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Retorica en Roma

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LA RETÓRICA Y LA ORATORIA.

CICERÓN Y QUINTILIANO
PROF: BELÉN DELGADO BONEL JUAN XXIII-CARTUJA

LA ORATORIA Y LA RETÓRICA. CICERÓN Y QUINTILIANO


Ut sementem feceris, ita metes
Cicerón, De oratore 2, 65, 261

1. Introducción
L a oratoria es el arte del bien hablar en público, orientado sobre todo a lograr la
persuasión del auditorio. Al que lo ejercía se le llamaba orator; el discurso, ya sea político,
judicial o fúnebre, recibía el nombre de oratio. El dominio de este arte, eloquentia, y la teoría
en que se basaba, aprendida y adaptada de los griegos, se llamaba rethorica. Esta técnica se
aprendía y estudiaba en las escuelas de retórica gracias a la la experiencia de maestros
notables y a partir de una técnica ajustada a reglas doctrinales para llevar a cabo con éxito una
obra artística, esto es, una pieza de oratoria.
La enseñanza de la oratoria se centró especialmente en conseguir como objetivo el
componer discursos, objetivo socialmente relevante para formar abogados y políticos. Pero los
conocimientos alcanzados y las prácticas realizadas en los estudios de retórica escolar se
utilizaron pronto en la poesía y en otros géneros literarios. La retórica escolar clasificó los
discursos en tres géneros:

a) Discurso judicial: sus principales funciones eran las de acusación y defensa.


Era utilizado por los abogados ante el tribunal.

b) Discurso deliberativo o político: sus funciones eran las de consejo o


disuasión; era el utilizado por los representantes de partidos políticos ante la asamblea del
pueblo.

c) Discurso epidíctico: sus funciones eran las de alabanza o reproche. Era el


utilizado por los oradores para homenajear o vituperar a alguien. Cuando el discurso era de
alabanza se le llamaba “panegírico”. Cuando era pronunciado con motivo de la muerte de
algún personaje ilustre y en el curso de su sepelio, reciben el nombre de “laudationes
fúnebres”.

Para la elaboración de un discurso judicial, el orador debía partir de una buena


preparación inicial sobre las materias de las que se vería obligado a hablar durante el discurso:
geografía, historia, costumbres de los países, filosofía, religión, etc. Todo esto era lo que se
aprendía en las escuelas secundarias. Tras esta preparación, comenzaría la elaboración del
discurso en cinco fases:

1. Inventio: consiste en la búsqueda de todos los datos adecuados al tema tratado en el


discurso y a sus circunstancias. Las preguntas que debían contestar eran: Quis? Quid?
Ubi? Quibus auxiliis? Cur? Quomodo? Quando?
2. Dispositio: es la ordenación de todos los datos. El esquema habitual es:

- Exordium o comienzo. Se intentaba ganar la atención del tribunal y del auditorio.


- Narratio: exposición de los hechos.
- Argumentatio: acumulación de pruebas a favor y refutación de los argumentos de la
parte contraria.
- Peroratio o final del discurso, en el que se usaban todos los recursos emotivos para
ganarse al auditorio y a los jueces y, de este modo, arrancar de los jueces una
sentencia favorable.

3. Elocutio: consiste en la redacción correcta del discurso. Un discurso bien redactado es el


que consigue la persuasión enseñando, agradando y conmoviendo.

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4. Memoria: consistía en aprender de memoria el discurso ya redactado.


5. Actio: ensayar la proclamación del discurso: tono, gestos, movimientos, etc.
 Tres eran las escuelas de retórica en Grecia que fueron adaptadas en Roma:

a. Escuela aticista: cultivaba el genus humile y su fin era informar y enseñar con un estilo
fácil (frases cortas, paralelismos, antítesis...)
b. Escuela asiática: cultivaba los otros géneros de elocutio (médium y sublimis) y su fin era
deleitar y conmover, utilizando para ello un lenguaje con abundantes recursos estilísticos
(período circular, cláusula métrica. . . ).
c. Escuela rodia: era la síntesis de las otras dos. Empleaba un estilo u otro según la parte
del discurso. Fue la escuela de Cicerón, quien divulgaría con sus tratados en latín la retórica,
hasta entonces estudiada en griego.

