La Relación Entre Lenguaje y Pensamiento de Vigotsky en El Desarrollo de La Psicolingüística Moderna
La Relación Entre Lenguaje y Pensamiento de Vigotsky en El Desarrollo de La Psicolingüística Moderna
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RESUMEN
Las teorías de Lev Vigotsky sobre las relaciones entre pensamiento y lenguaje han tenido una gran
importancia dentro de la Psicología contemporánea, sobre todo en el campo de la Psicología Evolutiva. Sin
embargo, resulta sorprendente la ausencia de su figura y sus planteamientos en los textos de Ciencia
Cognitiva en general y de Psicolingüística en particular, quizás por el origen mayoritariamente anglosajón
de las mismas. Este hecho es llamativo teniendo en cuenta que estas disciplinas son las encargadas de
estudiar tanto la cognición como el lenguaje, siendo la relación entre ambas un tema clásico de
investigación y debate, tal y como lo fue en el pensamiento vigotskyano. El presente artículo analiza la
vigencia de la teoría de Vigotsky en los comienzos y desarrollo de la Psicolingüística Cognitiva moderna,
atendiendo a las teorías e investigaciones relativas a los trabajos comparados, al estudio de primates no
humanos, al campo de la evolución del lenguaje y a las disociaciones neuropsicológicas entre cognición y
lenguaje.
ABSTRACT
Lev Vigotsky’s theory about the relationship between cognition and language has been an important issue
in the modern Psychology and in Developmental Psychology in particular. However, his ideas about the
possible links between thinking and language has not been too considered in the modern Cognitive Science
and Psycholinguistics, perhaps because the anglo-saxon origin of these disciplines. The present paper
analyses the presence of the theory by Vigotksy in the Cognitive Psycholinguistics, focusing in the research
about animal behavior and non-human primates, as well as the study of language evolution and the
neuropsychological dissociations between cognition and language.
"Pensamiento y lenguaje" (1934) constituye, sin lugar a dudas, la obra donde el psicólogo ruso Lev
Vigotsky expuso con mayor claridad y profundidad su visión sobre la relación entre cognición y lenguaje.
Nadie niega la importancia de las aportaciones de Vigotsky en diferentes campos de la Psicología
contemporánea. Resulta difícil encontrar un manual de historia de la Psicología en general o de Psicología
Evolutiva en particular en el que la figura de Vigotsky no ocupe un papel destacado. Sin embargo, y casi
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con la misma frecuencia, es habitual encontrarse con manuales o artículos de Ciencia Cognitiva o
Psicolingüística modernas donde no aparezca citada la teoría de Vigotsky sobre la interrelación entre
cognición y lenguaje, quizás por el origen mayoritariamente anglosajón de la nueva ciencia de la mente.
Obviamente, existen algunas excepciones, como la obra de William Frawley (1997) "Vigotsky y la Ciencia
Cognitiva".
El presente artículo tiene por objetivo constatar que las ideas de Vigotsky sobre la cognición y el lenguaje
tienen plena vigencia en la actualidad, y que su teoría ha estado presente en la Psicolingüística Cognitiva,
con especial énfasis en las investigaciones de las primeras décadas de dicha disciplina hasta finales del
siglo pasado. El objetivo del presente artículo no es demostrar que Vigotsky ha influido directamente en
ella sino más bien explorar la presencia de sus ideas y teorías así como la evidencia empírica que las ha
apoyado desde el nacimiento de la Psicolingüística, allá por los años 50 del siglo pasado hasta finales del
mismo siglo.
En muchos aspectos y teniendo en cuenta el ambiente intelectual y científico predominante en su época, las
ideas de Lev Vigotsky pueden considerarse idiosincráticas, revolucionarias e inusuales. Desde una
perspectiva general y ya desde muy joven, Vigotsky defendió vehementemente que la Ciencia Psicológica
no podía ignorar la conciencia, una visión de la Psicología no demasiado popular ni en su tierra, la URSS,
patria de los reflexólogos, ni en el resto del mundo, especialmente en los EEUU donde el paradigma
conductista imperaba en los ámbitos académicos y científicos. Dicho de otro modo, el joven pensador
defendía una psicología "con mente", epistemológicamente abogaba por un cognitivismo. Por tanto, junto a
Piaget, la escuela de la Gestalt y unos pocos coetáneos más, afirmaba que los procesos mentales podían
ser investigados y afirmaba la posibilidad de su abordaje científico, al contrario de lo defendido por los
conductistas. Desde esta óptica, aquí tendríamos el primer paralelismo evidente entre su punto de vista y
el de la Psicología y Neurociencias Cognitivas contemporáneas, incluyendo la actual Psicolingüística: sin
ninguna duda, el lenguaje y el resto de funciones mentales tienen una dimensión interna, mental o
computacional que puede y debe ser estudiada científicamente.
A diferencia de otros psicólogos tanto anteriores como contemporáneos, Vigotsky afirmaba que el
pensamiento y el lenguaje, como funciones mentales superiores, tenían raíces genéticas diferentes, tanto
filogenética como ontogenéticamente. Eso sí, se desarrollan en una continua influencia recíproca. En este
sentido, se diferenciaba claramente de las posturas que estaban defendiendo un continuismo entre el
intelecto general y los procesos psicolingüísticos. Por ejemplo, para Jean Piaget, de cuya teoría Vigotsky
(1934) hizo un excelente análisis y crítica, ambas capacidades mentales estaban relacionadas, como
veremos más adelante. Tampoco para el Conductismo tenía sentido establecer una diferenciación entre
conductas inteligentes y conductas verbales: ambos tipos de comportamientos eran aprendidos mediante
los mismos mecanismos de condicionamiento. Para Vigotsky, sin embargo, las dos funciones se desarrollan
de forma independiente, y según el autor, esto es evidente tanto en la adquisición y desarrollo de ambas
en el niño como desde una perspectiva comparada y evolucionista.
