Tema 16 - Amarus y Cataris
Tema 16 - Amarus y Cataris
Tema 16 - Amarus y Cataris
En su artículo, Hidalgo plantea la siguiente hipótesis: que más allá de los reclamos económicos,
políticos e institucionales de las rebeliones andinas que acontecieron a finales del siglo XVIII en el
sur andino, se puede vislumbrar una matriz mesiánica, milenarista y nativista. En ese sentido, los
reclamos indígenas no se pueden reducir a cuestiones meramente materiales, sino que también
expresan un trasfondo utópico, manifestado en la búsqueda de la redención del hombre andino y la
creación del paraíso en la Tierra. Se busca, pues, la transformación del tiempo existente, injusto con
el hombre andino, en uno nuevo, renovado, casi onírico, en donde el indígena se ve realizado.
En este proceso, señala el autor, el indígena pasa a rechazar todo el aparato económico, político,
administrativo, institucional, cultural, social, e incluso religioso, traído e instaurado por lo
españoles; pero, no obstante, en este proceso de negación de la validez de la religión cristiana,
plasmada en sus autoridades y ritos, se puede evidenciar el uso de elementos de orígenes cristianos,
como el mesianismo y milenarismo. Se trata, en síntesis, de la negación del aparto colonizador a
partir de una posición sincrética: de la supervivencia de tradiciones andinas precoloniales
conservadas gracias a la metaforización de sus elementos en la simbología cristiana pero, al mismo
tiempo, incorporando nociones de la religión católica, ya sea consciente o inconscientemente.
Esta insatisfacción general entre la población indígena del sur de los Andes a finales del siglo XVIII
se expresan, según el autor, en una serie de revueltas, insurrecciones y rebeliones que pretenden
modificar el orden existente. Estas explosiones se materializan, principalmente, en tres figuras: el
corregidor, el cacique y el cura doctrinero. No obstante, a medida que las revueltas se extienden y
su falta de cohesión interna imposibilita la estructuración de una línea de acción definitiva, estas
tienden a radicalizarse y sus manifestantes incorporan un programa extremista: el exterminio
simbólico y físico de lo español, es decir, sus instituciones y personas.
Los indígenas aducen el quebrantamiento del contrato social colonial. El indio, que supuestamente
debe ser sujeto de protección por parte de su señor étnico y el corregidor es, por el contrario,
objetivo de sus abusos y ambiciones. La ruptura de este contrato, según el autor, exige la
formulación de uno nuevo, más justo y moral con el indio. Este nuevo código moral debe basarse en
la solidaridad entre los indígenas y la superación de las antiguas diferencias locales. En ese sentido,
la figura del Inca jugará un rol predominante como soberano natural, y los antepasados como la
fuente de poder y de prestigio.
Para sostener su argumentación, el autor toma como ejemplo cuatro acontecimientos ocurridos entre
1762 y 1783. En estos, se traslucen el descontento general de la población indígena, la explosión
social contra el orden vigente y aspecto mesiánicos-milenaristas de dichos movimientos.
En primer lugar, Hidalgo se refiere a la carta que unos indios del pueblo de San Pablo, de la
provincia de Lípez, dirigieron al rey de España en 1762. En la carta, los indios denuncian al Rey los
abusos cometidos por sus caciques y corregidores contra ellos. Acusan a los caciques de piratas,
porque cada vez más lo líderes étnicos eran advenedizos, mestizos o mulatos, que no guardaban
lazos con los pobladores y no tenían reparo en expulsarlos de sus tierras, aquellas con las cuales
producían para el Rey en forma de tributos, dejándolos en la miseria. El corregidor, por otro lado,
los ahogaba con sus repartos y ni con el cura podían encontrar consuelo. Por tal motivo, muchos
indios se dedicaban al pillaje y a la vejación moral, al punto de llegar casi al límite de abandonar el
catolicismo. Además, se hace implícito en la carta la posibilidad de rebelión no solo contra las
autoridades, sino también contra este sistema que los oprimía cada vez más.
La segunda prueba que evidencia este malestar indígena se plasma en la recepción de la profecía de
Santa Rosa y San Francisco en el Cuzco para el año 1776. En ella, se profetizaba que para el año
1777 (por los tres sietes) se iniciaría una nueva era marcada por la revolución contra el sistema
imperante y que “todos los indios de este Reyno se habrían de alzar contra los españoles y se les
había de quitar la vida, empezando por los corregidores, alcaldes y demás gente de cara blanca y
rubios”. Esta premonición se difundía en las pulperías y chicherías de la ciudad, lo cual hacía llegar
la información a bastante gente tanto en el Cusco, como en otras ciudades y poblados cercanos. Esta
profecía presagiaba el cambio del orden vigente por uno nuevo, en el que los indios recuperaban sus
tierras y derrotaban a los españoles. Sin embargo, nunca cortó con la tradición católica.