2. La oratoria en época republicana.


Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a.c.)

E s el autor más representativo del género; de él


conservamos tratados y discursos. Vive en el difícil período del final de la República de las
guerras civiles entre César y Pompeyo. Provinciano, del municipio sabino de Amiterno, fue un
homo novus. Estudió, como todo buen joven pudiente, gramática y retórica en Roma, teniendo
como maestros a los también oradores Marco Antonio y Licinio Craso.

Fue precisamente su actividad como orador la que le permitió recorrer una carrera
política brillante. En el año 63 a C- Cicerón alcanzó el consulado, la máxima magistratura,
en cuyo desempeño descubrió la conjuración de Catilina. Su primera intervención en la
vida política fue un discurso judicial, Pro Sexto Roscio Amerino, en el que se enfrentó al
dictador Sila. Sexto Roscio fue absuelto. Cicerón, temiendo las represalias de Sila y deseando
ampliar su formación como orador, se trasladó a Grecia y a Asia Menor, donde estudió
retórica y filosofía. Al regresar a Roma desempeñó el cargo de cuestor. Al final de su cargo
defendió, en su famoso discurso In Verrem, a los sicilianos acosados por el pretor de su
provincia, Verres, que aprovechó su cargo para enriquecerse. A partir de entonces será
considerado como el primer orador de Roma.

Es elegido pretor, y en el año 67 Pompeyo pronuncia su primer discurso al mando


supremo del ejército, buscando con este discurso la amistad del general. Por otra parte, las
intervenciones llenas de éxito en sus discursos judiciales aceleran su carrera política, y en el
año 63 es nombrado cónsul, la suprema magistratura republicana. Durante el desempeño de
este cargo fue descubierta la conjuración de Catilina. Cicerón pronuncia sus famosos discursos
In Catilinam. Tres años más tarde Cicerón, abandonado por los nobles y acusado por los
populares de actuación ilegal en la condena a muerte de los conjurados, es desterrado. Pero
un año después vuelve a Roma por mediación de Pompeyo.

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Retirado bastante de la vida pública, escribe tratados de retórica: Orator y De


oratore; y de filosofía. Pronuncia también el discurso Pro Milone, obra maestra de oratoria
judicial, pero no tiene éxito en la defensa. También defiende a Celio, Pro Celio, amante de la
Lesbia del poeta Catulo, al que ésta había acusado de intento de envenenamiento.
Al estallar la guerra civil entre César y Pompeyo, apoya políticamente a Pompeyo,
representante de la tradición republicana. Tras la derrota de Pompeyo en Farsalia, vuelve a
Italia, donde César lo recibe generosamente.

Pronuncia discursos a favor de antiguos partidarios de Pompeyo:


Pro Marcello, Pro Ligario, Pro rege Deiotario, en los que demuestra su agradecimiento a
César. Al ser asesinado César y pretender Antonio ocupar su puesto, Cicerón se opone
pronunciando catorce discursos, las Philippicae, llamados así por su parecido con una obra
del orador griego Demóstenes contra el rey Filipo de Macedonia. Cicerón apoya por tanto a
Octavio y, al formarse el segundo triunvirato (Lépido, Antonio y Octavio), Cicerón fue
condenado a muerte a instancias de Antonio.

EL ESTILO DE CICERÓN

Como escritor, sus discursos y tratados tienen innegable valor literario. Sirvieron de principal
modelo en las escuelas de retórica que proliferaron en el siglo siguiente. Nos ha dejado los
discursos más perfectos, en los que la lengua latina adquiere todo su esplendor, elegancia y
pureza. Representa la culminación de la oratoria romana.
La teoría y la práctica se unen en él de manera admirable. Él opinaba que el perfecto orador
ha de ser una combinación de estos tres factores:
1. Disposición natural, es decir tener cualidades innatas como base.
2. Cultura profunda y extensa.
3. Conocimiento de la oratoria.

