Política de La Interpretación en Spinoza
Política de La Interpretación en Spinoza
Política de La Interpretación en Spinoza
Pues bien, retomando lo dicho más arriba, si toda interpretación discursiva se realiza
en un contexto conflictivo, en un campo de fuerzas en pugna que no puede ni es
deseable que sea disuelto, cabe que nos preguntemos, ¿pueden acaso las diversas
interpretaciones que se ponen en juego en la cultura ser entendidas como la inocente
puesta en evidencia de una verdad oculta en el origen, de una significación sumergida
en lo profundo? En otras palabras, si el marco de inteligibilidad de las acciones y
producciones humanas es el conflicto, y la política no es entendida como su anulación
sino como su reinscripción, como la aceptación del enfrentamiento, ¿no puede ser acaso
considerada la interpretación como uno de los campos de batalla en los que se
desenvuelve el conflicto ineluctable de toda sociedad en términos políticos?
En realidad, si acordamos con Foucault de que el cuerpo social está atravesado por
múltiples relaciones de poder que no pueden funcionar sin ciertos discursos (religiosos,
científicos, filosóficos, etc.) que las inducen y las mantienen, entonces es inevitable que
las diversas interpretaciones discursivas que circulan en el complejo entramado social
tengan efectos, ya sean estos críticos, de resistencia o transformación de las relaciones
de poder, ya sean efectos conservadores y de reproducción. De esta forma, la
interpretación puede ser entendida como una lucha por la creación o resignificación de
aquellas representaciones simbólicas que determinan las prácticas sociales e
1
Nos interesaría arriesgar aquí una hipótesis, que va a estar operando subrepticiamente a lo largo de todo
el trabajo, según la cual es posible trazar un hilo conductor entre dos filósofos realistas: Spinoza y
Foucault. Dicha hipótesis, encuentra una de sus justificaciones en el hecho de que ambos tienen una
visión conflictiva del mundo social, sin por ello apostar por la eliminación del conflicto y la instauración
del orden (Hobbes), sino más bien por su acogida, su gestión, su desarrollo en términos políticos. A su
vez, sus reflexiones siempre tienen como objetivo último la “libertad humana”, más allá de las enormes
diferencias en torno a como concebirla.
2
Cfr. Foucault, Defender la sociedad….
individuales y así ser utilizada como una herramienta crítica del orden social
establecido. En este sentido, podemos hablar, parafraseando la expresión de Eduardo
Gruner, de toda una política de la interpretación, una lucha por el sentido que busca
violentar los imaginarios colectivos para redefinir el proceso de producción simbólica,
el régimen de verdad3 mediante el cual una sociedad se explica a sí misma y legitima el
funcionamiento de los mecanismos de poder4.
Ahora bien, no estaríamos forzando en exceso las cosas si decimos que en el mismo
Spinoza, o al menos en lo que podemos denominar la “parte crítica” de su filosofía, hay
una suerte de política del lenguaje, una política de la interpretación que se ejerce contra
aquellas interpretaciones hegemónicas (y sus respectivos efectos de poder) de esas
ideas, conceptos y relatos que son fundamentales para una cultura; una especie de lucha
por el sentido que tiene efectos sobre esa realidad social y genera resistencia en las
relaciones de poder que se pretende transformar. Tres operaciones interpretativas
pueden destacarse, entre otras, como las más interesantes que el filósofo holandés
realiza a lo largo de toda si obra: en primer lugar, una resignificación del concepto de
Dios en la Ética (así como en la mayoría de sus obras) que va a servir de fundamento
para todas las demás; en segundo lugar, una reinterpretación del relato mítico de Adán
en sus cartas a Blyenbergh; y, por último, la resignificación de la idea de pueblo elegido
por Dios propia de los hebreos realizada en el Tratado teológico-político. Tres
operaciones interpretativas que consisten en apoderarse subrepticiamente de las mismas
herramientas de quienes se intenta atacar, resignificándolas, plegándolas a otros fines;
operaciones que son eminentemente políticas, pues intentan transformar ciertas
relaciones de fuerzas a través del discurso, uno de los campos principales en los cuales
se inscribe y desenvuelve políticamente el conflicto de intereses inevitable de toda
sociedad.
Si en este mundo de cosas dichas y queridas hay un concepto que ha conocido hasta
el hartazgo invasiones, luchas, rapiñas, disfraces, trampas, ese es el concepto Dios; pero
de todas estas invasiones, si hay alguien que lo ha hecho de una de las maneras más
provocadoras, ese es sin lugar a dudas Baruj Spinoza.
