Indianidad, Etnocidio
Indianidad, Etnocidio
Indianidad, Etnocidio
latina
Instituto Indigenista Interamericano y Centre d’Études Mexicaines et
Centraméricaines (dir.)
Traductor: Ana Freyre de Zavala
DOI: 10.4000/books.cemca.6273
Editor: Centro de estudios mexicanos y centroamericanos
Año de edición: 1988
Publicación en OpenEdition Books: 19 diciembre 2019
Colección: Etnohistoria
ISBN electrónico: 9791036540189
http://books.openedition.org
Edición impresa
ISBN: 9789686020007
Número de páginas: 355
Referencia electrónica
INSTITUTO INDIGENISTA INTERAMERICANO (dir.) ; CENTRE D’ÉTUDES MEXICAINES ET
CENTRAMÉRICAINES (dir.). Indianidad, etnocidio e indigenismo en América latina. Nueva edición [en
línea]. Mexico: Centro de estudios mexicanos y centroamericanos, 1988 (generado el 19 février 2020).
Disponible en Internet: <http://books.openedition.org/cemca/6273>. ISBN: 9791036540189. DOI:
10.4000/books.cemca.6273.
Este documento fue generado automáticamente el 19 febrero 2020. Está derivado de una
digitalización por un reconocimiento óptico de caracteres.
Colaboradores
Prefacio
Claude Bataillon
3
1 En marzo de 1980, el Groupe de recherche sur l’Amérique latine (Gral, del Centre national de
la recherche scientifique, en Tolosa (Francia), organizó con el apoyo de la Université de
Toulouse – Le Mirait una semana latinoamericana. Un acto similar se había celebrado en
1978 y más tarde varios simposios parecidos se volvieron a organizar, ya que en Tolosa
existe un grupo de cierto peso y coherencia en el ámbito de la provincia francesa, en
donde conviven distintos especialistas en varias ramas de ciencias sociales y
humanidades sobre temas latinoamericanos.
2 Por ser el tema de las relaciones entre identidad étnica e identidad national en América
Latina uno de los ejes que trabajaba el Gral en aquel momento –y que sigue trabajando
por ahora– se quiso organizar este coloquio sobre identidad, etnocidio e indigenismo en
América Latina.
3 Junto con los mismos científicos del Gral se pudo agrupar un gran número de
participantes venidos de países latinoamericanos (de Perú sobre todo y de México,
enviados por el director de publicaciones del lni, Juan Rulfo), pero también de otros
países y de la misma Francia. Dentro de la variedad del origen científico de los
participantes se puede destacar: historia, sociología, antropología social, lingüística y
geografía humana. Esta misma variedad permitió enriquecer ampliamente los
enfoques, tanto sobre las políticas indigenistas nacionales como sobre la dinámica
social de los grupos étnicos. Y a partir del material acopiado se puede percibir hasta
qué punto el fenómeno indígena es parte integrante de la sociedad nacional de cada
pais latinoamericano.
4 La evaluatión metodológica del contenido estuvo a cargo de Françoise Morin, quien por
lo mismo, aprovechó las discusiones y redactó tanto la introductión como la conclusion
del presente volumen.
5 Tenemos que agradecer ampliamente al Instituto indigenista interamericano (México)
y al Centro de estudios mexicanos y centroamericanos de la Embajada de Francia en
México, que se han encargado de coeditar la versión castellana de este libro. * También
agradecemos al Centre national de recherche scientifique (Cnrs-Francia), que autorizó
esta segunda edición.
NOTAS FINALES
*. La primera edición se publicó principalmente en francés en 1982; sin embargo incluía ya en
castellano los capítulos escritos por Heraclio Bonilla, Alberto Escobar y Roberto Santana. El
capítulo de Claude Bataillon fue escrito para la presente edición.
4
AUTOR
CLAUDE BATAILLON
CNRS
5
étnica. De ahí la necesidad que sienten los individuos que emigrando y urbanizándose
desean cambiar de “raza social”, de borrar los estigmas abandonando lengua,
vestimenta, cultura y comunidad. Por lo tanto, las “fronteras” no serían tan rígidas
como las de las castas, sino que al parecer pudieran negociarse, aun cuando se
perpetúan desde hace más de cuatro siglos.
6 En efecto, el mestizaje y las políticas coloniales de aculturación generaron sociedades
latinoamericanas donde se entremezclan los mundos criollo, mestizo, e indígena, lo
cual trajo como consecuencia el que se produjeran numerosos sincretismos culturales.
Pero estos entrecruzamientos de cultura no signifïcan que haya fusión y unidad
nacional. Después de más de un siglo y medio de Independencia y de vida republicana,
aun cuando las clases dirigentes se han esforzado por crear conciencias nacionales
inspirándose en el modelo centralizador, coercitivo y urbanizado de los Estados
occidentales, una débil identidad nacional, o aun la ausencia de ésta, en la mayoría de
los Estados latinoamericanos –en particular en los Estados andinos– suscita la atención
de los investigadores y asimismo es objeto de análisis recientes. 8 Siempre se ha
considerado a la sociedad indígena como un obstáculo para la formación de estas
sociedades nacionales, así como un freno para su desarrollo económico. La pluralidad
de las culturas indígenas y su “atraso” contrastaban con la homogeneidad de la cultura
dominante y su ideal de progreso y de civilización. Así pues, esta integración de los
indígenas era necesaria para construir esas sociedades nacionales. Desde fines del siglo
XIX, los Estados desarrollaron políticas indigenistas para resolver este problema
indígena, mas si permitieron el conocer mejor a las comunidades indígenas, y si
favorecieron la aprobación de una legislación “pro indígena” en áreas tan diversas
como la educación, la defensa de las comunidades y sus tierras, la organización del
trabajo y la justicia, esas políticas indigenistas no lograron integrar a las poblaciones
indígenas. En trabajos recientes9 se ha abordado el fracaso de esta integración,
destacando especialmente las ambigüedades de esta ideología indigenista. En efecto,
esta ideología, aun cuando su meta sea proteger la especificidad indígena, en realidad
busca integrarla, lo cual da por resultado el que se elimine. El indígena debe dejar de
ser indígena para llegar a ser mexicano, peruano o cualquier otro ciudadano
latinoamericano. Pero esta integración que desvaloriza por consiguiente la cultura del
indígena de hoy en beneficio de las culturas criolla y mestizas va acompañada de una
rehabilitación del indígena histórico, de la recuperación y la idealización de la cultura
del indio muerto, que ya es parte integrante del patrimonio nacional. En realidad, estas
ambigüedades revelan la verdadera naturaleza del indigenismo que no es, según
algunos análisis, más que un instrumento al servicio de una situación colonial Es cierto
que el colonizador ha cambiado, pues ya no es hispánico sino que se ha nacionalizado y
acriollado desde la Independencia. Sin embargo, reproduce la relación colonial al
quedar en posesión del poder central que margina al indígena hacia las zonas
periféricas y lo excluye de toda decisión política y económica, dando origen al concepto
de “colonialismo interno” utilizado por numerosos investigadores 10 para caracterizar la
situación de opresión y dominación del indígena actual. Estos análisis muestran que al
convertir al indígena en un producto de esta relación colonial, el argumento de la
sociedad dominante de que el indígena pertenece a una cultura “atrasada” aparece sin
fundamento y se vuelve un subterfugio para explotarlo mejor, bajo la apariencia de una
integración política Por consiguiente, el pluralismo cultural no es el verdadero
obstáculo para la formación de una sociedad nacional en América Latina, sino esta
estructura colonial, que 160 años de vida republicana han contribuido a sostener, en
8
entrecruzarlos, puesto que sólo este diálogo permite captar la complejidad y la globalidad de
los fenómenos que desean analizar.
• Segundo, porque aborda un campo marginado durante largo tiempo e incluso rechazado por
los investigadores franceses, el de las relaciones interétnicas. En las ciencias sociales la
historia de las diferentes corrientes teóricas explica el débil desarrollo de este campo de
estudio.
9 En efecto, la influencia conjugada del positivismo, del organicismo y del evolucionismo
condujeron a los primeros sociólogos a dar un lugar preponderante a la “cuestión
social”, a las relaciones entre grupos sociales y clases sociales, lo que por mucho tiempo
los apartó de los problemas referentes a las relaciones interétnicas. 11 Por otra parte “el
mito de lo primitivo” exhortó a los etnólogos a estudiar a las sociedades “en el estado
más puro posible”,12 es decir, a considerarlas como etnias sin contacto entre sí o con el
mundo exterior. El estructuralismo reforzó esta vision estática, inmóvil y repetitiva de
las sociedades tradicionales y dejó fuera del campo del análisis etnológico todo enfoque
dinámico de las sociedades, uno de cuyos aspectos son las relaciones interétnicas. Si G.
Balandier estudió los cambios introducidos por la colonización en las sociedades
africanas y propuso el concepto de “situación colonial”, si R. Bastide analizó los
entrecruzamientos de las civilizaciones en Brasil y sobre todo la producción de
sincretismos religiosos, pocos fueron los etnólogos franceses dedicados a la
investigación sobre América Latina que siguieron a estos dos primeros teóricos de una
Antropología dinámica, prefiriendo estudiar las sociedades indígenas como si vivieran
en un perpetuo presente, dando como resultado el que haya escasos trabajos sobre las
relaciones interétnicas, los procesos de aculturación, etcétera. La historia, largo tiempo
dominada por el evolucionismo y el eurocentrismo, proyectó una visión occidental
sobre el mundo latinoamericano y produjo numerosas obras sobre la colonización
española y sobre las políticas criollas después de la Independencia. Al escribir así la
historia del Occidente del otro lado del Atlántico, los historiadores legitimaban la idea
de que los indígenas formaban parte de los “pueblos sin historia”. Pero al llegar a su fin
la hegemonía de Europa y al multiplicarse los movimientos adquieren la conciencia de
que existen otras visiones del mundo, otras concepciones de lo político y que la historia
de los colonizados está aún por escribirse. Desde hace más de diez años, investigadores
franceses trabajan siguiendo esta orientación y proponen, por ejemplo, una nueva
lectura de los textos de la Conquista que exprese la imagen que cada pueblo tenía de sí
mismo y del otro y cómo la interacción de esas identidades colectivas explica la
naturaleza de los contactos y de las relaciones interétnicas que de ello resultan.
Finalmente, la lingüística es una disciplina que durante mucho tiempo tuvo como
principal objeto la descripción de las lenguas. Y al erigir una tipología de éstas, produjo
esta dicotomía lengua-dialecto que por mucho tiempo legitimó los imperialismos
lingüísticos. Al tomar conciencia los sociolingüistas de las implicaciones politicas de
esta postura, que participa en cierto modo en la negación de la lengua de los “otros”
pueblos, buscan hoy analizar las situaciones sociopolíticas en las que las lenguas se
encuentran en contacto, y de ahí las investigaciones sobre el plurilingüismo, la diglosia,
etcétera.
10
10 Así pues, este libro constituye el punto de reunión de estas nuevas problemáticas de lo
interétnico y se compone de tres partes:
• La primera examina las políticas indigenistas en el tiempo, es decir, tanto la política de la
Conquista como la del Estado republicano. ¿Sóbre qué imagen del indígena se basan? ¿Qué
fin persiguen?
• La segunda aborda el problema del plurilingüismo de las sociedades latinoamericanas y de
las situaciones de diglosia que engendran. En ese contexto de dominación lingüística ¿qué
significado debemos atribuir a la oficialización del quechua en 1975 por el gobiemo militar
pemano?
• Finalmente, en una tercera etapa, se analizan diferentes movimientos de reivindicación
étnica, tanto en las sociedades andinas como en las sociedades de la selva amazónica. ¿Cómo
se expresa la etnicidad indígena? ¿Qué reivindica? ¿Qué lazos tienen estos nuevos
movimientos étnicos con los movimientos campesinos? ¿Cómo reaccionan las
organizaciones sindicales y los partidos políticos ante este despertar indígena? ¿Cuáles son
las respuestas del Estado? Tales son las principales preguntas a las cuales intenta responder
la última parte de este libro que termina haciendo una evaluación de diez años de actividad
de Survival International, organización que informa y actúa en favor de la supervivencia, el
derecho a la tierra y la autodeterminación de las minorías amenazadas, entre las que se
encuentran las sociedades indígenas.
NOTAS
1. Simposio publicado en 1972: The Situation of the Indian in South American –Contributions to the
Study of Inter-Ethnic Conflict in the Non-Andeans Regions of South America, W. Dostal (ed.), World
Council of Churches, Ginebra, 1972.
2. Publicado en 1979 con el título: Indianidad y descolonización en América Latina. Documentas de la
Segunda Reunión de Barbados, Editorial Nueva Imagen, Serie Interétnica, Mexico, 1979.
3. Ver en especial G. Bonfil Batalla, “El concepto de indio en Arnérica, una categoría de la
situación colonial”, Anales de Antropología, vol. IX, no. 3, 1971.
4. Ver F. Bourricaud, “Indian, Mestizo and Cholo as Symbols in the Peruvian System of
Stratification” en N. Glazer y D. Moyniham (eds.), Ethnicity: Theory and Experience, Harvard
University Press, Cambridge, 1975, pp. 350-387.
5. Ver en especial: J. Pitt Rivers, “Race in Latin America: the Concept of Raza”, European Journal of
Sociology, vol. XIV, 1973, pp. 3-31. E. Mayer, “Mestizo e indio: el contexto social de las relaciones
interétnicas” en El indio y elpoder (colectivo), IEP, Lima, 1970, pp. 88-152.
6. F. Fuenzalida, “Poder, raza y etnia en el Perú contemporáneo” en El indio y el poder, op. cit., pp.
15-87.
7. En el sentido en que F. Barth lo entiende en su libro Ethnic Group and Boundaries, Little and Co.,
Boston, 1969 y tal como R. Cardoso de Oliveira lo retoma para aplicarlo a la situación
latinoamericana en su artículo “Identidad étnica, identificatión y manipulación”, América
indígena, vol. XXXI, no. 4, octubre de 1971, pp. 923-953.
8. Como por ejemplo: Perú: Identidad nacional (colectivo), Ediciones Cedep, Lima, 1979; J. Cotler,
Clases, estado y nación en el Perú, IEP, Lima 1978; Campesinado e indigenismo en América Latina e
Indigenismo, clases sociales y problema nacional (colectivo), 2 vols. Celats, Lima, 1978.
11
AUTOR
FRANÇOISE MORIN
Université de Toulouse-Le Mirail
12
1 ¿Cabe separar el estudio de los debates jurídicos sobre la legitimidad de las conquistas
hispânicas –la de Perú en este caso– del de la historiografía, en su sentido más general,
que nos informa sobre esta conquista? ¿No es esta información también una
deformación, en la medida en que las posiciones políticas la modifican y la moldean al
mismo tiempo que se va elaborando?
2 Sucede que gran parte de la historiografía de la Conquista la debemos a los mismos que
condujeron la empresa y a otros (historiadores, juristas, teólogos) que en gran parte
abrazaron la causa de los conquistadores. Son los partidarios de la historia oficial, los
propagandistas del mito de la conquista caballeresca y benéfica. Por comodidad y para
mayor facilidad se les llama frecuentemente “colonialistas”, en oposición a los
“indigenistas”, quienes, imbuidos del espíritu evangélico y liberalismo político,
próximos a los planteamientos lascasianos, defendían los derechos de los indígenas y de
sus príncipes. Estos dos partidos se enfrentaron esencialrnente para saber a quien
incumbía legalmente el gobiemo y la propiedad del antiguo Tawantinsuyú. Ahora bien,
nosotros observamos que el argumento principal de los “colonialistas” y también de los
“indigenistas” se apoya en el concepto de tiranía. Los “colonialistas” se esmeraron en
demostrar que el soberano indígena (Atahuallpa) con el que chocaron los
conquistadores, era un tirano, lo cual, según las normas de la época, justificaba la
conquista y hacía de ella una liberación. Los “indigenistas”, por el contrario, afirmaron
que este soberano era una víctima y que quienes se comportaron como tiranos fueron
los conquistadores. Quisiéramos estudiar aquí los usos de este concepto de tiranía,
mediante un muestreo de textos –en especial “colonialistas”– redactados entre 1532 y
1572, período marcado por los dramas que conocemos: la captura (16 de noviembre de
1532) y la ejecución (26 de julio de 1533) del Inca Atahuallpa; la captura y la ejecución
(24 de septembre de 1572) del Inca Tupac Amaru.
14
3 Ante todo, aclararemos que el concepto de tiranía está condicionado por otro del cual
es el opuesto y el negativo, que es el de soberanía –o señorío– “natural”. Sucede que las
normas de la soberanía natural, que por sí solas garantizan la legitimidad de un señor o
de un rey, están constantemente sobreentendidas en la literatura histórico-política que
estudiamos y en la que se emplea frecuentemente el término “señor natural”. Es por
eso que de este término daremos una muy breve definición.
EL SEÑOR NATURAL Y EL TIRANO
que lo prendieron para matarle, a fin de poseer el reino del Perú mas
pacíficamente... (Tratado de las doce dudas, ¿1662?).
ATAHUALLPA ES UN TIRANO Y LOS CONQUISTADORES SUS
VICTIMAS
por su hermano el Cuzco (Huascar). Dixo que otro día allegaría allí, que le traían preso,
e que sus capitanes quedaban con la gente en el pueblo del Cuzco. E segund después
paresció dixo verdad en todo, salvo que su hermano lo envió a matar, con temor quel
gobernador le restituyese en su señorío”. Es aqut, quizá, que se encuentra la primera
referencia tendenciosa al asesinato de Huascar por su hermano. O con mayor exactitud,
no se trata aún de crimen sino de intención de crimen (“lo envió a matar”).