En cuanto a las características principales de sus discursos, hay que destacar las
siguientes:
a) Preocupación por la riqueza del lenguaje que utiliza, evitando todo helenismo o
neologismo.
b) Simetría en la construcción de la frase.
c) Imposición de un ritmo a la frase para mantener la atención del auditorio.

En definitiva, como orador aprovecha todos los recursos de su talento para conseguir
sus propósitos que son agradar, conmover y, una vez conseguido esto, convencer.
Por esto sabe ser dramático, irónico o ingenioso según lo requieran las
circunstancias,

3. La oratoria en la época imperial.


Marco Fabio Quintiliano (35 – 95 d.c.)

D urante el Imperio, la oratoria empieza a perder su carácter de utilidad pública:


la oratoria judicial y deliberativa experimenta un retroceso, porque el Senado estaba cada vez
más bajo la dependencia del Emperador y quedan abolidos todos los derechos políticos y de
expresión de los ciudadanos. La oratoria desaparece y se refugia en las escuelas de retórica ,
la elocuencia se cultiva como un ”arte”, en el sentido más estricto, es decir, sin ninguna
proyección real en la vida ciudadana. Así, el género retórico más cultivado ahora es el
epidíctico: es como un juego, en el que los profesores de retórica presentan a sus alumnos
modelos de declamación.

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En estas escuelas de retórica se hacían fundamentalmente dos tipos de ejercicios:


I. CONTROVERSIAE: simulaciones de procesos judiciales, en los que los alumnos
rivalizaban en ingenio oponiendo agudos argumentos.
II. SUASORIAE: simulaciones en las que se aconsejaba a un personaje histórico o
mitológico tomar una u otra decisión.

M arco Fabio Quintiliano era un hispano natural de Calagurris


(Calahorra-Logroño), aunque educado en Roma, donde primero ejerció de abogado. Volvió
como maestro a su ciudad natal, pero Galba al ocupar el trono en el 68 se lo llevó a Roma de
nuevo. Abrió allí una escuela de retórica que enseguida adquirió gran fama. Vespasiano hizo
de él poco después el primer profesor de retórica a sueldo del Estado. Domiciano le
encargó la educación de sus sobrinos segundos y le concedió la dignidad consular.

Su obra principal, Institutio oratoria, se divide en doce libros y constituye el tratado


de retórica más completo de toda la Antigüedad. Está basada en un vasto conocimiento teórico
y en un juicio personal de la poesía y la prosa griegas y romanas y sobre todo, en su propia
experiencia en la escuela y su práctica como orador. Intenta que su obra sea un plan de
enseñanza oratoria. Señala constantemente a Cicerón como modelo supremo frente a las
aberraciones abusivas de la retórica y en contra del estilo de Séneca, convertido en moda.
Tras ejercer durante veinte años como abogado y profesor, se retiró para dedicarse a
escribir. Su fama proviene sin embargo de ser el mejor profesor de retórica del mundo antiguo
junto a Isócrates y el primer pedagogo de la historia.

EL ESTILO DE QUINTILIANO

Él mismo forjó su estilo a partir de Cicerón, aunque sin renegar del todo de los nuevos
tiempos. Al igual que éste, pide para el orador una extensa cultura general, y exige que los
ejercicios en las escuelas de retórica estén basados en la realidad, frente a la común tendencia
a debatir temas absolutamente irreales.

La originalidad de Quintiliano consiste en que no separa jamás la elocuencia de la moral,


un buen orador debe ser también un hombre honesto y de intachable conducta. Llega a definir
al orador como “un hombre de bien y experto en el arte de hablar”.

Quintiliano en su obra recoge sus ideas pedagógicas, algunas sorprendentemente


modernas:
a) La formación de un orador debe ser amplia, y no exclusivamente retórica.
b) Esta formación debe cuidarse desde la infancia, y se han de evitar los castigos
corporales.
c) Graduar la dificultad de los ejercicios.
d) La elocuencia ha de ser natural, sin adornos, y se pone a Cicerón como modelo.

