Homo V
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Homo V
importantes obras que constituyen clásicos en su especialidad, aborda el papel que están
desempeñando los multimedios y la televisión en especial en el público, así como también las
características de la opinión pública en las democracias representativas de hoy, fuertemente
dirigidas por el mundo de las imágenes y de los sondeos de opinión.
A diferencia de otras obras teóricas del autor como “la Política” o “teoría de la democracia”,
ésta es una reflexión de los tiempos aguda, crítica, pesimista, diríamos casi apocalíptica. Sin
embargo, es un libro que cumple con el papel de alertar, de llamar la atención a todas aquellas
personas involucradas en procesos educativos, tanto a nivel familiar como institucional respecto
de la influencia de la televisión en el plano individual, político y cultural. De fácil y rápida
lectura, no es por ello una obra superficial. Invita a reflexionar en el mundo que estamos
viviendo y ayuda a darse cuenta de los eventuales peligros a que podrían llevarnos los multimedia
y muy particularmente la televisión, cuando se erige como el único factor de socialización de la
persona desde su niñez.
Es más, el autor afirma que la televisión en la época actual no sería solo un instrumento, sino que
es una “paideia”, un medio que genera un nuevo “ántropos”, esto es, un nuevo tipo de ser
humano. Nos parece tan radical esta afirmación, porque equivale a imaginarnos que el hombre
está expuesto a un sólo tipo de influencia (la televisión) en el mundo moderno, dejando de lado
otros factores de socialización.
Recordemos que en “la teoría de la democracia” Sartori nos plantea que el mundo construido
por Orwell es una pesadilla “pero no un imposible”, puesto que “el sistema totalitario unicentrico
de fabricación de la opinión es ya una realidad plena”[1]... ¿Se trata pues de un individuo aislado
que al actuar se transforma en una masa homogénea, con una mente empequeñecida que cae a
veces en el conflicto? Al menos es a lo que apunta en el capítulo 3 de la obra titulado “la aldea
global”. Estaríamos aún en plena vigencia de la sociedad de masas al modo como la describe
Ortega y Gasset, en donde no caben los conceptos de personas unidas en grupo, en comunión con
otras, compartiendo y debatiendo temas controvertidos que son de su interés. Se anula la noción
de persona y de público y con ello, la posibilidad de existencia de una auténtica opinión pública.
Sartori arremete decididamente en contra de la televisión, ya que ella sería la primera escuela
del niño, formado en la imagen y después, transformado en un hombre que no lee, cuya
capacidad de abstracción y de entender se ha visto empobrecida. Esta afirmación nos parece
particularmente grave, puesto que aunque Sartori no lo dice explícitamente, debemos reconocer
que en la época actual hay dos instituciones socializadoras en crisis: la familia, como primera
formadora de hábitos, valores y actitudes y la segunda en importancia cronológica: la educación,
las que deben ir en estrecha consonancia al menos en los primeros años de formación de la
persona. Nuestro país no parece tan alejado de esta situación, al conocer los resultados del
último informe de la Organización para el Desarrollo y la Cooperación en el que se señala que el
80% de los chilenos entre 16 y 65 años no tiene nivel de lectura mínimo para funcionar en el
mundo de hoy, porque no comprenden lo que leen[2].
Si la familia y la educación están en crisis y si la persona desde pequeña está expuesta a un solo
factor de socialización, la solución pasa por mejorar los dos primeros elementos y la calidad de la
televisión. Es necesario que entendamos que el problema de fondo no está en que los medios de
comunicación o los otros elementos de socialización sean buenos o malos en si. En lo que se
refiere a los medios de comunicación en particular, “el uso que la gente hace de ellos puede
producir efectos positivo o negativos”... y ellos “no son fuerzas ciegas de la naturaleza fuera del
control del hombre”.
Es más, “la gente elige usar los medios de comunicación social con fines buenos o malos, de un
modo bueno o malo”[3]. Se trata de opciones que el hombre hace. Nos parece que este es el
punto central que Sartori no aborda al menos en este libro: una visión esperanzadora del hombre,
que tiene siempre abierta la posibilidad de escoger el bien.
