723 2044 1 PB PDF
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JAVIER IBACETA
Universidad Austral de Chile
Resumen
Este artículo propone una lectura del cuento Quilapán (1907) de Baldomero Lillo, desde la
dicotomía Civilización y Barbarie. Interesa observar y describir como ésta se manifiesta en
el texto y el sentido en que Lillo la utiliza. La narrativa de Lillo, como es sabido, pareciese
ser el resultado de una detallada observación de la realidad social de su época, surgiendo un
discurso crítico y de denuncia social. En este sentido, Lillo permanece fiel a los preceptos
lastarrinos de la literatura como expresión de la sociedad, sobre todo en cuanto a la expresión
de las preocupaciones de toda una generación, dejando al descubierto la incompatibilidad
entre los ideales sobre los que se erigió el Chile Republicano, y las acciones emprendidas por
éste en contra del pueblo mapuche.
Palabras clave: Civilización, Barbarie, Baldomero Lillo, Quilapán.
Abstract
This paper proposes a reading of the story Quilapán (1907) by Baldomero Lillo, from
Civilization and Barbarism dichotomy. Interest in observing and describe how it is
manifested in the text and the meaning that Lillo uses. The narrative of Lillo, as is known, it
seems to be the result of a detailed observation of the social reality of his time, emerging a
critical discourse and social criticism. In this sense, Lillo remains faithful to the lastarrinos
precepts’s literature as an expression of society, especially as to the expression of concerns
of a generation, exposing the incompatibility between the ideals on wich rise the republican
Chile, and the actions taken by it against the mapuche people.
Como es sabido, en la Grecia clásica, la voz “bárbaro” era usada para designar a quienes no
hablaban la lengua de la Hélade o a aquellos que la hablaban mal, es decir, los no-griegos,
otredad que luego fue extensiva a todo extranjero, especialmente los adversarios o enemigos.
Para Aristóteles, los bárbaros son distintos a los hombres libres (griegos), por lo tanto
y de acuerdo a su pensamiento, la naturaleza no ha creado entre ellos un ser destinado a
mandar, por lo que, son arrastrados por una tendencia natural a la servidumbre, que los
convierte inmediatamente en esclavos por naturaleza.
Estas ideas cultivadas en Grecia se traspasaron a Roma durante la época imperial. Los
romanos consideraron como bárbaros a los pueblos germánicos (a quienes denominaron
bárbaros del Norte) por no hablar su misma lengua, es decir el latín y por no adoptar los
patrones culturales romanos. Posteriormente, estas apreciaciones pasan al cristianismo,
donde lo bárbaro era equivalente a no-cristiano. Por lo tanto, y en contraposición, comenzará
a entenderse que ser civilizado es ser cristiano.
(…) si hubiera que hacer una clasificación de las acepciones que los europeos civilizados de
esa época daban a la palabra bárbaro nos encontraríamos por lo menos con las siguientes:
bárbaros son los escolásticos, monjes y muchas de las personas pertenecientes al clero regular
(por antiguos e incultos, porque balbucean un latín deteriorado o pervertido);
bárbaros son los no-italianos (hogar clásico del Renacimiento);
bárbaros son los rústicos de la propia cultura (por zafios y bestiales) (4).
(…) era herejía condenar a los indios y considerarlos bestias (…) porque entonces, de admitir
la desigualdad entre los hombres, habría forzosamente que privarlos de la fe. (…) los indios
son civilizados, aunque paganos; no todos deben ser condenados como siervos a natura; no
son tampoco bárbaros, salvo por ser infieles, al igual que todos los gentiles por no profesar la
religión católica y por último, son racionales y capaces por lo mismo de la convivencia
humana y política (1987: 35).
