1-6 Mi Hermosa Vikinga

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SAGAS Y SERIES

Sandra Hill
** Mi hermosa
vikinga **
(My Fair Viking) —2002

LA PRINCESA GUERRERA

Ella era demasiado grande, demasiado fuerte, demasiado feroz para ser una
buena presa. Pero su padre enfermo había decretado que sus cuatro hermanas
menores (pequeñas, de modales afables y hermosas), no podrían casarse hasta que
Tyra consintiera en tener un marido. ¡Ay! Sin pretendientes pidiendo su mano,
parecía como si sus hermanas aspirarían a quedar vírgenes, ahogando sus penas con
un vino nórdico.

ADAM, EL MÉDICO MEDIEVAL

Y entonces un viaje para salvar la vida de su padre lleva a Tyra a enfrentarse con
Adam el Sanador. Un dios con forma humana, él era alto, musculoso, perfectamente
proporcionado. Éste era el médico que podría curar a su padre... y el amante que
podría atraerla a su cama de pieles.

CUANDO LOS OPUESTOS SE ATRAEN... O NO

¡Mala suerte! Adam se negó a aceptar sus planes. ¡Santas Runas! Lo que una
dama tenía que hacer era atarlo, echárselo encima de su hombro y navegar hacia el
ocaso para vivir... y reír... felices para siempre.

Traducción: Albondiga, Dakota, Kristnel, Lorena, Gatalindaes,


Mertxe, Marga, Rodejuergajork, Violeta, Zule
Corrección: Conxa

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Todo es válido…
“No juegues conmigo, sajón.”
“Me gusta jugar contigo, vikinga.”
“Détente ahora o...
“¿O qué?”
Ella no tuvo ni idea del qué… porque el impertinente, arrogante, nacido—para—
ser—un—libertino bajaba ceñudo su boca hacia ella. Y ella se quedó congelada en el
sitio. Tal vez era porque ella tenía una paloma en una mano y una cucharón en el otro,
pero más probablemente era porque sus labios de algún modo se habían separado por
voluntad propia. Ella quiso su beso. Ella lo quiso desesperadamente.

“Tyra”, él susurró contra su boca justo antes de que sus labios reclamaran los de
ella. El hombre demostraba ser un experto en un gran número de cosas. Medicina, sin
duda alguna. Y ahora, besos. No se permitió considerar que otras áreas de maestría
tenía.

Oh marinero, que las dulces canciones


del dios de la poesía colmen tu mente,
y que permanezcan inmóviles los labios de tus hombres
como por arte de magia.

Ya que, en los ricos y lejanos campos de Noruega


las semillas que mi canción siembra madurarán,
entonces los hombres podrán su fruto probar.

Saga de Egils
alrededor del décimo siglo

Oh lector, que las dulces palabras


de mi musa colmen tu mente,
y que mis libros provoquen admiración en ti.
Ya que en los ricos y lejanos campos de mi imaginación,
las semillas de muchas más historias realmente madurarán,
de modo que puedas su fruto probar.

Sandra Hill, 2002


Copia descarada de las palabras de Egils
Versión libre de las palabras de Egils
Interpretación libre de las palabras de Egils

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Prólogo

Jorvik, Año 937 después de Cristo

Aquel era el día de las limosnas en el mercado de la ciudad, y cientos de


personas, muchos de ellos niños, atestaban los escalones de la catedral, gritando y
empujándose por las barras de pan oscuro que repartirían los clérigos.
Entre los pobres que se alineaban para su semanal miseria de alimento estaban
Adam, de siete años, y su hermana Adela, de cuatro.
—No tengas miedo, Adela —dijo Adam. —Nadie puede hacerte daño… por lo
menos, no mientras yo esté aquí para protegerte.
Adela alzó la mirada hacia él con adoración, su pulgar plantado firmemente en
su boca, como siempre. A pesar de estar cubierta de suciedad desde los pies desnudos
hasta la cabeza infestada de piojos, como él, Adam pensó que era más atractiva que la
princesa de un harén… no es que él hubiera visto nunca a la princesa de un harén, pero
había oído a marineros hablar de ellas mientras paseaban por la ciudad. Adela era la
única familia que tenía desde que su madre había muerto un año atrás y los había
dejado solos, vagabundeando por las calles del embarcadero. Adela significaba para él
más que nada en el mundo. Se prometió en aquel instante que un día sustituiría su
raída ropa por sedas tachonadas de joyas. Y también tomaría un baño. Más aún, él
siempre, siempre, estaría ahí para protegerla.
—Ahora, debes quedarte justamente aquí, Adela, mientras intento conseguir
algo de pan. ¿Prometes no moverte?
—Sí, Adam. —asintió con la cabeza arriba y abajo, los ojos como platos, con
miedo, mientras lo miraba abrirse camino con astucia hacia el frente de la
muchedumbre, pellizcando una nalga aquí, lanzándose entre piernas allí, y finalmente
sacando un pequeño pan de los dedos del sacerdote, justo cuando estaba a punto de
dárselo a una anciana harapienta.
—Vuelve, maldito sapo —chilló en vano la mujer. Muchos en la muchedumbre
se giraron para mirar su progreso, algunos intentando arrebatarle su precioso despojo.
Pero no había modo alguno de que él perdiera su alimento ganado con tanto esfuerzo.
Lo metió por el frente de su sucia túnica y corrió por su vida hacia su hermana.
Alcanzando a Adela, Adam rápidamente rompió el pan por la mitad, y los dos
engulleron vorazmente el mohoso pan. Era lo primero que comían en un día o más,
pero lo más importante, el alimento estaba más a salvo en sus estómagos que en sus
pequeñas manos, donde aquellos más grandes que ellos no dudarían en matarlos por
las migas.
Mientras su mente divagaba, una señora se agachó de cuclillas delante de
Adela. Era una señora alta, pero no tan grande como el hombre que estaba detrás de
ella… él era del tamaño de un caballo de guerra, al menos eso le pareció a Adam por el
ceño de su cara. Ambos tenían el pelo rubio claro, lo que probablemente significaba
que eran vikingos… lo que no era sorprendente, ya que aquella era la capital nórdica
de Gran Bretaña. El lugar estaba inundado de malditos piratas de mar.
—¿Cómo te llamas, pequeña? —mientras hablaba la mujer tendió la mano para
retirar algunos mechones larguiruchos de pelo de la cara de Adela.
Aunque la mujer parecía bastante inofensiva, había mala gente al acecho en la
ciudad, y Adela retrocedió.
—Adam—gimoteó, alargando una mano hacia él, mientras el pulgar de la otra
se metía inmediatamente en su boca.
—¿Por qué queréis saberlo?—exigió, Adam entrecerrando los ojos y poniendo

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las manos beligerantemente sobre sus caderas.


—Vosotros dos no deberíais estar en calles como éstas. ¿Dónde están vuestros
padres?
—No tenemos.
—¿Ellos... murieron?
—Sí, nuestra madre murió. ¿Qué os importa?
La señora inhaló bruscamente.
—¿Cuándo sucedió?
—El invierno pasado.
—¡Un año! ¿Y con quien vivís ahora? ¿Con vuestro padre?
—¿Huh?
—Rain, nos hemos demorado aquí mucho tiempo —interrumpió el hombre
rubio, tomándola del brazo.
La había llamado Rain. Qué nombre tan raro.1
—Solamente un momento, Selik —insistió la señora.
—Recuerda la mujer que está de parto —le recordó Selik.
—Ah, lo olvidé —dijo ella, lanzando una mirada de disculpa a otro hombre que
estaba al lado del Escandinavo. Era Uhtred, un residente de Jorvik al que Adam había
visto por ahí en ocasiones. Su esposa estaba muy, pero que muy embarazada,
últimamente. Ahora ella no estaba en los alrededores. Sin duda estaba en algún
montón de paja, echando a su último mocoso.
La señora Rain se dirigía a Adam otra vez.
—¿Quién dices que os cuida?
Él levantó su cabeza insolentemente y gruñó:
—Yo cuido de mí mismo y de mi hermana.
—Solamente quiero ayudar...
—¡Ja! Como Aslam...
—¿El mercader de esclavos? —preguntó Selik sorprendido.
—Sí, el mercader de esclavos. Siempre intenta ‘garrarnos. Pero yo soy
demasiado rápido pa' los viejos y gordos cabrones. Dice que conoce a un sultán en una
tierra lejana que quiere tenernos como suyos, darnos casa y buena comida, pero yo sé
lo que quiere. Sí que lo sé.
—¿Qué? —exclamó Rain, incluso aunque Selik dijo una grosera palabra detrás
de ella.
—Quiere sodomizarnos a los dos, sí, pegar su polla a nuestros culos —declaró
gráficamente esperando impresionar a la señora para que se fuera. Escupió a sus pies,
y con la mano de Adela agarrada desapareció entre la muchedumbre.
—Sólo quería ayudaros —gritó ella, detrás de ellos.
Aquellas palabras resonaron en los oídos de Adam, falsas como debían ser, y
redujo la marcha. Por alguna razón que no podía explicar, decidió seguir a los gigantes
rubios que se apresuraban a seguir a Uhtred, cuya esposa era al parecer incapaz de
echar a su último bebé con su facilidad habitual.
Una vez que estuvo cerca de ellos, en el atestado sector de Coppergate donde
todos los comerciantes tenían sus puestos, oyó por casualidad a Rain quejarse a Selik
—Deberíamos habernos quedado y haberlos ayudado.
—Has perdido el maldito juicio. No quiero niños propios, y por cierto no me
preocuparé por la molesta prole de otro. Sácate esto de tu dura cabeza.
—Pero, Selik, ¿viste los ojos de la pequeña cuándo se giró para mirarnos sobre
su hombro? Suplicaban ayuda.

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Rain: significa lluvia

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—Sólo ves y oyes lo que quieres, muchacha. ¿Oíste al grosero y malhablado


cachorro? No quiere ayuda, y me atrevo a decir que el pequeño cachorro podría
sobrevivir en un campo de batalla, sin hablar de las calles de una ciudad de mercado.
A Adam le llevó unos momentos comprender que —el grosero y malhablado
cachorro—a quien se había referido Selik, era él. Gruñó y habría saltado hacia delante y
le habría propinado una mordedura en la pierna al hombre, pero Adela lo contuvo.
Ella tenía una mirada suplicante en sus ojos azules.
—Por favor, por favor, —rogaba Uhtred, tirando de la manga de Rain. —Mi
esposa se muere, y permanecéis ahí hablando de niños de la calle que no tienen ningún
valor.
Rain se giró hacia Uhtred encolerizada.
—¿Y qué le hace pensar que su hijo no nacido merece más que aquellos
preciosos niños?
¿Preciosos? ¿Quienes? ¿Nosotros? En aquel instante, Adam sintió que se le
hinchaba el corazón. Podría amar a aquella mujer, decidió… como a una madre.
Entonces sacudió su cabeza con ferocidad para librar a su cerebro de tan tonta noción.

Horas más tarde, Adam estaba de pie mirando detenidamente por una amplia
grieta de la miserable choza de Uhtred. Adela estaba dormida en el regazo de Selik,
quien estaba sentado bajo un árbol cercano, sus largas piernas estiradas por delante y
los tobillos cruzados. Adam no estaba muy seguro de como había ocurrido aquello,
pero sabía que no había forma de abandonar la casa de Uhtred, a pesar de las ásperas
reprimendas de Selik de que un parto no era algo para que un pequeño muchacho
viera. Si Selik lo llamaba “pequeño muchacho” una vez más, Adam juró que le haría
un famoso gesto Anglosajón. Pero sería mejor que estuviera listo para correr cuando lo
hiciera, con Adela de la mano y no acurrucada en el regazo del vikingo.
Lo que cautivaba a Adam era lo que Rain hacía dentro de la choza. Al parecer
era una curandera. No sólo una comadrona, como algunas viejas, sino un médico de
verdad, entrenado. Asombrado, vio como giraba al bebé dentro del útero de la mujer
con sus manos metidas dentro. Después hizo un pequeño corte entre sus pliegues de
mujer, y luego la ayudó a sacar al bebé cuando todo estuvo listo.
Adam tenía sólo siete años. No era dado a la religión, habiendo desistido del
Dios al que su madre le había rezado… ¿o era Dios quien había desistido de él y
Adela? Pero de algún modo, Adam había llegado a una nueva percepción más allá de
sus años. Era su destino proteger a Adela, desde luego, pero tenía también otro
destino. Iba a hacerse doctor. Sí, lo haría.
Se pavoneó hacia Selik con tanta confianza como podía demostrar y anunció,
—Creo que yo y Adela iremos a casa con vosotros esta noche. —Cierto que
nadie los había invitado, pero a veces Adam había descubierto que era mejor dar el
primer paso.
Selik le miró como si se hubiera tragado una rana. En realidad, su ceñuda cara
se volvió verde.
Pero no dijo que no, lo que Adam tomó como una buena señal.
Parecía que él y Adela tendrían una casa de algún tipo… por un tiempo.

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Northumbria Vikinga, Año 960 después Cristo. (Veintitrés años más tarde)

Adela estaba muerta.


Adam el Sanador cayó de rodillas y se golpeó el pecho. Murmurando más para
sí mismo que para cualquiera que pudiera oírle en el atestado hospitium2 de Rainstead,
se regañó:
—Sólo he tenido dos misiones en mi vida, sólo dos; proteger a Adela y ser un
sanador. He fallado en ambas.
Por primera vez en sus treinta años de vida Adam lloró. De hecho, gimió su
pena al cielo mientras se tiraba del pelo.
—Debería unirme a mi querida hermana en la muerte. El dolor es más de lo que
puedo soportar.
—No, maestro, no diga tal sacrilegio. Sólo Alá, o su Dios cristiano, debería
tomar tales decisiones sobre nuestro destino —le advirtió suavemente su ayudante
Rashid, poniendo una consoladora mano sobre el hombro de Adam.
Pero no habría consuelo aquel día.
Adam se inclinó sobre la plataforma y presionó un suave beso sobre la ya fría
mejilla de su hermana. La Muerte no perdía el tiempo una vez que el último aliento se
había apagado. Pronto, el agarrotamiento cubriría su cuerpo, y el color de su piel
cambiaría. Él era médico; conocía estas cosas demasiado bien.
—¡Adiós, dulce Adela! —susurró.
—Perdóname por llegar demasiado tarde.
Un monje de la catedral de Jorvik se arrodilló sobre ella desde el otro lado y
comenzó a recitar los últimos ritos por su alma. Era una rutina que el sacerdote debía
llevar a cabo una y otra vez. ¿Su fe vacilaba alguna vez? ¿Alguna vez se preguntaba
por qué su Dios se llevaría a tantas personas inocentes?
Con un suspiro, Adam se levantó y dejó que Rashid lo condujera por las filas de
catres donde yacían docenas de personas enfermas, muriendo por la debilitante
enfermedad que había golpeado a Jorvik hasta devastarla en los últimos meses. El coste
en vidas hasta entonces era algo horrible en lo que pensar.
—Sanador, ayúdame —un hombre moribundo llamó a Adam.
—Maestro Adam, Maestro Adam… —suplicó otro.
—Duele —gimoteó la débil voz de un niño.
Una y otra vez, las víctimas clamaban por Adam y sus habilidades de curación,
pero él no tenía nada que dar. ¿Si no había sido capaz de salvar a su hermana, cómo
podría ayudarles?
Adam siguió a Rashid al aire libre donde el aire fresco fue al principio un
bálsamo para sus pulmones. Fue una felicidad momentánea, sin embargo, ya que
cuando sus ojos exploraron Rainstead por primera vez en cinco años, no vio la casa
señorial, el orfanato, los cobertizos, los establos y las dependencias, el hospitium… todo
lo que Rain y Selik habían construido durante años para ayudar a los sin hogar de
Jorvik. Lo que vio fueron los montículos de las tumbas que habían sido cavadas para
sus padrastros, cuyos bienes materiales irían a sus hijos biológicos; ellos habían pasado
al otro mundo hacía sólo unos días.
Se apenó enormemente por Selik, quien los había adoptado a Adela y a él
mismo hacía tantos años… y por su esposa, Rain, quien había sido más que una madre
adoptiva para él. Rain, una célebre curandera que le había enseñado todo lo que sabía
de la medicina y lo había animado a estudiar lejos en las Tierras del este, donde los
médicos árabes estaban a la vanguardia de la investigación entre todos los del mundo.

2
Palabra latina que significa: Hospicio.

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Pero Rain y Selik habían pasado muchos inviernos juntos, viviendo más de cincuenta
buenos años. Adela había sido relativamente joven… sólo veintisiete.
¡Si no hubiera estado lejos tanto tiempo!
Había recibido la misiva de Rain hacía un mes, informándole de la epidemia y
como había afectado a tantos en Jorvik y en su orfanato:
—Ven a casa, Adam. Te necesitamos aquí.
En aquel entonces Rain, Selik y Adela no habían sido afectados, pero él se había
apresurado todo lo posible para volver. Inmediatamente después de recibir la carta, él
había dejado el palacio del Califa en Bagdad, donde había estado consultando con los
médicos que se habían reunido de todos los sectores de las Tierras del Este para
compartir sus conocimientos, pero su barco vikingo había tenido que ser preparado
para el viaje y luego se vieron retrasados por tormentas de mar durante una semana y
más. Había llegado hacía dos días para encontrarse con que Rain y Selik ya se habían
ido, y con Adela cerca de la muerte.
—Viniste —había susurrado Adela al verlo, levantando débilmente una mano
para acariciar su cara. Ya, el estertor de la muerte había hecho mella en su voz.
Luego dijo,
—Gracias, querido hermano, por preocuparte por mí todos estos años.
Y finalmente,
—Te quiero, Adam. Sé feliz.
Él había intentado salvarla desesperadamente… todo lo que Rain le había
enseñado, todo lo que los mejores médicos del mundo le habían enseñado… pero nada
había funcionado. Ella había muerto en sus brazos hacía una hora.
—¿Qué vamos… que harás ahora? —preguntó Rashid.
Adam sacudió la cabeza, indeciso.
—Debo quedarme para el entierro de mis padrastros y de Adela. Los entierros
de los vikingos son complicados y largos. Después de eso, no lo sé. Quizás vaya a
Hawkshire… el pequeño estado que Selik y Rain me dejaron en Northumbria. Quizás
vuelva contigo a las Tierras del Este.
Un largo silencio se estableció entre los dos mientras andaban sin rumbo fijo
por los terrenos.
Finalmente Adam dijo,
—Una cosa es segura. Nunca volveré a contestar al nombre de curandero.
Renuncio a la medicina.

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Capítulo 1

Hawkshire, Northumbria, Año 962 d.c. (dos años más tarde)

—Con todo el debido respeto, Amo Adam, necesita un harén.


—Nada de harenes, Rashid.
—Sólo uno.
—Ni siquiera uno.
—¿Bailarinas?
—¡No!
—¿Una concubina Nubia?
—¡No!
—¿Trillizas de Córdoba que podrían dar el triple de placer a un hombre?
—¡No, no, no!
—¡Hmph! Se supone que un hombre debe desear vivir así. Realmente, no
entiendo como puede estar contento de vivir como un… un ermitaño…. Es
antinatural.
—Nada de harenes —repitió Adam.
Rashid murmuró uno de sus habituales proverbios, en este caso:
—Ni siquiera el paraíso es divertido sin gente. —Con un gruñido de
repugnancia, se rindió, de momento, y volvió a su trabajo.
Adam, por otra parte, miró fijamente en la distancia, comprendiendo con
asombro que en realidad era un hombre feliz, tal y como su fiel ayudante había
deducido. Aquella comprensión le vino tan repentinamente que Adam, bastante
atontado, dejó su pluma y sonrió. A pesar de toda la miseria y la pena —y, sí,
autocompasión—de algún modo la paz había llegado a él. Quizás sus heridas interiores
finalmente estaban curando.
¿Pero no era toda una ironía que un hombre que había sido famoso por su
espíritu aventurero, su cruel sentido del humor, e inmorales formas, ahora se consolara
en la satisfacción? Hablaba como un viejo. Lo siguiente que haría sería pedir leche
caliente con cerveza y un bastón.
Antes de que tuviera la posibilidad de darse cuenta, Adam suspiró en voz alta.
—Hay harenes, y harenes —ofreció Rashid, malinterpretando el suspiro de
Adam. —Yo soy un especialista en encontrar mujeres que pueden bailar la Danza de
los Velos. O las que son muy flexibles. O aquellas con un amplio par de nalgas. O
aquellas con pechos como granadas. O aquellas...
—¡Pfff! —Fue la única respuesta de Adam.
La mayor queja de Rashid sobre las tierras Sajonas era su escasez de mujeres…
sobre todo mujeres talentosas. Tenía la firme convicción que la respuesta a cualquier
dificultad masculina podía ser encontrada entre los muslos de una mujer atractiva, con
o sin talento, y a él no le molestaba compartir aquella convicción con todo el mundo.
Lo mejor era ignorarlo rápidamente.
Adam recogió su pluma, la metió en el pote de tinta encaustum3 que parecía
melaza, y volvió a escribir en las hojas de pergamino de su diario de hierbas. De alguna
forma, aquel plazo de dos años de práctica médica había ayudado a Adam a
convertirse en un mejor doctor. Recopilaba todos sus pensamientos e investigaciones
de los últimos diez años o más y los plasmaba sobre el pergamino.

3
Palabra latina que significa: tinta hecha al fuego

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Algunos médicos estudiaban el cuerpo humano, desde la cabeza a los pies.


Otros creían en la teoría de los humores… que todo lo que le pasaba al cuerpo estaba
relacionado con la bilis, la sangre, la flema, o el agua. Adam había llegado a creer que
había mucho más que él no sabía sobre el cuerpo de lo que realmente conocía, así que
limitó sus estudios a las hierbas y a sus empleos medicinales. Hasta eso, era
complicado. Las mismas plantas que crecían en áreas geográficas diferentes poseían
propiedades distintas. El momento del año en que era recogida una hierba podía ser
importante. Y, desde luego, las raíces, las semillas, las hojas, las esporas, el polen, y las
flores, todos servían a objetivos diferentes… por no mencionar la manera en que eran
conservadas o preparadas.
Rashid siguió llenando pequeños contenedores de cerámica con própolis, la
resina rojiza producida por las abejas. La tía política de Adam, por su matrimonio con
Eadyth, una de las apicultoras más famosas de Inglaterra, le había enviado un buen
suministro la semana pasada. Él usaba la sustancia como bálsamo para el tratamiento
de heridas, mientras que perfumaba el resto con lavanda, rosa, y sándalo para regalarlo
en ocasiones a sus amigas. Era un ungüento excelente para suavizar las manos y otras
partes del cuerpo. Aunque últimamente no tuviese demasiadas amigas. Adam también
usaba la miel como vendaje para las heridas o, mezclada con sal, como un agente
limpiador.
Él y Rashid trabajaban en amigable silencio en la redonda habitación de la torre
que daba al patio. Sus dieciocho ventanas en forma de arco proporcionaban más luz
para sus estudios que cualquier otra habitación en aquel triste torreón. Mientras
muchos hombres medían su riqueza en oro y tierra, Adam apreciaba los inusuales
libros que llenaban una estantería en la lejana pared. Seis maravillas en total que pocos
reyes tenían. Toda una fortuna. El Libro de Medicina de Bald; La Historia Natural de
Plinio el Viejo; Observaciones Médicas de Hipócrates; Los Trabajos de Galen, cirujano de
los gladiadores romanos; los cuadernos del reverenciado doctor árabe, Rhazes; y, desde
luego, el diario de su madrastra Rain.
Los libros habían sido traducidos de sus lenguas originales al inglés, en
ocasiones por monjes, pero a menudo por el mismo Adam, quien dominaba cinco
lenguas. Desde luego, no había traducido el diario de Rain —el que más consultaba—
para empezar, porque había sido escrito en inglés.
Había información valiosa en todos los libros, pero también mucho de lo que
reírse, como el consejo de Plinio de comer un ratón al día para prevenir la
descomposición de los dientes.
—Si le permite el atrevimiento a este humilde criado —dijo Rashid, rompiendo
el silencio, —un harén podría ser justamente la chispa para enardecer su vida otra vez.
¡Por la cruz! ¿Todavía seguía Rashid con el mismo tema?
—¿Un harén? ¿Un harén en tierras Sajonas? Me gustaría verlo. Aún más, a mis
vecinos de enfrente, tan lejos como están, también les gustaría verlo.
—Podría comenzar una nueva moda. Por suerte para usted sé donde reunir un
harén.
—Apuesto la joroba de un camello a que lo sabes, intrigante sinvergüenza.
—En Bagdad.
—¡Aaaahhh! Así que es ahí adonde se dirige esta conversación… como siempre.
Al desierto.
—Realmente, es momento de volver a climas más calientes, oh, sabio.
Rashid siempre lanzaba el —oh, sabio—cuando quería algo. Sus maquinaciones
eran tan transparentes como la fina ropa de apicultura de Lady Eadyth.
—Estas tierras son tan frías y húmedas que juro que encontré moho entre los
dedos de mis pies esta mañana. Y había escarcha sobre mi nariz, sí, la había, y estamos
sólo en septiembre. Quizás podría aceptar la oferta del sultán y aceptar el pequeño

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palacio en El Cairo a cambio de convertirse en su médico personal. Y, desde luego,


habría un harén. —Rashid sonrió ampliamente, como si acabara de decir algo brillante.
Adam levantó la vista de su trabajo para ver si Rashid hablaba en serio.
Sí, lo hacía.
—No necesito una mujer. Y estoy malditamente seguro de que no necesito un
harén. ¿Y cuántas veces tengo que decirte que no soy tu amo, Rashid?
—Como diga, amo.
—Y no volveremos a las Tierras del Este por ahora.
Rashid frunció el ceño frustrado, pero entonces intentó un acercamiento
diferente.
—Mil perdones, amo. Tal vez no estaría tan malhumorado si los humores de su
cuerpo estuvieran equilibrados. Todos saben que un hombre debe, en ocasiones, vaciar
su vasija sagrada, no sea que la bilis crezca en su cuerpo.
Adam negó con la cabeza ante la persistencia de Rashid. Tenía una ligera idea
de a que —vasija sagrada—se refería Rashid, pero, siendo médico, tenía que preguntar:
—¿Que bilis sería esa?
Rashid se animó, sin duda pensando que estaba haciendo progresos. No los
hacía.
—La bilis que crea mal humor.
—Rashid —dijo Adam con un cansado suspiro, —no estoy de mal humor… y
sobre todo no estoy de mal humor debido a la abstinencia sexual.
—¡Ja! Siempre está de un humor oscuro. Los surcos entre sus cejas se han hecho
un adorno permanente. Ha dejado de lado su ropa fina. Las monedas que ganó en un
campo de batalla o en otro han sido almacenadas, junto con los tesoros ganados por
sus grandes logros médicos. Y esta casa que heredó de su padre adoptivo Selik es
ciertamente oscura y sombría —dijo, agitando una mano a su alrededor. —No hay
alegría en su vida. Lo que necesita es alegría.
Los labios de Adam se crisparon con una sonrisa mal disimulada.
—Y dicha alegría vendría de… déjame adivinar… ¿un harén?
—Sabía que estaría de acuerdo conmigo. —Rashid hinchó el pecho con
autosatisfacción.
—No estoy de acuerdo contigo. Deja de ser tan poco razonable.
Rashid deshinchó su pecho.
—Podría comenzar con poco, con una o dos hembras. Sería razonable. No
tendría que tener un harén completo enseguida. ¿Conoce aquel famoso proverbio
árabe sobre harenes, verdad?
—¿El que dice, “Si no hay ninguna hembra joven y guapa alrededor, un camello
basta”?
—¡Que vergüenza! —exclamó Rashid, pero sus labios luchaban contra una
sonrisa también. —No, me refiero al que dice, “El asta de un hombre necesita
pulimento constante”.
Adam negó con la cabeza, divertido.
La cara morena de Rashid se volvió sombría. Puso una mano sobre el hombro
de Adam.
—Ahora en serio, mi señor, me preocupo por usted. Se ha recluido aquí en su
propia tierra. No se mezcla con la sociedad. No hace ningún intento por restaurar su
fortaleza para que otros puedan visitarlo. Lo más inquietante de todo, es que sigue
rechazando tratar al enfermo y al moribundo que viene buscando sus habilidades de
curación.
Adam debía haberse sentido ofendido. Rashid había ido demasiado lejos para
un criado. Claro que él no era realmente un criado. Era un amigo. Y Adam le había
dado una buena causa para preocuparse.

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Adam apretó la mano que Rashid había apoyado en su hombro y le hizo señas
para que se moviera al otro lado de la mesa donde lo esperaba su trabajo.
—Estoy mejorando, Rashid. De verdad. Sé que he sido un ermitaño durante
mucho tiempo, pero...
Rashid resopló para comentar cómo de ermitaño había sido.
—... pero he estado pensando en establecer un pequeño hospitium4 en aquellos
viejos cobertizos cerca del foso. ¿Qué piensas?
Rashid le dirigió una mirada que decía, sin palabras, que habría estado mucho
más impresionado si hubiera dicho que pensaba crear un harén… incluso en los viejos
cobertizos.
—Sabía que no podría alejarse de la medicina permanentemente —dijo Rashid.
—¿Por qué otra cosa seguiría estudiando? ¿Por qué sino seguiría reuniendo hierbas?
¿Por qué mantendría correspondencia con los curanderos de otras tierras? Puede
llamarse caballero o terrateniente, viajero o ermitaño, pero en el fondo siempre será un
médico. Hasta el día en que muera. Por el amor de Alá, es hora de que deje de luchar
contra su destino.
Las sabias palabras de Rashid no necesitaban comentario, pero Adam realmente
consideró todo lo que había dicho. A lo que siguió un largo período de silencio.
Adam trabajaba muy concentrado, escribiendo en su diario. Rashid, desistiendo
de momento de sus exhortaciones sobre el harén, se sentó sobre el banco frente a la
mesa de Adam, buscando más trabajo que hacer, ahora que había terminado con el
bálsamo de cera de abejas.
Después de años de ciudades ruidosas y campos de batalla, después de la
confusión de tragedias personales, después de tanta muerte… bueno, los sonidos
familiares y tranquilos de su pluma rayando sobre el pergamino y la mano del mortero
de Rashid moviéndose rítmicamente contra fragantes hierbas en un tazón de piedra
eran, de una manera extraña, calmantes.
¡Ay! Su soledad fue rota de repente.
¡Clang! ¡Clang! ¡Clang! Oyeron, acompañado por ruidos de resoplidos y unas
cuantas palabrotas murmuradas. Hubo también relinchos de caballos y el rítmico ruido
de cascos contra la madera, probablemente sobre los tablones del puente levadizo.
Adam y Rashid se giraron a la vez con sorpresa hacia las ventanas que daban a
las murallas exteriores, luego hacia la entrada abierta que conducía al gran salón. Los
sonidos parecían provenir de una o varias personas, que daban fuertes pisotones por el
patio y subían los escalones hacia su torreón.
—¿Olvidaste levantar el puente levadizo? —preguntó Adam sardónicamente.
—¡Já!, ¡Já!, ¡Já!! Puede que Alá se ría de su maravilloso ingenio —contestó
Rashid. Adam, Rashid, la cocinera, una camarera, y un muchacho que se encargaba del
establo eran las únicas personas que vivían en aquel cavernoso castillo de madera. No
había nada que mereciera ser robado. Y el puente levadizo estaba oxidado y siempre
bajado, como ambos bien sabían. —Nadie viene nunca a este lugar solitario. Usted vive
como un ermitaño.
—Ya lo dijiste.
—Algunas cosas merecen ser repetidas.
—Eso no.
—Quizás es su tío político, Lord Eirik, que vuelve con otra invitación para pasar
la próxima temporada de cosecha en Ravenshire.
Adam miró detenidamente por una de las ventanas en forma de arco.

4
Palabra latina que entre otras traducciones se traduce como hospicio. Lugar donde se atendía a los
peregrinos.

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SAGAS Y SERIES

—No, esos hombres parecen ser soldados vikingos, hesirs5, por su atavío y sus
armas. —Aunque Eirik era mitad Vikingo, hacía mucho que había adoptado las
costumbres Sajonas, incluyendo su manera de vestir.
—¿Entonces, su otro tío político, Tykir? ¿Es vikingo de pura sangre, no?
Adam negó con la cabeza.
—Tykir es Escandinavo hasta los huesos, pero no se aventuraría a cruzar los
límites de Dragonstead en Noruega… no en esta época del año… no con su señora,
Alinor, reproduciéndose una y otra vez a la avanzada edad de treinta y cinco años.
Adam se encogió de hombros con indiferencia. No tenían nada que temer; no
había nada que mereciese ser robado. Aún así, ambos agarraron un par de espadas
cortas que estaban cerca y se dirigieron a la entrada.
¡Clang! ¡Clang! ¡Clang! Huff, puff, huff, puff.
—¡Malditos Infiernos!
Los ruidos hechos por los intrusos se volvían más fuertes a medida que subían
los escalones. Adam oyó un chillido femenino de consternación… probablemente
Emma, la cocinera. No, habían sido dos chillidos juntos. Debían ser Emma y Bridget, la
camarera. Por el timbre de sus gritos, era como para pensar que había entrado un
dragón a su fortaleza.
Los resoplidos, los ruidos metálicos, y las palabrotas, lo entendió
inmediatamente. Después de todo, había treinta y siete escarpados escalones que
llevaban desde la muralla exterior a las puertas dobles del gran salón. Lo sabía porque
los había contado en innumerables ocasiones y había maldecido con soltura en varias
lenguas, especialmente cuando tenía resaca.
Adam y Rashid bajaban la escalera interior cuando Adam se detuvo
bruscamente al final, incrédulo ante lo que veía. Rashid se estrelló contra su espalda.
—¡Oh… Dios… mío! —musitó Adam.
—¡Por… el… amor… de… Alá! —murmuró Rashid.
Estaban uno al lado del otro, mirando boquiabiertos al otro lado del gran salón,
donde había un pequeño séquito de guerreros vikingos, con los sables desenvainados y
las hachas listas para la batalla. Era un temible grupo de guerreros, enormes en altura y
anchura, vestidos con pieles y armaduras, manejando armas que podrían cortar a un
hombre desde la cabeza hasta la ingle con un rápido movimiento de muñeca. Eso era lo
que había hecho que Emma y Bridget gritaran, sin duda; ambas mujeres se apoyaban
contra una pared cercana, abanicándose con sus delantales.
—¡Qué Dios nos ayude! —dijo Adam.
—¡Ja! Prefiero la sabiduría proverbial, —Clama a tu Dios, pero no evitara
hombres con hojas afiladas.
En realidad, aquellos hesirs5 no asustaban a Adam, sus palabras habían sido
provocadas más por la sorpresa que por el miedo. Incluso aunque fuera Sajón por
nacimiento, él y su hermana Adela habían crecido en una casa nórdica. No fue el ver a
vikingos armados lo que había hecho que Adam y Rashid se quedaran boquiabiertos
por el asombro. Era el líder de la tropa nórdica quien le llamó la atención. Haciendo a
un lado una capa de cuerpo entero de lana azul medianoche ribeteada en negro, el jefe
nórdico permaneció de pie ante ellos, arrogante y orgulloso.
Era una mujer.
Una mujer guerrera.
A Adam se le ocurrió una idea repentina, y se giró hacia su ayudante.
—¡Rashid! ¡No es posible! Seguramente esto es una broma de mal gusto, incluso
para ti.

5
nombre escandinavo que se le aplicaba a los soldados profesionales, o mercenarios.

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SAGAS Y SERIES

—¿Para mí? ¿Qué he hecho? —Rashid se colocó la palma de la mano sobre su


corazón, como si hubiera padecido un gran insulto.
—La tontería del harén —le recordó Adam. —Hace poco, me urgías a comenzar
un harén, y ahora esto —dijo él, indicando a la amazona que se había acercado
valientemente a él, seguida de cerca por una docena de soldados. La mujer hasta
andaba como un hombre, de una exagerada y jactanciosa manera.
—¿Está loco? —Esa… esa mujer—hombre no es lo que yo tomaría en cuenta
para un harén. —prácticamente escupió Rashid con indignación.
—¿Entonces qué? ¿Una Valkiria? —conocía las historias de las legendarias
diosas femeninas que conducían a valientes guerreros al más allá.
—Eso no es una Valkiria —afirmó Rashid. —Esa mujer—hombre está… viva y
es humana, lo juraría sobre la tumba de Muhammad.
Conforme se acercaba el grupo, Adam echó su primera buena mirada a la mujer
gracias a la luz que proporcionaban las puertas abiertas y las ventanas en forma de
arco. Y tuvo que estar de acuerdo con la evaluación de Rashid. No era ninguna diosa
que viniera de otro mundo. Era de carne y hueso… y definitivamente mujer.
Entonces pasó la cosa más rara de todas. El cuerpo de Adam se puso frenético.
Su corazón dejó de golpear durante un segundo, después comenzó a latir salvajemente.
Más aún, una oleada de energía le golpeó en el bajo vientre, la sangre caliente bombeó
en aquella región, y se estableció allí, espesa y palpitante. Al igual que el puente
levadizo, había pensado que su parte de hombre estaba oxidada. Estaba equivocado.
Ella era alta, para ser una mujer. De hecho, Adam mismo era muy alto y sólo le
sacaba media cabeza. A pesar de ser delgada, era muy musculosa, como cualquier
soldado. La corta túnica con mangas que llevaba, atada a una estrecha cintura, dejaba
desnudos sus brazos, que llevaban brazaletes de plata sobre los músculos bien
definidos. Incluso sus antebrazos mostraban los abultados tendones y los fibrosos
músculos de un espadachín. Unas piernas sumamente largas estaban metidas en unas
polainas ajustadas de cuero suave que también mostraban la delineación de su
musculatura… sin duda debidas a las largas horas sobre un caballo de guerra.
Esa imagen, de unas piernas femeninas extendidas, el rítmico subir y bajar a
medio galope sobre el caballo presionando contra su feminidad, hizo que el latido en
su virilidad se intensificara. ¡Maldita sea! Parece como si tuviese el latido de un corazón ahí
abajo.
Ella debía llevar una cota de malla flexible, porque él podía ver su dobladillo
bajo la túnica que le llegaba al muslo, y porque moldeaba su cuerpo de tal modo que
sus pechos presionaban hacia arriba contra la tela de su túnica. Desde lejos, podría
haber parecido una mujer—hombre, como Rashid se había referido a ella, pero de
cerca, en opinión de Adam, era toda una mujer.
Para su completa conmoción, la mujer hizo la cosa más extraña de todas. Se
rascó la ingle… como solían hacerlo los hombres. Podría jurar que lo hizo
deliberadamente, reforzando la noción de que ella era una mujer viril, o quizás
solamente para asustarlos. Repugnado como estaba por el ordinario gesto, su virilidad
no sabía lo que hacía… todavía palpitaba.
Dos años sin una mujer, y la primera que me excita lleva cota de malla y se
rasca la ingle. Alguien allá arriba debe tener un retorcido sentido del humor.
¿Quién era ella?
La riqueza de sus joyas –broches, ropas y su cinto tachonado de oro, junto con
las vainas de sus armas hechas de plata, indicaban que se trataba de un personaje de
alto rango. Él creía que conocía todas las familias de la nobleza vikinga, pero aquella
mujer no le sonaba de nada.
Mientras la miraba groseramente, la mujer se quitó el entallado casco de cuero
de su cabeza, haciendo que tres gruesas trenzas de color rubio claro cayeran para

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formar una cascada de lazos de cuero que sólo podían ser descritas como madejas de
seda dorada.
Él jadeó.
Y tuvo más palpitaciones. Lo bueno era que llevaba la suelta túnica árabe que
solía llevar cuando estaba en su propia casa, o habría estado avergonzado.
En voz baja, Rashid murmuró en árabe
—Por otra parte…
Adam arqueó una ceja en interrogación.
—Por otra parte, la mujer—hombre podría ser una magnífica hurí de harén.
¿Cree que consentiría en llevar campanillas perforadas en sus pechos?
—Shhhhh, —advirtió Adam, luego añadió, también en árabe, —sería más
probable que te perforara tus pelotas con campanillas, amigo mío. No es una doncella
domesticada del desierto, impaciente por complacer a su amo. Los ojos azul celeste
perforaron a ambos, casi como si ella entendiera sus palabras. Sus hombres se rieron
disimuladamente en voz baja.
—¿Cuál de vosotros es el curandero? —preguntó, hablando por primera vez.
Su voz era profunda y ronca, pero nada varonil. No, Adam podía imaginarse
aquella voz susurrando cosas picantes a un hombre mientras ambos alimentaban su
pasión.
Podía imaginársela sugiriendo formas de curar el dolor—placer que continuaba
envolviendo su ingle. Podía imaginar...
—¿Y bien? —interrumpió su ensoñación. —He perdido mucho tiempo vagando
a través de esta tierra espantosa. ¿Cuál de vosotros es el curandero que he estado
buscando?
Él y Rashid intercambiaron una larga mirada, sin estar seguros de si cualquiera
de ellos quería ser el sujeto de su búsqueda. Finalmente, Adam admitió:
—Yo era… soy Adam… el Curandero.
Rashid dijo con voz de pito:
—Y yo soy Ibn Rashid al Mustafa. Su humilde servidor —realizó una peculiar y
sumisa inclinación de su país, que implicaba tocarse rápidamente la frente, la nariz, la
boca, y el corazón.
—He sido entrenado como médico —siguió Adam, —pero ya no trato
pacientes. Quizás podría recomendaros a otro doctor… hay varios monjes curanderos
en el ministerium6 de San Peter en Jorvik. ¿Cuál es exactamente vuestro problema?
—No es un problema mío lo que hace que os busque —explicó ella, haciendo
gestos con la mano a Emma y Bridget indicándoles que deberían proporcionar bebida a
sus hombres que se estaban sentando en las largas mesas. Adam debería haberse
avergonzado por no ofrecer la hospitalidad él mismo, pero también estaba confundido
por aquella mujer y su misión.
—Es mi padre, el Rey Thorvald de Stoneheim, quien necesita vuestra ayuda.
Está gravemente enfermo de una enfermedad desconocida. ¿Conocéis a mi padre?
Adam negó despacio con la cabeza.
—Lo llaman Thorvald el Lobo.
—Aaaah. Ahora lo recuerdo. Su reino está lejos en el norte de Noruega…
Halogaland. —El tío político de Adam, Tykir vivía en Dragonstead, al final de
Noruega. Los hombres se congelaban algunas partes de su anatomía allí si eran lo
bastante descuidados como para aventurarse al aire libre demasiado tiempo durante
los meses de invierno. Stoneheim estaba aún más lejos en el norte, un área montañosa
más primitiva… una tierra casi inhabitable.
Ella asintió.

6
Palabra latina que significa: Ministerio, referido al sacerdocio.

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—¿Cuánto os llevará preparar vuestras provisiones medicinales?


—Os pido perdón, milady… quiero decir…—hizo una significativa pausa, no
sabía su nombre. Si esta magnífica mujer, piensa que voy a acercarme en lo más mínimo a las
heladas montañas de aquella parte de Noruega dejada de la mano de Dios, está lamentablemente
equivocada.
—Tyra. Tyra Sigrundottir. Tyra, del Clan del Lobo. Tyra Primera Niña. Tyra La
Rubia. Tyra La Valiente. —se encogió de hombros como diciendo que contestaría a
cualquiera de aquellas denominaciones.
—O Tyra La Princesa Guerrera —ofreció él, mitad en broma.
Para su sorpresa, ella estuvo de acuerdo.
—Eso también. —Y ni siquiera sonrió cuando lo dijo. Una cosa era segura, la
mujer era una creída, y carecía de sentido del humor.
Pero su ego no tenía importancia. Él, y una parte importante de su cuerpo,
pensaban que era gloriosa. ¡Sobre todo porque no se había rascado otra vez… gracias a
Dios! Si eructaba o hacía algo más de desagradable naturaleza masculina, lloraría de
decepción.
—En cualquier caso, Tyra, lamento informaros que no puedo ayudar a vuestro
padre. No he practicado las artes curativas durante estos últimos años. Y, en caso que
vuelva a tratar pacientes otra vez, será aquí en Gran Bretaña. Mis días de viaje han
terminado. En ningún caso estaría dispuesto a ir tan lejos.
Ella hizo un ruido burlón.
—No recuerdo haberos pedido que vinierais. Vendréis, y de eso no hay duda.
Él se levantó en toda su altura, que era más que considerable, y la miró con el ceño
fruncido.
—No voy a ir.
Tyra puso los ojos en blanco como si dijera: ¡Ya empezamos otra vez!
Algunos de sus hombres se rieron disimuladamente y comenzaron a hablar
entre ellos. Él entendía la lengua nórdica perfectamente. Aquellos piratas de mar
hacían apuestas… contra él, en aquella batalla de voluntades.
—Uh—oh, —dijo Rashid y se alejó rápidamente de su lado.
El vistazo de Adam fue breve. En el instante en que buscó a Rashid para ver
cual era el problema y luego volvió a mirar a la mujer, vio que la demente tenía su
sable levantado por encima de su cabeza y lo bajaba hacia él, entre todas las cosas. No
tuvo tiempo de hacerse a un lado. El lado plano de su espada lo golpeó sobre la
coronilla, haciéndole ver estrellas y que se le doblaran las rodillas.
La princesa guerrera se inclinó sobre él, que yacía sobre los juncos,
reprendiéndole
—¡Mira lo que me habéis hecho hacer, mentecato!
Desde luego que era un mentecato pues todo en lo que podía pensar era en el
magnífico par de pechos que sobresalían por encima de su cara.
Justo antes de que la oscuridad lo alcanzara, pasó lo más asombroso de todo.
Ella lo recogió –de verdad lo recogió—y se lo tiró sobre el hombro.
Parece ser que iría a Noruega, después de todo.

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Capítulo 2

El hombre era hermoso.


Tyra normalmente no notaba tales cosas, rodeada como estaba por hombres día
y noche. La mayoría de los hombres eran criaturas malolientes, llenas de pulgas, con
egos pretenciosos y una tendencia ridícula a pensar con sus partes masculinas. De
hecho, tenían tendencia a rascarse sus partes íntimas… un hábito que ella intentaba
imitar, para su propia repugnancia, para encajar mejor entre ellos. Eructar a voluntad
era duro… un dudoso talento que ella aún no dominaba. En realidad, los hombres eran
buenos sólo para una cosa: luchar. Pero este hombre… por el amor de Frey… este
hombre era un dios con forma humana.
Ella lo había dejado sobre una de las mesas donde él todavía “dormía” debido
al golpecito que ella le había administrado a su cabeza con su fiel espada: —Buena
Amiga—.
Su ayudante, el árabe parlanchín llamado Rashid, se había ido a preparar
bolsas de cuero y arcones de madera con ropa y provisiones medicinales, bajo la
cuidadosa guardia del líder de su tropa, Rafn el Despiadado. El resto de su séquito
estaba sentado en el gran salón, que parecía haber estado en desuso durante algún
tiempo, comiendo una comida fría de carne, pan plano, y cordero en rodajas.
El estado inconsciente del médico le dio la oportunidad de estudiarlo más
detenidamente. Era alto, incluso más alto que ella —y perfectamente proporcionado.
Carecía de la corpulencia de un soldado en activo, pero tenía algo de músculos. Sus
hombros eran amplios y su cintura estrecha, a juzgar por el vestido amarrado a la
cintura y hasta los pies. Se preguntó ociosamente —o quizás no tan ociosamente—que
llevaría bajo la ropa…o si no llevaría nada. Su cara se acaloró con su vívida
imaginación.
Era su cara lo que la atraía más. Pestañas espesas, gruesas y negras abanicando
sus párpados y emparejando el pelo demasiado largo, que colgaba sobre sus hombros
en una hilera sedosa. Recordó que sus ojos, ahora cerrados, eran de color azul claro
como las aguas de Mar del Norte en un día de verano… como le habían dicho que eran
los de ella. Su nariz era recta. Sus labios llenos. Sus pómulos altos... casi ascéticamente.
Tyra había visto a muchos hombres hermosos en su día. En realidad, los
hombres vikingos tenían la reputación de ser aparentemente más espléndidos que el
hombre medio de otros países. Pero algo en aquel hombre le afectó de un modo que
nunca había experimentado antes… algo que no deseaba. Ella había visto veinticinco
inviernos. No había lugar en su vida para un hombre. Ni nunca lo habría. No, aunque
él estuviera dispuesto. No, ni siquiera aunque él se fijara en ella.
Pero él la había mirado. Tyra lo había visto. Y una parte de ella se había
emocionado con el brillo de excitación que había visto en sus ojos azules… un brillo
que habría incitado un puñetazo agudo en el estómago dado por cualquier hombre de
su compañía. La mirada de apreciación que él le había dirigido era de la clase
normalmente reservada para una de sus cuatro hermanas… nunca para ella. Ella era
demasiado grande, demasiado ordinaria, demasiado poco femenina, también…
Suficiente. No tengo ningún interés en este hombre, o ningún otro. No, de ninguna
manera.
En realidad el granuja no estaría tranquilo durante mucho tiempo, se recordó.
De hecho, apostó a que el hombre, una vez que despertara, estaría más cabreado que
un toro castrado por ser vencido por una mujer. Más valía que lo detuviera ahora
mientras tenía la oportunidad.

16
SAGAS Y SERIES

Acababa de terminar de atar sus muñecas y tobillos cuando notó que aquellas
pestañas pecaminosamente espesas revolotearon y se abrieron. Aunque él no se
levantó de inmediato de su posición supina encima de la amplia mesa, ella vio la
conciencia en sus ojos azules.
—Mi señora guerrera, estáis en grandes, en realmente grandes problemas —dijo
él, con voz baja y siniestra.
Apenas habían abandonado las palabras su boca cuando el hombre —un
hombre al que ella claramente había subestimado—realizó un movimiento que habría
hecho enorgullecer al más valiente Sir. Sus brazos enlazados se acercaron a su cabeza,
atrayéndola hacia delante para conseguir que aterrizara encima de él. Al mismo
tiempo, los hizo girar a ambos, de modo que fue ella quien quedó sobre su espalda y él
quien estuvo inclinado sobre ella, vientre contra vientre, muslos contra muslos.
Sus guardias se precipitaron en su ayuda, con las espadas y las dagas listas,
pero ella les advirtió que no intentaran ayudarla con una cortante orden:
—¡Alto!
Un buen soldado sabía cuando escoger su batalla, cuando proceder y cuando
ceder. Ella había escogido el último recurso porque las muñecas atadas del médico
descansaban en su cuello, con ambos pulgares contra su tráquea. Antes de que una
hoja pudiera entrar en la espalda del bribón, él podría ahogarla, o romperle el cuello.
Además, ella lo necesitaba vivo para que su padre viviera.
Pero era humillante haber sido atrapada así por el curandero. Él ni siquiera era
un guerrero en activo, como ella.
Él se inclinó hacia adelante, tan cerca que sus labios casi tocaron los suyos.
—Ordena a tus hombres que salgan al patio y te esperen allí. Diles que
envainen sus armas, con cuidado. Nosotros simplemente tendremos una pequeña...
charla.
—Deja de ahogarme, gusano Sajón —dijo ella. Pero lo que pensaba era, Dulce
Thon, su aliento es dulce, caliente e invitador. Deseo… deseo… no, no deseo… no deseo…
—No te estoy ahogando, muchacha. Si lo estuviese haciendo, lo sabrías.
—No soy una muchacha.
—Y yo no soy un gusano.
—¡Ja! ¡Eso dices tú!
—Haz como digo —exigió él y presionó sus pulgares más fuerte.
Habría cardenales sobre la carne suave de su cuello a la caída de la noche, y el
bruto bien lo sabía. A él le encantaba poner su señal sobre ella.
—¡Salid al patio, todos! Dejad de lado vuestras armas —gritó ella a sus hesirs
con una voz que ellos sabían que no permitiría ninguna discusión. —Estoy bien. El
cerdo Sajón solamente quiere... hablar
—Cerdo, ¿hmmm? ¿Dices que apesto? ¿O que mi barba te pica? En cualquier
caso, tu lengua excede a tu sensatez, muchacha. —Él movió su cuerpo encima del de
ella, dejándole saber que el aumento entre sus piernas estaba allí… por ella. Y lo que la
aguardaría era algo más que hablar, si él tenía modo de conseguirlo.
A pesar de su firme sujeción sobre su garganta, ella intentó menear su cuerpo
hacia arriba para evitar la presión de su masculinidad.
Él solamente la siguió —un sensual, roce cuerpo a cuerpo—y sonrió
abiertamente, una sonrisa lobuna. Lo que ella había logrado, en vez de escapar, había
sido levantar el dobladillo de la capa de él. La única cosa entre ellos ahora era la tela de
los calzones de él y la túnica, y calor… un calor atormentador y delicioso.
—¿Es alguno de estos hesirs tu marido? —preguntó él.
La pregunta la sorprendió. Ella negó con la cabeza vacilantemente.
—Bien —dijo él y sonrió un poco más.

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SAGAS Y SERIES

¿Bien? ¿Qué significa eso? Infierno y Valhalla, este hombre es mucho más inteligente
con las palabras que yo.
—¿Por qué te importaría de todas formas?
—No tengo ni idea —admitió él. —Pero me importa.
¡Oooh! Palabras seductoras para una mujer que sólo había recibido atención por
su habilidad con la espada y la lanza.
—¡Tyra! —gritó Rafn, su guardaespaldas principal.
—¡Amo! —exclamó el criado árabe al mismo tiempo.
Los dos debían de acabar de volver al gran salón desde el hueco de la escalera.
Tyra se sintió de repente alarmada. Ella no quería que Rafn reaccionara de
forma exagerada, poniendo su vida en peligro.
—Estoy a salvo, Rafn. No avances más. Ve a encargarte de recoger las cosas.
Sólo estoy… uh, hablando… con el médico Sajón.
—¡Hablando! —declaró Rafn con un resoplido de incredulidad. —Yo creo que
estabais a punto de aparearos.
—¿Aparearse? ¿Aparearse?—preguntó el árabe con gran interés. —Dos años ha
permanecido casto mi amo. Ya es hora de un poco de apareamiento, si me pregunta. A
propósito, Amo Rafn, ¿tienen harenes en las tierras Nórdicas?
Una docena o más de voces gritaron desde el patio por la entrada abierta.
—¡Dos años! —Todos los ojos se dirigieron al curandero, que todavía estaba
encima de ella.
Adam gimió y presionó su frente contra la de la bruja.
¡Maldito, maldito, maldito! Rashid el de la Lengua Rápida acaba que exponer todos mis
secretos. Voy a cortarle la lengua en el instante en que me baje de esta mujer.
Levantó su cabeza y miró a la mujer, quien lo miraba directamente a él, la
barbilla levantada en alto con orgullo, sin el menor rastro de miedo. Comprendió
entonces que la última cosa que él quería era bajarse de esta mujer.
—¿Dos años? —preguntó ella. —¿Eres un curandero monje? —La pregunta era
simple, pero el tono burlón.
—Sí, dos años. Y, no, no soy monje —se quejó él. —¿Cuánto ha sido para ti?
A pesar de todos sus esfuerzos para parecer masculina, ella desvió su cabeza,
pero no antes de que él viera el poco masculino rubor que floreció allí.
—¡Una virgen! —adivinó. —¡Una virgen de treinta años!
—No tengo treinta años. Sólo veinticinco —afirmó ella demasiado rápidamente,
antes de que comprendiera lo que acababa de revelar. No era su virginidad lo que
había negado, solamente su edad.
Él sonrió.
Ella gruñó.
—¿Qué son estas manchas en tu túnica? —preguntó él, notando de repente las
manchas que estropeaban la tela de lana fina.
—Sangre.
—¡Puagh! —Él comenzó a levantar su pecho del de ella, pero entonces cambió
de idea, decidiéndose que prefería sentir sus pechos contra él, a pesar de la sangre. De
todos modos, preguntó, —¿De quién?
—De un maldito Sajón que tuvo la temeridad de ponerse en mi camino cuando
me bajé de mi barco en Jorvik.
Ciertamente, esta mujer era diferente de cualquiera que él conociese.
—¿Mataste a un hombre porque se puso en tu camino?
—Y porque se rió de mí.
—Recuérdame que nunca me ría de ti —dijo él, e hizo justamente eso… se rió
de ella.

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Ella se puso rígida, lo que hizo que su cuerpo rozara ligeramente el de él. Él
sintió el susurro de la caricia desde sus pechos rodeados de la tela metálica al montón
suave de su sexo.
—Apenas puedo esperar hasta que hagamos el amor —susurró él contra su
oído.
—Vas demasiado lejos, Sajón —siseó ella de vuelta en su oído. —Que poco sabe
ella qué erótico se siente su aliento allí. Él deseó que ella sumergiera su lengua allí,
también.
Ella resopló, como si adivinara sus pensamientos.
Eso se sintió bien, también.
—¡Basta de tonterías! —dijo él finalmente.
—Estoy de acuerdo. Déjame ir.
Él asintió. Él la quería libre para que sus manos pudieran vagar por su cuerpo,
tal como quería que hiciera ella con el suyo.
—Primero, lleguemos a un entendimiento. Yo no dejaré mi torreón, pero eres
bienvenida a quedarte mientras quieras. Sin repercusiones. —Eso era bastante
magnánimo de su parte, concluyó él. Por otra parte, él la quería entre las pieles de su
cama esa noche. —¿Y bien?—Sus manos atadas todavía agarraban su cuello. Él no la
dejaría ir antes de que ella le diera su palabra.
Ella parecía estar apretando sus dientes. Él creyó oír que murmuraba:
—Sapo.
—¿Qué dices?
—Pesado… dije que eres una carga pesada sobre mí.
Él sonrió, sintiendo que su –carga—no era todo lo que le pesaba a ella.
—Me dejas sin aliento —le informó él. A las mujeres les gustaba saber que sus
encantos calentaban la sangre masculina.
—Tú me asfixias —dijo ella.
La mujer realmente carecía de encanto, decidió él, aunque tenía otro activo para
compensar aquel déficit. Y, en realidad, él podría enseñarle como ser encantadora. Era
una forma de arte que él había desarrollado a una edad temprana. Y sin duda ella
actuaba de mal humor para ocultar el hecho de que estaba tan excitada como él,
incluso si era una virgen, lo que él apenas podía creer a su avanzada edad.
—Dame tu palabra y serás libre —le dijo.
La única respuesta de ella fue arquear sus caderas y mecerse de un lado al otro.
Los dedos de los pies de él se rizaron y la sangre se precipitó a todas las partes
importantes de su cuerpo. El placer en rozar su sexo contra el de ella fue tan intenso
que tuvo ganas de rugir y gimotear al mismo tiempo.
—Tu palabra, milady, —casi rogó.
Ella le indicó con una sacudida de su cabeza que él debería acercarse más.
Entonces, susurró en su oído:
—Hay un juego que vosotros los Sajones jugáis en la corte. Es llamado el
ajedrez, creo. ¿Estás familiarizado con él?
Él asintió, incluso a la vez que fruncía el ceño con perplejidad. Su mente estaba
embotada con la excitación.
—Sí, conozco el juego, ¿pero qué tiene que ver el ajedrez con nosotros?
—Si conoces el juego, entonces entenderás esto —anunció ella con una risotada
de regocijo. —¡Jaque mate!
Él comprendió demasiado tarde que ella tenía la hoja aguda de una daga
presionada contra su cuello y ya fluía sangre de la punta incrustada en su piel,
justamente encima de la vena latiente:
—No hagas un mal movimiento, Sajón, o estás muerto.
Parecía que sí iba a ir a Noruega, después de todo.

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Dos días más tarde, en algún sitio en el Mar del Norte

Pensándolo bien, decidió Adam, la muchacha no era tan atractiva.


De hecho, después de dos días y medio de estar atado al poste del mástil de un
balanceante barco vikingo… arriba con una ola, abajo con la otra, arriba con una ola,
abajo con la otra… bueno, decir que su estómago daba vueltas al pensar en Tyra era
decirlo moderadamente. Para poner las cosas peores, cada tarde justo antes del
crepúsculo, la mujer guerrera lo levantaba sobre su hombro y lo llevaba a tierra para
acampar de noche. Con su cabeza pumba, pumba, contra su parte posterior,
definitivamente no estaba nada cautivado por la vergonzosa muchacha… incluso
aunque realmente tuviera un trasero decididamente delicioso.
A pesar de sus mejores intenciones —y de no estar cautivado —tenía que
admirar su maestría y la de sus guerreros, quienes parecían igualmente a gusto en el
mar que sobre la tierra. Él estaba en un barco vikingo y Rashid estaba en el otro, cada
barco estaba tripulado por sesenta y cinco vikingos. No había bancos de remo. En
cambio, treinta y dos hombres se sentaban sobre sus cofres que hacían funcionar los
treinta y dos largos remos. Otros treinta y dos se turnaban con ellos cuando sus brazos
se cansaban, mientras un timonel dirigía el timón. Los vikingos colgaban sus escudos
decorados a lo largo de los lados del barco, tanto para hacer ostentación como para
detener flechas en caso de una batalla en el mar. Las velas cuadradas a rayas rojas y
blancas revoloteaban en lo alto de ambos barcos, de un único mástil y un penol. Un
grupo de caballos estaba acorralado con cuerdas en el centro de cada barco, incluyendo
el de Adam y Rashid.
En total, aquella princesa guerrera vikinga conducía a sus soldados, hasta en los
mares, con habilidad notable. Como Rashid era aficionado a decir —un ejército de
ovejas conducidas por un león derrotaría a un ejército de leones conducidos por una
oveja—. Estaba claro que Tyra era una leona, pero claro, sus guerreros musculosos
apenas podían ser considerados como ovejas.
Aquel hecho había quedado demostrado para Adam justo esa mañana, cuando
un barco pirata Vikingo los atacó. La proa en forma de grotesco dragón del barco
merodeador había aparecido en la niebla, como un gigantesco monstruo de mar.
Reforzando aquella imagen, había habido chillidos de batalla de los piratas, como
criaturas aulladoras del Niflheim, el más allá nórdico. El otro barco de Tyra había
estado demasiado lejos por delante de ellos para poder ayudar. Tirando garfios atados
a fuertes cuerdas hacia el barco de Tyra, tres docenas de piratas habían logrado colocar
los dos barcos lo bastante cerca el uno del otro para saltar a bordo.
Tyra había conducido a sus hombres al ataque contra el contrario, cortando a
un hombre en el cuello y lanzando su cuerpo sin vida hacia el agua, agarrando a otro
pirata más bien pequeño por el cuello y exprimiéndolo antes de que cayera muerto
sobre la cubierta. Los gruñidos y gritos, chillidos y aullidos sordos habían llenado el
aire, pero sobre todo hubo sonidos metálicos de espadas y hachas que golpeaban las
unas contra las otras. La escaramuza había durado apenas media hora antes de que los
piratas desembarcaran del barco de Tyra, cortaran el asimiento de cuerda, y se
pusieran a remar, dejando tras ellos a diez piratas muertos y mucha sangre. Pero había
sido suficiente para que Adam viera que Tyra era de verdad una guerrera vikinga,
mujer o no.
Y para su consternación, había oído a Tyra preguntar a Bjorn, un desquiciado
que también parecía ser un herrero, si quería que ella drenara la sangre todavía caliente
de uno de los piratas en un cubo para que se la llevara a casa. La sangre de un enemigo

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SAGAS Y SERIES

era usada para apagar o endurecer las espadas candentes durante el proceso de soldar
al modelarlas… aunque la mayoría de las veces, bastara el agua.
Él había estado completamente seguro en aquel momento que ella había
hablado en serio, pero quizás había intentado impresionarlo.
La maldita muchacha justamente ahora caminaba hacia él. ¿Y no era una visión
asombrosa? Siempre que se acordaba de hacerlo así, la mujer se contoneaba, los
hombros hacia atrás, pisando agresivamente. Adam había tenido mucho tiempo para
estudiar este fenómeno y había llegado a la conclusión de que Tyra intentaba adquirir
deliberadamente características masculinas. Quizás pensaba que le daría mayor
autoridad. Hasta se rascaba las ingles en ocasiones, como hacían los hombres, y escupía
sobre el costado del barco.
Ahora pasaba contoneándose por su lado, como si él fuera invisible, en su
masculino paseo habitual de proa a popa para supervisar el trabajo de sus marineros.
Apretó los dientes con disgusto ante su fácil indiferencia ante él, o ante su comodidad.
Por suerte, sus dientes ya no castañeaban. Antes de sacarlo por la fuerza de su casa
hacía dos días, la mujer le había dado la oportunidad de cambiarse su traje por unos
calzones, una túnica de lana y una capa pesada, pero, al estar expuesto al aire libre a
bordo del barco, aquellas prendas pronto se habían empapado con el agua de mar…
hasta hoy, cuando habían visto la primera luz del sol caliente. Ahora estaban cubiertos
de la sal residual del mar. Su situación no era diferente de la de cualquier otra persona
a bordo del barco vikingo. Los navíos vikingos surcaban por lo bajo el agua,
chapoteando automáticamente, y todos estaban empapados la mayor parte del día.
Achicar el agua era un trabajo interminable.
—Mi señora Vikinga —la llamó él, incapaz de controlar el sarcasmo de su voz.
Tyra hizo una pausa y arqueó una ceja en cuestión.
—¿Qué? ¿Más quejas? ¿Frío? ¿Demasiado mojado? ¿Demasiado hambriento?
¿Cansado? ¿Demasiado dolorido? Demasiado, demasiado, demasiado…
Él apenas se refrenó de gruñir. Rápidamente hizo saltar su carácter.
—¿Ahora que me has secuestrado, por qué no me desatas? —preguntó él, no
por primera vez. —Admito que soy un preso, pero los prisioneros tienen derechos
también, lo sabes.
—Yo no lo llamaría un secuestro precisamente —sostuvo ella.
—¿En serio? ¿Cómo lo llamarías?
—Una convincente invitación para visitar mi patria.
—¡Juegos de palabras!
—Y en cuanto a por qué no te liberaré, mira lo que me hiciste en tu torreón
cuando mi mente vagó un momento. Me tiraste de espaldas con tus dedos como una
garra en mi garganta.
De espaldas. Sí, así es como deberían estar las mujeres… más bien, es como esta mujer
particularmente fastidiosa debería estar. Y lo estará, al final, si encuentro la forma.
¿Dios, qué tiene esta mujer? En un momento deseo que mis manos estén libres para
poder retorcerle el cuello. Al siguiente deseo que mis manos estén libres para… para entonces
poder hacer otras cosas.
—Mis dedos no parecen garras. De hecho, me han dicho que mis manos son…
bastante atractivas y hábiles.
—¿Manos hábiles? Sin duda fue una criada chalada quien dijo esas palabras.
—¿Eso hace a mis manos menos hábiles?
—Esta es una conversación insustancial. La razón por la que no te liberaré es
porque podrías intentar escapar.
Él miró alrededor. Agua, agua por todas partes.
—Por muy capaz que sea, no creo que pudiera sobrevivir dos horas nadando
hasta la orilla.

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Ella se encogió de hombros.


—Tienes una lengua hábil, Sajón. Podrías intentar convencer a mis hombres
para volverlos contra mí.
—¿Amotinarse? ¿Eso lo hacen los piratas, no? No la gente civilizada.
—¿Nos consideras civilizados? —Ella apenas sonrió por el supuesto elogio.
—Hablaba de mí.
—¡Aaarrgh! —dijo ella y se alejó.
Él observó atentamente como ella reprendía a uno de sus marineros por alguna
fechoría, luego siguió hacia un muchacho joven, Alrek, quien no podía haber visto más
de diez inviernos. Era un aprendiz que intentaba desesperadamente impresionar a su
líder maniobrando un remo más grande que él. Adam había observado que el
muchacho tenía gran espíritu y determinación, pero sobre todo fallaba miserablemente
en cada tarea que intentaba, desde sacar el agua del pantoque en las tempranas horas
de la mañana hasta practicar el tiro con arco durante los ejercicios de la tarde.
Tyra le daba instrucciones a Alrek con apacible firmeza, mostrándole cómo
manejar el remo para que colocara menos presión sobre sus hombros y su espalda. Ya
que él seguía sin lograr entender, ella tomó su lugar sobre el cofre y comenzó a remar
expertamente. ¡Dios mío! La mujer tenía músculos en sitios donde las mujeres nunca
deberían tenerlos. Y, malditos fuesen, parecían estupendos en ella.
Pronto ella estuvo otra vez frente a Adam.
—¿Quieres que te traiga un cubo para que puedas aliviarte, o girarte para que
puedas apuntar al agua? Ha pasado un largo rato ya desde nuestras abluciones de la
mañana, y Rafn está demasiado ocupado para hacerlo él mismo.
Él la miró fijamente, los ojos saliéndosele de las órbitas con horror.
—No, no deseo orinar en un cubo, o en el agua… mientras tú miras.
—Bien, entonces, ¿quisieras una porción de gammelost para romper tu ayuno
de mediodía?
—Preferiría nunca volver a probar otro trozo de ese asqueroso queso.
—Siento tanto no tener dulces para tentar vuestro paladar.
—El sarcasmo te sienta bien, milady. ¿No tiene algún enemigo al que ir a
molestar, cortar una cabeza o dos, o algo igualmente nada femenino, y dejar a los
inocentes como yo libres de vuestras bárbaras palabras?
—¿Inocente? ¿Tú? Creo que no eras inocente ni siquiera cuando saliste
chillando de la matriz de tu madre. —Entonces ella olió el aire alrededor de él y
comentó sin rodeos: —Necesitas un baño, amigo curandero. No puedo comprender
por qué no te bañas en la orilla por las tardes con mis hombres.
—No voy a entrar en ninguna masa de agua con mis brazos y piernas atadas.
—Quizás te gustaría que yo te quitara las ropas ahora para que Rafn pueda
colgarte sobre un costado con una cuerda hasta que las corrientes te laven... digamos
que durante una hora más o menos. ¿Qué dices a eso?
Probablemente bromeaba.
Pero por otra parte, podría hablar en serio. Recordó vivamente los
acontecimientos de la mañana y al desafortunado pirata al que le había cortado el
cuello con su sable.
—No soy un hombre sanguinario —dijo él uniformemente, —pero se me hace
cada vez más claro que voy a tener que matarte.
Ella se rió… en realidad echó su cabeza atrás y se carcajeó de él, exponiendo
unos dientes blancos y una boca que era lo bastante grande para… bien, bastaba decir
que era bastante grande. Por deferencia al calor de hoy, ella había renunciado a su capa
y a su túnica. En cambio, sólo llevaba una malla corta con una camisa de mangas sobre
unas polainas apretadas metidas en botines de cuero. Pero Adam estaba demasiado

22
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enfadado ahora mismo para admirar el saliente de sus pechos o la estrechez de su


cintura.
Olió el aire de manera exagerada, imitándola.
—Ahora que lo pienso, tú también apestas una pizca. Sin duda es por eso por lo
que te rascas. ¿Te interesaría que te quitara la ropa? Podríamos colgar ambos sobre el
costado. Ya sé, ya sé… —dijo él, como si de repente se sintiera inspirado. —Te lavaré la
espalda —y otros sitios —si tú me lavas la mía.
—Para ser un curandero, no eres demasiado brillante, ¿verdad? —Sus ojos lo
recorrieron significativamente desde el pelo lacio arrastrado por el viento y lleno de sal
hasta la puntera de las botas. —Apenas estás en posición de dañar a una pulga, atado a
una cuerda como estás. —Pareció que iba a ignorar su oferta de colgar desnudos sobre
un costado lavándose las espaldas. Pero sus rosadas mejillas indicaban que su
comentario había tenido el efecto deseado.
—No siempre estaré atado.
—Ah, ¿entonces estás diciendo que en el momento en que estés libre de nuevo,
intentarás matarme? Ves, tenía razón cuando dije que sería imprudente desatarte.
¿Pero, realmente, crees que es acertado advertirme?
Él negó con la cabeza.
—No, no te mataré inmediatamente. —Él dejó que sus ojos vagaran por su
cuerpo, tal como habían hecho los de ella. —Tengo otros proyectos para ti primero. Y
cuanto más estoy aquí atado a este maldito poste, más detalladas se vuelven mis
fantasías.
—¿Sí? —Claramente interesada, ella se puso las manos en las caderas, sus
piernas abiertas para equilibrarse sobre el barco móvil.
Ah, sí, realmente detalladas. Si sigue estando de pie así me dará más ideas.
—Primero, quiero embestirte hasta que se te ricen las uñas de los dedos del pie.
Ella jadeó. Su observación la había cogido con la guardia baja. Y a él, también.
¿Quién sabía que él iba a decir tal cosa?
—Entonces voy a embestirte otra vez hasta que tus ojos se pongan en blanco.
Mi lengua parece haber desarrollado una mente propia.
Ella recuperó su calma y lo miró airadamente, casi como para asegurarse de que
sus ojos no rodaban.
—¿El aire marino te ha vuelto loco?
—Y luego te haré el amor una y otra vez hasta que me pidas más. Eso nos
debería llevar, ah, una semana o dos… o cinco. No puedo esperar. ¿Y tú? —Quizás la
liante lengua de Rashid se me ha pegado.
—¡Pffff! Te estás sobrepasando, Sajón, al hablarme así. La única cosa más
grande que tu nervio es tu ego.
—O algo más. —Él echó un vistazo significativamente hacia abajo.
Ella no contestó. En realidad, no podía contestar, ya que su boca colgaba
abierta. Con sobresalto o interés, él no pudo decir cual, pero cualquiera de las dos
posibilidades marcaba el éxito en su mente.
—Entonces… y sólo entonces… voy a matarte —concluyó él, y le sonrió
tristemente.
Ella le miró fijamente, considerando todo lo que él había dicho. Al cabo de un
rato, su mano se movió por el aire en un gesto de indiferencia.
—Tendrías que atraparme primero
—Ah, milady, deberías verme correr.
Dando golpecitos con el pie con exasperación, ella le enseñó los dientes y casi le
gruñó:
—¿Piensas que eres lo bastante hombre?

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Él no estuvo seguro de sí ella se refería a embestirla o a correr. Lo que fuera, él


sabía la respuesta.
—Sé que lo soy.
Ella se giró sobre sus talones y se alejó dando fuertes pisotones, murmurando
algo sobre zoquetes ordinarios de mente sucia. Pero él podía estar seguro de que la
había desconcertado, lo que había sido su objetivo. Había sido entrenado tanto como
soldado, como médico. Después de todo, había sido criado en la casa de un Vikingo.
Ella no era la única versada en las estrategias de batalla.
Acababa de declararle la guerra a su captora.

En su camino de vuelta a través de las cubiertas, ella comentó, como si su


conversación no hubiese sido interrumpida:
—Tu crudeza no conoce límites, ¿pero qué se podría esperar de un maldito
Sajón?
—Mi herencia Sajona no pareció preocuparte cuando estabas a la caza de un
médico. A propósito, quería preguntarte desde antes, ¿cómo supiste de mí?
—Tykir de Dragonstead te recomendó. Pedí su asesoramiento cuando vino a
visitar a mi padre. Me dijo que eres el mejor curandero en toda la Gran Bretaña, pero
no dijo nada de tu rechazo a practicar las artes curativas.
—¿Tykir? ¿Mi tiastro me traicionó? Apenas puedo creerlo.
—Él no te traicionó. Todo lo que dijo fue “Si quieres al mejor curandero para tu
padre, ve a buscar a Adam”. —Se rió de manera curiosa después cuando le dije que
haría justamente eso.
—No me sorprende. Tykir siempre ha tenido un retorcido sentido del humor.
—¿No quieres saber sobre la enfermedad de mi padre… para que puedas
prepararte para curarlo cuándo lleguemos a Stoneheim?
—¿Por qué debería informarme de sus síntomas cuándo no tengo la intención
de tratarlo?
La cara de ella se volvió roja con frustración. Él podía decir que a ella le hubiera
gustado darle un puñetazo en el estómago, pero temía enajenarlo más de lo que ya lo
había hecho.
—¿Por qué no lo tratarás? ¿Por qué has dejado la medicina? ¿Por qué desdeñas
los talentos que tu único Dios te dió? Es egoísta, si te interesa mi opinión.
—Eso es asunto mío y sólo mío. No te concierne.
—¡Hmph! Bien, te lo diré de todos modos… así podrás considerar tu método de
tratamiento, a pesar de lo que dices. Fue abatido en una batalla sin importancia
aproximadamente hace tres semanas… recibió un golpe en la cabeza con la bola de una
maza con picos de hierro. Él ha estado yendo a la deriva dentro y fuera del sueño
desde entonces.
—¿Le golpeaste tú en la cabeza?
—No, yo no.
—No me mires tan ofendida, como si nunca hubieses golpeado a un hombre en
la cabeza con un arma mortal. Sé bastante bien que sí, como evidencia tengo el huevo
de ganso sobre mi coronilla.
La mujer ni siquiera tuvo la sensatez de parecer culpable. En cambio, levantó
su obstinada barbilla con arrogancia.
De repente a él se le ocurrió otro pensamiento.
—¡Tu padre ha estado inconsciente durante tres semanas y esperas que yo lo
cure! ¿Qué pasa si fallo? Apuesto a que me cortarás la cabeza por una ofensa tan seria.

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Es una tarea imposible la que me pides, Milady. ¡Imposible! —hizo un gruñido de


incredulidad. —¿Estás demente, mujer? Soy un curandero, no un mago.
—No, no estoy demente. Solamente desesperada —dijo ella.
Adam pudo ver que la admisión le costaba mucho en orgullo. Él sabía
demasiado bien cómo dolía perder a alguien amado. Con una voz más suave, comentó:
—Debes querer a tu padre muchísimo.
Para su sorpresa, ella se encogió de hombros.
—El viejo taimado es incluso más egoísta que tú. Desde luego que quiero que
viva, pero sobre todo porque una vez que esté bien, podré convencerlo para… —Sus
palabras se apagaron, y su cara se volvió de una sombra aún más brillante de rojo.
Aquello se ponía interesante.
—¿Convencerle de qué? —preguntó él mientras ella miraba a todas partes,
excepto a él.
—No importa —dijo ella y se alejó a grandes pasos.

La siguiente vez que ella pasó por su lado, siguió la conversación.