En esta obra Sartori se concentra solamente en los efectos cognoscitivos que la televisión
produciría en el hombre. Se olvida que no basta la información para que exista una correcta
opinión pública que sirva de contrapeso real a otros poderes de la sociedad. El “homo videns”
sólo podría resurgir como una persona si a la dimensión cognoscitiva se le agrega la dimensión
ética-formativa. No concebimos una opinión pública que no esté conformada por personas con
una correcta información y conocimiento, sino también y lo que es más importante, con un
reconocimiento de la Verdad, lo que le permitirá distinguir el error, la falsedad, despejar dudas e
incertidumbres, evitar los estereotipos, la desinformación y opinar sobre aquello que es
contingencia, objeto de opinión y no sobre aquello que no lo es: la Verdad. Si bien la ”doxa
difiere del conocimiento científico, no por ello debemos relegarla como lo hiciera Platón al lugar
de saber intermedio, sino que debemos elevarla, como lo hiciera Aristóteles, dotándola de una
dimensión ética.
Si bien Sartori aborda el tema de la Verdad en “la teoría de la democracia”, lo hace con un cierto
escepticismo al referirse al problema de la autonomía de la opinión pública: ”en el fondo todo
gira alrededor de la creencia valorativa en la verdad-en el valor de la verdad. Pero vivimos ahora
en un mundo repleto de persuasores ideológicos para quienes la “causa” tiene prioridad sobre la
verdad”[4].
Lo anterior podría encontrar explicación en la época en que el autor escribiera su libro, antes de
la caída del muro de Berlín. Quizás ahora Sartori ha sustituido las ideologías por el poder total
que le concede a la televisión, no ya como un mero instrumento, sino como un elemento que EN
SI Y POR SI MISMO PROMUEVE E INSPIRA LOS CAMBIOS EN LA SOCIEDAD, al modo como se
concebían los efectos de los medios en su primera fase, en la que se les atribuía un gran poder,
fruto de la experiencia vivida en la segunda guerra mundial, en donde la opinión pública estaba
totalmente manipulada y controlada por el estado. Lo cierto es que las democracias modernas
son un tanto más complejas, vivimos lo que Robert Dahl denomina una “poliarquía”, esto es, han
surgido una multiplicidad de actores que compiten entre si e influyen en la sociedad.
Coincidimos con Sartori cuando al abordar el tema de la formación de la opinión pública afirma
que las opiniones son ciegas y débiles por la influencia de la televisión y de la
sondeodependencia, para referirse al poder que han tomado las encuestas de opinión. Como se
sabe, éstas son un mero instrumento empírico para medir opiniones en un momento dado, y
constituyen meras probabilidades, tendencias o aproximaciones a la verdad, y por lo tanto,
pueden equivocarse. Falta un mayor espíritu crítico en la sociedad para saber interpretarlas y sin
duda, la televisión no ayuda mucho a ello.
A resolver, sino que se limita a elegir quién decidirá. Con mucha propiedad, Sartori advierte que
a un incremento del “demopoder”, debería corresponder un incremento del “demosaber”. De
otra forma, la democracia se convierte en un sistema de gobierno en que son los más
incompetentes los que deciden.
En síntesis, si bien el autor llama la atención sobre algunos fenómenos que se están dando en la
sociedad moderna en el nivel individual y de la sociedad, nos deja la sensación que el hombre ha
perdido su libertad, porque se olvidó del ”logos” y puso énfasis en el instrumento o más bien
dicho, está determinado por éste, lo que deja pocas esperanzas.
Creemos que en este libro Sartori expone un pensamiento extremo, en el que se le atribuye un
poder casi total a la televisión y al poder de la imagen. Ello es útil sin embargo, en la medida que
nos lleva a reflexionar sobre el uso que el hombre pudiera estar haciendo de los medios de
comunicación, en particular de la televisión. Sartori nos lleva a una pregunta fundamental: ¿es
que el hombre ha perdido su libertad? O más bien dicho, ¿la ha entregado al instrumento creado
por él? Nuestra visión es y debe ser siempre esperanzadora.
