7121-Texto Del Artículo-27787-1-10-20110301
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Las leyendas atraen a los mejores de nuestros contemporáneos, tal como las ideologías atraen al tipo medio
y los cuentos y rumores sobre crueles poderes secretos tras la escena atraen a lo peor de lo peor.
Hannah Arendt (Los Orígenes del Totalitarismo)
1 Aunque la novela de Eco puede también ser leida como una paródia de las teorías de la conspiración y como una
ejemplificación de la definición social de la realidad.
Varios estudiosos del tema de las teorías conspirativas sostienen que en los últimos años es perceptible un
sostenido incremento en la popularidad de este tipo de explicaciones.2 Las casi fantásticas ventas del libro de
Brown parecen ser síntoma de esto. Se afirma a menudo que la Internet es un medio especialmente fértil
para la transmisión de las más descabelladas explicaciones sobre la realidad. En efecto, resulta casi imposi-
ble enumerar las páginas de la red que revelan verdades ocultas sobre una gran variedad de temas de actua-
lidad.3 En primer lugar figura, por supuesto, la verdad sobre los hechos del 11/9 veladas por el gobierno nor-
teamericano, pero también encuentran espacio prominente en la red los clásicos de la conspiración: los
Jesuitas y los Masones parecen haber pasado de moda frente al auge del Opus Dei (quizás cortesía de la
novela de Brown y la película que inspiró), pero otros añejos conspiradores, como el Sionismo internacional,
cuyas artimañas son claras para todo aquel que haya leído Los Protocolos de los Sabios de Sión,4 fácilmente
asequible en la Internet, siguen teniendo connotada presencia; o las grandes corporaciones que, desde el
siglo diecinueve, no respetan soberanía nacional alguna en su intento por apoderarse del mundo, y el favorito
de la actualidad, los poderosos Medios de Comunicación, canales y partícipes de intereses oscurísimos.5 No
relataremos aquí esta explosión conspirativa,6 ni exploraremos la pregunta de si tal explosión realmente exis-
te o no es más que la expresión moderna de un muy viejo fenómeno. Aquí concentraremos nuestra atención
sobre una forma muy particular de la teoría de la conspiración, su afinidad electiva con el liderazgo carismáti-
co y su poderosa utilización como herramienta política.
2Véase la relativamente reciente compilación editada por Jane Parish y Martin Parker (2001) y la nota a pié número 6
del presente ensayo.
3 Hay quien arguye sin embargo, como Clarke (2007), que la Internet por el contrario funciona como una vacuna contra
las teorías de la conspiración porque reduce los costos a monitores privados que las controlan.
4 Sobre la historia del famoso documento véase la clásica obra de Norman Cohn (1995)
5 Un interesante y estudiado caso de un movimiento prácticamente estructurado en torno a la convicción de que los
medio de comunicación son agentes de una conspiración internacional es el ultraderechista Frente Nacional fundado en
Francia en 1972 por Jean-Marie Le Pen. El lema del movimiento de Le Pen, Tout et lié, remite a la idea del vínculo
conspirativo. Le Pen no desperdicia oportunidad mediática alguna para señalar que los medios conspiran contra la
unidad de la derecha francesa en torno a su persona a través de la desinformación y la tergiversación deliberada. La
página del Frente Nacional, frontnational.com/accueil.php (1-2-2009) es un comienzo útil para todo aquel que quiera
romper el “cerco mediático” impuesto a Le Pen por la conspiración mediática internacional. Para un análisis de la rela-
ción de Le Pen con los medios véase el capítulo de Adrian Quinn, “Tout est lié: Front National and the media conspiracy
theories” en: Jane Parish y Martin Parker (2001).
6 Para un recuento en español consúltese Julio Patán (2006). A pesar de su formato popular, la compilación de James
McConnachie and Robin Tudge (2005) es muy seria y útil e incluye un excelente ensayo bibliográfico y de fuentes en
Internet. Los trabajos de Robert Anton Wilson (1998) y de Jonathan Vankin y John Whalen (1999), son recuentos algo
más antiguos pero aún vigentes.
