Reflex Diciembre PDF
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Hace algunos años, en las olimpiadas para personas con discapacidad de Seattle, también llamadas
“Olimpiadas especiales”, nueve participantes, todos con deficiencia mental, se alinearon para la
salida de la carrera de los cien metros lisos.
Reflexiones de Vida, A la señal, todos partieron, no exactamente disparados, pero con deseos de
dar lo mejor de si, terminar la carrera y ganar el premio.
Todos, excepto un muchacho, que tropezó en el piso, cayó y rodando comenzó a llorar.
Los otros ocho escucharon el llanto, disminuyeron el paso y miraron hacia atrás. Vieron al
muchacho en el suelo, se detuvieron y regresaron: TODOS.
Una de las muchachas, con síndrome de Down, se arrodilló, le dio un beso y le dijo: “Listo, ahora
vas a ganar”.
Y todos, los nueve competidores entrelazaron los brazos y caminaron juntos hasta la línea de
llegada.
El estadio entero se puso de pie y en ese momento no había un solo par de ojos secos.
Los aplausos duraron largos minutos, las personas que estaban allí aquél día, repiten y repiten esa
historia hasta hoy.
*Porque en el fondo, todos sabemos que lo que importa en esta vida, más que ganar, es ayudar a
los demás para vencer, aunque ello signifique disminuir el paso y cambiar el rumbo.
Porque el verdadero sentido de esta vida no es que cada uno de nosotros gane en forma individual
sino que: TODOS JUNTOS GANEMOS.*
Un caballero estaba atravesando las calles obscuras de cierta ciudad, y vio que se le acercaba un
hombre con un farol encendido en la mano. Cuando se acercó bastante, el caballero vio, por la luz
de la linterna que ese hombre llevaba, que éste tenía los ojos cerrados. Pensativo, siguió adelante
el caballero, más sorprendido, se dijo: ―Me parece que ese hombre está ciego.‖ Entonces
regresó, alcanzó al ciego, y le dijo:
Cierta mujer fue a ver un fotógrafo para que la retratara. La señora se había arreglado lo mejor
que había podido y la fotografía salió buena. Pero el fotógrafo se dijo: ―Tengo que retocar estos
retratos porque si los dejo como están, esa señora no quedará contenta.
En efecto, cuando ella regresó a ver al fotógrafo para reconocer los retratos, quedó muy
satisfecha: creyó que era más bonita de lo que en realidad era. Primero se engañó a sí misma;
después se dejó engañar por el fotógrafo.
*Así muchas personas con respecto a su retrato moral y espiritual: les place la adulación, la lisonja,
y se dejan engañar con gusto.*
*EL CIERVO*
Llegó un ciervo a una fuente cristalina de aguas, y vio en la limpia superficie de ellas sus largas y
delgadas piernas a la vez que sus hermosos cuernos.
―Verdad es lo que de mí dicen las gentes‖, exclamó; ―¡supero a todos los demás animales en
gracia y en nobleza! ¡Qué graciosa al par que majestuosamente se levantan mis cuernos! Pero,
¡qué feos y qué delgaditos son mis pies!‖
En esto vio salir del bosque un león: ―¡Pies, ¿para qué os quiero … ?‖ y en dos saltos se puso fuera
del alcance de su adversario. Pero cuenta la fábula que, acertando a pasar en su precipitada fuga
por una espesura, sus cuernos se enredaron en la maleza, y el león le dio alcance y lo devoró.
Los pies, que tanto despreciaba poco antes lo salvaron; pero los cuernos, en que tanto orgullo
tenía, le perdieron.
*¡Cuán cierto es que generalmente nos perdemos por aquello en que tenemos orgullo! No te
ensoberbezcas por lo que en ti hay de superior, ni desprecies lo que parece más humilde. La
soberbia pierde, y la humildad salva.*
Sofía había orado por doce años para que Dios la hiciese una misionera en tierras extranjeras. Un
día el Padre celestial le contestó: —Sofía, deja de pedir y contesta: ¿Dónde naciste?
¿Dónde vives?
—¿No eres, pues … una misionera ya? Piensa: ¿Quién vive en el piso de arriba?
—¿Y a tu lado?
—¿Y nunca les has ofrecido una palabra hablándoles de mi Hijo? ¿Piensas que voy a enviarte tan
lejos a trabajar por amor a los perdidos si los tienes tan cerca y los amas tan poco? *Hechos. 1:8.*
Un modernista muy sabio estaba tratando de ridiculizar el relato bíblico de la creación del hombre.
Habló con desprecio y en forma blasfema del Dios que ―tomó un pedazo de barro en su mano,
sopló sobre él e hizo un hombre.
En el auditorio había un hombre que conocía la gracia salvadora de Dios. Se levantó y dijo:
―Señor, yo no voy a discutir la creación con usted, pero le diré esto: En nuestro pueblo Dios se
inclinó y levantó el pedazo de barro más sucio de toda la comarca. Sopló sobre él su Espíritu y fue
creado de nuevo; fue cambiado de un hombre malvado a un hombre que odia sus pecados
pasados y ama al Dios que lo salvó. Y yo, señor, era ese pedazo de barro.
Cierta niñita fue a visitar a su tía, que vivía en otra provincia. Un día ésta la encontró llorando.
—No tengo hambre de estas cosas —dijo la niña—, sino de oir decir a mamita: ―Ven, preciosa, un
beso para mamita. ¡Pobre pequeña nostálgica! Sus oídos estaban acostumbrados a los dulces
tonos de la voz de la madre, y ninguna otra cosa la satisfacía.
Adiestremos nuestros oídos hasta que respondan claramente a lo puro, a lo dulce, a lo hermoso y
sean sordos a los sonidos duros, bajos y vulgares. Y Dios nos ayudará a mantener nuestra vida a
tono con la suya.