Evidentemente esta acusación, aún vaga, agrava el caso del Inca prisionero. Veremos el
partido que algunos historiadores sacaron más adelante de esto.
b) La carta de Jauja
pacientemente el discurso arrogante del Inca, quien conminó a los españoles para que
restituyeran lo que habían saqueado en el curso de su viaje desde la costa. “Se puso en
pie encima de las andas, hablando a los suyos que estuviesen apercibidos”. Entonces
Valverde volvió a dar cuenta a Pizarro y le informó que Atahuallpa “había echado en
tierra la Sagrada Escritura”. Sólo al enterarse de las provocaciones del Inca es cuando F.
Pizarro vistió su coraza, debido a que no habla previsto armarse ese día. Se lanzó con
sus hombres sobre los indígenas, pero tue para ir en primer término, en medio de la
matanza, a proteger a Atahuallpa, lo que le valió una ligera herida en la mano.
17 Pero Pizarro, devolviendo bien por mal, ex hibe una admirable clemencia caballeresca
no sin insinuar las condiciones del requerimiento:
No tengas por afrenta haber sido preso y desbaratado, porque los christianos que yo
traigo, aunque son pocos en número, con ellos he sujetado más tierra que la tuya y
desbaratado otros mayores señores que tú, poniéndolos so el señorío del
Emperador, cuyo vasallo soy, el cual es señor de España y del universo mundo, y por
su mandado venimos a conquistar estas tierras, porque todos vengáis en
conoscimiento de Dios y de su fe cathólica. Y con la buena demanda que traemos
permite Dios, criador del cielo y de la tierra y de todas las cosas criadas: porque le
conozcáis y salgáis de la bestialidad y vida diabólica en que vivís, que tan pocos
como somos subjetemos tanta multitud de gente. Y cuando hubiedes visto el error
en que habéis vivido, conosceréis el beneficio que recebís en haber venido nosotros
a esta tierra por mandado de su majestad. Y de bes tener a buena ventura que no
has sido desbaratado de gente cruel como vosotros sois, que no dais vida a ninguno.
Nosotros usamos de piedad con nuestros enemigos vencidos, y no hacemos guerra
sino a los que nos la hacen, y podiéndolos destruir, no lo hacemos, antes les
perdonamos... Y si tu fuiste preso, y tu gente debaratada y muerta, fue porque
venías con tan gran ejército contra nosotros, enviándote a rogar que vinieses de
paz. Y echaste en tierra el libro donde esta la palabra de Dios, por eso permitió
nuestro Señor que fuese abajada tu soberbia, y que ningún indio pudiese ofender al
español.
18 Pizarro no encadenó a su prisionero. Lo hizo sentar a su mesa, le permitiô que
conservara a sus mujeres, su servidumbre, su mobiliario. Pizarro no perdía ocasiôn de
mostrar a Atahuallpa la vanidad de los ídolos y su poca eficacia en la lucha. Le mostraba
la grandeza del verdadero Dios y lo alentaba a convertirse en cristiano.
19 Mientras tanto el oro del rescate prometido por el Inca afluía lentamente a Cajamarca
Dos delegaciones fueron enviadas, una al rico santuario de Pachacamac, otra a Cuzco
para apresurar la recolección. Los meses pasaban sin que los ejércitos indígenas
intervinieran para liberar al soberano. Los autores de la captura del rey, así como los
soldados llegados como refuerzo, se impacientaban. Finalmente Pizarro efectuó el
reparto del oro y de la plata que se obtuvo de la fundición de los objetos entregados
como rescate (16 de julio de 1533). Sin embargo, el Inca no fue liberado. Es que un
cacique de Cajamarca había infonnado a los cristianos que Atahuallpa, desde su prisión,
había ordenado reunir un ejército que debía atacar súbitamente a los españoles y
liberar al soberano. Pizarro, indignado, lo fue a ver y le dijo: “¿Qué traición es ésta que
me tienes armada, habiéndote yo hecho tanta honra como a hermano, y confiándome
de tus palabras?” Atahuallpa negó esas imputaciones pero no le creyeron:
Y [decía] todo esto sin mostrar semblante de turbación, sino riendo, por mejor
disimular su maldad. Y otras muchas vivezas de hombre agudo ha dicho después
que está preso, de que los españoles que se las han oído están espantados de ver en
un hombre bárbaro tanta prudencia.
19
20 Pizarro hizo entonces encadenar al Inca. Pese a ello, éste pudo aún enviar órdenes para
que su ejército viniera a liberarlo con toda urgencia. Pizarro, al enterarse de esas
noticias, hizo proteger el campamento. Un sábado por la mañana unos indígenas
vinieron a decir que el ejército indígena sólo estaba a tres leguas y que atacaría a la
noche siguiente.
Luego el Gobernador, con acuerdo de los oficiales de su majestad y de los capitanes
y personas de experiencia, sentenció a muerte a Atabaliba; y mandó por su
sentencia, por la traición por él cometida, que muriese quemado si no se tornase
christiano, por la seguridad de los christianos y por el bien de toda la tierra y
conquista y pacificación della; porque muerto Atabaliba, luego desbarataría toda
aquella gente, y no ternían tan ánimo para ofender y hacer lo que les había enviado
a mandar.
21 Fue bautizado por Valverde, luego atado a un poste en la plaza y allí agarrotado. Su
cadâver pasó toda la noche en ese lugar. Al día siguiente
los religiosos, el Gobernador, los otros españoles lo llevaron a enterrar a la iglesia
con mucha solemnidad, con toda la más honra que se le pudo hacer.
22 F. de Jerez le reserva esta oraciôn fúnebre:
Así pagó [Atabaliba] los grandes males y crueldades que en sus vasallos había hecho;
porque todos a una voz dicen que fue el mayor carnicero y cruel que los hombres
vieron; que por muy pequeña causa asolaba un pueblo, por un pequeño delicto que
un solo hombre dél hobiese cometido; y mataba diez mil personas. Y por tiranía
tenía subjecta toda aquella tierra. Y de todos era muy mal quisto.
23 Opresión, despotismo, crueldad hacia sus súbditos; intenciones agresivas, perfidia,
traición a los cristianos, insulto al verdadero Dios: tales son, según la crónica de Jerez,
las características de la política interior y exterior de Atahuallpa Ellas hacen de él un
tirano perfecto. Por el contrario, Jérez adorna a F. Pizarro con las virtudes ideales del
príncipe: el valor, la generosidad, la piedad y también la prudencia, la inteligencia, la
firmeza; es aceptado, respetado por la comunidad militar que él gobierna: es él quien
tiene las cualidades que requiere un señor natural.
24 De esta version de los acontecimientos, de esta oposición maniquea, debe resultar una
primera consecuencia: al apoderarse de la persona del Inca Atahuallpa, F. Pizarro no se
comportó como agresor, como usurpador –como podría creerse a primera vista– sino, al
contrario, como caballero protector del pueblo peruano oprimido, como defensor de la
Fe ultrajada, y al hacer ejecutar a este Inca detestable y peligroso, no fue culpable de
regicidio, como podria pensarse, sino que tan sólo recurrió a un indispensable, justo y
liberador tiranicidio.
LA HISTORIA DE LOS AÑOS 1550 Y EL PERSONAJE DE HUASCAR
25 A medida que pasa el tiempo observamos que se opera una transformación de los
cargos y, al mismo tiempo, de los acontecimientos sobre los cuales se apoyan estos
cargos. Los historiadores Gómara, Zárate y también Cieza de León atribuyen nuevos
móviles a la condena del Inca. No acusan a Atahuallpa, como se hacia antes, de haber
convocado secretarnente a un ejército contra los cristianos. Desde entoncesse afirma
que Soto, que fuera enviado a hacer un reconocimiento, en realidad no comprobó
ninguna concentración de fuerzas hostiles en losalrededores, y que cuando llegó al
campamento a tranquilizar a sus compañeros y disculpar al Inca, era demasiado tarde,
pues ya lo habían ejecutado. Los historiadores explican la cruel sentencia con nuevas
20
26 A primera vista, parece que estas nuevas pruebas agregadas al expediente limpiarían al
Inca del cargo de agresión premeditada. Esto es quizá cierto en lo que concierne a
Cieza. Lo es mucho menos en lo que concierne a Gómara y sobre todo a Zárate. Estos
autores debieron tener en cuenta las reacciones escandalizadas e irónicas que sin duda
provocaron en muchos las acusaciones de agresión y de traición dirigidas contra este
soberano que, al fin y al cabo, habían llegado desde muy lejos a acorralar en sus propias
tierras. Su versión de los hechos presentaba, sobre todo, la enorme ventaja de desviar
sobre otros la responsabilidad de la ejecución que incumbía a F. Pizarro. Así Pizarro no
podía ser considerado como regicida Habria sido solamente el instrumento de las
intrigas y de las circunstancias.
27 En cuanto a Atahuallpa, su caso se agrava en las versiones de Gómara y Zárate, que le
atribuyen crímenes no mencionados por los textos anteiores que hemos examinado:
1. Había mandado asesinar a su medio hermano Huascar, de quien se subraya la legitimidad,
fundada en una sucesión conforme a la regla. Los dos historiadores exponen en detalle los
pormenores dinásticos y las pérfidas intrigas de Atahuallpa, desde ese momento culpable de
un regicidio y de un fratricidio. Así aparecen, pues, ultrajadas por el soberano las leyes de la
política y de la moral. Atahuallpa sólo podía ser un usurpador y un criminal.
2. Los dos historiadores introducen la siguiente versión: en tanto que Inca legítimo, Huascar
era, con todo derecho, heredero del imperio y de los inmensos tesoros de su padre Huayna
Capac. Este había legado a su otro hijo Atahuallpa la provincia de Quito. Pero este legado,
producto de unos favores paternos, no tenía valor, mientras que Huascar poseaía
legítimamente el imperio por derecho de primogenitura: podía pretender con todo derecho
anexar la provincia de Quito. Antes de su muerte tuvo ocasión de encontrarse con unos
españoles. Les expuso sus derechos y acusó a su medio hennano de haberse rebelado contra
él “tiránicamente”. También había ofrecido a los cristianos sus inmensos tesoros. Pero por
desdicha, Atahuallpa, aunque prisionero, hizo matar “pérfidamente” a Huascar, cuyos
partidarios hicieron desaparecer el tesoro. Al deshacerse así de Huascar, Atahuallpa no sólo
actuó como criminal, traidor y usurpador sino que también causó grave perjuicio financiero
a los cristianos privándoles de una cantidad de oro y de plata infinitamente más importante
que la que él mismo les había dado.
28 Comprobamos aquí, por lo tanto, que cambiaron los temas que sustentaban los cargos
en contra del Inca con relación a la historiografía anterior. Al tema de la intención de
agresión a los cristianos, lo sustituye el del perjuicio económico; al tema de la opresión
señorial lo sustituye el del regicidio y el fratricidio, que desemboca como el precedente
en el tema de la usurpación y la tiranía. Así se fortalece la imagen retrospectiva de un
Atahuallpa que es imposible incluir en la categoría de señor natural.
21
29 Mientras se discute y se escribe acerca de si fue justa o injusta la condena a muerte del
Inca, los asuntos del procónsul Pizarro van bien; menos de un año después de su
entrada en Cajamarca, el obstâculo de un poder indígena fuerte ha sido barrido. De un
solo golpe han caído dos reyes, uno asesinando al otro –por lo menos es lo que se
afirma–, dos reyes que, legítimos o no, ejercían un poder absoluto en sus territorios
respectivos y con los cuales, si hubieran vivido, no hubiera resultado fácil negociar.
Podemos fantasear imaginando que, durante su visita a la corte de España, en 1529,
donde se encontró con H. Cortés, Pizarro debió oír al conquistador de Mexico explicarle
cómo apoderarse de un imperio, suprimiendo a su soberano. Y ocurre que todo sucede
en Perú mejor aún que con Moctezuma y Cuauhtémoc. ¡La Providencia se encargô de
todo!
30 Pero el Tawantinsuyú es demasiado vasto, demasiado diverso y todavía demasiado
secreto como para que Pizarro pueda tan pronto gobernarlo directamente. Necesita a
un soberano que los indios reconozcan, pero que los cristianos también puedan
manejar. Huayna Capac tiene una numerosa descendencia, se puede elegir. Pizarro cree
encontrar en Tupac Huallpa el títere ideal. Manda coronar a este próncipe (a principios
de agosto de 1533), lo proclama legítimo sucesor de Huascar y señor natural. El nuevo
Inca, en el transcurso de la ceremonia, acepta ser vasallo de Carlos V.
31 Desafortunadamente, Tupac Huallpa muere unos meses más tarde. Pizarro encuentra
otro señor natural en la descendencia de Huayna Capac. Es Manco Inca, coronado en
diciembre de 1533. El dará entera satisfaccióa pero sus buenos y leales servicios son
muy mal recompensados por varios conquistadores que lo vejan, lo ofenden, lo
maltratan. Entonces él huye, reúne un ejército, sitia al Cuzco (6 de mayo de 1536) y
envía tropas para atacar Lima. Poco falta para que la reconquista tenga éxito. Pero es
derrotado y va a refugiarse con su corte y lo que queda de su ejército en las montanas
de Vilcabamba.
32 Se plantea entonces un nuevo problema de hecho y de derecho. El señor natural
traicionó, se rebeló contra su soberano. Y esta vez no esta a disposición de un tribunal,
no logran capturarlo. Sin embargo no cesan de reconocer su legitimidad. El
“gobernador” Pizarro, unos años más tarde, se la concede aún en una correspondencia
oficial. Pero él no se arriesgará más a coronar nuevos Incas, aunque esté dispuesto a
apoyarse en todos los principes indígenas deseosos de colaborar con él. Es ésta la
política que Valverde aconseja a Carlos V (1539): “Para la tranquilidad de este país,
conviene que ya no haya otro señor, o inca, y que los indios sólo conozcan al
Gobernador en representación de su Majestad”.
33 El pequeño reino de Vilcabamba, fundado por Manco, lograba mantenerse y allí se
perpetuaba una dinastía indígena. Manco, asesinado en 1544, dejó su lugar a Sayri
Tupac. El propio Francisco Pizarro había sido asesinado en 1541. Sus sucesores en el
gobierno de la colonia intentaron suprimir pacíficamente el pequeño reino “neo-inca”
como lo llamó G. Rubens. Ofrecieron bienes y honores a Sayri Tupac, quien se
transformó en un cortesano del virreinato. Pero uno de sus hermanos, Titu Cusi, ocupó
el trono y entonces hubo que negociar nuevamente. Este Inca, político astuto, hizo
durar las negociaciones hasta su muerte en 1571. Estas aún no habían concluido cuando
22
el joven Tupac Amaru le sucedió en mayo de ese mismo año. Un nuevo virrey, Francisco
de Toledo, iba a terminar con la existencia del reino de Vilcabamba y con los peligros de
reinstauración que él representaba. Primero Toledo intentó obtener la adhesión
pacífica del Inca Pero circunstancias dramáticas (que séria demasiado largo detallar
aquí) desencadenaron las hostilidades. El 24 de junio de 1572, la ciudad de Vilcabamba
fue ocupada por las tropas reales. El joven Inca Tupac Amaru, hecho prisionero,
compareció ante los jueces en Cuzco. Declarado traidor y rebelde (es decir tirano), fue
condenado a muerte y decapitado en la plaza el 24 de septiembre de 1572.
34 Mientras tanto, desde 1570, dos años antes de la destrucción de la dinastía de
Vilcabamba, Toledo había comenzado una vasta campaña ideologica para probar a la
Península y al mundo los derechos exclusives de España sobre las tierras de Perú. Este
plan, vuelto obsesión, fue conducido sistemáticamente, con obstinación, en todas las
direcciones posibles. En primer lugar, el virrey mandó destruir, tanto como le fue
posible, los manuscritos relativos a la realidad indígena, redactados por autores de
tendencia “indigenista”; organizé a partir de noviembre de 1570 encuestas
(informaciones) sobre el modo de gobernar de los incas, consultando a los ancianos
indígenas; hizo escribir nuevas historias de los incas (Sarmiento de Gamboa) así como
ensayos políticos en contra de Las Casas (García de Toledo: Parecer de Yucay)...
35 Se empeñό, como sus predecesores, en justificar la Conquista. Encargό la redacción de
memorias a sobrevivientes de la empresa, como Pedro Pizarro y Diego de Trujillo. Lo
que deseaba el virrey era una reformulaciόn, ampliada y autentificada, de los viejos
temas del colonialismo militante, es decir, los de la conquista liberadora, evangélica y
del Inca agresor, criminal, traidor, usurpador, opresor, en una palabra, tirano. Algunos
viejos conquistadores, notables de Cuzco, respondieron tal como se esperaba, en una
declaraciόn común en la que pretendían restablecer, contra los calumniadores, la
verdad y el honor de la empresa. Destacamos el pasaje siguiente: “Justo es que se
entienda que en la primera conquista, no peleamos los españoles con ningún señor
natural desta tierra antes con Atabalipa que era tirano y así a usurpado la subcesiόn
tiránicamente a un hermano Guascar ynga”. Nada hay en este párrafo que no haya sido
ya escrito yeinte años antes. Sin embargo, los toledistas acentuaron notoriamente los
vicios y crímenes de Atahuallpa como puede verse en los capítulos 63 y siguientes de la
Historia de Sarmiento de Gamboa
36 Un “historiador” –otra vez Sarmiento– transforma nuevamente las cualidades y el
papel de Huascar. Mientras que este príncipe era presentado por los historiógrafos
anteriores –y por los viejos conquistadores, como acabamos de verlo– como siendo un
señor natural, he aquí que el celo de Sarmiento lo transforma en un tirano. Para
lograrlo le basta con introducir en su libro las dos anécdotas que resumimos a
continuaciόn.