quería matar, ha matado. Sólo es necesario reconstruir de manera lógica la secuencia de eventos que llevan
del crimen al criminal.7
El punto de este ensayo no es contraponer una posible “teoría de la inocencia” de los agentes frente a la
“teoría de la conspiración”. El científico social no sostiene la ausencia de intereses y agentes sociales ac-
tuando para lograr objetivos pero, a diferencia del teórico de la conspiración, sostiene que lo social es una
compleja red de relaciones y no una cadena mono-causal de eventos. Hay gente que conspira. ¿Quién lo
pone en duda? ¿Acaso no hay gobiernos más poderosos que otros gobiernos? ¿Acaso no hay corporaciones
internacionales con mucho dinero? ¿Acaso no hay agencias de espionaje con agentes y contra-agentes? El
científico social no niega estos hechos pero, a diferencia del teórico de la conspiración, conoce de las conse-
cuencias no esperadas de la acción y presenta esas consecuencias como resultado de una red de múltiples
relaciones que no admite explicaciones causales únicas. Además, presenta esas relaciones como suscepti-
bles de falsificación, y no pretende que tal falsificación sea prueba del interés por esconder la verdad. Por
cierto que el teórico de la conspiración tampoco niega la complejidad causal, pero esa complejidad es sólo
posible dentro del esquema conspirativo que forma parte de la maquinación del conspirador, y en efecto ese
esquema puede ser considerablemente complicado y es lo que precisamente le da el carácter de thriller a la
literatura de la conspiración.
Quien descubre la clave conspirativa es convierte en un filósofo iluminado que regresa a la caverna de Platón
para convencer a los otros de que han estado entretenidos con meras sombras de la verdad. Sombras, por
cierto, creadas por la misma conspiración. Una vez que se tiene la clave, todo hecho puede y debe ser expli-
cado a partir de la conspiración. Todo corrobora la clave. La clave se explica e ilumina a sí misma y se hace
auto evidente. "El que tenga ojos, que vea" es la frase favorita de aquel que ha descubierto la clave. Lamen-
tablemente, a veces, los alienados de la caverna se niegan a ver lo que está claro para todo aquel que quiera
ver. Se empeñan en vivir en la superficie de un asunto que, obviamente, es más profundo que los hechos,
como meros epifenómenos de ese asunto. Muchos son reacios a vincular esos hechos superficiales en un
todo explicativo y son incapaces de aprehender ese todo. Su ignorancia, la ideología dominante o en el peor
de los casos sus propios intereses, los llevan a cuestionar la verdad de aquello que es develado por la clave
conspirativa. Están cegados o dormidos por efecto de la conspiración o peor, ellos mismos conspiran.
Tal es, por supuesto, el comportamiento del paranoico de la psicología.8 Pero hay veces en la historia política
que genios carismáticos han sido capaces de hacer que toda una sociedad compre su clave conspirativa.
Entonces nos encontramos ante una sociedad iluminada, conocedora de la verdad y capaz de movilizarse
bajo la fuerte voluntad de tal líder. A este tipo de teoría de la conspiración, y su develamiento por parte del
líder carismático es a la que refiero este ensayo. El argumento puede resumirse así: La sociedad está a oscu-
ras y dormida, alguien quiere que permanezca así para continuar siendo el agente de la historia, el genio
carismático posee la clave para develar la conspiración e iluminar y despertar a toda la sociedad. El genio
carismático explica a la sociedad el origen del mal que le impide avanzar a la utopía. La sociedad es ilumina-
da y es capaz de asumir la agencia histórica de su propio destino y, eventualmente, alcanzar la utopía.
7 El tratamiento clásico de la teoría de la conspiración como expresión del cui bono se encuentra en Karl Popper,
La Sociedad Abierta y sus Enemigos (2006). No es del todo justa la comparación que proponemos con la historia poli-
cial. En el policial clásico, la conspiración tiene un límite temporal y espacial. En un sitio y lugar concreto ocurre un cri-
men cuyo trama es revelado por el detective. Como en cualquier teoría de la conspiración todo en el lugar del crimen es
una clave. Pero el poder de la conspiración se limita al lugar y al hecho bajo investigación. Las teorías da la conspira-
ción tratadas aquí son de alcance global.
8 Para una aproximación a la teoría de la conspiración como paranoia colectiva en el contexto de la historia políti-
ca de los EE.UU. véase Melley (1999), una crítica al clásico libro de Hofstadter (1966) sobre el asunto.
9 En nuestra interpretación pragmática no nos interesa aquí si el líder “cree” o no en su propia teoría de la conspiración,
tampoco nos interesa si la conspiración develada es cierta o no. Tan sólo nos interesan sus efectos políticos.
10Weber trata el tema en varios lugares de su obra, en sus Ensayos Sobre Sociología de la Religión (1987) y muy es-
pecialmente en su famosa conferencia El Político como Vocación (1919).
porque el fin de esa acción era una sociedad más justa, lamentablemente he generado con mi acción más
injusticia, pero yo no soy responsable de eso, pues actué siguiendo mis convicciones. Mi conciencia está
tranquila”. Por el contrario, así haya actuado en base a sus convicciones, el político debe “responder” por las
consecuencias de su acción. La ética de la responsabilidad obliga al político a decir “Yo actué así porque creo
en la posibilidad de una sociedad más justa, pero mi acción, a pesar de mis buenas intenciones, produjo más
injusticia. Yo no lo esperaba, pero fue así. Yo ahora admito que soy responsable de esa injusticia provocada
por mi incompetencia política. No hay Historia ni Bien final que justifiquen mi acción”.