Es muy consciente de la decadencia de su arte, cosa que prueba un estudio que precedió
a su Institutio oratoria: De causis corruptae eloquentiae. Cree que la razón principal de la
degeneración se debe al abandono de los modelos clásicos, pero no entró en un análisis de las
causas políticas y culturales, que eran mucho más profundas. Tácito, haciendo crítica de

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Quintiliano y partiendo de sus consideraciones, compuso el himno funerario a la elocuencia


romana en su Dialogus de oratoribus.

4. Influencia posterior
L a influencia de la retórica y la oratoria latina ha sido fundamental en el desarrollo
cultural de Occidente. La educación, desde antiguo, se ha relacionado con la correcta dicción y
disposición de los elementos expuestos por estos autores clásicos.

 En cuanto a Cicerón ha sido considerado el príncipe de las letras latinas, y, si


juzgamos su oratoria por los resultados obtenidos, la valoración es muy positiva, ya que ganó
como abogado el 90% de los casos en los que intervino.

Sus discursos se estudiaban en las escuelas de Roma cuando aún vivía el autor. Su
influencia en los escritores latinos posteriores, paganos y cristianos, fue enorme,
acrecentándose sin cesar el La Edad Media y alcanzando su cénit en los eruditos del
Renacimiento. Su importancia llega hasta nuestros días.
De igual modo, la influencia filosófica de Cicerón en la cultura y en el pensamiento de
Occidente ha sido decisiva. Sus cualidades literarias y sus conocimientos dieron lugar a un
nuevo tipo de cultura: fue el transmisor de los conceptos del pensamiento griego a la lengua
latina y logró que ésta pasara a ser la lengua de las ideas. Cicerón no tomó prestados del
griego los términos que necesitaba para exponer las ideas, sino que llenó de sentido filosófico
las propias palabras latinas; creó, por tanto, un lenguaje filosófico y científico, una terminología
del pensamiento que ha llegado hasta nosotros a través de las lenguas romances.

Con Quintiliano recuperamos los principios oratorios ciceronianos según


los cuales debe formarse al buen orador. Su gran obra “Institutio oratoria”, ejerció
una gran influencia sobre la teoría pedagógica que sustenta el Humanismo y el
Renacimiento.

Ambos autores han formado así a humanistas de todas las épocas.

4. Textos escogidos
Marco Tulio Cicerón C a t i l i n a r i a s.

M. TVLLI CICERONIS ORATIONES IN CATILINAM In Catilinam I In Catilinam II In Catilinam III In


Catilinam IV

PRIMERA CATILINARIA PRONUNCIADA el 8 de noviembre del año 63 ante el Senado.


Con abrupto e incisivo inicio, Cicerón pretende conmover y predisponer a su auditorio a acoger
duramente las revelaciones que se propone hacer inmediatamente. La finalidad de esta primera
Catilinaria no sólo consiste en la denuncia pública de la trama de la conspiración, sino también
pretende poner de manifiesto que él, el cónsul Cicerón, dispone de medios no declarados que le
permiten estar perfectamente enterado de las intrigas de los conjurados. Todo ello con el objetivo
final de que Catilina, confundido e inseguro, abandonara Roma y se uniera al ejército de Manlio, ya
alzado en armas, declarando abiertamente de esa forma sus intenciones. Este hecho serviría
además como autoinculpación que supliría la escasez de pruebas; escasez que se colige de la
pública presencia de Catilina en Roma y de su asistencia a las sesiones del Senado. El discurso

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insiste sobre el carácter licencioso de sus actividades y una caracterización social de sus partidarios.
Cicerón consiguió el objetivo que se había propuesto y Catilina abandonó Roma ese mismo día.