El hombre debe ser cada día más persona y menos individuo aislado, servirse del progreso y de la
tecnología como instrumentos del bien, sin erigirlos como dioses, ni olvidar que “está llamado a
vivir en comunión con Dios a través de su prójimo”[5]; que los medios de comunicación son meros
instrumentos que no sustituyen personas ni políticas, por lo tanto tienen un valor relativo y deben
ser puestos al servicio del bien de la persona; que la opinión pública arranca del individuo libre y
que para ello es esencial distinguirla de la Verdad, para ser verdaderamente “doxa” formada, con
una dimensión ética; que debemos imperiosamente reforzar otros factores formadores de opinión
pública que son relevantes: la familia y la educación. La primera, como formadora de hábitos,
valores y creencias y como dice Rafael Alvira, como modelo para las sociedades intermedias y
para la “res publica”; que la dimensión cognoscitiva no es la única ni quizás la más importante de
la opinión pública.
Lo que queremos decir es que ella no basta. A ella es preciso agregar su dimensión sicológica
pero también la dimensión ética. La principal limitación del libro que estamos comentando radica
en que se centra sólo en los efectos cognoscitivos que la televisión estaría provocando en las
personas y en la política, olvidándose Sartori de los valores, condición indispensable para la
formación de una recta opinión pública.
“Homo Videns-La sociedad teledirigida” es una crítica a la actual sociedad multimedia, en la que el
abrumador dominio de la imagen sobre la palabra escrita está, a juicio del autor, transformando al
ser humano, un homo sapiens, en un homo videns: alguien para el que toda recepción de
información está basada primordialmente en imágenes.
en que esta ofreceimágenes y la persona que observa tiene que pensar muy poco o nada lo contrario
de la palabra escrita donde el poder de abstracción es muy importante así como entender conceptos
como paz o angustia no puededecirse con claridad en imágenes. La televisión construye escenarios
y solo muestra lo que desea así como manipula la mente de las personas, principalmente masas que
se identifican en aldeas o grupos,así como también existe la política y la filtración de estas a las
mentes que al ser guiadas por una imagen no tienen la capacidad completa para discernir o entender
bien, ya que un diario operiódico nos mostrara una realidad diferente. Así este libro nos muestra
como una persona que utiliza el lenguaje escrito estará por encima de un telespectador o alguien que
es guiado por imágenes y tambiénnarra un poco sobre la revolución de Internet, que así como
http://www.redalyc.org/pdf/395/39520607.pdf
a televisión tiene años instalada en nuestra cotidianidad. Desde entonces se habla de una decadencia
dramática e irreversible de la era tipográfica y un asenso imparable de la era de la televisión que conlleva a su
vez un cambio en el contenido y el significado del discurso público.
Uno de los analíticos más recurridos con respecto a esta temática es Giovanni Sartori (Florencia, 1924), cuyo
trabajo académico gira en torno a la ciencia política y al papel de los medios de comunicación en la sociedad
actual. Los últimos libros de su autoría publicados en español son, entre otros: La tierra explota.
Superpoblación y desarrollo (2003) y Videopolítica. Medios, información y democracia de sondeo (2005).
El libro de su autoría 'Homo Videns, la sociedad teledirigida' (2001), es imprescindible para entender los
procesos sociales que desencadena y altera la inclusión de la televisión en nuestras vidas. En dicho libro,
Sartori advierte sobre la pérdida de reflexión y la capacidad de hacer abstracciones que convierten poco a
poco, y sin retorno, al ‘Homo sapiens’ en una criatura capaz de mirar pero que no entiende aquello que mira.
Tres son los apartados en los que el autor desglosa su propuesta. En el primero de ellos, en el que aborda la
primacía de la imagen, describe el proceso que ha llevado a la televisión a filtrarse en la cotidianidad humana
cautivada primero por la televisión y luego por el internet. En el segundo apartado se habla de las
repercusiones de la televisión en la percepción de la realidad y el uso institucional de los medios de
comunicación con respecto a la manipulación de las masas. El tercer apartado se refiere a la democracia y su
desmoronamiento frente a la supremacía de la televisión.