—Para que lo sepas, tengo cuatro hermanas —le informó.
—¿Huh? —Él no recordaba haber preguntado.
—¡Cuatro hermanas! Y todas ellas insistiendo y empujándome para solamente
una cosa.
—¿Y sería?
—Un marido.
¡Uh—ah!
—Verás, la familia de mi padre tiene una tradición… una incuestionable,
transmitida durante muchas generaciones. Las hijas de la familia sólo pueden casarse
en orden de nacimiento. La primera hija debe casarse antes que la segunda. La segunda
antes que la tercera. Etcétera.
Tyra pareció tan triste que él casi la compadeció.
Casi. El humor pesaba más que la compasión, pese a todo.
—Déjame adivinar. Tú eres la mayor.
Ella asintió.
—¿Por qué simplemente no te casas? —preguntó él cuando fue capaz de
contener su alegría.
—Mírame —dijo ella, ondeando una mano desde su cabeza rubia a los dedos de
sus grandes pies calzados.
Estoy mirando. Estoy viendo. Estoy mirando demasiado.
—¿Cuál es tu opinión?
—Mi opinión es que no tengo los habituales atributos femeninos que atraen a
un hombre.
—Siento discrepar, Milady.
—Si tú lo dices.
—Además, cuando hube visto diez inviernos, mi padre comprendió que su
semilla sólo iba a dar muchachas. Decidió que si quería que su reino pasara a su familia
de sangre, tendría que ser a mí. Entonces me entrenó para ser un soldado… un buen
soldado. Es por eso que es urgente que cures a mi padre. Si él muere, yo deberé seguir
conduciendo a sus hombres.
—Estoy confuso. Si tu padre muere, tú conducirás a sus hombres. Por eso, si
quieres que tu padre viva, entonces deberás encontrar a un marido dispuesto.
Ella lo miró airadamente.

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—No, cabeza hueca. ¿Lo estás entendiendo deliberadamente mal? No quiero un


marido, pero realmente quiero que mis hermanas sean capaces de casarse y quiero a mi
padre bien otra vez. Así él podrá retomar sus deberes como jefe. Entonces yo podré
anunciar la ruptura de nuestro parentesco… un divorcio, si lo prefieres. Si yo ya no soy
su hija, no hay ninguna necesidad de tomar a un opresor asqueroso… en otras
palabras, un marido… por el bien de mis hermanas.
—Si esa ruptura es una tarea tan fácil, ¿por qué no lo has hecho antes?
Ella se ruborizó.
—Es una idea reciente.
—Esta es la más inverosímil lógica femenina que alguna vez haya oído —dijo
él. —En nombre de Dios, ¿qué harías si este… este divorcio… ocurriera?
—Es simple. Me uniré a la Guardia de Varangian.
—¿En Bizancio? —la mandíbula de él colgó abierta un momento antes de que lo
notara y empujara sus dientes de vuelta a su lugar. —Nunca he visto o he oído nada
sobre la presencia de una mujer en ese grupo prestigioso de guerreros vikingos.
—Ya he hablado con el capitán del emperador. Él piensa que una adición
femenina a la Guardia no sólo sería permitida, sino sumamente deseable. —Ella
levantó su barbilla otro poco, desafiándole a que discrepara.
Todo lo que él pudo decir fue:
—¡Oh, Dios mío! —Y entonces Adam comenzó a reír. Y reír. Y reír.

Cuando le contó la historia a Rashid aquella tarde, todavía reía.


Rashid, desde luego, se concentró en la parte más irrelevante de la historia.
—¡Cuatro hermanas! ¡Cinco en total! ¿No crees que es una versión nórdica de
un harén? ¡Por Alá que podría serlo!
—Cinco hermanas no cuentan como un harén. ¡Definitivamente no! ¡Y no te
atrevas a sacar a relucir el asunto! —Sin embargo, no pudo dejar de reír.
Por otro lado, su ayudante veía las cosas bajo una luz diferente.
—Si su padre muere, quizás su tribu, incluyendo el harén de hermanas,
esperará que usted sea el marido de la princesa guerrera.
Adam dejó de reír.

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Capítulo 3

—Nunca me convertiré en un feroz guerrero Vikingo —se quejó Alrek con


pesar. Las lágrimas se reunieron en sus ojos verdes y rápidamente las eliminó sobre la
manga de su túnica.
Adam todavía estaba atado al poste del mástil, pero se había dejado caer sobre
el suelo de la cubierta. El muchacho, cuyo pelo estaba blanqueado hasta ser casi blanco
por el sol, se había dejado caer al lado de Adam y ahora mascaba un pedazo de
gammelost envuelto en una rebanada de pan moreno. Siempre que tomaba un
mordisco, se pellizcaba la nariz para evitar oler lo que comía.
—¿Por qué te comes el queso demasiado maduro si sabe tan mal? —le había
preguntado Adam más de una vez.
Alrek había contestado, —Tengo que comérmelo así para poder ponerme
grande y fuerte.
Ambos juegos de piernas estaban extendidos. Las de Alrek eran la mitad de
largas que las de Adam y tan flacas, que era lamentable. Incluso más lamentables eran
las ampollas sangrientas que estropeaban las palmas de sus manos, testimonio de su
obstinada determinación en convertirse en marinero y un combatiente.
Alrek tenía el hábito de holgazanear alrededor de Adam cuando no estaba
ocupado en otra parte. Le gustaba hablar incansablemente sobre todos sus defectos. En
realidad, le gustaba hablar sin parar sobre cualquier tema. No le importaba si Adam no
contribuía a la conversación en absoluto; Alrek solamente quería alguien sobre quien
poder descargar sus problemas.
Los ojos de Adam siguieron volviendo a las ampollas abiertas en las manos del
muchacho. Finalmente le aconsejó:
—Deberías hundir las manos en agua salada siempre que tengas la
oportunidad. Te quemará como el Hades, pero la sal ayuda a que las heridas no se
enconen, y las ampollas se curarán más rápido.
Alrek asintió.
—Eyvind, mi compañero de remo, dice que la orina de caballo también servirá.
—Eyvind te está tomando el pelo.
—¿De verdad? Ah, pues menos mal que no pude conseguir que el semental de
Rafn se quedara quieto mientras colocaba un cubo debajo. Así conseguí este golpe en
las rodillas. —hizo señas con su pan hacia una rodilla nudosa que estaba azulada y
negra y volviéndose amarilla alrededor del borde. —Me pateó bien, el maldito caballo.
Tyra, nuestra cacique, me dijo que me serviría de escarmiento por ser tan tonto. Ella es
una buena líder… le concedo eso… pero, whew, puede ser dura para ser una mujer.
¿Qué piensas de ella?
Adam no sabía qué pensar. La manera en que la mente de Alrek se movía de un
asunto a otro, él apenas podía seguir su ritmo.
—¿Huh? ¿Huh? ¿Qué piensas de ella?
—Intento no pensar en ella —dijo Adam, escogiendo sus palabras con cuidado.
—Algunos dicen que todavía es virgen, lo que sin duda es verdad, siendo ella
tan grande, alta y fiera. Disuade a los hombres, ¿sabes?
—Alrek, ¿acaso sabes lo que es una virgen?
—Por supuesto que sí —dijo él con afrenta. —Es una mujer que no ha tenido el
barco de ningún hombre encima de su fiordo, por así decirlo
—Bueno, es un modo de describirlo. —Adam debería haber advertido al
muchacho de lo poco aconsejable que era hablar de la intimidad de su superior con
alguien, pero todo lo que pudo hacer fue sonreír abiertamente.

27
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—Y un hombre es virgen cuando su barco vikingo nunca ha alzado la vela, por


así decirlo
¿Barco vikingo? Seguramente es un nuevo nombre para el mejor amigo de un hombre.
Adam comenzó a toser y no pudo parar.
—Yo soy virgen—admitió Alrek en voz baja, como si revelara algún gran
secreto.
Adam tosió un poco más, luego se ahogó.
—Desde luego. ¡Diez años! Yo al menos lo esperaría.
—¿Cuántos años tenías cuando tu barco fue por primera vez… uhm, un barco
vikingo?
Si aquel pequeño cachorro pensaba que Adam iba a hablar de su vida sexual, podía
volver a pensarlo bien. Era momento para cambiar de tema. —¿Por qué es tan importante
para ti convertirte en un guerrero Vikingo? —El muchacho iba a matarse en el intento,
si lo que Adam había observado aquellos dos días pasados podían servir de indicación.
—Un feroz guerrero Vikingo —lo corrigió Alrek. —Porque sería una profesión
noble. Porque es el único camino para un muchacho sin hogar como yo para poder
ganar tierras y riqueza. Porque preferiría beber la orina de una cabra a quedarme en
Stoneheim con las hijas del Rey Thorvald. ¡Tyra no es tan mala, pero espera hasta que
conozcas a sus cuatro hermanas! Muchos hombres del tribunal del Rey Thorvald se
han convertido en guerreros solo para escapar de sus actividades. —puso los ojos en
blanco dramáticamente.
—Tú eres demasiado pequeño para ser guerrero. Deberías estar en casa jugando
a juegos de niños.
—Tengo diez años. No soy pequeño —afirmó él, hinchando su pequeño pecho.
—Además, no tengo casa. Este barco es mi casa. Cuando estoy en Stoneheim, duermo
en el suelo del gran salón
—¿Dónde están tus padres?
—Mí padre se marchó cuando yo tenía cinco años. Unos dicen que es un
combatiente en las tierras de Rus; otros, que está muerto. —se encogió de hombros con
indiferencia. —Mí madre murió el año pasado de fiebre debido al parto. Era ayudante
de cocina. Tengo dos hermanas y un hermano en Stoneheim. Yo soy el mayor, así que
tengo que mantenerlos con las monedas de plata que el Rey Thorvald me paga cada
año.
—Eso es muy interesante. Bien, ha sido agradable hablar contigo. Adiós.
¿Qué es eso aparte de una indirecta no tan sutil? El muchacho siempre abusa de mi
bienvenida, no es que fuera alguna vez realmente bienvenido. Yo preferiría estar solo. Es mejor
mantenerme a distancia de todos y cada uno de estos vikingos agresivos. Se dio la vuelta para
mirar a Alrek y casi se rió en voz alta, entonces inmediatamente se corrigió en su
mente. Todos y cada uno de estos vikingos agresivos, incluyendo a los —quiero ser—futuro
Vikingo agresivo.
—Oí que tú también fuiste huérfano una vez.
Adam gimió. Sabía que había una razón por la que quería que se marchara.
—¿Quién te lo dijo?
—Rashid.
—Rashid habla demasiado.
—¿Sí? Me llevó mucho tiempo conseguir cualquier información útil de él.
—¿Eres un espía enviado por tu líder para curiosear nuestros secretos?
Adam había estado bromeando, pero los ojos Alrek se ampliaron con el
asombro de que alguien le honrara con tal responsabilidad.
—No, no soy un espía, pero mencionaré tu idea a Tyra. ¿Piensas que tu
recomendación tendrá influencia sobre ella?
—Tanto como tu conversación sobre mí.

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Alrek sonrió como si Adam le hubiera hecho un enorme elogio.


—En cuanto a lo que estaba diciendo antes… no seas tan duro con Rashid.
Sobre todo, porque no dijo nada de importancia. Sólo cosas como 'Alá me salve de
mosquitos fastidiosos,' o 'Hablas más que una hurí de harén.‘ ¿Qué es una prostituta?
¿Es una puta que es un hombre?
Adam se habría puesto la cara entre las manos si sus manos hubiesen estado
libres.
—¿No tienes que volver y remar un poco más?
—¡No! He terminado con ese trabajo hoy. Voy a reparar redes esta tarde.
¡Jesús, María y José! —¿Con una aguja?—iba a convertir aquellas palmas llenas de
ampollas en un campo de batalla.
Alrek asintió y se levantó.
¡Santos benditos!¡ Va a dejarme solo!
—Hay algo que querría preguntarte.
Debería haberlo sabido. El muchacho no se va después de todo. Ahora llegará a la razón
de su visita… a la que ha intentado llegar todo este tiempo. Por otra parte, quizás esto es alguna
forma de tortura nórdica de la que nunca he oído hablar en toda mi vida entre familias Vikingas.
Torturado por un muchacho con una lengua que dice disparates.
—¿Durante cuánto tiempo fuiste huérfano? Rashid dijo que tú y tu hermana
fuisteis adoptados por un hombre vikingo y su esposa. ¿Los niños son siempre
adoptados cuándo ya no son… um, ah, exactamente niños? —durante todo el tiempo
Alrek había hablando sin parar y tartamudeado para hacer su pregunta, luego se
quedó tan rígido como su largo y delgado cuerpo fue capaz, con la barbilla alzada y la
cara ardiendo… todo esto para demostrar que no era exactamente un niño.
Después de que matara a Tyra, iba a matar a Rashid por meterlo en aquel lío.
—Alrek, no malgastes tu tiempo soñando con sueños imposibles. Nosotros
fuimos afortunados, Adela y yo, —tuvo que hacer una pausa después de decir el
nombre de su hermana. ¿Alguna vez había dicho su nombre en voz alta durante
aquellos dos años pasados? Cuando estuvo más tranquilo, siguió: —Fue sólo una
casualidad lo que trajo a Selik y a Rain a aquel lugar en Jorvik al mismo tiempo que mi
hermana y yo estábamos allí. La mayor parte de las veces, los huérfanos son
abandonados para defenderse ellos mismos, como haces tú. Y, realmente, no es...
—¿Un milagro? ¿Es como los milagros que tu único Dios promete en tu Biblia?
—Alrek le miró fijamente como si acabara de decir algún tipo de palabras mágicas. —
¿Entonces, lo qué necesito es un milagro?
—¡No, no, no! ¡No fue un milagro!
—Los únicos dioses que conozco son Odin, Thor, Frey y Loki. Quizás tú podrías
rezar a tu único Dios para que me enviara un padre y una madre… una familia… ya
sabes, un milagro.
—¡Alrek! No voy a rezar. No creo en milagros. Y creo que veo a Gorr el
Netmaker7 haciéndote señas.
Alrek se giró para mirar a Gorr, quien de verdad fruncía el ceño hacía él, sin
duda porque tendría que cargar luego con el mocoso. Alrek agitó una mano hacia el
netmaker, indicando que estaría allí dentro de poco. Pero antes de que se marchara, le
sonrió ampliamente a Adam. —Muchas gracias, Lord Adam.
Adam ni siquiera quería saber por qué le daba las gracias. ¿Y qué era eso de
Lord? Primero tenía que pelear con Rashid por referirse a él como el amo, y ahora
Alrek lo llamaba como a un condenado Lord. Después sería proclamado rey… cuando
en ese momento sólo se sentía como el más bajo de los animales por haberle ofrecido
sin querer esperanzas al muchacho cuando las posibilidades de tener una familia en

7
Netmaker: Hacedor de redes

29
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algún momento eran desesperadas.


Adam no creía que su vida pudiera volverse peor.
Se equivocaba.
Alrek le ofreció estas palabras mientras se marchaba:
—Creo que un Dios te ha enviado a mí como un milagro.

Milagro de milagros, Alrek finalmente parecía haber dominado los rudimentos


del tiro al arco.
Ah, Tyra no se engañaba. El muchacho apenas podía levantar el pesado arco, y
todos lo esquivaban cuando lo hacía, pero al menos había dado en el blanco. Fuera del
centro, desde luego, pero después de dos docenas de intentos, haberlo golpeado era un
verdadero logro.
—Buen trabajo, Alrek —lo halagó con una palmada en el hombro.
La pálida cara del muchacho brilló con orgullo. Cualquiera pensaría que ella
acababa de ponerle un arcón con un tesoro a sus pies… o le había concedido su deseo
más ferviente… una familia, de entre todas las cosas… algo que le decía a todo el que
se atreviera a cruzarse en su camino.
Ella y sus hombres habían acampado durante la tarde a lo largo de la orilla del
Mar del Norte; mañana se dirigirían norte arriba cruzando los fiordos de la propiedad
de su padre. Mientras la comida de la tarde era preparada —un ciervo rojo recién
cazado, asándose sobre un asador abierto—se entrenaban en un claro con la espada, la
lanza y el arco, como era su práctica diaria.
—Sé que crees que fue un milagro… que diera en el blanco —dijo Alrek. Él y
Tyra recogían las flechas caídas sobre la hierba.
—Yo no lo llamaría exactamente un milagro —contestó ella con una sonrisa. —
El trabajo duro siempre se recompensa al final. ¿No te lo he dicho antes, Alrek?
Siempre quieres resultados inmediatos, pero debes aprender a tener paciencia. Un día
seguro que serás un buen guerrero vikingo. Date tiempo.
Alrek inclinó la cabeza y consideró sus palabras.
—No —concluyó. —Eso fue un milagro. Igual que Lord Adam es un milagro
para mí, también.
—¿Lord Adam? ¿Tu milagro personal? ¿Él te dijo eso?
—No precisamente —admitió él —pero yo sé que sus oraciones se alzarán en el
cielo hasta su único Dios, quien va a encontrar para mí, mi hermano y mis hermanas,
una familia. Un milagro, a mi parecer.
La lógica de Alrek era pasmante y no merecía preguntas, no fuese que
interpretara sus preguntas como una licencia para fantasear incluso más. Tyra
comenzó a alejarse hacia el objetivo, donde esperaba encontrar al menos algunas
flechas que se hubieran perdido.
—A propósito, ¿vais a estar en el harén de Lord Adam?
Tyra se detuvo y miró detenidamente hacia atrás sobre su hombro.
—¿Estás refiriéndote a Adam el Curandero? ¿Tiene un harén?
—Bueno, no lo tiene aún, pero está reuniendo uno. Por lo menos, es lo que dijo
Rashid. Él piensa que vos serías una primera adición gloriosa.
—¡Alrek! ¡No te atrevas a repetir esa historia por todas partes! ¿Me oyes?
Él asintió de mala gana.
—Ni lo estoy ahora, ni tampoco estaré nunca, interesada en ser miembro del
harén de ningún hombre. ¿Queda claro?
Él asintió otra vez.

30
SAGAS Y SERIES

—No pretendía ofenderos.


—Sé que no, pero puedes estar seguro de que le echaré una bronca a Lord
Adam sobre este tema. ¡Un harén! ¡Desde luego!
Poco tiempo después, ella estaba inclinada recogiendo el resto de las flechas
cuando oyó un zumbido —un silbido que reconocía demasiado bien. Era demasiado
tarde para alejarse. Casi a la vez que oyó el sonido, sintió un dolor agudo en su nalga
derecha.
Se irguió rápidamente y giró sobre sus talones. Echando un vistazo sobre su
hombro, vio su peor miedo hecho realidad. Había una flecha que sobresalía de su
trasero.
Alrek al menos tuvo la gracia de volverse gris y murmurar,
—¡Uh—oh!
Cuando ella comenzó a dar zancadas hacia el inepto bribón, gritó:
—Ahora sería momento para rezar por un milagro, Alrek. Reza para que me
caiga muerta antes de que ponga mis manos alrededor de tu flacucho cuello.
Alrek, como el muchacho listo que era en el fondo, corrió por su vida.

—Pensé que habría pensando en un plan de fuga a estas alturas —se quejó
Rashid a Adam.
Estaban sentados el uno al lado del otro, atados a dos postes de tienda
contiguos. Sus piernas estaban libres, pero sus manos estaban atadas detrás de sus
espaldas. Había varios vikingos corpulentos sentados delante de la cercana hoguera
del campamento, ocupándose de un ciervo que se asaba para la cena. Cada par de
minutos los guardias miraban en su dirección, solamente para asegurarse de que no
habían desaparecido misteriosamente.
—¿Qué? ¿Crees que también soy mago?
—No, amo, pero veo el modo en que la princesa guerrera le mira. Creo que
podría encantarla para que nos liberara ahora.
—El único modo en que la veo mirarme es con asco. De hecho, dijo que apesto.
—Lo hace. Quiero decir, lo hacía —comentó Rashid sin rodeos, —hasta que nos
bañamos esta tarde.
—Y no tengo ni idea de donde sacas la noción de que tengo la capacidad de
encantar nada, sin hablar de una bruta mujer vikinga que no puede decidir si quiere
ser un hombre o una mujer.
—Saqué la idea de verle llevar a una mujer después de otra a su cama durante
años. Isobel, Sari, Katlyn, La Princesa Neferi, Ester, Magdalene. Podría seguir sin cesar.
Eso fue antes de venir a Gran Bretaña, aunque ahora sus partes masculinas deben
haberse secado por la carencia de empleo.
—Mis partes masculinas están perfectamente bien, muchas gracias.
—¿Entonces, por qué no ha seducido a la mujer guerrera? Alrek dice que ella le
ha demostrado más interés a usted que a cualquier hombre antes.
—Es porque quiere que yo cure a su padre para así poder ser repudiada y
marcharse a algún sitio y ser libre de cortar cabezas y otras cosas espantosas, sin la
carga de un marido. Sin duda mi cabeza será la primera en ser podada una vez que mis
talentos de curación ya no sean necesarios.
—¿Huh? —dijo Rashid ante aquel largo y enrollado discurso.—No importa.
Hablando de Alrek, mire ahí.
Alrek atravesaba corriendo el claro donde las tiendas estaban alzadas,
esquivando postes de tiendas y hogueras de campamento, sus piernas flacas

31
SAGAS Y SERIES

moviéndose como locas mientras jadeaba como un caballo de guerra. Adam miró a
Rashid, y este le devolvió la mirada; luego ambos se encogieron de hombros, indicando
su confusión sobre por qué estaba corriendo Alrek.
Pronto descubrieron la respuesta. Su perseguidora estaba a punto de pasar por
su lado, dando fuertes zancadas obstinadamente en el camino de Alrek. Ahora no se
molestaba en contonearse, tan enfadada parecía. Pero aquello no era lo más asombroso.
—¡Eh, Señora Vikinga! —la llamó Adam.
De mala gana, Tyra se detuvo y lo miró airadamente.
—¿Qué? —le espetó.
—¿Sabes que tienes una flecha sobresaliendo de tu trasero?
Las manos de ella se apretaron en un puño, su cara se tensó, y salió un sonido
de su garganta que se parecía muchísimo a un gruñido. —Sí, idiota, sé que hay una
flecha en mi trasero. ¿Por qué crees que persigo a Alrek? Y quita esa sonrisa burlona de
tu cara, hombre, o lo haré yo misma
—¿Te gustaría que la quitara? —preguntó él dulcemente.
—¿El qué? ¿La sonrisa burlona?
—La flecha.
—No, no te quiero tocando ninguna parte de mi cuerpo, y ciertamente no esa
parte. Además, creí que habías dejado la medicina.
—En esto, estaría dispuesto a hacer una excepción. —Él todavía sonreía
abiertamente, pero hablaba en serio. Por una vista a su trasero desnudo, haría
cualquier cosa.
Tyra le dijo que hiciera algo que él estaba completamente seguro que era
físicamente imposible y siguió su búsqueda de Alrek.
Dios, comenzaba a desarrollar gusto por las mujeres de lengua viperina. Esto lo
sorprendió enormemente. Él siempre había preferido a mujeres apacibles y de voz
dulce en el pasado.
—Bueno, demasiado para sus habilidades de seducción —opinó Rashid con
pesar.
Siguió un corto silencio antes de que Adam se girara para mirar fijamente a su
amigo.
—¿Por qué tienes los ojos cerrados? ¿Por qué tus labios se mueven sin hacer
ningún sonido?
—He decidido que el mejor curso es unirme a Alrek en rezar por un milagro.

—Tenemos que hablar.


Oooh, señora, hablar no es lo que tengo en mente. Mis brazos y piernas me duelen de
estar en la misma posición tanto tiempo. Mis nalgas parecen no tener carne sobre la que
sentarse en esta dura tierra. Ven más cerca, molesta hija del demonio, y verás que tipo de
conversación tengo para tí.
Era el crepúsculo, todavía más luminoso que oscuro, y Adam había estado
descansando. Abrió sus ojos… solamente una rendija para mirar a Tyra, quien estaba
bajando a tierra al lado de él. Él notó que bajaba sobre sus rodillas, no sobre su trasero,
y que se estremeció una vez estirada la piel que rodeaba la herida, que al parecer había
sido cosida hacía una hora por el a veces herrero, a veces berserker8, Bjorn.
—¡Niño sin cerebro! —murmuró ella mientras se frotaba una nalga.
Obviamente, estaba refiriéndose a Alrek, y no a Bjorn. Él se preguntó si Alrek sufriría

8
Berserker: del inglés: Bear serk: oso furioso. Guerreros vikingos.

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SAGAS Y SERIES

también de un trasero dolorido… dolorido por la fusta de una rama de abedul que él
había visto blandir a Tyra hacía poco. Una vez asentada sobre sus rodillas, ella gimió
suavemente.
¡Bien! Espero que tú trasero te duela vigorosamente, moza, porque tú has sido más que
un dolor en el trasero para mí. Él decidió no compartir aquellas opiniones con ella ahora,
pero seguramente lo haría más tarde.
En cambio, dijo:
—No te hablaré hasta que me liberes de estas ataduras. Necesitas una lección de
diplomacia, mi señora —entre otras cosas. —No se debe maltratar a la persona de quien
uno busca favores. Y, créeme, pedirle a un médico que trate a un hombre inconsciente
durante siete noches es un gran favor, especialmente cuando sin duda estará rodeado
por una multitud de vikingos sanguinarios que cortarían enseguida la cabeza del
médico al primer signo de palidez de muerte en el paciente. —Él presionó sus labios
juntos de una manera exagerada, indicando que su tiempo de hablar había terminado.
Desde dentro de la tienda donde Rashid ya había ido a pasar la noche, después
de una comida de carne de venado y carne de venado… y más carne de venado —pero
al menos no gammelost—oyó a su entrometido amigo árabe añadir a la conversación,
sin ser invitado—el hombre sabio pisa suavemente entre los tigres.
—¿Qué significa eso? —preguntó Tyra.
Él se negó a responder, pero lo qué pensó fue: ¿Quién dice que los proverbios de
Rashid tienen que significar algo?
—El susurro de una bonita muchacha puede ser oído más lejos que el rugido
del tigre —añadió Rashid.
Él envió un mensaje mental a Rashid; cierra la boca.
—Escucha. Admitiré que fui quizás poco diplomática en convencerte para que
vinieras con nosotros. Si hubiera tenido más tiempo, mis hombres y yo podríamos
haber compartido tu hospitalidad, y…
¡Ja! Yo no ofrecí ninguna hospitalidad. Él sintió una punzada de culpa ante aquel
recordatorio… una punzada diminuta. ¿Podría ser que la muchacha guerrera hubiera
actuado de manera diferente si él hubiera actuado con hospitalidad? ¡No, no, no! No le permitiré
volver las tornas contra mí. Ella es la parte culpable. Ella será la que pague. ¡No yo!
—… y quizás yo no habría actuado así… um, precipitadamente.
—¿Precipitadamente? ¿Precipitadamente? Yo apenas llamaría golpear a un
hombre en la cabeza con el lado plano de un sable simplemente precipitado. Más bien
impetuoso. Sí, un acto temerario, no, un acto imprudente. —Él rió por dentro ante su
propio ingenio.
—Bueno, lo que quise decir era… hmmm… bien… verás… no vine a ti con la
intención de dañarte de ningún modo. Tampoco planeé tomarte por… uh, la fuerza. —
Su cara se volvió roja mientras tartamudeaba para conseguir decir unas palabras…
unas duras y difíciles palabras para una mujer orgullosa.
—¿Es esa tu lamentable excusa para una disculpa? ¡Ja! Tendrás que hacerlo
mucho mejor que eso. ¡Mucho!
—Cuando pienses en ello, estoy segura de que comprenderás que no has sido
tratado tan mal. —Ella agitó una mano con desdén como anticipándose a su
desacuerdo. —Sé que te ofenden las cuerdas, pero aparte de eso, eres un invitado. De
verdad.
Adam se mordió la lengua para evitar decir sus agravios en voz alta, pero no
pudo impedir que sus ojos se ensancharan con indignación. ¿Invitado? ¿Invitado? ¿Atas
a tus invitados como a un cerdo gordo de cosecha? ¿Tiras a tus invitados sobre tu hombro como
un saco de cebada? Él frunció el ceño, su ceño más feroz y se aseguró que su lengua se
quedaba firmemente en su lugar, tan tentado estaba de contestar.
—Bien, puedo ver que la denominación de invitado no baja suavemente… que

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SAGAS Y SERIES

se atasca en tu gaznate…
—¿Cómo que se me indigesta?
—¿… pero qué puedo hacer para mejorar las cosas? ¿Quiero decir, cómo
podemos volver a comenzar?
¿La mujer es tonta? ¿O deliberadamente obtusa? Ella sabe exactamente qué debe hacer.
Adam estiró el cuello para mirar de forma significativa sobre su hombro hacia sus
manos atadas detrás de su espalda y alrededor del poste de la tienda. Entonces dirigió
también un vistazo significativo a sus tobillos.
Ella captó el mensaje.
Sus hombros se encorvaron. Entonces pareció llegar a una decisión, apoyó
ambas palmas sobre sus muslos y se inclinó adelante para dirigirse a él… lo que fue un
gran error. ¡Un enorme error!
Por primera vez, él se fijó en su atavío. Ella debía haberse bañado en algún
momento después de la comida de la tarde porque su pelo, en trenzas largas, estaba
todavía húmedo. Su cara estaba brillante y limpia, y clara como la nata nueva, excepto
por unas pecas sobre su nariz. En vez de la cota de malla, ahora llevaba una camisa de
lino hasta la cadera de un descolorido color azul sobre sus habituales calzones de lana
apretados y sus botines. La camisa estaba sujeta con un cinto a la cintura.
Era una mujer grande, observó Adam, no por primera vez. Su altura era
inmensa para una mujer, debido a sus piernas sumamente largas. Sus caderas eran
amplias, como sus pechos, aunque ambos eran compensados por una cintura
relativamente estrecha.
De una manera extraña, su grandeza no era poco atractiva. Al contrario. En
general, estaba bien proporcionada puesto que toda su grandeza solamente contribuía
a la imagen de una mujer en toda su gloria. Era casi más de lo que un hombre podría
asimilar.
Él obligó a sus ojos a subir más, y la imagen fue la misma. Sus labios eran
llenos. Sus dientes eran grandes. Sus ojos eran amplios, con gruesas pestañas, y claros
como lagunas azules. Incluso su pelo rubio sería largo cuando lo soltara, se imaginó.
Y él se lo estaba imaginando.
Pero eso no era lo que había hecho que su barbilla cayera hasta su pecho. Fue su
postura, apoyada delante en sus musculosos muslos, lo que hizo que su camisa se
abriera ampliamente en el cuello, dándole una atractiva vista de un océano de piel y las
elevaciones superiores de dos curvilíneos pechos.
Adam tenía debilidad por los pechos curvilíneos. Bueno, en realidad, le
gustaban todas las clases de pechos: pequeños, grandes, redondos, puntiagudos,
planos, independientemente. Al menos en los viejos días, cuando había saltado de
cama en cama como un conejo en celo.
—Bueno, ¿qué piensas? —dijo Tyra.
¿Huh? No se había dado cuenta de que ella había estado hablando todo aquel
tiempo.
Arqueó una ceja en forma de pregunta. Esperaba que pareciera más adulto de
lo que se sentía. ¡Pensando en pechos! ¡Cruz bendita! Me comporto peor que un jovencito
virgen.
—¿Oíste alguna palabra de lo que dije? Deja de mirarme así.
Él se encogió de hombros para indicar confusión, pero sabía exactamente cómo
la había estado mirando. El encogimiento solamente encubría las razones. En su mente,
el encogerse de hombros era el mejor instrumento de un hombre.
—Algunos hombres sienten que deben fingir que me adulan, solamente porque
soy una mujer. Bien, olvida eso. Soy un soldado ante todo, y sé mejor que cualquiera lo
poco atractiva que resulto a los hombres. Sinceramente hablando, soy más fuerte y más
grande en tamaño que muchos hombres… no que los Escandinavos, que están mejores

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SAGAS Y SERIES

dotados que los hombres normales, pero sí que otros machos. Como los Sajones. Así
que ahórrate el comerme con los ojos y reserva tus labios babeantes para las criadas de
mentes sensibles que apreciarían el esfuerzo.
¿La mujer está chiflada? ¿Poco atractiva? Si estuviera más atraído, mis partes
masculinas arderían en llamas. Y yo estoy muy bien dotado, muchas gracias, incluso aunque sea
sólo vikingo por adopción, no por nacimiento. Además, ciertamente no babeo. Se relamió los
labios, solamente para asegurarse.
—Volviendo a lo que decía antes —¿Qué dirías a una tregua?
Él podría estar interesado. La verdad fuera dicha, estaba completamente
aburrido de holgazanear atado a una cuerda, todo el tiempo. Inclinó su cabeza para
indicar que ella debía seguir.
—Yo te pondría en libertad… bajo guardia, desde luego… o dos guardias. —
agregó ella al final después de dar a su cuerpo un escrutinio rápido de pies a cabeza.
¡Ajá! Ella probablemente nota mis dotes….
—No tengo ningún miedo de que me hagas daño a mí o a mis hombres…
Quizás no.
—… pero podrías encontrar un modo de escapar, y me siento moralmente
obligada a entregarte a la cabecera de mi padre.
¿Moralmente obligada, hmmm? Podía entender la necesidad de cumplir una
promesa. Pero había algo que fallaba en aquel ofrecimiento de tregua. Ella le había
dicho lo que le daría. ¿Pero qué esperaba ella a cambio? La respuesta fue lo próximo.
—Tu tío Tykir afirma que eres un hombre de confianza… cuya palabra, una
vez dada, es sólida como el hielo sobre un fiordo en invierno. Si me dieras tu palabra
de no intentar fugarte antes de que hayas examinado a mi padre y hayas hecho lo que
puedas para ayudarlo, entonces te cortaré las cuerdas yo misma en este momento.
Él consideró su oferta durante un largo rato. El resoplido ocasional de los
ronquidos de Rashid era la única cosa que rompía el silencio entre ellos. Se miraron a
los ojos durante aquel momento como si se estuvieran sopesando el uno al otro y se
preguntaran si podría haber mutua confianza.
Finalmente él asintió.
Ella sonrió extensamente —una espontánea expresión de alegría—y el duro
centro de algo que no podía decir qué era comenzó a derretirse dentro de él.
—Esperaba que estuvieras de acuerdo, —dijo ella, poniéndose de pie con un
gemido y sacando un cuchillo largo de una vaina en su cinturón. Estaba a punto de
cortar sus cuerdas.
—¡Espera!
La sorpresa llameó en el rostro de ella, y su risa se desvaneció. ¡Qué raro lo
negativamente que le afectó eso a él! La efímera confianza de ella fue substituida por
sospecha.
—Una tregua funciona en ambas direcciones. Tú estableciste tus condiciones, a
las que estuve de acuerdo. Ahora estableceré las mías.
Ella todavía le miraba con desconfianza, el cuchillo quieto en sus manos.
—Te escucho.
Puesto que ella estaba de pie cerniéndose sobre él, se vio obligado a estirar el
cuello para alzar la vista hacia ella. Cambiando de postura ligeramente, ella se colocó
con las piernas extendidas.
Él odiaba aquella postura arrogante. Lamentablemente, a una parte familiar de
su cuerpo… una que no había estado en uso durante un siglo o más… le gustaba
muchísimo la arrogante postura de piernas abiertas.
—Si soy incapaz de ayudar a tu padre… si intento todo lo posible y no es
bastante —hizo una pausa para reprimir los recuerdos de un tiempo cuando todo lo
posible definitivamente no había sido bastante—si él muere bajo mi cuidado, quiero tu

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promesa de que me protegerás con tu propia vida. A Rashid también.


Ella asintió.
—Es una justa petición la que haces. Estoy de acuerdo. —Ella comenzó a
relajarse.
—Hay más.
Ella se puso tiesa otra vez, pero mantuvo sus piernas extendidas. ¡Señor, si ella
sólo supiera lo que su postura le hacía!
—Quiero una noche en las pieles de tu cama. Desde el crepúsculo hasta el
amanecer. Tú, desnuda. Yo, desnudo. Oh, no te enfades sin oír el resto. Tú no tendrías
que tocarme, y yo no te tocaría… a no ser que tú lo pidieras.
Él vio la cólera en sus ojos ardientes, y también dolor, como si su proposición la
ofendiera profundamente.
—¿Por qué?
—Porque lo deseo.
—¡No! —Declaró ella enérgicamente y se alejó a zancadas, murmurando algo
sobre yacer con sajones idiotas que piensan con sus órganos masculinos.
—La Sabiduría tiene dos partes: una, teniendo mucho que decir; y, dos, no
diciéndolo, —proclamó Rashid desde dentro de la tienda. Al parecer, los ronquidos
habían sido una astucia para encubrir su escucha disimulada. Y, al parecer, creía que
Adam había dicho demasiado… demasiado pronto.
—Volverá, —predijo Adam, siempre el optimista… ¿o era siempre el ególatra?
—A todo asno le encanta oírse rebuznar.
—¡Rashid! ¿Me estás llamando asno?
—No, es solamente que usted rebuzna excesivamente. Le viene de tener un ego
enorme, diría yo.
Supongo que eso contesta mi pregunta sobre el optimista o el ególatra. Adam se rió,
pero sólo un momento.
Tyra volvía. Había un brillo de determinación en sus ojos, pero sus mejillas
ardían de gran vergüenza.
—Estoy de acuerdo.
—¿Estás de acuerdo? —Aquella parte del cuerpo de Adam que había cobrado
vida milagrosamente ahora estaba firme. ¡Hablando de milagros! Éste era mejor que
cualquiera de los Alrek, en opinión de Adam.
—Bajo mis condiciones, —añadió ella.
—¿Oh? —Adam intentó no parecer tan interesado como estaba.
—Una noche, y sólo una. Sin tocar.
—A no ser que tú me lo pidas… o a no ser que insistas en tocarme, —le recordó
rápidamente él.
Ella lo fulminó con la mirada como diciendo que eso nunca pasaría, pero estaba
realmente adorable cuando lo miraba así. Quizás él se lo diría… más tarde.
—Y no olvides la parte de estar desnudos —incluyó él por añadidura.
—¿Cómo podría hacerlo? Hay otra cosa. Estoy de acuerdo en esta sugerencia,
escandalosa como es, sólo si mi padre vive. Si él muere, el pacto se cancela.
Adam quiso discutir, pero, realmente, había estado hablando sólo la mitad en
serio cuando había comenzado… aunque la mitad que era seria, era muy seria.
Además, ¿quién quería dormir con una mujer afligida?
Él asintió.
Pronto sus cuerdas estuvieron cortadas y Tyra le hizo señas a dos de sus
guardias más grandes, ordenándoles que se quedaran fuera de su tienda. Antes de que
se diera cuenta, ella se había ido con prisas.
—Te dije que volvería —se regodeó Adam ante su amigo mientras avanzaba
lentamente en las pieles de la cama dentro de la tienda.

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—Pluma por pluma, el ganso será desplumado —declaró Rashid con una
sonrisa, girándose y alejándose de él.
—Precisamente, —dijo Adam.
—Me estaba refiriendo a usted como al ganso, no a ella, —dijo Rashid con
ironía.
—Lo sé.

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Capítulo 4

Tyra no podía dejar de mirar al hombre.


Él le había pillado medio comiéndoselo con los ojos un par de veces. En una
ocasión, el granuja incluso le había guiñado un ojo; en otra ocasión, simplemente le
había sonreído abiertamente. En cualquier caso, sonreía con satisfacción, como si
pensara que ella estaba recordando su promesa —cosa que ella no hacía…
definitivamente no estaba… bueno, apenas aguantaba su infernal mirada… durante
unos momentos, por lo menos.
Aquel había sido un día ajetreado, comenzando con su giro en lo temprano de
la mañana en el Mar del Norte y subiendo por la cabecera del Ilsa—fjord—uno de los
miles de ríos que entrelazaban las tierras del Norte. No todas estaban unidas,
lamentablemente. De hecho, dos veces hoy habían tenido que acarrear dos barcos. El
acarreo era una empresa larga y ardua que implicaba sacar a todos los hombres y
animales de la embarcación, luego cargar los barcos por tierra hasta la siguiente vía
fluvial… o empujar los barcos a toda prisa sobre rodillos de madera, si la distancia era
demasiada y el sendero descubierto.
Todo aquel tiempo, Adam, para honra suya, había contribuido con su parte
justa de músculo al duro trabajo. Y, sí, Tyra comenzaba a notar, para su disgusto, que,
para ser curandero, tenía la parte justa de músculo… no como sus guerreros vikingos,
cuyo sustento dependía de estar en perfecta condición física. Pero él tenía lo suyo y eso
era notable en sí mismo. Ella suponía que le venía de haberse criado en una casa
nórdica, aun cuando fuera sajón por nacimiento.
Tyra sospechaba que uno de los motivos por los que Adam trabajara tan
duramente era para evitar a Alrek, quien había desarrollado un raro cariño por el
curandero, a pesar de los mejores esfuerzos de Adam para evitar al muchacho y sus
interminables preguntas. Parecía especialmente incómodo con la opinión de Alrek de
que él era un milagro enviado para cambiar su vida. Por qué no podía simplemente
reírse de aquella noción vergonzosa, estaba lejos del entendimiento de Tyra.
Oh, bueno. Al día siguiente o así entrarían en los bordes de la enorme
propiedad de tierra de su padre. Entonces ella tendría que hacer frente a un montón
de otro tipo de problemas.
El guiño malvado de un hombre no significaría nada cuando eso sucediera.
Bueno, casi nada.
Esperaba.
—¿Qué le preocupa, mi señora? —preguntó Rashid, sacudiéndola fuera de su
ensueño. Rashid y Adam viajaban en el mismo barco, ahora que sus obligaciones
habían sido liberadas. Rashid acababa de dejarle su lugar a Adam sobre un cofre, quien
enseñaba a Alrek como remar sin golpearse en la cara cuando retrocedía el pesado
remo. El muchacho había conseguido romperse dos veces la nariz ayer. Sin duda, el
razonamiento de Adam era que un Alrek agotado sería un Alrek silencioso.
Tyra alzó la vista del timón que dirigía... un trabajo fácil ahora que habían
entrado en el amplio río Drisafjord. No había viento que empujara las velas, pero la
corriente corría en calma.
—¿Qué me preocupa? —Ella dirigió su atención completa al hombre árabe, un
hermoso hombre, de piel morena con un bigote frondoso, pero una barbilla calva, que
se arrancaba meticulosamente cada tarde, para la estremecedora fascinación de sus
hombres. Alto y delgado, era un hombre atractivo que probablemente era muy
favorecido por las mujeres. Alrek, quien también se había pegado al árabe así como a
su nuevo mejor amigo, Adam, afirmaba que Rashid era el hijo de algún jeque del

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desierto. Tendría que preguntarle a Rashid más tarde por qué un príncipe del desierto
habría abandonado su patria.
—Todo me preocupa. Mis guerreros y yo deberíamos estar protegiendo
nuestras fronteras del sur. Los piratas y proscritos abundan. Mis hermanas, Odín sabrá
que travesuras se traen entre manos. Mi padre se cierne a las puertas del Valhalla. He
pasado mucho tiempo buscando a tu amigo el médico para que ayude a mi padre. Lo
que debería haber sido una tarea fácil ha demostrado ser fastidiosa en extremo. Sería
una vergüenza haber logrado mi objetivo… salvar a mi padre… sólo para perder su
propiedad por falta de diligencia.
—¡Diligencia! Usted trabaja al lado de sus hombres. Se deja la piel trabajando.
Con todo el debido respeto, mi señora, hace todo lo posible.
—Con todo el debido respeto —repitió ella en contestación—el trabajo duro no
importa si no hay éxito. Y no te atrevas a citarme un proverbio sobre esto.
—¿Por qué preocuparse? —persistió Rashid en el asunto. —¿No llegó esta
mañana un mensajero de Stoneheim informándole que su padre todavía vive?
—Sí, pero eso podría cambiar en cualquier momento.
—Como dije, no atraiga a la desgracia. Créame, los problemas te encuentran,
tan cierto como que la jorobada bestia sedienta buscando un oasis en el desierto lo
encuentra. Es la voluntad de Alá, desde luego.
¿Qué pasaba con ella que despertaba el fervor religioso en estos dos hombres? Rashid
siempre citaba a su Dios, o al profeta Muhammad. ¡Y siempre que Adam estaba en su compañía,
invariablemente decía —¡Oh Dios mío!—Por lo general después de esto miraba
imperturbablemente a sus pechos, o sus nalgas, de entre todas las cosas posibles.
—¿Está pensando en mi amo otra vez, ¿verdad?
—Yo… no... Estaba... —mintió ella, luego se sintió culpable por estar siendo
deshonesta, incluso en una cosa tan trivial. —Bueno, quizás un poco. ¿Cómo lo
adivinaste?
—Su cara la traiciona. Tenía una de las dos expresiones que siempre muestra
cuando él está cerca, ambas acompañadas por mejillas rojas. La primera es la cólera, y
luego sus ojos se vuelven de un azul ardiente, casi salpicando chispas. El otro es la
excitación, y luego sus ojos se descoloran hasta ser de un vidrioso azul… soñador.
—Ah… ah… ah… —chisporroteó Tyra. —¡Nunca he estado excitada! —Era la
única réplica que pudo encontrar, tan turbada estaba por su consternación.
—¿No? —Rashid estaba claramente sorprendido y divertido.
—¡No por ese… ese exasperante hombre! Y mis ojos nunca han sido
soñadores, por él o por ningún otro hombre. ¿Realmente, qué tipo del líder sería para
mis tropas si me pusiera soñadora siempre que hubiera un hermoso hombre andado
cerca?
—¡Aaaah! ¿Entonces piensa que mi amo es hermoso? —comentó él, subrayando
la parte más relevante de lo que ella había dicho.
—Sí, el hombre es hermoso, como si eso importara una pizca cuando...
—Oh, importa, milady. Cuando se trata de seducir a una doncella, ser atractivo
aparentemente puede ser una decidida ventaja para un hombre. A propósito, mi amo
me dice que usted desea ser desheredada por su padre si él vive… aunque yo apenas
puedo creerlo. Pero me preguntaba… supongo que no… bueno, ¿estaría interesada en
unirse a un harén? Es toda una coincidencia, pero sé de uno que está a punto de ser
formado.
Ella hizo un chasquido de desaprobación. —He oído esas tonterías de los
harenes que dices a mis hombres. No es bueno plantar tales ideas en sus cabezas. Ya es

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bastante malo que algunos escandinavos practiquen más dánico9 y que a menudo
tengan varias mujeres y amantes, si pueden permitírselo. ¡Pero un harén!
—¿Eso sería un sí o un no?
—Era un no, idiota.
Los hombros de Rashid bajaron con decepción.
—Que desafortunado. Sería una buena hurí, creo.
—¡No lo sería!
—Lo sería —discrepó él. —Cualquier mujer que se mueve como usted, en la
batalla o en la navegación, se movería muy bien en el deporte de cama, también.
No tenía sentido intentar hablar con aquel árabe cabeza dura.
—No puedo creer que Adam, por lo visto un curandero notable… en un país
cristiano, nada menos… aprobara un harén. Eso es tan… tan… incivilizado.
—Siento tener que discrepar, milady. Es una costumbre de lo más civilizada. —
Entonces Rashid agachó su cabeza y confesó, —En realidad, mi amo no me ha dado
precisamente su permiso para que reúna un harén para él.
Ella entrecerró sus ojos hacia Rashid.
—¿Para qué precisamente te ha dado permiso?
Rashid miró a todas partes excepto a ella. Finalmente le dijo, con un indicio de
consternación de su voz,
—Sus palabras exactas fueron “Ningún harén. Ni ahora. Ni nunca.” Pero yo
creo que cambiará de idea una vez que vea lo que tengo que ofrecerle. Definitivamente
cambiaría de idea si usted fuera la primera hurí en unirse a la tropa, por así decirlo
Ella se rió de la persistencia del astuto árabe… y de la imagen de ella
holgazaneando en la tropa de cualquier hombre por tonterías del placer.
—Luciría bien con pañuelos transparentes de seda y campanas sobre los dedos
del pie —dijo Rashid, tomando su risa como un ablandamiento de su resolución.
—Las amantes se supone que son diminutas, dadas a la risa, tontas criaturas
fragantes y bonitas, no malolientes en ocasiones, y gigantes amazonas con huesos
grandes, pies grandes, y una tendencia a reírse a carcajadas.
—¡Verá! Usted sería la primera. Sin duda crearía una nueva moda. Cualquier
jeque y sultán desde Bagdad a Samarcanda buscaría a huríes amazonas una vez que se
enteraran de la preciada posesión de mi amo.
—¿Posesión? Ese aspecto me excluiría. Nunca voy a ser la posesión de ningún
hombre, Rashid. —dijo ella con tanta firmeza como pudo. —Nada de harenes. Ni
ahora. Ni nunca.

Adam estaba de pie en la barandilla al lado de Tyra la mañana después,


mirando la proa en forma de dragón del barco bajar y subir con orgullo sobre las olas,
como un monstruo de mar.
—¿Tienes que estar tan cerca? —le espetó ella.
Él le sonrió, astuto.
Santo Valhalla, ella lo odiaba cuando sonreía así.
—¿Te pongo nerviosa? —preguntó él con inocencia.
¡Ja! El hombre no tenía ni un hueso inocente en todo su cuerpo. Esperó que
fuera mucho más serio en lo concerniente a su medicina.
—No, no me pones nerviosa. Pero no me gusta que estés tocándome todo el

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"more danico" es decir, a la danesa (expresión latina utilizada por los primeros evangelizadores para
hacer referencia a la poligamia, practicada por los vikingos),

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tiempo.
Él alzó sus manos como para demostrar que no había estado tocándola.
—No tienes que usar las manos para tocar, como bien sabes.
—Tienes razón, desde luego, mi señora vikinga. Hay caricias… y caricias. —La
ardiente mirada que él le dirigió la confundió y enfadó. ¿Se estaba refiriendo a su pacto
en el que él había prometido no tocar su cuerpo desnudo?
—Prometiste no tocarme, —dijo ella furiosa en voz baja. —Sabía que no podía
confiar en ti.
Rashid se inclinó alrededor de su amigo y aconsejó a Tyra,
—Hay un famoso proverbio árabe: 'Confía en Alá, pero ata la tienda.'
—¡Tú y tus proverbios, Rashid! ¿Tienes uno para cada ocasión? En realidad, las
sagas nórdicas tienen uno similar. 'Reza a Odin, pero afila tu espada. '
—Te dije que no te tocaría entre las pieles de una cama a no ser que tú me lo
pidieras. Pero no dije que no te tocaría nunca —dijo Adam, como si se sintiera
afrentado porque ella hubiera cuestionado su integridad. —¡Maldición! No soy un
completo tonto. —ignoró convenientemente a Rashid y sus proverbios.
Ella estaba comenzando a pensar que su promesa había sido un error. Estuvo a
punto de sugerir una modificación de las reglas, pero no tuvo oportunidad porque en
ese mismo momento su largo barco tomó la última curva del amplio río entre el terreno
salvaje y montañoso. Los bosques antiguos allí en el Noroeste eran oscuros y
amenazadores, y una siniestra niebla surgía de los picos coronados de nieve. Contra
ese escenario, el fuerte e imponente torreón de su padre, Stoneheim, apareció a la vista.
Adam jadeó, igual que Rashid a su otro lado. Era la reacción habitual de la
gente que echaba el primer vistazo al lugar vikingo más extraño a este lado del otro
mundo… y sus igualmente extraños habitantes.
Sus hombres gimieron al primer vistazo de su granja. Esa, también, era la
respuesta habitual. No era que no estuvieran felices de estar en casa, reunidos con sus
mujeres y sus señoras amantes. Era solo que Stoneheim no parecía la habitual severa
fortaleza vikinga… especialmente en el norte. Aquí, los inviernos eran largos y
amargos, a menudo con sólo una o dos horas de luz al día; la supervivencia tenía
prioridad sobre todo lo demás… o la debería tener.
El torreón de Stoneheim era una fortaleza hecha de madera, como la mayor
parte de las fortalezas en todas partes de Noruega. Pero era en lo único en que era
similar.
Stoneheim estaba construido a una distancia considerable de la fachada del río,
con la áspera montaña como telón. Habían sido agregadas muchas adiciones a la casa
comunal original, muchas de ellas asentadas sobre repisas planas o cavadas en la
montaña misma, algunas de ellas de dos y tres pisos de altura. Y esto no incluía las
dependencias, o las casas del pueblo colocadas en un cada vez más amplio medio
círculo debajo del torreón. La casa era una mezcolanza inmensa de estilos, los dinteles
de sus puertas y aleros altamente tallados con símbolos nórdicos, incluso los marcos de
las ventanas… muchas de las cuales contenían pieles engrasadas y restregadas hasta
que eran casi tan transparentes como el cristal.
Todo aquel edificio era trabajo de Breanne, la hermana de Tyra, quien había
dicho a su padre una y otra vez que si él no iba a encontrarle un marido, entonces ella
iba a pasar su tiempo haciendo trabajos de construcción. Allí estaba, Breanne, encima
de la pocilga, luciendo más hermosa que nunca, incluso llevando calzones de hombre y
una túnica, sus rojos rizos metidos bajo el gorro de un muchacho de establo; estaba
ayudando a sus trabajadores a poner el nuevo terrón sobre el tejado. Breanne era hija
de una esclava irlandesa, Fiona, quien había muerto de fiebre en el parto justo después
de la boda con Thorvald, su padre, dando así la legitimidad al bebé recién nacido. De
hecho, todas las hermanas de Tyra eran legítimas. Su padre tenía tendencia a casarse

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con sus mujeres, incluso con más de una a la vez. Todas las madres estaban muertas en
este momento. Aunque Breanne llevara bombachos de hombre, y lo hiciera así siempre
que tenía trabajo, vestía ropa de mujer en todas las otras ocasiones, a diferencia de
Tyra.
Al menos la pocilga no había sido decorada durante la ausencia de Tyra.
—Nunca he visto nada semejante en toda mi vida —comentó Adam,
boquiabierto.
—Bueno, sí, en realidad sí, —discrepó Rashid. —¿Recuerda todos los vistosos
jardines en los harenes de Bagdad?
Ahí estaba el bribón otra vez, sacando el tema de los harenes. Adam se refería a
todas las flores y arbustos de vistosos tonos y los árboles otoñales que adornaban casi
cada espacio disponible fuera del torreón real.
—Sí, tienes razón —dijo Adam, —pero he viajado a todas partes de Noruega y a
las otras tierras del Norte y nunca he visto flores creciendo con tal profusión. Uno
pensaría que el frío las mataría al brotar.
—Eso es trabajo de mi hermana Drifa. Su madre Tahirah vino de tus tierras,
Rashid… una concubina de mi padre, y más tarde su esposa. Ella añoraba tanto los
climas más calientes de tu patria que Padre le permitió plantar una flor o dos para
detener su llanto constante. Poco sabía él que eso conduciría a esta… a esta
extravagancia de locura floral. Hasta trajo un árbol para poner dentro. Tahirah murió
hace cinco años… unos dicen que el anhelo por su patria nunca la abandonó… pero su
hija Drifa ha continuado en su lugar.
Señaló un cercano jardín —terraza donde una mujer, menuda según el estándar
nórdico, se arrodillaba entre una profusión de flores otoñales con sus finas manos
cubiertas de suciedad. Su pelo de color negro y los ojos ligeramente rasgados eran los
únicos signos de su herencia medio árabe. De otro modo, habría parecido una mujer
vikinga de cabellos morenos.
—Ciertamente es… precioso —comentó Adam, todavía boquiabierto.
—¡Precioso! —dijo un soldado cercano con un resoplido de repugnancia. —
¿Qué tipo de torreón es este para luchadores feroces? Nosotros deberíamos haber
pisado sucios campos de ejercicio, pero, no, Drifa tenía que plantar hierba allí y chillar
siempre que la pisoteamos con nuestras pesadas botas. ¡Y el gran salón! Ahí es donde
reina otra hermana, Vana. Las pelotas de Thor, un hombre debería ser capaz de subir
sus pies en el salón, eructar si la comida es en particular sabrosa, llevar sus perros
dentro, escupir en los juncos si quiere… ni siquiera hay juncos en este gran salón. No,
Vana dice que los juncos sucios crían gusanos. Ni siquiera podemos orinar en el patio
si la necesidad viene en un apuro por una superabundancia de hidromiel. Y nosotros
los hombres debemos limpiarnos los pies antes de entrar en el gran salón. ¿Puede
imaginarse eso? —aquello último fue dicho con tal horror que uno habría pensado que
les pedían a los hombres que se cortaran un miembro… o su parte de hombre… antes
de comer.
Adam y Rashid miraron a Tyra en espera de una explicación. El soldado se
había alejando a zancadas con una maldición para ayudar a tirar las cuerdas al
muchacho sobre el embarcadero, entonces la embarcación podría ser atada y tirar de
ella para atracar. Hasta ahora, Alrek había fallado dos veces en su objetivo.
—Es mi hermana Vana a la que se refiere… la llaman Vana la Blanca debido a
su pelo rubio casi blanco. Su madre vino a nosotros, vía las pieles de cama de mi padre,
desde Islandia. ¿Qué puedo decir? Le gusta la limpieza.
Rafn pasó a su lado y murmuró en voz baja:
—¡Pfff! Esa sería una palabra demasiado débil. Más bien rinde culto al altar del
dios de la limpieza. La mujer es una tirana, os digo, una tirana. Lo que necesita es un
marido que le pegue algunas veces. Sí, eso necesita. —Uno nunca sabría por sus

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palabras que Rafn estaba enamorado de Vana. Cuando sus compañeros le preguntaban
en muchas ocasiones como sería capaz de tolerar la vida con una fanática así, Rafn
siempre sonreía abiertamente y decía, —le daré algo más en que ocupar su tiempo
aparte de escobas y piojos.
—¿La religión nórdica tiene un dios de la limpieza? —quiso saber Rashid.
Ella y Adam se miraron y sonrieron… ¿y no era asombroso cómo su corazón
dio un vuelco con aquel pequeño gesto de diversión compartido? ¡Qué patética era
ella! Y qué interesante que nunca hubiera notado durante todos estos años cuánto
necesitaba las atenciones de un hombre.
¿O eran solo las atenciones de Adam las que la hacían sentir así?
Bueno, esa era una perspectiva alarmante. Sería mejor que pensara en otras
cosas. ¿Qué había preguntado Rashid? Ah, sobre un dios de limpieza. ¡Eso era todo lo
que Odin y Thor necesitarían, una diosa como Vana que insistiera en que el gran salón
de Asgard estuviera intachablemente limpio! Asgard tenía la reputación de ser lo
bastante grande como para que 800 hesirs armados caminaran con sus botas sucias
cruzando 540 puertas… puertas con goznes de cobre que necesitarían pulimento.
—Alrek dice que hay dos docenas de dormitorios intachablemente limpios en
Stoneheim —comentó Rashid, —y otros tantos retretes exteriores.
—Alrek estaba de broma, —dijo ella. —Hay sólo diez… de cada uno.
—Es bueno saber que las pieles de la cama estarán limpias y fragantes en
Stoneheim, —dijo Adam. —Me encanta tener pieles de cama limpias cuando estoy...
—hizo una pausa lo suficientemente larga para que ella le mirara y se ruborizara—
...durmiendo —. Él le volvió a guiñar el ojo, luego se inclinó para recoger sus maletines
médicos de cuero.
—Te agarraría y te tiraría al agua si no necesitara tanto tus habilidades —gruñó
ella.
—¡Qué afortunado soy! —murmuró Adam, una expresión sombría en su cara
ahora que el momento de reavivar sus talentos médicos estaba al alcance de la mano.
—¿Habilidades? ¿Habilidades? —se carcajeó Rashid, obviamente deduciendo
que se había referido a una clase totalmente diferente de habilidad.
—Sus habilidades médicas —acentuó Tyra. Entonces le hizo a Rashid lo que le
habría gustado hacer a su amo. Lo levantó y lo tiró por un costado al agua helada.
Echó un vistazo alrededor para ver que todos la miraban. Los hombres se reían.
Sus hermanas fruncían el ceño con disgusto.
Y Adam —el maldito granuja, a salvo en tierra… le guiñó el ojo.

Poco tiempo después, estaban en la recámara de su padre.


Con una autoridad y maestría que no había demostrado antes, Adam ordenó a
todo el mundo que saliera de la habitación del enfermo excepto a su ayudante y al
curandero residente del rey, el Padre Efrid, un monje de un monasterio de Irlanda.
Thorvald practicaba la religión nórdica, pero también era cristiano, cuando era
conveniente. Y todos sabían que los curanderos monjes eran los mejores médicos…
después de los árabes, claro.
Adam también le había pedido a Tyra que se marchara, pero ella se había
plantado en sus talones, y finalmente él se había aplacado, diciendo firmemente,

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—Quédate, pero guarda la distancia y cierra la boca, o te sacaré yo mismo. —Ella


se quedó al final del cuarto, mirando con silenciosa fascinación como hacía él su
trabajo.
Adam puso varios de sus frascos de ungüentos, paquetes de lino, de hierbas, e
instrumentos como lancetas y barras cauterizadas sobre una pequeña mesa al lado,
antes de volverse para examinar a su paciente. Con suave eficacia, le quitó la
vestimenta al rey, exponiendo un cuerpo grande que todavía era amplio de hombros,
fornido y corpulento, aunque sus músculos sin duda habían perdido su firmeza al estar
en cama durante tanto tiempo.
Retiró los párpados del rey y examinó el blanco de sus ojos. Presionó su oído
contra el pecho del paciente y escucho los latidos del corazón. Le examinó las uñas de
las manos y las de los dedos del pie, incluso hasta sus genitales. La herida detrás de la
cabeza captó la mayor parte de su atención.
Le hizo unas preguntas en voz baja al Padre Efrid, quien Tyra sabía por
experiencia que era un hombre bueno y un buen médico de las artes curativas cuando
implicaba heridas menos serias. En realidad, ella no estaba enterada de ningún otro
médico que tuviera un alto índice de éxito cuando estaban implicadas heridas
mortales. En su mayoría, era cuestión de suerte, o estaba en las manos de los dioses. De
todos modos ella había oído hablar de la reputación de Adam el Curandero y sabía que
tenía que permitirle probar sus habilidades particulares sobre su padre, incluso aunque
resultara ser un esfuerzo en vano.
—¿Cuánto hace que está así? ¿Su condición nunca cambia? —preguntó Adam.
—¿Ha logrado meter alimentos y líquido en su cuerpo?
—¿Expulsa líquido con regularidad? ¿Cuál es el color de sus deshechos?
—¿Fiebre?
—¿Parece tener dolor? ¿Gritos, o gemidos excesivos?
—¿Cuándo dejó de sangrar?
Sus preguntas continuaron sin cesar. Durante el curso del examen, los párpados
de su padre revolotearon de vez en cuando, y un par de veces hasta refunfuñó en voz
alta. El padre Efrid informó de que el rey había recobrado el conocimiento en algunas
ocasiones desde que Tyra se había ido. Habían podido alimentarle con papilla ligera y
líquidos, y realmente había tragado con facilidad. Adam pareció tomarse todas estas
cosas como buenas señales.
Cuando dejaron la habitación, después de un largo examen de una hora, Tyra
anduvo con Adam de vuelta al gran salón.
—¿Puedes ayudarle? —le preguntó.
Él se encogió de hombros.
—Simplemente no lo sé. Hay algunos signos buenos, pero la longitud de su
inconsciencia me preocupa profundamente. Hay algo que podría intentar, pero… no,
no lo haré.
—¿Qué?
—Me has puesto en una situación insostenible, y me molesta tremendamente.
Ella inclinó su cabeza en interrogación.
—Podría intentar taladrar un agujero en su cráneo para reducir la hinchazón. El
procedimiento es llamado trepanación. Ha sido hecho antes, y hasta satisfactoriamente
en algunos de esos casos. Pero…
—¿Pero? —lo instó cuando él no se explicó inmediatamente.
—Pero es sumamente peligroso. Y una vez más me encuentro con la vida de
otra persona en mis manos, y no quiero esa responsabilidad. ¡No la quiero!
—¿Cuál es la alternativa?
—Siempre está la posibilidad de que un día tu padre se despierte solo, pero,
francamente, eso sería prácticamente un milagro. Con más probabilidad, su cerebro

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seguiría aumentando dentro de los límites de su cráneo, y su cuerpo comenzará a


marchitarse, y morirá de una muerte lenta.
—¡No! —aseveró ella, demasiado severamente. Dándose cuenta de que estaba
dirigiendo su ultraje a la persona incorrecta, bajó su voz y le dijo al médico, —Mi padre
aborrecería esa clase de muerte. Preferiría morir en el campo de batalla, y sino,
entonces bajo tu cuchillo.
—¿Tienes la autoridad para tomar esa decisión en su nombre?
—Sí.
—No sé. No pensé que sería tan malo. Yo esperaba… bueno, esperaba otra cosa.
—Por favor, —dijo ella, colocando una mano sobre su antebrazo. —Intenta esa
trepanación.
Él miró la mano de ella, grande y llena de callos; entonces examinó sus ojos.
—Por favor, —repitió ella… una palabra difícil de decir y una que no podía
recordar haber utilizado durante años y años.
La cara de él estaba rígida e inflexible. Ella pudo ver que una miríada de
emociones luchaba bajo la superficie.
—Entonces que así sea —dijo él finalmente. —Dios me ayude, pero… que así
sea.

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Capítulo 5

—Estoy pensando en unirme a un harén.


Las hermanas de Tyra se rieron tontamente por la observación de su hermana
Drifa, pero Tyra reaccionó de manera bastante diferente. La observación fue tan
inesperada, vergonzosa y fuera de carácter en su tímida hermana, que Tyra estuvo a
punto de caerse de la bañera cuando se levantaba de su baño.
La enorme bañera de cobre que ella y sus hermanas compartían, había sido
colocada en la cocina para que todas pudieran asarla a preguntas sin sacar a su
hermana Ingrith de su cocina. En realidad, había una cocinera y varias criadas de
cocina para realizar esas tareas de sirvientes, pero el interés especial de Ingrith era la
cocina y ella se aseguraba que todas sus órdenes fueran seguidas al pie de la letra. En
realidad, todas las comidas en Stoneheim eran banquetes gracias a los talentos de
Ingrith, a diferencia de la desagradable comida que los hombres habían comido a
bordo del barco. Algunos platos de Ingrith eran recetas básicas que gustaban a todos,
pero algunas de mezclas espumosas y, cubiertas de salsa tenían a los enormes
Escandinavos parpadeando hacia sus platos confusos… y con miedo de arruinar sus
buenos físicos con excesiva grasa.
En la mayoría de las casas nórdicas, la cocina estaba construida sobre un gran
hogar central en el gran salón, el sitio de la mayoría de las actividades comunales.
Debido a la enrome cantidad de población residente en Stoneheim —más de trescientos
hombres combatientes —la mayoría de la comida se guisaba en esta cocina separada,
con su inmenso hogar y hornos de piedra. Mientras tanto, los cinco hogares abiertos en
el centro del gran salón debían proporcionar calor durante el frío invernal.
¿Un harén? Drifa piensa unirse a un harén.
—¡Drifa! —exclamó Tyra.
Drifa podría ser mitad árabe, pero eso era lo más cerca que nunca había estado
de un harén Oriental, habiendo residido en Noruega toda su vida. Tyra no podía
imaginársela haciendo las licenciosas cosas que una concubina mimada haría.
Drifa siguió arreglando los grandes manojos de flores otoñales en un jarro de
cerámica lleno de agua. A Drifa le gustaba traer del exterior al interior sus numerosos
arreglos. Tyra admitía que hacían parecer más acogedor el interior, pero los hombres
odiaban por la misma razón. Una vez, hasta había traído cincuenta capullos de rosas,
para la consternación de todo el mundo, porque parecían frágiles y necesitados de una
atención especial.
Su padre se había quejado el año pasado de que pronto pondría flores en el
retrete. A lo que Drifa había contestado:
—Déjame casarme y no tendrás que preocuparte de que todas mis flores
estropeen los horribles cuartos de tu horrible torreón. —Y luego se había escapado,
sollozando. Su padre, cabezota como era, había mirado a Tyra y a sus otras tres
hermanas y había dicho: —¿Qué? ¿Qué hice?
Pero ahora Drifa reaccionó con ira, para la sorpresa de Tyra.
—Bien, ¿por qué no? Parece que nunca voy a casarme, y la forma en que Rashid
describe el… um, la posición mimada, suena como una vida muy buena para una
mujer. Además, las flores florecen en las tierras del Este durante todo el año.
Voy a retorcerle el cuello a Rashid.
Vana hizo un sonido de disgusto por el lío que Tyra había creado cuando había
tirado el agua fuera de la bañera. Estaba de manos y rodillas limpiando los charcos del
embaldosado con un paño de lino cuadrado doblado tres veces que siempre llevaba
encima para la limpieza de manchas.

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SAGAS Y SERIES

—En realidad yo también he estado pensando en ello… unirme a un harén, me


refiero —comentó Vana. Incluso con sus rubias trenzas metidas bajo una bufanda, y su
delgada figura apenas oculta por su delantal grande y abierto por tres caras, Vana,
también, tenía los atributos físicos de la compañera de juegos de un hombre.
Voy a retorcerle el cuello a Rashid.
—¿Y qué va a decir Rafn sobre que entres en un harén, Vana? —Tyra calculó
que la pregunta le a daría Vana una pausa para reconsiderarlo.
Vana se ruborizó, pero levantó la barbilla con obstinación, un rasgo que todas
las hijas de Thorvald compartían.
—Rafn no tiene nada que decir en el asunto. No estamos casados, y nunca
podremos estarlo a este ritmo. Si quiero unirme a un harén, lo haré.
—Yo también —dijo Ingrith mientras revolvía una caldera fragante de pescado
guisado con bolas de masa hervida que flotaban en la parte superior, luego, comprobó
el barril de anguila para asegurarse que había bastantes de las criaturas fangosas para
su tarta de anguila especial. —Si todas os vais a unir a un harén, yo no me quedaré
aquí en esta… esta prisión…. Quiero cocinar para un hombre que aprecie mis
esfuerzos, no trescientos hombres que incluso comen zarigüeya hervida, mientras la
cerveza abunde para bajarla.
Voy a retorcerle el cuello a Rashid.
—Yo también, —dijo Breanne, quien pelaba manzanas para una de las tartas
célebres de Ingrith, —pero sólo si el harén está en las tierras del Este. Me gustaría
estudiar sus métodos de construcción.
—¡Qué tonta, Breanne! —dijo Drifa con una risa suave. —Mi madre me contó
mucho sobre su patria, y no creo que permitieran a las huríes tal libertad… vagar por
las ciudades embobadas con los edificios y eso.
—Sí pueden —contestó Breanne. —Rashid me dijo que una buena concubina de
harén puede hacer lo que quiera.
Voy a retorcerle el cuello a Rashid.
—Bueno, ninguna de vosotras se va a unir a un harén. Así que olvidadlo. Padre
nunca lo permitiría. Y, Drifa, deja de poner pétalos de flor en mi agua. Voy a oler como
un ramillete.
—Ese es el objetivo, Tyra. Quitar la peste a caballo, barco y batalla de tí y hacer
que huelas más como una mujer, —dijo Drifa. En voz baja, murmuró, —Es una buena
práctica para estar en un harén también. Apostaría a que huelen como flores allí. Flores
del desierto.
Aquel último comentario sobre la práctica hurí ni siquiera merecía una
respuesta de Tyra, quien era la menos probable en convertirse en la flor del desierto de
ningún hombre.
—Que Padre no lo permite —dijo Drifa, —esa es la mejor parte. Rashid dice que
el harén es la solución perfecta para nuestro problema. Ya que ninguna de nosotras
puede casarse antes de que tú lo hagas, Tyra, y ya que parece que nunca vas a hacerlo,
entonces, ¿cómo puede Padre objetar si nos conformamos con ser la siguiente cosa
mejor? Concubinas.
Voy a retorcerle el cuello a Rashid.
—Creo que os habéis vuelto todas chaladas. ¡Harenes! ¡No en esta vida!
—Quizás una de nosotras podría intentarlo, y si funciona, el resto puede
seguirla —propuso la siempre práctica Vana.
Cogiéndole prestada una frase a Adam que ella misma había usado antes, Tyra
dijo:
—Nada de harenes. Ni ahora. Ni nunca.
El silencio impregnó el espacio y entonces sus hermanas barruntaron su
descontento y murmuraron comentarios como —¡Tirana!—o —Ella nunca quiere que

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nos divirtamos—o —¿Quién la nombró jefa? —Tyra no hizo caso de los refunfuños y
comenzó a lavarse su largo pelo con la ayuda de una de las sirvientas de la cocina.
Cuando dejó de aclararse el jabón de los pesados mechones, fue para oír que
sus hermanas habían desistido de un tema desagradable sólo para pasar a otro
igualmente desagradable.
—¿Cómo es él? —preguntó Ingrith.
—¿Quién? —contestó Tyra, como si no supiera bien a quien se refería su
hermana. Adam era el tema de conversación de todo el mundo en Stoneheim. Se
levantó y se envolvió una toalla de lino alrededor de la cabeza como un turbante y
comenzó a frotarse su cuerpo con otra.
—El curandero, desde luego, —dijo Ingrith.
—Arrogante —contestó ella rotundamente.
—¿De verdad? —Ingrith se inclinó sobre el hombro de la fornida cocinera,
Signe, quien amasaba la masa de pan para la cocción. La ayudante de la cocinera, Arva,
también atrajo su atención. Ingrith miraba atentamente como molía Arva el centeno, la
cebada, y hasta los guisantes —sobre la piedra grande y redonda conocida como
molinillo. Poco a poco, Arva vertía el grano por un agujero en la cima, luego giraba la
piedra superior con la manija, aplastando así el grano entre las dos piedras y
finalmente convirtiéndolo en harina. Era un proceso largo y aburrido, sobre todo para
mantener aquel número, donde al menos cien panes eran consumidos por día.
Mientras tanto, Ingrith seguía hablando. —Me parece que oí a Rashid decir algo como
que 'La Confianza es un gran afrodisíaco.'
Realmente, de verdad voy a retorcerle el cuello a Rashid... y la lengua, también.
Vana dejó de arreglar las flores e inclinó la cabeza, como si considerara alguna
pregunta importante.
—¿Así que dices que Adam es arrogante? Hmmm. La arrogancia no es una cosa
tan mala… sobre todo en un hombre hermoso.
—Él no es hermoso en absoluto —mintió Tyra.
—¿Estás demente, Tyra? —exclamó Breanne. Había terminado de pelar
manzanas y había dejado su cuchillo. —El hombre es divinamente hermoso, y tú lo
sabes bien.
Tyra sintió su cara arder de vergüenza. En realidad, ella también había pensado
que el hombre era divinamente hermoso.
—¿Has notado el modo en que se mueve? —le preguntó Vana a Drifa. —Tan
fluidamente y… bueno, sensual, casi como un gato grande.
Sus otras hermanas estuvieron de acuerdo con un comunal
—Sí.
¿Movimientos? ¿Él se mueve sensualmente? ¡Santo Thor! Ahora observaré el modo en
que se mueve.
—Y sus manos, —añadió Breanne. —Me gusta un hombre con manos
competentes. Con largos dedos. Una puede imaginarse lo que esas manos podrían
hacer cuando… —Su voz fue a la deriva mientras se mordía el labio inferior y ponía
una mirada soñadora en sus ojos, imaginándose sólo los dioses sabían que.
Drifa, Ingrith, y Vana suspiraron. Sus ojos con miradas ausentes también.
Esto es todo lo que necesito. Imaginar las finas manos del granuja haciéndome cosas
pecaminosas. Por el amor de Frigg, apuesto a que esa imagen está ahora firmemente plantada en
mi débil cerebro.
—Gilly, la nueva criada de Erin, estaba en la casa del sudor donde fue a bañarse
hace poco, —les confió Ingrith en voz susurrada que indicaba que algún secreto sería
divulgado. —Ella dijo que tiene un muy grande...
—¡Basta! ¡Suficiente! ¡Nada más sobre el curandero! —interpuso Tyra antes de
que Ingrith pudiera terminar cualquier observación que estuviera a punto de hacer

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sobre la anatomía del bruto.


No voy a pensar en qué hay grande en su cuerpo. No voy a pensar en qué hay grande en
su cuerpo No voy a…
—¡Se está ruborizando! ¡Tyra se está ruborizando! —dijo Vana con una risotada
de regocijo.
No me ruborizo. ¡No, no, no!
—Sabes lo que eso significa —dijo Vana.
Las otras hermanas de Tyra comenzaron a hablar de repente, como una
multitud de polluelos cacareando.
—¡Oh, por el amor de Loki! ¿Podría ser? —dijo Breanne. Miraba fijamente a
Tyra de un modo raro.
—¿Qué? ¿Qué? —preguntó Tyra.
—Ooh, ooh, mis rezos a Freyja han sido contestados, —añadió Vana. Ella
también miraba a Tyra de una manera extraña.
—¿Qué? ¿Qué?
Drifa echó un vistazo a Breanne y Vana, luego a Tyra, y exclamó,
—¡Gracias a los dioses!
—¿Qué? ¿Qué?
Ingrith dejó de verter la crema de ciruela en un tazón de cerámica grande.
Asintió con su cabeza con algún entendimiento repentino.
—Quizás después de todo cocinaré comidas en mi propia casa antes de que
tenga el pelo gris.
—¿Qué? ¿Qué?
—Parece que no tendré que unirme un harén después de todo. —Vana dejó de
lado sus flores y fue a abrazar Tyra. —Soy tan feliz por ti.
—¿De qué demonios estáis hablando? —dijo Tyra cuando finalmente fue capaz
de salir del abrazo de Vana. Era siempre embarazoso ser abrazada por Vana, cuya
cabeza apenas alcanzaba su barbilla, tan diminuta era… comparada con Tyra, por lo
menos.
Las hermanas se miraron las unas a las otras, despacio, radiantes como si
acabaran de tocar la luna.
Ingrith fue quien finalmente habló en nombre del grupo.
—En realidad es obvio, querida hermana. Te gusta el curandero. Realmente te
gusta el curandero.
Tyra unió sus cejas y ladeó su cabeza confusa.
—Habla claro.
Drifa acarició a Tyra en el antebrazo y le explicó:
—Digamos que, a nuestro parecer, parece que no te opondrías excesivamente a
jugar a Eva con su Adam.
¡Oh, mis dioses y diosas!
—Rashid dice que ella sería una buena hurí de harén.
—Tal vez será la primera de Adam. La hurí, me refiero.
—¡No, no, no! Ella será su esposa.
—Entonces podremos casarnos todas.
—Ingrith, tú te harás cargo del banquete de boda, —dijo Breanne intensamente.
—Vana puede hacer las galas de boda. Drifa, las flores… y, también la música. Eres la
que mejor voz y forma de tocar el laúd tiene de todas nosotras. Yo puedo construir un
pabellón de boda.
Una y otra vez, Tyra intentó lanzar sus objeciones a la discusión. Finalmente
adoptó su mejor postura militar, las piernas extendidas, las manos sobre las caderas, y
gritó:
—Silencio.

