1-6 Mi Hermosa Vikinga
1-6 Mi Hermosa Vikinga
1-6 Mi Hermosa Vikinga
Sandra Hill
** Mi hermosa
vikinga **
(My Fair Viking) —2002
LA PRINCESA GUERRERA
Ella era demasiado grande, demasiado fuerte, demasiado feroz para ser una
buena presa. Pero su padre enfermo había decretado que sus cuatro hermanas
menores (pequeñas, de modales afables y hermosas), no podrían casarse hasta que
Tyra consintiera en tener un marido. ¡Ay! Sin pretendientes pidiendo su mano,
parecía como si sus hermanas aspirarían a quedar vírgenes, ahogando sus penas con
un vino nórdico.
Y entonces un viaje para salvar la vida de su padre lleva a Tyra a enfrentarse con
Adam el Sanador. Un dios con forma humana, él era alto, musculoso, perfectamente
proporcionado. Éste era el médico que podría curar a su padre... y el amante que
podría atraerla a su cama de pieles.
¡Mala suerte! Adam se negó a aceptar sus planes. ¡Santas Runas! Lo que una
dama tenía que hacer era atarlo, echárselo encima de su hombro y navegar hacia el
ocaso para vivir... y reír... felices para siempre.
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Todo es válido…
“No juegues conmigo, sajón.”
“Me gusta jugar contigo, vikinga.”
“Détente ahora o...
“¿O qué?”
Ella no tuvo ni idea del qué… porque el impertinente, arrogante, nacido—para—
ser—un—libertino bajaba ceñudo su boca hacia ella. Y ella se quedó congelada en el
sitio. Tal vez era porque ella tenía una paloma en una mano y una cucharón en el otro,
pero más probablemente era porque sus labios de algún modo se habían separado por
voluntad propia. Ella quiso su beso. Ella lo quiso desesperadamente.
“Tyra”, él susurró contra su boca justo antes de que sus labios reclamaran los de
ella. El hombre demostraba ser un experto en un gran número de cosas. Medicina, sin
duda alguna. Y ahora, besos. No se permitió considerar que otras áreas de maestría
tenía.
Saga de Egils
alrededor del décimo siglo
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Prólogo
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Rain: significa lluvia
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Horas más tarde, Adam estaba de pie mirando detenidamente por una amplia
grieta de la miserable choza de Uhtred. Adela estaba dormida en el regazo de Selik,
quien estaba sentado bajo un árbol cercano, sus largas piernas estiradas por delante y
los tobillos cruzados. Adam no estaba muy seguro de como había ocurrido aquello,
pero sabía que no había forma de abandonar la casa de Uhtred, a pesar de las ásperas
reprimendas de Selik de que un parto no era algo para que un pequeño muchacho
viera. Si Selik lo llamaba “pequeño muchacho” una vez más, Adam juró que le haría
un famoso gesto Anglosajón. Pero sería mejor que estuviera listo para correr cuando lo
hiciera, con Adela de la mano y no acurrucada en el regazo del vikingo.
Lo que cautivaba a Adam era lo que Rain hacía dentro de la choza. Al parecer
era una curandera. No sólo una comadrona, como algunas viejas, sino un médico de
verdad, entrenado. Asombrado, vio como giraba al bebé dentro del útero de la mujer
con sus manos metidas dentro. Después hizo un pequeño corte entre sus pliegues de
mujer, y luego la ayudó a sacar al bebé cuando todo estuvo listo.
Adam tenía sólo siete años. No era dado a la religión, habiendo desistido del
Dios al que su madre le había rezado… ¿o era Dios quien había desistido de él y
Adela? Pero de algún modo, Adam había llegado a una nueva percepción más allá de
sus años. Era su destino proteger a Adela, desde luego, pero tenía también otro
destino. Iba a hacerse doctor. Sí, lo haría.
Se pavoneó hacia Selik con tanta confianza como podía demostrar y anunció,
—Creo que yo y Adela iremos a casa con vosotros esta noche. —Cierto que
nadie los había invitado, pero a veces Adam había descubierto que era mejor dar el
primer paso.
Selik le miró como si se hubiera tragado una rana. En realidad, su ceñuda cara
se volvió verde.
Pero no dijo que no, lo que Adam tomó como una buena señal.
Parecía que él y Adela tendrían una casa de algún tipo… por un tiempo.
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Northumbria Vikinga, Año 960 después Cristo. (Veintitrés años más tarde)
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Palabra latina que significa: Hospicio.
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Pero Rain y Selik habían pasado muchos inviernos juntos, viviendo más de cincuenta
buenos años. Adela había sido relativamente joven… sólo veintisiete.
¡Si no hubiera estado lejos tanto tiempo!
Había recibido la misiva de Rain hacía un mes, informándole de la epidemia y
como había afectado a tantos en Jorvik y en su orfanato:
—Ven a casa, Adam. Te necesitamos aquí.
En aquel entonces Rain, Selik y Adela no habían sido afectados, pero él se había
apresurado todo lo posible para volver. Inmediatamente después de recibir la carta, él
había dejado el palacio del Califa en Bagdad, donde había estado consultando con los
médicos que se habían reunido de todos los sectores de las Tierras del Este para
compartir sus conocimientos, pero su barco vikingo había tenido que ser preparado
para el viaje y luego se vieron retrasados por tormentas de mar durante una semana y
más. Había llegado hacía dos días para encontrarse con que Rain y Selik ya se habían
ido, y con Adela cerca de la muerte.
—Viniste —había susurrado Adela al verlo, levantando débilmente una mano
para acariciar su cara. Ya, el estertor de la muerte había hecho mella en su voz.
Luego dijo,
—Gracias, querido hermano, por preocuparte por mí todos estos años.
Y finalmente,
—Te quiero, Adam. Sé feliz.
Él había intentado salvarla desesperadamente… todo lo que Rain le había
enseñado, todo lo que los mejores médicos del mundo le habían enseñado… pero nada
había funcionado. Ella había muerto en sus brazos hacía una hora.
—¿Qué vamos… que harás ahora? —preguntó Rashid.
Adam sacudió la cabeza, indeciso.
—Debo quedarme para el entierro de mis padrastros y de Adela. Los entierros
de los vikingos son complicados y largos. Después de eso, no lo sé. Quizás vaya a
Hawkshire… el pequeño estado que Selik y Rain me dejaron en Northumbria. Quizás
vuelva contigo a las Tierras del Este.
Un largo silencio se estableció entre los dos mientras andaban sin rumbo fijo
por los terrenos.
Finalmente Adam dijo,
—Una cosa es segura. Nunca volveré a contestar al nombre de curandero.
Renuncio a la medicina.
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Capítulo 1
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Palabra latina que significa: tinta hecha al fuego
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Adam apretó la mano que Rashid había apoyado en su hombro y le hizo señas
para que se moviera al otro lado de la mesa donde lo esperaba su trabajo.
—Estoy mejorando, Rashid. De verdad. Sé que he sido un ermitaño durante
mucho tiempo, pero...
Rashid resopló para comentar cómo de ermitaño había sido.
—... pero he estado pensando en establecer un pequeño hospitium4 en aquellos
viejos cobertizos cerca del foso. ¿Qué piensas?
Rashid le dirigió una mirada que decía, sin palabras, que habría estado mucho
más impresionado si hubiera dicho que pensaba crear un harén… incluso en los viejos
cobertizos.
—Sabía que no podría alejarse de la medicina permanentemente —dijo Rashid.
—¿Por qué otra cosa seguiría estudiando? ¿Por qué sino seguiría reuniendo hierbas?
¿Por qué mantendría correspondencia con los curanderos de otras tierras? Puede
llamarse caballero o terrateniente, viajero o ermitaño, pero en el fondo siempre será un
médico. Hasta el día en que muera. Por el amor de Alá, es hora de que deje de luchar
contra su destino.
Las sabias palabras de Rashid no necesitaban comentario, pero Adam realmente
consideró todo lo que había dicho. A lo que siguió un largo período de silencio.
Adam trabajaba muy concentrado, escribiendo en su diario. Rashid, desistiendo
de momento de sus exhortaciones sobre el harén, se sentó sobre el banco frente a la
mesa de Adam, buscando más trabajo que hacer, ahora que había terminado con el
bálsamo de cera de abejas.
Después de años de ciudades ruidosas y campos de batalla, después de la
confusión de tragedias personales, después de tanta muerte… bueno, los sonidos
familiares y tranquilos de su pluma rayando sobre el pergamino y la mano del mortero
de Rashid moviéndose rítmicamente contra fragantes hierbas en un tazón de piedra
eran, de una manera extraña, calmantes.
¡Ay! Su soledad fue rota de repente.
¡Clang! ¡Clang! ¡Clang! Oyeron, acompañado por ruidos de resoplidos y unas
cuantas palabrotas murmuradas. Hubo también relinchos de caballos y el rítmico ruido
de cascos contra la madera, probablemente sobre los tablones del puente levadizo.
Adam y Rashid se giraron a la vez con sorpresa hacia las ventanas que daban a
las murallas exteriores, luego hacia la entrada abierta que conducía al gran salón. Los
sonidos parecían provenir de una o varias personas, que daban fuertes pisotones por el
patio y subían los escalones hacia su torreón.
—¿Olvidaste levantar el puente levadizo? —preguntó Adam sardónicamente.
—¡Já!, ¡Já!, ¡Já!! Puede que Alá se ría de su maravilloso ingenio —contestó
Rashid. Adam, Rashid, la cocinera, una camarera, y un muchacho que se encargaba del
establo eran las únicas personas que vivían en aquel cavernoso castillo de madera. No
había nada que mereciera ser robado. Y el puente levadizo estaba oxidado y siempre
bajado, como ambos bien sabían. —Nadie viene nunca a este lugar solitario. Usted vive
como un ermitaño.
—Ya lo dijiste.
—Algunas cosas merecen ser repetidas.
—Eso no.
—Quizás es su tío político, Lord Eirik, que vuelve con otra invitación para pasar
la próxima temporada de cosecha en Ravenshire.
Adam miró detenidamente por una de las ventanas en forma de arco.
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Palabra latina que entre otras traducciones se traduce como hospicio. Lugar donde se atendía a los
peregrinos.
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—No, esos hombres parecen ser soldados vikingos, hesirs5, por su atavío y sus
armas. —Aunque Eirik era mitad Vikingo, hacía mucho que había adoptado las
costumbres Sajonas, incluyendo su manera de vestir.
—¿Entonces, su otro tío político, Tykir? ¿Es vikingo de pura sangre, no?
Adam negó con la cabeza.
—Tykir es Escandinavo hasta los huesos, pero no se aventuraría a cruzar los
límites de Dragonstead en Noruega… no en esta época del año… no con su señora,
Alinor, reproduciéndose una y otra vez a la avanzada edad de treinta y cinco años.
Adam se encogió de hombros con indiferencia. No tenían nada que temer; no
había nada que mereciese ser robado. Aún así, ambos agarraron un par de espadas
cortas que estaban cerca y se dirigieron a la entrada.
¡Clang! ¡Clang! ¡Clang! Huff, puff, huff, puff.
—¡Malditos Infiernos!
Los ruidos hechos por los intrusos se volvían más fuertes a medida que subían
los escalones. Adam oyó un chillido femenino de consternación… probablemente
Emma, la cocinera. No, habían sido dos chillidos juntos. Debían ser Emma y Bridget, la
camarera. Por el timbre de sus gritos, era como para pensar que había entrado un
dragón a su fortaleza.
Los resoplidos, los ruidos metálicos, y las palabrotas, lo entendió
inmediatamente. Después de todo, había treinta y siete escarpados escalones que
llevaban desde la muralla exterior a las puertas dobles del gran salón. Lo sabía porque
los había contado en innumerables ocasiones y había maldecido con soltura en varias
lenguas, especialmente cuando tenía resaca.
Adam y Rashid bajaban la escalera interior cuando Adam se detuvo
bruscamente al final, incrédulo ante lo que veía. Rashid se estrelló contra su espalda.
—¡Oh… Dios… mío! —musitó Adam.
—¡Por… el… amor… de… Alá! —murmuró Rashid.
Estaban uno al lado del otro, mirando boquiabiertos al otro lado del gran salón,
donde había un pequeño séquito de guerreros vikingos, con los sables desenvainados y
las hachas listas para la batalla. Era un temible grupo de guerreros, enormes en altura y
anchura, vestidos con pieles y armaduras, manejando armas que podrían cortar a un
hombre desde la cabeza hasta la ingle con un rápido movimiento de muñeca. Eso era lo
que había hecho que Emma y Bridget gritaran, sin duda; ambas mujeres se apoyaban
contra una pared cercana, abanicándose con sus delantales.
—¡Qué Dios nos ayude! —dijo Adam.
—¡Ja! Prefiero la sabiduría proverbial, —Clama a tu Dios, pero no evitara
hombres con hojas afiladas.
En realidad, aquellos hesirs5 no asustaban a Adam, sus palabras habían sido
provocadas más por la sorpresa que por el miedo. Incluso aunque fuera Sajón por
nacimiento, él y su hermana Adela habían crecido en una casa nórdica. No fue el ver a
vikingos armados lo que había hecho que Adam y Rashid se quedaran boquiabiertos
por el asombro. Era el líder de la tropa nórdica quien le llamó la atención. Haciendo a
un lado una capa de cuerpo entero de lana azul medianoche ribeteada en negro, el jefe
nórdico permaneció de pie ante ellos, arrogante y orgulloso.
Era una mujer.
Una mujer guerrera.
A Adam se le ocurrió una idea repentina, y se giró hacia su ayudante.
—¡Rashid! ¡No es posible! Seguramente esto es una broma de mal gusto, incluso
para ti.
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nombre escandinavo que se le aplicaba a los soldados profesionales, o mercenarios.
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formar una cascada de lazos de cuero que sólo podían ser descritas como madejas de
seda dorada.
Él jadeó.
Y tuvo más palpitaciones. Lo bueno era que llevaba la suelta túnica árabe que
solía llevar cuando estaba en su propia casa, o habría estado avergonzado.
En voz baja, Rashid murmuró en árabe
—Por otra parte…
Adam arqueó una ceja en interrogación.
—Por otra parte, la mujer—hombre podría ser una magnífica hurí de harén.
¿Cree que consentiría en llevar campanillas perforadas en sus pechos?
—Shhhhh, —advirtió Adam, luego añadió, también en árabe, —sería más
probable que te perforara tus pelotas con campanillas, amigo mío. No es una doncella
domesticada del desierto, impaciente por complacer a su amo. Los ojos azul celeste
perforaron a ambos, casi como si ella entendiera sus palabras. Sus hombres se rieron
disimuladamente en voz baja.
—¿Cuál de vosotros es el curandero? —preguntó, hablando por primera vez.
Su voz era profunda y ronca, pero nada varonil. No, Adam podía imaginarse
aquella voz susurrando cosas picantes a un hombre mientras ambos alimentaban su
pasión.
Podía imaginársela sugiriendo formas de curar el dolor—placer que continuaba
envolviendo su ingle. Podía imaginar...
—¿Y bien? —interrumpió su ensoñación. —He perdido mucho tiempo vagando
a través de esta tierra espantosa. ¿Cuál de vosotros es el curandero que he estado
buscando?
Él y Rashid intercambiaron una larga mirada, sin estar seguros de si cualquiera
de ellos quería ser el sujeto de su búsqueda. Finalmente, Adam admitió:
—Yo era… soy Adam… el Curandero.
Rashid dijo con voz de pito:
—Y yo soy Ibn Rashid al Mustafa. Su humilde servidor —realizó una peculiar y
sumisa inclinación de su país, que implicaba tocarse rápidamente la frente, la nariz, la
boca, y el corazón.
—He sido entrenado como médico —siguió Adam, —pero ya no trato
pacientes. Quizás podría recomendaros a otro doctor… hay varios monjes curanderos
en el ministerium6 de San Peter en Jorvik. ¿Cuál es exactamente vuestro problema?
—No es un problema mío lo que hace que os busque —explicó ella, haciendo
gestos con la mano a Emma y Bridget indicándoles que deberían proporcionar bebida a
sus hombres que se estaban sentando en las largas mesas. Adam debería haberse
avergonzado por no ofrecer la hospitalidad él mismo, pero también estaba confundido
por aquella mujer y su misión.
—Es mi padre, el Rey Thorvald de Stoneheim, quien necesita vuestra ayuda.
Está gravemente enfermo de una enfermedad desconocida. ¿Conocéis a mi padre?
Adam negó despacio con la cabeza.
—Lo llaman Thorvald el Lobo.
—Aaaah. Ahora lo recuerdo. Su reino está lejos en el norte de Noruega…
Halogaland. —El tío político de Adam, Tykir vivía en Dragonstead, al final de
Noruega. Los hombres se congelaban algunas partes de su anatomía allí si eran lo
bastante descuidados como para aventurarse al aire libre demasiado tiempo durante
los meses de invierno. Stoneheim estaba aún más lejos en el norte, un área montañosa
más primitiva… una tierra casi inhabitable.
Ella asintió.
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Palabra latina que significa: Ministerio, referido al sacerdocio.
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Capítulo 2
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Acababa de terminar de atar sus muñecas y tobillos cuando notó que aquellas
pestañas pecaminosamente espesas revolotearon y se abrieron. Aunque él no se
levantó de inmediato de su posición supina encima de la amplia mesa, ella vio la
conciencia en sus ojos azules.
—Mi señora guerrera, estáis en grandes, en realmente grandes problemas —dijo
él, con voz baja y siniestra.
Apenas habían abandonado las palabras su boca cuando el hombre —un
hombre al que ella claramente había subestimado—realizó un movimiento que habría
hecho enorgullecer al más valiente Sir. Sus brazos enlazados se acercaron a su cabeza,
atrayéndola hacia delante para conseguir que aterrizara encima de él. Al mismo
tiempo, los hizo girar a ambos, de modo que fue ella quien quedó sobre su espalda y él
quien estuvo inclinado sobre ella, vientre contra vientre, muslos contra muslos.
Sus guardias se precipitaron en su ayuda, con las espadas y las dagas listas,
pero ella les advirtió que no intentaran ayudarla con una cortante orden:
—¡Alto!
Un buen soldado sabía cuando escoger su batalla, cuando proceder y cuando
ceder. Ella había escogido el último recurso porque las muñecas atadas del médico
descansaban en su cuello, con ambos pulgares contra su tráquea. Antes de que una
hoja pudiera entrar en la espalda del bribón, él podría ahogarla, o romperle el cuello.
Además, ella lo necesitaba vivo para que su padre viviera.
Pero era humillante haber sido atrapada así por el curandero. Él ni siquiera era
un guerrero en activo, como ella.
Él se inclinó hacia adelante, tan cerca que sus labios casi tocaron los suyos.
—Ordena a tus hombres que salgan al patio y te esperen allí. Diles que
envainen sus armas, con cuidado. Nosotros simplemente tendremos una pequeña...
charla.
—Deja de ahogarme, gusano Sajón —dijo ella. Pero lo que pensaba era, Dulce
Thon, su aliento es dulce, caliente e invitador. Deseo… deseo… no, no deseo… no deseo…
—No te estoy ahogando, muchacha. Si lo estuviese haciendo, lo sabrías.
—No soy una muchacha.
—Y yo no soy un gusano.
—¡Ja! ¡Eso dices tú!
—Haz como digo —exigió él y presionó sus pulgares más fuerte.
Habría cardenales sobre la carne suave de su cuello a la caída de la noche, y el
bruto bien lo sabía. A él le encantaba poner su señal sobre ella.
—¡Salid al patio, todos! Dejad de lado vuestras armas —gritó ella a sus hesirs
con una voz que ellos sabían que no permitiría ninguna discusión. —Estoy bien. El
cerdo Sajón solamente quiere... hablar
—Cerdo, ¿hmmm? ¿Dices que apesto? ¿O que mi barba te pica? En cualquier
caso, tu lengua excede a tu sensatez, muchacha. —Él movió su cuerpo encima del de
ella, dejándole saber que el aumento entre sus piernas estaba allí… por ella. Y lo que la
aguardaría era algo más que hablar, si él tenía modo de conseguirlo.
A pesar de su firme sujeción sobre su garganta, ella intentó menear su cuerpo
hacia arriba para evitar la presión de su masculinidad.
Él solamente la siguió —un sensual, roce cuerpo a cuerpo—y sonrió
abiertamente, una sonrisa lobuna. Lo que ella había logrado, en vez de escapar, había
sido levantar el dobladillo de la capa de él. La única cosa entre ellos ahora era la tela de
los calzones de él y la túnica, y calor… un calor atormentador y delicioso.
—¿Es alguno de estos hesirs tu marido? —preguntó él.
La pregunta la sorprendió. Ella negó con la cabeza vacilantemente.
—Bien —dijo él y sonrió un poco más.
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¿Bien? ¿Qué significa eso? Infierno y Valhalla, este hombre es mucho más inteligente
con las palabras que yo.
—¿Por qué te importaría de todas formas?
—No tengo ni idea —admitió él. —Pero me importa.
¡Oooh! Palabras seductoras para una mujer que sólo había recibido atención por
su habilidad con la espada y la lanza.
—¡Tyra! —gritó Rafn, su guardaespaldas principal.
—¡Amo! —exclamó el criado árabe al mismo tiempo.
Los dos debían de acabar de volver al gran salón desde el hueco de la escalera.
Tyra se sintió de repente alarmada. Ella no quería que Rafn reaccionara de
forma exagerada, poniendo su vida en peligro.
—Estoy a salvo, Rafn. No avances más. Ve a encargarte de recoger las cosas.
Sólo estoy… uh, hablando… con el médico Sajón.
—¡Hablando! —declaró Rafn con un resoplido de incredulidad. —Yo creo que
estabais a punto de aparearos.
—¿Aparearse? ¿Aparearse?—preguntó el árabe con gran interés. —Dos años ha
permanecido casto mi amo. Ya es hora de un poco de apareamiento, si me pregunta. A
propósito, Amo Rafn, ¿tienen harenes en las tierras Nórdicas?
Una docena o más de voces gritaron desde el patio por la entrada abierta.
—¡Dos años! —Todos los ojos se dirigieron al curandero, que todavía estaba
encima de ella.
Adam gimió y presionó su frente contra la de la bruja.
¡Maldito, maldito, maldito! Rashid el de la Lengua Rápida acaba que exponer todos mis
secretos. Voy a cortarle la lengua en el instante en que me baje de esta mujer.
Levantó su cabeza y miró a la mujer, quien lo miraba directamente a él, la
barbilla levantada en alto con orgullo, sin el menor rastro de miedo. Comprendió
entonces que la última cosa que él quería era bajarse de esta mujer.
—¿Dos años? —preguntó ella. —¿Eres un curandero monje? —La pregunta era
simple, pero el tono burlón.
—Sí, dos años. Y, no, no soy monje —se quejó él. —¿Cuánto ha sido para ti?
A pesar de todos sus esfuerzos para parecer masculina, ella desvió su cabeza,
pero no antes de que él viera el poco masculino rubor que floreció allí.
—¡Una virgen! —adivinó. —¡Una virgen de treinta años!
—No tengo treinta años. Sólo veinticinco —afirmó ella demasiado rápidamente,
antes de que comprendiera lo que acababa de revelar. No era su virginidad lo que
había negado, solamente su edad.
Él sonrió.
Ella gruñó.
—¿Qué son estas manchas en tu túnica? —preguntó él, notando de repente las
manchas que estropeaban la tela de lana fina.
—Sangre.
—¡Puagh! —Él comenzó a levantar su pecho del de ella, pero entonces cambió
de idea, decidiéndose que prefería sentir sus pechos contra él, a pesar de la sangre. De
todos modos, preguntó, —¿De quién?
—De un maldito Sajón que tuvo la temeridad de ponerse en mi camino cuando
me bajé de mi barco en Jorvik.
Ciertamente, esta mujer era diferente de cualquiera que él conociese.
—¿Mataste a un hombre porque se puso en tu camino?
—Y porque se rió de mí.
—Recuérdame que nunca me ría de ti —dijo él, e hizo justamente eso… se rió
de ella.
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Ella se puso rígida, lo que hizo que su cuerpo rozara ligeramente el de él. Él
sintió el susurro de la caricia desde sus pechos rodeados de la tela metálica al montón
suave de su sexo.
—Apenas puedo esperar hasta que hagamos el amor —susurró él contra su
oído.
—Vas demasiado lejos, Sajón —siseó ella de vuelta en su oído. —Que poco sabe
ella qué erótico se siente su aliento allí. Él deseó que ella sumergiera su lengua allí,
también.
Ella resopló, como si adivinara sus pensamientos.
Eso se sintió bien, también.
—¡Basta de tonterías! —dijo él finalmente.
—Estoy de acuerdo. Déjame ir.
Él asintió. Él la quería libre para que sus manos pudieran vagar por su cuerpo,
tal como quería que hiciera ella con el suyo.
—Primero, lleguemos a un entendimiento. Yo no dejaré mi torreón, pero eres
bienvenida a quedarte mientras quieras. Sin repercusiones. —Eso era bastante
magnánimo de su parte, concluyó él. Por otra parte, él la quería entre las pieles de su
cama esa noche. —¿Y bien?—Sus manos atadas todavía agarraban su cuello. Él no la
dejaría ir antes de que ella le diera su palabra.
Ella parecía estar apretando sus dientes. Él creyó oír que murmuraba:
—Sapo.
—¿Qué dices?
—Pesado… dije que eres una carga pesada sobre mí.
Él sonrió, sintiendo que su –carga—no era todo lo que le pesaba a ella.
—Me dejas sin aliento —le informó él. A las mujeres les gustaba saber que sus
encantos calentaban la sangre masculina.
—Tú me asfixias —dijo ella.
La mujer realmente carecía de encanto, decidió él, aunque tenía otro activo para
compensar aquel déficit. Y, en realidad, él podría enseñarle como ser encantadora. Era
una forma de arte que él había desarrollado a una edad temprana. Y sin duda ella
actuaba de mal humor para ocultar el hecho de que estaba tan excitada como él,
incluso si era una virgen, lo que él apenas podía creer a su avanzada edad.
—Dame tu palabra y serás libre —le dijo.
La única respuesta de ella fue arquear sus caderas y mecerse de un lado al otro.
Los dedos de los pies de él se rizaron y la sangre se precipitó a todas las partes
importantes de su cuerpo. El placer en rozar su sexo contra el de ella fue tan intenso
que tuvo ganas de rugir y gimotear al mismo tiempo.
—Tu palabra, milady, —casi rogó.
Ella le indicó con una sacudida de su cabeza que él debería acercarse más.
Entonces, susurró en su oído:
—Hay un juego que vosotros los Sajones jugáis en la corte. Es llamado el
ajedrez, creo. ¿Estás familiarizado con él?
Él asintió, incluso a la vez que fruncía el ceño con perplejidad. Su mente estaba
embotada con la excitación.
—Sí, conozco el juego, ¿pero qué tiene que ver el ajedrez con nosotros?
—Si conoces el juego, entonces entenderás esto —anunció ella con una risotada
de regocijo. —¡Jaque mate!
Él comprendió demasiado tarde que ella tenía la hoja aguda de una daga
presionada contra su cuello y ya fluía sangre de la punta incrustada en su piel,
justamente encima de la vena latiente:
—No hagas un mal movimiento, Sajón, o estás muerto.
Parecía que sí iba a ir a Noruega, después de todo.
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era usada para apagar o endurecer las espadas candentes durante el proceso de soldar
al modelarlas… aunque la mayoría de las veces, bastara el agua.
Él había estado completamente seguro en aquel momento que ella había
hablado en serio, pero quizás había intentado impresionarlo.
La maldita muchacha justamente ahora caminaba hacia él. ¿Y no era una visión
asombrosa? Siempre que se acordaba de hacerlo así, la mujer se contoneaba, los
hombros hacia atrás, pisando agresivamente. Adam había tenido mucho tiempo para
estudiar este fenómeno y había llegado a la conclusión de que Tyra intentaba adquirir
deliberadamente características masculinas. Quizás pensaba que le daría mayor
autoridad. Hasta se rascaba las ingles en ocasiones, como hacían los hombres, y escupía
sobre el costado del barco.
Ahora pasaba contoneándose por su lado, como si él fuera invisible, en su
masculino paseo habitual de proa a popa para supervisar el trabajo de sus marineros.
Apretó los dientes con disgusto ante su fácil indiferencia ante él, o ante su comodidad.
Por suerte, sus dientes ya no castañeaban. Antes de sacarlo por la fuerza de su casa
hacía dos días, la mujer le había dado la oportunidad de cambiarse su traje por unos
calzones, una túnica de lana y una capa pesada, pero, al estar expuesto al aire libre a
bordo del barco, aquellas prendas pronto se habían empapado con el agua de mar…
hasta hoy, cuando habían visto la primera luz del sol caliente. Ahora estaban cubiertos
de la sal residual del mar. Su situación no era diferente de la de cualquier otra persona
a bordo del barco vikingo. Los navíos vikingos surcaban por lo bajo el agua,
chapoteando automáticamente, y todos estaban empapados la mayor parte del día.
Achicar el agua era un trabajo interminable.
—Mi señora Vikinga —la llamó él, incapaz de controlar el sarcasmo de su voz.
Tyra hizo una pausa y arqueó una ceja en cuestión.
—¿Qué? ¿Más quejas? ¿Frío? ¿Demasiado mojado? ¿Demasiado hambriento?
¿Cansado? ¿Demasiado dolorido? Demasiado, demasiado, demasiado…
Él apenas se refrenó de gruñir. Rápidamente hizo saltar su carácter.
—¿Ahora que me has secuestrado, por qué no me desatas? —preguntó él, no
por primera vez. —Admito que soy un preso, pero los prisioneros tienen derechos
también, lo sabes.
—Yo no lo llamaría un secuestro precisamente —sostuvo ella.
—¿En serio? ¿Cómo lo llamarías?
—Una convincente invitación para visitar mi patria.
—¡Juegos de palabras!
—Y en cuanto a por qué no te liberaré, mira lo que me hiciste en tu torreón
cuando mi mente vagó un momento. Me tiraste de espaldas con tus dedos como una
garra en mi garganta.
De espaldas. Sí, así es como deberían estar las mujeres… más bien, es como esta mujer
particularmente fastidiosa debería estar. Y lo estará, al final, si encuentro la forma.
¿Dios, qué tiene esta mujer? En un momento deseo que mis manos estén libres para
poder retorcerle el cuello. Al siguiente deseo que mis manos estén libres para… para entonces
poder hacer otras cosas.
—Mis dedos no parecen garras. De hecho, me han dicho que mis manos son…
bastante atractivas y hábiles.
—¿Manos hábiles? Sin duda fue una criada chalada quien dijo esas palabras.
—¿Eso hace a mis manos menos hábiles?
—Esta es una conversación insustancial. La razón por la que no te liberaré es
porque podrías intentar escapar.
Él miró alrededor. Agua, agua por todas partes.
—Por muy capaz que sea, no creo que pudiera sobrevivir dos horas nadando
hasta la orilla.
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Capítulo 3
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Netmaker: Hacedor de redes
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—Pensé que habría pensando en un plan de fuga a estas alturas —se quejó
Rashid a Adam.
Estaban sentados el uno al lado del otro, atados a dos postes de tienda
contiguos. Sus piernas estaban libres, pero sus manos estaban atadas detrás de sus
espaldas. Había varios vikingos corpulentos sentados delante de la cercana hoguera
del campamento, ocupándose de un ciervo que se asaba para la cena. Cada par de
minutos los guardias miraban en su dirección, solamente para asegurarse de que no
habían desaparecido misteriosamente.
—¿Qué? ¿Crees que también soy mago?
—No, amo, pero veo el modo en que la princesa guerrera le mira. Creo que
podría encantarla para que nos liberara ahora.
—El único modo en que la veo mirarme es con asco. De hecho, dijo que apesto.
—Lo hace. Quiero decir, lo hacía —comentó Rashid sin rodeos, —hasta que nos
bañamos esta tarde.
—Y no tengo ni idea de donde sacas la noción de que tengo la capacidad de
encantar nada, sin hablar de una bruta mujer vikinga que no puede decidir si quiere
ser un hombre o una mujer.
—Saqué la idea de verle llevar a una mujer después de otra a su cama durante
años. Isobel, Sari, Katlyn, La Princesa Neferi, Ester, Magdalene. Podría seguir sin cesar.
Eso fue antes de venir a Gran Bretaña, aunque ahora sus partes masculinas deben
haberse secado por la carencia de empleo.
—Mis partes masculinas están perfectamente bien, muchas gracias.
—¿Entonces, por qué no ha seducido a la mujer guerrera? Alrek dice que ella le
ha demostrado más interés a usted que a cualquier hombre antes.
—Es porque quiere que yo cure a su padre para así poder ser repudiada y
marcharse a algún sitio y ser libre de cortar cabezas y otras cosas espantosas, sin la
carga de un marido. Sin duda mi cabeza será la primera en ser podada una vez que mis
talentos de curación ya no sean necesarios.
—¿Huh? —dijo Rashid ante aquel largo y enrollado discurso.—No importa.
Hablando de Alrek, mire ahí.
Alrek atravesaba corriendo el claro donde las tiendas estaban alzadas,
esquivando postes de tiendas y hogueras de campamento, sus piernas flacas
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moviéndose como locas mientras jadeaba como un caballo de guerra. Adam miró a
Rashid, y este le devolvió la mirada; luego ambos se encogieron de hombros, indicando
su confusión sobre por qué estaba corriendo Alrek.
Pronto descubrieron la respuesta. Su perseguidora estaba a punto de pasar por
su lado, dando fuertes zancadas obstinadamente en el camino de Alrek. Ahora no se
molestaba en contonearse, tan enfadada parecía. Pero aquello no era lo más asombroso.
—¡Eh, Señora Vikinga! —la llamó Adam.
De mala gana, Tyra se detuvo y lo miró airadamente.
—¿Qué? —le espetó.
—¿Sabes que tienes una flecha sobresaliendo de tu trasero?
Las manos de ella se apretaron en un puño, su cara se tensó, y salió un sonido
de su garganta que se parecía muchísimo a un gruñido. —Sí, idiota, sé que hay una
flecha en mi trasero. ¿Por qué crees que persigo a Alrek? Y quita esa sonrisa burlona de
tu cara, hombre, o lo haré yo misma
—¿Te gustaría que la quitara? —preguntó él dulcemente.
—¿El qué? ¿La sonrisa burlona?
—La flecha.
—No, no te quiero tocando ninguna parte de mi cuerpo, y ciertamente no esa
parte. Además, creí que habías dejado la medicina.
—En esto, estaría dispuesto a hacer una excepción. —Él todavía sonreía
abiertamente, pero hablaba en serio. Por una vista a su trasero desnudo, haría
cualquier cosa.
Tyra le dijo que hiciera algo que él estaba completamente seguro que era
físicamente imposible y siguió su búsqueda de Alrek.
Dios, comenzaba a desarrollar gusto por las mujeres de lengua viperina. Esto lo
sorprendió enormemente. Él siempre había preferido a mujeres apacibles y de voz
dulce en el pasado.
—Bueno, demasiado para sus habilidades de seducción —opinó Rashid con
pesar.
Siguió un corto silencio antes de que Adam se girara para mirar fijamente a su
amigo.
—¿Por qué tienes los ojos cerrados? ¿Por qué tus labios se mueven sin hacer
ningún sonido?
—He decidido que el mejor curso es unirme a Alrek en rezar por un milagro.
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Berserker: del inglés: Bear serk: oso furioso. Guerreros vikingos.
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también de un trasero dolorido… dolorido por la fusta de una rama de abedul que él
había visto blandir a Tyra hacía poco. Una vez asentada sobre sus rodillas, ella gimió
suavemente.
¡Bien! Espero que tú trasero te duela vigorosamente, moza, porque tú has sido más que
un dolor en el trasero para mí. Él decidió no compartir aquellas opiniones con ella ahora,
pero seguramente lo haría más tarde.
En cambio, dijo:
—No te hablaré hasta que me liberes de estas ataduras. Necesitas una lección de
diplomacia, mi señora —entre otras cosas. —No se debe maltratar a la persona de quien
uno busca favores. Y, créeme, pedirle a un médico que trate a un hombre inconsciente
durante siete noches es un gran favor, especialmente cuando sin duda estará rodeado
por una multitud de vikingos sanguinarios que cortarían enseguida la cabeza del
médico al primer signo de palidez de muerte en el paciente. —Él presionó sus labios
juntos de una manera exagerada, indicando que su tiempo de hablar había terminado.
Desde dentro de la tienda donde Rashid ya había ido a pasar la noche, después
de una comida de carne de venado y carne de venado… y más carne de venado —pero
al menos no gammelost—oyó a su entrometido amigo árabe añadir a la conversación,
sin ser invitado—el hombre sabio pisa suavemente entre los tigres.
—¿Qué significa eso? —preguntó Tyra.
Él se negó a responder, pero lo qué pensó fue: ¿Quién dice que los proverbios de
Rashid tienen que significar algo?
—El susurro de una bonita muchacha puede ser oído más lejos que el rugido
del tigre —añadió Rashid.
Él envió un mensaje mental a Rashid; cierra la boca.
—Escucha. Admitiré que fui quizás poco diplomática en convencerte para que
vinieras con nosotros. Si hubiera tenido más tiempo, mis hombres y yo podríamos
haber compartido tu hospitalidad, y…
¡Ja! Yo no ofrecí ninguna hospitalidad. Él sintió una punzada de culpa ante aquel
recordatorio… una punzada diminuta. ¿Podría ser que la muchacha guerrera hubiera
actuado de manera diferente si él hubiera actuado con hospitalidad? ¡No, no, no! No le permitiré
volver las tornas contra mí. Ella es la parte culpable. Ella será la que pague. ¡No yo!
