Retorica en Roma
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CICERÓN Y QUINTILIANO
PROF: BELÉN DELGADO BONEL JUAN XXIII-CARTUJA
1. Introducción
L a oratoria es el arte del bien hablar en público, orientado sobre todo a lograr la
persuasión del auditorio. Al que lo ejercía se le llamaba orator; el discurso, ya sea político,
judicial o fúnebre, recibía el nombre de oratio. El dominio de este arte, eloquentia, y la teoría
en que se basaba, aprendida y adaptada de los griegos, se llamaba rethorica. Esta técnica se
aprendía y estudiaba en las escuelas de retórica gracias a la la experiencia de maestros
notables y a partir de una técnica ajustada a reglas doctrinales para llevar a cabo con éxito una
obra artística, esto es, una pieza de oratoria.
La enseñanza de la oratoria se centró especialmente en conseguir como objetivo el
componer discursos, objetivo socialmente relevante para formar abogados y políticos. Pero los
conocimientos alcanzados y las prácticas realizadas en los estudios de retórica escolar se
utilizaron pronto en la poesía y en otros géneros literarios. La retórica escolar clasificó los
discursos en tres géneros:
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a. Escuela aticista: cultivaba el genus humile y su fin era informar y enseñar con un estilo
fácil (frases cortas, paralelismos, antítesis...)
b. Escuela asiática: cultivaba los otros géneros de elocutio (médium y sublimis) y su fin era
deleitar y conmover, utilizando para ello un lenguaje con abundantes recursos estilísticos
(período circular, cláusula métrica. . . ).
c. Escuela rodia: era la síntesis de las otras dos. Empleaba un estilo u otro según la parte
del discurso. Fue la escuela de Cicerón, quien divulgaría con sus tratados en latín la retórica,
hasta entonces estudiada en griego.
Fue precisamente su actividad como orador la que le permitió recorrer una carrera
política brillante. En el año 63 a C- Cicerón alcanzó el consulado, la máxima magistratura,
en cuyo desempeño descubrió la conjuración de Catilina. Su primera intervención en la
vida política fue un discurso judicial, Pro Sexto Roscio Amerino, en el que se enfrentó al
dictador Sila. Sexto Roscio fue absuelto. Cicerón, temiendo las represalias de Sila y deseando
ampliar su formación como orador, se trasladó a Grecia y a Asia Menor, donde estudió
retórica y filosofía. Al regresar a Roma desempeñó el cargo de cuestor. Al final de su cargo
defendió, en su famoso discurso In Verrem, a los sicilianos acosados por el pretor de su
provincia, Verres, que aprovechó su cargo para enriquecerse. A partir de entonces será
considerado como el primer orador de Roma.
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EL ESTILO DE CICERÓN
Como escritor, sus discursos y tratados tienen innegable valor literario. Sirvieron de principal
modelo en las escuelas de retórica que proliferaron en el siglo siguiente. Nos ha dejado los
discursos más perfectos, en los que la lengua latina adquiere todo su esplendor, elegancia y
pureza. Representa la culminación de la oratoria romana.
La teoría y la práctica se unen en él de manera admirable. Él opinaba que el perfecto orador
ha de ser una combinación de estos tres factores:
1. Disposición natural, es decir tener cualidades innatas como base.
2. Cultura profunda y extensa.
3. Conocimiento de la oratoria.
En cuanto a las características principales de sus discursos, hay que destacar las
siguientes:
a) Preocupación por la riqueza del lenguaje que utiliza, evitando todo helenismo o
neologismo.
b) Simetría en la construcción de la frase.
c) Imposición de un ritmo a la frase para mantener la atención del auditorio.
En definitiva, como orador aprovecha todos los recursos de su talento para conseguir
sus propósitos que son agradar, conmover y, una vez conseguido esto, convencer.
Por esto sabe ser dramático, irónico o ingenioso según lo requieran las
circunstancias,
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EL ESTILO DE QUINTILIANO
Él mismo forjó su estilo a partir de Cicerón, aunque sin renegar del todo de los nuevos
tiempos. Al igual que éste, pide para el orador una extensa cultura general, y exige que los
ejercicios en las escuelas de retórica estén basados en la realidad, frente a la común tendencia
a debatir temas absolutamente irreales.
Es muy consciente de la decadencia de su arte, cosa que prueba un estudio que precedió
a su Institutio oratoria: De causis corruptae eloquentiae. Cree que la razón principal de la
degeneración se debe al abandono de los modelos clásicos, pero no entró en un análisis de las
causas políticas y culturales, que eran mucho más profundas. Tácito, haciendo crítica de
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4. Influencia posterior
L a influencia de la retórica y la oratoria latina ha sido fundamental en el desarrollo
cultural de Occidente. La educación, desde antiguo, se ha relacionado con la correcta dicción y
disposición de los elementos expuestos por estos autores clásicos.
Sus discursos se estudiaban en las escuelas de Roma cuando aún vivía el autor. Su
influencia en los escritores latinos posteriores, paganos y cristianos, fue enorme,
acrecentándose sin cesar el La Edad Media y alcanzando su cénit en los eruditos del
Renacimiento. Su importancia llega hasta nuestros días.
De igual modo, la influencia filosófica de Cicerón en la cultura y en el pensamiento de
Occidente ha sido decisiva. Sus cualidades literarias y sus conocimientos dieron lugar a un
nuevo tipo de cultura: fue el transmisor de los conceptos del pensamiento griego a la lengua
latina y logró que ésta pasara a ser la lengua de las ideas. Cicerón no tomó prestados del
griego los términos que necesitaba para exponer las ideas, sino que llenó de sentido filosófico
las propias palabras latinas; creó, por tanto, un lenguaje filosófico y científico, una terminología
del pensamiento que ha llegado hasta nosotros a través de las lenguas romances.