37 A la muerte del Inca Huayna Capac, Huascar es proclamado rey en Cuzco, mientras que
el joven Atahuallpa permanece en la provincia de Quito. La momia del difunto monarca
es transportada a Cuzco; unos nobles la acompañan. Cuando llegan a la capital,
injustamente los acusa Huascar de haber dejado a Atahualpa en Quito para permitirle
que se subleve contra él: llega hasta sospechar que han urdido un complot para
asesinarlo. Los hace torturar y luego matar. Atahuallpa envía a su hermano emisarios
cargados de presentes. Huascar los somete a vejaciones y los envia luego a Atahuallpa.
Algunas fuentes aseguran que los hizo matar. Desde ese momento el nuevo rey de Cuzco
es considerado como un traidor (“auca”) por los Hanancuzco (capítulo 63). Su propia
23
madre le echa en cara sus crímenes (capitulo 65). A estas malas acciones viene a
agregarse un vicio de sucesión: la madre de Huascar no era la mujer legitima (coya) de
Huayna Capac, sino una de sus concubinas (capítulo 66). De esto se desprende,
evidentemente, que no se podía considerar a Huascar como el heredero legítimo del
imperio. Es basándose en estas revelaciones que hacen de Huascar un criminal, un
traidor y un usurpador que Sarmiento puede aplicarle la misma acusación de tiranía
que a Atahuallpa “y así quedó el desventurado Guascar Inga, doceno y último tirano de
los ingas capac del Pirú, aviltadamente preso en poder de otro mayor y más cruel tirano
quel” (capítulo 65), y todavía..Guascar, ingo doceno y último tirano” (capítulo 69).
UN NUEVO ARGUMENTO: LA PROFUNDIDAD HISTORICA DE LA
TIRANIA
y la mentira: el padre –o la madre– de Manco Capac usaron una artimaña para hacer creer a
los indígenas que Manco era hijo del Sol y que debían someterse a él.
2. La dinastía extendió su poder por la violencia: los sucesores de Manco Capac, sobre todo a
partir de Tupac Yupanqui, multiplicaron las conquistas “por fuerzas de armas”.
3. Manco Capac y la mayoría de sus sucesores fueron opresores, a menudo criminales.
4. Los incas alentaron la idolatría (según algunos la introdujeron) y colaboraron con el
demonio.
5. Los incas permitieron que se practicara, o practicaron ellos mismos, los “crímenes contra
natura”, incesto, sodomía, sacrificios humanos... que eran violaciones de la “ley natural”
según santo Tomás.
42 Esta forma de adentrarse en el pasado de los reyes del Perû no procuraba solamente
asentar posiciones teóricas. Tendía también a solucionar un problema político candente
ligado a la existencia de la dinastia de Vilcabamba y, más allá, a otras dinastías posibles.
La “prueba” esgrimida por una cierta manipulación (¡tiránica!) de la historia jurídica y
genealógica, de que ya no había un solo descendiente legítimo de los incas,
descalificaba tanto a la dinastía de Vilcabamba como a otros aspirantes eventuales al
trono peruano. Es a esta última demostración que se entrega Sarmiento de Gamboa al
final de su Historia, que es, en primer lugar, un trampolín en forma de historia
destinado a lanzar esta tesis política.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
BATAILLON, Marcel, 1961 – Un chroniqueur péruvien retrouvé, Rodrigo Lozano. Cahiers de l'IHEAL, 2.
París.
CASAS, Bartolomé de Las, 1958a – Carta a un personaje de la Corte, 15/X/1535 SAE. CX (V). 1958b –
Bravísima relación de la destrucción de las indias... (De los grandes reinos y provincias del Perú).
Ibid. 1958c – Tratado de las doce dudas. Ibid.
CLEZA DE LEON, en Francesca CANTU, 1979 – Pedro Cieza de Leon e il “Descubrimiento y conquista del Perú
”. Instituto Storico Italiano. Roma.
CHAMBERLAIN, Robert S., 1965 – The concept of the Señor Natural as Revealed by Castillan Law and
Administrative Documents. The Hispanic American Historical Review, 19. (Toca casos referentes a
México).
LEVILLIER, Roberto, 1940 – Don Francisco de Toledo, supremo organizador del Perú, III. Buenos Aires.
(“Informaciones” de Toledo).
MENA, Cristóbal de, 1937 – La conquista del Perú llamada la Nueva Castilla. En R. Portas
Barrenechea, Las relaciones primitivas de la conquista del Perú. París.
PLZARRO, Pedro, 1978 – Relación del descubrimiento y conquista de los reinos del Perù. Edición de G.
Lohmann Villena. Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima.
PORRAS BARRENECHEA, Raúl, 1959 – Cartas del Perú. Lima. Contiene: 1) Doc. 55: Hernando Pizarro a la
Audiencia de Santo Domingo, 23/XI/1553. 2) Doc. 86: El Ayuntamiento de Jauja al Emperador, 20/
VII/l534. 3) Doc. 215: Carta de Fray Vicente de Valverde al Emperador, Cuzco, 20/III/1539.
TOLEDO, GARCÍA DE, 1970 –“Parecer de Yucay”. Anónimo de Yucay. Historia y cultura 4. Lima.
VITORIA, Francisco de, 1967 – Relectio de indis o Libertad de los indios. L. Pereña, J.M. Pérez Préndcz...
(eds.) Corpus Hispanorum de Pace. CSIC, Madrid.
XEREZ, Francisco de, 1985 – Verdadera relación de la conquista del Perd. Concepción Bravo (ed.)
Crónicas de América 14, Historia 16. Madrid.
ZARATE, Agustín. Historia del descubrimiento y conquista del Perù. En Historiadores primitivos de
Indias, II. BAE. Madrid.,.
ZAVALA, Silvio A., 1971 – Las instituciones jurídicas en la conquista de América, 2a. ed. Porrúa, S.A.,
México.
AUTOR
PIERRE DUVIOLS
Université de Provence, Aix en Provence
26
1 ¿Es posible estudiar las políticas étnicas en un área tan vasta como la de los Andes
meridionales durante un período tan largo, cuya historia permanece para nosotros en
gran parte ignorada? De esta cuarta parte meridional del imperio inca o Collasuyú que
construirá más tarde, por amputaciones progresivas, el territorìo de la Audiencia de
Charcas (1559) y después el de Bolivia (1825), nuestro conocimiento del universo
indígena sólo abarca el principio y el fin de nuestro período: el segundo tercio del siglo
XVI (Watchel 1971, Barnadas 1973) y la segunda mitad del siglo XIX (Barnadas 1975,
Pémelas 1980). El período colonial estudiado fue prolongado más allá de las fechas
conmemorativas de la historiografía nacional hasta los decretos de puesta en venta de
las tierras comunitarias y de la abolición del tributo indígena (1881-1882) que marcan
una pausa en procesos que venían desarrollándose desde mucho antes.
2 Además, hay que tener en cuenta la amplitud del objetivo. No se pueden separar las
relaciones étnicas de toda la organización social y simbólica que las sostiene, las
condiciona y las conforma. Están tan afectadas por el medio ambiente ecológico, el
acceso a los recursos naturales, las relaciones de trabajo, el reparto de poderes, que
imprimen sus marcas específicas a estos fundamentos, reconocibles entre otras
formaciones socioculturales. Las políticas étnicas remiten al conjunto de las relaciones
sociales y políticas entre todos los grupos indígenas, mestizos o blancos, confrontados
en este mismo espacio. Implican una voluntad oficial esencialmente legisladora, pero
también relaciones de hecho/de fuerza entre los diferentes miembros de una jerarquía
social que se fundamenta, en parte, en diferencias raciales, según la definición bien
conocida de Humboldt. En efecto, estamos en una situación colonial, es decir en un
mundo en el que el trabajo de las mayorías indígenas permite a sus amos, ya sean
ibéricos o criollos, acumular bienes y honores. El estudio de las políticas étnicas es
inseparable del funcionamiento del sistema colonial. Pero tampoco es posible
separarlas de la organización y de las reacciones de la sociedad andina.
3 Antes de examinar el destino de esta última, atrapada en el entrelazamiento de
intereses contradictorios de los europeos, los criollos y los mestizos, definamos
27
LOS ANDES DESDE EL INCA HASTA LA REPÚBLICA: LA
CONTINUIDAD DE LOS ESTADOS
una relación y se modifica según la óptica que se adopte (Annales ESC No. 5-6, Parts,
1978).
5 La integración al Tawantinsuyú modificó profundamente el mapa étnico de toda la
región entre el nudo de Vilcanota y Tucumán. Hoy día podemos indicar según qué
tendencias el mundo aymara-hablante fue reestructurado.
6 En las Tierras Altas (punas), los grandes “reinos” dualistas –ignoramos en qué medida el
dualismo fue introducido o extendido por los incas– que aceptaron la dominación
incaica (lupaqas, charcas, quillacas, todos de mâs de veinte mil unidades domésticas)
fueron respetados, mientras que los que se opusieron fueron aniquilados o deportados
lejos y su territorio invadido por guarniciones “extranjeras” (collas, pacajes y sobre
todo la orilla oriental del Titicaca).
7 Los valles templados y câlidos (yungas) recibieron una colonización multiétnica
destinada a cultivar el maíz y la coca para los graneros imperiales, defender las
fronteras y controlar las etnias locales.
8 Finalmente, a lo largo del piedemonte amazónico (montaña) los incas lograron dominar
a algunos grupos selváticos (chunchos) y construir poderosas fortalezas en media
pendiente. Sólo la llegada al sur de migrantes guaraníes (chiriguanos) puso en peligro el
control incaico de la frontera oriental (ver mapa 1).
9 Cuando en 1538, los Pizarro, acompañados por doscientos españoles y cinco mil indios
de Cuzco dingidos por el Inca Paullu, emprenden la conquista de Collao, chocan con una
fuerte resistencia de los lupaqas y los pacajes y, después, de la confederación charca,
resistencia cuyo fracaso cuesta explicarse (Murua 1613, t. 1, 1962: 215-216). Los
principales “señores” se les unen uno tras otro y ayudan a fundar el primer
establecimiento europeo al sur de Cuzco, La Plata (la actual Sucre) en el valle de
Chuquisaca. Estos primeras contactos son decisivos para el porvenir de la colonización
pues sitúan las relaciones hispano-andinas en su verdadera perspectiva; la actitud
ambivalente de los jefes étnicos, quienes vacilan entre la resistencia y la colaboración, a
lo largo de la época moderna y contemporánea, proporciona una de las claves de la
historia andina, pre y pos-hispánica.
10 Por otro lado, la continuidad entre la empresa despótica inca y la empresa hispano-
colonial, posteriormente republicana, es notable en cuanto a sus fundamentos. El
Estado colonial queda como único propietario de las tierras en virtud de su derecho
eminente sobre los grupos campesinos que simplemente gozan del usufructo. Protector
oficial, él garantiza la integridad de sus súbditos; legisla para la conservación de la
“República de los Indios”. Es el único habilitado para proporcionar la paz, en el interior;
no tolera ningún desorden susceptible de perturbar el orden público (así, se prohíben
los combates rituales) y, en el exterior, si utiliza la fuerza armada contra los pueblos
fronterizos, es para poner fin a sus guerras y discordias. La República no se queda atrás.
Una circular recuerda en 1842 que:
Son de la propiedad del Estado las tierras que poseen los originarios, no debiéndose
considerar éstos sino como una especie de enfiteutas que pagan cierta cantidad al
señor del dominio público por el usufructo... (citado por N. Sânchez-Albornoz 1978:
205, nota 23 con comentario de las memorias de los virreyes).
11 En cuanto al decreto de 1858, considera que “la clase indígena por su condición
desvalida y por su falta de instrucción merece la protección inmediata del gobierno”, y
29
toma medidas para protegerlos de los abusos de las... ¡autoridades! (citado por
Barnadas 1975: 39).
12 En una coincidencia con el Tawantinsuyú, la legislación ibérica se apoya en la misma
vision antropológica del Otro, del Indio:
Decían estos señores de la tierra (los gobernantes incas) que a los naturales de ella
los hacían trabajar siempre porque ansi convenía, porque eran haraganes y bellacos
y holgazanes y que haciéndoles trabajar vivían sanos (P. Pizarro, 1571, BAE,
1963:197).
13 Para el virrey Toledo, la imposición del trabajo “no se puede escusar en esta tierra ni
dejar a la voluntad destos naturales por ser como son de naturaleza y inclinación
holgazanes... (Carta al Rey, 1572, GP t.4: 109).
14 Así la lucha contra los “vicios” de los indígenas (su pereza tanto para el inca corno para
el español, a la que se agregan su embriaguez e idolatría) exige entregarlos al trabajo, a
una incesante labor. única capaz de redimir su mala naturaleza.
15 Esta continuidad de la política indigenista, desde el Inca hasta la República, tiene sus
limites. A diferencia de la omnipotencia estatal. real y simbólica del primero, la
voluntad oficial de los gobiernos posteriores ya no es la única que interviene: debe
soportar las presiones de los intereses a menudo divergentes de sus propios
representantes, de los sectores dominantes de la sociedad colonial, así como las nuevas
exigencias de un mercado de dimensión regional y mundial que influyen en ella,
cuando éstas no llegan a imponerle su propia ley.
16 El mundo indígena padece estos dos imperativos que a veces acumulan sus efectos, y a
veces los anulan; el Estado colonial quiere obtener su fuerza de trabajo para la
metrópoli y para ciertos sectores, teniendo cuidado de que se reproduzca fuera de la
influencia de los colonos; el mercado, por su parte, busca multiplicar el número de
productores y consumidores indígenas al margen de toda coacción comunitaria.
Agreguemos que ninguna política colonial escapa de esta alternativa: o bien aislar a los
súbditos indígenas en su organización étnica y confiarlos a sus autoridades
tradicionales (gobierno indirecto) o a la administración directa (intervención creciente
de los corregidores), o bien, por el contrario, disolver sus especificidades étnicas e
integrarlos individualmente dentro de la sociedad global.
17 La legislatión refleja esas indecisiones. Así, promueve la enseñanza obligatoria del
español a los indígenas (1550) y la obligación para los curas de ejercer su ministerio en
las lenguas locales (1578). La principal cualidad es que esta legislación raramente tuvo
los efectos deseados; hay que tomar en cuenta desde el comienzo la enorme diferencia
que en América separa las (buenas) intenciones del poder central y la práctica efectiva
de las autoridades locales que, muy a menudo, por diversas razones deforman,
posponen o anulan la aplicación de dichas medidas.
18 Finalmente, ¿cabria precisarlo?, la política étnica no depende únicamente de los
representantes del Estado. La sociedad andina está lejos de ser una comparsa muda, a la
cual se puede explotar al gusto, simple protagonista de una “resistencia pasiva” sobre
la cual se ha insistido demasiado. Sufre pero al mismo tiempo reacciona ante múltiples
coacciones, que aprovecha hábilmente para obtener compensaciones que favorecen el
conservar su autonomía.
19 Una vez hechas estas observaciones generales, parecerá irrisorio pretender desenredar
los hilos de las complejas relaciones, pues es considerable nuestra falta de
30
20 Las políticas étnicas difieren según se apliquen a los grupos campesinos de las tierras
altas, integrados y sometidos al Estado desde lejanas épocas o a los grupos locales de las
Tierras Bajas orientales, igualitarios y dispersos, que rehúsan toda sumisión.
En los Andes: la competencia en torno a la captación colonial
Mapa 2. Los señoríos aymaras (mapa establecido con base en la lista de los mitayos de
Capoche).
FUENTE: “El espacio aymara”, de T. Bouysse-Cassagne, Annales ESC no. 5-6, 1978: 1058.
33 En las primeras décadas, los indígenas sufrieron el mayor núméro de guerras civiles y
de “entradas” por la fuerza por los jefes militares. Varios miles de indígenas mueren al
cruzar la cordillera chilena (1535), miles más en el doble descenso del Madre de Dios en
1538 (Barnadas 1973: 42-50), un millar de hombres charcas que parten hacia el Río de la
Plata en 1544 “que no volvió ninguno” (Loredo 1948: 150), y también con Toledo ellos
pagan un tributo de medio millar de muertos a lo largo de la campana chiriguana
(Memorial, op. cit.: 23).
34 Los tributos (tasas), aunque incrementados y de naturaleza diferente, formaban parte
del horizonte campesino. Las comunidades siempre vieron en ellos la más segura
garantía de sus derechos a la tierra y todavía en el siglo XIX preferían pagarlos a
cualquier reforma que pareciera amenazarlos (Sánchez-Albornoz 1978: 204). Tres
formas de renta podían ser combinadas: en trabajo (servicio personal), en plata
(extracción del metal de las minas) y en productos (excedente agrícola convertido en
mercancía/dinero). La mano de obra conservaba suficiente flexibilidad como para ir a
explotar las minas o los campos comunales, según fueran las exigencias del Estado y/o
del encomendero. Cuando la monarquía intentó limitar los abusos más escandalosos, en
especial sobre los servicios personales, rápidamente quedó de manifiesto su
impotencia. Las leyes que prohibían el traslado de los indígenas (1536, 1549), su
reclutamiento forzoso para la construcción de iglesias (1549, 1550) o en las minas,
demoraron un siglo en rendir sus frutos.