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Cuando la cocina se quedó tan callada que pudieron oír el crujido del fuego y el
continuo sorber de mocos de una de las criadas agachada en una esquina, habló, con
calma pero con una firmeza que no sería pasada por alto. —No habrá ninguna boda
entre yo y el curandero… o ningún otro hombre. Pero os lo prometo. Si nuestro padre
vive, encontraré una forma de seguir mi propio camino, y para que cada una de
vosotras se case. ¿Aceptáis mi palabra?
Cada una de ellas asintió a su turno. Pronto, todas estuvieron desconectadas y
a sus asuntos, y Tyra anduvo hacia su recámara para completar su baño.
Era el final, entonces. Nunca se casaría. Ahora todos lo entendían. Aunque ella
nunca hubiera sido tan clara con sus hermanas antes, era algo que sabía desde hacía
tiempo.
¿Por qué entonces la perspectiva de repente la hacía sentir tan triste?

Adam descansaba sobre el colchón de paja cubierto de lino en una cama nicho,
en la pequeña recámara de invitados que le había sido asignada, cuando sintió a
alguien entrando de puntillas a su cuarto, sin estar invitado y sin avisar.
Él se había acostado sobre la cama después de volver de un baño en la casa del
sudor, sin intención de dormir antes de la comida de la tarde. Pero el colchón era tan
cómodo y él debía de estar más cansado de lo que había creído, ya que pronto se había
quedado dormido.
Sus ojos se abrieron a meras rendijas, luego se abrieron disparados de par en
par. Se sentó y balanceó sus piernas sobre un lado de la cama hasta el piso cubierto de
juncos. ¡Por el amor del Lord! Debería haber fingido que todavía dormía. ¿Cómo iba a
manejar este último desastre?
De pie ante él estaba Alrek, su piel rosa de haber sido restregada y su pálido
pelo lavado y recogido detrás de la nuca con una correa de cuero. Llevaba ropa limpia
que cubría su forma delgada.
Detrás de él había un muchacho de aproximadamente ocho años. Miraba
furtivamente alrededor de los brazos de Alrek, mirando a Adam como si fuera alguna
criatura fascinante. Dios sabía lo que Alrek había estado contando sobre él.
Llamándolo el Hacedor de Milagros, apostaba.
Una niña de no más de dos años se adhería al cuello de Alrek, sus piernas
rechonchas envueltas alrededor de sus caderas. Su pelo rubio había sido torpemente
trenzado y asegurado en una corona encima de su cabeza. Era adorable.
Otra muchacha estaba de pie al otro lado de Alrek.
—Quise que conocieras a mi familia —explicó Alrek rápidamente, sintiendo el
disgusto creciente de Adam. El muchacho era fastidioso más allá de lo creíble.
—Éste es mi hermano, Tunni. —indicó Alrek con un tirón de su cabeza hacia el
tímido joven detrás de él. —Tiene ocho años… es el hombre de la familia cuando estoy
fuera con los vikingos.
¡Oh, maldita sea!
—Y este bulto pesado es Besji. —Él cambió su agarre sobre la parte inferior de
la niña y la acunó en el pliegue de su brazo derecho. Debía ser realmente pesada para
que el muchacho la cargara.
Probablemente él debería ofrecerle ayuda.
Pero no lo haría.
—Besji tiene dos años. Gracias a Dios estos días puede aguantar la pis antes de
ponerle la ropa. Qué trabajo fue para mí y Tunni cambiarle los linos cada cinco
minutos, o eso parecía. Los bebés hacen mucho pis, ¿sabes?

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Sí, lo sé. Tuve que cuidar de Adela a esa edad.


Lo que le llevaba a la absolutamente peor parte de todo aquel escenario: la
pequeña muchacha, de aproximadamente cuatro años, que sostenía fuertemente la otra
mano de Alrek.
—Y ésta es Kristin.
Su pelo rubio colgaba suelto sobre los hombros de su ropa… un vestido suelto
hasta los tobillos cubierto por un delantal abierto por tres lados, de cuerpo entero. El
pulgar de su mano libre estaba plantado firmemente en su boca de capullo de rosa.
Adela, pensó, y podría haber llorado ante la agridulce semejanza.
—¿Por qué estáis aquí? —les espetó.
Alrek se estremeció, pero, obstinado como era, levantó su barbilla y dijo:
—Estamos aquí sólo para darte la bienvenida a Stoneheim. Sólo estamos siendo
amistosos.
Esto es simplemente maravilloso. Una tropa de bienvenida de tamaño enana.
—Oh. Bien, muchas gracias. Si esto es todo...
—Pensé que necesitaría ayudantes —añadió Alrek a toda prisa antes de que
Adam pudiera protestar o decir algo desagradable, lo que sin duda habría hecho.
—Quizás Tunni podría hacer recados para usted. Kristin es buena en hacer
camas y eso. Le lleva su rato, pero consigue hacer el trabajo enseguida. Y yo… bien, yo
pensaba que podría bajar a los establos y cuidar de su caballo.
Alrek estaba sin aliento cuando terminó su interminable súplica… y eso es lo
que era. Una súplica.
—O podría pulir su espada.
Adam estaba horrorizado ante la perspectiva de un niño propenso al desastre
manejando un objeto afilado o cerca de un semental nervioso.
—Uh, tu oferta es generosa, pero Destino, mi caballo, está siendo cuidado por
uno de los mozos de Stoneheim. Y acabó de afilar la hoja de mi espada hace una
semana. Es mejor no darle sobreuso a una espada.
—Eso no lo sabía. No dar sobreuso a una espada. Tendré que recordarlo. Ves,
Tunni, te dije que el hombre era muy inteligente.
Si el bribón pensaba que iba a ablandarlo con adulaciones, estaba
profundamente engañado. Adam estaba a punto de decirles que se marcharan y
dejaran de molestarlo, pero la pequeña Kristin, —quien podría ser Adela hacía años,
excepto que su pelo era rubio y el de Adela había sido negro, y sus ojos eran de color
marrón miel mientras los de Adela había sido azules… —bien, había perdido su
timidez. Pulgada a pulgada se acercó a Adam, quien se movió poco a poco lejos de ella
como si su cama no estuviese incorporada a la pared.
Cuando ella estuvo prácticamente nariz a nariz con él, colocó una diminuta
mano sobre su antebrazo y dijo en su voz chillona de niña pequeña:
—Me gustas.
Adam no pudo aguantar mucho más aquella agonía. Puso la cara en sus manos,
intentando con fuerza no repartir golpes a diestro y siniestro con los niños, quienes no
tenían ningún modo de saber cuanto lo afectaba su misma presencia.
Entonces la pequeña muchacha lo abrazó. Colocó su nariz en el hueco de su
cuello, envolviendo sus brazos como palos alrededor de sus hombros, acariciándolo en
la espalda como para consolarlo, susurró la cosa más increíble:
—Se feliz.
Las mismas palabras que Adela le había susurrado justo antes de que muriera.

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Tyra era miserable.


Su padre estaba gravemente enfermo y muy bien podría pasar al otro mundo
por la mañana si la operación del curandero fracasaba. Incluso ahora, las Valkirias
podrían estar preparando una escolta para llevarlo a Asgard.
Sus hermanas casi la estaban llevando a la locura con sus críticas constantes
sobre el matrimonio, matrimonio y matrimonio. Y como siempre que estaba en su
compañía, ella se sentía tan… inferior.
Alrek y su hermano se habían pegado a Adam y a Rashid como percebes sobre
la parte baja de un barco y se tropezaban entre ellos intentando hacerle a Adam favores
que él ni quería, ni merecía. Como ahora mismo, estaban por lo visto fuera en el pozo
de la casa lavando las medias de Adam… un trabajo que sin duda él les había dado
solamente para sacárselos de encima.
Aunque ella no era peor que Alrek. Ella, que había desdeñado a los hombres
durante muchos años, había desarrollado una embarazosa fascinación con el hombre.
Cuando él estaba fuera de la vista, ella seguía buscándolo. Cuando estaba a la vista,
ella intentaba con todas sus fuerzas evitar mirarlo. Y cuándo él estaba cerca de ella, ¡ah,
cuando él estaba cerca de ella, por todos los dioses y diosas! —su cara se calentaba, su
corazón se aceleraba, sus pechos se hinchaban, y sentía un dolor de lo más incómodo
en su vientre. ¡Lo odiaba!
Dejó que su mirada vagara por el gran salón que tan familiar le era. Las
plataformas levantadas rodeaban cada uno de los cinco grandes hogares abiertos.
Sobre estas plataformas había largas mesas, traídas justo antes de cada una de las dos
comidas diarias, y asientos adornados con grabados, o bancos, en el final del salón.
Ella estaba sentada en la alta mesa sobre la tarima del gran salón, esperando la
comida de la tarde… segura de que sería un banquete de varios tipos de comida, como
eran todas las comidas en Stoneheim bajo la supervisión de Ingrith. En efecto, una
trompeta resonó en ese mismo momento, anunciando el principio de la comida de la
tarde —otra de las brillantes ideas de Ingrith para realzar su cena, con la que los
hombres vikingos se reían disimuladamente a su espalda, pero que, sin embargo,
aguantaban. Nadie quería ofender a la dulce Ingrith. La guardia real y los esclavos de
cocina comenzaron a llenar el salón, llevando bandejas y bandejas de alimentos para
trescientos o más vikingos hesirs y sus damas que se habían reunido allí, sentándose en
las largas mesas, bebiendo a sorbos su hidromiel y cerveza.
¡Por el trueno! Era sólo una cena de bienvenida a casa… y una se sometía a ello
debido a la enfermedad de su rey. De todos modos, había más de ocho tipos de
pescado, incluyendo trucha de mar al horno rellena con cebollas y setas, un enorme
bacalao entero que había sido asado sobre carbones calientes, y arenques en sal y
crema, anguilas conservadas en escabeche, salmón en salsa de eneldo, bacalao y sopa
de puerro, varias docenas de truchas marrones cocinadas al horno, y hákarl, o tiburón
curado. La mayor parte de los Escandinavos quedarían satisfechos con simple pescado,
seco y crudo, untado con mantequilla.
Aparte del pescado, había un reno entero tostado en carbones calientes; carne
de cerdo y guiso de puerro cocido a fuego lento con zanahorias, cebollas, apio, y
cebada; un potaje de cabra fibroso; un ganso grande relleno con huevos duros; y el
siempre popular hrútspungur, los testículos del carnero conservados en escabeche en
suero de leche e impreso en una torta. Fuentes de mantequilla acompañaban a las
enormes bandejas de panes, junto con potes de rábano picante y mostaza. Una serie de
quesos duros y blandos incluyendo el skyr nórdico preferido, un requesón cremoso a
menudo condimentado con fruta.
¡Y verduras! ¡Bendita Freyja! Había coles, frijoles, guisantes, zanahorias, y
nabos. Para el paladar dulce, haverbread tradicional o tortas de avena, más ciruelas
guisadas, manzanas rociadas de canela, tartas de avellana, y bayas frescas con nata.

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Era un verdadero banquete apto para un rey, pero era la comida diaria en
Stoneheim. Si Ingrith no se casaba pronto, iba a convertirlos a todos en maricas. O
gordos vikingos.
Con un largo suspiro, Tyra puso su rostro entre sus manos y se preguntó cómo
iba a sobrevivir a aquella noche… y al día siguiente. Y cuando Adam pasó y se sentó a
su lado, comprendió que la comida era el menor de sus problemas.
Él olía a jabón limpio y a macho caliente. Olía demasiado bien para comer.

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Capítulo 6

—¿Por qué estás tan triste? —preguntó Adam.


Sin ser invitado, se había sentado en la silla al lado de Tyra, la cual debía
haberse quedado vacía cuando Rafn fue al excusado. Claro que ser invitado nunca
parecía ser necesario para aquel granuja.
—En realidad no estoy triste. Solamente melancólica, pensando en todo lo que
hay que hacer mañana. Preocupada por mi padre.
Él asintió comprensivo. Mirando alrededor del salón atestado, debía estar
notando que a pesar del zumbido de conversaciones y risas, el mismo aire de seriedad
se había instalado como una inminente nube tormentosa sobre él. La tensión yacía en el
fondo de todo lo que su gente decía o hacía. Todos esperaban al día siguiente y al
resultado del procedimiento médico sobre su rey.
—Bueno, ¿qué piensas de Stoneheim? —preguntó ella.
Él arqueó sus cejas y sonrió abiertamente.
—No es lo que esperaba.
Ella arqueó sus cejas en respuesta.
Él lo pensó durante un momento mientras una criada le servía una copa de
madera con hidromiel. Tomó un trago profundo antes de reclinarse en su silla y
contestarle.
—Después de alimentarnos a la fuerza con ese repugnante gammelost a bordo
del barco, pensé que habría más de lo mismo aquí.
—Me marché con prisas de Stoneheim. No había tiempo para reunir sabrosas
provisiones de la despensa de Ingrith —le dijo Tyra antes de que comprendiera que
sonaba a la defensiva. —¿Creías que comíamos queso maloliente todo el tiempo en
casa?
Adam asintió… y sonrió un poco más.
Ella le dio un puñetazo en el brazo, con fuerza, y él se estremeció. Bueno, no
había sido demasiado fuerte como para que él se estremeciera. Adam le estaba
tomando el pelo otra vez.
—En realidad, pensaba que en particular tú cenabas manzanas ácidas y peras
llenas de espinas y carne de verraco dura como el cuero. Van mejor con tu carácter que
—echó un vistazo a algunos de las fuentes colocadas ante ellos—la nata dulce y las
fresas tardías. —Adam estiró una mano y bañó sus dedos en la nata, sacando una baya
rechoncha. —Ten—dijo, ofreciéndosela con sus dedos.
—No… no quiero… oh, gamberro… —Ella abrió la boca ante su ofrecimiento
porque la nata goteaba de sus dedos sobre la mesa, haciendo un desastre.
Lamentablemente, Adam no quitó inmediatamente sus dedos de su boca y la hizo
lamer la nata antes de que los retirara.
Mientras ella masticaba la dulce baya, él bañó sus dedos en un tazón de agua y
se los limpió sobre un paño de lino. Durante todo el proceso, la observó comer.
—¡Dios mío! —dijo finalmente. —Tienes una boca de lo más asombrosa.
Tyra no estuvo exactamente segura de lo que él había querido decir con eso,
pero sintió que era un elogio. Maldición, sabía que era un elogio. ¿Cómo podría ser
algo más cuando él la miraba con tanta vehemencia?
—Mi boca es demasiado grande, y tú bien lo sabes —espetó ella.
Él sacudió su cabeza despacio de un lado al otro.
—Tiene el tamaño correcto.
—¿Para comer?
Él se rió.

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SAGAS Y SERIES

—No para comer.


—Mis hermanas… —dijo ella, agarrándose a algún tema de conversación que le
hiciera dejar de mirarla fijamente. —¿Qué piensas de mis hermanas? ¿Son hermosas,
verdad?
Al principio una sonrisa leve tironeó de los labios de Adam, como si
reconociera su táctica evasiva. Entonces recorrió con la mirada el salón en busca de
cada una de las hermanas de Tyra. Primero Ingrith, una mujer nórdica hasta la médula.
Alta, delgada, y siempre tan eficiente, con su rubio pelo colgando en trenzas largas
sobre su almidonado delantal azul, colocado sobre una corta túnica con mangas
celeste. Notando el escrutinio de Adam, Ingrith alzó la vista de donde instruía a una de
las sirvientes de la cocina sobre los métodos apropiados en servir cerveza con cucharón
en tazas desde un barril grande de madera, y le sonrió.
El corazón de Tyra se hundió ante el interés de Ingrith por el hombre, y el
evidente interés de él también. Y se encogió ante su propio atavío comparado con el de
Ingrith. Tyra llevaba una túnica marrón sujeta con un cinto y calzones marrones de
cuero. Estaban limpios y eran de tela buena, pero nada femeninos. Así era como ella
deseaba ataviarse… como un ejemplo para sus hombres. Por lo menos, era lo que se
decía a sí misma.
Mientras su mente vagaba, la mirada de Adam se había movido a Vana, quien
entró en su campo de visión en ese momento, yendo y viniendo a las mesas, limpiando
la cerveza vertida del cuerno de un vikingo, espantando un perro de la puerta —no se
permitía a ninguno dentro durante las comidas—o castigando a otro vikingo por algún
acto asqueroso… probablemente limpiarse los dedos grasientos sobre uno de los paños
que adornaban las mesas superiores. Vana habría sido considerada simplemente
pesada debido a sus remilgos, pero su serena belleza Islandesa compensaba cualquier
fastidio causado por su pasión por la limpieza.
Rafn agarró a Vana mientras iba y venía por su lado, sosteniéndola contra una
pared lejana. Rafn era un luchador feroz en la batalla, la mano derecha de Tyra en una
lucha a muerte, pero era budín en las manos de Vana y siempre lo había sido. Ahora
mismo, tenía un brazo asegurado en la pared detrás de ella y giraba un mechón suelto
de su pelo rubio en el índice de su mano libre. Vana se reía de algo que él había dicho.
Si por algún milagro Tyra alguna vez se casara, Vana y Rafn se casarían al instante
siguiente, tan enamorados estaban.
Luego estaba Breanne, quien acababa de entrar en el salón. Cuando estaba
ocupada en su carpintería y en su trabajo de construcción, Breanne a menudo llevaba el
atavío de los hombres, pero otras veces, como ahora, se vestía como la mujer pura que
era. Ahora mismo su rizado pelo rojo estaba retirado de su cara con una diadema de
oro, y llevaba un vestido de seda ámbar al estilo fráncico, sin el delantal Vikingo
habitual. Breanne era preciosa, y cualquier hombre en la habitación estaría contento de
tenerla.
Drifa pasó por su lado en la mesa, balanceando sus caderas de un modo
descarado. El pelo negro de Drifa ganaba toques de luz plateada a la luz de las
parpadeantes velas de esteatita y las antorchas de la pared. Drifa siempre era tímida, y
levantaba sus ojos con recato cuando uno de los soldados, claramente impresionado
por su belleza, le hacía una pregunta. Sus ojos, una sombra ligera de jade, conjuntaban
con el delantal verde y el vestido suelto que llevaba. Cuando llegó a su lugar en la alta
mesa, Drifa montó un gran número arreglando un tazón de flores sobre su mesa, y
Tyra vio los ojos de Adam centelleando con alegría por su transparencia. Todos los
hombres adoraban a Drifa con su mezcla exótica de sangre oriental y nórdica. Era una
criatura diminuta, pero… femenina y amable, todas las cosas que Tyra no era. Adam
probablemente también la adoraría.
Ella lo contempló para ver si era así, pero sus ojos ya habían vagado a una joven

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SAGAS Y SERIES

nórdica que estaba lejos, pero que había comenzado a rasguear un laúd. Mientras los
corpulentos compañeros vikingos de Tyra preferirían una forma más fuerte y más
vulgar de entretenimiento, Adam parecía impresionado. De hecho, inclinaba la cabeza
a un lado, y una expresión enigmática cruzó su cara.
Finalmente, cuando su atención volvió a ella, Tyra no pudo menos que
preguntar:
—¿Te gusta la música para damitas?
Él se encogió de hombros.
—Mi hermana Adela solia tocar el laúd. Solamente me acordaba de un
tiempo… —se encogió de hombros otra vez. —Solamente recordaba —dijo con un
suspiro.
—Y bueno, ¿qué piensas de mis hermanas?
Entonces su mirada la recorrió, perplejo. Registrando su atavío de hombre, sin
duda. Y su grandeza.
Ella alzó la barbilla. Tyra no cedería bajo la censura de ningún hombre. Ella era
quien era. ¡Y nada más!
Agarrando una de sus trenzas en su mano, Adam la empujó más cerca.
—Tus hermanas son… hermosas, todas y cada una de ellas a su propio modo.
Ella parpadeó, esperando que su decepción no se transluciera. ¿Qué pasaba con
ella? Desde luego que él consideraba a sus hermanas hermosas. Todos lo hacían. ¿Por
qué había preguntado? ¿Por qué le había invitado a compararla?
Él tiró más de su trenza hasta que Tyra se vio obligada a inclinarse hacia
adelante en su silla, hasta que estuvo tan cerca que pudo oler el jabón suave de su piel
y el hidromiel en su aliento.
—Si estás preguntando, sin embargo, a cual elegiría para compartir mis pieles
de cama durante una noche… si pudiera renegociar nuestro pacto…
Ella quiso protestar y decirle que eso no era lo que ella había querido decir en
absoluto, pero lo era. Lo era, que los dioses tuvieran compasión de su patética alma.
Él rozó sus labios contra los suyos… el susurro de un beso, pero tan poderoso
que ella prácticamente se estremeció por los efectos secundarios. Era como el fuego.
Fuego dulce.
Y entonces él terminó su declaración.
—…seguiría escogiéndote a ti.

La puerta de la recámara de Adam se abrió dos horas más tarde sin que nadie
hubiera tocado. Al principio pensó que podría ser Alrek y su hermano otra vez,
queriendo hacerle otro favor no deseado que terminaría en desastre, como el lavado de
sus medias que se habían convertido en comida para varios perros de caza. Pero no,
esta vez era Tyra.
Adam levantó la vista de su libro, que leía a la luz de la vela… una copia del
diario de Hipócrates explicando heridas de cabeza y como podrían ser tratadas por
trepanación.
—Me besaste —lo culpó Tyra. Llevaba una especie de ropa de dormir… una
camiseta voluminosa de lino blanco, que probablemente pertenecía a una de sus
hermanas porque las mangas eran demasiado cortas y el dobladillo le caía a media
canilla. Su pálido pelo rubio estaba suelto y salvaje sobre su cara enfurecida.
Era hermosa.
No, hermosa no.
¿Diferente?

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¿Sensual?
¿Espectacular?
Apenas podía dar con la palabra apropiada para describirla. Ella no era bonita,
por ninguna definición, sino que era… definitivamente atractiva, para él, por lo menos.
En respuesta a su acusación de beso, sin embargo simplemente dijo: —Sí, lo
hice.
—No lo hagas otra vez.
—¿Por qué?
—Porque… porque eso no es a lo que yo accedí.
Él se dio un toque con el índice contra sus labios, que apretó para evitar reírse.
—Creo que los besos serían una buena práctica para acurrucarse desnudos en
las pieles de cama. ¿No lo crees?
—¡Oh… oh… oh! —farfulló ella.
Adam estaba dispuesto a apostar que ella raras veces, o tal vez nunca, farfullaba
delante de sus combatientes. Eso debía significar que él era diferente en su mente. Eso
podría ser algo bueno. Como que ella fuera diferente para él era algo bueno.
—¿Te gustaría intentarlo otra vez? Practicar besos, me refiero —le ofreció en su
tono más conciliatorio, como si se ofreciera a hacerle un enorme favor, cuando de
hecho él sería el más favorecido por tal acto. La mujer, a pesar de todos sus atributos de
hombre, realmente tenía unos labios de lo más irresistibles y besables. —De verdad,
eso apenas cuenta como un beso. Fue un mero roce de piel contra piel. Un beso
verdadero entre un hombre y una mujer debería durar mucho más.
—¿Cuánto más? —Él pudo ver que ella lamentó inmediatamente su pregunta
soltada a toda prisa.
Él agitó una mano con ligereza. —Oh, cinco minutos más o menos. Y las
lenguas deberían verse implicadas, desde luego.
La mandíbula de ella cayó, y sus ojos se agrandaron, antes de que dijera
entrecortadamente,
—¿Cinco minutos? ¿Lenguas? ¿Te burlas de mí?
—No —contestó él. —Luego—Bueno, quizás un poco.
—Idiota —le espetó ella y salió echando pestes de la recámara.
Adam volvió a su diario, pero ahora sonreía.

Momentos después, Rashid anunciaba con alegría:


—Él la besó.
Tyra apoyaba su frente contra la pared del pasillo fuera de la recámara de
Adam, intentando reducir la marcha de los latidos de su corazón y buscar sentido al
efecto que ejercía el bribón sobre ella. Hasta entonces, no había podido encontrar
ningún sentido en ello… solamente tonterías. No era más que una broma, desde luego.
Pero le habían hecho bromas antes, y su corazón no hacía boom, boom, boom, boom
como un tambor de batalla.
Y ahora el árabe quería hablar del ignominioso asunto.
—Sí, el sapo bromista me besó. Pero fue solamente una broma de su parte. No
hagas una montaña de esto, Rashid.
—¿Montaña? ¿Montaña? ¿Cómo puedo no hacer una montaña de ello cuando
mi amo ha permanecido casto durante dos años? Y ahora ha besado a una doncella
hermosa.
—Yo no soy una doncella hermosa. —Ella lo pensó un momento. —¿Besó a
alguna otra mujer? ¿Una doncella hermosa? —La decepción onduló por ella ante la

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idea. ¿Era una de sus hermanas? ¿O una criada? ¿Acaso una de las mujeres de sus
soldados?
—No, solamente a usted. —Rashid sonreía de oreja a oreja.
Una alegría como Tyra nunca había experimentado antes substituyó la
decepción.
—El próximo paso será un harén… espere y verá —dijo él. —¡Alabado sea Alá!
Apuesto a que estaré en casa antes de la primavera. Y tenemos que agradecérselo a
usted, mi señora Vikinga.
—¿Un harén? ¿Estás diciendo que este beso es una estratagema para conseguir
que me una a una manada de mujeres para complacer sexualmente a un curandero?
—Bueno, yo no puedo hablar por mi amo, pero, sí, los besos pueden ser
instrumentos de seducción. Y las mujeres pueden ser seducidas para unirse a harenes.
Eso no quiere decir que el amo Adam...
Tyra se alejó a grandes zancadas antes de que él pudiera terminar.
Estaba haciendo demasiado ruido por un beso.
Para empezar, iba a dejar de pensar en el beso. Por alguna razón, sin embargo,
no podía dejar de tocarse los labios.

—La besó —acusó Rashid a Adam y sonrió abiertamente como si estuviera


elogiando a un niño pequeño.
—¡Maldición! ¿Por qué todo el mundo hace tanto ruido por un único beso? —
Adam dejó de lado su libro y miró airadamente a su ayudante.
—¿Ha oído aquel viejo proverbio árabe sobre besos, verdad?
—No, no lo he oído —admitió Adam, sabiendo que iba a oírlo lo quisiera o no.
—Un hombre sabio dijo una vez: 'Primero viene un beso. Después llegan los
velos del harén.'
—¡Maldito fraude! Te lo has inventado. No hay ningún proverbio que diga tal
cosa.
Rashid agachó la cabeza.
—Bueno, debería haberlo.
Adam sacudió su cabeza hacia Rashid y sus tentativas interminables de crear
un harén para él.
—Ayúdame a reunir los instrumentos para la operación de mañana.
Rashid asintió. Poco tiempo más tarde, mientras examinaban los instrumentos
colocados sobre el paño de lino, lo intentó otra vez.
—Pienso que ella se está ablandando.
—¿Quién? —preguntó Adam… como si no supiera quién.
—La princesa guerrera. Mencioné que un beso era el primer paso en el proceso
de seducción que lleva a un harén, y...
—¿Le dijiste eso?
—Sí.
—Ahora pensará que la besé con el enfermo objetivo… de llegar a algún final.
—¿Lo hizo?
—No, no lo hice. Fue una decisión hecha sin pensarlo y no fue nada importante,
Rashid. No lo conviertas en algo así.
—Hmmm.
—¿Qué significa eso?
—Solamente que ella tuvo la misma respuesta. Me dijo en palabras nada
vacilantes que no hiciera una montaña de esto. Pero creo que protestó demasiado. Creo

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que hizo demasiado ruido sobre esto. De hecho, creo...


—¿Sabes lo que pienso, Rashid? Creo que piensas demasiado, condenadamente
demasiado. Deja de interferir en mi vida. —Adam cerró su precioso diario y estaba a
punto de guardarlo en su sitio, en su bolso de cuero; estaba claro que no tendría más
oportunidad de estudiarlo esa tarde. Sin embargo no podía parar de hacerse la
siguiente pregunta. —Entonces, ¿cual fue la reacción de Tyra cuando le dijiste que los
besos conducen a harenes?
—Se alejó a zancadas.
—Aaahh —dijo él, y le habría gustado hacer lo mismo.
Pero hubo un toque en la puerta. Una serie de toques, en realidad. Cuatro de
ellos.
Adam miró Rashid, y Rashid lo miró a él.
—Entren —gritó.
Y entraron las cuatro hermanas de Tyra, todas vestidas con sus voluminosos
vestidos nocturnos, como el que había llevado Tyra. Adam había pensado que todas
las mujeres dormían desnudas, como lo hacían los hombres.
—Tú la besaste —lo acusaron todas al unísono, sonriéndole en forma de
felicitación.
Él se abrió camino entre las mujeres e hizo lo que debería haber hecho antes.
Recorrió el pasillo a zancadas.
¡Aaarrgh! Gritó por dentro. ¿Cuándo se ha convertido mi vida en esta pesadilla?
¿Cuándo volví a tales impulsos adolescentes?
Se prometió no repetir el error.
A no ser que hubiera lenguas implicadas.
O pieles de cama.
¡Aaarrgh!

Adam se disponía a operar al rey inconsciente.


Habían deslizado un poco de la fuerte poción escocesa de color ámbar,
uisge—beatha, entre los labios de Thorvald para ayudarle a embotar el dolor y hacer su
sueño más profundo, así como una pequeña cantidad de jugo de amapola, aunque
beleño o mandrágora también podrían haber servido si hubieran estado disponibles.
Esto haría que no despertara en medio del procedimiento.
—¿Has hervido mis instrumentos? —le preguntó a Rashid, quien colocaba los
instrumentos sobre una mesa cubierta por un paño cerca de la cama. Había varios
cuchillos con láminas cortas y agudas, una miniatura especial de diseño propio que
cabía en la palma de la mano, una aguja extra—grande, hilo fuerte, y desde luego, el
taladro metálico de mano.
—Sí —Su ayudante sabía lo importante que era para su amo que todo lo que
tocara el cuerpo del paciente fuera puro. Era una lección que Adam había aprendido
bien de su madrastra, Rain, quien afirmaba conocer prácticas médicas del futuro. Él
apenas podía creerlo, pero aceptaba que aquella limpieza era importante.
—Y he despojado el cuarto de todos los objetos, incluyendo el colchón, y todo
fue fregado con jabón de lejía, hasta las paredes —dijo Tyra. —Además he quitado los
juncos. —Aunque Vana desdeñaba los juncos en el gran salón, los permitía en las
recámaras para aislar el frío de los pisos.
Adam asintió, pero no dijo nada. No había querido que Tyra estuviera presente,
pero ella había insistido en estar allí para representar a la familia.
—Olvidas, Sajón, que soy un soldado. He visto la sangre antes —le había

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recordado ella.
¿Cómo podría él olvidarlo? Todavía veía las imágenes de ella en su cabeza,
manejando un sable contra los piratas del mar.
—Es diferente cuando es alguien amado—había contestado él.
En la recámara también estaban el Padre Efrid, el curandero monje, quien
quería aprender más sobre trepanación de cráneos, y Rafn, cuyos músculos podrían ser
necesarios para dominar al rey.
—¿Está todo el mundo listo? —preguntó Adam.
—¿Se opondría si dijera un pequeño rezo primero? —preguntó el padre Efrid.
Adam asintió con la cabeza.
—Estoy dispuesto a aceptar la ayuda de cualquier parte.
—Bendito Señor, acompaña a este hombre hoy mientras realiza sus habilidades
de curación. Dirige sus manos, y si es tu voluntad, saca a Thorvald de Stoneheim de su
sueño profundo y regrésalo a tu bondadosa vida. Amén.
—Amén —dijeron todos ellos, hasta Tyra, quien por lo visto no pertenecía a la
religión cristiana.
—Que Muhammad se siente sobre el hombro izquierdo de mi amo —añadió
Rashid, —y Alá en el derecho. ¡Alabado sea Alá!
Rafn tosió y agregó también su rezo, para sorpresa de todos.
—A Odin, el dios de la sabiduría, mira a tu siervo, Adam de Gran Bretaña. Dale
tu fuerza y haz hábiles sus manos. Ninguna muerte desagradable para nuestro rey. En
cambio, reserva el viaje de Thorvald a Asgard para otro día… en medio de la batalla.
En ese momento Adam no pudo menos que reír en voz baja, a pesar de las
horribles circunstancias en las que se encontraba.
—Parece que hemos cubierto todas las áreas celestes.
Todos rieron nerviosamente.

Sin embargo, dos horas después de esto, nadie sonreía, o reía, o casi ni
respiraba. Las manos de Adam no habían temblado… ni siquiera una vez… en el curso
de la operación. Él había temido que lo hicieran después de dos años lejos de la
medicina y de su fracaso en salvar a su hermana.
¡Y Tyra! ¡Dios mío, qué maravillosa era! Él no había esperado que ella se
estremeciera al ver la sangre… aunque fuera su padre y no algún… anónimo enemigo
pero tuvo que admitir que le había impresionado con su serenidad y eficacia bajo
tensión. Ella había parecido prever sus movimientos, antes incluso que Rashid, quien le
había asistido durante muchos años. Si la mujer no estuviera tan empeñada en
derramar sangre, sería una maravillosa ayudante de curandero.
Adam sonrió para sí mismo, y no solamente por la imagen de Tyra la Guerrera
convertida en Tyra la Curandera… o la ayudante de cualquier hombre. Viviera
Thorvald o muriera, la trepanación había sido la más horrible y estimulante
experiencia de la vida de Adam. Aquellos momentos finales cuando su taladro se había
abierto camino a través de la estructura del hueso habían estado llenos de suspenso
para todos. Habían exhalado silbidos ruidosos a la vez. Después, Adam había aplicado
salvia a la herida para que se uniera y curara, luego había envuelto un largo y limpio
lino sobre la sien del rey y alrededor de su cabeza.
Por una vez Adam se sentía como si hubiera sido tocado por la mano de Dios.
Independientemente de si Thorvald vivía o moría, y a pesar de la ausencia de
dos años de Adam de la medicina y su juramento de nunca practicarla otra vez, sabía
sin una duda una cosa.

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SAGAS Y SERIES

Soy un médico.

Tyra encontró a Adam en una de las murallas del castillo.


Él estaba sentado con la espalda apoyada contra la pared externa y la cara
apretada contra los brazos, que estaban doblados sobre sus rodillas levantadas. Ella no
tenía idea de si estaba durmiendo, o llorando, o ambos. Tampoco sabía si agradecería
su intrusión. Probablemente no.
A pesar de eso, Tyra se arrodilló en el suelo de la muralla al lado de él y le puso
una mano sobre la nuca. Adam llevaba hoy puesto uno de esos trajes sueltos árabes,
como el que ella le había visto por primera vez en su casa sajona.
—Gracias —dijo ella, y lo decía sinceramente.
Él no levantó la cabeza, pero la giró para poder mirarla.
—¿Por qué? No podemos saber durante días si tu padre se recuperará.
—Eso no importa —dijo ella, y movió la mano de su nuca a su hombro, que
exprimió brevemente como un remoto signo de su apreciación. —Oh, no pretendo
decir que la vida de mi padre no tenga importancia. Es solo que sé que no querías
practicar tus habilidades curativas, y definitivamente no en un caso tan serio.
—Y no en otro país, a donde fui traído contra mi voluntad —añadió él. Ahora
había alegría en su voz. Tyra supo que él le estaba tomando el pelo… otra vez.
—Eso también —estuvo de acuerdo ella. —A pesar de todas tus objeciones,
hiciste un buen trabajo. Estoy impresionada.
—¿Impresionada, hmmm? Me gusta como suena —Él se sentó recto, lo que ella
lamentó. Tyra ya no tenía una excusa para poner su mano sobre él. Y a ella le gustaba
mucho sentir su pelo limpio bajo sus dedos y los músculos duros de su espalda bajo su
palma.
—No dejes que tu ego se vuelva más pretencioso de lo que ya es. Un poco más
grande y tu cabeza podría explotar —bromeó ella. Tyra no tenía experiencia con el
juego de las bromas… ciertamente no con hombres. —Simplemente te di las gracias
por completar la tarea competentemente. Simplemente di, 'De nada, mi señora' como
un curandero humilde.
—¿Un curandero humilde? —resopló él, al parecer no le gustaba aquella
descripción suya. El corazón de Tyra voló hacia el hombre. Parecía agotado, a pesar de
bromear, ¿y por qué no? Adam había pasado dos horas trabajando con su padre, y
otras dos horas cuidándolo después. Sin duda volvería a su vigilia después de este
plazo. —Lo hice debido a nuestro pacto, Tyra. No me atribuyas motivos honorables. Tú
me hiciste una promesa, y tengo la intención de cobrarla un día de estos, muy pronto.
La cara de Tyra ardió a pesar de su resolución de parar aquel asunto de
ruborizarse que había comenzado cuando había conocido a aquel granuja.
—No he creído ni por un minuto que hayas realizado la cirugía de mi padre por
mí. Lo hiciste porque viste a un hombre que necesitaba tu ayuda. Lo hiciste porque
eres un doctor.
Él se encogió de hombros.
—Quizás fue por todas esas cosas, incluyéndote a tí y el premio que tengo la
intención de cobrar. ¿Así que, exactamente, cuan agradecida estás?
—¡Uh, oh! ¿Qué quieres decir? —Ella estaba completamente segura de que
sabía exactamente lo que él pensaba. Sería algo que implicara pieles de cama.
—¿Te deslizarás en las pieles de mi cama esta noche?
—¡No! —dijo ella demasiado rápidamente. —Ese no era nuestro acuerdo.
Él entrecerró sus ojos hacia ella.

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SAGAS Y SERIES

—¿Tienes la intención de faltar a nuestro trato ahora? Tu palabra es tu


obligación, o así creía. ¿Eso ha cambiado?
—Mi palabra es todo. Si curas a mi padre… eso fue a lo que accedí. Entonces, y
sólo entonces.
—Supongo que tienes razón. Solamente pensé que podrías querer mostrar
alguna pequeña señal de tu… agradecimiento. Por adelantado.
—¿Pequeña señal? —preguntó Tyra con escepticismo. —¿Cómo un regalo?
¿Una moneda de oro? ¿Un brazalete grabado en plata? ¿Una copa incrustada de joyas?
—No es exactamente lo que yo tenía en mente. —El centelleo en sus ojos era
engañoso.
Tyra no tenía ni idea de como manejar a este hombre. Un granuja, puro y
simple, eso era. Primero pinchaba su orgullo cuestionando su honor. Y luego la miraba
con un centelleo pecaminoso en sus ojos. ¿Cómo debía saber una mujer cuando
hablaba era serio?
—¿Entonces qué? —preguntó ella con una voz sorprendentemente serena.
—Oooh, déjame pensar. —Él se dio un toque en los labios con el índice,
pensativo. —Un beso estaría bien.
—¿Un beso? —prácticamente chilló Tyra. —Cuándo estoy dispuesta a darte
cualquier objeto sin precio, ¿tú te conformarías con un mero beso?
—No sería mero, te lo aseguro. Y, francamente, tengo más tesoros de los que
puedo usar. Puedes encontrar esto difícil de creer, pero he sido caballero así como
curandero estos últimos quince años. He tenido muchas batallas y muchos premios.
—Bueno, ahí hay un conflicto de interés —comentó ella con una risa. —¿Le
clavabas una espada a tu enemigo, y luego le cosías sus heridas?
—En realidad eso sólo pasó en una ocasión. Al final, rehusé servir como
soldado, a no ser que fuera absolutamente necesario defender la posición de un rey o
de otro. Y a ellos no les importó. Parecían que mis servicios como curandero eran más
necesarios que mi brazo y una espada. De una u otra forma, las recompensas eran
grandes. No necesito tus regalos materiales.
Ahora fue Tyra quien se puso un dedo en la barbilla y se dio toques
pensativamente. Había más en aquel hombre de lo que ella había creído al principio.
Él le miró con vehemencia, esperando una respuesta.
—¿Y bien? —la urgió finalmente cuando ella rechazó responder a su demanda
de un beso. Un beso que sería más que un mero beso. Ella tenía miedo de imaginarse
exactamente qué podría implicar eso, pero sin duda alguna estaba seguro que era
peligroso para su equilibrio.
Cuando ella seguía negándose a contestar, él pasó a otro tema.
—Con toda honestidad, yo también debo darte las gracias.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Tienes razón al decir que soy un médico. Soy también un hombre… como
tengo la intención de demostrarte algún día. Y fui un hermano… hace un tiempo. Soy
un hijastro. Y soy un amigo. Pero sobre todo, soy un médico. De algún modo… sólo
Dios sabe como… lo olvidé por un tiempo. Unos dicen que Dios es el Curandero
Supremo. Quizás él arregló los acontecimientos para que yo me separara de la sociedad
y la medicina durante estos dos años… algo que tuve que hacer para que mis heridas
se repusieran. Quizás también fue Dios quien pidió que fuera secuestrado por una
muchacha—guerrera que me trajo a esta tierra perdida.
Ese era el elogio más ambiguo que nunca le habían regalado. Pero ella estaba
muy complacida, más que si él le hubiera ofrecido una falsa alabanza sobre su belleza,
como se sentían inclinados a hacer los hombres cuando estaban en compañía de
mujeres. Su comentario también alivió la culpa que Tyra sentía. Pero, en serio, él usaba
la lógica más enredada con la que ella nunca se había encontrado.

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SAGAS Y SERIES

—Creo que das demasiado crédito a tu Dios.


—Creo que no le he dado bastante, y ese ha sido mi problema.
¿Religión? ¿De este bribón? Siempre está confundiéndome. ¿Lo hace con un objetivo?
Probablemente. —Tú eres un buen doctor, ¿verdad?
—Sí, lo soy —contestó él sin humildad. Ella no esperaba menos de él. —Y tú, mi
bella Vikinga. ¿Eres una buena soldado? —preguntó él, tomando su mano y uniendo
sus dedos. Ella intentó separarse, avergonzada por el tamaño de sus manos y los pocos
femeninos callos de sus palmas, pero él no se lo permitió. En cambio, liberó sólo su
pulgar y comenzó a acariciar su muñeca, hacia adelante y hacia atrás. ¡Qué gloriosa,
gloriosa sensación centrada allí dónde su pulso comenzaba a golpear
desordenadamente! Cualquiera habría pensado que él estaba haciéndole algo íntimo, o
escandaloso, pero todo lo que hacía era acariciar su muñeca con el pulgar, mientras la
miraba esperando una respuesta.
¿Una respuesta? ¡Bendito Thor! Olvidé la pregunta. Ah, me preguntó si yo era una
buena soldado.
—Sí, soy una buena soldado… el mejor que una mujer podría ser… o la mayor
parte de los hombres en realidad.
—Yo podría darte un ungüento para ese picor.
¿Qué tenía que ver esa oferta con ser una buena soldado? Tyra no tenía ni idea.
—¿Qué picor? —Ella ladeó su cabeza en interrogación.
—Ese justo ahí —dijo él, meneando sus cejas mientras miraba la entrepierna de
los calzones de Tyra.
Ella se ruborizó furiosamente.
—El que te rascas a veces… especialmente cuando notas que uno de tus
hombres hace lo mismo.
Ella intentó apartar su mano, otra vez en vano. El hombre se fijaba más de la
cuenta. Ella realmente intentaba adquirir algunos rasgos masculinos. En primer lugar
la manera en que caminaba, cuando se acordaba de no hacer bambolear sus caderas.
Otra cosa, su ropa. Gestos ordinarios, otra más. Era una tontería, supuso, sobre todo si
la gente como aquel bruto notaba que no eran movimientos naturales.
—Bueno, bueno, no estés avergonzada. Creo que es bastante adorable, en
realidad… de una forma un poco tonta
—¿Adorable? ¿Crees que es adorable que me rasque mis partes privadas?
Tengo que replantear mis acciones. De verdad. Adorable no es la imagen que intento
dar.
Él echó su cabeza atrás y rió. ¡Qué maravilloso sonido era su risa! Cálido y
espontáneo y muy, muy sensual.
Cuando terminó de reírse de ella, puso una cara de fingida seriedad y le
preguntó la cosa más inesperada:
—Bien, ¿hay alguna pregunta importante que has estado anhelando hacerme?
Tyra no podía imaginarse a que se refería.
Él se levantó y la puso en pie con él. Una hazaña asombrosa en sí misma. Ella
no había imaginado que él tuviera la fuerza suficiente para ello.
—¿No quieres preguntarme qué llevo bajo mi traje?
Cuando su dañoso comentario finalmente penetró el aturdimiento en que ella
se encontraba, se ruborizó otra vez, porque, desde luego, ella se había preguntado
distraídamente sobre aquel tema. Pero una mujer, y su orgullo, no podían soportar
tanta broma. Tiró con fuerza, y él liberó su mano. Mientras descendía a zancadas el
camino de la muralla, oyó las risas del zoquete.
Pero no dejó de dar zancadas, y él no dejó de reírse… hasta que Adam gritó:
—Nada.
Y luego le recordó a Tyra:

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—Me lo debes, dulce señora—guerrera. No olvides el beso.


¡Como si pudiera!

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SAGAS Y SERIES

Capítulo 7

—¡Psssssttt!
Adam estaba a punto de bajar los escalones de la escalera de madera que
conducía a las murallas cuando oyó el siseo. ¿Sería Tyra que se había pensado lo del
beso? ¿Había decidido dárselo ahora, en lugar de más tarde? Sonrió para sí mismo,
disfrutando la idea de toda aquella privacidad para un beso que él garantizaba que
derretiría los huesos de Tyra.
Su sonrisa se desvaneció inmediatamente cuando vio que era Rashid, no Tyra,
quien estaba a la espera, al girar el recodo.
—¿Qué haces escondido? —le soltó Adam.
—¡Amo! —gritó Rashid, claramente ofendido por su acusación. —He venido
para advertirle...
—¿Advertirme? ¿De qué? ¿El rey ha empeorado?
—¡No, no, no! —negó Rashid. —Es otro, uh, asunto del que vengo a… hmmm,
eh… a advertirle.
—¿Y bien? —dijo Adam con irritación. Era duro pasar de pensar en besos
ardientes, a un posible desastre médico, para terminar en lo que fuera que Rashid
estaba hmmmm y ehhhh.
—Mire aquí —dijo Rashid, conduciéndolo a una de las murallas que pasaba por
encima de uno de los patios.
Adam miró y vio un grupo grande de gente alineada por fuera de las grandes
puertas del salón. Eran gente sencilla —campesinos, hesirs y sus familias. Adam,
confundido, frunció el ceño hacia Rashid, quien le sonreía intensamente. Aquella
sonrisa burlona y brillante hizo que el ceño de Adam se hiciera más profundo.
—¿Qué tiene que ver esa gente con tu advertencia?
—Es un milagro, mi amo.
—¡Oh, Dios! Ya estamos con esa tontería de amo. Y estoy harto de las tonterías
de los milagros también. Habla claro, hombre.
—Las noticias de sus grandes talentos médicos ya se han extendido, amo
Adam. Esta gente sufre varias dolencias que quieren que usted trate.
Adam agachó la cabeza. Había hecho muchos progresos hoy, pero no estaba
listo para aquello.
—No tema. Les diré que hoy está fatigado de su trabajo con el rey, a quien
todavía debe vigilar atentamente. ¿Pero puedo ser tan valiente como para sugerir que
por la mañana comenzara a ver enfermos?
Adam levantó su cabeza, las aletas de su nariz ensanchándose con cólera.
Rashid lo estaba forzando a hacer algo que él no quería.
—Solamente unos cuantos —añadió Rashid rápidamente.
A veces Adam tenía que recordarse que Rashid, autoritario y molesto como
podía ser, era su amigo. En el fondo tenías las mejores intenciones.
—Unos cuantos —accedió.
Y así empezó la siguiente etapa de su vida.

Adam atrapó a Tyra aquella tarde.


Ella lo había estado evitando todo el día, la amenaza de un beso cerniéndose
sobre su mente. De hecho, ni siquiera había ido al gran salón para la comida de la

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noche, sin duda una obra extra—especial por parte de Ingrith para señalar la operación
de su padre, aun cuando todavía no supieran cúal sería el resultado. Él no había
muerto; para la mente de un Vikingo, eso era razón para divertirse.
Adam había pasado la mayor parte del día en la habitación de su padre,
cuidándolo. De todos modos, había logrado evitar encontrarse con él, allí o en
cualquier otra parte. Hasta ahora.
Tyra había estado paseándose desde el huerto hasta los escalones exteriores que
conducían al segundo piso y a su recámara. Por el camino había agarrado un trozo de
pan y un pichón relleno. Entonces se había parado en el pozo para buscar un cazo de
agua. Había estado sentada en el amplio banco, comiendo su sabrosa comida,
intercalada con sorbos de agua fría.
Fue entonces cuando el granuja había extendido su trampa, presentándose de
improviso.
Adam sacudió el polvo del banco con una mano, luego se sentó al lado de ella.
Una acción comprensible, considerando la fina ropa sajona que llevaba esa noche. Una
túnica de lana en un tono azul medianoche… que hacía juego con sus ojos, lo que Tyra
no pudo dejar de notar. La túnica, bordada en los extremos con hilo de plata, estaba
sujeta en la cintura sobre los calzones negros que abrazaban su cuerpo. Sus botas eran
de suave piel de becerro.
Ella se sintió una bruja al lado de la criatura resplandeciente que era Adam.
—¿Me estabas esperando aquí?
—No—
—No te uniste a nosotros en la cena.
—No tenía hambre —dijo ella, entonces inmediatamente comprendió su error,
ya que tenía un pichón en una mano y un trozo de pan en el regazo.
Él se rió.
—No era por ti. —Otro error.
Él se rió un poco más.
—Tienes grasa en los labios —comentó Adam en un tono que era
excepcionalmente ronco.
Ella se lamió los labios.
Él exhaló un siseo.
—¿Qué significa eso?
—¿Qué?
—El siseo
—Significa que me afectas enormemente, mi señora guerrera.
—Oh —dijo ella, pero lo qué pensó que fue: “Ooooh”.
Él tendió la mano con el pulgar extendido.
—Te faltó un poco. —usó su pulgar para limpiar una amplia hilera bajo el labio
inferior de Tyra, luego se llevó el pulgar a su boca y lo lamió. Durante todo el rato la
miró, y ella lo miró a él.
¡Por el amor de una Valkyria! Tyra nunca había visto a un hombre hacer una
cosa tan erótica en toda su vida. Sintió los efectos del gesto bajar directamente a las
puntas de sus hormigueantes pies y de sus dedos curvados, y a algunos sitios tabú en
medio.
—No juegues conmigo, Sajón.
—Me gusta jugar contigo, Vikinga.
—Detente ahora, o...
—¿O qué?
Tyra no tenía idea de que… porque el impertinente y arrogante “nacido para
ser un libertino” bajaba su boca hacia la suya. Y ella estaba congelada en el lugar.
Quizás era porque tenía pichón en una mano y un cazo en la otra, pero probablemente

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SAGAS Y SERIES

era porque sus labios de algún modo se habían separado por propia voluntad. Ella
deseaba su beso. Lo deseaba fervientemente.
—Tyra —susurró Adam contra su boca justo antes de que sus labios reclamaran
los de Tyra. El hombre estaba demostrando ser un maestro en un gran número de
cosas. En la medicina, sin duda alguna. Y ahora, en los besos. Tyra no se permitió
considerar qué otras áreas de maestría podría poseer.
Él se alejó ligeramente para mirarla. Sus ojos la devoraron, buscando algo que
ella no sabía.
—Bueno, eso fue… agradable —dijo ella con voz ahogada.
—¿Agradable? —farfulló Adam.
—Bueno, ahora ya tienes tu beso de agradecimiento.
—No del todo —dijo él, incluso mientras tomaba su rostro con ambas manos y
la bajaba al amplio banco con él.
El cazo de agua cayó al suelo con un ruido sordo y el pichón voló en otra
dirección… ella esperó que no fuera dentro del pozo.
Adam trazó su boca, la mordisqueó, le dio lengüetazos a su lengua, luego la
aspiró. Sus labios eran duros, exigiendo algo de ella. Finalmente dijo con los dientes
junto a su boca.
—Abre.
Ella lo hizo.
—Más
Tyra así lo hizo.
Entonces, por todos los dioses y diosas, él le demostró lo que un hombre podía
hacer con su lengua en la boca de una mujer. La humedad… debería haberle dado
asco; en cambio, suspiraba por dentro por el sabor de Adam. La agresión… debería
haberlo tirado del banco; en cambio, le permitió dominar la situación. La
pecaminosidad de la acción ofensiva… Tyra debería haberse sentido culpable; sin
embargo, se deleitaba en su primera experiencia con la lujuria de un hombre por ella.
De algún modo, en medio de aquel beso que le aturdía la mente, él se colocó
encima de ella.
—¿Por qué gimoteas, dulzura? —susurró Adam contra su oído.
¿Dulzura? Me ha llamado dulzura.
Ella no pudo evitar reírse contra su cuello.
—Pensé que eras tú quien gimoteaba —añadió ella.
Adam estaba dejando un rastro de besos a lo largo de su mandíbula cuando ella
habló. Adam se rió contra su boca y admitió:
—Quizás lo era. —Entonces reanudó sus besos, y sus manos… sus malvadas
manos… se movieron por todas partes sobre ella. Por todas partes.
A Tyra le gustaba el modo en que él la besaba. Le encantaba el modo en que la
tocaba, vorazmente, como si no pudiera tener bastante de ella. Le gustaba la forma en
que la hacía sentir… femenina y deseable.
—¿Sabes lo mejor de esos calzones insufribles que llevas? —le preguntó Adam.
—¿Qué? —preguntó Tyra, aunque reconoció la alegría burlona de su voz.
—Esto —contestó él, colocando sus manos bajo cada una de sus nalgas, luego
enroscó sus tobillos alrededor de los tobillos de Tyra y extendió sus piernas. El
resultado: su virilidad estaba firmemente recostada contra la feminidad de Tyra.
Él jadeó.
Ella jadeó.
—¡Oh… Dios mío…! —dijo Adam.
—¡Oh… Dios mío…! —dijo ella también.
A veces, sólo servía un buen improperio cristiano.
Ahora, cuando él reanudó sus besos, Tyra sentía el doble de placer al sentirlo

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SAGAS Y SERIES

moverse allí, contra ella. Tyra pensó que había muerto y había ido al Valhalla, tan
intenso era el placer.
La única vez que experimentó y bañó la punta de su lengua en su boca, él se
arqueó contra ella. ¡Qué maravilloso regalo! Saber que ella… Tyra la Grande… Tyra la
mujer—hombre… podía tener aquella clase de efecto sobre un hombre como Adam…
bueno, era todo un regalo de los dioses.
—¿Por qué están gimiendo tanto? —preguntó la voz de un pequeño muchacho.
—¿Están haciendo un bebé? —preguntó la voz de una pequeña muchacha.
—No. Para hacer bebés tienes que estar desnudo —respondió una voz que sólo
podría ser Alrek. —Por lo menos, creo que es así como funciona.
Tyra y Adam gimieron entonces de verdad. Se giraron a la vez, con Adam
todavía acostado sobre ella en el banco.
De acuerdo, era Alrek, con el bebé Besji en sus brazos, durmiendo al parecer, su
pequeña cabeza acunada contra su hombro. A ambos lados de Alrek estaban Tunni y
Kristin.
Adam presionó su frente contra la de Tyra y pareció contar hasta diez. Cuando
lo hubo hecho, se sentó lentamente. Y ella hizo lo mismo.
—¿Qué queréis? —exigió Adam con irritación.
Tyra podía compadecerse de su frustración.
—Rashid nos envió para que te encontráramos —dijo Alrek con voz
temblorosa.
—¿De verdad? ¿Estás seguro?
Tyra entendía la confusión de Adam. Rashid sabía qué fastidiosos eran aquellos
niños para su amo.
—Dime exactamente cuales fueron las palabras de Rashid.
—Bien, él estaba en tu recámara. Dirigiendo entre… entre... entrevistas…, creo
que las llamó.
—¿Entrevistas? —dijeron Tyra y Adam al mismo tiempo.
—¿Entrevistas para qué? —preguntó Adam con los dientes apretados, aunque
él y Tyra sabían la respuesta.
—Para tu harén. Nosotros lo estábamos ayudando con las entrevistas. Abriendo
y cerrando la puerta, manteniendo atrás a las agresivas. Cuándo empezamos a hacer
preguntas, fue cuando dijo: ¿Por qué no vais a buscar al amo Adam? A todas estas,
¿qué significa con mucho busto? ¿Y danza del vientre? He oído de bailes alrededor de
la hoguera el día de la diosa Frigga10, pero la danza del vientre... ni siquiera puedo
imaginarlo.
Adam se puso de pie bruscamente y comenzó a alejarse con paso airado.
—Voy a matar a ese hombre, de verdad.
Los niños lo siguieron con la mirada, preocupados, sin duda, por si habían
dicho algo malo. Tyra, por otra parte, tenía la palma de su mano apretada contra la
boca, sofocando una risa.
Justo antes de que Adam alcanzara la escalera exterior, se detuvo y se dio la
vuelta. Señalándola con un dedo, afirmó,
—Tú y yo tenemos asuntos pendientes.
Tyra ni siquiera se molestó en discrepar.
En realidad, no podía esperar.

10
Esposa de Odin, Frigga es la diosa patrona de la casa y de los misterios de la mujer casada. Ella se ve
como la igual de Odin (y a veces superior) en sabiduría; ella comparte su asiento alto desde el que ellos
observan juntos sobre los mundos.

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SAGAS Y SERIES

Adam tuvo que abrirse camino entre dos docenas de mujeres apiñadas —el
número parecía crecer por minutos—para poder llegar a su habitación.
Voy a matarlo. Olvidare mi recién descubierta dedicación a la curación. Voy a matarlo.
Cuando abrió la puerta, apenas una rendija, oyó a Vana la Blanca —¡la propia
hermana de Tyra, por el amor de Dios!– preguntando:
—¿Importa si una nueva hurí de harén es… es... virgen? —La última palabra
salió en un susurro mortificado.
Voy a matarlo.
—No, no importa. —Rashid estaba agitando una mano con ligereza. En la otra
mano agarraba un pergamino en el que, por lo visto, había estado tomando notas sobre
las candidatas al harén. —Hay un antiguo proverbio árabe con respecto a esto. ‘La
Virginidad es como una ampolla. Una vez reventada, se va para siempre‘—Entonces
sonrió abiertamente, sin duda disfrutando de su propia sabiduría.
—¡Rashid! —prácticamente bramó Adam, abriendo más la puerta.
Rashid dio un salto, y la joven también.
—¡Fuera! —ordenó Adam a Vana, luego cerró de golpe la puerta tras ella.
—¿Tienes deseos de morir? —le preguntó a su ayudante, quien tuvo el valor de
devolverle la mirada con aspecto inocente y los ojos muy abiertos, sin estar arrepentido
en lo más mínimo.
—No, pero sí deseo ser feliz. ¿Eso es demasiado pedir? ¿Que un hombre pueda
ser feliz en esta vida? Alá dice...
—No te atrevas a citarme un proverbio ahora. No estoy de humor. ¿No te dije,
una y otra vez, que no quiero un harén?
—¿Quién dijo que el harén es para usted? —Rashid colocó una mano contra su
corazón como si la acusación de Adam lo hubiera herido enormemente.
Ja. Rashid no lo engañaba.
—¿Y para quién podría ser este harén? ¿Para el sultán de Bagdad? ¿Para un
califa del desierto?
—¡No, no, no! Para mí.
—Oh, ¿en serio? ¿Y dónde pensabas establecer ese harén? ¿En mi tejeduría de
Northumbria?
Rashid alzó la barbilla tercamente.
—Usted no puede decirme qué hacer con mi tiempo libre. Y si quiero un harén,
y tengo los fondos para hacerlo… cosa que tengo… entonces, es precisamente lo que
haré.
Entonces Rashid salió hecho una furia. Adam no estaba seguro de si la salida
precipitada era porque estaba ofendido, o si solamente quería evitar su ira.
He insultado a mi mejo amigo.
Me he ganado una sombra triple de niños pelmazos.
Bien podría tener que correr por mi vida si el rey muriera.
Me he visto implicado, a pesar de mis mejores intenciones, con una soldado vikinga.
¿Cómo se ha convertido mi vida en un lío tan enredado? Se preguntó Adam
poniendo la cara en sus manos.
¿Qué más podría pasar?

—Tu tío Tykir está aquí —gritó Rashid alegremente, sólo una hora más tarde,
como si nunca hubieran intercambiado agrias palabras.

69
SAGAS Y SERIES

Pero entonces el mensaje de Rashid penetró en el cerebro de Adam. ¿Tykir?


¿Aquí? Oh, ¡por Dios!, ¿Qué haría él en este lío? Se reiría de mí… eso es lo que haría.
Adam estaba en la recámara del rey, comprobando su condición. Thorvald no
había salido aún de su sueño profundo… si es que lo hacía alguna vez. Pero su
respiración era normal, y la temperatura de su cuerpo no había aumentado. La fiebre
era siempre una preocupación.
Cerrando la puerta suavemente, Adam dejó que el Padre Efrid cuidara de
Thorvald, con instrucciones de llamarlo inmediatamente si había algún cambio.
Mientras andaba por el pasillo superior, Rashid le dijo:
—Han traído al nuevo bebé con ellos. Parece que calcularon mal la fecha del
parto, y vino hace seis semanas. Es un muchacho… el cuarto hijo, creo. Alá debe de
estar muy contento con el padre para bendecirlo así.
Rashid desvariaba, como hacía a menudo, pero Adam sospechaba que ahora lo
hacía para cubrir la torpeza de la separación de ambos después de la pelea de hacía
poco. Adam colocó una mano sobre el antebrazo de Rashid para parar su avance un
momento.
—Te pido perdón por mis ásperas palabras.
Rashid asintió y dio una palmadita a su mano en aprobación.
—No son necesarias las disculpas entre amigos. Solamente tenga en cuenta esto,
amo Adam, venimos de culturas diferentes. No sea tan rápido para juzgar mis
costumbres.
Continuaron hacia el gran salón, donde Rashid se fue a buscar a Rafn. Mientras
tanto, Adam fue saludado inmediatamente por su tío Tykir, quien lo levantó de sus
pies y lo abrazó calurosamente. Él y Tykir eran de la misma altura, pero Tykir tenía
varios kilos más, al ser un feroz guerrero vikingo que guardaba su casa de
Dragonstead con mano de hierro. Dragonstead estaba a menos de un día de viaje a
caballo y día y medio en barco. Según los estándares del Norte, eran vecinos.
—¿Cómo va todo, muchacho? —preguntó Tykir cuando se apartó.
Tykir había visto más de cuarenta inviernos, pero la edad le sentaba bien. Sólo
había unos pocos pelos grises en su pelo rubio. Tykir estaba conduciendo a Adam
hacia una mesa donde un housecarl11 vertía hidromiel para ellos. —Oímos que estabas
aquí, y me sentí preocupado. Alinor sugirió que viniéramos. Ella también estaba
preocupada.
—Operé al Rey Thorvald esta mañana. Desde entonces parece resistir —le contó
a su tío.
Tykir asintió, tomó un profundo trago de hidromiel, luego se dejó caer en el
banco y le hizo señas a Adam para que se reuniera con él. Entonces hizo lo que Adam
había estado esperando durante mucho tiempo. Sonrió burlonamente.
Adam fingió no darse cuenta y bebió a sorbos pensativamente su cerveza.
En ese mismo momento, Alinor se acercó y lo abrazó.
—¿Qué tal te va, querido Adam?
Adam se giró en su asiento para poder mirar mejor a su tía política. Adam no
había visto a ninguno de ellos durante varios años. Su pelo era todavía rojo y su cara
estaba cubierta de pecas. Tykir pensaba que era preciosa. Incluso ahora, después de
diez años de matrimonio, estaba claro que el hombre estaba loco por su esposa, tan
boba era la expresión en su cara cuando la miraba.
—Oh, y supongo que este es el nuevo miembro de la familia Tykirsson —dijo,
mirando detenidamente bajo la manta que envolvía al recién nacido.
—Sí —dijo Alinor con gran orgullo. —Nuestro cuarto hijo. Selik Tykirsson. ¿No
es hermoso? Se parece a su padre

11
Un soldado que hace las veces de guardaespaldas personal de los reyes Escandinavos y de sirviente.

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Adam tuvo que respirar profundamente antes de poder tragar debido al nudo
que tenia en la garganta. Habían llamado a su bebé como a su padre adoptivo, Selik,
quien había sido una especie de un hermanastro político para Tykir.
Cuando Adam fue capaz de hablar, dijo:
—Desde luego, Selik es hermoso. Todos los bebés lo son. Pero no creo que sea
hermoso si se parece a su padre. —Adam observó al infante, sin saber a quien se
parecería a medida que creciera.
Tykir le dio un puñetazo en el brazo, luego alivió a su esposa de su dichosa
carga, colocando al todavía dormido niño en el hueco de su enorme brazo. Adam notó
que el primer hijo de Tykir y Alinor, Thork, estaba trabando amistad con Alrek, quien
era de una edad similar. Aunque tuviera sólo nueve años, Thork ya tenía la reputación
de ser salvajemente travieso. Adam se preguntó que desastres domésticos saldrían de
su asociación con Alrek. ¡El Salvaje y el Torpe! El segundo hijo de Alinor y Tykir, Starri
de siete años, y su tercer hijo, Guthrom de cuatro, ya estaban parloteando con el
hermano de Alrek y sus hermanas.
Alinor fue a tomar un sorbo del hidromiel de su marido, entonces frunció el
ceño hacia Tykir cuando descubrió que la copa estaba vacía.
Ignorando el ceño de su esposa, Tykir le comentó a Adam.
—Bueno, la has fastidiado bien esta vez, ¿verdad?
—Gracias a ti —contestó Adam con un resoplido de disgusto.
—¿A mí? —preguntó Tykir, ensanchando sus ojos con una inocencia que nunca
había tenido, ni un sólo día de su vida.
—A ti. Tú eres el responsable de que la muchacha guerrera me secuestrara y me
trajera a esta tierra dejada de la mano de Dios.
—¿Ella te secuestró? —preguntó Alinor.
—Sí, así es. Me golpeó en la cabeza con una espada y me tiró sobre su hombro.
Alinor y Tykir echaron sus cabezas hacia atrás y se rieron ruidosamente. Como
Adam sabía que harían.
—¿De verdad hizo eso Tyra? ¿Llevarte sobre su hombro? ¿Cómo un saco de
cebada? —Alinor se limpió las lágrimas de risa de sus ojos, pero su cara todavía estaba
hendida con una enorme y burlona sonrisa.
—¿La conoces?
—Desde luego que la conozco. He vivido en este país durante casi diez años.
Ella estuvo en mi boda con su padre y sus hermanas. ¿No la conociste allí?
Adam negó con la cabeza, preguntándose como podría haber pasado por alto
tal… maravilla.
Se giraron todos a la vez para mirar al otro lado del cuarto donde Tyra estaba
hablando con sus hermanas. Era fácil distinguirla. Tyra era una cabeza más alta que
cualquier otra. Y era la única que llevaba calzones. Adam conocía las inseguridades de
Tyra, sobre todo en comparación con sus hermanas y su belleza renombrada, pero
francamente, Adam pensaba que ella lucía diez veces mejor que cualquiera de ellas,
hasta en su atavío masculino, incluso cuando hacía cosas de hombres como rascarse.
¿La miraba Adam con ojos interesados, como hacía Tykir cuándo miraba con adoración a su
pecosa esposa? ¡Vaya, aquel era un pensamiento alarmante!
—De alguna manera Tyra parece diferente —reflexionó Alinor, inclinando la
cabeza a un lado, luego al otro, mientras estudiaba a Tyra.
—Sí, es verdad —estuvo de acuerdo Tykir, una sonrisa burlona tironeando de
sus labios.
¡Aaarrgh! Ya empieza la broma a mi costa.
—Creo que es su pelo enredado y sus, oh, Dios mío, sus labios. —Alinor
intercambió una mirada con su marido.
—Tienes razón, esposa. Como siempre. Si no lo supiera, pensaría que la dama

71
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soldado ha sido besada y bien. De hecho, sus labios casi parecen, bueno, hinchados por
besos.
Tykir y Ahnor volvieron su atención a Adam.
—Justo como los tuyos —exclamó Alinor con regocijo.
Una vez más, Alinor y Tykir echaron sus cabezas hacia atrás y rieron
ruidosamente.
—¿Labios hinchados por besos, ha dicho? —Era Rashid quien se había acercado
para unirse a ellos. Rashid miró de forma significativa a Tyra, entonces directamente a
la boca de Adam, y asintió con satisfacción. —Ya era hora. Dos años de castidad son
más que bastante para cualquier hombre, vaya. Alá dice...
—¿Dos años? —La sorpresa substituyó la alegría en la voz de Alinor y algo
más… probablemente preocupación.
—¿Castidad? ¿Tú? —Tykir miraba fijamente a Adam, su boca boquiabierta con
incredulidad. Él también parecía un poco preocupado.
—Creo que esto pide una epopeya —oyó Adam anunciar a una resonante voz
detrás de él.
—Oh, no, oh, por favor, Dios, esto no —rezó Adam antes de girase y ver al
gigante vikingo con un parche. —Señor querido, por favor, por favor, por favor, sálvame.
Era Bolthor, el peor bardo escandinavo del mundo.
—Esta es la epopeya de Adam el Menor —comenzó Bolthor.
Alinor y Tykir sonrieron para estimularlo. Adam solamente gimió.
Pero entonces dijo:
—¿Qué es eso de 'Menor'? Siempre dices 'Esta es la epopeya de Tykir el Grande,
' o 'Esta es la epopeya de Runk el Mayor. ¿Por qué yo no tengo 'Grande' detrás de mi
nombre?
—Bueno, Tykir se disgustó mucho cuando descubrió que había llamado a Runk
el Mayor, y...
—No lo estuve —protestó Tykir.
—Sí, sí lo estuviste —discrepó Alinor.
—… y me ordenó que de ahí en adelante no llamara a nadie mayor excepto a él.
—¿De verdad eres así de presumido? —preguntó Adam a Tykir.
—Miente —mintió Tykir enrojeciendo.
—Sí, es así de presumido —dijo Alinor.
—Como estaba diciendo, esta es la saga de Adam el Menor.

<< Érase una vez un curandero Sajón,


su belleza en todas las doncellas provocaba conmoción.
Algunos decían que era demasiado petulante,
Pero, hasta entonces, su vida siempre había sido constante.
Una vez una princesa Vikinga aparece,
Su oficio guerrera parece.
Quería al hombre,
Pegó al hombre,
Al hombre cargó,
La oposición ignoró,
Lejos corrió,
Con su clan lo llevó,
Pues la señora un plan ideó.
Unos dicen que su talento necesitaba,
Que un milagro con él los dioses enviaban.
Esto muy bien verdad puede ser,
Pero esta idea cavilada debe ser:

72
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¿Exactamente que talento del taimado


La bella doncella ha solicitado?
Y, más aún, este consejo te es confiado:
Cuando Adam sea desatado…
Mejor que Eva vigile su trasero,
O, aún mejor, de su cama el cabecero. >>

Tykir y Alinor declararon que era el mejor poema que Bolthor había creado
nunca.
—Y hasta rimaba esta vez —gorjeó Alinor.
—Y era largo, también —añadió Tykir, como si esto fuera una ventaja para una
buena epopeya.
Rashid estaba desmayado y juraba que él y el bardo harían música celestial si
combinaban los talentos poéticos de Bolthor con su propio alijo mental de proverbios.
Tyra se había acercado justo cuando Bolthor había comenzado a hablar. Estaba
enrojeciendo bastante, así que Adam asumió que había oído casualmente la epopeya.
Y, sí, sus labios estaban hinchados por sus besos. Adam cerró los ojos y deseó estar de
vuelta en Northumbria donde ser un ermitaño parecía mejor a cada minuto.

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Capítulo 8

A la mañana siguiente, el Rey Thorvald despertó durante un corto tiempo y fue


capaz de tragar un poco de gachas líquidas. Adam comenzó su día de un humor
realmente bueno.
Para conmemorar la ocasión, le pellizcó la nalga derecha a Tyra a la salida de la
recámara, lo que hizo que ella chillara, justo como una mujer, lo que probablemente
Tyra odiaba. Entonces le guiñó un ojo, solamente para recordarle su acuerdo, que muy
bien podría definirse a su favor si su padre seguía mejorando. El guiño hizo que ella se
ruborizara, justo como una mujer, lo que probablemente también odiaba.
Adam entró silbando al gran salón. Rashid le hizo señas hacia una mesa donde
estaban sentados algunos hesirs para interrumpir su ayuno antes de empezar su día de
trabajo.
—Ya hay gente haciendo cola en espera de sus servicios, —le dijo Rashid.
Adam asintió.
—Veré a algunos de ellos esta mañana, pero no a demasiados. No estoy todavía
seguro de cómo me siento sobre volver a la medicina. ¿Entiendes?
—Sí —dijo Rashid. —Despacio al principio. Un paciente cada vez. Un día cada
vez.
Adam asintió.
Rashid logró hacer una pequeña solana en el gran salón que les había sido
asignado. En él había una larga mesa y varias sillas, que servirían a sus propósitos
bastante bien. Al mediodía, Adam había visto a varias docenas de pacientes antes de
que anunciara firmemente:
—¡No más hoy!
Ninguna de las dolencias había sido grave. Una herida de hacha infectada. Un
repetido furúnculo en el cuello. Una erupción debido a hierbas venenosas en las
manos. Un caso debilitante de náuseas matutinas. Un brazo fracturado que había
necesitado entablillado.
Y Adam encontró satisfacción inmediata al ser capaz de calmar la tos de un
anciano al prescribirle marrubio12 hervida en agua y azucarada con miel. O al calmar el
culito irritado de un bebé con su ungüento especial. O coser una incisión de cuchillo. O
aconsejar a Arnora, una madre de veinticinco años con ocho niños, sobre como evitar
más embarazos, gracias a una información de su madrastra, Rain, quien proclamaba
conocer métodos usados por mujeres de un futuro lejano.
Le dijo a Rashid que tendrían que reunir mucho más pedos de lobo13 después
de una lluvia cálida el verano próximo, para rellenar sus reservas. El hongo comestible
era maravilloso para ayudar al coágulo de heridas con sangre debido a los millones de
esporas diminutas que contenía. El liquen también era bueno para contener heridas,
pero ya tenían suficiente.
Muchas de las personas que vinieron aquella mañana sufrían de piojos
severos… lo que siempre era un problema cuando el baño y la limpieza eran
ignorados. Adam les aconsejó que se aplicaran un bálsamo de peine de Venus,
ranúnculo, rábano, y ajenjo machacado y luego amasado con aceite. Las pulgas
plantearon un problema similar. Para prevenir infestaciones, le dijo a un grupo de
mujeres que buscaran semillas de tojo, las humedecieran, y luego las rociaran sobre sus

12
Marrubio: Planta herbácea de la famñilia de las labiadas. Es típica de parajes secos. Sus flores se usan
en medicina.
13
Pedo de lobo, hongo de color blanco que en medicina se emplea para restañar la sangre

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casas para matar las pulgas. Esto era algo que Ingrith ya había practicado en su castillo,
que estaba tan limpio que ninguna pulga o piojo se atrevería a entrar.
Hubo muchas dolencias de ojos ya que las casas nórdicas contenían demasiado
humo. Adam sugirió que los ojos fuesen untados con el jugo de hígado de ciervo
asado, y que después el hígado fuese comido. Al parecer, había algún ingrediente en la
carne que era beneficioso para los ojos.
Prescribió menta poleo para las flatulencias de Torgeir y le sugirió que cortara
la cerveza de su dieta durante un tiempo. Torgeir dijo que prefería tener gases en sus
entrañas.
En un tono más serio, un hombre, un pastor llamado Kolbein, vino debido a
dolores en el pecho. Adam le dijo que él no podía curar su problema cardíaco, pero le
sugirió que mantuviera cerca apocino canadiense o asclepia. Una dosis suave de la raíz
en polvo mezclada con agua podría actuar como estimulante cuando el paro cardíaco
amenazara.
Rashid había estado a su lado durante todo el tiempo, con sus instrumentos
médicos, hierbas y ungüentos preparados. Era un ayudante inestimable, y así se lo dijo
Adam.
—¿Eso significa que ya no estás enfadado conmigo por lo del harén?
—Eso depende. Si estás pensando siquiera remotamente en establecer un harén
para mí, entonces, sí, todavía estoy enfadado. Si lo haces por ti, entonces, no, no me
preocupa. Sólo me queda decir que Alá cuide de tu alma demente.
Ambos rieron juntos mientras caminaban codo con codo hacia una puerta
exterior. Era un día hermoso y soleado de octubre, y tenían la intención de aprovechar
el raro calor para dar un paseo por las tierras. Tykir y Alinor se les unieron a lo largo
del camino.
—¿Has visto este lugar? —dijo Adam. —Nunca he visto tantas flores y arbustos
decorativos en toda mi vida. Nunca esperé ver nada como esto.
—Deberías verlo en primavera, —comentó Alinor. —Flores que florecen por
todas partes. Todos los colores del arco iris. Bueno, se vuelve muy bonito entonces.
—Precisamente, —comentó Rafn con un gruñido de repugnancia. Llevaba una
colección de lanzas hacia los campos de ejercicio, bien lejos. —¿Alguna vez has oído
hablar de una fortaleza vikinga que fuera bonita? Es humillante. Somos el hazmerreír
de muchos de nuestros colegas escandinavos.
Alinor se marchó para consultar con Drifa sobre algunas de sus plantas, y el
resto de ellos siguió a Rafn.
—¿Por qué corren en círculos esos hombres? —preguntó Adam.
Había grupos de hombres por todas partes alrededor del campo, trabajando en
varios ejercicios: lanzamiento de lanza, espada, tiro con arco, lanzamiento de cuchillo.
Pero alrededor de la periferia del campo oval, varias docenas de hombres simplemente
corrían a un trote lento.
—Sé la respuesta a eso —anunció Rashid antes de que Tykir tuviera posibilidad
de contestar. —Al parecer los ricos productos de alimentación de Ingrith no sientan
bien al estómago de los vikingos. Tyra afirma que algunos de sus hombres están
engordando. Al parecer le notó algo de panza a Bolli hoy. Ayer se tomó seis pasteles de
grosella. Tyra se alteró mucho y les dijo que si quieren comer como cerdos, van a tener
que correr como caballos.
Adam y Tykir intercambiaron rápidas miradas de diversión.
—Bueno, en realidad tiene razón —dijo Tykir. —Debo admitir que he visto
muy pocos vikingos obesos en mi vida. Y aquellos que lo estaban, a menudo no eran
luchadores.
—Sin embargo, dejemos que Tyra siga con la solución —dijo Adam con humor
mordaz. —Quizás establezca una nueva costumbre.

