Las Máscaras Del Eros en La Virtualidad - Marlly Lorena Ocampo

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Las máscaras del Eros en la virtualidad

Marlly Lorena Ocampo

En principio, la sexualidad me pareció similar a las máscaras del teatro griego por su
capacidad de representar dos realidades humanas, una cómica y otra trágica. Desde esa
comparación, percibí nuestra dimensión erótica. Me gustaba pensar en el sexo como un
posible relato de la humanidad. Uno que construye una historia interior, la erótica, a su vez
que da vida a otra exterior, la del mundo. No niego que lo justifiqué desde la relación entre
poder y sexo explicada por Foucault en Historia de la sexualidad 1: La voluntad de saber
en los siguientes términos: “Entre poder y sexo, no establece relación ninguna sino de
modo negativo: rechazo, exclusión, desestimación, barrera, y aun ocultación o máscara”
(1997: 50).
En tiempos recientes, la tecnología digital parece configurar una nueva malgama de
herramientas para la interacción sexual. Es más, la reciente situación de aislamiento y
privación física me condujo a reparar otra realidad erótica, la virtual. Algunas de las formas
del sexo en este plano como el sexting, sexselfie o frexting gozan de documentación y
común aceptación. Empero, existen otras formas tanto singulares como ocultas del erotismo
en la virtualidad que podrían alimentar, en mayor medida, la construcción de una realidad
interior y exterior del sexo. Intuyo que algunas de estas dinámicas eróticas al igual que las
máscaras de teatro griego nos parecerán cómicas; otras, trágicas.
Foros en línea
Me topé por casualidad con la historia titulada “Jürgen y Armin quedan para cenar” del
libro El nuevo paraíso de los tontos (2010) de Hernán Casciari. Allí, el autor narra la
historia de dos hombres alemanes con particulares fantasías sexuales que pudieron
concretarse gracias a la internet. En Rotemburgo, Armin Meiwes desde pequeño soñaba
con ser caníbal: fantaseaba con comerse una persona viva. Curiosamente, en Berlín, Bernd
Jürgen Brandes anhelaba ser devorado vivo. Estas dos historias serían desconocidas para el
mundo si aquellos hombres no se hubiesen conectado a través de un foro en línea y
tampoco acordaran un encuentro erótico-caníbal en el que Meiwes, por solicitud de Brends,
le amputa los testículos con un cuchillo y se los ofrece como alimento. Luego, con la ayuda
de analgésicos, corta el pene de Brends en dos pedazos que cocina para ambos. A pesar de
nuestras preferencias sexuales, algo parece claro en esta narración: este hecho no podría
contarse sin la virtualidad como puente comunicador de dos realidades eróticas
equidistantes.
Deep Web
Las formas del erotismo en el plano digital también pueden adoptar la máscara griega de la
tragedia o la infamia. Años atrás, intenté navegar sin éxito en la Deep Web o “Internet
profunda”, un tipo de web que no ofrecía los resultados convencionales para búsquedas
fuera de lo convencional. Supe de internautas con mayor fortuna o desventura que
encontraron sitios en los que era posible desde comprar armas, vender drogas, traficar con
personas, hasta acceder a material como porno de tortura, videos snuff y, por desgracia,
pornografía infantil.
Fue así que una máscara del erotismo virtual se ocultó bajo el inocente nombre de Daisy.
Peter Gerald Scully creó ''No Limits Fun'' (NLF), una red internacional para pedófilos que
ofrecía material en la Deep Web a cambio de dinero. Entre los contenidos estaba “Daisy’s
Destruction”, una serie de videos en los que torturan, violan y asesinan a una niña filipina.
Creo que aquí se ve cómo la virtualidad además de mostrar una realidad, también oculta
otra: las dinámicas eróticas de un grupo de individuos que se esconden en las pantallas de
sus dispositivos para presenciar de lo que carecen en su plano físico.
Enamorarse de un software
Pero el poder que la virtualidad concedió al sexo puede observarse más allá de los
dispositivos de comunicación convencionales. El argumento que años atrás Spike Jonze
crearía para su película Her me resultó creativo; hasta que, en mayo del 2019, BBC News
realizó un reportaje sobre Akihiko Kondo, un hombre de 35 años que contrajo matrimonio
con un holograma. Su esposa, Hatsune Miku, es la primera artista virtual japonesa, creada
en el 2007 dentro de un software sintetizador de voz llamado Vocaloid. En su relato, Kondo
contó a BBC News: “Ella me despierta todos los días en la mañana y me desea que tenga
un buen día cuando me voy. Sueño con ella y pienso en ella en todo momento”. Sin
embargo, el señor Kondo no es el único que manifiesta unas dinámicas eróticas fuera de lo
convencional. En Japón se ha vendido con gran éxito cojines que imitan el regazo de una
mujer o de un hombre para que sus compradores puedan vivir la ilusión de que están
acompañados.
Hasta aquí, pensaba que la virtualidad dotaba de un poder a la sexualidad para representar
realidades eróticas singulares. Una en la que dos hombres sin el plano virtual nunca
hubiesen realizado sus fantasías; otra, en la que ella fue el medio para difundir una tragedia
que sucede en el plano físico y, la última, en la que la tecnología pareciera crear una
relación sentimental que en un plano antagónico se revela como una ilusión. Ahora,
comprendo que el sexo se asemejaba a las máscaras del teatro griego mas no por su
capacidad representativa; sino por una función mucho más básica: la de esconder los
rostros, ocultarlos para mostrar otra forma deseada. Por eso, el erotismo en la virtualidad es
como ponerse una máscara con el fin de presentar una faceta que encubre la verdadera.
Contar con la posibilidad de participar del erotismo sin exponerse como el doctor Bill en
Eyes Wide Shut detrás de una máscara veneciana. Entonces, al pensar en las máscaras del
sexo en espacios virtuales quedo con la sensación de que el erotismo, en ese plano, elimina
la exteriorización del individuo, se transforma en una dinámica oculta y que presiento
constituye nuestra verídica historia interior.

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