35 Las más altas instancias gubernamentales estaban conscientes de la falta de eficiencia;
así lo expresa el preámbulo de una nueva Real Cédula enviada a las Audiencias contra
los servicios personales (2/XI/1563):
...a nos se a hecho relatión que aunque la nuestra cedula suso incorporada (22/XI/
1549) a venido a vuestra noticia y la teneis en vuestro poder no solamente no la
haceis ejecutar ni cumplir pero dais lugar a que muchos encomenderos tengan en
sus casas cantidad de indios de que se sirven personalmente (...) en lo qual son de
peor condición que si fuesen sus esclavos pues a los esclavos les dan su comida
necesaria... (citado por Barnadas 1973: 319; otros ejemplos: 318 nota 387).
36 Más de tres siglos más tarde una resolución del Ministerio de Gobierno de La Paz (27/I/
1891) nos informa que:
No puede exigirse por ninguna autoridad política, judicial o eclesiástica otros
servicios fuera de los (de postas y conducción de pliegos oficiales) que se han
determinado anteriormente (Bonifaz 1953: 458).
37 Los funcionarios oficiales ya casi no se hacían ilusiones. Los oficiales reales de Potosí en
1564 denuncian al Consejo de Indias los abusos de los comerciantes, ayudados por los
ediles, que cobran precios exorbitantes a los indígenas:
Sin aver quien los desagravie por ser todos de una liga y opinión que como cada uno
en su modo de vivir tiene necesidad de ayudarse de los yndios no osa quando le
cabo ser alcalde o regidor desagradar a los pasados o por venir porque hagan lo
mismo con ellos (citado por Barnadas 1971: 320).
34
38 ¿Qué les queda por hacer a los legisladores para remediar taies corrupciones? ¡Una
nueva ley! De esta manera la inflación legislativa acelera la obsolescencia de las
medidas protectoras. Los indígenas mismos, por otra parte, no eran insensibles a esta
plétora reglamentaria en su favor. Para hacer reconocer sus derechos, ellos no dudan
en lanzarse a procesos sin fin portadores de una esperanza no menos infinita. Es Polo
de Ondegardo quien denuncia los efectos devastadores de esta manía pleitista, pero es
Toledo quien a este respecto nosentrega el testimonio más asombroso:
.. en seguimiento de cualquier pleitecillo iban e venian del repartimiento a las
audiencias en cuio distrito caían hormigueros dellos y gastavan sus haciendas con
procuradores letrados y secretarios y dejaban muchos dellos las vidas e iban tan
contentos con un papel aunque fuesen condenados como si salieran con el pleito
(Memorias en BAE, t. 280, 1978: 140).
39 ¿Cómo interpretarlo? ¿Hay que ver en esto una bendición para la numerosa gente de
justicia, defensores, abogados, escribanos que giran alrededor de la órbita de la
Audiencia y viven de pleitos de indios? ¿O una astucia de la razón colonial que incita a
disputar, a prolongar los pleitos con gran costo de los que demandan justicia? Me
inclinaría más bien a ver un comportamiento andino particular frente a la culpa, el
juicio y el castigo que un enfoque psicoanalítico podría dilucidar. La carta de los
caciques de Chucuito a Felipe II (2/IX/1597) es prueba de la esperanza casi mesiánica de
los indígenas ante toda legislación oficial (MP, t. 6, Roma, 1970: 444-451).
40 Pero durante este tiempo, la demanda creciente de mano de obra por parte de los
diferentes sectores españoles torna caduca la minuciosa organización toledana del
trabajo indígena. Las epidemias de 1589-1594 la habían afectado. Los indígenas de la
puna que huyeron a los valles ya no regresan a prestar su trabajo agobiador en Potosí.
Los corregidores locales los utilizan para su servicio, o los arriendan a los
terratenientes chacareros, que son los futuros hacendados. La Audiencia debe enfonces
dirimir entre los diferentes solicitantes de brazos. Al principio la explotación minera
sigue siendo prioritaria y los caciques de las punas obtienen permiso para ir a la costa o
a los valles a recuperar a sus fugitivos (Saignes 1985). Pero muy pronto la Audiencia
comienza a defender los intereses de los terratenientes, sobre todo los de los valles
cercanos. Por eso no nos asombra ver cómo la Audiencia denuncia los abusos que
sufren los indígenas en las minas:
La racon de huirse y ausentarse estos indios de sus pueblos e yrse a esconder en
chacaras quebradas y guaicos y a otras partes es por huir de los malos tratamientos
y trabajo intolerable que reciben en el servicio y labor de las minas de Potosi... (17/
XI/1611; AGI, Charcas 19).
41 Al año siguiente la Audiencia explica por qué no se pudo recuperar a los indígenas
ausentes: “Seria destruyr las chacaras y faltar los mantenimientos” (1/111/1612;
ibidem).
35
Total de tributarios
46 De hecho los valles pierden casi tantos “originarios” (–55%) como las punas (–72%). La
gran diferencia proviene de la instalación masiva en los valles cerealeros de Charcas de
migrantes procedentes de todas partes (entre Cuzco y Tucumán).
47 Como consecuencia de este censo, el virrey ordenó la inscripción de todos los
“forasteros” en la aldea de residencia donde deberían, de ahí en adelante, pagar el
tributo. La evolución de las relaciones étnicas tiende al relajamiento de los lazos
personales que canalizaban muchos intercambios materiales y simbólicos. Es dentro y a
través de los valles que comienza este proceso que vuelve homogéneos a los grupos
étnicos que se funden a desigual velocidad según las regiones y su grado de coherencia,
en el seno de un campesinado indiferenciado en el piano social esta vez. La
simplificación de las categorías fiscales basadas ahora en un criterio de acceso a la
tierra en el siglo siguiente lo confirma: a los originarios, forasteros (o agregados) y
yanaconas se agregarán los urus y vagos, grupos al margen del sistema. Finalmente, en
1882, una ley abolió el tributo en beneficio de una “contribución territorial de los
indígenas” (Sánchez-Albornoz 1978: 211-215). Pero la situación de las comunidades
rurales y de la apropiación de las tierras era completamente distinta.
37
creciente diferenciación social interna. Entre los dos status extremos del siglo XVI, los
caciques por un lado y los yanacoms por otro, aparece una infinidad de status
intermedios de fortuna y prestigio desiguales según el grado de arraigo, de acceso a las
parcelas, a actividades complementarias (mercantiles, artesanales) y a redes de alianzas
verticales (compadrazgo).
Las Tierras Bajas: fronteras de guerra y puestos misioneros
53 Entendemos por “Tierras Bajas” el inmenso hinterland amazónico que abarca toda la
cuenca superior del Madeira habitada por grupos selváticos, llamados “salvajes” (antis,
chunchos) por las poblaciones andinas. Por el contrario, el piedernonte occidental
forma un desierto costero recorrido por algunos pescadores y recolectores locales y por
caravanas venidas de lo alto. Sólo consideramos aquí la vertiente oriental, ¿Sobre qué
bases se establecen las relaciones étnicas?
Un contexto defensivo, una expansión marginal: el caso de Santa Cruz
diluían (de 50 000 indígenas censados en 1561, quedaban 3 000 en 1604). El relativo
alejamiento de la ciudad y la inseguridad de los caminos hicieron que pocos agentes del
gobierno central vinieran a verificar la aplicación de las leyes. Cuando el primer
inspector de la Audiencia de Charcas llegó en 1604, descubrió con horror todos los
excesosque engendraba este aislamiento. Trató especialmente de reformar tres: las
razzias, las vejaciones personales y el trabajo de las mujeres. No escatimó sus críticas.
Así, dijo de las razzias.
... si alguna vez se ha dado titulo a las salidas que se han hecho de que se yva a hacer
algun castigo o conquista a los yndios de guerra solo ha sido para dar en los de paz y
recoger parte dellos quitando mugeres a maridos y hijos apadres... (5/X/1604) (ACSC
1977: 118).
57 Comprueba también que los encomenderos no se contentaban sólo con aprovechar los
servicios personales, lo que fue tolerado por la Corona, debido a la pobreza de la región,
sino que también continúan percibiendo los antiguos tributos en productos (ibidem:
126). Finalmente se opone a la molienda del maíz por parte de las mujeres:
... para dar vasto a una casa de cinco o sers personas es menester quatro o cinco
yndias que pilen mucha parte del día y lo que es peor es que lo mas se pila de parte
de noche como me consta asi en esta ciudad (...) donde he oydo de noche y a horas
extraordinarias el ruido de los dichos morteros y pilones... (ibidem: 123).
58 Ordena la destrucción de los morteros y sus mazos y su sustitución por el batán andino
(instrumento con palas para golpear los granos) y, a largo plazo, por molinos
hidráulicos. Reglamenta la duración del trabajo en los molinos de azúcar (ingenios), en
los campos y en las casas de los españoles, las expediciones armadas, los salarios. Pero
este esbozo de legislación social en favor de los indígenas tiene pocas repercusiones,
pues los servicios personales se prolongan hasta el siglo XIX y las expediciones
también. Los jesuitas y otros inspectores harán las mismas denuncias. El obispo de
Santa Cruz prefería permanecer en su residencia de Mizque. “Este es una tierra donde
no conocen ni a dios ni la inmortalidad del alma” exclamé en 1666 el presidente de la
Audiencia cuando se enteró del asesinato del gobernador por sus súbditos crucenos;
temía que el juez comisionado ni siquiera pudiera realizar la investigación (AGI, Charcas
22).
59 Vemos ahí la especificidad del mundo cruceño en la Bolivia colonial: agresiva franja
pionera, también combinaba formas feudales en las relaciones sociales. La familia
patriarcal de las grandes “casas” locales estaba integrada tanto por la clientela mestiza
como por los servidores indtgenas o los esclavos negros. El modelo de G. Freyre para el
noreste brasileno reviste aquí aspectos más rurales y arcaicos. Pero las relaciones
interétnicas se modifican con la intervención de los misioneros.
La reducción evangélica
72 En la misma época, los jefes lupagas se lamentan que “de ir a potosi se les pierden
muchos indios porque se quedan por allá” (Visita 1964: 19).
73 Sin idealizar la vida en Potosf –estas observaciones conciernen a la primera etapa de la
explotación minera favorable a los indígenas– hay que revisar el estereotipo del Cerro,
“tumba de indios”. En la alimentación de la población minera dos productos, antes
reservados a las élites indígenas, se imponen masivamente: el maíz y la coca. El primero
en forma de “cerveza” (chicha), el segundo en forma de hojas que se mascaban, cuya
ración se renovaba en el curso del día. Muy pronto las cantidades transportadas desde
los Andes orientales y los valles interiores y los beneficios comerciales logrados
alcanzan cifras considerables, superiores a las de las actividades mineras. “¡Sin coca no
hay Perú!” exclama Matienzo (op. cit. : 164). Todo el ciclo minero llega a depender de la
capacidad de consumo del mundo indígena. En este sentido, se puede hablar de una
especie de “democratización” del maíz y de la coca a partir de los centros mineras y
urbanos.
74 Los excesos no se hacen esperar y los propios afectados evalúan sus efectos:
Antiguamente dicen que todos vivian mas regladamente que agora porque no
abundaban de las cosas que agora ni tenian las ocasiones que agora tienen de comer
y beber y otros vicios (RGI, op. cit.: 330).
75 La misma declaración señala la introducción del “vino” que se expande rápidamente.
En Charcas, medio siglo después, su uso se ha impuesto:
Son muy amigos del vino y aunque tienen su bebida de la chicha, hecha de maíz,
mucho más estiman la del vino y en sus pueblos entran grandes partidas de él, que
toda se consumen y gastan (Ramírez de A., Noticias Políticas,.. (1639), Sucre, 1975:
131).
76 Algunas prendas de la vestimenta europea también se adoptan rápidamente, taies como
los sombreros y los zapatos, signos de proinoción social (en 1956, los caciques-
gobernadores y los capitanes de mita piden que ya no se usen los zapatos y se regrese al
“traje antiguo”). Ciudades y minas cristalizan pues las nuevas “necesidades” del mundo
indígena. Pero estos productos penetran en las comunidades al amparo de una práctica
abusiva, el “repartimiento de bienes”. Los corregidores imponen a los caciques la
compra de cierto número de productos (como vino, mulas, vestimentas, y otros
totalmente inútiles) que deben vender a su gente. Esta “comercialización forzada”,
odiada por los indígenas y que provoca tantos disturbios en el siglo XVIII, los obliga a
integrarse al mercado colonial.
77 Las ciudades ofrecían otras maneras de romper con los lazos comunitarios. Es así que
los caciques pacasas se quejaban de que:
Las indias viudas y solteras se ausentan de sus pueblos y provincias con hijos que
tienen y se retiran a los lugares populosos (villas y ciudades) donde se hacen
cofrades y mayordomos y (...) los hijos varones les dan a los religiosos (...) y los
aplican a otros ofïcios mecanicos de sederas sastres y zapateros y de ese modo los
convierten en yanaconas libres (AGI, EC 868 A; año 1663).
78 Para Charcas, un cronista anota que los indígenas no dudan en aliarse con los
españoles:
Procuran su fabor lo cual los hacen compadres y les dan sus hijos para que les
sirvan y estan tan mezclados y eslabonados que hay muchos mestizos y algunos
españoles se casan con indias (Ramírez, op. Cit.: 131).
44
80 Ante este dominio creciente de la ciudad sobre sus contornos rurales, decrece,
paralelamente quizá, el de los caciques sobre sus súbditos. A partir de la segunda mitad
del siglo XVI se había impuesto el tema de la “tiranía” de los caciques, campaña
toledana contra los “senores naturales”, pero, también, la denuncia de un Poma de
Ayala contra los caciques explotadores de indígenas, quienes habrían surgido a raíz de
la desaparición de los antiguos “caciques de sangre” legítimos. Como lo subraya N.
Sánchez-Albornoz (1978: 99), la situación del cacique, “pieza maestra”, resultaba muy
poco cómoda, pues a la vez debía dar satisfacción a las exigencias de los diferentes
sectores dominantes de la sociedad global y al mismo tiempo encargarse de la
reproducción comunitaria. Esto es lo que intentaron, con mayor o menor éxito, pero
hay que precisar que, en el transcurso de las décadas, su margen de negociación se
volvió cada vez más estrecho, por no decir que nulo.
81 Hemos mencionado cómo algunos caciques regionales (los de quillacas o de los
yamparas) o locales (los de Pomata entre los lupagas, de Machaca entre los pacajes)
habían logrado conservar o extender sus fortunas y su prestigio gracias a atinadas
operaciones comerciales, complementadas con compras de tierra y/o con la
transformación de algunas tierras colectivas (notoriamente las de los mitimaes ) en
haciendas personales (Murra 1978; Rivera 1978; Choque 1978). Disponían también en los
puertos y las ciudades de una red de agentes comerciales, de apoderados y de bellas
viviendas-almacenes. Estos éxitos económicos van acompañados de una mayor
resistencia étnica de sus pueblos. En el caso opuesto, los fracasos patentes de otros
caciques (los de Tihuanaco, Guaqui, por ejemplo) son pruebas de un proceso contrario:
se vieron obligados a alienar el patrimonio territorial, fueron remplazados y sus
pueblos invadidos por los no-indígenas. En fin, también es cierto que otros
aprovecharon la coyuntura colonial y la complicidad de las autoridades locales para
enriquecerse a expensas de la comunidad. Una investigatión secreta efectuada en
Potosí en 1690 entre los “capitanes de mita” reveló algunos de estos abusos:
ocultamiento de tributarios, percepción de sumas excesivas, empleo forzado de
indígenas, usurpación de las parcelas de los ayllus para arrendarlas o venderlas. En su
análisis, N. Sánchez-Albornoz (1978: 99-107) plantea la hipótesis de un “cambio” de los
caciques “hacia un frío proyecto Je ascension individual por la riqueza”. ¿En qué
medida se pueden separar la fortuna Personal de los caciques, el pago de las
contribuciones y los intereses comunitarios? Se requieren minuciosas investigaciones
locales.
82 Hay que diferenciar los períodos, matizar en el tiempo estas situaciones. Es posible que
a la larga los caciques tuvieran que acceder a las exigencias de los curas y corregidores,
que también necesitaban esa mano de obra. Desde el siglo XVII perdieron la batalla en
45
los valles. Só1o se dedican a reclamar los impuestos, puesto que no les queda más que
extorsionar a sus súbditos. Muy pronto su cargo pasa a manos de los mestizos y hasta
de los españoles. El problema llega a su vez al sector oriental del Altiplano y en 1802, los
indígenas de Carabuco exigen que:
Se pongan caciques indios en lugar de los chapetones, mestizos, cholos y mulatos
que con el nombre de españoles nos tiranisa (Arce 1978: 1-41),
83 Según los casos, pues, se produce una diferenciación mayor, los caciques se integran a
los estratos superiores de la sociedad colonial o por el contrario, sufren un
desplazamiento de clase y se ven reducidos a la condición de simples indígenas. Sus
divisiones ante los levantamientos de 1780 y en las guerras civiles de independencia
reflejan la variación de los intereses y de los estatutos. El 29 de agosto de 1825 se
ordenaba en La Paz la aplicación del primer decreto bolivariano (Cuzco. 4/VII/1825)
declarando “extinguidos los títulos y autoridad de los caciques” (Bonifaz 1953: 1-4).
La ofensiva anticomunitaria
84 Es pues difícil separar el destino étnico de los indígenas bolivianos del de sus
representantes. La decadencia de estos últimos remite también a importantes
mutaciones que dejan su huella en el campo andino. Hemos visto anteriormente cómo
las ciudades y las minas al atraer grandes proporciones de campesinos y al
emanciparlos de sus ataduras contribuían a socavar la coherencia de los grupos locales.