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Los tres rieron, sacudiendo sus cabezas ante el espectáculo de escandinavos


corpulentos resoplando envarados por el exceso de ejercicios y mientras completaban
otra ronda al campo, el sudor escurriéndose por sus caras y barbas como… bueno,
como cerdos.
Fue entonces cuando Adam notó a Tyra en el meollo de la acción. Estaba
ocupada esgrimiendo la espada contra un hombre media cabeza más alto que ella y
ligeramente más musculoso. El sable vikingo no estaba pensado para empujar y
esquivar; era demasiado pesado para eso. En su lugar, los adversarios lo manejaban a
machetazos, con la intención de cortar la piel profundamente o en realidad, cortar una
parte del cuerpo si había bastante fuerza detrás de la oscilación.
Tyra lo hacía admirablemente. Ah, se tambaleaba de vez en cuando. Incluso se
cayó sobre su trasero una vez, pero eso la hacía volver a su lucha. El sudor se escurría
por su cara en riachuelos, haciendo que su pelo, que colgaba en una trenza sobre su
espalda, se pegara húmedo a su cuero cabelludo con bucles sobre su cara. Parecía
agotada del duro trabajo físico, pero esto no la detenía.
—¡Qué soldado! —comentó Tykir, mirando a Tyra.
—¡Qué mujer! —añadió Adam sin pensar.
Tykir solamente le sonrió abiertamente.
Era una observación razonable, en opinión de Adam. Hoy Tyra llevaba una
túnica sin mangas de cuero hasta la rodilla, con un amplio cinturón en la cintura. Sus
piernas estaban desnudas excepto por unos botines con tiras cruzadas, al igual que sus
brazos excepto por brazaletes grabados en plata. Toda aquella piel desnuda expuesta
en brazos y piernas, que, por casualidad, eran sumamente largas y bien formadas,
representaba para Adam una mujer, no un soldado. Pero decidió no explicárselo a
Tyktr, quien lo miraba demasiado atentamente y sonreía como un bobo.
Justo en ese mismo momento, Alrek pasó a su lado corriendo, perseguido por
Thork, el hijo de Tykir. Sus chillidos y risas eran un alegre sonido infantil. Tenía que
ser la primera vez en años que Alrek se había comportado como el niño que era.
Me pregunto dónde están el resto de los hermanos de Alrek.
Su respuesta apareció demasiado pronto.
Tunni y Kristin se precipitaron hacia él, empujando una carretilla de madera.
Dentro de la carretilla estaba Besji chillando.
—¿Puede ayudarnos?
Tunni no se dirigía, lamentablemente, ni a Tykir ni a Rashid.
—¿Cómo?
—Cambie el pañal de Besji, —suplicó Kristin. —Se ha hecho caca.
—¿No puedes encontrar a alguna mujer en la fortaleza que te ayude?
Kristin negó con la cabeza vehementemente de un lado al otro, a pesar de que
su pulgar estaba plantado firmemente en su boca diminuta. Hablando alrededor del
pulgar, le dijo,
—Alrek dijo que viniéramoz a ti zi teníamoz problemaz.
Tunni estaba asintiendo con la cabeza tan vehementemente como Kristin había
sacudido la suya.
—Y un pañal apestoso cuenta como un problema grande, ¿no cree?
—Absolutamente, —contestó Tykir. —Es cierto, a veces suceden problemas
mayores… como ser secuestrado por una mujer.
—Los problemas montan camellos rápidos —estuvo de acuerdo Rashid, —pero
a veces montan sobre la espalda de un pequeño niño.
—¿Dónde está Alrek? —gritó Adam tan fuertemente como se lo permitieron sus
pulmones. Su bramido inesperado hizo que varios de los vikingos que estaban
corriendo tropezaran y Tyra dejara caer su espada.
—¡Thor Bendito! —exclamó Tykir, mirando a algo detrás de Adam.

76
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—Por el amor de Alá, el muchacho atrae el desastre como la carne podrida


atrae los gusanos, —comentó Rashid.
Adam miró detenidamente alrededor para ver lo que sus dos compañeros
estaban mirando boquiabiertos y vio a un aturdido Alrek tirado sobre la tierra. Parecía
que había sido atropellado por un escandinavo que trotaba rápidamente. ¡Y Tyra!
Cuando había dejado caer su espada por la sorpresa, su oponente al parecer le había
cortado en el antebrazo por accidente.
Por primera vez en la vida de Adam, la visión de la sangre casi hizo que
perdiera la conciencia… porque era la sangre de Tyra.

—Acaba, Sajón, —se quejó Tyra por al menos la duodécima vez. —Es solamente
una incisión diminuta, te digo.
—¡Ja! Tu incisión diminuta llevará diez puntos, y tengo la intención de coser
una línea tan fina que escasamente vas a ser capaz de ver la cicatriz en tu blanca piel.
¿Crees que dejaría que Bjorn, tu herrero—berserker, te atendiera otra vez? ¡No es
probable!
Estaban en la pequeña solana que había sido asignada para el trabajo médico de
Adam. Adam se había visto obligado a arrastrar a Tyra hasta allí para el tratamiento
contra su voluntad.
—¡No tienes ningún derecho!
—Tengo todo el derecho. Eres la mujer que compartirá las pieles de mi cama...
—Quizás —le corrigió ella.
—Probablemente, —contestó él. —Y no negocié por tener un cuerpo con
cicatrices desnudo en mi cama.
—Eres insufrible.
—Sí, lo soy. Es una de mis mejores cualidades, ¿no crees?
—¡Aaarrgh!
—Asumo que eso significa que sí.
—Cose la maldita herida y termina. Alrek probablemente está ahí fuera
lanzando flechas otra vez, o intentando afilar su espada. Aún mejor, le oí preguntar al
apicultor si podría ayudar a recoger los panales hoy. ¿Sabes cómo tratar picaduras de
abeja?
Vaya, esa era una razón para darse prisa.
—Me gusta tu atavío hoy, —comentó él mientras lavaba la incisión
cuidadosamente con jabón y agua.
—Ahórrate tus palabras sentimentales para alguien a quien le importen.
—Dios, me encanta una mujer de lengua viperina. Hace que uno se pregunte
que más podrá hacer con ella.
Adam vertió una pequeña cantidad de aquella poción escocesa uisge—beatha
sobre el corte para mayor limpieza y para embotar las sensaciones en la piel antes de
que insertara la aguja.
—¡Por el amor del Valhalla! ¿Por qué gastas la poción buena? ¿Tienes la
intención de lamerlo de encima… como el perro que eres?
—Buena idea —dijo él con una carcajada—¿Quieres que lo haga?
—¡No!
Ella estaba sentada en una silla a la mesa y él en otra. Adam le obligó a dejar su
brazo estirado sobre la mesa mientras él comenzaba a coserlo con puntadas diminutas,
tan diminutas que realmente serían casi invisibles. Para distraerla de lo que le hacía, le
preguntó:

77
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—Bueno ¿y que lleva una mujer guerrera bajo una túnica como ésta?
Adam creyó que diría –Nada—como hacía él con sus trajes árabes, pero, no, la
mujer siempre le sorprendía.
—Una bragueta14.
Él tuvo que reírse de su rápida inteligencia.
—¿Puedo verla?
—Cuando el sol brille en Niflheim.
—¿Eso sería comparable con 'Cuándo el infierno se hiele'?
—Precisamente.
Cuando hubo terminado de coser la herida, actuó rápidamente. La agarró por la
cintura, la tiró sobre la mesa boca abajo y le subió la túnica. Ella gritó como una banshee
e intentó levantarse, pero él tenía colocada una mano firmemente sobre su cuello y el
resto del peso de su cuerpo aprisionaba su trasero. Inclinándose hacia detrás, Adam
notó que no llevaba una bragueta, aunque sí llevaba una especie de taparrabos. Se lo
arrancó para poder examinar la herida de flecha.
—¿Qué estás haciendo?
—Comprobando el tipo de carnicería que Bjorn le hizo a tu nalga. ¿Ves?
Deberías haberme dejado hacer a mí el trabajo. La herida está sanando bien, pero
tendrás una cicatriz de por vida. Sin embargo no te preocupes. Casi parece una
estrella. Realmente atractiva. Creo que debería frotarla con algún ungüento curativo.
Ella emitió un sonido de consternación, luego gritó:
—No te atrevas a poner tus dedos sobre mi trasero.
Él se rió y la dejó ir, saltando hacia atrás al mismo tiempo, sabiendo que ella le
daría un puñetazo en la cara, o le patearía en algún punto tabú, si tenía la posibilidad.
Tyra se enderezó rápidamente y se ajustó la ropa, mirándolo airadamente
durante el proceso.
—Podría matarte por esto.
—Solamente hacía mi trabajo. No debes pensar en mí como en un hombre
cuando hago de curandero.
—¡Ja! No conozco a ningún curandero que se excite cuando ve los brazos de
una mujer, o las piernas, o la...
—¿Cómo sabes que yo estaba… estaba… excitado?
—El color de tus ojos se vuelve más claro, tu nariz aletea, y tus labios se
entreabren.
¿Qué podía decir un hombre a eso? Todo lo que pudo pensar fue –Ah—.
Tyra dio una patada a la puerta y la abrió con tanta fuerza que se estrelló contra
la pared. Justo antes de que se fuera, Adam decidió que él sería quien tendría la última
palabra.
—Una cosa, Tyra, —le gritó a su espalda—Tienes un trasero muy bonito.

Aquella mañana, Alrek había decidido planchar la mejor túnica de Adam.


Ahora había un agujero sobre el corazón.
Kristin le había arreglado la cama, pero los linos estaban tan torcidos que
cuando intentó salir, se cayó al piso. Ahora tenía un huevo de ganso en la frente.
Tunni trajo una jarra de agua desde la trascocina y derramó la mayor parte por

14
Codpiece: prenda hecha de distintos materiales que se une a la parte delantera de la entrepierna de los
pantalones de los hombres para proporcionar una cubierta para los órganos genitales. Ver foto:
http://www.mwart.com/images/p/Clothing_Codpiece_Q356_1558.jpg

78
SAGAS Y SERIES

el camino. La camarera lo perseguía ahora mismo.


Besji casi se cayó en el agujero del retrete. Adam la agarró justo a tiempo.
—¿No puedes poner estos niños a trabajar? —le pidió a Breanne, quien
trabajaba junto a algunos granjeros aquella tarde. —Después de todo, ¿en qué
problema se podrían meter si te están ayudando a aplicar zarzo y barro a esas chozas?

Al final del día, Breanne entró al gran salón donde Adam estaba a punto de
compartir una cerveza con Tykir y Rafn. Estaba más loca que un toro en época de celo.
Tiró a los niños en su regazo sin ceremonias.
—Intenta limpiarlos. Y toma nota, Sajón, este fue el último favor que me pides.
Y salió echando chispas. Adam comenzaba a notar que las hijas de Thorvald
eran maravillosas en salir echas unas furias de las habitaciones.
Adam, Rafn y Tykir miraron a los niños atentamente. Estaban cubiertos de la
cabeza a los pies con fango y paja… hasta la pequeña Besji. Al menos no tenían heridas
que él pudiera ver. Aquellos días tenía que agradecer aquel tipo de pequeñas
bendiciones.
Por supuesto, Tykir, se estaba riendo ruidosamente… incluso cuando captó un
vistazo de una sonrisa blanca y diabólica bajo la gruesa capa de embadurnamiento
sobre uno de los rezagados y descubrió a su propio hijo, Thork. Adam dudaba que
Alinor se divirtiera tanto.
Para colmo, Bolthor se acercó, captó la escena con su ojo bueno, y anunció:
—Adam, me das las mejores ideas para epopeyas nuevas. Creo que esta la voy a
titular 'Como Adam el Gallo se Ganó una Camada. '

Thorvald despertó por la tarde, sintiéndose débil como un bebé recién nacido.
¡Pero vivo! ¡Alabados fuesen los dioses!
—Bebida, —dijo apuntando a su boca.
Rafn, el único en la alcoba, pegó un salto, asustado.
—¡Está vivo! ¡Está vivo!
Thorvald se habría reído si no hubiera estado tan débil como orina de dragón.
En cambio, chirrió:
—Desde luego que estoy vivo, idiota. Ahora dame un poco de agua.
Rafn alzó ligeramente la cabeza del rey de la almohada y luego acercó una copa
de agua a sus labios secos.
¡Agua! ¿Qué tipo de bebida era esa para un señor vikingo? Pero no tenía fuerzas
para discutir, y en realidad el agua sabía maravillosamente deliciosa.
Se dejó caer contra la almohada y dijo con voz ahogada:
—¿Qué ha pasado?
Rafn se le contó,
—Fuisteis golpeado en la cabeza con una maza por esa rata danesa de Ivan el
Feo. Al parecer se os hinchó el cerebro, y habéis estado inconsciente durante semanas.
Todavía no lo entendía. Levantó una mano temblorosa hasta su cabeza
palpitante, donde unos paños de lino parecían cubrir alguna herida.
—Adam el Curandero fue traído aquí desde las tierras sajonas. Ayer por la
mañana os taladró un agujero en el cráneo para aliviar la hinchazón. Parece que
funcionó.

79
SAGAS Y SERIES

¿Taladró un agujero en mi cabeza? ¡Asombroso! Pero entonces, algo más que


Rafn había dicho lo sorprendió.
—¿Traído aquí? ¿Quién le trajo?
—Tyra. Le pegó en la cabeza con un sable, eso hizo, y lo llevó sobre su hombro.
—Rafn sonreía abiertamente mientras hablaba.
Thorvald sonrió también… o lo intentó.
—Esa es mi Tyra. Igual que su padre.
—Supongo que el curandero está totalmente resuelto a matarla —reflexionó.
—En realidad, creo que más bien le gusta.
—¿En serio? —El cerebro de Thorvald podría haber estado perjudicado, y
podría no estar pensando tan claramente como debería, pero era demasiado astuto
para no reconocer una oportunidad cuando la miraba a la cara. —¿Cómo se siente Tyra
hacia él?
Rafn se encogió de hombros.
—Creo que también le gusta él. Ah, intercambian palabras hirientes a cada
vuelta. Pero cuando ella no mira, él la observa como un lobo hambriento, y cuando él
no mira, ella le acecha como una loba hambrienta, también.
Thorvald no podía haber sido más feliz. Le había dado a Tyra, su primogénita y
la más querida, libertad para escoger con quien y cuando se casaría… en detrimento de
sus hermanas. ¿Finalmente terminaría la larga espera?
—¿Qué hay de su ascendencia?
—¿Recuerda a Selik y Rain… de Jorvik? Adam es su hijo adoptivo. Tykir de
Dragonstead, —quien ahora está aquí, por cierto—y Eirik de Ravenshire son sus
tiastros, o tíos adoptivos, algo así.
—¡Es bastante bueno! —Thorvald asintió, aunque sus ojos ya comenzaban a
cerrarse por el cansancio. —Aunque siempre quise que encontrara a un guerrero feroz
que tomara el mando por mí cuando me haya ido.
—¡Mi señor! —dijo Rafn con afrenta.
—Ah, no armes tanto lío, Rafn. Sé que tú y Vana vais a casaros en el momento
en que Tyra siente cabeza. Y sé perfectamente que quieres el trono más que cualquier
otro. Eso podría ser bienvenido.
Los rígidos hombros de Rafn se relajaron.
—Hay un problema, sin embargo
—¿Cuándo no lo hay? —dijo Thorvald bostezando. Luchó para mantenerse
despierto.
—Tyra se ha decidido por una campaña nueva. Renunciará a todos los lazos de
parentesco, y luego se unirá a la guardia de Varangian, quedando así sin marido y
dejando a sus hermanas libres para casarse.
—La muchacha siempre ha sido una cabezota.
—Como su padre. —No estuvo seguro si lo había pensado él o si Rafn lo había dicho.
No importaba.
—Parece estar decidida
No más que yo. ¿Quedarme sin mi primera niña? ¡Creo que no!
—Debes hacer varias cosas por mí, Rafn.
Su fiel capitán se inclinó más cerca para oír sus palabras susurradas.
—No le cuentes a nadie que he despertado, o que hemos hablado.
Rafn pareció confuso, pero asintió.
—Y tráeme un filete de verraco, con un cuerno de hidromiel… todo a
escondidas, desde luego.
—¿Mi señor? —Rafn estaba definitivamente confundido.
—Tengo un plan, —era todo lo que Thorvald dijo, ya que pronto estuvo
inconsciente otra vez.

80
SAGAS Y SERIES

—Lo que aquí necesitamos es un plan.


Drifa hablaba con tres de sus hermanas, y con lady Alinor, mientras la
ayudaban a ordenar unos ramilletes grandes de flores y hierbas recogidas, que serían
secadas y usadas de varias formas durante el invierno. Unas serían usadas como flores
aromáticas, otras aplastadas y convertidas en bálsamos, algunas más fragantes
mezcladas con juncos para colocar sobre los pisos de las habitaciones. Estaban en una
de las solanas superiores del castillo de madera… una del total de tres... gracias a la
obsesión de Breanne por construir.
—¿Qué tipo de plan? —quiso saber Vana. —Estábamos hablando de Tyra. Que
tiene eso que ver con… ah, ya veo.
—Un plan de boda. Para Tyra, —anunció Drifa. —Ya sabemos que le gusta
Adam, y que a él le gusta ella, aunque ninguno lo admitiría. La pregunta es, ¿cómo
podemos hacer que Tyra sea más deseable para el hombre? Irresistible, en realidad.
—¡Oh, me encanta! ¡Me encanta, me encanta esto! —dijo Alinor, aplaudiendo
con entusiasmo… lo que hizo que su hijo parpadeara, se retorciera en la cuna y luego
se volviera a acomodar para dormirse en las pieles suaves.
—Hmmmm, —dijo Breanne y sacó un pedazo de pergamino, una pluma, y un
pote de tinta. —Vamos a hacer una lista.
—Se viste como un hombre, —se quejó Ingrith.
—Bueno, eso debería ser el número uno, —sugirió Drifa. —Anota eso, Breanne.
Atavío femenino.
Durante una hora ó más charlaron sobre ello, haciendo sugerencias,
rechazándolas, y alabando varias ideas que conjeturaron. Al final, esta era su lista:

PLAN DE BODA PARA TYRA


1) Atavío Femenino
2) Desarrollar atributos femeninos: caminar con un balanceo de caderas, fruncir
los labios, coquetear, darse baños, no volver a rascarse la ingle.
3) Ser Agradable —Estar de acuerdo con todo lo que él dice, escucharlo
absortamente cuando habla, dejarle que lleve la conversación, sonreír mucho.
4) Actuar como una doncella en apuros.
5) La ausencia hace que el corazón quiera más.
6) Aprender trucos sexuales.
7) Si todo lo demás falla, ponerla celosa.

Lady Alinor discrepó vehementemente con la número tres.


—Convertiréis a Tyra en una doncella necia, y ¿qué atractivo hay en eso?
Breanne le preguntó a Ingrith:
—Bueno, si los hombres se sienten amenazados por las mujeres fuertes,
¿Exactamente cuánto tiempo deben actuar las mujeres como tímidas y dóciles?
Seguramente, no durante el resto de sus vidas.
Ingrith se rió disimuladamente.
—No, solamente hasta que estén casados.
La declaración de Ingrith al parecer persuadió a Breanne. Alinor fue invalidada
por 4 a 1.
Se rieron tontamente por el número seis, y se preguntaron dónde aprenderían
trucos sexuales que enseñarle a Tyra. Pero todas convinieron en que esto era esencial.
—En realidad, yo sé unos cuantos, —admitió Alinor con un rubor… un rubor

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que hizo que sus pecas destacaran como manchas de herrumbre sobre su piel ahora
rosa marfil.
—¿De verdad? —Sus hermanas estaban claramente impresionadas.
—Las plumas están implicadas en uno de ellos… y un traje de harén sedoso en
otro, completado con campanas… pero podemos hablar sobre esto más tarde.
Los hombros de las hermanas cayeron con decepción. Claramente, hablar sobre
sexo era un tema de eterno interés para las mujeres.
—Creo que deberíamos ir paso a paso. Tyra sospechará si intentamos que haga
demasiado tan repentinamente, —sugirió Breanne.
—Sí, y no podríamos lograr cada parte del plan. ¿Podría ser un objetivo
demasiado alto… o es un objetivo codicioso15? —dijo Vana con una sonrisa burlona. —
Así que sí, paso a paso.
—¿Cuándo comenzaremos? —preguntó Drifa, frotándose las manos
maliciosamente.
—No tiene sentido esperar —declaró Ingrith.
Todas asintieron con entusiasmo.
—Entonces estamos de acuerdo. Paso primero. Atavío femenino.

—Creo que necesitas un plan para seducir a la muchacha guerrera, —Tykir le


dio su opinión a Adam, después de su octava copa de hidromiel.
Adam comenzó a ahogarse y soltó un rocío de bebida en la mesa donde estaba
sentado con Tykir, Rafn, Rashid, y Bolthor. Era bien entrada la noche, y la mayor parte
de los habitantes de Stoneheim estaban en la cama desde hacía rato.
—Mejor que limpies ese trozo cuanto antes, —le aconsejó Rafn, —o Vana estará
aquí con su trapo de limpieza y una escoba con la que te golpeará la cabeza.
Estaba claro que Rafn estaba loco por la bella Vana.
Otro golpe en la cabeza era todo lo que necesitaba Adam.
—¿Qué te hace pensar que necesito tu ayuda a ese respecto? —le preguntó a
Tykir, refiriéndose a la seducción de Tyra.
—Has permanecido casto durante dos años, —le recordó. Rashid —¿No es
bastante razón?
—Juro, árabe tarugo, que si mencionas ese tema en compañía otra vez, te haré
algo que requerirá abstinencia de tu parte durante dos años… o quizás para siempre.
Rashid se estremeció, pero no por mucho tiempo.
—Conozco un proverbio perfecto que encaja con su situación. 'Lo mejor de la
castidad masculina consiste en que no dura mucho tiempo.'
—Esta es la epopeya de Adam el Menor, también conocido como Adam el
Casto, —comenzó Bolthor.
Todos rieron, excepto Adam, que gimió.

El hombre no fue hecho para permanecer casto.


Todo el mundo sabe que sería una gran perdida.
Si los dioses quisieran que un hombre se abstuviera,
¿Por qué darle una vara que cerebro no tuviera?
Eso se endurece ante el mero olorcillo,
De una moza con el estómago desnudo.

15
En inglés: lusty goal, que bien podría ser un juego de palabras con el vocablo del que deriva lusty, lust,
que significa lujuria a la vez que codicia.

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Y se alza hasta una nueva altura


Al ver un muslo cremoso.
Y cuando consigue un beso,
Está en la dicha absoluta.
Y cuando la espada encuentra su vaina,
¡Qué alivio divino!
¿Entonces, quién es el ser más inteligente?
¿El hombre que se revuelca en virtuosa lástima de sí mismo?
¿O el hombre que se deshace de su castidad odiosa?

—La razón por la cual creo que necesitas nuestro experto asesoramiento es
porque no estás haciendo ningún progreso con Lady Tyra, —continuó Tykir, como si
Bolthor no acabara de soltar uno de sus horrendos poemas.
Adam sospechaba que Tykir había recibido el impacto de muchas de las sagas
de Bolthor, y por lo tanto ya no lo desconcertaban.
Rafn levantó el índice para atraer su atención.
—No olvides el beso. Justo aquí, en el gran salón, la besó. En los labios.
—¿Estás bebido? —preguntó Tykir a Rafn.
—Probablemente, —contestó Rafn. —¿Lo estás tú?
—Probablemente.
—En realidad no fue un beso, —protestó Adam. —Solamente un pequeño roce
breve de los labios. No cuenta como un beso verdadero, a mi modo de pensar.
—Aaah, pero olvida el otro beso, —interpuso Rashid.
—¿El otro beso? —preguntaron Tykir, Rafn, y Bolthor.
—Sí, Alrek me lo contó todo. Al parecer se permitieron besos más intensos en el
banco junto al pozo, y estaban en posición horizontal, si entendéis lo que quiero decir.
Adam deseó que dejaran de discutir como si él no estuviese allí.
—¿Pero, besar, sobrino? ¿Eso es todo lo que has conseguido? ¡Tsk—tsk! Pareces
haber perdido tu destreza, muchacho mío.
—En realidad, escribí una epopeya una vez sobre un hombre vikingo que había
perdido su destreza. No recuerdo que escandinavo era. Ah, ya lo recuerdo, —
reflexionó Bolthor, luego miró directamente a Tykir.
Ahora fue el turno de que Tykir se retorciera en su asiento.
—¿Qué os hace pensar que quiero seducir a Tyra? —dijo Adam. —No estoy en
el mercado de esposas.
—¿Quién dijo nada sobre una boda? —se mofó. Tykir —Nos referimos a un
lecho, no a una boda. Y, como buen escandinavo que soy, pues bueno, siempre estoy
dispuesto a compartir mis secretos.
—Rashid, trae tu pergamino y una pluma. Haremos una lista, —sugirió Rafn.

PLAN DE SEDUCCIÓN PARA ADAM


1) Miradas ardientes
2) Elogios
3) Celos
4) Tocarla a menudo cuando pasa por nuestro lado
5) Conversaciones eróticas
6) Besarla hasta dejarla debilitada
7) Abordarla a solas
8) Regalos
9) Contarle cuentos sexuales
10) Ser cortés
11) Punto S Vikingo

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—¿Puedo escribir una epopeya sobre esto? —quiso saber Bolthor.


—¡No! —exclamaron todos a la vez.
—Alinor me matará, —dijo Tykir con un estremecimiento, luego sonrió
intensamente. —Tyra no tiene ninguna posibilidad.
Adam sospechó que era él quien no tendría ninguna posibilidad.

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Capítulo 9

Las hermanas de Tyra estaban actuando de manera muy sospechosa.


Habían preparado un baño para ella… en su propio dormitorio, nada menos.
Las cuatro habían arrastrado la tina mas grande de cobre por toda la escalera, y luego,
habian hecho tres viajes cada una, llevando el agua.
—Es lo menos que podemos hacer por ti, cuando has trabajado tan duramente
en los campos de ejercicio hoy, —dijo Ingrith.
Y Drifa se puso a rociar el agua con pétalos de rosa secos.
—Son solamente para dar un poquito de fragancia. —Tyra no tuvo corazón
para decirle, que ella no tenía ningún deseo de oler como una rosa. No había nada de
malo en el olor de piel clara, limpia, si me lo preguntas, pero vaya, nadie lo estaba haciendo.
Vana en ese mismo instante empezó a enjabonar el pelo de Tyra… siempre
habia sido una tarea muy aburrida porque sus mechones eran muy largos.
—Habia estado pensando en cortarmelo, —reflexionó Tyra en voz alta.
—¡No! —gritaron sus cuatro hermanas a la vez, y también Lady Alinor, quien
acababa de llegar al dormitorio, con un mensaje para Ingrith de que era necesaria en las
cocinas. Al parecer, había algún problema con unas natillas cuajadas. Más, Alrek había
anunciado su intención de ir a recoger los huevos al gallinero. Ingrith se fue corriendo,
deshaciéndose en disculpas —como si Tyra la necesitara para seguir con su baño.
—Entonces, ¿Qué piensas sobre mi sobrino Adam? —preguntó Alinor
repentinamente. Era tan difícil de imaginar a Alinor como la tía de Adam, cuando ella
era sólo unos años mayor que él.
Sus tres hermanas restantes miraron ceñudamente a la lady, como si ella
hubiera hecho una pregunta inapropiada. Pues claro que era inapropiada, pero
teniendo en cuenta que Alinor era una mujer franca. Y, la verdad, Tyra no puso mucha
atencion en la pregunta.
—Él es un imbécil.
Alinor aplaudió con sus manos, como si Tyra hubiera dado la respuesta
correcta.
—Asi es exactamente como llame a Tykir, antes de que él se convirtiera en mi
marido. Aunque, en realidad, todavía le suelo llamar imbécil en alguna que otra
ocasión. Ser imbécil es un rasgo masculino, sabes. Junto con la lujuria excesiva.
Todas sonrieron.
—Oí que secuestraste a Adam,—continuó Alinor.
—Sí, lo hice, pero fue necesario porque…
Alinor agitó una mano, indicandole que la causa no importaba.
—¿Sabíais que Tykir me secuestró en su tiempo?
—¿Lo hizo? —dijeron todas.
Alinor afirmó.
—Sí que lo hizo, que imbécil más dulce. —arqueó sus cejas hacia ellas con
énfasis.
Todas sonrieron mas ampliamente.
Qué insólita era esta lady. A Tyra le gustaría llegar a conocerla mejor, pero
desde luego esto sería imposible, cuando ella estuviera tan lejos, en Bizancio, formando
parte de la Guardia de Varangian.
—Sera mejor que me vaya tambien, para ayudar a Ingrith, —dijo Vana.
—Yo, también, —dijo Breanne. —Solamente déjame que eche otro cubo de agua
caliente. Relájate, ¿Por qué no lo haces, hermana? La cena no será servida hasta dentro
de una hora.

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—Hum, hum. —A Tyra se le cerraban ya los ojos, somnolienta mientras se


hundía dentro de la tina.
—A mi bebito le tengo que amamantar muy pronto, —añadió Alinor. A las
hermanas de Tyra les aconsejó, —Mejor recogemos la ropa sucia y mojada. La
llevaremos a la lavandería. Los cubos, también.
Despues de eso, llegó el silencio dichoso. No pasaba muy a menudo en la vida
de Tyra. Siempre estaba rodeada por el ruido y la gente, si no eran sus soldados o
marineros, eran los criados o su familia. No se había dado cuenta de que era un placer
sólo el hecho de tener un poco de tranquilidad.

Poco tiempo después, la tranquilidad de la recámara de Tyra fue alterada por


un grito agudo lleno indignación. El suyo.
—¿Cómo han podido? ¿Cómo han podido? —iba de un lado para otro en su
pequeña habitación, completamente desnuda, buscando sus prendas de vestir… sus
prendas de vestir masculinas. Pero el único artículo de ropa que habían dejado por allí
era un traje de seda carmesí. Ni su ropa de vikingo –ni el vestido camisero con el
mandil. Mas bien, era una prenda estilo fráncico16 con escote bajo y un cordón que
unía el corpiño cómodamente desde sus pechos hasta las caderas.
Desesperadamente buscó otra cosa con que cubrirse. Pero sus hermanas y
Alinor no le habían dejado ni la ropa de cama. No tenía elección. Tendría que ponerse
este vestido tan escandaloso… uno de su hermana Breanne, creía adivinar, porque ella
era más alta que el resto. ¡Bendita Freyja! Las iba a matar a todas.

Tyra estaba ausente del salón.


Adam odiaba el hecho de notar su presencia o su ausencia. Aunque tenía que
reconocer la verdad, le gustaba mirarla. Le gustaba hacerle bromas. Pero sobre todo le
gustaba besarla.
¿Le estaría evitando otra vez?
Probablemente.
Alinor le había dicho hacía bien poco, que Tyra le consideraba un imbécil, y se
estaba riendo mientras se lo comunicaba, como si él debiese estar contento... como si
fuera un elogio.
¡Mujeres! Que duro era entenderlas.
Un silencio inusitado se creó entonces en el salón. Alzando la vista, miró con
atención lo que habia en el extremo superior de la escalera, en el primer piso. La mujer
más magnífica que él alguna vez hubiera visto, atravesaba el salon entre las largas
mesas, yendo hacia el estrado donde él estaba sentado con Tykir, Alinor, Rafn, Bolthor,
y las hermanas. Ella era alta, muy alta, con el pelo rubio y suelto. Llevaba puesto un
vestido de manga larga, bastante escotado, de color carmesí que moldeaba un cuerpo
con pechos realmente espléndidos, cintura estrecha y unas caderas muy femeninas.
Era Tyra.
¿Quién lo hubiera sabido? ¿Quién lo hubiera sabido?
Adam puso una mano sobre su corazón que todavía bombeaba con locura.
Sintiendo calor por todas partes, y orgullo… pero que mucho orgullo… de su dama.

16
Fráncico proviene de franco. Los francos eran un pueblo germánico.

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¿Mi dama? ¡Aaarrgh! Ella no es mi dama. No tengo ningún derecho de estar orgulloso
de ella. ¿Cómo puede ser mi dama si soy un imbécil? Mi cerebro se está haciendo pedazos. No la
mires. ¿Cómo que no puedo mirarla? Oh, Dios, es tan grato mirarla.
—¿Dónde están mis hermanas? —fueron las primeras palabras que salieron de
su boca, y fueron dirigidas hacia él.
—¿Huh? —contestó, incapaz de mover su mirada de la enorme extensión de
piel que le atraía por encima de sus pechos. Sacudiendo su cabeza para intentar
aclarársela, miró a un lado y a otro, notando que Alinor y las hermanas de algún modo
habían desaparecido.
Ah, ahora lo comprendió. Ellas eran las responsables de la notable
transformación de Tyra.
—Siéntate, —exigió él, forzándola a que tomara asiento a su lado. —Estás
haciendo una escena.
—No será nada si la comparamos con la que voy a hacer cuanto ponga mis
manos sobre mis cuatro hermanas y cierta dama.
—Debías de agradecérselo —dijo, poniendo una copa de aguamiel en sus
manos. Necesitaba un buen trago, no que él le dijese esto.
—¿Y por qué dices eso? —preguntó ella con bastante frialdad.
—Te ves hermosa. Lo habrán hecho de broma, con el propósito de que así tú te
des cuenta de lo hermosa que eres.
—Eso es mierda de cerdo pura. No soy hermosa, y vestir ropas femeninas no lo
hara así. Pero esto es irrelevante. Soy demasiado alta para estas magníficas prendas
femeninas. La gente se está riendo de mí detrás de sus manos, con toda seguridad.
¿Cómo puedo llevar a mis hombres a la guerra vestida de este modo? —Agitó su mano
con aversión hacia la parte delantera de su cuerpo. Entonces ella se bebió el contenido
de su copa en un trago largo, eructando fuerte, y moviendo su mano para que se la
volvieran a llenar.
Adam apenas pudo reprimir una sonrisa burlona.
—Mientras sigas eructando y rascándote, dudo de que alguna vez tengas que
preocuparte por tu apariencia demasiado femenina ante los demás señores. Y, además,
¿No podrías llevar puesta ropa de distinta clase para tareas distintas… como Breanne
hace?
—Entonces, ¿Has notado el cambio de ropa en Breanne? —Hizo esa pregunta
como el que no quiere la cosa, pero él podía decir que si le importaba… especialmente
cuando ella se tomó otra copa de un trago e hizo señas para que le sirvieran otra más.
¿Era agonía lo que había aparecido en sus ojos? Él esperaba que sí. Le gustaba
la idea de que Tyra tuviera celos.
—Noto a todas las mujeres. Me gustan las mujeres, pero...
—Si te gustan las mujeres... ¿Por qué has permanecido casto durante dos años?
¿Todos tenían que hablar de su vida sexual? ¿Todos tenían que analizar y
sondear en sus emociones? Tal vez podría decírselo, o ella nunca le dejaría en paz. Con
un suspiro profundo, se lo reveló,
—Eso es por que yo estaba de luto… por mi hermana, Adela, quién murió hace
dos años. La amé más que a nadie en el mundo, pero no pude salvarla. No permanecí
casto por un objetivo. No era por ningún voto o algo así. Solamente, no estaba
interesado. —Él se encogió de hombros, incapaz de añadir mas, dejando solo los
hechos desnudos.
Tyra pareció entenderle. Colocó una mano sobre su antebrazo y se lo apretó con
conmiseración. No era su compasión lo que él queria, pero fue reconfortado al ver que
ella le entendía y se mantenía silenciosa por su pena.
¡Ya basta de tristeza!

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—Bueno, lo que te estaba diciendo, antes de que me interrumpieras, moza, es


que me gustan las mujeres, y noto a las bellezas, como tus hermanas, pero tú lo eres
más. Cuando estás en una habitacion, eres como una brillante y vibrante flor, y ellas se
desvanecen en comparación.
—Humph! Yo, ¿Una flor? No me lo creo ni por un momento. Pero es agradable
que me lo digas, —le concedió con una aspiración. Sin duda esto se debía a las tres
copas que ella había bebido, y que la incitaban a darle esa concesión.
—¡Ven! —dijo él, poniéndose en pie de repente y alzándola. —Quiero
mostrarte algo.
Ella se echó hacia atrás. —Están a punto de servir la comida.
—Volveremos enseguida, —le aseguró. —Y prometo que estarás encantada,
cielito.

Fueron a los establos.


¡En los establos, por el amor de Loki! El hombre la elogiaba por sus vestimentas
femeninas, y luego la llevaba al establo, había que jorobarse, de entre todos los lugares,
elegir éste.
Adam sostenía una antorcha de la pared con la mano derecha y con su mano
izquierda tiraba de ella, a través del callejón creado por los cubículos de los caballos
que estaban a ambos lados. Aunque hacía frío fuera, dentro estaba tibio por el calor
corporal que desprendían los animales.
—Mira allí, —dijo él, colocando la antorcha en un anaquel de la pared y
abriendo la puerta del último cubículo, el que estaba vacío. Bueno, no estaba
exactamente vacío. Entre los desperdicios había una gata y sus gatitos… de varias
semanas, creía adivinar Tyra.
Ella se arrodilló sobre la paja, haciéndoles carantoñas. Arqueando su espalda,
rozándoles y acariciándoles con los dedos.
—Gatito bonito, gatito bonito, —los arrullaba.
—Ves, te dije que te gustaría mi sorpresa, —dijo Adam, arrodillándose también
sobre la paja y recogiendo otro gatito. Éste no era tan dócil y luchaba para que no lo
cogieran.
La madre del gatito les siseó, luego se paró mirándoles fijamente, observando
todos sus movimientos, al parecer más tranquila por que ellos no querian hacerle daño
a sus crías.
—Realmente me gusta tu sorpresa, pero no entiendo por qué querías
mostrármela.
—Por este pequeñín… es por lo que te traje aquí. —Él le ofreció su brazo para
que así ella pudiera tener una mejor vision del gatito belicoso que le cabía totalmente
en la palma de su mano, y que estaba agitando sus pequeñas patitas, intentando
arañarle. Aparte de su naturaleza belicosa, era diferente del resto. Su piel era de color
gris plata con los pies y la nariz blancos, mientras que los otros gatos eran tan negros
como la noche. Y el pelaje del gato se mantuvo de punta mientras emitia un maullido
de desagrado.
—Justamente como tú, —explicó.
—Te pido perdón.
—Todos los gatitos son adorables, individualmente, pero éste es un luchador, y
siempre lo será. Éste se destacaba entre los desperdicios. Como se ve diferente, los
otros probablemente lo tratarán de manera diferente, lo que a su vez le hará que sea
más pendenciero e independiente.

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SAGAS Y SERIES

Tyra se hechó a reir.


—Es la cosa más extraña que alguna vez he oído. Espero que no lo consideres
como un elogio.
—A mí me ha parecido bastante bueno, —comentó, poniendo al gatito con su
madre en la parte de atrás y alzándola para ponerla de pie. —Creo que deberíamos
llamarle Warrior, como tu tocaya.
—¡Humph! ¿Cómo sabes que es una chica?
—¡Ty—ra! ¡Que vergüenza! Soy médico. Sé de estas cosas, —dijo él, alzando sus
cejas hacia ella.
Ella se rió.
—Entonces, ¿Nos estás comparando a mí y a mis hermanas con los gatos?
Asintió con la cabeza, pero podía notar que su mente estaba en otra parte…
probablemente en las inmediaciones de su expuesto pecho.
Ella debería de haber tirado de su mano, pero no lo hizo. Debería de haberle
empujado cuando él se inclinó hacia atrás contra la pared, arrastrándola, pero no lo
hizo. Debería de haber corrido para salvar su vida cuando vio como sus ojos cambian a
un azul humeante, pero no lo hizo.
—Ven a mis pieles esta noche, —urgió él, al mismo tiempo que pasaba sus
brazos alrededor de su cintura y tiraba, para que ella perdiera el equilibrio y se
apoyara contra él.
—No, —dijo ella.
—Hueles tan bien, —susurraba contra la curvatura de su hombro.
Sentir sus labios contra su piel desnuda, fue tan delicioso que le tomó un
momento el responder.
—Rosas.
—Uhmmm, —dijo él, independemente de lo que esto significara.
—¿Vas a besarme? —le preguntó, sorprendiéndose de que tuviera dificultad
para hablar.
—Indudablemente, —dijo. —¿Me dejarías?
Ella lo pensó un momento.
—Aunque preferiría ser la que llevara la varita en estos besos. ¿Me dejarías?
Él ni lo pensó por un momento.
—Sí.
—¿No te importa ceder ante una mujer?
Se percató de que él luchaba por reprimir una sonrisa burlona.
—Tyra, me gustaría ceder ante ti. Ninguna otra mujer. Tú.
Entonces muchas emociones pasaron a traves de Tyra.
Miedo… ella sabía que estaba pisando sobre aguas peligrosas.
Entusiasmo… nunca había iniciado un beso con un hombre antes, y, bueno,
alguna vez con un contrincante, realmente le gustó el desafío. ¿Seré buena? Oh, eso
espero.
Despertar… no entendía las sensaciones que la atacaban con la mera presencia
de Adam, pero le quería. Su feminidad parecía sintonizar con su virilidad y todos sus
sentidos aumentaban cuando él estaba cerca.
Los olores eran más aromáticos, como el olor particular de su piel, o su aliento,
que era sorprendentemente agradable.
La comida sabia mejor… sus besos seguramente eran deliciosos.
Su oído era tan agudo estos días que con el mero susurro de –Tyra—en sus
labios le parecia que tenía algún significado sensual.
Y su visión —la simple visión de él entrando en una habitación, causaba que su
corazón se acelerara. Y lo extrañaba cuando estaba ausente. La manera en que la

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miraba fijamente como ahora… con la misma intensidad salvaje que un gato… un gato
grande, era más estimulante que amenazador.
Finalmente, estaba el tacto. ¿Cómo podría hacer que algo tan suave como una
pluma sobre sus labios o la ligera presión de sus dedos en su brazo hiciera que sus
pechos se hincharan y su sexo le doliera?
Durante días, Tyra había luchado contra todas estas emociones… signos de
debilidad femenina, de eso estaba segura. Pero ahora que parecía saborear su
feminidad, estaba a punto de entrar de buen grado en la guarida del lobo.
Se inclinó hacia delante, de manera que sus pechos presionaran contra su
pecho, colocando sus manos detrás de su cuello. Él era sólo unas pulgadas más alto
que ella; encajaban el uno con el otro. Muy bien.
Él la miró fijamente, sin decir nada. Sin hacer nada. Él le estaba permitiendo
dirigir este juego. Pero ella vio por la tensión de su mandíbula y por los espasmos de
los orificios de su nariz que él no era inmune, y esto la hizo controlar sus nervios. Bien,
tenia que admitirlo, los tres aguamieles que se había bebido probablemente también la
habían hecho controlar sus nervios.
Al principio, solamente colocó sus labios contra los suyos, se movió,
reacomodándose antes que consiguiera la posición deseada. Entonces se apretó, y se
movio, y apretó.
—Tyra, —dijo él contra su boca.
—¿Qué? —preguntó ella distraídamente, deseando reanudar sus exploraciones.
—Se supone que debes cerrar los ojos.
—¿Yo? ¿Entonces cómo voy a saber que pasa?
Él se rió, y sintió la ondulación deliciosa de su alegría contra su boca. Otra
nueva sensación. Le gustaba esta.
—Siente el beso. No lo mires. Siéntelo.
—Oh, ya veo. —Ella perfilaba los contornos de sus labios con la punta de su
lengua mientras hablaba. Pensó que él hizo un gorjeo… de placer, al menos eso
esperaba. Pero entonces otro pensamiento le vino espontáneamente. —¿Cómo sabías
que mis ojos no estaban cerrados? ¿Estaban los tuyos abiertos? Eso no me parece justo.
Él se rió otra vez, causando más de aquellas maravillosas ondulaciones contra
su boca, especialmente cuando él mordió su labio inferior con los dientes. —Solamente
estaba comprobándolo.
Y entonces cerró los ojos, y él cerró los suyos (ella lo comprobó), y el beso fue
mucho mejor, tal como él había dicho.
Sus anteriores besos todavía estaban impresos en su mente, e intentó
recodarlos. Moviendo su boca contra la de él. Lamiendo sus labios. Mordiéndolos
ligeramente. Sumergió su lengua dentro de su boca y casi se desmayó por la intensidad
de su placer. Él debía de estar casi por desmayarse también, si sus gemidos eran una
indicación. En algún punto, ella no pudo decir cuando, Adam empezó a participar en
los besos. No encargándose exactamente. Pero sí dando y tomando. Jugando. Le gustó
eso. De hecho, comenzaba a gustarle en exceso este hombre.
Él estaba tan aturdido como ella por este increible ejercicio de besos, por lo que
ella no notó cuando él empezó a aflojar el cordón de su vestido, que se cerraba
alrededor de su cuerpo sobre el abdomen y las caderas. Cuando sintió el aire sobre sus
pechos desnudos, ya era demasiado tarde.
¿Cómo podía una mujer resistirse a la mirada hambrienta de un hermoso
hombre cuando este miraba su cuerpo?
—No te muevas, —le pidió mientras tiraba del escote y las mangas de su
vestido hacia abajo por su cintura y sus muñecas respectivamente. La verdad, no
podría haberse movido ni aunque hubiera querido; ya que estaba atrapada por los
límites del vestido.

90
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Luego, él tocó sus pechos. Ligeramente. Con las yemas de sus dedos él remontó
los globos redondeados, hasta las aréolas rosadas, abarcando sus endurecidas puntas.
—Tan hermosa. Tan hermosa, —susurraba.
El placer era más de lo que podía aguantar. Arqueó su cuello, e instintivamente
presionó sus pechos hacia delante, para que recibieran más atenciones. Él se las dio, y
más de las que alguna vez hubiera esperado. Ahuecando sus pechos por debajo, los
levantó, apoyándose, tomó el hinchado pezón derecho en su boca y chupó
profundamente.
Con un quejido, ella se hundió en la paja. Él fue con ella, sin dejar que escapara
su pecho de su boca. Una y otra vez, amamantó su pecho con un ritmo que era una
deliciosa agonía, alternando el chupar con un pellizco ocasional con sus dientes o un
rápido movimiento de su lengua.
Entonces, él levantó la cara, prestándole atención e igual castigo a su pecho
izquierdo.
Tyra sintió como si flotara, flotara, flotara hacia Valhalla… o algún cielo
desconocido.
Pero en mitad de su excitación sexual, comprendió que lo que había
comenzado como un juego de besos por su parte, se había convertido en algo
totalmente diferente. Era la única que estaba obteniendo placer, mientras que Adam no
cosechaba ninguna recompensa.
Respirando profundamente para aclarar un poco su excitacion, le agarró la
cabeza por los dos lados, tirándole del pelo, levantándole de su cuerpo para así poder
ver su cara.
Sus ojos estaban vidriosos por la pasión, con la boca mojada y jadeante.
—¿Qué? —preguntó él con voz ronca. —¿No te gusta lo que estoy haciendo?
Su instinto le decia que negara sus sentimientos, pero fue honesta, y lo
admitió,
—Me gusta lo que me haces, pero… pero… bueno, es tan unilateral.
Sus ojos se agrandaron por la sorpresa, hasta que finalmente lo entendió.
—Ah, dulzura, ¿Es que no lo sabes? La pasión de una mujer es el mayor placer
para un hombre.
—¿De verdad?
Asintió con la cabeza y empezó a incorporarse.
—Sin embargo, me alegro de que me parases. Perdí el control.
Incorporándose también, empezó a ajustarse el vestido. La decepción resonó
como una campana de entierro. Él no la quería después de todo.
—¿Perder el control es bastante malo?
Él giró su mirada hacia ella y rió suavemente.
—No, perder el control es bueno… en una situación idónea. Pero no tengo
ninguna intención de tomarte la primera vez en el suelo de un establo.
¿Tomarme? A Tyra no le gustó como sonaba eso.
—¿Qué te hace pensar que me tomarías? Quizas sería yo la que te tomaria a tí.
Él sacudió sus manos en el aire.
—Eso me viene igualmente bien a mí.
Entonces los dos se levantaron, ayudándose a ponerse la ropa derecha,
quitando alguna arruga y retirando trozos de paja.
—¿Quieres llevarte tu mascota al castillo contigo? —pregunto Adam.
—¿Qué mascota?
—El gatito.
—Adam, —dijo ella soltando un largo suspiro, —¿Por qué tengo que seguir
recordándotelo? Soy un soldado. Debo planear los ataques. Tener un gatito
siguiéndome los pasos no me daría seriedad en mi cometido.

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Él solamente se rió de ella, sin creer ninguna palabra de lo que decía.


—Además, Vana no permite mascotas dentro.
Él todavía se reía.
Mientras ellos iban caminado hacia el gran salón, Tyra aventuró el pensamiento
que había estado perturbándola.
—Esta rara atracción que hay entre nosotros, ¿tienes idea de a qué se debe? Lo
digo porque, la verdad, no me gustas mucho.
Él se rió dándole un golpecito juguetón bajo la barbilla. Nadie en toda su vida
había hecho eso con ella antes… carantoñas juguetonas. Pero claro, nadie en toda su
vida se habia amamantado de sus pechos hasta hacer que su sangre se prendiera en
llamas.
—Sí, es raro, —estuvo de acuerdo. —Y hace tiempo, a mí tampoco me gustabas
mucho.
Debería de sentirse insultada, pero no lo estaba.
—Tal vez esto ha ocurrido esta noche porque yo he bebido demasiado, —
sugirió ella. —O por la tensión creada por la enfermedad de mi padre.
—Quizás, —dijo él, pero sin mucha convicción. —Por otra parte, tal vez fuera
porque esta noche te he visto con ese vestido tan provocativo. O porque he estado casto
durante mucho tiempo. —Esto también lo dijo sin mucha convicción.
Todas eran excusas normalitas: tensión, un vestido provocativo, la cabeza
embotada por la cerveza, castidad en exceso… explicaciones perfectamente lógicas
para un comportamiento ilógico.
Ni ella ni Adam creyeron lo que decía el otro.

—Deberías de haber copulado cuando tuviste la posibilidad. —Alrek hizo la


vergonzosa sugerencia mientras los dos caminaban hacia el dormitorio del rey,
después de haber acabado de comer.
—¡Alrek! —dijo Adam amonestándole. —¡Vaya cosas dices! ¡Sobre todo para
un muchacho de tu edad!
—Sigo diciéndotelo, no soy un muchacho. Soy un hombre.. casi.
—¡Entonces, qué se le puede decir a un casi… hombre!
—Sobre esto, nada, pero era un poco raro lo que los demás estaban diciendo en
el salón anoche cuando tú y Lady Tyra regresaron del establo, trayendo la cara roja y la
ropa descolocada. Parecía que habiais estado trabajando en el... heno, eso fue lo que
dijo un soldado. Pero el tío Tykir dijo, —Que no, que el muchacho había obtenido esta
paja de otra manera un poco mas lenta, que podía distinguir cuando el heno no había
sido rastrillado aún.
—Ahí fue cuando Lady Alinor le golpeó con un hueso de jamón. Y Bolthor cree
que has perdido definitivamente la destreza de hace años. ¿Cuál es esa destreza de
todos modos? ¿Quieres que te ayude a encontrarla?
Adam tenía un dolor de cabeza inmenso… uno de eso en los que parecía que su
cabeza se partiría.
—¿No tienes ningún sitio donde ir esta mañana, Alrek? Seguramente tienes
algo mejor que hacer que estar conmigo en la habitacion de un enfermo.
—No, no tengo nada que hacer. Es mi día libre, —dijo Alrek con alegría. —Pero,
en realidad, si hay una razón para ir a la cámara del rey. Tenia la esperanza de que
espertara… y…
No era normal que Alrek vacilara cuando hablaba. Y esta vacilación picó la
curiosidad de Adam.

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—¿Y a que se debe, Alrek?


—Quería intentar conseguir alguna moneda más del rey este año. Besji, y
Kristin y Tunni, todas necesitan ropa nueva. Y la verdad, a mí me gustaría comprarme
una espada.
¿Una espada? ¿Qué sería después?
—Y quizás también una lanza lo suficientemente larga.
El muchacho iba a matarse.
—Bien, el rey no ha despertado aún, e incluso si lo hiciera, no estoy seguro de
que sea el momento para sacar este tema a colacion. Él tendrá cuestiones más
importantes que tratar. ¿No podrías acercarte a ver al administrador del rey, o a Lady
Tyra?
Alrek sacudió la cabeza.
—Mi arreglo es algo personal… con el rey.
Adam metió una mano en la bolsa en su cinturón y le dio a Alrek una moneda.
—Toma. Aquí tienes esto.
Alrek se alejó de un salto de él. —No, No tomaré la caridad de nadie. De la
familia si podría.
—Con esto, golpeó su talón y escapó.
Pues muy bien, ¿No es estupendo? Ahora he ofendido a un muchacho de diez años…
más bien a un casi—hombre de diez años. Él se rió ante su propia corrección mental.
—¿De que te estás riendo? —le preguntó Tykir cuando entró en el dormitorio
del rey. —Me parece que no tendrías que estar feliz hoy… no después de lo de anoche.
¡Ha, ha, ha!
—Ya sabes, Tykir, pero que boca más grande tienes. Oí lo que dijiste en el salón
anoche.
—¿Yo? ¿Yo? —Tykir se reía estrepitósamente. Él se alejó cuando Adam se
aproximó para darle un puñetazo en el brazo.
—Shhhh! —dijo el Padre Efrid. —Tengan un poco de decoro ante el sufrimiento
del rey.
Adam y Tykir agacharon sus cabezas, mientras que Rashid, Rafn, y Bolthor
sonrieron con gusto por su incomodidad.
—¿Ha despertado otra vez? —pregunto Adam a Rashid.
—Él tiene periodos de consciencia, pero nunca por mucho tiempo. Por lo
menos, no mientras he estado aquí, —dijo su asistente, colocando los instrumentos de
Adam y los medicamentos sobre un limpio tapete de lino sobre la mesa.
Todos se retiraron hacia atrás para que pudiera explorar al paciente. Alguien
debía de haber estado antes para bañar al rey, porque olía a jabón perfumado de pino
de Drifa, y llevaba ropa limpia, aunque ésta solamente fuera una túnica holgada y sin
cintura. Incluso su barba canosa había sido recortada.
—Su color de piel ha mejorado, —comentó Adam, más para él que para los
demás que estaban en la habitación. —Y Ingrith me dijo que había logrado que tomase
un tazón enterito de caldo de ternera hoy. Si solamemte recobrara el conocimiento
durante periodos de tiempo más largos.
—Él me habló un poco ayer, —le informó Rafn. —Quiso saber que había
pasado. Sobretodo, el que habló fui yo, pero él pareció ser consciente de su entorno.
¿Es normal que un hombre 'duerma' tanto después de una operación?
El discurso largo y tendido de Rafn le pareció extraño, aunque Adam no sabría
decir la razon, ni el por qué. Quizás fuese porque él le había evitado con sus ojos, en
todo momento. Adam tenía una ligera sospecha sobre la persistente inconsciencia del
rey, pero esta era demasiado estrafalaria, incluso para este pícaro rey.
Adam cambió la venda de lino que tapaba la herida de la cabeza, comprobando
los ojos, la boca y los oídos del Rey, y escuchado el latido de su corazón. Todo le

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parecía normal… o tan normal como un hombre podría estar, con un agujero en su
cabeza.
Él dio un paso alejándose de la cama y dijo,
—Me quedaré con él durante unas horas. Puede que despierte mientras estoy
aquí. Me gustaría ver como reacciona.
—Uh, Maestro, ¿Sabe que la gente está haciendo cola para obtener sus servicios
médicos? —le informo Rashid.
—Como dije, permaneceré aquí unas horas. Esta tarde atenderé a algunas
personas, —dijo firmemente. —Por favor, Rashid, que no sean demasiadas, por ahora.
—Había un mensaje oculto en su última declaración… una súplica hacia su ayudante
para que entendiera que él tenía que ir despacio en la práctica médica… que todavía
tenía dudas para llevarla a cabo.
Rashid asistió.
Aunque nadie se marchó enseguida. Él y Rashid recogían sus instrumentos,
dejando a un lado los artículos que deberían ser destruidos y los que deberían ser
hervidos para utilizarlos de nuevo.
—¿Planeas casarte con Tyra? —pregunto Rafn a bocajarro.
—¿Huh? —Ahora, da una respuesta realmente inteligente. —Te has sobrepasado,
Rafn.
—Sé que te sientes atraido… no intentes negarlo. Y, si me sobrepaso, es por una
buena razón. Quiero casarme con Vana. Llevo cinco años esperándola. Y la única razón
que se interpone en nuestro camino es Tyra.
—No es responsabilidad mía preparar el terreno a las parejas de enamorados.
—No puede ser tu responsabilidad, pero si tienes la intención de casarte con
nuestra lady, entonces si, apreciaría el saberlo. Por el Santo Thor, hombre, ahorraría
angustia a las hermanas de Tyra y a muchos guerreros Stoneheim si tu pudieras
quedártela.
—Esto no dice mucho de Tyra, ¿no crees? Ella ha sido una buena señora para
todos, en el lugar de su padre, ¿Y es así cómo se lo agradeces? Haciéndola sentir menos
que una mujer… y menos que un líder. ¿Alguien le ha preguntado a Tyra lo que ella
quiere?
La habitacion quedó en un silencio atronador.
Finalmente Tykir hizo notar,
—¿Estás defendiendo a la moza? Uh—oh. Me parece serio.
—Creo que escribiré una fábula sobre los hombres que no saben lo que ellos
quieren, —dijo Bolthor.
—Creo que te lanzaré al foso, —replicó Adam.
—Creo que me gustaría verte intentarlo, —contestó Bolthor.
—Hay un proverbio famoso que le viene que ni pintado a todo esto: 'Triste es el
hombre que busca latón por todo el mundo y encuentra oro en su propia tienda', —dijo
Rashid.
—¿Qué diablos significa eso? —gruño Adam. —Vaya, no importa. —Se volvió
hacia Rafn. —En respuesta a tu pregunta, no, no tengo ninguna intención de casarme
con Tyra… o con alguna otra mujer. Puedo entender perfectamente como debe de
sentirse Tyra, con cada uno de vosotros quejándose todo el tiempo. Nunca quise volver
a ejercer la medicina y sin embargo aquí estoy, en medio de una enfermería, con una
cola de enfermos que nadie sabe donde acaba. Recibiendo opiniones por un lado,
opiniones por otro, todos decidiendo sobre mi persona. Ahora quieres iniciarme en el
matrimonio. Bien, pues ya he tenido mas que suficiente. ¡Todos fuera de aquí y
dejadme en paz!
Las mandíbulas de los cuatro hombres quedaron colgando despues de su
arrebato. Pero al menos, captaron el mensaje y se marcharon con un pasmoso silencio.

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Una vez que ellos se fueron, Adam se dio la vuelta hacia la cama. Él podría
haber jurado que había una sonrisa sobre los labios del anciano.

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Capítulo 10

—Tienes que coquetear, —le dijo Vana.


—¡Por el amor de un troll! ¿Me sacaste del campo de ejercicio sólo para decirme
eso?
—Si quieres al hombre, tienes que tomar algunas medidas más drásticas.
Coquetear, esa sería una solución.
—¿Qué te hace pensar que quiero al hombre? —Tyra se limpiaba el sudor de su
ceja con su antebrazo. Dos horas de lanzamiento de lanza y todavía no podía dejar de
pensar en el pícaro que la había llevado a los establos. Y al estúpido gatito que
mantenía a su alrededor. Había tenido que encerrarlo con llave en el establo,
finalmente, cuando la siguió hasta los campos de ejercicio, donde habría sido
seguramente atravesado por una lanza.
No era que ella se preocupara por el pequeño y sarnoso gato. Aunque éste se
llamaba igual que ella.
—Por favor, Tyra, dame algún crédito en esta materia. Volviste anoche de los
establos con el pelo que parecía un henil, y Adam no venía mucho mejor. No quiero
avergonzarte, hermana, pero juraría que tenías las raspaduras de su barba en tu pecho.
Y los dos veníais jadeantes.
¡Oh… mi…! Valhalla!
Rafn estaba a punto de pararse alli, con un hacha en una mano y con Alrek en la
otra. Él llevaba al muchacho que se retorcía, por el pescuezo. Tyra no quería saber lo
que Alrek había estado haciendo ahora. Tampoco quería saber de dónde venía Thork,
el hijo salvaje de Tykir y Alinor, en este momento. Lo que Alrek no necesitaba era que
le plantaran mas ideas sobre travesuras en su cabeza, y Thork era por si mismo un
pillastre. Diablura y caos… es lo que eran aquellos dos. Bolthor debería de escribir una
saga sobre ellos.
—Buen día tengas, Vana, —dijo Rafn arrastrando las palabras.
—Buen día tengas, Rafn, —dijo Vana arrastrando las palabras tal como había
hecho él.
Rafn le guiñó un ojo a Vana.
Vana agitó sus rubias pestañas hacia Rafn.
Tyra pensó seriamente que iba a echar el contenido de su estómago.
Una vez que Rafn se hubo ido, Tyra le dijo a Vana,
—Si piensas durante un momento que voy a comenzar a agitar mis pestañas a
cada hombre como una criada con la cabeza hueca, entonces, seguramente es que estás
ya demente. ¡Coquetear! ¡Hah! Eso no está en mi naturaleza.
—Tyra, Tyra, Tyra, —Vana suspiró. —El flirteo está en la naturaleza de cada
mujer. Pero no es sólo el agitar las pestañas, aunque esto a mi siempre me funciona.
Inténtalo algún día.
Los ojos de Tyra se abrieron sorprendidos al ver como Vana apretaba sus labios.
—¿Y qué voy a conseguir con eso? Salvo parecerme a un pescado hinchado.
—¡Tsk—tsk! Abre tu mente a alguna sugerencia, Tyra. Cuando una mujer hace
algun mohín con su boca de esta manera, los hombres piensan en besarte.
—¿Estás segura que ellos no piensan en peces… o que te has comido una
manzana ácida?
—Y has de parar esa manía que tienes de rascarte. Realmente, Tyra, ¿Cómo
podrías pensar en abordar a algún hombre si te estás rascando de forma vulgar tus
partes?
—Los hombres lo hacen.

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SAGAS Y SERIES

—¡Aaarrgh! ¿Me estás escuchando? Trato de hacerte parecer más femenina, no


mas viril.
—¿Por qué?
—¿Realmente, tienes que hacer esa pregunta? Lo que tienes que hacer es
seducir a un hombre y casarte, así el resto de nosotras podremos descansar y tener
vidas propias.
—En otras palabras, las mismas viejas tonterías.
Podia sentir que Vana quería alzar sus manos al aire con exasperacion, pero su
hermana tomó varias y profundas respiraciones para tener paciencia.
—Una última cosa… y, sí, sé que yo no debería darte demasiados consejos sobre
la sabiduría femenina tan rápidamente, pero, Tyra, debes cambiar tu forma de
caminar.
—¿Mi caminar? ¿Qué le pasa a mi forma de caminar?
—Tú te pavoneas, querida. Una mujer debería balancearse elegantemente
cuando camina. —Vana miró a izquierda y derecha, entonces recogió uno de los
múltiples ladrillos que Drifa había colocado alrededor de un cerezo recién plantado.
—Mira esto, —Vana la instruyó. Entonces ella colocó el ladrillo sobre su cabeza,
colocando sus brazos pegados a su cuerpo, y poniéndose a andar en línea recta,
primero en una dirección, luego hacia atrás otra vez. Vana lo hizo, en efecto, parecía
elegante, y, bendito Thor, sus caderas se balanceaban en realidad con bastante soltura.
—Yo nunca podría hacer eso, —afirmó Tyra.
—Sí, puedes, —insistió Vana, colocando el ladrillo en la mano de Tyra. —
Practica.

Tyra estaba pasando apuros para concentrárse en arrojar la lanza el resto de la


mañana, por que todo lo que podía hacer era verse en su imaginación con un ladrillo
en la cabeza. No, esto no era todo lo que veía. También veia a cierto—hermoso—y—
muy—real curandero sajón con la boca en su pecho.
¿Podría realmente aprender a coquetear? ¿Y caminar balanceando las caderas? ¿Y a
fruncir mis labios? ¡Nunca! ¡Nunca jamás! Bueno, quizás alguna vez. ¡No, nunca, nunca,
nunca!
Sálveme, Odin, rezaba.
Pero todo lo que escucho en su cabeza fueron las carcajadas de Loki.

Adam se dirigía hacia el solar justo antes del mediodía, cuando vio a Tykir y
Bolthor acercándose a él.
Se había sentado con Thorvald durante tres largas horas, y ni una sola vez se
había despertado el rey, para consternación de Adam. Y ahora era el momento de
tratar a algunos de sus otros pacientes.
—Adam, quiero darte algún que otro consejo masculino, —dijo Tykir, a la vez
que caminaba junto a él. Bolthor niveló su zancada a su lado.
—Marchate, tío.
—He tenido muchos más años de experiencia con mujeres de los que puedes
tener tú, y créeme lo que te digo, el espécimen femenino es difícil de entender.
Deberías de escucharme, —expuso Tykir.
—Marchate, tío.

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SAGAS Y SERIES

—Antes de Alinor, tenía reputación de ser un buen amante. Incluso ahora, estoy
seguro de que Alinor me respaldaría sobre este tema… si la atrapas en un día bueno,
claro.
—Excepto por aquel tiempo en el que perdiste tu destreza, —le recordó Bolthor
a Tykir.
—Los dos, marchaos. No quiero ni necesito vuestro consejo.
Tykir ignoró completamente sus protestas y siguió con el tema.
—Ya sabemos que dominas el arte de besar a una simple moza, como fue
evidente antes de esta última noche. Y ya sabes la importancia de atrapar a la moza
sola, también lo sabemos basado en esta ultima noche. Debes actuar rápidamente para
seducir a la moza, por que si su padre se entera… en ese caso, te verías obligado a un
matrimonio forzado por comprometer a su hija. Realmente, si el rey vive o muere, esto
hace que tus posibilidades de caer sobre sus pieles de cama disminuyan con cada día
que pasa.
Gracias a Dios ellos no saben sobre el pacto que he hecho con Tyra. Estaré en las pieles
de su cama, seguro. Bueno, yo estoy bastante seguro.
—Hemos decidido que debes dirigirle mas miradas ardorosas a Tyra, —dijo
Bolthor.
—¿Quién sois vosotros?
Tykir agitó una mano de manera confiada.
—Yo, Bolthor, Rafn, Rashid.
—¿Habéis estado hablando sobre mi vida sexual entre vosotros? ¿No tenéis
nada más que hacer con vuestro tiempo?
—Nos preocupamos por ti —dijo Tykir. Y probablemente era cierto lo que
decia.
—He escrito un poema para aconsejarte, —añadió Bolthor. Y aquella expresión
soñadora que cubrió su cara le indicó que otro poema horrible estaba a punto de salir
de sus labios.
Tykir sonreía abiertamente ante la incomodidad de Adam antes de que Bolthor
le dijera,
—Podrías aprender de esto, tu también, Tykir.
Tykir se sonrojó. Él, realmente se sonrojó.
—Lo he llamado 'Las Reglas Viriles del Amor.'

El hombre es una criatura estúpida


cuando se trata de conocer a las mujeres.
Pero los ancianos dicen:
hay un camino
para ganar y apresar a una mujer.
Dale calor.
Bésala mucho.
Gánatela con palabras,
Muchos elogios seran vertidos.
Entonces, insinúate con indiferencia,
incluso, si es sólo un pretexto,
Tócala con frecuencia cuando esté a tu lado.
Pronto sus sentidos cantarán.
Y si todo lo demás falla…
Implora.

—Espera un momento, Tyra.

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SAGAS Y SERIES

Fue Adam quien la llamó. Mortificada por su comportamiento de la noche


anterior, ella lo había estado evitando. Él la había atrapado al atardecer cuando estaba
a punto de dirigir a sus hombres a examinar la frontera, al sur, donde algunos viles
daneses habían sido avistados desde el pueblo mas cercano a la frontera.
—¿Qué deseas, Adam? Debo darme prisa. —Ella no le miraba cuando habló. Si
lo hubiera hecho, sabría que estaba sonrojada.
—Ven, siéntate aquí en este banco solo durante un momento. Debo hablar
contigo sobre las necesidades de Alrek.
—¿Alrek? —Vaya, eso era una sorpresa. No estaba segura de lo que había
esperado que Adam dijera, pero no eso. —¿Qué ha hecho ahora?
—Nada. Bueno, él ha hecho algo… recientemente recolocó todos los frascos de
cerámica en mi bolso médico, y ahora Rashid debe rebuscar entre todos para saber cual
es cual. Pero no es por eso por lo que te llame ahora.
Tyra miro a Adam, y eso fue un error. Un gran error. Él llevaba puesta una
simple túnica marrón y unas calzas marrones sujetas con un cinturón de cuero,
tambien de un simple marrón, pero, la verdad, no había ni una pulgada de este hombre
que fuera simple. Él tenía simplemente la altura correcta. Tenía el abultamiento justo
en los músculos de los brazos y las piernas… y, bueno vale, en otras zonas en las que
ella no se atrevía ni a pensar. Y su cara era una escultura hecha por los dioses. Ningún
hombre debería de tener esa cara.
Pero entonces, notó algo más. Una pequeña marca, una mordedura en el cuello.
¿Sería de ella? Bueno, ¿De quién más?
—Alrek tiene un arreglo con tu padre por el cual él se entrena para ser un
vikingo y, a cambio, una vez al año le dan una moneda de plata.
—¿Mi padre consintió en pagarle por hacer todos los desastres que hace?
Adán se encogió de hombros.
—El punto es, que ha venido para que le paguen. Tu padre está casi muerto
para el resto del mundo, por así decirlo. Y Alrek necesita la moneda para ayudar a su
familia.
—Le damos todo lo que necesita, —dijo ella ultajada.
—Por lo visto no.
—¿Por qué no vino él a mí?
Adam se encogió otra vez de hombros.
—Orgullo.
—Es mucho orgullo para un muchacho tan pequeño.
—El orgullo no tiene edad, mi señora… ni sexo. —Él extendió una mano y tiró
de un hilo que se desprendía de su túnica… lo que trajo a su mente, otros derroteros
por los que él había transcurrido la noche anterior. Luchó contra ellos, pero no pudo
contener el rubor que calentó su cara otra vez. Entonces, como si inconscientemente él
hubiera confundido sus sentidos una vez más, él continuó, —Traté de darle una
moneda, pero él no la aceptará de mí.
—¿Qué esperas que haga?
—Encuentra un modo de darle la moneda sin herir su orgullo.
Ella afirmó con la cabeza. Podría hacer eso. Quería hacer eso.
—Eres un hombre contradictorio, Adam.
—¿Tú crees?
—Estás claramente enojado con Alrek, y otros piensan que es como la peste, y
aún así, aquí estas, poniéndote de su parte. Luchas poderosamente contra tu destino en
cuanto a la medicina, y aún así, pasas muchas horas del día sirviendo a mi gente. Eres
un sajón, y aún así, tienes el espíritu de un vikingo.
—Probablemente tienes razón, —concedió, para su sorpresa, —Pero puedo
pensar todavía en otros caminos dónde tambien estoy acribillado por las

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SAGAS Y SERIES

contradicciones. Me disgustan tus modales hombrunos, y aún así, tú me gustas. No


quiero una relación permanente contigo, o con cualquier mujer, y aún así voy detrás de
ti, olfateándote como un perro lujurioso. Intento concentrarme en tus modales
maleducados, tan característicamente masculinos, pero todo que puedo ver es la mujer
que hay en tí. ¿Puedes entender esto?
Ella no podía.
Pero la mujer en ella si lo hizo, y estaba exultante.
Tyra se alejó de él, y él disfrutó del acontecimiento enormemente.
En su túnica y sus apretadas calzas, sus caderas fluían de un lado a otro de un
modo bastante atractivo. ¿Tenían las hembras alguna idea de los sensuales que eran
sus culos al ser vistos por los hombres desde este ángulo? Si ellas lo supieran,
probablemente siempre retrocederían ante los hombres. No pudo dejar de mirarla
boquiabierto.
—Tyra, —la llamó. —¿Por qué caminas de esa manera?
Ella se paró y miró hacia atrás desde su hombro.
—¿Cómo?
—Como… como si tuvieras un ladrillo en la cabeza.
—¿Un ladrillo? —ella casi se ahogó, y se giró para enfrentarlo directamente,
aunque estuviera un poco lejos. Él todavía estaba sentado en el banco. —Esto es
ridículo. ¿Un ladrillo? Ha, ha, ha. —En su cara floreció una sombra encantadora de
color rosado, como si fuera culpable de alguna maldad.
¿Una maldad que implicaba su manera de caminar? No, no podía ser.
—Debe ser la cota de malla que llevo puesta, —explicó ella, todavía ruborizada
profusamente.
—¿Cota de malla? ¿Por qué llevas puesta la cota de malla? —pregunto él, con
alarma en su voz.
—Me voy lejos para comprobar nuestras fronteras con mis hombres. Algunos
proscritos daneses han estado haciendo incursiones en el área.
—¿Es peligroso?
—Por supuesto que es peligroso.
—No vayas, —dijo impulsivamente, antes de que pudiera morderse la lengua.
—¿Qué no vaya? ¿Estás loco? Debo ir. Mi trabajo como jefe es conducir a mis
soldados. ¿Cómo podría hacerlo si no voy con ellos?
—No sé. —Él sólo sabía que quería que estuviera segura. No quería ni
imaginársela tirada sobre la tierra cubierta de sangre. Quería que estuviera cerca, de
forma que él pudiera ayudarla, si fuera necesario. La quería… bueno, bastaba con
decir, solamente que la quería.
—¿Qué significa esa mirada que acabas de hacer?
—¿Mirada? ¿Qué mirada? —Él trató de recordar la expresión que podría haber
estado en su cara.
—Una mirada ardiente.
Entonces, él sonrió, especialmente cuando recordó que Tykir, Bolthor, Rafn y
Rashid le habían aconsejado que él le hiciera exactamente eso a Tyra —miradas
ardientes.
Ella fruncía el ceño, a la espera de una respuesta por parte suya.
Bien, infiernos, era uno de los muchos buenos consejos que le habían hecho.
¡Miradas ardientes, pues claro!
—Me parece que iré contigo, —anunció él, otra vez sin pensar.
—Tú… no puedes… ir. Además, ¿Y las personas que vienen aquí por tus
servicios?.
—Ellos pueden esperar. El Padre Efrid está aquí… y Rashid.
—¿Y mi padre?

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—Él está mejorando a cada hora que pasa. Sorprendentemente mejor.


—No vendrás conmigo.
—Sólo quiero protegerte. —Otro comentario precipitado, otro error sin tino,
comprendió inmediatamente.
Ahora su cara en vez de mostrar un fruncimiento, mostraba enojo.
—¿Dudas de mi competencia, sajón?
—No es eso lo que quise decir. —Él se puso de pie y caminó hacia ella.
—Sé de qué va todo esto. Lo piensas porque como anoche mostré cierta
debilidad femenina, ahora de repente soy menos guerrero. Bien, piénsatelo otra vez. —
Ella retrocedio ante él cuando se le acercó. Extendiendo una mano, ella dijo, —No te
acerques más. No utilices más tus estratagemas para la seducción conmigo.
—¿Estratagemas? ¿Qué estratagemas? —Ahora él se mostró ofendido. —¡Vete!
Vete a ejercer tu papel de hombre, si así lo quieres. Pero no te atrévas a matarte, mi
señora, porque… porque… —Él estaba tan furioso, que no pudo completar la frase.
Ella inclinó la cabeza esperando que acabara, y cuando él rechazó terminarla, se
diómedia vuelta y caminó rígidamente hacia el grupo de hombres y caballos que la
esperaban. Él notó que ya no había ni el más míimo balanceo en su caminar ahora.
Maldita sea.
Mucho mas tarde, completó la frase, pero sólo para él:
—…porque me preocupo.

Las noticias no eran buenas.


