Manuel Talavera Trejo

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Nada es más real que la nada.

Demócrito

Manuel Talavera Trejo (1949-2017)


La semilla teatral en Delicias;
constatación de una obra en el desierto

El hombre salía por el pasillo del auditorio del Imss cuando me


acerqué a husmear -era mi paso a la secundaria nocturna-. Hizo
sonar la caja de cerillos que llevaba en la mano para luego
guardarla en una bolsa de su guayabera blanca.
- ¿Va haber algo aquí? –pregunté.
- Una obra de teatro –dijo.
- Órale –alcancé a ver la escenografía en pie; tablas, clavos y
herramientas tiradas en el piso.
-¿Venderán cigarros por aquí cerca? -preguntó
- Si, a la vuelta está el puesto de Don Lupe –dije-. Si quieres te llevo.
Caminamos hacia el gimnasio.
-¿De dónde es la obra, o qué? –dije.
-De aquí de Delicias. Yo la hice -dijo.
-Órale… ¿Cómo te llamas? –pregunté.
- Manuel Talavera. ¿Y tú? –dijo.
Así fue mi acercamiento al Teatro. Un primer fogonazo de luz al
talento de Manuel, quien ya tendía las bases de una dramaturgia
vanguardista. Sesionaban los sábados de 4 a 7 de la tarde en el
Auditorio Parroquial. Ahí fui testigo de todo el proceso creativo en
el montaje de La fragata. Manuel llegaba de Chihuahua -con
avances del texto- directo al ensayo (estudiaba Letras en la
Universidad). ¡Cada ensayo era una cátedra! Esa experiencia con su
dramaturgia duró un año. Luego me ofreció el papel de Aramis, en
Cariátides, con experiencia similar; siguieron Rebelión, y dos
largometrajes en el efímero Taller Cinematográfico de la Uach; y
dos piezas más de su teatro del absurdo: Dos personajes y otro, y
La amenaza láctea -otro camino a la palabra de la acción-.
Tan bien sabía Manuel plantear no solo ideas generales de un
hecho especifico, sino hacer dramaturgia contraída al
existencialismo desconcertante de las palabras e imágenes (“por
debajo de la imponente charlatanería de los seres humanos, incluso
por debajo de la vida orgánica como tal”. Teodoro Adorno). Tal es
el caso de La fragata específicamente. Veamos:
Taty es un personaje venido de otros ámbitos que entra por una
ventana a la habitación de Caty. Ella leía un libro para conciliar el
sueño. Él la invita a abordar una fragata, y ella acepta. La pareja se
enamora, tiene hijos, y, tras la partida de éstos, inmersa en los
recuerdos, auto-escenifica -¿en conciencia o sueño?- atisbos de
vida o muerte.
Es todo en cuanto al argumento; pero, naturalmente, el argumento
de verdad, como siempre sucede en las obras de Manuel Talavera,
está en el estilo, en la estructura interna de la anécdota. Para
apreciarlo en su justo valor, el espectador tiene que dar una
especie de salto mortal que le permita olvidarse del significado y el
significante, amén de la dramaturgia como tal, y seguir la trama por
la senda onírica de su imaginación. La pareja se embarca en una
fragata, en sentido figurado; ambos pasan juntos una vida, en
sentido literal (en tres actos y variososcuros); recordando su viaje
hasta la hora final, dentro de la existencia nihilista que les ha
inventado -una apelación a ese fondo secreto del alma humana
donde las sombras de otros mundos pasan como naves silenciosas
sin nombre.

II

La ironía es maravillosa. Tiene un ojo fantástico para lo minúsculo.


Un detalle biográfico de pasada para quienes piensan que con un
Ionésco en un siglo hay más que suficiente. Manuel establece un
vínculo alucinatorio a sus personajes -por supuesto, en su
permanente interés por Ionesco-, pero también a su propia
inmersión a la contralógica del absurdo, una aproximación de
imágenes que exploran en profundidad el mundo de estas dos
almas incomunicadas -Taty y Caty- antes de siquiera conocerse
(“Un amor de cuentos puede intentar cualquier cosa”. Eudora
Welty); y esa diferencia es una de las más facinantes que marcan la
entrada a la modernidad.
Sus relaciones son de una abstracción extrema, incluyendo la lógica
formal, para acercarse a esas imágenes de lo concreto en cada
escena -meras formas del lenguaje que dan origen a seres vivos-,
un súbito cambio focal de la pareja a la que Talavera, crea un
mundo que habita en lo absurdo -un movimiento y una voz tras los
cortinajes de la ficción-. Aquí la condición humana mueve a la risa o
a reflexión.

“TATY.- Subí por el flechaste como arácnido que teje sus hilos de seda.
Buscaba en la distancia un punto firme para calmar el hambre de mis ojos.
Inmóvil, prendido a las últimas cuerdas de la escala, acechando en mi
arácnida esperanza el vuelo circular de los insectos; mis ojos se llenaban de
horizonte.
CATY.- Si tenían hambre, algo debían comer.
TATY.- Sí, aunque lo diga usted con ironía, no podían calmar su hambre de
otra manera.
CATY.- Tiene usted una filosofía muy cómoda.
TATY.- No soy filósofo, soy poeta. Así puedo ver más cosas que el filósofo no
entiende. ¿Crees que iba a morirme como araña?...”