—… y quizás yo no habría actuado así… um, precipitadamente.
—¿Precipitadamente? ¿Precipitadamente? Yo apenas llamaría golpear a un
hombre en la cabeza con el lado plano de un sable simplemente precipitado. Más bien
impetuoso. Sí, un acto temerario, no, un acto imprudente. —Él rió por dentro ante su
propio ingenio.
—Bueno, lo que quise decir era… hmmm… bien… verás… no vine a ti con la
intención de dañarte de ningún modo. Tampoco planeé tomarte por… uh, la fuerza. —
Su cara se volvió roja mientras tartamudeaba para conseguir decir unas palabras…
unas duras y difíciles palabras para una mujer orgullosa.
—¿Es esa tu lamentable excusa para una disculpa? ¡Ja! Tendrás que hacerlo
mucho mejor que eso. ¡Mucho!
—Cuando pienses en ello, estoy segura de que comprenderás que no has sido
tratado tan mal. —Ella agitó una mano con desdén como anticipándose a su
desacuerdo. —Sé que te ofenden las cuerdas, pero aparte de eso, eres un invitado. De
verdad.
Adam se mordió la lengua para evitar decir sus agravios en voz alta, pero no
pudo impedir que sus ojos se ensancharan con indignación. ¿Invitado? ¿Invitado? ¿Atas
a tus invitados como a un cerdo gordo de cosecha? ¿Tiras a tus invitados sobre tu hombro como
un saco de cebada? Él frunció el ceño, su ceño más feroz y se aseguró que su lengua se
quedaba firmemente en su lugar, tan tentado estaba de contestar.
—Bien, puedo ver que la denominación de invitado no baja suavemente… que
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se atasca en tu gaznate…
—¿Cómo que se me indigesta?
—¿… pero qué puedo hacer para mejorar las cosas? ¿Quiero decir, cómo
podemos volver a comenzar?
¿La mujer es tonta? ¿O deliberadamente obtusa? Ella sabe exactamente qué debe hacer.
Adam estiró el cuello para mirar de forma significativa sobre su hombro hacia sus
manos atadas detrás de su espalda y alrededor del poste de la tienda. Entonces dirigió
también un vistazo significativo a sus tobillos.
Ella captó el mensaje.
Sus hombros se encorvaron. Entonces pareció llegar a una decisión, apoyó
ambas palmas sobre sus muslos y se inclinó adelante para dirigirse a él… lo que fue un
gran error. ¡Un enorme error!
Por primera vez, él se fijó en su atavío. Ella debía haberse bañado en algún
momento después de la comida de la tarde porque su pelo, en trenzas largas, estaba
todavía húmedo. Su cara estaba brillante y limpia, y clara como la nata nueva, excepto
por unas pecas sobre su nariz. En vez de la cota de malla, ahora llevaba una camisa de
lino hasta la cadera de un descolorido color azul sobre sus habituales calzones de lana
apretados y sus botines. La camisa estaba sujeta con un cinto a la cintura.
Era una mujer grande, observó Adam, no por primera vez. Su altura era
inmensa para una mujer, debido a sus piernas sumamente largas. Sus caderas eran
amplias, como sus pechos, aunque ambos eran compensados por una cintura
relativamente estrecha.
De una manera extraña, su grandeza no era poco atractiva. Al contrario. En
general, estaba bien proporcionada puesto que toda su grandeza solamente contribuía
a la imagen de una mujer en toda su gloria. Era casi más de lo que un hombre podría
asimilar.
Él obligó a sus ojos a subir más, y la imagen fue la misma. Sus labios eran
llenos. Sus dientes eran grandes. Sus ojos eran amplios, con gruesas pestañas, y claros
como lagunas azules. Incluso su pelo rubio sería largo cuando lo soltara, se imaginó.
Y él se lo estaba imaginando.
Pero eso no era lo que había hecho que su barbilla cayera hasta su pecho. Fue su
postura, apoyada delante en sus musculosos muslos, lo que hizo que su camisa se
abriera ampliamente en el cuello, dándole una atractiva vista de un océano de piel y las
elevaciones superiores de dos curvilíneos pechos.
Adam tenía debilidad por los pechos curvilíneos. Bueno, en realidad, le
gustaban todas las clases de pechos: pequeños, grandes, redondos, puntiagudos,
planos, independientemente. Al menos en los viejos días, cuando había saltado de
cama en cama como un conejo en celo.
—Bueno, ¿qué piensas? —dijo Tyra.
¿Huh? No se había dado cuenta de que ella había estado hablando todo aquel
tiempo.
Arqueó una ceja en forma de pregunta. Esperaba que pareciera más adulto de
lo que se sentía. ¡Pensando en pechos! ¡Cruz bendita! Me comporto peor que un jovencito
virgen.
—¿Oíste alguna palabra de lo que dije? Deja de mirarme así.
Él se encogió de hombros para indicar confusión, pero sabía exactamente cómo
la había estado mirando. El encogimiento solamente encubría las razones. En su mente,
el encogerse de hombros era el mejor instrumento de un hombre.
—Algunos hombres sienten que deben fingir que me adulan, solamente porque
soy una mujer. Bien, olvida eso. Soy un soldado ante todo, y sé mejor que cualquiera lo
poco atractiva que resulto a los hombres. Sinceramente hablando, soy más fuerte y más
grande en tamaño que muchos hombres… no que los Escandinavos, que están mejores
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dotados que los hombres normales, pero sí que otros machos. Como los Sajones. Así
que ahórrate el comerme con los ojos y reserva tus labios babeantes para las criadas de
mentes sensibles que apreciarían el esfuerzo.
¿La mujer está chiflada? ¿Poco atractiva? Si estuviera más atraído, mis partes
masculinas arderían en llamas. Y yo estoy muy bien dotado, muchas gracias, incluso aunque sea
sólo vikingo por adopción, no por nacimiento. Además, ciertamente no babeo. Se relamió los
labios, solamente para asegurarse.
—Volviendo a lo que decía antes —¿Qué dirías a una tregua?
Él podría estar interesado. La verdad fuera dicha, estaba completamente
aburrido de holgazanear atado a una cuerda, todo el tiempo. Inclinó su cabeza para
indicar que ella debía seguir.
—Yo te pondría en libertad… bajo guardia, desde luego… o dos guardias. —
agregó ella al final después de dar a su cuerpo un escrutinio rápido de pies a cabeza.
¡Ajá! Ella probablemente nota mis dotes….
—No tengo ningún miedo de que me hagas daño a mí o a mis hombres…
Quizás no.
—… pero podrías encontrar un modo de escapar, y me siento moralmente
obligada a entregarte a la cabecera de mi padre.
¿Moralmente obligada, hmmm? Podía entender la necesidad de cumplir una
promesa. Pero había algo que fallaba en aquel ofrecimiento de tregua. Ella le había
dicho lo que le daría. ¿Pero qué esperaba ella a cambio? La respuesta fue lo próximo.
—Tu tío Tykir afirma que eres un hombre de confianza… cuya palabra, una
vez dada, es sólida como el hielo sobre un fiordo en invierno. Si me dieras tu palabra
de no intentar fugarte antes de que hayas examinado a mi padre y hayas hecho lo que
puedas para ayudarlo, entonces te cortaré las cuerdas yo misma en este momento.
Él consideró su oferta durante un largo rato. El resoplido ocasional de los
ronquidos de Rashid era la única cosa que rompía el silencio entre ellos. Se miraron a
los ojos durante aquel momento como si se estuvieran sopesando el uno al otro y se
preguntaran si podría haber mutua confianza.
Finalmente él asintió.
Ella sonrió extensamente —una espontánea expresión de alegría—y el duro
centro de algo que no podía decir qué era comenzó a derretirse dentro de él.
—Esperaba que estuvieras de acuerdo, —dijo ella, poniéndose de pie con un
gemido y sacando un cuchillo largo de una vaina en su cinturón. Estaba a punto de
cortar sus cuerdas.
—¡Espera!
La sorpresa llameó en el rostro de ella, y su risa se desvaneció. ¡Qué raro lo
negativamente que le afectó eso a él! La efímera confianza de ella fue substituida por
sospecha.
—Una tregua funciona en ambas direcciones. Tú estableciste tus condiciones, a
las que estuve de acuerdo. Ahora estableceré las mías.
Ella todavía le miraba con desconfianza, el cuchillo quieto en sus manos.
—Te escucho.
Puesto que ella estaba de pie cerniéndose sobre él, se vio obligado a estirar el
cuello para alzar la vista hacia ella. Cambiando de postura ligeramente, ella se colocó
con las piernas extendidas.
Él odiaba aquella postura arrogante. Lamentablemente, a una parte familiar de
su cuerpo… una que no había estado en uso durante un siglo o más… le gustaba
muchísimo la arrogante postura de piernas abiertas.
—Si soy incapaz de ayudar a tu padre… si intento todo lo posible y no es
bastante —hizo una pausa para reprimir los recuerdos de un tiempo cuando todo lo
posible definitivamente no había sido bastante—si él muere bajo mi cuidado, quiero tu
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—Pluma por pluma, el ganso será desplumado —declaró Rashid con una
sonrisa, girándose y alejándose de él.
—Precisamente, —dijo Adam.
—Me estaba refiriendo a usted como al ganso, no a ella, —dijo Rashid con
ironía.
—Lo sé.
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Capítulo 4
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desierto. Tendría que preguntarle a Rashid más tarde por qué un príncipe del desierto
habría abandonado su patria.
—Todo me preocupa. Mis guerreros y yo deberíamos estar protegiendo
nuestras fronteras del sur. Los piratas y proscritos abundan. Mis hermanas, Odín sabrá
que travesuras se traen entre manos. Mi padre se cierne a las puertas del Valhalla. He
pasado mucho tiempo buscando a tu amigo el médico para que ayude a mi padre. Lo
que debería haber sido una tarea fácil ha demostrado ser fastidiosa en extremo. Sería
una vergüenza haber logrado mi objetivo… salvar a mi padre… sólo para perder su
propiedad por falta de diligencia.
—¡Diligencia! Usted trabaja al lado de sus hombres. Se deja la piel trabajando.
Con todo el debido respeto, mi señora, hace todo lo posible.
—Con todo el debido respeto —repitió ella en contestación—el trabajo duro no
importa si no hay éxito. Y no te atrevas a citarme un proverbio sobre esto.
—¿Por qué preocuparse? —persistió Rashid en el asunto. —¿No llegó esta
mañana un mensajero de Stoneheim informándole que su padre todavía vive?
—Sí, pero eso podría cambiar en cualquier momento.
—Como dije, no atraiga a la desgracia. Créame, los problemas te encuentran,
tan cierto como que la jorobada bestia sedienta buscando un oasis en el desierto lo
encuentra. Es la voluntad de Alá, desde luego.
¿Qué pasaba con ella que despertaba el fervor religioso en estos dos hombres? Rashid
siempre citaba a su Dios, o al profeta Muhammad. ¡Y siempre que Adam estaba en su compañía,
invariablemente decía —¡Oh Dios mío!—Por lo general después de esto miraba
imperturbablemente a sus pechos, o sus nalgas, de entre todas las cosas posibles.
—¿Está pensando en mi amo otra vez, ¿verdad?
—Yo… no... Estaba... —mintió ella, luego se sintió culpable por estar siendo
deshonesta, incluso en una cosa tan trivial. —Bueno, quizás un poco. ¿Cómo lo
adivinaste?
—Su cara la traiciona. Tenía una de las dos expresiones que siempre muestra
cuando él está cerca, ambas acompañadas por mejillas rojas. La primera es la cólera, y
luego sus ojos se vuelven de un azul ardiente, casi salpicando chispas. El otro es la
excitación, y luego sus ojos se descoloran hasta ser de un vidrioso azul… soñador.
—Ah… ah… ah… —chisporroteó Tyra. —¡Nunca he estado excitada! —Era la
única réplica que pudo encontrar, tan turbada estaba por su consternación.
—¿No? —Rashid estaba claramente sorprendido y divertido.
—¡No por ese… ese exasperante hombre! Y mis ojos nunca han sido
soñadores, por él o por ningún otro hombre. ¿Realmente, qué tipo del líder sería para
mis tropas si me pusiera soñadora siempre que hubiera un hermoso hombre andado
cerca?
—¡Aaaah! ¿Entonces piensa que mi amo es hermoso? —comentó él, subrayando
la parte más relevante de lo que ella había dicho.
—Sí, el hombre es hermoso, como si eso importara una pizca cuando...
—Oh, importa, milady. Cuando se trata de seducir a una doncella, ser atractivo
aparentemente puede ser una decidida ventaja para un hombre. A propósito, mi amo
me dice que usted desea ser desheredada por su padre si él vive… aunque yo apenas
puedo creerlo. Pero me preguntaba… supongo que no… bueno, ¿estaría interesada en
unirse a un harén? Es toda una coincidencia, pero sé de uno que está a punto de ser
formado.
Ella hizo un chasquido de desaprobación. —He oído esas tonterías de los
harenes que dices a mis hombres. No es bueno plantar tales ideas en sus cabezas. Ya es
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bastante malo que algunos escandinavos practiquen más dánico9 y que a menudo
tengan varias mujeres y amantes, si pueden permitírselo. ¡Pero un harén!
—¿Eso sería un sí o un no?
—Era un no, idiota.
Los hombros de Rashid bajaron con decepción.
—Que desafortunado. Sería una buena hurí, creo.
—¡No lo sería!
—Lo sería —discrepó él. —Cualquier mujer que se mueve como usted, en la
batalla o en la navegación, se movería muy bien en el deporte de cama, también.
No tenía sentido intentar hablar con aquel árabe cabeza dura.
—No puedo creer que Adam, por lo visto un curandero notable… en un país
cristiano, nada menos… aprobara un harén. Eso es tan… tan… incivilizado.
—Siento tener que discrepar, milady. Es una costumbre de lo más civilizada. —
Entonces Rashid agachó su cabeza y confesó, —En realidad, mi amo no me ha dado
precisamente su permiso para que reúna un harén para él.
Ella entrecerró sus ojos hacia Rashid.
—¿Para qué precisamente te ha dado permiso?
Rashid miró a todas partes excepto a ella. Finalmente le dijo, con un indicio de
consternación de su voz,
—Sus palabras exactas fueron “Ningún harén. Ni ahora. Ni nunca.” Pero yo
creo que cambiará de idea una vez que vea lo que tengo que ofrecerle. Definitivamente
cambiaría de idea si usted fuera la primera hurí en unirse a la tropa, por así decirlo
Ella se rió de la persistencia del astuto árabe… y de la imagen de ella
holgazaneando en la tropa de cualquier hombre por tonterías del placer.
—Luciría bien con pañuelos transparentes de seda y campanas sobre los dedos
del pie —dijo Rashid, tomando su risa como un ablandamiento de su resolución.
—Las amantes se supone que son diminutas, dadas a la risa, tontas criaturas
fragantes y bonitas, no malolientes en ocasiones, y gigantes amazonas con huesos
grandes, pies grandes, y una tendencia a reírse a carcajadas.
—¡Verá! Usted sería la primera. Sin duda crearía una nueva moda. Cualquier
jeque y sultán desde Bagdad a Samarcanda buscaría a huríes amazonas una vez que se
enteraran de la preciada posesión de mi amo.
—¿Posesión? Ese aspecto me excluiría. Nunca voy a ser la posesión de ningún
hombre, Rashid. —dijo ella con tanta firmeza como pudo. —Nada de harenes. Ni
ahora. Ni nunca.
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"more danico" es decir, a la danesa (expresión latina utilizada por los primeros evangelizadores para
hacer referencia a la poligamia, practicada por los vikingos),
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tiempo.
Él alzó sus manos como para demostrar que no había estado tocándola.
—No tienes que usar las manos para tocar, como bien sabes.
—Tienes razón, desde luego, mi señora vikinga. Hay caricias… y caricias. —La
ardiente mirada que él le dirigió la confundió y enfadó. ¿Se estaba refiriendo a su pacto
en el que él había prometido no tocar su cuerpo desnudo?
—Prometiste no tocarme, —dijo ella furiosa en voz baja. —Sabía que no podía
confiar en ti.
Rashid se inclinó alrededor de su amigo y aconsejó a Tyra,
—Hay un famoso proverbio árabe: 'Confía en Alá, pero ata la tienda.'
—¡Tú y tus proverbios, Rashid! ¿Tienes uno para cada ocasión? En realidad, las
sagas nórdicas tienen uno similar. 'Reza a Odin, pero afila tu espada. '
—Te dije que no te tocaría entre las pieles de una cama a no ser que tú me lo
pidieras. Pero no dije que no te tocaría nunca —dijo Adam, como si se sintiera
afrentado porque ella hubiera cuestionado su integridad. —¡Maldición! No soy un
completo tonto. —ignoró convenientemente a Rashid y sus proverbios.
Ella estaba comenzando a pensar que su promesa había sido un error. Estuvo a
punto de sugerir una modificación de las reglas, pero no tuvo oportunidad porque en
ese mismo momento su largo barco tomó la última curva del amplio río entre el terreno
salvaje y montañoso. Los bosques antiguos allí en el Noroeste eran oscuros y
amenazadores, y una siniestra niebla surgía de los picos coronados de nieve. Contra
ese escenario, el fuerte e imponente torreón de su padre, Stoneheim, apareció a la vista.
Adam jadeó, igual que Rashid a su otro lado. Era la reacción habitual de la
gente que echaba el primer vistazo al lugar vikingo más extraño a este lado del otro
mundo… y sus igualmente extraños habitantes.
Sus hombres gimieron al primer vistazo de su granja. Esa, también, era la
respuesta habitual. No era que no estuvieran felices de estar en casa, reunidos con sus
mujeres y sus señoras amantes. Era solo que Stoneheim no parecía la habitual severa
fortaleza vikinga… especialmente en el norte. Aquí, los inviernos eran largos y
amargos, a menudo con sólo una o dos horas de luz al día; la supervivencia tenía
prioridad sobre todo lo demás… o la debería tener.
El torreón de Stoneheim era una fortaleza hecha de madera, como la mayor
parte de las fortalezas en todas partes de Noruega. Pero era en lo único en que era
similar.
Stoneheim estaba construido a una distancia considerable de la fachada del río,
con la áspera montaña como telón. Habían sido agregadas muchas adiciones a la casa
comunal original, muchas de ellas asentadas sobre repisas planas o cavadas en la
montaña misma, algunas de ellas de dos y tres pisos de altura. Y esto no incluía las
dependencias, o las casas del pueblo colocadas en un cada vez más amplio medio
círculo debajo del torreón. La casa era una mezcolanza inmensa de estilos, los dinteles
de sus puertas y aleros altamente tallados con símbolos nórdicos, incluso los marcos de
las ventanas… muchas de las cuales contenían pieles engrasadas y restregadas hasta
que eran casi tan transparentes como el cristal.
Todo aquel edificio era trabajo de Breanne, la hermana de Tyra, quien había
dicho a su padre una y otra vez que si él no iba a encontrarle un marido, entonces ella
iba a pasar su tiempo haciendo trabajos de construcción. Allí estaba, Breanne, encima
de la pocilga, luciendo más hermosa que nunca, incluso llevando calzones de hombre y
una túnica, sus rojos rizos metidos bajo el gorro de un muchacho de establo; estaba
ayudando a sus trabajadores a poner el nuevo terrón sobre el tejado. Breanne era hija
de una esclava irlandesa, Fiona, quien había muerto de fiebre en el parto justo después
de la boda con Thorvald, su padre, dando así la legitimidad al bebé recién nacido. De
hecho, todas las hermanas de Tyra eran legítimas. Su padre tenía tendencia a casarse
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con sus mujeres, incluso con más de una a la vez. Todas las madres estaban muertas en
este momento. Aunque Breanne llevara bombachos de hombre, y lo hiciera así siempre
que tenía trabajo, vestía ropa de mujer en todas las otras ocasiones, a diferencia de
Tyra.
Al menos la pocilga no había sido decorada durante la ausencia de Tyra.
—Nunca he visto nada semejante en toda mi vida —comentó Adam,
boquiabierto.
—Bueno, sí, en realidad sí, —discrepó Rashid. —¿Recuerda todos los vistosos
jardines en los harenes de Bagdad?
Ahí estaba el bribón otra vez, sacando el tema de los harenes. Adam se refería a
todas las flores y arbustos de vistosos tonos y los árboles otoñales que adornaban casi
cada espacio disponible fuera del torreón real.
—Sí, tienes razón —dijo Adam, —pero he viajado a todas partes de Noruega y a
las otras tierras del Norte y nunca he visto flores creciendo con tal profusión. Uno
pensaría que el frío las mataría al brotar.
—Eso es trabajo de mi hermana Drifa. Su madre Tahirah vino de tus tierras,
Rashid… una concubina de mi padre, y más tarde su esposa. Ella añoraba tanto los
climas más calientes de tu patria que Padre le permitió plantar una flor o dos para
detener su llanto constante. Poco sabía él que eso conduciría a esta… a esta
extravagancia de locura floral. Hasta trajo un árbol para poner dentro. Tahirah murió
hace cinco años… unos dicen que el anhelo por su patria nunca la abandonó… pero su
hija Drifa ha continuado en su lugar.
Señaló un cercano jardín —terraza donde una mujer, menuda según el estándar
nórdico, se arrodillaba entre una profusión de flores otoñales con sus finas manos
cubiertas de suciedad. Su pelo de color negro y los ojos ligeramente rasgados eran los
únicos signos de su herencia medio árabe. De otro modo, habría parecido una mujer
vikinga de cabellos morenos.
—Ciertamente es… precioso —comentó Adam, todavía boquiabierto.
—¡Precioso! —dijo un soldado cercano con un resoplido de repugnancia. —
¿Qué tipo de torreón es este para luchadores feroces? Nosotros deberíamos haber
pisado sucios campos de ejercicio, pero, no, Drifa tenía que plantar hierba allí y chillar
siempre que la pisoteamos con nuestras pesadas botas. ¡Y el gran salón! Ahí es donde
reina otra hermana, Vana. Las pelotas de Thor, un hombre debería ser capaz de subir
sus pies en el salón, eructar si la comida es en particular sabrosa, llevar sus perros
dentro, escupir en los juncos si quiere… ni siquiera hay juncos en este gran salón. No,
Vana dice que los juncos sucios crían gusanos. Ni siquiera podemos orinar en el patio
si la necesidad viene en un apuro por una superabundancia de hidromiel. Y nosotros
los hombres debemos limpiarnos los pies antes de entrar en el gran salón. ¿Puede
imaginarse eso? —aquello último fue dicho con tal horror que uno habría pensado que
les pedían a los hombres que se cortaran un miembro… o su parte de hombre… antes
de comer.
Adam y Rashid miraron a Tyra en espera de una explicación. El soldado se
había alejando a zancadas con una maldición para ayudar a tirar las cuerdas al
muchacho sobre el embarcadero, entonces la embarcación podría ser atada y tirar de
ella para atracar. Hasta ahora, Alrek había fallado dos veces en su objetivo.
—Es mi hermana Vana a la que se refiere… la llaman Vana la Blanca debido a
su pelo rubio casi blanco. Su madre vino a nosotros, vía las pieles de cama de mi padre,
desde Islandia. ¿Qué puedo decir? Le gusta la limpieza.
Rafn pasó a su lado y murmuró en voz baja:
—¡Pfff! Esa sería una palabra demasiado débil. Más bien rinde culto al altar del
dios de la limpieza. La mujer es una tirana, os digo, una tirana. Lo que necesita es un
marido que le pegue algunas veces. Sí, eso necesita. —Uno nunca sabría por sus
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palabras que Rafn estaba enamorado de Vana. Cuando sus compañeros le preguntaban
en muchas ocasiones como sería capaz de tolerar la vida con una fanática así, Rafn
siempre sonreía abiertamente y decía, —le daré algo más en que ocupar su tiempo
aparte de escobas y piojos.
—¿La religión nórdica tiene un dios de la limpieza? —quiso saber Rashid.
Ella y Adam se miraron y sonrieron… ¿y no era asombroso cómo su corazón
dio un vuelco con aquel pequeño gesto de diversión compartido? ¡Qué patética era
ella! Y qué interesante que nunca hubiera notado durante todos estos años cuánto
necesitaba las atenciones de un hombre.
¿O eran solo las atenciones de Adam las que la hacían sentir así?
Bueno, esa era una perspectiva alarmante. Sería mejor que pensara en otras
cosas. ¿Qué había preguntado Rashid? Ah, sobre un dios de limpieza. ¡Eso era todo lo
que Odin y Thor necesitarían, una diosa como Vana que insistiera en que el gran salón
de Asgard estuviera intachablemente limpio! Asgard tenía la reputación de ser lo
bastante grande como para que 800 hesirs armados caminaran con sus botas sucias
cruzando 540 puertas… puertas con goznes de cobre que necesitarían pulimento.
—Alrek dice que hay dos docenas de dormitorios intachablemente limpios en
Stoneheim —comentó Rashid, —y otros tantos retretes exteriores.
—Alrek estaba de broma, —dijo ella. —Hay sólo diez… de cada uno.
—Es bueno saber que las pieles de la cama estarán limpias y fragantes en
Stoneheim, —dijo Adam. —Me encanta tener pieles de cama limpias cuando estoy...
—hizo una pausa lo suficientemente larga para que ella le mirara y se ruborizara—
...durmiendo —. Él le volvió a guiñar el ojo, luego se inclinó para recoger sus maletines
médicos de cuero.
—Te agarraría y te tiraría al agua si no necesitara tanto tus habilidades —gruñó
ella.
—¡Qué afortunado soy! —murmuró Adam, una expresión sombría en su cara
ahora que el momento de reavivar sus talentos médicos estaba al alcance de la mano.
—¿Habilidades? ¿Habilidades? —se carcajeó Rashid, obviamente deduciendo
que se había referido a una clase totalmente diferente de habilidad.
—Sus habilidades médicas —acentuó Tyra. Entonces le hizo a Rashid lo que le
habría gustado hacer a su amo. Lo levantó y lo tiró por un costado al agua helada.
Echó un vistazo alrededor para ver que todos la miraban. Los hombres se reían.
Sus hermanas fruncían el ceño con disgusto.
Y Adam —el maldito granuja, a salvo en tierra… le guiñó el ojo.
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Capítulo 5
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nos divirtamos—o —¿Quién la nombró jefa? —Tyra no hizo caso de los refunfuños y
comenzó a lavarse su largo pelo con la ayuda de una de las sirvientas de la cocina.
Cuando dejó de aclararse el jabón de los pesados mechones, fue para oír que
sus hermanas habían desistido de un tema desagradable sólo para pasar a otro
igualmente desagradable.
—¿Cómo es él? —preguntó Ingrith.
—¿Quién? —contestó Tyra, como si no supiera bien a quien se refería su
hermana. Adam era el tema de conversación de todo el mundo en Stoneheim. Se
levantó y se envolvió una toalla de lino alrededor de la cabeza como un turbante y
comenzó a frotarse su cuerpo con otra.
—El curandero, desde luego, —dijo Ingrith.
—Arrogante —contestó ella rotundamente.
—¿De verdad? —Ingrith se inclinó sobre el hombro de la fornida cocinera,
Signe, quien amasaba la masa de pan para la cocción. La ayudante de la cocinera, Arva,
también atrajo su atención. Ingrith miraba atentamente como molía Arva el centeno, la
cebada, y hasta los guisantes —sobre la piedra grande y redonda conocida como
molinillo. Poco a poco, Arva vertía el grano por un agujero en la cima, luego giraba la
piedra superior con la manija, aplastando así el grano entre las dos piedras y
finalmente convirtiéndolo en harina. Era un proceso largo y aburrido, sobre todo para
mantener aquel número, donde al menos cien panes eran consumidos por día.
Mientras tanto, Ingrith seguía hablando. —Me parece que oí a Rashid decir algo como
que 'La Confianza es un gran afrodisíaco.'
Realmente, de verdad voy a retorcerle el cuello a Rashid... y la lengua, también.
Vana dejó de arreglar las flores e inclinó la cabeza, como si considerara alguna
pregunta importante.
—¿Así que dices que Adam es arrogante? Hmmm. La arrogancia no es una cosa
tan mala… sobre todo en un hombre hermoso.
—Él no es hermoso en absoluto —mintió Tyra.
—¿Estás demente, Tyra? —exclamó Breanne. Había terminado de pelar
manzanas y había dejado su cuchillo. —El hombre es divinamente hermoso, y tú lo
sabes bien.
Tyra sintió su cara arder de vergüenza. En realidad, ella también había pensado
que el hombre era divinamente hermoso.
—¿Has notado el modo en que se mueve? —le preguntó Vana a Drifa. —Tan
fluidamente y… bueno, sensual, casi como un gato grande.
Sus otras hermanas estuvieron de acuerdo con un comunal
—Sí.
¿Movimientos? ¿Él se mueve sensualmente? ¡Santo Thor! Ahora observaré el modo en
que se mueve.
—Y sus manos, —añadió Breanne. —Me gusta un hombre con manos
competentes. Con largos dedos. Una puede imaginarse lo que esas manos podrían
hacer cuando… —Su voz fue a la deriva mientras se mordía el labio inferior y ponía
una mirada soñadora en sus ojos, imaginándose sólo los dioses sabían que.
Drifa, Ingrith, y Vana suspiraron. Sus ojos con miradas ausentes también.
Esto es todo lo que necesito. Imaginar las finas manos del granuja haciéndome cosas
pecaminosas. Por el amor de Frigg, apuesto a que esa imagen está ahora firmemente plantada en
mi débil cerebro.
—Gilly, la nueva criada de Erin, estaba en la casa del sudor donde fue a bañarse
hace poco, —les confió Ingrith en voz susurrada que indicaba que algún secreto sería
divulgado. —Ella dijo que tiene un muy grande...
—¡Basta! ¡Suficiente! ¡Nada más sobre el curandero! —interpuso Tyra antes de
que Ingrith pudiera terminar cualquier observación que estuviera a punto de hacer
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Cuando la cocina se quedó tan callada que pudieron oír el crujido del fuego y el
continuo sorber de mocos de una de las criadas agachada en una esquina, habló, con
calma pero con una firmeza que no sería pasada por alto. —No habrá ninguna boda
entre yo y el curandero… o ningún otro hombre. Pero os lo prometo. Si nuestro padre
vive, encontraré una forma de seguir mi propio camino, y para que cada una de
vosotras se case. ¿Aceptáis mi palabra?
Cada una de ellas asintió a su turno. Pronto, todas estuvieron desconectadas y
a sus asuntos, y Tyra anduvo hacia su recámara para completar su baño.
Era el final, entonces. Nunca se casaría. Ahora todos lo entendían. Aunque ella
nunca hubiera sido tan clara con sus hermanas antes, era algo que sabía desde hacía
tiempo.
¿Por qué entonces la perspectiva de repente la hacía sentir tan triste?
Adam descansaba sobre el colchón de paja cubierto de lino en una cama nicho,
en la pequeña recámara de invitados que le había sido asignada, cuando sintió a
alguien entrando de puntillas a su cuarto, sin estar invitado y sin avisar.
Él se había acostado sobre la cama después de volver de un baño en la casa del
sudor, sin intención de dormir antes de la comida de la tarde. Pero el colchón era tan
cómodo y él debía de estar más cansado de lo que había creído, ya que pronto se había
quedado dormido.
Sus ojos se abrieron a meras rendijas, luego se abrieron disparados de par en
par. Se sentó y balanceó sus piernas sobre un lado de la cama hasta el piso cubierto de
juncos. ¡Por el amor del Lord! Debería haber fingido que todavía dormía. ¿Cómo iba a
manejar este último desastre?
De pie ante él estaba Alrek, su piel rosa de haber sido restregada y su pálido
pelo lavado y recogido detrás de la nuca con una correa de cuero. Llevaba ropa limpia
que cubría su forma delgada.
Detrás de él había un muchacho de aproximadamente ocho años. Miraba
furtivamente alrededor de los brazos de Alrek, mirando a Adam como si fuera alguna
criatura fascinante. Dios sabía lo que Alrek había estado contando sobre él.
Llamándolo el Hacedor de Milagros, apostaba.
Una niña de no más de dos años se adhería al cuello de Alrek, sus piernas
rechonchas envueltas alrededor de sus caderas. Su pelo rubio había sido torpemente
trenzado y asegurado en una corona encima de su cabeza. Era adorable.
Otra muchacha estaba de pie al otro lado de Alrek.
—Quise que conocieras a mi familia —explicó Alrek rápidamente, sintiendo el
disgusto creciente de Adam. El muchacho era fastidioso más allá de lo creíble.
—Éste es mi hermano, Tunni. —indicó Alrek con un tirón de su cabeza hacia el
tímido joven detrás de él. —Tiene ocho años… es el hombre de la familia cuando estoy
fuera con los vikingos.
¡Oh, maldita sea!
—Y este bulto pesado es Besji. —Él cambió su agarre sobre la parte inferior de
la niña y la acunó en el pliegue de su brazo derecho. Debía ser realmente pesada para
que el muchacho la cargara.
Probablemente él debería ofrecerle ayuda.
Pero no lo haría.
—Besji tiene dos años. Gracias a Dios estos días puede aguantar la pis antes de
ponerle la ropa. Qué trabajo fue para mí y Tunni cambiarle los linos cada cinco
minutos, o eso parecía. Los bebés hacen mucho pis, ¿sabes?
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Era un verdadero banquete apto para un rey, pero era la comida diaria en
Stoneheim. Si Ingrith no se casaba pronto, iba a convertirlos a todos en maricas. O
gordos vikingos.
Con un largo suspiro, Tyra puso su rostro entre sus manos y se preguntó cómo
iba a sobrevivir a aquella noche… y al día siguiente. Y cuando Adam pasó y se sentó a
su lado, comprendió que la comida era el menor de sus problemas.
Él olía a jabón limpio y a macho caliente. Olía demasiado bien para comer.
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Capítulo 6
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nórdica que estaba lejos, pero que había comenzado a rasguear un laúd. Mientras los
corpulentos compañeros vikingos de Tyra preferirían una forma más fuerte y más
vulgar de entretenimiento, Adam parecía impresionado. De hecho, inclinaba la cabeza
a un lado, y una expresión enigmática cruzó su cara.
Finalmente, cuando su atención volvió a ella, Tyra no pudo menos que
preguntar:
—¿Te gusta la música para damitas?
Él se encogió de hombros.
—Mi hermana Adela solia tocar el laúd. Solamente me acordaba de un
tiempo… —se encogió de hombros otra vez. —Solamente recordaba —dijo con un
suspiro.
—Y bueno, ¿qué piensas de mis hermanas?
Entonces su mirada la recorrió, perplejo. Registrando su atavío de hombre, sin
duda. Y su grandeza.
Ella alzó la barbilla. Tyra no cedería bajo la censura de ningún hombre. Ella era
quien era. ¡Y nada más!
Agarrando una de sus trenzas en su mano, Adam la empujó más cerca.
—Tus hermanas son… hermosas, todas y cada una de ellas a su propio modo.
Ella parpadeó, esperando que su decepción no se transluciera. ¿Qué pasaba con
ella? Desde luego que él consideraba a sus hermanas hermosas. Todos lo hacían. ¿Por
qué había preguntado? ¿Por qué le había invitado a compararla?
Él tiró más de su trenza hasta que Tyra se vio obligada a inclinarse hacia
adelante en su silla, hasta que estuvo tan cerca que pudo oler el jabón suave de su piel
y el hidromiel en su aliento.
—Si estás preguntando, sin embargo, a cual elegiría para compartir mis pieles
de cama durante una noche… si pudiera renegociar nuestro pacto…
Ella quiso protestar y decirle que eso no era lo que ella había querido decir en
absoluto, pero lo era. Lo era, que los dioses tuvieran compasión de su patética alma.
Él rozó sus labios contra los suyos… el susurro de un beso, pero tan poderoso
que ella prácticamente se estremeció por los efectos secundarios. Era como el fuego.
Fuego dulce.
Y entonces él terminó su declaración.
—…seguiría escogiéndote a ti.
La puerta de la recámara de Adam se abrió dos horas más tarde sin que nadie
hubiera tocado. Al principio pensó que podría ser Alrek y su hermano otra vez,
queriendo hacerle otro favor no deseado que terminaría en desastre, como el lavado de
sus medias que se habían convertido en comida para varios perros de caza. Pero no,
esta vez era Tyra.
Adam levantó la vista de su libro, que leía a la luz de la vela… una copia del
diario de Hipócrates explicando heridas de cabeza y como podrían ser tratadas por
trepanación.
—Me besaste —lo culpó Tyra. Llevaba una especie de ropa de dormir… una
camiseta voluminosa de lino blanco, que probablemente pertenecía a una de sus
hermanas porque las mangas eran demasiado cortas y el dobladillo le caía a media
canilla. Su pálido pelo rubio estaba suelto y salvaje sobre su cara enfurecida.
Era hermosa.
No, hermosa no.
¿Diferente?
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¿Sensual?
¿Espectacular?
Apenas podía dar con la palabra apropiada para describirla. Ella no era bonita,
por ninguna definición, sino que era… definitivamente atractiva, para él, por lo menos.
En respuesta a su acusación de beso, sin embargo simplemente dijo: —Sí, lo
hice.
—No lo hagas otra vez.
—¿Por qué?