Desde una perspectiva filogénetica, su postura presentaba una gran similitud. Vigotsky, al igual que
Wolfgang Köhler, defendió que otros animales podían tener inteligencia, como es el caso de los primates no
humanos, y que dicha capacidad y el lenguaje estaban disociados. En palabras del autor "En los animales,
el lenguaje y el pensamiento brotan de raíces diferentes y se desarrollan en diferentes líneas" (Vigotsky,
1995: 97). Refiriéndose a los monos y primates, aceptaba, por tanto, que los animales tuvieran un
lenguaje, si bien bastante diferente al humano. Sin embargo, Vigotsky sostenía que esas estrechas
correspondencias ya mencionadas entre pensamiento y lenguaje, propias del ser humano, no se daban en
los antropoides. También en la filogenia defendía etapas pre-lingüísticas en el desarrollo del pensamiento y
fases pre-intelectuales en el desarrollo del habla.
Pero Vigotsky no sólo se preocupó por las correspondencias entre las dos facultades sino que también
abordó temáticas que son campos de investigación de plena actualidad en la Psicolíngüística, llegando a
conclusiones confirmadas empíricamente hoy en día por decenas de experimentos. Uno de esos temas es el
aprendizaje de una segunda lengua y el bilingüismo. Vigotsky pensaba que el proceso de aprendizaje de la
lengua materna y el de una segunda obedecía básicamente a los mismos principios. Sin embargo, para el
psicólogo ruso, el conocimiento y procesos adquiridos en la lengua nativa se aplicaban al aprendizaje de la
segunda lengua, de tal forma que el grado de desarrollo y conocimientos de la lengua nativa influía de
forma decisiva en el aprendizaje de la lengua extranjera. Ésta idea es central a multitud de trabajos
experimentales que demuestran dicha influencia desde el punto de vista semántico, fonológico u ortográfico
(ver, por ejemplo, Jared y Kroll, 2001 para una revisión sobre resultados obtenidos en lectura y
producción). Pero Vigotsky fue aún más lejos, realizando una afirmación mucho más innovadora y original:
que el aprendizaje de la segunda lengua podía influir en el dominio de la lengua materna, defendiendo una
bidireccionalidad en la influencia de los procesos psicológicos de ambas. Resultados de la Psicolingüística
reciente que demuestran, por ejemplo, que el conocimiento de la lengua no dominante de una persona
bilingüe se encuentra activo e influye en los tiempos de decisión en tareas de lectura de palabras (vg.
Grainger y Dijkstra, 1992) son un apoyo innegable a las tesis de Vigotsky y una muestra de la vigencia de
sus teorías.
Resumiendo y volviendo al tema principal del presente artículo, para Vigotsky no existe una correlación
entre el desarrollo del pensamiento y del lenguaje, ni desde el punto de vista del desarrollo humano ni
desde una perspectiva filogenética o evolucionista. Exploremos a continuación hasta qué punto estas ideas
han estado presentes en la Ciencia Cognitiva y, concretamente, en la Psicolingüística, tal y como acabamos
de ver para el caso del aprendizaje de una segunda lengua. Además, analizaremos algunas evidencias
empíricas que las han sustentado hasta principios del presente siglo, donde ya se habla de Neurociencia
Cognitiva del Lenguaje y donde puede observarse un mayor distanciamiento entre Psicología y
Neurociencias por un lado y Lingüística por otro. Para ello, se analizarán diferentes campos de investigación
como la perspectiva evolucionista, los estudios comparados, los estudios con primates no humanos y las
disociaciones neuropsicológicas entre el lenguaje y otras capacidades mentales.
Es obvio que el lenguaje no es la única habilidad cognitiva que tenemos. Es una más entre todo un
entramado de capacidades que abarcan la percepción, la memoria, la atención, el razonamiento, el
pensamiento, la capacidad de cálculo y el resto de lo que podríamos llamar conductas o
habilidades inteligentes. Dicho de otra forma, la "inteligencia", para la mayor parte de científicos
cognitivos, no es una aptitud única y transparente, sino que la cognición implica numerosos sistemas
especializados y relativamente autónomos (Mehler y Dupoux, 1990). Sin embargo, no es menos cierto que
estas capacidades autónomas interactúan continuamente entre sí. Por ello, investigar la
dependencia/independencia entre el lenguaje y el resto de la vida mental es un objetivo prioritario para
todos aquellos interesados en la Lingüística y Psicología del Lenguaje, en particular, y en la cognición
humana, en general, tal y como lo fue para Lev Vigotsky.
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La relación entre el lenguaje y el resto de la cognición está estrechamente conectada con uno de los temas
de debate e investigación más apasionantes sobre el lenguaje: ¿es el lenguaje una capacidad innata, con la
que nacemos, o por el contrario tiene un origen cultural y, por tanto, es aprendido o adquirido como tantas
otras conductas inteligentes humanas? A su vez, este debate entronca y es un reflejo del tradicional
enfrentamiento dialéctico entre dos concepciones históricas sobre el conocimiento humano: la tradición
racionalista y la tradición empirista. Para aquellos que abogan por un instinto del lenguaje propio del ser
humano, y que defienden que gran parte de lo que entendemos por conducta lingüística está
genéticamente programada, es necesario demostrar que el lenguaje es independiente del resto de la
cognición, que es un módulo cognitivo y una facultad autónoma.
