SALAS
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SALAS
Toda persona tiene una idea básica de Dios, por muy elemental y primitiva que esta
sea, nacida de un sentimiento religioso oscuro o, si se quiere, ambiguo. Es cierto
que el hombre de hoy está lleno de prejuicios pero subyace ese sentimiento y ese
pensamiento, aunque sean básicos, de Dios (Rielo, 2011, p. 73).
En palabras de Lewis: “todos los hombres, buenos o malos […] son más semejantes
a Dios que los animales” (2008, p.14). Este autor menciona que Dios ha impreso en
todo lo que ha creado una “especie de semejanza consigo mismo”, pero de entre
todos los seres creados “solo la naturaleza del hombre está más cerca de la
naturaleza divina de Dios”. Sabemos que, por su naturaleza, solo el hombre es
capaz de este sentido religioso.
Sala 2
La persona puede creer, amar y esperar.
CREENCIA
El ser humano cree. La creencia le es constitutiva, forma parte esencial de él y lo
distingue de los seres impersonales. La creencia no está asociada únicamente al
ámbito religioso, sino que está presente en las empresas cotidianas. Ortega y
Gasset (1968) asevera que las creencias son el estado más profundo de la vida
humana, el terreno sobre el cual la vida se mueve. La creencia le es necesaria a
quien estudia para adquirir conocimiento, a quien ama para construir el sueño de
una familia, al científico para plantear sus hipótesis y promover una investigación;
le es indispensable a todo ser humano, desde que es niño, para aprender. Rielo, en
este sentido, afirma que el niño cree antes de pensar.
Efectivamente, incluso ya el niño cree antes que piensa, más aún, la creencia
es una virtud que va poniendo en movimiento el mecanismo de la razón, para
que la razón piense; esto es, analice. Diremos que la creencia es el pedagogo
del acto de pensar o de razonar.
Así, es completamente cierto que un niño que va feliz con su padre, empieza
a hacerle preguntas, sobre la base de esa creencia que tiene en él como
persona más próxima. El niño empieza a interesarse por las cosas porque
cree en sus padres. Y así obtiene de ellos sus primeras respuestas, de tal
modo que, efectivamente, las convierte en forma de su pensamiento (2011,
p. 90).
Como hemos mencionado, por experiencia, sabemos que toda persona cree; aún
el ser humano que se confiesa ateo cree, al menos en sí mismo o en algo o alguien
fuera de él. Laín Entralgo (1993) señala que no hay, no puede haber, un hombre
totalmente descreído, aunque carezca por completo de creencias religiosas. La
existencia del hombre supone la creencia. Si bien la creencia nos es constitutiva,
puede degradarse en increencia en algunas personas. Cuando eso sucede, el
deterioro de la creencia tiene como consecuencia un estado de inseguridad, y
negatividad que deprime su energía espiritual.
SALA 3
Esperar
Junto con el acto de creer, el ser humano espera. La expectativa es definida por el
Diccionario de la Real Academia como “la esperanza de realizar o conseguir algo”.
La expectativa mueve nuestra voluntad para dar el primer paso, iniciar una tarea,
una relación con una persona, cualquier objetivo que nos podamos plantear. Toda
persona, más allá de su credo, pone esperanza en la consecución de las metas que
se propone. Si perdemos la expectativa, la consecuencia es el desánimo, que
dificulta nuestro diario vivir. Un ejemplo muy concreto: un estudiante que inicia su
carrera universitaria sin expectativa de lo que podrá aprender y conseguir durante
y después de su formación vivirá claramente desanimado, y esta desgana no lo
ayudará a lograr sus propósitos; es más, le impedirá poner ilusión en el esfuerzo
necesario para conseguirlos.
Amar
Conjuntamente con el ejercicio de los actos de la creencia y la expectativa, el ser
humano es capaz de amar. El amor es la fuerza más importante: activa nuestra
capacidad de transformar y perfeccionar nuestra vida y la de los demás. Todo ser
humano ama; sin embargo, este amor puede estar viciado. Los problemas más
graves de la historia de la humanidad han sido motivados por una falta de amor.
EJEMPLO:
Planteamos un ejemplo para entender mejor estas virtudes. Es el caso de una persona de
nuestro entorno laboral que no nos ha tratado de la mejor forma, sino que lo ha hecho, dentro
de una situación conflictiva, de una forma irrespetuosa. Si vemos la justicia como “dar a los
demás lo que les corresponde”, la conclusión más rápida sería que esta persona no merece
nuestro respeto, pues ha sido irrespetuosa con nosotros; sin embargo, si vivimos desde la
conciencia de que esta persona, a pesar de su actitud irrespetuosa,
no ha perdido su dignidad y estamos llamados a tratarla según tal dignidad, nos encontramos
viviendo ya la virtud de la prudencia, según la cual reconocemos que, en este caso, el mayor
bien es el de brindarle respeto. Aunque en la facultad intelectiva seamos
capaces de reconocer cuál es el mayor bien, el actuar en consecuencia requiere de la
fortaleza necesaria para no alejarnos de quien nos ha herido y poder otorgarle el debido
respeto: esta fortaleza nos ayudará a vencer el temor de que podamos ser de nuevo
maltratados.
La templanza por último nos ayudará a sujetar o unir (facultad unitiva) nuestra actitud al
mayor bien: en este caso, la cercanía y respeto a quien no ha tenido esta actitud hacia
nosotros.
Sala 4