—Porque… porque eso no es a lo que yo accedí.
Él se dio un toque con el índice contra sus labios, que apretó para evitar reírse.
—Creo que los besos serían una buena práctica para acurrucarse desnudos en
las pieles de cama. ¿No lo crees?
—¡Oh… oh… oh! —farfulló ella.
Adam estaba dispuesto a apostar que ella raras veces, o tal vez nunca, farfullaba
delante de sus combatientes. Eso debía significar que él era diferente en su mente. Eso
podría ser algo bueno. Como que ella fuera diferente para él era algo bueno.
—¿Te gustaría intentarlo otra vez? Practicar besos, me refiero —le ofreció en su
tono más conciliatorio, como si se ofreciera a hacerle un enorme favor, cuando de
hecho él sería el más favorecido por tal acto. La mujer, a pesar de todos sus atributos de
hombre, realmente tenía unos labios de lo más irresistibles y besables. —De verdad,
eso apenas cuenta como un beso. Fue un mero roce de piel contra piel. Un beso
verdadero entre un hombre y una mujer debería durar mucho más.
—¿Cuánto más? —Él pudo ver que ella lamentó inmediatamente su pregunta
soltada a toda prisa.
Él agitó una mano con ligereza. —Oh, cinco minutos más o menos. Y las
lenguas deberían verse implicadas, desde luego.
La mandíbula de ella cayó, y sus ojos se agrandaron, antes de que dijera
entrecortadamente,
—¿Cinco minutos? ¿Lenguas? ¿Te burlas de mí?
—No —contestó él. —Luego—Bueno, quizás un poco.
—Idiota —le espetó ella y salió echando pestes de la recámara.
Adam volvió a su diario, pero ahora sonreía.
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idea. ¿Era una de sus hermanas? ¿O una criada? ¿Acaso una de las mujeres de sus
soldados?
—No, solamente a usted. —Rashid sonreía de oreja a oreja.
Una alegría como Tyra nunca había experimentado antes substituyó la
decepción.
—El próximo paso será un harén… espere y verá —dijo él. —¡Alabado sea Alá!
Apuesto a que estaré en casa antes de la primavera. Y tenemos que agradecérselo a
usted, mi señora Vikinga.
—¿Un harén? ¿Estás diciendo que este beso es una estratagema para conseguir
que me una a una manada de mujeres para complacer sexualmente a un curandero?
—Bueno, yo no puedo hablar por mi amo, pero, sí, los besos pueden ser
instrumentos de seducción. Y las mujeres pueden ser seducidas para unirse a harenes.
Eso no quiere decir que el amo Adam...
Tyra se alejó a grandes zancadas antes de que él pudiera terminar.
Estaba haciendo demasiado ruido por un beso.
Para empezar, iba a dejar de pensar en el beso. Por alguna razón, sin embargo,
no podía dejar de tocarse los labios.
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recordado ella.
¿Cómo podría él olvidarlo? Todavía veía las imágenes de ella en su cabeza,
manejando un sable contra los piratas del mar.
—Es diferente cuando es alguien amado—había contestado él.
En la recámara también estaban el Padre Efrid, el curandero monje, quien
quería aprender más sobre trepanación de cráneos, y Rafn, cuyos músculos podrían ser
necesarios para dominar al rey.
—¿Está todo el mundo listo? —preguntó Adam.
—¿Se opondría si dijera un pequeño rezo primero? —preguntó el padre Efrid.
Adam asintió con la cabeza.
—Estoy dispuesto a aceptar la ayuda de cualquier parte.
—Bendito Señor, acompaña a este hombre hoy mientras realiza sus habilidades
de curación. Dirige sus manos, y si es tu voluntad, saca a Thorvald de Stoneheim de su
sueño profundo y regrésalo a tu bondadosa vida. Amén.
—Amén —dijeron todos ellos, hasta Tyra, quien por lo visto no pertenecía a la
religión cristiana.
—Que Muhammad se siente sobre el hombro izquierdo de mi amo —añadió
Rashid, —y Alá en el derecho. ¡Alabado sea Alá!
Rafn tosió y agregó también su rezo, para sorpresa de todos.
—A Odin, el dios de la sabiduría, mira a tu siervo, Adam de Gran Bretaña. Dale
tu fuerza y haz hábiles sus manos. Ninguna muerte desagradable para nuestro rey. En
cambio, reserva el viaje de Thorvald a Asgard para otro día… en medio de la batalla.
En ese momento Adam no pudo menos que reír en voz baja, a pesar de las
horribles circunstancias en las que se encontraba.
—Parece que hemos cubierto todas las áreas celestes.
Todos rieron nerviosamente.
Sin embargo, dos horas después de esto, nadie sonreía, o reía, o casi ni
respiraba. Las manos de Adam no habían temblado… ni siquiera una vez… en el curso
de la operación. Él había temido que lo hicieran después de dos años lejos de la
medicina y de su fracaso en salvar a su hermana.
¡Y Tyra! ¡Dios mío, qué maravillosa era! Él no había esperado que ella se
estremeciera al ver la sangre… aunque fuera su padre y no algún… anónimo enemigo
pero tuvo que admitir que le había impresionado con su serenidad y eficacia bajo
tensión. Ella había parecido prever sus movimientos, antes incluso que Rashid, quien le
había asistido durante muchos años. Si la mujer no estuviera tan empeñada en
derramar sangre, sería una maravillosa ayudante de curandero.
Adam sonrió para sí mismo, y no solamente por la imagen de Tyra la Guerrera
convertida en Tyra la Curandera… o la ayudante de cualquier hombre. Viviera
Thorvald o muriera, la trepanación había sido la más horrible y estimulante
experiencia de la vida de Adam. Aquellos momentos finales cuando su taladro se había
abierto camino a través de la estructura del hueso habían estado llenos de suspenso
para todos. Habían exhalado silbidos ruidosos a la vez. Después, Adam había aplicado
salvia a la herida para que se uniera y curara, luego había envuelto un largo y limpio
lino sobre la sien del rey y alrededor de su cabeza.
Por una vez Adam se sentía como si hubiera sido tocado por la mano de Dios.
Independientemente de si Thorvald vivía o moría, y a pesar de la ausencia de
dos años de Adam de la medicina y su juramento de nunca practicarla otra vez, sabía
sin una duda una cosa.
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Soy un médico.
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Capítulo 7
—¡Psssssttt!
Adam estaba a punto de bajar los escalones de la escalera de madera que
conducía a las murallas cuando oyó el siseo. ¿Sería Tyra que se había pensado lo del
beso? ¿Había decidido dárselo ahora, en lugar de más tarde? Sonrió para sí mismo,
disfrutando la idea de toda aquella privacidad para un beso que él garantizaba que
derretiría los huesos de Tyra.
Su sonrisa se desvaneció inmediatamente cuando vio que era Rashid, no Tyra,
quien estaba a la espera, al girar el recodo.
—¿Qué haces escondido? —le soltó Adam.
—¡Amo! —gritó Rashid, claramente ofendido por su acusación. —He venido
para advertirle...
—¿Advertirme? ¿De qué? ¿El rey ha empeorado?
—¡No, no, no! —negó Rashid. —Es otro, uh, asunto del que vengo a… hmmm,
eh… a advertirle.
—¿Y bien? —dijo Adam con irritación. Era duro pasar de pensar en besos
ardientes, a un posible desastre médico, para terminar en lo que fuera que Rashid
estaba hmmmm y ehhhh.
—Mire aquí —dijo Rashid, conduciéndolo a una de las murallas que pasaba por
encima de uno de los patios.
Adam miró y vio un grupo grande de gente alineada por fuera de las grandes
puertas del salón. Eran gente sencilla —campesinos, hesirs y sus familias. Adam,
confundido, frunció el ceño hacia Rashid, quien le sonreía intensamente. Aquella
sonrisa burlona y brillante hizo que el ceño de Adam se hiciera más profundo.
—¿Qué tiene que ver esa gente con tu advertencia?
—Es un milagro, mi amo.
—¡Oh, Dios! Ya estamos con esa tontería de amo. Y estoy harto de las tonterías
de los milagros también. Habla claro, hombre.
—Las noticias de sus grandes talentos médicos ya se han extendido, amo
Adam. Esta gente sufre varias dolencias que quieren que usted trate.
Adam agachó la cabeza. Había hecho muchos progresos hoy, pero no estaba
listo para aquello.
—No tema. Les diré que hoy está fatigado de su trabajo con el rey, a quien
todavía debe vigilar atentamente. ¿Pero puedo ser tan valiente como para sugerir que
por la mañana comenzara a ver enfermos?
Adam levantó su cabeza, las aletas de su nariz ensanchándose con cólera.
Rashid lo estaba forzando a hacer algo que él no quería.
—Solamente unos cuantos —añadió Rashid rápidamente.
A veces Adam tenía que recordarse que Rashid, autoritario y molesto como
podía ser, era su amigo. En el fondo tenías las mejores intenciones.
—Unos cuantos —accedió.
Y así empezó la siguiente etapa de su vida.
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noche, sin duda una obra extra—especial por parte de Ingrith para señalar la operación
de su padre, aun cuando todavía no supieran cúal sería el resultado. Él no había
muerto; para la mente de un Vikingo, eso era razón para divertirse.
Adam había pasado la mayor parte del día en la habitación de su padre,
cuidándolo. De todos modos, había logrado evitar encontrarse con él, allí o en
cualquier otra parte. Hasta ahora.
Tyra había estado paseándose desde el huerto hasta los escalones exteriores que
conducían al segundo piso y a su recámara. Por el camino había agarrado un trozo de
pan y un pichón relleno. Entonces se había parado en el pozo para buscar un cazo de
agua. Había estado sentada en el amplio banco, comiendo su sabrosa comida,
intercalada con sorbos de agua fría.
Fue entonces cuando el granuja había extendido su trampa, presentándose de
improviso.
Adam sacudió el polvo del banco con una mano, luego se sentó al lado de ella.
Una acción comprensible, considerando la fina ropa sajona que llevaba esa noche. Una
túnica de lana en un tono azul medianoche… que hacía juego con sus ojos, lo que Tyra
no pudo dejar de notar. La túnica, bordada en los extremos con hilo de plata, estaba
sujeta en la cintura sobre los calzones negros que abrazaban su cuerpo. Sus botas eran
de suave piel de becerro.
Ella se sintió una bruja al lado de la criatura resplandeciente que era Adam.
—¿Me estabas esperando aquí?
—No—
—No te uniste a nosotros en la cena.
—No tenía hambre —dijo ella, entonces inmediatamente comprendió su error,
ya que tenía un pichón en una mano y un trozo de pan en el regazo.
Él se rió.
—No era por ti. —Otro error.
Él se rió un poco más.
—Tienes grasa en los labios —comentó Adam en un tono que era
excepcionalmente ronco.
Ella se lamió los labios.
Él exhaló un siseo.
—¿Qué significa eso?
—¿Qué?
—El siseo
—Significa que me afectas enormemente, mi señora guerrera.
—Oh —dijo ella, pero lo qué pensó que fue: “Ooooh”.
Él tendió la mano con el pulgar extendido.
—Te faltó un poco. —usó su pulgar para limpiar una amplia hilera bajo el labio
inferior de Tyra, luego se llevó el pulgar a su boca y lo lamió. Durante todo el rato la
miró, y ella lo miró a él.
¡Por el amor de una Valkyria! Tyra nunca había visto a un hombre hacer una
cosa tan erótica en toda su vida. Sintió los efectos del gesto bajar directamente a las
puntas de sus hormigueantes pies y de sus dedos curvados, y a algunos sitios tabú en
medio.
—No juegues conmigo, Sajón.
—Me gusta jugar contigo, Vikinga.
—Detente ahora, o...
—¿O qué?
Tyra no tenía idea de que… porque el impertinente y arrogante “nacido para
ser un libertino” bajaba su boca hacia la suya. Y ella estaba congelada en el lugar.
Quizás era porque tenía pichón en una mano y un cazo en la otra, pero probablemente
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era porque sus labios de algún modo se habían separado por propia voluntad. Ella
deseaba su beso. Lo deseaba fervientemente.
—Tyra —susurró Adam contra su boca justo antes de que sus labios reclamaran
los de Tyra. El hombre estaba demostrando ser un maestro en un gran número de
cosas. En la medicina, sin duda alguna. Y ahora, en los besos. Tyra no se permitió
considerar qué otras áreas de maestría podría poseer.
Él se alejó ligeramente para mirarla. Sus ojos la devoraron, buscando algo que
ella no sabía.
—Bueno, eso fue… agradable —dijo ella con voz ahogada.
—¿Agradable? —farfulló Adam.
—Bueno, ahora ya tienes tu beso de agradecimiento.
—No del todo —dijo él, incluso mientras tomaba su rostro con ambas manos y
la bajaba al amplio banco con él.
El cazo de agua cayó al suelo con un ruido sordo y el pichón voló en otra
dirección… ella esperó que no fuera dentro del pozo.
Adam trazó su boca, la mordisqueó, le dio lengüetazos a su lengua, luego la
aspiró. Sus labios eran duros, exigiendo algo de ella. Finalmente dijo con los dientes
junto a su boca.
—Abre.
Ella lo hizo.
—Más
Tyra así lo hizo.
Entonces, por todos los dioses y diosas, él le demostró lo que un hombre podía
hacer con su lengua en la boca de una mujer. La humedad… debería haberle dado
asco; en cambio, suspiraba por dentro por el sabor de Adam. La agresión… debería
haberlo tirado del banco; en cambio, le permitió dominar la situación. La
pecaminosidad de la acción ofensiva… Tyra debería haberse sentido culpable; sin
embargo, se deleitaba en su primera experiencia con la lujuria de un hombre por ella.
De algún modo, en medio de aquel beso que le aturdía la mente, él se colocó
encima de ella.
—¿Por qué gimoteas, dulzura? —susurró Adam contra su oído.
¿Dulzura? Me ha llamado dulzura.
Ella no pudo evitar reírse contra su cuello.
—Pensé que eras tú quien gimoteaba —añadió ella.
Adam estaba dejando un rastro de besos a lo largo de su mandíbula cuando ella
habló. Adam se rió contra su boca y admitió:
—Quizás lo era. —Entonces reanudó sus besos, y sus manos… sus malvadas
manos… se movieron por todas partes sobre ella. Por todas partes.
A Tyra le gustaba el modo en que él la besaba. Le encantaba el modo en que la
tocaba, vorazmente, como si no pudiera tener bastante de ella. Le gustaba la forma en
que la hacía sentir… femenina y deseable.
—¿Sabes lo mejor de esos calzones insufribles que llevas? —le preguntó Adam.
—¿Qué? —preguntó Tyra, aunque reconoció la alegría burlona de su voz.
—Esto —contestó él, colocando sus manos bajo cada una de sus nalgas, luego
enroscó sus tobillos alrededor de los tobillos de Tyra y extendió sus piernas. El
resultado: su virilidad estaba firmemente recostada contra la feminidad de Tyra.
Él jadeó.
Ella jadeó.
—¡Oh… Dios mío…! —dijo Adam.
—¡Oh… Dios mío…! —dijo ella también.
A veces, sólo servía un buen improperio cristiano.
Ahora, cuando él reanudó sus besos, Tyra sentía el doble de placer al sentirlo
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moverse allí, contra ella. Tyra pensó que había muerto y había ido al Valhalla, tan
intenso era el placer.
La única vez que experimentó y bañó la punta de su lengua en su boca, él se
arqueó contra ella. ¡Qué maravilloso regalo! Saber que ella… Tyra la Grande… Tyra la
mujer—hombre… podía tener aquella clase de efecto sobre un hombre como Adam…
bueno, era todo un regalo de los dioses.
—¿Por qué están gimiendo tanto? —preguntó la voz de un pequeño muchacho.
—¿Están haciendo un bebé? —preguntó la voz de una pequeña muchacha.
—No. Para hacer bebés tienes que estar desnudo —respondió una voz que sólo
podría ser Alrek. —Por lo menos, creo que es así como funciona.
Tyra y Adam gimieron entonces de verdad. Se giraron a la vez, con Adam
todavía acostado sobre ella en el banco.
De acuerdo, era Alrek, con el bebé Besji en sus brazos, durmiendo al parecer, su
pequeña cabeza acunada contra su hombro. A ambos lados de Alrek estaban Tunni y
Kristin.
Adam presionó su frente contra la de Tyra y pareció contar hasta diez. Cuando
lo hubo hecho, se sentó lentamente. Y ella hizo lo mismo.
—¿Qué queréis? —exigió Adam con irritación.
Tyra podía compadecerse de su frustración.
—Rashid nos envió para que te encontráramos —dijo Alrek con voz
temblorosa.
—¿De verdad? ¿Estás seguro?
Tyra entendía la confusión de Adam. Rashid sabía qué fastidiosos eran aquellos
niños para su amo.
—Dime exactamente cuales fueron las palabras de Rashid.
—Bien, él estaba en tu recámara. Dirigiendo entre… entre... entrevistas…, creo
que las llamó.
—¿Entrevistas? —dijeron Tyra y Adam al mismo tiempo.
—¿Entrevistas para qué? —preguntó Adam con los dientes apretados, aunque
él y Tyra sabían la respuesta.
—Para tu harén. Nosotros lo estábamos ayudando con las entrevistas. Abriendo
y cerrando la puerta, manteniendo atrás a las agresivas. Cuándo empezamos a hacer
preguntas, fue cuando dijo: ¿Por qué no vais a buscar al amo Adam? A todas estas,
¿qué significa con mucho busto? ¿Y danza del vientre? He oído de bailes alrededor de
la hoguera el día de la diosa Frigga10, pero la danza del vientre... ni siquiera puedo
imaginarlo.
Adam se puso de pie bruscamente y comenzó a alejarse con paso airado.
—Voy a matar a ese hombre, de verdad.
Los niños lo siguieron con la mirada, preocupados, sin duda, por si habían
dicho algo malo. Tyra, por otra parte, tenía la palma de su mano apretada contra la
boca, sofocando una risa.
Justo antes de que Adam alcanzara la escalera exterior, se detuvo y se dio la
vuelta. Señalándola con un dedo, afirmó,
—Tú y yo tenemos asuntos pendientes.
Tyra ni siquiera se molestó en discrepar.
En realidad, no podía esperar.
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Esposa de Odin, Frigga es la diosa patrona de la casa y de los misterios de la mujer casada. Ella se ve
como la igual de Odin (y a veces superior) en sabiduría; ella comparte su asiento alto desde el que ellos
observan juntos sobre los mundos.
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Adam tuvo que abrirse camino entre dos docenas de mujeres apiñadas —el
número parecía crecer por minutos—para poder llegar a su habitación.
Voy a matarlo. Olvidare mi recién descubierta dedicación a la curación. Voy a matarlo.
Cuando abrió la puerta, apenas una rendija, oyó a Vana la Blanca —¡la propia
hermana de Tyra, por el amor de Dios!– preguntando:
—¿Importa si una nueva hurí de harén es… es... virgen? —La última palabra
salió en un susurro mortificado.
Voy a matarlo.
—No, no importa. —Rashid estaba agitando una mano con ligereza. En la otra
mano agarraba un pergamino en el que, por lo visto, había estado tomando notas sobre
las candidatas al harén. —Hay un antiguo proverbio árabe con respecto a esto. ‘La
Virginidad es como una ampolla. Una vez reventada, se va para siempre‘—Entonces
sonrió abiertamente, sin duda disfrutando de su propia sabiduría.
—¡Rashid! —prácticamente bramó Adam, abriendo más la puerta.
Rashid dio un salto, y la joven también.
—¡Fuera! —ordenó Adam a Vana, luego cerró de golpe la puerta tras ella.
—¿Tienes deseos de morir? —le preguntó a su ayudante, quien tuvo el valor de
devolverle la mirada con aspecto inocente y los ojos muy abiertos, sin estar arrepentido
en lo más mínimo.
—No, pero sí deseo ser feliz. ¿Eso es demasiado pedir? ¿Que un hombre pueda
ser feliz en esta vida? Alá dice...
—No te atrevas a citarme un proverbio ahora. No estoy de humor. ¿No te dije,
una y otra vez, que no quiero un harén?
—¿Quién dijo que el harén es para usted? —Rashid colocó una mano contra su
corazón como si la acusación de Adam lo hubiera herido enormemente.
Ja. Rashid no lo engañaba.
—¿Y para quién podría ser este harén? ¿Para el sultán de Bagdad? ¿Para un
califa del desierto?
—¡No, no, no! Para mí.
—Oh, ¿en serio? ¿Y dónde pensabas establecer ese harén? ¿En mi tejeduría de
Northumbria?
Rashid alzó la barbilla tercamente.
—Usted no puede decirme qué hacer con mi tiempo libre. Y si quiero un harén,
y tengo los fondos para hacerlo… cosa que tengo… entonces, es precisamente lo que
haré.
Entonces Rashid salió hecho una furia. Adam no estaba seguro de si la salida
precipitada era porque estaba ofendido, o si solamente quería evitar su ira.
He insultado a mi mejo amigo.
Me he ganado una sombra triple de niños pelmazos.
Bien podría tener que correr por mi vida si el rey muriera.
Me he visto implicado, a pesar de mis mejores intenciones, con una soldado vikinga.
¿Cómo se ha convertido mi vida en un lío tan enredado? Se preguntó Adam
poniendo la cara en sus manos.
¿Qué más podría pasar?
—Tu tío Tykir está aquí —gritó Rashid alegremente, sólo una hora más tarde,
como si nunca hubieran intercambiado agrias palabras.
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Un soldado que hace las veces de guardaespaldas personal de los reyes Escandinavos y de sirviente.
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Adam tuvo que respirar profundamente antes de poder tragar debido al nudo
que tenia en la garganta. Habían llamado a su bebé como a su padre adoptivo, Selik,
quien había sido una especie de un hermanastro político para Tykir.
Cuando Adam fue capaz de hablar, dijo:
—Desde luego, Selik es hermoso. Todos los bebés lo son. Pero no creo que sea
hermoso si se parece a su padre. —Adam observó al infante, sin saber a quien se
parecería a medida que creciera.
Tykir le dio un puñetazo en el brazo, luego alivió a su esposa de su dichosa
carga, colocando al todavía dormido niño en el hueco de su enorme brazo. Adam notó
que el primer hijo de Tykir y Alinor, Thork, estaba trabando amistad con Alrek, quien
era de una edad similar. Aunque tuviera sólo nueve años, Thork ya tenía la reputación
de ser salvajemente travieso. Adam se preguntó que desastres domésticos saldrían de
su asociación con Alrek. ¡El Salvaje y el Torpe! El segundo hijo de Alinor y Tykir, Starri
de siete años, y su tercer hijo, Guthrom de cuatro, ya estaban parloteando con el
hermano de Alrek y sus hermanas.
Alinor fue a tomar un sorbo del hidromiel de su marido, entonces frunció el
ceño hacia Tykir cuando descubrió que la copa estaba vacía.
Ignorando el ceño de su esposa, Tykir le comentó a Adam.
—Bueno, la has fastidiado bien esta vez, ¿verdad?
—Gracias a ti —contestó Adam con un resoplido de disgusto.
—¿A mí? —preguntó Tykir, ensanchando sus ojos con una inocencia que nunca
había tenido, ni un sólo día de su vida.
—A ti. Tú eres el responsable de que la muchacha guerrera me secuestrara y me
trajera a esta tierra dejada de la mano de Dios.
—¿Ella te secuestró? —preguntó Alinor.
—Sí, así es. Me golpeó en la cabeza con una espada y me tiró sobre su hombro.
Alinor y Tykir echaron sus cabezas hacia atrás y se rieron ruidosamente. Como
Adam sabía que harían.
—¿De verdad hizo eso Tyra? ¿Llevarte sobre su hombro? ¿Cómo un saco de
cebada? —Alinor se limpió las lágrimas de risa de sus ojos, pero su cara todavía estaba
hendida con una enorme y burlona sonrisa.
—¿La conoces?
—Desde luego que la conozco. He vivido en este país durante casi diez años.
Ella estuvo en mi boda con su padre y sus hermanas. ¿No la conociste allí?
Adam negó con la cabeza, preguntándose como podría haber pasado por alto
tal… maravilla.
Se giraron todos a la vez para mirar al otro lado del cuarto donde Tyra estaba
hablando con sus hermanas. Era fácil distinguirla. Tyra era una cabeza más alta que
cualquier otra. Y era la única que llevaba calzones. Adam conocía las inseguridades de
Tyra, sobre todo en comparación con sus hermanas y su belleza renombrada, pero
francamente, Adam pensaba que ella lucía diez veces mejor que cualquiera de ellas,
hasta en su atavío masculino, incluso cuando hacía cosas de hombres como rascarse.
¿La miraba Adam con ojos interesados, como hacía Tykir cuándo miraba con adoración a su
pecosa esposa? ¡Vaya, aquel era un pensamiento alarmante!
—De alguna manera Tyra parece diferente —reflexionó Alinor, inclinando la
cabeza a un lado, luego al otro, mientras estudiaba a Tyra.
—Sí, es verdad —estuvo de acuerdo Tykir, una sonrisa burlona tironeando de
sus labios.
¡Aaarrgh! Ya empieza la broma a mi costa.
—Creo que es su pelo enredado y sus, oh, Dios mío, sus labios. —Alinor
intercambió una mirada con su marido.
—Tienes razón, esposa. Como siempre. Si no lo supiera, pensaría que la dama
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soldado ha sido besada y bien. De hecho, sus labios casi parecen, bueno, hinchados por
besos.
Tykir y Ahnor volvieron su atención a Adam.
—Justo como los tuyos —exclamó Alinor con regocijo.
Una vez más, Alinor y Tykir echaron sus cabezas hacia atrás y rieron
ruidosamente.
—¿Labios hinchados por besos, ha dicho? —Era Rashid quien se había acercado
para unirse a ellos. Rashid miró de forma significativa a Tyra, entonces directamente a
la boca de Adam, y asintió con satisfacción. —Ya era hora. Dos años de castidad son
más que bastante para cualquier hombre, vaya. Alá dice...
—¿Dos años? —La sorpresa substituyó la alegría en la voz de Alinor y algo
más… probablemente preocupación.
—¿Castidad? ¿Tú? —Tykir miraba fijamente a Adam, su boca boquiabierta con
incredulidad. Él también parecía un poco preocupado.
—Creo que esto pide una epopeya —oyó Adam anunciar a una resonante voz
detrás de él.
—Oh, no, oh, por favor, Dios, esto no —rezó Adam antes de girase y ver al
gigante vikingo con un parche. —Señor querido, por favor, por favor, por favor, sálvame.
Era Bolthor, el peor bardo escandinavo del mundo.
—Esta es la epopeya de Adam el Menor —comenzó Bolthor.
Alinor y Tykir sonrieron para estimularlo. Adam solamente gimió.
Pero entonces dijo:
—¿Qué es eso de 'Menor'? Siempre dices 'Esta es la epopeya de Tykir el Grande,
' o 'Esta es la epopeya de Runk el Mayor. ¿Por qué yo no tengo 'Grande' detrás de mi
nombre?
—Bueno, Tykir se disgustó mucho cuando descubrió que había llamado a Runk
el Mayor, y...
—No lo estuve —protestó Tykir.
—Sí, sí lo estuviste —discrepó Alinor.
—… y me ordenó que de ahí en adelante no llamara a nadie mayor excepto a él.
—¿De verdad eres así de presumido? —preguntó Adam a Tykir.
—Miente —mintió Tykir enrojeciendo.
—Sí, es así de presumido —dijo Alinor.
—Como estaba diciendo, esta es la saga de Adam el Menor.
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Tykir y Alinor declararon que era el mejor poema que Bolthor había creado
nunca.
—Y hasta rimaba esta vez —gorjeó Alinor.
—Y era largo, también —añadió Tykir, como si esto fuera una ventaja para una
buena epopeya.
Rashid estaba desmayado y juraba que él y el bardo harían música celestial si
combinaban los talentos poéticos de Bolthor con su propio alijo mental de proverbios.
Tyra se había acercado justo cuando Bolthor había comenzado a hablar. Estaba
enrojeciendo bastante, así que Adam asumió que había oído casualmente la epopeya.
Y, sí, sus labios estaban hinchados por sus besos. Adam cerró los ojos y deseó estar de
vuelta en Northumbria donde ser un ermitaño parecía mejor a cada minuto.
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Capítulo 8
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Marrubio: Planta herbácea de la famñilia de las labiadas. Es típica de parajes secos. Sus flores se usan
en medicina.
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Pedo de lobo, hongo de color blanco que en medicina se emplea para restañar la sangre
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casas para matar las pulgas. Esto era algo que Ingrith ya había practicado en su castillo,
que estaba tan limpio que ninguna pulga o piojo se atrevería a entrar.
Hubo muchas dolencias de ojos ya que las casas nórdicas contenían demasiado
humo. Adam sugirió que los ojos fuesen untados con el jugo de hígado de ciervo
asado, y que después el hígado fuese comido. Al parecer, había algún ingrediente en la
carne que era beneficioso para los ojos.
Prescribió menta poleo para las flatulencias de Torgeir y le sugirió que cortara
la cerveza de su dieta durante un tiempo. Torgeir dijo que prefería tener gases en sus
entrañas.
En un tono más serio, un hombre, un pastor llamado Kolbein, vino debido a
dolores en el pecho. Adam le dijo que él no podía curar su problema cardíaco, pero le
sugirió que mantuviera cerca apocino canadiense o asclepia. Una dosis suave de la raíz
en polvo mezclada con agua podría actuar como estimulante cuando el paro cardíaco
amenazara.
Rashid había estado a su lado durante todo el tiempo, con sus instrumentos
médicos, hierbas y ungüentos preparados. Era un ayudante inestimable, y así se lo dijo
Adam.
—¿Eso significa que ya no estás enfadado conmigo por lo del harén?
—Eso depende. Si estás pensando siquiera remotamente en establecer un harén
para mí, entonces, sí, todavía estoy enfadado. Si lo haces por ti, entonces, no, no me
preocupa. Sólo me queda decir que Alá cuide de tu alma demente.
Ambos rieron juntos mientras caminaban codo con codo hacia una puerta
exterior. Era un día hermoso y soleado de octubre, y tenían la intención de aprovechar
el raro calor para dar un paseo por las tierras. Tykir y Alinor se les unieron a lo largo
del camino.
—¿Has visto este lugar? —dijo Adam. —Nunca he visto tantas flores y arbustos
decorativos en toda mi vida. Nunca esperé ver nada como esto.
—Deberías verlo en primavera, —comentó Alinor. —Flores que florecen por
todas partes. Todos los colores del arco iris. Bueno, se vuelve muy bonito entonces.
—Precisamente, —comentó Rafn con un gruñido de repugnancia. Llevaba una
colección de lanzas hacia los campos de ejercicio, bien lejos. —¿Alguna vez has oído
hablar de una fortaleza vikinga que fuera bonita? Es humillante. Somos el hazmerreír
de muchos de nuestros colegas escandinavos.
Alinor se marchó para consultar con Drifa sobre algunas de sus plantas, y el
resto de ellos siguió a Rafn.
—¿Por qué corren en círculos esos hombres? —preguntó Adam.
Había grupos de hombres por todas partes alrededor del campo, trabajando en
varios ejercicios: lanzamiento de lanza, espada, tiro con arco, lanzamiento de cuchillo.
Pero alrededor de la periferia del campo oval, varias docenas de hombres simplemente
corrían a un trote lento.
—Sé la respuesta a eso —anunció Rashid antes de que Tykir tuviera posibilidad
de contestar. —Al parecer los ricos productos de alimentación de Ingrith no sientan
bien al estómago de los vikingos. Tyra afirma que algunos de sus hombres están
engordando. Al parecer le notó algo de panza a Bolli hoy. Ayer se tomó seis pasteles de
grosella. Tyra se alteró mucho y les dijo que si quieren comer como cerdos, van a tener
que correr como caballos.
Adam y Tykir intercambiaron rápidas miradas de diversión.
—Bueno, en realidad tiene razón —dijo Tykir. —Debo admitir que he visto
muy pocos vikingos obesos en mi vida. Y aquellos que lo estaban, a menudo no eran
luchadores.
—Sin embargo, dejemos que Tyra siga con la solución —dijo Adam con humor
mordaz. —Quizás establezca una nueva costumbre.
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—Acaba, Sajón, —se quejó Tyra por al menos la duodécima vez. —Es solamente
una incisión diminuta, te digo.
—¡Ja! Tu incisión diminuta llevará diez puntos, y tengo la intención de coser
una línea tan fina que escasamente vas a ser capaz de ver la cicatriz en tu blanca piel.
¿Crees que dejaría que Bjorn, tu herrero—berserker, te atendiera otra vez? ¡No es
probable!
Estaban en la pequeña solana que había sido asignada para el trabajo médico de
Adam. Adam se había visto obligado a arrastrar a Tyra hasta allí para el tratamiento
contra su voluntad.
—¡No tienes ningún derecho!
—Tengo todo el derecho. Eres la mujer que compartirá las pieles de mi cama...
—Quizás —le corrigió ella.
—Probablemente, —contestó él. —Y no negocié por tener un cuerpo con
cicatrices desnudo en mi cama.
—Eres insufrible.
—Sí, lo soy. Es una de mis mejores cualidades, ¿no crees?
—¡Aaarrgh!
—Asumo que eso significa que sí.
—Cose la maldita herida y termina. Alrek probablemente está ahí fuera
lanzando flechas otra vez, o intentando afilar su espada. Aún mejor, le oí preguntar al
apicultor si podría ayudar a recoger los panales hoy. ¿Sabes cómo tratar picaduras de
abeja?
Vaya, esa era una razón para darse prisa.
—Me gusta tu atavío hoy, —comentó él mientras lavaba la incisión
cuidadosamente con jabón y agua.
—Ahórrate tus palabras sentimentales para alguien a quien le importen.
—Dios, me encanta una mujer de lengua viperina. Hace que uno se pregunte
que más podrá hacer con ella.
Adam vertió una pequeña cantidad de aquella poción escocesa uisge—beatha
sobre el corte para mayor limpieza y para embotar las sensaciones en la piel antes de
que insertara la aguja.
—¡Por el amor del Valhalla! ¿Por qué gastas la poción buena? ¿Tienes la
intención de lamerlo de encima… como el perro que eres?
—Buena idea —dijo él con una carcajada—¿Quieres que lo haga?
—¡No!
Ella estaba sentada en una silla a la mesa y él en otra. Adam le obligó a dejar su
brazo estirado sobre la mesa mientras él comenzaba a coserlo con puntadas diminutas,
tan diminutas que realmente serían casi invisibles. Para distraerla de lo que le hacía, le
preguntó:
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—Bueno ¿y que lleva una mujer guerrera bajo una túnica como ésta?
Adam creyó que diría –Nada—como hacía él con sus trajes árabes, pero, no, la
mujer siempre le sorprendía.
—Una bragueta14.
Él tuvo que reírse de su rápida inteligencia.
—¿Puedo verla?
—Cuando el sol brille en Niflheim.
—¿Eso sería comparable con 'Cuándo el infierno se hiele'?
—Precisamente.
Cuando hubo terminado de coser la herida, actuó rápidamente. La agarró por la
cintura, la tiró sobre la mesa boca abajo y le subió la túnica. Ella gritó como una banshee
e intentó levantarse, pero él tenía colocada una mano firmemente sobre su cuello y el
resto del peso de su cuerpo aprisionaba su trasero. Inclinándose hacia detrás, Adam
notó que no llevaba una bragueta, aunque sí llevaba una especie de taparrabos. Se lo
arrancó para poder examinar la herida de flecha.
—¿Qué estás haciendo?
—Comprobando el tipo de carnicería que Bjorn le hizo a tu nalga. ¿Ves?
Deberías haberme dejado hacer a mí el trabajo. La herida está sanando bien, pero
tendrás una cicatriz de por vida. Sin embargo no te preocupes. Casi parece una
estrella. Realmente atractiva. Creo que debería frotarla con algún ungüento curativo.
Ella emitió un sonido de consternación, luego gritó:
—No te atrevas a poner tus dedos sobre mi trasero.
Él se rió y la dejó ir, saltando hacia atrás al mismo tiempo, sabiendo que ella le
daría un puñetazo en la cara, o le patearía en algún punto tabú, si tenía la posibilidad.
Tyra se enderezó rápidamente y se ajustó la ropa, mirándolo airadamente
durante el proceso.
—Podría matarte por esto.
—Solamente hacía mi trabajo. No debes pensar en mí como en un hombre
cuando hago de curandero.
—¡Ja! No conozco a ningún curandero que se excite cuando ve los brazos de
una mujer, o las piernas, o la...
—¿Cómo sabes que yo estaba… estaba… excitado?
—El color de tus ojos se vuelve más claro, tu nariz aletea, y tus labios se
entreabren.
¿Qué podía decir un hombre a eso? Todo lo que pudo pensar fue –Ah—.
Tyra dio una patada a la puerta y la abrió con tanta fuerza que se estrelló contra
la pared. Justo antes de que se fuera, Adam decidió que él sería quien tendría la última
palabra.
—Una cosa, Tyra, —le gritó a su espalda—Tienes un trasero muy bonito.
14
Codpiece: prenda hecha de distintos materiales que se une a la parte delantera de la entrepierna de los
pantalones de los hombres para proporcionar una cubierta para los órganos genitales. Ver foto:
http://www.mwart.com/images/p/Clothing_Codpiece_Q356_1558.jpg
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Al final del día, Breanne entró al gran salón donde Adam estaba a punto de
compartir una cerveza con Tykir y Rafn. Estaba más loca que un toro en época de celo.
