Síntesis - Introducción Al Pensamiento Complejo
Síntesis - Introducción Al Pensamiento Complejo
Síntesis - Introducción Al Pensamiento Complejo
Edgar Morin
El
presente
texto
es
una
compilación
de
ensayos
y
presentaciones
del
pensador
frances
Edgar
Morin
realizadas
entre
1976
y
1988,
los
años
durante
los
cuales
su
«método»
comienza
a
cobrar
como
estructura
articulada
de
conceptos.
Es
una
introducción
ideal
a
la
obra
de
este
hombre
cuya
desmesurada
curiosidad
intelectual
y
pasión
ética
evocan
aquel
apelativo
de
«genio
numeroso»
que
Ernesto
Sábato
dedicara
a
Leonardo.
El
diálogo
estimulador
del
pensamiento
que
Morin
propone
a
todos
los
que,
ya
sea
desde
la
cátedra
o
los
ámbitos
más
diversos
de
la
práctica
social,
desde
las
ciencias
duras
o
blandas,
desde
el
campo
de
la
literatura
o
la
religión,
se
interesen
en
desarrollar
un
metodo
complejo
de
pensar
la
experiencia
humana,
recuperando
el
asombro
ante
el
milagro
doble
del
conocimiento
y
del
misterio,
que
asoma
detrás
de
toda
filosofía,
de
toda
ciencia,
de
toda
religión,
y
que
aúna
a
la
empresa
humana
en
su
aventura
abierta
hacia
el
descubrimiento
de
nosotros
mismos,
nuestros
límites
y
nuestras
posibilidades.
Vivimos
un
momento
en
el
que
cada
vez
más
y,
hasta
cierto
punto,
gracias
a
estudiosos
como
Edgar
Morin,
entendemos
que
el
estudio
de
cualquier
aspecto
de
la
experiencia
humana
ha
de
ser,
por
necesidad,
multifacético.
En
que
vemos
cada
vez
más
que
la
mente
humana,
si
bien
no
existe
sin
cerebro,
tampoco
existe
sin
tradiciones
familiares,
sociales,
genéricas,
étnicas,
raciales,
que
sólo
hay
mentes
encarnadas
en
cuerpos
y
culturas,
y
que
el
mundo
físico
es
siempre
el
mundo
entendido
por
seres
biológicos
y
culturales.
Al
mismo
tiempo,
cuanto
más
entendemos
todo
ello,
más
se
nos
propone
reducir
nuestra
experiencia
a
sectores
limitados
del
saber
y
más
sucumbimos
a
la
tentación
del
pensamiento
reduccionista,
cuando
no
a
una
seudocomplejidad
de
los
discursos
entendida
como
neutralidad
ética.
Cuando
nos
asomamos
a
entender
el
mundo
físico,
biológico,
cultural
en
el
que
nos
encontramos,
es
a
nosotros
mismos
a
quienes
descubrimos
y
es
con
nosotros
mismos
con
quienes
contamos.
El
mundo
se
moverá
en
una
dirección
ética,
sólo
si
queremos
ir
en
esa
dirección.
Es
nuestra
responsabilidad
y
nuestro
destino
el
que
está
en
juego.
El
pensamiento
complejo
es
una
aventura,
pero
también
un
desafío.
Introducción
Legítimamente,
le
pedimos
al
pensamiento
que
disipe
las
brumas
y
las
oscuridades,
que
ponga
orden
y
claridad
en
lo
real,
que
revele
las
leyes
que
lo
gobiernan.
El
término
complejidad
no
puede
más
que
expresar
nuestra
turbación,
nuestra
confusión,
nuestra
incapacidad
para
definir
de
manera
simple,
para
nombrar
de
manera
clara,
para
poner
orden
en
nuestras
ideas.
Al
mismo
tiempo,
el
conocimiento
científico
fue
concebido
durante
mucho
tiempo,
y
aún
lo
es
a
menudo,
como
teniendo
por
misión
la
de
disipar
la
aparente
complejidad
de
los
fenómenos,
a
fin
de
revelar
el
orden
simple
al
que
obedecen.
Pero
si
los
modos
simplificadores
del
conocimiento
mutilan,
más
de
lo
que
expresan,
aquellas
realidades
o
fenómenos
de
lo
que
intentan
dar
cuenta,
si
se
hace
evidente
que
producen
más
ceguera
que
elucidación,
surge
entonces
un
problema:
¿cómo
encarar
a
la
complejidad
de
un
modo
no-‐simplificador?
De
todos
modos
este
problema
no
puede
imponerse
de
inmediato.
Debe
probar
su
legitimidad,
porque
la
palabra
complejidad
no
tiene
tras
de
sí
una
herencia
noble,
ya
sea
filosófica,
científica,
o
epistemológica.
Por
el
contrario,
sufre
una
pesada
tara
semántica,
porque
lleva
en
su
seno
confusión,
incertidumbre,
desorden.
Su
definición
primera
no
puede
aportar
ninguna
claridad:
es
complejo
aquello
que
no
puede
resumirse
en
una
palabra
maestra,
aquello
que
no
puede
retrotraerse
a
una
ley,
aquello
que
no
puede
reducirse
a
una
idea
simple.
Dicho
de
otro
modo,
lo
complejo
no
puede
resumirse
en
el
término
complejidad,
retrotraerse
a
una
ley
de
complejidad,
reducirse
a
la
idea
de
complejidad.
La
complejidad
no
sería
algo
definible
de
manera
simple
para
tomar
el
lugar
de
la
simplicidad.
La
complejidad
es
una
palabra
problema
y
no
una
palabra
solución.
La
necesidad
del
pensamiento
complejo
no
sabrá
ser
justificada
en
un
prólogo.
Tal
necesidad
no
puede
más
que
imponerse
progresivamente
a
lo
largo
de
un
camino
en
el
cual
aparecerán,
ante
todo,
los
límites,
las
insuficiencias
y
las
carencias
del
pensamiento
simplificante,
es
decir,
las
condiciones
en
las
cuales
no
podemos
eludir
el
desafío
de
lo
complejo.
Será
necesario,
entonces,
preguntarse
si
hay
complejidades
diferentes
y
si
se
puede
ligar
a
esas
complejidades
en
un
complejo
de
complejidades.
Será
necesario,
finalmente,
ver
si
hay
un
modo
de
pensar,
o
un
método,
capaz
de
estar
a
la
altura
del
desafío
de
la
complejidad.
No
se
trata
de
retomar
la
ambición
del
pensamiento
simple
de
controlar
y
dominar
lo
real.
Se
trata
de
ejercitarse
en
un
pensamiento
capaz
de
tratar,
de
dialogar,
de
negociar,
con
lo
real.
Habrá que disipar dos ilusiones que alejan a los espíritus del problema del pensamiento complejo.
La
primera
es
crear
que
la
complejidad
conduce
a
la
eliminación
de
la
simplicidad.
Por
cierto
que
la
complejidad
aparece
allí
donde
el
pensamiento
simplificador
falla,
pero
integra
en
sí
misma
todo
aquello
que
pone
orden,
claridad,
distinción,
precisión
en
el
conocimiento.
Mientras
que
el
pensamiento
simplificador
desintregra
la
complejidad
de
lo
real,
el
pensamiento
complejo
integra
lo
más
posible
los
modos
simplificadores
de
pensar,
pero
rechaza
las
consecuencias
mutilantes,
reduccionistas,
unidimensionales
y
finalmente
cegadoras
de
una
simplificación
que
se
toma
por
reflejo
de
aquello
que
hubiere
de
real
en
la
realidad.
Nunca
pude,
a
lo
largo
de
toda
mi
vida,
resignarme
al
saber
parcelarizado,
nunca
pude
aislar
un
objeto
del
estudio
de
su
contexto,
de
sus
antecedentes,
de
su
devenir.
He
aspirado
siempre
a
un
pensamiento
multidimensional.
Nunca
he
podido
eliminar
la
contradicción
interior.
Siempre
he
sentido
que
las
verdades
profundas,
antagonistas
las
unas
de
las
otras,
eran
para
mí
complementarias,
sin
dejar
de
ser
antagonistas.
Nunca
he
querido
reducir
a
la
fuerza
la
incertidumbre
y
la
ambigüedad.
Desde
mis
primeros
libros
he
afrontado
a
la
complejidad,
que
se
transformó
en
el
denominador
común
de
tantos
trabajos
diversos
que
a
muchos
le
parecieron
dispersos.
Pero
la
palabra
complejidad
no
venía
a
mi
mente,
hizo
falta
que
lo
hiciera,
a
fines
de
los
años
1960,
vehiculizada
por
la
Teoría
de
la
Información,
la
Cibernética,
la
Teoría
de
Sistemas,
el
concepto
de
auto-‐organización,
para
que
emergiera
bajo
mi
pluma
o,
mejor
dicho,
en
mi
máquina
de
escribir.
Se
liberó
entonces
de
su
sentido
banal
(complicación,
confusión),
para
reunir
en
sí
orden,
desorden
y
organización
y,
en
el
seno
de
la
organización,
lo
uno
y
lo
diverso;
esas
nociones
han
trabajado
las
unas
con
las
otras,
de
manera
a
la
vez
complementaria
y
antagonista;
se
han
puesto
en
interacción
y
en
constelación.
El
concepto
de
complejidad
se
ha
formado,
agrandado,
extendido
sus
ramificaciones,
pasado
de
la
periferia
al
centro
de
mi
meta,
devino
un
macro-‐concepto,
lugar
crucial
de
interrogantes,
ligado
en
sí
mismo,
de
allí
en
más,
al
nudo
gordiano
del
problema
de
las
relaciones
entre
lo
empírico,
lo
lógico,
y
lo
racional.
Ese
proceso
coincide
con
la
gestación
de
El
Método,
que
comienza
en
1970;
la
organización
compleja,
y
hasta
hiper-‐compleja,
está
claramente
en
el
corazón
organizador
de
mi
libro
El
Paradigma
Perdido
(1973).
El
problema
lógico
de
la
complejidad
es
objeto
de
un
artículo
publicado
en
1974
(Más
alla
de
la
complicación,
la
complejidad,
incluido
en
la
primera
edición
de
Ciencia
con
Conciencia).
El
Método
es
y
será,
de
hecho,
el
método
de
la
complejidad.
Este
libro,
constituido
por
una
colección
de
textos
diversos,
es
una
introducción
a
la
problemática
de
la
complejidad.
Si
la
complejidad
no
es
la
clave
del
mundo,
sino
un
desafío
a
afrontar,
el
pensamiento
complejo
no
es
aquél
que
evita
o
suprime
el
desafío,
sino
aquél
que
ayuda
a
revelarlo
e
incluso,
tal
vez,
a
superarlo.
La necesidad del pensamiento complejo
¿Qué
es
la
complejidad?
A
primera
vista
la
complejidad
es
un
tejido
(complexus:
lo
que
está
tejido
en
conjunto)
de
constituyentes
heterogéneos
inseparablemente
asociados:
presenta
la
paradoja
de
lo
uno
y
lo
múltiple.
Al
mirar
con
más
atención,
la
complejidad
es,
efectivamente,
el
tejido
de
eventos,
acciones,
interacciones,
retroacciones,
determinaciones,
azares,
que
constituyen
nuestro
mundo
fenoménico.
Así
es
que
la
complejidad
se
presenta
con
los
rasgos
inquietantes
de
lo
enredado,
de
lo
inextrincable,
del
desorden,
la
ambigüedad,
la
incertidumbre...
De
allí
la
necesidad,
para
el
conocimiento,
de
poner
orden
en
los
fenómenos
rechazando
el
desorden,
de
descartar
lo
incierto,
es
decir,
de
seleccionar
los
elementos
de
orden
y
de
certidumbre,
de
quitar
ambigüedad,
clarificar,
distinguir,
jerarquizar...
Pero
tales
operaciones,
necesarias
para
la
inteligibilidad,
corren
el
riesgo
de
producir
ceguera
si
eliminan
los
otros
caracteres
de
lo
complejo;
y,
efectivamente,
como
ya
lo
he
indicado,
nos
han
vuelto
ciegos.