Dentro de la moderna Psicología del Lenguaje así como de la Lingüística, el debate renació y cobró una
inusitada fuerza en la crítica que hizo el lingüista Noam Chomsky al psicólogo experimental y uno de los
máximos exponentes del neoconductismo, B.F. Skinner. Para Chomsky, heredero de la tradición platónica
como él mismo defendió (Chomsky, 1988), el lenguaje no se aprende sino que forma parte de nuestro
equipamiento genético y se desarrolla a partir de procesos madurativos, siendo el ambiente un mero
mecanismo disparador (Carreiras, 1997). Desde esta perspectiva, el lenguaje es cualitativamente distinto
del resto de conductas inteligentes: es un módulo cognitivo, en términos fodorianos (Fodor, 1983), y por
tanto sus estructuras y modo de funcionamiento son en buena medida automáticos, encapsulados y no
influidos por el resto de la cognición. El lenguaje sería, por tanto, una habilidad específica de dominio. La
cognición interactuaría sólo con el output o producto final del módulo lingüístico. Pero para demostrar que
el lenguaje es realmente un módulo, una habilidad específica de dominio, resulta imprescindible encontrar
pruebas de que el lenguaje no depende de la inteligencia general ni del resto de actividades cognitivas. Una
buena parte de la investigación en adquisición del lenguaje se ha dedicado precisamente a intentar apoyar
o refutar esta idea que es, precisamente, la que defendió Vigotsky.
A nivel epistemológico, es relevante destacar que tanto el lingüista Noam Chomsky como los primeros
psicólogos cognitivos que pusieron a prueba experimentalmente en los laboratorios su teoría (Miller,
Garrett o Mehler, por citar algunos de los más destacados), se consideran los fundadores de la entonces
nueva disciplina científica, a caballo entre la Lingüística y la nueva Psicología Cognitiva: la Psicolingüística
moderna. Para estos psicólogos y quizás pecando de reduccionismo, se trataba de estudiar cómo en
la actuación (la conducta mensurable) se reflejaba la competencia lingüística chomskyana.
Pero volviendo al tema que nos ocupa y desde un punto de vista evolucionista, los defensores de una
capacidad innata del lenguaje específica del ser humano defendieron la denominada teoría de la
discontinuidad (Aitchison, 1989; Bickerton, 1990). Según esta teoría, la diferencia entre el lenguaje y los
sistemas de comunicación de otras especies es cualitativa, como la trompa del elefante lo es del hocico de
otros animales (Pinker, 1994). Los rasgos universales del lenguaje son, por tanto, propios de la especie y
específicos para esta tarea. Por su parte, la teoría de la continuidad afirma que la diferencia entre lenguaje
y comunicación animal es cuantitativa: el lenguaje humano se desarrolló a partir de sistemas de
comunicación animal más primitivos (v.g., Bates, Thal y Marchman, 1991; Dingwall, 1988), una idea que,
curiosamente, mantuvo también Vigotsky. Para esta postura, el lenguaje es el sistema más complejo de
comunicación del reino animal porque las habilidades generales de aprendizaje del ser humano son también
las más complejas y eficientes. Lenguaje e inteligencia van unidos para la teoría de la continuidad; el
lenguaje depende, es parte integrante y producto del resto de capacidades cognitivas. Lógicamente, desde
esta perspectiva, debe ser posible encontrar rasgos propios del lenguaje en otras especies animales,
aunque quizás no tan desarrollados como en el lenguaje humano. Pero, como afirmó la lingüista Jean
Aitchison (1989), si descubrimos que otros animales hablan (o son capaces de aprender un lenguaje,
quizás menos complejo que el humano pero con las mismas características fundamentales), no habremos
aprendido gran cosa, del mismo modo que el que seamos capaces de nadar a braza no nos dice nada de la
capacidad natatoria de las ranas. Sin embargo, si descubrimos que otras especies no hablan, entonces sí
tendremos pruebas de que el lenguaje es específico al ser humano. Veamos qué se ha aprendido tras
Vigotsky del estudio de la conducta comunicativa de otros animales.
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Algunos sistemas de comunicación animal han llamado poderosamente la atención a los investigadores por
exhibir rasgos propios del lenguaje humano. Así, hace ya un tiempo, se comprobó que las abejas, a través
de una danza circular, podían comunicar al resto de la colmena la localización de una fuente de néctar. Este
tipo de comunicación implica la transmisión de información objetiva y variable, no referida a estados de
ánimo, pudiendo transmitir distancia, dirección y cantidad (Bickerton, 1990). Además, exhibe los rasgos de
semanticidad y desplazamiento (poder referirse a objetos no presentes temporal o espacialmente),
mostrando un alto grado de sofisticación. Sin embargo, los experimentos de Von Frisch (citados por
Vigotsky) demostraron que el lenguaje de las abejas no es un sistema abierto, no exhibe una de las
características más relevantes del lenguaje humano: la productividad. Las abejas no pueden comunicar
información nueva.