Tiró a los niños en su regazo sin ceremonias.
—Intenta limpiarlos. Y toma nota, Sajón, este fue el último favor que me pides.
Y salió echando chispas. Adam comenzaba a notar que las hijas de Thorvald
eran maravillosas en salir echas unas furias de las habitaciones.
Adam, Rafn y Tykir miraron a los niños atentamente. Estaban cubiertos de la
cabeza a los pies con fango y paja… hasta la pequeña Besji. Al menos no tenían heridas
que él pudiera ver. Aquellos días tenía que agradecer aquel tipo de pequeñas
bendiciones.
Por supuesto, Tykir, se estaba riendo ruidosamente… incluso cuando captó un
vistazo de una sonrisa blanca y diabólica bajo la gruesa capa de embadurnamiento
sobre uno de los rezagados y descubrió a su propio hijo, Thork. Adam dudaba que
Alinor se divirtiera tanto.
Para colmo, Bolthor se acercó, captó la escena con su ojo bueno, y anunció:
—Adam, me das las mejores ideas para epopeyas nuevas. Creo que esta la voy a
titular 'Como Adam el Gallo se Ganó una Camada. '
Thorvald despertó por la tarde, sintiéndose débil como un bebé recién nacido.
¡Pero vivo! ¡Alabados fuesen los dioses!
—Bebida, —dijo apuntando a su boca.
Rafn, el único en la alcoba, pegó un salto, asustado.
—¡Está vivo! ¡Está vivo!
Thorvald se habría reído si no hubiera estado tan débil como orina de dragón.
En cambio, chirrió:
—Desde luego que estoy vivo, idiota. Ahora dame un poco de agua.
Rafn alzó ligeramente la cabeza del rey de la almohada y luego acercó una copa
de agua a sus labios secos.
¡Agua! ¿Qué tipo de bebida era esa para un señor vikingo? Pero no tenía fuerzas
para discutir, y en realidad el agua sabía maravillosamente deliciosa.
Se dejó caer contra la almohada y dijo con voz ahogada:
—¿Qué ha pasado?
Rafn se le contó,
—Fuisteis golpeado en la cabeza con una maza por esa rata danesa de Ivan el
Feo. Al parecer se os hinchó el cerebro, y habéis estado inconsciente durante semanas.
Todavía no lo entendía. Levantó una mano temblorosa hasta su cabeza
palpitante, donde unos paños de lino parecían cubrir alguna herida.
—Adam el Curandero fue traído aquí desde las tierras sajonas. Ayer por la
mañana os taladró un agujero en el cráneo para aliviar la hinchazón. Parece que
funcionó.
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que hizo que sus pecas destacaran como manchas de herrumbre sobre su piel ahora
rosa marfil.
—¿De verdad? —Sus hermanas estaban claramente impresionadas.
—Las plumas están implicadas en uno de ellos… y un traje de harén sedoso en
otro, completado con campanas… pero podemos hablar sobre esto más tarde.
Los hombros de las hermanas cayeron con decepción. Claramente, hablar sobre
sexo era un tema de eterno interés para las mujeres.
—Creo que deberíamos ir paso a paso. Tyra sospechará si intentamos que haga
demasiado tan repentinamente, —sugirió Breanne.
—Sí, y no podríamos lograr cada parte del plan. ¿Podría ser un objetivo
demasiado alto… o es un objetivo codicioso15? —dijo Vana con una sonrisa burlona. —
Así que sí, paso a paso.
—¿Cuándo comenzaremos? —preguntó Drifa, frotándose las manos
maliciosamente.
—No tiene sentido esperar —declaró Ingrith.
Todas asintieron con entusiasmo.
—Entonces estamos de acuerdo. Paso primero. Atavío femenino.
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En inglés: lusty goal, que bien podría ser un juego de palabras con el vocablo del que deriva lusty, lust,
que significa lujuria a la vez que codicia.
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—La razón por la cual creo que necesitas nuestro experto asesoramiento es
porque no estás haciendo ningún progreso con Lady Tyra, —continuó Tykir, como si
Bolthor no acabara de soltar uno de sus horrendos poemas.
Adam sospechaba que Tykir había recibido el impacto de muchas de las sagas
de Bolthor, y por lo tanto ya no lo desconcertaban.
Rafn levantó el índice para atraer su atención.
—No olvides el beso. Justo aquí, en el gran salón, la besó. En los labios.
—¿Estás bebido? —preguntó Tykir a Rafn.
—Probablemente, —contestó Rafn. —¿Lo estás tú?
—Probablemente.
—En realidad no fue un beso, —protestó Adam. —Solamente un pequeño roce
breve de los labios. No cuenta como un beso verdadero, a mi modo de pensar.
—Aaah, pero olvida el otro beso, —interpuso Rashid.
—¿El otro beso? —preguntaron Tykir, Rafn, y Bolthor.
—Sí, Alrek me lo contó todo. Al parecer se permitieron besos más intensos en el
banco junto al pozo, y estaban en posición horizontal, si entendéis lo que quiero decir.
Adam deseó que dejaran de discutir como si él no estuviese allí.
—¿Pero, besar, sobrino? ¿Eso es todo lo que has conseguido? ¡Tsk—tsk! Pareces
haber perdido tu destreza, muchacho mío.
—En realidad, escribí una epopeya una vez sobre un hombre vikingo que había
perdido su destreza. No recuerdo que escandinavo era. Ah, ya lo recuerdo, —
reflexionó Bolthor, luego miró directamente a Tykir.
Ahora fue el turno de que Tykir se retorciera en su asiento.
—¿Qué os hace pensar que quiero seducir a Tyra? —dijo Adam. —No estoy en
el mercado de esposas.
—¿Quién dijo nada sobre una boda? —se mofó. Tykir —Nos referimos a un
lecho, no a una boda. Y, como buen escandinavo que soy, pues bueno, siempre estoy
dispuesto a compartir mis secretos.
—Rashid, trae tu pergamino y una pluma. Haremos una lista, —sugirió Rafn.
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Capítulo 9
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Fráncico proviene de franco. Los francos eran un pueblo germánico.
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¿Mi dama? ¡Aaarrgh! Ella no es mi dama. No tengo ningún derecho de estar orgulloso
de ella. ¿Cómo puede ser mi dama si soy un imbécil? Mi cerebro se está haciendo pedazos. No la
mires. ¿Cómo que no puedo mirarla? Oh, Dios, es tan grato mirarla.
—¿Dónde están mis hermanas? —fueron las primeras palabras que salieron de
su boca, y fueron dirigidas hacia él.
—¿Huh? —contestó, incapaz de mover su mirada de la enorme extensión de
piel que le atraía por encima de sus pechos. Sacudiendo su cabeza para intentar
aclarársela, miró a un lado y a otro, notando que Alinor y las hermanas de algún modo
habían desaparecido.
Ah, ahora lo comprendió. Ellas eran las responsables de la notable
transformación de Tyra.
—Siéntate, —exigió él, forzándola a que tomara asiento a su lado. —Estás
haciendo una escena.
—No será nada si la comparamos con la que voy a hacer cuanto ponga mis
manos sobre mis cuatro hermanas y cierta dama.
—Debías de agradecérselo —dijo, poniendo una copa de aguamiel en sus
manos. Necesitaba un buen trago, no que él le dijese esto.
—¿Y por qué dices eso? —preguntó ella con bastante frialdad.
—Te ves hermosa. Lo habrán hecho de broma, con el propósito de que así tú te
des cuenta de lo hermosa que eres.
—Eso es mierda de cerdo pura. No soy hermosa, y vestir ropas femeninas no lo
hara así. Pero esto es irrelevante. Soy demasiado alta para estas magníficas prendas
femeninas. La gente se está riendo de mí detrás de sus manos, con toda seguridad.
¿Cómo puedo llevar a mis hombres a la guerra vestida de este modo? —Agitó su mano
con aversión hacia la parte delantera de su cuerpo. Entonces ella se bebió el contenido
de su copa en un trago largo, eructando fuerte, y moviendo su mano para que se la
volvieran a llenar.
Adam apenas pudo reprimir una sonrisa burlona.
—Mientras sigas eructando y rascándote, dudo de que alguna vez tengas que
preocuparte por tu apariencia demasiado femenina ante los demás señores. Y, además,
¿No podrías llevar puesta ropa de distinta clase para tareas distintas… como Breanne
hace?
—Entonces, ¿Has notado el cambio de ropa en Breanne? —Hizo esa pregunta
como el que no quiere la cosa, pero él podía decir que si le importaba… especialmente
cuando ella se tomó otra copa de un trago e hizo señas para que le sirvieran otra más.
¿Era agonía lo que había aparecido en sus ojos? Él esperaba que sí. Le gustaba
la idea de que Tyra tuviera celos.
—Noto a todas las mujeres. Me gustan las mujeres, pero...
—Si te gustan las mujeres... ¿Por qué has permanecido casto durante dos años?
¿Todos tenían que hablar de su vida sexual? ¿Todos tenían que analizar y
sondear en sus emociones? Tal vez podría decírselo, o ella nunca le dejaría en paz. Con
un suspiro profundo, se lo reveló,
—Eso es por que yo estaba de luto… por mi hermana, Adela, quién murió hace
dos años. La amé más que a nadie en el mundo, pero no pude salvarla. No permanecí
casto por un objetivo. No era por ningún voto o algo así. Solamente, no estaba
interesado. —Él se encogió de hombros, incapaz de añadir mas, dejando solo los
hechos desnudos.
Tyra pareció entenderle. Colocó una mano sobre su antebrazo y se lo apretó con
conmiseración. No era su compasión lo que él queria, pero fue reconfortado al ver que
ella le entendía y se mantenía silenciosa por su pena.
¡Ya basta de tristeza!
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miraba fijamente como ahora… con la misma intensidad salvaje que un gato… un gato
grande, era más estimulante que amenazador.
Finalmente, estaba el tacto. ¿Cómo podría hacer que algo tan suave como una
pluma sobre sus labios o la ligera presión de sus dedos en su brazo hiciera que sus
pechos se hincharan y su sexo le doliera?
Durante días, Tyra había luchado contra todas estas emociones… signos de
debilidad femenina, de eso estaba segura. Pero ahora que parecía saborear su
feminidad, estaba a punto de entrar de buen grado en la guarida del lobo.
Se inclinó hacia delante, de manera que sus pechos presionaran contra su
pecho, colocando sus manos detrás de su cuello. Él era sólo unas pulgadas más alto
que ella; encajaban el uno con el otro. Muy bien.
Él la miró fijamente, sin decir nada. Sin hacer nada. Él le estaba permitiendo
dirigir este juego. Pero ella vio por la tensión de su mandíbula y por los espasmos de
los orificios de su nariz que él no era inmune, y esto la hizo controlar sus nervios. Bien,
tenia que admitirlo, los tres aguamieles que se había bebido probablemente también la
habían hecho controlar sus nervios.
Al principio, solamente colocó sus labios contra los suyos, se movió,
reacomodándose antes que consiguiera la posición deseada. Entonces se apretó, y se
movio, y apretó.
—Tyra, —dijo él contra su boca.
—¿Qué? —preguntó ella distraídamente, deseando reanudar sus exploraciones.
—Se supone que debes cerrar los ojos.
—¿Yo? ¿Entonces cómo voy a saber que pasa?
Él se rió, y sintió la ondulación deliciosa de su alegría contra su boca. Otra
nueva sensación. Le gustaba esta.
—Siente el beso. No lo mires. Siéntelo.
—Oh, ya veo. —Ella perfilaba los contornos de sus labios con la punta de su
lengua mientras hablaba. Pensó que él hizo un gorjeo… de placer, al menos eso
esperaba. Pero entonces otro pensamiento le vino espontáneamente. —¿Cómo sabías
que mis ojos no estaban cerrados? ¿Estaban los tuyos abiertos? Eso no me parece justo.
Él se rió otra vez, causando más de aquellas maravillosas ondulaciones contra
su boca, especialmente cuando él mordió su labio inferior con los dientes. —Solamente
estaba comprobándolo.
Y entonces cerró los ojos, y él cerró los suyos (ella lo comprobó), y el beso fue
mucho mejor, tal como él había dicho.
Sus anteriores besos todavía estaban impresos en su mente, e intentó
recodarlos. Moviendo su boca contra la de él. Lamiendo sus labios. Mordiéndolos
ligeramente. Sumergió su lengua dentro de su boca y casi se desmayó por la intensidad
de su placer. Él debía de estar casi por desmayarse también, si sus gemidos eran una
indicación. En algún punto, ella no pudo decir cuando, Adam empezó a participar en
los besos. No encargándose exactamente. Pero sí dando y tomando. Jugando. Le gustó
eso. De hecho, comenzaba a gustarle en exceso este hombre.
Él estaba tan aturdido como ella por este increible ejercicio de besos, por lo que
ella no notó cuando él empezó a aflojar el cordón de su vestido, que se cerraba
alrededor de su cuerpo sobre el abdomen y las caderas. Cuando sintió el aire sobre sus
pechos desnudos, ya era demasiado tarde.
¿Cómo podía una mujer resistirse a la mirada hambrienta de un hermoso
hombre cuando este miraba su cuerpo?
—No te muevas, —le pidió mientras tiraba del escote y las mangas de su
vestido hacia abajo por su cintura y sus muñecas respectivamente. La verdad, no
podría haberse movido ni aunque hubiera querido; ya que estaba atrapada por los
límites del vestido.
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Luego, él tocó sus pechos. Ligeramente. Con las yemas de sus dedos él remontó
los globos redondeados, hasta las aréolas rosadas, abarcando sus endurecidas puntas.
—Tan hermosa. Tan hermosa, —susurraba.
El placer era más de lo que podía aguantar. Arqueó su cuello, e instintivamente
presionó sus pechos hacia delante, para que recibieran más atenciones. Él se las dio, y
más de las que alguna vez hubiera esperado. Ahuecando sus pechos por debajo, los
levantó, apoyándose, tomó el hinchado pezón derecho en su boca y chupó
profundamente.
Con un quejido, ella se hundió en la paja. Él fue con ella, sin dejar que escapara
su pecho de su boca. Una y otra vez, amamantó su pecho con un ritmo que era una
deliciosa agonía, alternando el chupar con un pellizco ocasional con sus dientes o un
rápido movimiento de su lengua.
Entonces, él levantó la cara, prestándole atención e igual castigo a su pecho
izquierdo.
Tyra sintió como si flotara, flotara, flotara hacia Valhalla… o algún cielo
desconocido.
Pero en mitad de su excitación sexual, comprendió que lo que había
comenzado como un juego de besos por su parte, se había convertido en algo
totalmente diferente. Era la única que estaba obteniendo placer, mientras que Adam no
cosechaba ninguna recompensa.
Respirando profundamente para aclarar un poco su excitacion, le agarró la
cabeza por los dos lados, tirándole del pelo, levantándole de su cuerpo para así poder
ver su cara.
Sus ojos estaban vidriosos por la pasión, con la boca mojada y jadeante.
—¿Qué? —preguntó él con voz ronca. —¿No te gusta lo que estoy haciendo?
Su instinto le decia que negara sus sentimientos, pero fue honesta, y lo
admitió,
—Me gusta lo que me haces, pero… pero… bueno, es tan unilateral.
Sus ojos se agrandaron por la sorpresa, hasta que finalmente lo entendió.
—Ah, dulzura, ¿Es que no lo sabes? La pasión de una mujer es el mayor placer
para un hombre.
—¿De verdad?
Asintió con la cabeza y empezó a incorporarse.
—Sin embargo, me alegro de que me parases. Perdí el control.
Incorporándose también, empezó a ajustarse el vestido. La decepción resonó
como una campana de entierro. Él no la quería después de todo.
—¿Perder el control es bastante malo?
Él giró su mirada hacia ella y rió suavemente.
—No, perder el control es bueno… en una situación idónea. Pero no tengo
ninguna intención de tomarte la primera vez en el suelo de un establo.
¿Tomarme? A Tyra no le gustó como sonaba eso.
—¿Qué te hace pensar que me tomarías? Quizas sería yo la que te tomaria a tí.
Él sacudió sus manos en el aire.
—Eso me viene igualmente bien a mí.
Entonces los dos se levantaron, ayudándose a ponerse la ropa derecha,
quitando alguna arruga y retirando trozos de paja.
—¿Quieres llevarte tu mascota al castillo contigo? —pregunto Adam.
—¿Qué mascota?
—El gatito.
—Adam, —dijo ella soltando un largo suspiro, —¿Por qué tengo que seguir
recordándotelo? Soy un soldado. Debo planear los ataques. Tener un gatito
siguiéndome los pasos no me daría seriedad en mi cometido.
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parecía normal… o tan normal como un hombre podría estar, con un agujero en su
cabeza.
Él dio un paso alejándose de la cama y dijo,
—Me quedaré con él durante unas horas. Puede que despierte mientras estoy
aquí. Me gustaría ver como reacciona.
—Uh, Maestro, ¿Sabe que la gente está haciendo cola para obtener sus servicios
médicos? —le informo Rashid.
—Como dije, permaneceré aquí unas horas. Esta tarde atenderé a algunas
personas, —dijo firmemente. —Por favor, Rashid, que no sean demasiadas, por ahora.
—Había un mensaje oculto en su última declaración… una súplica hacia su ayudante
para que entendiera que él tenía que ir despacio en la práctica médica… que todavía
tenía dudas para llevarla a cabo.
Rashid asistió.
Aunque nadie se marchó enseguida. Él y Rashid recogían sus instrumentos,
dejando a un lado los artículos que deberían ser destruidos y los que deberían ser
hervidos para utilizarlos de nuevo.
—¿Planeas casarte con Tyra? —pregunto Rafn a bocajarro.
—¿Huh? —Ahora, da una respuesta realmente inteligente. —Te has sobrepasado,
Rafn.
—Sé que te sientes atraido… no intentes negarlo. Y, si me sobrepaso, es por una
buena razón. Quiero casarme con Vana. Llevo cinco años esperándola. Y la única razón
que se interpone en nuestro camino es Tyra.
—No es responsabilidad mía preparar el terreno a las parejas de enamorados.
—No puede ser tu responsabilidad, pero si tienes la intención de casarte con
nuestra lady, entonces si, apreciaría el saberlo. Por el Santo Thor, hombre, ahorraría
angustia a las hermanas de Tyra y a muchos guerreros Stoneheim si tu pudieras
quedártela.
—Esto no dice mucho de Tyra, ¿no crees? Ella ha sido una buena señora para
todos, en el lugar de su padre, ¿Y es así cómo se lo agradeces? Haciéndola sentir menos
que una mujer… y menos que un líder. ¿Alguien le ha preguntado a Tyra lo que ella
quiere?
La habitacion quedó en un silencio atronador.
Finalmente Tykir hizo notar,
—¿Estás defendiendo a la moza? Uh—oh. Me parece serio.
—Creo que escribiré una fábula sobre los hombres que no saben lo que ellos
quieren, —dijo Bolthor.
—Creo que te lanzaré al foso, —replicó Adam.
—Creo que me gustaría verte intentarlo, —contestó Bolthor.
—Hay un proverbio famoso que le viene que ni pintado a todo esto: 'Triste es el
hombre que busca latón por todo el mundo y encuentra oro en su propia tienda', —dijo
Rashid.
—¿Qué diablos significa eso? —gruño Adam. —Vaya, no importa. —Se volvió
hacia Rafn. —En respuesta a tu pregunta, no, no tengo ninguna intención de casarme
con Tyra… o con alguna otra mujer. Puedo entender perfectamente como debe de
sentirse Tyra, con cada uno de vosotros quejándose todo el tiempo. Nunca quise volver
a ejercer la medicina y sin embargo aquí estoy, en medio de una enfermería, con una
cola de enfermos que nadie sabe donde acaba. Recibiendo opiniones por un lado,
opiniones por otro, todos decidiendo sobre mi persona. Ahora quieres iniciarme en el
matrimonio. Bien, pues ya he tenido mas que suficiente. ¡Todos fuera de aquí y
dejadme en paz!
Las mandíbulas de los cuatro hombres quedaron colgando despues de su
arrebato. Pero al menos, captaron el mensaje y se marcharon con un pasmoso silencio.
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Una vez que ellos se fueron, Adam se dio la vuelta hacia la cama. Él podría
haber jurado que había una sonrisa sobre los labios del anciano.
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Capítulo 10
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Adam se dirigía hacia el solar justo antes del mediodía, cuando vio a Tykir y
Bolthor acercándose a él.
Se había sentado con Thorvald durante tres largas horas, y ni una sola vez se
había despertado el rey, para consternación de Adam. Y ahora era el momento de
tratar a algunos de sus otros pacientes.
—Adam, quiero darte algún que otro consejo masculino, —dijo Tykir, a la vez
que caminaba junto a él. Bolthor niveló su zancada a su lado.
—Marchate, tío.
—He tenido muchos más años de experiencia con mujeres de los que puedes
tener tú, y créeme lo que te digo, el espécimen femenino es difícil de entender.
Deberías de escucharme, —expuso Tykir.
—Marchate, tío.
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—Antes de Alinor, tenía reputación de ser un buen amante. Incluso ahora, estoy
seguro de que Alinor me respaldaría sobre este tema… si la atrapas en un día bueno,
claro.
—Excepto por aquel tiempo en el que perdiste tu destreza, —le recordó Bolthor
a Tykir.
—Los dos, marchaos. No quiero ni necesito vuestro consejo.
Tykir ignoró completamente sus protestas y siguió con el tema.
—Ya sabemos que dominas el arte de besar a una simple moza, como fue
evidente antes de esta última noche. Y ya sabes la importancia de atrapar a la moza
sola, también lo sabemos basado en esta ultima noche. Debes actuar rápidamente para
seducir a la moza, por que si su padre se entera… en ese caso, te verías obligado a un
matrimonio forzado por comprometer a su hija. Realmente, si el rey vive o muere, esto
hace que tus posibilidades de caer sobre sus pieles de cama disminuyan con cada día
que pasa.
Gracias a Dios ellos no saben sobre el pacto que he hecho con Tyra. Estaré en las pieles
de su cama, seguro. Bueno, yo estoy bastante seguro.
—Hemos decidido que debes dirigirle mas miradas ardorosas a Tyra, —dijo
Bolthor.
—¿Quién sois vosotros?
Tykir agitó una mano de manera confiada.
—Yo, Bolthor, Rafn, Rashid.
—¿Habéis estado hablando sobre mi vida sexual entre vosotros? ¿No tenéis
nada más que hacer con vuestro tiempo?
—Nos preocupamos por ti —dijo Tykir. Y probablemente era cierto lo que
decia.
—He escrito un poema para aconsejarte, —añadió Bolthor. Y aquella expresión
soñadora que cubrió su cara le indicó que otro poema horrible estaba a punto de salir
de sus labios.
Tykir sonreía abiertamente ante la incomodidad de Adam antes de que Bolthor
le dijera,
—Podrías aprender de esto, tu también, Tykir.
Tykir se sonrojó. Él, realmente se sonrojó.
—Lo he llamado 'Las Reglas Viriles del Amor.'
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durante más de un día, y atendiendo a los heridos… algunos de ellos tendrían que ser
llevados a Stoneheim para un cuidado más experto.
Era tarde aquella noche, cuando montaron sus caballos yendo despacio hacia
Stoneheim, agotados y con el humor sombrío. Fagrfjord estaría seguro por el momento,
pero había mucho por lo que reflexionar en cuanto a Stoneheim y sus enormes
posesiones. Irónicamente, los proscitos escandinavos no tenían ningún interés en la
tierra, no en esta zona tan lejana en el norte, porque era salvaje y la tierra demasiado
dura para cultivar, sobre todo para los holgazanes perezosos como eran estos
sanguinarios. Ellos estaban más interesados en el tesoro, o en los animales, o en la
gente para venderlos como esclavos, y de todo esto en Stoneheim había en abundancia.
Había luna llena esta noche, y cuando la larga línea de su séquito hizo su
camino a casa, desde el puente levadizo y en el patio, ella pudo distingir a alguien
claramente.
Adam.
Él la estaba esperando.
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En el original “garderobe”, letrina, retrete o excusado.
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—¡Qué vergüenza, Tykir! Methought sabría esto mucho mejor. Las mujeres
nunca contestan a una pregunta cuando lo haces directamente.
—Vaya, es verdad.
—Ahora, ¿qué piensas de la mecha ardorosa que hay entre mi hija Tyra y tu
sobrino Adam?
—Es poco lo que tengo que decir, Thorvald. Es lo que ellos quieren. Te diré esto:
la savia de la lujuria fluye bastante entre esos dos.
El rey aplaudió con sus manos alegremente.
—¡Perfecto! ¡Perfecto! Todo según el plan.
—¿Qué plan? —pregunto Tykir, preguntándose si el rey habría escuchado el
plan que Rashid, Rafn, Bolthor y él habían ideado para Adam, pero no, eso era
imposible.
El rey no le contestó. En cambio le pidió,
—Envíame al bribón de Rashid. No le digas que estoy despierto. Sólo dile que
es su turno de presentarle sus respetos al rey.
—¿Por qué querría al árabe aquí?
—He oído murmuraciones extrañas sobre un harén. ¡Un harén, justamente! No
habrá ningun harén en Stoneheim… a menos que me pertenezca a mí, claro.
—Así que, cuéntame algo sobre tu maestro, Rashid. ¿Qué es lo que le gusta?
Rashid se sentía honrado por tener la confianza del rey, sobre todo por que era
el único rey en el que había confiado.
—Mi maestro, Adam, es un buen hombre. Honorable. Pero estos dos últimos
años han sido duros para él, ya que ha perdido a su hermana. Antes de esto, él era un
aventurero, lleno de vida e ingenio. Ahora, es sombrío y solitario. Pero creo que esta
cambiando a su antiguo yo, día tras día.
—¿Gracias a mi hija?
Rashid estaba sorprendido de que el rey supiera tanto sobre la relación en vías
de desarrollo entre Tyra y Adam —y esto era en desarrollo, no importaba cuanto
protestara cualquiera de los dos. Una persona tendría que ser ciega, así como sorda,
para no ver que algo se estaba creando entre aquellos dos.
—Ellos luchan contra la atracción poderosamente, —le dijo al rey, —pero ya
sabe lo que se dice, 'La lujuria es la criada del amor.'
—¿Eh? —Entonces el rey agitó una mano como si esto no importara nada. —
¿Me irás informando? ¿ Serás mis ojos y mis oídos? ¿Y mantendrás mi condición en
secreto?
A todo esto, Rashid asistió con la cabeza y contestó,
—¡Lo juro por los pies de Alá!
Pero lo que él pensaba era que, a Tyra y a Adam les iba a caer algo muy grande
sobre sus cabezas, y no sólo porque la lujuria estaba en el aire, sino porque el rey
agitaba su dedo al viento.
—Ahora, mi amigo árabe, dime como crea uno un harén.
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Capitulo 11
18
Warrior: Significa guerrero
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—Es difícil saberlo. Esa muchacha tiene aún las caderas estrechas de una niña,
y el bebé es muy grande. Además, lleva ya quince horas de parto, y nada. —Se encogió
de hombros. —Si Dios quiere, sobrevivirá.
Tyra notó que a Adam le importaba más de lo que dejaba entrever.
—Siento que estés metido en todo esto. Ya sé que no querías volver a practicar
la medicina, y aquí estás, tratando no sólo a mi padre, sino a todos los demás también.
No tienes por qué ayudar a Dagma. Deja que la comadrona se encargue de ella... o el
Padre Efrid.
—Debo hacerlo
Ella frunció el ceño, sin entender.
—Le prometí a Dagma que estaría con ella hasta el final
—Y tus promesas son sólidas como una roca
—Incluso las rocas se pueden romper, y en el pasado no siempre he cumplido
mis promesas, milady. No me coloques en un pedestal que no me corresponde
Tyra recordó entonces lo que Rashid le había contado sobre Adam y su
hermana muerta, Adela. Sintió piedad por Adam, pero sabía que tenía mucho orgullo
y que no apreciaría ninguna muestra de compasión.
—¿No deberías estar ahora con Dagma?
Él asintió.
—El niño no saldrá aún en varias horas, aunque el conducto ha empezado a
abrirse por fin
—Ojalá sea así. Te deseo suerte, médico
—Y yo a tí, soldado
Se hicieron una mutua inclinación de cabeza.
La conversación parecía haber terminado, pero los dos se quedaron mirándose.
Finalmente, él dijo:
—Somos tan diferentes. Tú derramas sangre, y yo le cierro el paso.
—No puede haber un futuro en común para los que son como nosotros —
asintió ella, adivinando su significado oculto. Pero a continuación le preguntó: —
¿Nunca has matado a nadie, Adam?
Él se quedó mirándola durante un largo instante.
—Sí.
—¿En más de una ocasión?
Él rió sobriamente.
—Sí, Tyra, en más de una ocasión, y ni la segunda, ni la tercera, ni la cuarta vez
me gustó más que la primera.
—Tampoco es que a mí me guste, pero es parte de mi vida
—No te estoy juzgando, Tyra, de verdad. Es sólo que hemos escogido caminos
diferentes
Ella asintió, comprendiendo.
—Y jamás volverás a acabar con la vida de nadie.
—Yo no he dicho eso.
Ella arqueó las cejas, interrogante.
—Si necesitara defenderme, lucharía hasta la muerte. Si las vidas de Tykir y
Alinor, Eirik y Eadyth, o sus familias estuvieran en peligro, no dudaría en tomar la
espada —Extendió la mano y le alzó la barbilla, para que le mirase a los ojos. —Mataría
sin pensarlo por salvarte.
Tyra se sintió conmovida por su afecto, pero seguía siendo un hecho que eran
polos opuestos. Suspiró. No había esperanza para la atracción que vibraba entre ellos.
—¿Querrás aceptar mi escudo de Lobo Valeroso como un regalo? —preguntó
Adam, mirando el escudo que ella sostenía aún en la mano. —Perteneció a mi
padrastro, Selik. Él decía que daba mucha suerte en la batalla.
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Ingrith olfateó el aire de la mañana, notó la escarcha en las hierbas del jardín de
la cocina y unas cuantas nubes que anunciaban nieve. Signos claros de que el invierno
casi había llegado.
Satisfecha, lanzó un grito sonoro de —¡Día de matanza!—en el gran salón
donde todo el mundo estaba desayunando.
No le impresionó lo más mínimo el igualmente sonoro gemido general, ni el
hecho de que unos cuantos jóvenes intentaran escapar (inútilmente).
Tyra, Rafn y un centenar de soldados estaban de patrulla. Adam y Rashid
estaban ocupados en asuntos del médico. Pero todos los demás estaban obligados a
seguir la llamada a las armas de Ingrith.
Sólo estaban a principios de octubre, pero ya helaba por las noches. Pronto los
días empezarían a acortarse. De hecho, tan al norte, había largos períodos de tiempo en
que la luz diurna duraba sólo una o dos horas. Y hacía un frío tan intenso que una
persona no podía aventurarse fuera a menos que se cubriera con numerosas capas de
pieles.
Era una tierra dura, pero a los vikingos les iba bien.
Durante aquel día, todos los de Stoneheim, sin tener en cuenta la edad, excepto
los que estaban de guardia, tuvieron que ayudar en la matanza otoñal de los cerdos...
un centenar de cerdos engordados en los campos. Al final, los animales colgarían por
las patas traseras de los largos travesaños de madera alzados en trípodes que había
construido Breanne. Los maderos se extendían por todo lo largo de uno de los campos
lejanos. Ya estaban listos los enormes calderos de agua hirviendo para escaldar la piel y
luego rascarla, y preparar a continuación los varios platos que se saborearían en las
lejanas noches de invierno.
Era un proceso oloroso y desagradable, pero necesario para subsistir en los
meses de invierno. Ya habían almacenado heno para hilar. Se había cortado ya una
enorme cantidad de leña para las muchas chimeneas. Se habían hecho conservas de
frutas y verduras. Cientos de pescados se habían secado o salado. Había mucho por
hacer antes de que la nieve y el hielo los aislaran del resto del mundo, pero la matanza
del cerdo no podía esperar.
Al final de aquel largo día, cada porción de los cerdos se había aprovechado,
incluso las lenguas y los sesos. Las pieles se secarían para obtener cuero. Las patas, los
lomos y los costados se habían cortado y salado. Las orejas, cabezas, y patas hervirían
durante muchas horas, y luego se trocearían y se pondrían a remojo para que se
hicieran gelatina, y a rodajas sería una delicia… una delicia a la que había que
acostumbrarse, decían algunos. Los intestinos y el estómago se limpiaban y utilizaban
para hacer salchichas. La grasa que se acumulaba en la parte superior del líquido
hirviente se recogía y guardaba para cocinar, o para hacer jabón.
Realmente aquel día hacía un aire frío, pero la gente había entrado en calor y el
sudor goteaba de sus rostros. Al final de la tarde, todo el mundo se sintió satisfecho
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por el trabajo bien hecho, pero tanto los niños como los hombres y las mujeres estaban
sucios y grasientos.
Debido a la cantidad de gente que necesitaba bañarse, los baños y saunas se
reservaron primero a las mujeres y luego a los hombres.
Fue allí cuando Ingrith pudo por fin descansar junto a Breanne, Vana, Drifa, y
Lady Alinor. Desnudas, las mujeres se sentaron sumergidas hasta el cuello en el agua
burbujeante del manantial natural que brotaba del fondo de los estanques de rocas.
Después de quitarse el jabón, se trasladarían al estanque de agua fresca y clara de la
sala contigua. También había una sauna aparte, para los que querían.
—Bueno, una tarea hecha. ¿Qué hacemos con la siguiente? —preguntó Ingrith
con un largo suspiro de satisfacción.
—Ingrith, por favor. Si sugieres otra matanza, como la de las ovejas, creo que
voy a vomitar —dijo Breanne.
Ingrith se rió.
—No, esto es un trabajo muy diferente. Tyra
—¡Aaaaahhhh! —Dijeron las otras damas
—Recomiendo que pasemos directamente a la última parte de nuestro plan. Los
celos. Adam tiene que ponerla celosa —sugirió Vana. —Pero no podemos pedirle
ayuda a él. Es tan malo como ella
—Ya sé cómo hacerlo —dijo Drifa —¡Lo haré yo!
—¿Tú? —preguntaron las otras damas, escépticas.
—¡Yo! Que sí, será perfecto. Iré a Adam para hablar de mis flores y mis plantas.
Le pediré consejo sobre cómo usar mis hierbas para fines medicinales. La verdad es
que quería hacerlo hace tiempo, de todas formas. Y entonces puedo mencionarle a Tyra
de pasada que como no está interesada en una relación duradera con él, voy a ir yo a
por él. ¿Qué os parece?
—Podría funcionar —Alinor se dio unos golpecitos en la barbilla, pensativa.
—Tengo que ir a por mi niño, y encontrar a Thork y limpiarle la boca por esa palabrota
que ha estado enseñándoles a todos los niños de Stoneheim hoy, pero antes voy a
añadir algo. Las mujeres llevan toda la vida revoloteando alrededor de Adam. Tyra
sabe que es un hombre atractivo. Para ponerse celosa tiene que creerse que Adam
siente lo mismo por la otra persona. Así que la sugerencia de Drifa puede funcionar. A
Adam le encanta hablar de sus hierbas y parecerá interesado —Al oír un bebé que
lloraba en la habitación contigua, Alinor se alzó del agua, con los pechos pesados por la
leche, y cogió una túnica.
—Yo puedo ofrecerle trozos apetitosos de la comida —se ofreció Ingrith. —Ya
sabéis, darle un trato preferencial.
—Y yo podría pedirle consejo sobre como construir un hospicio aquí en
Stoneheim —dijo Breanne —. Sé que tendría mucho interés en hablar conmigo de eso.
Tyra no tendría por que saber el tema de nuestra conversación
Todas asintieron.
Vana preguntó:
—¿Qué puedo hacer yo?
—Nada —dijeron las otras a coro. —Tyra jamás creería que tienes ojos para
Adam cuando Rafn está cerca.
—Pues entonces, ¿creéis que podría conseguir que alguna otra mujer nos
ayudara? —preguntó Vana, sin perturbarse por la acogida de su sugerencia.
Las cuatro lo pensaron largamente.
—Es mejor que lo mantengamos entre nosotras —dijo Ingrith, y todas
estuvieron de acuerdo, sobre todo cuando añadió: —Es nuestro secreto.
—Me parece que es hora de ir a casa, a Dragonstead —le dijo Tykir a Bolthor
cuando cabalgaban de vuelta a Stoneheim. Las patrullas habían terminado pronto y
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volverían para disfrutar de un cuerno de cerveza al caer la tarde. —Me estoy volviendo
demasiado viejo para toda esta tontería. Cabalgar de aquí para allá, congelándome la
nariz, los dedos de los pies, y posiblemente otras partes del cuerpo mucho más
importantes. Fingiendo pasármelo en grande, cuando lo que preferiría es descansar
junto al fuego y mecer a mi pequeño en las rodillas.
—Aún no tienes la barba gris, amigo mío. Ni yo tampoco… aunque me llevas
cinco años, ahora que lo pienso.
Tykir extendió el brazo y le propinó a Bolthor un puñetazo en el brazo,
mientras cabalgaban uno al costado del otro. El skald hizo una mueca fingiendo dolor,
lo cual era imposible con todas las pieles que llevaba encima. En realidad, Tykir jamás
haría nada que pudiera herirle. A pesar de que Tykir siempre se quejaba de tener a
aquel poeta inepto al lado, Bolthor había sido un buen y auténtico amigo todos
aquellos años.
