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Literatura Antillana: Narrativa y Denuncia

Los escritores y novelistas de las Antillas también son personas de renombre, quienes tienen grandes obras literarias que quedan enmarcadas dentro de una categoría muy amplia de una corriente que es La Denuncia y el Compromiso Social.
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Los escritores y novelistas de las Antillas también son personas de renombre, quienes tienen grandes obras literarias que quedan enmarcadas dentro de una categoría muy amplia de una corriente que es La Denuncia y el Compromiso Social.
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APUNTES DE LITERATURA.

LAS ANTILLAS

Cuba ha hecho la mayor aportación cuantitativa y cualitativa al género narrativo. Al


mismo tiempo que Alejo Carpentier, aparecen otros escritores de relieve como
Enrique Labrador Ruiz (1902), Carlos Enríquez (1907-1957), Carlos Montenegro
(1900-1983), Félix Pita Rodríguez (1909), Onelio Jorge Cardoso (1941) Dora Alonso
(1910), adherida a un realismo fundamental, dueña de una gran expresividad en Tierra
adentro (1944) y que ha dado en Tierra inerme una visión tragicómica de la dictadura
anterior a la revolución castrista. Calvert Casey (1923-1969) y Gustavo Eguren
(1925). El triunfo de la Revolución promueve la actividad literaria, el teatro, la poesía y
la narrativa. Surgen varias revistas, éntrelas que destaca Casa de las Américas, a la que
está vinculado el premio homónimo cuya función es descubrir y consagrar valores
nuevos, continentales y también cubanos. Los jóvenes escritores publican sus obras más
importantes en la década de 1950 y siguientes, es cuando alcanzan merecido prestigio
algunos escritores del pasado como José Lezama Lima y otros de las nuevas
generaciones como Guillermo Cabrera Infante, Humberto Arenal, Edmundo
Desnoes, Severo Sarduy y Reinaldo Arenas.
José Lezama Lima (1912-1977) es la figura más importante dela narrativa cubana
contemporánea, aporta una obra que alcanzó vasta resonancia, incluso internacional:
Paradiso (1966), libro traducido muy pronto a varias lenguas, el que permitió descubrir
con todas sus implicaciones éticas y estéticas la singularidad grandeza de Lezama Lima,
de quien se puede decir que hasta entonces estuvo marginado. Se consideró que el libro
era una auténtica novedad, una feliz implicación en un clima de refinado barroquismo
del propio autor, de su vida y de su extraordinaria cultura. Intento de novela total
plenamente conseguido, expone el camino a seguir para la redención del hombre. La
huella de las bien asimiladas lecturas de Proust se refleja en formas totalmente
originales. Los complejos hechos se centran en la figura de José Cemí, cuya vida se
relata desde la infancia a la juventud, hasta los veinticinco años, en él toma cuerpo la
biografía del autor, el personaje sirve como pretexto para realizar un examen a fondo,
tanto del propio autor como de la complicada trama de la realidad nacional, integrada
por mitos, magia y poesía, pero también por realidades concretas. En la novela hay un
predominio absoluto de las imágenes. El escritor recurre a una acumulación de
metáforas para forjar su visión de la humanidad. Como potencia liberadora que permite
conquistar la plenitud de la forma y la profundidad, la imagen sustituye a la descripción
objetiva revelando, como escribió Cortázar, el universo esencial del que se viven, de
ordinario, sólo momentos aislados. Oppiano Licario apareció póstuma y quedó
incompleta.
Guillermo Cabrera Infante (1929), es la personalidad que más ha llamado la atención
por las características provocativas y la novedad de su obra, sobre todo a partir de la
novela Tres tristes tigres (1967), pero también es notorio este escritor por sus
circunstancias personales, por su oposición al régimen, que le llevó, igual que a Heberto
Padilla, desde la militancia revolucionaria al rechazo total, y en su caso, al alejamiento
voluntario de la isla. Su novela es un texto de extraordinario interés lingüístico que
documenta el habla característica de la capital cubana, e himno a sus peculiaridades, a la
noche, a sus mitos, a sus aventuras. También confirman la singularidad de este autor una
larga serie de textos sucesivos, como Vista del amanecer en el Trópico (1974) pero sobre
todo el autobiográfico La Habana para un infante difunto (1979). El valor de esta
novela-evocación se impone a toda obra precedente. En la novela el autor trata de su
adolescencia, la primera formación recibida en la capital, su apertura al erotismo, al
amor, al arte y a la vida, evoca en suma una etapa irrepetible. En lo profundo, se percibe
la sensación del tiempo perdido, la añoranza por una época que se ha vuelto mítica. El
libro se impone por la vivacidad de sus páginas y su vitalidad inagotable, por la
interminable novedad expresiva, todo lo cual confirma las cualidades de un escritor
grandemente dotado. Edmundo Desnoes (1930) escritor der dura denuncia a través de