Otra especie que recibió una considerable atención son los monos vervet de Africa Oriental, los cuales
emiten distintas llamadas de alarma ante distintos depredadores, provocando respuestas apropiadas en el
resto de los monos. Se ha especulado que dichas señales de alarma son equivalentes a las palabras del
lenguaje. Por ejemplo, se ha comprobado que un tipo concreto de llamada significa que un águila está
aproximándose, otra señal significa que lo hace una serpiente, etc. La naturaleza semántica de dichas
llamadas fue comprobada experimentalmente por Seifarth y Cheney (1992). Sin embargo, los propios
autores reconocieron que tales señales no son comparables a las palabras del lenguaje. Como señaló
Bickerton (1990), existe una serie de diferencias cualitativas entre el lenguaje humano (y sus palabras) y
las señales de los vervets y/o de otras especies:
1) las llamadas o unidades de los sistemas de comunicación animal no se corresponden con ninguna de las
unidades que componen el lenguaje humano. No existe nada en aquellos que se corresponda a elementos
gramaticales o a la sintaxis. Las llamadas animales, por ejemplo, no pueden modificarse para incluir
diferentes matices o significados.
2) La relación entre las señales de los animales y el mundo real es completa. Ningún sistema animal tiene
llamadas para cualquier cosa de la que no haya evidencia sensorial (v.g. un unicornio) y/o no tenga un
significado evolutivo y adaptativo para la especie.
3) Las llamadas y las palabras difieren también en que estas últimas pueden ser utilizadas en ausencia
física de los objetos a los que hacen referencia, mientras que las llamadas difícilmente se utilizan de esta
forma.
4) El lenguaje humano es componencial mientras que las llamadas y los signos animales no pueden
descomponerse en partes constituyentes.
Pero, por encima de todo, los seres humanos pueden comunicar cualquier cosa que se les ocurra, mientras
el repertorio de señales y de conceptos que pueden comunicar los animales es limitado: es un sistema
cerrado, frente al lenguaje que es un sistema abierto. Por todo ello, no puede establecerse una continuidad
entre las llamadas animales y el lenguaje humano. Pero entonces, ¿de dónde surge el lenguaje humano?
Volveremos a ello más adelante.
Los primates no humanos y concretamente los chimpancés son las segundas criaturas en inteligencia del
reino animal (Pinker, 1994), por lo cual deberían ser capaces de aprender un lenguaje, aunque fuera de
menor sofisticación que el nuestro. Muchos defensores de la teoría de la continuidad, desde los años 30
hasta la actualidad, se han empeñado en enseñar el lenguaje a chimpancés y gorilas, algunos de cuyos
estudios pioneros fueron analizados y comentados ya por Vigotsky (1934). El razonamiento que subyace a
estos trabajos se basa en la premisa de que el lenguaje es fruto de una evolución o refinamiento progresivo
de sistemas de comunicación animal más primitivos. Aparte de ciertos cambios evolutivos en los órganos
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vocales y en los circuitos neurales responsables de la percepción y producción del habla, lo que nos
diferencia de otras especies es un incremento en las habilidades generales de aprendizaje o inteligencia.
Desde este punto de vista los chimpancés, que poseen una elevada inteligencia, deberían ser capaces de
aprender un lenguaje, quizás no tan complejo como el humano pero sí con las mismas características
esenciales. Por ello, son muchos los esfuerzos que se han realizado en esta línea, entrenando
intensivamente a primates en las artes del lenguaje.
Los trabajos pioneros fueron los de Kellogg y Kellogg, en los años treinta, y de Hayes en la década de los
cincuenta, cuyo relativo fracaso se debió al intentar enseñarles a los chimpancés el lenguaje hablado, sin
tener en cuenta que no se hallan fisiológicamente equipados para producir sonidos humanos, algo en lo que
hay que reconocer que Vigotsky se equivocó. Posteriores intentos subsanaron este error, optando por
enseñar lenguajes no verbales a los primates, tales como lenguajes de signos en los casos del chimpancé
Washoe criado por los Gardner (Gardner y Gardner, 1969; cit. en Aitchison, 1989) y del gorila KoKo
(Patterson, 1978; cit. en Pinker, 1994). Otros optaron por símbolos basados en fichas sobre tableros, como
el trabajo de Premack y colaboradores con Sarah, una chimpancé (v.g. Premack, 1986). La cantidad de
datos y, en muchos casos, de logros obtenidos con primates parlantes fue ingente. Aún a riesgo de pecar
de simplificación, algunos de los resultados y logros obtenidos pueden resumirse de la siguiente forma:
1) los primates entrenados exhibieron, en líneas generales, una gran capacidad para aprender elementos
léxicos. El caso más llamativo es el del gorila Koko que aprendió casi 700 palabras distintas, de las cuales
casi 400 formaban su vocabulario normal (Aitchison, 1989).
2) Los animales estudiados manifestaron una buena capacidad simbólica, y su conducta en relación con el
lenguaje cumple muchos de los requisitos que diferencian a éste de otros sistemas de comunicación.
Algunas de esas características son: semanticidad (empleo de símbolos con significado o que se refieren a
objetos y acciones), desplazamiento (los primates mostraron capacidad para referirse a eventos que no
estaban presentes temporal o espacialmente), y arbitrariedad (aprendieron palabras que no tienen relación
directa con lo que representan). Además, fueron capaces de generalizar el uso de los signos a distintas
situaciones (v.g. usar la palabra "más" en situaciones distintas a aquella en la que la aprendieron).
También exhibieron cierto grado de creatividad o productividad: algunos animales estudiados, como
Washoe o Koko, crearon palabras para referirse a objetos o acciones cuyos signos no habían aprendido,
tales como decir "pájaro agua" para referirse a un cisne. Es de destacar que muchos de estos rasgos eran
considerados, hasta ese momento, propios y exclusivos del ser humano.