Sin tener conciencia de que la mente de Tykir había tomado otros derroteros,
Bolthor continuó comentando la insatisfacción de Tykir. —Creo yo que lo que pasa es
que estás frustrado con tu sobrino. No eres un hombre acostumbrado a la derrota, y
hasta ahora Adam aún no ha saltado a la cama recubierta de pieles de la muchacha,
como tú esperabas.
—Quizá tengas razón. ¿Acaso soy un entrometido por querer ver al muchacho
contento?
—Ya no es un muchacho, Tykir. Puede tomar sus propias decisiones.
—¡Ja! ¡Dos años de castidad! ¿Qué clase de decisión es esa? La pena lo ha vuelto
tonto. Y ese árabe no es ninguna ayuda. ¡Tratar de montarle un harén! Adam necesita
una compañera de cama, no una camada entera.
—¿Acaso me engañan mis oídos? —Dijo Rafn, adelantando su caballo al trote
para alcanzarlos. —¿Vas a dejar Stoneheim con todos esos asuntos sin resolver? Creí
que teníamos un plan, ¿no es cierto? Un plan para que seduzcan a Adam —Había
estado cabalgando tras Tykir y Bolthor en el amplio sendero junto al fiordo que llevaba
a Stoneheim, junto con otra media docena de soldados. Y obviamente había estado
espiando su conversación. —Si os vais ahora, quedaré condenado a la soltería. Vana y
yo no nos casaremos jamás. Sin duda tendré que vivir en la castidad, como Adam, sólo
que en mi caso será para siempre.
Tykir no pudo menos que sonreír ante el tono doliente de Rafn.
—¿Qué quieres que hagamos, Rafn?
—No podemos rendirnos sin más. ¿Cuál es el paso siguiente en el plan,
Bolthor?
—Hmmm, dejadme pensar… —dijo Bolthor. —Primero fueron las miradas y
Adam le dedicó muchas cuando apareció con aquel vestido carmesí. Lo segundo eran
los cumplidos. Yo diría que le dedicó unos cuantos cumplidos, también, si es que no se
le trabó la lengua. Lo tercero, creo yo, eran los celos.
—¡Eso es! —Exclamó Rafn. —Conseguiremos que Adam se sienta celoso
haciendo que varios hombres presten especial atención a su dama.
—¿Qué hombres? —quiso saber Tykir. —No creo que nadie pudiera pensar que
tú estás interesado en Tyra, viendo cómo te cuelga la lengua cada vez que Vana entra
en una habitación.
—Tu insinuación me ha ofendido, dijo Rafn, pero sonreía.
—Y Bolthor tampoco es un admirador muy creíble —Tykir parecía estar
pensando en voz alta.
—¿Y por qué no? —Bolthor se irguió en la silla e hinchó su vasto pecho.
—Bueno, quizá he hablado demasiado deprisa. Tú podrías prestarle especial
atención, Bolthor, pero necesitamos más de un hombre para que Adam se sienta celoso.
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chieftain, es el jefe del clan.
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cada lado de su rostro. Las doncellas se pelearían por compartir las pieles de su cama
más tarde.
—¿Querrías compartir conmigo una copa de cerveza? —inquirió Gunter,
tomándola del brazo con la intención de llevarla a su mesa.
—¿Eh? —Gunter Storrson jamás había mostrado el menor interés en ella en
todos los años que le conocía, que era prácticamente desde que nació.
—Esta noche estás especialmente hermosa —dijo él suavemente, sentándola
junto a él en el banco.
—¡Menudo montón de skyr! ¿Se trata de una broma, Gunter?
—Es la verdad, milady. Estás preciosa. Mucho más hermosa que la flor más
hermosa de los jardines de Drifa. —Mientras hablaba, tenía los ojos prácticamente
pegados a sus senos.
—Deja de mirarme los senos —le amonestó ella. Era mejor ser cortante con un
hombre demasiado atrevido. Pararle los pies desde el principio.
Gunter pareció atragantarse con la cerveza.
—Y tú también, Egil —dijo ella al soldado sentado al otro lado de la mesa.
Tomó un sorbo de la fuerte cerveza y continuó. —¡Bendita Freyja! Los hombres os
comportáis como si nunca hubierais visto unos pechos, y sé muy bien que sí los habéis
visto. Todos habéis estado babeando como bobos por Inga, la doncella, desde hace
años, y todo porque sus pechos son del tamaño de ubres de vaca. Ni siquiera os
importa que tenga el cerebro del tamaño de un comino.
Egil también se atragantó.
Justo entonces la mirada de Tyra cayó sobre el estrado en el que Drifa estaba
sentada en una silla junto a Adam. Tenían las cabezas juntas, discutiendo algún asunto
con gran intensidad. De vez en cuando, él se reía, o ella soltaba una risita. Y todo el
rato, Drifa tenía una mano puesta sobre su brazo. ¿Era aquello posible? ¿Estaba Drifa
flirteando con su hombre?
¡Aaarrgh! Adam no es mi hombre. No tengo hombre. Y desde luego, no es Adam.
Y en cuanto al sanador… ¿es que ahora quiere a mi hermana? ¡No tiene sentido de la
moral!
Tyra se sintió embargada por una emoción invencible. Aunque jamás lo había
sentido, lo reconoció al instante. Celos. Quería saltar sobre las mesas y llegar al estrado,
donde su mayor deseo sería golpear a Adam, el muy canalla, y tirar a Drifa, la muy
coqueta, a uno de sus arriates de flores.
A pesar de los celos, Tyra tenía que admitir que Adam y Drifa hacían buena
pareja. Dos jóvenes hermosos y morenos. Él, bello como un dios. Ella, con aquel
atractivo exótico.
—Si esta noche hay baile, ¿querrás ser mi pareja?
Tyra se volvió a Gunter, quien al parecer había estado hablándole todo el rato
que ella se había pasado lanzando miradas asesinas a Adam y a su hermana.
—¿Y por qué ibas a querer tú bailar conmigo?
—Eres una mujer muy atractiva, Tyra. Seguramente te habrás dado cuenta de
ello —Tuvo la osadía en ese momento de colocarle la mano en el muslo y apretar.
—Pues antes nunca te lo había parecido. —Ella le apartó la mano con firmeza.
Él se encogió de hombros y le dedicó su sonrisa más encantadora… la misma
que le había estado dedicando a Drifa en el Festival de Frigg el verano pasado. Drifa,
pensó ella, a este juego pueden jugar dos. Pero, ¿me atreveré a flirtear con un hombre? ¿Acaso
sé siquiera cómo hacerlo? Bueno, no puede ser tan difícil.
—Tienes una sonrisa muy bonita, Gunter —Se inclinó hacia él al hablar, y batió
las pestañas como había visto hacer a sus hermanas. Se sintió absolutamente ridícula al
hacerlo, pero ocurrió algo asombroso. Gunter puso una mano sobre la suya, en la mesa.
—¿Eso crees? —preguntó con voz maliciosa.
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Capítulo 12
—¡OK, adelante Tyra! Bebe otro cuerno de cerveza. Pero después no vengas a mí
buscando un remedio para la resaca.
Ella le miró, poniendo la más ridícula, pero a la vez encantadora, de sus sonrisas,
que incluía una profunda exhalación e inhalación, que terminó expulsando con fuerza
el aire que contenía sus mejillas… para seguidamente dar otro trago.
—Y ya que estas en ello, ¿Por qué no vuelves a coger aire profundamente, y así
nos das a mí y al resto del mundo una buena vista de tus pechos desnudos?
Por alguna razón, Adam había tomado un prioritario interés en los pechos de
Tyra. Sabía que no estaba siendo muy razonable, pero no le gustaba que otros hombres
pusieran su mirada en lo que consideraba suyo. En realidad, los celos eran la menor, de
las confusas emociones que estaban asolando a Adam en ese momento.
Sus conflictos internos le estaban matando a cada instante.
Sentía un gran rechazo ante la idea de pensar en una mujer que derramaba
sangre como parte de su trabajo. Pero más allá de toda razón, se sentía atraído por
Tyra, a pesar que ella era un guerrero… o quizás era por eso, porque ella era un
guerrero. ¿Quién podía entender su mente retorcida?
En este momento no deseaba relaciones permanentes con ninguna mujer. Eso,
significaba permanecer en un lugar, tener niños, responsabilidades, una firme idea de
hacia donde debería apuntar su futuro. Mientras que él ahora, escasamente podía
cuidar de sí mismo, mucho menos de una molesta mujer o, peor aún, de un par de
mocosos, como Alrek y su hermano.
No estaba seguro tampoco, si quería engancharse otra vez en el arte de la
curación, pero aún así, allí estaba, viendo pacientes a derecha e izquierda. La decisión
parecía que estaba fuera de sus manos. Y ese era todo el problema. Había perdido el
control de su vida. ¡Una situación insostenible! Un hombre debería dirigir y manejar su
destino… no un rey moribundo, un tío entrometido, una escandalosa princesa
guerrera, un árabe insistiendo en darle un harem, o una prole de molestos mocosos.
—Realmente estás de mal humor, —le respondió Tyra.
Ya se le había olvidado que es lo que le había dicho para que ella pensase que estaba
molesto. ¿O es que estaba frunciendo el ceño en exceso?
—Pensaba que te gustaba este vestido.
Oh, ese mal humor.
—Adoro tu vestido. Me encanta, especialmente cuando está a punto de resbalar
por tu cuerpo. ¿Pretendes enseñar tu cuerpo a uno, o a todos los hombres del salón?
Tyra le miró entrecerrando los ojos. Entonces hizo lo que él debería haber
esperado. Justo lo opuesto a lo que él había sugerido. Tyra puso ambas manos sobre el
tejido, justo a la altura de sus pechos, y tiró hacia abajo.
—¡Por todos los malditos demonios!
Ahora apareció su escote, con un lascivo vestido de color rojo escarlata que
escasamente —muy escasamente—cubría los pezones y las areolas de sus pechos. No
pudo dejar de echar un vistazo por todo el salón, y adivinó que las apuestas estaban
echadas en la sala. ¿Se atrevería o no? A quitarse el vestido, eso era.
—Entonces, ¿no has llevado a Drifa a los establos para practicar tus malvadas
artimañas?
—¿Qué? —dijo él, prácticamente soltó un graznido. ¿A qué venía esa pregunta? Ni
tan si quiera sabía que tenía practicas malvadas en su repertorio. Bien, igual podía pensar que
sí, pero apenas podía pensar que otros lo hubiesen notado.
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—Ya me entiendes, Sajón. Os he visto a los dos con vuestras cabezas juntitas,
intercambiando sonrisas bobas.
¿Sonrisas bobas? Yo no pongo caras tontas cuando sonrío. Definitivamente yo no sonrío
como un tonto. Excepto, quizás cuando te miro a ti. ¡Oh Dios mío! Espero no sonreír como un
tonto cuando te miro. Adam puso un gesto serio en su expresión y la miró fijamente.
—¿De que estabais hablando Drifa y tu? ¿De besos? ¿De mantas de cama? ¿De su
belleza?
—De hierbas. —le contestó Adam sonriendo de oreja a oreja, ahora comprendía
las, aparentemente, irrelevantes preguntas de Tyra. La princesa guerrera estaba celosa
de su conversación con Drifa.
—¿Hierbas?
—Sí, quería que le leyese mi libro de hierbas, para así poder transplantar algunas
plantas salvajes a su jardín, para más tarde utilizarlas como remedios medicinales.
Hemos acordado reunirnos mañana por la mañana para ese propósito. Puedes reunirte
con nosotros si quieres, pero imagino que estarás fuera, haciendo algo belicoso.
Cortando cabezas o algo parecido. —Dijo mientras volvía a sonreír de oreja a oreja,
sólo para irritarla. De oreja a oreja y no como un tonto.
—¿Adam, estarías dispuesto a probar una nueva delicatessen que he
inventado……… manos de cerdo en salsa de eneldo20? —Dijo Ingrith, apareciendo de
repente, mostrándole una bandeja, la cual contenía un trozo de algo indescriptible.
—¿Cómo? —Dijeron Tyra y él a la vez.
Si no estuviese casi seguro, de que no podía ser cierto, empezaba a pensar que
Ingrith estaba intentando flirtear con él.
—¿Por qué estas flirteando con él? —Preguntó de repente Tyra.
Nadie podía acusar a Tyra de no ir directa al grano.
—Bien, ¿Y por qué no? Tú no pareces estar demasiado interesada. He entendido
que él era un blanco legítimo21. Y Drifa dice que incluso es encantador.
¿Blanco legítimo? ¿Yo? ¿Encantador? No tenía muy claro, si le gustaba eso de que
le considerasen encantador, pero de lo que sí estaba completamente seguro es de que
no le gustaba nada, pero que nada, ser parte de alguna clase de —blanco legítimo—.
Entonces, tomando aire en sus pulmones, sonrió cariñosamente a Ingrith. Se aseguró
que fuese una sonrisa amorosa y no una sonrisa tonta.
Tyra utilizando uno de sus grandes pies, le dio fuerte pisotón mientras
murmuraba algo sobre,
—Gamberro, lascivo, repugnante.
—¡Ouch! —Soltó Adam, levantando el pie hasta situarlo en su rodilla mientras se
frotaba con gran exageración.
Justo entonces Breanne entró en el salón. Se encaminó hacia ellos, para sentarse
en la silla vacía que se encontraba a su lado.
—Adam, necesito tu consejo
Tyra soltó un resoplido muy poco femenino a su lado. Además, ella no debería
rascarse la ingle. No podía soportar verla con ese vestido, que era la tentación en sí
mismo, realizando gestos tan viriles, tan lascivos y desagradables en una mujer.
Ladeó la cabeza, indicando a Breanne que se explicase.
—He estado pensando en construir un hospital aquí, en Stoneheim. ¿Qué piensas
de la idea?
—¿Tienes a alguien que pueda encargase del lugar por tí?
Ella le miró agitando sus pestañas.
20
Eneldo: Planta herbácea de hojas con segmentos divididos en lacinias filiformes y flores amarillas.
Usado en cocina como condimento.
21
Blanco legítimo. Se refiere a una pieza de caza que es legítimo cobrar, es decir, que se permite su caza.
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¡Dios mío! Otra de las hermanas de Tyra coqueteando conmigo. ¿Qué es lo que estaba
ocurriendo en ese lugar?
—Si el Padre Efrid y la comadrona quieren trabajar en ello, pienso que es una
maravillosa idea. No estaré aquí mucho más tiempo, aunque... —Él quería dejar
absolutamente claro a todos que su estancia en Stoneheim no había sido idea suya en
primer lugar, y esta se terminaría tan pronto como el Rey Thorvald se recuperase... o
muriese.
—¿Planeando marcharte a algún sitio, sajón? —preguntó Tyra, pronunciando la
frase de manera muy incorrecta para ser mujer.
—¿Exactamente cuántos cuernos de ale has bebido?
—No los suficientes, por lo visto. Todavía puedo ver tu cara que mira con
lascivia.
¿Mirar con lascivia? Primero dice que sonrío como un tonto, ahora que miro con lascivia.
El ale debe estar afectando sus percepciones. Creo que ya es hora de tomar la ofensiva.
—No, no me voy pronto a otro lugar... de todos modos, no antes de que
realicemos un cierto pacto. —Él la miró con gran satisfacción cuando su cara enrojeció.
Entonces él volvió la espalda a Tyra y comenzó a hablar en serio, del potencial
proyecto del hospital, con Breanne. Comieron y hablaron al mismo tiempo, del tamaño
del edificio, de las mesas para examinar a los pacientes, ventanas, su posición... más de
una docena de platos, cada uno más complicado o sabroso que el anterior, pasaron por
la mesa mientras hablaban. Ingrith realmente era una artista en la cocina. Breanne era
una artista a su manera, con una mente brillante. Por no mencionar su belleza, bueno la
de ambas… Ingrith con su belleza nórdica y Breanne con su encantadora belleza de las
irlandesas pelirrojas.
Pasó algún tiempo antes de que Adam se volviera para mirar a Tyra, sólo para
darse cuenta de que la comida había terminado y el entretenimiento acababa de
comenzar... y que Tyra había atraído ya a un buen número de admiradores. Ella estaba
coqueteando, como sus hermanas, excepto que no con él. ¡Caray!
Un soldado Vikingo que se llamaba Gunter, conocido por ser el mejor con la
espada en toda Noruega, tiraba de una de sus trenzas, bromeando sobre algún
comentario descarado que ella había hecho antes. Las criadas parecían desmayarse
cada vez que Gunter andaba cerca, él era demasiado guapo para ser un hombre,
opinaba Adam si alguien le hubiese preguntado… cosa que nadie hizo por supuesto.
Egil Iversson, otro guerrero célebre, le estaba preguntando si le gustaría pasear
con él sobre los terraplenes. Los braies22 de Egil estaban tan apretados que cualquiera
podría notar sus prodigiosas partes masculinas. Llevaba puesto un amplio codpice23,
sin duda.
La filosofía de Adam era, tener cuidado de los hombres con braies apretados,
filosofía que él transmitiría a sus hijas algún día, si alguna vez tuviera una hija. O
quizás se lo explicaría a Tyra… una vez que estuviese a una distancia prudencial.
Adam decidió seguir el ejemplo de Tyra y se tomó un cuerno de ale de un solo trago.
Sintió como descendía la bebida por su cuerpo hasta los dedos del pie.
—Realmente, Tyra, creo que deberías venir a dar un paseo conmigo, —decía Egil.
—Hay algo muy interesante que me gustaría mostrarte.
Apostaría a que sí, a que había algo interesante. ¿Qué clase de paseo tenía en mente ese
asqueroso fornicador? Estaba oscuro fuera. Y hacía frío, espero que se congele su... codpice.
22
La escritora utiliza la palabra Braies/pantalones: Unos pantalones de lino corto sobre el cual llevaban
puestas medias largas. No existen hoy en día ningún Briaes medieval pero las ilustraciones muestran que
dichas prendas eran holgadas, con una especie de efecto pañal en la entrepierna. A la altura de la rodilla
se ataban con cintas de cuero.
23
Codpice: Era la pieza superpuesta, en los pantalones, tapando la ingle, como una bolsa atada con
botones que sirviese de bragueta.
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—No, Tyra no puede ir pasear contigo. Ella prometió bailar conmigo más tarde.
—Era Gunter, el Pavo real quien hablaba ahora.
—¿Lo hice? —Tyra parecía un poco desorientada, aunque no podía saber si por el
ale o por las atenciones masculinas.
Ambos hombres siguieron manteniendo fijos los ojos en el pecho expuesto de
Tyra.
Adam apretó los dedos en los brazos de madera de su silla para impedirse a sí
mismo buscar su espada, que había dejado, lamentablemente, en su habitación… o
quizás por suerte.
—¿Qué tipo de comentario descarado has hecho, Tyra? —preguntó Adam por
causalidad.
—Me preguntó si quería acostarme con ella, —reveló Gunter con regocijo
maligno.
—También, hizo una observación astuta sobre el tamaño de los pechos de una
mujer comparada al tamaño de su cerebro, —añadió Egil.
Ambos hombres seguían mirando fijamente su pecho.
—¡Creo que he oído bastante!
Por lo visto, no lo bastante, porque en ese momento apareció Bolthor regalándole
a Tyra una mirada de adoración de su único ojo bueno. El gigantesco skald24 era digno
de contemplar pareciendo tan adorable. Aunque mejor que parecer un oso tuerto.
—Tengo un regalo para usted, mi señora.
—¿Para mí? —Incluso Tyra parecía asustada por el interés de Bolthor.
El poeta asintió con la cabeza enérgicamente.
—Un poema de alabanza, escrito sólo para usted. ¿Le gustaría oírlo?
¡No, no, no!
—Claro, por supuesto, Bolthor.
Le hubiese gustado sacudir a Tyra con fuerza, pero seguramente lo poco que
quedaba por descubrir de sus pechos se revelarían en todo su esplendor.
—Este poema se llama: La Dama del Vestido Rojo.
¡Uh—oh!
24
Skald: Trovador en lo cortes vikingas (escandinavas) que se dedicaban a relatar historias y poemas de
la mitología vikinga, pero a la vez eran guerreros, consejeros, etc...
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—Eso ha sido realmente horrible, —masculló Tyra entre dientes. Pero Bolthor
pensó que ella había dicho, todo o contrario, —Que maravilla.
—¿Desearías otro? —Él la miraba fijamente como un ternero lunático.
—Quizás más tarde, —le respondió ella graciosamente. —Ahora mismo, Ingrith
esta necesitada de un buen poema. Está en la cocina, imagino, cansada de preparar
toda esta comida tan fina. ¿Igual podrías animarla?
El único ojo de Bolthor se encendió como si le hubiesen dado un gran tesoro.
—Conozco uno muy apropiado. Alabanza a la Carne de cerdo.
Bien, el poema de Bolthor había conseguido una cosa, pensaba Adam. Gunter y
Egil habían desaparecido… por ahora, de todos modos. Adam había temido por la
necesidad de tener que desafiarlos a un duelo, o alguna otra espantosa clase de desafío.
—La verdad es que has manejado a Bolthor muy bien, —felicitó Adam a Tyra,
intentando mantener un tono agradable.
—Márchate, —contestó ella.
Esas reglas que excluían cortesía. Por lo visto, ella todavía estaba disgustada con él, y
no podía recordar por qué. Oh, ahora se acordaba. Ella pensaba que estaba coqueteando con sus
hermanas.
—Tyra, querida, no tengo ningún interés en tus hermanas.
—¿Parezco preocupada? Y no me llames querida.
—Sí, lo pareces… querida.
—Bien, pues no lo estoy. Y para, para, para, con los términos cariños. Me hace
sentirme como si sólo fuese una de tus mujeres.
—¡Mujeres! En el nombre de Dios Tyra, ya sabes, gracias a la lengua suelta de
Rashid, que no he estado con una mujer desde hace dos años. ¡Por lo que, nada de
mujeres!
—Aún así puedes tener mujeres sin acostarte con ellas, —persistió ella.
—Me gustaría saber como, —refunfuñó él. Mejor cambiar de tema, pensó. —Sería
agradable si me contestaras ahora sinceramente, y me dijeras que no tienes ningún
interés verdadero en Gunter o Egil… o Bolthor.
—Pues la verdad es que tengo interés. Un interés enorme.
Sus hombros encorvaron.
—¿Por qué siempre estas enfadada conmigo, moza? ¿Puedes, aunque sea por una
sola vez, obedecerme?
—De hecho, he decidido compartir las pieles de mi cama con ellos.
—¿Todos a la vez? —preguntó, apenas sofocando una risa ante sus mentiras
absurdas.
Los ojos de Tyra estaban abiertos como platos. Obviamente, ella no tenía ni idea
de lo que hacer con tres hombres compartiendo su cama a la vez.
Por supuesto, él se lo explicó.
Entonces Tyra literalmente se quedó con la boca abierta.
—¿Podemos empezar de nuevo? ¿Por qué no me dices algo descarado como lo
hiciste con Gunter y Egil? Es injusto que les digas cosas descaradas a otros hombres y
no a mí.
Ella dijo algo tan vulgar y escandaloso que él por un momento se quedó mudo.
Esto se estaba tornando en un descarado nuevo nivel. Evitó la necesidad de reaccionar
ya que en ese preciso momento empezaron a mover las sillas y las mesas. ¡Gracias, Dios
mío!
Un espectáculo estaba planeado para esa noche. Rápidamente se formó un
espacio abierto delante de la tarima, cuando movieron las mesas de caballete y los
bancos a los lados laterales del pasillo.
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Capítulo 13
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arriba, entonces lamerte allí donde eres más cálida, más húmeda y donde más me
deseas.
—Oh, malvado, malvado hombre. Eso es como una mentira. La gente no hace
eso.
Él levantó sus manos al aire como diciendo —tú preguntaste.
—Bueno, ¿qué me dices del placer de mirar? ―preguntó ella, imaginando que era
un terreno más seguro.
―Yo te vería y adornaría con puros velos como una hurí del desierto con
campanas que tintinearan con cada oscilación de caderas, y pulseras en los tobillos. O
podría acomodarte en mis sábanas y pedirte que me miraras mientras me desnudo
lentamente para ti. Muy lentamente.
―Me gustaría más esa última ―dijo ella. En verdad, ella lo quería todo.
Él sonrió, como sólo él sabía.
—¿Te gustaría saber algo particularmente escandaloso?
―No lo sé ―dijo ella, pero casi inmediatamente cambio de idea y dijo. —Sí, dime.
Él rió.
―Me gustaría que usaras un adorno especial que ví una vez en Bagdad. Es una
cadena de oro delgada que cuelga por la cintura, pero hay otra cadena que la ata hasta
el centro de la espalda, que pasa a través de las nalgas y va por la hendidura femenina
para unirse de nuevo a la cintura. Ese adorno debe ser usado todo el día bajo la ropa,
mientras montas a caballo, caminas por el jardín, o comes, o lo que sea. Siempre es un
recuerdo del hombre que debe estar allí.
Tyra estaba muda por fin. Él había hecho lo correcto. Era una escandalosa
fantasía.
Puso la mano sobre la de ella.
―Estoy medio probándote, Tyra. No es que todas esas cosas no puedan hacerse o
que no las hagamos si es que las quieres.
―Sí ―dijo rápidamente ella.
Él rió.
―Mantenme así de sorprendido y estarás en mi cama antes que puedas
parpadear. Sólo mira esto: si Bolthor, o Tykir o Alinor te dicen que fui salvaje en un
tiempo, ellos dirían la verdad. Yo era un experto en todas las artes sexuales peligrosas
o de aventura. Pero ahora he venido a creer que el mejor juego sexual viene del simple
acto de dos personas envueltas y no en las artes practicadas.
Un lujurioso pensamiento vino a ella.
―Estaba pensando en otra clase de placer. Oí por casualidad a Lady Alinor
mencionar algo en la cocina.
—¿Bueno? ―la animó cuando ella sólo le sonrió. Levantó las comisuras de sus
labios, esperando.
―El placer de las plumas ―ella dijo alegremente.
Por varios largos momentos, él sofocó su aliento... aun ella le palmoteaba la
espalda, tan duro que él comenzó a sofocarse de nuevo.
―Fui demasiado lejos, ¿verdad? A los hombres les gusta dirigir, ya sea en la
guerra o en los juegos del amor. Fui muy agresiva.
Cuando su sofoco se acabó, dejó que su mirada viajara por ella e inmediatamente
le dijo.
—¿Muy agresiva? No existe eso en los juegos del amor.
—Entonces ¿no estás disgustado conmigo?
―Mi princesa guerrera, creo que he muerto y he ido al cielo vikingo.
Tyra se regocijó de poder afectar tanto a un hombre... no, que ella pudiera afectar
tanto a este hombre. Sintió como si cruzara una línea importante de su vida, y no sólo
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por el increíble placer que había experimentado por los malvados dedos de Adam.
Peleó contra la falta de claridad en su mente para entender qué era eso.
Con pacto o sin pacto, haré el amor con este hombre.
Él aun sostenía la mano de ella y la miraba, como si entendiera su lucha interna.
Quizás era un paso importante para él también.
Como los efectos de la cerveza inglesa comenzaron a actuar, ella se acomodó los
tirantes del corpiño hasta que estuvo decente. Oró para que la lucidez regresara no
porque no pudiera cambiar de idea, sino para entender las implicaciones de esta
decisión momentánea.
—¿Tyra? ―pregunto Adam.
―Sí yo...
—¿Sí...?
Ella sonrió ante el dolor de la voz de él.
―Después de la prueba de los juegos del amor que me has dado, sería una tonta
si no quisiera una muestra de todo. Pero no soy una persona impetuosa. Necesito
pensar las cosas más. Estudiar...
—¡Oh, no, no, no! Lo peor que puedes hacer cuando sientes la lujuria es pensar.
El pensar es un asesino de la lujuria.
Ella sonrió.
—¿Estás diciendo que siento lujuria?
—¡Hah! Si tú o yo estuviéramos más lujuriosos, estaríamos babeando.
―Lo que trato de decirte es que me has convencido de hacer el amor contigo,
pero debe haber algunas reglas.
—¿Reglas? ―gruñó él.
―Sólo porque elijo acostarme contigo no quiero decir que consienta en casarme.
Adán se volvió tres sombras de púrpura antes de decir, muy cuidadosamente.
―No recuerdo haber mencionado el matrimonio. Ni una vez. Y realmente, Tyra,
los hombres son los que temen al matrimonio, no las mujeres.
―No soy como las otras mujeres. Ya lo sabes.
—¿Así que aparte de rascarte la entrepierna y escupir, tienes otros rasgos
masculinos... como la aversión al matrimonio?
Ella podía decir que él estaba tratando de hacer una ligereza de lo que ella
consideraba un tema muy serio.
―Ya sabes que estoy siendo empujada por todas partes hacia el matrimonio.
Bueno, estarás sujeto a las mismas presiones si alguien sospecha que nuestros cuerpos
desnudos se han tocado.
—¿Cuerpos desnudos? ―gruñó él.
―No trates de cambiar el tema.
―De acuerdo, debemos ser discretos. Y debemos evitar la presión hacia el
matrimonio. De acuerdo. ¿Alguna otra regla?
Ella asintió.
―Quiero salir de Stoneheim pronto... definitivamente en el próximo mes. No
puedo esperar hasta que los fiordos se hielen. Entonces será muy tarde.
—¿A Bizancio?
―Sí, es lo mejor para mí. Mi idea es firme, es independiente del destino de mi
padre. Rafn esta listo para salir corriendo si lo peor sucede.
―No puedo decir que lo apruebo. Parece una vida dura para una mujer ―él
levantó las manos en rendición cuando vio que ella estaba a punto de protestar por su
caracterización de las mujeres como seres más débiles que los hombres. —Pero si es lo
que quieres, es tu decisión.
—¿Te irás de Stoneheim o te quedarás el invierno?
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Adam caminó de un lado a otro durante muchas horas. Esa no era la forma en la
esperaba pasar la noche.
Yacía inquieto en su cómoda cama mientras Rashid roncaba al otro lado de la
chimenea central donde un bajo fuego resplandecía. Si Rashid continuaba ese camino,
el fuego rugiría. Mientras así sucedía, Rashid estaba sepultado bajo tres pieles de
cama... dos suyas y una de Adam.
¿Cómo podían ir tantas cosas mal en su vida? ¿Cómo podían ir mal tantas cosas
entre él y Tyra? ¿Cómo podía haber llegado a preocuparse tanto en tan poco tiempo?
No es que se estuviera reprochando del todo. En realidad, si Tyra pensaba las
cosas que pensaba, también tendría que admitir que no había un lugar para un bebé en
la vida de un soldado.
¿Y por qué estaban discutiendo de un bebé, sin embargo? Era probable que jamás
hubiera uno. Especialmente porque parecía que él nunca tendría la oportunidad de
hacer algo que pudiera producir un bebé. ¿Por qué buscar un problema cuando había
abundancia al alcance de la mano?
Lo más contradictorio de todo era la forma en la que el corazón de Adam se
sentía, como si un puño lo estuviera apretando. No podía dejar de imaginar el bebé que
él y Tyra podrían producir. El niño sería alto, por supuesto, y de ojos azules. Tendría
cabello negro o rubio. De todas formas, cualquier niño que formaran ellos dos sería
muy apuesto.
No me importa. No me importa. No me importa. Es mejor que termine antes de que
comience.
¿Pero y si...?
Una vez que Adam finalmente empezó a quedarse dormido, sintió a alguien
resbalar bajo las mantas junto a él. Primero pensó que podría ser Tyra... viniendo a
pedir perdón. ¡Hah! Era Kristin, la pequeña duende, que lo miraba con sus ojos azules,
con su dedo pulgar dentro de sus labios.
—¿Por qué estás aquí Kristin? ―gruñó él, o lo intentó. Era difícil ser rudo
mientras estaba ajustando el pequeño óvalo para encajarlo en la cuna de sus brazos
―justo como Adela—y cepillaba las cuerdas sueltas de su cabello para apartarlas de su
cara.
―He tenido un sueño ―reveló Kristin. Una gruesa y gran lágrima rodó por su
carita.
―Shhh, sólo fue un sueño.
―Alrek se iba de nuevo. Y tú también te ibas. Yo estaba solita y tenía miedo, en
mi sueño ―fueron las palabras en pedacitos de Kristin. De hecho, lo que ella describía
no era una horrible pesadilla; era la realidad. Alrek se iría como un Vikingo de nuevo.
Y Adam se iría definitivamente después de eso.
Tan pronto las palabras salieron de la boca de Kristin, se quedó dormida. Era la
forma en que los niños pasaban de la charla al letargo en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando él despertó vacilante en la madrugada, encontró no sólo a Kristin en la
cuna de sus brazos, sino también a Besji dormido al pie de la cama y a Tunni a su lado
en el suelo. Alrek estaba de pie ante el fuego, tratando de atizar lo que aun ardía para
hacer un buen fuego.
Mientras tropezaba para salir de la cama y prevenir a Alrek de estar mas lejos del
fuego, tratando de no despertar a los niños, se hizo una promesa.
Hoy es el día en que retomaré el control de mi vida. Hoy es el día en que haré arreglos
para salir de Stoneheim.
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—¿Trajiste salsa extra de rábano picante para la carne de venado? ―El rey se
lamía los labios con hambre mientras hablaba con Alrek, que cargaba una capa enorme
tratando de ser su ayuda de cámara.
―Sí, lo hice, pero tuve que esconderlo en el corredor antes de que el Padre Efrid
dejara el cuarto para los rezos matutinos ―Alrek no podía comprender por qué el rey
no se levantaba de la cama y comía en el hall como los demás. ¿Pero quién era él para
cuestionar las necesidades que su amo tenía? Después que puso la bandeja en el
colchón, Alrek regresó a cerrar con llave la puerta.
—¿Tuviste algún problema para encontrar la comida? ―preguntó el rey mientras
hurgaba la comida de la mañana y le señalaba a Alrek que se uniera a él.
―Un poco ―dijo Alrek, mordiendo un pedazo de torta de avena con miel. De
verdad, él estaba comiendo más que lo que nunca había hecho, desde que el rey lo
había tomado a su servicio. —Ingrith quería conocer donde iba con todos estos bienes
robados, y le dije que eran para el amo Adam.
―Bien hecho, muchacho. ¿Y eso la satisfizo?
Alrek se encogió de hombros.
―Eso parece. Añadió más miel a las tortas para él, con un gusto especial.
—¡Rayos! Espero que ella no le esté poniendo su gorro también.
―No lo creo. A decir la verdad, todas las damas parecen estar conspirando de
alguna manera... Ingrith, Breanne, Vana, Drifa, sin mencionar a Lady Alinor. Creo que
tienen algún plan para unir al amo Adam con Lady Tyra.
—¡Ah! Justo como una cría de cerebros de gacha de mujeres. Planes y secretos.
Como si eso les hiciera algún bien.
Alrek empezó a decir que los planes y los secretos también estaban diseñados
para el rey, pero se mordió la lengua a tiempo. Él seguía el consejo del amo Adam...
pensar antes de mover su lengua. El sanador le había dado un poco de sabiduría
cuando Alrek le había dicho que había visto a Rafn atizando su... uh, atizador... en el
fuego de mujer de Vana una noche.
―Entonces dame todas las noticias ―dijo el rey, después de haber comido todo y
poner lo platos a un lado. ―Y no te olvides de nada ―alcanzó el jarro de cerveza inglesa
y procedió a tomar un largo sorbo.
―Bueno, puedo decirte una cosa. Es una nueva palabra que escuché al amo
Adam decirle a tu hija Tyra. Tal vez tiene algún significado. Tal vez no ―frunció el
entrecejo. —¿O fue ella quien se la dijo al amo Adam? Estoy confundido ahora.
El rey movió una mano mientras como si no importara.
―Dilo ya, muchacho. ¿Qué palabra es esa que tanto te pone en suspenso?
―Placer de los dedos.
El rey comenzó a reír y a ahogarse al mismo tiempo, Alrek temía que pudiera ser
el responsable de la muerte del rey. Bolthor podría incluso escribir una saga sobre esto:
—El rey que rió hasta morir.
Alrek pensó que era tarde para ser un vikingo.
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Capítulo 14
Era un día brillante y soleado en Stoneheim… el tipo de buen día poco común,
conocido como Verano de Odin. Un día en que el sol brillaba intensamente, haciéndole
creer a uno que más adelante llegaría un clima más clemente, cuando en realidad
podría haber nieve y helada, antes de que llegase la mañana. En verdad, uno de los
carpinteros del barco que sufría de dolores en las articulaciones, le comentó a Tyra, que
en el horizonte se avecinaba una tormenta, ya que las rodillas le dolían en
premonición.
Tyra se estaba aprovechando de la calma del tiempo para examinar uno de sus
navíos, Wild Serpent (Serpiente Salvaje), que se encontraba elevado sobre un caballete.
Muy temprano, antes del amanecer, había enviado a unos cuantos trabajadores para
que empezasen a prepararlo para el viaje. Breanne, de mala gana, le estaba ayudando,
al poner a algunos de sus carpinteros a lijar los ásperos bordes en los rieles. Vana
estaba inspeccionando las velas por si había alguna rotura, ella no estaba tan reacia.
Oh, Vana se quedaría muy triste cuando viera partir a Tyra, pero estaría mucho más
feliz cuando al fin se casara con Rafn.
—¿Vas a alguna parte, Tyra?