Pero
la
complejidad
ha
vuelto
a
las
ciencias
por
la
misma
vía
por
la
que
se
había
ido.
El
desarrollo
mismo
de
la
ciencia
física,
que
se
ocupaba
de
revelar
el
Orden
impecable
del
mundo,
su
determinismo
absoluto
y
perfecto,
su
obediencia
a
una
Ley
única
y
su
constitución
de
una
materia
simple
primigenia
(el
átomo),
se
ha
abierto
finalmente
a
la
complejidad
de
lo
real.
Se
ha
descubierto
en
el
universo
físico
un
principio
hemorrágico
de
degradación
y
de
desorden
(segundo
principio
de
la
Termodinámica);
luego,
en
el
supuesto
lugar
de
la
simplicidad
física
y
lógica,
se
ha
descubierto
la
extrema
complejidad
microfísica;
la
partícula
no
es
un
ladrillo
primario,
sino
una
frontera
sobre
la
complejidad
tal
vez
inconcebible;
el
cosmos
no
es
una
máquina
perfecta,
sino
un
proceso
en
vías
de
desintegración
y,
al
mismo
tiempo,
de
organización.
Finalmente,
se
hizo
evidente
que
la
vida
no
es
una
sustancia,
sino
un
fenómeno
de
auto-‐eco-‐organización
extraordinariamente
complejo
que
produce
la
autonomía.
Desde
entonces
es
evidente
que
los
fenómenos
antropo-‐sociales
no
podrían
obedecer
a
principios
de
inteligibilidad
menos
complejos
que
aquellos
requeridos
para
los
fenómenos
naturales.
Nos
hizo
falta
afrontar
la
complejidad
antropo-‐social
en
vez
de
disolverla
u
ocultarla.
La
dificultad
del
pensamiento
complejo
es
que
debe
afrontar
lo
entramado
(el
juego
infinito
de
inter-‐
retroacciones),
la
solidaridad
de
los
fenómenos
entre
sí,
la
bruma,
la
incertidumbre,
la
contradicción.
Pero
nosotros
podemos
elaborar
algunos
de
los
útiles
conceptuales,
algunos
de
los
principios,
para
esa
aventura,
y
podemos
entrever
el
aspecto
del
nuevo
paradigma
de
complejidad
que
debiera
emerger.
Ya
he
señalado,
en
tres
volúmenes
de
El
Método,
algunos
de
los
útiles
conceptuales
que
podemos
utilizar.
Así
es
que,
habría
que
sustituir
al
paradigma
de
disyunción/reducción/unidimensionalización
por
un
paradigma
de
distinción/conjunción
que
permita
distinguir
sin
desarticular,
asociar
sin
identificar
o
reducir.
Ese
paradigma
comportaría
un
principio
dialógico
y
tanslógico,
que
integraría
la
lógica
clásica
teniendo
en
cuenta
sus
límites
de
facto
(problemas
de
contradicciones)
y
de
jure
(límites
del
formalismo).
Llevaría
en
sí
el
principio
de
la
Unitas
multiplex,
que
escapa
a
la
unidad
abstracta
por
lo
alto
(holismo)
y
por
lo
bajo
(reduccionismo).
Mi
propósito
aquí
no
es
el
de
enumerar
los
«mandamientos»
del
pensamiento
complejo
que
he
tratado
de
desentrañar,
sino
el
de
sensibilizarse
a
las
enormes
carencias
de
nuestro
pensamiento,
y
el
de
comprender
que
un
pensamiento
mutilante
conduce,
necesariamente,
a
acciones
mutilantes.
Mi
propósito
es
tomar
conciencia
de
la
patología
contemporánea
del
pensamiento.
La
antigua
patología
del
pensamiento
daba
una
vida
independiente
a
los
mitos
y
a
los
dioses
que
creaba.
La
patología
moderna
del
espíritu
está
en
la
hiper-‐simplificación
que
ciega
a
la
complejidad
de
lo
real.
La
patología
de
la
idea
está
en
el
idealismo,
en
donde
la
idea
oculta
a
la
realidad
que
tiene
por
misión
traducir,
y
se
toma
como
única
realidad.
La
enfermedad
de
la
teoría
está
en
el
doctrinarismo
y
en
el
dogmatismo,
que
cierran
a
la
teoría
sobre
ella
misma
y
la
petrifican.
La
patología
de
la
razón
es
la
racionalización,
que
encierra
a
lo
real
en
un
sistema
de
ideas
coherente,
pero
parcial
y
unilateral,
y
que
no
sabe
que
una
parte
de
lo
real
es
irracionalizable,
ni
que
la
racionalidad
tiene
por
misión
dialogar
con
lo
irracionalizable.
Aún
somos
ciegos
al
problema
de
la
complejidad.
Las
disputas
epistemológicas
entre
Popper,
Kuhn,
Lakatos,
Feyerabend,
etc.,
lo
pasan
por
alto.(1)
Pero
esa
ceguera
es
parte
de
nuestra
barbarie.
Tenemos
que
comprender
que
estamos
siempre
en
la
era
bárbara
de
las
ideas.
Estamos
siempre
en
la
prehistoria
del
espíritu
humano.
Sólo
el
pensamiento
complejo
nos
permitiría
civilizar
nuestro
conocimiento.
(1) Sin embargo, Bachelard, el filósofo de las ciencias, había descubierto que lo simple no existe: sólo
existe lo simplificado. La ciencia construye su objeto extrayendolo de su ambiente complejo para
ponerlo en situaciones experimentales no complejas. La ciencia no es el estudio del universo simple,
es una simplificación heurística necesaria para extraer ciertas propiedades, ver ciertas leyes.
George Lukacs, el filósofo marxista, decía en su vejez, criticando su propia visión dogmática: «Lo
complejo debe ser concebido como elemento primario existente. De donde resulta que hace falta
examinar lo complejo de entrada en tanto complejo y pasar luego de lo complejo a sus elementos y
procesos elementales.»
Hasta
la
primera
mitad
del
siglo
XX,
la
mayoría
de
las
ciencias
tenían
por
modo
de
conocimiento
la
especialización
y
la
abstracción,
es
decir,
la
reducción
del
conocimiento
de
un
todo
al
conocimiento
de
las
partes
que
lo
componen
(como
si
la
Organización
de
un
todo
no
produjera
cualidades
nuevas
con
relación
a
las
partes
consideradas
aisladamente).
El
concepto
clave
era
el
determinismo,
es
decir,
la
ocultación
del
azar,
de
la
novedad,
y
la
aplicación
de
la
lógica
mecánica
de
la
máquina
artificial
a
los
problemas
de
lo
vivo
y
de
lo
social.
Por
supuesto
que
el
conocimiento
debe
utilizar
la
abstracción,
pero
este
también
debe
buscar
construirse
con
referencia
a
un
contexto,
y,
por
ende,
debe
movilizar
lo
que
el
conociente
sabe
del
mundo.
La
comprensión
de
datos
particulares
sólo
es
pertinente
en
aquel
que
mantiene
y
cultiva
su
inteligencia
general,
que
moviliza
sus
conocimientos
de
conjunto
en
cada
caso
particular;
Marcel
Mauss
decía:
"Hay
que
recomponer
el
todo".
Cierto,
es
imposible
conocer
todo
acerca
del
mundo,
así
como
también
aprehender
sus
multiformes
transformaciones.
Pero,
aunque
sea
difícil,
el
conocimiento
de
los
problemas
claves
del
mundo
debe
intentarse,
so
pena
de
imbecilidad
cognitiva.
Y
esto
es
cada
vez
más
urgente,
puesto
que
el
contexto,
en
nuestra
época,
de
todo
conocimiento
político,
económico,
antropológico
y
ecológico
es
el
mundo
mismo.
La
era
planetaria
necesita
situar
todo
en
el
contexto
planetario.
El
conocimiento
del
mundo
en
tanto
que
mundo
deviene,
entonces,
una
necesidad
intelectual
y
vital
al
mismo
tiempo.
Es
un
problema
que
se
plantea
a
todos
los
ciudadanos:
cómo
adquirir
el
acceso
a
las
informaciones
sobre
el
mundo
y
cómo
adquirir
la
posibilidad
de
articularlas
y
de
organizarlas.
Ahora,
para
articularlas
y
para
organizarlas,
se
necesita
una
reforma
de
pensamiento.
Por
una
parte,
hay
que
complementar
el
pensamiento
que
separa
con
un
pensamiento
que
reúna.
En
este
sentido,
complexus
significa
"lo
que
está
tejido
en
conjunto".
El
pensamiento
complejo
es
un
pensamiento
que
busca,
al
mismo
tiempo,
distinguir
-‐pero
sin
desunir-‐
y
religar.
Por
otra
parte,
debemos
considerar
la
incertidumbre.
El
dogma
de
un
determinismo
universal
se
ha
derrumbado.
El
universo
no
está
sometido
a
la
soberanía
absoluta
del
orden,
sino
que
es
el
juego
y
lo
que
está
en
juego
de
una
dialógica
(relación
antagonista,
competidora
y
complementaria
al
mismo
tiempo)
entre
el
orden,
el
desorden
y
la
organización.
De
esta
manera,
el
propósito
de
la
complejidad
es,
por
una
parte,
religar
(contextualizar
y
globalizar),
y,
por
otra,
recoger
el
guante
que
nos
arroja
la
incertidumbre.
¿Cómo?
A) La teoría de la información
Es
una
herramienta
que
permite
tratar
la
incertidumbre,
la
sorpresa,
lo
inesperado.
La
información
que
índica,
por
ejemplo,
el
vencedor
de
una
batalla,
resuelve
una
incertidumbre;
aquella
que
anuncia
la
muerte
súbita
de
un
tirano
aporta
lo
inesperado
y,
al
mismo
tiempo,
la
novedad.
Este
concepto
de
información
permite
entrar
en
un
universo
donde
hay,
al
mismo
tiempo,
orden
(la
redundancia)
y
desorden
(el
ruido)
y
extraer
de
ahí
algo
nuevo.
Es
decir,
la
información
misma
que
deviene,
entonces,
organizadora
(programadora)
de
una
máquina
cibernética.
B) La cibernética
Es
una
teoría
de
las
máquinas
autónomas.
La
idea
de
retroacción,
que
introduce
Norbert
Weiner,
rompe
con
el
principio
de
causalidad
lineal
al
introducir
el
principio
de
"bucle"
causal.
La
causa
actúa
sobre
el
efecto,
como
en
un
sistema
de
calefacción
en
el
cual
el
termostato
regula
el
funcionamiento
de
la
caldera.
Este
mecanismo
llamado
de
regulación
es
el
que
permite
la
autonomía
de
un
sistema,
en
este
caso
la
autonomía
térmica
de
un
apartamento
con
relación
al
frío
exterior.
El
"bucle"
de
retroacción
(llamado
feed-‐
back)
desempeña
el
papel
de
un
mecanismo
amplificador,
por
ejemplo,
en
una
situación
de
exacerbación
de
los
extremos
en
un
conflicto
armado.
La
violencia
de
un
protagonista
conlleva
una
reacción
violenta,
la
cual,
a
su
vez,
conlleva
una
reacción
aún
más
violenta.
Tales
retroacciones,
inflacionistas
o
estabilizadoras,
son
innumerables
en
los
fenómenos
económicos,
sociales,
políticos
o
sicológicos.
Sienta
las
bases
de
un
pensamiento
de
la
organización.
La
primera
lección
sistémica
es
que
"el
todo
es
más
que
la
suma
de
las
partes".
Esto
significa
que
existen
cualidades
emergentes,
es
decir;
que
nacen
de
la
organización
de
un
todo
y
que
pueden
retroactuar
sobre
las
partes.
Es
así
como
el
agua,
por
ejemplo,
tiene
cualidades
emergentes
con
relación
al
hidrógeno
y
al
oxígeno
que
la
constituyen.