En una asoleada mañana, dos alondras subían volando a lo alto. La alondra padre hablaba con su
polluelo, haciéndole ver lo maravilloso que es tener alas y poder volar hasta las alturas. Pero el
pequeño, en su inexperiencia, escuchaba sólo a medias, pues su atención se fijaba en el tintinear
de una campanita, que llegaba a sus oídos desde la tierra.
El pajarillo, curioso, bajó al campo de dónde provenía el sonido que tanto le atraía, y vio a un
hombrecillo que guiaba un carro mientras gritaba: ―¡Vendo lombrices! ¡Dos lombrices por una
pluma!
A la pequeña alondra le encantaban las lombrices; ya al nombrarlas se le hacía agua el pico. Y sin
pensar más se decidió: arrancó una pluma de sus alas y la cambió por dos lombrices. Cuando se las
hubo comido volvió junto a su padre, muy satisfecha.
Al día siguiente la alondra esperó ansiosamente el sonido de la campanita, y al oírla bajó a realizar
nuevamente su extraño negocio, dando otra pluma a cambio de dos lombrices. Esto lo repitió día
tras día. Una vez ofreció al hombrecillo cinco plumas por diez lombrices. El vendedor aceptó
entusiasmado y, desde entonces, por espacio de varios días más, continuó el intercambio.
Al cabo la alondra batió sus alas inútilmente: ¡ya no podía volar! ¡Estaba atada a la tierra y
condenada a arrastrarse en lugar de volar! ¡Había cambiado sus alas, su libertad, por un puñado
de lombrices!—Luther Burbank.
Una mujer llamada Ana llegó al hogar de una familia muy pobre en donde el jefe de la familia
estaba enfermo sufriendo agudos dolores. La mujer entró a visitar este hogar con el propósito de
hablarles algo acerca de Cristo. Pero el hombre de muy mal talante dijo a la mujer: ―No quiero
que nadie ore aquí ni lea la Biblia, pues no creo en ninguna de estas cosas.
Inmediatamente Ana aseguró al hombre y a la esposa afligida que haría algo para ayudarlos, y se
fue para conseguir provisiones y ropa para la familia. Cuando la señora Ana regresó, el hombre
que bruscamente le había prohibido que orara o leyera la Biblia le dijo: ―Léame por favor la
historia del Buen Samaritano. La señora Ana lo hizo con gusto, y cuando terminó de leer dijo el
enfermo: ―He visto muchos sacerdotes y levitas, pero nunca antes había visto un buen
samaritano. La amargura del hombre y sus prejuicios desaparecieron por causa de una buena
acción de una cristiana. *Son los hechos más valiosos que las palabras*
LIBERACION DE UN CAUTIVO
Las lágrimas corrían libremente por el rostro de un anciano mientras trataba de desatar el nudo de
un cordón que tenía alrededor del cuello, en el que tenía colgado un pequeño saco. El nudo estaba
sucio, y lleno de tierra. El anciano tenía la cabeza doblada como si llevara un gran peso sobre la
espalda, su cuerpo temblaba y el temor de lo desconocido se reflejaba en sus ojos. Este hombre
era Sampashe, jefe africano.
―No debes confiar en dioses paganos‖, le habían dicho; pero el conflicto de siglos de tinieblas y
temor se había posesionado de él. ¿Qué calamidades le sobrevendrían si se quitaba este amuleto?
¿No podría conservar por lo menos éste? ―No‖, le dijeron, si realmente crees en el amor y en el
poder de Jesús, debes poner tu confianza solamente en él.‖
Parado junto al anciano, en silencio y comprensivo sonriendo para infundirle ánimo y confianza
estaba el misionero. Sampashe levantó las manos, pero el viejo nudo no podía deshacerse, pues
había estado atado por tantos años que estaba completamente sólido.
El terror se apoderó del corazón de Sampashe. Miró el rostro del misionero y entonces hizo la
primera oración de su vida, la cual era un grito en el que pedía auxilio, misericordia y amor. El
nudo se aflojó, y a medida que el cordón se deslizaba del arrugado cuello del anciano, también una
carga pesada caía de su corazón. Alzando el rostro lleno de lágrimas, Sampashe sonrió triunfante y
tomó la mano del misionero en señal de fraternidad cristiana.
Cierto niño, muy pequeño, estaba agonizando y su padre, que lo amaba mucho, se afligía en gran
manera y no quería conformarse con que su hijo muriera, aunque con palabras de consuelo se lo
aconsejaban sus amigos. El pastor de la iglesia a la cual pertenecía ese padre atribulado le daba
iguales consejos y le decía que aceptara la voluntad divina y entregara la vida de su hijo a Dios,
principalmente porque no había probabilidades de que el niño sanara.
El padre contestaba: “No puedo conformarme. Estoy orando para que Dios me conceda la vida de
mi hijo, cualesquiera que sean las consecuencias.” Se realizó el anhelo del padre: el niño sanó, se
desarrolló, y su padre lo mimaba con exceso.
El hijo llegó a ser un perverso: una espina que siempre estaba hiriendo el corazón del padre.
Cuando el hijo fue grande se hizo ladrón, robó cosas de valor a uno de sus maestros, y cometió
otros muchos delitos; fue llevado a la cárcel y sentenciado a muerte. Tuvo una muerte
ignominiosa, y sin que se arrepintiera de sus muchos pecados. Cuando el hijo fue ejecutado, el
padre se acordó de lo que le pidió a Dios, y con tristeza, lágrimas y vergüenza confesó su
insensatez y su pecado al no haber estado conforme con que se hiciera la voluntad de Dios.