Miró hacía arriba y vio parado delante de ella a Adam. Llevaba puesta una de
esas prendas árabes, que seguramente se vería ridícula si la llevase alguno de sus
soldados vikingos, pero en él se veía, como si hubiese nacido en la cultura oriental.
—Creí que estabas visitando a tus pacientes.
—¿Vas a alguna parte, Tyra? —repitió él.
—Sabes que si. Vete, Adam. Tengo mucho trabajo por hacer si quiero partir el
viernes.
—¿El viernes? ¿Vas a irte el viernes? Sólo quedan tres días a partir de hoy.
—Muy cierto. Ahora vete.
—¿Ni siguiera vas a esperar hasta ver como progresa tu padre?
Ella negó con la cabeza y continúo pasando la mano sobre el casco,
examinándolo, por si encontraba algunas grietas o boquetes.
—Las mujeres Vikingas pueden obtener el divorcio de sus maridos
simplemente manifestando su deseo ante testigos. Lo mismo se ajusta a una hija o hijo
que se separa de sus padres. Una vez que haya llevado a cabo el ritual, me marcharé.
—¿A Bizancio?
Ella asintió, y a continuación levantó la barbilla con arrogancia.
—Posiblemente mujeres inferiores serían de tu misma opinión, yo por lo menos
elijo mi propio camino. Y lo acojo con entusiasmo. Tú, por otro lado, sigues huyendo
de tu destino. Te tengo lástima, sajón.
Ahora fue Adam el que alzó la barbilla con arrogancia.
—Hay una cosa más que debe quedar resuelta. Alrek desea venirse conmigo,
para viajar a lejanos países. No le privaré de esa aventura, excepto por una sola cosa.
Él arqueo las cejas hacía ella.
—Sólo los Dioses pueden descifrar el porque, pero Alrek quiere que te lleves
contigo a Tunni y Kristin y a Besji… para darles un hogar.
—¡No!, —casi gritó, girándose abruptamente, y prácticamente salió corriendo.
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—¿No puedes esperarte un día más? —La pregunta de Adam fue hecha con
muy poca inflexión en su voz. Para Tyra, eso significaba que le daba igual, de una
forma u otra.
Ella negó con la cabeza.
—Ya es hora para el ritual. —Todo el mundo se apartó para hacerle sitio. Se
quedó al lado de su padre, de pié, y empezó de nuevo. —Yo, Tyra, hija de Thorvald
Ivarssor, con la presente renuncio…
—¡No! —pronunció una voz bramante.
Era el Rey. Con un gruñido de disgusto, se quedó sentado tiesamente en la
cama.
—¿Os habéis vuelto todos locos?, —gruño él, e intentó desenredarse de las
pieles que le habían estado tapando. —¿Tengo que hacer todo por mi mismo… incluso
regresar de los muertos? —Se apoyó cansinamente contra las almohadas apiladas
contra el cabecero.
—¡Padre! —Tyra y todas sus hermanas exclamaron y se arremolinaron sobre su
cama para darle enormes abrazos y besos.
—¡Dejadme! ¡Dejadme! —protestó él. —Me vais a asfixiar.
—Alejaros, —ordenó Adam. —Dejad que examine al Rey.
Mientras se inclinaba sobre el viejo hombre, ella escuchó como su padre
preguntaba,
—¿Y quién sois vos? Tenéis el aspecto de un maldito Sajón.
—Soy Adam, el sanador. Y, sí, un sajón. El mismo que tu hija secuestró para
que viniera a salvarte.
—Eso hiciste. Eso hiciste, —reconoció el Rey. —Y tienes todos mis
agradecimientos.
—Padre, ahora que estas en vías de recuperación… y no lo tomes como algo
personal… has sido muy buen padre… al menos, la mayoría de las veces… pero quiero
renunciar a nuestros lazos de sangre, y…
El refunfuñó algo como,
—¡Cuando nieve en Valhalla!
Tyra suspiró.
—Me debes este favor a cambio de traerte al médico.
Su padre levantó la mano en señal de parada.
—Ahora no, Tyra. No me vas a importunar en estos momentos con esas
tonterías cuando acabo de escapar del destino del cuervo.
—Pues te digo que no es justo. No puedes seguir esquivándome. No puedes
seguir esquivando a mis hermanas.
No era propio de Tyra discutir con su padre, especialmente en estas
circunstancias. Pero necesitaba actuar y pronto.
—Hija, ya me haré cargo. Confía en mi, querida. Sólo por esta vez. Un día más
no supondrá mucha diferencia, ¿a que no? Te prometo que esta situación se resolverá y
pronto. —La voz de su padre se debilitaba, y reconoció que no estaba contribuyendo
nada a la situación al querer forzar ahora una respuesta.
—Un día más. Eso es todo, —convino ella.
Su padre asintió, aunque susurró por lo bajo,
—¡Chica obstinada y cabezota!
—Os pediría a todos que me dejaseis para que pueda descansar, —dijo
entonces. Pero primero se giró hacía Adam. —Pídeme cualquier favor y será tuyo.
Adam caviló durante un buen rato, entonces dijo,
—Transporte para volver casa. Pido un barco para que me lleve a casa…
ahora… antes del invierno…
El Rey asintió.
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aprender a ser más cuidadoso. Una espada puede ser tu amiga o tu enemiga. Haz que
se convierta en tu amiga. ¿Has entendido?
Alrek asintió con la cabeza, pero Adam no estaba muy seguro, si el jovenzuelo
había entendido todo esto. Bien, una vez que Adam hubiese terminado con su
instrucción, lo entendería. Algunas personas creían que ayudaban a los niños al
mantener alejados de su alcance todos los objetos peligrosos, pero él opinaba que las
personas -incluso las personas pequeñas-deberían de aprender a tratar con los peligros
que les rodeaban.
Era, como siempre decía Rashid,
—No estés en medio del peligro y rezando por un milagro.
Bueno, Alrek seguía mirándole, esperando un milagro. En cambio, Adam eligió
proveer a Alrek con sus propios medios para conseguir un milagro. Pero, maldita sea,
esperaba que el chico no se matase antes.
Para cuando se extendió el crepúsculo sobre las montañas nórdicas, ambos,
Adam y Alrek estaban orgullosos por el éxito del jovenzuelo. Todavía no era un diestro
espadachín, pero había progresado. Y ambos sólo tenían una docena, más o menos, de
arañazos en sus brazos, que mostraban sus esfuerzos. Alrek prometió practicar con él
muy temprano a la mañana siguiente y de nuevo a última hora de la tarde. Adam
hablaría con Rafn sobre tutelar al chico, después que se fuera.
Era todo lo que podía hacer.
Mientras caminaban con dificultad de vuelta a la sauna, en donde preveían
calentar sus doloridos músculos, Alrek se giró y le dijo,
—La espada de un hombre debería de tener un nombre, ¿no es así?
—Desde luego.
—Yo sé cual será el mío.
—Ahora bien, Alrek, recuerda lo que te dije, muchos de tus problemas son el
resultado de actuar antes de pensar. Párate, piensa, actúa. Ese debe de ser tu lema.
—No necesito pensar sobre esto. El nombre de mi espada será…
Adam sabía que esto no le iba a gustar nada.
—….Creador de Milagros.
Tyra estuvo observando, desde lejos, a Adam y Alrek practicando con la espada
en la parte extrema del campo de entrenamiento. Durante tres horas Adam estuvo
trabajando pacientemente con el jovenzuelo que era propenso a los accidentes. Tendría
cortes subiendo por un brazo y bajando por el otro en muestra de sus esfuerzos.
Al principio, cuando escuchó que el sanador había encargado que se le hiciese
al chico una espada, se puso furiosa. Saliendo furiosa del herrero, se dirigió con fuertes
pasos hacía el campo de entrenamiento y estuvo a punto de regañar al sanador por
interferir en los asuntos de Stoneheim. Armar y entrenar a un chico vikingo era su
labor, no la de él.
Pero Rafn la retuvo, poniéndole una mano sobre el brazo.
—Adam está haciendo lo correcto. No podemos seguir sobreprotegiendo a
Alrek. El chico debe de aprender por si mismo.
—¿Incluso si se hace daño?
Rafn asintió.
—Incluso si se lastima.
Así que Tyra se quedó observando, y se maravilló ante la manera tan tolerante
en que Adam instruía a su pupilo… una y otra vez, enseñándole la misma lección. La
corta espada Vikinga no estaba hecha para la acción de estocada y bloqueado de la
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larga y liviana espada Sajona. Así que Adam y Alrek practicaban con sus espadas los
movimientos hacheados, cortantes contra un alto tocón.
Lo más sorprendente de todo era la pericia que mostraba Adam cuando
levantaba la espada y la blandía con suaves y fluidos movimientos. El sanador le había
contado que hacía muchos años atrás había sido soldado, pero no le había creído.
—Es endemoniadamente guapo, ¿a qué si? —Le preguntó Tykir mientras se
acercaba y se plantaba a su lado.
—Si que lo es, —admitió ella. A pesar del frescor en el aire, Adam y Alrek se
habían quitado sus túnicas y se ejercitaban con el pecho al descubierto. El oscuro pelo
de Adam y el rubio de Alrek, estaban atados con cintas de cuero, recogidos en una
coleta en la base de la nuca. Sin lugar a dudas, Alrek sería un apuesto hombre cuando
creciese… si vivía tanto tiempo. Adam ya era tan hermoso como un Dios.
—¿Quién es él?, —preguntó Tyra. Estaba claro que el hombre estaba lleno de
contradicciones. Podía ser un soldado o un sanador. Podía ser tan ordinario como el
más ignorante granjero o sensible hacía las necesidades de los demás. Proclamaba que
no quería una familia, y sin embargo la amenazaba con quitarle el niño que naciese de
su semilla.
—No juzgues a Adam tan severamente, —dijo Tykir. —No creo que se conozca
ni a si mismo. Ha vivido una vida muy dura, y una vida privilegiada. A fin de cuentas
es un superviviente. Pero a un precio.
—¿Le conoces desde hace mucho tiempo?
—Desde que tenía siete años, y su hermana Adela tenía cuatro. ¡Jamás habrás
conocido a un granuja más malhablado, emprendedor y rebelde como ese! Mi
hermanastra Rain y su marido Selik adoptaron a los dos huérfanos. Sólo los Dioses
saben los horrores que eso dos experimentaron anteriormente, viviendo en las calles de
Coppergate en Jorvik. Sé que la furia nunca le ha abandonado. El intenta esconderlo
bajo una apariencia civilizada, pero en ocasiones sale. Y siempre está ese escudo
invisible que ha erguido alrededor de el. Sólo deja penetrar hasta cierto punto a las
personas, incluso a amigos y familia. Existen heridas dentro de el que nunca han
sanado… y no solamente la muerte de su hermana.
—Suenas como el defensor de ese hombre.
—¿Verdad que soy un prolijo? Alinor diría que ya iba siendo hora de que
congele mi movida lengua. Pero, de verdad, mi señora, Adam no necesita un defensor.
Si el quiere algo, lo consigue por síi solo.
A eso mismo le tengo pavor.
—Aun así, pareces muy protector.
—Lo somos todos. Yo, Alinor, Eiriz, Eadyth, Bolthor. Su prolongada pena en
estos dos últimos años nos ha preocupado mucho.
—¿Entonces, fue por eso que viniste a Stoneheim? ¿Preocupación por Adam, no
por mi padre?
El asintió.
No debería hacerle estas preguntas a Tykir. El podría pensar que tenía un
interés personal en el granuja. Después de esa noche, estaría totalmente fuera de su
vida. Bien, no esta noche, se corrigió inmediatamente. Primero tenía que llevarle a su
hogar en el norte de Inglaterra. Entonces se marcharía a Miklagard, la “Gran Ciudad”.
Era una rica, poderosa y sofisticada ciudad de oro y marfil. Apenas podía esperar. Una
vez allí, no tendría motivos para volver a pensar en Adam.
Pero primero tenía que acabar esta noche.
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Capítulo 15
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Justo entonces la puerta se abrió violentamente y ahí, de pie, estaba Tyra, como
un ángel vengativo… las manos sobre las caderas y las piernas separadas en posición
de combate, tal como a él le gustaba. A diferencia de ellos, ella no se estaba riendo.
Debía haber tomado recientemente un baño, ya que su pelo sujeto en largas trenzas
aun estaba húmedo. Sólo llevaba puesta una túnica de piel de manga corta, que le
llegaba a la altura de las rodillas, sujeta con un grueso cinturón de cuero. En sus
piernas llevaba botas entramadas hasta la pantorrilla. Los únicos adornos que
indicaban su rango eran los brazaletes de plata grabados que llevaba en la parte
superior de sus brazos.
Su pelo, así como su ropa, estaba pulcro y perfectamente en orden, pero la única
palabra que le venía a la mente para describirla era salvaje. Sí, esta noche Tyra estaba
salvaje, y no sabía por quée, pero el hecho de que ella estuviera salvaje le infundía a el
también una chispa de salvajismo.
La princesa de Stoneheim apuntó con un dedo imperial a Rashid, que estaba
boquiabierto por el mismo asombro que invadía a Adam, y ordenó, —¡Tú! ¡Fuera!
Rashid no vaciló. Sin ni siguiera una interrogativa mirada en dirección a Adam,
abandonó la habitación, cerrando completamente la puerta al salir.
Tyra se giró y cerró la puerta con llave.
Ese clic del cerrojo le retumbó en el oído como el gong de una campana.
Conllevaba un importante significado, pero por su vida, no lograba comprender cual…
no cuando su mente estaba invadida por la mujer guerrera que estaba de pie delante de
él.
Sus ojos albergaban unas miradas ardientes que ninguno podía romper, aun
cuando ella se dejó caer sobre un banco que estaba cerca de la puerta y empezó a
desanudar su bota derecha. Con la punta del dedo la tiró muy alto hacia arriba y cayó a
sus pies. Con una sonrisa de satisfacción y de victoria por su superioridad hizo lo
mismo con su otra bota. Entonces se levantó y prosiguió quitándose el cinturón.
—¿Tyra, que estás haciendo?
—Tú arrojaste el guante. Así que...
—¿Qué guante? ¿Qué reto? ¿Te refieres a nuestro pacto?
—Nuestro pacto es un punto debatible. Dí mi palabra. Por lo tanto, se
hará. —Movió la mano, en la que llevaba ahora el cinturón desabrochado, agitándolo
en el aire. —No, esto es a causa de tu insistencia en que te transporte de vuelta a
Inglaterra, contra mi voluntad. Esto es por decir que soy menos que una mujer.
—Alargó la mano hacía el encaje de piel del escote de su túnica.
Adam apenas podía concentrarse en sus palabras viendo como ella estaba a
punto de desnudarse, sin una pizca de fanfarria. Si por él fuera, hubiese habido de
antemano una llamada de trompetas… o por lo menos habría tenido la oportunidad de
coger aire.
—¿Estas intentando impresionarme?
—¿Estas impresionado?
Hasta los huesos, muchacha. Hasta los huesos.
—Para nada.
Ella se rió poco convencida.
—Tyra, párate un poco. Hablemos primero.
—Ya ha pasado el tiempo de hablar. —Le lanzó el encaje de piel en toda la cara.
Por suerte, lo atrapó, si no le podría haber dejado ciego. Lo último que quería en estos
momentos cruciales de revelación era perder la vista.
Pero entonces su declaración anterior penetró en su embrollado cerebro.
—Jamás dije que eras menos que una mujer.
—No con esas palabras exactamente. Pero lo diste a entender. Estoy aquí para
demostrarte que estás equivocado, descerebrado hijo de un bastardo sajón.
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Sus ojos chispearon ante su ironía. Dos pueden jugar este juego era el silencioso
mensaje que sus ojos le arrojaron justo antes de que se despojara de su bota derecha,
lanzándola al aire, y fijándose como daba vueltas sobre si y aterrizaba directamente
delante de ella, la punta encarando sus dedos. El sonrió con satisfacción, sin decir nada.
—Un golpe de suerte, —remarco ella.
El arqueó las cejas ante su desafío. La bota izquierda siguió el mismo camino,
no solamente aterrizando junto a la otra bota, sino justo delante de los dedos del otro
pié.
—¡Farolero! —murmuró ella.
El le sonrió, y el apretado nudo en su estomago se apretó y aflojó en respuesta.
Su sonrisa era un arma letal erótica.
—¿Cuál es tu meta? ¿Qué pretendes que hagamos cuando estemos los dos
desnudos? —dijo arrastrando las palabras mientras que lentamente se deshacía del
cinturón, luego rápidamente se levantó la túnica pasándosela por la cabeza.
Tyra inspiró bruscamente al divisar su pecho desnudo.
Él sonrió intencionadamente.
Ve con cuidado, Tyra. Él es el experto en este juego. No le des más ventajas de la que ya
tiene. Y hagas lo que hagas, deja de jadear.
—Pensé que ya lo sabías, —dijo ella. —Será lo que hemos acordado
anteriormente. Una noche en la cama de pieles, desnudos. Eso es todo.
El lanzó un gruñido de incredulidad mientras que bailoteaba fuera de sus
estrechos calzones. Ella creyó haber escuchado algo como,
—Sigue soñando, mujer. —Una vez que se despojó de sus calzones, se quedó
sólo llevando unos leotardos y un tipo de taparrabos como ropa interior, que estaba
desmesuradamente estrecho en estos momentos.
No mires. No mires. No mires. Ella miró.
Él también miró, luego se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir en mi defensa? Tiene mente propia… especialmente al
estar a una distancia tan corta de una desnuda y hermosa diosa.
Quien ahora lanzó un incrédulo gruñido fue ella. Pero sus pechos si creyeron…
sus pezones se endurecieron con interés.
Y Adam, el granuja, también lo notó.
—¡Jesús, María y José! —esa era su única respuesta. Entonces, mientras que sus
leotardos seguían el mismo camino que sus pantalones, el murmuró, —Seguramente
esta será la noche más larga de toda mi vida.
—Eso espero.
—Tyra, por favor, no digas cosas que no sientas, —le pidió mientras empezaba
a desenredar el paño que cubría su hombría. —Y no me mires de esa forma, o
seguramente me sentiré avergonzado como un jovenzuelo que nunca haya sido
iniciado.
Tyra no se pudo contener. Tenía que mirarlo. Él era como una estatua que había
visto una vez de un Dios griego… sólo que mejor. Los genitales masculinos no le eran
desconocidos, viviendo cada día cerca de los hombres. Pero jamás había visto a un
hombre totalmente erecto y que su excitación fuera por su causa, y sólo por ella. Estaba
asombrada por la belleza de la forma con la que un cuerpo humano estaba diseñado.
Masculino y femenino. Atracción, deseo, conexión, satisfacción. Había sido así desde el
comienzo de los tiempos. Sería la manera en años venideros. Y ahora, finalmente ella
era parte de ese proceso.
—¿Te gusta lo que estás viendo, Tyra?
—Me gusta, —dijo ella. —¿Y a tí?
El rió y señaló con su mano su ingle.
—¿Cómo puedes preguntar?
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—Hay una cosa que debería decirte sobre nuestro pacto. —Ella se estaba
sintiendo bastante expuesta, estando de pié desnuda delante de él durante tanto
tiempo, especialmente cuando la estaba continuamente inspeccionando con tanta
intensidad. Ella luchó contra el instinto de cruzar los brazos sobre sus pechos.
—Ahora no puedes echarte atrás. No puedes. —Negando con la cabeza
vigorosamente, le señaló con la mano que le gustaría que se diera la vuelta.
De ninguna maldita manera.
—Oh, no es que quiera incumplir nuestro acuerdo… sino añadir algo.
Al principio Adam no contestó. Ya que se había negado a volverse para
complacerlo, anduvo un poco hacia delante y hacía la derecha para poder verla desde
un ángulo lateral. El bruto le estaba mirando fijamente el culo, y podría jurar que su
virilidad se movía.
—¿Cómo de grande puede a llegar a ser esa cosa? —soltó ella.
—Parece ser que inmensa, cuando te lo quedas mirando fijamente. —Su voz era
ronca. ¿Por fin la había escandalizado?
—Lo siento, —dijo ella.
—No lo sientas, —contestó el. —Me gusta. A él le gusta.
—Me estás provocando, —adivinó ella. —¿A que normalmente las mujeres no
son tan directas?
—No, no lo son. Es un cambio refrescante.
—¿Bien, que te parece esto como directo? Yo te deseo. Tú me deseas.
Hagámoslo.
Sus ojos se agrandaron. Su cara enrojeció. Un sonido de petardeo salió de su
boca. Extendió la mano para cogerse a una mesa que estaba cerca para que soportara
sus supuestas tambaleantes rodillas. Y su virilidad parecía como si fuese a explotar.
Adam estaba fuera de control.
Inspiró e expiró varias veces para calmarse. No funcionó.
—¿Qué pasa contigo, Tyra? Estuvimos hablando sobre estos hace dos días.
¿Recuerdas esa conversación que provocó que dejaras de hablarme?
—He pensado sobre ello… bastante, y llegué a esta conclusión. Sabía que tenía
que dormir en la misma cama de pieles contigo… desnuda… porque eso fue lo que
acordé.
—Desde luego. El código de honor de un soldado nunca haría una cosa tan
femenina como cambiar de opinión. ¡Gracias a Díos!
Lo miró con furia y continuó,
—Pero también supe que había caído bajo tu embrujo erótico.
—No tengo poderes mágicos. Si los tuviese, los hubiese ejercido hace mucho
tiempo. Como allá en Northumbria cuando me secuestraste.
—Ningún hombre me ha deseado jamás de la forma que parece ser que tú lo
haces.
—Lo hago. Lo hago. Vuestros Norsemen (escandinavos) deben de estar ciegos.
—Esta es mi visión sobre la situación. Siempre puedo encontrar a un hombre
que copule conmigo…
Una intensa ola de celos le sobrevino.
—… pero puede ser que nunca tenga de nuevo la oportunidad de emparejarme
con un hombre que me hace sentir tan… tan… deseada.
Fue a alcanzarla pero se paró. Todavía existían obstáculos por superar.
—Más aún, las mujeres de Stoneheim están todas desconcertadas sobre el
consejo que le diste a Arnora.
—¿Arnora? —El frunció el ceño. —Oh, la mujer joven con ocho hijos.
Ella asintió.
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—Le contaste sobre un método para prevenir la concepción. Dijiste que una
mujer está segura tres días antes de su flujo menstrual y ocho días después.
—Segura no es la palabra correcta. —Meneó la cabeza con vehemencia. —La
técnica ciclar no es infalible. Mi madrastra Rain era una famosa médica... de hecho, a
veces estaba un poco chiflada… afirmaba que venia del futuro donde las mujeres
practicaban muchos métodos de control natal… los hombres, también. Sobre la única
cosa que enfatizaba era que no era perfecto.
Tyra movió la mano con despreocupación.
—Mi flujo menstrual será dentro de dos días. Por lo tanto, estoy dentro de esa
zona segura.
—Tyra, Tyra, Tyra. ¿Me estás escuchando? ¿Qué pasaría si no funcionase? ¿Que
pasaría si te quedaras embarazada?
—Me lo había imaginado de esta forma. Hacemos el amor esta noche, y
solamente esta noche… durante el supuesto tiempo de seguridad. Estaríamos a bordo
del barco, de retorno a Northumbria, cuando llegue mi momento menstrual. Si el flujo
falla en venir, tú lo sabrás, y lo solucionaremos entonces.
—¿No estarás de acuerdo en perder los derechos sobre un hijo que llevas?
—No lo estoy. —Ella suspiró y decidió probar una táctica diferente. —Por
supuesto, existe otra solución. Podría acostarme mañana por la noche con Gunter y
Egil. Entonces, si engordo, nadie sabrá quien es el padre.
—Desde luego que no.
Ella le aguantó la mirada, esperando. Entonces su cara enrojeció y se agachó
para recoger su túnica.
—Parece ser que me equivoque al venir aquí. Me marcharé.
—¡No! —prácticamente gritó. —No te vayas.
Ella se quedó quieta, y levantó la cabeza interrogante.
El caminó alrededor de la mesa y tomó su mano, guiándola hacia el hueco de la
cama.
—¿Una noche?
—Sólo una noche, —acordó ella.
—Entonces se hará el acto. Haremos el amor, —dijo el, bajándola hacía el
colchón, siguiéndola. —Y malditas sean las consecuencias.
—Lo quiero todo, —dijo ella.
Demasiado excitado para esperar, Adam se estaba ajustado encima de ella, a
punto de separar sus muslos y penetrarla. Justo antes paró un segundo para
contestarle,
—Desde luego vas a tenerlo todo, —y tomó su mano en la de él para envolverla
alrededor de la prodigiosa anchura de su desarrollada excitación.
—No eso, —dijo ella contra su cuello con un sonrisita tonta.
¡Tyra no tenía ni idea de que supiese sonreír tontamente! ¿Y quien iba a decir
que una sonrisita tonta tendría el efecto del agua fría sobre la vara caliente de un
hombre?
El se sentó sobre sus posaderas, extendiendo sus piernas.
—¿A qué todo te estás refiriendo?
—Lo que me contaste sobre todas las diferentes formas de placeres. El placer de
la vista…
Pienso que tú y yo hemos tenido suficiente con los placeres de la vista por una
noche. Si continúo mirándote un poco más, posiblemente se me salgan los ojos.
Ella sonrió.
—Me gusta cuando me miras. Tu escrutinio es como una caricia. ¿Lo ves?
Incluso ahora, cuando posas tu mirada sobre mis pechos, los finos pelos de todo mi
cuerpo se ponen de punta.
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—Hazlo.
Ahuecó sus manos en la parte inferior y las levantó. Mientras lo hacía se lamió
de repente sus secos labios y suspiró.
—A este paso, posiblemente no nos tendremos que preocupar de que derrame
mi semilla dentro de tu útero, —dijo Adam.
Estaba casi segura que eso implicaba que le gustaba lo que ella estaba haciendo.
—Ahora levanta y frota. Y levanta y frota. Aprende sus tamaños y sus texturas.
¿Te gustaría si te lo estuviese haciendo yo?
—Por supuesto. ¿Te gustaría intentarlo?
—Aun no.
—Tócate los pezones. Juega con ellos. Tira de ellos. Muévelos rápidamente
hacia arriba y hacia abajo y de lado a lado.
Hizo lo que el le pedía y casi se desvaneció por el placer tan intenso que sintió
ahí entre sus muslos, donde sospechaba que se había formado una humedad.
—Definitivamente me gustaría que me lo estuvieras haciendo tu, no yo. Me
siento lasciva… perversa… haciéndomelo a mi misma. Bueno, en realidad, también me
siento lasciva cuando lo haces tú, pero no perversa.
Dio una carcajada.
—Ahora más abajo… mueve tus manos hacia más abajo… poco a poco. Ponlas
encima de tu estómago. Roza tu pelo femenino. Ahora tus muslos. Sepáralos.
—Yo… yo no puedo.
—Si, si que puedes. Hazlo por mí. Hazlo por tí misma.
Separó levemente sus piernas y continúo pasando sus dedos por su pelo ahí.
¿Quién sabía que podía haber tanto placer al tocarse una misma? Desde un principio
Adam había tenido razón. Ella no conocía su propio cuerpo.
—Ábrelos más, —le ordenó. —Venga ya, Tyra, puedes hacerlo mejor que eso.
Ábrelos más. Ahora encoge las rodillas y pon tus pies planos sobre el colchón.
Ante esa sugerencia ella prácticamente gritó. Nada en este mundo haría que ella
fuera capaz de exponerse de esa manera. Sería demasiado mortificante. Sería una
rendición. Sería… increíble. Así que, por supuesto que lo hizo.
Apretó los dientes, arqueó su cuello, y gruñó fuertemente mientras que
corriente tras corriente de sacudidas le golpeaban directamente en el centro más
vulnerable de su ser. Cuando recuperó el aliento, dijo,
—¿Ya ha pasado el placer del hablar?
—Oh Tyra, apenas hemos empezado. Ahora, cariño, examínate ahí. Descubre
cuales de los pliegues es mas sensible. Encuentra el botón que es la esencia de todo tu
sexo. Ahí.
Ella soltó un quejido.
—Estoy mojada.
—Lo sé, y no sabes como me place esa idea.
Su parte inferior se estremeció cuando golpeó el pequeño botón.
—No pares. Rodéalo. Hazlo crecer. ¿Te duele?
Ella asintió. Cada parte de su cuerpo estaba tenso. Su corazón latía locamente.
Sentía como si estuviese subiendo y subiendo y subiendo hacia… alguna parte.
Abriendo los ojos, que se sentían pesados y aletargados, ella dijo,
—No puedo hacerlo más. No puedo. Algo esta mal en mí.
—Shhh. Confía en mi. —Gateó encima de la cama, tiró de la almohada de detrás
de su cabeza y la situó debajo de sus caderas. Entonces procedió a hacer lo más
pecaminoso, lascivo, escandaloso e inimaginable a los pliegues de su feminidad… con
su lengua.
Ella chilló.
Intentó apartarle de ella.
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duro para servir como el mástil de un barco… desde luego lo suficientemente erecto
para darle todo el placer que ella necesitara. Pero aun era demasiado pronto para eso.
Esta vez, quería prolongar su excitación, duplicar… no, triplicar… el éxtasis cuando
finalmente llegara a la cumbre.
Tyra en la cumbre del éxtasis sería una visión para atesorar.
Esperaba sobrevivir.
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Capítulo 16
Tyra estaba tan excitada que a duras penas se podía contener. No tenía ni idea
de cómo sobreviviría a esta gloriosa noche, pero no tenía la suficiente paciencia para
averiguarlo.
Se quedó lo más quieta posible como cualquier mujer podría en su posición. ¿Y
no era eso una increíble hazaña… que dos personas… un hombre y una mujer…
pudieran encajar tan bien? No sabía muy bien lo que se esperaba, pero no esta…
plenitud, acompañada por la más deliciosa tensión. ¿Por qué las mujeres no contaban a
otras mujeres lo maravilloso que era? ¿Por qué mantenerlo en secreto? ¿O podría ser
que fuese la única mujer que experimentaba tal dicha… o que sólo este hombre podía
provocarla?
—¿Por qué estas sonriendo, brujita? —preguntó él, golpeándola
juguetonamente bajo la barbilla con sus nudillos.
—Es un secreto, —contestó ella, esperando que la sonrisa que se dibujaba ahora
en su cara fuese misteriosa, y no una sonrisa tonta.
—Ah, entonces, tendré que torturarte para obtener tus secretos. —Mientras
hablaba, depositó sus manos sobre sus nalgas y le dio la vuelta para que estuviese de
nuevo boca arriba. Por suerte, su miembro se mantuvo dentro de ella, pero claro,
posiblemente no podría escapar una vez que alcanzara esta medida. Le tendría que
preguntar… más tarde.
Entonces Adam empezó un asalto sobre ella que sólo se podía describir como
una dulce agonía. La besó y la besó y la besó, hasta que ella no supo donde acababa él
y donde empezaba ella, si su lengua estaba dentro de su boca o la suya dentro de la de
él.
Mojó los pliegues interiores del oído, seguidamente los sopló para secarlos con
tal erótico encanto que sintió como si hubiese una cuerda conectada entre sus oídos y
ese lugar tan especial entre sus piernas. Deseaba tan desesperadamente que él se
desplazase ahí, pero, para variar, ella estaba cumpliendo órdenes, y le gustaba.
Él le permitió devolverle los besos y las caricias, pero nada más. Eso también le
gustaba.
Veneró sus pechos. Estaría dolorida por la mañana, pero ese malestar sería un
recuerdo de cuanto había disfrutado de sus atenciones.
Él susurraba cosas perversas sobre su cuerpo y sobre las cosas que iba a hacerle.
Algunas de ellas seguramente eran físicamente imposibles, pero desde luego estaba
dispuesta a intentarlo.
Ambos estaban jadeando fuertemente cuando el se sentó sobre su trasero y
salió ligeramente de su interior. Envolviendo sus talones bajo sus muslos, la separó
más, luego le ordenó.
—Mira esto, cariño, quiero que lo veas por tí misma.
Ella se apoyó sobre sus codos y miró hacia abajo donde pudo ver sus pliegues
de mujer y una parte de su virilidad que no estaba dentro de ella. Entonces Adam hizo
la cosa más tentadora. Mojó su dedo mediano en la humedad que habían hecho ahí y
empezó a acariciar el expuesto capullo de placer que crecía, dilatándose.
Al primer roce de su dedo, ella dejó escapar un agonizante gemido, entonces
empezó a suplicar,
—Para, para, para, para, para. Es demasiado. —En verdad, no era suficiente.
—Shhhh. Deja que pase, cielo, —dijo Adam, su voz apenas reconocible por su
ronquera.
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—Parece ser que no se irán hasta que uno de nosotros no se muestre. —Se
envolvió una manta de la cama alrededor de la cintura y se abalanzó hacia la puerta.
Abriéndola sólo un poco, dijo, —Veis, estoy bien. Ahora iros. —Intentó cerrar la puerta
de un golpe, pero Tykir metió un pie.
—¿Por qué esta tu pelo de punta como si lo hubieses peinado con un rastrillo?
¿Y esa marca alrededor de tu pezón es un mordisco? —preguntó Tykir con la inocencia
de un pillo veterano.
Adam miró hacía abajo. Luego miró hacia Tyra y le guiñó el ojo.
Ella odiaba cuando le guiñaba el ojo. Desencadenaba todo tipo de pequeñas
oleadas a través de su cuerpo… un cuerpo que no necesitaba esta noche más oleadas,
muchas gracias.
—¡Santo Valhalla! Nuestra dama esta totalmente desnuda, y tiene la apariencia
de haber sido aplastada por un caballo de batalla. —Era Alrek, quien se había
agachado y estaba mirando a través de las piernas de Tykir hacia el dormitorio.
Tyra corrió a toda prisa para cubrirse.
—¡Suficiente! Ahora voy a cerrar la puerta. —Adam estaba cansado de sufrir las
especulaciones de todos.
—¡Espera! Sólo un minuto. Tengo algo que decir, —gritó Alinor. Empujó a su
marido y a Alrek a un lado, entonces advirtió a Adam en una sorprendente cariñosa,
casi maternal forma de decirle, —Trátala bien.
Adam cerró y echó la llave a la puerta, entonces dejó caer la manta. Tyra no
estaba segura de si estaba hablando con Alinor o con ella cuando dijo,
—Eso es precisamente lo que intento hacer. Desde luego que muy bien.
Tyra esperaba que así fuese. Esta sería su noche de amor. Tendría que durarle el
resto de su vida.
Después de medianoche, cuando la mayoría del personal estaba en la cama, él y
Tyra se deslizaron fuera para llegar a la casa termal, donde remojaron sus doloridos
músculos en el manantial termal.
Su plan había sido enjabonarla de la cabeza a los pies con el suave jabón que se
guardaba allí… para aplicárselo como la princesa que era. Pero una vez más Tyra le
sorprendió. Tomando la delantera, como estaba acostumbrada, lo enjabonó, lo enjuagó,
luego le tumbó sobre la losa situada fuera del estanque y le besó por un lado y luego
bajando por el otro. Pero eso no fue todo. Oh, Díos, eso no fue todo. La encantadora
mujer, siempre siendo la competente alumna que era, así fuera en el arte de la batalla
como en el arte del amor, bajó su boca posándola sobre su miembro hasta que pidió
misericordia.
Pensó que podría estar enamorado.
Pero muchos hombres pensaban que estaban enamorados cuando su verga
hacia cosquillas en la garganta de una mujer. Por lo tanto no pronunció el sentimiento
en alto. Aunque tenía la intención de meditar sobre la cuestión más tarde, cuando sus
globos oculares dejaran de darle vueltas en la cabeza.
Regresaron de nuevo al dormitorio, abrazados, donde le masajeó los aún
doloridos músculos con uno de sus especiales ungüentos… en este caso, sándalo
perfumado. Ella seguía diciendo que no sabía que hubiese músculos aquí y allá, él le
aseguro que le enseñaría aún más músculos de los que jamás hubiese imaginado que
existiesen. En realidad, más tarde, le mostró el famoso Punto S Vikingo, el secreto que
le enseñó su padrastro Selik, como también a sus tíos Tykir y Eirik. Tyra afirmó que
estaba extremadamente impresionada. Debió de ser a causa de ello que al final se
desvaneció. Adam opinaba que si un hombre podía conseguir que una mujer se
desvaneciera practicando los juegos amorosos significaba que había funcionado
admirablemente. Pensaba decírselo a Tyra en cuanto volviera en sí.
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estaba sin lugar a dudas fuera, tirando lanzas con sus soldados, o estaba ocupada en
cualquier otro ridículo y energético ejercicio. ¡Cualquiera pensaría que ya le había dado
suficiente ejercicio la noche anterior, pero no su Tyra!
¡Díos! ¿Cuándo empecé a referirme a ella como mía? Pero lo es, maldita sea. Si
cualquier hombre se atreve a tocarla, lo mataré al instante.
Sonrío por su propia vehemencia interior. Había tantas cuestiones que resolver
con Tyra, pero tenía más de una noche para llegar a un entendimiento con ella
mientras que lo llevaba de vuelta a Gran Bretaña. No estaba seguro de si la quería, pero
tampoco sabía si el matrimonio era una posibilidad, pero ahora que la tenía, nunca la
dejaría marchar. Esta decisión le dio un raro optimismo a su alma. Era como si su
mente hubiese estado aturdida durante mucho tiempo. ¡Que refrescante era saber
finalmente lo que quería!