Esta vez, se trata del propio sector hispano-mestizo que se instala en el corazón del
mundo rural. Y esto, a pesar de la prohibición oficial a los no-indígenas de residir en los
pueblos indígenas (1563, 1586). Es indispensable, por otra parte, saber si después de la
reducción toledana, los pueblos indios fueron efectivamente ocupados por los
indígenas. Lo ignoramos por completa. Se puede admitir que la gran mayoría
permaneció en las estancias circundantes y no acudían al pueblo nada más que en las
grandes ocasiones (asambleas, ceremonias, entrega del tributo).
85 Lo que es cierto es que los españoles y los mestizos muy pronto ocuparon las casas
abandonadas y la plaza central de la reducción, proceso que afecta primero a los valles.
Hemos detectado algunos casos en el valle de Aracaja. En Ambana, en 1603, ya eran
numerosos, y en 1 793 ya ocupan toda la aldea y los únicos indígenas presentes eran los
de servicio (Saignes 1985, cap. 7). En Charazani, en 1618, 23 españoles “residentes”
firman una petición: esta proporción resulta fuerte si se piensa que en la aldea no vivía
más que una pequena parte de los 300 tributarios locales (AGI, Lima 152). Por otra
parte, los registros parroquiales nos hablan del arraigo de esos recién llegados: en los
siglos XVII y XVIII se consignan numerosos casamientos con mujeres indígenas así
como alianzas rituales. Estos hechos arrojan una nueva luz sobre la profundidad de las
relaciones sociales y de la integración étnica en el campo. Los pueblos de indios se
vuelven centras de mestizaje, así como puntos de penetración de la sociedad global en
el mundo indígena rural.
86 Sólo quedaba por aniquilar las comunidades. Hoy conoccmos mejor la larga lucha
contra las formas comunitarias de acceso a la tierra, en la Bolivia del siglo XIX
(Barnadas 1975: 37-55; Sánchez-Albornoz 1978: 203-215; Démelas 1980: 147-163). Desde
los decretos bolivarianos abolidos por el Congreso en 1827 hasta la ley de 1874 cuyo
nombre “ex-vinculación de las tierras de comunidad” es explícito, pasando por el
episodio de la venta de Melgarejo (1866-1871), la ofensiva republicana tan sólo se
iniciaba. Alcanzaría su mayor intensidad en las décadas siguientes.
46
En las Tierras Bajas: explotación y masacres
martirio de los grupos amazónicos, siendo difícil decir qué episodio, qué comarca o qué
época se llevó las palmas de horror. El engranaje de las provocaciones-represiones
servía para justificar cualquier batida. Basta con que los indígenas osen vengarse o
reclamar sus tierras y se liquida definitivamente el problema indígena. A veces este
pretexto ni siquiera es necesario. El coronel Fawcett recorriendo el río Beni relata este
elocuente episodio:
Un suizo y un alemán pertenecientes al Personal de una barraca situada algo más
abajo de la confluencia del Madidi habían efectuado recientemente una dura
expedición contra los salvajes. El poblado de estos fue destruido, los hombres y las
mujeres asesinados y los niños muertos por el procedimiento de estrellarles la
cabeza contra los arboles. Los expedicionarios retornaron con un botín de ochenta
canoas jactándose públicamente de su proeza. Las únicas razones de aquel ataque
consistían en habían sido vistos por las cercanías algunos indios mansos que les
hizo temer un asalto a la barraca. Me dijeron también que algunos de aquellos
“guerreros” consideraban como una gran diversion el lanzar los niños al aire para
recogerlos en las puntas de sus machetes. Todas las personas decentes que
habitaban en las riberas se escandalizaron del suceso y también el gobierno, pero
no se hizo nada para castigarlo (Expediciones 1974: 72-73).
La invasion mestiza
92 Las aldeas misioneras que habían podido, en su conjunto, amortiguar el choque del
frente pionero pierden esta función protectora. Ya los franciscanos tenían más
dificultad para resistirlo. A pesar del concubinato que se establecía entre los soldados
crucenos y las mujeres chiriguanas de las misiones, debían reconocer con amargura la
necesidad de una presencia militar: “No podemos vivir ni con ellos ni sin ellos”.
93 En toda la montaña, se efectúa un lento descenso de una población dispersa y mixta,
quechua, aymara, mestiza, que se instala en las orillas de los rífos e inicia la plantación
de parcelas de cacao, café o caña de azúcar, intenta la explotación de yacimientos
auríferos. En los llanos, a pesar de los intentos de control de la administración civil, los
mestizos se instalan en las antiguas reducciones de mojos y chiquitos, invaden la plaza
central y expulsan a los indígenas hasta la periferia a semejanza de lo que sucede en los
pueblos and inos. Es así que las misiones vueltos ilusorios refugios contra el frente
pionero, le proveen una mano de obra mâs accesible. Los diarios denuncian esta forma
de traficar: las autoridades del Beni venden los indígenas a los seringeiros brasilenos, los
neófitos de las misiones de Apolobamba son vendidos a quienes explotaban la quina y el
caucho (citado por D. Démelas 1980: 142).
94 La disminución de la población indígena se explica sin dificultad. D’Orbigny, quien
recorrió buena parte del Oriente, la estima en unos cien mil habitantes en 1830. En
1909, el franciscano N. Armentía, otro gran explorador de estas comarcas, siendo ya
obispo de La Paz, deplora la desaparición de los indígenas como una fatalidad biológica:
El simple contacto con el blanco produce entre ellos innumerables víctimas de
enfermedades, en especial de viruela, catarre, diarreas y disenterías. ¿Quién sera
capaz de contar el número de misiones fundadas en diversas épocas al Oriente de
los Andes? ¿Qué se han hecho? La mayor parte ha desaparecido y en alguna que
otra, después de desaparecida la raza primitiva, ha sido remplazada por la mestiza.
Pero es evidente que la raza india tiende a desaparecer (7/VII/l909; Misionalía
Hispánica, año VIII, No. 45, Madrid, 1961: 371).
95 Modo de razonamiento tautológico: se dan razones precisas –“el simple contacto..– para
un fenómeno ¡y luego se llega a la conclusión de que su desarrollo es inevitable! Como
48
99 Una última observación. Hasta ahora sólo nos hemos referido a las diferentes relaciones
de los indígenas entre sí y con los otros sectores no-indígenas a través de las prácticas
socioeconómicas, sin hacer más que contadas alusiones a la imagen del “Otro” y a los
prejuicios raciales que subyacen en ciertos comportamientos. Queda por establecer la
historia de la representación del “Otro”, inseparable de las conductas concretas, pero
para ello haría falta otro capítulo que no puede ser abordado aquí. Al término de
nuestro período, la segunda mitad del siglo XIX, quisiéramos más bien bosquejar
algunas reflexiones sobre el estado de las relaciones étnicas.
100 Hemos dicho, al principio de este artículo, que la política colonial oscilaba
generalmente entre dos tendencias, el aislar la fuerza de trabajo indígena o, al
49
104 Esta breve pero densa reseña de la evolución de las poblaciones indígenas confrontadas
a los colonos europeos, a los mestizos y a los criollos de esos tres a cuatro siglos plantea
más interrogantes de las que resuelve.
105 Para mayor claridad en nuestra exposición, hemos distinguido dos corrientes que se
enfrentaron a lo largo de la colonización, una que expresaba una voluntad protectora y
50
106 Una segunda observación es que nos hemos referido muy poco a los fenómenos étnicos
y culturales corno taies. ¿Cómo asir el fenómeno tan evanescente de la identidad
étnica? Sólo la investigación de campo permitiría una aproximación. Nuestra
documentación históric a obliga a remitirse a los mecanismos de las relaciones
intercomunitarias y a los marcos espaciales e institucionales que les sirven de soporte.
En nuestra opinion la pertenencia étnica es inseparable de la coherencia social. De
hecho, fue necesario elaborar un bosquejo de sociología bistórica de de Bolivia colonial.
Dadas las pocas indicaciones sobre el estado de cohesión/desintegración de los grupos
étnicos, recordemos las etapas y los ejes de ruptura, respondiendo así a la última
pregunta de la introducción: ¿se puede periodizar en e! tiempo y en el espacio tal
evolución?
51
107 El desmembramiento afectó en primer lugar a las unidades que abarcaban más
elementos y prosiguió con el estallido de las unidades cada vez más pequeñas; los
señoríos dualistas se escinden y pierden generalmente sus colonias más lejanas, luego a
su vez las “mitades” en provecho de los grupos locales (marka). En esta fase, cabe
observar cierta estabilización en el marco de las reducciones, que en los siglos XVII y
XVIII se basa en una identificación del repartimiento (unidad fiscal) –cabecera
(capital)– doctrina (parroquia). En el momento de la creación de las intendencias a fines
del siglo XVIII, unas aldeas residenciales, anejos o “vice-parroquias”, son elevadas a la
categoría de pueblos. Después de la independencia numero sos ayllus y estancias se
separan de los pueblos y forman nuevos cantones. De diferenciado y articulado, el
espacio indígena se vuelve indiferenciado y fragmentado. Las pirámides étnicas del
siglo XVI son sustituidas por un reguero de “comunidades” separadas.
108 A nivel regional, este proceso se efectúa a una velocidad irregular. Afecta primero a los
valles y en las Tierras Altas las regiones del norte y del este lo padecen mucho antes que
las del sur y del oeste. ¿Cómo explicarlo? Hay que hacer intervenir las coacciones
ecológicas, los recursos agropecuarios, el impacto de la remodelación inca, las
divisiones administrativas (en el sur punas y valles se encuentran en el rnismo distrito)
y las modalidades de inserción en el mercado colonial (situación con relación a la ruta
Potosí-Lima, acceso al trabajo asalariado en las ciudades y en las minas...). Todo sucede
como si a los Andes meridionales los atravesaran tres ejes longitudinales de ruptura:
dos que separan las Tierras Altas y centrales de “sus” valles y de las vertientes pacffica
y amazónica, y otro en la línea media (a lo largo del eje Titicaca-Potosí) que divide los
sectores este y oeste. Ya hemos esgrimido los motivos de la desintegración de los valles,
mientras que la del sector oriental debe relacionarse con una mayor fragilidad
estructural (“inferioridad” de los omasuyos en el antiguo dualismo aymara, ver Bouysse
1978) y con los sucesos represivos Ilevados a cabo por los incas (ver mapa 3).
109 Las presiones coloniales se ejercieron en primer lugar en las zonas de mâs débil
cohesión étnica. Ponen de manifiesto una larga y lenta inversion. Desde el siglo XVI al
XVIII, el rnundo indígena se articula dentro de un relativo equilibrio alrededor de
Potosí, de las haciendas y de los ayllus, mientras que una fracción se amestiza a nivel
social o biológico en ciudades y minas. Desde el siglo XVIII al siglo XX, es el poder
criollo y mestizo el que se implanta profundamente en el campo, unido por una cadena
de intereses articulados a la sociedad global (oligarquías mineras, comerciales y
territoriales) mientras que el mundo “indio” se encuentra dividido y aislado en las
comunidades y haciendas, como pequeho productor parcelario. Si la alienación consiste
en la supresión de las soluciones (o alternativas) de sustitución por un grupo dado,
como lo sugiere el sociólogo H. Favre (Congreso de americanistas de Paris 1976),
podemos decir que el campesinado andino se vio poco a poco relegado a una ûnica
condición, la de “indio”, tal como lo definía precisamente la sociedad criolla y mestiza
en ese moment o (último tercio del siglo XÏX).
110 Frente a este espejo deformante, a este clisé fijado de una vez por todas e impuesto por
los “otros”, ¿qué sucede con la conciencia étnica de los propios interesados?
Disponemos solamente de dos tipos de testimonios. El de las élites cuando reivindican
el reconocimiento de sus títulos y calidades, como los cronistas Huamán Poma y Santa
Cruz Pachacuti que reivindican sus raíces en la nobleza regional. De igual modo los
grandes “señores” del Charcas meridional reiteran la pretensión de tener bajo su
jurisdicción al conjunto de sus sûbditos. Pero, ¿qué sucede a partir del siglo XVII
52
regula gran parte de las relaciones sociales (luchas rituales, acceso –colectivo o
individual, directo o indirecto– a los recursos complementarios de los valles).
116 Por otra parte, la multiplicación de las categorías migratorias (forasteros, yanaconas: en
la segunda mitad del siglo XVII, más de la mitad de las unidades distintas de las de su
ayllu de origen) no traduce automáticamente una “ruptura” de los lazos étnicos como lo
deducen C.S. Assadourian (1982) y N. Sánchez-Albornoz (1982-1983) de los censos de
1645 y 1683-1684. Los desplazamientos geográficos y los cambios juridico-fiscales
pueden remitir a nuevas tácticas de evasión fiscal y de control de recursos lejanos.
Estudié las vicisitudes del vínculo “vertical” entre pobladores de puna y de valle a
través de los valles orientales del Collao (artículos escritos entre 1978 y 1985, reunidos
en un libro editado en Cochabamba en 1985). Revisé la ingente literatura colonial sobre
el “ausentismo y fugas en el debate sobre la mano de obra indígena (1595-1665)” en un
artículo publicado por el Jahrbuch für Geschichte. .. Lateinamerikas (Colonia, t. XXI,
1984);luego estudié algunas interacciones entre “ayllus, mercado y coacción colonial”
(presentado en un simposio sobre “Mercado y campesinado” en Sucre, 1983, por
publicar en Cochabamba, 1986) y por fin “los movimientos étnicos en Charcas” del siglo
XVII (Revistaandina, No. 6, Cuzco, 1985). Si no se produjeron sublevaciones de gran
envergadura después de la reorganización toledana que empeoró las obligaciones
laborales indígenas, fue en parte por el control de los grandes caciques hereditarios,
quienes supieron negociar ventajas, y por la movilidad generalizada que animó al
campesinado andino. Pero sus implicaciones siguen en debate: al establecer
correlaciones entre los criterios de origen geográfico –el pago (o no) del tributo y las
alianzas matrimoniales, tal cual aparecenen la “Numeración del Duque de La Palata”
(1683-1684)–,se sospecha que parte de los “migrantes” mantienen lazos (cuya
naturaleza, y los derechos/obligaciones consecutivos, quedan por determinar) con las
comunidades de origen, mientras otra parte escapa (¿definitivamente?) arraigándose
en los centros de acogida. Tocará a un recuento minucioso (mediante tratamiento
informatizado) establecer qué porcentaje corresponde a una y otra situación,
pormenorizando los resultados por pueblos, provincias, categorías tributarias y
demográficas (edad, sexo, estado civil).
117 Los aportes historiográficos recientes no conciernen directamente al tema de las
relaciones interétnicas pero analizan los marcos económicos, sociales e ideológicos en
los cuales se inscriben. Los ha revisado H. Klein a través de una útil síntesis
bibliográfica sobre Bolivia (1980; version castellana, La Paz, 1982); se puede consultar
también el número especial de la revista Caravelle (Tolosa, 1984) dedicado a Bolivia.
Recalcaré aquí solamente los trabajos de C. S. Assadourian acerca de las relaciones de
producción y el mercado colonial en los siglos XVI y XVII (1982), de P. Bakewell y J. Cole
acerca de la mita en Potosí (1984; ver mi reseña en Revista Andina, No. 8), de R. Romano
sobre la coca (1984-1985), de B. Lexson (1985) y E. Langer (1985) acerca del mundo rural
en los valles orientales, de T. Gisbert (1980) acerca de las creencias religiosas y del arte
colonial con sus formas sincréticas, de M. D. Demelas (1981) acerca de la ideología
criolla del siglo XIX, de R. Choque acerca de los caciques (en preparación), y de S. Rivera
con el Taller de Historia Oral Andina (en preparación), entre otros trabajos en curso de
elaboración (ver su difusión parcial en las revistas Historia Boliviana y Revista Andina).
118 París, octubre de 1986.
119 Siglas de las principales fuentes utilizadas
54
CMC Catálogo de Mojos y Chiquitos por G.R. Moreno, 1 888; La Paz, 1974.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIORAFIA
Crónicas y visitas
1638 Noticias Políticas de indias y relación... de los Charcas por P. Ramírez de Aguila. Sucre, 1978.
“Anthropologie historique des sociétés andines”. Annales ESC 5-6. París, 1978.
CHOQUE, R., 1978 – Pedro Chipana: cacique comerciante de Calamarca, Avances 1, L.P.
DEMELAS, D., 1980 – Nationalisme sans nation? La Bolivie aux XIXe-XXe siècles. Tolosa.
DENEVAN, W., 1976 – The Aboriginal Population of Amazonia. The Native Population of the Americas,
W. Denevas (ed.). Wisconsia
FAWCETT, B., 1953 – Explorations Fawcett. Londres. (Edición española: Barcelona, 1974).
FIFER, V., 1972 – Bolivia, Land, Location and Politics since 1825. Cambridge. (Versión castellana.
Santiago de Chile, 1976).
LOREDO, R., 1958 – Bocetos para la nueva historia del Perù. Los repartos. Lima.
MURRA, J., 1975 – Formaciones económicas y políticas del mundo andino. Lima.
1978 – Aymara Lords and their European Agents at Potosí. Nova Americana I. Turín. (Version
castellana, Historia y cultura. La Paz, 1977).
SAIGNES, T., 1984 – Jésuites et franciscains face aux Chiringuano: les ambiguités de la réduction
missionnaire”. En Eglise et politique en Amérique hispanique, Presses Universitaires de Bordeaux,
Burdeos.
1985 – Los Andes Orientales: Historia de un olvido. Cochabamba.