3) Sin embargo, los logros con respecto a la sintaxis fueron menos impresionantes. En general, los
primates no mostraron ser capaces de aprender que el lenguaje es gramatical y dependiente de estructura.
Mientras los niños de muy pocos años comprenden y producen frases gramaticalmente correctas y
complejas, los primates no llegan a aprender algo tan básico en la sintaxis como el orden de las palabras.
Todos los estudios, cuando se analizan sin apasionamiento, mostraron que la sintaxis, tras muchos años de
duro entrenamiento, no alcanza el nivel elemental de un niño de 2 años (Carreiras, 1997). Además, el
número de palabras usadas en una frase permaneció constante (Pinker, 1994). Una excepción es el estudio
más reciente de Savage-Rumbaugh et al. (1993) según el cual cierto tipo de chimpancés, los bonobos, son
capaces de aprender una sintaxis sencilla y reglas gramaticales simples. Sin embargo, a pesar de este
último resultado (todavía sujeto a discusión), puede concluirse que lo característico del lenguaje de signos
de los primates no humanos son secuencias repetitivas con estructura inconsistente (Seidenberg y Petitto,
1979), sin contener nada que se parezca demasiado a la sintaxis (Carreiras, 1997).
4) Además de capacidad simbólica, los primates parecen tener buenas capacidades representacionales,
exhiben conductas inteligentes complejas, habilidades sofisticadas de resolución de problemas, etc. El
gorila Koko, por ejemplo, tenía un cociente intelectual de casi 90 según el Stanford-Binet, aunque
posiblemente fuera superior debido a los sesgos humanos de dicho test (ver Aitchison, 1989). Estos datos
sobre las habilidades cognitivas de los primates contrastan enormemente con sus logros lingüísticos, que
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no pasan de un nivel absolutamente básico. Como señala Carreiras (1997), niños con retraso cognitivo
general y CI en torno a 50 presentan sintaxis y conversaciones fluidas (habilidades lingüísticas normales),
mientras que son incapaces de realizar tareas que Koko o Sarah harían sin ningún problema. También es
notable su diferencia con las habilidades lingüísticas de niños normales de pocos años, quienes sin esfuerzo
ni entrenamiento formal e intensivo adquieren una sintaxis compleja en muy poco tiempo. De hecho,
Terrace,uno de los investigadores que entrenó durante años a Nim Chimpsky, otro chimpancé, concluye
que las semejanzas entre la conducta signante de Nim y las conversaciones de un niño pequeño son
absolutamente superficiales (Terrace, 1979). Para Pinker (1994: 370), "las capacidades de los chimpancés
relacionadas con algo que pudiera recordar a la gramática eran prácticamente nulas". Este autor, en una
posición absolutamente crítica con las investigaciones sobre primates, hace hincapié en que estos animales
no pueden evitar el recurso a sus propios comportamientos instintivos cuando aprenden lenguaje humano;
no parecen haber captado la esencia del lenguaje ni muestran ninguna sensibilidad a la estructura. A pesar
de que logran alcanzar, como hemos visto, algunos de los rasgos propios del lenguaje, tanto para Pinker
como para Aitchison (1989) lo importante era que no muestran ninguna predisposición espontánea o
natural a utilizarlo. Ambos autores concluyeron que es bien poco (por no decir nada) lo que podemos
aprender del lenguaje humano enseñándoselo a otras especies. Es como si intentáramos aprender algo de
la bipedación humana viendo cómo un caballo de circo camina sobre sus patas traseras. Por otro lado, el
hecho de que los primates lleguen a adquirir habilidades lingüísticas primarias no implica que dicha
conducta no esté biológicamente programada en el ser humano: también nosotros hemos logrado volar sin
motor en parapente o ala delta, pero es obvio que esa facultad es genéticamente específica de las aves y
no nuestra. El apoyo de estas conclusiones a muchas de las ideas de Vigotsky es evidente.
4. LENGUAJE Y EVOLUCIÓN
En principio, todas estas conclusiones parecen constituir un claro apoyo a la teoría de la discontinuidad y
por tanto a la teoría vigotskyana. No existe un continuo entre comunicación animal y lenguaje: éste no es
una mera evolución de aquélla. Sin embargo, este planteamiento pudiera ser problemático y entrar en
conflicto con la teoría de la evolución de Darwin. Para autores como Bates et al. (1991), es necesario
encontrar el origen del lenguaje en las características mentales y conductuales que compartimos con otras
especies porque lo contrario sería ir contra los postulados darwinistas. El lenguaje tuvo que evolucionar a
partir de sistemas comunicativos y simbólicos evolutivamente más antiguos (Bates y McWhinney, 1989).
Sin embargo, Pinker (1994) atribuyó este tipo de objeciones e hipótesis a una interpretación incorrecta de
la doctrina de Darwin. La evolución no debe ser vista como una escalera o cadena continua donde los
eslabones son las especies, sino como un árbol con múltiples ramificaciones. Aunque gorilas, chimpancés y
humanos provengan del mismo tronco o rama inicial, constituyen distintas subramas separadas. Desde
esta óptica, el resto de los primates no están debajo de nosotros sino en ramas diferentes. Las primeras
formas de lenguaje, para Pinker, pudieron aparecer una vez que la rama que conduce a la especie humana
se separó de la que conduce a los chimpancés. El resultado es que los chimpancés no tendrían lenguaje, y
no debe resultar extraño que ninguna otra especie, por muy próxima a nosotros que esté, lo tenga.