Justo cuando estaba deslizando las piernas sobre el borde de la cama y
intentaba mantenerse en pie, hubo una llamada a la puerta. Mientras se ponía los
calzones soltó una risita ahogada por lo débiles que sentía las rodillas y, abrió la
puerta.
No se sorprendió al ver otra vez ahí de pie a Tykir.
Pero desde luego se sorprendió por el anuncio de su tío.
—Tyra se ha marchado.
Esa misma noche, Adam estaba más borracho de lo que había estado en toda su
vida. La resaca cervecera que tendría a la mañana siguiente seguramente traería
consigo un insoportable dolor y trastornos estomacales, pero ahora mismo le
importaba un bledo. Todo lo que sabía era que sufría de una rabia feroz junto con un
tremendo dolor, mezclado con un poco de humillación. Llenarse de cerveza era la
única cosa que ayudaba, e incluso eso sólo lo dejaba entumecido.
Tal vez se taladraría un agujero en la cabeza y dejaría que se le escurriese el
cerebro. Apenas haría diferencia en cuanto a su inteligencia.
¿Cómo fue capaz? ¿Cómo fue capaz? Se preguntaba una y otra vez. Lo que había
ocurrido entre ellos dos la noche anterior había sido alucinante. Ahora se preguntaba si
sólo él era el que lo pensaba así. No, se negaba a creer que ella había fingido. Tyra
había estado tan afectada como el. ¿Entonces, por qué se había marchado?
Como si no hubiese sido bastante malo que ella lo abandonara tan
ignominiosamente… y, si, se sentía abandonado… había descubierto esta misma tarde
que Gunter y Egil la habían acompañado en su barco a Bizancio. Juró que si alguno de
esos dos arrogantes vikingos osaba tocar a Tyra, los mataría a ambos. Pero entonces se
dio cuenta que Tyra podía hacer lo que le viniera en gana. ¿No lo había demostrado
ya, al renunciar a sus lazos familiares, mientras su padre dormía, y desafiando sus
propios deseos con respecto a cualquier niño que pudiera existir después de su
acoplamiento al tomar la decisión en sus manos, al quitarse de en medio?
Adam apoyó las manos en la cara. Se estaba torturando con todas estas
preguntas. Tenía que parar. A la mañana siguiente le esperaba un barco que le llevaría
de vuelta a Gran Bretaña, si es que estaba dispuesto. Eso era lo que debería de hacer.
Quitarse de la cabeza a Tyra y todo este desastre de una visita forzada a Stoneheim.
—¿Adam, crees que deberías beber tanto? —preguntó Tykir, acercándose a él y
poniéndole una mano sobre su hombro.
—Si que debo.
—Bien, entonces, te acompañaré, —concedió Tykir demasiado rápido. En
opinión de Adam, sería mucho mejor si Tykir se concentrara en descubrir el paradero
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de su hijo. Adam lo había visto no hacía mucho salir de puntillas de la sala, de forma
muy sospechosa, con media docena de jovencitos siguiéndole.
Alinor, sentada al otro lado de Tykir, golpeaba a su marido con un trozo de
pan. Era capaz de hacerlo con su mano libre aunque sujetaba a su bebe durmiente
acunado en su otro brazo.
—¡Estúpido, idiota! Se supone que debes de ayudar a Adam, y no unirte a sus
miserias.
—¿Qué? ¿Ahora beber es una miseria? —dijo Tykir, cogiendo a su mujer por la
cintura, y arrastrándola sobre su regazo con un gran beso sobre su boca. Tuvo mucho
cuidado en no molestar a su hijo dormido en el proceso. —Beber puede ser el mejor
amigo del hombre cuando la suerte con las mujeres se ha terminado.
—Beber convierte a un hombre sabio en un idiota, —opinó Rashid.
Si Rahid vertía muchas más opiniones, Adam le cosería la boca con sedal de
cirujano.
—Tienes toda la razón, Rashid. Bien, marido, ¿Quién te dio esa carencia de
sabiduría? Beber puede ser el mejor amigo del hombre. ¿Rurik? —Se burló Alinor. Rurik era
un cercano compañero de ellos que creía saberlo todo sobre todo, especialmente sobre
mujeres. —Se supone que deberías darle a Adam buenos consejos, no tonterías.
—Jamás des un consejo en público, —dijo Rashid.
Todo ellos miraron a Rashid como si hubiese perdido la cabeza, pero nadie le
pregunto a que se refería. A nadie le importó. En verdad, Rashid se estaba haciendo
tan pesado como Bolthor.
Hablando de Bolthor, justo entonces se puso de pie el poeta. —Siento que se
acerca una saga, —anunció.
Adam sintió como se le revolvía el estomago. —Espero que no sea otra sobre
mí, —murmuró Adam.
—Esta es una saga sobre Thorvald el Rey.
Adam expulsó el aire con alivio, y el Rey, que no hablaba con Adam, por su
fracaso en no poder sujetar a su hija, hinchó su pecho con orgullo. Thorvald aún no
había aprendido que una saga de Bolthor no era como para estar orgulloso.
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—Deja que te dé una justa advertencia, Tykir… sería mejor que no pensases en
dejar a Bolthor conmigo cuando regreses a Dragonstead, —le dijo Adam a Tykir
mientras que se tomaba otro trago de cerveza.
—Me ofende en lo mas hondo que pienses tal cosa, —destacó Tykir. —Tus
palabras exactas fueron: ‘Adam necesita un poeta para alegrarle la vida.’
—Por el amor de Alá, ¿no te animo yo la vida lo suficiente? —preguntó Rashid.
También posó una mano sobre una aparente herida en el corazón.
—Lo mejor sería que examinaras tu lengua y adonde te pueda llevar, —Regaño
Tykir a su mujer. Mientras tanto, palmeó a su inquieto bebe en la cabeza,
evidentemente era un padre devoto a pesar de su arrogante charla de hombre.
—Ayer por la noche te gustó mucho mi lengua, —le contestó ella
coquetamente.
—¡Al-i-nor! —exclamó Tykir con un aparente shock, acompañado con una
enorme sonrisa. —Una esposa obediente jamás hablaría de esa forma tan lasciva.
—Pensé que te gustaba mi manera lasciva.
—Me gusta. Me gusta.
—¿Os importaría a los dos llevaros esta conversación a otra parte? —sugirió
Adam. —Estoy ocupado en convertir mi cerebro en gachas.
—Lo que nos lleva a la cuestión inicial, —dijo Alinor. —Consejo para Adam.
—No quiero ningún consejo, —protestó Adam.
Pero nadie le tomó en cuenta.
Las hermanas de Tyra acaban de acercarse y aparentemente escucharon una
parte de la conversación.
—Olvídate de consejos, —comentó Breanne. —Posiblemente fallará igual que
nuestro plan de seducción para Tyra.
—Bien, el atuendo femenino parece que funcionó, —dijo Drifa.
—Si, debería de conseguir uno de esos vestidos rojos para mí, —añadió Ingrith.
—Y los celos… no te olvides de los celos. Funcionó cuando Gunter y Egil
mostraron su interés en Tyra. —Dijo Vanna. —Adam se puso lívido el ver el interés de
otros hombres en ella.
—Aunque nunca pudimos conseguir que caminase con feminidad. Tiene una
gran tendencia a pavonearse, —intercedió Alinor. —Y olvídate de actuar como una
damisela en apuros. Incluso yo tengo problemas en tragarme esa tontería en una mujer.
—¡Bla, bla, bla! —dijo Adam, levantando su pesada cabeza e intentando sacar
sentido a lo que estaban farfullando. —¿Estás diciendo que Tyra tenía un plan para
seducirme?
—No, tontuelo. Nosotras teníamos un plan para que Tyra te sedujera, —explicó
Alinor.
—¿Nosotras? ¿Qué nosotras? —Por momentos Adam estaba más confuso.
—Yo, Vana, Breanne, Drifa e Ingrith, —contestó Alinor.
—¡Alinor! ¡Que vergüenza, que te rebajaras a tales maneras taimadas para
atrapar a un hombre!
—Bien, en realidad no era muy distinto a nuestro plan, —dijo Rafn,
acercándose para unirse al grupo. —Salvo que nuestro plan era para que Adam
sedujese a Tyra.
Adam miró a Rafn entrecerrando los ojos, que debía de estar en el cielo ahora
que se había ido Tyra. Ahora él y Vana se podían casar… de hecho, había oído hablar a
Ingrith por casualidad sobre una celebración de boda que se celebraría en una semana.
—Explícate, Vikingo, —ordenó Adam, aunque las palabras le salieron un poco
pastosas y no tan amenazadoras como pretendía.
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—Nuestro plan…. mío, de Tykir, Rashid y Bolthor… era sin duda el más
ilustrado. Englobaba miradas ardientes, cumplidos, constantes roces, besos, y celos.
—Y no te olvides de las conversaciones eróticas, —añadió Rashid.
—Y el hablar sobre perversos cuentos, —añadió Bolthor.
—Fui yo el que sugirió el Punto S Vikingo, —dijo con orgullo Tykir.
—¿Qué es un Punto S? —querían saber Ingrith, Drifa y Breanne.
—¡No importa! —insertó Vana, e inmediatamente se puso de un rojo intenso al
darse cuenta del error.
—Díos mío, debéis de ser la pandilla mas grande de metepatas que me haya
encontrado jamás, —dijo Alinor a todos los hombres, y las hermanas asintieron con la
cabeza en acuerdo, aunque alguna de ellas seguían mascullando preguntas sobre el
Punto S. —¡Como si a las mujeres se le pudiese ganar con unas miradas ardientes!
Los hombres estaban avergonzados, excepto Adam, que conforme pasaban los
minutos mas se enfadaba.
—¿Estáis… estáis… estáis diciendo, —balbuceó, —que todos vosotros…
hombres y mujeres por igual… habéis estado hablando sobre mí y Tyra en tal íntimo
detalle? ¿Qué habéis estado confabulando tras nuestras espaldas para unirnos?
Unos embarazosos intercambios de miradas siguieron, pero el silencio lo decía
todo. Adam gruñó, firmemente convencido que su vida no podría empeorar. Estaba
equivocado.
Bolthor se levantó y anunció,
—Esta es la saga de Adam el Menor, llamada ‘Consejo a un zoquete estúpido.’
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Capítulo 17
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desastre. Nosotras lo embelleceremos para que tú… hagas de él un hogar cuando lleves
a Tyra de vuelta.
¿Embellecer? Lo decía como si ese fuera un atributo que se deseara.
—¿Nosotras? ¿Quienes?
—Nosotras. Las hermanas de Tyra, —respondió Vana. —Bueno, excepto
Breanne, que quiere ir a la —Gran Ciudad—a estudiar los edificios de allí. —Las cuatro
hermanas de Tyra lo miraban con expectación, como si le acabaran de ofrecer un regalo
por el que él debiera agradecerles profusamente.
—No vas a venir a Bizancio con nosotros, —le dijo el rey Thorvald a Breanne.
—Es demasiado peligroso.
Ahí estaba otra vez, la cuestión del peligro.
Breanne estalló en lágrimas y le gritó a su padre… Algo a lo que él estaba
claramente poco acostumbrado, si sus ojos desorbitados eran un indicativo.
—No es justo. Tyra consigue hacerlo todo. Yo voy, te lo estoy diciendo, yo voy.
—Ahora daba petulantemente patadas con el pie.
Adam se llevó una mano a su frente palpitante… lo que no era una tarea fácil
con Kristin colgando todavía de él como si su vida dependiera de ello... ¿Estaba esa
gente sugiriendo que todas ellas invadirían su casa? Los niños. Las hermanas.
Probablemente, un ejército de criados. ¡Por la cruz! Las posibilidades eran aterradoras.
Como mínimo, su paz y privacidad serían cosa del pasado.
Tenía que retirar los dedos de Kristin de su cuello para desengancharse de su
abrazo. Con mucho alivio, la puso en tierra al lado de Alrek. Su pulgar se disparó de
inmediato a su boca mientras levantaba la mirada hacia él, llena de reproches. Inhaló y
exhaló para calmarse. No podía soportar mirar a la niñita, por lo que no lo hizo.
—Ahora, Vana, —dijo, intentando poner un tono de voz razonable, esperando
que no reflejara el pánico que sentía. —Es verdad que tengo suciedad en abundancia
en mi fortaleza, pero sería pediros demasiado que pongáis en orden mis posesiones de
vuelta a Britania. Después de todo, tenéis mucho que hacer aquí en Stoneheim,
preparando tu boda con Rafn.
—Esa es la mejor parte, —dijo ella llena de alegría. —Rafn estará especialmente
ocupado protegiendo Stoneheim mientras que Padre está fuera, y debemos esperar el
regreso de Padre para la boda en cualquier caso.
—Además, —declaró asmáticamente Thorvald, —es mejor mantener a la novia
potencial apartada de los lujuriosos mozos antes de la boda, o cuando venga a casa me
encontraré con una hija de enorme vientre.
—¡Paaa-dre! —exclamó Vana, su blanca cara volviéndose rojo brillante.
Rafn, verdadero hombre de mundo, sólo asintió con la cabeza.
—¡Que se calle todo el mundo! —gritó Adam prácticamente. —Dejad que me
exprese con total claridad. No quiero que se limpie mi castillo. No quiero que se
planten flores en mi foso. No quiero que mi cocinera aprenda a preparar miles de
menús. Esto puede sorprender, pero me gusta mi hogar tal y como es, incluyendo el
oxidado puente levadizo…
—¿Tienes un puente levadizo oxidado? —le preguntó con súbito interés
Breanne. Claramente, se veía ahora atraída en dos direcciones. ¿Debería ir a Bizancio y
estudiar los nuevos métodos de construcción?¿O debería ir a Britania y embarcarse en un
proyecto de reconstrucción? —Oh, de acuerdo, no iré esta vez a Bizancio. Pero a la
próxima, definitivamente, sí voy.
—¡Aaarrgh! —dijo él, tan brillantemente como pudo conseguir.
—Eso está bien y correcto —remarcó Rashid, viniendo de sólo Dios sabe dónde.
Pero ¿Y qué pasa con los niños?
¡Tú Judas, tú! Pensó Adam. Dijo en voz alta,
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El viaje a Bizancio -conocido como Miklagard por los vikingos- fue una prueba
agotadora, y gracias a los dioses por ello. Tyra necesitaba de duro trabajo físico y
concentración para alejar a su mente de su desdicha.
El trabajo debería haber ocupado todo su tiempo y pensamientos.
Desdichadamente, no lo hizo. La buena fortuna del tiempo había estado con ellos, el
clima haciéndose gradualmente más cálido cada día, pero eso era lo único bueno del
viaje hasta ahora. No podía ni siquiera compartir el entusiasmo de sus soldados,
quienes esperaban con ansia la aventura de un nuevo país y el servicio de la prestigiosa
Guardia Varangiana de la armada imperial del imperio.
Había sabido desde el principio que olvidar a Adam y la noche en que hicieron
el amor sería imposible. Pero había subestimado cuán desgraciada se sentiría. Estaba
perdiendo peso, sueño, y el gusto por la vida.
Echaba de menos Stoneheim.
Echaba de menos a sus hermanas y a su padre.
Y sobre todo, echaba de menos a Adam.
Para empeorar las cosas, no estaba embarazada. Su flujo mensual se le había
retrasado, y profundamente en su interior, una loca parte de Tyra había deseado que la
semilla de Adam hubiera arraigado en su matriz. Pero no iba a ocurrir, como descubrió
la tarde del día anterior.
Para evitar la mayor dificultad de un viaje alrededor de Jutlandia, la tierra de
los daneses, Tyra había dirigido a su pequeño contingente de marineros a atravesar el
tormentoso mar Báltico. Luego seguirían la ruta comercial que bajaba desde el Volkov
al Viejo Ladoga, el escandinavo Aldeigjuborn, donde había un puerto comercial,
ofreciendo una breve pausa del viaje. Si su barco hubiera tomado el camino del Dneipr,
como hacían muchos escandinavos, tendrían que hacer frente a cataratas, bancos de
arena, y peligrosos bajíos. Tal como estaban, tendrían que emplear porteadores en más
de una ocasión.
Gunter y Egil subieron para quedarse en la barandilla con ella cuando su barco
se aproximó al puerto del Cuerno Dorado de la Gran ciudad, Constantinopla, capital
del imperio Bizantino, que ocupaba la mitad oriental del viejo Imperio romano. Era
una vista espectacular, incluso para aquellos que, como ella misma, ya habían estado
aquí de visita en el pasado. Había tres conjuntos de murallas cercando la ciudad, una
dentro de otra, acentuadas periódicamente por enormes torres, cada una de sesenta
pies de altura. Los antiguos muros tenían casi seiscientos años. Rodeando la muralla
exterior había fosos, y a lo largo de la muralla del mar había cadenas de hierro que
bloqueaban el puerto de invasores. Había mucho que proteger, también, ya que la
ciudad tenía varios cientos de miles de habitantes y vastas riquezas.
—¿Tienes segundos pensamientos? —Le preguntó Gunter, envolviendo sus
hombros con un brazo. Ella miró mordazmente su mano, con los dedos apuntando
hacia su pecho, y Gunter se rió. —Pero, pero, mi señora. Sólo estoy siendo amigable.
—¿Cómo en la primera noche fuera, cuando intentaste arrastrarte a las pieles de
mi cama?
Gunter fingió sobresaltarse.
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—No puedes maldecir a un hombre por intentarlo. ¿Qué clase de vikingo sería
si no le ofreciera mis servicios a una hermosa doncella?
—¡Oh, por favor, Gunter! —Ahora fue ella la que se rió. —Todos estos años
hemos viajado juntos, y nunca antes me ofreciste tus servicios. ¿Por qué ahora?
Él se encogió de hombros.
—Has cambiado.
—¿Cómo es eso? —¿El hecho de no ser ya virgen se nota?
—De algún modo te has suavizado.
¡Realmente maravilloso! ¡Un soldado suave!¡Un Varangiano voluptuoso! ¡Una débil
mujer! Parecía que tendría que trabajar más en su masculinización. Más rascarse las
ingles, y andar pavoneándose, y escupir. Ya sabía cómo maldecir como un marinero.
—En lo que respecta a tu pregunta, —dijo, cambiando de tema, —no, no tengo
segundos pensamientos. Esto es lo correcto para mí.
—Para mí también —remarcó Egil, colocándose a su otro lado.
—Ni se te ocurra pensar en tocarme el culo. —Egil había puesto las manos en
sus nalgas más de una vez, y parecía que se había convertido en un acto reflejo para él,
y se juró que iba a sacar su daga y cortarle los nudillos de lado a lado.
Él se puso una mano en el pecho, como si sus palabras le hubieran herido.
—Mi señora, tus palabras me hacen daño. Estoy comprometido en matrimonio.
—¡Oh, de verdad! Eso no te detuvo de hacerme proposiciones indecentes.
—¿Qué proposiciones indecentes? —quiso saber un interesado Gunter.
—Las mismas que me has estado haciendo tú, —le dijo ella a Gunter.
—Oh, —dijo Gunter, claramente decepcionado porque no fuera algún nuevo
tipo de proposición indecente que el todavía no hubiera escuchado. Hombres.
—Pero yo todavía no estoy prometido en matrimonio, Tyra. Por lo tanto, soy
libre para proporcionarte placer. No como el aquí presente Egil. A propósito, Egil, ¿A
quién estás intentando impresionar con esos apretados calzones?
—¿Qué tiene que ver el estar prometido con tener sexo con otra mujer? Mi Inga
no espera que permanezca casto mientras estoy fuera ganando tesoros para su dote
nupcial. Y respecto a mis calzones apretados, al menos yo tengo algo sustancial para
llenarlos.
Gunter se envaró y dejo caer el brazo de su hombro. Lo siguiente sería invocar
un holmganga, un duelo que consistía en luchar entre un cuadrado de diez pies de
acuerdo a estrictas reglas rituales.
—¿Queréis sólo parar los dos? Vamos a atracar. —Con eso en mente, llamó a
Ivan, el experto del timón, —Párate en la Puerta de Phanar. Es la más cercana al Palacio
de Blachernae, donde deberían residir el emperador y la emperatriz.
Ivan asintió, y pronto estuvieron atracados.
—Ve a Romanus y preséntale mis respetos. Pide una audiencia inmediata para
mí. —Ordenó a Gunter y a Egil. —Lo conocí hace cinco años cuando su padre,
Constantino, todavía estaba vivo. Tenía sólo diecisiete años o así entonces, pero se
acordará de mí. Si no es así, dale esto de regalo. —Le tendió a Gunter una caja forrada
de terciopelo que contenía una gran pieza de raro ámbar en una cadena de oro.
Aunque ella no era muy dada a los adornos, lo había llevado en una ocasión sobre su
túnica, y él lo había admirado.
Tyra caminó sobre la pasarela después. Había estado a bordo del barco
demasiado tiempo y ahora prefería esperar la convocatoria del emperador en tierra.
Cuando dio un paso en tierra, llevando con ella el escudo que Adam le había dado,
suspiró profundamente.
Con aquellos primeros pasos en una nueva tierra, las lágrimas manaron de sus
ojos. Iba a comenzar un nuevo episodio de su vida.
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—Cuando tomé la decisión de que quería a Tyra… de que iría tras ella… nunca
comprendí que ella acarrearía tanto equipaje, —gruñó Adam en voz alta. Estaba de pie
en la proa del barco, que estaba cabalgando sobre las grandes olas del tormentoso Mar
Báltico.
En verdad, Adam iba poco a poco sintiéndose excesivamente cansado de
barcos vikingos y de las olas que le revolvían el estómago y de las botas mojadas y los
horizontes acuáticos. Una vez que volviera a su hogar en Northumbria, juraba que no
volvería a viajar de nuevo durante una buena cantidad de tiempo y, definitivamente,
no sobre el agua.
—¿Qué equipaje sería ese? —le preguntó Tykir.
Cómo su tío había llegado a estar en este viaje era otra historia por sí misma.
Pero aquí estaba, y Alrek, también. Por no mencionar a Bolthor, que estaba fuera en
algún lugar componiendo una Oda al Océano, o La Epopeya de un Tiburón, o alguna
cosa así. Podrías pensar que Tykir —un hombre con un hijo recién nacido—podría
sentir la necesidad que quedarse cerca de su casa, pues, no, Tykir había enviado a
Alinor de vuelta a Dragonstead bajo una fuerte custodia. Por alguna razón, creía que
Adam lo necesitaba más de lo que lo hacían su esposa e hijo. Alinor había estado de
acuerdo en dejarlo ir, pero se había negado terminantemente a permitir que su hijo
Thork acompañara a su padre. Tykir parecía estar alternativamente orgulloso y
desanimado por su incorregible hijo, quien era por cierto una versión en miniatura de
él mismo de joven.
—El equipaje al que me refiero es una engorrosa familia, —le explicó Adam. —
No comprendí que el que alguien te importara —(él todavía tenía problemas en decir
la palabra amor) —significaba involucrarse con todos esos otros apéndices.
Tykir se rió.
—Apéndices, ¿eh? Ese es un buen modo de describir a los miembros de la
familia. Pero, realmente, Adam, no deberías estar sorprendido. Es lo mismo para todos.
Por ejemplo, cuando me enamoré de Alinor, también tuve que tratar con sus locos
hermanos gemelos, Egbert y Hebert. Cuando ella se enamoró de mí, mi familia se
convirtió en la de ella, y eso incluye no sólo a Rain y Selik, Eirik y Eadyth, y a todos sus
hijos, sino a tí y a Adela, también. Además de nuestros amigos Bolthor, Rurik y todo el
resto.
Adam se sobresaltó ante la mención de Adela.
—Pero ¿no deseas en alguna ocasión, ardientemente, sólo un poco de
intimidad?
—Durante todo el tiempo. Bueno, no todo el tiempo. Cuando las cosas se ponen
demasiado ruidosas o aburridas en Dragonstead, salgo en busca de ámbar a la
península de Samland, o a las islas Hedeby para comerciar. Pero ¿sabes lo que es
realmente raro? Tan pronto como dejo el puerto del fiordo de Dragonstead estoy
echando de menos a mi esposa y familia… e incluso a todo el caos que los acompaña.
—Tykir se encogió de hombros.
—Ella cambiará mi vida, ¿verdad? —preguntó Adam.
Tykir soltó una risita ante el afligido tono de voz de su sobrino y le informó con
gran regocijo,
—Oh, Adam, ya lo ha hecho.
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Cuerpo de élite de combate de los vikingos.
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Capítulo 18
—¿Qué tiene un agujero sobre la cima y esta lleno de prado? —un soldado
Stoneheim preguntó a otro soldado Stoneheim
—¿Un barril de prado? —un tercer soldado lanzó con inocencia, aunque él
conocía la respuesta.
—Más bien, el rey Thorvald de Stoneheim.
—¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!! —los hombres que holgazanean en la cervecería se rieron
—¿Todos oyeron que el rey se folló a Bertha anoche? —dijo otro soldado. —
Bertha, la puta de la cervecería, enderezada encima de él... El único problema es que él
folló el agujero incorrecto.
—¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!! —Más risas generales
—El rey se folló a sí mismo, —explicó el soldado a un hombre que no había
entendido la broma
Estos hombres debían estar locos para encontrar humor en estas bromas
infinitas -el agujero en la cabeza- pensó Adán, pero después de una estancia forzada de
dos semanas en la ciudad comercial mientras el rey se reponía de una alta fiebre, él y
sus amigos estaban locos, también.
—Harías mejor en tener cuidado de que Thorvald no oyera por casualidad estas
bromas, —advirtió Adam. —Él no aprecia las burlas sobre su persona.
—Más bien, te equivocas, —dijo Bolthor por encima. —Thorvald parece
disfrutar mejor de las bromas sobre “el agujero en la cabeza” que de todas las demás.
De hecho, he compuesto una saga sobre eso, 'Hombres vikingos con humor.'
Bolthor ya comenzaba a funcionar antes de que Adam tuviera una posibilidad de
gemir. Rashid, el traidor, aplaudía
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—Alguien debería decirle a Bolthor la verdad algún día, —se quejó Adam.
—El que le diga la verdad deberá tener un pie en el estribo, —le aconsejó
Rashid.
—¡Sagas y proverbios! Pienso que he aterrizado en el infierno y nadie se ha
molestado en informarme.
—Está bien conocer la verdad, pero es mejor hablar de higueras, —siguió
Rashid
—¡Aaarrgh!
—Probablemente me acercaré y me dirigiré a Bertha, —dijo Rashid.
—Si osas ofrecerle un lugar en mi harén, juro que le diré a todo el mundo que
eres un eunuco. —Adam empujó su plato y la copa de madera y colocó la frente sobre
la mesa. Entonces se golpeó la cabeza varias veces. —¡Bienvenidos al mundo de locos!
Tengo que salir de este lugar. Me muero de aburrimiento. Pronto compondré sagas y
proverbios yo mismo.
—Tranquilo, Adam, nos iremos de aquí en un día más o menos. Tú mismo has
dicho que el rey está muy mejorado —dijo Tykir.
Adam debería estar agradecido. Había sido cuestionable que el rey sobreviviera
a la fiebre que lo venció poco después de abandonar Stoneheim. —Pero hemos perdido
dos semanas aquí. El rey plantó la idea en mi cabeza de que Tyra podría estar en
peligro en Bizancio, y luego sucumbió a la fiebre. Todo el tiempo que he estado
atendiendo a Thorvald, he estado preocupado por llegar demasiado tarde.
Tykir asintió con la cabeza en señal de entendimiento, luego inclinó hacia atrás
su silla contra la pared, con una expresión soñadora en su cara. —Hubo un tiempo,
antes de que Alinor y yo estuviéramos casados, cuando estuvimos separados por una
temporada. Tú no puedes ser consciente de este hecho, pero mi señora puede ser una
persona muy obstinada.
Adam lanzó un resoplido y dijo,
—¿Y tú no lo eres?
—No tan necio como ella. Pero no le digas que te lo he dicho, —añadió
rápidamente. —En cualquier caso, durante aquellas varias semanas mientras
estuvimos separados, me preocupé por su bienestar. Ella tenía dos hermanos gemelos
muy malos, ¿Te acuerdas de ellos? Pero sobre todo, ella ocupó cada momento de mis
días, porque yo había aceptado el hecho de que la amaba, y nunca se lo había dicho.
Tenía todo eso dentro de mí.
Tykir tenía parte de razón. Con el tiempo Adam se sentía como si hubiera sido
vuelto del revés. No estaba seguro lo que pensaba. A veces se olvidaba de comer.
—Te diré una cosa, la bonita cara de Gunter no lo va a ser tanto cuando termine
con él, y los rebuznos apretados de Egil no lo encajarán mucho mejor. Además, Tyra
haría mejor en no rascar su ingle otra vez. Después de verla con aquel vestido rojo, —y
haberla visto desnuda, —no puedo aceptar su idea de imitar a un hombre.
—Ese es el menor de tus problemas, muchacho. Puedo ver claramente que estás
en el mismo punto en el que yo estaba entonces. Tú aún no has aceptado tus
sentimientos.
—¡Oh, Dios! Líbrame de vikingos que hablan de sentimientos. Después Bolthor
será… ¡Uh, oh! Hablé demasiado pronto. —Vió que venía otro verso en la cara del
poeta, otra vez.
—Esto es la saga de Adam el Menor, también conocido como la saga de las 'Tres
Palabras Temidas.'
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Tyra nunca habría adivinado que podría echar tanto de menos a sus fastidiosas
hermanas. ¡Y a su padre… el bastardo egoísta! Él podría enseñar a este monarca mucho
sobre como reinar con dignidad, incluso con su castillo nórdico que carecía del
esplendor de Bizancio. Ella esperaba que la salud de su padre siguiera mejorándose,
pero confiaba en que Adam no dejaría Stoneheim antes de que estuviera seguro de este
hecho.
Personalmente, pensaba que estos Bizantinos se tomaban todo demasiado
seriamente. Ellos necesitaban un buen -agujero sobre el que bromear- si le pedían su
opinión. Tyra tuvo que reírse cuando aquel pensamiento se le ocurrió. Ella estaría loca
si omitiera el humor Vikingo.
De vez en cuando, ella y sus soldados tenían días libres. Entonces algunos de
ellos iban al hipódromo para ver, por lo general, las carreras de caballo o el circo.
Todos los hombres encontraban mujeres para aliviarse por la noche, supuso. Nunca
preguntaba.
Ante la insistencia de Tyra, Romanus finalmente le permitió unirse a sus
soldados en los campos de práctica. Y hasta allí, la trataban como a una curiosidad.
Muchos de los soldados Bizantinos querían una posibilidad de luchar cuerpo a cuerpo,
sin duda para alardear más tarde de que grandes hombres eran por haber triunfado
sobre el soldado amazona en el combate. Algunos de ellos se habían sorprendido
cuando los había ganado. En otros casos, ella había perdido. Pero sobre todo, había
funcionado admirablemente, y poco a poco se ganaba su respeto. Estaba
desacostumbrada a la necesidad de ganarse el respeto, y eso le hacía chirriar los
dientes.
En ese mismo momento, un soldado al que reconoció como un ayudante del
General Phocas, se dirigió hacía ella
—Al general le gustaría hablar con usted inmediatamente, —le dijo sin
preámbulos.
Ella inclinó la cintura, con las manos sobre sus muslos, tratando de recuperar el
aliento después de su último combate de juego de espadas. Se enderezó y se pasó el
antebrazo por la frente para limpiarse el sudor.
—¿Ahora? ¿Inmediatamente?—preguntó, tratando de coger aliento. Él cabeceó.
—Debo de marcharme para bañarme y cambiar mi sucia indumentaria.
—¡Ahora! —repitió él. —Sígame—y el muchacho grosero se fue.
Ella echó un vistazo a Gunter y a Egil, ambos encogieron los hombros, y ella se
marchó para encontrarse con el general en sus habitaciones.
En unos instantes, supo que era tan urgente para el comandante que parecía un
gnomo. No dejó que su aspecto casi feo la engañara. Sabía que él era un soldado
excelente y un líder. La belleza no importaba en la batalla, como ella bien sabía.
—Mis fuentes me dicen que estás ansiosa por entrar en la batalla activa, —dijo
él directamente.
Bien, deseosa de estar fuera de Bizancio por sí misma, ansiosa de no ser más un
espectáculo, deseando tener un trabajo útil.
—Daría la bienvenida a una asignación, —dijo con cuidado.
—Mi hermano, Leo Phocas, es general del Ejército del Este. Siempre somos
molestados por nuestro mayor enemigo de allí, Saif ed-Daula. Es momento de ponerle
fin a esa plaga y tomar la tierra de Syrian para el Imperio Bizantino. ¿Te gustaría unirte
a su lucha allí?
Últimamente, Tyra había estado incómoda con la guerra agresiva. No tenía
ningún problema en absoluto con la defensiva que luchaba para proteger una patria, o
un ideal. Pero la batalla motivada por la avaricia era diferente. Por dentro, luchaba con
todas estas cuestiones, sobre todo ya que había tenido contacto con Adam el
Curandero y sus críticas sobre sus atributos bélicos. Pero por ahora su prioridad más
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importante era salir de la ciudad imperial. Sí, era mejor aceptar la oferta del general.
Más tarde tendría tiempo para resolver sus conflictos interiores.
—Acepto su asignación, a condición de que todos mis hombres puedan
acompañarme, —dijo finalmente.
—¿Por qué deben tus hombres estar contigo? ¿No puedes estar sola? —Una
mirada disimulada apareció sobre la cara del general, la misma mirada que Tyra había
visto en demasiadas ocasiones últimamente cuando él estaba consultando en susurros
con la emperatriz.
—Sí, puedo estar sola, pero los guerreros Stoneheim vinieron aquí como una
unidad, y es como tenemos la intención de quedarnos. Si toma a uno, los toma a todos
—insistió ella.
Nicephorus la miró con el ceño fruncido, y un tic trabajando rítmicamente al
lado de su boca, haciendo que sus labios tiraran hacia arriba de una manera mas bien
grotesca. Al final, el general dijo,
—Esta bien. Os marchareis por la mañana.
Tyra abandonó las habitaciones del general y se marchó para dar las noticias a
sus hombres. Una nube pesada se colocó sobre su humor, pese a todo. Con esta última
acción, se colocaba otro paso más lejos de Stoneheim… otro paso más lejos de Adam, o
de cualquier parte donde él estuviera.
—¿Qué me deparará mi futuro ahora?
—Nunca pensé que echaría de menos el frío del norte, pero lo hago. —Tyra
estaba sentada bajo el saliente de una tienda, abanicándose la cara con una hoja de
palma.
—Estoy de acuerdo, —dijo Gunter. —¡Por las pelotas de Thor! Dos semanas en
el desierto de Syrian y no me gustaría nada más que un viento helado de Stoneheim,
acompañado por una buena dosis de nieve.
Estaban observando a una patrulla de soldados, incluyendo a Egil y algunos de
sus compañeros, que volvían de patrullar por la noche. Esto era un regreso para volver
a salir pronto. En cualquier parte donde estuviera Saif ed-Daula, no estaría preparado
en ningún aspecto aún… por lo menos, no para ninguna confrontación directa. En
cambio, había constantes y frecuentes escaramuzas, que los volvían locos.
Los ejércitos Bizantinos siempre tenían el problema de escasez de hombres,
sobre todo en esta división Oriental. Por consiguiente, daban a los soldados tierras a
cambio del servicio. Permitían a los hombres vivir y trabajar sus propias propiedades,
pero tenían que presentarse totalmente armados y montados siempre que los
convocaba el ejército fronterizo. Y decir que ellos no eran soldados dedicados era una
subestimación. Tanto los mercenarios y soldados como la Guardia de Varangian eran
recompensados con enormes salarios y con el derecho de tomar los despojos después
de las batallas. Tyra pensaba que ellos tenían el mejor trato.
Pronto ensilló y montó para patrullar los alrededores, lo que no era
generalmente deber del protector… En cambio, el General Phocas reunió una tropa
grande, de casi doscientos soldados, y anunció que iban más lejos de lo que lo hacían
habitualmente. Esta sería una incursión de noche a un pueblo distante, donde Saif por
lo visto había estado asaltando hacía pocos días
Lo curioso del caso consistía en que, en el último momento, el general ordenó a
Gunter y a los guerreros Stoneheim de Tyra que se quedasen mientras ella iba sola.
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Ellos protestaron vehementemente, pero el general reclamó que él necesitaba todos los
talentos dotados de los escandinavos para dominar el puesto de la guarnición. Así
pues, por lo menos esta vez, se resignaron.
Aquella misma tarde, Tyra entendió por qué ella y sólo ella había sido separada
del contingente Stoneheim para continuar esta incursión. Cuando se acercaron a un
oasis del desierto a alguna distancia del pueblo donde iban, el caballo de Tyra de
repente empezó a cojear. Cuando desmontó y examinó la pata delantera de la yegua,
vio inmediatamente que había sido provocado. Antes de que tuviera una posibilidad
de enderezarse y enfrentar a quienquiera que hubiera hecho este acto cobarde, Tyra fue
golpeada. Cayó boca arriba en la arena y vio una imagen nebulosa del General Phocas
que se inclinaba, riendo con gravedad.
—Maten al caballo, —ordenó el general, mientras sus párpados pesados se
cerraban. El dolor detrás de la cabeza era insoportable. ¿Era así cómo Adam se había
sentido cuando ella lo había golpeado con el lado plano de su espada?
—¿Vamos a dejarla aquí abandonada? —le preguntó uno de los soldados
Bizantinos al general.
—Si. Déjala. Será rescatada dentro de poco. Se hará según los deseos de la
emperatriz.