Por
otra
parte,
el
todo
es
igualmente
menos
que
la
suma
de
las
partes,
puesto
que
las
partes
pueden
tener
cualidades
que
son
inhibidas
por
la
organización
del
conjunto.
La autoorganización
A
estas
tres
teorías
hay
que
agregar
los
desarrollos
conceptuales
aportados
por
la
idea
de
la
autoorganización.
Aquí,
cuatro
nombres
deben
ser
mencionados:
los
de
Von
Neumann,
Von
Foerster,
Atian
y
Prigogine.
El
aporte
de
Von
Foerster
reside
en
su
descubrimiento
del
principio
del
orden
por
el
ruido
(order
from
noise).
De
esta
manera,
cubos
imantados
en
dos
de
sus
caras
van
a
organizar
un
conjunto
coherente
por
reunión
espontánea
a
partir
de
un
principio
de
orden
(la
imantación).
Se
asiste
de
esta
manera
a
la
creación
de
un
orden
a
partir
del
desorden.
Atlan
concibe
la
teoría
del
azar
organizador.
Se
encuentra
una
dialógica
orden/desorden/organización
en
el
nacimiento
del
universo
a
partir
de
una
agitación
calórica
(desorden)
donde,
bajo
ciertas
condiciones
(encuentros
de
azar),
ciertos
principios
de
orden
van
a
permitir
la
constitución
de
núcleos,
de
átomos,
de
galaxias
y
de
estrellas.
Más
todavía,
encontramos
esta
dialógica
en
el
momento
de
la
emergencia
de
la
vida
por
encuentros
entre
macromoléculas
en
el
seno
de
una
especie
de
bucle
autoproductor
que
terminará
por
convenirse
en
autoorganización
viva.
Bajo
las
formas
más
diversas,
la
dialógica
entre
el
orden,
el
desorden
y
la
organización,
a
través
de
innumerables
interretroacciones,
está
constantemente
en
acción
en
los
mundos
físico,
biológico
y
humano.
Prigogine
ha
introducido,
de
otra
manera,
la
idea
de
organización
a
partir
del
desorden.
En
el
ejemplo
de
los
torbellinos
de
Benard,
se
ve
como
estructuras
coherentes
se
constituyen
y
se
automantienen
a
partir
de
un
cierto
umbral
de
agitación
y
de
este
lado
de
otro
umbral.
Estas
organizaciones
tienen
necesidad
de
ser
alimentadas
con
energía,
consumir,
disipar
energía
para
mantenerse.
En
el
caso
del
ser
vivo,
este
es
bastante
autónomo
para
extraer
energía
de
su
propio
medio,
incluso
de
extraer
informaciones
y
de
integrar
la
organización.
Es
lo
que
yo
he
llamado
la
auto-‐eco-‐organización.
El
pensamiento
de
la
complejidad
se
presenta,
entonces,
como
un
edificio
de
varios
pisos.
La
base
está
formada
a
partir
de
las
tres
teorías
(información,
cibernética
y
sistemas)
y
contiene
las
herramientas
necesarias
para
una
teoría
de
la
organización.
En
seguida,
viene
un
segundo
piso
con
las
ideas
de
Von
Neumann,
Von
Foerster,
Atlan
y
Prigogine
sobre
la
autoorganización.
A
este
edificio,
yo
he
querido
aportar
elementos
suplementarios.
Particularmente,
tres
principios
que
son:
el
dialógico,
el
de
recursión
y
el
hologramático.
1. El principio dialógico
Une
dos
principios
o
nociones
antagonistas
que,
aparentemente,
debieran
rechazarse
entre
si,
pero
que
son
indisociables
para
comprender
una
misma
realidad.
El
fisico
Niels
Bohr
ha
reconocido
la
necesidad
de
pensar
las
partículas
ffsicas
como
corpúsculos
y
como
ondas
al
mismo
tiempo.
Pascal
había
dicho:
"Lo
contrario
de
una
verdad
no
es
el
error,
sino
una
verdad
contraria".
Bohr
lo
traduce
a
su
manera:
"Lo
contrario
de
una
verdad
trivial
es
un
error
estúpido,
pero
lo
contrario
de
una
verdad
profunda
es
siempre
otra
verdad
profunda".
El
problema
es
unir
nociones
antagonistas
para
pensar
los
procesos
organizadores
y
creadores
en
el
mundo
complejo
de
la
vida
y
de
la
historia
humana.
2. El principio de recursión
El
principio
de
recursión
organizacional
va
más
allá
del
principio
de
la
retroacción
feed-‐back);
él
supera
la
noción
de
regulación
por
aquella
de
autoproducción
y
de
autoorganización.
Es
un
bucle
generador
en
el
cual
los
productos
y
los
efectos
son
ellos
mismos
productores
y
causadores
de
lo
que
los
produce.
Así,
nosotros
individuos,
somos
los
productos
de
un
sistema
de
reproducción
salido
del
fondo
de
los
tiempos,
pero
este
sistema
sólo
puede
reproducirse
bajo
la
condición
de
que
nosotros
mismos
devengamos
productores,
apareándonos.
Los
individuos
humanos
producen
la
sociedad
en
y
por
sus
interacciones,
pero
la
sociedad,
en
tanto
que
todo
emergente,
produce
la
humanidad
de
estos
individuos
aportándoles
el
lenguaje
y
la
cultura.
3. El principio hologramático
Pone
en
evidencia
esa
aparente
paradoja
de
ciertos
sistemas
en
los
cuales
no
solamente
la
parte
está
en
el
todo,
sino
en
que
el
todo
está
en
la
parte:
la
totalidad
del
patrimonio
genético
está
presente
en
cada
célula
individual.
De
la
misma
manera,
el
individuo
es
una
parte
de
la
sociedad,
pero
la
sociedad
esta
presente
en
cada
individuo
en
tanto
que
todo,
a
través
del
lenguaje,
la
cultura,
las
normas.
Conclusión
El
pensamiento
de
la
complejidad,
como
se
ve,
no
es
en
ningún
caso
un
pensamiento
que
rechace
la
certeza
en
beneficio
de
la
incertidumbre,
que
rechace
la
separación
en
beneficio
de
la
inseparabilidad,
que
rechace
la
lógica
para
autorizar
todas
las
trasgresiones.
El
procedimiento
consiste,
por
el
contrario,
en
una
ida
y
vuelta
incesante
entre
certezas
e
incertidumbres,
entre
lo
elemental
y
lo
global,
entre
lo
separable
y
lo
inseparable.
No
se
trata
de
abandonar
los
principios
de
la
ciencia
clásica
-‐orden,
separabilidad
y
lógica-‐,
sino
de
integrarlos
en
un
esquema
que
es,
al
mismo
tiempo,
más
amplio
y
más
rico.
No
se
trata
de
oponer
un
holismo
global
y
vacío
a
un
reduccionismo
sistemático;
se
trata
de
incorporar
lo
concreto
de
las
partes
a
la
totalidad.
Hay
que
articular
los
principios
de
orden
y
de
desorden,
de
separación
y
de
unión,
de
autonomía
y
de
dependencia,
que
son,
al
mismo
tiempo,
complementarios,
competidores
y
antagonistas
en
el
seno
del
universo.
El
pensamiento
complejo
es,
en
esencia,
el
pensamiento
que
integra
la
incertidumbre
y
que
es
capaz
de
concebir
la
organización.
Que
es
capaz
de
religar,
de
contextualizar,
de
globalizar,
pero,
al
mismo
tiempo,
de
reconocer
lo
singular
y
lo
concreto.
La complejidad
La
idea
de
complejidad
estaba
mucho
más
diseminada
en
el
vocabulario
común
que
en
el
científico.
Llevaba
siempre
una
connotación
de
advertencia
al
entendimiento,
una
puesta
en
guardia
contra
la
clarificación,
la
simplificación,
la
reducción
demasiado
rápida.
De
hecho,
la
complejidad
tenía
también
delimitado
su
terreno,
pero
sin
la
palabra
misma,
en
la
Filosofía:
en
un
sentido,
la
dialéctica,
y
en
el
terreno
lógico,
la
dialéctica
hegeliana,
eran
su
dominio,
porque
esa
dialéctica
introducía
la
contradicción
y
la
transformación
en
el
corazón
de
la
identidad.
En
ciencia,
sin
embargo,
la
complejidad
había
surgido
sin
decir
aún
su
nombre,
en
el
siglo
XX,
en
la
micro-‐
física
y
en
la
macro-‐física.
La
microfísica
abría
una
relación
compleja
entre
el
observador
y
lo
observado,
pero
también
una
noción
más
que
compleja,
sorprendente,
de
la
partícula
elemental
que
se
presenta
al
observador
ya
sea
como
onda,
ya
como
corpúsculo.
Pero
la
microfísica
era
considerada
como
caso
límite,
como
frontera...
y
se
olvidaba
que
esa
frontera
conceptual
concernía
de
hecho
a
todos
los
fenómenos
materiales,
incluidos
los
de
nuestro
propio
cuerpo
y
los
de
nuestro
propio
cerebro.
La
macro-‐física,
a
su
vez,
hacía
depender
a
la
observación
del
lugar
del
observador
y
complejizaba
las
relaciones
entre
tiempo
y
espacio
concebidas,
hasta
entonces,
como
esencias
transcendentes
e
independientes.
Pero
esas
dos
complejidades
micro
y
macrofísicas
eran
rechazadas
a
la
periferia
de
nuestro
universo,
si
bien
se
ocupaban
de
fundamentos
de
nuestra
physis
y
de
caracteres
intrínsecos
de
nuestro
cosmos.
Entre
ambos,
en
el
dominio
físico,
biológico,
humano,
la
ciencia
reducía
la
complejidad
fenoménica
a
un
orden
simple
y
a
unidades
elementales.
Esa
simplificación,
repitámoslo,
habia
nutrido
al
impulso
de
la
ciencia
occidental
desde
el
siglo
XVII
hasta
finales
del
siglo
XIX.
En
el
siglo
XIX
y
a
comienzos
del
XX,
la
estadística
permitió
tratar
la
interacción,
la
interferencia.(1)
Se
trató
de
refinar,
de
trabajar
variancia
y
covariancia,
pero
siempre
de
un
modo
insuficiente,
y
siempre
dentro
de
la
misma
óptica
reduccionista
que
ignora
la
realidad
del
sistema
abstrato
de
donde
surgen
los
elementos
a
considerar.
Es
con
Wiener
y
Ashby,
los
fundadores
de
la
Cibernética,
que
la
complejidad
entra
verdaderamente
en
escena
en
la
ciencia.
Es
como
Neumann
que,
por
primera
vez,
el
carácter
fundamental
del
concepto
de
complejidad
aparece
enlazado
con
los
fenómenos
de
auto-‐organización.
¿Qué
es
la
complejidad?
A
primera
vista,
es
un
fenómeno
cuantitativo,
una
cantidad
extrema
de
interacciones
e
interferencias
entre
un
número
muy
grande
de
unidades.
De
hecho,
todo
sistema
auto-‐organizador
(viviente),
hasta
el
más
simple,
combina
un
número
muy
grande
de
unidades,
del
orden
del
billón,
ya
sean
moléculas
en
una
célula,
células
en
un
organismo
(más
de
diez
billones
de
células
en
el
cerebro
humano,
más
de
treinta
billones
en
el
organismo).
De
este
modo,
la
complejidad
coincide
con
un
aspecto
de
incertidumbre,
ya
sea
en
los
límites
de
nuestro
entendimiento,
ya
sea
inscrita
en
los
fenómenos.
Pero
la
complejidad
no
se
reduce
a
la
incertidumbre,
es
la
incertidumbre
en
el
seno
de
los
sistemas
ricamente
organizados.
Tiene
que
ver
con
los
sistemas
semialeatorios
cuyo
orden
es
inseparable
de
los
azares
que
lo
incluyen.