Para O’Gorman la pugna entre Ginés de Sepúlveda y Las Casas se origina de una mala
interpretación de éste último, pues primero solo dudaba de la plena capacidad racional de los
indios, por lo tanto de su participación plena en la vida política y social y que poseían una
humanidad imperfecta, la que se completaría o perfeccionaría a través de la vida urbana y
religiosa. Por lo tanto, junto con otros pensadores de su época, solo señalaron que los indios
son como animales y que parecían bestias, no que de verdad lo fueran.
Retomando las ideas de Fernández Buey (1995), durante el siglo XVIII e inicios del
siglo XIX, en Europa se inicia una tendencia a la autocrítica caracterizada por una inversión
del significado del concepto de lo bárbaro, entendiéndose que el hombre europeo,
considerando durante bastante tiempo como civilizado, es visto como bárbaro, producto de
la violencia con la que fueron tratados los habitantes de otras tierras, por la obtención de
riquezas, la posesión de tierras o imposición religiosa, acciones que tuvieron lugar durante la
época de descubrimiento, conquista y colonización de las nuevas tierras.
durante su exilio en Chile publica en 1845, el célebre Facundo. Civilización y Barbarie. Vida
de Juan Facundo Quiroga, y aspecto físico, costumbres y hábitos de la República Argentina.
Con la excusa de desarrollar la biografía de Juan Facundo Quiroga, caudillo regional,
representante de la barbarie institucionalizada por Juan Manuel de Rosas, aborda varias
temáticas señaladas en el título de la obra y por sobretodo, da a conocer su postura propia
desde el romanticismo liberal latinoamericano que representa, sobre España y lo que ésta
significó para Latinoamérica. Desde su perspectiva, este país y todo lo que tenga que ver con
ella es sinónimo de atraso.
Cabe destacar que del texto se desprende que Sarmiento presenta una autopercepción
como una persona civilizada, que valora y admira a la cultura europea, provocándole
también, un profundo sentimiento de insatisfacción respecto de su propia cultura, motivo
suficiente para dirigirla hacia la civilización, principalmente a través de la inmigración
europea, (exceptuando España) y la educación.
Ahora, y como se anunció al inicio de este artículo, interesa mostrar cómo funciona la
dicotomía tratada en el cuento Quilapán, de Baldomero Lillo.
En general, la obra de Lillo sostiene una propuesta literaria poseedora de una fuerte
carga social, la que siguiendo los preceptos lastarrinos sobre la función de la literatura, que
señalan que ésta debe ser “expresión de la sociedad” (Lastarria, 1842:7), y por lo tanto,
revelar y reflejar sus necesidades, ideas, gustos, opiniones y “preocupaciones de toda una
generación” (1842: 7), incorpora como protagonistas a los individuos procedentes del
proletariado, describiendo con detalle sus desgraciadas vidas, la explotación laboral y las
injusticias contra ellos cometidas, producto de la implantación de los modelos de
industrialización y producción capitalista (Pinto y Ortega, 1990), que comienzan a aparecer
en el país a mediados del siglo XIX y que en su época constituía la principal forma de
crecimiento económico nacional.
En la sociedad que este escritor conoció, la subyugación obligada del sujeto proletario
al trabajo que realizaba, lo transformaba en un esclavo del sistema por el resto de su vida,
atrapándolo en una extenuante e inhumana jornada laboral, sin esperanzas de mejorar ni
cambiar su situación, condenándolo finalmente a la autodestrucción. Como señala Délano
(1954), “Lillo no escribió sino lo que vio” (29). Lo que observó durante el tiempo en que
desarrolló funciones en las pulperías de los campamentos mineros, el ambiente y la vida del
embrutecido y esclavizado proletariado chileno, se convirtió en materia prima para sus
relatos.
Sin duda, su capacidad para percibir los males de su época, su cercanía con el pueblo
(adelantándose según Délano (1954), cinco o seis años a sus compañeros de generación) y
según indica Silva Castro (1968) la familiaridad en las descripciones de las escenas, la tensión
íntima, la protesta, la denuncia sobre las condiciones de vida de los obreros, dotaron la obra
de Baldomero Lillo del prestigio y reconocimiento que hasta el día de hoy posee.