La tesis que fundamenta el libro parte del hecho que los niños ven la televisión durante horas y horas mucho
antes de aprender a leer y escribir y que por ello, al paso de los años, el hombre no es más que un animal
simbólico que ya no tiene “la capacidad para sostener y menos aún para alimentar el mundo construido por el
homo sapiens”
(p. 146).
Es precisamente con esta clasificación a la especie humana otorgada por Línneo y que realza su capacidad
simbólica como inicia Sartori la exposición de su propuesta. Retomando las palabras de Ernst Cassier, el
hombre habita un universo simbólico que se refuerza con cualquier progreso humano en el campo del
pensamiento.
Esa capacidad simbólica del hombre se refleja en su lenguaje, en su “capacidad de comunicar mediante una
articulación de sonidos y signos significantes, provistos de significado” (p. 24). El lenguaje no sólo es un
instrumento del comunicar sino también del pensar. Y aquí el primer señalamiento de Sartori: para pensar no
se necesita ver. Un ciego con el obstáculo de no saber ni escribir tiene un soporte menor del saber escrito
pero no por el hecho de no ver las cosas que piensa, pero además las cosas que pensamos no son visibles
para nadie.
Con la invención del telégrafo y luego el teléfono, comenzó la era de la comunicación inmediata, pero fue la
radio que añadió con la novedad de poder escuchar la voz, una nueva forma de comunicar sin menoscabar el
lenguaje: lo que transmitía siempre era dicho con palabras. La ruptura se dio a mediados del siglo pasado con
la llegada del televisor: el telespectador más que simbólico, es un animal vidente, para él las cosas se
representan en imágenes y éstas valen más que las palabras.
Para Sartori la primacía de la palabra sobre la imagen es catastrófica: la palabra es un símbolo que se
resuelve en lo que significa y que sólo puede ser entendida en el lenguaje al que pertenece, por el contrario,
la imagen se ve y eso pareciera ser suficiente para anular la capacidad de abstracción de la audiencia que
absorbe imágenes y sus contenidos sin reparo. Y es que a decir del autor “la televisión produce imágenes y
anula los conceptos, y de ese modo atrofia nuestra capacidad de abstracción y con ella toda nuestra
capacidad de entender” (p. 47). La ‘absorción’ de imágenes comienza en la infancia, cuando el niño con su
inexistente capacidad de discriminación, es una esponja que toma para sí todo lo que ve. Con el paso del
tiempo, el video-niño se encantará luego con los videojuegos y más adelante con el internet.
Si bien no condena o sataniza el avance tecnológico Sartori sí refrenda la tesis fundamental en el libro –la
imagen destronada por la palabra–, al aseverar que es inevitable detenerlo pero no por ello debe ser aceptado
a ciegas. Lo que el autor propone, es una suma positiva al integrar la cultura escrita con la cultura audio-
visual, pues el hecho de fondo es que el hombre que lee decae rápidamente mientras el hombre que mira la
televisión aumenta en cifras, lo que lleva a concluir que un conocimiento mediante imágenes “no es un saber
en el sentido cognoscitivo del término y que, más que difundir el saber, erosiona los contenidos del mismo” (p.
52).
La televisión compite con internet el protagonismo. Internet ofrece un diálogo entre los usuarios que se
buscan para interactuar y permite una profundización ilimitada para saciar cualquier posibilidad, en este
sentido, el punto débil de la televisión es que generaliza y envía sus productos en masa mientras que internet
proporciona contenidos específicos para audiencias concretas y sobre todo, entretiene. Mientras el internet
sea un divertimiento y si acaso hay que librar alguna competencia, la televisión resultará vencedora entre los
perezosos cansados del acto de mirar mientras que internet triunfará entre los activos que prefieran el diálogo
y la búsqueda constante. Discusión aparte es la cuestión sobre las posibilidades de internet para aportar un
crecimiento cultural.