Cuando Tyra y sus tropas llegaron al pequeño pueblo cerca de Fagrfjord, los
proscritos daneses ya habían estado y se habían ido. Por lo visto, las notícias de la
muerte inminente de su padre se habían extendido por los campos enemigos, y las
viles tropas, conducidas por Ejnar de Evil, habían atacado, aprovechando la
oportunidad. Ellos habían quemado algunas casas de madera, robado el ganado y
ovejas, tomando a algunas mujeres y niños que fueron incapaces de correr hacia las
montañas, y matado a media docena de guerreros.
—A menos que mi padre despierte pronto y comience a mostrar su cara en
público, ésta será la primera de muchas de estas hostilidades, y no sólo por parte de
Ejnar, —Tyra se lo decía a Rafn. —Cada enemigo de aquí a Birka se pondrá en
movimiento, descubriendo cualquier debilidad en nuestros flancos.
—Estás en lo correcto, desde luego, —dijo Rafn. —Pero hemos percibido esta
incursión prontamente. Ahora seremos mas prevenidos, enviaremos refuerzos a los
hombres de todas nuestras líneas fronterizas que sean vulnerables. Y, mi señora, no
temas sobre la vuelta de tu padre al mando. Yo sé que cuando él se recupere, reasumirá
la soberanía de sus tierras y sus tropas.
—¿Hay algo que sabes y no me has dicho? —pregunto ella, repentinamente
alerta por el tono de su voz.
Él sacudió la cabeza rápidamente… demasiado rápidamente… pero Tyra no
tenía tiempo para considerar esto ahora.
—¿No estarás preocupado por Dragonstead? —pregunto Tyra a Tykir, quién
había montado a caballo junto a ellos.
—No. En realidad, no. Dejé a doscientos soldados atrás en mis tierras. A Ejnar
solo le gusta atacar donde ellos sienten que hay alguna debilidad.
Mientras Rafn y una pequeña tropa partieron en busca de los culpables, ella,
Tykir y los otros hombres armados, gastaron las pocas horas siguientes apagando los
fuegos, instalando a los guardias, alimentando a los pobres que habían estado sitiados

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durante más de un día, y atendiendo a los heridos… algunos de ellos tendrían que ser
llevados a Stoneheim para un cuidado más experto.
Era tarde aquella noche, cuando montaron sus caballos yendo despacio hacia
Stoneheim, agotados y con el humor sombrío. Fagrfjord estaría seguro por el momento,
pero había mucho por lo que reflexionar en cuanto a Stoneheim y sus enormes
posesiones. Irónicamente, los proscitos escandinavos no tenían ningún interés en la
tierra, no en esta zona tan lejana en el norte, porque era salvaje y la tierra demasiado
dura para cultivar, sobre todo para los holgazanes perezosos como eran estos
sanguinarios. Ellos estaban más interesados en el tesoro, o en los animales, o en la
gente para venderlos como esclavos, y de todo esto en Stoneheim había en abundancia.
Había luna llena esta noche, y cuando la larga línea de su séquito hizo su
camino a casa, desde el puente levadizo y en el patio, ella pudo distingir a alguien
claramente.
Adam.
Él la estaba esperando.

Era cerca de la medianoche cuando las tropas de Tyra regresaron a Stoneheim.


Adam había estado de pie cerca de la puerta durante más de tres horas. No
estaba seguro si estaba más preocupado o enojado.
Había heridos, notó, alzados sobre las sillas o arrastrados sobre unas camillas
de ramas que habian sido rápidamente construidas y que se arrastraban detrás de los
caballos. Ninguno de los hombres parecían ser los guerreros de Stoneheim, por lo que
pudo apreciar. Más trabajo para él, aunque, ya lo había supuesto.
¿Pero dónde estaba Tyra? El latido de su corazón saltaba frenéticamente por el
pánico. ¿Sería una de los que dejaron atrás, demasiado herida para moverla? ¿O
muerta?
¡Por favor, Dios, otra vez no!
En ese momento una de las líneas de las tropas se separó y apareció Tyra.
Montaba a caballo avanzando por las filas. Lágrimas de alivio empañaron sus ojos.
No debería de preocuparme tanto, se dijo. Luego, Gracias, Dios mío.
Cuando ella comenzó a desmontar, sus rodillas cedieron —sin duda de
agotamiento por el día tan largo—pero él estaba alli para atraparla entre sus brazos.
—¿Estás bien? —susurró él contra su oído, todavía sosteniéndola firmemente
entre sus brazos. —¿Te han hecho daño?
Ella sacudió su cabeza despacio, de un lado a otro, aturdida.
—Nunca me hagas esto otra vez, júramelo.
—¿Hacer qué? —Ella alzó su cabeza, confundida.
—Dejarme atrás, preocupándome, como un… como un…
—¿Marido? —le aclaró Tykir con una carcajada cuando desmontó de su caballo
al lado de ellos.
Adam sabía que él estaba actuando tontamente, pero sus emociones estaban
fuera de control. Respirando hondo para calmarse, le dijo a Tyra:
—Hablaremos de este tema más tarde, —y se marchó para unirse al Padre
Efrid, quién ya examinaba a un herido.
Casi inmediatamente, él se dio la vuelta, regresando, y la besó profundamente
en los labios. Luego rápidamente se alejó otra vez.
—¿Habrá perdido la cabeza? —escuchó que le preguntaba Tyra a Tykir.
—Absolutamente, —dijo Tykir. —Eso, o su corazón.

102
SAGAS Y SERIES

Incluso aunque todavía no fuera completamente el alba, Alrek tarareaba una


melodía indecente que había escuchado cantar a unos soldados una noche. Llevaba un
cubo de agua fresca y potable al dormitorio del Rey Thorvald.
—Buen Día para tí, muchacho, —le dijo una voz jovial.
Alrek casi mojó sus calzones, de tan asustado como estaba. Dejando el cubo en
un banco, echó un vistazo a un lado y al otro, buscando por el cuarto. Él era la única
persona que había, aparte del rey, quién dormía todavía profundamente por su herida
en la cabeza.
Tentativamente, él se acercó a la cama.
Los ojos del rey estaban abiertos de par en par, y le guiñaba un ojo a Alrek.
Alrek casi se murió de miedo.
—¡Su Alteza! —exclamó. —Déjeme ir a llamar a sus hijas y al médico. Gracias a
Odin, ha regresado de entre los muertos.
El rey levantó una mano vacilante.
—No, no quiero que nadie sepa que estoy despierto. Ven aquí, muchacho, y
ayúdame.
Cuando Alrek estuvo al lado de la cama, el rey arrojó hacia atrás la ropa de
cama, exponiendo un tajadero lleno de pan. En el había dos piernas de pollo asadas,
varios trozos de queso curado, y algunas rebanadas de lengua de reno escabechado.
Sostenida entre sus rodillas había una copa de madera enorme con ale.
—¿Estás tan hambriento como lo estoy yo, Alrek?
Alrek afirmó con la cabeza. Él siempre tenía hambre.
Así que para mantener en secreto lo del rey, Alrek cerró con llave la puerta del
dormitorio, luego avanzó lentamente hacia la cama de su rey, y ambos rompieron su
ayuno rápidamente.
Mientras ellos comían, el rey comentó,
—¿Te debo una moneda ahora, no es así, muchacho?
Él sacudió la cabeza.
—Su hija Tyra me pagó. Ella lo negó, pero al parecer Adam el Curandero le
recordó que me debía pagar en su lugar. Es un buen compañero, este Adam. Mi héroe,
en realidad.
El rey asintió con la cabeza, al mismo tiempo que masticaba ruidosamente, la
sabrosa comida.
—Ingrith es una buena cocinera. Será un día triste cuando ella se case y deje
Stoneheim… no es que esto vaya a pasar en cualquier momento, al paso que va Tyra en
el mercado del matrimonio. Pero eso va a cambiar, si me salgo con la mía. —El rey
hablaba más para sí mismo que para Alrek, quién estaba demasiado atontado para
hablar de todos modos.
—Entonces, Alrek, dime todo lo que ha estado aconteciendo en mi castillo.
Y Alrek lo hizo, sin excluir nada. El rey sobre todo asimiló los acontecimientos
que rodeaban a Tyra y Adam, pero también estuvo bastante interesado en los
proscritos que habían atacado sus posesiones la noche anterior. Alrek penso que había
escuchado refunfuñar al rey,
—Rafn no me contó de esto aún. ¿Dónde estará el hombre? ¿Se habrá hecho un
dormilón ahora?
Alrek no estaba seguro de sí había escuchado bien, por lo que no hizo ningun
comentario.
—Necesito tu ayuda, Alrek.
Alrek se sentó mas recto.

103
SAGAS Y SERIES

—¿Puedo confiar en tí?


—Con mi vida. —Oh, este era el mejor día de la vida de Alrek. Pensar que su
rey iba a confiar en él con alguna asignación especial. —¿Les digo en la herrería que me
hagan una espada? Incluso el caballero de más bajo nivel necesita su propia espada
para cortar el cuello a su enemigo, o descuartizar su corazón, o cortar su cabeza.
Realmente lo que deseo es cortar una cabeza o dos.
—Uh, no creo que una espada sea necesaria aún, —dijo el rey. Una débil
sonrisa se formó en su cara todavía pálida. Quizás el rey no estaba tan bien como Adam
había pensado. —La tarea que yo preciso de ti, requiere una mente aguda, no una lámina
afilada.
Alrek intentó mirarle de forma inteligente y despierta, pero temió que sólo se
pareciera a un bicho asombrado.
—En primer lugar, no debes decir a nadie —a nadie—que me he despertado.
Él afirmo con la cabeza, comprendiendo.
—Debes ser mis ojos y mis oídos en el castillo. Contarme todo, sin importar
cuan insignificante creas que pueda parecer. ¿Puedes hacer esto?
—Sí, puedo. Entonces, ¿debo de ser su espía?
—Completamente.
Alrek se bajó de la cama y se elevó con toda su altura, que no era mucha. ¡Un
espía! Voy a ser un espía. ¡Alabados sean los Dioses!. Lo mismo que le predijo Adam tiempo
atrás. Quizas él ha llevado a cabo este milagro para mí. Debería agradécerselo, pero no, no puedo
agradecérselo correctamente porque esto es un secreto. Todavía… yo, ¡un espía! Alrek
disimuló la sonrisa de pura alegría que tenía en su cara e intentó parecer sombrío y
responsable.
—No le defraudaré, Su Alteza. Incluso si me torturan con astillas muy calientes.
Incluso si me cortan las orejas. Incluso si me afeitan la cabeza. Incluso si...
—No creo que acontezca todo eso, —dijo Thorvald y sus labios se movían
nerviosamente de una manera bastante rara, como si intentara suprimir una sonrisa.
—Ahora, Alrek, convoca a Rafn para mí. No digas que te lo pedí, sobre todo si
hay mas gente por los alrededores. Solamente dile que debes ir al guardarropa17 o
alguna otra cosa, y que lamentas dejar a tu rey solo.
Alrek siguió asistiendo con la cabeza a cada una de las órdenes del rey.
—Y recuerda, este es nuestro secreto.

—Será nuestro secreto, —aseguró Tykir al rey.


Rafn lo había convocado al dormitorio del rey, después de pasar algún tiempo
él mismo allí, luego le había preguntado si le haría compañía al rey durmiente mientras
él se preparaba para hacer la primera patrulla de la mañana.
Parecía que el gobernante de Stoneheim había salido de su condicion de sueño,
pero no había querido que nadie mas supiera sobre este hecho salvo Tykir, Thorvald
siempre había sido un hombre astuto… e inteligente. Tykir no quiso preguntar por sus
motivos.
—Quiero que me relates todo lo que ha ocurrido a mí alrededor desde mi
confinamiento, —le había dicho el rey. —Es importante que sepa no sólo lo que pasa
con mis hombres de armas y las gentes de Stoneheim, sino también con mis hijas.
—¿Por qué no se lo pregunta directamente?

17
En el original “garderobe”, letrina, retrete o excusado.

104
SAGAS Y SERIES

—¡Qué vergüenza, Tykir! Methought sabría esto mucho mejor. Las mujeres
nunca contestan a una pregunta cuando lo haces directamente.
—Vaya, es verdad.
—Ahora, ¿qué piensas de la mecha ardorosa que hay entre mi hija Tyra y tu
sobrino Adam?
—Es poco lo que tengo que decir, Thorvald. Es lo que ellos quieren. Te diré esto:
la savia de la lujuria fluye bastante entre esos dos.
El rey aplaudió con sus manos alegremente.
—¡Perfecto! ¡Perfecto! Todo según el plan.
—¿Qué plan? —pregunto Tykir, preguntándose si el rey habría escuchado el
plan que Rashid, Rafn, Bolthor y él habían ideado para Adam, pero no, eso era
imposible.
El rey no le contestó. En cambio le pidió,
—Envíame al bribón de Rashid. No le digas que estoy despierto. Sólo dile que
es su turno de presentarle sus respetos al rey.
—¿Por qué querría al árabe aquí?
—He oído murmuraciones extrañas sobre un harén. ¡Un harén, justamente! No
habrá ningun harén en Stoneheim… a menos que me pertenezca a mí, claro.

—Así que, cuéntame algo sobre tu maestro, Rashid. ¿Qué es lo que le gusta?
Rashid se sentía honrado por tener la confianza del rey, sobre todo por que era
el único rey en el que había confiado.
—Mi maestro, Adam, es un buen hombre. Honorable. Pero estos dos últimos
años han sido duros para él, ya que ha perdido a su hermana. Antes de esto, él era un
aventurero, lleno de vida e ingenio. Ahora, es sombrío y solitario. Pero creo que esta
cambiando a su antiguo yo, día tras día.
—¿Gracias a mi hija?
Rashid estaba sorprendido de que el rey supiera tanto sobre la relación en vías
de desarrollo entre Tyra y Adam —y esto era en desarrollo, no importaba cuanto
protestara cualquiera de los dos. Una persona tendría que ser ciega, así como sorda,
para no ver que algo se estaba creando entre aquellos dos.
—Ellos luchan contra la atracción poderosamente, —le dijo al rey, —pero ya
sabe lo que se dice, 'La lujuria es la criada del amor.'
—¿Eh? —Entonces el rey agitó una mano como si esto no importara nada. —
¿Me irás informando? ¿ Serás mis ojos y mis oídos? ¿Y mantendrás mi condición en
secreto?
A todo esto, Rashid asistió con la cabeza y contestó,
—¡Lo juro por los pies de Alá!
Pero lo que él pensaba era que, a Tyra y a Adam les iba a caer algo muy grande
sobre sus cabezas, y no sólo porque la lujuria estaba en el aire, sino porque el rey
agitaba su dedo al viento.
—Ahora, mi amigo árabe, dime como crea uno un harén.

105
SAGAS Y SERIES

Capitulo 11

A la mañana siguiente, Tyra despertó justo después de amanecer, preparada


para volver a salir con sus hesirs montados para patrullar las fronteras. Iría en una
dirección, y Rafn iría en otra con un número igual de hombres. Dos de los veinte barcos
del puerto serían enviados a inspeccionar la costa y las riberas de los ríos. No iban a
volver a permitir que les pillaran desprevenidos.
Lo primero que vio al salir de su dormitorio fue a Adam apoyado en la pared
del pasillo, esperándola. Lo segundo que vio fue a Warrior18 la gatita, dando un bufido
y mordiendo la bota de Adam. Al parecer, mientras que la gata le había cogido afecto a
ella, hacia Adam había desarrollado una cierta aversión. Vana sí que daría bufidos si
viera que tenía la gata.
—No vas a venir conmigo—afirmó antes de que él pudiera siquiera hablar. Aún
estaba resentida con él por lo que había dicho y hecho la noche anterior. Se dirigió
hacia los escalones que llevaban al gran salón.
Él se puso a su lado, y luego la cogió del brazo y la obligó a detenerse. Warrior
los siguió.
—No tan rápido, mí querida dama sedienta de sangre. No intentes leer mis
pensamientos, porque mi mente es profunda y difícil de leer.
Ella no se movió, mirándole a la cara, esperando que prosiguiera.
—Llevas metal, ¿verdad?
—Por supuesto que llevo una cota de malla bajo la túnica. ¿También te opones a
eso?
Él movió la cabeza tristemente.
—No. Si te empeñas en cabalgar directa al peligro como una guerrera amazona,
es mejor que vayas protegida —Titubeó, y luego sacó de detrás un escudo y se lo pasó
a ella. Estaba adornado en plata con un emblema de lobos peleando. —Toma.
Llévatelo, te dará suerte. Es mío.
Era un objeto muy valioso, pero la razón del desconcierto de Tyra era otra. Al
parecer, había extraído conclusiones equivocadas.
—Entonces, esta mañana no has venido a reprocharme mis ansias guerreras...
Él movió la cabeza.
—Y tampoco has venido para insistir en acompañarme, ¿verdad?
Él volvió a mover la cabeza, y luego sonrió, pero no pareció una sonrisa
auténtica.
—En realidad, probablemente te hubiera… insistido y hecho reproches... pero
es que Dagma, la lechera, ha escogido justo hoy para traer a su primer niño al mundo,
y está siendo un parto muy difícil.
Dagma sólo tenía catorce años, y su embarazo era el resultado de la violación
que sufrió el invierno anterior a manos de un buhonero. El hombre había sido
ejecutado según la costumbre vikinga, pero aquello no ayudaba mucho a Dagma en su
difícil situación.
Justo entonces Tyra reparó en las oscuras ojeras de Adam.
—Te has pasado toda la noche ayudando a Dagma, ¿no es cierto?
Él asintió.
Era evidente que había juzgado mal a Adam en muchos aspectos.
—¿Lo superará?

18
Warrior: Significa guerrero

106
SAGAS Y SERIES

—Es difícil saberlo. Esa muchacha tiene aún las caderas estrechas de una niña,
y el bebé es muy grande. Además, lleva ya quince horas de parto, y nada. —Se encogió
de hombros. —Si Dios quiere, sobrevivirá.
Tyra notó que a Adam le importaba más de lo que dejaba entrever.
—Siento que estés metido en todo esto. Ya sé que no querías volver a practicar
la medicina, y aquí estás, tratando no sólo a mi padre, sino a todos los demás también.
No tienes por qué ayudar a Dagma. Deja que la comadrona se encargue de ella... o el
Padre Efrid.
—Debo hacerlo
Ella frunció el ceño, sin entender.
—Le prometí a Dagma que estaría con ella hasta el final
—Y tus promesas son sólidas como una roca
—Incluso las rocas se pueden romper, y en el pasado no siempre he cumplido
mis promesas, milady. No me coloques en un pedestal que no me corresponde
Tyra recordó entonces lo que Rashid le había contado sobre Adam y su
hermana muerta, Adela. Sintió piedad por Adam, pero sabía que tenía mucho orgullo
y que no apreciaría ninguna muestra de compasión.
—¿No deberías estar ahora con Dagma?
Él asintió.
—El niño no saldrá aún en varias horas, aunque el conducto ha empezado a
abrirse por fin
—Ojalá sea así. Te deseo suerte, médico
—Y yo a tí, soldado
Se hicieron una mutua inclinación de cabeza.
La conversación parecía haber terminado, pero los dos se quedaron mirándose.
Finalmente, él dijo:
—Somos tan diferentes. Tú derramas sangre, y yo le cierro el paso.
—No puede haber un futuro en común para los que son como nosotros —
asintió ella, adivinando su significado oculto. Pero a continuación le preguntó: —
¿Nunca has matado a nadie, Adam?
Él se quedó mirándola durante un largo instante.
—Sí.
—¿En más de una ocasión?
Él rió sobriamente.
—Sí, Tyra, en más de una ocasión, y ni la segunda, ni la tercera, ni la cuarta vez
me gustó más que la primera.
—Tampoco es que a mí me guste, pero es parte de mi vida
—No te estoy juzgando, Tyra, de verdad. Es sólo que hemos escogido caminos
diferentes
Ella asintió, comprendiendo.
—Y jamás volverás a acabar con la vida de nadie.
—Yo no he dicho eso.
Ella arqueó las cejas, interrogante.
—Si necesitara defenderme, lucharía hasta la muerte. Si las vidas de Tykir y
Alinor, Eirik y Eadyth, o sus familias estuvieran en peligro, no dudaría en tomar la
espada —Extendió la mano y le alzó la barbilla, para que le mirase a los ojos. —Mataría
sin pensarlo por salvarte.
Tyra se sintió conmovida por su afecto, pero seguía siendo un hecho que eran
polos opuestos. Suspiró. No había esperanza para la atracción que vibraba entre ellos.
—¿Querrás aceptar mi escudo de Lobo Valeroso como un regalo? —preguntó
Adam, mirando el escudo que ella sostenía aún en la mano. —Perteneció a mi
padrastro, Selik. Él decía que daba mucha suerte en la batalla.

107
SAGAS Y SERIES

—Será un honor llevarlo, Adam —Las palabras salieron ahogadas debido al


nudo que tenía en la garganta.
Él se inclinó hacia adelante, la besó suavemente, y susurró con su boca junto a
la de ella.
—Que estés a salvo.
A continuación, se fue.
Pero no de la mente de Tyra... ni de su corazón.

Ingrith olfateó el aire de la mañana, notó la escarcha en las hierbas del jardín de
la cocina y unas cuantas nubes que anunciaban nieve. Signos claros de que el invierno
casi había llegado.
Satisfecha, lanzó un grito sonoro de —¡Día de matanza!—en el gran salón
donde todo el mundo estaba desayunando.
No le impresionó lo más mínimo el igualmente sonoro gemido general, ni el
hecho de que unos cuantos jóvenes intentaran escapar (inútilmente).
Tyra, Rafn y un centenar de soldados estaban de patrulla. Adam y Rashid
estaban ocupados en asuntos del médico. Pero todos los demás estaban obligados a
seguir la llamada a las armas de Ingrith.
Sólo estaban a principios de octubre, pero ya helaba por las noches. Pronto los
días empezarían a acortarse. De hecho, tan al norte, había largos períodos de tiempo en
que la luz diurna duraba sólo una o dos horas. Y hacía un frío tan intenso que una
persona no podía aventurarse fuera a menos que se cubriera con numerosas capas de
pieles.
Era una tierra dura, pero a los vikingos les iba bien.
Durante aquel día, todos los de Stoneheim, sin tener en cuenta la edad, excepto
los que estaban de guardia, tuvieron que ayudar en la matanza otoñal de los cerdos...
un centenar de cerdos engordados en los campos. Al final, los animales colgarían por
las patas traseras de los largos travesaños de madera alzados en trípodes que había
construido Breanne. Los maderos se extendían por todo lo largo de uno de los campos
lejanos. Ya estaban listos los enormes calderos de agua hirviendo para escaldar la piel y
luego rascarla, y preparar a continuación los varios platos que se saborearían en las
lejanas noches de invierno.
Era un proceso oloroso y desagradable, pero necesario para subsistir en los
meses de invierno. Ya habían almacenado heno para hilar. Se había cortado ya una
enorme cantidad de leña para las muchas chimeneas. Se habían hecho conservas de
frutas y verduras. Cientos de pescados se habían secado o salado. Había mucho por
hacer antes de que la nieve y el hielo los aislaran del resto del mundo, pero la matanza
del cerdo no podía esperar.
Al final de aquel largo día, cada porción de los cerdos se había aprovechado,
incluso las lenguas y los sesos. Las pieles se secarían para obtener cuero. Las patas, los
lomos y los costados se habían cortado y salado. Las orejas, cabezas, y patas hervirían
durante muchas horas, y luego se trocearían y se pondrían a remojo para que se
hicieran gelatina, y a rodajas sería una delicia… una delicia a la que había que
acostumbrarse, decían algunos. Los intestinos y el estómago se limpiaban y utilizaban
para hacer salchichas. La grasa que se acumulaba en la parte superior del líquido
hirviente se recogía y guardaba para cocinar, o para hacer jabón.
Realmente aquel día hacía un aire frío, pero la gente había entrado en calor y el
sudor goteaba de sus rostros. Al final de la tarde, todo el mundo se sintió satisfecho

108
SAGAS Y SERIES

por el trabajo bien hecho, pero tanto los niños como los hombres y las mujeres estaban
sucios y grasientos.
Debido a la cantidad de gente que necesitaba bañarse, los baños y saunas se
reservaron primero a las mujeres y luego a los hombres.
Fue allí cuando Ingrith pudo por fin descansar junto a Breanne, Vana, Drifa, y
Lady Alinor. Desnudas, las mujeres se sentaron sumergidas hasta el cuello en el agua
burbujeante del manantial natural que brotaba del fondo de los estanques de rocas.
Después de quitarse el jabón, se trasladarían al estanque de agua fresca y clara de la
sala contigua. También había una sauna aparte, para los que querían.
—Bueno, una tarea hecha. ¿Qué hacemos con la siguiente? —preguntó Ingrith
con un largo suspiro de satisfacción.
—Ingrith, por favor. Si sugieres otra matanza, como la de las ovejas, creo que
voy a vomitar —dijo Breanne.
Ingrith se rió.
—No, esto es un trabajo muy diferente. Tyra
—¡Aaaaahhhh! —Dijeron las otras damas
—Recomiendo que pasemos directamente a la última parte de nuestro plan. Los
celos. Adam tiene que ponerla celosa —sugirió Vana. —Pero no podemos pedirle
ayuda a él. Es tan malo como ella
—Ya sé cómo hacerlo —dijo Drifa —¡Lo haré yo!
—¿Tú? —preguntaron las otras damas, escépticas.
—¡Yo! Que sí, será perfecto. Iré a Adam para hablar de mis flores y mis plantas.
Le pediré consejo sobre cómo usar mis hierbas para fines medicinales. La verdad es
que quería hacerlo hace tiempo, de todas formas. Y entonces puedo mencionarle a Tyra
de pasada que como no está interesada en una relación duradera con él, voy a ir yo a
por él. ¿Qué os parece?
—Podría funcionar —Alinor se dio unos golpecitos en la barbilla, pensativa.
—Tengo que ir a por mi niño, y encontrar a Thork y limpiarle la boca por esa palabrota
que ha estado enseñándoles a todos los niños de Stoneheim hoy, pero antes voy a
añadir algo. Las mujeres llevan toda la vida revoloteando alrededor de Adam. Tyra
sabe que es un hombre atractivo. Para ponerse celosa tiene que creerse que Adam
siente lo mismo por la otra persona. Así que la sugerencia de Drifa puede funcionar. A
Adam le encanta hablar de sus hierbas y parecerá interesado —Al oír un bebé que
lloraba en la habitación contigua, Alinor se alzó del agua, con los pechos pesados por la
leche, y cogió una túnica.
—Yo puedo ofrecerle trozos apetitosos de la comida —se ofreció Ingrith. —Ya
sabéis, darle un trato preferencial.
—Y yo podría pedirle consejo sobre como construir un hospicio aquí en
Stoneheim —dijo Breanne —. Sé que tendría mucho interés en hablar conmigo de eso.
Tyra no tendría por que saber el tema de nuestra conversación
Todas asintieron.
Vana preguntó:
—¿Qué puedo hacer yo?
—Nada —dijeron las otras a coro. —Tyra jamás creería que tienes ojos para
Adam cuando Rafn está cerca.
—Pues entonces, ¿creéis que podría conseguir que alguna otra mujer nos
ayudara? —preguntó Vana, sin perturbarse por la acogida de su sugerencia.
Las cuatro lo pensaron largamente.
—Es mejor que lo mantengamos entre nosotras —dijo Ingrith, y todas
estuvieron de acuerdo, sobre todo cuando añadió: —Es nuestro secreto.
—Me parece que es hora de ir a casa, a Dragonstead —le dijo Tykir a Bolthor
cuando cabalgaban de vuelta a Stoneheim. Las patrullas habían terminado pronto y

109
SAGAS Y SERIES

volverían para disfrutar de un cuerno de cerveza al caer la tarde. —Me estoy volviendo
demasiado viejo para toda esta tontería. Cabalgar de aquí para allá, congelándome la
nariz, los dedos de los pies, y posiblemente otras partes del cuerpo mucho más
importantes. Fingiendo pasármelo en grande, cuando lo que preferiría es descansar
junto al fuego y mecer a mi pequeño en las rodillas.
—Aún no tienes la barba gris, amigo mío. Ni yo tampoco… aunque me llevas
cinco años, ahora que lo pienso.
Tykir extendió el brazo y le propinó a Bolthor un puñetazo en el brazo,
mientras cabalgaban uno al costado del otro. El skald hizo una mueca fingiendo dolor,
lo cual era imposible con todas las pieles que llevaba encima. En realidad, Tykir jamás
haría nada que pudiera herirle. A pesar de que Tykir siempre se quejaba de tener a
aquel poeta inepto al lado, Bolthor había sido un buen y auténtico amigo todos
aquellos años.
Sin tener conciencia de que la mente de Tykir había tomado otros derroteros,
Bolthor continuó comentando la insatisfacción de Tykir. —Creo yo que lo que pasa es
que estás frustrado con tu sobrino. No eres un hombre acostumbrado a la derrota, y
hasta ahora Adam aún no ha saltado a la cama recubierta de pieles de la muchacha,
como tú esperabas.
—Quizá tengas razón. ¿Acaso soy un entrometido por querer ver al muchacho
contento?
—Ya no es un muchacho, Tykir. Puede tomar sus propias decisiones.
—¡Ja! ¡Dos años de castidad! ¿Qué clase de decisión es esa? La pena lo ha vuelto
tonto. Y ese árabe no es ninguna ayuda. ¡Tratar de montarle un harén! Adam necesita
una compañera de cama, no una camada entera.
—¿Acaso me engañan mis oídos? —Dijo Rafn, adelantando su caballo al trote
para alcanzarlos. —¿Vas a dejar Stoneheim con todos esos asuntos sin resolver? Creí
que teníamos un plan, ¿no es cierto? Un plan para que seduzcan a Adam —Había
estado cabalgando tras Tykir y Bolthor en el amplio sendero junto al fiordo que llevaba
a Stoneheim, junto con otra media docena de soldados. Y obviamente había estado
espiando su conversación. —Si os vais ahora, quedaré condenado a la soltería. Vana y
yo no nos casaremos jamás. Sin duda tendré que vivir en la castidad, como Adam, sólo
que en mi caso será para siempre.
Tykir no pudo menos que sonreír ante el tono doliente de Rafn.
—¿Qué quieres que hagamos, Rafn?
—No podemos rendirnos sin más. ¿Cuál es el paso siguiente en el plan,
Bolthor?
—Hmmm, dejadme pensar… —dijo Bolthor. —Primero fueron las miradas y
Adam le dedicó muchas cuando apareció con aquel vestido carmesí. Lo segundo eran
los cumplidos. Yo diría que le dedicó unos cuantos cumplidos, también, si es que no se
le trabó la lengua. Lo tercero, creo yo, eran los celos.
—¡Eso es! —Exclamó Rafn. —Conseguiremos que Adam se sienta celoso
haciendo que varios hombres presten especial atención a su dama.
—¿Qué hombres? —quiso saber Tykir. —No creo que nadie pudiera pensar que
tú estás interesado en Tyra, viendo cómo te cuelga la lengua cada vez que Vana entra
en una habitación.
—Tu insinuación me ha ofendido, dijo Rafn, pero sonreía.
—Y Bolthor tampoco es un admirador muy creíble —Tykir parecía estar
pensando en voz alta.
—¿Y por qué no? —Bolthor se irguió en la silla e hinchó su vasto pecho.
—Bueno, quizá he hablado demasiado deprisa. Tú podrías prestarle especial
atención, Bolthor, pero necesitamos más de un hombre para que Adam se sienta celoso.

110
SAGAS Y SERIES

—Dejádmelo a mí. —aconsejó Rafn. —Reuniré a varios de mis soldados. Se


alegrarán de hacerme un favor, y si Tyra vuelve a ponerse otro vestido tan provocativo
como aquel carmesí, no tendré ni que pagarles. Le harán la corte por su propia
voluntad.
—De acuerdo, entonces. Paso tres del plan. Esta vez no podemos perder.
Sin embargo, lo que Tykir pensaba en su interior era: estúpidos, estúpidos.
Somos más estúpidos que una oveja, como diría Alinor. Maldita sea, espero que nunca
llegue a enterarse de esto.

Debo estar loca, pensó Tyra.


¿Por qué si no había vuelto a ponerse aquel escandaloso vestido rojo? ¿Por qué
si no había cuidado especialmente su pelo, dejándolo suelto por la espalda a excepción
de unas finas trenzas a cada lado? ¿Por qué si no había usado el jabón perfumado de
Ingrith que le hacía apestar a rosas? ¿Por qué si no había rebuscado por sus arcones
hasta encontrar un par de suaves zapatos que se ajustaran a sus enormes pies? ¿Por
qué si no había mascado hojas de menta para refrescarse el aliento?
De camino al salón donde pronto se serviría la cena, Tyra se detuvo en el
dormitorio de su padre.
—¿Algún cambio? —susurró al Padre Efrid, que estaba rezando el rosario.
Él movió la cabeza.
—Hoy no se ha despertado en todo el día, y tampoco hemos podido hacerle
tragar caldo. Una vez, juraría que lo ha escupido. Es casi como si tuviera el estómago
lleno… lo cual es imposible, por supuesto.
—¿Qué dice Adam?
—No dice nada, pero el mensaje está claro. Cuanto más tarde tu padre en
despertar, menos esperanzas hay que se recupere. En realidad, creo que el sanador
teme que haya daño cerebral.
—¿Daño cerebral? —tartamudeó ella. —¿Quieres decir que papá podría
quedarse como Igor, el tonto del pueblo?
El monje asintió, con expresión sombría.
Tyra hubiera jurado que oyó una especie de ronquido procedente de la cama,
pero, cuando ella y el Padre Efrid miraron, el rey estaba profundamente dormido.
Tyra se sentó al borde del colchón y tomó la mano de su padre entre las suyas.
Ignorando la presencia del sacerdote, comenzó a hablar a Thorvald, con la esperanza
de que pudiera oírle.
—He tomado una decisión, padre. Pronto me marcharé de Stoneheim…
ciertamente, antes que los fiordos se hielen. Espero que despiertes ante de eso, para
que podamos despedirnos en persona. Pero si no lo haces, Rafn puede relevarte como
chieftain19 en mi lugar. Ya es hora, Padre. Ya hace tiempo que es hora.
Hubiera jurado que la mano de su padre se contraía entre las suyas. Quizá la
había oído. Eso esperaba.
Para cuando llegó al gran salón, se había secado de los ojos las lágrimas de
tristeza. Se estaba sirviendo la cena, y había que ver cuánto cerdo había.
Tan pronto entró al salón, Gunter Storrson se le acercó. Gunter era uno de los
mejores espadachines de Stoneheim, y muy popular entre las damas por su belleza
rubia. Aquella noche llevaba cuentas de cristal en las trenzas de guerra que colgaban a

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chieftain, es el jefe del clan.
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SAGAS Y SERIES

cada lado de su rostro. Las doncellas se pelearían por compartir las pieles de su cama
más tarde.
—¿Querrías compartir conmigo una copa de cerveza? —inquirió Gunter,
tomándola del brazo con la intención de llevarla a su mesa.
—¿Eh? —Gunter Storrson jamás había mostrado el menor interés en ella en
todos los años que le conocía, que era prácticamente desde que nació.
—Esta noche estás especialmente hermosa —dijo él suavemente, sentándola
junto a él en el banco.
—¡Menudo montón de skyr! ¿Se trata de una broma, Gunter?
—Es la verdad, milady. Estás preciosa. Mucho más hermosa que la flor más
hermosa de los jardines de Drifa. —Mientras hablaba, tenía los ojos prácticamente
pegados a sus senos.
—Deja de mirarme los senos —le amonestó ella. Era mejor ser cortante con un
hombre demasiado atrevido. Pararle los pies desde el principio.
Gunter pareció atragantarse con la cerveza.
—Y tú también, Egil —dijo ella al soldado sentado al otro lado de la mesa.
Tomó un sorbo de la fuerte cerveza y continuó. —¡Bendita Freyja! Los hombres os
comportáis como si nunca hubierais visto unos pechos, y sé muy bien que sí los habéis
visto. Todos habéis estado babeando como bobos por Inga, la doncella, desde hace
años, y todo porque sus pechos son del tamaño de ubres de vaca. Ni siquiera os
importa que tenga el cerebro del tamaño de un comino.
Egil también se atragantó.
Justo entonces la mirada de Tyra cayó sobre el estrado en el que Drifa estaba
sentada en una silla junto a Adam. Tenían las cabezas juntas, discutiendo algún asunto
con gran intensidad. De vez en cuando, él se reía, o ella soltaba una risita. Y todo el
rato, Drifa tenía una mano puesta sobre su brazo. ¿Era aquello posible? ¿Estaba Drifa
flirteando con su hombre?
¡Aaarrgh! Adam no es mi hombre. No tengo hombre. Y desde luego, no es Adam.
Y en cuanto al sanador… ¿es que ahora quiere a mi hermana? ¡No tiene sentido de la
moral!
Tyra se sintió embargada por una emoción invencible. Aunque jamás lo había
sentido, lo reconoció al instante. Celos. Quería saltar sobre las mesas y llegar al estrado,
donde su mayor deseo sería golpear a Adam, el muy canalla, y tirar a Drifa, la muy
coqueta, a uno de sus arriates de flores.
A pesar de los celos, Tyra tenía que admitir que Adam y Drifa hacían buena
pareja. Dos jóvenes hermosos y morenos. Él, bello como un dios. Ella, con aquel
atractivo exótico.
—Si esta noche hay baile, ¿querrás ser mi pareja?
Tyra se volvió a Gunter, quien al parecer había estado hablándole todo el rato
que ella se había pasado lanzando miradas asesinas a Adam y a su hermana.
—¿Y por qué ibas a querer tú bailar conmigo?
—Eres una mujer muy atractiva, Tyra. Seguramente te habrás dado cuenta de
ello —Tuvo la osadía en ese momento de colocarle la mano en el muslo y apretar.
—Pues antes nunca te lo había parecido. —Ella le apartó la mano con firmeza.
Él se encogió de hombros y le dedicó su sonrisa más encantadora… la misma
que le había estado dedicando a Drifa en el Festival de Frigg el verano pasado. Drifa,
pensó ella, a este juego pueden jugar dos. Pero, ¿me atreveré a flirtear con un hombre? ¿Acaso
sé siquiera cómo hacerlo? Bueno, no puede ser tan difícil.
—Tienes una sonrisa muy bonita, Gunter —Se inclinó hacia él al hablar, y batió
las pestañas como había visto hacer a sus hermanas. Se sintió absolutamente ridícula al
hacerlo, pero ocurrió algo asombroso. Gunter puso una mano sobre la suya, en la mesa.
—¿Eso crees? —preguntó con voz maliciosa.

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Bueno, ¡por el amor de Valhalla! ¿Ahora se me va a poner provocador? ¡Y vaya sonrisa


estúpida!
Sí, tienes una sonrisa alegre y… y… grande. —¿Grande? Eso sí que es un
cumplido estúpido de verdad… incluso para tratarse de mí.
Egil soltó una risita.
—Gunter sonrió melosamente. —También tengo grandes otras partes —
respondió, arqueando las cejas con aire sugerente.
¿Se refiere a lo que creo que se refiere? ¡Ja! Sé muy bien cómo ES de grande. Se la he
visto más de una vez mientras los hombres se bañaban en el río durante nuestros viajes. ¿Cómo
debe una responder a una frase tan descarada?
—Pues qué suerte. ¿No?
—No, son mis mujeres las que tienen suerte. —dijo, arqueando las cejas un poco
más.
El muy idiota cometió el error de volver a colocarle la mano en el muslo y
apretar.
En respuesta, ella le colocó la mano sobre aquella falsa lombriz gigante que
tenía entre las piernas y apretó, verdaderamente muy fuerte.
Gunter se puso bizco al tratar de hablar, sin poder conseguirlo.
Bueno, esto de coquetear es un aburrimiento. ¿Por qué la gente no puede decir
simplemente lo que piensa?
—¿Quieres acostarte conmigo? —preguntó bruscamente.
El rostro de él se puso rojo. Al parecer, sus mujeres no eran tan directas con él.
O quizá se había puesto rojo por la caricia que le había dedicado a su cosa.
—Pues sí, supongo que sí
—No.
—¿No?
—Ya me has oído. He dicho que no. ¡No, no, y no! Esta noche te estás portando
de una forma muy extraña, Gunter. Creo que deberías ver al sanador para que te dé un
tónico. —Justo en ese momento, miró hacia el estrado, donde el sanador se había
levantado de su asiento y les miraba furioso a ella y a Gunter, como si quisiera saltar
sobre las mesas y golpear a Gunter y arrojarla a ella… a algún sitio.
De repente, se le ocurrió la idea más extraña. ¿Podría ser que Adam estuviera
celoso de ella?
Le observó con más atención, especialmente cuando se levantó y comenzó a
caminar ceñudamente hacia ella. Pensando con rapidez, se bajó el corpiño del vestido,
se inclinó levemente sobre la mesa, y preguntó a Egil:
—¿Y cómo son tus partes?
No está mal para una primera lección de coquetería, pensó Tyra, dándose
mentalmente una palmadita en la espalda.
Y los sonidos que hacían Gunter y Egil… bueno, decidió aceptarlos como un
cumplido… aunque sólo fuera un cumplido a sus pechos.
—Maldita sea, ¿se puede saber qué crees que estás haciendo? —preguntó Adam
al llegar a su mesa. También tenía los ojos pegados a sus pechos. Desde luego, vivo en
un mundo de brutos lujuriosos—
—Flirtear —respondió ella honestamente. —¿Y tú?

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Capítulo 12

—¡OK, adelante Tyra! Bebe otro cuerno de cerveza. Pero después no vengas a mí
buscando un remedio para la resaca.
Ella le miró, poniendo la más ridícula, pero a la vez encantadora, de sus sonrisas,
que incluía una profunda exhalación e inhalación, que terminó expulsando con fuerza
el aire que contenía sus mejillas… para seguidamente dar otro trago.
—Y ya que estas en ello, ¿Por qué no vuelves a coger aire profundamente, y así
nos das a mí y al resto del mundo una buena vista de tus pechos desnudos?
Por alguna razón, Adam había tomado un prioritario interés en los pechos de
Tyra. Sabía que no estaba siendo muy razonable, pero no le gustaba que otros hombres
pusieran su mirada en lo que consideraba suyo. En realidad, los celos eran la menor, de
las confusas emociones que estaban asolando a Adam en ese momento.
Sus conflictos internos le estaban matando a cada instante.
Sentía un gran rechazo ante la idea de pensar en una mujer que derramaba
sangre como parte de su trabajo. Pero más allá de toda razón, se sentía atraído por
Tyra, a pesar que ella era un guerrero… o quizás era por eso, porque ella era un
guerrero. ¿Quién podía entender su mente retorcida?
En este momento no deseaba relaciones permanentes con ninguna mujer. Eso,
significaba permanecer en un lugar, tener niños, responsabilidades, una firme idea de
hacia donde debería apuntar su futuro. Mientras que él ahora, escasamente podía
cuidar de sí mismo, mucho menos de una molesta mujer o, peor aún, de un par de
mocosos, como Alrek y su hermano.
No estaba seguro tampoco, si quería engancharse otra vez en el arte de la
curación, pero aún así, allí estaba, viendo pacientes a derecha e izquierda. La decisión
parecía que estaba fuera de sus manos. Y ese era todo el problema. Había perdido el
control de su vida. ¡Una situación insostenible! Un hombre debería dirigir y manejar su
destino… no un rey moribundo, un tío entrometido, una escandalosa princesa
guerrera, un árabe insistiendo en darle un harem, o una prole de molestos mocosos.
—Realmente estás de mal humor, —le respondió Tyra.
Ya se le había olvidado que es lo que le había dicho para que ella pensase que estaba
molesto. ¿O es que estaba frunciendo el ceño en exceso?
—Pensaba que te gustaba este vestido.
Oh, ese mal humor.
—Adoro tu vestido. Me encanta, especialmente cuando está a punto de resbalar
por tu cuerpo. ¿Pretendes enseñar tu cuerpo a uno, o a todos los hombres del salón?
Tyra le miró entrecerrando los ojos. Entonces hizo lo que él debería haber
esperado. Justo lo opuesto a lo que él había sugerido. Tyra puso ambas manos sobre el
tejido, justo a la altura de sus pechos, y tiró hacia abajo.
—¡Por todos los malditos demonios!
Ahora apareció su escote, con un lascivo vestido de color rojo escarlata que
escasamente —muy escasamente—cubría los pezones y las areolas de sus pechos. No
pudo dejar de echar un vistazo por todo el salón, y adivinó que las apuestas estaban
echadas en la sala. ¿Se atrevería o no? A quitarse el vestido, eso era.
—Entonces, ¿no has llevado a Drifa a los establos para practicar tus malvadas
artimañas?
—¿Qué? —dijo él, prácticamente soltó un graznido. ¿A qué venía esa pregunta? Ni
tan si quiera sabía que tenía practicas malvadas en su repertorio. Bien, igual podía pensar que
sí, pero apenas podía pensar que otros lo hubiesen notado.

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—Ya me entiendes, Sajón. Os he visto a los dos con vuestras cabezas juntitas,
intercambiando sonrisas bobas.
¿Sonrisas bobas? Yo no pongo caras tontas cuando sonrío. Definitivamente yo no sonrío
como un tonto. Excepto, quizás cuando te miro a ti. ¡Oh Dios mío! Espero no sonreír como un
tonto cuando te miro. Adam puso un gesto serio en su expresión y la miró fijamente.
—¿De que estabais hablando Drifa y tu? ¿De besos? ¿De mantas de cama? ¿De su
belleza?
—De hierbas. —le contestó Adam sonriendo de oreja a oreja, ahora comprendía
las, aparentemente, irrelevantes preguntas de Tyra. La princesa guerrera estaba celosa
de su conversación con Drifa.
—¿Hierbas?
—Sí, quería que le leyese mi libro de hierbas, para así poder transplantar algunas
plantas salvajes a su jardín, para más tarde utilizarlas como remedios medicinales.
Hemos acordado reunirnos mañana por la mañana para ese propósito. Puedes reunirte
con nosotros si quieres, pero imagino que estarás fuera, haciendo algo belicoso.
Cortando cabezas o algo parecido. —Dijo mientras volvía a sonreír de oreja a oreja,
sólo para irritarla. De oreja a oreja y no como un tonto.
—¿Adam, estarías dispuesto a probar una nueva delicatessen que he
inventado……… manos de cerdo en salsa de eneldo20? —Dijo Ingrith, apareciendo de
repente, mostrándole una bandeja, la cual contenía un trozo de algo indescriptible.
—¿Cómo? —Dijeron Tyra y él a la vez.
Si no estuviese casi seguro, de que no podía ser cierto, empezaba a pensar que
Ingrith estaba intentando flirtear con él.
—¿Por qué estas flirteando con él? —Preguntó de repente Tyra.
Nadie podía acusar a Tyra de no ir directa al grano.
—Bien, ¿Y por qué no? Tú no pareces estar demasiado interesada. He entendido
que él era un blanco legítimo21. Y Drifa dice que incluso es encantador.
¿Blanco legítimo? ¿Yo? ¿Encantador? No tenía muy claro, si le gustaba eso de que
le considerasen encantador, pero de lo que sí estaba completamente seguro es de que
no le gustaba nada, pero que nada, ser parte de alguna clase de —blanco legítimo—.
Entonces, tomando aire en sus pulmones, sonrió cariñosamente a Ingrith. Se aseguró
que fuese una sonrisa amorosa y no una sonrisa tonta.
Tyra utilizando uno de sus grandes pies, le dio fuerte pisotón mientras
murmuraba algo sobre,
—Gamberro, lascivo, repugnante.
—¡Ouch! —Soltó Adam, levantando el pie hasta situarlo en su rodilla mientras se
frotaba con gran exageración.
Justo entonces Breanne entró en el salón. Se encaminó hacia ellos, para sentarse
en la silla vacía que se encontraba a su lado.
—Adam, necesito tu consejo
Tyra soltó un resoplido muy poco femenino a su lado. Además, ella no debería
rascarse la ingle. No podía soportar verla con ese vestido, que era la tentación en sí
mismo, realizando gestos tan viriles, tan lascivos y desagradables en una mujer.
Ladeó la cabeza, indicando a Breanne que se explicase.
—He estado pensando en construir un hospital aquí, en Stoneheim. ¿Qué piensas
de la idea?
—¿Tienes a alguien que pueda encargase del lugar por tí?
Ella le miró agitando sus pestañas.

20
Eneldo: Planta herbácea de hojas con segmentos divididos en lacinias filiformes y flores amarillas.
Usado en cocina como condimento.
21
Blanco legítimo. Se refiere a una pieza de caza que es legítimo cobrar, es decir, que se permite su caza.

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¡Dios mío! Otra de las hermanas de Tyra coqueteando conmigo. ¿Qué es lo que estaba
ocurriendo en ese lugar?
—Si el Padre Efrid y la comadrona quieren trabajar en ello, pienso que es una
maravillosa idea. No estaré aquí mucho más tiempo, aunque... —Él quería dejar
absolutamente claro a todos que su estancia en Stoneheim no había sido idea suya en
primer lugar, y esta se terminaría tan pronto como el Rey Thorvald se recuperase... o
muriese.
—¿Planeando marcharte a algún sitio, sajón? —preguntó Tyra, pronunciando la
frase de manera muy incorrecta para ser mujer.
—¿Exactamente cuántos cuernos de ale has bebido?
—No los suficientes, por lo visto. Todavía puedo ver tu cara que mira con
lascivia.
¿Mirar con lascivia? Primero dice que sonrío como un tonto, ahora que miro con lascivia.
El ale debe estar afectando sus percepciones. Creo que ya es hora de tomar la ofensiva.
—No, no me voy pronto a otro lugar... de todos modos, no antes de que
realicemos un cierto pacto. —Él la miró con gran satisfacción cuando su cara enrojeció.
Entonces él volvió la espalda a Tyra y comenzó a hablar en serio, del potencial
proyecto del hospital, con Breanne. Comieron y hablaron al mismo tiempo, del tamaño
del edificio, de las mesas para examinar a los pacientes, ventanas, su posición... más de
una docena de platos, cada uno más complicado o sabroso que el anterior, pasaron por
la mesa mientras hablaban. Ingrith realmente era una artista en la cocina. Breanne era
una artista a su manera, con una mente brillante. Por no mencionar su belleza, bueno la
de ambas… Ingrith con su belleza nórdica y Breanne con su encantadora belleza de las
irlandesas pelirrojas.
Pasó algún tiempo antes de que Adam se volviera para mirar a Tyra, sólo para
darse cuenta de que la comida había terminado y el entretenimiento acababa de
comenzar... y que Tyra había atraído ya a un buen número de admiradores. Ella estaba
coqueteando, como sus hermanas, excepto que no con él. ¡Caray!
Un soldado Vikingo que se llamaba Gunter, conocido por ser el mejor con la
espada en toda Noruega, tiraba de una de sus trenzas, bromeando sobre algún
comentario descarado que ella había hecho antes. Las criadas parecían desmayarse
cada vez que Gunter andaba cerca, él era demasiado guapo para ser un hombre,
opinaba Adam si alguien le hubiese preguntado… cosa que nadie hizo por supuesto.
Egil Iversson, otro guerrero célebre, le estaba preguntando si le gustaría pasear
con él sobre los terraplenes. Los braies22 de Egil estaban tan apretados que cualquiera
podría notar sus prodigiosas partes masculinas. Llevaba puesto un amplio codpice23,
sin duda.
La filosofía de Adam era, tener cuidado de los hombres con braies apretados,
filosofía que él transmitiría a sus hijas algún día, si alguna vez tuviera una hija. O
quizás se lo explicaría a Tyra… una vez que estuviese a una distancia prudencial.
Adam decidió seguir el ejemplo de Tyra y se tomó un cuerno de ale de un solo trago.
Sintió como descendía la bebida por su cuerpo hasta los dedos del pie.
—Realmente, Tyra, creo que deberías venir a dar un paseo conmigo, —decía Egil.
—Hay algo muy interesante que me gustaría mostrarte.
Apostaría a que sí, a que había algo interesante. ¿Qué clase de paseo tenía en mente ese
asqueroso fornicador? Estaba oscuro fuera. Y hacía frío, espero que se congele su... codpice.

22
La escritora utiliza la palabra Braies/pantalones: Unos pantalones de lino corto sobre el cual llevaban
puestas medias largas. No existen hoy en día ningún Briaes medieval pero las ilustraciones muestran que
dichas prendas eran holgadas, con una especie de efecto pañal en la entrepierna. A la altura de la rodilla
se ataban con cintas de cuero.
23
Codpice: Era la pieza superpuesta, en los pantalones, tapando la ingle, como una bolsa atada con
botones que sirviese de bragueta.

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—No, Tyra no puede ir pasear contigo. Ella prometió bailar conmigo más tarde.
—Era Gunter, el Pavo real quien hablaba ahora.
—¿Lo hice? —Tyra parecía un poco desorientada, aunque no podía saber si por el
ale o por las atenciones masculinas.
Ambos hombres siguieron manteniendo fijos los ojos en el pecho expuesto de
Tyra.
Adam apretó los dedos en los brazos de madera de su silla para impedirse a sí
mismo buscar su espada, que había dejado, lamentablemente, en su habitación… o
quizás por suerte.
—¿Qué tipo de comentario descarado has hecho, Tyra? —preguntó Adam por
causalidad.
—Me preguntó si quería acostarme con ella, —reveló Gunter con regocijo
maligno.
—También, hizo una observación astuta sobre el tamaño de los pechos de una
mujer comparada al tamaño de su cerebro, —añadió Egil.
Ambos hombres seguían mirando fijamente su pecho.
—¡Creo que he oído bastante!
Por lo visto, no lo bastante, porque en ese momento apareció Bolthor regalándole
a Tyra una mirada de adoración de su único ojo bueno. El gigantesco skald24 era digno
de contemplar pareciendo tan adorable. Aunque mejor que parecer un oso tuerto.
—Tengo un regalo para usted, mi señora.
—¿Para mí? —Incluso Tyra parecía asustada por el interés de Bolthor.
El poeta asintió con la cabeza enérgicamente.
—Un poema de alabanza, escrito sólo para usted. ¿Le gustaría oírlo?
¡No, no, no!
—Claro, por supuesto, Bolthor.
Le hubiese gustado sacudir a Tyra con fuerza, pero seguramente lo poco que
quedaba por descubrir de sus pechos se revelarían en todo su esplendor.
—Este poema se llama: La Dama del Vestido Rojo.
¡Uh—oh!

Había una vez una gentil dama,


cuyo amor ningún hombre podía atrapar.
Toda su belleza escondida estaba,
bajo un traje de hombre.
Una espada llevaba.
En la batalla se quedaba.
La Dama no sabía de su valor.
Hasta el día que un vestido carmesí vio.
Entonces la señora realmente floreció,
como la pluma más fina del pavo real.
Ahora la Dama hace su elección,
de todos los hombres enfermos de amor,
Pero es mejor que no se mueva deprisa,
O se desbordará.
Y más pretendientes tendría
que los que ella preferiría.
Alabada sea Tyra, Princesa Guerrera,
y su vestido carmesí.

24
Skald: Trovador en lo cortes vikingas (escandinavas) que se dedicaban a relatar historias y poemas de
la mitología vikinga, pero a la vez eran guerreros, consejeros, etc...

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—Eso ha sido realmente horrible, —masculló Tyra entre dientes. Pero Bolthor
pensó que ella había dicho, todo o contrario, —Que maravilla.
—¿Desearías otro? —Él la miraba fijamente como un ternero lunático.
—Quizás más tarde, —le respondió ella graciosamente. —Ahora mismo, Ingrith
esta necesitada de un buen poema. Está en la cocina, imagino, cansada de preparar
toda esta comida tan fina. ¿Igual podrías animarla?
El único ojo de Bolthor se encendió como si le hubiesen dado un gran tesoro.
—Conozco uno muy apropiado. Alabanza a la Carne de cerdo.
Bien, el poema de Bolthor había conseguido una cosa, pensaba Adam. Gunter y
Egil habían desaparecido… por ahora, de todos modos. Adam había temido por la
necesidad de tener que desafiarlos a un duelo, o alguna otra espantosa clase de desafío.
—La verdad es que has manejado a Bolthor muy bien, —felicitó Adam a Tyra,
intentando mantener un tono agradable.
—Márchate, —contestó ella.
Esas reglas que excluían cortesía. Por lo visto, ella todavía estaba disgustada con él, y
no podía recordar por qué. Oh, ahora se acordaba. Ella pensaba que estaba coqueteando con sus
hermanas.
—Tyra, querida, no tengo ningún interés en tus hermanas.
—¿Parezco preocupada? Y no me llames querida.
—Sí, lo pareces… querida.
—Bien, pues no lo estoy. Y para, para, para, con los términos cariños. Me hace
sentirme como si sólo fuese una de tus mujeres.
—¡Mujeres! En el nombre de Dios Tyra, ya sabes, gracias a la lengua suelta de
Rashid, que no he estado con una mujer desde hace dos años. ¡Por lo que, nada de
mujeres!
—Aún así puedes tener mujeres sin acostarte con ellas, —persistió ella.
—Me gustaría saber como, —refunfuñó él. Mejor cambiar de tema, pensó. —Sería
agradable si me contestaras ahora sinceramente, y me dijeras que no tienes ningún
interés verdadero en Gunter o Egil… o Bolthor.
—Pues la verdad es que tengo interés. Un interés enorme.
Sus hombros encorvaron.
—¿Por qué siempre estas enfadada conmigo, moza? ¿Puedes, aunque sea por una
sola vez, obedecerme?
—De hecho, he decidido compartir las pieles de mi cama con ellos.
—¿Todos a la vez? —preguntó, apenas sofocando una risa ante sus mentiras
absurdas.
Los ojos de Tyra estaban abiertos como platos. Obviamente, ella no tenía ni idea
de lo que hacer con tres hombres compartiendo su cama a la vez.
Por supuesto, él se lo explicó.
Entonces Tyra literalmente se quedó con la boca abierta.
—¿Podemos empezar de nuevo? ¿Por qué no me dices algo descarado como lo
hiciste con Gunter y Egil? Es injusto que les digas cosas descaradas a otros hombres y
no a mí.
Ella dijo algo tan vulgar y escandaloso que él por un momento se quedó mudo.
Esto se estaba tornando en un descarado nuevo nivel. Evitó la necesidad de reaccionar
ya que en ese preciso momento empezaron a mover las sillas y las mesas. ¡Gracias, Dios
mío!
Un espectáculo estaba planeado para esa noche. Rápidamente se formó un
espacio abierto delante de la tarima, cuando movieron las mesas de caballete y los
bancos a los lados laterales del pasillo.

118
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Varias personas se dirigieron hasta la tarima —las hermanas, Rafn, Bolthor,


Tykir, Alinor, y su hijo más viejo, Thork. Era el mejor lugar para verlo todo, pero no
había bastantes sillas. Tykir sentó a Alinor en su regazo, lo que causó un pequeño
chillido de protesta antes de que ella se acomodara dulcemente en sus abrazos, y él
hizo señas a Thork para que se sentase a sus pies, así dejó una silla libre. Thork estaba
siendo castigado por sus artificios salvajes de ese día. Rafn se hundió en la silla vacía y
tiró de Vana hacia su regazo. Vana sólo suspiró, ni se molestó en protestar.
¿Me atrevo? Se preguntó Adam, echando un vistazo buscando a Tyra.
Infierno sangriento, ¿me atrevo? Se pregunto así mismo, justo cuando se puso de
pie y cogió a Tyra por la cintura, para acomodarse otra vez en la silla, con ella sentada
a horcajadas sobre su regazo y su espalda apoyada contra su pecho. Breanne
inmediatamente tomó el asiento desocupado, con Drifa e Ingrith sentadas a ambos
lados en los brazos de la silla. Las tres sonrieron con simpatía, dándole las gracias.
—¡Eres un bruto! —Tyra empezó a retorcerse para mantenerse apartada de él,
pero fue en vano. Él tenía ambos brazos agarrándola firmemente alrededor de su
cintura, y la mesa la bloqueaba de frente.
—Sigue retorciéndote, moza. Eso me da una buena vista de tus pezones, —le
susurró en el oído.
Ella inmediatamente se quedó quieta y miró hacia abajo... y entonces gimió.
—¿También los han visto todos los demás? —le preguntó en un susurro
mortificado.
—No, sólo yo. Y tengo que decir que son unos pezones preciosos.
Ella trató de abrir sus manos haciendo palanca, pero fue del todo imposible, él
sostuvo su abrazo apretado alrededor de su cintura.
—Debería cortarte los dedos con mi daga.
—Si haces eso, sería incapaz de darte placer con los dedos.
Seguramente esto capturó su atención. Él prácticamente podía oír a su cerebro
reflexionar sobre lo que él acababa de decir.
—¿Qué… cual es el placer con los dedos?, —preguntó finalmente entre dientes.
Él no tenía ni idea, pero esa palabra fue una súbita inspiración. Bien, realmente,
podía imaginar cual podía ser. Pero las palabras no harían ninguna justicia. Aquella
clase de sabiduría erótica merecía una demostración. De este modo, mientras él todavía
se agarraba fuertemente a ella con su mano izquierda, con gran habilidad resbaló su
mano derecha bajo el dobladillo de su vestido y sobre la piel desnuda de su pierna.
—Ah. —Fue su única respuesta. Él estaba bastante seguro de que le estaba
gustando, si su suspiro suave de placer era alguna indicación… y el hecho de que ella
no le cortara los dedos.
A causa de la mesa, la luz débil, y el hecho de que todos los ojos estaban puestos
en Agnis, la joven criada que cantaba y tocaba el laúd, nadie notó lo que estaba
haciendo Adam.
Su mano estaba sólo en su pantorrilla, pero ella estaba tiesa como un palo.
Deliberadamente él extendió sus rodillas, que hicieron que las rodillas de Tyra se
extendieran también. La tenía exactamente donde él quería… en su regazo, y expuesta.
—No puedes, —dijo ella cuando su mano se movió en una caricia lenta sobre su
rodilla, hasta su muslo.
—Puedo, —respondió él, y movió la mano desde la parte externa de su muslo a
la parte interna. Con sólo las yemas de sus dedos, acarició ligeramente el interior de
sus muslos en círculos lentos, desde sus rodillas hasta casi el vellón que guardaba su
feminidad. Por encima de un muslo, bajando por el otro, por encima de un muslo,
bajando el otro.
Ella no sólo estaba tiesa como un palo, sino que contenía el aliento.
—¿Cuándo te acarició aquí, comienzan a dolerte los pechos?

119
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Ella asintió con la cabeza, para su sorpresa. No esperaba tal honestidad.


—¿Sientes una palpitación aquí… cuando hago esto? —Él puso el talón de su
mano contra la parte baja de su vientre, sólo encima del hueso del pubis.
Ella liberó el aliento encerrado y trató de sostener su mano allí, a través de la tela
de su vestido, que todavía la cubría discretamente. Pero él había vuelto otra vez a
resbalar los dedos por sus muslos.
—Adam, oí sobre el nene que murió hoy, —dijo Alinor durante el corto entreacto
de la función. El laúd había terminado, y ahora Rashid se disponía a contar uno de sus
largos cuentos árabes… algo sobre un hombre joven y una alfombra mágica. —Siento
mucho que no fueses capaz de salvar al pequeño.
No ahora, Alinor. Ah, por favor, Dios, no ahora. Él esperó que su gesto silencioso
con la cabezada, aceptando sus simpatías, fuera bastante.
Pero al instante Tyra se daba vuelta en su regazo, mirándolo sobre su hombro.
—Olvidé preguntarte sobre Dagma. Ah, no, no me digas…
—Dagma se pondrá bien, —le aseguró rápidamente. —Perdió mucha sangre, y
esta muy débil después de un día y medio para dar a luz, pero el nene murió en la
matriz.
—Ah, Adam, —dijeron Tyra y Alinor al mismo tiempo.
—No se podía hacer nada; el cordón umbilical estaba alrededor del cuello del
niño. Debía estar muerto desde hace días.
—Ah, Adam, —repitieron ellas.
—A veces las cosas, incluso las malas, pasan por una razón, —dijo entonces
Alinor —Ella es muy joven. ¿Puede tener a otros niños, verdad?
—Probablemente.
—Yo debería ir a verla, —sugirió Tyra.
—¡No, ahora no! —Él inmediatamente se dio cuenta de que su voz sonó chillona.
Más tranquilamente, le informó, —le di algunas hierbas que harán que duerma
profundamente durante la noche.
No puedo creer que esté sentado aquí con mi mano dentro del vestido de mi señora,
apunto de separar sus pliegues íntimos, con una excitación que podría chamuscar el pelo de un
cerdo, y hablando de asuntos médicos. ¿No podía esta conversación esperar hasta mañana? Si
Drifa nos estaba oyendo y por casualidad comienza a preguntarme qué hierbas usé, pienso que
me echaré a llorar.
—Adam, tienes una cara que parece que te vas a poner a llorar, —comentó Tykir.
Adam vio el centelleo en los ojos de Tykir. Él se fijó en Tyra y después en Adam, movió
la cabeza, sorprendido, preguntándose que pasaba. No podía saber exactamente lo que
pasaba, pero habían despertado sus sospechas.
—Esta es la historia de Aladin y sus aventuras asombrosas con una alfombra
mágica.
Nunca en toda su vida había pensado Adam que estaría tan encantado de oír que
Rashid comenzaba una de sus historias interminables. Eso implicaría probablemente
harenes de una u otra manera. El pasillo se quedó en silencio cuando cada uno se
inclinó hacia delante para escuchar atentamente, no queriéndose perder una palabra
del cuento. A los vikingos les encantaban las buenas historias. A Adam también, pero
no ahora. ¡Por Dios, no ahora!
Alinor giró y empezó a alejarse.
Y Adam rezó en silencio dando las gracias.
—Gracias por quedarte con Dagma, —susurró Tyra sobre su hombro, luego se
giró para contemplar a Rashid, quién se sentó en un taburete alto, rodeado por velas y
antorchas, que dieron un molde misterioso a sus rasgos del Este. Entonces, por primera
vez desde que la sentó en su regazo, ella se relajó y dejó caer su cabeza para
repantigarse atrás en su hombro.

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SAGAS Y SERIES

Bien, infierno, si yo hubiese conocido un poco de compasión o una pequeña gratitud, me


ganaría este resultado, podría haberle contado todo sobre la vieja bruja con los ojos que rezuman
pus a la que ayudé hoy. O algo menor, la pierna rota del muchacho que curé. O la quemadura en
la palma de Alrek de recoger la leña caliente que calmé con el ungüento.
Tyra se retorció en su regazo para ponerse más cómoda, y Adam vio estrellas
delante de sus ojos, tan intenso era el dolor de placer en su ingle. ¡Genial, ella no podía
sentirlo presionando contra sus nalgas! No quería asustarla.
—Puedes continuar ahora, —dijo Tyra.
—¿¡Eh!? ¿Me estás hablando? —preguntó. Ella debía dirigirse a mí, porque Alinor no
mira en esta dirección, y no hubo ninguna interrupción en el cuento de Rashid. ¡La única cosa a
la que ella podría referirse era… ah, mi Dios!
—Por supuesto que te hablo a tí, —dijo ella con tanta cordialidad como un
capitán que se dirige a un soldado idiota. —Puedes seguir el juego del placer con el
dedo, ahora.
¿Juego? ¿Ella ve esto como un juego? ¡Tanto como para que estuviese sobresaltada!
—¿Te he impresionado? —preguntó ella, aparentemente se tomó unos segundos
para pensar.
No, ni unos segundos para pensar están permitidos.
—Sí, me has impresionado, —dijo él, —del modo más agradable posible.
—¡Shhhh! —Ingrith, Breanne, y Drifa todas susurraron al mismo tiempo. Ellas
estaban absorbidas por el cuento de Rashid y no querían que ninguna charla distrajera
su audiencia.
Así que, mientras Rashid contaba sus cuentos sobre la magia en una tierra del
Este, Adam comenzó a tejer su propia forma de magia.
Él acarició su monte de Venus con dedos que parecían revolotear, entonces
colocó la palma sobre ella, haciendo girar el talón de su mano contra ella. Ella arqueó
su espalda y gimió suavemente. Le habría gustado tocar sus pechos, pero sería una
demostración demasiado abierta delante de un auditorio. En cambio, él susurró en su
oído, —Ábrete más, —y cuando ella lo hizo, él bañó sus dedos en la miel de su
excitación y lo extendió de arriba abajo sobre sus pliegues, antes de que él encontrara
aquel capullo, centro de su feminidad.
Cuando él la tocó allí, ella se sacudió y gimió en voz alta.
—¿Hay algún problema? —preguntó Alinor.
Él la estaba acariciando allí ahora, y al principio ella era incapaz de hablar.
—No, sólo una pequeña indigestión, —dijo Tyra.
Tykir la miró sorprendido.
—Deberías masticar hojas de menta, —ofreció Drifa. —Es la mejor cosa para
calambres en el abdomen.
—Te dije que el hígado de cerdo en salsa de eneldo no era para ti, —dijo Ingrith
suspirando. Ella debía haber regresado al hall para evitar los poemas de Bolthor en la
cocina.
—¡Shhh! —dijo alguien protestando.
Mientras tanto, Adam hacía todo lo posible para contribuir a su –indigestión—
Acariciando, y acariciando, y acariciando, antes que el botón se hiciera más grande y
más duro, y los pliegues aferrados se abriesen como los pétalos de una flor, y el rocío
fuese caliente y espeso.
Él se sentía bastante caliente y grueso también.
Sintiendo que ella estaba a punto de alcanzar su orgasmo, él introdujo su dedo
medio largo dentro de ella, y fue recompensado por el espasmo rítmico de sus
músculos interiores que le daban la bienvenida a su mundo. Sus manos agarraron sus
antebrazos en un apretón de hierro, tratando de luchar contra las ondulaciones
aplastantes que pasaron por ella. Él tendría contusiones mañana, a ciencia cierta…

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SAGAS Y SERIES

contusiones que él saborearía como un recordatorio de su dulce rendición. Al final,


justo antes de que ella se estrellase por aquella barrera que separa a una mujer del
éxtasis, sus rodillas le agarraron y se puso un puño en la boca, tratando de sofocar sus
gritos, pero él oyó,
—Ah… ah… ah… ¡Por el amor de Freyja! ¡…ah!
Entonces ella se hundió contra él, relajada, saciada.
Adam consiguió gran satisfacción con el placer de Tyra… no tanto como si él
hubiera tenido también otro orgasmo, pero cerca. Su sensualidad abierta era un placer.
Él nunca sabía que esperar de ella… ....como comprobó antes.
Cuando su jadear suave se extinguió y fue capaz de hablar, Tyra se dio la vuelta
ligeramente para afrontarlo y le preguntó,
—¿Cuando puedo yo darte placer con los dedos?

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SAGAS Y SERIES

Capítulo 13

―Entonces, ¿exactamente, cuantas clases de placer hay? ―le preguntaba Tyra a


Adam poco tiempo después.
Él gruñó y puso su frente sobre la mesa.
—¿Qué clase de monstruo he creado? ―murmuró él, pero estaba sonriendo
mientras hablaba; Tyra estaba bastante segura de que él no la consideraba un monstruo
del todo. De hecho, las calientes miradas que él le mandaba le indicaban justamente lo
contrario.
Rashid había terminado su cuento, nada que Tyra pudiera recordar, y varios
chicos de pueblo hicieron algunas acrobacias, nada que Tyra pudiera recordar, y más
de cada uno había salido sobre la tarima para comprometer a otros y persuadirlos,
incluyendo bailar, lo cual estaba tomando lugar al final del hall con el acompañamiento
de varios violinistas. Pero Tyra no podía pensar en eso. La única cosa que tenía en
mente era la increíble experiencia a la cual Adam la había inducido.
—Quiero decir, me has mostrado el placer de la boca y de la lengua, y ahora el de
los dedos... nada de lo que yo hubiera esperado. ¿Entonces, cuántas clases de placer
existen?
—Tyra, ¿tienes que analizarlo todo? ―preguntó Adam, levantando la cabeza
hacia ella. Casi inmediatamente añadió. —Si no te levantas ese corpiño, yo podría
perfectamente saltar sobre tu regazo.
Ella movió su escote hacia arriba.
—Sí, lo analizo todo. ¿De qué otra forma puedo entender las cosas?
—Esta no es una batalla en la que cada estrategia y cada método de lucha debe
ser estudiada. La mejor manera de hacer el amor es la espontánea.
Ella dio golpecitos con el dedo índice contra sus labios.
—No, creo que estás equivocado. No es que yo haya hecho el amor en verdad,
precisamente. Esto no cuenta como hacer el amor, ¿o sí?
—No precisamente ―dijo él imitándola festivamente.
—Pero creo que debería haber delicias en todas las formas de hacer el amor...,
planeadas o no.
Adam sacudió la cabeza con desespero ante ella.
—No dudo que estés en lo cierto.
—Entonces, ¿cuántas clases hay?
—¿Clases, de qué?
—¡Aaarrgh! Placer, tonto. ¿Me malentiendes deliberadamente?
Él sonrió abiertamente. Entonces puso sus manos en rendición cuando ella
gruñó.
—Existe el placer de la boca, el de la lengua y el de los dedos como has dicho.
Hay un placer de los ojos, uno del hablar y otro en la unión. Pero el mejor de todos es
la combinación de todos.
Ella frunció el entrecejo por la confusión.
—Dame un ejemplo del placer de hablar.
Él rió.
—¿Por qué no vienes a mis sábanas y podré demostrártelos todos?
—No ahora ―dijo ella. —Todavía no.
―Bueno, entonces, si vamos a hablar del placer del hablar, podría decirte algunas
cosas que quiero hacerte cuando te desnude en privado. Podría decirte mi deseo de
empujar, empujar y empujar sobre tu firme cavidad hasta que grites de placer. O
podría decirte mi fantasía de lamer el camino de tu cuerpo de arriba abajo y de abajo

123
SAGAS Y SERIES

arriba, entonces lamerte allí donde eres más cálida, más húmeda y donde más me
deseas.
—Oh, malvado, malvado hombre. Eso es como una mentira. La gente no hace
eso.
Él levantó sus manos al aire como diciendo —tú preguntaste.
—Bueno, ¿qué me dices del placer de mirar? ―preguntó ella, imaginando que era
un terreno más seguro.
―Yo te vería y adornaría con puros velos como una hurí del desierto con
campanas que tintinearan con cada oscilación de caderas, y pulseras en los tobillos. O
podría acomodarte en mis sábanas y pedirte que me miraras mientras me desnudo
lentamente para ti. Muy lentamente.
―Me gustaría más esa última ―dijo ella. En verdad, ella lo quería todo.
Él sonrió, como sólo él sabía.
—¿Te gustaría saber algo particularmente escandaloso?
―No lo sé ―dijo ella, pero casi inmediatamente cambio de idea y dijo. —Sí, dime.
Él rió.
―Me gustaría que usaras un adorno especial que ví una vez en Bagdad. Es una
cadena de oro delgada que cuelga por la cintura, pero hay otra cadena que la ata hasta
el centro de la espalda, que pasa a través de las nalgas y va por la hendidura femenina
para unirse de nuevo a la cintura. Ese adorno debe ser usado todo el día bajo la ropa,
mientras montas a caballo, caminas por el jardín, o comes, o lo que sea. Siempre es un
recuerdo del hombre que debe estar allí.
Tyra estaba muda por fin. Él había hecho lo correcto. Era una escandalosa
fantasía.
Puso la mano sobre la de ella.
―Estoy medio probándote, Tyra. No es que todas esas cosas no puedan hacerse o
que no las hagamos si es que las quieres.
―Sí ―dijo rápidamente ella.
Él rió.
―Mantenme así de sorprendido y estarás en mi cama antes que puedas
parpadear. Sólo mira esto: si Bolthor, o Tykir o Alinor te dicen que fui salvaje en un
tiempo, ellos dirían la verdad. Yo era un experto en todas las artes sexuales peligrosas
o de aventura. Pero ahora he venido a creer que el mejor juego sexual viene del simple
acto de dos personas envueltas y no en las artes practicadas.
Un lujurioso pensamiento vino a ella.
―Estaba pensando en otra clase de placer. Oí por casualidad a Lady Alinor
mencionar algo en la cocina.
—¿Bueno? ―la animó cuando ella sólo le sonrió. Levantó las comisuras de sus
labios, esperando.
―El placer de las plumas ―ella dijo alegremente.
Por varios largos momentos, él sofocó su aliento... aun ella le palmoteaba la
espalda, tan duro que él comenzó a sofocarse de nuevo.
―Fui demasiado lejos, ¿verdad? A los hombres les gusta dirigir, ya sea en la
guerra o en los juegos del amor. Fui muy agresiva.
Cuando su sofoco se acabó, dejó que su mirada viajara por ella e inmediatamente
le dijo.
—¿Muy agresiva? No existe eso en los juegos del amor.
—Entonces ¿no estás disgustado conmigo?
―Mi princesa guerrera, creo que he muerto y he ido al cielo vikingo.
Tyra se regocijó de poder afectar tanto a un hombre... no, que ella pudiera afectar
tanto a este hombre. Sintió como si cruzara una línea importante de su vida, y no sólo

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SAGAS Y SERIES

por el increíble placer que había experimentado por los malvados dedos de Adam.
Peleó contra la falta de claridad en su mente para entender qué era eso.
Con pacto o sin pacto, haré el amor con este hombre.
Él aun sostenía la mano de ella y la miraba, como si entendiera su lucha interna.
Quizás era un paso importante para él también.
Como los efectos de la cerveza inglesa comenzaron a actuar, ella se acomodó los
tirantes del corpiño hasta que estuvo decente. Oró para que la lucidez regresara no
porque no pudiera cambiar de idea, sino para entender las implicaciones de esta
decisión momentánea.
—¿Tyra? ―pregunto Adam.
―Sí yo...
—¿Sí...?
Ella sonrió ante el dolor de la voz de él.
―Después de la prueba de los juegos del amor que me has dado, sería una tonta
si no quisiera una muestra de todo. Pero no soy una persona impetuosa. Necesito
pensar las cosas más. Estudiar...
—¡Oh, no, no, no! Lo peor que puedes hacer cuando sientes la lujuria es pensar.
El pensar es un asesino de la lujuria.
Ella sonrió.
—¿Estás diciendo que siento lujuria?
—¡Hah! Si tú o yo estuviéramos más lujuriosos, estaríamos babeando.
―Lo que trato de decirte es que me has convencido de hacer el amor contigo,
pero debe haber algunas reglas.
—¿Reglas? ―gruñó él.
―Sólo porque elijo acostarme contigo no quiero decir que consienta en casarme.
Adán se volvió tres sombras de púrpura antes de decir, muy cuidadosamente.
―No recuerdo haber mencionado el matrimonio. Ni una vez. Y realmente, Tyra,
los hombres son los que temen al matrimonio, no las mujeres.
―No soy como las otras mujeres. Ya lo sabes.
—¿Así que aparte de rascarte la entrepierna y escupir, tienes otros rasgos
masculinos... como la aversión al matrimonio?
Ella podía decir que él estaba tratando de hacer una ligereza de lo que ella
consideraba un tema muy serio.
―Ya sabes que estoy siendo empujada por todas partes hacia el matrimonio.
Bueno, estarás sujeto a las mismas presiones si alguien sospecha que nuestros cuerpos
desnudos se han tocado.
—¿Cuerpos desnudos? ―gruñó él.
―No trates de cambiar el tema.
―De acuerdo, debemos ser discretos. Y debemos evitar la presión hacia el
matrimonio. De acuerdo. ¿Alguna otra regla?
Ella asintió.
―Quiero salir de Stoneheim pronto... definitivamente en el próximo mes. No
puedo esperar hasta que los fiordos se hielen. Entonces será muy tarde.
—¿A Bizancio?
―Sí, es lo mejor para mí. Mi idea es firme, es independiente del destino de mi
padre. Rafn esta listo para salir corriendo si lo peor sucede.
―No puedo decir que lo apruebo. Parece una vida dura para una mujer ―él
levantó las manos en rendición cuando vio que ella estaba a punto de protestar por su
caracterización de las mujeres como seres más débiles que los hombres. —Pero si es lo
que quieres, es tu decisión.
—¿Te irás de Stoneheim o te quedarás el invierno?