WACHTEL, N., 1971 – La vision des vaincus. París. (Version castellana, Madrid, 1978).
1981 – Los mitimaes del valle de Cochabamba: la política de colonización de Wayna Capac. Historia
Boliviana I (1). Cochabamba.
Bibliografía complementaria
BAKEWELL, P., 1984 – Miners of the Red Mountain: Indien Labor in Potosi, 1545-1650. University of New
Mexico.
DENEVAN, W., 1980 – Geografía cultural aborigen de los Llanos de Moxos y Chiquitos, La Paz. (Edición
inglesa, 1966).
KLEIN, H., 1982 – Historia general de Bolivia. La Paz. (Edición inglesa: Oxford University Press, 1982).
SAIGNES, T., 1985 – Caciques, Tribute and Migration in the Southern Andes. Institute of Latin American
Studios, Londres.
1986 – En busca del poblamiento étnico de los Andes bolivianos (siglos XV y XVI). Musef, La Paz.
“Las sociedades de los Andes orientales frente al Estado republicano: el caso chiriguano” en
Estados y Naciones en los Andes (siglos XIXy XX). Ifea, Lima (en prensa).
56
AUTOR
THIERRY SAIGNES
Casa de Velázquez, Madrid
57
1 Si hay una realidad de la que los historiadores están absolutamente convencidos, ésa es
la de un desfase permanente entre el hecho y el derecho. Mejor aún (o peor), la
propensión a la inflación legalista disimula casi siempre la ausencia de un cambio social
verdadero. Sobre este último punto, la obra de Thomas Davies Jr., Indian Integration in
Peru (1974), ofrece más de un ejemplo a través de la historia ya centenaria de la
legislación indigenista del Perú “republicano”. El tema central de la obra revela, por
otra parte, la fragilidad de ciertos conceptos sociales, a veces víctimas de la moda
intelectual: si, en la década de los setenta, a los investigadores en ciencias sociales no
les disgustaba el centrar sus investigaciones en el tema de la integración, parece que en
la actualidad esta noción no estuviera ya reivindicada por las minorías étnicas –o por
los etnólogos que hablan en su nombre– que prefieren la de “identidad” que parece
tener el doble mérito de rehabilitar al indígena concediéndole simultáneamente un
derecho a la diferencia. Sin embargo, uno puede preguntarse si, detrás de esta querella
conceptual, no se dibujan las mismas reivindicaciones y los mismos problemas sociales:
el indígena peruano ha sobrellevado siempre el peso del desprecio cultural y sufrido el
peso de la explotación; tiene pocas perspectivas de progreso social en los sectores de la
salud, de la educación, del hábitat, y su promoción social ha quedado siempre sometida
a la buena voluntad de la clase política de Lima, centralizadora y burocrática en exceso.
En estas condiciones, es posible expresar la hipótesis de que la reivindicación de las
minorías indígenas no pretende establecer una definición estricta y teórica de una
política, sino más bien parece dar prioridad a los objetivos concretos que los sucesivos
gobiernos de Perú han llevado a cabo. Una lectura sincrónica del trabajo de
compilación de Thomas Davies permite establecer una primera evaluación.
58
de Prado. El primero había intentado, a mediados del siglo XIX, limitar la magnitud de
los robos de las tierras comunitarias o las prestaciones de servicios obligatorios en las
plantaciones de coca. En 1857 llegó a suprimir el pago del tributo, impuesto simbólico
de la sumisión, y a restablecer el derecho de voto en favor de los indígenas. En el
período civilista de fines de siglo, la legislación se torna menos abundante y marca un
retroceso debido a que, siempre en nombre de un igualitarismo nivelador, contribuye a
desmantelar las comunidades. Las dos primeras décadas del siglo XX, señaladas por el
indigenismo literario, parecen ser más favorables: con Leguía (1919-1930), más de 50
leyes o decretos referidos a los problemas más diversos de la vida comunitaria fueron
adoptados. Nuevo retroceso al producirse la crisis de 1930: la única excepción notable la
constituye el reconocimiento legal de las comunidades, en 1932. Una última oleada de
textos –más de 100 en total entre 1940 y 1948– es examinada durante la presidencia de
Prado, siendo lo de mayor valor simbólico la creación del Instituto Indigenista Peruano
en 1946. Desde esa época. Lima parece haberse desinteresado totalmente de los asuntos
indígenas, aun durante la gestión de los militares (la única decisión notable fue, en
1969, la restitución de una parte de las tierras comunales expropiadas después de
1928...). En resumen, en un siglo y medio aproximadamente, el período legislativo más
fecundo se ubica en la primera mitad del siglo XX, sin que, sin embargo, los problemas
indígenas hayan recibido un principio de solución satisfactoria.
7 La clasificación temática de los textos legislativos permite darse una idea de la visión
criolla de las aspiraciones de la comunidad indígena. Se trata, ante todo, de problemas
fundamentales concretos de la vida cotidiana. Si se clasifica, por orden decreciente de
frecuencia, a los decretos supremos del período 1900-1948, se encuentra sucesivamente:
la educación (13/59), la defensa de las comunidades y de sus tierras (12/59), la
protección individual y la justicia (12/59), la organización del trabajo indígena (8/59).
8 Las disposiciones referentes a la alfabetización, y también a la higiene, fueron votadas
sobre todo a partir de 1920. Algunos responsables de esta política pensaron poder
acelerar la alfabetización –y de este modo la integración-estableciendo la
obligatoriedad del servicio militar. El Estado peruano decidió patrocinar esta acción
integradora poniendo en funcionamiento instituciones o programas que patrocinarían
a toda la acción indigenista. Ya Pierola se había atribuido el título de “Protector de la
raza indígena”, y, de nuevo, bajo Leguía, fue instituido un “Patronato de la raza
indígena”. En varias oportunidades, organismos públicos fueron creados, tales como el
“Departamento de asuntos indígenas” (1921), el “Consejo supremo de asuntos
indígenas” (1931), el “Consejo superior de asuntos indígenas” y, en fecha más reciente,
el IIP.
9 Pero la temática más reiterada en la legislación es la que se refiere, ante todo, a las
cuestiones agrarias y a la supervivencia de las comunidades. En el siglo XIX, el proyecto
liberal había querido emancipar al indígena de sus obligaciones comunitarias: ¿acaso no
había José de San Martin, desde 1823, decidido borrar del vocabulario las palabras
“indio” y “natural” para remplazarlas por “ciudadano”? Acción reveladora de una
voluntad de borrar la realidad socio-cultural del indígena y de negarle su derecho a la
diferencia; acción no menos utópica que la de los militares de 1968, que no quisieron
ver en las comunidades del Altiplano más que a campesinos semejantes a otros
campesinos... En 1824, las comunidades fueron oficialmente disueltas, y, un poco más
tarde, el Código civil de 1852 autorizó a sus miembros a vender libremente sus parcelas.
Como consecuencia de esta lenta erosión del patrimonio territorial, se adoptaron a
60
partir de 1910, tardíamente, algunas disposiciones para tratar de frenar este proceso de
desmantelamiento. Los artículos 41 y 50 de la Constitución de 1920 reafirmaron los
derechos colectivos de los indígenas, y la ley de 1932, retomada en el Código de 1936,
restableció, después de más de un siglo de silencio, la existencia jurídica de las
comunidades. A nivel estrictamente agrario, habrá que esperar hasta 1969 para que una
reforma agraria afectara a las grandes propiedades, sin contemplar, sin embargo, la
restitución sistemática de las tierras expoliadas en el siglo XIX. Tímido esbozo de una
política corporatista: unas 30 corporativas rurales fueron organizadas en el gobierno de
Prado y algunas colonias indígenas fueron establecidas en Vilquechico, para aprovechar
tierras ganadas al lago Titicaca.
10 La lucha contra la explotación económica del indígena sigue siendo el meollo de las
motivaciones aparentes de la legislación peruana. Pero, durante los primeros años de la
República, la condición del trabajador se había agravado, paradójicamente, bajo el
efecto de decisiones que, so pretexto de “liberar” al indígena, lo habían puesto a la
disponibilidad del mercado de trabajo y de la explotación ilimitada. Es así que a partir
de 1852, el Código civil hizo posible la firma de “contratos de trabajo” en base a
adelantos monetarios, preludio inexorable de la generalización del “peonaje” por
deudas. La situación se agravó aún más durante el período “civilista” cuando un primer
documento se propuso obligar a los indígenas a trabajar, en régimen de prestaciones
personales, en la construcción de carreteras (1885). Poco después (1910), el
reclutamiento forzoso (“enganche”) por adelantos monetarios para un futuro trabajo
no precisado, fue autorizado en las minas de carbón o en las grandes haciendas de la
costa...
11 El empeoramiento de la condición del trabajador se pone de manifiesto también en la
puesta en práctica, a partir de 1918, de la “Conscripción Vial”. Apoyándose en una
tradición incaica, y con la preocupación, aparentemente elogiable, de no recargar más
cl presupuesto federal, el gobierno logró hacer votar, luego de vivas polémicas en las
Cámaras y en la prensa, esta ley que imponía a cada indígena entre 21 y 50 años, una
prestación de trabajo de 10 días por año. La disposición que permitió la construcción y
la conservación de miles de kilómetros de carreteras, muy a menudo a costa de la vida
del indígena, sólo fue derogada en 1931, después de numerosas revueltas.
12 Con referencia a la remuneración del trabajo indígena, el período “indigenista” fue
aparentemente más favorable: en 1916 se estableció la obligación de pagar al trabajador
un salario de 20 centavos diarios; en 1923, otra ley fijó la obligación de un salario
mínimo... pero de hecho dejaba la decisión final a los hacendados locales.
FRACASO DE LA POLITICA DE INTEGRACION
AUTOR
PIERRE VAYSSIÈRE
Université de Toulouse-Le Mirail
63
Heraclio Bonilla
documento persigue un doble objetivo. Por una parte, describir el proceso histórico de
formación y reproducción del fenómeno étnico y regional en el contexto del área
andina, sugiriendo algunas hipótesis explicativas sobre su interrelación. Por otra, en el
caso específico del Perú, presentar los términos nuevos que revisten los fenómenos de
región y etnicidad, así como los intentos realizados en su formulación y solución. Es
pertinente advertir, desde estas líneas introductorias, que no existe hasta la fecha
ninguna investigación específica sobre estos problemas y que lo que aquí se señala
constituyen fundamentalmente reflexiones y juicios basados en una familiaridad de la
literatura existente y en una observación directa de la realidad.
2 No cabe ahora la más mínima duda de que el nacimiento del problema étnico, del
problema indígena, tanto en Mesoamérica como en la región andina, fue una
consecuencia directa de la Conquista y la colonización que España impuso en esta
región desde los inicios del siglo XVI. Antes de 1532 ciertamente existieron muchas
etnias, pero su existencia no constituía “problema”. Aunque existieron etnias, no había
indios. El “indio” fue la palabra inventada para designar y sobre todo excluir al
integrante de la sociedad sojuzgada, al sobreviviente de una de las más tremendas
hecatombes demográficas que la historia de la humanidad registra. La “república” de
los indios y la “república” de los españoles fueron así los componentes básicos de la
sociedad colonial nacida como consecuencia de la Conquista. Ellas, como se sabe,
estuvieron sometidas a leyes y regulaciones específicas, así como tenían también un
cuerpo de autoridades específicas y excluyentes. Para tener una idea de esta
segregación y de la jerarquía impuesta, basta recordar que en los juicios era necesario
el testimonio de dos o tres nativos para contradecir la opinión de un español.
3 Esta sociedad colonial, además, no sólo oponía dialécticamente a conquistadores y
conquistados, a vencedores y vencidos, es decir en función a su papel en el proceso de
la Conquista, sino que sus miembros tenían una historia distinta, hablaban lenguas
diferentes y, sobre todo, tenían un color distinto. Los vencedores eran todos blancos,
cobrizos los vencidos. La casi inmediata emergencia de los mestizos, lejos de acortar
esta distancia, no hizo sino complicar aún más el mosaico racial. La perplejidad del
grupo dominante trente a este mosaico racial puede ser percibida en la vasta y curiosa
nomenclatura que fue inventada para designar a los mestizos, a los nuevos intrusos de
un ordenamiento colonial considerado como natural, es decir inalterable.
4 La implementación de estos principios del ordenamiento colonial empezó, de manera
coherente hacia 1570, cuando el virrey Francisco de Toledo ordenó el agrupamiento de
la dispersa población nativa en “reducciones”, es decir en pueblos de indios. Estas
unidades representaron una suerte de simbiosis entre la tradición andina y la tradición
hispánica; sus pobladores tenían el control individual de las parcelas de cultivo, pero al
mismo tiempo podían explotar colectivamente las dehesas circundantes, mientras que
la autoridad política encargada del control de estos pueblos, igualmente, traducía un
compromiso entre el tradicional liderazgo nativo (kurakas) y el impuesto por el grupo
dominante (alcaldes). En términos económicos, la función de estas reducciones era la de
servir como reserva de mano de obra cuasi-gratuita para la explotación de las tres
principales unidades productivas del sistema colonial: minas, obrajes y haciendas. En
términos sociales, su función fue el reacondicionamiento de la población nativa a su
nueva situación, y facilitar la expansión del catolicismo.
5 No existe para el área andina ningún estudio sobre la evolución interna de estas
comunidades a lo largo del período colonial, similar al que Gibson 1 realizara para
65
México. Existen, sin embargo, algunos indicios para intentar aquí una primera
aproximación. El primer rasgo fue el continuo vaciamiento de su población por lo
menos hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Este fue un proceso derivado como
consecuencia de la intensa explotación impuesta sobre la población nativa en obrajes y
centros mineros, de la deserción y también la búsqueda de alternativas ocupacionales
permanentes en otros lugares. Ciertamente que no todas las áreas fueron afectadas por
igual. Fue dramático y casi completo en la costa, obligando a la clase terrateniente a
recurrir a la importación de esclavos negros para resolver la escasez de mano de obra.
En el caso de la tierra, la tendencia fue el permanente desplazamiento de la población
indígena de norte a sur, generándose en las provincias del altiplano andino una
dicotomía entre indios originarios e indios forasteros. 2 Estos últimos eran los
migrantes, los recién llegados, y su nueva condición, reflejada en una tasa impositiva
menor, traducía un menor acceso a las parcelas de tierra. Sería importante en la
perspectiva de este seminario, interrogarse sobre el significado de esta yuxtaposición
para la identidad social de los pueblos indios que recibían a estos migrantes La
legislación colonial, como se señaló anteriormente, veló por el mantenimiento de una
completa segregación de los indígenas agrupados en estos pueblos. Cuidó también que
los indígenas mantuvieran el control de sus tierras frenando la expansión de la frontera
de los latifundios aledaños. El carácter reiterativo de estas ordenanzas coloniales dice
mucho de su eficacia. En la práctica, ni el latifundio fue frenado, ni los pueblos de indios
mantuvieron su pureza por la pronta intrusión de blancos y mestizos. No obstante, el
hecho que aquí debe subrayarse es el papel de estos centros en la reproducción de la
cultura de los colonizados. De la misma manera que el indio fue el resultado de la
colonización, la indianidad, entendida como defensa y reivindicación de una cultura,
fue la respuesta a las nuevas condiciones de opresión y probablemente la única
estrategia de sobrevivencia.
6 El otro problema que interesa a este Simposio, el de la regionalización, encuentra
también en el sistema colonial el principio de su nacimiento. Antes de la Conquista, el
Tawantinsuyú constituyó una unidad derivada de la cohesión establecida por el. Estado
inca. La existencia de tensiones internas sugieren los límites del ordenamiento
impuesto por el Estado, pero no invalidan su principio. La puesta en marcha de la
colonización significó básicamente la conversión de esta economía agraria tradicional
en una economía fundamentalmente minera, en respuesta a las exigencias de la
acumulación primitiva del capital. Potosí y Huancavelica, el yacimiento productor del
mercurio, se convierten así en los nuevos ejes del ordenamiento del conjunto del
espacio colonial. Como Assadourian lo demostrara en un persuasivo trabajo, 3 la
racionalidad última de regiones tan distantes como Quito, con su producción de
textiles, de Córdoba y Tucumán, con su producción de muías y vinos, de los valles
interandinos del sur-peruano, con su producción de coca, fue la satisfacción de la
creciente demanda de bienes de consumo y bienes de producción por parte del mercado
minero. El espacio económico colonial, por consiguiente, funcionó como una unidad en
torno a un polo articulante, pero a su vez éste resolvió sus necesidades imponiendo una
eficiente división geográfica del trabajo.
7 El funcionamiento y la reproducción de este modelo supuso que el centro minero
mantuviera su capacidad de arrastre y que el Estado colonial mantuviera la eficacia de
su política mercantilista. Es por esto que el eclipse del sector minero, desde la segunda
mitad del siglo XVII, y las erosiones en la política económica del Estado colonial crearon
las condiciones para el establecimiento de brechas internas en el espacio colonial. Los
66
represión realista incorporó huestes indias comandadas por algunos caciques, listos
hechos evidencian que la estratificación colonial, después de tres siglos de opresión,
empezaba a alterarse en sus principios, pero que todavía estos no eran cambios
suficientes como para modificar sustantivamente la naturaleza de su ordenamiento. 5
10 Dentro de este contexto, las guerras por la emancipación y la conversión de las antiguas
colonias españolas del área andina en naciones independientes, inician un intenso
debate sobre los modos en que debían ser organizadas estas nuevas naciones, sobre el
sentido de la nacionalidad. De una manera errática y más implícita que explícita
empieza a abordarse lo que será más tarde el problema nacional. Ciertamente que en
las postrimerías de la colonia, algunos periódicos como el Mercurio Peruano habían
difundido diversos trabajos de la inteligencia criolla que traducían un inédito interés
por la “patria’ americana, sobre la potencialidad de sus recursos. Pero pese a su valor
como síntomas, eran básicamente ejercicios académicos y sin mucha trascendencia
práctica Pero en el contexto de las luchas por la emancipación de la región, la
aristocracia criolla de la región andina, que en verdad no hizo mucho por ella, se
encontró súbitamente con un ordenamiento político de nuevo tipo, y sobre todo
enfrentada a la necesidad de legitimar nacionalmente su dominación. Su fracaso para
construir un efectivo Estado nacional y para cimentar nacionalmente su autoridad son
evidencias suficientes de la persistencia de las raíces coloniales en estas sociedades
nacionales y la reproducción, en una escala distinta, de los problemas étnicos y
regionales en la historia nacional de los tres países.