Esto, claro está, si el líder del que hablamos es un político democrático, que acepta las consecuencias de su
acción y está dispuesto a que sus conciudadanos decidan, por los votos, si debe continuar ejerciendo un
cargo público o no. Pero no todo político piensa así. Por ejemplo, para Weber el político revolucionario guía
sus acciones sobre la base de fuertes e inconmovibles convicciones. El problema no es que tenga esas con-
vicciones y que las mantenga en su vida personal, el problema es que esas convicciones sean utilizadas
como justificación final de sus actos políticos. El revolucionario no “responde” por sus actos y no negocia. En
su escala axiológica el bien final está por encima de los “bienes” intermedios menores. Estos pueden ser
violados sin misericordia: se vale contradecirse, mentir, engañar, estafar y cosas peores. El prurito frente a
esas “pequeñeces” es un obstáculo propio de una ética burguesa que no es necesario respetar si la acción
está guiada por el bien último representado por la utopía social. No en vano Weber habla de cierta afinidad
entre la ética de convicciones, el pensamiento utópico milenarista y ciertas formas de liderazgo carismático.
El líder carismático ofrece aquello que el político democrático responsable no puede ofrecer: reinos de mil
años, edades futuras de plata y oro y otras utopías por las que bien valen la pena ciertos males menores y
pasajeros.
En parte por efecto de una fuerte ética de convicciones, ciertos valores se transforman en medios y ciertos
medios en fines. Veamos este ejemplo que, como en la ética de convicciones, implica al político revoluciona-
rio: Se quiere hacer la Revolución ¿Por qué? Porque hay hambre, miseria, injusticia y desigualdad. Se quiere
cambiar todo eso y es necesario que ese cambio sea total y rápido. A ese cambio lo llamamos La Revolución.
Esta Revolución será el medio que conducirá al soñado fin: una sociedad de justicia, igualdad, etc. Al poco
tiempo de producida la Revolución se hace evidente que la utopía estaba más lejos de lo que en un primer
momento había ofrecido el Lídér y aún puede ser que luego de la revolución haya más miseria e injusticia que
antes. Para colmo, de pronto la Revolución ha pasado de ser el medio para convertirse en el fin y descara-
damente se pide, no sólo que no se espere superar la miseria en el mediano plazo, sino que se este listo para
la guerra de purificación final que podrá durar 100 o más años antes de que todas las fuerzas de la conspira-
ción contra revolucionaria sean derrotadas. ¿Pero cómo, podemos preguntarnos, no era acaso la Revolución
un medio y no un fin en sí mismo? Ante la distancia de la utopía, ha ocurrido una “transmutación axiológica
de medios en fines y fines en medios”: La Revolución se convierte, ella misma, como idea, en el bien último,
en el punto de llegada en el infinito que resuelve todas las contradicciones del camino. La Revolución es la
convicción ética que guía la conducta y por ella está permitido todo. La total subordinación de los medios a la
convicción en el bien final no es, por supuesto, monopolio del revolucionario, es común a toda ética de con-
vicciones. Así lo expresó alguna vez el Cardenal Newman: “La Iglesia sostiene que es preferible que el sol y
la luna caigan del cielo, que la tierra colapse y que todos los millones que viven en ella mueran de inanición
en la más extrema agonía, antes de que una sola alma cometa un pecado mortal.”12 Es la misma convicción
que guía al revolucionario convencido: es preferible morir en el combate final, que con toda seguridad produ-
11 Para el tratamiento por Georg Simmel del tema en este apartado me apoyo en Josetxo Beriain (2000).
12 Citado por John Dewey (1960:52)
cirá infinita miseria, antes que renunciar a los logros de la Revolución, aunque lo que se había tenido por
logro era precisamente el fin de la miseria.
13He tratado este tema de la teoría de la conspiración como total y gigantesca, pero a la vez esquiva y escurridiza en
Pérez Hernáiz (2009).
14 Véanse las “Consideraciones Intermedias” en Weber (2006). De acuerdo a Ricoeur (1986), sólo estamos ante el
problema de la teodicea (término acuñado por Liebniz) cuando se dan los tres atributos divinos mencionados: Si supo-
nemos a un Dios que por omnisciente, conoce del mal, por ominbenevolente, quiere el bien y por omnipotente, es capaz
de hacerlo, inevitablemente nos preguntaremos ¿porqué existe el mal? El término “sociodicea” ha sido usado por Daniel
Bell (1966) para referirse a la racionalización del problema de la teodicea. Posteriormente el término fue usado por
Vidich y Lyman (1985) en la introducción a su historia de la sociología norteamericana. También fue extensamente
utilizado por Bourdieu (1993) para caracterizar le explicación neo-liberal del sufrimiento como parate necesaria del pro-
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