Se reía entre dientes con una risa suave, en silencio los hombres montaron sus
caballos y se dispusieron a alejarse.
Entonces el mundo de Tyra se puso negro.
Cuando Tyra se despertó más tarde ese día, estaba en un entorno extraño.
Tomó conciencia de su situación. Estaba tumbada sobre una losa de mármol. Ésta era
refrescada por el agua que caía de una fuente del patio. Notó el olor acre de las flores
del desierto, el sonido de risas tontas y charla suave femenina
La cabeza de Tyra palpitó con mucho dolor. De todos modos echó un vistazo a
la derecha y a la izquierda. Había mujeres hermosas por todas partes, escasamente
vestidas, de todas las edades y colores.
Ella reconoció dos hechos entonces:
Estaba totalmente desnuda.
Estaba en el harén de algún sultán.
Tyra jadeó y sintió que su corazón comenzaba a correr por el pánico. Una
reacción histérica para una situación increíble. Rashid había sugerido que sería una
buena concubina de harén, y ella se había reído. Al parecer, la decisión no estaba en sus
manos.
Sin duda alguna, no se reía ahora.
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Por otra parte, algunas mujeres son influidas por los finos adornos.
Tyra no. Tyra nunca.
¿Bien entonces, cómo era mejor manejarla?
¡Idiota! Manejarla es la peor cosa que puedo hacer.
Debo ser firme con ella.
Más bien, no puedo ser firme. Ella me considerará autoritario. Apacible es mejor. Sí,…
apacible pero firme.
—¿Por qué hablas solo? —preguntó Tykir, colocando un brazo amistosamente
sobre el hombro de Adam.
—Por miedo.
Tykir cabeceó negando, como si fuera absolutamente comprensible.
—¿Tienes un plan?
—No, y no pienses sugerir otro de tus proyectos descerebrados, como el que me
preparaste en Stoneheim.
Tykir parpadeó rápidamente, fingiéndose ofendido.
—¿No te gustó nuestro plan de seducción para Adam? Había muchos puntos
buenos en aquel plan.
Adam no quería estar implicado en aquella discusión tonta otra vez.
—¿No deberían los emisarios estar ya de vuelta? Es casi mediodía, y hace dos
horas que se han ido.
El rey Thorvald, que descansaba sobre su cama en el barco, había enviado a
algunos emisarios para pedir permiso al Emperador Romanus para que su contingente
pudiera entrar en el sector real de la ciudad. Su salud estaba muy mejorada, pero se
cansaba fácilmente. Hoy quería aparecer en su mejor forma.
Tykir se encogió. —Todavía tenemos mucho tiempo. Las puertas imperiales no se
cierran hasta las tres. Una vez dentro, tenemos el resto del día para encontrar a Tyra.
—He decidido quedarme aquí en el barco con algunos soldados y Alrek, —dijo
Rashid que estaba al otro lado de Tykir—los Bizantinos no tienen mucho amor por los
árabes, y prefiero no arriesgarme.
—Probablemente es una buena idea —estuvo de acuerdo Adam. —Con suerte,
abandonaremos este puerto por la mañana. Tienes razón sobre Alrek, también. ¡El
buen Dios!, el muchacho es un verdadero problema.
En ese momento, Alrek corría de un lado al otro del barco, tratando de
conseguir la mejor vista de la Gran Ciudad. —Adam no podía culparlo. Era una vista
espectacular, aún para aquellos que como él habían estado aquí antes. Él había venido
para estudiar en el único hospital que había y Tykir había hecho visitas innumerables
durante sus días de negociante de ámbar.
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Ella le sacó la lengua, que probablemente no era una opción muy simpática, si
su gruñido bajo era de alguna indicación.
—Siempre mantenga los ojos abatidos con mansedumbre, —era otro bocado de
sabiduría que los instructores les dieron.
—¡Hah! Sólo si usted quiere caer sobre su cara. —Casi inmediatamente, dijo—
Ouch! —Kareem le había pegado en la espalda.
—Entonces se perfora el ombligo con un anillo de oro, —decía Selim. Ordenó a
una joven de la fila delantera ponerse en pie y mostrarse. Tenía un anillo de oro, en el
centro del vientre
Tyra se estremeció y pensó, Ouch!
—¿Es atractivo? ¿Realmente, damas, creen a este cerdo?
Esta vez, Kareem tuvo el gran placer de darle con fuerza con la fusta en la
espalda. Probablemente descansaría su lengua un poco, después de todo. Se movió de
posición sobre el diván y se escuchó el tintinear de campanas diminutas. Todas las
mujeres iban escasamente vestidas, sobre todo con pantalones transparentes y chalecos
con muchas y pequeñas campanas.
—¿Qué somos? ¿Vacas? ¿Necesitamos campanas para encontrar nuestro camino
a casa? —refunfuñó. En realidad, Tyra estaría mortificada si alguien más aparte de
estas doscientas mujeres la viera con este atavío. Parecía una bufanda de seis pies, en
su opinión. Desde luego, había olvidado que no iba a hablar más, pero Kareem no. Tres
golpes le cayeron esta vez.
Iba a hacer a Kareem comerse aquella fusta cuando saliera de este lugar. Si
alguna vez salía de este lugar. NO, no, no, no podía pensar así. Alguien, estaba segura,
vendría a por ella. Gunter. O Egil. O sus soldados. Era mejor que ellos vinieran.
Pero tenía que esperar. El programa finalmente se hacía interesante. Selim y
Salomé repartían barras lisas de mármol a todas las damas. Eran de la anchura de su
índice ó dos veces como mucho. Frunció el ceño, tratando de entender el objetivo de tal
objeto.
—Hoy te van a enseñar a como reforzar un nuevo músculo de tú cuerpo… uno
que realzará el placer del amo durante el juego de cama. Y tú placer también, —añadió
Selim como una tentación.
¿Músculos? Era un tema con el cual Tyra estaba bien familiarizada, pero no
pensó que hubiera algún músculo que pudiera ser considerado nuevo para ella.
Se equivocaba. Cuando una de las huríes demostró el objetivo de la varita
mágica de mármol, los ojos de Tyra se ensancharon.
—Hay un músculo interior que debes aprender a controlar. —La instruyó
Selim—aprieta, suelta, aprieta, suelta, aprieta, suelta…
Mientras él repetía la orden una y otra vez, Tyra comenzó a entender el
principio. ¡Y todo en lo que podía pensar era, ¡Por el amor de un gigante helado! ¿Qué
pensaría Adam de este truco?
Pero inmediatamente se reprendió a sí misma. —Nunca voy a ver a Adam otra
vez.
¿Soy yo?
La intrusión de Adam en sus pensamientos borró todo el interés por la
demostración. En algún punto iba tener que afrontar sus sentimientos sobre él, y los
errores que podía haber cometido. En aquel momento, Tyra se hizo una promesa. Si
alguna vez salía de este harén… y sin duda lo haría… volvería a Stoneheim y haría las
paces con su padre y sus hermanas. Entonces iría a por Adam.
Realmente, cada buen soldado sabía que había veces que lo mejor era olvidar.
Era infeliz aquí en las tierras del este. Había sido infeliz en Bizancio. Y todo esto tenia
que ver con Adam… o la ausencia de él en su vida. No importaba donde estuviera;
podría ser feliz si él estuviera allí.
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Sí, ella era para Adam. Incluso si tenía que secuestrarlo otra vez. Ellos tenían un
negocio inacabado… la menor parte del cual eran las varitas mágicas de mármol.
Bien, probablemente no el menor
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Por una vez, la saga de Bolthor tuvo sentido. Tykir cabeceó, y Adam le dijo lo
impresionado que estaba. Había algo repugnante sobre el exceso de esta corte. Debería
haber un mejor equilibrio entre ricos y pobres. Idea extraña, ésta. ¿Quién habría
pensado que esto vendría de Bolthor? Pero entonces, quizá Adam había sido tan
culpable como muchos otros de pensar que Bolthor era torpe solamente porque
hablaba despacio.
La esclava de Adam, quien debía tener como máximo trece años, se había
marchado para entregar un mensaje al Rey Thorvald. Y volvía ahora.
—Tú rey dice que pases adelante. El emperador hablará contigo ahora, —le dijo
con su voz de niña. —Vosotros dos, también, —añadió, indicando a Tykir y Bolthor.
Adam asintió y se puso de pie, notando que Thorvald hacía lo mismo, con la
ayuda de dos criados, uno de ellos le dio la mano. Si Adam no estuviera tan
preocupado por Tyra, estaría preocupado por el rey, que no era tan fuerte como creía.
En unos segundos, los cuatro esperaban al emperador y a la emperatriz, cuyos
divanes estaban sobre una tarima ligeramente elevada sobre el resto del cuarto.
Romanus y Theophano -ambos eran personas sumamente hermosas- no les saludaron.
En cambio, ellos inclinaron por la mitad su cuerpo en reverencia.
Los cuatro iban vestidos con sus mejores galas... el traje de calidad, el bordado
exquisito, la joyería de ámbar, brazaletes de plata... pero parecían pobres comparados a
estos dos, y la mayor parte de otros asistentes a la Corte.
—Bienvenidos a Bizancio, Thorvald. Creo que eras amigo de mi padre.
Thorvald asintió.
—Y de su hijo, también.
Después Thorvald presentó a los otros tres, Romanus dijo,
—He oído que te realizaron una operación milagrosa.
Aquí vamos otra vez con el negocio del milagro, pensó Adam.
—Sí, me han hecho un agujero en la cabeza.
Ah, Dios, por favor, no más bromas sobre agujeros en la cabeza.
—Este es el médico que me lo practicó y me salvó la vida, —continuó el rey,
agitando una mano hacia Adam.
—¡Aaahh! —el emperador y la emperatriz suspiraron a la vez, debidamente
impresionados, supuso. O aburridos.
—¿Te gustaría a ir a mi hospital por la mañana? Tengo cinco. Probablemente
podrías explicar eso del agujero en la cabeza a mi curandero, —sugirió Romanus a
Adam.
—Yo tendría el honor de hacerlo… en otra ocasión. Hay un asunto más urgente
en mí… nuestras mentes… primero.
Podía ver que el emperador no estaba contento con su respuesta. De todos
modos Romanus preguntó,
—¿Y cual es ese asunto tan urgente?
—Mi hija, —dijo el rey. —Debo ver a mi hija Tyra.
Al mismo tiempo, Adam dijo,
—Mi prometida, Tyra.
—¿Su prometida? —preguntó la emperatriz con sorpresa.
Igualmente sorprendido, el emperador miró a su esposa.
—¿Ella no nos dijo que estuviera prometida, verdad Theo?
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—Sí, lo estaríamos. ¿Pero realmente quieres arriesgarte a una guerra por una
mera mujer?
Varios de los consejeros Bizantinos de la fila superior corrieron hacía el
emperador e intervinieron en la conversación precipitadamente, en voz demasiado
baja para no ser oídos. Pronto Romanus anunciaba, de mala gana,
—Pido perdón por el tratamiento al que se ha sometido a Tyra, la Princesa
Guerrera, mientras estuvo en mi tierra. Pongo mis tropas a vuestra disposición para
ayudar a recuperarla.
La emperatriz los miraba como si su lengua la estuviera estrangulando. Debería
tomar sus palabras como una palmada indirecta para ella.
Adam y Thorvald cabecearon aceptando la disculpa de Romanus y el
compromiso de ayudar. ¿Qué más podían hacer?
—Bien, partiremos hacía las tierras del este, —pronunció el rey con una voz que
no soportaba ninguna discusión, ni de un emperador advenedizo que tenía la mitad de
su edad, ni de una taimada emperatriz.
¿Oh, Tyra, dónde estas?
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—Espero que no temas a las alturas, —le dijo Adam, haciéndole señas para que
avanzara. —Tenemos sólo unos minutos para lograr escapar, y hay que descender tres
pisos para eso —Él siguió echando un vistazo de derecha a izquierda para asegurarse
que nadie salía de uno de los otros cuartos de examen, entonces miró abajo a los
jardines para asegurarse que nadie había salido al área para dar un paseo.
Ella se apresuró, atándose la cuerda alrededor de la cintura.
—Cualquier miedo a las alturas que tenga es cosa del pasado, mi miedo más
inmediato es el de ser decapitada... que es la pena por fugarse de un harén.
—¿Decapitada? —Él se rió. —Yo nunca habría venido a buscarte si hubiera
sabido que la decapitación estaba implicada.
Ella se giró.
—¡Qué momento para burlarte!
Minutos más tarde resbalaban por la cuerda abajo... una experiencia que nunca
querría repetir... mientras corría tan furtivamente como era posible por un laberinto de
pasillos vio una puerta oculta que conducía hacia fuera, a una calle pública. Con el
índice en sus labios advirtiendo silencio, Adam levantó el dobladillo de su traje y le dio
una larga daga. Luego sacó la espada de su vaina que colgaba de su cintura. Esta era la
parte más peligrosa de todo, comprendió ella. Muchas monedas debían haber sido
pagadas para limpiar su camino de guardias, que estaban ausentes del interior de una
manera extraña, pero allí había demasiados guardias fijados en intervalos a todo lo
largo de las paredes del castillo... demasiados para ser sobornados.
—Tú padre y sus tropas nos esperan a corta distancia.
—¿Todos?
—¿Ah, Tyra, cómo podrías pensar otra cosa? Eres una hija muy querida, un
líder militar y una amiga.
¿Y amante? No podría decir por qué aquella omisión debería molestarla tanto,
pero la molestó, incluso en medio de todo este peligro.
Él tomó su mano en la suya, apretando sus dedos, después la levantó para
poder besarle los nudillos.
—Eso es, corazón mío. Aquí estamos esperando para ver las estrellas esta
noche.
Ella cabeceó. Mientras estaba con él, no tenía miedo... incluso de morir.
—No, aquí estoy esperando que Bolthor componga una saga sobre esta
aventura acertada a bordo de un gran barco esta noche.
Él se rió del pensamiento de que ellos dos dieran la bienvenida a una de las
sagas de Bolthor.
—Mejor todavía, —dijo Adam sobre su hombro, mientras abría la puerta que
crujía y tiraba de ella hacia adelante, —esperemos que le cuente esta historia a nuestros
niños por un laaaaaargo tiempo.
Ambos entonces corrieron por sus vidas, pero las últimas palabras de Adam
sonaron a través de sus oídos como un estribillo alegre.
Sus niños, sus niños, sus niños.
Esa noche, Adam se acercó a la tienda que había sido puesta a un lado para
Tyra. Él estaba tan nervioso que apenas podía respirar.
—¡Por las uñas del dedo del pie de Thor, Adam! Te tiemblan las manos, —Le
señaló mordazmente Tykir.
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—Alabado sea Alá —le dijo Rashid—has rescatado a tú señora. ¡Tú y solamente
tú! No tienes nada que temer. Ella estará tan agradecida que caerá gratamente en tus
brazos. Y piensa en esto, amo. Ella ha estado en un harén. Sin ninguna duda ahora
sabe cosas. —alzó sus cejas para señalar a qué cosas se refería.
—¿Qué cosas? —quiso saber el Rey Thorvald.
Adán gimió. Verdaderamente no necesitaba la compañía del padre de la mujer
a la que esperaba declararse esta noche.
—En realidad, pienso que deberías ponértela sobre el hombro, como ella te
hizo. Llévatela a algún punto aislado y convéncela de que es tuya. —le dijo el rey
después de exponer esa sabiduría.
Adam rechinó los dientes. Él no estaba preparado para preguntarle al rey que
significaba eso.
—Escribí una vez una saga titulada 'cómo convencer a una criada de
inconvencible.' Fue muy popular en la corte de Anlaf, según recuerdo. —Bolthor se
frotaba ligeramente la barbilla mientras intentaba recordar los detalles.
—¡Basta! —gritó Adam. Se paró en seco, provocando que todos se pararan
también. —No necesito que me acompañéis. No necesito consejo. No necesito a
ninguno de vosotros aquí conmigo. ¡Salir!
Como si fueran uno, sus cuatro compañeros giraron sobre sus talones y se
alejaron mientras el rey refunfuñaba, ¡cachorro de sajón desagradecido! y Bolthor decía
algo así como ¡Ya lo lamentará!
—Rashid recitó, —Alá no puede estar por todas partes; por eso él creó a los
amigos. —Tykir apenas sonrió.
Adam miró fijamente la tienda que tenía delante, haciéndose el ánimo.
Esa mañana, él y Tyra se habían escapado con seguridad del palacio del
desierto hacia las tropas de Stoneheim, a pesar de la persecución del sultán. Habían
montado a todo galope, sin luchar... algo que tenía irritado a Thorvald, que deseaba
desesperadamente cortar una cabeza o dos en venganza por el secuestro de su hija.
Adam estaba seguro de que encontraría una oportunidad de tomar venganza en el
futuro, una vez que estuviera en una posición de ventaja.
Ahora estaban detrás del puesto avanzado del desierto del ejército del este.
Tyra y sus soldados ya habían informado al general Phocas de que no servirían más en
su ejército. El general había discutido infructuosamente todo el tiempo, negando
cualquier implicación con el sultán. Puesto que ella no tenía ninguna prueba además
de la evidencia de sus propios ojos, decidió aceptar su palabra. Las otras únicas
opciones eran: uno, enfrentar al taimado comandante sobre esta cuestión en la corte de
Bizancio, que se inclinaría pesadamente a favor del general; o dos, colgar su cabeza
durante la noche –que era la preferida de Thorvald- pero entonces tendrían a mil
soldados persiguiéndolos.
Thorvald juró que se tomaría venganza en una fecha próxima. Él ya había
convencido a quinientos soldados nórdicos para que abandonaran las filas de Bizancio
y volvieran con él a las tierras del norte, a cargo del tesoro real. Este recorte en sus filas
lastimaría al general Phocas más que cualquier multa de la corte.
Decir que el general estaba lívido era quedarse corto. Si pudiera, habría cortado
la cabeza de Thorvald él mismo.
Al día siguiente, viajarían de nuevo a Bizancio y a sus dos grandes barcos. El
rey se proponía comprar varios más para llevarse a los soldados adicionales que
volverían con él.
De allí, las naves se dirigirían en trayectorias separadas. La mayoría volvería a
Stoneheim. Pero por lo menos una de ellas iba a Gran Bretaña y a casa de Adam en
Hawkshire.
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Capítulo 20
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se juró a sí misma que se encargaría de la situación por él una vez que estuviera libre.
No estaba bien descargarle los niños a él.
Ahora Tyra estaba sentada sobre la cama de paja en su cuarto de la torre
esperando a que Adam, finalmente, hablara con ella, como le había prometido una
hora antes de enviarla arriba por las escaleras. Ella tuvo que esperar por mucho
tiempo.
—Tyra, —dijo él cansadamente cuando entró y cerró la puerta, se desplomó
pesadamente en una silla y miró hacia el colchón donde ella estaba sentaba. —tenemos
un verdadero problema aquí.
—¿Otro aparte de que me secuestraras y después no quisieras hablarme desde
hace una semana?
—¿O aparte de que me rechazaste, no una vez, sino dos veces?
Verdaderamente, lo tenemos. Lord Eirik y Lady Eadyrh de Ravenshire han llegado
ahora mismo con todo su séquito, incluyendo a John, quien reside en la cercana
guarida del Halcón.
Así que esa era la causa de la conmoción que había escuchado fuera en el patio.
—¿Tu tío y tu tía? ¿Por qué es un problema? —¡Uh—oh! Creo que algo sumamente
serio está fuera de lugar. —¿Por qué ha venido Eirik? —entrecerró los ojos mirándolo
suspicazmente.
—Tykir le envió una misiva, instándolo a venir aquí a representar a la familia.
Tyra se puso una mano en la frente. ¿Representar a la familia?
—Aclárate ahora mismo, sajón. ¿Por qué hantenido que venir?
—Por la misma razón que tu padre, Bolthor, y Rashid llegaran mañana, junto
con un pequeño contingente de soldados Stoneheim. —Él tomó aire profundamente,
luego le informó, —para la boda.
Ella frunció el ceño.
—¿La boda? ¿Se han casado Vana y Rafn aquí, en vez de en terreno
escandinavo? Eso es extraño, sobre todo porque Rafn no estaba aquí.
Adam negó con la cabeza.
—La nuestra.
—¿La nuestra? —chilló ella fuera de sí. —¿Tú y yo?
Él inclinó la cabeza, con una expresión lastimosa en su cara.
Esa expresión lastimosa le causó una sensación de alarma.
—¿Mi padre te impuso esto a la fuerza? Pues bien, no lo respaldaré.
—No fue tu padre, precisamente. Pienso que pude haberle yo dado la idea
—¿Tú? —chilló Tyra otra vez.
—¿No fui yo detrás de ti cuando te fuiste a Bizancio? —se quejó Adam.
—¿Y en tu mente eso es una propuesta de matrimonio? —¡Por las runas! Los
hombres pueden ser imbéciles y estúpidos al mismo tiempo.
—Los comentarios sarcásticos te van bien mi señora. Pude haber dicho a una
persona o dos que iba detrás de ti porque te quería para mí, y todo eso cobró vida
propia, como una bola de nieve que crece y se convierte en una avalancha. Tengo que
decirte, Tyra, que tu familia tiene ciertas tendencias a asumir el control. Pues bien, la
mía también hace lo mismo. Eadyth esta ahí abajo desde hace una hora planeando el
festín matrimonial con Ingrith, y sospecho que Eirik ha invitado a medio Northumbria
a las fiestas. Alinor, quien es una costurera notable, te envía un traje de noche para la
boda, echo a toda prisa. Mi amigo Rurik y su esposa Maire aun pueden venir… aunque
tengan que recorrer toda la ensangrentada Escocia.
—¡So! ¡So! ¡So! —dijo Tyra, como si le hablara a un caballo. Miró directamente a
los tristes ojos de Adam. —Que tú me querías. ¿Qué quieres decir con eso?
—No sé. Verdaderamente lo estoy pensando. —Él puso los codos sobre las
rodillas y sostuvo su mentón con las palmas de las manos, contemplándola
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directamente. ¡Por los dioses! Él tenía los ojos muy bellos. Entrañables, —sospecho que
quiero decir que… que
—¿Qué? —lo aguijoneó ella, cuando pareció que o bien era incapaz o estaba
reacio a seguir hablando.
—…te amo.
Ella sintió como se le saltaban las lágrimas y luego, grandes y fuertes sollozos,
acompañaron a las lágrimas que rebosaban sus ojos y bajaban corriendo por su cara.
—Ésta no es realmente la reacción que esperaba, —le dijo, tratando de
alcanzarla.
Ella sacudió sus manos.
—¿Qué esperabas?
—Esperaba… no, deseaba que me dijeras que me amabas, también.
—Por supuesto que sí, idiota.
—¿Me amas? Entonces todos los demás problemas no son nada si ya tenemos
eso. —Él frunció el ceño como si algo le molestara. —¿Si me amas, por qué huiste de
mí... …dos veces?
—La primera vez es fácil de explicar. Supe que no podíamos llevar una vida
juntos… con tus sentimientos acerca de mí y de la maternidad… que presumo que no
han cambiado, a propósito. Entonces, verdaderamente, si tenemos problemas que
parecen infranqueables. Además, tuve que salir para darles a mis hermanas una
oportunidad para el matrimonio.
Él consideró cuidadosamente sus palabras, luego inclinó la cabeza.
—Es una lógica sinuosa, pero supongo que la entiendo, sin embargo no acabo
de comprender por qué no me pudiste decir todo esto antes de huir.
—Habrías tratado de hacerme cambiar de opinión.
—Eso es cierto, es cierto, —estuvo él de acuerdo. —A ver que nos trae el
segundo tiempo. Te rescato, te devuelvo a la seguridad de la fortaleza, y me rechazas
otra vez. Estaba avergonzado delante de todos los demás, y devastado por tu falta de
sentimientos hacia mi.
—Oh, Adam nunca fue por falta de sentimientos hacia ti.
—¿Entonces que fue?
Ella sintió que no era capaz de afrontar con buen humor la vergüenza.
—No te lo puedo decir.
—Será mejor que lo hagas.
—Algo me ocurrió durante el corto tiempo que estuve en el harén.
Él inmediatamente se puso rígido.
—¿Fuiste violada? Dios mío, regresaré y mataré a ese viejo águila ratonera. Me
dijiste que nadie te había tocado.
Ella levantó una mano para detener su acalorada perorata.
—No fui violada. Ni fui tocada de esa manera. Adam, supe que irías a mi tienda
de campaña después de que regresáramos al campamento militar. Supe que esperarías
hacer el amor conmigo. Y no lo podía hacer después de que… justamente no podía.
—Hablas sin sentido, Tyra.
—Arrancaron todo el pelo de mi cuerpo. ¡Así pues! Ahora ya lo sabes. —Ella
comenzó a llorar otra vez, esta vez con mortificación.
—¿Huh?
—Hay veces que parece que puedes actuar total falta de cerebro. Aparte del
pelo de mi cabeza, esos estúpidos eunucos… se necesitaron ocho para mantenerme
sujeta… arrancaron cada pelo de mi cuerpo. Incluyendo... —Ella agitó una mano
indicando el área de su ingle.
Al principio él no la entendió. Cuando lo hizo, sonrió abiertamente.
—Déjame ver.
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Ella se puso en pie y le rodeó con los brazos sus anchos hombros, besando cada
parte de su cara.
—Te amo. Y no sólo por este gesto dulce. TE AMO. TE AMO. TE AMO.
—¿Quiere decir eso que no me afeitarás? —preguntó él contra su oreja.
—Si, no te afeitaré.
—¡Uf!—dijo él. —Dos pollos desplumados en la misma cama, es un poco más
de lo debido.
Ella le dio una bofetada por su burla.
Él trató de cosquillearla… en el área de su mortificación.
Ella realmente le dio puñetazos y luego mientras él forcejeaba con ella para
restringir su vapuleo a puñetazos, él se dejó caer hacia la cama, llevándosela con él.
Luego se dio la vuelta para que ella quedara bajo él.
Sujetó su cara con las manos como si ella fuera un delicado objeto para ser
apreciado. Colocó sus labios cuidadosamente sobre los de ella, que encajaron
perfectamente; luego él respiró, metiendo su aliento en ella, llevándose su aliento.
Fue un beso breve, pero más que eso. Fue un beso que prometía mucho. Por
siempre. Fue un beso para siempre.
—Te he hechadotanto de menos —le dijo—Hubo un tiempo, no hace mucho, en
que apreciaba mucho mi soledad. Pensé que no quería nada más allá de la paz y
tranquilidad. Pero ahora —él se encogió de hombros—ahora no puedo imaginar vivir
en este frío y oscuro torreón, sin ti y todo el revuelo que te rodea. En verdad, no puedo
imaginarme viviendo en cualquier parte y ser feliz a menos que tú estés allí. Eirik,
Tykir y Rurik, todos me han avisado que cuando un hombre encuentra a la mujer
correcta, siente como si fueran compañeros del alma. Nunca he creído en ellos… hasta
ahora.
Tyra sintió como si su corazón se estuviera hinchando y fuera a explotar. Este
hombre le despertaba tantas emociones que apenas podía respirar. Él simplemente
sabía decir las cosas correctas mientras ella clavaba los ojos en él con estúpida
admiración de que le pudiera importar una mujer como ella.
Él comenzó a desnudarla, prenda a prenda. A pesar de sus protestas y sus
forcejeos, persistió, todo el tiempo entero susurrándole a ella.
—Tyra, yo no quiero oír más acerca de esas irreflexivas palabras que te dije
referentes a ti y a la maternidad. No quiero oír que tú debes ser un soldado. No quiero
oír cómo la única manera en que pueden casarse tus hermanas es que tú fueras una
desheredada. No quiero oír qué poco atractiva piensas que eres. No quiero saber de
cualquier problema que tengamos entre tú y yo. —La tenía ya completamente
desnuda, y la contemplaba… por todas partes.
Ella cerró los ojos por la vergüenza.
—Abre los ojos, Tyra. —Cuando ella lo hizo, él le dijo,
—Hay una única cosa que quiero oír de ti.
Ella supo exactamente lo que era.
—Te amo, Adam.
Él sonrió… y fue una sonrisa gloriosa de Adam... de la clase que sólo él podía
dar… la clase que hacia pensar a una mujer que era la cosa más importante del mundo
para él.
—Tú eres la persona más importante en el mundo para mí, Tyra. Y te quiero
más de lo que pueda expresar con palabras. No sé por qué o cómo ocurrió, pero
sospecho que me tuviste desde el primer momento que entraste en mi vestíbulo,
llevando puesta una armadura y rascándote la ingle.
Sus palabras fueron tan preciosas para ella, que no pudo hablar por varios
minutos… sobre todo acerca de la parte de rascarse la ingle. El no sospechaba que ella
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algunas veces sentía que le picaba allí ahora que su pelo comenzaba a crecer, y
verdaderamente podía tener necesidad de rascarse.
—Hay una cosa que debes conocer, mi corazón. Vengo con equipaje, tal como
tú vienes con tu molesta familia.
—¿Equipaje?
—Sí. El equipaje que lleva los nombres de Alrek, Tunni, Kristin, y Besji.
Necesito adoptarlos, Tyra. Por alguna razón, creo que Dios, y posiblemente Adela
arriba en el cielo, los han enviado a mí. Tal como Selik y Rain me adoptaron a mí y
Adela, no puedo hacer menos por ellos. ¿Entiendes? ¿Estás dispuesta a cargar conmigo
y mi equipaje?
—Nunca tendrás otro momento de paz, sospecho.
—Indudablemente.
—Entonces por supuesto que me casaré contigo, y adora a cada una de tus
cargas. —Un pensamiento repentino vino a ella, y se rió ahogadamente para sí misma.
—A cambio, tendrás que adoptar algo mío.
Él arqueó las cejas en duda.
—¿A una de tus hermanas? ¿Por qué querrías hacer eso?
—No, no a una de mis hermanas. Mi gato.
—¿Warrior? ¡Oh, Dios mío! ¿Mi vida será realmente áspera, verdad? Ese gato
me odia. —Él sonreía mientras hablaba, lo cuál Tyra tomó por una buena indicación.
Adam le hizo el amor despacio, muy despacio amándola por largo tiempo…
como un hombre que expresa su amor con su cuerpo en lugar de con palabras. La hizo
lloriquear y rogarle. La besó allí, aunque ella sospechaba que sus labios avanzaban
dando sacudidas suprimiendo la risa. Cuando la penetró, empezaron los golpes largos
y lentos que les llevaron a ambos al éxtasis, él imploró,
—Nunca me dejes otra vez. Prométemelo, Tyra. Dímelo, no importa lo que
pase, dime que no me dejarás otra vez.
¿Cómo podía ella prometer eso?
¿Cómo podía ella no hacerlo?
—Te lo prometo, —dijo, pensando sin embargo que no tenía ni idea de cómo
cumpliría con tal promesa. Tenía que confiar que ambos trabajarían en ello.
Y luego ella no pudo pensar nada más pues montaban en la cresta de una
enorme ola de placer. Cuando estallaron, juntos, ella sintió los espasmos de él después
de ondas de dulce agonía.
Ella supo que estaba contento, también, porque él gimió.
Adam tenía el gemido más agradable del mundo.
Cuando yacieron saciados en los brazos del otro por algún tiempo, Tyra estaba
de costado, la cara contra su pecho y una pierna sobre su muslo, Adam insertó una
mano entre ellos y la colocó sobre su estómago.
—Quiero tener niños contigo, Tyra. ¿Te quedarás conmigo y llevarás a mi hijo?
El corazón de Tyra se detuvo ante su pregunta. Sospechó que había mucho más
en esa pregunta de lo que parecía aparentemente.
—¿Piensas que podría ser una buena madre?
—Verdaderamente, lo pienso, —dijo él, besándola ligeramente en los labios.
—¿Qué te ha echo cambiar de idea?
—No creas que alguna vez me sentí diferente. Me oponía a mis sentimientos
por ti y ya has prometido quedarte conmigo. Eso es suficiente.
—Pues, verdaderamente, me gustaría tener a tu hijo. Aunque todavía no veo
cómo podemos reconciliar nuestras diferencias. Tú eres un sanador y yo un soldado.
Somos tan diferentes.
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Epílogo
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Era ya media tarde, y Adam estaba sentado al lado de Tyra en la tarima central.
Habían saboreado deliciosas viandas una tras otra. También habían bebido bastante
aguamiel. Y contemplado innumerables entretenimientos.
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Tyra llevaba puesto un vestido de lana azul muy suave, que le había enviado
Alinor. Estaba adornado con perlas y con halcones bordados. Su pelo rubio suelto
estaba sujeto con un anillo de oro delgado. ¡Estaba tan hermosa!
Adam miró con diversión como Tyra admiraba, una y otra vez, el anillo de oro
grande con la cresta de un halcón, que él había colocado en su dedo ese día.
—Entonces, ¿te gusta tu anillo de boda, esposa?
—Te amo esposo, —dijo ella, sonriéndole suavemente.
Los dos estaban sintiendo un gran placer al decirse el uno al otro las palabras
“esposo” y “esposa”. Ambos se preguntaban a si mismo si la novedad se pasaría
alguna vez.
—¡Ah, ah! —dijo ella de repente. —Olvidé darte tu regalo de bodas.
Cuando luchó para sacar algo de su cinturón, él tiró de las trenzas de guerra a
ambos lados de su cara, que habían sido enhebradas con perlas para hacer juego con
los abalorios de su vestido. –No se espera que me tengas que comprar un regalo, mi
amor.
—¿Por qué? ¿Si puede haber un regalo para la novia, por qué no un regalo para
el novio?
Él se encogió de hombros y se rió de ella. La verdad, es que ese día no podía
dejar de sonreír.
—¿Este es un regalo de broma… como por ejemplo, plumas de pollo? —Dijo,
mirándola con las cejas arqueadas.
—Adam... —le advirtió, mirándole con los ojos entrecerrados.
Estaba adorable cuando lo miraba de esa manera. Adam no pudo resistir decir:
—¡Bok! ¡Bok!
Ella entrecerró sus ojos aún más.
—Si vuelves a mencionar ese tema una vez más, no va a haber noche de bodas...
si captas mi mensaje.
Él lo hizo, e inmediatamente desapareció la sonrisa de su cara. Ni siquiera dijo
lo que estaba apunto de decir... que la mejor de los pollos era desplumarlos.
Comentario que se guardaría para utilizarlo más tarde.
Ella puso en su mano un pedazo de terciopelo azul, atado con una gruesa
cuerda de oro.
—Aquí tienes —le dijo, su cara florecía con una encantadora sombra de color
rosado.
Aquel rubor lo intrigó más que el regalo.
Despacio fue abriendo el paquete, luego miró fijamente con gran confusión la
varita de mármol que tenía en las manos. Era más o menos del tamaño de su dedo
medio y dos veces más largo.
—Qué es esto?
Ella se acercó más a él e inclinándose le susurró una explicación al oído.
—¡Tyra! —gritó, luego echando la cabeza hacia atrás soltó una fuerte carcajada.
La mujer le sorprendía continuamente. Y él estaba realmente sorprendido ahora.
—Si no te gusta, me lo devuelves —se quejó ella tratando de agarrar la varita.
—¡Hah! ¡Ni por todos los malditos demonios! —dijo él, manteniendo el regalo
fuera de su alcance. Entonces de repente se puso de pie, y tirando de ella, la bajo de la
tarima principal, corriendo por las escaleras, cruzaron el salón y sin darle tiempo ni a
decir una solo palabra, se dirigió a su habitación con ella fuertemente agarrada.
Realmente un modo de actuar de lo más escandaloso, delante de todos sus amigos y
familiares. Aunque a ninguno de ellos pareció importarles.
Tykir le gritó:
—¿Adónde vais, Adam?
Adam le contesto:
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Al día siguiente, muchos invitados comentaron que era la primera vez que
habían oído de unos novios que dejasen el banquete de boda mientras todavía había
luz de día… y no apareciesen otra vez hasta el día siguiente.
Bolthor prometió escribir una oda sobre ello.
Tyra sólo sonrió.
Adam la imitó sonriendo alegremente.
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Querido Lector:
Espero que le gustara mi última novela de vikingos… que ha sido seguramente
algo nuevo para mí. Un Vikingo femenino, y no un vikingo masculino.
No todos los proverbios árabes descritos en el libro son reales. Algunos de ellos
son productos de mi creatividad, pero la mayoría son proverbios antiguos,
anónimamente escritos, por lo general de procedencia árabe.
Para mi vergüenza, asumo como míos los poemas horribles de Bolthor.
Y, sí, la perforación craneal, ocurrió realmente en el siglo décimo, por extraño
que pueda parecer. Los antiguos taladraban en cráneos para liberar espíritus malignos,
aliviar dolores de cabeza, y aliviar la presión creada por un cerebro magullado y
aumentado.
Escribiendo este libro, mi octava novela de vikingos, hasta me confundí a veces
por las relaciones y los años de todas las personas en este mundo de fantasía vikinga
que he creado.
Puedes visitar mi web y ver el árbol genealógico de mi familia vikinga.
Incluso lo que es más importante, mi novela My Fair Viking, es la número seis
de la saga (que puede ser leída en orden). Cientos de lectores me han escrito
preguntando el orden de los libros y donde pueden comprarlos. Bien, hemos hecho
fácil todo esto para usted. Ver la página siguiente.
Como siempre, disfruto teniendo noticias de los lectores. Por favor escríbanme a:
Sandra Hill
P.O. Box
Statue College, PA
Shil¡[email protected]
www.sandrahill.net
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