14 Marco Tulio Cicerón C a t i l i n a r i a s ORATIO IN L. CATILINAM PRIMA 1

I. Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos
eludet? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? Nihilne te nocturnum praesidium Palati,
nihil urbis vigiliae, nihil timor populi, nihil concursus bonorum omnium, nihil hic munitissimus
habendi senatus locus, nihil horum ora voltusque moverunt? Patere tua consilia non sentis,
constrictam iam horum omnium scientia teneri coniurationem tuam non vides? Quid proxima,
quid superiore nocte egeris, ubi fueris, quos convocaveris, quid consilii ceperis, quem nostrum
ignorare arbitraris? [2] O tempora, o mores! Senatus haec intellegit. Consul videt; hic tamen vivit.
Vivit? immo vero etiam in senatum venit, fit publici consilii particeps, notat et designat oculis ad
caedem unum quemque nostrum. Nos autem fortes viri satis facere rei publicae videmur, si istius
furorem ac tela vitemus. Ad mortem te, Catilina, duci iussu consulis iam pridem oportebat, in te
conferri pestem, quam tu in nos [omnes iam diu] machinaris.

1. ¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina? ¿Cuándo


nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos sé
arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la nocturna guardia
del Palatino, ni la vigilancia en la ciudad, ni la alarma del pueblo, ni el
acuerdo de todos los hombres honrados, ni este protegidísimo lugar
donde el Senado se reúne1 , ni las miradas y semblantes de todos los
senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No
ves tu conjuración fracasada por conocerla ya todos? ¿Imaginas que
alguno de nosotros ignora lo que has hecho anoche y antes de anoche;
dónde estuviste; a quiénes convocaste y qué resolviste? ¡Oh qué tiempos!
¡Qué costumbres! ¡El Senado sabe esto, lo ve el cónsul, y, sin embargo,
Catilina vive! ¿Qué digo vive? Hasta viene al Senado y toma parte en sus
acuerdos, mientras con la mirada anota los que de nosotros designa a la
muerte. ¡Y nosotros, varones fuertes, creemos satisfacer a la república
previniendo las consecuencias de su furor y de su espada! Ha tiempo,
Catilina, que por orden del cónsul debiste ser llevado al suplicio para
sufrir la misma suerte que contra todos nosotros, también desde hace
tiempo, maquinas.
[3] An vero vir amplissumus, P. Scipio, pontifex maximus, Ti. Gracchum mediocriter labefactantem
statum rei publicae privatus interfecit; Catilinam orbem terrae caede atque incendiis vastare
cupientem nos consules perferemus? Nam illa nimis antiqua praetereo, quod C. Servilius Ahala
Sp. Maelium novis rebus studentem manu sua occidit. Fuit, fuit ista quondam in hac re publica
virtus, ut viri fortes acrioribus suppliciis civem perniciosum quam acerbissimum hostem
coercerent. Habemus senatus consultum in te, Catilina, vehemens et grave, non deest rei
publicae consilium neque auctoritas huius ordinis; nos, nos, dico aperte, consules desumus.

Un ciudadano ilustre, P. Escipión, pontífice máximo, sin ser magistrado


hizo matar a Tiberio Graco por intentar novedades que alteraban, aunque
no gravemente, la constitución de la república 2 ; y a Catilina, que se
apresta a devastar con la muerte y el incendio el mundo entero, nosotros,
los cónsules, ¿no le castigaremos? Prescindo de ejemplos antiguos,
como el de Servilio Ahala, que por su propia mano dio muerte a Espurio

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Melio porque proyectaba una revolución.3 Hubo, sí, hubo en otros


tiempos en esta república la norma de que los varones esforzados
impusieran mayor castigo a los ciudadanos perniciosos que a los más
acerbos enemigos. Tenemos contra ti, Catilina, un severísimo decreto del
Senado;4 no falta a la 1 El templo de Júpiter Estátor, situado en la falda
del Palatino. 2 El tribuno de la plebe Tiberio Sempronio Graco propuso en
el año 133 a.d.C. una reforma agraria que provocó la reacción de los
aristócratas. Éstos, incitados por Publio Escipión Nasica, que en estos
momentos era un simple particular, le dieron muerte. Nótese cómo el
cargo de Pontífice Máximo se considera de carácter religioso y en ningún
caso le libraba a Escipión de su condición de simple particular. 3 A Cayo
Servilio Ahala se le atribuía la muerte en el 439 de Espurio Melio, un rico
plebeyo que a base de repartir trigo gratis entre el pueblo se había hecho
sospechoso de querer instaurar una tiranía.