La
complejidad
está
así
ligada
a
una
cierta
mezcla
de
orden
y
de
desorden,
mezcla
íntima,
a
diferencia
del
orden/desorden
estadístico,
donde
el
orden
(pobre
y
estático)
reina
a
nivel
de
las
grandes
poblaciones,
y
el
desorden
(pobre,
por
pura
indeterminación)
reina
a
nivel
de
las
unidades
elementales.
Cuando
la
Cibernética
reconoció
la
complejidad
fue
para
rodearla,
para
ponerla
entre
paréntesis,
pero
sin
negarla:
era
el
principio
de
la
caja
negra
(brack-‐box);
se
consideraban
las
entradas
en
el
sistema
(inputs)
y
las
salidas
(outputs),
lo
que
permitía
estudiar
los
resultados
del
funcionamiento
de
un
sistema,
la
alimentación
que
necesita,
relacionar
inputs
y
outputs,
sin
entrar,
sin
embargo,
en
el
misterio
de
la
caja
negra.
Una
de
las
conquistas
preliminares
en
el
estudio
del
cerebro
humano
es
la
de
comprender
que
una
de
sus
superioridades
sobre
la
computadora
es
la
de
poder
trabajar
con
lo
insuficiente
y
lo
impreciso;
hace
falta,
de
ahora
en
más,
aceptar
una
cierta
ambigúedad
y
una
ambigüedad
cierta
(en
la
relación
sujeto/objeto,
orden/desorden,
auto/hetero-‐organización).
Hay
que
reconocer
fenómenos
inexplicables,
como
la
libertad
o
la
creatividad,
iniexplicables
fuera
del
campo
complejo
que
permite
su
aparición.
Von
Neumann
ha
mostrado
el
acceso
lógico
a
la
complejidad.
Trataremos
de
recorrerlo,
pero
no
somos
los
dueños
de
las
llaves
del
reino,
y
es
allí
donde
nuestro
viaje
permanecerá
inacabado.
Vamos
a
entrever
esa
lógica,
a
partir
de
ciertas
características
exteriores,
vamos
a
definir
algunos
de
sus
rasgos
ignorados,
pero
no
llegaremos
a
la
elaboración
de
una
nueva
lógica,
sin
saber
si
ésta
está
fuera
de
nuestro
alcance
provisoriamente,
o
para
siempre.
Pero
de
lo
que
sí
estamos
persuadidos
es
de
que
si
bien
aparato
lógico-‐
matemático
actual
se
«adapta»
a
ciertos
aspectos
verdaderamente
complejos.
Esto
significa
que
debe
desarrollarse
y
superarse
en
dirección
a
la
complejidad.
Es
allí
donde,
a
pesar
de
su
sentido
profundo
de
la
lógica
de
la
organización
biológica,
Piaget
se
detiene
a
orillas
del
Rubicón,
y
no
busca
más
que
acomodar
la
organización
viviente
(reducida
esencialmente
a
la
regulación),
a
la
formalización
lógico.matemática
ya
constituida.
Nuestra
única
ambición
será
la
de
pasar
el
Rubicón
y
aventurarnos
en
las
nuevas
tierras
de
la
complejidad.
Trataremos
de
ir,
no
de
lo
simple
a
lo
complejo,
sino
de
la
complejidad
hacia
aún
más
complejidad.
Lo
simple,
repitámoslo,
no
es
más
que
un
momento,
un
aspecto
entre
muchas
complejidades
(microfísica,
biológica,
psíquica,
social).
Trataremos
de
considerar
las
líneas,
las
tendencias
de
la
complejización
creciente,
lo
que
nos
permitirá,
muy
groseramente,
determinar
los
modelos
de
baja
complejidad,
mediana
complejidad,
alta
complejidad,
en
función
de
desarrollos
de
la
auto-‐organización
(autonomía,
individualidad,
riquezas
de
relación
con
el
ambiente,
aptitudes
para
el
aprendizaje,
inventiva,
creatividad,
etc.).
Pero,
finalmente,
llegaremos
a
considerar,
a
partir
del
cerebro
humano,
los
fenómenos
verdaderamente
sorprendentes
de
muy
alta
complejidad,
y
a
proponer
como
noción
nueva
y
capital
para
considerar
el
capital
para
considerar
el
problema
humano,
a
la
hipercomplejidad.
(1)
El
único
ideal
era
el
de
aislar
las
variables
en
juego
en
la
interacciones
permanentes
en
un
sistema,
pero
nunca
el
de
considerar
con
precisión
las
interacciones
permanentes
del
sistema.
Así,
paradojicamente,
los
estudios
ingenuos,
en
la
superfície
de
los
fenómenos,
eran
mucho
más
complejos,
es
decir,
en
última
instancia,
«cientificos»,
que
los
pretenciosos
estudios
cuantitativos
sobre
estadísticas
inmensas,
guiadas
por
pilotos
de
poco
cerebro.
Así
lo
eran,
digo
con
falta
de
modestia,
mis
estudios
fenoménicos
que
intentaban
aprehender
la
complejidad
de
una
transformación
social
multidimensional
en
una
comunidad
de
Bretaña
o,
los
estudios
en
vivo
del
florecimiento
de
los
acontecimientos
de
Mayo
del
68.
Yo
no
tenía
por
método
nada
más
que
tratar
de
aclarar
los
múltiples
aspectos
de
los
fenómenos,
e
intentar
aprehender
las
relaciones
cambiantes.
Relacionar,
relacionar
siempre,
era
un
método
más
rico,
incluso
a
nivel
teórico,
que
las
teorias
blindadas,
guarnecidas
epistemológica
y
lógicamente,
metodológicamente
aptas
para
afrontar
lo
que
fuere
salvo,
evidentemente,
la
complejidad
de
lo
real.
El paradigma de complejidad
No
hace
falta
creer
que
la
cuestión
de
la
complejidad
se
plantea
solamente
hoy
en
día,
a
partir
de
nuevos
desarrollos
científicos.
Hace
falta
ver
la
complejidad
allí
donde
ella
parece
estar,
por
lo
general,
ausente,
como,
por
ejemplo,
en
la
vida
cotidiana.
La
complejidad
en
ese
dominio
ha
sido
percibida
y
descrita
por
la
novela
del
siglo
XIX
y
comienzos
del
XX.
Mientras
que
en
esa
misma
época,
la
ciencia
trataba
de
eliminar
todo
lo
que
fuera
individual
y
singular,
para
retener
nada
más
que
las
leyes
generales
y
las
identidades
simples
y
cerradas,
mientras
expulsaba
incluso
al
tiempo
de
su
visión
del
mundo,
la
novela,
por
el
contrario
(Balzac
en
Francia,
Dickens
en
Inglaterra)
nos
mostraba
seres
singulares
en
sus
contextos
y
en
su
tiempo.
Mostraba
que
la
vida
cotidiana
es,
de
hecho,
una
vida
en
la
que
cada
uno
juega
varios
roles
sociales,
de
acuerdo
a
quien
sea
en
soledad,
en
su
trabajo,
con
amigos
o
con
desconocidos.
Vemos
así
que
cada
ser
tiene
una
multiplicidad
de
identidades,
una
multiplicidad
de
personalidades
en
sí
mismo,
un
mundo
de
fantasmas
y
de
sueños
que
acompañan
su
vida.
Por
ejemplo,
el
tema
del
monólogo
interior,
tan
importante
en
la
obra
de
Faulkner,
era
parte
de
esa
complejidad.
Ese
inner.speech,
esa
palabra
permanente
es
revelada
por
la
literatura
y
por
la
novela,
del
mismo
modo
que
ésta
nos
reveló
también
que
cada
uno
se
conoce
muy
poco
a
sí
mismo:
en
inglés,
se
llama
a
eso
self-‐deception,
el
engaño
de
sí
mismo.
Sólo
conocemos
una
apariencia
del
sí
mismo;
uno
se
engaña
acerca
de
sí
mismo.
Incluso
los
escritores
más
sinceros,
como
Jean-‐Jacques
Rousseau,
Chateaubriand,
olvidan
siempre,
en
su
esfuerzo
por
ser
sinceros,
algo
importante
acerca
de
sí
mismos.
La
relación
ambivalente
con
los
otros,
las
verdaderas
mutaciones
de
personalidad
como
la
ocurrida
en
Dostoievski,
el
hecho
de
que
somos
llevados
por
la
historia
sin
saber
mucho
cómo
sucede,
del
mismo
modo
que
Fabrice
del
Longo
o
el
príncipe
Andrés,
el
hecho
de
que
el
mismo
ser
se
transforma
a
lo
largo
del
tiempo
como
lo
muestran
admirablemente
A
la
recherche
du
temps
perdu
y,
sobre
todo,
el
final
de
Temps
retrouvé
de
Proust,
todo
ello
indica
que
no
es
solamente
la
sociedad
la
que
es
compleja,
sino
también
cada
átomo
del
mundo
humano.
Al
mismo
tiempo,
en
el
siglo
XIX,
la
ciencia
tiene
un
ideal
exactamente
opuesto.
Ese
ideal
se
afirma
en
la
visión
del
mundo
de
Laplace,
a
comienzos
del
siglo
XIX.
Los
científicos,
de
Descartes
a
Newton,
tratan
de
concebir
un
universo
que
sea
una
máquina
determinista
perfecta.
Pero
Newton,
como
Descartes,
tenia
necesidad
de
Dios
para
explicar
cómo
ese
mundo
perfecto
había
sido
producido.
Laplace
elimina
a
Dios.
Cuando
Napoleón
le
pregunta:
«¿Pero
señor
Laplace,
qué
hace
usted
con
Dios
en
su
sistema?»,
Laplace
responde:
«Señor,
yo
no
necesito
esa
hipótesis.»
Para
Laplace,
el
mundo
es
una
máquina
determinista
verdaderamente
perfecta,
que
se
basta
a
sí
misma.
El
supone
que
un
demonio
que
poseyera
una
inteligencia
y
unos
sentidos
casi
infinitos
podría
conocer
todo
acontecimiento
del
pasado
y
todo
acontecimiento
del
futuro.
De
hecho,
esa
concepción,
que
creía
poder
arreglárselas
sin
Dios,
había
introducido
en
su
munto
los
atributos
de
la
divinidad:
la
perfección,
el
orden
absoluto,
la
inmortalidad
y
la
eternidad.
Es
ese
mundo
el
que
va
a
desordenarse
y
luego
desintegrarse.
El paradigma de simplicidad
Para
comprender
el
problema
de
la
complejidad,
hay
que
saber,
antes
que
nada,
que
hay
un
paradigma
de
simplicidad.
La
palabra
paradigma
es
empleada
a
menudo.
En
nuestra
concepción,
un
paradigma
está
constituido
por
un
cierto
tipo
de
relación
lógica
extremadamente
fuerte
entre
nociones
maestras,
nociones
clave,
principios
clave.
Esa
relación
y
esos
principios
van
a
gobernar
todos
los
discursos
que
obedecen,
inconscientemente,
a
su
gobierno.
Así
es
que
el
paradigma
de
simplicidad
es
un
paradigma
que
pone
orden
en
el
universo,
y
persigue
al
desorden.
El
orden
se
reduce
a
una
ley,
a
un
principio.
La
simplicidad
ve
a
lo
uno
y
ve
a
lo
múltiple,
pero
no
puede
ver
que
lo
Uno
puede,
al
mismo
tiempo,
ser
Múltiple.
El
principio
de
simplcidad
o
bien
separa
lo
que
está
ligado
(disyunción),
o
bien
unifica
lo
que
es
diverso
(reducción).
Tomemos
como
ejemplo
al
hombre.
El
hombre
es
un
ser
evidentemente
biológico.
Es,
al
mismo
tiempo,
un
ser
evidentemente
cultural,
meta-‐biológico
y
que
vive
en
universo
de
lenguaje,
de
ideas
y
de
conciencia.
Pero,
a
esas
dos
realidades,
la
realidad
biológica
y
la
realidad
cultural,
el
paradigma
de
simplificación
nos
obliga
ya
sea
a
desunirlas,
ya
sea
a
reducir
la
más
compleja
a
la
menos
compleja.