Manuel es un autor de metáforas, aforismos, breves parábolas


lacónicas, fábulas y esos ejes temáticos que arrancan a partir de los
palíndromos (del griego: palin, nuevamente y dromo, carrera) que
influirán en la didáctica de forma, a la manera de Taty, de
expresarse en un tiempo en el que el tiempo le falta, extendiendo
su imagen al espejo, por encontrar el pasaje largo en la brevedad;
en los cuadros escénicos para salvar su sentido (palabra en imagen)
entre gesto y emblema, en tono sardónico, esas incomparables
finuras de eros en ambos como pareja.
Tal vez, en la estructura de esta paradójica Fragata, Manuel hace
salir a Taty del libro que lee Caty como movimiento de una energía
del espíritu ante la crisis del lenguaje que hoy por hoy guía a la
modernidad. Un contramovimiento de fuerzas de la conciencia (que
atañen al espectador) que traza una dirección a la supuesta nave,
cuyo “epílogo” lógico es la muerte, o, mejor dijéramos, un juego
con la indeterminación y la vacuidad –en su visión futurista, pues La
fragata quedó construida en 1976- propias de esta
postmodernidad.
La constatación del escritor y la obra, de su creación y de su
recepción tal como la vivimos desde sus primeras puestas en
escena –en Meoqui y Delicias, en la Alianza francesa de Chihuahua,
el D. F., en el Teatro M. Alvarado de la región lagunera entre otras
ciudades.-, una intimidad determinante entre la obra y su montaje,
siempre al acecho de la propia obra con celos amorosos, la que
permite al arte su desafío ante el olvido (“ante la negación a ser de
la muerte”. Shakespeare), el misterioso encuentro de estos
navegantes Eros, tantos temas de reflexión, contenida y articulada
con economía verbal y una densidad sostenida (“en la línea
ininterrumpida de acción”. Stanislavski) al fluir de La fragata
-arquetipo del psicoanálisis y la antropología definidos en los
encuentros cara a cara de estos dos-, con su canto de sirena. Aquí
Talavera es el aedo, por su léxico y su sensibilidad al abordar este
tema, casi griego, igualmente hijo de Melpómene y cantor del ser
(en su concepto gnóstico). Cada cuadro en La fragata es resistente
a toda tentativa de análisis alegórico –tal vez hay en la obra jirones
de ese canto, reminiscencia helenística tardía de forma y fondo. No
lo sé. Y ¿cuál sería la afirmación principal de esta obra? No lo sé,
pero hay aquí un texto significativo por su paradoja fundamental
que comporta estas interrelaciones surrealistas entre la lengua y la
realidad material (“La palabra hace el mundo”. Mircea Eliade”) - en
escena no hay navíos -, entre la ficción y la imaginería responsable,
que pueden insinuar la huida –más que un viaje- de los personajes:
Durante el proceso estético, real, del montaje; Rosa María (Caty)
Sáenz, y el propio autor, haciendo de Taty, se enamoran y contraen
matrimonio en tiempos que La fragata ya se representaba en
algunos teatros del país.

CATY.- (Acariciando la cuna) Tienes toda la razón, Tatufio.


TATY.- (Yendo a la cama) Me gustaría escaparme... tomar la fragata y
conducirla yo, sin que me lleve, lejos...lejos...
CATY.- ¡Podemos intentarlo!
TATY.- Desgraciadamente la fragata no es mía, la tomé prestada... (Se
acuesta)
CATY.- Podemos hacer una.
TATY.- Sería tan ficticia como yo.
CATY.- ¿Quieres que intente yo?
TATY.- Sería inútil. Casi veo tus arrugas y tus canas.
CATY.- (Sube a la cama) ¡Ésta será nuestra fragata! ¡Vááámonos!
TATY.- No es un tren, querida. En los barcos se dice ¡Leven anclas!
CATY.- ¡Leeeven anclaaas!
TATY.- Oh, Caty... Caty, te admiro.

Cada cuadro es solo una ola que irrumpe en su navegar, para


disolverse o transformarse en fiel amor de dos almas ávidas de vivir
lo que depare la muerte, entonces recuerda su lado cómico de las
cosas y su lado cósmico que dependen siempre del rumbo que se le
de a la nave, cada espectador tiene su timón, pues ellos Caty y Taty
ya han usado el suyo.
III

Como autor de un sólido conjunto de piezas costumbristas, de


realismos mágico –primero- y, como no, de realismo virtual –
posteriormente- con una voz personal, de patente originalidad,
bastante integral. Sin mencionar su breve incursión en el teatro del
absurdo con La fragata, y el par de piezas ya mencionadas. Toda la
obra de Manuel Talavera Trejo -en particular la temática aquí
expuesta-, están cargadas de irradiación significativa de
consecuencias a la vez sustanciales que formales en todo nuestro
patrimonio cultural Chihuahuense, como para celebrar su
dramaturgia en estas Jornadas que son ya un testimonio memorial.
Figura clave del llamado teatro del norte. Talavera ha sido
galardonado con dos premios nacionales por La silueta en el cristal
(1975), y por Noche de albores (1996), asimismo recibió el Premio
al mejor actor de reparto en El Paso, Tx. (1981), por La cena del rey
Baltazar, de Pedro Calderón de la Barca, Premio Chihuahua (1982),
entre otros reconocimientos. Fundó en 1991 la licenciatura en
Artes, del el Instituto de Bellas Artes, (Uach).
Manuel Talavera no cesa de ocupar a los estudiosos que aborden
sus obras (algunos -en tal absurdo- lo hacen por saberlo autor
premiado). Era tal la profundidad de su espíritu, su genio articulado
de la observación actual del mundo, siempre pendiente del entorno
y su rítmico palpitar, que este hombre, riguroso en muchos
aspectos, este bohemio de afición con sus amigos, ha venido a
encarnar la pérdida, ninguno de nosotros puede concebir la pérdida
de su visión en el arte de una civilización aniquilada en su Amnios,
de una injusticia en su Clarín de la noche y en toda su vasta
dramaturgia que lleva su espíritu, de ese estar pendiente del
entorno y su rítmico palpitar actual. Esto es lo que Manuel Talavera
Trejo representa.

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