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SAGAS Y SERIES

—¡Hah! No me quedaré aquí si tu ya no estás. De hecho, sin ánimo de ofender,


pero incluso si tu te quedas, no tengo intención de pasar el invierno en esta tierra
helada.
―Quizás puedas viajar parte del camino conmigo... tú y Rashid. Él habla con
frecuencia de su anhelo por regresar a un clima más cálido en su patria.
Adam sacudió la cabeza.
―No. Rashid podía ir contigo, pero yo voy para Inglaterra. El único hogar que
tengo es ése.
―Una última cosa ―dijo ella, y tomó un profundo respiro de nervios. —Si hay un
bebé, renunciarás a todos tus derechos.
Él dejó caer la mano de ella y la miró ridículamente.
—¡No!
Primero, no estaba segura si no había escuchado bien.
—¿No?
Él se detuvo y la miró fijamente.
―Me escuchaste. ¡No! Mi dama, me ofendes enormemente. ¿Cómo puedes pensar
que abandonaría a mi hijo?
Ella inclinó una mano y lo estudió mientras él chocaba sus puños con ira.
―Mi hermana Adela y yo nunca conocimos a nuestro padre. Fuimos adoptados
por Sehk y Rain, quienes abrieron un orfanato en Jorvik. Me di cuenta una y otra vez lo
que la falta de un padre hace en un niño. Eso jamás me pasará. ¡Jamás!
―Pero, Adam, no tiene sentido. Dices que no quieres casarte.
―No ―él le echo una mirada directa, la cual cargaba un sentimiento escondido.
Cuando el entendimiento entró en su cabeza, ella se detuvo también.
—¿Me quitarías a mi hijo?
―Sí. ¿Una madre soltera que pelea para vivir? Por favor, Tyra, incluso tú debes
ver cuan inadecuado sería eso.
—¿Crees que yo sería una madre incompetente? ―toda su vida, Tyra había sido
victima de la crítica. Era muy grande. Muy ruda. Muy poco atractiva. Pero esto era el
más áspero soplo a su orgullo que había soportado. Eso, golpeó justo a su corazón.
―Eso no fue lo que yo dije ―él trató de tomar la mano de ella, pero ella la quitó
de su alcance, tan fuerte, que él casi tropezó contra la silla y sólo se enderezó en el
último minuto. —Tyra, hay formas de evitar tener niños.
—¿Las hay? ―ahora, eso era una sorpresa. ¿Por qué los hombres y las mujeres,
especialmente los que tenían más descendencia de la que podían alimentar, no practicaban esas
formas? —Formas.
Él asintió.
―Bueno, nada seguro, por supuesto.
—¡Aahhh! ―dijo ella. —Entonces, al final, hacer el amor es aun un juego de
oportunidad para las mujeres. Al final, tu semilla podría echar raíz en mi útero.
Él lo dudó, entonces asintió.
—¿Y alejarías ese fruto de mí?
―Si estás sirviendo en la sangrienta Guardia de Varangia, sí, lo haría ―él estaba
furioso y ahora ella lo sabía.
Sacudió su cabeza tristemente ante él.
―Sal de mi presencia ahora, sajón, antes de que te atraviese con mi peligro ―ella
hablaba en serio.
Él la miró durante un largo momento, la furia y la tristeza estaban en su cara.
Entonces se giró y se fue.
Tyra debería haber estado feliz de saber que acababa de escapar de lo podría
haber sido el error más grande de su vida. ¿Por qué, entonces, había lágrimas cayendo
por su rostro?

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SAGAS Y SERIES

Adam caminó de un lado a otro durante muchas horas. Esa no era la forma en la
esperaba pasar la noche.
Yacía inquieto en su cómoda cama mientras Rashid roncaba al otro lado de la
chimenea central donde un bajo fuego resplandecía. Si Rashid continuaba ese camino,
el fuego rugiría. Mientras así sucedía, Rashid estaba sepultado bajo tres pieles de
cama... dos suyas y una de Adam.
¿Cómo podían ir tantas cosas mal en su vida? ¿Cómo podían ir mal tantas cosas
entre él y Tyra? ¿Cómo podía haber llegado a preocuparse tanto en tan poco tiempo?
No es que se estuviera reprochando del todo. En realidad, si Tyra pensaba las
cosas que pensaba, también tendría que admitir que no había un lugar para un bebé en
la vida de un soldado.
¿Y por qué estaban discutiendo de un bebé, sin embargo? Era probable que jamás
hubiera uno. Especialmente porque parecía que él nunca tendría la oportunidad de
hacer algo que pudiera producir un bebé. ¿Por qué buscar un problema cuando había
abundancia al alcance de la mano?
Lo más contradictorio de todo era la forma en la que el corazón de Adam se
sentía, como si un puño lo estuviera apretando. No podía dejar de imaginar el bebé que
él y Tyra podrían producir. El niño sería alto, por supuesto, y de ojos azules. Tendría
cabello negro o rubio. De todas formas, cualquier niño que formaran ellos dos sería
muy apuesto.
No me importa. No me importa. No me importa. Es mejor que termine antes de que
comience.
¿Pero y si...?
Una vez que Adam finalmente empezó a quedarse dormido, sintió a alguien
resbalar bajo las mantas junto a él. Primero pensó que podría ser Tyra... viniendo a
pedir perdón. ¡Hah! Era Kristin, la pequeña duende, que lo miraba con sus ojos azules,
con su dedo pulgar dentro de sus labios.
—¿Por qué estás aquí Kristin? ―gruñó él, o lo intentó. Era difícil ser rudo
mientras estaba ajustando el pequeño óvalo para encajarlo en la cuna de sus brazos
―justo como Adela—y cepillaba las cuerdas sueltas de su cabello para apartarlas de su
cara.
―He tenido un sueño ―reveló Kristin. Una gruesa y gran lágrima rodó por su
carita.
―Shhh, sólo fue un sueño.
―Alrek se iba de nuevo. Y tú también te ibas. Yo estaba solita y tenía miedo, en
mi sueño ―fueron las palabras en pedacitos de Kristin. De hecho, lo que ella describía
no era una horrible pesadilla; era la realidad. Alrek se iría como un Vikingo de nuevo.
Y Adam se iría definitivamente después de eso.
Tan pronto las palabras salieron de la boca de Kristin, se quedó dormida. Era la
forma en que los niños pasaban de la charla al letargo en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando él despertó vacilante en la madrugada, encontró no sólo a Kristin en la
cuna de sus brazos, sino también a Besji dormido al pie de la cama y a Tunni a su lado
en el suelo. Alrek estaba de pie ante el fuego, tratando de atizar lo que aun ardía para
hacer un buen fuego.
Mientras tropezaba para salir de la cama y prevenir a Alrek de estar mas lejos del
fuego, tratando de no despertar a los niños, se hizo una promesa.
Hoy es el día en que retomaré el control de mi vida. Hoy es el día en que haré arreglos
para salir de Stoneheim.

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SAGAS Y SERIES

—¿Trajiste salsa extra de rábano picante para la carne de venado? ―El rey se
lamía los labios con hambre mientras hablaba con Alrek, que cargaba una capa enorme
tratando de ser su ayuda de cámara.
―Sí, lo hice, pero tuve que esconderlo en el corredor antes de que el Padre Efrid
dejara el cuarto para los rezos matutinos ―Alrek no podía comprender por qué el rey
no se levantaba de la cama y comía en el hall como los demás. ¿Pero quién era él para
cuestionar las necesidades que su amo tenía? Después que puso la bandeja en el
colchón, Alrek regresó a cerrar con llave la puerta.
—¿Tuviste algún problema para encontrar la comida? ―preguntó el rey mientras
hurgaba la comida de la mañana y le señalaba a Alrek que se uniera a él.
―Un poco ―dijo Alrek, mordiendo un pedazo de torta de avena con miel. De
verdad, él estaba comiendo más que lo que nunca había hecho, desde que el rey lo
había tomado a su servicio. —Ingrith quería conocer donde iba con todos estos bienes
robados, y le dije que eran para el amo Adam.
―Bien hecho, muchacho. ¿Y eso la satisfizo?
Alrek se encogió de hombros.
―Eso parece. Añadió más miel a las tortas para él, con un gusto especial.
—¡Rayos! Espero que ella no le esté poniendo su gorro también.
―No lo creo. A decir la verdad, todas las damas parecen estar conspirando de
alguna manera... Ingrith, Breanne, Vana, Drifa, sin mencionar a Lady Alinor. Creo que
tienen algún plan para unir al amo Adam con Lady Tyra.
—¡Ah! Justo como una cría de cerebros de gacha de mujeres. Planes y secretos.
Como si eso les hiciera algún bien.
Alrek empezó a decir que los planes y los secretos también estaban diseñados
para el rey, pero se mordió la lengua a tiempo. Él seguía el consejo del amo Adam...
pensar antes de mover su lengua. El sanador le había dado un poco de sabiduría
cuando Alrek le había dicho que había visto a Rafn atizando su... uh, atizador... en el
fuego de mujer de Vana una noche.
―Entonces dame todas las noticias ―dijo el rey, después de haber comido todo y
poner lo platos a un lado. ―Y no te olvides de nada ―alcanzó el jarro de cerveza inglesa
y procedió a tomar un largo sorbo.
―Bueno, puedo decirte una cosa. Es una nueva palabra que escuché al amo
Adam decirle a tu hija Tyra. Tal vez tiene algún significado. Tal vez no ―frunció el
entrecejo. —¿O fue ella quien se la dijo al amo Adam? Estoy confundido ahora.
El rey movió una mano mientras como si no importara.
―Dilo ya, muchacho. ¿Qué palabra es esa que tanto te pone en suspenso?
―Placer de los dedos.
El rey comenzó a reír y a ahogarse al mismo tiempo, Alrek temía que pudiera ser
el responsable de la muerte del rey. Bolthor podría incluso escribir una saga sobre esto:
—El rey que rió hasta morir.
Alrek pensó que era tarde para ser un vikingo.

—¿Placer de los dedos? ―exclamó Tykir. —¿Qué diablos es eso?


―No tengo idea ―dijo el rey Thorvald—Pensé que tu sabrías... siendo un hombre
afortunado en mujeres, como tienes la fama de serlo.
—¡Thorvald! He estado casado diez años. La única mujer con la que he sido
afortunado es Alinor.

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SAGAS Y SERIES

El rey se encogió de hombros.


―Y también es una vergüenza... que despreciases más danesas.
―Es más cómo valoro mi vida... y mis partes de hombre. Alinor me mataría si
tomo múltiples esposas... o se aseguraría de que no fuera capaz de hacer algo más que
usar mi... eh, dedo gordo. ―le dijo al rey y entonces tomó un sorbo de cerveza. —
¿Entonces, por qué quieres saber qué es eso del placer de los dedos?
―Escuché que Adam podría estar haciéndole eso a mi hija Tyra. O tal vez ella a
él... O tal vez estén considerándolo.
Tykir abrió más los ojos ante el rey.
—¿Cómo escuchaste eso? Creí que era yo el único que sabía de tu recuperación.
―Lo eres, lo eres. Pero una persona escucha mucho de la gente cuando creen que
él está muerto para el mundo. Hablan como si estuvieran solos. Estarías sorprendido
ante las cosas que escuché mientras estaba ahí acostado.
Tykir no estaba del todo satisfecho con la explicación del rey, pero lo dejó así por
el momento.
—¿Qué quieres, Thorvald?
―Quiero que la chica se case, y parece que tocarse es lo más que han hecho. Un
Vikingo no se quedaría en tocar, te lo digo yo. El sajón rubio debe hacer desaparecer la
debilidad.
―Él no es débil ―contendió Tykir. —Además, por lo que escuché, ellos hoy no se
hablan, déjalos solo tocarse. Por lo que escuché Adam quería quitarle el bebé.
—¿Qué bebé? ¿Tyra tiene un bebé, y nadie se ha molestado en decírmelo? ¿No
tengo acaso personas leales que me lo digan?
―No, Tyra no tiene un bebé... no aún. Pero si ella tiene un bebé... con Adam... él
le quitará el bebé.
—¡Claro que no! Le cortaré la cabeza si se atreve a intentarlo. ¿Luego, es un niño
o una niña? Pueden los dioses ser piadosos, hace mucho que no nace un niño de mi
linaje.
―No va a haber bebé. Aún no se hablan... ¿no escuchaste decir eso?
—¿Puede alguien hacer algo correctamente? ―Thorvald alzó sus manos al aire. —
Parece que tengo que hacer todo por mí mismo.
―Vamos. Despierta de la muerte, viejo maquinador. Atemoriza a tu clan entero
caminando por el hall durante la cena de hoy. ¿O pretendes ser un fantasma? No me
importa. Pero sal de la maldita cama. Esta recámara esta empezando a humear... de
cerveza y rábanos picantes. Creo que iré a Dragonstead, donde cada uno es sensato...
bueno, todos menos Rapp del Gran Viento.
―Ve si quieres ―dijo el rey gruñonamente. —Pero podrías querer quedarte por
mucho. Pronto tendré algo muy especial que mostrarte.
Tykir se detuvo en la puerta y se giró hacia el rey, quien estaba extendido en la
cama, sus manos dobladas tras su cuello y sus largas piernas cruzadas por los tobillos.
Tenía una expresión astuta en su cara.
—¿Y qué podría ser?
―Mi harén.

129
SAGAS Y SERIES

Capítulo 14

Era un día brillante y soleado en Stoneheim… el tipo de buen día poco común,
conocido como Verano de Odin. Un día en que el sol brillaba intensamente, haciéndole
creer a uno que más adelante llegaría un clima más clemente, cuando en realidad
podría haber nieve y helada, antes de que llegase la mañana. En verdad, uno de los
carpinteros del barco que sufría de dolores en las articulaciones, le comentó a Tyra, que
en el horizonte se avecinaba una tormenta, ya que las rodillas le dolían en
premonición.
Tyra se estaba aprovechando de la calma del tiempo para examinar uno de sus
navíos, Wild Serpent (Serpiente Salvaje), que se encontraba elevado sobre un caballete.
Muy temprano, antes del amanecer, había enviado a unos cuantos trabajadores para
que empezasen a prepararlo para el viaje. Breanne, de mala gana, le estaba ayudando,
al poner a algunos de sus carpinteros a lijar los ásperos bordes en los rieles. Vana
estaba inspeccionando las velas por si había alguna rotura, ella no estaba tan reacia.
Oh, Vana se quedaría muy triste cuando viera partir a Tyra, pero estaría mucho más
feliz cuando al fin se casara con Rafn.
—¿Vas a alguna parte, Tyra?
Miró hacía arriba y vio parado delante de ella a Adam. Llevaba puesta una de
esas prendas árabes, que seguramente se vería ridícula si la llevase alguno de sus
soldados vikingos, pero en él se veía, como si hubiese nacido en la cultura oriental.
—Creí que estabas visitando a tus pacientes.
—¿Vas a alguna parte, Tyra? —repitió él.
—Sabes que si. Vete, Adam. Tengo mucho trabajo por hacer si quiero partir el
viernes.
—¿El viernes? ¿Vas a irte el viernes? Sólo quedan tres días a partir de hoy.
—Muy cierto. Ahora vete.
—¿Ni siguiera vas a esperar hasta ver como progresa tu padre?
Ella negó con la cabeza y continúo pasando la mano sobre el casco,
examinándolo, por si encontraba algunas grietas o boquetes.
—Las mujeres Vikingas pueden obtener el divorcio de sus maridos
simplemente manifestando su deseo ante testigos. Lo mismo se ajusta a una hija o hijo
que se separa de sus padres. Una vez que haya llevado a cabo el ritual, me marcharé.
—¿A Bizancio?
Ella asintió, y a continuación levantó la barbilla con arrogancia.
—Posiblemente mujeres inferiores serían de tu misma opinión, yo por lo menos
elijo mi propio camino. Y lo acojo con entusiasmo. Tú, por otro lado, sigues huyendo
de tu destino. Te tengo lástima, sajón.
Ahora fue Adam el que alzó la barbilla con arrogancia.
—Hay una cosa más que debe quedar resuelta. Alrek desea venirse conmigo,
para viajar a lejanos países. No le privaré de esa aventura, excepto por una sola cosa.
Él arqueo las cejas hacía ella.
—Sólo los Dioses pueden descifrar el porque, pero Alrek quiere que te lleves
contigo a Tunni y Kristin y a Besji… para darles un hogar.
—¡No!, —casi gritó, girándose abruptamente, y prácticamente salió corriendo.

—Os quiero a todos aquí para ser mis testigos.

130
SAGAS Y SERIES

Tyra estaba de pié al lado de la cama de su padre cuando hizo el


pronunciamiento ante Adam, el Padre Efrid, Rafn, Rashid, Tykir, Alinor, Bolthor, y sus
cuatro hermanas… a todos ellos los había congregado aquí para presenciar el ritual
formal. Hoy era el día en que ella renunciaría a su linaje. Hoy era el día en que se
convertiría en una trotamundos. Hoy era el día en que, al fin, tomaría el control sobre
su vida.
El dormitorio real era grande, con una chimenea en el centro y una enorme
cama apoyada contra una pared. La habitación estaba ardiendo, a causa del vivo fuego,
y cargada de humo, aunque había un agujero de humo en el tejado. Curiosamente
apestaba a carne de venado y rábano picante.
—No actúes precipitadamente —le advirtió Adam.
Le lanzó una mirada de ira y rechinando los dientes, dijo,
—Ocúpate de tus propios asuntos, perro sajón. Después comenzó, —En la
manera de los Ancianos cuyas leyes obedecemos, yo, Tyra Thorvaldsson, por la
presente…
—Dejar tu patria para siempre… ¿Oh, Tyra, estás completamente segura de
esto?, —la interrumpió ansiosamente Alinor.
—Tyra sabe muy bien lo que se hace. Es el único camino, —dijo Rafn, tomando
la mano de Vana, cuyo pelo se veía hoy particularmente blanco en el sombrío
dormitorio. El y Vana se aproximaron a Tyra, como si quisieran mostrar con ello de
que parte estaban. Pero, en verdad, aquí no había partes. Ella, al fin, estaba haciendo lo
que debía de hacer para asegurar el futuro de sus hermanas.
Los ojos de todo el mundo se tornaron llorosos… no se sabía con certeza, si era
por la emoción o por el aumento de humo en la habitación. Alrek debía de haber traído
hoy para el fuego, madera verde.
—Con todos los respetos, mi dama guerrera, el gallo campero no canta en la
ciudad. Ahora fue Rashid el que dio su opinión.
—¿Eh?, —dijo Tyra. ¿La estaba clasificando como a una paleta de campo,
incapaz de vivir en una ciudad como Bizancio? ¿A cuántos insultos se debía someter
una mujer antes de cortar cabezas… o lenguas?
—Cállate, Rashid, —dijo Adam.
—Cállate, Adam, —dijo Tyra.
—¡Os podéis callar todos! Hacéis que me duela el agujero de mi cabeza.
Tyra miró hacía la derecha e izquierda para ver quien había hablado. Los
demás ocupantes de la habitación hacían lo mismo. Entonces todos los ojos se posaron
en la figura inmóvil que yacía en la cama.
—¿Padre, has sido tu?, —preguntó Tyra, tomando una de sus manos entre las
suyas… una mano que permanecía sin vida.
Adam, con un descortés golpe de cadera, la empujó hacia un lado, casi
haciéndola caer. Ella estuvo a punto de protestar vehementemente, pero se contuvo al
ver que Adam había reaccionado como un sanador. Estaba escuchando las pulsaciones
cardíacas de su padre y alzando sus parpados. Hablando en voz baja, le murmuró a
Rashid, que se había unido a él y le estaba ayudando a quitar el envoltorio de la cabeza
para poder examinar la herida.
—He tenido sospechas durante días. ¿Es posible que el Rey, en realidad, no
estuviera inconsciente?
Rashid se encogió de hombros y se hizo cargo de los sucios envoltorios,
entregándole otros limpios.
—Me da la impresión de que está más muerto que una bisagra, meditó Bolthor.
—Puede que esté muerto y el que habló fuese su fantasma, susurró Ingrith con
voz sobrecogedora.

131
SAGAS Y SERIES

—Estaba guardando para su funeral algunas de mis mejores flores secas —


Confesó Drifa.
—Aunque siempre podrías meter un ramo de flores en el agujero de su cabeza,
—bromeó Rafn.
—¡Rafn!, —le regañó Vana, pellizcándole las costillas.
Rafn simplemente le sonrió.
—Estaba pensando que si Padre vive, podría poner en el agujero una joya, —
dijo Breanne con un toque irónico. —Ya sabéis lo mucho que le gusta adornar su pelo
con cuentas y adornos. Es tan vanidoso con su pelo.
De repente Alinor le pegó un puñetazo a Tykir en el brazo.
—¡Gamberro! ¿Lo hiciste tú, verdad?
—¿Hacer que?, —Tykir se estaba frotando el brazo con gran drama.
—Exteriorizaste tu voz para que pareciera que había sido el Rey el que había
hablado. Igual que hiciste aquella vez con las ovejas en Dragonstead. ¡Deberías
avergonzarte! Bromear en un asunto tan serio. —De nuevo le golpeó.
Todas las hermanas de Tyra estaban escuchando absortas el intercambio entre
Tykir y Alinor. Sin lugar a dudas, los veían como un ejemplo de unos tortolitos de por
vida.
—¡Que vergüenza, Alinor! Que puedas verter falsas acusaciones contra mí… tu
amado marido. Y tú sabes muy bien porque aparentaba hablarte como un carnero en
Dragonstead. ¿Quieres que te recuerde el mensaje? —Moviendo sus cejas ante ella.
En respuesta, a Alinor le dio la risa tonta.
—¿Tykir, nunca vas a crecer?
—Espero que no… y tu tampoco deberías. Jóvenes para siempre, eso somos
nosotros. —Movió las cejas un poco más. —Yo por lo menos tengo algo de decoro.
Jamás me habrás oído mencionar tocamientos de dedos.
Cada persona en el dormitorio soltó una interesante exclamación sobre
¿tocamiento de dedos? excepto Tykir, que sonreía abiertamente, y Adam y Tyra, que se
habían puesto rojos de vergüenza, y el Rey, que continuó tumbado sin moverse.
—¿Cómo pudiste, Adam? ¿Cómo pudiste? ¿Tuviste que decírselo a todo el
mundo? —Tyra se dirigió en un humillante susurró hacía Adam.
—¿Yo? No he dicho nada.
A Tyra, aún sin un agujero en la cabeza, le estaba dando el mayor dolor de
cabeza del mundo. Por cierto, sentía como si su cerebro se derritiese.
—¿Exactamente, qué es placer de dedos? —quería saber Vana.
Rafn le susurró algo al oído.
Vana chilló con incredulidad antes de taparse la boca con la mano. Tyra pudo
ver que se estaba sonriendo detrás de la mano.
Tyra gimió.
Adam gimió. Pero inmediatamente se compuso mientras se ponía recto y fue
hacía la cómoda donde procedió a lavarse las manos con el agua que estaba en un bol
de barro y secárselas en un paño de lino. Cuando acabó, dijo,
—Lo mejor para mi paciente sería, que todos vosotros os retirárais de su
aposento de enfermo.
—¿Cómo esta? —preguntó rápidamente Tyra.
Le devolvió una intensa mirada, como queriendo decir que ya iba siendo hora
de que se preocupase por su padre.
—Está bien, contestó él, dirigiéndose a todos en el cuarto.
—Pienso que pronto se despertará. —Tyra pensó que en voz baja, el añadía, —
si es que no lo ha hecho ya.
—Es una notícia fantástica, —dijo Tyra. —Mi corazón se alegrará, sabiendo que
al partir de las tierras nórdicas, mi padre se estará recuperando.

132
SAGAS Y SERIES

—¿No puedes esperarte un día más? —La pregunta de Adam fue hecha con
muy poca inflexión en su voz. Para Tyra, eso significaba que le daba igual, de una
forma u otra.
Ella negó con la cabeza.
—Ya es hora para el ritual. —Todo el mundo se apartó para hacerle sitio. Se
quedó al lado de su padre, de pié, y empezó de nuevo. —Yo, Tyra, hija de Thorvald
Ivarssor, con la presente renuncio…
—¡No! —pronunció una voz bramante.
Era el Rey. Con un gruñido de disgusto, se quedó sentado tiesamente en la
cama.
—¿Os habéis vuelto todos locos?, —gruño él, e intentó desenredarse de las
pieles que le habían estado tapando. —¿Tengo que hacer todo por mi mismo… incluso
regresar de los muertos? —Se apoyó cansinamente contra las almohadas apiladas
contra el cabecero.
—¡Padre! —Tyra y todas sus hermanas exclamaron y se arremolinaron sobre su
cama para darle enormes abrazos y besos.
—¡Dejadme! ¡Dejadme! —protestó él. —Me vais a asfixiar.
—Alejaros, —ordenó Adam. —Dejad que examine al Rey.
Mientras se inclinaba sobre el viejo hombre, ella escuchó como su padre
preguntaba,
—¿Y quién sois vos? Tenéis el aspecto de un maldito Sajón.
—Soy Adam, el sanador. Y, sí, un sajón. El mismo que tu hija secuestró para
que viniera a salvarte.
—Eso hiciste. Eso hiciste, —reconoció el Rey. —Y tienes todos mis
agradecimientos.
—Padre, ahora que estas en vías de recuperación… y no lo tomes como algo
personal… has sido muy buen padre… al menos, la mayoría de las veces… pero quiero
renunciar a nuestros lazos de sangre, y…
El refunfuñó algo como,
—¡Cuando nieve en Valhalla!
Tyra suspiró.
—Me debes este favor a cambio de traerte al médico.
Su padre levantó la mano en señal de parada.
—Ahora no, Tyra. No me vas a importunar en estos momentos con esas
tonterías cuando acabo de escapar del destino del cuervo.
—Pues te digo que no es justo. No puedes seguir esquivándome. No puedes
seguir esquivando a mis hermanas.
No era propio de Tyra discutir con su padre, especialmente en estas
circunstancias. Pero necesitaba actuar y pronto.
—Hija, ya me haré cargo. Confía en mi, querida. Sólo por esta vez. Un día más
no supondrá mucha diferencia, ¿a que no? Te prometo que esta situación se resolverá y
pronto. —La voz de su padre se debilitaba, y reconoció que no estaba contribuyendo
nada a la situación al querer forzar ahora una respuesta.
—Un día más. Eso es todo, —convino ella.
Su padre asintió, aunque susurró por lo bajo,
—¡Chica obstinada y cabezota!
—Os pediría a todos que me dejaseis para que pueda descansar, —dijo
entonces. Pero primero se giró hacía Adam. —Pídeme cualquier favor y será tuyo.
Adam caviló durante un buen rato, entonces dijo,
—Transporte para volver casa. Pido un barco para que me lleve a casa…
ahora… antes del invierno…
El Rey asintió.

133
SAGAS Y SERIES

—Está hecho. Y también es una justa petición.


A Tyra se le calló el alma a los pies. Irrazonable. Sí se iba ella primero a
Bizancio o sí él partiera primero a Gran Bretaña, el resultado sería el mismo.
Separación… y pronto.
—…e insisto en que el capitán de ese navío… —hubo una larga pausa—...sea tu
hija Tyra.
Un silencio sepulcral llenó la habitación antes de que Tyra soltase un grito
sofocado y dijera,
—¡No! No puedes pedir eso… tú… tú…
—¿Repugnante gamberro? —Ofreció Alinor con una sonrisa.
—Si, ¡repugnante gamberro! —le dijo Tyra a Adam, quien se mantenía con cara
adusta, esperando la respuesta del Rey.
—Buena estrategia, —congratuló Tykir a Adam, palmeándole el hombro.
—Digo yo, que esto requiere una saga, —anunció Bolthor. —Que os parece,
¿Como la Dama Guerrera se vio atrapada en su propia trampa?
—Te dejo estas palabras de advertencia, mi dama guerrera, —dijo Rashid. —
Aquella que se monta sobre el tigre, debería de tomar la precaución, de saber cómo se
desmonta.
—Este es el proverbio más absurdo que hayas soltado hasta ahora—le dijo Tyra
a Rashid.
—Eso significa que me has estado tentando como si fuese un gato de castillo,
cuando de hecho soy un tigre —le explicó Adam, que lo enfatizó con un gruñido de
tigre y un guiño para destacar su punto de vista.
El gruñido y el guiño le tocó a Tyra de la manera más sensual… bueno, en
realidad, en el lugar más sensual.
—Eres sin lugar a dudas, en cierto modo un tipo de criatura de lo más
aborrecible —le informó Tyra a Adam, chasqueando con disgusto la lengua.
—Los fallos son grandes cuando el amor es débil —opinó Rashid.
—Cierra la boca, Rashid —dijo animadamente Adam.
—Todavía quiero saber lo que es placer de dedo —dijo Breanne.
—Yo también, yo también —intervinieron Ingrith y Drifta.
—¡Basta! —bramó el Rey.
Cuando al fin se impuso el silencio en la estancia, se dirigió a Adam.
—Tu petición te será concedida. Aquella que te ha secuestrado será la que te
devuelva a tu hogar.
Tyra se cubrió la cara con las manos y gimió. Mientras escuchaba a todos salir
del dormitorio y desearle a su padre todo lo mejor, ella se preguntaba como su vida
había alcanzado tal caos, y si podría llegar a ser aun peor.
Pronto lo descubrió.
Cuando abrió sus ojos, se dio cuenta que su padre había vuelto a dormirse…
por el sonido de su uniforme respiración en un relajado sueño… y vio que Adam
permanecía en el dormitorio.
Encontrándose directamente con sus ojos, le dijo simplemente,
—Esta noche.
Tyra no necesito de más explicación. Adam había sanado a su padre. Ahora
tenía que cumplir el pacto que había acordado con él.
Una noche. Su cobertor de pieles. Desnuda.
Le contestó con la misma simplicidad,
—Esta noche.
Pero lo que pensó, fue, Que los Dioses me ayuden. Esta noche.

134
SAGAS Y SERIES

—Ven conmigo, —le dijo Adam a Alrek.


—¿Yo? —Alrek casi se atragantó al escuchar a Adam dirigirse a él directamente.
Había estado dando vueltas por el patio, abatido, arrastrando sus botas en la mugre.
Había escuchado de la inminente partida de Adam hacía el Reino Unido, y finalmente
se dio cuenta de que, ni él mismo ni sus hermanos, se irían con Adam.
Su día había finalizado después de atender a los pacientes y de haber
examinado a Dagma y al Rey. Adam se abrochó una vaina para sujetar su espada.
Entonces se fue a buscar a Alrek.
Adam cogió a Alrek por el brazo y le guió fuera del patio central hacía el
edificio del herrero.
—Tengo que enseñarte algo.
Normalmente, ese tipo de manifiesto, hubiese provocado euforia en el
jovenzuelo, tan desesperado estaba por atraer la atención, pero ahora sólo se sentía
desolado.
Entraron en el extremadamente caluroso edificio donde Bjorn estaba trabajando
en una espada sobre un fuego al rojo vivo. Un joven esclavo mantenía las llamas altas,
utilizando un fuelle desde un lateral.
La espada en la que estaba trabajando Bjorn no era muy larga, pero estaba
trabajada delicadamente. Utilizando el método Damascano, retorcía a la vez, hierro y
barras de acero de diferentes texturas y tonalidades para luego forjarlas en una única
espada. Entremedias del retorcido y el golpeado, había un frecuente calentamiento y
enfriado para endurecer el metal. El resultado era un hermoso diseño de llamas,
grabado en la superficie de la hoja.
Cuando hubo terminado, Bjorn entregó a Adam la espada y murmuró por lo
bajo,
—Sigo pensando que estás loco. — Se va a matar… seguro que si.
Saliendo de la herrería, Adam entregó la espada a Alrek y le dijo,
—Esto es para ti.
—¿Para mí? —Los ojos de Alrek se agrandaron con asombro. Alrek tomó la
espada corta por la empuñadura y casi tropezó, al no estar preparado por su peso.
Adam se encogió al darse cuenta del casi accidente de Alrek con el arma. Se
podía imaginar a la gente diciéndole,
—Ya te lo dije. Ya te lo dije.
—¿Por qué?
—Es un regalo.
—Nadie jamás me ha regalado algo, excepto el Rey, y eso fue por un trabajo.
—Bien, yo te estoy dando algo, pero conlleva un precio.
Alrek miraba a su nueva espada con adoración.
—Lo que pidas.
—Ya sabes que me voy a marchar muy pronto, y no puedo… no puedo llevarte
conmigo.
El chico, debido al recordatorio, se envaró de inmediato.
—No veo porque…
Adam levantó la mano deteniéndole.
—Se te tiene que permitir vivir como un chaval, pero Dios… los dioses…. te
han designado un destino diferente. Eso significa que debes continuar siendo, para los
tuyos, el cabeza de familia. Ser el cabeza de familia también implica, proteger a
aquellos que están bajo tu escudo. Por ese motivo te estoy dando la espada. Y por ese
mismo motivo te entrenaré durante el mayor tiempo posible, hasta que sea el momento
de marcharme. Alrek, tener tu propia arma, significa ser responsable. Debes de

135
SAGAS Y SERIES

aprender a ser más cuidadoso. Una espada puede ser tu amiga o tu enemiga. Haz que
se convierta en tu amiga. ¿Has entendido?
Alrek asintió con la cabeza, pero Adam no estaba muy seguro, si el jovenzuelo
había entendido todo esto. Bien, una vez que Adam hubiese terminado con su
instrucción, lo entendería. Algunas personas creían que ayudaban a los niños al
mantener alejados de su alcance todos los objetos peligrosos, pero él opinaba que las
personas -incluso las personas pequeñas-deberían de aprender a tratar con los peligros
que les rodeaban.
Era, como siempre decía Rashid,
—No estés en medio del peligro y rezando por un milagro.
Bueno, Alrek seguía mirándole, esperando un milagro. En cambio, Adam eligió
proveer a Alrek con sus propios medios para conseguir un milagro. Pero, maldita sea,
esperaba que el chico no se matase antes.
Para cuando se extendió el crepúsculo sobre las montañas nórdicas, ambos,
Adam y Alrek estaban orgullosos por el éxito del jovenzuelo. Todavía no era un diestro
espadachín, pero había progresado. Y ambos sólo tenían una docena, más o menos, de
arañazos en sus brazos, que mostraban sus esfuerzos. Alrek prometió practicar con él
muy temprano a la mañana siguiente y de nuevo a última hora de la tarde. Adam
hablaría con Rafn sobre tutelar al chico, después que se fuera.
Era todo lo que podía hacer.
Mientras caminaban con dificultad de vuelta a la sauna, en donde preveían
calentar sus doloridos músculos, Alrek se giró y le dijo,
—La espada de un hombre debería de tener un nombre, ¿no es así?
—Desde luego.
—Yo sé cual será el mío.
—Ahora bien, Alrek, recuerda lo que te dije, muchos de tus problemas son el
resultado de actuar antes de pensar. Párate, piensa, actúa. Ese debe de ser tu lema.
—No necesito pensar sobre esto. El nombre de mi espada será…
Adam sabía que esto no le iba a gustar nada.
—….Creador de Milagros.

Tyra estuvo observando, desde lejos, a Adam y Alrek practicando con la espada
en la parte extrema del campo de entrenamiento. Durante tres horas Adam estuvo
trabajando pacientemente con el jovenzuelo que era propenso a los accidentes. Tendría
cortes subiendo por un brazo y bajando por el otro en muestra de sus esfuerzos.
Al principio, cuando escuchó que el sanador había encargado que se le hiciese
al chico una espada, se puso furiosa. Saliendo furiosa del herrero, se dirigió con fuertes
pasos hacía el campo de entrenamiento y estuvo a punto de regañar al sanador por
interferir en los asuntos de Stoneheim. Armar y entrenar a un chico vikingo era su
labor, no la de él.
Pero Rafn la retuvo, poniéndole una mano sobre el brazo.
—Adam está haciendo lo correcto. No podemos seguir sobreprotegiendo a
Alrek. El chico debe de aprender por si mismo.
—¿Incluso si se hace daño?
Rafn asintió.
—Incluso si se lastima.
Así que Tyra se quedó observando, y se maravilló ante la manera tan tolerante
en que Adam instruía a su pupilo… una y otra vez, enseñándole la misma lección. La
corta espada Vikinga no estaba hecha para la acción de estocada y bloqueado de la

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larga y liviana espada Sajona. Así que Adam y Alrek practicaban con sus espadas los
movimientos hacheados, cortantes contra un alto tocón.
Lo más sorprendente de todo era la pericia que mostraba Adam cuando
levantaba la espada y la blandía con suaves y fluidos movimientos. El sanador le había
contado que hacía muchos años atrás había sido soldado, pero no le había creído.
—Es endemoniadamente guapo, ¿a qué si? —Le preguntó Tykir mientras se
acercaba y se plantaba a su lado.
—Si que lo es, —admitió ella. A pesar del frescor en el aire, Adam y Alrek se
habían quitado sus túnicas y se ejercitaban con el pecho al descubierto. El oscuro pelo
de Adam y el rubio de Alrek, estaban atados con cintas de cuero, recogidos en una
coleta en la base de la nuca. Sin lugar a dudas, Alrek sería un apuesto hombre cuando
creciese… si vivía tanto tiempo. Adam ya era tan hermoso como un Dios.
—¿Quién es él?, —preguntó Tyra. Estaba claro que el hombre estaba lleno de
contradicciones. Podía ser un soldado o un sanador. Podía ser tan ordinario como el
más ignorante granjero o sensible hacía las necesidades de los demás. Proclamaba que
no quería una familia, y sin embargo la amenazaba con quitarle el niño que naciese de
su semilla.
—No juzgues a Adam tan severamente, —dijo Tykir. —No creo que se conozca
ni a si mismo. Ha vivido una vida muy dura, y una vida privilegiada. A fin de cuentas
es un superviviente. Pero a un precio.
—¿Le conoces desde hace mucho tiempo?
—Desde que tenía siete años, y su hermana Adela tenía cuatro. ¡Jamás habrás
conocido a un granuja más malhablado, emprendedor y rebelde como ese! Mi
hermanastra Rain y su marido Selik adoptaron a los dos huérfanos. Sólo los Dioses
saben los horrores que eso dos experimentaron anteriormente, viviendo en las calles de
Coppergate en Jorvik. Sé que la furia nunca le ha abandonado. El intenta esconderlo
bajo una apariencia civilizada, pero en ocasiones sale. Y siempre está ese escudo
invisible que ha erguido alrededor de el. Sólo deja penetrar hasta cierto punto a las
personas, incluso a amigos y familia. Existen heridas dentro de el que nunca han
sanado… y no solamente la muerte de su hermana.
—Suenas como el defensor de ese hombre.
—¿Verdad que soy un prolijo? Alinor diría que ya iba siendo hora de que
congele mi movida lengua. Pero, de verdad, mi señora, Adam no necesita un defensor.
Si el quiere algo, lo consigue por síi solo.
A eso mismo le tengo pavor.
—Aun así, pareces muy protector.
—Lo somos todos. Yo, Alinor, Eiriz, Eadyth, Bolthor. Su prolongada pena en
estos dos últimos años nos ha preocupado mucho.
—¿Entonces, fue por eso que viniste a Stoneheim? ¿Preocupación por Adam, no
por mi padre?
El asintió.
No debería hacerle estas preguntas a Tykir. El podría pensar que tenía un
interés personal en el granuja. Después de esa noche, estaría totalmente fuera de su
vida. Bien, no esta noche, se corrigió inmediatamente. Primero tenía que llevarle a su
hogar en el norte de Inglaterra. Entonces se marcharía a Miklagard, la “Gran Ciudad”.
Era una rica, poderosa y sofisticada ciudad de oro y marfil. Apenas podía esperar. Una
vez allí, no tendría motivos para volver a pensar en Adam.
Pero primero tenía que acabar esta noche.

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Capítulo 15

Adam estaba en su dormitorio con Rashid, ayudándole a empaquetar sus


pertenencias para su viaje de vuelta a Northumbria.
Posiblemente no se irían hasta dentro de dos días, pero todo el material médico
que Rashid había empaquetado apresuradamente estaba ahora desordenado. Había
que decidir que hierbas dejar atrás con el Padre Efrid y la comadrona, y cuales eran tan
raras que necesitaba quedárselas para sí mismo.
—Todavía no me puedo creer que el Rey se haya recuperado tan rápido.¡Es un
milagro! ¡Alabado sea Alá!
—Por favor, Rashid, no utilices la palabra milagro en mi presencia. Ha venido a
dejar un sabor amargo en mi boca. Y, sinceramente, pienso que la recuperación del Rey
no es tan rápida como nos lo quieren hacer creer.
—¿De verdad?
—Durante días ha mostrado los síntomas de un hombre recuperándose, y no de
uno inconsciente.
¿Por qué iba a fingir que estaba más enfermo de lo que estaba en realidad?
Adam se encogió de hombros.
—Tengo entendido por Tykir que es un tipo astuto… que siempre lo ha sido.
Sus motivos sobrepasan mi entendimiento. Y, en realidad, no me importa. Volvemos
de nuevo a casa. Eso es lo más importante. Estoy deseando salir de este infierno del
norte.
—De un infernal norte a otro infernal norte, —murmuró Rashid, todavía
disgustado con Adam por su negativa a regresar a los países de Oriente y al mundo de
los harenes. Rashid entornó los ojos mirando a Adam con confusión. —¿Por qué
insistes en que sea Tyra quien nos acompañe? ¿Por qué no romper totalmente tus lazos
con Thorvald?
—Venganza. Simple y llanamente. Ella me secuestró. Esencialmente, la
secuestraré para forzarla a hacer el viaje de vuelta.
—Amigo mío, ten cuidado. La venganza tiene la costumbre de volver para
morderle a uno el trasero.
Adam rió.
—¿Es ese otro de tus proverbios ancestrales?
—No, —contestó Rashid con una sonrisa. —Eso ha sido un poco del humor de
Rashid. Hablando de bromas, amo, ¿te puedes creer todas las que se dijeron durante la
cena sobre la condición del Rey? Y Thovald fue el peor de todos ellos.
Los vikingos tienen un gran sentido del humor. Les gusta especialmente reírse
de ellos mismos. Incluso yo pensé que los chistes sobre el agujero en la cabeza eran
demasiado. En particular el que decía que el Rey haría un buen portavelas… ahora que
tiene un agujero en la cabeza.
—O, ¿Cómo extravió el Norseman borracho su cuerno de cerveza?
Adam se rió y terminó por el,
—Estaba metido en un soporte especial para cuernos sobre su cabeza.
—Te voy a dar una justa advertencia, amo. Escuché al Rey decirle a uno de sus
soldados que desde la operación su hombría había recuperado de nuevo su virilidad.
Proclama que ahora es más dura y más grande.
—¡Oh, Díos mío! —exclamó Adam. —¿Ya sabes lo que esto significa? Si esto se
llega a extender, tendré a docenas de vikingos pidiéndome que les taladre un agujero
en sus cabezas. Solamente para que puedan disfrutar más del juego sexual.
Ambos estallaron en carcajadas.

138
SAGAS Y SERIES

Justo entonces la puerta se abrió violentamente y ahí, de pie, estaba Tyra, como
un ángel vengativo… las manos sobre las caderas y las piernas separadas en posición
de combate, tal como a él le gustaba. A diferencia de ellos, ella no se estaba riendo.
Debía haber tomado recientemente un baño, ya que su pelo sujeto en largas trenzas
aun estaba húmedo. Sólo llevaba puesta una túnica de piel de manga corta, que le
llegaba a la altura de las rodillas, sujeta con un grueso cinturón de cuero. En sus
piernas llevaba botas entramadas hasta la pantorrilla. Los únicos adornos que
indicaban su rango eran los brazaletes de plata grabados que llevaba en la parte
superior de sus brazos.
Su pelo, así como su ropa, estaba pulcro y perfectamente en orden, pero la única
palabra que le venía a la mente para describirla era salvaje. Sí, esta noche Tyra estaba
salvaje, y no sabía por quée, pero el hecho de que ella estuviera salvaje le infundía a el
también una chispa de salvajismo.
La princesa de Stoneheim apuntó con un dedo imperial a Rashid, que estaba
boquiabierto por el mismo asombro que invadía a Adam, y ordenó, —¡Tú! ¡Fuera!
Rashid no vaciló. Sin ni siguiera una interrogativa mirada en dirección a Adam,
abandonó la habitación, cerrando completamente la puerta al salir.
Tyra se giró y cerró la puerta con llave.
Ese clic del cerrojo le retumbó en el oído como el gong de una campana.
Conllevaba un importante significado, pero por su vida, no lograba comprender cual…
no cuando su mente estaba invadida por la mujer guerrera que estaba de pie delante de
él.
Sus ojos albergaban unas miradas ardientes que ninguno podía romper, aun
cuando ella se dejó caer sobre un banco que estaba cerca de la puerta y empezó a
desanudar su bota derecha. Con la punta del dedo la tiró muy alto hacia arriba y cayó a
sus pies. Con una sonrisa de satisfacción y de victoria por su superioridad hizo lo
mismo con su otra bota. Entonces se levantó y prosiguió quitándose el cinturón.
—¿Tyra, que estás haciendo?
—Tú arrojaste el guante. Así que...
—¿Qué guante? ¿Qué reto? ¿Te refieres a nuestro pacto?
—Nuestro pacto es un punto debatible. Dí mi palabra. Por lo tanto, se
hará. —Movió la mano, en la que llevaba ahora el cinturón desabrochado, agitándolo
en el aire. —No, esto es a causa de tu insistencia en que te transporte de vuelta a
Inglaterra, contra mi voluntad. Esto es por decir que soy menos que una mujer.
—Alargó la mano hacía el encaje de piel del escote de su túnica.
Adam apenas podía concentrarse en sus palabras viendo como ella estaba a
punto de desnudarse, sin una pizca de fanfarria. Si por él fuera, hubiese habido de
antemano una llamada de trompetas… o por lo menos habría tenido la oportunidad de
coger aire.
—¿Estas intentando impresionarme?
—¿Estas impresionado?
Hasta los huesos, muchacha. Hasta los huesos.
—Para nada.
Ella se rió poco convencida.
—Tyra, párate un poco. Hablemos primero.
—Ya ha pasado el tiempo de hablar. —Le lanzó el encaje de piel en toda la cara.
Por suerte, lo atrapó, si no le podría haber dejado ciego. Lo último que quería en estos
momentos cruciales de revelación era perder la vista.
Pero entonces su declaración anterior penetró en su embrollado cerebro.
—Jamás dije que eras menos que una mujer.
—No con esas palabras exactamente. Pero lo diste a entender. Estoy aquí para
demostrarte que estás equivocado, descerebrado hijo de un bastardo sajón.

139
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Esas últimas palabras le dieron a Adam un pequeño indicio de lo enfadada que


estaba bajo su aparente calma.
—¿Intentas intimidarme, Tyra, al ser la agresora? Bueno, piénsatelo otra vez,
joven guerrera, porque me gustan las mujeres agresivas. No voy… —Sus palabras se
desvanecieron mientras que ella se despojaba por la cabeza de su túnica y la dejaba
caer al suelo.
Estaba desnuda, gloriosamente desnuda.
Hizo el ademán de cerrar su mandíbula con un clic, por si se daba el caso de
que hiciese alguna imbecilidad, como babear.
Cuando estaba vestida la mujer era magnífica… doblemente magnífica cuando
estaba desvestida. Desde luego ella era grande, pero perfectamente proporcionada, con
pecaminosos, llenos y elevados pechos. Las puntas rosadas también eran grandes, para
adaptarse a su tamaño, y quizás a su excitación. ¡Sólo puedo esperar! Su cintura y sus
caderas eran esbeltas, sus piernas extremadamente largas. Y el nido de rizos entre sus
muslos, del mismo color rubio que el pelo en su cabeza, rogaba la caricia de un
hombre. ¡Sólo puedo esperar! Más impresionantes eran los músculos que delineaban
sus brazos, abdomen, muslos y pantorrillas… y probablemente su trasero, también. Los
músculos deberían hacerla parecer masculina, pero en cambio añadían belleza a su
cuerpo de mujer. Hacían que un hombre imaginara cómo esos músculos podrían ser
usados para atraerle al interior de la mujer, de galoparlo, forzarlo a darle a ella placer.
Sólo puedo esperar. Ella era como una estatua que una vez vio en tierras romanas…
pero mejor.
Como un pensamiento tardío, ella parecía haber recordado que aun tenía el
pelo recogido en trenzas. Primero se desató una trenza, luego la otra. Levantando los
brazos, peinó con sus dedos el trenzado de su pelo con largos y amplios movimientos
de sus brazos, que causaban que sus ya elevados pechos, se alzaran y cayesen con sus
movimientos.
Él sentía cada una de esas caricias sobre cada pulgada de su sensible piel y
especialmente sobre su totalmente engrosada virilidad. Al principio, simplemente se
quedó ahí parada, mirándolo fijamente a través de esos ojos azul claros, con los brazos
a ambos lados, mirando como él la miraba. Pero entonces pareció como si estuviese
incomoda con esa postura y volvió a tomar la anterior postura de batalla, manos sobre
sus caderas y las piernas separadas en forma de uve.
¡Si supiese esta mujer lo que esta postura le hacía!
Tyra sabía como le afectaba al hombre su beligerante postura. Incluso cuando
estaba vestida, sus ojos se deslizaban hacia ella y su boca se separaba con excitación
cuando ella estaba así de pie. Ahora estaba tan desnuda como un recién nacido, y
Adam estaba tan lujurioso como cualquier otro hombre podría estarlo, si ese bulto en
sus calzones era alguna indicación. Lo malo era que ella estaba temblando como una
hoja… temblando tan fuertemente que era incapaz de apreciar la efectividad de su
deliberado juego de darle la vuelta. Tyra no sentía vergüenza de enseñar su cuerpo,
pero estaba avergonzada por todas sus imperfecciones. Era demasiado grande,
demasiado musculosa… demasiado, demasiado, demasiado…
—¿Y entonces?—dijo ella finalmente.
—¿Y entonces? —dijo Adam atragantándose en su respuesta.
¡Bien! ¡Qué bien, atragantarse! Lo que estamos haciendo aquí es una guerra, y si de
algo entiendo, es la estrategia de batalla. Mantén a tu enemigo desprevenido, es la primera regla
que un soldado Vikingo aprende.
—Pensé que deberíamos estar ambos desnudos entre las pieles de la cama.
Corrígeme si me equivoco, sajón, pero todo lo que veo en esta habitación es un cuerpo
desnudo.

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Sus ojos chispearon ante su ironía. Dos pueden jugar este juego era el silencioso
mensaje que sus ojos le arrojaron justo antes de que se despojara de su bota derecha,
lanzándola al aire, y fijándose como daba vueltas sobre si y aterrizaba directamente
delante de ella, la punta encarando sus dedos. El sonrió con satisfacción, sin decir nada.
—Un golpe de suerte, —remarco ella.
El arqueó las cejas ante su desafío. La bota izquierda siguió el mismo camino,
no solamente aterrizando junto a la otra bota, sino justo delante de los dedos del otro
pié.
—¡Farolero! —murmuró ella.
El le sonrió, y el apretado nudo en su estomago se apretó y aflojó en respuesta.
Su sonrisa era un arma letal erótica.
—¿Cuál es tu meta? ¿Qué pretendes que hagamos cuando estemos los dos
desnudos? —dijo arrastrando las palabras mientras que lentamente se deshacía del
cinturón, luego rápidamente se levantó la túnica pasándosela por la cabeza.
Tyra inspiró bruscamente al divisar su pecho desnudo.
Él sonrió intencionadamente.
Ve con cuidado, Tyra. Él es el experto en este juego. No le des más ventajas de la que ya
tiene. Y hagas lo que hagas, deja de jadear.
—Pensé que ya lo sabías, —dijo ella. —Será lo que hemos acordado
anteriormente. Una noche en la cama de pieles, desnudos. Eso es todo.
El lanzó un gruñido de incredulidad mientras que bailoteaba fuera de sus
estrechos calzones. Ella creyó haber escuchado algo como,
—Sigue soñando, mujer. —Una vez que se despojó de sus calzones, se quedó
sólo llevando unos leotardos y un tipo de taparrabos como ropa interior, que estaba
desmesuradamente estrecho en estos momentos.
No mires. No mires. No mires. Ella miró.
Él también miró, luego se encogió de hombros.
—¿Qué puedo decir en mi defensa? Tiene mente propia… especialmente al
estar a una distancia tan corta de una desnuda y hermosa diosa.
Quien ahora lanzó un incrédulo gruñido fue ella. Pero sus pechos si creyeron…
sus pezones se endurecieron con interés.
Y Adam, el granuja, también lo notó.
—¡Jesús, María y José! —esa era su única respuesta. Entonces, mientras que sus
leotardos seguían el mismo camino que sus pantalones, el murmuró, —Seguramente
esta será la noche más larga de toda mi vida.
—Eso espero.
—Tyra, por favor, no digas cosas que no sientas, —le pidió mientras empezaba
a desenredar el paño que cubría su hombría. —Y no me mires de esa forma, o
seguramente me sentiré avergonzado como un jovenzuelo que nunca haya sido
iniciado.
Tyra no se pudo contener. Tenía que mirarlo. Él era como una estatua que había
visto una vez de un Dios griego… sólo que mejor. Los genitales masculinos no le eran
desconocidos, viviendo cada día cerca de los hombres. Pero jamás había visto a un
hombre totalmente erecto y que su excitación fuera por su causa, y sólo por ella. Estaba
asombrada por la belleza de la forma con la que un cuerpo humano estaba diseñado.
Masculino y femenino. Atracción, deseo, conexión, satisfacción. Había sido así desde el
comienzo de los tiempos. Sería la manera en años venideros. Y ahora, finalmente ella
era parte de ese proceso.
—¿Te gusta lo que estás viendo, Tyra?
—Me gusta, —dijo ella. —¿Y a tí?
El rió y señaló con su mano su ingle.
—¿Cómo puedes preguntar?

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—Hay una cosa que debería decirte sobre nuestro pacto. —Ella se estaba
sintiendo bastante expuesta, estando de pié desnuda delante de él durante tanto
tiempo, especialmente cuando la estaba continuamente inspeccionando con tanta
intensidad. Ella luchó contra el instinto de cruzar los brazos sobre sus pechos.
—Ahora no puedes echarte atrás. No puedes. —Negando con la cabeza
vigorosamente, le señaló con la mano que le gustaría que se diera la vuelta.
De ninguna maldita manera.
—Oh, no es que quiera incumplir nuestro acuerdo… sino añadir algo.
Al principio Adam no contestó. Ya que se había negado a volverse para
complacerlo, anduvo un poco hacia delante y hacía la derecha para poder verla desde
un ángulo lateral. El bruto le estaba mirando fijamente el culo, y podría jurar que su
virilidad se movía.
—¿Cómo de grande puede a llegar a ser esa cosa? —soltó ella.
—Parece ser que inmensa, cuando te lo quedas mirando fijamente. —Su voz era
ronca. ¿Por fin la había escandalizado?
—Lo siento, —dijo ella.
—No lo sientas, —contestó el. —Me gusta. A él le gusta.
—Me estás provocando, —adivinó ella. —¿A que normalmente las mujeres no
son tan directas?
—No, no lo son. Es un cambio refrescante.
—¿Bien, que te parece esto como directo? Yo te deseo. Tú me deseas.
Hagámoslo.
Sus ojos se agrandaron. Su cara enrojeció. Un sonido de petardeo salió de su
boca. Extendió la mano para cogerse a una mesa que estaba cerca para que soportara
sus supuestas tambaleantes rodillas. Y su virilidad parecía como si fuese a explotar.
Adam estaba fuera de control.
Inspiró e expiró varias veces para calmarse. No funcionó.
—¿Qué pasa contigo, Tyra? Estuvimos hablando sobre estos hace dos días.
¿Recuerdas esa conversación que provocó que dejaras de hablarme?
—He pensado sobre ello… bastante, y llegué a esta conclusión. Sabía que tenía
que dormir en la misma cama de pieles contigo… desnuda… porque eso fue lo que
acordé.
—Desde luego. El código de honor de un soldado nunca haría una cosa tan
femenina como cambiar de opinión. ¡Gracias a Díos!
Lo miró con furia y continuó,
—Pero también supe que había caído bajo tu embrujo erótico.
—No tengo poderes mágicos. Si los tuviese, los hubiese ejercido hace mucho
tiempo. Como allá en Northumbria cuando me secuestraste.
—Ningún hombre me ha deseado jamás de la forma que parece ser que tú lo
haces.
—Lo hago. Lo hago. Vuestros Norsemen (escandinavos) deben de estar ciegos.
—Esta es mi visión sobre la situación. Siempre puedo encontrar a un hombre
que copule conmigo…
Una intensa ola de celos le sobrevino.
—… pero puede ser que nunca tenga de nuevo la oportunidad de emparejarme
con un hombre que me hace sentir tan… tan… deseada.
Fue a alcanzarla pero se paró. Todavía existían obstáculos por superar.
—Más aún, las mujeres de Stoneheim están todas desconcertadas sobre el
consejo que le diste a Arnora.
—¿Arnora? —El frunció el ceño. —Oh, la mujer joven con ocho hijos.
Ella asintió.

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—Le contaste sobre un método para prevenir la concepción. Dijiste que una
mujer está segura tres días antes de su flujo menstrual y ocho días después.
—Segura no es la palabra correcta. —Meneó la cabeza con vehemencia. —La
técnica ciclar no es infalible. Mi madrastra Rain era una famosa médica... de hecho, a
veces estaba un poco chiflada… afirmaba que venia del futuro donde las mujeres
practicaban muchos métodos de control natal… los hombres, también. Sobre la única
cosa que enfatizaba era que no era perfecto.
Tyra movió la mano con despreocupación.
—Mi flujo menstrual será dentro de dos días. Por lo tanto, estoy dentro de esa
zona segura.
—Tyra, Tyra, Tyra. ¿Me estás escuchando? ¿Qué pasaría si no funcionase? ¿Que
pasaría si te quedaras embarazada?
—Me lo había imaginado de esta forma. Hacemos el amor esta noche, y
solamente esta noche… durante el supuesto tiempo de seguridad. Estaríamos a bordo
del barco, de retorno a Northumbria, cuando llegue mi momento menstrual. Si el flujo
falla en venir, tú lo sabrás, y lo solucionaremos entonces.
—¿No estarás de acuerdo en perder los derechos sobre un hijo que llevas?
—No lo estoy. —Ella suspiró y decidió probar una táctica diferente. —Por
supuesto, existe otra solución. Podría acostarme mañana por la noche con Gunter y
Egil. Entonces, si engordo, nadie sabrá quien es el padre.
—Desde luego que no.
Ella le aguantó la mirada, esperando. Entonces su cara enrojeció y se agachó
para recoger su túnica.
—Parece ser que me equivoque al venir aquí. Me marcharé.
—¡No! —prácticamente gritó. —No te vayas.
Ella se quedó quieta, y levantó la cabeza interrogante.
El caminó alrededor de la mesa y tomó su mano, guiándola hacia el hueco de la
cama.
—¿Una noche?
—Sólo una noche, —acordó ella.
—Entonces se hará el acto. Haremos el amor, —dijo el, bajándola hacía el
colchón, siguiéndola. —Y malditas sean las consecuencias.
—Lo quiero todo, —dijo ella.
Demasiado excitado para esperar, Adam se estaba ajustado encima de ella, a
punto de separar sus muslos y penetrarla. Justo antes paró un segundo para
contestarle,
—Desde luego vas a tenerlo todo, —y tomó su mano en la de él para envolverla
alrededor de la prodigiosa anchura de su desarrollada excitación.
—No eso, —dijo ella contra su cuello con un sonrisita tonta.
¡Tyra no tenía ni idea de que supiese sonreír tontamente! ¿Y quien iba a decir
que una sonrisita tonta tendría el efecto del agua fría sobre la vara caliente de un
hombre?
El se sentó sobre sus posaderas, extendiendo sus piernas.
—¿A qué todo te estás refiriendo?
—Lo que me contaste sobre todas las diferentes formas de placeres. El placer de
la vista…
Pienso que tú y yo hemos tenido suficiente con los placeres de la vista por una
noche. Si continúo mirándote un poco más, posiblemente se me salgan los ojos.
Ella sonrió.
—Me gusta cuando me miras. Tu escrutinio es como una caricia. ¿Lo ves?
Incluso ahora, cuando posas tu mirada sobre mis pechos, los finos pelos de todo mi
cuerpo se ponen de punta.

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—¡Por el amor de Díos, Tyra! ¿Estás intentando torturarme?


—¿Te estoy torturando?
—Si. Dulce tortura.
—Aaah, —dijo ella, satisfecha consigo misma. Entonces continuó con su
explicación, —También quiero los otros tipos de placeres. El placer de besar. El placer
de la lengua. El placer de los dedos. El placer de hablar. Todos ellos. Tengo que
atiborrarme de muchas cosas en una noche.
Él caviló sobre lo que ella le había dicho; entonces una mueca malvada le
atravesó la cara.
—Todo lo que quieras, chica.
Se levantó de encima de ella, se puso de pie y fue hacia el hogar donde avivó el
fuego -para darle más luz, supuso ella. Entonces puso media docena de velas ya
encendidas alrededor de la cama, también para dar luz, supuso ella. Finalmente cogió
una gran almohada estilo harén de los bultos de Rashid y la llevó hacia ella. La colocó
sobre la cama, medio inclinada sobre la almohada, después arrastró una silla hacia un
lado de la cama, en donde se sentó con los pies cruzados por los tobillos y se apoyó en
el borde del marco de la cama.
Sentado de ese modo informal, empezó a contarle una historia.
—Había una vez un sultán del desierto conocido por sus destrezas sexuales, y
su habilidad de satisfacer a todas las huríes de su haren.
—¿Es esta una historia real?
—Totalmente cierta, —dijo él, pero había un claro brillo en sus ojos.
—Abn Fadin —ese era su nombre—me contó una vez que el mayor placer de
un hombre procedía de contemplar el placer de sus mujeres. Y la forma en la que una
mujer adquiría el mayor placer era cuando conocía su propio cuerpo.
Abn Adam es muy parecido, pensó ella.
—Conozco mi propio cuerpo. ¿Qué tipo de soldado sería si no conociese los
puntos fuertes y las debilidades de mi propio cuerpo?
—No ese tipo de conocimiento, encanto.
Oooh, me encanta cuando me llama por ese apelativo cariñoso.
—Pon tu pelo detrás de tus orejas. Ahora cierra los ojos y examina tus orejas
dibujando las curvas con un dedo. Ligeramente, ligeramente. También mete el dedo
dentro. ¿Puedes notar lo sensitivas que son? Ahora imagínate como se sentiría la
misma cosa hecha por una lengua y los dientes de un hombre. Estaría mojado, y
tendría que soplar para secarte.
Entonces ocurrió la cosa más extraña. Se estaba tocando las orejas, pero sentía la
sensación mucho más abajo en su cuerpo. Mucho más abajo.
—¿Todo el mundo conoce este fenómeno?
—Sólo yo y Abn Fadin. —Ella sabía que mentía por el júbilo en su voz. —Ahora
mantén tus ojos cerrados. Ahora examina tus labios. Dibújalos con tus dedos. Lámelos.
Saca tanto como puedas tu lengua, luego deslízala para dentro, de nuevo afuera, de
nuevo para dentro. Impón un ritmo. ¡Santo Infierno!
—¿Por qué has maldecido? ¿Lo estoy haciendo mal?
—No, mi bruja guerrera. Lo estás haciendo muy bien. Ese es el problema… en
realidad, no un problema… sólo mi problema.
Para ver exactamente cual era su problema abrió los ojos y lo vio
inmediatamente… de nuevo cuadrado en su regazo. Anteriormente su sonrisita la
había dejado floja. Ahora no estaba floja.
—Deja de sonreír tan satisfecha, Tyra, y cierra tus ojos. En castigo por esa falta
de respeto, pasaremos directamente a tus pechos. Levántalos desde la parte de abajo.
Siente su peso.
—Oh, no sé nada sobre eso.

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—Hazlo.
Ahuecó sus manos en la parte inferior y las levantó. Mientras lo hacía se lamió
de repente sus secos labios y suspiró.
—A este paso, posiblemente no nos tendremos que preocupar de que derrame
mi semilla dentro de tu útero, —dijo Adam.
Estaba casi segura que eso implicaba que le gustaba lo que ella estaba haciendo.
—Ahora levanta y frota. Y levanta y frota. Aprende sus tamaños y sus texturas.
¿Te gustaría si te lo estuviese haciendo yo?
—Por supuesto. ¿Te gustaría intentarlo?
—Aun no.
—Tócate los pezones. Juega con ellos. Tira de ellos. Muévelos rápidamente
hacia arriba y hacia abajo y de lado a lado.
Hizo lo que el le pedía y casi se desvaneció por el placer tan intenso que sintió
ahí entre sus muslos, donde sospechaba que se había formado una humedad.
—Definitivamente me gustaría que me lo estuvieras haciendo tu, no yo. Me
siento lasciva… perversa… haciéndomelo a mi misma. Bueno, en realidad, también me
siento lasciva cuando lo haces tú, pero no perversa.
Dio una carcajada.
—Ahora más abajo… mueve tus manos hacia más abajo… poco a poco. Ponlas
encima de tu estómago. Roza tu pelo femenino. Ahora tus muslos. Sepáralos.
—Yo… yo no puedo.
—Si, si que puedes. Hazlo por mí. Hazlo por tí misma.
Separó levemente sus piernas y continúo pasando sus dedos por su pelo ahí.
¿Quién sabía que podía haber tanto placer al tocarse una misma? Desde un principio
Adam había tenido razón. Ella no conocía su propio cuerpo.
—Ábrelos más, —le ordenó. —Venga ya, Tyra, puedes hacerlo mejor que eso.
Ábrelos más. Ahora encoge las rodillas y pon tus pies planos sobre el colchón.
Ante esa sugerencia ella prácticamente gritó. Nada en este mundo haría que ella
fuera capaz de exponerse de esa manera. Sería demasiado mortificante. Sería una
rendición. Sería… increíble. Así que, por supuesto que lo hizo.
Apretó los dientes, arqueó su cuello, y gruñó fuertemente mientras que
corriente tras corriente de sacudidas le golpeaban directamente en el centro más
vulnerable de su ser. Cuando recuperó el aliento, dijo,
—¿Ya ha pasado el placer del hablar?
—Oh Tyra, apenas hemos empezado. Ahora, cariño, examínate ahí. Descubre
cuales de los pliegues es mas sensible. Encuentra el botón que es la esencia de todo tu
sexo. Ahí.
Ella soltó un quejido.
—Estoy mojada.
—Lo sé, y no sabes como me place esa idea.
Su parte inferior se estremeció cuando golpeó el pequeño botón.
—No pares. Rodéalo. Hazlo crecer. ¿Te duele?
Ella asintió. Cada parte de su cuerpo estaba tenso. Su corazón latía locamente.
Sentía como si estuviese subiendo y subiendo y subiendo hacia… alguna parte.
Abriendo los ojos, que se sentían pesados y aletargados, ella dijo,
—No puedo hacerlo más. No puedo. Algo esta mal en mí.
—Shhh. Confía en mi. —Gateó encima de la cama, tiró de la almohada de detrás
de su cabeza y la situó debajo de sus caderas. Entonces procedió a hacer lo más
pecaminoso, lascivo, escandaloso e inimaginable a los pliegues de su feminidad… con
su lengua.
Ella chilló.
Intentó apartarle de ella.

145
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Intentó atraerlo más hacia ella.


Sus caderas empezaron a moverse a un ritmo ondulante.
Su boca encontró ese botón lleno de sensaciones y suavemente lo chupó.
Ella gritó. Ella realmente gritó mientras que olas y olas de placer la
embargaban. No paraba. Él no paraba. Ella arqueó las caderas bien alto. Sus músculos
interiores se tensaban y se destensaban, y sabía exactamente lo que querían. A él.
Dentro de ella. Ahora.
—Por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor, por favor… —
Su letanía era una oración por la satisfacción que sólo él le podía dar.
Adam sabía por lo que anhelaba Tyra, pero si penetraba en ella ahora, el juego
de cama habría terminado antes de que empezara.
Pero debía de haberse imaginado que su princesa guerrera no era como
cualquier otra mujer. Si su mente hubiese estado más despejada, posiblemente habría
estado preparado.
Sintiendo ella su vacilación, levantó levemente sus caderas, cogió la almohada
de debajo de ella y la tiró al suelo. Entonces, antes que se diera cuenta, cogió su cabeza
por las orejas, le levantó y le puso encima de ella. En unos segundos, se encontró
tumbado encima de ella, sus fuertes piernas alrededor de sus caderas, y su hombría
apuntando directamente a su portal femenino.
—Espera Tyra. Ve más despacio. Tengo necesidades…
—¿Ir despacio? ¿Estás loco? Soy como un pedrusco deslizándose por una
cuerda deslizante. No podría ir más despacio que…
Antes de que se diese cuenta de lo que iba todo, su propio pedrusco personal
golpeó su cadera con la suya, un movimiento instintivo tan antiguo como el mundo, y
ya estaba dentro de su apretado y escurridizo interior hasta el fondo. Era difícil saber si
estaba más asombrado o encantado.
—Tú lléname, —dijo ella en una voz totalmente sobrecogida.
Bien, si, por supuesto que la lleno. Oh, Díos, la llenaba tan bien.
—¿Estás bien? ¿Tienes dolores? —Después de todo, ella había sido virgen. Y en
verdad, él mismo estaba un poco dolorido.
—Estoy bien.
Aparentemente, todos los años de ejercicio y montar a caballo habían tocado su
himen. El ya lo había escuchado anteriormente. Aun así, su acoplamiento avanzaba a
velocidad relámpago. Todo era demasiado, demasiado pronto. Después de todo,
habían pasado dos largos años desde que copuló con una mujer, se dijo a si mismo
definitivamente, sintiendo lo que estaba por venir. El salió lentamente, luego empujó…
una, dos, tres veces, y rugió su éxtasis. Tan maravilloso como fue, para él el acto
terminó en segundos.
—¿Qué ha pasado? —preguntó ella aterrada. —Tu verga se ha quedado floja
dentro de mí. La quiero dura. Haz que se ponga dura.
¿Debería de reír o llorar?
—Te dije que esperaras.
—¿Aún no se ha acabado, no? Ni te atrevas en pararte ahora.
El se agachó y le dio un rápido beso en los labios.
—Tyra, dame tiempo para recuperarme.
—¿Tiempo? —chilló ella, golpeando su pecho con su puños. —No hay tiempo.
Te necesito ahora. —Por lo visto, el rápido beso no iba a ser suficiente.
Tenía que habérselo imaginado. Tenía que haber estado preparado para lo que
Tyra haría a continuación. Después de todo, esta era Tyra… mujer guerrera… una
persona acostumbrada a conseguir lo que se proponía. Un pedrusco fuera de control,
dicho por ella misma.

146
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Con un movimiento de sus caderas, lo volteó sobre sus espaldas y se sentó


encima de él, su embarazoso miembro laxo aun dentro de sus resbaladizas paredes.
—¿Y bien? —le pinchó.
—¿Bien, qué? —balbuceó el. La visión de una salvaje amazona a horcajadas
sobre el, tan desnuda como Eva en el Jardín de Edén, era suficiente para hacer gorjear a
cualquier hombre. Adam -ese sería él- estaría encantado de acomodar a Eva -esa sería
ella- pero, desafortunadamente, la “serpiente” no estaba interesada… por el momento.
—Reagrupa, —le ordenó.
—Tyra, un hombre no se puede poner erecto ordenándolo, —le explicó
pacientemente. —Le tienen que excitar… de nuevo. —Esta era la situación más
indignante en la que Adam jamás se había encontrado, y de esas hubo en abundancia
en su infame pasado.
—Entonces, dime como te puedo excitar, —dijo ella con toda la lógica de una
ilógica hembra. En otras circunstancias, probablemente se hubiese sentido seducido
por tal sugerencia de una hembra, pero ahora no. Mientras tanto, ella se retorcía sobre
su regazo para ponerse más cómoda.
La “serpiente” se levantó bajo sus retorcimientos, y Adam vio las estrellas.
—Esa sería una forma, —dijo él atragantándose y antes de inhalar y exhalar
varias veces. —Hey, hey, hey, Tyra, —la llamó, posando sus manos sobre sus caderas
para parar sus movimientos. —Relájate.
—Relajarme, —repitió tras él. Entonces, ella también inhaló y exhaló varias
veces. —¿Y ahora qué?
Sonrió ante su entusiasmo.
—No quiero que digas nada, o que hagas nada. Deja que tome el mando.
Ella asintió lentamente con la cabeza, pero entonces levantó una mano, como si
estuviese pidiendo premiso para hablar.
¿Y Ahora que?
—Sólo hay una cosa. Te estoy mojando con mis lloros.
Al principio no entendió. Cuando lo hizo, empezó a reírse, causando que su —
serpiente—se sacudiese, lo que causó que los ojos de Tyra se agrandaran. Por fin dijo
el, —Los lloros—son de ambos, y es normal… y esperado.
—Oh. Muy bien. Entonces continúa.
—No más hablar, —le recordó.
—No más hablar, —acordó ella, recorriendo con el dorso de su mano sus labios
para demostrarle que su boca estaba bien cerrada.
Durante varios largos momentos, el simplemente la miró. Su cuerpo todavía en
horcajadas, atrapando su medio laxo miembro dentro de ella, le devolvió la mirada,
esperando. Díos, ella era magnifica.
—Levántate el pelo y pon tus manos detrás de la nuca, —le ordenó.
Sin cuestionarlo lo hizo, y en ese momento Adam decidió que jamás hubo una
mujer más hermosa o deseable en todos los reinos del mundo. Tan sólo con las yemas
de sus dedos, acarició la parte interna de sus levantados brazos desde el codo hasta las
axilas, luego los musculosos planos de su lados y la cintura y caderas.
La posición de sus brazos hacía que sus pechos empujasen hacia fuera.
Inclinándose sobre la cama tomó un pezón por la areola en su boca, al principio sólo
lamiéndolo con la punta de la lengua.
Ella soltó un conmovedor gimoteo… del tipo que hace que un hombre de
gracias a Dios por ser… bueno, un hombre. Esperaba obtener de ella muchos más de
esos sonidos.
Satisfecho con el progreso de lo que esperaba sería un asalto lento, Adam
empezó a chuparla. Despacio. Profundo. Acompasado. Cada vez que tiraba de ella, sus
músculos interiores se contraían alrededor de su miembro, y pronto estuvo lo bastante

147
SAGAS Y SERIES

duro para servir como el mástil de un barco… desde luego lo suficientemente erecto
para darle todo el placer que ella necesitara. Pero aun era demasiado pronto para eso.
Esta vez, quería prolongar su excitación, duplicar… no, triplicar… el éxtasis cuando
finalmente llegara a la cumbre.
Tyra en la cumbre del éxtasis sería una visión para atesorar.
Esperaba sobrevivir.

148
SAGAS Y SERIES

Capítulo 16

Tyra estaba tan excitada que a duras penas se podía contener. No tenía ni idea
de cómo sobreviviría a esta gloriosa noche, pero no tenía la suficiente paciencia para
averiguarlo.
Se quedó lo más quieta posible como cualquier mujer podría en su posición. ¿Y
no era eso una increíble hazaña… que dos personas… un hombre y una mujer…
pudieran encajar tan bien? No sabía muy bien lo que se esperaba, pero no esta…
plenitud, acompañada por la más deliciosa tensión. ¿Por qué las mujeres no contaban a
otras mujeres lo maravilloso que era? ¿Por qué mantenerlo en secreto? ¿O podría ser
que fuese la única mujer que experimentaba tal dicha… o que sólo este hombre podía
provocarla?
—¿Por qué estas sonriendo, brujita? —preguntó él, golpeándola
juguetonamente bajo la barbilla con sus nudillos.
—Es un secreto, —contestó ella, esperando que la sonrisa que se dibujaba ahora
en su cara fuese misteriosa, y no una sonrisa tonta.
—Ah, entonces, tendré que torturarte para obtener tus secretos. —Mientras
hablaba, depositó sus manos sobre sus nalgas y le dio la vuelta para que estuviese de
nuevo boca arriba. Por suerte, su miembro se mantuvo dentro de ella, pero claro,
posiblemente no podría escapar una vez que alcanzara esta medida. Le tendría que
preguntar… más tarde.
Entonces Adam empezó un asalto sobre ella que sólo se podía describir como
una dulce agonía. La besó y la besó y la besó, hasta que ella no supo donde acababa él
y donde empezaba ella, si su lengua estaba dentro de su boca o la suya dentro de la de
él.
Mojó los pliegues interiores del oído, seguidamente los sopló para secarlos con
tal erótico encanto que sintió como si hubiese una cuerda conectada entre sus oídos y
ese lugar tan especial entre sus piernas. Deseaba tan desesperadamente que él se
desplazase ahí, pero, para variar, ella estaba cumpliendo órdenes, y le gustaba.
Él le permitió devolverle los besos y las caricias, pero nada más. Eso también le
gustaba.
Veneró sus pechos. Estaría dolorida por la mañana, pero ese malestar sería un
recuerdo de cuanto había disfrutado de sus atenciones.
Él susurraba cosas perversas sobre su cuerpo y sobre las cosas que iba a hacerle.
Algunas de ellas seguramente eran físicamente imposibles, pero desde luego estaba
dispuesta a intentarlo.
Ambos estaban jadeando fuertemente cuando el se sentó sobre su trasero y
salió ligeramente de su interior. Envolviendo sus talones bajo sus muslos, la separó
más, luego le ordenó.
—Mira esto, cariño, quiero que lo veas por tí misma.
Ella se apoyó sobre sus codos y miró hacia abajo donde pudo ver sus pliegues
de mujer y una parte de su virilidad que no estaba dentro de ella. Entonces Adam hizo
la cosa más tentadora. Mojó su dedo mediano en la humedad que habían hecho ahí y
empezó a acariciar el expuesto capullo de placer que crecía, dilatándose.
Al primer roce de su dedo, ella dejó escapar un agonizante gemido, entonces
empezó a suplicar,
—Para, para, para, para, para. Es demasiado. —En verdad, no era suficiente.
—Shhhh. Deja que pase, cielo, —dijo Adam, su voz apenas reconocible por su
ronquera.