Marco Tulio Cicerón P H I L I P P I C A E

[118] Certatim posthac, mihi crede, ad hoc opus curretur neque occasionis tarditas expectabitur.
Resipisce, quaeso, aliquando; quibus ortus sis, non quibuscum vivas, considera; mecum, ut voles,
redi cum re publica in gratiam. Sed de te tu videris, ego de me ipse profitebor. Defendi rem
publicam adulescens, non deseram senex; contempsi Catilinae gladios, non pertimescam tuos. A
porfía, créeme, correrán en adelante a realizar tal empresa, sin esperar a que se presente ocasión
oportuna. Mira, pues, Antonio, por la república; te lo ruego encarecidamente. Considera de
quiénes naciste y no con quiénes vives. Haz conmigo lo que gustes, pero reconcíliate con la
república. Tú harás de ti lo que te parezca; yo, por mi parte, declaro que en mi juventud defendí
la república, y no la desampararé en mi vejez. Desprecié las espadas de Catilina, y no he de temer
las tuyas; [119] Quin etiam corpus libenter optulerim, si repraesentari morte mea libertas
civitatis potest, ut aliquando dolor populi Romani pariat, quod iam diu parturit. Etenim, si abhinc
annos prope viginti hoc ipso in templo negavi posse mortem immaturam esse consulari, quanto
verius non negabo seni! Mihi vero, patres conscripti, iam etiam optanda mors est perfuncto rebus
iis, quas adeptus sum quasque gessi. Duo modo haec opto, unum ut moriens populum Romanum
liberum relinquam (hoc mihi maius ad dis immortalibus dari nihil potest), alterum, ut ita cuique
eveniat, ut de re publica quisque mereatur.

A porfía, créeme, correrán en adelante a realizar tal empresa, sin esperar


a que se presente ocasión oportuna. Mira, pues, Antonio, por la república;
te lo ruego encarecidamente. Considera de quiénes naciste y no con
quiénes vives. Haz conmigo lo que gustes, pero reconcíliate con la
república. Tú harás de ti lo que te parezca; yo, por mi parte, declaro que
en mi juventud defendí la república, y no la desampararé en mi vejez.
Desprecié las espadas de Catilina, y no he de temer las tuyas; [
antes bien, ofrezco gustoso mi vida si a costa de ella recupera Roma su
libertad y acaba alguna vez el dolor del pueblo romano arrojando lo que
ha tiempo le embaraza. Si hace veinte años negué en este mismo templo
que para un consular pudiese haber muerte prematura, ¿con cuánta más
razón no lo he de negar ahora en la vejez? En verdad, padres conscriptos,
después de desempeñar los cargos que alcancé y de hacer tantas cosas,
sólo debo optar a la muerte. Sólo dos cosas anhelo: una, dejar libre, a mi

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muerte, al pueblo romano, y éste será el mayor favor que puedan


concederme los dioses inmortales; otra, que a cada cual le suceda lo que
merezca por el bien o el mal que haya hecho a la república.

Marco Fabio Quintiliano. Institutio oratoria.

Hemos recogido aquí unos fragmentos de su “Institutio” que podrían, perfectamente, haber
sido escritos no en el siglo I, sino en el XXI . Se trata de consejos, que también hoy en día
deberíamos tener muy presentes a la hora de educar a los niños, y que van dirigidos a padres,
profesores y alumnos.