4. Textos escogidos
Marco Tulio Cicerón C a t i l i n a r i a s.
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insiste sobre el carácter licencioso de sus actividades y una caracterización social de sus partidarios.
Cicerón consiguió el objetivo que se había propuesto y Catilina abandonó Roma ese mismo día.
I. Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos
eludet? quem ad finem sese effrenata iactabit audacia? Nihilne te nocturnum praesidium Palati,
nihil urbis vigiliae, nihil timor populi, nihil concursus bonorum omnium, nihil hic munitissimus
habendi senatus locus, nihil horum ora voltusque moverunt? Patere tua consilia non sentis,
constrictam iam horum omnium scientia teneri coniurationem tuam non vides? Quid proxima,
quid superiore nocte egeris, ubi fueris, quos convocaveris, quid consilii ceperis, quem nostrum
ignorare arbitraris? [2] O tempora, o mores! Senatus haec intellegit. Consul videt; hic tamen vivit.
Vivit? immo vero etiam in senatum venit, fit publici consilii particeps, notat et designat oculis ad
caedem unum quemque nostrum. Nos autem fortes viri satis facere rei publicae videmur, si istius
furorem ac tela vitemus. Ad mortem te, Catilina, duci iussu consulis iam pridem oportebat, in te
conferri pestem, quam tu in nos [omnes iam diu] machinaris.
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[118] Certatim posthac, mihi crede, ad hoc opus curretur neque occasionis tarditas expectabitur.
Resipisce, quaeso, aliquando; quibus ortus sis, non quibuscum vivas, considera; mecum, ut voles,
redi cum re publica in gratiam. Sed de te tu videris, ego de me ipse profitebor. Defendi rem
publicam adulescens, non deseram senex; contempsi Catilinae gladios, non pertimescam tuos. A
porfía, créeme, correrán en adelante a realizar tal empresa, sin esperar a que se presente ocasión
oportuna. Mira, pues, Antonio, por la república; te lo ruego encarecidamente. Considera de
quiénes naciste y no con quiénes vives. Haz conmigo lo que gustes, pero reconcíliate con la
república. Tú harás de ti lo que te parezca; yo, por mi parte, declaro que en mi juventud defendí
la república, y no la desampararé en mi vejez. Desprecié las espadas de Catilina, y no he de temer
las tuyas; [119] Quin etiam corpus libenter optulerim, si repraesentari morte mea libertas
civitatis potest, ut aliquando dolor populi Romani pariat, quod iam diu parturit. Etenim, si abhinc
annos prope viginti hoc ipso in templo negavi posse mortem immaturam esse consulari, quanto
verius non negabo seni! Mihi vero, patres conscripti, iam etiam optanda mors est perfuncto rebus
iis, quas adeptus sum quasque gessi. Duo modo haec opto, unum ut moriens populum Romanum
liberum relinquam (hoc mihi maius ad dis immortalibus dari nihil potest), alterum, ut ita cuique
eveniat, ut de re publica quisque mereatur.
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Hemos recogido aquí unos fragmentos de su “Institutio” que podrían, perfectamente, haber
sido escritos no en el siglo I, sino en el XXI . Se trata de consejos, que también hoy en día
deberíamos tener muy presentes a la hora de educar a los niños, y que van dirigidos a padres,
profesores y alumnos.
Piensan que las costumbres se vician en los colegios porque algunas veces sucede;
pero lo mismo sucede en sus casas […] Dame un niño inclinado a lo peor y un padre omiso
en inspirar y conservar la vergüenza en los primeros años, y aunque esté solo tendrá
ocasión de ser malo […] Pero si es de buena índole, y el padre es vigilante y no se duerme
en su obligación, se puede elegir para maestro el de mejores costumbres […] y la mejor
escuela […]; pero ¡ojalá no corrompiéramos nosotros las costumbres de nuestros hijos!
Desde el principio hacemos blanda la infancia con regalos. Aquella educación afeminada,
que llamamos condescendencia, debilita el alma y el cuerpo. ¿Qué mal deseo no tendrá
cuando grande, el que no sabe aún andar y se ve ya vestido de púrpura? Aún no comienza a
hablar, y ya entiende lo que es gala y pide vestido de grana. Les enseñamos el buen gusto
del paladar antes de enseñarlos a hablar […] Aprobamos con nuestra risa, y aun besándolos
varias expresiones que se les sueltan […] No es extraño: nosotros se las enseñamos y a
nosotros nos las oyeron. Resuenan en los convites cantares obscenos, y se ve lo que no se
puede mentar. Hácese costumbre de esto, y después naturaleza. Aprenden esto los infelices
antes de saber que es malo. Así es, que siendo ya disolutos y viciosos, no aprenden el vicio
en las escuelas, sino que lo llevan de sus casas.
Véase cómo se han de manejar los talentos del discípulo. Hay algunos flojos, si no
los aprietan: algunos enójanse de que los manden. A unos el miedo los contiene, a otros los
hace encogidos. Hay talentos que si algo aprovechan, es a fuerza de machacar en algunas
cosas; otros hay que dan el fruto de pronto […] Pero a todos se les debe conceder algún
desahogo […] No llevo a mal el juego en los niños, porque esto es también señal de
viveza; […]Hay también algunos juegos, que sirven para aguzar el ingenio de los niños
[…].
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Primeramente porque es cosa fea […]. En segundo lugar, porque si hay alguno de tan ruin
modo de pensar que no se corrija con la reprensión, éste también hará caso omiso con los
azotes [...] Últimamente, porque no se necesitará de este castigo, si hay quien les tome
cuenta estrecha de sus tareas.
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