Otro problema estrechamente relacionado es que en la evolución de las especies las novedades absolutas
son imposibles: incluso aceptando algún tipo de mutación, el lenguaje no puede haber surgido de la nada
sino que tiene que haber evolucionado de algún rasgo antecedente o conducta evolutivamente previa. Pero
como vimos anteriormente, las diferencias entre lenguaje y comunicación animal son de tipo cualitativo,
dando lugar a la paradoja de que el lenguaje difícilmente puede haber evolucionado de la comunicación
animal (Bickerton, 1990). Entonces ¿de qué sistema anterior ha evolucionado el lenguaje? Lieberman
(1991), basándose en estudios paleontológicos sobre los tractos vocales de homínidos, así como de
posibles localizaciones de las áreas cerebrales relacionadas con el lenguaje, defendió que éste surge hace
aproximadamente 400.000 años con la aparición del homo sapiens, y que es consecuencia de
preadaptaciones relacionadas con otras funciones. Dicho de otro modo, el lenguaje sería un órgano nuevo
fruto de desarrollos en funciones no relacionadas originariamente con el lenguaje, tales como el control
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Bickerton (1990; 1996) compartió también estas ideas: (1) una aparición más o menos repentina del
lenguaje, y (2) que el lenguaje no evoluciona de formas de comunicación más antiguas. Pero, además,
sostuvo que el lenguaje debe concebirse como un sistema de representación del mundo más que como un
sistema de comunicación. Antes de comunicar algo debe establecerse qué es lo que hay que comunicar. El
problema de la continuidad se ve resuelto si se admite que la línea evolutiva no viaja desde los sistemas de
comunicación primitivos al lenguaje sino que la continuidad debe situarse entre sistemas de representación
anteriores y lenguaje. Como ya comentamos, Bickerton estuvo de acuerdo con Lieberman en lo referente a
una aparición abrupta y repentina del lenguaje. También compartió la idea de que el desarrollo de la
inteligencia y de las capacidades de solución de problemas son más una consecuencia que un requisito del
lenguaje. Sin embargo, para Bickerton sí existieron formas intermedias de lenguaje o protolenguajes. Estos
sistemas no tenían las propiedades estructurales formales del lenguaje. Por ejemplo, es probable que
tuvieran un léxico pero no una sintaxis, y pueden considerarse similares a las producciones de los niños
pequeños y a las de las conductas lingüísticas aprendidas por los primates.
Pinker (1994; Pinker y Bloom, 1990), en cambio, se situó en una posición distinta. No vio la necesidad de
postular este paso intermedio, defendiendo una evolución más gradual basada en los mecanismos de
selección natural. Para él, el lenguaje pudo haber surgido a partir de una secuencia de cambios genéticos
que produjeron reorganizaciones en los circuitos cerebrales de primates sin habla. Sin embargo, para llegar
a algo tan complejo como el lenguaje, tuvieron que sucederse toda una serie de cambios evolutivos muy
pequeños. Las ventajas adaptativas de los primeros homínidos parlantes sobre los no parlantes tuvieron
que ser enormes, siendo la selección natural la explicación última de nuestro lenguaje.
Pero independientemente de las diferencias entre estos dos puntos de vista, ambos argumentos apoyaron
una compatibilidad entre la teoría evolucionista y un instinto del lenguaje exclusivamente humano,
diferenciado del resto de la cognición, que es precisamente la postura defendida por Vigotsky.
Investigar si existe algo similar al lenguaje en otras especies, sobre todo en las criaturas más inteligentes
después del ser humano, constituye una forma posible (aunque discutible) de analizar si existe relación
entre lenguaje e inteligencia-cognición. Pero, a nuestro modo de ver, existen métodos más directos y
eficaces para hacerlo. Si el lenguaje es un producto de la inteligencia humana, o si depende de otras
capacidades cognitivas de tipo general, una alteración del mismo debería ir acompañada de alteraciones en
otros dominios cognitivos. Si, por el contrario, el lenguaje es un módulo cognitivo que no tiene que ver con
otras capacidades, tendrían que existir disociaciones dobles, es decir, tendría que ser posible encontrar
personas que tuvieran daño selectivo en lo lingüístico y tuvieran intactas otras capacidades cognitivas, y
viceversa (ver Ellis y Young, 1988, y Valle-Arroyo, 1991, para una descripción y explicación detallada del
concepto de disociación en los comienzos der la Neuropsicología Cognitiva). La existencia de disociaciones
dobles sería un apoyo inequívoco a la teoría de Vigotsky.
La investigación con pacientes afásicos (que han sufrido lesiones en las áreas corticales encargadas del
lenguaje) efectivamente comenzó pronto a mostrar que era posible encontrar personas con daños severos
en componentes del procesamiento lingüístico y que, sin embargo, conservaban intactas el resto de las
facultades mentales (Pinker, 1994). Pero los daños cerebrales sufridos en adultos no son los únicos casos
en los que el lenguaje puede ser alterado sin que otras funciones lo sean. Existen casos de niños en los que
se observa un desarrollo intelectual normal que convive con retraso o déficits selectivos en el lenguaje.