En este sentido, se presenta una particular forma de abordar la pareja conceptual pues,
se incorporan dos figuras arquetípicas que representan, de acuerdo a la conceptualización
tradicional, lo civilizado y lo bárbaro: el no indígena o blanco y el indígena. Como se
mencionaba con anterioridad, la acción ocurre en un espacio rural, el campo chileno, que
corresponde a lo opuesto a la ciudad, considerada por Sarmiento como representación de lo
civilizado, es decir, el campo es un espacio de barbarie.
Quilapán, personaje principal del relato, es dueño de una hijuela ubicada en medio de
las tierras que componen el extenso fundo de don Cosme, el patrón. Estas “(…) diez cuadras
de terreno enclavado en la extensísima hacienda, como un islote en medio del océano” (Lillo,
1968: 264) son las que han despertado el deseo del huinca. Ha sido acosado por éste de
variadas maneras con el objeto de concretar la venta, sin embargo, Quilapán ha rechazado
todas las propuestas manteniéndose firme en su postura, lo que obliga a don Cosme a hacer
uso de procedimientos ilícitos para quitarle su más preciado bien.
Desde el primer momento Lillo da cuenta de una construcción imaginaria del indígena
y del chileno hacendado, que no responde necesariamente a la visión común que se tiene de
estos en el resto de la sociedad de la época. Nos presenta a Quilapán siendo consciente del
espacio que le rodea, observándolo con “(…) mirada soñadora” (Lillo, 1968: 264), rasgo que
aparentemente, de acuerdo a la concepción tradicional que se tenía del indígena, no sería
propio de él. En esa misma línea, a este supuesto salvaje se le atribuye una cualidad
civilizada, que denota su condición de humanidad y que al igual que cualquier hombre tiene
ideales y que persigue un proyecto utópico:
Con los codos en el suelo y el cobrizo y ancho rostro en las palmas de las manos, piensa,
sueña. En su nebulosa alma de salvaje flotan vagos recuerdos de tradiciones, de leyendas
lejanas que evocan en su espíritu la borrosa visión de la raza, dueña única de la tierra, cuya
libre y dilatada extensión no interrumpían entonces fosos, cercados ni carreteras (Lillo, 1968:
264).
Para Robertson (1991), los indígenas se caracterizaban por ser duros de corazón, por su
insensibilidad, por ser incapaces de sentir en sus almas emociones suaves, delicadas y tiernas,
rasgos que son los más criticados a los pueblos salvajes. Sin embargo el personaje de
Quilapán no se identifica con estos, ya que en varias ocasiones se le siguen atribuyendo
cualidades opuestas a las de un salvaje o bárbaro. Por ejemplo, en el siguiente fragmento,
donde se menciona que “Una sombra de tristeza apaga el brillo de sus pupilas y entenebrece
la expresión melancólica de su semblante” (Lillo, 1968, p. 264) se da cuenta de que éste es
un ser sensible y que reacciona emocionalmente ante la situación de despojo progresivo de
sus tierras, por las que siente un profundo cariño, otro sentimiento que no corresponde a un
ser inmerso en la barbarie.
¡Vender, enajenar...! ¡Eso, nunca! Pues, mientras el dinero se va sin dejar rastro, la tierra es
eterna, jamás nos abandona. Como madre amorosa nos sustenta sobre sí en la vida y abre sus
entrañas para recibirnos en ellas cuando se llega la muerte.
Y aquel asedio de que era víctima no hacía sino acrecentar su cariño por el terruño cuya
posesión le era más cara que sus mujeres, que sus hijos, que su existencia misma (1968: 264).
En cambio, para el segundo, el verdadero motivo que lo lleva a desear esa tierra no es el
espíritu civilizador que él cree poseer, sino que, “(…) consideraba que aquel pedazo de tierra
enclavado dentro de las suyas era un lunar, algo así como una afrenta para la magnífica
propiedad” (266).