Spinoza escribe en Holanda - país fundamentalmente calvinista-,a mediados del
siglo XVII; contexto en el cual, podríamos decir, jugando con la famosa afirmación de
Nietzsche, que Dios estaba aun vivo. Es decir, que la divinidad era todavía fundamental
para la identidad de las diversas culturas de la época, sin omitir el hecho de que
múltiples combates discursivos y guerras violentas5 giraban a su alrededor. Es entonces
en este marco histórico, que en la primera parte de su Ética (así como en la mayoría de
sus obras, pero no con la misma vehemencia, extensión y rigurosidad argumentativa)
Spinoza se apropia y resignifica el concepto de Dios, dotándolo de un sentido
3
“Lo importante, creo, es que la verdad no está fuera del poder ni carece de poder (…). Cada sociedad
tiene su régimen de verdad, su “política general de la verdad”: es decir, los tipos de discurso que ella
acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los
enunciados verdaderos o falsos, la manera de sancionar unos y otros; las técnicas y los procedimientos
que son valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de aquellos encargados de decir qué es lo
que funciona como verdadero” (M. Foucault, Verdad y Poder, en Microfísica del poder, p. 198.)
4
Cfr. Grüner, Eduardo, Foucault: Una política de la interpretación, en M. Foucault, Nietzsche, Freud,
Marx, pág. 14.
5
No está de más destacar que la misma familia de Spinoza, que eran judíos marranos, tuvieron que
escapar hacia Holanda – único lugar en que eran tolerados- debido la Inquisición española.
completamente renovador y muchas veces inverso al Dios de la tradición judeo-
cristiana. Cuáles son las características fundamentales de este Dios spinozista es una de
las preguntas que intentaremos abordar a continuación, siempre teniendo como hilo
conductor la idea de la “política de la interpretación” que expusimos más arriba.
En primer lugar, podemos decir que el filósofo holándes hace una identificación
exacta entre Dios y lo que filosóficamente es concebido como la naturaleza, de ahí la
tan conocida frase, “Deus sive natura”.No obstante, la primera aproximación explícita a
su idea de Dios se encuentra en la sexta definición de la parte I de la Ética: “Por Dios
entiendo un ser absolutamente infinito, esto es, una substancia que consta de infinitos
atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita” 6. Dios es
entendido así como una substancia - como algo “que es en sí y se concibe por sí” 7- la
cual es eterna - sin origen ni final- y absolutamente infinita- no sólo en el sentido en que
es indeterminada, ilimitada, sino que nada puede concebirse fuera de ella 8. Es, en este
sentido, la única substancia existente, la cual consta de infinitos atributos 9, que se
expresan en infinitos modos10, dentro de los cuales uno de ellos somos nosotros, los
hombres, quienes de toda esa infinidad de atributos sólo conocemos dos: el Pensamiento
y la Extensión (lo que significa quizás una de las grandes rupturas filosóficas que trae el
pensamiento de Spinoza en toda la tradición judeo-cristiana-cartesiana según la cual la
esencia de Dios era sólo el Pensamiento). A su vez, Dios, el único ser realmente libre 11
que “obra en virtud de las solas leyes de su naturaleza, y no es forzado por nadie” 12,
existe necesariamente13, pues pensado filosóficamente, nos demuestra Spinoza, no se
puede concebir de otro modo que como implicando la existencia.
El Dios spinozista no es creador del mundo en el sentido judeo-cristiano, como
causa trascendente, es decir, causa separada, independiente y sin relación con su efecto,
sino causa inmanente de todas las cosas14. Decir que es causa inmanente significa que
permanece en las cosas mismas que produce, que es causa de todas las cosas en el
mismo sentido en que es causa sui15. Es decir, que la producción de infinitas cosas de
infinitos modos que es todo lo que existe no es sino la producción misma de Dios 16.
Spinoza utiliza el concepto de expresión para caracterizar el modo propio de producción
de la sustancia, lo cual significa que esta fuerza ontológica infinita de producción
llamada Dios no crea desde la nada, no se aliena dialécticamente, ni produce por
emanación sino que se expresa en infinitos atributos de infinitos modos, que son cada
6
Spinoza, Ética I, def. VI, pág. 40.
7
Ibid, def. III, pág. 39.
8
“Todo cuanto es, es en Dios, y sin Dios nada puede ser ni concebirse” (Ibid., Proposición XV, pág. 51).
9
“Por atributo entiendo aquello que el entendimiento percibe de una substancia como constitutivo de la
esencia de la misma” (Ibid., def. IV, pág. 39).
10
“Por modo entiendo las afecciones de una substancia, o sea, aquello que es en otra cosa por medio de la
cual es también concebido. (Ibid. Def. V, p. 40). Cabe aclarar que la substancia, al ser lo único existente,
no puede sino producir afectándose a ella misma.