Estos casos reciben la etiqueta diagnóstica de Trastorno Específico del Lenguaje (SLI, según las siglas en
inglés) o disfasia evolutiva. Aunque dicha etiqueta agrupa a un grupo relativamente heterogéneo de
trastornos, todos ellos se caracterizan por problemas exclusivos del lenguaje que no pueden ser explicados
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por causas no lingüísticas. Uno de los SLI más citados en los desarrollos de la Psicolingüística y
Neuropsicología Cognitiva del siglo pasado por su interés para el innatismo en el lenguaje fue el estudiado
por Gopnik y colaboradores, que afectó a tres generaciones de una misma familia. Los miembros afectados
cometían frecuentes errores gramaticales, siendo incapaces de generalizar las reglas sintácticas más
simples. Por otro lado, su inteligencia no verbal era normal. El estudio de la distribución del trastorno ha
revelado la existencia de un rasgo controlado por un único gen dominante, llevando a los autores a la
conclusión de que es un trastorno hereditario y específico al lenguaje (Gopnik 1990). También el síndrome
de Klinefelter presenta déficits léxicos y sintácticos a la vez que un CI no verbal normal (Carreiras, 1997).
Es de destacar en este punto que investigaciones genéticas más recientes han descubierto un gen, el
FOXP2, que está claramente asociado a la adquisición del lenguaje (ver, por ejemplo, Marcus y Fisher,
2003).
Sin embargo, el mero hecho de encontrar personas con problemas exclusivamente lingüísticos y resto de
capacidades intactas no es suficiente para concluir que el lenguaje es independiente del resto de la
cognición. Podría ocurrir que el lenguaje fuera más demandante desde un punto de vista cognitivo y que
estas personas no pudieran utilizar plenamente todo su potencial intelectual. Por tanto, sería necesario
encontrar el déficit opuesto (o disociación doble): casos en los que un lenguaje intacto conviviera con
capacidades cognitivas dañadas en otros dominios.
Uno de estos casos son los niños que padecen el síndrome de Williams (un retraso en el desarrollo que
suele ir asociado a un gen dominante), caracterizado por un CI de 50 y que son incapaces de realizar las
tareas más sencillas, sobre todo de tipo espacial y aritmético. Lo interesante es que sus capacidades
lingüísticas parecían relativamente buenas, siendo conversadores fluidos (Bellugi et al., 1992). También se
informó de casos de niños con espina bífida e hidrocefalia que presentan un gran retraso del desarrollo pero
unas habilidades lingüísticas próximas a la normalidad (Cromer, 1994). Algo similar se encontró en los
niños con síndrome de Turner (Yamada y Curtiss, 1981). Otros casos de trastornos en los que parecían
existir alteraciones severas de la inteligencia conviviendo con un lenguaje fluido y gramatical son los de la
enfermedad de Alzheimer, la esquizofrenia y algunos casos de autismo infantil (Pinker, 1994).
Resumiendo, los casos aquí expuestos apoyaron la existencia de una disociación entre lenguaje e
inteligencia, algo que ya había sido propuesto mucho antes por Vigotsky. No parece que el primero
dependa de capacidades de tipo general. Además, el hecho de que se hayan encontrado trastornos
específicos del lenguaje de tipo hereditario es un claro apoyo para los que defendían capacidades
biológicamente programadas para el aprendizaje de las lenguas en la Psicolingüística.
Pero aparte de estos argumentos y evidencias empíricas psicolingüísticas, existen diversas posturas que
entroncan más o menos con una tradición empirista y que no ven la necesidad de postular una
discontinuidad o diferenciación entre lenguaje y otras capacidades cognitivas, tal y como las había en la
época de Vigotsky Para este tipo de planteamientos, el lenguaje es producto de la inteligencia y/o de una
mayor capacidad para el aprendizaje, y se adquiere de la misma forma que aprendemos otras destrezas. El
lenguaje sería, por tanto, un proceso cognitivo y social como cualquier otro, que necesita de ciertos
requisitos cognitivos previos (precursores cognitivos) y dependiente, por tanto, de otros procesos
perceptivos y cognitivos (Harley 1995).
algunos, la sintaxis se adquiría a partir de la semántica (Braine, 1976; Gleitman, 1981; Macnamara, 1982;
Schlesinger, 1971); para otros, a través de las propiedades distribucionales: los niños buscan regularidades
sintácticas en las palabras que escuchan, como cuáles van antes, cuáles después, etc., agrupándolas poco
a poco en categorías que corresponden a nombres, verbos, sintagmas, etc. (Gathercole, 1985; Levy, 1988;
Maratsos y Chalkley 1980). Estos dos tipos de teorías compartían un cierto grado de constructivismo, eran
opuestos a la teoría defendida por Vigotsky y para ninguna de las dos era necesario acudir a explicaciones
innatistas ni postular una separación entre lenguaje y otras capacidades cognitivas. Tampoco para la teoría
conductista del lenguaje (v.g Skinner, 1957) era necesario postular principios innatos o rasgos específicos
para el lenguaje: éste se adquiere por las leyes del aprendizaje como cualquier otra conducta. Algunas
orientaciones más actuales no estrictamente conductistas compartieron esta idea de que el lenguaje se
adquiere básicamente por aprendizaje. Así, por ejemplo, Bruner (1983), Farrar (1990) y otros acentuaron
la importancia de la interacción social en el desarrollo del lenguaje, minimizando los determinantes
biológicos y cognitivos. La competencia comunicativa, la retroalimentación de los adultos, el aprender la
estructura de una conversación y otros factores sociales eran vitales para la adquisición del lenguaje. En
este sentido, Sokolov y Snow (1994) afirmaron que la necesidad de principios innatos podría reducirse si se
comprobaba que cierta evidencia negativa (las correcciones de los adultos hacia las producciones
incorrectas de los niños) estaban actuando junto a los factores sociales mencionados (Harley, 1995).