Vamos
entonces
a
estudiar
al
hombre
biológico
en
el
departamento
de
Biología,
como
un
ser
anatómico,
fisiológico,
etc.,
y
vamos
a
estudiar
al
hombre
cultural
en
los
departamentos
de
ciencias
humanas
y
sociales.
Vamos
a
estudiar
al
cerebro
como
órgano
biológico
y
vamos
a
estudiar
al
espíritu,
the
mind,
como
función
o
realidad
psicológica.
Olvidamos
que
uno
no
existe
sin
el
otro;
más
aún,
que
uno
es,
al
mismo
tiempo,
el
otro,
si
bien
son
tratados
con
términos
y
conceptos
diferentes.
Con
esa
voluntad
de
simplificación,
el
conocimiento
cientifíco
se
daba
por
misión
la
de
desvelar
la
simplicidad
escondida
detrás
de
la
aparente
multiplicidad
y
el
aparente
desorden
de
los
fenómenos.
Tal
vez
sea
que,
privados
de
un
Dios
en
que
no
podían
creer
más,
los
cientificos
tenían
una
necesidad,
inconscientemente,
de
verse
reasegurados.
Sabiéndose
vivos
en
un
universo
materialista,
mortal,
sin
salvación,
tenían
necesidad
de
saber
que
había
algo
perfecto
y
eterno:
el
universo
mismo.
Esa
mitología
extremadamente
poderosa,
obsesiva
aunque
oculta,
ha
animado
al
movimiento
de
la
Física.
Hay
que
reconocer
que
esa
mitología
ha
sido
fecunda
porque
la
búsqueda
de
la
gran
ley
del
universo
ha
conducido
a
descubrimientos
de
leyes
mayores
tales
como
las
de
la
gravitación,
el
electromagnetismo,
las
interacciones
nucleares
fuertes
y
luego,
débiles.
Hoy,
todavía,
los
científicos
y
los
físicos
tratan
de
encontrar
la
conexión
entre
esas
diferentes
leyes,
que
representaría
una
verdadera
ley
única.
La
misma
obsesión
ha
conducido
a
la
búsqueda
del
ladrillo
elemental
con
el
cual
estaba
construido
el
universo.
Hemos,
ante
todo,
creído
encontrar
la
unidad
de
base
en
la
molécula.
El
desarrollo
de
instrumentos
de
observación
ha
revelado
que
la
molécula
misma
estaba
compuesta
de
átomos.
Luego
nos
hemos
dado
cuenta
que
el
átomo
era,
en
sí
mismo,
un
sistema
muy
complejo,
compuesto
de
un
núcleo
y
de
electrones.
Entonces,
la
partícula
devino
la
unidad
primaria.
Luego
nos
hemos
dado
cuenta
que
las
partículas
eran,
en
sí
mismas,
fenómenos
que
podían
ser
divididos
teóricamente
en
quarks.
Y,
en
el
moento
en
que
creíamos
haber
alcanzado
el
ladrillo
elemental
con
el
cual
nuestro
universo
estaba
construido,
ese
ladrillo
ha
desaparecido
en
tanto
ladrillo.
Es
una
entidad
difusa,
compleja,
que
no
llegamos
a
aislar.
La
obsesión
de
la
complejidad
condujo
a
la
aventura
científica
a
descubrimientos
imposibles
de
concebir
en
términos
de
simplicidad.
Lo
que
es
más,
en
el
siglo
XX
tuvo
lugar
este
acontecimiento
mayor:
la
irrupción
del
desorden
en
el
universo
físico.
En
efecto,
el
segundo
principio
de
la
Termodinamica,
formulado
por
Carnot
y
por
Clausius,
es,
primeramente,
un
principio
de
degradación
de
energía.
El
primer
principio,
que
es
el
principio
de
la
conservacaión
de
la
energía,
se
acompaña
de
un
principio
que
dice
que
la
energía
se
degrada
bajo
la
forma
de
calor.
Toda
actividad,
todo
trabajo,
produce
calor;
dicho
de
otro
modo,
toda
utilización
de
la
energía
tiende
a
degradar
dicha
energía.
Luego
nos
hemos
dado
cuenta,
con
Boltzman,
que
eso
que
llamamos
calor,
es
en
realidad,
la
agitación
en
desorden
de
moléculas
y
de
átomos.
Cualquiera
puede
verificar,
al
comenzar
a
calentar
un
recipiente
con
agua,
que
aparecen
vibraciones
y
que
se
produce
un
arremolinacmiento
de
moléculas.
Algunas
vuelan
hacia
la
atmósfera
hasta
que
todas
se
dispersan.
Efectivamente,
llegamos
al
desorden
total.
El
desorden
está,
entonces,
en
el
universo
físico,
ligado
a
todo
trabajo,
a
toda
transformación.
La complejidad y la acción
Pero
en
la
noción
de
apuesta
está
la
conciencia
del
riesgo
y
de
la
incertidumbre.
Toda
estrategia,
en
cualquier
dominio
que
sea,
tiene
conciencia
de
la
apuesta,
y
el
pensamiento
moderno
ha
comprendido
que
nuestras
creencias
más
fundamentales
con
objeto
de
una
apuesta.
Eso
es
lo
que
nos
habia
dicho,
en
el
siglo
XVII,
Blaise
Pascal
acerca
de
la
fe
religiosa.
Nosotros
también
debemos
ser
conscientes
de
nuestras
apuestas
filosóficas
o
políticas.
La
acción
es
estrategia.
La
palabra
estrategia
no
designa
a
un
programa
predeterminado
que
baste
para
aplicar
ne
variatur
en
el
tiempo.
La
estrategia
permite,
a
partir
de
una
decisión
inicial,
imaginar
un
cierto
número
de
escenarios
para
la
acción,
escenacios
que
podrán
ser
modificados
según
las
informaciones
que
nos
llegen
en
el
curso
de
la
acción
y
según
los
elementos
aleatorios
que
sobrevendrán
y
perturbarán
la
acción.
La
estrategia
lucha
contra
el
azar
y
busca
a
la
información.
Un
ejército
envía
exploradores,
espías,
para
infornarse,
es
decir,
para
eliminar
la
incertidumbre
al
máximo,
Más
aún,
la
estrategia
no
se
limita
a
luchar
contra
el
azar,
trata
también
de
utilizarlo.
Así
fue
que
el
genio
de
Napoleón
en
Austerlitz
fue
el
de
utilizar
el
azar
metereológico,
que
ubicó
una
capa
de
brumas
sobre
los
pantanos,
considerados
imposibles
para
el
avance
de
los
soldados.
Él
construyó
su
estrategia
en
función
de
esa
bruma
y
tomar
por
sorpresa,
por
su
flanco
más
desguarnecido,
al
ejército
de
los
imperios.
La
estrategia
saca
ventaja
del
azar
y,
cuando
se
trata
de
estrategia
con
respecto
a
otro
jugador,
la
buena
estrategia
utiliza
los
errores
del
adversario.
En
el
fútbol,
la
estrategia
consiste
en
utilizar
las
pelotas
que
el
equipo
adversario
entrega
involuntariamente.
La
construcción
del
juego
se
hace
mediante
la
deconstrucción
del
juego
del
adversario
y,
finalmente,
la
mejor
estrategia
-‐si
se
beneficia
con
alguna
suerte-‐
gana.
El
azar
no
es
solamente
el
factor
negativo
a
reducir
en
el
dominio
de
la
estrategia.
Es
también
la
suerte
a
ser
aprovechada.
El
problema
de
la
acción
debe
también
hacernos
conscientes
de
las
derivas
y
las
bifurcaciones:
situaciones
iniciales
muy
vecinas
pueden
conducir
a
desvíos
irremediables.
Así
fue
que,
cuando
Martín
Lutero
inició
su
movimiento,
pensaba
estar
de
acuerdo
con
la
Iglesia,
y
que
quería
simplemente
reformar
los
abusos
cometidos
por
el
papado
en
Alemania.
Luego,
a
partir
del
momento
en
que
debe
ya
sea
renunciar,
ya
sea
continuar,
franquea
un
umbral
y,
de
reformador,
se
vuelve
contestatario.
Una
deriva
implacable
lo
lleva
-‐
eso
es
lo
que
pasa
en
todo
desvío-‐
y
lleva
a
la
declaración
de
guerra,
a
las
tesis
de
Wittemberg
(1517).
El
dominio
de
la
acción
es
muy
aleatorio,
muy
incierto.
Nos
impone
una
conciencia
muy
aguda
de
los
elementos
aleatorios,
las
derivas,
las
bifurcaciones,
y
nos
impone
la
reflexión
sobre
la
complejidad
misma.
La acción escapa a nuestras intenciones
Aquí
interviene
la
noción
de
ecología
de
la
acción.
En
el
momento
en
que
un
individuo
emprende
una
acción,
cualesquiera
que
fuere,
ésta
comienza
a
escapar
a
sus
intenciones.
Esa
acción
entra
en
un
universo
de
interacciones
y
es
finalmente
el
ambiente
el
que
toma
posesión,
en
un
sentido
que
puede
volverse
contrario
a
la
intención
inicial.
A
menudo,
la
acción
se
volverá
como
un
boomerang
sobre
nuestras
cabezas.
Esto
nos
obliga
a
seguir
la
acción,
a
tratar
de
corregirla
-‐si
todavía
hay
tiempo-‐
y
tal
vez
a
torpedearla,
como
hacen
los
responsables
de
la
NASA
que,
si
un
misil
se
desvía
de
su
trayectoria,
le
envían
otro
misil
para
hacerlo
explotar.
La
acción
supone
complejidad,
es
decir,
elementos
aleatorios,
azar,
iniciativa,
decisión,
conciencia
de
las
derivas
y
de
las
transformaciones.
La
palabra
estrategia
se
opone
a
la
palabra
programa.
Para
las
secuencias
que
se
sitúan
en
un
ambiente
estable,
conviene
utilizar
programas.
El
programa
no
obliga
a
estar
vigilante.
No
obliga
a
innovar.
Así
es
que
cuando
nosotros
nos
sentamos
al
volante
de
nuestro
coche,
una
parte
de
nuestra
conducta
está
programada.
Si
surge
un
embotellamiento
inesperado,
hace
falta
decidir
si
hay
que
cambiar
el
itinerario
o
no,
si
hay
que
violar
el
código:
hace
falta
hacer
uso
de
estrategias.
Es
por
eso
que
tenemos
que
utilizar
múltiples
fragmentos
de
acción
programada
para
poder
concentrarnos
sobre
lo
que
es
importante,
la
estrategia
con
los
elementos
aleatorios.
No
hay
un
dominio
de
la
complejidad
que
incluya
el
pensamiento,
la
reflexión,
por
una
parte,
y
el
dominio
de
las
cosas
simples
que
incluiría
la
acción,
por
la
otra.
La
acción
es
el
reino
de
lo
concreto
y,
tal
vez,
parcial
de
la
complejidad.
La
acción
puede,
ciertamente,
bastarse
con
la
estrategia
inmediata
que
depende
de
las
intuiciones,
de
las
dotes
personales
del
estratega.
Le
sería
también
útil
beneficiarse
de
un
pensamiento
de
la
complejidad.
Pero
el
pensamiento
de
la
complejidad
es,
desde
el
comienzo,
un
desafío.
Una
visión
simplificada
lineal
resulta
fácilmente
mutilante.
Por
ejemplo,
la
poítica
del
petróleo
crudo
tenía
en
cuenta
únicamente
al
factor
precio
sin
considerar
el
agotamiento
de
los
recursos,
la
tendencia
a
la
independencia
de
los
países
poseedores
de
esos
recursos,
los
inconvenientes
políticos.
Los
políticos
habían
descartado
a
la
Historia,
la
Geografía,
la
Sociología,
la
política,
la
religión,
la
mitología,
de
sus
análisis.
