante el pueblo, y el fasto;
También el alto ethos, caracterizado por una predisposición hacia la generosidad, a la
hospitalidad, a la capacidad de comprender el dolor de los otros y de socorrer a
quien ha sido golpeado por una desgracia.
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Tras la muerte de Camila el único personaje que queda de los grandes antagonistas de
Eneas es Turno.
El enfrentamiento directo y decisivo con él (como el de Héctor y Aquiles) es
inevitable.
El destino se acerca a su cumplimiento.
En ese camino surgen unos últimos obstáculos.
Pero Turno es solo en parte antagonista de Eneas.
Turno está caracterizado por un ardor que es a menudo violencia ciega y furor.
Este furor es una pasión no extraña a Eneas.
Pero se observa en Eneas solo en el combate; fuera de él Eneas domina los impulsos y
las pasiones.
La guerra iguala a los héroes de uno y otro bando en la ferocidad y en la
monstruosidad.
Pero en Turno esa ferocidad es más sistemática, ya que llega a extremos de crueldad y
de falta de humanidad:
como cuando, una vez muerto Palante, despoja el cadáver y se goza del efecto
que tendrá su muerte en su padre Evandro.
Esa falta de moderación implica a su vez varios rasgos en el carácter de Turno:
La falta de firmeza en su carácter;
La poca lucidez en la percepción del mundo circunstante, hasta llegar a formas de
delirio y alucinación (como cuando Juno lo hace salir del campo de batalla
engañándolo con el fantasma de Eneas).
El desconcierto y la conmoción en determinadas situaciones.
Sin embargo, Turno no cae por completo en la vileza.
Su sentido del honor es elevado.
Los acontecimientos sufridos en la guerra y la gravedad de la situación hacen que en
él madure una clara voluntad de sacrificio y de entrega hasta la muerte, una voluntad
de aceptación heroica del destino adverso.
También se bate con honor en el enfrentamiento final.
En ese instante la muerte no es la única salida posible.
De hecho Eneas duda y se debate entre la clemencia y el cumplimiento de la venganza
(entendida como una consecuencia de la pietas debida hacia Palante y su padre).
Pero Turno cometió con respecto a Palante un pecado de hybris irreparable; por eso
prevalece el deber de venganza sobre la clemencia.
Al final del poema, lo mismo que ocurrió en la tragedia de Dido, la clemencia es de
nuevo derrotada, y los horrores de la guerra acaban venciendo.
La guerra manifiesta su crueldad truncando la vida de los jóvenes.
El lamento por las vidas truncadas de los jóvenes es común en los dos bandos
enfrentados:
Niso; Euríalo; Palante; Lauso; Camila; Marcelo, etc.
Pero frente a esta nota pesimista el poema ofrece cuadros luminosos de la vitalidad, de la
alegría, del ardor y del entusiasmo de los jóvenes (Ascanio).
Y pese a que la muerte de los jóvenes se pueda deber a un exceso de ardor y a la
imprudencia, Virgilio no codena ese comportamiento, sino que expresa su admiración por el
deseo de gloria (típico es el caso de Euríalo).
Frente al ardor incauto de los jóvenes se sitúa el consilium de los ancianos.
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La división en dos partes del poema determina la estructura profunda del mismo.
El autor pretendió dar una dignidad más elevada a la segunda, lo que significaba una
caracterización más trágica.
Este criterio ha tenido escasas consecuencias, pero se pueden observar algunas huellas de
ello en el poema.
En el libro I Juno recurre a Éolo para provocar la tormenta; en el VII a Alecto para
provocar la guerra.
Dido se suicida con la espada de Eneas; Amata se ahorca, lo que es mucho más trágico.
En el libro IV la muerte de Dido aparece aliviada por la intervención de Iris; en el XII la
de Turno es una muerte mucho más oscura.
Además de la división en dos partes es posible establecer otra en grupos de cuatro libros:
Los libros I-IV están unidos porque la trama de los mismos se desarrolla en Cartago.
Los libros IX-XII presentan el desarrollo de la guerra.
Pero es difícil encontrar un hilo conductor para los libros V-VIII
Otra clasificación agrupaba los libros alternadamente en dos series:
Los libros impares (I, III, V, etc.) serían los libros luminosos.
Los libros pares (II, IV, VI) estarían dominados por un tono más oscuro.
Pero esta interpretación es difícil de aceptar:
Porque los libros I y III también tienen partes oscuras, mientras el libro VI termina con
un episodio sobre los Campos Elíseos.
La alternancia entre colores más oscuros y más claros se da también dentro de los
mismos libros:
El libro I comienza con una tempestad, pero acaba con una comida suntuosa en
Cartago
En el libro III el viaje hacia Italia resulta más sereno tras el encuentro con las
Arpías;
En el VI se pasa del Infierno a los Campos Elíseos.
Cada libro presenta un desarrollo orgánico y una unidad propia:
En el libro II se narra la destrucción de Troya;
En el libro III la travesía desde la Tróade hasta Sicilia;
En el libro IV la tragedia de Dido.
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Ello no impide que algunos episodios tengan una correspondencia con escenas y episodios de
otros libros o dentro de los mismos:
Así, existe una complementariedad entre la profecía de Júpiter a Venus (Aen. I 223-296), y
el coloquio de Júpiter con Juno (Aen. XII 791-842).
El episodio de Aqueménides (Aen. III 598-654) se contrapone al episodio de Sinón (Aen. II
57-198): la perfidia de los griegos no ha destruido en los troyanos su disposición a
socorrer a los desventurados.