Para concluir, podríamos afirmar que, incluso para los defensores más radicales de posiciones empiristas y
basadas en el aprendizaje en la Psicolingüística, resultaba difícil negar la idea de que existían
predisposiciones innatas para el lenguaje en el recién nacido (Carreiras, 1997), así como negar la
independencia de ciertas capacidades lingüísticas con respecto al resto de la cognición. El debate está,
incluso hoy en día, en cuánto es innato y cuánto es aprendido, así como en determinar dónde comienza la
interacción entre lenguaje y cognición. En este sentido, nuestra exposición ha transcurrido desde las
posiciones y datos empíricos que apoyaban fuertemente al innatismo y discontinuismo más extremo (como
Chomsky) hasta aquellas orientaciones continuistas más radicalmente opuestas al innatismo, como el
conductismo o el conexionismo. Pero el dibujo no estaría completo si sólo nos quedáramos con estas dos
posturas. En el medio del continuo existen muchas opiniones, una buena parte de ellas provenientes de
autores innatistas que postulaban una interrelación mayor entre lenguaje e inteligencia-aprendizaje-
conocimiento del mundo.
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Entre estos autores estaban algunos como Bloom (1994), Slobin (1985) y Taylor y Taylor (1990) que
defienden principios innatos en la adquisición del lenguaje pero mucho más generales que los postulados
por el lingüista Chomsky. Para estos autores, con lo que veníamos al mundo no era una gramática
universal y específica, sino con una serie de estrategias de procesamiento más generales que las categorías
sintácticas particulares, pero intrínsecamente lingüísticas y no relacionadas con otros procesos cognitivos.
Investigadores como Pinker (1984), por ejemplo, defienden también un mecanismo especial e innato de
adquisición del lenguaje. Sin embargo, según su teoría, existen categorías gramaticales innatas (v.g.,
nombres y verbos), pero el niño debe aprender qué palabras son nombres y cuáles son verbos. Esta tarea
es posible mediante un tránsito desde la cognición general y la semántica (que no son innatas) a la sintaxis
(que sí lo es). Otros autores han propuesto que este tránsito se puede dar también en la otra dirección, de
la sintaxis a la semántica (ver revisiones sobre este tema en Altmann, 1997; Bloom, 1994).
7. CONCLUSIONES
El lenguaje, como hemos visto, no es una capacidad indivisible. Probablemente, no existe una adquisición
sino muchas adquisiciones (de la fonología, del significado de las palabras, de la sintaxis, etc.), lo cual se
ha visto y se ve reflejado en los resultados empíricos y en la dirección que ha tomado la investigación. La
pregunta ahora no es si nacemos o no con la sintaxis (como sinónimo de lenguaje), sino qué proceso
concreto dentro de ésta (o de la fonología, o del significado de las palabras...) es innato y específico de
dominio. Desde esta óptica y teniendo en cuenta la revisión llevada a cabo, para poder alcanzar una
panorámica completa sobre el debate, sería necesario descomponer la pregunta de si el lenguaje es innato
y específico de dominio en múltiples preguntas mucho más restringidas. Mientras en campos como la
fonología infantil el innatismo parecía ir ganando la carrera, lo contrario sucede en el aprendizaje de las
categorías sintácticas (Harley, 1995), donde las interacciones de los procesos puramente lingüísticos con lo
que el niño aprende del mundo que le rodea son fundamentales. Parece que lo que está emergiendo en la
investigación no es el blanco o el negro sino muchos tonos distintos de grises. A ello hay que añadir el
cambio paradigmático que está ocurriendo hoy en día y que empezó a finales del siglo XX: cada vez más, la
Psicolingüística, esa disciplina que nació del matrimonio entre la Psicología y la Lingüística, se está
convirtiendo en Neurociencia Cognitiva del Lenguaje. Cada vez es más frecuente el empleo de medidas que
registran directamente el funcionamiento del cerebro, en detrimento de las medidas típicamente
conductuales de la Psicolingüística. No cabe duda de que este hecho contribuirá en gran medida al debate
sobre aquellos tópicos que interesaban a Vigotsky.
Pero aparte de estas disquisiciones sobre la relación entre lenguaje y resto de la cognición, lo que sí
sabemos con seguridad es que nuestra capacidad lingüística está compuesta por un gran número de
procesos mentales que nos posibilitan la comprensión y la producción de los enunciados lingüísticos.
Además, la evolución de la Psicolingüística (y actualmente de la Neurociencia Cognitiva) nos ha demostrado
que la mayor parte de estos procesos pueden ser estudiados de forma independiente y que gozan de cierta
autonomía en su funcionamiento con respecto al resto de la cognición, algo que ya fue propuesto por
Vigotsky Pero esta autonomía relativa no se restringe al procesamiento lingüístico como un todo, sino que
existen subprocesos tanto en la comprensión como en la producción del lenguaje compuestos por
estructuras y procesos que les son propios. Por tanto, las ideas fundamentales de Vigotsky sobre las
relaciones entre cognición y lenguaje continúan vigentes en la investigación actual, tanto a un nivel teórico
como empírico, constituyendo además temas prioritarios de investigación.
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Este trabajo fue realizado gracias al proyecto de investigación MCT-SEJ2007-66860/PSIC del Ministerio de
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