11 Ha sido observada correctamente la existencia de una estrecha correlación entre la
relativa homogeneidad étnica de algunas regiones del sistema colonial y su
participación activa en los movimientos independentistas. Argentina y Chile
constituyen un excelente ejemplo de esta situación. En cambio en México y en el Perú,
sociedades caracterizadas por una profunda heterogeneidad étnica, el proceso de la
independencia tuvo características diferentes. Son muchas, evidentemente, las razones
que explican esta situación. Pero aquí quisiera referirme a una de ellas, probablemente
la más significativa.
12 La derrota militar de Tupac Amaru en 1780 cierra de manera definitiva la participación
de la población indígena en los movimientos de liberación nacional. La represión buscó
no solamente el aniquilamiento de los rebeldes, sino la destrucción de los símbolos y de
la memoria colectiva de los indígenas. Obras como Los comentarios Reales del Inca
Garcilaso de la Vega fueron prohibidas, al mismo tiempo que toda representación que
aludiera a la grandeza de la civilización incaica. En la reanudación posterior de las
guerras por la independencia, toda la iniciativa corresponderá a la población criolla,
apoyada eficientemente por las tropas del sur lidereadas por San Martín, o por las
tropas del norte lidereadas por Bolívar. En estas circunstancias la participación de la
población indígena tuvo dos manifestaciones. Por una parte, de manera indiferenciada,
tanto al interior de los ejércitos realistas como de los ejércitos patriotas, enfrentada a sí
misma. La escala de su deserción dice mucho de su compromiso. Por otra, integrando
los movimientos lidereados por los criollos, como en Huánuco en 1812 o en el Cuzco en
1814; en ambos casos, dada la debilidad numérica de los criollos, el fortalecimiento de
sus huestes fue conseguido invocando la alianza con los indios sobre la base de un
conjunto de reivindicaciones referidas tanto a la condición de los criollos como a la de
los indios. Pero esa alianza resultó ser extremadamente precaria, porque cada vez que
el liderazgo criollo, en la dinámica de la movilización, aparecía sobrepasado por las
68
demandas indígenas, los primeros buscaron la disolución del movimiento, Y éste fue un
comportamiento que se repitió en varias ocasiones.
13 En última instancia lo que esta experiencia sugiere es que el conservadurismo criollo no
fue sino la traducción de un profundo miedo social frente a la amenaza de una
movilización independiente de los indios que hubiera terminado no sólo con el poder
político de la metrópoli, sino con el propio poder y privilegios de los criollos. Y si
finalmente los criollos peruanos se resignan a la independencia, como Iturbide en
México, fue porque la revolución liberal de 1820 en España creaba ahora condiciones
inaceptables. Era preferible, en suma, construir una república conservadora, a
continuar siendo parte de una colonia dependiente de una metrópoli liberal.
14 Fue este terror social, casi físico, de la población blanca a ser confundidos con indios,
mestizos y negros, el que subyace en el nuevo ordenamiento político de las tres
repúblicas. Es decir, un sistema político que fuera la expresión del dominio de una
minoría y que específicamente excluyera la participación de los indios. La designación
como “peruanos” o “bolivianos” a la totalidad de los habitantes del Perú y de Bolivia
eran evidentemente metáforas muy burdas para camuflar esta situación. Cuando
hablaban del Perú se referían, como decía Bartolomé Herrera con cierto candor, “al
Perú español y cristiano, no conquistado sino creado por la Conquista”. 6 Que la
debilidad económica y política de los criollos no les permitiera ejercer de manera
directa el control del Ejecutivo, sino que éste cayera en poder de los rústicos caudillos
militares de las propias guerras por la emancipación, casi todos mestizos, no altera en
nada ni el sentido ni el contenido social de la República Porque ni el Estado modeló una
nación, ni los caudillos militares contaron con las bases materiales e ideológicas como
para ejercer una dominación perdurable.
15 Pero la emancipación también abre para el área andina un extenso período de
estancamiento económico que tuvo consecuencias significativas para el ordenamiento
espacial de las economías de los tres países y para la condición de la población indígena
Efectivamente, la independencia terminó por destrozar las unidades productivas que
habían sido el sustento de la economía colonial de exportación, mientras que la
supresión de la mita, la alocación forzada de mano de obra indígena al sector minero
por parte del Estado colonia!, hizo inoperantes los esfuerzos por restaurar la minería
peruana y boliviana. La consecuencia de este estancamiento fue doble: por una parte, el
virtual repliegue de sus economías del mercado internacional y, por otra, una más
profunda desarticulación interna de los ahora espacios nacionales. Cada región
constituía el entorno geográfico de un conjunto de unidades productivas, básicamente
haciendas, cuya debilidad económica las incapacitaba para intentar articular en tomo
suyo a las otras regiones y cuyos excedentes apenas servían para satisfacer la demanda
de los minúsculos mercados internos de cada región, es decir, sin la capacidad de
alimentar flujos extra-regionales de circulación. La inexistencia de mercados
nacionales y el aislamiento recíproco entre regiones por la ausencia de rutas de
transporte garantizaron el mantenimiento de esta situación.
16 Las razones de esta destrucción parcial hay que buscarlas no sólo en el estancamiento
de las fuerzas productivas, sino también en los efectos de la temprana expansión
comercial británica La única industria nativa era la de los textiles, pero desde las
brechas que los Borbones establecieran en la política monopólica de España la
producción de los obrajes resultó inadecuada para competir exitosamente con las telas
introducidas desde Europa. La libertad de comercio que los nuevos gobiernos
69
garantizaron tuvo en este sentido el efecto de abrir de par en par las puertas de las
aduanas y los raquíticos mercados regionales, desalojando de manera definitiva a la
producción local. Sin mercados internos protegidos era obvio que no sólo no existieran
estímulos internos a la producción, sino que el potencial restablecimiento de estas
economías tenía que, en adelante, ser función de la demanda externa y del mercado
internacional.
17 Esta reactualización de la división espacial del trabajo está particularmente
ejemplificada en el caso de la región sur-peruana, cuya economía fue
sorprendentemente dinámica en este marco de estancamiento generalizado. El sur
peruano fue el hábitat tradicional de la ganadería andina (llamas, alpacas, vicuñas)
cuyas lanas constituyeron insumos importantes para la producción industrial inglesa. A
través de casas mercantiles extranjeras localizadas en puertos como Islay y Mollendo, o
en la propia ciudad de Arequipa, muy pronto se estableció un intenso tráfico comercial
sustentado por la producción lanar, operación que sirvió también para que la élite
arequipeña hiciera del comercio de intermediación el sustento de su recuperación
económica y política. Pero la traducción política e ideológica de esta recuperación
material en un país desarticulado como el Perú, al igual que lo ocurrido en el siglo XVII
en la región de Cataluña, no podía expresarse sino en la emergencia y en la
consolidación de una conciencia regional y en reivindicaciones regionales cuyas formas
más extremas apuntaban a la secesión regional del Perú.
18 Para la población indígena también la recesión económica de este período, tuvo
importantes consecuencias. Cancelada una estructura política e ideológica encargada
de sancionar su separación colonial trente a los colonizadores, y desaparecidos los
nervios que permitieron la articulación económica del espacio colonial, la población
indígena fue arrinconada al interior de sus pueblos o permaneció cautiva dentro de las
haciendas. La supresión del tributo en el borde de la segunda mitad del siglo XIX, la
tradicional extorsión fiscal colonial reimplantada por los primeros gobiernos
republicanos para financiar su gasto público, profundizó este aislamiento, porque
ahora ya no era necesario ni siquiera producir excedentes para el mercado a fin de
reunir como antes las monedas necesarias para pagar el tributo. Esta dispersión e
incomunicación redujo el horizonte en la conciencia de la población indígena sobre su
propia situación. Probablemente los indios, que no sólo no eran “peruanos”, dejaron
también de percibirse como indios, como quechuas o como aymaras, para asumir una
conciencia parroquial. “Yo soy de tal pueblo” o “de tal hacienda”, es seguramente la
expresión que mejor traduce esta situación.
19 La guerra de 18 79, que enfrentó militarmente a Perú y Bolivia contra Chile, es el mejor
test para medir esta situación y para evaluar sus resultados en el desenlace del
conflicto. Con la excepción del campesinado indígena de regiones altamente
mercantilizadas como el valle del Mantaro, en la sierra central del Perú, la población
indígena de las otras regiones fue impermeable a la invocación de las oligarquías
peruanas y bolivianas para concurrir a la defensa de la patria en peligro. Para los
indígenas del Perú ésta era una guerra de blancos, y el “general Chile” y el “general
Perú” no tenían mucho que ver con sus experiencias cotidianas. Por esto, indígenas y
chinos, un nuevo grupo étnico introducido entre 1840 y 1870 en número de 100 000
para resolver la secular escasez de mano de obra de las haciendas de la costa peruana,
convirtieron una guerra formalmente nacional entre Perú y Chile en una guerra social
con componentes étnicos y de clase de insospechadas consecuencias. 7 La ausencia de
70
una efectiva ocupación militar chilena en territorio boliviano impide examinar el papel
del campesinado indígena en Bolivia durante el conflicto, pero su trayectoria histórica
similar a la del Perú no permite pensar que hubiera sido distinto. En suma, 1879 sirvió
para revelar que en Bolivia y el Perú cinco décadas de vida política independiente, de
vigencia de una República y de un Estado no habían hecho mucho por resolver los
antiguos clivajes coloniales, ni habían permitido que sus clases dirigentes crearan una
sociedad efectivamente nacional. Al interior de ese abuso del lenguaje que era el Perú,
para utilizar la mordaz frase de un historiador peruano, y también de Bolivia y del
Ecuador porque la situación en estos países no fue significativamente distinta, las
regiones fracturadas seguían encerrando indios cuya condición material era
probablemente más precaria de lo que había sido durante el período colonial.
20 Debe recordarse, en efecto, que en consonancia con la política liberal que animaba la
acción de los nuevos gobiernos, se propendió a la supresión de todas las barreras
jurídicas que frenaban la conversión de la tierra en mercancía. La más célebre decisión
en este sentido fue tomada por Bolívar en 1824, al autorizar a las comunidades
indígenas la libre disposición de sus recursos. Seguramente que esta decisión jurídica
no fue suficiente para producir el cambio, pero preparó las bases para una segunda
expansión del latifundio cuando una inserción más profunda en el mercado
internacional obligara a estas unidades a aumentar su producción por la expansión de
sus fronteras agrícolas. Y éste fue efectivamente el proceso que de manera decisiva
empieza a diseñarse en el área andina desde la última década del siglo XIX. Para las
décadas entre 1820 y 1880 y para el caso de Bolivia, Grieshaber, en un notable trabajo, 8
ha demostrado que las comunidades, en lugar de perder su población tributaria, la
aumentan entre 1838 y 1877, mientras que el volumen de tributarios de las haciendas
decrece en este mismo período. En circunstancias de un repliegue de la economía
andina del mercado internacional, la estabilidad, por consiguiente, está del lado de las
comunidades y no de las haciendas. Lo que demuestra la capacidad de resistencia de
este fragmentado campesinado andino cuando no tiene que hacer frente a la alianza
combinada entre la oligarquía terrateniente nativa y el capital internacional.
21 La derrota del ejército peruano y la posterior ocupación del territorio peruano por
parte de las tropas chilenas fueron el resultado del conflicto del Pacífico. Esta derrota
sirvió para demostrar el desinterés de la clase dominante para transformar una
sociedad colonial en una sociedad nacional y su incapacidad para establecer una lealtad
nacional entre las diferentes clases y segmentos étnicos de la sociedad peruana. A su
prejuicio secular contra los indios y los negros, el arribo masivo de cerca de 100 000
chinos en las décadas anteriores a la guerra del 79 la llevó a la convicción de que el
atraso peruano se debía a la presencia y a la degeneración de todas estas razas y que
una de las maneras de corregir esta situación era recurriendo a la importación masiva
de colonos europeos blancos reputados por su dedicación al trabajo. Esta deliberada
política de exclusión implementada por la oligarquía cililista, lejos de cerrar las brechas
sociales heredadas del período colonial tendió más bien a agravarlas.
22 Pero de la derrota en la guerra contra Chile emergieron también las condiciones
necesarias que permitieron por vez primera en la historia del pensamiento político
peruano la formulación de un cuestionamiento radical de las bases mismas del
ordenamiento oligárquico de la sociedad. La principal figura de este cuestionamiento
fue Manuel González Prada. En un célebre discurso subrayó con mucha claridad que las
causas de la derrota había que buscarlas al interior de la sociedad peruana:
71
(...) los verdaderos vencedores, las amias del enemigo fueron nuestra ignorancia y
nuestro espíritu de servidumbre (...) con los ejércitos de indios disciplinados y sin
libertad el Perú irá siempre a la derrota. Si del indio hicimos un siervo, ¿qué patria
defenderá? Como el siervo de la edad media, sólo combatirá por el señor feudal (...).
Hablo, señores de la libertad para todos y principalmente para los más desvalidos.
No forman el verdadero Perú las agrupaciones de criollos y extranjeros que habitan
la faja de tierra situada entre el Pacífico y los Andes; la nación está formada por la
muchedumbre de indios diseminados en la banda oriental de la cordillera. 9
23 Para González Prada, por consiguiente, esta desintegración social era la responsable de
la derrota, desintegración traducida en la marginación de la inmensa mayoría de la
población nativa y en la condición de servidumbre en la que vivían:
Alguien dijo que el Perú no es una nación sino un territorio habitado (…) cabe, por
ahora, una buena dosis de verdad. Si el Perú blasona de constituir una nación, debe
manifestar dónde se hallan los ciudadanos, los elementos esenciales de toda
nacionalidad. Ciudadano quiere decir hombre libre, y aquí vegetan rebaños de
siervos.10
24 La corrección de esta situación, en el pensamiento del autor, implicaba cancelar la
opresión del indio e integrar la nacionalidad. Pero ni lo uno ni lo otro podrían lograrse
recurriendo a las recetas educativas propugnadas por la oligarquía:
Si por un fenómeno sobrehumano, los analfabetos nacionales amanecieran mañana
no sólo sabiendo leer y escribir, sino con diplomas universitarios, el problema del
indio no habría quedado resuelto: al proletariado de los ignorantes sucedería el de
los bachilleres y doctores.11
25 Estas premisas llevaron a González Prada a una formulación correcta del problema
indígena: “La cuestión del indio más que pedagógica es económica y social”, siendo el
primero en vincular su emancipación al problema de la tierra y en sugerir que su
liberación no puede ser sino el resultado de sus propios esfuerzos:
(...) el indio se redimirá merced a su esfuerzo propio, no por la humanización de sus
opresores. Todo blanco es, más o menos, un Pizarro, un Valverde o un Areche. 12
26 La traumática experiencia de la guerra con Chile, por consiguiente, permitió la apertura
de una discusión inédita sobre la naturaleza de la sociedad peruana y sobre el sentido
de la nacionalidad entre ideólogos pertenecientes a todas las gamas del espectro social.
Pero eran apenas los inicios de una discusión que adquirirá tonos más altos en las
décadas siguientes como consecuencia de nuevos cambios que removerán los cimientos
mismos del conjunto de la región.
27 Desde los comienzos del último tercio del siglo XIX, el conjunto de la América Latina
reingresa de manera masiva al mercado internacional a través de un extraordinario
crecimiento de sus economías de exportación y el flujo masivo de capital europeo. Esta
renovada exportación de capital tiene sin embargo características distintas al papel
desplegado por el capital británico en las décadas anteriores. Mientras que hasta el
borde de la década de los 70 del siglo pasado, la exportación del capital inglés operó
bajo la forma de préstamos a los diferentes Estados latinoamericanos, desde el último
tercio del XIX, como consecuencia de profundas transformaciones en el conjunto de la
economía europea, las inversiones británicas serán fundamentalmente directas, para
poner en marcha la explotación de los recursos estratégicos de la región. Estas
transformaciones signan el inicio de la producción y exportación masiva de la plata y el
estaño, en el caso de Bolivia, y del cacao, en el caso del Ecuador.
28 La reconstrucción de la economía de exportación peruana de la postguerra se operó
bajo mecanismos similares. Paralelamente a la masiva inyección de capital extranjero,
72
FUENTE: Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram, Peru 1890-1977, Growth and Policy in an Open Economy,
Columbia University Press, New York, 1978, p. 40.
sobre las tierras de los campesinos y también por la captura de mano de obra indígena
al interior de sus fronteras, puesto que desde el célebre decreto de Bolívar no existía
ninguna defensa jurídica contra este asalto. La respuesta campesina fue fácil de prever:
la primera y segunda década del siglo XX fueron en los Andes el escenario de masivos
levantamientos campesinos de protesta por este despojo, mientras que las primeras
capas obreras, cuyo nacimiento fue la contrapartida de la operación de los primeros
enclaves capitalistas, iniciaban su organización y movilización bajo el acicate del
ascenso de los precios y el deterioro de sus condiciones de vida. Este fue el nuevo
escenario para el replantamiento de la cuestión indígena, la cuestión regional y el
problema nacional. Examinemos brevemente los términos del debate.