Ello no impide que algunos episodios tengan una correspondencia con escenas y episodios de
otros libros o dentro de los mismos:
El comportamiento de Eneas, cuando intenta evitar la muerte de Lauso (Aen. X 794-832)
es contrario al comportamiento cruel de Turno con respecto a Palante (Aen. X 439-509).
La equiparación de Eneas a Apolo (Aen. IV 144-150) corresponde a la equiparación de
Dido a Diana (Aen. I 497-504).
El efecto de esta correspondencia especular entre unos episodios y otros es el de contribuir
a fortalecer la unidad del poema.
A ese efecto contribuye también la integración en el contexto poético de las digresiones (en
particular de las descripciones).
Un ejemplo de ello puede ser la descripción de las pinturas que adornan el templo de
Juno en Cartago (Aen. I 450-493) y que representan episodios de la guerra troyana
La descripción del escudo de Eneas, que reproduce algunas escenas de la historia de
Roma desde Rómulo hasta la batalla de Accio) está plenamente integrada en el sentido
ideológico del poema.
Lo mismo vale decir para el recuento de los grandes personajes romanos dentro del
libro del Más allá.
En otros casos, en cambio, las relaciones son más difíciles de establecer:
Como en la representación del mito de Dédalo e Ícaro en las puertas del templo de
Apolo en Cumas (libro VI).
La misma orientación se ha señalado en el uso de los epítetos épicos:
En Homero aparecen utilizados con independencia del contexto.
Virgilio tiende a utilizarlos en consonancia con el contexto en que aparecen.
La gestación de la Eneida
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Según la convención literaria que sigue Virgilio, anterior incluso a la edad alejandrina, la obra
que imita a Homero debe ser escrita en una lengua noble, bien distinta de la lengua hablada.
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En consecuencia, la Eneida toma distancias con la lengua y con el estilo de la épica breve del
periodo neotérico, que hacía concesiones al sermo cotidianus (sobre todo en la función de la
expresividad afectiva).
También a diferencia de la épica neotérica, el poema épico de Virgilio asume una pátina
arcaizante.
Sin embargo, el recurso al léxico raro propio de los autores refinados es más reducido que el
que se encuentra en la poesía neotérica.
A pesar de todo ello, Virgilio acoge en su lengua poética muchas características propias de la
revolución neotérica.
El léxico no retorna a la poesía arcaica, sino que parte de la lengua de uso y la filtra a
través de la elegancia literaria.
Su objetivo es escribir un poema comprensible para un público no exclusivamente
erudito.
Esta fue una de las razones de su éxito.
La nueva expresividad épica exigía la exclusión casi completa del realismo cómico, incluso del
que de forma más temperada cultivaban los autores alejandrinos como Teócrito, Apolonio
Rodio, Calímaco, y también los poetas latinos de la generación precedente.
Pero no excluía escenas de la vida cotidiana (tampoco lo había hecho la épica homérica).
En todo caso, estas escenas debían ser evocadas con un lenguaje decoroso.
Por todo ello se ha descrito este nivel de lengua con los términos de “realismo precioso”.
Los detalles de realismo se reducen o eliminan incluso cuando no se corre el riesgo de
descender hasta la humilde realidad cotidiana:
Por ejemplo, en la descripción de los espectáculos de la naturaleza.
En la evocación de fenómenos naturales como la aurora, la puesta del sol o la noche,
Virgilio vuelve a las indicaciones cósmicas de los poemas homéricos, evitando asociar a
ellas escenas de vida humana.
La nobleza del estilo tiende hacia una expresión elevada.
Los proemios, los exordios, las descripciones de los ritos religiosos, las súplicas, los
inicios de los discursos comportan generalmente un tono más solemne y una selección
léxica y sintáctica conforme a dicho tono.
La simple narración épica tiende hacia cierta grandiosidad, a la que contribuyen imágenes,
metáforas y sonidos.
Se puede distinguir entre:
una grandiosidad dinámica (como en la descripción de tormentas);
y una grandiosidad estática, monumental y majestuosa:
como en la descripción de alguna divinidad, cf. Aen. I 142 y ss.,
o como en la de grandes personajes.
La grandiosidad dinámica adopta las formas y los colores del horror
Por eso el horror en la Eneida alcanza el nivel de la grandiosidad.
Esta grandiosidad puede rayar en lo barroco, como ocurre, por ejemplo, en la
descripción de la batalla de Accio, que es descrita como una theomachia (Aen. VIII 696-
706).
Pero la búsqueda de esta grandiosidad no impide a Virgilio alcanzar en ocasiones lo
sublime.
Estos casos se producen sobre todo en la presentación de Júpiter, como cuando observa
la tierra desde el cielo (Aen. I 223-226):
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Muchos de los rasgos del estilo de la Eneida vistos hasta ahora (nobleza épica, pathos trágico,
“calimaquismo”) proceden de la poesía griega.
Sin embargo, en el juego de los sonidos propio de su obra Virgilio sigue la herencia latina.
El uso de la aliteración (no tan exagerado como en Ennio o en Lucrecio) es una de las
características del poema.
La aliteración es un rasgo arcaizante y da nobleza a la composición.
Entra dentro de una función expresiva del lenguaje.
Coincide con ella la función expresiva concedida al metro (en la distribución de dáctilos
y espondeos, las cesuras, los hiatos, los encabalgamientos, etc.).
La función mimética de los sonidos, heredada también de Ennio, es moderada en la
Eneida.
El ejemplo más conocido es el verso Aen. VIII 596:
quadrupedante putrem sonitu quatit ungula campum
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