Un caso mucho más documentado que los dos anteriores fueron los movimientos indígenas
antiespañoles en torno a la figura de Tomás Catari. Este personaje era un indio del común del
pueblo aimara de Chayanta, en la actual Bolivia, entre los años 1777 y 1781, durante la transición
de la provincia del Virreinato de Nueva Castilla al del Río de la Plata. A partir de la denuncia de
ocultación de indios tributarios por parte del cacique local (defraudación fiscal), el mestizo Blas
Bernal, Catari buscaba hacerse del cargo, como así mandaba la ley. Las acusaciones lo llevaron a
distintas instancias de denuncia: a las Cajas Reales de Potosí, al corregidor, a la Real Audiencia de
la Plata y hasta el mismo virrey. Sin embargo, la respuesta en todos los casos fueron negativas a sus
pretensiones, por lo que fue encarcelado y torturado en dos ocasiones. Sorprendentemente, Catari,
en ambas situaciones, logró burlar a sus captores. De esta manera, se fue creando progresivamente
una leyenda en torno a su figura, como un indio inexpugnable y ejemplar. El autor enfatiza el hecho
de que la mitificación de este personaje hubiera resultado imposible si no existía previamente un
imaginario mesiánico, es decir, de la existencia de un eventual personaje dotado de cualidades
míticas, entre la población del sur de los Andes a finales del XVIII.
Cuando Catari regresó de Buenos Aires con las providencias del virrey, fue recibido como un héroe
por su comunidad. Catari interpretó falsamente la documentación virreinal (consciente o
inconscientemente, dado los problemas de traducción) como si se le fuese otorgado el cargo de
cacique de Chayanta. Esto implicaba la destitución de cacique mestizo Bernal, el cual fue expulsado
a pedradas por la comunidad. De esta forma, su fama se extendió por la región e inició la segunda
fase de la leyenda: la disputa entre el corregidor de Chayanta, Joaquín Alós y los caciques locales,
contra el Catari y sus seguidores.
En esta etapa, Tomás Catari fue capturado. De esta forma, ante la ausencia del líder, los indios que
lo seguían empezaron a actuar independientemente: pidiendo rebajas en los tributos y repartos al
corregidor, así como la designación de verdaderos jefes étnicos por un lado y, por el otro, asaltos
violentos contra todo lo que simbolizaba el dominio español: haciendas, mestizos, caciques, etc. La
muerte de un indio que exigía la liberación de Catari desembocó en la captura del corregidor y su
intercambio por el líder. Paralelamente, otro grupo de indios continuaron con las acciones violentas,
cuya máxima expresión se alcanzó con la ejecución del cacique de Chura, Florencio Lupa,
decapitándolo y arrancando su corazón, como variante del ritual de sacrificio prehispánico de la
huilancha. Finalmente, Catari fue capturado por el corregidor Juan Antonio Acuña y ejecutado en
enero de 1780. Para el autor, la revuelta tuvo un correlato mesiánico en torno a la figura de Tomás
Catari, y milenarista, porque anunciaba la llegada de tiempos mejores, sin caciques advenedizos y
sin cualquier rezago español.
En última instancia, el autor evalúa el carácter mesiánico y milenarista de una serie de revueltas y
rebeliones que tuvieron como trasfondo no solo la inconformidad del sistema operante, sino
también la acción e inspiración de otros movimientos de la época, como el de Túpac Amaru y
Túpac Catari (Julián Apasa), el cual, con sus propias palabras, declaró haber resucitado del mismo
Tomás Catari.
Un ejemplo de la influencia de esta nueva corriente milenarista en el sur andino fue la insurgencia
de Simón Castillo, líder de un movimiento en los pueblos de Tocari, Charcas, donde asesinó a
cuatro sacerdotes y decenas de españoles. Acciones similares sucedieron en otros pueblos, como
Amaya, en la provincia de Chayanta, donde indígenas iracundos no solo asesinaban españoles, sino
también profanaban su religión y obligaban a los supervivientes a vestir como los indios (en
Calama). El accionar de los insurgentes refleja el rechazo absoluto al sistema colonial, incluyendo
la propia religión católica, la cual es sustituida por sectas con matices andinas. En la medida que lo
español fue reprimido, se buscó retornar a las tradiciones autóctonas, su religión, su vestimenta, sus
costumbres.
Este espíritu mesiánico también se materializó en la creencia en un lugar mítico donde el Inca
persiste. Es en esta época de amarus y cataris donde la leyenda del Paititi recobra una importancia
crucial en la mentalidad milenarista en los Andes. Se dice que el Paititi se ubicaba en la selva
amazónica y José Gabriel Condorcanqui reinaba este neo-estado incaico. Igualmente, la leyenda del
Inkarri vuelve a tomar protagonismo entre la población indígena.
Comentario crítico
Considero que el artículo es un valioso aporte a la historia de las mentalidades indígenas. Sería
interesante estudiar si esto también cobró fuerza alguna en la sierra central y norte del Perú, y no
solo en el sur andino. Por otro lado, el autor demuestra que, pese al transcurso de 250 años, las
tradiciones andinas precoloniales persistieron, y con fuerza, en la mente de los indios. La
mentalidad es, sin duda, uno de los aspectos más difíciles de cambiar, y que resisten, incluso, a un
sistema que buscó si no su erradicación, sí su sustitución por el otro orden. Frente a la adversidad y
presión, estas vuelven a relucir y demuestran que la aculturación y evangelización no se dieron con
total eficacia.
Preguntas:
1. ¿En qué medida las revueltas, insurrecciones y rebeliones estudiadas presentan elementos
propios de la tradición judeocristiana?
2. En esta época, especialmente bajo la rebelión de Túpac Amaru II, se enunciaba con
frecuencia la siguiente proclama: “Viva el Rey, muera el mal gobierno”. En base a ello y a
modo de reflexión, ¿una rebelión (o cierto sector rebelde) que busca el retorno del Inca y
del orden precolonial como forma de gobierno de los indios implica, necesariamente, el
rechazo al Rey de España y, por lo tanto, una forma de separatismo?