Esas
disciplinas
se
tomaron
venganza.
La máquina no trivial
Los
seres
humanos,
la
sociedad,
la
empresa,
son
máquinas
no
triviales:
es
trivial
una
máquina
de
la
que,
cuando
conocemos
todos
sus
inputs,
conocemos
todos
sus
outputs;
podemos
predecir
su
comportamiento
desde
el
momento
que
sabemos
todo
lo
que
entra
en
la
máquina.
De
cierto
modo,
nosotros
somos
también
máquinas
triviales,
de
las
cuales
se
puede,
con
amplitud,
predecir
los
comportamientos.
En
efecto,
la
vida
social
exige
que
nos
comportemos
como
máquinas
triviales.
Es
cierto
que
nosotros
no
actuamos
como
puros
autómatas,
buscamos
medios
no
triviales
desde
el
momento
que
constatamos
que
no
podemos
llegar
a
nuestras
metas.
Lo
importante,
es
lo
que
sucede
en
momentos
de
crisis,
en
momentos
de
decisión,
en
los
que
la
máquina
se
vuelve
no
trivial:
actua
de
una
manera
que
no
podemos
predecir.
Todo
lo
que
concierne
al
surgimiento
de
lo
nuevo
es
no
trivial
y
no
puede
ser
predicho
por
anticipado.
Así
es
que,
cuando
los
estudiantes
chinos
están
en
la
calle
por
millares,
la
China
se
vuelve
una
máquina
no
trivial...
¡En
1987-‐89,
en
la
Unión
Sovietica,
Gorbachov
se
condujo
como
una
máquina
no
trivial!
Todo
lo
que
sucedió
en
la
historia,
en
especial
en
situaciones
de
crisis,
son
acontecimientos
no
triviales
que
no
pueden
ser
predichos
por
anticipado.
Juana
de
Arco,
que
oye
voces
y
decide
ir
buscar
al
rey
de
Francia,
tiene
un
comportamiento
no
trivial.
Todo
lo
que
va
a
suceder
de
importante
en
la
política
francesa
o
mundial
surgirá
de
lo
inesperado.
Nuestras
sociedades
son
máquinas
no
triviales
en
el
sentido,
también,
de
que
conocen,
sin
cesar,
crisis
políticas,
económicas
y
sociales.
Toda
crisis
es
un
incremento
de
las
incertidumbres.
La
predictibilidad
disminuye.
Los
desórdenes
se
vuelven
amenazadores.
Los
antagonismos
inhiben
a
las
complementariedades,
los
conflictos
virtuales
se
actualizan.
Las
regulaciones
fallan
o
se
desarticulan.
Es
necesario
abandonar
los
programas,
hay
que
inventar
estrategias
para
salir
de
la
crisis.
Es
necesario,
a
menudo,
abandonar
las
soluciones
que
solucionaban
las
viejas
crisis
y
elaborar
soluciones
novedosas.
El
pensamiento
complejo
no
rechaza,
de
ninguna
manera,
a
la
claridad,
el
orden,
el
determinismo.
Pero
los
sabe
insuficientes,
sabe
que
no
podemos
programar
el
descubrimiento,
el
conocimiento,
ni
la
acción.
La
complejidad
necesita
una
estrategia.
Es
cierto
que,
los
segmentos
programados
en
secuencias
en
las
que
no
interviene
lo
aleatorio,
son
útiles
o
necesarios.
En
situaciones
normales,
la
conducción
automática
es
posible,
pero
la
estrategia
se
impone
siempre
que
sobreviene
lo
inesperado
o
lo
incierto,
es
decir,
desde
que
aparece
un
problema
importante.
El
pensamiento
simple
resuelve
los
problemas
simples
sin
problemas
de
pensamiento.
El
pensamiento
complejo
no
resuelve,
en
sí
mismo,
los
problemas,
pero
consituye
una
ayuda
para
la
estrategia
que
puede
resolverlos.
Él
nos
dice:
«Ayúdate,
el
pensamiento
complejo
te
ayudará.»
Lo
que
el
pensamiento
complejo
puede
hacer,
es
darle
a
cada
uno
una
señal,
una
ayuda
memoria,
que
le
recuerde:
«No
olvides
que
la
realidad
es
cambiante,
no
olvides
que
lo
nuevo
puede
surgir
y,
de
todos
modos,
va
a
surgir.»
La
complejidad
se
sitúa
en
un
punto
de
partida
para
una
acción
más
rica,
menos
mutilante.
Yo
creo
profundamente
que
cuanto
menos
mutilante
sea
un
pensamiento,
menos
mutilará
a
los
humanos.
Hay
que
recordar
las
ruinas
que
las
visiones
simplificantes
han
producido,
no
solamente
en
el
mundo
intelectual,
sino
también
en
la
vida.
Suficientes
sufrimientos
aquejaron
a
millones
de
seres
como
resultado
de
los
efectos
del
pensamiento
parcial
y
unidimensional.
Carta de la transdisciplinariedad de Edgar Morin
Considerando que:
—
Sólo
una
inteligencia
que
dé
cuenta
de
la
dimensión
planetaria
de
los
conflictos
actuales
podrá
hacer
frente
a
la
complejidad
de
nuestro
mundo
y
al
desafío
contemporáneo
de
la
autodestrucción
material
y
espiritual
de
nuestra
especie.
—
La
vida
está
seriamente
amenazada
por
una
tecnociencia
triunfante,
que
sólo
obedece
a
la
lógica
horrorosa
de
la
eficacia
por
la
eficacia.
—
La
ruptura
contemporánea
entre
un
saber
cada
vez
más
acumulativo
y
un
ser
interior
cada
vez
más
empobrecido
conduce
a
un
ascenso
de
un
nuevo
oscurantismo,
cuyas
consecuencias
en
el
plano
individual
y
social
son
incalculables.
—
El
crecimiento
de
los
saberes,
sin
precedente
en
la
historia,
aumenta
la
desigualdad
entre
aquellos
que
los
poseen
y
los
que
carecen
de
ellos,
engendrando
así
desigualdades
crecientes
en
el
seno
de
los
pueblos
y
entre
las
naciones
de
nuestro
planeta.
—
Al
mismo
tiempo
que
todos
los
desafíos
enunciados
tienen
su
contraparte
de
esperanza
y
que
el
crecimiento
extraordinario
de
los
saberes
puede
conducir,
a
largo
plazo,
a
una
mutación
comparable
al
pasaje
de
los
homínidos
a
la
especie
humana.
Considerando
lo
que
precede,
los
participantes
del
Primer
Congreso
Mundial
de
Transdisciplinariedad
(Convento
de
Arrábida,
Portugal,
noviembre,
2
a
7
de
1994)
adoptan
la
presente
Carta
como
un
conjunto
de
principios
fundamentales
de
la
comunidad
de
espíritus
transdisciplinarios,
constituyendo
un
contrato
moral
que
todo
signatario
de
esta
Carta
hace
consigo
mismo,
fuera
de
toda
coacción
jurídica
e
institucional.
Artículo
1:
Toda
tentativa
de
reducir
al
ser
humano
a
una
definición
y
de
disolverlo
en
estructuras
formales,
cualesquiera
que
sean,
es
incompatible
con
la
visión
transdisciplinaria.
Artículo
4:
La
clave
de
la
bóveda
de
la
transdisciplinariedad
reside
en
la
unificación
semántica
y
operativa
de
las
acepciones
a
través
y
más
allá
de
las
disciplinas.
Ello
presupone
una
racionalidad
abierta,
a
través
de
una
nueva
mirada
sobre
la
relatividad
de
las
nociones
de
"definición"
y
"objetividad".
El
formalismo
excesivo,
la
absolutización
de
la
objetividad,
que
comporta
la
exclusión
del
sujeto,
conducen
al
empobrecimiento.
Artículo
5:
La
visión
transdisciplinaria
es
decididamente
abierta
en
la
medida
que
ella
trasciende
el
dominio
de
las
ciencias
exactas
por
su
diálogo
y
su
reconciliación,
no
solamente
con
las
ciencias
humanas
sino
también
con
el
arte,
la
literatura,
la
poesía
y
la
experiencia
interior.
Artículo
7:
La
transdisciplinariedad
no
constituye
una
nueva
religión,
ni
una
nueva
filosofía,
ni
una
nueva
metafísica,
ni
una
ciencia
de
las
ciencias.
Artículo
8:
La
dignidad
del
ser
humano
es
también
de
orden
cósmico
y
planetario.
La
operación
del
ser
humano
sobre
la
Tierra
es
una
de
las
etapas
de
la
historia
del
universo.
El
reconocimiento
de
la
Tierra
como
patria
es
uno
de
los
imperativos
de
la
transdisciplinariedad.
Todo
ser
humano
tiene
derecho
a
una
nacionalidad,
pero,
a
título
de
habitante
de
la
Tierra,
él
es
al
mismo
tiempo
un
ser
transnacional.
El
reconocimiento
por
el
derecho
internacional
de
la
doble
pertenencia
—a
una
nación
y
a
la
Tierra—
constituye
uno
de
los
objetivos
de
la
investigación
transdisciplinaria.
Artículo
9:
La
transdisciplinariedad
conduce
a
una
actitud
abierta
hacia
los
mitos
y
las
religiones
y
hacia
quienes
los
respetan
en
un
espíritu
transdisciplinario.
Artículo
10:
No
hay
un
lugar
cultural
privilegiado
desde
donde
se
pueda
juzgar
a
las
otras
culturas.
El
enfoque
transdisciplinario
es
en
sí
mismo
transcultural.
Artículo
11:
Una
educación
auténtica
no
puede
privilegiar
la
abstracción
en
el
conocimiento.
Debe
enseñar
a
contextualizar,
concretar
y
globalizar.
La
educación
transdisciplinaria
reevalúa
el
rol
de
la
intuición,
del
imaginario,
de
la
sensibilidad
y
del
cuerpo
en
la
transmisión
de
los
conocimientos.
Artículo
12:
La
elaboración
de
una
economía
transdisciplinaria
está
fundada
sobre
el
postulado
de
que
la
economía
debe
estar
al
servicio
del
ser
humano
y
no
a
la
inversa.
Artículo
13:
La
ética
transdisciplinaria
rechaza
toda
actitud
que
niegue
el
diálogo
y
la
discusión,
cualquiera
sea
su
origen,
ideológico,
cientista,
religioso,
económico,
político,
filosófico.
El
saber
compartido
debería
conducir
a
una
comprensión
compartida,
fundada
sobre
el
respeto
absoluto
de
las
alteridades
unidas
por
la
vida
común
sobre
una
sola
y
misma
Tierra.
Artículo
14:
Rigor,
apertura
y
tolerancia
son
las
características
fundamentales
de
la
actitud
y
visión
transdisciplinaria.
El
rigor
en
la
argumentación,
que
toma
en
cuenta
todas
las
cuestiones,
es
la
mejor
protección
respecto
de
las
desviaciones
posibles.
La
apertura
incluye
la
aceptación
de
lo
desconocido,
de
lo
inesperado
y
de
lo
imprevisible.
La
tolerancia
es
el
reconocimiento
del
derecho
a
las
ideas
y
verdades
contrarias
a
las
nuestras.
Artículo
final:
La
presente
Carta
de
la
Transdisciplinariedad
es
adoptada
por
los
participantes
del
Primer
Congreso
de
la
Transdisciplinariedad,
no
valiéndose
de
ninguna
otra
autoridad
que
aquella
de
su
obra
y
de
su
actividad.
De
acuerdo
a
los
procedimientos,
que
serán
definidos
de
acuerdo
con
los
espíritus
transdisciplinarios
de
todos
los
países,
la
Carta
está
abierta
a
la
firma
de
todo
ser
humano
interesado
por
las
medidas
progresivas
del
orden
nacional,
internacional
y
transnacional
para
la
aplicación
de
sus
artículos
en
la
vida.
Convento
de
Arrábida,
6
de
noviembre
de
1994.