149
SAGAS Y SERIES

Sintió pequeñas palpitaciones dentro de ella que rápidamente se propagaron al


órgano masculino, seguidas de una serie de plenos espasmos continuos. Pensó que
había gritado en la cumbre, de tanto que estaba sintiendo.
—Ahora es mi turno, —dijo él. —Díos mediante, duraré más esta vez que un
chaval con su primera mujer.
Su turno. Pensó que ya todo había acabado. Ella ciertamente se sentía
satisfecha. Pero no, él se había alzado sobre sus extendidos brazos y empezó a entrar y
salir de ella… con movimientos largos que duraban una eternidad, golpeando sus
paredes internas, arrastrándola de nuevo a la vorágine de la pasión con sacudidas más
intensas de placer.
No podía pensar. Levantó las caderas. Se retorcía de un lado para otro. Gimió
en su creciente excitación, más, mucho más potente que las anteriores.
—Haz algo, —gritó ella. —¡Hazlo, hazlo, hazlo! —No tenía ni idea de lo que le
instaba a hacerle para liberarla de su agonía. Lo único que sabía era que ese insufrible
hombre continuaba con esos largos y lentos movimientos que la estaban volviendo
loca… aunque notó que sus dientes estaban ahora apretados, y las venas sobresalían de
su arqueado cuello y frente.
Ella alcanzó su trasero y le pellizcó.
La recompensó con un gruñido. Sólo entonces empezó con movimientos más
cortos y fuertes que la llevaron al otro lado de la cama. Ella le acompañaba, embestida
con embestida, sus piernas tan abiertas como le era posible, con sus pies sobre el
colchón. Sus partes interiores le estaban apresando tan fuerte, que era un milagro que
no sintiera dolor. Finalmente fue demasiado. Bramó su triunfo varonil mientras que su
esperma se derramaba dentro de su vientre, y su placer se elevó, y elevó y elevó hasta
que sus adentros estallaron en un millón de pequeñas oleadas de placer femenino.
Adam se quedó tumbado encima de ella durante mucho tiempo, respirando tan
fuerte como un caballo de guerra. Ella no sonaba mejor.
Cuando finalmente el levantó la cabeza y la miró a través de unos vidriosos ojos
azules, besó sus labios hinchados y susurró,
—Ha sido maravilloso, mi dulce dama guerrera.
Su corazón cantó al escuchar el sentimiento contenido en su suave murmullo.
Entonces le hizo una sencilla pregunta -una que en su opinión, cualquier mujer
sensible hubiese preguntado, pero que provocó unas cuantas carcajadas del rufián.
—Oh, Tyra, no tienes precio, —farfullo él mientras que ella lo empujaba al
suelo.
Y todo lo que había dicho, era,
—¿Podemos hacerlo de nuevo?
Tyra estaba estirando las sabanas, y Adam estaba haciendo rudos pero
elogiosos comentarios sobre sus nalgas y sobre a lo que él se refería como “cicatriz de
nalga” mientras se inclinaba sobre el colchón, cuando de pronto hubo un suave golpe
en la puerta.
Miró a Adam, quien elevó los hombros.
—¿Tyra, estás bien? Te he oído gritar. —Era Drifa, y su voz sonaba preocupada.
Adam soltó un silencioso resoplido y balbuceó algo sobre que ella había gritado
más que una vez.
—Estoy bien. Yo…. Vi un ratón. —Miró deliberadamente al objeto que yacía en
reposo entre los muslos de Adam.
El estaba apoyado con indiferencia contra la pared, esperando que ella
terminase de arreglar la cama.
—¡Un ratón! Jamás les has tenido miedo a los ratones. —La que hablaba ahora
era Ingrith.
—Me ha asustado, sólo eso. Además, éste era un ratón bastante peludo.

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SAGAS Y SERIES

Adam hizo un gran espectáculo al examinar sus partes masculinas en busca de


pelo. Entonces vocalizando con la boca le dijo a ella las palabras,
—Me… las… pagarás.
—Déjanos entrar, —insistió Breanne, haciendo ruido con la cerradura de la
puerta, sin éxito. ¡Santo Thor! ¿Estaba aquí toda la tribu? —Puede que el sajón te haya
secuestrado y te tenga con un cuchillo apuntado contra tu cuerpo, forzándote a
engañarnos.
Tyra soltó un pequeño chillido, pero no en respuesta a lo que había dicho
Breanne. Estaba reaccionando a lo que estaba haciendo el sajón detrás de ella mientras
aun estaba inclinada sobre la cama. Y no era un cuchillo lo que sostenía contra su
cuerpo. Era algo muy distinto, aunque estaba duro.
—He escuchado un chillido, —dijo Vana. Si, era la tribu completa, que había
venido para animarla o algo parecido.
—Debe de haber sido el ratón. —Tyra apenas podía respirar, mucho menos
hablar, ya que el ingenioso hombre la había izado sobre el colchón, así que estaba a
cuatro patas, y él se había puesto detrás. Le susurró al oído, —¿Alguna vez has visto a
un semental montar a una yegua?
Mientras que su propio “semental” le tocaba los pechos y la montaba por
detrás, y sus ojos se ponían en blanco, logró decir un vigoroso, “¡Iros!” a sus hermanas.
No estaba completamente segura de si se habían ido. Podría ser que tuviesen las orejas
pegadas a la puerta. Para estar segura, tuvo cuidado de no pronunciar ningún relincho.
Nada más acabar su “cabalgata” se quedaron sin fuerzas y satisfechos sobre la
cama… ella sobre su estomago, y Adam encima de ella… cuando hubo otra llamada a
la puerta, esta vez con más fuerza.
—Adam, abre la puerta. Estaba en la sala que queda debajo de esta habitación y
el techo esta tambaleándose. ¿Te está pegando una paliza tu dama amazónica? —Era
Tykir.
—¿Dama amazónica? —exclamó Tyra e intentó golpear su espalda desde atrás.
—¿Te has referido a mi como a una amazona?
—Sólo en el mejor sentido de la palabra.
—Las hermanas de Tyra están preocupadas por ella. Deja que comprobemos
que está bien. —¡Maldita sea! Al parecer también estaba ahí Alinor. ¿Qué será lo
siguiente?
Una voz infantil añadió.
—El Rey me ha enviado con un mensaje para el amo Adam. ‘Mi hija mayor
tiene un enorme ajuar’. Ahora era Alrek.
—A Adam no le importa el dinero. Es un hombre honorable, con más que
suficiente dinero propio, —afirmó Alinor.
—Díos bendiga a esta mujer, —declaró Adam. —A veces no es la usual
entrometida metomentodo.
—Creo que está en busca de amor, —continúo Alinor.
—Por otro lado… —dijo Adam.
—¿Amor? —dijeron sus cuatro hermanas con voces ensoñadoras. Debían haber
regresado.
—Esas son tonterías ridículas de mujeres. —Ahora Tykir estaba hablando con
su mujer. —Los hombres no piensan en amor cuando el deseo esta a su máximo nivel.
¿Eh, por que me has pegado?
—Te he pegado porque te estas comportando como un trol, eres un trol.
—En serio, Adam, abre la puerta para poder simplemente comprobar que no os
habéis matado mutuamente, —imploró Tykir. —Después me puedo ir a la cama donde
puedo demostrar a mi atractiva mujer lo trol que puedo llegar a ser.
Con un suspiro de disgusto, Adam se levantó cautelosamente sobre Tyra.

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—Parece ser que no se irán hasta que uno de nosotros no se muestre. —Se
envolvió una manta de la cama alrededor de la cintura y se abalanzó hacia la puerta.
Abriéndola sólo un poco, dijo, —Veis, estoy bien. Ahora iros. —Intentó cerrar la puerta
de un golpe, pero Tykir metió un pie.
—¿Por qué esta tu pelo de punta como si lo hubieses peinado con un rastrillo?
¿Y esa marca alrededor de tu pezón es un mordisco? —preguntó Tykir con la inocencia
de un pillo veterano.
Adam miró hacía abajo. Luego miró hacia Tyra y le guiñó el ojo.
Ella odiaba cuando le guiñaba el ojo. Desencadenaba todo tipo de pequeñas
oleadas a través de su cuerpo… un cuerpo que no necesitaba esta noche más oleadas,
muchas gracias.
—¡Santo Valhalla! Nuestra dama esta totalmente desnuda, y tiene la apariencia
de haber sido aplastada por un caballo de batalla. —Era Alrek, quien se había
agachado y estaba mirando a través de las piernas de Tykir hacia el dormitorio.
Tyra corrió a toda prisa para cubrirse.
—¡Suficiente! Ahora voy a cerrar la puerta. —Adam estaba cansado de sufrir las
especulaciones de todos.
—¡Espera! Sólo un minuto. Tengo algo que decir, —gritó Alinor. Empujó a su
marido y a Alrek a un lado, entonces advirtió a Adam en una sorprendente cariñosa,
casi maternal forma de decirle, —Trátala bien.
Adam cerró y echó la llave a la puerta, entonces dejó caer la manta. Tyra no
estaba segura de si estaba hablando con Alinor o con ella cuando dijo,
—Eso es precisamente lo que intento hacer. Desde luego que muy bien.
Tyra esperaba que así fuese. Esta sería su noche de amor. Tendría que durarle el
resto de su vida.
Después de medianoche, cuando la mayoría del personal estaba en la cama, él y
Tyra se deslizaron fuera para llegar a la casa termal, donde remojaron sus doloridos
músculos en el manantial termal.
Su plan había sido enjabonarla de la cabeza a los pies con el suave jabón que se
guardaba allí… para aplicárselo como la princesa que era. Pero una vez más Tyra le
sorprendió. Tomando la delantera, como estaba acostumbrada, lo enjabonó, lo enjuagó,
luego le tumbó sobre la losa situada fuera del estanque y le besó por un lado y luego
bajando por el otro. Pero eso no fue todo. Oh, Díos, eso no fue todo. La encantadora
mujer, siempre siendo la competente alumna que era, así fuera en el arte de la batalla
como en el arte del amor, bajó su boca posándola sobre su miembro hasta que pidió
misericordia.
Pensó que podría estar enamorado.
Pero muchos hombres pensaban que estaban enamorados cuando su verga
hacia cosquillas en la garganta de una mujer. Por lo tanto no pronunció el sentimiento
en alto. Aunque tenía la intención de meditar sobre la cuestión más tarde, cuando sus
globos oculares dejaran de darle vueltas en la cabeza.
Regresaron de nuevo al dormitorio, abrazados, donde le masajeó los aún
doloridos músculos con uno de sus especiales ungüentos… en este caso, sándalo
perfumado. Ella seguía diciendo que no sabía que hubiese músculos aquí y allá, él le
aseguro que le enseñaría aún más músculos de los que jamás hubiese imaginado que
existiesen. En realidad, más tarde, le mostró el famoso Punto S Vikingo, el secreto que
le enseñó su padrastro Selik, como también a sus tíos Tykir y Eirik. Tyra afirmó que
estaba extremadamente impresionada. Debió de ser a causa de ello que al final se
desvaneció. Adam opinaba que si un hombre podía conseguir que una mujer se
desvaneciera practicando los juegos amorosos significaba que había funcionado
admirablemente. Pensaba decírselo a Tyra en cuanto volviera en sí.

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SAGAS Y SERIES

Adam estaba fascinado con Tyra. Su falta de inhibición… su entusiasmo por


todo lo que él proponía… su habilidad de reír mientras hacían el amor… todo eso la
convertía en una compañera de cama increíble. Pero era más que eso… sospechaba que
más, mucho más. Esa posibilidad lo asustaba y también a la vez lo ponía eufórico.
Se quedó dormido con una sonrisa dibujada en su cara.

Tyra se despertó justo antes del amanecer.


Había concluido la noche que había pactado con Adam. No podía estar
descontenta con lo que le había dado. Él le había devuelto mucho más.
Ahora todo había terminado, y debía continuar desde aquí. Una nueva vida…
un nuevo camino la esperaba. Pero jamás olvidaría a Adam, ni su noche de amor. Era
un regalo de los Dioses.
Se deslizó fuera de la cama, cuidadosamente, para no despertar a Adam, que
dormía profundamente sobre su estómago, su cara apoyada sobre un brazo cruzado.
Una vez que estuvo rápidamente vestida, miró fijamente su gloriosa desnudez.
Adam había pensado que mientras lo llevaba de vuelta a su casa en Gran
Bretaña tendría otra noche o más con ella, pero se equivocó. Tyra había tomado una
decisión la noche previa. El acuerdo de capitanear el barco de regreso había sido hecho
bajo presión. Era una petición irrazonable por parte de su padre, y no sentía ningún
deshonor en desobedecerle.
Ahora iba de camino al dormitorio del padre Efrid, en donde renunciaría a
todos sus derechos como hija de Stoneheim. Jamás se atrevería a hacerlo en presencia
de su padre. El simplemente se reiría de ella, o declinaría su petición, o la encerraría en
su dormitorio hasta que cediese a su voluntad. Después del ritual de la renuncia ante el
padre Efrid y dos testigos, Gunter y Egil, intentaría convencer al cura para que no fuera
a poner sobre aviso a su padre. Un barco totalmente tripulado la esperaba en el puerto.
Se habría ido antes que amaneciera.
Sentía un pequeño aguijón de culpabilidad. Puso la palma de la mano sobre su
estómago, preguntándose si en este mismo instante no estaría ya gestando un hijo de
Adam. Posiblemente no. Pero si lo estaba, por una vez en su vida tomaría la
prerrogativa de ser mujer y cambiaría de idea. Le había asegurado que discutirían la
situación si pasaba.
Bien, no discutirían el destino de ningún hijo que pudiese estar llevando. No
obstante, le informaría de alguna manera si había un nacimiento… después del
acontecimiento.
Así que ahora todo había terminado. Le hubiese gustado darle a Adam un beso
de despedida, pero posiblemente se agitaría si lo hiciese. En cambio, abrió
sigilosamente la puerta, lo miró por última vez, vocalizando las palabras que nunca
llegaría a decir en alto.
“Te quiero.”

Ya había pasado el amanecer cuando Adam se despertó y se desperezó


lánguidamente. No existía nada mejor en el mundo para un hombre que el sentimiento
de completa satisfacción después de una noche de amor.
Alargó la mano para coger a Tyra y darle un beso de buenos días, pero
encontró su lado de la cama vacía. No se inquietó demasiado. Su mujercita guerrera,

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SAGAS Y SERIES

estaba sin lugar a dudas fuera, tirando lanzas con sus soldados, o estaba ocupada en
cualquier otro ridículo y energético ejercicio. ¡Cualquiera pensaría que ya le había dado
suficiente ejercicio la noche anterior, pero no su Tyra!
¡Díos! ¿Cuándo empecé a referirme a ella como mía? Pero lo es, maldita sea. Si
cualquier hombre se atreve a tocarla, lo mataré al instante.
Sonrío por su propia vehemencia interior. Había tantas cuestiones que resolver
con Tyra, pero tenía más de una noche para llegar a un entendimiento con ella
mientras que lo llevaba de vuelta a Gran Bretaña. No estaba seguro de si la quería, pero
tampoco sabía si el matrimonio era una posibilidad, pero ahora que la tenía, nunca la
dejaría marchar. Esta decisión le dio un raro optimismo a su alma. Era como si su
mente hubiese estado aturdida durante mucho tiempo. ¡Que refrescante era saber
finalmente lo que quería!
Justo cuando estaba deslizando las piernas sobre el borde de la cama y
intentaba mantenerse en pie, hubo una llamada a la puerta. Mientras se ponía los
calzones soltó una risita ahogada por lo débiles que sentía las rodillas y, abrió la
puerta.
No se sorprendió al ver otra vez ahí de pie a Tykir.
Pero desde luego se sorprendió por el anuncio de su tío.
—Tyra se ha marchado.

Esa misma noche, Adam estaba más borracho de lo que había estado en toda su
vida. La resaca cervecera que tendría a la mañana siguiente seguramente traería
consigo un insoportable dolor y trastornos estomacales, pero ahora mismo le
importaba un bledo. Todo lo que sabía era que sufría de una rabia feroz junto con un
tremendo dolor, mezclado con un poco de humillación. Llenarse de cerveza era la
única cosa que ayudaba, e incluso eso sólo lo dejaba entumecido.
Tal vez se taladraría un agujero en la cabeza y dejaría que se le escurriese el
cerebro. Apenas haría diferencia en cuanto a su inteligencia.
¿Cómo fue capaz? ¿Cómo fue capaz? Se preguntaba una y otra vez. Lo que había
ocurrido entre ellos dos la noche anterior había sido alucinante. Ahora se preguntaba si
sólo él era el que lo pensaba así. No, se negaba a creer que ella había fingido. Tyra
había estado tan afectada como el. ¿Entonces, por qué se había marchado?
Como si no hubiese sido bastante malo que ella lo abandonara tan
ignominiosamente… y, si, se sentía abandonado… había descubierto esta misma tarde
que Gunter y Egil la habían acompañado en su barco a Bizancio. Juró que si alguno de
esos dos arrogantes vikingos osaba tocar a Tyra, los mataría a ambos. Pero entonces se
dio cuenta que Tyra podía hacer lo que le viniera en gana. ¿No lo había demostrado
ya, al renunciar a sus lazos familiares, mientras su padre dormía, y desafiando sus
propios deseos con respecto a cualquier niño que pudiera existir después de su
acoplamiento al tomar la decisión en sus manos, al quitarse de en medio?
Adam apoyó las manos en la cara. Se estaba torturando con todas estas
preguntas. Tenía que parar. A la mañana siguiente le esperaba un barco que le llevaría
de vuelta a Gran Bretaña, si es que estaba dispuesto. Eso era lo que debería de hacer.
Quitarse de la cabeza a Tyra y todo este desastre de una visita forzada a Stoneheim.
—¿Adam, crees que deberías beber tanto? —preguntó Tykir, acercándose a él y
poniéndole una mano sobre su hombro.
—Si que debo.
—Bien, entonces, te acompañaré, —concedió Tykir demasiado rápido. En
opinión de Adam, sería mucho mejor si Tykir se concentrara en descubrir el paradero

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SAGAS Y SERIES

de su hijo. Adam lo había visto no hacía mucho salir de puntillas de la sala, de forma
muy sospechosa, con media docena de jovencitos siguiéndole.
Alinor, sentada al otro lado de Tykir, golpeaba a su marido con un trozo de
pan. Era capaz de hacerlo con su mano libre aunque sujetaba a su bebe durmiente
acunado en su otro brazo.
—¡Estúpido, idiota! Se supone que debes de ayudar a Adam, y no unirte a sus
miserias.
—¿Qué? ¿Ahora beber es una miseria? —dijo Tykir, cogiendo a su mujer por la
cintura, y arrastrándola sobre su regazo con un gran beso sobre su boca. Tuvo mucho
cuidado en no molestar a su hijo dormido en el proceso. —Beber puede ser el mejor
amigo del hombre cuando la suerte con las mujeres se ha terminado.
—Beber convierte a un hombre sabio en un idiota, —opinó Rashid.
Si Rahid vertía muchas más opiniones, Adam le cosería la boca con sedal de
cirujano.
—Tienes toda la razón, Rashid. Bien, marido, ¿Quién te dio esa carencia de
sabiduría? Beber puede ser el mejor amigo del hombre. ¿Rurik? —Se burló Alinor. Rurik era
un cercano compañero de ellos que creía saberlo todo sobre todo, especialmente sobre
mujeres. —Se supone que deberías darle a Adam buenos consejos, no tonterías.
—Jamás des un consejo en público, —dijo Rashid.
Todo ellos miraron a Rashid como si hubiese perdido la cabeza, pero nadie le
pregunto a que se refería. A nadie le importó. En verdad, Rashid se estaba haciendo
tan pesado como Bolthor.
Hablando de Bolthor, justo entonces se puso de pie el poeta. —Siento que se
acerca una saga, —anunció.
Adam sintió como se le revolvía el estomago. —Espero que no sea otra sobre
mí, —murmuró Adam.
—Esta es una saga sobre Thorvald el Rey.
Adam expulsó el aire con alivio, y el Rey, que no hablaba con Adam, por su
fracaso en no poder sujetar a su hija, hinchó su pecho con orgullo. Thorvald aún no
había aprendido que una saga de Bolthor no era como para estar orgulloso.

Thorvald era un poderoso Rey.


En batalla su espada cantaba.
Ay, una enorme herida en la cabeza cosechó,
que le causó mucho dolor.
Su hija, la princesa soldado,
trajo a su padre un renombrado curandero,
que taladró un agujero en la cabeza real,
De esta manera trayéndole de vuelta a la vida.
El único problema es que ahora el Rey tiene un agujero
que muchos cachondos vikingos, llenos de aguamiel
podrían intentar penetrar,
Pensando que es un agujero…
de un tipo totalmente diferente.

Thorvald al principio se quedó pasmado. Esa fue la reacción de la mayoría de


las personas al escuchar la saga de Bolthor por primera vez. Entonces echó para atrás la
cabeza y soltó unas enormes carcajadas, dando así permiso a todos los demás vikingos
en la sala a participar.
Adam tuvo que concederle crédito a los noruegos por una cosa… tenían la
habilidad de mofarse sobre ellos mismos.

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SAGAS Y SERIES

—Deja que te dé una justa advertencia, Tykir… sería mejor que no pensases en
dejar a Bolthor conmigo cuando regreses a Dragonstead, —le dijo Adam a Tykir
mientras que se tomaba otro trago de cerveza.
—Me ofende en lo mas hondo que pienses tal cosa, —destacó Tykir. —Tus
palabras exactas fueron: ‘Adam necesita un poeta para alegrarle la vida.’
—Por el amor de Alá, ¿no te animo yo la vida lo suficiente? —preguntó Rashid.
También posó una mano sobre una aparente herida en el corazón.
—Lo mejor sería que examinaras tu lengua y adonde te pueda llevar, —Regaño
Tykir a su mujer. Mientras tanto, palmeó a su inquieto bebe en la cabeza,
evidentemente era un padre devoto a pesar de su arrogante charla de hombre.
—Ayer por la noche te gustó mucho mi lengua, —le contestó ella
coquetamente.
—¡Al-i-nor! —exclamó Tykir con un aparente shock, acompañado con una
enorme sonrisa. —Una esposa obediente jamás hablaría de esa forma tan lasciva.
—Pensé que te gustaba mi manera lasciva.
—Me gusta. Me gusta.
—¿Os importaría a los dos llevaros esta conversación a otra parte? —sugirió
Adam. —Estoy ocupado en convertir mi cerebro en gachas.
—Lo que nos lleva a la cuestión inicial, —dijo Alinor. —Consejo para Adam.
—No quiero ningún consejo, —protestó Adam.
Pero nadie le tomó en cuenta.
Las hermanas de Tyra acaban de acercarse y aparentemente escucharon una
parte de la conversación.
—Olvídate de consejos, —comentó Breanne. —Posiblemente fallará igual que
nuestro plan de seducción para Tyra.
—Bien, el atuendo femenino parece que funcionó, —dijo Drifa.
—Si, debería de conseguir uno de esos vestidos rojos para mí, —añadió Ingrith.
—Y los celos… no te olvides de los celos. Funcionó cuando Gunter y Egil
mostraron su interés en Tyra. —Dijo Vanna. —Adam se puso lívido el ver el interés de
otros hombres en ella.
—Aunque nunca pudimos conseguir que caminase con feminidad. Tiene una
gran tendencia a pavonearse, —intercedió Alinor. —Y olvídate de actuar como una
damisela en apuros. Incluso yo tengo problemas en tragarme esa tontería en una mujer.
—¡Bla, bla, bla! —dijo Adam, levantando su pesada cabeza e intentando sacar
sentido a lo que estaban farfullando. —¿Estás diciendo que Tyra tenía un plan para
seducirme?
—No, tontuelo. Nosotras teníamos un plan para que Tyra te sedujera, —explicó
Alinor.
—¿Nosotras? ¿Qué nosotras? —Por momentos Adam estaba más confuso.
—Yo, Vana, Breanne, Drifa e Ingrith, —contestó Alinor.
—¡Alinor! ¡Que vergüenza, que te rebajaras a tales maneras taimadas para
atrapar a un hombre!
—Bien, en realidad no era muy distinto a nuestro plan, —dijo Rafn,
acercándose para unirse al grupo. —Salvo que nuestro plan era para que Adam
sedujese a Tyra.
Adam miró a Rafn entrecerrando los ojos, que debía de estar en el cielo ahora
que se había ido Tyra. Ahora él y Vana se podían casar… de hecho, había oído hablar a
Ingrith por casualidad sobre una celebración de boda que se celebraría en una semana.
—Explícate, Vikingo, —ordenó Adam, aunque las palabras le salieron un poco
pastosas y no tan amenazadoras como pretendía.

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SAGAS Y SERIES

—Nuestro plan…. mío, de Tykir, Rashid y Bolthor… era sin duda el más
ilustrado. Englobaba miradas ardientes, cumplidos, constantes roces, besos, y celos.
—Y no te olvides de las conversaciones eróticas, —añadió Rashid.
—Y el hablar sobre perversos cuentos, —añadió Bolthor.
—Fui yo el que sugirió el Punto S Vikingo, —dijo con orgullo Tykir.
—¿Qué es un Punto S? —querían saber Ingrith, Drifa y Breanne.
—¡No importa! —insertó Vana, e inmediatamente se puso de un rojo intenso al
darse cuenta del error.
—Díos mío, debéis de ser la pandilla mas grande de metepatas que me haya
encontrado jamás, —dijo Alinor a todos los hombres, y las hermanas asintieron con la
cabeza en acuerdo, aunque alguna de ellas seguían mascullando preguntas sobre el
Punto S. —¡Como si a las mujeres se le pudiese ganar con unas miradas ardientes!
Los hombres estaban avergonzados, excepto Adam, que conforme pasaban los
minutos mas se enfadaba.
—¿Estáis… estáis… estáis diciendo, —balbuceó, —que todos vosotros…
hombres y mujeres por igual… habéis estado hablando sobre mí y Tyra en tal íntimo
detalle? ¿Qué habéis estado confabulando tras nuestras espaldas para unirnos?
Unos embarazosos intercambios de miradas siguieron, pero el silencio lo decía
todo. Adam gruñó, firmemente convencido que su vida no podría empeorar. Estaba
equivocado.
Bolthor se levantó y anunció,
—Esta es la saga de Adam el Menor, llamada ‘Consejo a un zoquete estúpido.’

A veces un hombre tiene suerte con las mujeres.


A veces un hombre no la tiene.
Pero creo que los Dioses tienen un plan maestro
para cada uno de nosotros.
Un hombre y una mujer destinados a encontrarse.
Su destino sellado en los cielos.
Pero los hombres a veces tienen la tendencia
de pensar con sus pollas
en vez de con sus corazones.
Es entonces cuando los zoquetes estúpidos del mundo
necesitan el consejo de todos sus amigos.
Eso lo dice Bolthor el Poeta.

Alinor se encontró a Adam la mañana siguiente viniendo de su retrete, en


donde había estado echando durante la última hora el contenido de su estomago.
Sentía la cabeza como si le hubiesen clavado un hacha. Y podía jurar que le estaban
creciendo pelos en la lengua.
—Ahora no, Alinor, —advirtió él. —Esta mañana no soportaría ningún
sermón.
Ella se tambaleó un poco hacia atrás, sin lugar a dudas por la peste que
desprendía su aliento, no por sus palabras.
Pero entonces le entregó una copa y dijo en una sorprendente amable voz,
—Bébete esto. Te hará sentir mejor.
Tomó la copa de ella y la olió. Reconoció algunas de las hierbas que desde
luego le iban a ayudar a aliviar su dolor de cabeza y sus nauseas estomacales. Se tragó
la bebida de un trago, luego espiró con un sonoro eructo.
—Ven, —dijo ella y le guió hacia el banco de piedra. El aire estaba frío y ambos
llevaban puestos abrigos forrados de piel.

157
SAGAS Y SERIES

El se sentó a su lado, tan miserable como antes de empezar su ataque a la


bebida.
—¿Dónde está el bebe?
—Durmiendo. Con su padre. —Ella sonrió. —Tykir también bebió bastante.
—¡Menudo lío he hecho con mi vida!
—Si, lo has hecho, —dijo ella sin rodeos. —Pero es un buen comienzo…
admitir los errores.
—¿Me vas a dar algún consejo, a que si? —El gruñó quedamente ante la
posibilidad.
—¿Le dijiste lo que sentías?
El negó con la cabeza, y sintió como si hubiese rocas rodando dentro de su
cráneo.
—No sé lo que siento.
—Si que lo sabes, cariño. Simplemente todavía no lo has admitido ante tí
mismo. Por lo que yo sé, lo único que le dijistes es que le quitarías al bebe… si llegase a
nacer.
El miró a Alinor, entonces tímidamente se encogió de hombros.
—¿Eso fue bastante arrogante por mi parte, verdad?
Alinor asintió con la cabeza. —Cómo ya dijo Rashid, ‘Incluso la manada de
bueyes mas fuertes no pueden retirar las palabras mal escogidas una vez dichas.’ En
todo caso, ¿alguna vez te has planteado que lugar pudiera haber tenido ella en tu vida,
o tú en la de ella?
—Bien, si que tuve una idea. Cuando opere a su padre, fue una magnífica
asistente. No palideció al ver toda esa sangre, y no vaciló en manejar las herramientas.
La verdad, antes de pedírselo, ella se anticipaba a mis necesidades.
—¿Lo que estás diciendo es que ambos podríais hacer un buen equipo de
sanadores?
—Posiblemente.
—¿Y que dijo cuando se lo sugeriste? —Alinor le miró fijamente durante
algunos momentos. Entonces gruñó con asco. —Deja que lo adivine. Jamás compartiste
esa idea con ella.
Ambos ambos se quedaron sentados en silencio, mirando hacia la bahía, donde
estaban preparando un barco para su viaje.
—Vamos a ir al grano, tonto cabezón, —dijo finalmente Alinor. —¿Qué… es…
lo… que… quieres?
Ni siguiera dudó en contestar. —Tyra.
—Bien, entonces, —dijo Alinor, levantando las manos en el aire, —ahí tienes tu
respuesta.
Por primera vez en un día y medio sonrió y llamó a gritos a Rashid, que estaba
encaminándose hacía él desde el patio.
—¿Si, amo? Llamaste, —respondió un Rashid lúgubre.
—Parece ser que después de todo volveremos a los países del este.
—¿A Arabia? —pregunto esperanzado Rashid.
—No, a Bizancio.

158
SAGAS Y SERIES

Capítulo 17

Adam estaba viviendo su peor pesadilla.


Comenzó a la mañana siguiente, un día entero desde que había terminado con
su ebria parranda y decidido que quería a Tyra lo suficiente como para ir tras ella…
incluso hasta los confines de la tierra.
—Parece que el drakkar en el que habías planeado viajar va a confirmarse como
inadecuado, —comentó secamente Rafn mientras permanecían en el muelle después de
amanecer, esperando a que la tripulación se reuniera.
—¿Huh? —respondió Adam.
—La cama real y esos seis sementales nunca cabrán en el drakkar que tienes
planeado usar. Oh, veo surgir un knorr. Sí, uno de esos barcos comerciales más
profundos y largos servirá mejor a tus propósitos.
—¿Huh? —dijo de nuevo Adam, luego se giró para seguir la dirección de la
mirada de Rafn. —¡Oh… Dios… mío!
Un enorme armazón de cama, decorativamente labrado, estaba siendo
transportado por cuatro fornidos vikingos cuesta abajo desde el castillo de Stoneheim
hacia el puerto. Siguiéndoles como en procesión muchos sirvientes llevaban un grueso
haz de colchones y numerosos baúles, incluso una butaca tipo trono. Además, otros
guiaban seis nerviosos sementales.
También venía el rey Thorvald, apoyándose en un largo báculo como bastón.
Estaba vestido hasta las agallas con el atuendo real —una túnica roja bordada con hilo
dorado formando una figura de dragón, sobre calzones negros y altas botas de piel.
Una mortífera espada estaba prendida a su costado. Sobre todo llevaba una enorme
capa larga hasta los tobillos, hecha de lujosas pieles de martas cebellinas. Parecía un
dios escandinavo… un dios escandinavo a punto de embarcarse en un largo viaje.
Rafn sonreía burlón ante el shock de Adam. Ahora que el futuro de Rafn estaba
sellado -siendo la conclusión inevitable su boda con Vana- pasaba un montón de
tiempo sonriendo. Pero Adam no apreciaba ahora las risas, siendo a su costa.
—He ordenado a mis hombres que preparen un knorr, —le dijo el rey a Adam,
jadeando ligeramente por el esfuerzo. En verdad, el hombre debería estar descansando
en su lecho, no vagando por ahí, acarreando su mobiliario con él.
—¿Q-qué? —Balbuceó Adam, entonces manifestó rápidamente, —No, no, no,
no vienes conmigo.
Thorvald arqueó sus imperiales cejas, incluso mientras hacía un gesto a los
sirvientes para que comenzaran a cargar su cama y sementales en el enorme barco. Un
dosel con cortinas laterales de piel había sido erigido ya en el centro del bote,
presumiblemente para la cama y otros trastos reales.
—Sé razonable, —le urgió Adam al rey. —Estás bajo un serio proceso médico.
Se supone que te estás recuperando. ¡Tienes un agujero en la cabeza, por el amor de
Dios!
—¿A dónde quieres llegar? —El rey parecía ya fatigado cuando se apoyó en su
báculo y miró como se aprovisionaba el knorr.
—Quiero llegar a que lo que necesitas es estar en la cama.
—Me he traído la cama conmigo. Además, ¿no es mejor que esté cerca de mi
médico personal?
—Yo no soy tu médico personal. Es el padre Efrid.
El rey sacudió una mano en el aire despectivamente
—¿No puede un hombre tener dos médicos?
Adam emitió un sordo gruñido de frustración.

159
SAGAS Y SERIES

—¿Por qué no puedes confiar en mí para encontrar a Tyra y traerla de vuelta?


Después de todo, no es como si ella estuviera realmente en… —Sus palabras se
demoraron cuando le vino un súbito pensamiento. Titubeando, le preguntó, —No está
en verdadero peligro, ¿no es así?
—Por supuesto que está en peligro. La corte Bizantina, como cualquier corte, es
una especie de agujero de intrigas. Un cuchillo en la espalda puede ser más mortífero
que una herida en combate.
—¡Oh, es realmente maravilloso! Ciertamente, necesitaba de más cosas por las
que preocuparme. —Miró encolerizado al rey, quien ni siquiera tuvo la gracia de
parecer culpable. —¿Qué te hace creer que serías más capaz que yo de rescatarla de esa
situación? He servido en varias cortes orientales. Y sólo porque soy un curandero no
quiere decir que no pueda luchar cuando surge la necesidad. Puedo empuñar un arma
si es necesario.
—Tal vez puedas, o tal vez no. Pero con tu encanto y mis puños, estaremos
doblemente seguros de rescatarla.
Rescatarla. El rey está siendo sobreprotector. Tyra es una guerrera. Es perfectamente
capaz de escapar del peligro,. Pero, ¿y si … ? Adam hundió los hombros claudicando.
Entonces la siguiente crisis bajó rodando como un barril hacia él con un aullido
de llanto estridente,
—¡Noooooooo!
Era Kristin. Su mente se demoró en registrar quien era la chiquilla que se
lanzaba en el aire hacia él. No tuvo otra elección que abrir los brazos y atraparla.
Inmediatamente, ella aseguró como un cerrojo sus brazos alrededor de su cuello y los
mantuvo apretados, llorando a gritos.
—Parece que las jovencitas desarrollan apego contigo. Primero Tyra, ahora ésta.
Debes estar rezumando encanto, —remarcó el rey.
—No sólo las jovencitas, —apuntó Rafn. —Las jóvenes en general creen que él
es la mejor cosa que hay desde que se inventaron las natillas de miel… hasta Ingrith, es
así sin ninguna duda. —Él movió la cabeza hacia los nuevos que llegaban.
Era Alrek, resoplando y jadeando mientras intentaba simultáneamente correr y
llevar al bebé, Besji, con su envainada espada golpeteando su pierna con cada zancada.
Todo su costado estaría amoratado al anochecer. Cerca, tras Alrek, estaba el niño
pequeño, Tunni. Besji y Tunni, asustados por toda la conmoción, estaban llorando, sus
sollozos creaban un contrapunto a los continuos gemidos de Kristin, que estaba
arrojando un río de lágrimas por el cuello de Adam.
Adam no tenía ni idea de lo que hacer.
—Voy contigo, —declaró Alrek.
—No, no vienes, —dijo Adam. Y lo decía en serio.
—Yo también, —borboteó Kristin, con el eco de, —Yo también, yo también—de
Tunni y Besji. Ni siquiera se había dado cuenta de que Besji pudiera hablar, aunque
suponía que a los dos años ella debería poder hacerlo.
¡Aaarrgh! ¿Qué voy a hacer?
—Siento decepcionarte, mi señor, pero no puedo obedecer sus órdenes en esta
ocasión —dijo Alrek. —Me dijiste que debía pensar antes de actuar… comenzar a
portarme como un hombre. Bien, eso es lo que estoy haciendo. He pensado, y ahora
actúo. Me voy contigo a Biz… Biz… a ese lugar donde se ha ido Lady Tyra.
—¿Cuántas veces tengo que decirte que no soy un señor? Y, realmente, Alrek,
eso es imposible. No puedes traerte a todos esos niños contigo.
—En realidad, tenemos una solución perfecta, —anunció brillantemente Vana.
Ella y sus otras hermanas parecían haber surgido de la nada. —Mientras vosotros
estáis fuera hacia Bizancio, llevándote a Alrek con vosotros, nosotras llevaremos a los
otros niños de vuelta a tu hogar en Britania. Tyra me dijo que estaba hecho un sucio

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SAGAS Y SERIES

desastre. Nosotras lo embelleceremos para que tú… hagas de él un hogar cuando lleves
a Tyra de vuelta.
¿Embellecer? Lo decía como si ese fuera un atributo que se deseara.
—¿Nosotras? ¿Quienes?
—Nosotras. Las hermanas de Tyra, —respondió Vana. —Bueno, excepto
Breanne, que quiere ir a la —Gran Ciudad—a estudiar los edificios de allí. —Las cuatro
hermanas de Tyra lo miraban con expectación, como si le acabaran de ofrecer un regalo
por el que él debiera agradecerles profusamente.
—No vas a venir a Bizancio con nosotros, —le dijo el rey Thorvald a Breanne.
—Es demasiado peligroso.
Ahí estaba otra vez, la cuestión del peligro.
Breanne estalló en lágrimas y le gritó a su padre… Algo a lo que él estaba
claramente poco acostumbrado, si sus ojos desorbitados eran un indicativo.
—No es justo. Tyra consigue hacerlo todo. Yo voy, te lo estoy diciendo, yo voy.
—Ahora daba petulantemente patadas con el pie.
Adam se llevó una mano a su frente palpitante… lo que no era una tarea fácil
con Kristin colgando todavía de él como si su vida dependiera de ello... ¿Estaba esa
gente sugiriendo que todas ellas invadirían su casa? Los niños. Las hermanas.
Probablemente, un ejército de criados. ¡Por la cruz! Las posibilidades eran aterradoras.
Como mínimo, su paz y privacidad serían cosa del pasado.
Tenía que retirar los dedos de Kristin de su cuello para desengancharse de su
abrazo. Con mucho alivio, la puso en tierra al lado de Alrek. Su pulgar se disparó de
inmediato a su boca mientras levantaba la mirada hacia él, llena de reproches. Inhaló y
exhaló para calmarse. No podía soportar mirar a la niñita, por lo que no lo hizo.
—Ahora, Vana, —dijo, intentando poner un tono de voz razonable, esperando
que no reflejara el pánico que sentía. —Es verdad que tengo suciedad en abundancia
en mi fortaleza, pero sería pediros demasiado que pongáis en orden mis posesiones de
vuelta a Britania. Después de todo, tenéis mucho que hacer aquí en Stoneheim,
preparando tu boda con Rafn.
—Esa es la mejor parte, —dijo ella llena de alegría. —Rafn estará especialmente
ocupado protegiendo Stoneheim mientras que Padre está fuera, y debemos esperar el
regreso de Padre para la boda en cualquier caso.
—Además, —declaró asmáticamente Thorvald, —es mejor mantener a la novia
potencial apartada de los lujuriosos mozos antes de la boda, o cuando venga a casa me
encontraré con una hija de enorme vientre.
—¡Paaa-dre! —exclamó Vana, su blanca cara volviéndose rojo brillante.
Rafn, verdadero hombre de mundo, sólo asintió con la cabeza.
—¡Que se calle todo el mundo! —gritó Adam prácticamente. —Dejad que me
exprese con total claridad. No quiero que se limpie mi castillo. No quiero que se
planten flores en mi foso. No quiero que mi cocinera aprenda a preparar miles de
menús. Esto puede sorprender, pero me gusta mi hogar tal y como es, incluyendo el
oxidado puente levadizo…
—¿Tienes un puente levadizo oxidado? —le preguntó con súbito interés
Breanne. Claramente, se veía ahora atraída en dos direcciones. ¿Debería ir a Bizancio y
estudiar los nuevos métodos de construcción?¿O debería ir a Britania y embarcarse en un
proyecto de reconstrucción? —Oh, de acuerdo, no iré esta vez a Bizancio. Pero a la
próxima, definitivamente, sí voy.
—¡Aaarrgh! —dijo él, tan brillantemente como pudo conseguir.
—Eso está bien y correcto —remarcó Rashid, viniendo de sólo Dios sabe dónde.
Pero ¿Y qué pasa con los niños?
¡Tú Judas, tú! Pensó Adam. Dijo en voz alta,

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SAGAS Y SERIES

—Ellos no son mi responsabilidad. —No miró a los niños mientras lo decía. No


podía. Pero se sentía un traidor… lo que era ridículo.
Rashid se encogió de hombros.
—Si usted lo dice, señor.
Adam se erizó.
—¿Qué se supone que significa eso?
Rashid se encogió de hombros de nuevo.
—Con el debido respeto, mi señor, hay un famoso proverbio que dice, ‘Amor y
compromiso son las dos caras de una misma moneda’.
Adam dejó caer la mandíbula quedando su boca abierta.
—¿Quién ha dicho nada de amor? Lanzó una mirada de reojo rápida a los
niños, y los cuatro al completo parecían como si les hubiera soltado una bofetada,
incluso Besji, que probablemente no había entendido lo que había dicho.
Era una situación absurda, y estaba enfermo de tener a esa gente forzándole.
Con un gruñido, giró sobre sus talones y comenzó a subir a pisotones la colina para
reunir las últimas de sus pertenencias. No tenía intención de regresar a Stoneheim… en
todo caso no en la siguiente década o así.
A mitad de camino de subida hacía la colina, se paró en seco en sus pisadas. De
corazón, Adam era un hombre honesto. Aborrecía mentir, incluso a sí mismo. ¿Y si
Selik y Rain hubieran decidido que no eran responsables de Adela y de mí? Esa cuestión
martilleaba en el interior de su cabeza, casi como si sus padres adoptivos estuvieran
preguntándosela. La bondad debe ser pasada a otros. Así como fuiste tratado, así debes tratar a
los otros. Así como fuiste salvado, debes salvar a los otros. Y, sí, tienes el poder para realizar
milagros.
Musitó un sincero -Por todos los infiernos- luego se dio la vuelta y anunció al
gentío de boca abierta,
—Está bien,. Pero sólo para una visita corta.
Al principio, hubo un silencio atónito. Luego Ingrith preguntó, haciendo un
gesto con la mano para indicarse a sí misma y sus hermanas,
—¿Todas nosotras?
—Sí. Que Dios me ayude, pero sois todas bienvenidas para una visita corta.
Pero no hagáis cambios sustanciales.
Vana ya se retorcía las manos con anticipación, y le pareció que oía a Ingrith
preguntarle a Rafn,
—¿Crees que habrá renos salvajes en Britania? Estoy pensando en que una
fiesta del reno sería estupenda para las fiestas de vuelta a casa y si no, ¿qué tal lobo
hervido? —¿Qué vuelta a casa? ¿Qué fiestas? ¿Y, lobo? Absoluta y definitivamente, no voy a
comer lobo. Drifa estaba apresurándose a conseguir una pala, sin duda para excavar
algunos arbustos para trasplantarlos. Y Breanne todavía estaba ponderando las
tentaciones de un puente levadizo oxidado.
—¿Y los niños? —preguntó Rashid. Tenía una astuta sonrisa en su cara que a
Adam no le gustaba… ni un pelo.
—Sí, de visita. Luego volverán a Stoneheim. —En su interior, Adam sabía —en
verdad sabía—que se estaba comprometiendo a mucho más que a eso.
Adam no había terminado de hablar cuando Kristin estaba corriendo colina
arriba, su túnica recogida por las rodillas, sus huesudas piernas batiéndose
salvajemente. Esta vez, cuando ella se lanzó a sus brazos, estaba sonriendo, no
llorando. Mientras le palmeaba la cara tranquilizadoramente, le confió con su voz de
niña pequeña.
—Tú no noz quierez… …
Adam se abrazó a sí mismo por lo que pudiera venir a continuación.
—…pero yo te quiero.

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SAGAS Y SERIES

Adam supo entonces que estaba perdido. Verdadera y completamente perdido.


¿O había sido encontrado?

En algún otro sitio…

El viaje a Bizancio -conocido como Miklagard por los vikingos- fue una prueba
agotadora, y gracias a los dioses por ello. Tyra necesitaba de duro trabajo físico y
concentración para alejar a su mente de su desdicha.
El trabajo debería haber ocupado todo su tiempo y pensamientos.
Desdichadamente, no lo hizo. La buena fortuna del tiempo había estado con ellos, el
clima haciéndose gradualmente más cálido cada día, pero eso era lo único bueno del
viaje hasta ahora. No podía ni siquiera compartir el entusiasmo de sus soldados,
quienes esperaban con ansia la aventura de un nuevo país y el servicio de la prestigiosa
Guardia Varangiana de la armada imperial del imperio.
Había sabido desde el principio que olvidar a Adam y la noche en que hicieron
el amor sería imposible. Pero había subestimado cuán desgraciada se sentiría. Estaba
perdiendo peso, sueño, y el gusto por la vida.
Echaba de menos Stoneheim.
Echaba de menos a sus hermanas y a su padre.
Y sobre todo, echaba de menos a Adam.
Para empeorar las cosas, no estaba embarazada. Su flujo mensual se le había
retrasado, y profundamente en su interior, una loca parte de Tyra había deseado que la
semilla de Adam hubiera arraigado en su matriz. Pero no iba a ocurrir, como descubrió
la tarde del día anterior.
Para evitar la mayor dificultad de un viaje alrededor de Jutlandia, la tierra de
los daneses, Tyra había dirigido a su pequeño contingente de marineros a atravesar el
tormentoso mar Báltico. Luego seguirían la ruta comercial que bajaba desde el Volkov
al Viejo Ladoga, el escandinavo Aldeigjuborn, donde había un puerto comercial,
ofreciendo una breve pausa del viaje. Si su barco hubiera tomado el camino del Dneipr,
como hacían muchos escandinavos, tendrían que hacer frente a cataratas, bancos de
arena, y peligrosos bajíos. Tal como estaban, tendrían que emplear porteadores en más
de una ocasión.
Gunter y Egil subieron para quedarse en la barandilla con ella cuando su barco
se aproximó al puerto del Cuerno Dorado de la Gran ciudad, Constantinopla, capital
del imperio Bizantino, que ocupaba la mitad oriental del viejo Imperio romano. Era
una vista espectacular, incluso para aquellos que, como ella misma, ya habían estado
aquí de visita en el pasado. Había tres conjuntos de murallas cercando la ciudad, una
dentro de otra, acentuadas periódicamente por enormes torres, cada una de sesenta
pies de altura. Los antiguos muros tenían casi seiscientos años. Rodeando la muralla
exterior había fosos, y a lo largo de la muralla del mar había cadenas de hierro que
bloqueaban el puerto de invasores. Había mucho que proteger, también, ya que la
ciudad tenía varios cientos de miles de habitantes y vastas riquezas.
—¿Tienes segundos pensamientos? —Le preguntó Gunter, envolviendo sus
hombros con un brazo. Ella miró mordazmente su mano, con los dedos apuntando
hacia su pecho, y Gunter se rió. —Pero, pero, mi señora. Sólo estoy siendo amigable.
—¿Cómo en la primera noche fuera, cuando intentaste arrastrarte a las pieles de
mi cama?
Gunter fingió sobresaltarse.

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SAGAS Y SERIES

—No puedes maldecir a un hombre por intentarlo. ¿Qué clase de vikingo sería
si no le ofreciera mis servicios a una hermosa doncella?
—¡Oh, por favor, Gunter! —Ahora fue ella la que se rió. —Todos estos años
hemos viajado juntos, y nunca antes me ofreciste tus servicios. ¿Por qué ahora?
Él se encogió de hombros.
—Has cambiado.
—¿Cómo es eso? —¿El hecho de no ser ya virgen se nota?
—De algún modo te has suavizado.
¡Realmente maravilloso! ¡Un soldado suave!¡Un Varangiano voluptuoso! ¡Una débil
mujer! Parecía que tendría que trabajar más en su masculinización. Más rascarse las
ingles, y andar pavoneándose, y escupir. Ya sabía cómo maldecir como un marinero.
—En lo que respecta a tu pregunta, —dijo, cambiando de tema, —no, no tengo
segundos pensamientos. Esto es lo correcto para mí.
—Para mí también —remarcó Egil, colocándose a su otro lado.
—Ni se te ocurra pensar en tocarme el culo. —Egil había puesto las manos en
sus nalgas más de una vez, y parecía que se había convertido en un acto reflejo para él,
y se juró que iba a sacar su daga y cortarle los nudillos de lado a lado.
Él se puso una mano en el pecho, como si sus palabras le hubieran herido.
—Mi señora, tus palabras me hacen daño. Estoy comprometido en matrimonio.
—¡Oh, de verdad! Eso no te detuvo de hacerme proposiciones indecentes.
—¿Qué proposiciones indecentes? —quiso saber un interesado Gunter.
—Las mismas que me has estado haciendo tú, —le dijo ella a Gunter.
—Oh, —dijo Gunter, claramente decepcionado porque no fuera algún nuevo
tipo de proposición indecente que el todavía no hubiera escuchado. Hombres.
—Pero yo todavía no estoy prometido en matrimonio, Tyra. Por lo tanto, soy
libre para proporcionarte placer. No como el aquí presente Egil. A propósito, Egil, ¿A
quién estás intentando impresionar con esos apretados calzones?
—¿Qué tiene que ver el estar prometido con tener sexo con otra mujer? Mi Inga
no espera que permanezca casto mientras estoy fuera ganando tesoros para su dote
nupcial. Y respecto a mis calzones apretados, al menos yo tengo algo sustancial para
llenarlos.
Gunter se envaró y dejo caer el brazo de su hombro. Lo siguiente sería invocar
un holmganga, un duelo que consistía en luchar entre un cuadrado de diez pies de
acuerdo a estrictas reglas rituales.
—¿Queréis sólo parar los dos? Vamos a atracar. —Con eso en mente, llamó a
Ivan, el experto del timón, —Párate en la Puerta de Phanar. Es la más cercana al Palacio
de Blachernae, donde deberían residir el emperador y la emperatriz.
Ivan asintió, y pronto estuvieron atracados.
—Ve a Romanus y preséntale mis respetos. Pide una audiencia inmediata para
mí. —Ordenó a Gunter y a Egil. —Lo conocí hace cinco años cuando su padre,
Constantino, todavía estaba vivo. Tenía sólo diecisiete años o así entonces, pero se
acordará de mí. Si no es así, dale esto de regalo. —Le tendió a Gunter una caja forrada
de terciopelo que contenía una gran pieza de raro ámbar en una cadena de oro.
Aunque ella no era muy dada a los adornos, lo había llevado en una ocasión sobre su
túnica, y él lo había admirado.
Tyra caminó sobre la pasarela después. Había estado a bordo del barco
demasiado tiempo y ahora prefería esperar la convocatoria del emperador en tierra.
Cuando dio un paso en tierra, llevando con ella el escudo que Adam le había dado,
suspiró profundamente.
Con aquellos primeros pasos en una nueva tierra, las lágrimas manaron de sus
ojos. Iba a comenzar un nuevo episodio de su vida.

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SAGAS Y SERIES

Una semana de noches tras la salida de Stoneheim

—Cuando tomé la decisión de que quería a Tyra… de que iría tras ella… nunca
comprendí que ella acarrearía tanto equipaje, —gruñó Adam en voz alta. Estaba de pie
en la proa del barco, que estaba cabalgando sobre las grandes olas del tormentoso Mar
Báltico.
En verdad, Adam iba poco a poco sintiéndose excesivamente cansado de
barcos vikingos y de las olas que le revolvían el estómago y de las botas mojadas y los
horizontes acuáticos. Una vez que volviera a su hogar en Northumbria, juraba que no
volvería a viajar de nuevo durante una buena cantidad de tiempo y, definitivamente,
no sobre el agua.
—¿Qué equipaje sería ese? —le preguntó Tykir.
Cómo su tío había llegado a estar en este viaje era otra historia por sí misma.
Pero aquí estaba, y Alrek, también. Por no mencionar a Bolthor, que estaba fuera en
algún lugar componiendo una Oda al Océano, o La Epopeya de un Tiburón, o alguna
cosa así. Podrías pensar que Tykir —un hombre con un hijo recién nacido—podría
sentir la necesidad que quedarse cerca de su casa, pues, no, Tykir había enviado a
Alinor de vuelta a Dragonstead bajo una fuerte custodia. Por alguna razón, creía que
Adam lo necesitaba más de lo que lo hacían su esposa e hijo. Alinor había estado de
acuerdo en dejarlo ir, pero se había negado terminantemente a permitir que su hijo
Thork acompañara a su padre. Tykir parecía estar alternativamente orgulloso y
desanimado por su incorregible hijo, quien era por cierto una versión en miniatura de
él mismo de joven.
—El equipaje al que me refiero es una engorrosa familia, —le explicó Adam. —
No comprendí que el que alguien te importara —(él todavía tenía problemas en decir
la palabra amor) —significaba involucrarse con todos esos otros apéndices.
Tykir se rió.
—Apéndices, ¿eh? Ese es un buen modo de describir a los miembros de la
familia. Pero, realmente, Adam, no deberías estar sorprendido. Es lo mismo para todos.
Por ejemplo, cuando me enamoré de Alinor, también tuve que tratar con sus locos
hermanos gemelos, Egbert y Hebert. Cuando ella se enamoró de mí, mi familia se
convirtió en la de ella, y eso incluye no sólo a Rain y Selik, Eirik y Eadyth, y a todos sus
hijos, sino a tí y a Adela, también. Además de nuestros amigos Bolthor, Rurik y todo el
resto.
Adam se sobresaltó ante la mención de Adela.
—Pero ¿no deseas en alguna ocasión, ardientemente, sólo un poco de
intimidad?
—Durante todo el tiempo. Bueno, no todo el tiempo. Cuando las cosas se ponen
demasiado ruidosas o aburridas en Dragonstead, salgo en busca de ámbar a la
península de Samland, o a las islas Hedeby para comerciar. Pero ¿sabes lo que es
realmente raro? Tan pronto como dejo el puerto del fiordo de Dragonstead estoy
echando de menos a mi esposa y familia… e incluso a todo el caos que los acompaña.
—Tykir se encogió de hombros.
—Ella cambiará mi vida, ¿verdad? —preguntó Adam.
Tykir soltó una risita ante el afligido tono de voz de su sobrino y le informó con
gran regocijo,
—Oh, Adam, ya lo ha hecho.

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SAGAS Y SERIES

Al mismo tiempo, en Bizancio

—¿Qué deseas unirte a la Guardia Varangiana? —preguntó Romanus


incrédulamente a Tyra. Gracias a los dioses, ella y sus hombres entendían la lengua
bizantina, siendo gente de largos viajes. Romanus estaba sentado sobre un gran trono
de plata bajo un dosel dorado en la sala de recepción del palacio, toda de mármol, a
algunos pasos de donde Tyra permanecía con Gunter y Egil. Los penetrantes ojos de
Romanus la escrutaron, desde su largo pelo rubio, trenzado a cada lado en trenzas de
batalla, sobre su suave túnica de piel y calzones, bajando a sus enormes pies
encapsulados en botas de media caña. Le prestó particular atención a la espada fijada a
su costado, y al hacha de combate que colgaba de su hombro con una cincha especial.
—Sí, quiero… junto con tres docenas de estupendos guerreros que me han
acompañado, respondió, no intimidada en absoluto por Romanus, quién era varios
años menor que ella misma.
Romanus se frotó pensativo la barbilla, sus ojos centelleando de deleite. Podía
ver que ella y toda su comitiva le divertían. Era verdad que ella y sus hombres estaban
ataviados de forma distinta a esos bizantinos. Sus hombres llevaban túnicas a la altura
de la cadera con gruesos cinturones sobre las calzas y botas de piel. Alguno de ellos
incluso llevaba pieles de lobo. No importa cuán finos fueran sus tejidos o las joyas que
pudieran llevar, eran primitivos en apariencia comparados con esos bizantinos más
sofisticados, quienes llevaban túnicas sueltas de seda o lino hasta los tobillos en forma
de T, profusamente decoradas con bordados. Sus cuellos y brazos y varios de sus
dedos llevaban joyas dignas del tesoro de un rey.
A los veintitrés, Romanus era un hombre impresionante, y no sólo por su atavío
de púrpura real incrustada de perlas y rubís. El joven había heredado el estupendo
físico y los encantadores modales de su padre, por no mencionar la belleza de su
madre. Y la vanidad, la tenía en abundancia, estaba claro. Ya llevaba su colgante de
ámbar en el cuello, pendiendo sobre su peto de oro.
No era nada comparado con Adam, pensó. Nadie lo era.
—¿Pero, una mujer en la Armada Imperial, Romanus? Nunca se ha oído. —La
mujer que hablaba al lado de Romanus era Theophano, una mujer de una belleza que
dejaba sin aliento con el cabello negro liso que llegaba hasta sus rodillas y enormes ojos
color ébano. Con el zafiro que llevaba en el cuello podría comprar cinco barcos
vikingos. Theophano estaba claramente enamorada de su marido, y él de ella. No
parecían poder parar de tocarse el uno al otro… una mano en la muñeca aquí, un
golpecito en la cabeza allí. Theophano ya le había dado tres niños y estaba preñada del
cuarto. ¡No era de extrañar, con todo ese toqueteo!
—Pero puede que ésa sea la mejor parte, Theo, —dijo Romanus como pensando
en voz alta. —Ningún otro rey ni emperador podría jactarse de lo mismo. Quizás si la
Princesa Tyra se desenvuelve, podríamos establecer una guardia femenina separada.
Verdaderamente, cariño, sería la envidia de cualquier monarca del mundo.
Theophano no estaba convencida.
—¿Cómo un bicho raro, o una vaca de dos cabezas? —dijo sarcásticamente.
Tyra se erizó de rabia, pero retuvo su lengua cuando Gunter y Egil le apretaron
los antebrazos a cada lado como advertencia.
Lo que incluso era más alarmante, Theophano siguió mirando de Tyra a
Romanus, como si sospechara que su marido tenía un interés personal en Tyra… lo
cual era ridículo, por supuesto, especialmente cuando tenía una mujer de la
excepcional belleza de Theophano.

166
SAGAS Y SERIES

Desgraciadamente, esa sospecha se probó cierta cuando Theophano le susurró a


su esposo, lo suficientemente alto como para que Tyra lo alcanzara a oír,
—Ella es tan grande, cariño, y no es bella en absoluto.
Romanus, el torpe imbécil, le respondió,
—¿Eso crees, cariño? Por el contrario, yo creo que es deslumbrante. Alta, sí, y
quizás no hermosa, pero muy atractiva.
¡Sagrado Thor! Eso pondría fin a todas sus esperanzas de unirse a la Guardia
Varangiana. Una esposa celosa nunca permitiría que su marido empleara a una mujer
atractiva. No es que Tyra se considerara a sí misma atractiva. Debía ser algo que Adam
le había hecho que le hacía parecer distinta ante los hombres. Ella, Gunter y Egil
intercambiaron miradas significativas, y se encogieron de hombros. Quizás podrían
continuar hacía las tierras Rusas y encontrar trabajo como mercenarios allí. O quizás
podrían regresar sobre sus pasos a Trelleborg y convertirse en vikingos Joms25 pero
Tyra dudaba que los caballeros le permitieran a una mujer unirse a sus filas. O sus
hombres podían quedarse y convertirse en Varangianos mientras ella se iba por su
cuenta.
Romanus juntó las palmas de sus manos como si hubiera tomado una decisión.
—Ya está. Tú y tus soldados sois bienvenidos a uniros a mi armada, Tyra. —
Hizo un gesto a un hombre de pie apartado a un lado para que se acercara. —Deja que
te presente a mi general, Nicephorus Phocas. Nicky, puedes encontrar un sitio para
varios eficaces guerreros… y una mujer…. Ja, ja, ja …. ¿No?
Tyra sintió un temor reverencial. ¿Quién no había oído hablar del general
Nicephorus Phocas? Nicephorus era famoso por sus espectaculares triunfos en años
recientes en Creta.
Mientras que Romanus era joven y apuesto, Nicephorus, de cincuenta años o
así, era bajo y achaparrado, con amplios hombros y un pecho como un barril. Su
complexión era atezada por años de servir bajo el sol sirio. Sus ojos, penetrantes y
tristes, eran pequeños y oscuros bajo pesadas cejas.
Él miró largo rato a Tyra antes de hablar.
—Estamos involucrados constantemente en guerras para conducir de regreso a
los infieles al desierto. Esa es el área de mandato de mi hermano Leo, —le dijo—
¿Tienes algún problema para luchar en contra de los árabes?
Por alguna razón, una imagen de Rashid relampagueó en su mente. Pero dio la
respuesta que se esperaba de ella.
—El enemigo de mis amigos es también enemigo mío.
Él asintió para dar su conformidad ante sus palabras, y luego hizo un gesto con
la mano en dirección al emperador.
—Se hará como deseáis, Su Majestad. —A continuación, partió.
Romanus descendió los escalones hacia ella, sonriendo ampliamente.
—Bienvenida a Bizancio —dijo cálidamente, besándola ligeramente en una
mejilla, y luego en la otra.
Sobre su hombro, Tyra vio a Theophano mirándola venenosamente. Parecía
que su bienvenida a Bizancio no era universal.
—Ten cuidado, —le advirtió Gunter en voz baja. —Ten mucho cuidado, mi
señora.
Egil asintió añadiendo desde su otro lado,
—Has entrado en un auténtico nido de víboras aquí. Y el áspid reina te ha
echado el ojo.

25
Cuerpo de élite de combate de los vikingos.

167
SAGAS Y SERIES

Sus palabras de cautela fueron reforzadas cuando la emperatriz descendió la


escalinata desde el estrado real y se apartó a un lado, donde ella y el General Phocas
juntaron sus cabezas, mirando hacia ella de tanto en tanto.
Un desagradable escalofrío de presentimiento barrió el cuerpo de Tyra. Ella
podía luchar en combates, eso era para lo que había sido entrenada. Pero las intrigas de
la corte eran otro asunto.
Gunter y Egil estaban aquí con ella, y varias docenas de sus hesirs, pero aún así,
Tyra llegó a una alarmante conclusión.
Estoy sola sin ayuda.
Los temores de Tyra se vieron reforzados esa noche cuando se preparó para irse
a la cama en una de las pequeñas cámaras del castillo que le habían sido asignadas. A
Gunter y Egil y a todos sus soldados se les había acuartelado en la casa de la guardia
de la armada. Ella estaba virtualmente aislada de sus hombres.
Azize, una esclava turca que le había sido asignada, le susurró una advertencia
mientras alisaba las sábanas de la cama. —Tenga cuidado con la emperatriz, mi señora.
Su belleza es una fachada que esconde mucha maldad. Nada ni nadie se interponen en
el camino de su ambición.
Tyra se quedó sorprendida de que una sierva pudiera hablar tan francamente,
pero no iba a cuestionar las buenas intenciones de la doncella.
—Quizás tu punto de vista está influido por tu situación, —le sugirió
amablemente Tyra mientras comenzaba a quitarse la ropa. Por como hablaba, estaba
claro que Azize no era de bajo nacimiento. Sin duda era el precio de una batalla u otra
y estaba resentida por la posición real de la emperatriz, que ella muy bien podría haber
ocupado en otro país.
Azize sacudió vehementemente la cabeza.
—La emperatriz no tolera ningún rival… real o percibido. Cuando Romanus se
convirtió en emperador, hizo que la madre y las cinco hermanas de él fueran relegadas
a una parte alejada del castillo, como prisioneras. Luego, después de que muriera su
madre, Theophano internó a la fuerza a las cinco chicas en conventos de monjas, contra
su voluntad. El propio Patriarca Polyeuctus fue convocado para que él mismo
trasquilara su cabello en público. ¡Ahhh, los llantos y lamentaciones eran tan dignos de
lástima! Las cinco fueron enviadas a conventos diferentes para que nunca pudieran
volver a verse en toda su vida. Son ahora tan esclavas como lo soy yo.
Tyra decidió hacer caso a la advertencia de Azize. Cuanto antes estuviera fuera
del palacio, mejor. Dormiría con su espada esta noche. El escudo de Adam en el suelo
bajo su lecho le prestó a Tyra un extraño consuelo mientras comenzaba su nueva vida
en un país extranjero.

168
SAGAS Y SERIES

Capítulo 18

Birka, dos semanas más tarde

—¿Qué tiene un agujero sobre la cima y esta lleno de prado? —un soldado
Stoneheim preguntó a otro soldado Stoneheim
—¿Un barril de prado? —un tercer soldado lanzó con inocencia, aunque él
conocía la respuesta.
—Más bien, el rey Thorvald de Stoneheim.
—¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!! —los hombres que holgazanean en la cervecería se rieron
—¿Todos oyeron que el rey se folló a Bertha anoche? —dijo otro soldado. —
Bertha, la puta de la cervecería, enderezada encima de él... El único problema es que él
folló el agujero incorrecto.
—¡Ja!, ¡Ja!, ¡Ja!! —Más risas generales
—El rey se folló a sí mismo, —explicó el soldado a un hombre que no había
entendido la broma
Estos hombres debían estar locos para encontrar humor en estas bromas
infinitas -el agujero en la cabeza- pensó Adán, pero después de una estancia forzada de
dos semanas en la ciudad comercial mientras el rey se reponía de una alta fiebre, él y
sus amigos estaban locos, también.
—Harías mejor en tener cuidado de que Thorvald no oyera por casualidad estas
bromas, —advirtió Adam. —Él no aprecia las burlas sobre su persona.
—Más bien, te equivocas, —dijo Bolthor por encima. —Thorvald parece
disfrutar mejor de las bromas sobre “el agujero en la cabeza” que de todas las demás.
De hecho, he compuesto una saga sobre eso, 'Hombres vikingos con humor.'
Bolthor ya comenzaba a funcionar antes de que Adam tuviera una posibilidad de
gemir. Rashid, el traidor, aplaudía

Vikingos, hombres que son luchadores feroces.


Expertos con espada y hacha.
Pero en el campo de batalla, unos dicen,
su talento más grande es
la capacidad de reírse.
No hay hombre o dios siempre tan grande.
Eso nunca dispara.
Si el hombre no puede reírse
Puede ser que él también sea asesinado.

Había un silencio pétreo en el cuarto de cerveza. Bolthor era un hombre


gigante… demasiado grande como para que se burlasen o se riesen de él.
Finalmente Adam dijo,
—Muy bueno, Bolthor, —aunque rechinó los dientes con el refrán. Entonces
añadió, —he notado que las palabras no han tenido rima.
—¡Que listo al notarlo, Adam! Me gusta mezclar mis sagas… algunas riman,
otras no.
—¡Excelente idea! —Dijo Tykir
La cabeza de Adam giró hacia Tykir tan bruscamente que probablemente
tendría un calambre en el cuello esa noche.
—¿Excelente idea? —articuló silenciosamente.
Tykir sonrió abiertamente.

169
SAGAS Y SERIES

—Alguien debería decirle a Bolthor la verdad algún día, —se quejó Adam.
—El que le diga la verdad deberá tener un pie en el estribo, —le aconsejó
Rashid.
—¡Sagas y proverbios! Pienso que he aterrizado en el infierno y nadie se ha
molestado en informarme.
—Está bien conocer la verdad, pero es mejor hablar de higueras, —siguió
Rashid
—¡Aaarrgh!
—Probablemente me acercaré y me dirigiré a Bertha, —dijo Rashid.
—Si osas ofrecerle un lugar en mi harén, juro que le diré a todo el mundo que
eres un eunuco. —Adam empujó su plato y la copa de madera y colocó la frente sobre
la mesa. Entonces se golpeó la cabeza varias veces. —¡Bienvenidos al mundo de locos!
Tengo que salir de este lugar. Me muero de aburrimiento. Pronto compondré sagas y
proverbios yo mismo.
—Tranquilo, Adam, nos iremos de aquí en un día más o menos. Tú mismo has
dicho que el rey está muy mejorado —dijo Tykir.
Adam debería estar agradecido. Había sido cuestionable que el rey sobreviviera
a la fiebre que lo venció poco después de abandonar Stoneheim. —Pero hemos perdido
dos semanas aquí. El rey plantó la idea en mi cabeza de que Tyra podría estar en
peligro en Bizancio, y luego sucumbió a la fiebre. Todo el tiempo que he estado
atendiendo a Thorvald, he estado preocupado por llegar demasiado tarde.
Tykir asintió con la cabeza en señal de entendimiento, luego inclinó hacia atrás
su silla contra la pared, con una expresión soñadora en su cara. —Hubo un tiempo,
antes de que Alinor y yo estuviéramos casados, cuando estuvimos separados por una
temporada. Tú no puedes ser consciente de este hecho, pero mi señora puede ser una
persona muy obstinada.
Adam lanzó un resoplido y dijo,
—¿Y tú no lo eres?
—No tan necio como ella. Pero no le digas que te lo he dicho, —añadió
rápidamente. —En cualquier caso, durante aquellas varias semanas mientras
estuvimos separados, me preocupé por su bienestar. Ella tenía dos hermanos gemelos
muy malos, ¿Te acuerdas de ellos? Pero sobre todo, ella ocupó cada momento de mis
días, porque yo había aceptado el hecho de que la amaba, y nunca se lo había dicho.
Tenía todo eso dentro de mí.
Tykir tenía parte de razón. Con el tiempo Adam se sentía como si hubiera sido
vuelto del revés. No estaba seguro lo que pensaba. A veces se olvidaba de comer.
—Te diré una cosa, la bonita cara de Gunter no lo va a ser tanto cuando termine
con él, y los rebuznos apretados de Egil no lo encajarán mucho mejor. Además, Tyra
haría mejor en no rascar su ingle otra vez. Después de verla con aquel vestido rojo, —y
haberla visto desnuda, —no puedo aceptar su idea de imitar a un hombre.
—Ese es el menor de tus problemas, muchacho. Puedo ver claramente que estás
en el mismo punto en el que yo estaba entonces. Tú aún no has aceptado tus
sentimientos.
—¡Oh, Dios! Líbrame de vikingos que hablan de sentimientos. Después Bolthor
será… ¡Uh, oh! Hablé demasiado pronto. —Vió que venía otro verso en la cara del
poeta, otra vez.
—Esto es la saga de Adam el Menor, también conocido como la saga de las 'Tres
Palabras Temidas.'

Tres palabras hay que todos los hombres temen


Más que espada, hacha, o lanza.
Por qué es una cosa tan terrible,

170
SAGAS Y SERIES

para un hombre admitir que su corazón puede cantar


ante el mero susurrar de la cadera de una hermosa doncella.
¿O la mera transformación de su labio?

Unos dicen que hay etapas en la vida:


Nacimiento, muerte, primer bebé, primera esposa.
Pero yo digo que hay otro en el que el hombre pasa
completamente
Por uno que trae el terror a su corazón tan verdadero.
Este es la primera vez que dice, 'te amo.'

Todavía en la aburrida Bizancio

Había pasado otra semana, y Tyra estaba en la arena de ejercicio, practicando


habilidades de batalla con otros miembros de la Guardia de Varangian. Estaba
aburrida, y más que un poco disgustada, por su servicio en la Guardia hasta entonces.
Romanus de verdad la trataba como a un monstruo. Su uniforme era el mismo
que el de otros miembros de su Guardia, excepto que era más femenino de modos
sutiles. Las pinzas y los pliegues, al parecer el cambio que él había pedido, causaban
que su atavío claramente mostrara que era una mujer con pechos y le daba la vuelta
sobre las caderas y las piernas largas. Y él alardeaba ante cada emisario de otros países
que visitaba su Corte. Era difícil omitir sus sonrisas satisfechas y groseras, sus miradas
e invitaciones ostensibles de aparearse con ellos, como una puta de la Corte. Lo peor de
todo, era que el odio de la emperatriz hacia ella se hacía cada vez más evidente.
Dentro del recinto de palacio había supuestamente cincuenta mil criados. Hasta
ahora, Romanus había mantenido a Tyra como su guardaespaldas privado imperial,
aunque algunos Varangians servían sobre el deber impuesto, también. Durante
cualquier recepción o acontecimiento público, el emperador tenía tres líneas de
soldados colocados en un semicírculo detrás de él. El primer arco incluía a aquellos
combatientes que recientemente se habían distinguido en el servicio de la regla (del
jefe). El segundo grupo era menos importante, pero todavía meritorio de
reconocimiento real. El tercer grupo, donde Tyra había sido asignada, incluía a los
Bárbaros, o Varangians. Todos ellos permanecían firmes, con los ojos bajos todo el
tiempo, con el uniforme, la armadura y el armamento de gala.
Por las tardes, la invitaban a cenar con la familia real y sus invitados. En la
cámara grande del comedor, en la que había una enorme mesa hecha de oro y estaba
rodeada por treinta y seis canapés, las comidas eran servidas sobre platos de oro. Pero
hasta las más pequeñas cámaras del comedor con sólo una docena de canapés, tenían
esplendores inimaginables para la gente ordinaria. Entre comidas, eran entretenidos
por bufones, pantomimas, enanos, acróbatas, músicos, poetas… y ella.
Ingrith realmente estaría impresionada por el número asombroso de platos
exóticos servidos cada día. Vana lamentaría la cantidad de trabajo que tenía que ser
hecho para pulir todo el mármol. Drifa se desmayaría por la profusión de flores
pesadas y perfumadas. ¡Y, Breanne… por Thor! Las ideas para construir y renovar que
ella podría tener allí, su mente se sobresaltó al pensarlo. Ella sin duda se sentiría
inspirada para poner pilares de mármol y fuentes de interior en el gran comedor de su
padre en Stoneheim.

171
SAGAS Y SERIES

Tyra nunca habría adivinado que podría echar tanto de menos a sus fastidiosas
hermanas. ¡Y a su padre… el bastardo egoísta! Él podría enseñar a este monarca mucho
sobre como reinar con dignidad, incluso con su castillo nórdico que carecía del
esplendor de Bizancio. Ella esperaba que la salud de su padre siguiera mejorándose,
pero confiaba en que Adam no dejaría Stoneheim antes de que estuviera seguro de este
hecho.
Personalmente, pensaba que estos Bizantinos se tomaban todo demasiado
seriamente. Ellos necesitaban un buen -agujero sobre el que bromear- si le pedían su
opinión. Tyra tuvo que reírse cuando aquel pensamiento se le ocurrió. Ella estaría loca
si omitiera el humor Vikingo.
De vez en cuando, ella y sus soldados tenían días libres. Entonces algunos de
ellos iban al hipódromo para ver, por lo general, las carreras de caballo o el circo.
Todos los hombres encontraban mujeres para aliviarse por la noche, supuso. Nunca
preguntaba.
Ante la insistencia de Tyra, Romanus finalmente le permitió unirse a sus
soldados en los campos de práctica. Y hasta allí, la trataban como a una curiosidad.
Muchos de los soldados Bizantinos querían una posibilidad de luchar cuerpo a cuerpo,
sin duda para alardear más tarde de que grandes hombres eran por haber triunfado
sobre el soldado amazona en el combate. Algunos de ellos se habían sorprendido
cuando los había ganado. En otros casos, ella había perdido. Pero sobre todo, había
funcionado admirablemente, y poco a poco se ganaba su respeto. Estaba
desacostumbrada a la necesidad de ganarse el respeto, y eso le hacía chirriar los
dientes.
En ese mismo momento, un soldado al que reconoció como un ayudante del
General Phocas, se dirigió hacía ella
—Al general le gustaría hablar con usted inmediatamente, —le dijo sin
preámbulos.
Ella inclinó la cintura, con las manos sobre sus muslos, tratando de recuperar el
aliento después de su último combate de juego de espadas. Se enderezó y se pasó el
antebrazo por la frente para limpiarse el sudor.
—¿Ahora? ¿Inmediatamente?—preguntó, tratando de coger aliento. Él cabeceó.
—Debo de marcharme para bañarme y cambiar mi sucia indumentaria.
—¡Ahora! —repitió él. —Sígame—y el muchacho grosero se fue.
Ella echó un vistazo a Gunter y a Egil, ambos encogieron los hombros, y ella se
marchó para encontrarse con el general en sus habitaciones.
En unos instantes, supo que era tan urgente para el comandante que parecía un
gnomo. No dejó que su aspecto casi feo la engañara. Sabía que él era un soldado
excelente y un líder. La belleza no importaba en la batalla, como ella bien sabía.
—Mis fuentes me dicen que estás ansiosa por entrar en la batalla activa, —dijo
él directamente.
Bien, deseosa de estar fuera de Bizancio por sí misma, ansiosa de no ser más un
espectáculo, deseando tener un trabajo útil.
—Daría la bienvenida a una asignación, —dijo con cuidado.
—Mi hermano, Leo Phocas, es general del Ejército del Este. Siempre somos
molestados por nuestro mayor enemigo de allí, Saif ed-Daula. Es momento de ponerle
fin a esa plaga y tomar la tierra de Syrian para el Imperio Bizantino. ¿Te gustaría unirte
a su lucha allí?
Últimamente, Tyra había estado incómoda con la guerra agresiva. No tenía
ningún problema en absoluto con la defensiva que luchaba para proteger una patria, o
un ideal. Pero la batalla motivada por la avaricia era diferente. Por dentro, luchaba con
todas estas cuestiones, sobre todo ya que había tenido contacto con Adam el
Curandero y sus críticas sobre sus atributos bélicos. Pero por ahora su prioridad más

172
SAGAS Y SERIES

importante era salir de la ciudad imperial. Sí, era mejor aceptar la oferta del general.
Más tarde tendría tiempo para resolver sus conflictos interiores.
—Acepto su asignación, a condición de que todos mis hombres puedan
acompañarme, —dijo finalmente.
—¿Por qué deben tus hombres estar contigo? ¿No puedes estar sola? —Una
mirada disimulada apareció sobre la cara del general, la misma mirada que Tyra había
visto en demasiadas ocasiones últimamente cuando él estaba consultando en susurros
con la emperatriz.
—Sí, puedo estar sola, pero los guerreros Stoneheim vinieron aquí como una
unidad, y es como tenemos la intención de quedarnos. Si toma a uno, los toma a todos
—insistió ella.
Nicephorus la miró con el ceño fruncido, y un tic trabajando rítmicamente al
lado de su boca, haciendo que sus labios tiraran hacia arriba de una manera mas bien
grotesca. Al final, el general dijo,
—Esta bien. Os marchareis por la mañana.
Tyra abandonó las habitaciones del general y se marchó para dar las noticias a
sus hombres. Una nube pesada se colocó sobre su humor, pese a todo. Con esta última
acción, se colocaba otro paso más lejos de Stoneheim… otro paso más lejos de Adam, o
de cualquier parte donde él estuviera.
—¿Qué me deparará mi futuro ahora?