Con respecto a la segunda parte del libro, Sartori advierte sobre la invasión de la televisión en la
cotidianidad desde niños como entretenimiento y luego como adultos por medio de la información que
pretende difundir mediante los noticieros que informa noticias más que nociones sobre los eventos. De todos
los temas a los que se refieren las noticias difundidas, los de política tienen un especial impacto ya que la
televisión condiciona el proceso electoral desde la elección de los candidatos, la batalla electoral y la forma de
vencer o ayudar al vencedor y una vez en el poder, la televisión tiene la capacidad de condicionar al gobierno
mediante el video-poder, que incide sobre un político elegido mientras que obstaculiza o engrandece a la
política.
Otro aspecto a tomar en cuenta con respecto a la formación de la opinión pública es su dependencia a los
sondeos, los cuales corren el riesgo de ser sumamente imprecisos tanto por las preguntas que los conforman
como por las respuestas muchas veces improvisadas de quienes responden. Luego, para poder formular una
opinión, hay que tener antes la información precisa, hecho que se torna difícil si se toma en cuenta que la
televisión y sus cascadas de información pueden además de informar, subinformar o definitivamente
desinformar. Subinformar se refiere a la información totalmente insuficiente que “empobrece demasiado la
noticia que da, o bien el hecho de no informar” (p. 80). Con respecto a los noticieros, una mayor
subinformación y desinformación, queda en el espectador la sensación de que lo que ve es verdad tal como lo
ve y en general lo que pasa en la televisión es falso. Sartori cita el ejemplo de la primera guerra de televisión
transmitida por TV, la guerra del Vietnam, donde un episodio de la misma causó polémica: la imagen de un
coronel survietnamita disparando la sien de un prisionero del Vietcong. El mundo civil quedó horrorizado pero
tal imagen no mostraba el panorama alrededor: muertos y cuerpos horrendamente mutilados no solo de
soldados americanos, sino de mujeres y niños. La imagen era cierta, pero el mensaje contenido en ella, falso.
Pero como la dependencia a la imagen es más evidente y menos evitable, Sartori lo interpreta así: “el video-
dependiente tiene menos sentido crítico que quien es aún un animal simbólico adiestrado en la utilización de
los símbolos abstractos. Al perder la capacidad de abstracción perdemos también la capacidad de distinguir
entre lo verdadero y lo falso” (p. 102).
La tercera parte del libro está dedicada a dos aspectos concretos de la opinión pública: su incidencia
electoral y su incidencia en el modo de gobernar. Si bien no está comprobada la influencia de la televisión, no
hay datos contra factuales al respecto, y la influencia de la televisión no se limita a su incidencia en el voto. La
video-política tiene otros efectos como la personalización de las elecciones: en la pantalla vemos personas y
no programas de partido lo que hace que la política se fundamente en la exhibición de personas.
La videodependencia se hace más evidente en cuestiones políticas en tres aspectos: los políticos se
relacionan cada vez más con acontecimientos mediáticos (acontecimientos seleccionados por la video-
visibilidad agregados o distorsionados luego por la cámara), que con acontecimientos genuinos. Segundo: la
televisión y su riesgo de los testimonios falsos, son la autoridad cognitiva de mayor importancia para los
grandes públicos. Tercero, la televisión favorece involuntaria o voluntariamente la emotivización de la política,
que la reduce a episodios emocionales.
Hacia el final del libro, Giovanni Sartori se refiere a la aldea global de McLuhan, aldea fragmentada por
la televisión que hace del mundo un mundo visto en primeros planos que mediante la video-política refuerza el
localismo, y señala que el saber científico preveía un poder de dominio a la naturaleza, pero en vista de la
pérdida del pensamiento abstracto, el hombre pareciera ir en camino a convertirse en una bestia.
La crítica del autor a la televisión es en todo momento acusadora y deja al lector la decisión del tipo de
espectador que quiera ser frente al embate de la televisión. Más que proponer algún remedio, exhibe los
abusos de la imagen y advierte que no es ni una batalla ni un recibimiento, sino un choque y de frente contra
una nueva forma de ver el mundo de manera engañosa. Habrá que ver la televisión con otros ojos.