11
“Se llama libre a aquella cosa que existe en virtud de la sola necesidad de su naturaleza y es
determinada por sí sola a obrar; y necesaria, o mejor compelida, a la que es determinada por otra cosa a
existir y operar, de cierta y determinada manera. (Ibid., Def VII, pág. 40).
12
Ibíd. Prop. XVII, p. 55.
13
“Dios, o sea, una substancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una
esencia eterna e infinita, existe necesariamente” (Ibid., Prop. XI, p. 47).
14
Cfr. Ibíd. Prop. XVIII, p. 58.
15
La primera definición de la Ética es, de hecho, la de causa sui: “Por causa de sí entiendo aquello cuya
esencia implica la existencia, o, lo que es lo mismo, aquello cuya naturaleza sólo puede concebirse como
existente”. (Ibid., Def. I, p. 39)
16
Cabe aclarar que para el filósofo “Dios no es sólo causa eficiente de la existencia de las cosas, sino
también de su esencia” (Ibid. Prop. XXV. p. 63).
una de las cosas singulares y lo que sucede en ellas. Dentro de la naturaleza naturada -es
decir, la producida por Dios en tanto naturaleza naturante, productiva- “ninguna cosa
singular, o sea, ninguna cosa que es finita y tiene una existencia determinada puede
existir, ni se determinada a obrar, si no es determinada a existir y a obrar por otra causa,
que es también finita y tiene una existencia determinada (…), y así hasta el infinito”17.
En la ontología spinozista todo lo que sucede y existe en el mundo y, por lo tanto, en
el mundo humano –pues el hombre no es un imperio dentro de otro imperio 18-, sucede y
existe necesariamente. Puesto en sus palabras: en la “naturaleza no hay nada
contingente, sino que, en virtud de la necesidad de la naturaleza divina, todo está
determinado a existir y obrar de cierta manera”19 y “las cosas no han podido ser
producidas por Dios de ninguna otra manera y en ningún otro orden que como lo han
sido”20. Podemos decir, para finalizar, que en este mundo donde todo es necesario- entre
ello, las mismas acciones humanas- “nada existe de cuya naturaleza no se siga algún
efecto”21 lo cual tendrá una interesante implicancia, entre otras, en relación a como
Spinoza considera la filosofía.
Ahora bien, dijimos que la resignificación del concepto de Dios que realiza Spinoza
no es inocente, ni tampoco se trataría, como sostienen algunos, de un intento de pasar
desapercibido ante el odio teológico calvinista imperante en Holanda. Por el contrario,
consistiría en una verdadera política de la interpretación, en el sentido de una práctica
interpretativa que apunta a destotalizar los “regímenes de verdad” institucionalizados
por una cultura, y a retotalizarlos oponiéndolos a otras estrategias interpretativas 22; una
verdadera lucha por el sentido, que consiste en disputar, en el ámbito discursivo, el
significado de uno de los conceptos fundamentales para una cultura.
Para finalizar en este punto, una respuesta a una posible objeción. Hablamos de la
operación política-interpretativa en relación al concepto de Dios en la Ética. Pero lo
llamativo es que Spinoza decidió no publicar esta obra, por lo cual fue editada
póstumamente, luego de su muerte, circulando durante su vida sólo dentro de círculos
libertinos minoritarios25. Parece ser entonces que no hubo los efectos inmediatos que
normalmente en el ámbito político se exige.
No obstante, quizás lo característico de la política de la interpretación es que surge
precisamente en aquellas prácticas interpretativas ostensiblemente más alejadas de un
interés inmediato y evidente. Tal vez Bobbio tenga razón cuando sostiene que la
temporalidad para la intervención política del intelectual, del filósofo es otra – mas
extensa, menos visible, pero más intensa- que la del político propiamente dicho. En este
sentido, el intelectual maldito Baruj Spinoza y su Dios no dejarán de decir cosas
insoportables para ciertos oídos más allá de su tiempo, hasta el mismo presente.
23
Sobre el concepto de superstición véase Spinoza, Ética, I, apéndice y Tratado Teológico-político,
Prefacio.
24
Cfr. Spinoza, Ética, I, Apéndice, versión de V. Peña, Editora Nacional, Madrid, 1984, pág. 79.
25
En 1675, Spinoza ya tenía terminada la Ética y parece ser que había pensado publicarla en Ámsterdam.