La frontera Bizantina del Este

—Nunca pensé que echaría de menos el frío del norte, pero lo hago. —Tyra
estaba sentada bajo el saliente de una tienda, abanicándose la cara con una hoja de
palma.
—Estoy de acuerdo, —dijo Gunter. —¡Por las pelotas de Thor! Dos semanas en
el desierto de Syrian y no me gustaría nada más que un viento helado de Stoneheim,
acompañado por una buena dosis de nieve.
Estaban observando a una patrulla de soldados, incluyendo a Egil y algunos de
sus compañeros, que volvían de patrullar por la noche. Esto era un regreso para volver
a salir pronto. En cualquier parte donde estuviera Saif ed-Daula, no estaría preparado
en ningún aspecto aún… por lo menos, no para ninguna confrontación directa. En
cambio, había constantes y frecuentes escaramuzas, que los volvían locos.
Los ejércitos Bizantinos siempre tenían el problema de escasez de hombres,
sobre todo en esta división Oriental. Por consiguiente, daban a los soldados tierras a
cambio del servicio. Permitían a los hombres vivir y trabajar sus propias propiedades,
pero tenían que presentarse totalmente armados y montados siempre que los
convocaba el ejército fronterizo. Y decir que ellos no eran soldados dedicados era una
subestimación. Tanto los mercenarios y soldados como la Guardia de Varangian eran
recompensados con enormes salarios y con el derecho de tomar los despojos después
de las batallas. Tyra pensaba que ellos tenían el mejor trato.
Pronto ensilló y montó para patrullar los alrededores, lo que no era
generalmente deber del protector… En cambio, el General Phocas reunió una tropa
grande, de casi doscientos soldados, y anunció que iban más lejos de lo que lo hacían
habitualmente. Esta sería una incursión de noche a un pueblo distante, donde Saif por
lo visto había estado asaltando hacía pocos días
Lo curioso del caso consistía en que, en el último momento, el general ordenó a
Gunter y a los guerreros Stoneheim de Tyra que se quedasen mientras ella iba sola.

173
SAGAS Y SERIES

Ellos protestaron vehementemente, pero el general reclamó que él necesitaba todos los
talentos dotados de los escandinavos para dominar el puesto de la guarnición. Así
pues, por lo menos esta vez, se resignaron.
Aquella misma tarde, Tyra entendió por qué ella y sólo ella había sido separada
del contingente Stoneheim para continuar esta incursión. Cuando se acercaron a un
oasis del desierto a alguna distancia del pueblo donde iban, el caballo de Tyra de
repente empezó a cojear. Cuando desmontó y examinó la pata delantera de la yegua,
vio inmediatamente que había sido provocado. Antes de que tuviera una posibilidad
de enderezarse y enfrentar a quienquiera que hubiera hecho este acto cobarde, Tyra fue
golpeada. Cayó boca arriba en la arena y vio una imagen nebulosa del General Phocas
que se inclinaba, riendo con gravedad.
—Maten al caballo, —ordenó el general, mientras sus párpados pesados se
cerraban. El dolor detrás de la cabeza era insoportable. ¿Era así cómo Adam se había
sentido cuando ella lo había golpeado con el lado plano de su espada?
—¿Vamos a dejarla aquí abandonada? —le preguntó uno de los soldados
Bizantinos al general.
—Si. Déjala. Será rescatada dentro de poco. Se hará según los deseos de la
emperatriz.
Se reía entre dientes con una risa suave, en silencio los hombres montaron sus
caballos y se dispusieron a alejarse.
Entonces el mundo de Tyra se puso negro.

Cuando Tyra se despertó más tarde ese día, estaba en un entorno extraño.
Tomó conciencia de su situación. Estaba tumbada sobre una losa de mármol. Ésta era
refrescada por el agua que caía de una fuente del patio. Notó el olor acre de las flores
del desierto, el sonido de risas tontas y charla suave femenina
La cabeza de Tyra palpitó con mucho dolor. De todos modos echó un vistazo a
la derecha y a la izquierda. Había mujeres hermosas por todas partes, escasamente
vestidas, de todas las edades y colores.
Ella reconoció dos hechos entonces:
Estaba totalmente desnuda.
Estaba en el harén de algún sultán.
Tyra jadeó y sintió que su corazón comenzaba a correr por el pánico. Una
reacción histérica para una situación increíble. Rashid había sugerido que sería una
buena concubina de harén, y ella se había reído. Al parecer, la decisión no estaba en sus
manos.
Sin duda alguna, no se reía ahora.

¡Bizancio… por fin!


Seis semanas de viajes, y finalmente llegaban a Bizancio. Adam sintió como si
docenas de mariposas revolotearan en su vientre, de tan deseoso como estaba ante la
perspectiva de ver a Tyra otra vez.
¿Qué debería decirle? ¿Cómo me mirará? ¿Cómo la miraré? Rashid dice que la túnica
azul hacej uego con mis ojos, pero probablemente debería intentar llevar el zorro rojo de capa
rayada. Aún mejor, probablemente debería ponerme una armadura… pareceré más soldado.
¡Por el infierno! ¿Qué diferencia habrá en cómo me vista?

174
SAGAS Y SERIES

Por otra parte, algunas mujeres son influidas por los finos adornos.
Tyra no. Tyra nunca.
¿Bien entonces, cómo era mejor manejarla?
¡Idiota! Manejarla es la peor cosa que puedo hacer.
Debo ser firme con ella.
Más bien, no puedo ser firme. Ella me considerará autoritario. Apacible es mejor. Sí,…
apacible pero firme.
—¿Por qué hablas solo? —preguntó Tykir, colocando un brazo amistosamente
sobre el hombro de Adam.
—Por miedo.
Tykir cabeceó negando, como si fuera absolutamente comprensible.
—¿Tienes un plan?
—No, y no pienses sugerir otro de tus proyectos descerebrados, como el que me
preparaste en Stoneheim.
Tykir parpadeó rápidamente, fingiéndose ofendido.
—¿No te gustó nuestro plan de seducción para Adam? Había muchos puntos
buenos en aquel plan.
Adam no quería estar implicado en aquella discusión tonta otra vez.
—¿No deberían los emisarios estar ya de vuelta? Es casi mediodía, y hace dos
horas que se han ido.
El rey Thorvald, que descansaba sobre su cama en el barco, había enviado a
algunos emisarios para pedir permiso al Emperador Romanus para que su contingente
pudiera entrar en el sector real de la ciudad. Su salud estaba muy mejorada, pero se
cansaba fácilmente. Hoy quería aparecer en su mejor forma.
Tykir se encogió. —Todavía tenemos mucho tiempo. Las puertas imperiales no se
cierran hasta las tres. Una vez dentro, tenemos el resto del día para encontrar a Tyra.
—He decidido quedarme aquí en el barco con algunos soldados y Alrek, —dijo
Rashid que estaba al otro lado de Tykir—los Bizantinos no tienen mucho amor por los
árabes, y prefiero no arriesgarme.
—Probablemente es una buena idea —estuvo de acuerdo Adam. —Con suerte,
abandonaremos este puerto por la mañana. Tienes razón sobre Alrek, también. ¡El
buen Dios!, el muchacho es un verdadero problema.
En ese momento, Alrek corría de un lado al otro del barco, tratando de
conseguir la mejor vista de la Gran Ciudad. —Adam no podía culparlo. Era una vista
espectacular, aún para aquellos que como él habían estado aquí antes. Él había venido
para estudiar en el único hospital que había y Tykir había hecho visitas innumerables
durante sus días de negociante de ámbar.

Bizancio ocupaba un promontorio triangular, al final del Mar del Norte de


Mármara. Aunque lo que tenía a Alrek con los ojos muy abiertos era el Faro, que era
famoso porque indicaba direcciones, pero también enviaba señales a las partes
distantes del Imperio mediante un sistema de repetición. Además, Alrek estaba
boquiabierto ante los muchos palacios que podían ser vistos desde el puerto; algunas
de sus cúpulas doradas destacaban desde una distancia lejana.
A Adam le habría gustado enseñarle el zoo real y la pajarera a Alrek, pero no
había tiempo para eso. Tyra era su prioridad principal.
—¿Estás listo? —preguntó Thorvald. —Ya veo a mis hombres, con la guardia
del emperador, acercándose.
Adam cabeceó. Las mariposas de su estómago ahora parecían colibríes

175
SAGAS Y SERIES

—Espero que tengas un plan, muchacho, —añadió el rey.


—¿Q—Qué? Pensé que tú tenías un plan, —tartamudeó él. Cuando el Rey
Thorvald había insistido en acompañarlo en este viaje, Adam había asumido que él
conocía el protocolo a seguir.
—Mira, Adam, te dije que necesitabas un plan, —dijo Tykir
Adam cerró los ojos y rezó… la primera vez que rezaba en dos largos años.
Por favor, Dios, escúchame esta vez.

Los harenes no eran todo lo que pregonaban.


Desde luego, las únicas personas a las que Tyra alguna vez había oído que
pregonaban sobre los harenes eran hombres. Y a Rashid, que era desde luego un
hombre. Eso tenía que ser tomado en cuenta.
Sólo habían pasado tres días desde que Tyra se había unido al harén de Amin
ed-Daula, algún sultán del desierto que era un primo o el hermanastro o algo así de
Saif ed-Daula, pero ya estaba aburrida al punto del entumecimiento, y enfadada al
punto del entumecimiento…. y aún tenía que encontrar a su amo, que estaba por lo
visto en la lucha Bizantina, o a la captura de más muchachas esclavas para el harén, o
tras las que habían huido de el. Él sólo tenía doscientas hembras en su harén hasta
ahora. Aproximadamente cientos ochenta de ellas no habían visto al viejo tipo, que
tenia más de cincuenta años, desde hacía cinco años o más. A ella seguro que le
gustaría verlo. Le gustaría darle un pedazo de su mente… o un pedazo de su espada si
pudiera recuperar el arma.
Para ser justa, estaba segura que a los líderes de esta tribu… más bien el
harén… les gustaría deshacerse de ella, también. De hecho, se había aficionado a
dormir con los ojos entreabiertos, por si acaso empujaba a alguien demasiado lejos.
Molesta, ruidosa, grande, bárbara eran palabras que a menudo solían describirla.
En su primer día en el harén, la habían dejado sola.
El segundo día, había tomado un baño, de buen agrado, en una tina de mármol
bastante grande como para sostener a doce personas. Entonces ocho eunucos de
tamaño considerable la dominaron mientras cada pelo de su cuerpo era arrancado.
Ahora era calva por todas partes excepto en la cabeza. Alguien iba a pagar por aquella
atrocidad.
Hoy, asistía a la escuela del harén. La lección del día… ¡por todos los infiernos!,
la lección de cada día, adivinaba que… era el mejor camino para ganarse al amo. Los
instructores eran el eunuco principal, Selim, y una hurí envejecida, Salomé. Pensaba en
lo irónico que era que un hombre sin partes masculinas enseñara a las mujeres como
ella, a ganarse el favor de los que tenían tales partes… con una señora cuyas partes
femeninas hacía mucho se habían secado.
Había tres docenas de mujeres sentadas sobre divanes bajos, que absorbían este
conocimiento sexual como los sedientos camellos absorben el agua potable en un oasis.
La contribución de Tyra era resoplar su incredulidad o hacer comentarios groseros en
varios intervalos, especialmente cuando recomendaban tales cosas como colorete para
los pezones, a los cuales se referían poéticamente como capullos. —No, a no ser que el
macho tenga rojo su lirio, también.
—Milady, —advirtió Kareem, un eunuco hosco que la miraba de pie cerca de
ella. Él era aproximadamente de tres pies de alto y tres pies de ancho. Con una sonrisa
maligna, acarició la pequeña fusta que sostenía en sus manos. —Las hembras sabias
saben cuando contener sus lenguas.

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SAGAS Y SERIES

Ella le sacó la lengua, que probablemente no era una opción muy simpática, si
su gruñido bajo era de alguna indicación.
—Siempre mantenga los ojos abatidos con mansedumbre, —era otro bocado de
sabiduría que los instructores les dieron.
—¡Hah! Sólo si usted quiere caer sobre su cara. —Casi inmediatamente, dijo—
Ouch! —Kareem le había pegado en la espalda.
—Entonces se perfora el ombligo con un anillo de oro, —decía Selim. Ordenó a
una joven de la fila delantera ponerse en pie y mostrarse. Tenía un anillo de oro, en el
centro del vientre
Tyra se estremeció y pensó, Ouch!
—¿Es atractivo? ¿Realmente, damas, creen a este cerdo?
Esta vez, Kareem tuvo el gran placer de darle con fuerza con la fusta en la
espalda. Probablemente descansaría su lengua un poco, después de todo. Se movió de
posición sobre el diván y se escuchó el tintinear de campanas diminutas. Todas las
mujeres iban escasamente vestidas, sobre todo con pantalones transparentes y chalecos
con muchas y pequeñas campanas.
—¿Qué somos? ¿Vacas? ¿Necesitamos campanas para encontrar nuestro camino
a casa? —refunfuñó. En realidad, Tyra estaría mortificada si alguien más aparte de
estas doscientas mujeres la viera con este atavío. Parecía una bufanda de seis pies, en
su opinión. Desde luego, había olvidado que no iba a hablar más, pero Kareem no. Tres
golpes le cayeron esta vez.
Iba a hacer a Kareem comerse aquella fusta cuando saliera de este lugar. Si
alguna vez salía de este lugar. NO, no, no, no podía pensar así. Alguien, estaba segura,
vendría a por ella. Gunter. O Egil. O sus soldados. Era mejor que ellos vinieran.
Pero tenía que esperar. El programa finalmente se hacía interesante. Selim y
Salomé repartían barras lisas de mármol a todas las damas. Eran de la anchura de su
índice ó dos veces como mucho. Frunció el ceño, tratando de entender el objetivo de tal
objeto.
—Hoy te van a enseñar a como reforzar un nuevo músculo de tú cuerpo… uno
que realzará el placer del amo durante el juego de cama. Y tú placer también, —añadió
Selim como una tentación.
¿Músculos? Era un tema con el cual Tyra estaba bien familiarizada, pero no
pensó que hubiera algún músculo que pudiera ser considerado nuevo para ella.
Se equivocaba. Cuando una de las huríes demostró el objetivo de la varita
mágica de mármol, los ojos de Tyra se ensancharon.
—Hay un músculo interior que debes aprender a controlar. —La instruyó
Selim—aprieta, suelta, aprieta, suelta, aprieta, suelta…
Mientras él repetía la orden una y otra vez, Tyra comenzó a entender el
principio. ¡Y todo en lo que podía pensar era, ¡Por el amor de un gigante helado! ¿Qué
pensaría Adam de este truco?
Pero inmediatamente se reprendió a sí misma. —Nunca voy a ver a Adam otra
vez.
¿Soy yo?
La intrusión de Adam en sus pensamientos borró todo el interés por la
demostración. En algún punto iba tener que afrontar sus sentimientos sobre él, y los
errores que podía haber cometido. En aquel momento, Tyra se hizo una promesa. Si
alguna vez salía de este harén… y sin duda lo haría… volvería a Stoneheim y haría las
paces con su padre y sus hermanas. Entonces iría a por Adam.
Realmente, cada buen soldado sabía que había veces que lo mejor era olvidar.
Era infeliz aquí en las tierras del este. Había sido infeliz en Bizancio. Y todo esto tenia
que ver con Adam… o la ausencia de él en su vida. No importaba donde estuviera;
podría ser feliz si él estuviera allí.

177
SAGAS Y SERIES

Sí, ella era para Adam. Incluso si tenía que secuestrarlo otra vez. Ellos tenían un
negocio inacabado… la menor parte del cual eran las varitas mágicas de mármol.
Bien, probablemente no el menor

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SAGAS Y SERIES

Capítulo 19

Bizancio, mas tarde esa misma noche

El rey Thorvald estaba sobre el canapé número tres en el pasillo, de diecinueve


canapés, como indicativo de su alta categoría en el tribunal del Emperador Romanus.
Adam, Tykir, y Bolthor estaba sobre canapés mucho más lejos, bajo la línea, como
indicativo de su categoría inferior.
Era tarde durante la noche de su llegada, y Adam no podía preocuparse menos
por donde se sentaba, si su plato era de oro o de plata, si conseguía un plato más,
servido en hojas de uvas, si su cara era abanicada por una muchacha que bailaba, o sus
dedos eran lavados con el agua de rosas. Si Adam hablaba con uno más de los médicos
Bizantinos sobre hierbas y curación, iba a gritar. La medicina era su profesión, pero
Tyra era su obsesión.
Llevaban seis horas en presencia del emperador, y aún no les habían dado
permiso para hablar del objeto de su misión. Ellos no habían visto a nadie del
contingente de Stoneheim, o no se habían enterado.
—El protocolo, —el Rey Thorvald le había aconsejado. —Debemos seguir el
protocolo para lograr nuestros fines. La diplomacia es la llave si queremos dejar esta
tierra donde de lejos somos superados en número.
Él le había dicho al rey exactamente lo que podía hacer con su diplomacia, y el
rey le había dicho que probablemente no le daría a su hija después de todo.
Esto era probablemente una cosa buena, que él y Thorvald fueran separados.
Las palabras enfadadas habladas con prisa necesitaban tiempo y espacio para curarse.
Tomó otro sorbo de vino de su copa y se dio vuelta para hablar con Tykir, que
escuchaba algo dicho por una de las esclavas que se aferraba a su ropa. Asignada para
alimentar a Tykir con uvas o abanicar su cara en caso de que una gota de sudor se
atreviera a estallar, ella le ronroneó,
—Eres un hombre tan fascinante.
Tykir debió oír el resoplido de repugnancia de Adam, porque se ruborizó y le
dijo a la esclava,
—No soy tan fascinante.
—Alinor va a matarte cuando se entere de esto, —comentó Adam.
—Eso asumiendo que alguien tenga deseos de que me muera y decide
contárselo, —dijo Tykir por un lado de su cabeza.
Por el otro lado, Adam oyó a Bolthor que se quejaba a la esclava.
—Solamente porque hable despacio no significa que piense despacio.
La muchacha se rió tontamente. Ella probablemente no entendía la lengua
nórdica, y pensó que él comentaba algo sobre sus pezones pintados, que eran visibles a
través de la tela de su vestido.
—Aquí va una saga para ustedes dos, —dijo Bolthor. —‘La Opinión de un
Vikingo sobre la Vida’.

Algunas tierras están llenas de riqueza,


que a menudo conducen a excesos.
Copas de oro, trajes de seda, joyas en abundancia.
Tanto alimento que el vientre se adolece.
Caballos, barcos, mujeres, esclavos, y demás.
Allí nunca parece haber bastante de nada.
Entonces la avaricia y la disipación se hacen el rey.

179
SAGAS Y SERIES

Probablemente hay mucho para ser dicho,


para la vida simple llevar.
Alimento, refugio, fuego, y esposa…
Es todo lo que realmente necesitas en la vida.

Por una vez, la saga de Bolthor tuvo sentido. Tykir cabeceó, y Adam le dijo lo
impresionado que estaba. Había algo repugnante sobre el exceso de esta corte. Debería
haber un mejor equilibrio entre ricos y pobres. Idea extraña, ésta. ¿Quién habría
pensado que esto vendría de Bolthor? Pero entonces, quizá Adam había sido tan
culpable como muchos otros de pensar que Bolthor era torpe solamente porque
hablaba despacio.
La esclava de Adam, quien debía tener como máximo trece años, se había
marchado para entregar un mensaje al Rey Thorvald. Y volvía ahora.
—Tú rey dice que pases adelante. El emperador hablará contigo ahora, —le dijo
con su voz de niña. —Vosotros dos, también, —añadió, indicando a Tykir y Bolthor.
Adam asintió y se puso de pie, notando que Thorvald hacía lo mismo, con la
ayuda de dos criados, uno de ellos le dio la mano. Si Adam no estuviera tan
preocupado por Tyra, estaría preocupado por el rey, que no era tan fuerte como creía.
En unos segundos, los cuatro esperaban al emperador y a la emperatriz, cuyos
divanes estaban sobre una tarima ligeramente elevada sobre el resto del cuarto.
Romanus y Theophano -ambos eran personas sumamente hermosas- no les saludaron.
En cambio, ellos inclinaron por la mitad su cuerpo en reverencia.
Los cuatro iban vestidos con sus mejores galas... el traje de calidad, el bordado
exquisito, la joyería de ámbar, brazaletes de plata... pero parecían pobres comparados a
estos dos, y la mayor parte de otros asistentes a la Corte.
—Bienvenidos a Bizancio, Thorvald. Creo que eras amigo de mi padre.
Thorvald asintió.
—Y de su hijo, también.
Después Thorvald presentó a los otros tres, Romanus dijo,
—He oído que te realizaron una operación milagrosa.
Aquí vamos otra vez con el negocio del milagro, pensó Adam.
—Sí, me han hecho un agujero en la cabeza.
Ah, Dios, por favor, no más bromas sobre agujeros en la cabeza.
—Este es el médico que me lo practicó y me salvó la vida, —continuó el rey,
agitando una mano hacia Adam.
—¡Aaahh! —el emperador y la emperatriz suspiraron a la vez, debidamente
impresionados, supuso. O aburridos.
—¿Te gustaría a ir a mi hospital por la mañana? Tengo cinco. Probablemente
podrías explicar eso del agujero en la cabeza a mi curandero, —sugirió Romanus a
Adam.
—Yo tendría el honor de hacerlo… en otra ocasión. Hay un asunto más urgente
en mí… nuestras mentes… primero.
Podía ver que el emperador no estaba contento con su respuesta. De todos
modos Romanus preguntó,
—¿Y cual es ese asunto tan urgente?
—Mi hija, —dijo el rey. —Debo ver a mi hija Tyra.
Al mismo tiempo, Adam dijo,
—Mi prometida, Tyra.
—¿Su prometida? —preguntó la emperatriz con sorpresa.
Igualmente sorprendido, el emperador miró a su esposa.
—¿Ella no nos dijo que estuviera prometida, verdad Theo?

180
SAGAS Y SERIES

—Ella no lo sabe aún, —admitió Adam, sintiendo su cara caliente por la


vergüenza.
Romanus y Theophano rieron, mientras Thorvald, Tykir y Bolthor se reían en
silencio a ambos lados de él.
—¿Dónde está? —preguntó Adam sin rodeos.
El emperador estrechó los ojos, lo miró y contestó con igual franqueza. —
Sirviendo con el Ejército del Este.
Theophano puso una mano sobre la manga de su marido, con una expresión
astuta sobre su cara.
—Olvidé de decirte, marido, que los soldados de Stoneheim sirven con la
Guardia de Varangian bajo las órdenes del General Leo Phocas, pero la princesa
guerrera conocida como Tyra... —Ella se encogió de hombro, y no dijo más.
—¿Qué pasa con Tyra? —preguntaron Adam y Thorvald al mismo tiempo.
—¡Ay! Está desaparecida, —explicó Theophano.
Un rugido parecido al bramido de un toro surgió del pecho de Thorvald, y
Adam entendió por primera por qué el rey tenía la reputación de Lobo del Norte. En
verdad, Adam estaba tan enfadado como el rey por la actitud aparentemente
indiferente de la emperatriz sobre el destino de Tyra.
El emperador claramente estaba impresionado por las palabras de su esposa,
pero no podía desafiarla en un foro tan público. Miró largamente a su esposa para
hacerle notar que tendría que darle explicaciones sobre esto más tarde. Por ahora, se
puso en pie detrás de ella para proclamar,
—Ahí lo tiene, mí esposa le ha dicho que… Tyra está en algún sitio en la misión
del Este.
Entonces Adam y Thorvald intercambiaron miradas preocupadas. Thorvald le
había advertido de los peligros e intrigas de la corte. Ahora él los experimentaba
directamente. Apostaría su bolso de hierbas a que la emperatriz sabía más de lo que
decía.
La cara del rey estaba roja por la furia contenida y sus manos estaban apretadas
en forma de puños, pero, a pesar de todo, Thorvald habló en un tono moderado
cuando se dirigió al emperador Romanus,
—Soy el rey de una pequeña sección de un pequeño país, pero soy la ley allí, tal
como tú lo eres aquí .Y mi hija Tyra es una princesa por derecho propio, no importa
como pueda sentirse. No has mostrado el respeto apropiado hacía una hija de
Noruega. Y puedo decirte esto sin duda alguna. No sólo por la ofensa, pero mis
colegas, los reyes de Vestland y de todos los países nórdicos participarían en mi ultraje
si se enterarán de esto. Nosotros protegemos lo nuestro.
Romanus que iba a sentarse otra vez sobre su diván, se paró bruscamente. Su
Guardia Imperial detrás de él sacó sus armas, listas para cualquier orden. La cara de
Romanus estaba tan roja como la de Thorvald cuándo preguntó,
—¿Me amenazas, Vikingo?
Thorvald no dijo nada, solamente sostuvo su barbilla en alto mientras sostenía
la mirada del emperador igualmente arrogante.
Adam intervino entonces:
—Déjame añadir esto, Romanus, mí tío Tykir, Jarl de Dragonstead, es un
guerrero de gran reputación en Noruega, y mi tío Eirik es Lord de Ravenshire en Gran
Bretaña. Ambos se me unirían en un santiamén si los visitara y les pidiera ayuda para
recuperar a esta mujer.
Romanus agitó una mano con ligereza.
—Todavía estaríais lejos de excederme en número.
Adam se encogió de hombros.

181
SAGAS Y SERIES

—Sí, lo estaríamos. ¿Pero realmente quieres arriesgarte a una guerra por una
mera mujer?
Varios de los consejeros Bizantinos de la fila superior corrieron hacía el
emperador e intervinieron en la conversación precipitadamente, en voz demasiado
baja para no ser oídos. Pronto Romanus anunciaba, de mala gana,
—Pido perdón por el tratamiento al que se ha sometido a Tyra, la Princesa
Guerrera, mientras estuvo en mi tierra. Pongo mis tropas a vuestra disposición para
ayudar a recuperarla.
La emperatriz los miraba como si su lengua la estuviera estrangulando. Debería
tomar sus palabras como una palmada indirecta para ella.
Adam y Thorvald cabecearon aceptando la disculpa de Romanus y el
compromiso de ayudar. ¿Qué más podían hacer?
—Bien, partiremos hacía las tierras del este, —pronunció el rey con una voz que
no soportaba ninguna discusión, ni de un emperador advenedizo que tenía la mitad de
su edad, ni de una taimada emperatriz.
¿Oh, Tyra, dónde estas?

Tyra estaba en un harén. ¡Un harén, por el amor de dios!


Adam no sabía si reír, gritar, o ambos.
—Te diré una cosa, —le dijo a Rashid, —si ese jeque dandy del desierto se ha
atrevido a ponerle una mano encima, se la cortaré.
—Mejor deja a un lado la cólera y concéntrate en conseguir entrar al harén, —le
aconsejo su ayudante.
—Eso lo dice solamente un hombre sin las bolas suficientes para poder entrar
en un harén.
Adam estuvo a punto de gruñir algo sarcástico a Rashid, pero realmente, el
hombre había sido inestimable para él con sus contactos árabes. Él lo había arreglado
todo para que Adam -y solamente Adam- entrara en los límites sagrados de los cuartos
de las mujeres con un contingente de médicos que harían sus exámenes anuales a las
huríes. Los exámenes implicarían comprobaciones para saber si la virginidad
continuaba en algunas, causando una pena de muerte si esto fallara; enfermedades
sexuales en otras, que también causarían una pena de muerte ya que esto indicaba el
adulterio; y varias quejas diarias, como erupciones, que también podrían significar la
muerte, dependiendo de cómo habían sido contraídas.
Thorvald y una tropa de cientos de soldados nórdicos -Varangians y
mercenarios regulares- estarían esperándolos a él y a Tyra a media milla del palacio.
Asumiendo que pudieran escapar. Entre los hombres armados estaban montados
Gunter y Egil y la tropa de Stoneheim, que sufrió un gran pesar personal por que no
habían protegido a Tyra mejor. Habían forzado al general Phocas a ayudarles de todas
las maneras posibles por órdenes del emperador.
Adam se puso un traje árabe, levantó la capucha, y tiro de un lado sobre su cara
de modo que solamente sus ojos fueran visibles. Debajo de su traje, iba armado con
una espada y una daga. Se montó en el caballo y estaba a punto para acompañar a los
cinco médicos, que iban vestidos de manera semejante.
—Alá esté con usted, —dijo Rashid en voz alta.
—Que Odin te cuide la espalda, y Thor te cuide el brazo de la espada, —añadió
Tykir.
—Rezo para que traigas a mi hija a casa —dijo Thorvald, bruscamente.
—Por favor, Dios, —concurrió Adam el rezo. Y él no era creyente.

182
SAGAS Y SERIES

—Si cualquiera de estos doctores ó curanderos piensan que van a poner un


dedo dentro de mí para comprobar mi doncellez, se confunden profundamente.
Otras huríes del harén estaban encogidas lejos de ella. Siempre estaba en
problemas, y probablemente temían la contaminación por la asociación. O sea, ellas
pensaban que estaba… loca, lo que muy bien podría ser verdad.
Los médicos árabes que habían entrado hacía un rato en el harén
probablemente no entendieron una palabra de lo que había dicho, aunque podía jurar
que uno de ellos se había reído en silencio, pero anunció, —Tengo algunas noticias
para ustedes. No soy virgen de todos modos.
Otro doctor reía detrás del primero que había reído.
Kareem no reía, permanecía en silencio, aunque silbó una advertencia para ella
y agitó su pequeña fusta.
Estaban en la torre redonda del castillo. Las mujeres serían conducidas, una por
una, a cuartos separados dentro de la recepción central del área en donde estaban de
pie ahora. Cada uno de los cuartos se abría a un balcón que rodeaba la torre entera y
miraba sobre un jardín hermoso. La imagen serena era engañosa. El jardín era bonito, y
era cierto que las ventanas no tenían enrejado, pero esto era igualmente una prisión…
como una jaula dorada. Más allá de las flores brillantes y altos arbustos había altas
paredes de piedra y puertas de hierro. Era una fortaleza impenetrable, no un lugar de
placer, por lo que Tyra estaba preocupada.
Cuando dijeron el nombre de Tyra, cuatro eunucos tuvieron que pincharla con
lanzas puntiagudas para que entrara en el cuarto de examen apropiado. Ella se negó,
pero fue en vano. Bien, no era capaz de rechazar a los eunucos que la empujaban hacía
la cámara, pero allí, seguro como el infierno que iba a haber un médico con un dedo
roto si aquel apéndice deambulada en territorio prohibido.
—Escuche, estoy harta de este asunto del harén, —le dijo al doctor
encapuchado, —esta revisión que hacen es la gota que desbordó el vaso. Soy una
guerrera, sabe usted, y…
Sus palabras se desvanecieron cuando se dio la vuelta para enfrentar al médico,
que en ese momento se bajaba la capucha.
—¡Ah… dulce… Jesús! —murmuró Adam mientras miraba fijamente su traje
escandaloso. Entonces sonrió abiertamente.
Ella reconocería aquella sonrisa en todas partes.
—¿Adam? —fue lo primero que salió de su boca, inmediatamente seguida de,
—Deja de mirarme. Y no sonrías así por mi atavío.
Adam sonrió abiertamente un poco más.
—Yo no necesito más que mirarte para que se me corte la respiración, sobre
todo con esa ropa. Asegúrate de llevártela contigo. Pero tenemos prisa, ahora no es
momento de hablar. Ponte esto. —Él empujó un traje árabe hacia ella, similar al suyo.
Antes de que ella pudiera pasarse el traje por la cabeza, Adam le dio un tirón
por los brazos y la besó con vehemencia.
—Dios, estuve preocupado por ti. No me vuelvas a hacer esto otra vez.
Ella no tenía ni idea de lo que él quería decir. ¿Qué es lo que no debía hacer otra
vez? quiso preguntarle. ¿Escapar? ¿Ser un soldado? ¿Estar en un harén? Tendría que
guardar las preguntas para más tarde. Pero tuvo que advertirle,
—Adam, es imposible salir de aquí. No deberías haber venido. El peligro es
demasiado grande.
—¡Shhh! Por una vez, deja a alguien más cuidar de ti —La empujó hacia el
balcón donde colgaba una cuerda larga con un gancho de tres pinchos enrollado
alrededor de una de las columnas.

183
SAGAS Y SERIES

—Espero que no temas a las alturas, —le dijo Adam, haciéndole señas para que
avanzara. —Tenemos sólo unos minutos para lograr escapar, y hay que descender tres
pisos para eso —Él siguió echando un vistazo de derecha a izquierda para asegurarse
que nadie salía de uno de los otros cuartos de examen, entonces miró abajo a los
jardines para asegurarse que nadie había salido al área para dar un paseo.
Ella se apresuró, atándose la cuerda alrededor de la cintura.
—Cualquier miedo a las alturas que tenga es cosa del pasado, mi miedo más
inmediato es el de ser decapitada... que es la pena por fugarse de un harén.
—¿Decapitada? —Él se rió. —Yo nunca habría venido a buscarte si hubiera
sabido que la decapitación estaba implicada.
Ella se giró.
—¡Qué momento para burlarte!
Minutos más tarde resbalaban por la cuerda abajo... una experiencia que nunca
querría repetir... mientras corría tan furtivamente como era posible por un laberinto de
pasillos vio una puerta oculta que conducía hacia fuera, a una calle pública. Con el
índice en sus labios advirtiendo silencio, Adam levantó el dobladillo de su traje y le dio
una larga daga. Luego sacó la espada de su vaina que colgaba de su cintura. Esta era la
parte más peligrosa de todo, comprendió ella. Muchas monedas debían haber sido
pagadas para limpiar su camino de guardias, que estaban ausentes del interior de una
manera extraña, pero allí había demasiados guardias fijados en intervalos a todo lo
largo de las paredes del castillo... demasiados para ser sobornados.
—Tú padre y sus tropas nos esperan a corta distancia.
—¿Todos?
—¿Ah, Tyra, cómo podrías pensar otra cosa? Eres una hija muy querida, un
líder militar y una amiga.
¿Y amante? No podría decir por qué aquella omisión debería molestarla tanto,
pero la molestó, incluso en medio de todo este peligro.
Él tomó su mano en la suya, apretando sus dedos, después la levantó para
poder besarle los nudillos.
—Eso es, corazón mío. Aquí estamos esperando para ver las estrellas esta
noche.
Ella cabeceó. Mientras estaba con él, no tenía miedo... incluso de morir.
—No, aquí estoy esperando que Bolthor componga una saga sobre esta
aventura acertada a bordo de un gran barco esta noche.
Él se rió del pensamiento de que ellos dos dieran la bienvenida a una de las
sagas de Bolthor.
—Mejor todavía, —dijo Adam sobre su hombro, mientras abría la puerta que
crujía y tiraba de ella hacia adelante, —esperemos que le cuente esta historia a nuestros
niños por un laaaaaargo tiempo.
Ambos entonces corrieron por sus vidas, pero las últimas palabras de Adam
sonaron a través de sus oídos como un estribillo alegre.
Sus niños, sus niños, sus niños.

Todavía en el desierto del este.

Esa noche, Adam se acercó a la tienda que había sido puesta a un lado para
Tyra. Él estaba tan nervioso que apenas podía respirar.
—¡Por las uñas del dedo del pie de Thor, Adam! Te tiemblan las manos, —Le
señaló mordazmente Tykir.

184
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—Alabado sea Alá —le dijo Rashid—has rescatado a tú señora. ¡Tú y solamente
tú! No tienes nada que temer. Ella estará tan agradecida que caerá gratamente en tus
brazos. Y piensa en esto, amo. Ella ha estado en un harén. Sin ninguna duda ahora
sabe cosas. —alzó sus cejas para señalar a qué cosas se refería.
—¿Qué cosas? —quiso saber el Rey Thorvald.
Adán gimió. Verdaderamente no necesitaba la compañía del padre de la mujer
a la que esperaba declararse esta noche.
—En realidad, pienso que deberías ponértela sobre el hombro, como ella te
hizo. Llévatela a algún punto aislado y convéncela de que es tuya. —le dijo el rey
después de exponer esa sabiduría.
Adam rechinó los dientes. Él no estaba preparado para preguntarle al rey que
significaba eso.
—Escribí una vez una saga titulada 'cómo convencer a una criada de
inconvencible.' Fue muy popular en la corte de Anlaf, según recuerdo. —Bolthor se
frotaba ligeramente la barbilla mientras intentaba recordar los detalles.
—¡Basta! —gritó Adam. Se paró en seco, provocando que todos se pararan
también. —No necesito que me acompañéis. No necesito consejo. No necesito a
ninguno de vosotros aquí conmigo. ¡Salir!
Como si fueran uno, sus cuatro compañeros giraron sobre sus talones y se
alejaron mientras el rey refunfuñaba, ¡cachorro de sajón desagradecido! y Bolthor decía
algo así como ¡Ya lo lamentará!
—Rashid recitó, —Alá no puede estar por todas partes; por eso él creó a los
amigos. —Tykir apenas sonrió.
Adam miró fijamente la tienda que tenía delante, haciéndose el ánimo.
Esa mañana, él y Tyra se habían escapado con seguridad del palacio del
desierto hacia las tropas de Stoneheim, a pesar de la persecución del sultán. Habían
montado a todo galope, sin luchar... algo que tenía irritado a Thorvald, que deseaba
desesperadamente cortar una cabeza o dos en venganza por el secuestro de su hija.
Adam estaba seguro de que encontraría una oportunidad de tomar venganza en el
futuro, una vez que estuviera en una posición de ventaja.
Ahora estaban detrás del puesto avanzado del desierto del ejército del este.
Tyra y sus soldados ya habían informado al general Phocas de que no servirían más en
su ejército. El general había discutido infructuosamente todo el tiempo, negando
cualquier implicación con el sultán. Puesto que ella no tenía ninguna prueba además
de la evidencia de sus propios ojos, decidió aceptar su palabra. Las otras únicas
opciones eran: uno, enfrentar al taimado comandante sobre esta cuestión en la corte de
Bizancio, que se inclinaría pesadamente a favor del general; o dos, colgar su cabeza
durante la noche –que era la preferida de Thorvald- pero entonces tendrían a mil
soldados persiguiéndolos.
Thorvald juró que se tomaría venganza en una fecha próxima. Él ya había
convencido a quinientos soldados nórdicos para que abandonaran las filas de Bizancio
y volvieran con él a las tierras del norte, a cargo del tesoro real. Este recorte en sus filas
lastimaría al general Phocas más que cualquier multa de la corte.
Decir que el general estaba lívido era quedarse corto. Si pudiera, habría cortado
la cabeza de Thorvald él mismo.
Al día siguiente, viajarían de nuevo a Bizancio y a sus dos grandes barcos. El
rey se proponía comprar varios más para llevarse a los soldados adicionales que
volverían con él.
De allí, las naves se dirigirían en trayectorias separadas. La mayoría volvería a
Stoneheim. Pero por lo menos una de ellas iba a Gran Bretaña y a casa de Adam en
Hawkshire.

185
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La pregunta que él afrontaba nerviosamente era si Tyra iría con él a Gran


Bretaña... o no.
¿Debería hablarle primero de sus sentimientos y del futuro que pudieran tener
juntos? ¿O debería hacerle el amor primero, y dejar las explicaciones para más
adelante? Se inclinaba hacia lo último.
Y además, todavía estaba enojado con ella por su deserción inmediatamente
después de su noche de amor. Aunque necesitaban definitivamente hablar, pensaba
que podría ser una buena idea esperar hasta que su genio se enfriara.
Inhalando profundamente, abrió la aleta de la tienda y dijo en voz alta, en lo
que esperaba fuera una voz ronca y llena de promesa erótica,
—¿Tyra? ¿Dulzura?
Entró.
Entonces gritó con ultraje,
—¡Aaarrgh!
¡Tanto por la promesa erótica!
Tirándose del pelo con frustración, caminó alrededor del suelo alfombrado de
la tienda, clamando contra si repetidamente,
—¡Debería haberlo sabido. Debería haberlo sabido, debería haberlo sabido,
debería haberlo sabido!
Tyra se había ido. Otra vez.

Adam la alcanzó a medio camino de Bizancio.


Estaba sola, cepillando el caballo en el establo de un pequeño pueblo. Había
planeado dormir ahí durante varias horas sobre una manta de lana colocada sobre la
paja. Sin dejar nada al azar, su espada estaba lista en su brazo derecho y un hacha de
batalla cerca, en el izquierdo.
Aquel plan fue suspendido cuando echó un vistazo y vio a Adam de pie en la
entrada abierta del establo. Se apoyaba contra el marco de la puerta, sus brazos
doblados sobre su pecho, sus tobillos cruzados indolentemente. Su postura
despreocupada no la engañó, pues prácticamente echaba humo por las ventanas de la
nariz.
—Adam, —lo saludó, tratando de parecer tranquila, cuando por dentro su
corazón tronaba. Continuó cepillando al caballo, como si hubiera esperado su
presencia.
—Tyra, te has metido en un gran problema. El problema más grande de tu vida.
Tan grande que deberías temblar en tus botas y estar pidiéndome piedad.
—Adam, puedo explicártelo.
—Ah, estoy seguro que piensas eso. Pero ahorraremos eso para más tarde.
Tenemos que tomar un gran barco ahora.
Ella inclinó la cabeza hacía un lado ante la cuestión.
—¿Hacía dónde?
—Northumbria.
—¿No piensas que primero deberías preguntarme si quiero ir a tú casa?
—El tiempo para las preguntas ya pasó.
No le gustó su tono dominante… ni una pizca. Pero dejaría aquella batalla para
una ocasión mejor.
—¿Dónde están mi padre y los demás?

186
SAGAS Y SERIES

—Detrás. Ellos se reunirán con nosotros en Hawkshire… algunos de ellos, por


lo menos. Tykir y varios cientos de soldados que tú padre ha alquilado irán
directamente a Stoneheim.
—Mis hermanas estarán abrumadas con todo el trabajo suplementario causado
por los recién llegados.
—Tus hermanas están en Hawkshire.
Se quedó con la boca abierta con estas noticias.
—¿Cómo ha ocurrido eso?
Él agitó una mano con desdén, obviamente no queriendo hablar de ello ahora.
Ella suspiró profundamente con todos los cambios que habían pasado.
—Tengo que volver a Stoneheim un tiempo… para pensar.
—Tú vienes a Gran Bretaña conmigo, —declaró Adam, —donde puedes pensar
todo lo que quieras… o no pensar. Sinceramente, no me preocupa. Tú destino está en
mis manos ahora, mi moza guerrera. No lo dudes ni un momento.
—¡En tus…! —Sus palabras se calmaron cuando Adam la agarró por la nuca
con una mano y levantó una espada grande sobre su cabeza con el otro. ¿Iba a cortarle
la cabeza? Él la miró bastante enfadado. Pero, no, el golpe sobre su cabeza fue ligero,
pero el apretón sobre su cuello era fuerte. Se le aflojaron las piernas y se desvaneció su
visión. Estuvo a punto de desmayarse. Como doctor, debería saber cual era el punto
justo donde apretar para conseguir aquel resultado, decidió con total intrascendencia.
Incluso cuando iba a la deriva en la oscuridad, sintió que el bruto la levantaba
por la cintura, la tiraba sobre su hombro, y la llevaba a su montura.
Las cosas realmente habían cambiado ahora. Ella y Adam habían completado el
círculo.
¿Pero qué significaba eso?

187
SAGAS Y SERIES

Capítulo 20

Una semana más tarde, por fin en casa

Tyra estaba encerrada en una de las torres de Hawkshire.


Adam apenas había hablado con ella desde que la había aporreado en la cabeza
y la había acarreado sobre su hombro. Él se había mantenido alejado y sólo le dijo,
—¡Más tarde!
La torre en la que se hallaba era nueva, la había levantado Breanne en ausencia
de Adam, para su consternación. De hecho, cuándo su séquito cansado había tomado
el camino de tierra hacia Hawkshire por la mañana, los ojos de Adam se agrandaron
dentro de su cara. No sólo el viejo puente levadizo que estaba oxidado había sido
aceitado y se había reparado, había varias nuevas dependencias, incluyendo una gran
estructura que Breanne con altanería proclamó que era el Hospital de Hawkshire.
Había que otorgarle cierto crédito a Adam, ya que no había soltado un ataque
de palabras enojadas hacia su hermana, pero Tyra podía decir todo que él había
pensado.
Por supuesto, eso fue antes de que él notara todos los trabajos de Drifa. Era
octubre, muy lejos ya de la época de cultivo pero en cierta forma ella había logrado
esgrimir su mágica paleta. Había coloridos arbustos y árboles que no habían estado allí
antes, sin mencionar un césped recién plantado cerca del huerto fuera de la trascocina.
Drifa lo había reconfortado diciéndole que habría una miríada de coloridas flores
brotando en la primavera a lo largo del foso defensivo, a lo que él había contestado por
lo bajo,
—¡Oh, que alegría!
Cuándo entró en sus departamentos hubo más sorpresas. Decir que su gran
vestíbulo estaba ahora limpio sería una declaración comedida. Vana había hecho bien
su trabajo. No había ni una sola tela de araña a la vista, o un granito de polvo. Vana
tenía aversión por las prisas, pero el gran vestíbulo de Adam antes tenía al menos un
piso de suciedad, ella había colocado alfombras nuevas, mezclando por encima
lavanda y enebro. Hasta la colección de armamento antiguo que colgaba en las paredes
había sido pulida y lucía con un nuevo brillo. Y había tapices vistosamente coloreados
por todas partes. La torre ahora era un limpísimo solar donde él cumpliría con su
trabajo construyendo estantes nuevos para sus preciosos libros y en especial dividirlo
en compartimentos para las cajas de sus hierbas y ungüentos.
No había necesitado de entrar en la cocina para saber que Ingrith blandía su
cuchara allí, creando su forma de magia. Los olores deliciosos que flotaban a través de
su castillo la indujeron a pensar que estaba haciendo los arreglos para una comida
fina… sin duda creando docenas de platos.
Cada vez que había visto uno de los cambios, Adam había gemido nuevamente.
Tyra había mantenido sus gemidos en su interior, pero ella estaba pasando vergüenza
por sus hermanas y la forma en que habían tomado la casa de Adam, como si tuvieran
derecho a hacerlo.
Y también estaban allí el hermano de Alrek y sus hermanas que se habían
montado de un salto sobre Alrek… y sobre Adam. Le habían mirado como si
estuvieran en casa, y no tuvieran ninguna intención de irse. De hecho, había parecido
como si le estuvieran dando la bienvenida al grupo familiar a Alrek y a Adam,
también… si bien era la casa de Adam y no la de ellos. Adam le había dado la
impresión de estar confundido y le había hecho pasar vergüenza por sus acciones. Ella

188
SAGAS Y SERIES

se juró a sí misma que se encargaría de la situación por él una vez que estuviera libre.
No estaba bien descargarle los niños a él.
Ahora Tyra estaba sentada sobre la cama de paja en su cuarto de la torre
esperando a que Adam, finalmente, hablara con ella, como le había prometido una
hora antes de enviarla arriba por las escaleras. Ella tuvo que esperar por mucho
tiempo.
—Tyra, —dijo él cansadamente cuando entró y cerró la puerta, se desplomó
pesadamente en una silla y miró hacia el colchón donde ella estaba sentaba. —tenemos
un verdadero problema aquí.
—¿Otro aparte de que me secuestraras y después no quisieras hablarme desde
hace una semana?
—¿O aparte de que me rechazaste, no una vez, sino dos veces?
Verdaderamente, lo tenemos. Lord Eirik y Lady Eadyrh de Ravenshire han llegado
ahora mismo con todo su séquito, incluyendo a John, quien reside en la cercana
guarida del Halcón.
Así que esa era la causa de la conmoción que había escuchado fuera en el patio.
—¿Tu tío y tu tía? ¿Por qué es un problema? —¡Uh—oh! Creo que algo sumamente
serio está fuera de lugar. —¿Por qué ha venido Eirik? —entrecerró los ojos mirándolo
suspicazmente.
—Tykir le envió una misiva, instándolo a venir aquí a representar a la familia.
Tyra se puso una mano en la frente. ¿Representar a la familia?
—Aclárate ahora mismo, sajón. ¿Por qué hantenido que venir?
—Por la misma razón que tu padre, Bolthor, y Rashid llegaran mañana, junto
con un pequeño contingente de soldados Stoneheim. —Él tomó aire profundamente,
luego le informó, —para la boda.
Ella frunció el ceño.
—¿La boda? ¿Se han casado Vana y Rafn aquí, en vez de en terreno
escandinavo? Eso es extraño, sobre todo porque Rafn no estaba aquí.
Adam negó con la cabeza.
—La nuestra.
—¿La nuestra? —chilló ella fuera de sí. —¿Tú y yo?
Él inclinó la cabeza, con una expresión lastimosa en su cara.
Esa expresión lastimosa le causó una sensación de alarma.
—¿Mi padre te impuso esto a la fuerza? Pues bien, no lo respaldaré.
—No fue tu padre, precisamente. Pienso que pude haberle yo dado la idea
—¿Tú? —chilló Tyra otra vez.
—¿No fui yo detrás de ti cuando te fuiste a Bizancio? —se quejó Adam.
—¿Y en tu mente eso es una propuesta de matrimonio? —¡Por las runas! Los
hombres pueden ser imbéciles y estúpidos al mismo tiempo.
—Los comentarios sarcásticos te van bien mi señora. Pude haber dicho a una
persona o dos que iba detrás de ti porque te quería para mí, y todo eso cobró vida
propia, como una bola de nieve que crece y se convierte en una avalancha. Tengo que
decirte, Tyra, que tu familia tiene ciertas tendencias a asumir el control. Pues bien, la
mía también hace lo mismo. Eadyth esta ahí abajo desde hace una hora planeando el
festín matrimonial con Ingrith, y sospecho que Eirik ha invitado a medio Northumbria
a las fiestas. Alinor, quien es una costurera notable, te envía un traje de noche para la
boda, echo a toda prisa. Mi amigo Rurik y su esposa Maire aun pueden venir… aunque
tengan que recorrer toda la ensangrentada Escocia.
—¡So! ¡So! ¡So! —dijo Tyra, como si le hablara a un caballo. Miró directamente a
los tristes ojos de Adam. —Que tú me querías. ¿Qué quieres decir con eso?
—No sé. Verdaderamente lo estoy pensando. —Él puso los codos sobre las
rodillas y sostuvo su mentón con las palmas de las manos, contemplándola

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SAGAS Y SERIES

directamente. ¡Por los dioses! Él tenía los ojos muy bellos. Entrañables, —sospecho que
quiero decir que… que
—¿Qué? —lo aguijoneó ella, cuando pareció que o bien era incapaz o estaba
reacio a seguir hablando.
—…te amo.
Ella sintió como se le saltaban las lágrimas y luego, grandes y fuertes sollozos,
acompañaron a las lágrimas que rebosaban sus ojos y bajaban corriendo por su cara.
—Ésta no es realmente la reacción que esperaba, —le dijo, tratando de
alcanzarla.
Ella sacudió sus manos.
—¿Qué esperabas?
—Esperaba… no, deseaba que me dijeras que me amabas, también.
—Por supuesto que sí, idiota.
—¿Me amas? Entonces todos los demás problemas no son nada si ya tenemos
eso. —Él frunció el ceño como si algo le molestara. —¿Si me amas, por qué huiste de
mí... …dos veces?
—La primera vez es fácil de explicar. Supe que no podíamos llevar una vida
juntos… con tus sentimientos acerca de mí y de la maternidad… que presumo que no
han cambiado, a propósito. Entonces, verdaderamente, si tenemos problemas que
parecen infranqueables. Además, tuve que salir para darles a mis hermanas una
oportunidad para el matrimonio.
Él consideró cuidadosamente sus palabras, luego inclinó la cabeza.
—Es una lógica sinuosa, pero supongo que la entiendo, sin embargo no acabo
de comprender por qué no me pudiste decir todo esto antes de huir.
—Habrías tratado de hacerme cambiar de opinión.
—Eso es cierto, es cierto, —estuvo él de acuerdo. —A ver que nos trae el
segundo tiempo. Te rescato, te devuelvo a la seguridad de la fortaleza, y me rechazas
otra vez. Estaba avergonzado delante de todos los demás, y devastado por tu falta de
sentimientos hacia mi.
—Oh, Adam nunca fue por falta de sentimientos hacia ti.
—¿Entonces que fue?
Ella sintió que no era capaz de afrontar con buen humor la vergüenza.
—No te lo puedo decir.
—Será mejor que lo hagas.
—Algo me ocurrió durante el corto tiempo que estuve en el harén.
Él inmediatamente se puso rígido.
—¿Fuiste violada? Dios mío, regresaré y mataré a ese viejo águila ratonera. Me
dijiste que nadie te había tocado.
Ella levantó una mano para detener su acalorada perorata.
—No fui violada. Ni fui tocada de esa manera. Adam, supe que irías a mi tienda
de campaña después de que regresáramos al campamento militar. Supe que esperarías
hacer el amor conmigo. Y no lo podía hacer después de que… justamente no podía.
—Hablas sin sentido, Tyra.
—Arrancaron todo el pelo de mi cuerpo. ¡Así pues! Ahora ya lo sabes. —Ella
comenzó a llorar otra vez, esta vez con mortificación.
—¿Huh?
—Hay veces que parece que puedes actuar total falta de cerebro. Aparte del
pelo de mi cabeza, esos estúpidos eunucos… se necesitaron ocho para mantenerme
sujeta… arrancaron cada pelo de mi cuerpo. Incluyendo... —Ella agitó una mano
indicando el área de su ingle.
Al principio él no la entendió. Cuando lo hizo, sonrió abiertamente.
—Déjame ver.

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—¡No! Y no sonrías abiertamente. No hay causa para el regocijo en esto.


—Verdaderamente, la hay, Tyra. ¿Estás diciendo que huiste de mí porque estás
sin pelo allí?
Ella inclinó la cabeza.
—Ya sabes cómo me siento acerca de mi cuerpo. Soy demasiado grande. Mis
pies son como raquetas para la nieve. Hablo muy alto. Me rasco. Ahora esto. Grande y
sin pelo. Esa soy yo.
—Déjame ver.
—No, te dije que no, y eso es lo que he querido decir. Me parezco a un pollo
desplumado.
—Ya crecerá, —dijo él, intentando adoptar un tono consolador, arruinado tan
solo por su sonrisa. —¿no lo hará?
—Supongo. Pero pasara algún tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
Ella se encogió de hombros.
—Seis meses, quizás.
—¿Y piensas que puedes tenerme apartado de las pieles de tu cama durante seis
meses?
—Puedo hacer un intento.
—Con boda o sin ella, estaré en medio de tus muslos sin pelo al anochecer. Te lo
prometo, moza tonta.
—No, no lo harás. —Ella levantó su barbilla tercamente. —Y no te atrevas a
contarle a nadie sobre esto. Juro, que si oigo a Bolthor componer una saga acerca de
esta atrocidad, te culparé. Y no debo oir absolutamente ningún chiste sobre pollos, o tu
vida estará en peligro.
—¿Chistes de pollos? —chisporroteó él.
—Sí. Y ya puedo oírlo. '¿Qué pollo puso aquel huevo en el patio?' 'Oh, no
importa,’
Ella lo había conmocionado con su brusquedad, podía decirlo.
—¿Eso realmente te molesta?
—¿Te parece que no es así?
Él se levantó repentinamente y apartó de una patada su silla. Luego comenzó a
quitarse la ropa. Su cinturón, su túnica, sus botas, para empezar.
—¿Qué estas haciendo?
—Ya lo verás.
¡Cuando estaba completamente desnudo -y menuda vista era esa. El hombre era
demasiado bien parecido para su propio bien- él se guió hasta una mesa en la cual
dispuso un jarro, un tazón, y la jarra de jabón blando. Con deliberada cautela, se
enjabonó la región peluda de alrededor de sus genitales. Luego se volvió caminando
hacia ella y le dio la daga afilada que había estado en su cinturón.
—Aféitame, —le pidió.
Ella dejó caer la daga en el suelo.
—¿Has perdido el juicio?
—No, simplemente mi corazón, —dijo él con tal simplicidad que derritió toda
su determinación.
Simplemente su corazón. ¿Sabía este hombre cuánto querrían decir esas
palabras para una mujer muerta de hambre por afecto para ella misma? No había una
mujer viva que no anhelara un hombre especial que le dijera esas palabras. Y Adam era
especial. Muy especial.
—Si te hace sentirte mejor que ambos estemos sin pelo, es un pequeño precio a
pagar.

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SAGAS Y SERIES

Ella se puso en pie y le rodeó con los brazos sus anchos hombros, besando cada
parte de su cara.
—Te amo. Y no sólo por este gesto dulce. TE AMO. TE AMO. TE AMO.
—¿Quiere decir eso que no me afeitarás? —preguntó él contra su oreja.
—Si, no te afeitaré.
—¡Uf!—dijo él. —Dos pollos desplumados en la misma cama, es un poco más
de lo debido.
Ella le dio una bofetada por su burla.
Él trató de cosquillearla… en el área de su mortificación.
Ella realmente le dio puñetazos y luego mientras él forcejeaba con ella para
restringir su vapuleo a puñetazos, él se dejó caer hacia la cama, llevándosela con él.
Luego se dio la vuelta para que ella quedara bajo él.
Sujetó su cara con las manos como si ella fuera un delicado objeto para ser
apreciado. Colocó sus labios cuidadosamente sobre los de ella, que encajaron
perfectamente; luego él respiró, metiendo su aliento en ella, llevándose su aliento.
Fue un beso breve, pero más que eso. Fue un beso que prometía mucho. Por
siempre. Fue un beso para siempre.
—Te he hechadotanto de menos —le dijo—Hubo un tiempo, no hace mucho, en
que apreciaba mucho mi soledad. Pensé que no quería nada más allá de la paz y
tranquilidad. Pero ahora —él se encogió de hombros—ahora no puedo imaginar vivir
en este frío y oscuro torreón, sin ti y todo el revuelo que te rodea. En verdad, no puedo
imaginarme viviendo en cualquier parte y ser feliz a menos que tú estés allí. Eirik,
Tykir y Rurik, todos me han avisado que cuando un hombre encuentra a la mujer
correcta, siente como si fueran compañeros del alma. Nunca he creído en ellos… hasta
ahora.
Tyra sintió como si su corazón se estuviera hinchando y fuera a explotar. Este
hombre le despertaba tantas emociones que apenas podía respirar. Él simplemente
sabía decir las cosas correctas mientras ella clavaba los ojos en él con estúpida
admiración de que le pudiera importar una mujer como ella.
Él comenzó a desnudarla, prenda a prenda. A pesar de sus protestas y sus
forcejeos, persistió, todo el tiempo entero susurrándole a ella.
—Tyra, yo no quiero oír más acerca de esas irreflexivas palabras que te dije
referentes a ti y a la maternidad. No quiero oír que tú debes ser un soldado. No quiero
oír cómo la única manera en que pueden casarse tus hermanas es que tú fueras una
desheredada. No quiero oír qué poco atractiva piensas que eres. No quiero saber de
cualquier problema que tengamos entre tú y yo. —La tenía ya completamente
desnuda, y la contemplaba… por todas partes.
Ella cerró los ojos por la vergüenza.
—Abre los ojos, Tyra. —Cuando ella lo hizo, él le dijo,
—Hay una única cosa que quiero oír de ti.
Ella supo exactamente lo que era.
—Te amo, Adam.
Él sonrió… y fue una sonrisa gloriosa de Adam... de la clase que sólo él podía
dar… la clase que hacia pensar a una mujer que era la cosa más importante del mundo
para él.
—Tú eres la persona más importante en el mundo para mí, Tyra. Y te quiero
más de lo que pueda expresar con palabras. No sé por qué o cómo ocurrió, pero
sospecho que me tuviste desde el primer momento que entraste en mi vestíbulo,
llevando puesta una armadura y rascándote la ingle.
Sus palabras fueron tan preciosas para ella, que no pudo hablar por varios
minutos… sobre todo acerca de la parte de rascarse la ingle. El no sospechaba que ella

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algunas veces sentía que le picaba allí ahora que su pelo comenzaba a crecer, y
verdaderamente podía tener necesidad de rascarse.
—Hay una cosa que debes conocer, mi corazón. Vengo con equipaje, tal como
tú vienes con tu molesta familia.
—¿Equipaje?
—Sí. El equipaje que lleva los nombres de Alrek, Tunni, Kristin, y Besji.
Necesito adoptarlos, Tyra. Por alguna razón, creo que Dios, y posiblemente Adela
arriba en el cielo, los han enviado a mí. Tal como Selik y Rain me adoptaron a mí y
Adela, no puedo hacer menos por ellos. ¿Entiendes? ¿Estás dispuesta a cargar conmigo
y mi equipaje?
—Nunca tendrás otro momento de paz, sospecho.
—Indudablemente.
—Entonces por supuesto que me casaré contigo, y adora a cada una de tus
cargas. —Un pensamiento repentino vino a ella, y se rió ahogadamente para sí misma.
—A cambio, tendrás que adoptar algo mío.
Él arqueó las cejas en duda.
—¿A una de tus hermanas? ¿Por qué querrías hacer eso?
—No, no a una de mis hermanas. Mi gato.
—¿Warrior? ¡Oh, Dios mío! ¿Mi vida será realmente áspera, verdad? Ese gato
me odia. —Él sonreía mientras hablaba, lo cuál Tyra tomó por una buena indicación.
Adam le hizo el amor despacio, muy despacio amándola por largo tiempo…
como un hombre que expresa su amor con su cuerpo en lugar de con palabras. La hizo
lloriquear y rogarle. La besó allí, aunque ella sospechaba que sus labios avanzaban
dando sacudidas suprimiendo la risa. Cuando la penetró, empezaron los golpes largos
y lentos que les llevaron a ambos al éxtasis, él imploró,
—Nunca me dejes otra vez. Prométemelo, Tyra. Dímelo, no importa lo que
pase, dime que no me dejarás otra vez.
¿Cómo podía ella prometer eso?
¿Cómo podía ella no hacerlo?
—Te lo prometo, —dijo, pensando sin embargo que no tenía ni idea de cómo
cumpliría con tal promesa. Tenía que confiar que ambos trabajarían en ello.
Y luego ella no pudo pensar nada más pues montaban en la cresta de una
enorme ola de placer. Cuando estallaron, juntos, ella sintió los espasmos de él después
de ondas de dulce agonía.
Ella supo que estaba contento, también, porque él gimió.
Adam tenía el gemido más agradable del mundo.
Cuando yacieron saciados en los brazos del otro por algún tiempo, Tyra estaba
de costado, la cara contra su pecho y una pierna sobre su muslo, Adam insertó una
mano entre ellos y la colocó sobre su estómago.
—Quiero tener niños contigo, Tyra. ¿Te quedarás conmigo y llevarás a mi hijo?
El corazón de Tyra se detuvo ante su pregunta. Sospechó que había mucho más
en esa pregunta de lo que parecía aparentemente.
—¿Piensas que podría ser una buena madre?
—Verdaderamente, lo pienso, —dijo él, besándola ligeramente en los labios.
—¿Qué te ha echo cambiar de idea?
—No creas que alguna vez me sentí diferente. Me oponía a mis sentimientos
por ti y ya has prometido quedarte conmigo. Eso es suficiente.
—Pues, verdaderamente, me gustaría tener a tu hijo. Aunque todavía no veo
cómo podemos reconciliar nuestras diferencias. Tú eres un sanador y yo un soldado.
Somos tan diferentes.

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SAGAS Y SERIES

—Ah, cariño, celebro nuestras diferencias, he tenido muchos y largos


atardeceres para considerar cuidadosamente esto, y me preguntaba… ¿Considerarías
trabajar conmigo? Caramba, ya tengo mi hospital, gracias a tu hermana.
—No entiendo. ¿Trabajar contigo?¿Cómo?
—Me di cuenta de lo bien que trabajamos hombro con hombro cuando
intervine quirúrgicamente a tu padre. No te sobresaltaste ante la vista de sangre. Te
anticipaste a mis necesidades. Fuiste una asistente maravillosa. En verdad, podrías
convertirte en una sanadora con el tiempo, si lo escoges. Dios sabe, que hay suficiente
trabajo para mí y para ti y Rashid.
—¿Yo? ¿Una persona que cura? —La idea era tan nueva y absurda que apenas
la podía considerar
—No tienes que decidirte ahora. Y además, todavía puedes realizar tus deberes
militares aquí en Hawkshire… haciendo guardia, patrullando, defendiendo. No te
impediría hacer eso… con tal de que estés aquí, y no en ningún otro país,
enfrentándote en las guerras de algún rey extraño.
Ella inclinó la cabeza. Él era un hombre notable. Verdaderamente, lo era.
Adam salió a hurtadillas de la cama, se puso sobre una rodilla, y dijo,
—Tyra, cariño… mi vikinga… sólo intento hacer un tonto de mí mismo esta
primera vez. ¿Te casarás conmigo?
Tyra no era tonta y dijo sí.

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SAGAS Y SERIES

Epílogo

Dos semanas más tarde

El caos reinó en Hawkshire durante la boda de Tyra, la princesa guerrera


vikinga y Adam, el sanador sajón.
Para asombro de Tyra y Adam, doscientas personas vinieron para estar
presentes en el intercambio de votos durante la celebración de su unión. Algunos
dijeron que era el acontecimiento del año tanto en el mundo nórdico como en el sajón;
otros comentaron que eran los últimos coletazos de la temporada social.
La mitad del tiempo, Adam le preguntaba a Tyra:
—¿Quiénes son toda esta gente? —La otra mitad del tiempo, Tyra le preguntaba
a Adam: —¿Quiénes son toda esta gente?
Lord Eirik y Lady Eadyth de Ravenshire estaban allí con sus cinco niños: Larise
de veinticuatro años era la joven viuda de un comerciante sajón; el hermoso y de
corazón tierno, John de veintitrés años, del cercano Hawk’s Lair, con su pelo negro y
sus ojos azul claro, quién había desarrollado una repentina fascinación por las flores y
por Drifa, aunque quizás la próxima semana su interés pudiera cambiarse a la cocina;
la tímida Emma, quién a los veintidós quería entrar en un convento, pero encontró en
las historias sobre un harén de Rashid un genuino y raro interés; y los gemelos de
quince años, Sarah y Sigrid, en cuyos ojos grises bailaba la travesura.
Eadyth les había regalado barriles de su famoso aguamiel, que contribuía
enormemente al gran humor de los asistentes. Ya le había dado a Ingrith telas cubiertas
de miel para usar en los platos dulces que ya estaban preparados.
El mejor amigo de Adam, Rurik y su esposa Maire, se presentaron por sorpresa
en la boda, desde Escocia. Trajeron como regalo una gran cantidad de una potente
bebida de color ámbar, que los escoceses llamaban uisge-beatha. Esto también
contribuía a la alegría general de los asistentes, junto con el aguamiel. Lo que desde
luego no ayudaba mucho a la alegría de los presentes, era el juego de gaitas que le
habían regalado a Bolthor. Rurik y Maire habían venido con su crecida prole. Jamie de
once años, el vivo retrato de su padre, excepto por el tatuaje azul, en el centro de la
todavía hermosa cara de Rurik; Grace de seis años; y Angus de tres años. Maire se
encontraba otra vez embarazada.
Jamie había hecho buenas migas con Alrek, quién le regalaba cuentos
exagerados de su viaje a Bizancio. Incluso aunque Alrek nunca se hubiera bajado del
barco en aquel suelo extranjero, Jamie estaba muy impresionado. Por supuesto, Alrek
estaba igualmente impresionado de que Jamie fuese a ser un laird de las Highland.
Desde su llegada a Hawkshire, Alrek se había fracturado un pie al tropezar con
la escoba de Ingrith, tenía las rodillas desolladas a consecuencia de su caída del caballo,
le había mordido el gato del establo, se había chamuscado el pelo cuando trató de
encender una hoguera, y casi murió de mortificación cuando Bolthor escribió una saga
sobre su descubrimiento de su primer pelo púbico. La gente contenía el aliento
esperando ver lo que Alrek haría después.
Harald Bluetooth, el auto-proclamado rey de toda Noruega, también se
presentó con un gran contingente de sus seguidores… sin duda para sus propios
objetivos políticos. Después de la muerte, hacía unos años, de Haakon el Bueno, Harald
había estado luchando con los diferentes reyes nórdicos menores para ganar el control
del país entero.
El rey sajón Edgar no había ido, pero envió a los funcionarios de más alto rango
de su reino, junto con el que verdaderamente ostentaba el poder detrás del trono, el

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SAGAS Y SERIES

Arzobispo Dunstan, el único quien realmente participaba en los ritos nupciales


religiosos. Aunque nadie se lo había pedido. Ninguno discutió con el dogmático
clérigo, ni siquiera el rey… excepto Tyra, quién se resistía a sus esfuerzos para
bautizarla.
Media docena de los hijos de Selik y Rain estaban también presentes, junto con
algunos huérfanos. Y aunque eran realmente bienvenidos, al verlos Adam sentía un
gran dolor en su corazón ya que le traían recuerdos de su hermana ausente, Adela, que
había trabajado en el orfanato. Ahora era Theta, el más viejo, de veinticinco años, quien
dirigía el orfanato casi sin ayuda. Adam ya no podía justificar su alejamiento del
orfanato debido a que todo ello le traía recuerdos dolorosos de su hermana y se
prometió ayudar más en el futuro.
Cuando intercambiaron los votos, en la capilla del nuevo hospital, Tyra se
prometió a su nuevo marido siguiendo los ritos cristianos,
—Dios es testigo, de que prometo amarte y honrarte todos los días de mi vida.
—Ninguna mención de obedecer.
Cuando fue el turno de Adam, dijo:
—prometo amarte y honrarte todos los días de mi vida… porque eres mi
amada, mi amor y lo serás por siempre.
Todas las mujeres presentes suspiraron ante estas palabras tan dulces. Los
hombres gimieron, afirmando que Adam ponía un estándar demasiado alto.
Después, siguiendo la tradición vikinga, Adam persiguió a Tyra por las
escaleras del torreón. Llegando allí primero, puso su espada a través del umbral. Una
vez que ambos pasaron por encima, el rito matrimonial fue completado. Entonces él
golpeó su trasero con el lado plano de su espada. También era tradición nórdica…
bueno, una que había comenzado Tykir en su propia boda.
Debido a que muchas personas comentaban las diferencias entre la pareja
nupcial, Bolthor naturalmente, decidió recitar una oda sobre ello.
—Esta es la oda de Adam de Lesser, —comenzó, —también conocido como
“Por qué los opuestos se atraen”

El amor es una extraña emoción.


Cuando todo esta dicho y hecho,
las chispas vuelan realmente,
y la lujuria está exaltada,
Cuando un hombre valiente conoce una tímida doncella,
O cuando una disoluta moza atrae a un tímido caballero.
Alto y bajo, gordo y delgado,
Casero y hermoso, desaliñado y ordenado como un alfiler.
¿Por qué los opuestos se atraen?
Es bastante obvio, de hecho:
Sexo, alimento, y vida…
Condimento necesitan.

A lo que Rashid añadió,


—Alá no puede estar en todas partes; por eso creó la atracción sexual.

Era ya media tarde, y Adam estaba sentado al lado de Tyra en la tarima central.
Habían saboreado deliciosas viandas una tras otra. También habían bebido bastante
aguamiel. Y contemplado innumerables entretenimientos.

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Tyra llevaba puesto un vestido de lana azul muy suave, que le había enviado
Alinor. Estaba adornado con perlas y con halcones bordados. Su pelo rubio suelto
estaba sujeto con un anillo de oro delgado. ¡Estaba tan hermosa!
Adam miró con diversión como Tyra admiraba, una y otra vez, el anillo de oro
grande con la cresta de un halcón, que él había colocado en su dedo ese día.
—Entonces, ¿te gusta tu anillo de boda, esposa?
—Te amo esposo, —dijo ella, sonriéndole suavemente.
Los dos estaban sintiendo un gran placer al decirse el uno al otro las palabras
“esposo” y “esposa”. Ambos se preguntaban a si mismo si la novedad se pasaría
alguna vez.
—¡Ah, ah! —dijo ella de repente. —Olvidé darte tu regalo de bodas.
Cuando luchó para sacar algo de su cinturón, él tiró de las trenzas de guerra a
ambos lados de su cara, que habían sido enhebradas con perlas para hacer juego con
los abalorios de su vestido. –No se espera que me tengas que comprar un regalo, mi
amor.
—¿Por qué? ¿Si puede haber un regalo para la novia, por qué no un regalo para
el novio?
Él se encogió de hombros y se rió de ella. La verdad, es que ese día no podía
dejar de sonreír.
—¿Este es un regalo de broma… como por ejemplo, plumas de pollo? —Dijo,
mirándola con las cejas arqueadas.
—Adam... —le advirtió, mirándole con los ojos entrecerrados.
Estaba adorable cuando lo miraba de esa manera. Adam no pudo resistir decir:
—¡Bok! ¡Bok!
Ella entrecerró sus ojos aún más.
—Si vuelves a mencionar ese tema una vez más, no va a haber noche de bodas...
si captas mi mensaje.
Él lo hizo, e inmediatamente desapareció la sonrisa de su cara. Ni siquiera dijo
lo que estaba apunto de decir... que la mejor de los pollos era desplumarlos.
Comentario que se guardaría para utilizarlo más tarde.
Ella puso en su mano un pedazo de terciopelo azul, atado con una gruesa
cuerda de oro.
—Aquí tienes —le dijo, su cara florecía con una encantadora sombra de color
rosado.
Aquel rubor lo intrigó más que el regalo.
Despacio fue abriendo el paquete, luego miró fijamente con gran confusión la
varita de mármol que tenía en las manos. Era más o menos del tamaño de su dedo
medio y dos veces más largo.
—Qué es esto?
Ella se acercó más a él e inclinándose le susurró una explicación al oído.
—¡Tyra! —gritó, luego echando la cabeza hacia atrás soltó una fuerte carcajada.
La mujer le sorprendía continuamente. Y él estaba realmente sorprendido ahora.
—Si no te gusta, me lo devuelves —se quejó ella tratando de agarrar la varita.
—¡Hah! ¡Ni por todos los malditos demonios! —dijo él, manteniendo el regalo
fuera de su alcance. Entonces de repente se puso de pie, y tirando de ella, la bajo de la
tarima principal, corriendo por las escaleras, cruzaron el salón y sin darle tiempo ni a
decir una solo palabra, se dirigió a su habitación con ella fuertemente agarrada.
Realmente un modo de actuar de lo más escandaloso, delante de todos sus amigos y
familiares. Aunque a ninguno de ellos pareció importarles.
Tykir le gritó:
—¿Adónde vais, Adam?
Adam le contesto:

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—A pulir un poco de mármol.


Hubo un grito colectivo ahogado entre las señoras, y sonrisitas entre los
hombres. Ellos pensaban que se refería a su persona. ¡Que poco sabían ellos!

Al día siguiente, muchos invitados comentaron que era la primera vez que
habían oído de unos novios que dejasen el banquete de boda mientras todavía había
luz de día… y no apareciesen otra vez hasta el día siguiente.
Bolthor prometió escribir una oda sobre ello.
Tyra sólo sonrió.
Adam la imitó sonriendo alegremente.

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Querido Lector:
Espero que le gustara mi última novela de vikingos… que ha sido seguramente
algo nuevo para mí. Un Vikingo femenino, y no un vikingo masculino.
No todos los proverbios árabes descritos en el libro son reales. Algunos de ellos
son productos de mi creatividad, pero la mayoría son proverbios antiguos,
anónimamente escritos, por lo general de procedencia árabe.
Para mi vergüenza, asumo como míos los poemas horribles de Bolthor.
Y, sí, la perforación craneal, ocurrió realmente en el siglo décimo, por extraño
que pueda parecer. Los antiguos taladraban en cráneos para liberar espíritus malignos,
aliviar dolores de cabeza, y aliviar la presión creada por un cerebro magullado y
aumentado.
Escribiendo este libro, mi octava novela de vikingos, hasta me confundí a veces
por las relaciones y los años de todas las personas en este mundo de fantasía vikinga
que he creado.
Puedes visitar mi web y ver el árbol genealógico de mi familia vikinga.
Incluso lo que es más importante, mi novela My Fair Viking, es la número seis
de la saga (que puede ser leída en orden). Cientos de lectores me han escrito
preguntando el orden de los libros y donde pueden comprarlos. Bien, hemos hecho
fácil todo esto para usted. Ver la página siguiente.
Como siempre, disfruto teniendo noticias de los lectores. Por favor escríbanme a:

Sandra Hill
P.O. Box
Statue College, PA
Shil¡[email protected]
www.sandrahill.net

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