Capítulo II: A LOS PADRES

Piensan que las costumbres se vician en los colegios porque algunas veces sucede;
pero lo mismo sucede en sus casas […] Dame un niño inclinado a lo peor y un padre omiso
en inspirar y conservar la vergüenza en los primeros años, y aunque esté solo tendrá
ocasión de ser malo […] Pero si es de buena índole, y el padre es vigilante y no se duerme
en su obligación, se puede elegir para maestro el de mejores costumbres […] y la mejor
escuela […]; pero ¡ojalá no corrompiéramos nosotros las costumbres de nuestros hijos!
Desde el principio hacemos blanda la infancia con regalos. Aquella educación afeminada,
que llamamos condescendencia, debilita el alma y el cuerpo. ¿Qué mal deseo no tendrá
cuando grande, el que no sabe aún andar y se ve ya vestido de púrpura? Aún no comienza a
hablar, y ya entiende lo que es gala y pide vestido de grana. Les enseñamos el buen gusto
del paladar antes de enseñarlos a hablar […] Aprobamos con nuestra risa, y aun besándolos
varias expresiones que se les sueltan […] No es extraño: nosotros se las enseñamos y a
nosotros nos las oyeron. Resuenan en los convites cantares obscenos, y se ve lo que no se
puede mentar. Hácese costumbre de esto, y después naturaleza. Aprenden esto los infelices
antes de saber que es malo. Así es, que siendo ya disolutos y viciosos, no aprenden el vicio
en las escuelas, sino que lo llevan de sus casas.

Capítulo X: A LOS PROFESORES

Lo primero de todo, revístase el profesor de la naturaleza de un padre,


considerando que está en lugar de aquellos que le han entregado sus hijos. No tenga vicio
alguno […] Sea serio, pero no desapacible […] hable a menudo de la virtud y la honestidad
[…], sea sufrido en el trabajo constante en la tarea, pero no desmesurado. Responda con
agrado a las preguntas de los unos, y a otros pregúnteles por sí mismo. En alabar los
aciertos de los alumnos no sea escaso ni exagerado […] Corrija los defectos sin acritud ni
palabras afrentosas. Esto hace que muchos abandonen los estudios […] De ningún modo
debe permitirse a los alumnos levantarse de sus puestos ni dar saltos […]

Véase cómo se han de manejar los talentos del discípulo. Hay algunos flojos, si no
los aprietan: algunos enójanse de que los manden. A unos el miedo los contiene, a otros los
hace encogidos. Hay talentos que si algo aprovechan, es a fuerza de machacar en algunas
cosas; otros hay que dan el fruto de pronto […] Pero a todos se les debe conceder algún
desahogo […] No llevo a mal el juego en los niños, porque esto es también señal de
viveza; […]Hay también algunos juegos, que sirven para aguzar el ingenio de los niños
[…].

El azotar a los discípulos, […] de ninguna manera lo tengo por conveniente.

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Primeramente porque es cosa fea […]. En segundo lugar, porque si hay alguno de tan ruin
modo de pensar que no se corrija con la reprensión, éste también hará caso omiso con los
azotes [...] Últimamente, porque no se necesitará de este castigo, si hay quien les tome
cuenta estrecha de sus tareas.

En conclusión, si a un niño pequeñito se le castiga con azotes, ¿qué harás con un


joven, a quien ni se le puede aterrar de este modo, y tiene que aprender cosas mayores?
Añadamos a esto, que el acto de azotar trae consigo muchas veces a causa del dolor y
miedo cosas feas de decirse, que después causan rubor: vergüenza que quebranta y abate al
alma, inspirándole hastío y tedio a la misma luz.

Capítulo II: A LOS ALUMNOS

Ya he dicho muchas cosas acerca de las obligaciones de los maestros, y ahora


aconsejo sólo una a los alumnos: que quieran a sus maestros, quienes les van a transmitir la
cultura, […] y que los consideren como si fueran padres, no biológicos, evidentemente,
sino espirituales; este afecto conduce, en muchas ocasiones, al estudio. De esta forma, los
escucharán de buen grado, creerán en sus palabras o desearán parecerse a ellos: pues así
muchos alumnos contentos y dispuestos acudirán a sus clases. Los que han sido
reprendidos no se enfadarán y los que han sido alabados se alegrarán, de manera que serán
muy queridos los que, por su dedicación al estudio, lo merecieron.

Y ASÍ COMO EL DEBER DE LOS MAESTROS ES ENSEÑAR, EL DE LOS


ALUMNOS ES DEJARSE ENSEÑAR. ADEMÁS, NINGUNO DE LOS DOS SE
BASTARÁ SIN EL OTRO.

(Quintiliano, De institutione oratoria. Traducción directa del latín)

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