No obstante, por el estupor que atrajo la sola noticia de que el “filósofo maldito” iba a publicar una nueva
obra, éste decidió no hacerlo. “Algunos teólogos aprovecharon la ocasión para presentar abiertamente una
denuncia contra mí ante el príncipe y los magistrados; por añadidura, ciertos cartesianos estúpidos, para
librarse de la sospecha de serme favorables, no cesaban, ni cesan, de pregonar su horror por mis opiniones
y mis escritos” (Carta LXVIII, a Oldenburg.).
relación a como éste es entendido y a como puede ser verdaderamente conocido, como a
niveles éticos y políticos26 muy concretos. Es gracias a estos mismos efectos, a estas
nuevas ideas que la ontología spinozista posibilita pensar, que el filósofo Holándes va a
poder realizar lo que destacamos como otra de las operaciones interpretativas más
interesantes de su filosofía. Estamos hablando de la reinterpretación de un relato mítico
que ha constituido durante largos años- y aun hoy lo sigue haciendo- la subjetividad de
tres grandes culturas religiosas monoteístas (judaísmo, cristianismo, el Islam) y que
servido, en algunos casos, para reforzar una moral austera y mutiladora tanto del cuerpo
como del conocimiento: el mito de Adán. Spinoza realiza, en sus cartas a Blyenbergh,
una resignificación de este relato, dándole otro sentido, utilizándolo instrumento crítico
para marcar una diferenciación entre una Moral y una Ética. No obstante, si
pretendemos exponer a continuación dicha reinterpretación, se hace antes necesario dar
cuenta, al menos de forma esquemática, de la visión spinozista del hombre que se deriva
de su ontología.
Los hombres como vimos no son substancias, no son causa de si mismos (el único
ser que es causa sui es Dios), sino modos que afectan y son afectados, y que por tanto
no pueden ser sólo activos – sólo Dios puede serlo pues nada hay fuera de él a lo que
pueda ser pasivo- sino también pasivos ante los cuerpos que los afectan, es decir,
pasionales. Las pasiones son los motivos más naturales y las causas principales del
conflicto entre los hombres: la libido, la gloria, la avaricia, el temor, la esperanza, el
amor, el odio, etc. Para Spinoza dos son las pasiones matrices de los hombres: las
pasiones alegres, que son aquellas mediante las cuales experimentamos un aumento de
nuestra potencia de ser y de obrar, y las pasiones tristes, mediante las cuales
experimentamos una disminución de nuestra potencia.
De lo que se trata entonces, es de ser lo más activos posible (sabiendo que es
imposible serlo del todo), lo cual y se alcanza reprimiendo las pasiones, sino
comprendiéndolas, conociendo, a través del pensamiento, sus causas -y no sólo los
efectos. Pues es posible conocer las pasiones, y Spinoza lo hace desprejuiciosamente,
sin detestarlas ni ridiculizarlas31, sino estudiándolas en términos geométricos, “como si
fuese cuestión de líneas, superficies o cuerpos.”32
Somos cuerpo –y también idea de cuerpo, esto es, alma- que tienen encuentros con
otros cuerpos que afectan las relaciones internas, de velocidad y lentitud, de movimiento
y reposo de las múltiples partes que lo componen. Algunos encuentros pueden
componer nuestras relaciones y potenciarnos, otros, descomponerlas, hasta tal punto que
destruyan nuestras relaciones vitales y nos causen la muerte. En este sentido, no hay
para Spinoza algo bueno o malo en sí sino que aquello que es malo o bueno lo es en
referencia a nosotros, a como nos afecta, a si aumenta nuestra potencia de ser y de obrar
o la disminuye. Invirtiendo la famosa frase de Aristóteles 33, sostiene que “no nos
esforzamos que no nos esforzamos, queremos, apetecemos ni deseamos algo porque
28
E, ii, 7.
29
Para la crítica Spinozista al ideal ascético véase Ética, IV, prop. XLV, esc., pp. 247-248.
30
E, V, 39.
31
“Me he esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar las acciones humanas, sino en entenderlas; y
por eso he contemplado los afectos humanos, como son el amor, el odio, la ira, la envidia, la gloria, la
misericordia, y las demás afecciones del alma, no como vicios de la naturaleza humana, sino como
propiedades le pertenecen como el calor, el frío, la tempestad, el trueno, y las otras cosas por el estilo a la
naturaleza del aire” (Spinoza, Tratado político, Alianza, Madrid, 1986, pág. 80).
32
Spinoza, Ética, III, pref., p. 144
33
“Se apetece la belleza aparente, y lo que primariamente se quiere es lo esencialmente bello. Deseamos
algo porque nos parece bueno, en vez de parecernos bueno porque lo deseemos. El principio es la
intelección” (Aristóteles, Metafísica, versión de Hernán Zucchi, Libro XII, 1072ª, Sudamericana, Buenos
Aires, 1978, p. 503.)
juzgamos que es bueno, sino que, por el contrario, juzgamos que es bueno porque nos
esforzamos por ello, lo queremos, apetecemos y deseamos”34.
Bibliografía