El
proceso
de
decadencia
de
las
civilizaciones
es
de
una
gran
complejidad
y
tiene
sus
raíces
en
la
más
completa
obscuridad.
Por
supuesto,
se
pueden
encontrar
a
posteriori
,
múltiples
explicaciones
y
racionalizaciones
sin
llegar
a
disipar
el
sentimiento
de
una
irracionalidad
que
se
oculta
en
el
corazón
mismo
de
ese
proceso.
Los
actores
de
una
civilización
bien
determinada,
desde
las
grandes
masas
a
los
grandes
dirigentes,
se
ven
impotentes
para
detener
la
caída
de
su
civilización
independientemente
del
nivel
de
conciencia
que
tengan
del
proceso
de
decadencia.
Una
cosa
es
cierta:
una
gran
diferencia
entre
las
mentalidades
de
los
actores
y
las
necesidades
internas
de
desarrollo
de
un
tipo
de
sociedad
acompaña
siempre
la
caída
de
una
civilización.
Todo
pasa
como
si
los
conocimientos
y
los
saberes
que
una
civilización
no
cesa
de
acumular
no
pueden
integrarse
en
el
ser
interior
de
aquellos
que
componen
dicha
civilización.
Ello
a
pesar
de
que
el
ser
humano
debería
encontrarse
en
el
centro
de
toda
civilización
digna
de
ese
nombre.
El
crecimiento
sin
precedente
de
los
saberes
en
nuestra
época
vuelve
legítima
la
cuestión
de
la
adaptación
de
las
mentalidades
a
esos
saberes.
El
juego
es
de
grandes
proporciones
porque
dada
la
extensión
continua
de
la
civilización
de
tipo
occidental
a
escala
planetaria
su
caída
sería
equivalente
a
un
incendio
interplanetario
sin
medida
común
con
las
dos
guerras
mundiales.
Para
el
pensamiento
clásico
no
hay
más
que
dos
soluciones
posibles
para
salir
de
una
situación
de
decadencia:
la
revolución
social
o
el
retorno
a
la
supuesta
Çedad
de
oro".
La
revolución
social
ha
sido
experimentada
en
el
curso
del
siglo
que
termina
y
sus
resultados
han
sido
catastróficos.
El
hombre
nuevo
no
era
más
que
un
hombre
vacío
y
triste.
Cualquiera
que
sean
los
arreglos
cosméticos
que
no
tardará
en
sufrir
en
el
futuro
la
"revolución
social",
no
podrán
borrar
de
nuestra
memoria
colectiva
lo
que
ha
sido
efectivamente
experimentado.
El
regreso
a
la
edad
de
oro
no
se
ha
ensayado
todavía
por
la
simple
razón
que
la
edad
de
oro
no
ha
sido
encontrada.
Aún
si
se
llega
a
suponer
que
dicha
edad
de
oro
existió
en
tiempos
inmemoriables,
ese
retorno
debería
acompañarse
de
una
revolución
interior
dogmática
,
imagen
retrospectiva
de
la
revolución
social.
Los
diferentes
integrismos
religiosos
que
cubren
la
superficie
de
la
tierra
con
su
manto
negro
son
un
presagio
funesto
de
la
violencia
y
la
sangre
que
podría
brotar
de
esa
caricatura
de
"revolución
interior".
Pero, como siempre, hay una tercera solución. Esa tercera solución es el tema del presente manifiesto.
La
armonía
entre
las
mentalidades
y
los
saberes
presupone
que
esos
saberes
sean
inteligibles,
comprensibles.
¿Pero
puede
aún
existir
una
comprensión
en
la
era
del
gran
"bang"
disciplinar
y
de
la
especialización
exagerada?.
Un
Pic
de
la
Mirandole
en
nuestra
época
es
inconcebible.
Dos
especialistas
de
la
misma
disciplina
tienen
dificultad
en
entender,
hoy
día,
sus
propios
resultados
recíprocos.
Eso
no
tiene
nada
de
monstruoso
en
la
medida
en
la
que
es
la
inteligencia
colectiva
de
la
comunidad
apegada
a
esa
disciplina
la
que
hace
progresar
y
no
solo
es
un
cerebro
el
que
debe
por
fuerza
conocer
todos
los
resultados
de
todos
esos
cerebros-‐colegas,
situación
ésta
por
demás
imposible.
Por
otra
parte
debido
a
que
hoy
en
día
hay
centenares
de
disciplinas
uno
se
pregunta.
¿cómo
podría
un
teorizante
en
física
de
las
partículas
dialogar
verdaderamente
con
un
neurofisiólogo;
un
matemático
con
un
poeta,
un
biólogo
con
un
economista,
un
político
con
un
especialista
en
informática,
más
allá
de
las
generalidades
más
o
menos
banales?
Y
sin
embargo
un
verdadero
dirigente
debe
poder
dialogar
con
todos
a
la
vez.
El
lenguaje
disciplinario
es
una
barrera
aparentemente
infranqueable
para
un
neófito.
Y
todos
somos
neófitos
de
los
otros.
¿La
Torre
de
Babel
será
inevitable?
No
obstante,
un
Pic
de
Mirandole
en
nuestra
época
es
concebible
como
una
supercomputadora
a
la
cual
se
podría
alimentar
todos
los
conocimientos
de
todas
las
disciplinas.
Esa
supercomputadora
podría
saber
todo
pero
no
entender
nada.
El
que
utilizara
dicha
supercomputadora
no
estaría
en
mejor
situación
que
la
supercomputadora
misma.
Tendría
acceso
instantáneo
a
no
importa
cual
resultado
de
no
importa
cual
disciplina
pero
no
sería
capaz
de
entender
sus
significados
y
aún
menos
formar
lazos
de
unión
entre
los
resultados
de
las
diferentes
disciplinas.
Ese
proceso
de
babelización
no
puede
continuar
sin
poner
en
peligro
nuestra
propia
existencia
porque
significa
que
un
dirigente
se
vuelve
aún
sin
querer,
más
y
más
incompetente.
Los
desafíos
mayores
de
nuestra
época,
como
por
ejemplo
los
desafíos
éticos,
requieren
capacidades
más
y
más
amplias.
Pero
la
suma
de
los
mejores
especialistas
en
sus
dominios
no
puede
engendrar,
evidentemente,
más
que
incompetencia
generalizada,
porque
el
total
de
las
capacidades
no
es
la
capacidad:
en
plan
técnico,
la
intersección
entre
los
diferentes
campos
del
saber
es
un
conjunto
vacío.
Ahora
bien,
¿qué
es
un
dirigente
individual
o
colectivo
sino
aquel
que
es
capaz
de
tener
en
cuenta
todos
los
elementos
del
problema
que
examina?
La
necesidad
indispensable
de
entrelazar
las
diferentes
disciplinas
se
manifiesta
en
el
surgimiento,
hacia
la
mitad
del
siglo
veinte,
de
la
pluridisciplinariedad
y
de
la
interdisciplinariedad.
La
pluridisciplinariedad
consiste
en
el
estudio
del
objeto
de
una
sola
y
misma
disciplina
por
medio
de
varias
disciplinas
a
la
vez.
Por
ejemplo,
un
cuadro
de
Giotto
puede
estudiarse
por
la
historia
del
arte
alternando
con
la
física,
la
química,
la
historia
de
las
religiones,
la
historia
de
Europa
y
la
geometría.
O
bien,
la
filosofía
marxista
puede
estudiarse
por
la
filosofía
alternando
con
la
física,
la
economía,
el
psicoanálisis
o
la
literatura.
El
objeto
saldrá
así
enriquecido
por
la
convergencia
de
varias
disciplinas.
El
conocimiento
del
objeto
dentro
de
su
propia
disciplina
se
profundiza
con
la
aportación
pluridisciplinaria
fecunda.
La
investigación
pluridisciplinaria
en
consecuencia
aporta
un
"más"
a
la
disciplina
en
cuestión/la
historia
del
arte
o
la
filosofía
en
nuestros
ejemplos/,
pero
ese
"más"
está
al
servicio
exclusivo
de
esa
misma
disciplina.
Dicho
de
otro
modo,
la
gestión
pluridisciplinaria
sobrepasa
las
disciplinas
pero
su
finalidad
queda
inscrita
en
el
marco
de
la
investigación
disciplinaria.
La
interdisciplinariedad
tiene
una
mirada
diferente.
Concierne
a
la
transferencia
de
métodos
de
una
disciplina
a
otra.
Se
pueden
distinguir
tres
grados
de
interdisciplinariedad:
a)
un
grado
de
aplicación.
Por
ejemplo,
los
métodos
de
la
física
nuclear
transferidos
a
la
medicina
conducen
a
la
aparición
de
nuevos
tratamientos
del
cáncer;
b)
un
grado
epistemológico.
Por
ejemplo,
la
transferencia
de
los
métodos
de
la
lógica
formal
en
el
campo
del
derecho
genera
análisis
interesantes
en
la
epistemología
del
derecho;
c)
un
grado
de
concepción
de
nuevas
disciplinas.
Por
ejemplo,
la
transferencia
de
los
métodos
de
la
matemática
en
el
campo
de
la
física
ha
engendrado
la
físico-‐matemática,
de
la
física
de
las
partículas
a
la
astrofísica
–la
cosmología
cuántica,
de
la
matemática
a
los
fenómenos
meteorológicos
o
los
de
la
bolsa
-‐la
teoría
del
caos,
de
la
informática
en
el
arte-‐
el
arte
informático.
Como
la
pluridisciplinariedad,
la
interdisciplinariedad
sobrepasa
las
disciplinas
pero
su
finalidad
queda
inscrita
en
la
investigación
disciplinaria
.
Por
su
tercer
grado,
la
interdisciplinariedad
contribuye
al
gran
"bang"
disciplinario.
La
transdisciplinariedad
por
su
parte
concierne,
como
lo
indica
el
prefijo
"trans",
a
lo
que
simultáneamente
es
entre
las
disciplinas
a
través
de
las
diferentes
disciplinas
y
más
allá
de
toda
disciplina.
Su
finalidad
es
la
comprensión
del
mundo
presente,
uno
de
cuyos
imperativos
es
la
unidad
del
conocimiento.
¿Hay
algo
entre
y
a
través
de
las
disciplinas
y
más
allá
de
toda
disciplina?
Desde
el
punto
de
vista
del
pensamiento
clásico
no
hay
nada,
estrictamente
nada.
El
espacio
en
cuestión
está
vacío,
como
el
vacío
de
la
física
clásica.
Aún
cuando
renuncia
a
la
visión
piramidal
del
conocimiento,
el
pensamiento
clásico
considera
que
cada
fragmento
de
la
pirámide
por
el
gran
"bang"
disciplinario
es
una
pirámide
entera;
cada
disciplina
pretende
que
el
campo
que
le
pertenece
es
inagotable.
Para
el
pensamiento
clásico
la
transdisciplinariedad
es
un
absurdo
porque
no
tiene
objeto.
En
cambio
para
la
transdisciplinariedad
el
pensamiento
clásico
no
es
absurdo
pero
su
campo
de
aplicación
es
considerado
restringido.
En
presencia
de
varios
niveles
de
Realidad,
el
espacio
entre
las
disciplinas
y
más
allá
de
las
disciplinas
está
lleno,
como
el
vacío
cuántico
está
lleno
de
todas
las
potencialidades:
desde
la
partícula
cuántica
a
las
galaxias,
del
quarzo
a
los
elementos
pesados
que
preparan
la
aparición
de
la
vida
en
el
Universo.
La
estructura
discontinua
de
los
niveles
de
Realidad
determina
la
estructura
discontinua
del
espacio
transdisciplinario
que,
a
su
vez,
explica
por
qué
la
investigación
transdisciplinaria
es
radicalmente
distinta
a
la
investigación
disciplinaria,
siéndole
sin
embargo
complementaria.