cuentos reunidos en Memorias del subdesarrollo (1961) y las novelas NO hay problema
(1961) y El cataclismo (1965) y, de manera especial, en Humberto Arenal (1927) que
en El sol a plomo (1958) evoca el clima opresivo de la dictadura derrocada por la
victoria revolucionaria. Arenal plublicó también algunas colecciones de cuentos como
La vuelta en redondo (1962), El tiempo ha descendido (1964) y la novela Los animales
sagrados (1967). Hilda Perera (1926) en Mañana en 26 (1960) La nueva situación
inaugurada por la revolución es la gran inspiradora de la narrativa cubana
contemporáneas, con éxitos y fracasos artísticos evidentes cuando el arte se transforma
en propaganda. A pesar de ello, hay escritores como Norberto Fuentes (1943) que en
Condenados de condado (1968) escribe un texto de gran madurez, o Reinaldo Arenas
(1943) quien nos da en Celestino antes del alba (19678) una novela de novedad
absoluta, por tono y por estilo, a la que sigue una evocación mágica, fantástica, de la
vida aventurera de fray Servando Teresa de Mier, en El mundo alucinante (1969),
sieguen El palacio de las blanquísimas mofetas (1980) y los cuentos de Termina el
desfile (1981) Antonio Benítez Rojo (1931) escribe relatos de Tute de reyes (1967) y El
escudo de hojas secas (1968). Severo Sarduy (1937) escritor de singulares dotes
experimentador incansable, próximo a las manifestaciones del pop-art, autor de novelas
como Gestos (1963), De dónde son los cantantes (1967), Cobra (1971), Maitreya
(1978) y Colibrí (1983). En estos textos el placer de la lectura proviene de la prodigiosa
inventiva lingüística, del juego encendidamente barroco y alucinante por el que se
transforma continuamente la realidad. Heberto Padilla (1932) escribió En mi jardín
pastan los héroes (1981) es una clara aportación autobiográfica. En esta novela se
describen las vicisitudes de un intelectual dominado obsesivamente por las limitaciones
del poder.
En Puerto Rico está Enrique A. Laguerre, que en su narrativa revaloriza los elementos
nativos: el boricua, el medio rural, sin olvidarse de la denuncia de los numerosos
conflictos, de los problemas que atormentan al mundo puertorriqueño, que vive en una
difícil situación. Sus obra, de sólida estructura, escritas en una lengua que, sin renunciar
a las peculiaridades de la isla, recupera los más puros acentos del castellano, han
traspasado los límites de su país: La llamada (1935), Solar Montoya (1947), La ceiba en
el tiesto (1956),El laberinto (1959) con la que inicia el género policial, Cauce sin río
(1962) y El fuego y su aire (1979).Todas ellas son novelas cuya finalidad es debatir los
problemas de la identidad puertorriqueña, la especial situación del país y de sus
habitantes dentro del mundo hispanoamericano y del “yanqui” tanto en la isla como en
los Estados y unidos, debido a la necesidad de emigrar. René Marqués (1919-1979 en
sus obras se muestra preocupado por los problemas humanos y políticos del país, y nos
da novelas como La víspera del hombre (1959) y relatos de gran vigor como los
reunidos en Otro día nuestro (1955). En la narrativa puertorriqueña, novela y cuento son
numerosos los puntos de referencia: van de Horacio Quiroga a Rómulo Gallegos, de
Baroja a Pirandello, de Kafka Hemingway y Faulkner. Con todo existe una única
preocupación; la situación sociopolítica de la isla y la revalorización del boricua como
esencia de la nación. Autoras: Magalí García Ramis (1946) cuentista y Rosario Ferré
cuentista también
En Santo Domingo (República Dominicana), abundan sobre todo los cuentistas.
Brigadas Dominicanas ha sido un boletín clandestino importante durante la dictadura.
En él han colaborado numerosos opositores al gobierno que conservaron la dignidad de
la literatura nacional en medio de la mera del inevitable servilismo. Se señalan los
certámenes poéticos cuyo objetivo era cantar a la hija del dictador. Sócrates Nolasco
(1884) autor de Cuentos del Sur (1939), Cuentos cimarrones (1958). Miguel Ángel
Jiménez (1985) narrador de cierto mérito en La hija de una cualquiera (1927). Max
Henríquez Ureña (1885-1968) con Episodios dominicanos (1915). El gran narrador
dominicano De mediados del siglo XX es el político y literato Juan Bosch (1909). Su
obra, desde las novelas La mañosa (1936) y El oro y la paz (1975) a los numerosos
libros de cuentos: Camino real (1933), Indios (1935), Dos pesos de agua (1941), Ocho
cuentos (1947) y La muchacha del Guaira (1955) que le han dado la fama, también está
dedicada a interpretar la situación de su país. Ramón Marrero Aristi (1913-1959) autor
realista en los cuentos reunidos en Balsié (1938). Hilda Contreras (1913) con Cuatro
cuentos (1953) y El ojo de Dios.

Extracto
Los escritores y novelistas de las Antillas también son personas de renombre, quienes
tienen grandes obras literarias que quedan enmarcadas dentro de una categoría muy
amplia de una corriente que es La Denuncia y el Compromiso Social.

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