Para este autor, la construcción imaginaria del indígena, considerando rasgos físicos
y temperamentales como los que son descritos a continuación:
(…) de los ojos del indio brotaron dos centellas. Dio un paso atrás y con un rápido
movimiento se despojó del pesado poncho. Un segundo después plantábase, lanza en mano,
delante de la puerta. Su bronceado cuerpo desnudo hasta la cintura, sus nervudos brazos con
músculos tirantes como cuerdas, su poderoso pecho y sus anchos hombros sobre los cuales
se alzaba echada atrás la descubierta cabeza con la faz convulsa por la cólera, formaban un
conjunto tal de firmeza y resolución que los acometedores quedáronse en suspenso un instante
contemplándolo recelosos, amedrentados por la fiereza de su ademán (1968: 267);
palabras intenta anular la humanidad de Quilapán para así justificar el trato que le da. Es por
eso que en ocasiones lo llama perro salvaje, espantajo o carroña.
Es interesante dirigir la atención al can del hacendado, que forma parte de su ejército
expansionista, y que lo apoya en su ataque. El atributo de perro de presa, refiere directamente
a la actividad de caza. En este caso y considerando los estudios de Chamayou (2014), la caza
a la que remite es la realizada por los españoles durante la época de la conquista del Nuevo
Mundo, en la que, con perros bien adiestrados se dedicaban a cazar indios. Como el objetivo
de don Cosme es erradicar a Quilapán y su familia de las tierras y apropiarse de ellas, los
ataques realizados por el perro calificarían dentro de las cacerías de exterminio.
Palabras finales
El principal propósito de este trabajo era observar y describir cómo la dicotomía civilización
y barbarie se manifestaba en el cuento Quilapán y cómo Baldomero Lillo la utilizaba. Luego
de la lectura y el análisis de este texto a la luz de las categorías estudiadas, se puede concluir,
en primer lugar, que la propuesta presentada por Baldomero Lillo en este texto es totalmente
coherente con el proyecto escritural de denuncia y crítica social por él desarrollado,
mostrando un profundo compromiso social y humano al erigirse como la voz de los “sin voz”
frente los espantosos proyectos pacificadores y progresistas que llevó a cabo el Estado
Chileno durante la segunda mitad del siglo XIX y finales de este mismo: los indígenas.
En segundo lugar, aunque se inscribe junto con Mariluán, de Alberto Blest Gana,
como uno de los textos narrativos fundacionales en cuanto a la incorporación de la figura del
indígena en la literatura chilena y ambos trabajan con la dicotomía civilización/barbarie, su
manifestación y el sentido en cada uno de los autores lo utiliza es totalmente distinto.
Bibliografía
Bocaz, Luis (2005). “Sub terra de Baldomero Lillo y la gestación de una conciencia
alternativa”. Estudios Filológicos (40), 7-27.
Chamayou, Grégoire. (2014). Las cacerías del hombre. Historia y filosofía del poder
cinegético. Santiago de Chile: Marea/Trilce/LOM.
Délano, Luis Enrique (1954). “Baldomero Lillo y Subterra”. Aurora, (1), 29-30.
de Paw, C., Robertson, W., Pernetty, J., Brenna, L. y Raynal, A. (1991). Europa y Amerindia.
El indio americano en textos del Siglo XVIII. Ecuador: Ediciones ABYA-YALA.
Fernández Buey, F. (1995). La barbarie. De ellos y de los nuestros. Barcelona, España:
Paidós.
Fernández Buey, Francisco (2004). Tres notas sobre civilización y barbarie. Recuperado de
http://www.upf.edu/materials/polietica/_img/int5.pdf
Lastarria, José Victorino (1842). Discurso de incorporación de D. J. Victorino Lastarria a
una Sociedad de Literatura de Santiago. Recuperado de
http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0001081.pdf