La
investigación
disciplinaria
concierne
más
o
menos
a
un
solo
y
mismo
nivel
de
Realidad
,
por
otra
parte,
en
la
mayoría
de
los
casos
no
concierne
más
que
a
los
fragmentos
de
un
solo
y
mismo
nivel
de
Realidad.
En
cambio
la
transdisciplinariedad
se
interesa
en
la
dinámica
que
se
engendra
por
la
acción
simultánea
de
varios
niveles
de
Realidad.
El
descubrimiento
de
dicha
dinámica
pasa
necesariamente
por
el
conocimiento
disciplinario.
La
transdisciplinariedad,
aunque
no
siendo
una
nueva
disciplina
o
una
nueva
hiperdisciplina
se
nutre
de
la
investigación
disciplinaria
la
cual
a
su
vez
se
aclara
de
una
manera
nueva
y
fecunda
por
medio
del
conocimiento
transdisciplinario.
En
ese
sentido
las
investigaciones
disciplinarias
y
transdisciplinarias
no
son
antagónicas,
son
complementarias.
Los
tres
pilares
de
la
transdiciplinariedad
-‐los
niveles
de
Realidad,
la
lógica
del
tercero
incluido
y
la
complejidad-‐
determinan
la
metodología
de
la
investigación
transdisciplinaria.
Existe
un
paralelo
sorprendente
entre
los
tres
pilares
de
la
transdisciplinariedad
y
los
tres
postulados
de
la
ciencia
moderna.
Los
tres
postulados
metodológicos
de
la
ciencia
moderna
han
permanecido
sin
cambios
desde
galileo
hasta
nuestros
días,
a
pesar
de
la
infinidad
de
métodos,
teorías
y
modelos
por
los
que
han
atravesado
la
historia
de
las
diferentes
disciplinas
científicas.
Pero
solo
una
ciencia
satisface
enteramente
los
tres
postulados:
la
física.
Las
otras
disciplinas
científicas
satisfacen
solo
parcialmente
los
tres
postulados
metodológicos
de
la
ciencia
moderna.
Sin
embargo
la
ausencia
de
una
formalización
matemática
rigurosa
de
la
psicología,
de
la
historia
de
las
religiones
y
de
una
multitud
de
otras
disciplinas
no
llevan
a
la
eliminación
de
dichas
disciplinas
del
campo
de
la
ciencia.
Aún
las
ciencias
de
punta
como
la
biología
molecular,
no
pueden
pretender
por
el
momento,
al
menos,
una
formalización
matemática
tan
rigurosa
como
la
física.
Dicho
de
otra
manera
hay
grados
de
disciplinariedad
en
función
de
que
se
tome
en
cuenta,
más
o
menos
de
manera
completa,
los
tres
postulados
metodológicos
de
la
ciencia
moderna.
Igualmente,
el
tomar
en
cuenta
de
manera
más
o
menos
completa
los
tres
pilares
metodológicos
de
la
investigación
engendra
diferentes
grados
de
transdisciplinariedad
.
La
investigación
transdisciplinaria
correspondiente
a
un
cierto
grado
de
transdisciplinariedad
se
aproxima
más
bien
a
la
multidisciplinariedad
(como
es
el
caso
de
la
ética);
a
la
de
otro
grado
-‐el
de
la
interdisciplinariedad
(como
en
el
caso
de
la
epistemología)-‐;
y
aún
a
otro
grado
el
de
la
disciplinariedad.
La
disciplinariedad,
la
pluridisciplinariedad,
la
interdisciplinariedad
y
la
transdisciplinariedad
son
las
cuatro
flechas
de
un
solo
y
mismo
arco:
el
del
conocimiento
.
finalidad,
la
comprensión
del
mundo
presente,
que
es
imposible
inscribir
en
la
investigación
disciplinaria.
La
finalidad
de
la
pluri
y
de
la
interdisciplinariedad
es
siempre
la
investigación
disciplinaria.
Si
la
transdisciplinariedad
es
con
frecuencia
confundida
con
la
interdisciplinariedad
y
la
pluridisciplinariedad
(como
por
otra
parte,
la
interdisciplinariedad
es
frecuentemente
confundida
con
la
pluridisciplinariedad)
esos
se
explica
en
parte
por
el
hecho
de
que
las
tres
desbordan
las
disciplinas.
Esta
confusión
oculta
las
diferentes
finalidades
de
estas
tres
nuevas
aproximaciones.
Escuela Nacional de Trabajo Social Universidad Nacional Autonoma de México
International
Center
for
Transdisciplinary
Research
http://perso.club-‐internet.fr/nicol/ciret/
-‐
25
Août,
1999
Edgar Morin: "El siglo del conocimiento puede ser
el siglo de la ceguera"
por Javier Castañeda
25/10/2000, 18:16 GMT+1
Desde
una
sencillez
que
le
acompaña
en
cada
paso,
en
cada
gesto,
en
cada
escrito,
uno
de
los
principales
intelectuales
de
nuestro
tiempo,
el
sociólogo
francés
Edgar
Morin,
'agrimensor
del
saber'
que
en
su
día
fuera
director
de
l'École
des
Hautes
Études
en
Sciences
Sociales
de
París,
compartía
sus
reflexiones
sobre
la
Nueva
Economía
y
la
Nueva
Sociedad
en
una
conferencia
de
la
Fundación
Santillana,
y
en
una
charla
para
Baquía.
El
profesor
Morin,
ha
escrito
más
de
40
ensayos
de
distintas
disciplinas,
es
investigador,
sociólogo,
filósofo,
psicólogo,
antropólogo,
economista
y
entre
otros
cargos
ha
sido
director
emérito
del
Centro
Nacional
de
Investigaciones
Científicas
(CNRS)
de
París.
Pero
sobre
todo
destaca
por
su
enorme
vitalidad,
ya
que
con
más
de
80
años,
desprende
una
juventud
que
amablemente,
contagia
por
donde
va.
Hasta
ahora
gestionar
la
información
era
cuestión
tan
sólo
de
la
mente
humana,
pero
hoy
en
día
las
computadoras
lo
pueden
hacer.
Pero
para
organizar
toda
esta
información,
se
requieren
instrucciones
humanas,
y
aquí
es
donde
el
criterio
del
hombre
puede
intervenir.
Todo
esto
es
posible
si
la
información
se
organiza
de
modo
sistemático
y
en
favor
del
individuo.
Este
paso
es
muy
importante
e
influirá
directamente
en
nuestras
vidas.
Se
necesita
la
inspiración
para
conocer
los
puntos
estratégicos
del
saber,
pues
si
no
es
así
¿de
qué
servirá
tanta
información
si
la
mayoría
de
la
gente
no
sabe
acceder
o
no
tiene
acceso
a
ella?
Uno
de
los
principales
sueños
de
nuestra
civilización
es
alargar
las
horas:
no
hay
tiempo.
Pero
esto
no
afecta
sólo
al
ámbito
de
la
información,
sino
a
muchos
otros
órdenes
de
la
vida.
Antes,
si
un
aldeano
iba
al
médico,
éste
tomaba
dos
horas
para
reconocer
al
paciente
y
sabía
todo
sobre
su
vida.
Ahora
un
médico
te
explora
en
5
minutos,
si
te
duele
la
garganta
te
receta
algo
y
listo.
La
aceleración
se
ha
trasladado
a
todos
los
aspectos
de
nuestras
vidas
e
impide
apreciar
las
cosas
como
son.
Hay
que
luchar
por
romper
esa
inercia,
conseguir
detenerse.
Se
supone
que
estamos
en
un
estadio
de
cambio
de
civilización,
que
pasa
por
recuperar
ese
'tiempo'
que
nos
permita
pensar
y
reflexionar.
Estamos
ante
una
situación
muy
fea.
Es
un
momento
de
transición
que
necesariamente
conlleva
ajustes.
Pero
hay
que
intentar
que
los
ajustes
sean
lo
más
finos
posibles,
pues
no
sólo
necesitamos
información,
necesitamos
conocimiento.
Hemos
de
intentar
prepararnos
para
el
mundo
de
mañana
porque
ya
es
el
mundo
de
hoy.
Buscamos
el
saber
en
los
ordenadores,
pero
el
saber
está
en
el
cerebro
de
las
personas.
Todo
ello
pasa
necesariamente
por
la
reflexión.
Por
intentar
sacar
tiempo
para
pensar.
Información-mercancía y consumo
En
este
sentido,
el
profesor
Morin
cree
que
es
peor
el
modo
de
consumo
que
se
hace
de
la
información,
que
el
relleno
de
los
contenidos
en
sí
mismo.
Pero
el
hecho
de
asimilar
bien
tanta
información,
puede
ser
una
cuestión
personal,
una
opción.
En
la
televisión
francesa,
por
ejemplo,
se
programan
emisiones
científicas
de
alto
interés
por
la
noche,
pero
aunque
a
la
gente
le
pueda
interesar,
los
telespectadores
están
cansados
y
si
eligen
esta
información,
no
se
enteran
de
casi
nada.
Es
decir,
se
hace
un
mal
consumo
de
un
buen
contenido.
Es
un
problema
puramente
occidental,
pues
seguimos
un
camino
basado
tan
sólo
en
la
eficacia,
en
querer
cada
vez
más,
en
adelantar,
en
ir
más
rápido.
Es
una
gran
competición,
una
carrera
que
no
tiene
fin.
Se
declara
enemigo
del
cuantitativismo
y
dice
preferir
la
calidad
a
cantidad.
Pero
la
sociedad
actual
demanda
la
certeza
de
lo
tangible
y
de
lo
cuantificable,
pero
no
navegamos
en
un
océano
de
certeza,
sino
en
un
océano
de
incertidumbre
con
archipiélagos
de
certeza.
La
conexión
existente
entre
Internet
y
las
universidades
es
fundamental,
no
sólo
por
el
enorme
potencial
de
esta
herramienta
aplicada
a
las
fuentes
del
saber,
sino
porque
en
ellas
se
debe
enseñar
a
pensar
y
a
usar
la
tecnología
para
lograr
una
auténtica
Sociedad
del
Conocimiento.
La
hiperespecialización
que
la
Sociedad
de
la
Información
requiere
se
basa
en
el
absoluto
protagonismo
de
un
solo
aspecto
de
la
realidad,
en
este
caso
la
tecnología
o
la
información,
lo
que
puede
tener
importantes
consecuencias
humanas
y
sociales,
ya
que
provoca
que
las
infraestructuras
ignoren
el
contexto
social.
El
conocimiento
sólo
es
pertinente
cuando
se
es
capaz
de
contextualizar
la
información,
globalizarla
y
situarla
en
un
conjunto.
La
universidad
adquiere
un
papel
relevante
en
este
sentido.
La
técnica
es
un
producto
ambivalente
de
nuestra
sociedad,
ya
que
ha
descargado
a
los
hombres
de
muchas
tareas
confiándoselas
a
las
máquinas,
pero
asimismo
ha
hecho
que
la
sociedad
sea
esclava
de
la
lógica
cuantitativa
de
las
máquinas.
Uno
de
los
principales
riesgos
de
la
economía
mundializada,
es
que
aún
ignoramos
si
la
elevación
del
nivel
de
vida
que
promete
no
va
a
comportar
una
propia
degradación
de
la
actual
calidad
de
vida.
Vivimos
en
un
mundo
dominado
por
la
lógica
técnica,
económica
y
científica,
en
el
que
existe
la
ilusión
casi
palpable
de
que
tan
sólo
parece
real
aquello
que
es
cuantificable.
Desgraciadamente
ni
el
amor,
ni
el
sufrimiento,
ni
el
placer,
ni
el
entusiasmo,
ni
la
poesía
entran
en
la
cuantificación.
Un
desarrollo
técnico,
económico
y
científico
como
el
actual
es
un
fenómeno
único
en
la
historia,
aunque
no
es
la
primera
vez
que
se
han
producido
situaciones
críticas.
Pero
cuando
un
sistema
se
encuentra
saturado
por
problemas
que
no
puede
resolver,
caben
dos
soluciones:
o
se
tiende
a
una
regresión o se cambia el
sistema.