33 El reacondicionamiento espacial provocado por el funcionamiento de esta economía de
exportación estuvo también acompañado por cambios significativos en la estructura
política de la región. En el caso del Perú, entre 1895 y 1930 la clase dominante que
mantuvo el control político del Estado ya no estuvo compuesta por los rústicos
caudillos militares de las décadas anteriores, sino que tradujo una exitosa articulación
de los intereses de terratenientes y burguesía exportadora, en el frente interno, con los
intereses del capital imperialista, en el frente externo. Que fue una alianza eficiente lo
dice la notable estabilidad política alcanzada durante todo este período. Estabilidad que
no implica la existencia de continuos reacomodos internos derivados de la necesidad de
alcanzar una mejor integración con el capital y el mercado internacionales, a través del
desplazamiento de los sectores más renuentes a este tipo de vinculación. Son síntomas
de este curioso “modernismo” las reformas intentadas en el brevísimo interludio
populista de Billin-ghurst (1912-1914) y aquellas implementadas en la primera etapa del
célebre “oncenio” de Leguía, es decir, los años entre 1919 y 1922 de interior de su
prolongado gobierno que dura hasta 1930.
34 La dominación política establecida por la burguesía de este período revistió una forma
oligárquica, es decir, supuso la concentración del poder político en manos de un grupo
de familias aristocráticas, al mismo tiempo que recortaba el espacio político de las
clases populares. Pero la presencia del campesinado andino y de los obreros a través de
sus intensas movilizaciones en el escenario político obligó a la clase dominante a
discutir la condición indígena y a sugerir soluciones para el problema, al mismo tiempo
que los ideólogos más lúcidos de la oligarquía integraban la discusión de este tipo de
problemas al interior de una meditación más vasta sobre el Perú como problema y
como posibilidad.
35 “¡Queremos Patria!” es la frase patética de Víctor Andrés Belaúnde que mejor traduce el
desasosiego y la esperanza de este fino aristócrata. El, al igual que otros connotados
integrantes de la generación del 1900 como Manuel Vicente Villarán, Francisco García
Calderón y José de la Riva Agüero, se encargaron de fundar las premisas ideológicas que
legitimaron la dominación oligárquica y encararon el problema del indio prescribiendo
medidas educativas, extensión del catolicismo, legislación tutelar y proscripción del uso
del alcohol y de la coca. Durante la primera etapa del gobierno de Leguía y bajo la
influencia del pensamiento de hombres como José Antonio Encinas, Germán Leguía y
Félix Cossío se crearon incluso organismos como la sección de Asuntos Indígenas, el
Comité Pro-Derechos Indígenas Tawantisuyo y el Patronato de la Raza Indígena, con el
propósito de “proteger” a la población indígena y “denunciar” su expoliación. En la
práctica, sin embargo, si bien estas instituciones sirvieron para acentuar la toma de
75
FUENTE: Rosemary Thorp y Geoffrey Bertram, op. cit., pp. 153 y 208.
47 Todo cálculo estadístico sobre el número de indios en el área es por principio engañoso.
No solo porque no existe ni siquiera el mínimo acuerdo entre los especialistas sobre la
ponderación de cada factor en la definición, sino porque tampoco estos elementos son
tomados en cuenta en la realización de los censos nacionales. Pero su desaparición en
las cifras, muchas veces conscientemente intentada y lograda por los organismos
oficiales, no significa que no existan algunas personas que tienen preponderamente
algunas características reputadas como indígenas. La más importante de todas ellas es
que tengan como idioma materno una lengua aborigen. No es, evidentemente, la única,
porque cuatro siglos y medio de colonización formal e informal han producido un
significativo avance en la castellanización, de tal suerte que capas importantes de la
población indígena son perfectamente bilingües y con cierto nivel de alfabetismo. La
masiva migración del campo a la ciudad ocurrida desde las tres últimas décadas
distorsiona igualmente la tradicional identidad entre indio-hombre rural-agricultor,
porque en los barrios marginales de las grandes ciudades, particularmente entre los
migrantes recientes, es posible encontrar pobladores que conservan su identidad
indígena, dedicados además a labores no agrícolas. Sólo en términos muy gruesos, por
consiguiente, puede todavía tener una cierta validez indicar que la población indígena
es sobre todo rural, cuya lengua materna es un idioma nativo, analfabeta o con niveles
muy bajos de educación formal y que en la escala de la distribución de los ingresos
ocupa la escala más baja.
48 La adición de estos diferentes criterios permite, de nuevo de manera extremadamente
aproximativa, constatar que la población así definida es preponderante en ciertas
regiones y relativamente menor en otras. Algún gracioso inventé en el Perú la palabra
“mancha india” para designar al espacio habitacional de la población indígena y que
corresponde a los actuales departamentos de Huancavelica. Ayacucho, Apurímac, Cuzco
y Puno. En el caso del Ecuador el equivalente estaría constituido por el callejón andino
de Quito, mientras que en Bolivia, por razones históricas, la población indígena reside
básicamente en el altiplano. Existe, por consiguiente, una cierta correlación entre
espacio y población indígena derivada del proceso de operación colonial del capital.
Que los indígenas de Bolivia estén básicamente en el altiplano no es una mera
coincidencia; las fértiles tierras de Cochabamba, la eficiente vinculación de su
producción con el mercado de Potosí atrajeron muy temprano a criollos y españoles
quienes tomaron las tierras vacantes dejadas por los indios, establecieron haciendas y
encerraron dentro de ellas a quienes regresaban de la mita.
49 También la condición indígena está definida por rasgos psico-culturales, es decir por su
identidad o su conciencia étnica. Se ha señalado en las páginas anteriores que la
identidad del indio nació como respuesta a la opresión colonial, a la deliberada
separación que los españoles impusieron entre ellos y los otros. Pero en el propio
período colonial esta distinción tan neta empezó a alterarse como consecuencia de la
diversificación ocupacional de la población indígena (e. g. los artesanos indios de las
ciudades) y de la migración (e. g . la oposición forastero/nativo). Estos cambios se
acentuaron como consecuencia de las transformaciones ocurridas en la economía del
área andina desde fines del siglo XIX. El campesino indígena que por fuerza o por grado
ingresaba a trabajar en un centra minera o en una plantación azucarera empezó a
modificar su percepción de sí mismo y del mundo como consecuencia de las nuevas
condiciones de trabajo y de su militancia sindical. Igualmente, la profunda
diferenciación entre el campesinado indígena que quedaba en las zonas rurales generó
80
término común entre blancos e indios, nos habla muy a las claras de toda una
diferencia étnica que es lo que divide y separa todo. Al hablar anteriormente del
proceso bloqueado de proletarización, decíamos que en ese contexto, la estructura
de clases es vista por unos y otros en términos étnicos. A partir de esa identidad, en
el lenguaje étnico están implícitas profundas diferenciaciones sociales que no son
percibidas porque el propio lenguaje étnico está bloqueando esta percepción. Esto
tiene mucho que ver además con el aspecto mágico-religioso. 19
52 Evidentemente que en tanto persista esta situación y continúe la subordinación
colonial al capital extranjero, el problema nacional en cada uno de los países del área
andina seguirá vigente. Pero aquí es conveniente recordar que si la burguesía europea
pudo resolver por un período considerable el problema nacional en el siglo XIX fue
porque esta clase. a diferencia de lo que ocurre en la región andina, no hizo depender
su dominación al mantenimiento de un pacto colonial con el capital extranjero y
porque no tenía que enfrentar sustantivos problemas étnicos. Este no es evidentemente
el caso de la burguesía peruana, boliviana y ecuatoriana. Son clases cada vez más
burguesas a condición de ser cada vez menos nacionales. Curiosamente, son las masas
populares que no tienen compromisos de este tipo que respetar las que pueden al
mismo tiempo cancelar la opresión de clase y resolver el “problema” nacional por su
movilización y por la utilización de la dimensión étnica en el rediseño de su memoria
colectiva y como ropaje de una integración de un nuevo tipo. Pero el camino,
ciertamente, es difícil e incierto.
NOTAS
1. Charles Gibson, The Aztecas under Spanish Rule, Stanford University Press, Stanford, 1964,
2. Ver Nicolás Sánchez-Albornoz, Indios y tributos en el Alto Perú, IEP, Lima, 1978.
3. Carlos Sempat Assadourian, “Sobre un elemento de la economía colonial: producción y
circulación de mercancías en el interior de un conjunto colonial. Eure, no. 8, Santiago. 1973.
4. Ver Brooke Larson, Economic Decline and Social Change in an Agrarian Hinterland: Cochabamba,
Bolivia, in the Late Colonial Period, Tesis, Ph. D., Columbia University, 1978.
5. Ver Jurgen Golte, Repartos y rebeliones. Tupac Amaru y las contradicciones del sistema colonial, II P,
Lima, 1980.
6. Bartolomé Herrera, Escritos y discursos, Rosay. Lima, 1922.
7. Para una discusión más amplia sobre este problema ver: Heraclio Bonilla, “The War of the
Pacific and the National and Colonial Problem in Peru”, Past and Present, nov. 1978, no. 81, Oxford,
pp. 92-118.
8. Erwin Grieshaber, Survival of Indian Communities in Nineteenth Century Bolivia, Tesis, Ph. D.,
Chapel Hill, 1977.
9. Manuel González Prada, Páginas libres, Peisa, Lima, s. f., pp. 62-65.
10. Citado por Hugo García Salvatteci. El pensamiento de González Prada, Arica, Lima, 1972, p. 257.
11. Manuel González Prada, Horas de lucha, Tip. Lux, Callao, 1924, 2da. ed., pp. 335-337.
12. Manuel González Prada, Horas de lucha, p. 338.
82
13. Para una excelente demostración de este proceso de concentración agraria en el valle de
Chicama, en la costa norte del Perú, consúltese: Peter Klarén, Formación de las haciendas azueareras
y los orígenes del Apra, IEP, Lima, 1976, 2da. ed.
14. Alejandro O. Deustua, La cultura nacional, Lima. 1937.
15. Dos útiles síntesis sobre la transformación política de la mentalidad militar pueden
encontrarse en: Luigi R. Einaudi, The Peruvian Military: A Summary Political Analysis, Rand
Corporation. Santa Mónica, Calif., mayo de 1969 y Victor Villanueva, 100 años del ejército peruano:
frustraciones y cambios, Mejía Baca, Lima, 1972.
16. Un importante balance de las reformas emprendidas por el Gobierno militar en su primera
fase puede encontrarse en: Abraham Lowenthal (ed.), The Peruvian Experiment. Continuity and
Change under Military Rule, Princeton University Press, Princeton, 1975; para una cn'tica de las
medidas adoptadas véase Aníbal Quijano, Nacionalismo, neoimperialismo y militarismo en el Perú,
Ediciones Periferia, Buenos Aires, 1971.
17. Carlos Iván Degregori, “Ocaso y replanteamiento de la discusión del problema indígena”, en
Indigenismo, Clases Sociales y Problema Nacional, Ediciones Celats, Lima, s. f., pp. 227-251.
18. Para un espléndido anâlisis de la interacción entre las idcologías de clase y una conciencia
social de raíz indígena entre los mineros de Oruro, en Bolivia, véase: June Nash, We Eat the Mines
and the Mines Eat Us: Dependency and Exploitation in Bolivian Tin Mines, Columbia University Press,
New York, 1979.
19. Citado por Carlos Degregori, “Conclusiones y perspectivas del seminario sobre problemática
indígena en América Latina”, en Campesinado e indigenismo en América Latina, Ediciones Celats,
Lima, 1978, p. 28.
NOTAS FINALES
*. Versión ampliada de la exposición oral en el seminario sobre Identidades étnicas realizado en
Tolosa, bajo los auspicios de la Universidad de Toulouse-Le Mirail, marzo de 1980. E n su versión
definitiva fue leída esta ponencia en el seminario sobre “La cuestión étnica y la cuestión regional
en América Latina”, bajo el patrocinio de la Sociedad Interamericana de Planificación (SIAP), el
Departamento de Antropología de la UAM-Iztapalapa y el Centre de Estudios económicos y
sociales del Tercer Mundo, México, 29 de septiembre-3 de octubre de 1980.
AUTOR
HERACLIO BONILLA
Universidad Católica de Lima
83
sale a razón de 204 pesos por año a su amo, a q ien sin duda le convendría –sugiere este
órgano de prensa– recurrir al trabajo libre. Cuando en 1874, ante la presión de la
opinión internacional, Portugal pone fin a la emigración china, los hacendados deben
resignarse finalmente a contratar a trabajadores libres. Pero para poder recurrir al
trabajo libre, antes hay que crear un mercado de trabajo que aún no existe. Las grandes
masas demográficas que podrían alimentarlo se encuentran todavía establecidas en el
interior andino, controladas por las viejas aristocracias terratenientes que las dominan
con un poder colonial, La urgencia de crear un mercado de trabajo vuelve inevitable el
conflicto entre el grupo de los capitalistas costeros y el de los hacendados de la sierra,
que siempre han monopolizado la mano de obra, conflicto que la importación de
trabajadores traídos del Pacífico y China había permitido aplazar.
10 El problema se plantea en idénticos términos, más o menos en el mismo momento, en
Ecuador, donde los hacendados de la llanura litoral de Guayaquil intentan
desesperadamente abrirse un acceso a la fuerza de trabajo indígena del interior. El
choque de sus intereses con los de los terratenientes tradicionales de la sierra se torna
evidente cuando la población indígena de la región del Chimborazo se subleva en 1893.
Para la prensa de Quito, que refleja fielmente la opinión de los hacendados, esta
sublevación es una nueva “guerra de castas” declarada a la Civilización por la Barbarie.
Los diarios de Guayaquil son mucho más circunspectos. El Diario de Avisos ve en el
movimiento insurreccional la consecuencia lógica e ineludible del sistema de opresión
en el que las élites serranas mantienen a los indígenas, sistema que el órgano de los
grupos económicos costeros denuncia no tanto por su injusticia como por su arcaísmo y
baja productividad. En su número del 27 de marzo de 1893, el diario amplía el debate:
“El interior que no produce casi nada, posee brazos en demasía... mientras que la costa,
esta gran colmena de nuestra patria, sin cuyo trabajo la República no sería nada.. carece
de ellos”. Todo sucede como si se conservara a “los indios en el interior para que se
subleven por millares, en lugar de hacerlos venir al litoral para que se civilicen y
adquieran hábitos de trabajo y ahorro”. Si continúa viviendo en la sierra, “sin
posibilidad de enriquecerse, la raza india no saldrá jamás de su estado actual de
postración”. Para resolver el problema, hay que arrancar al indígena de sus tutores
tradicionales que lo mantienen en el ocio y la miseria. La solución preconizada consiste
en generalizar la conscripción militar entre los indígenas y enviarlos a la costa donde,
una vez terminado su tiempo de servicio en el ejército, venderían su fuerza de trabajo
en las plantaciones y “tomarían así poco a poco conciencia de las ventajas que procura
la vida moderna”.6 Pero los hacendados que no tienen la intención de dejarse despojar
de “sus” indígenas cuidan de que esta sugerencia sea descartada.
11 Es también una sublevación indígena la que da a los capitalistas peruanos la
oportunidad de distanciarse de los hacendados del interior, con quienes aún deben
compartir el manejo del aparato estatal. En 1902, los indígenas de la provincia de
Chucuito se levantan La sublevación es reprimida por la fuerza pública, pero el
Congreso, donde los grandes intereses costeros son defendidos por el partido civilista,
nombra una comisión para investigar las causas del movimiento. El informe que
presenta la comisión ante la Cámara de diputados es aplastante. Más allá de la denuncia
de los abusos de toda índole de los que son víctimas los campesinos indígenas de las
regiones meridionales, éste es, en realidad, un juicio a los terratenientes tradicionales
que se instruye por primera vez oficial y públicamente. En 1909, una mayoría
parlamentaria civilista vota una ley que prohíbe los servicios personales que se exigen a
los indios. En 1916, el civilismo, que se ha consolidado en el poder, hace que se apruebe
87
NOTAS
1. Para Perú, este inventario ya fue hecho por Thomas Davies, Indian Integration in Peru; a Half
Century of Experience (1900-1948), Lincoln, 1974.
2. Investigación que emprende el Equipe de Recherche sur les Sociétés Indiennes Paysannes d’Amérique
Latine que el autor dirige en Credal (CNRS).
3. Sobre este punto ver Heraclio Bonilla, Guano y burguesia en el Perú, Lima, 1974.
4. Sobre el desarrollo del capitalismo peruano, además de la obra citada anteriormente de
Bonilla, se consultará a Henri Favre, “El desarrollo y las formas del poder oligárquico en el Perú,
en François Bourricaud, Jorge Bravo y Henri Favre, La oligarquía en el Perú, Lima, 1969; y, del
mismo, “Pouvoir oligarchique et réforme agraire au Perou”, en Henry Mendras e Yves Tavernier
(eds.), Terre, paysans et politique, vol. 1, Paris, 1969.
5. Ref. Watt Stewart, Chinese Bondage in Peru, Durham, 1951.
6. El Diario de Avisos de Guayaquil, sobre todo en su número 1485 del 27 de marzo de 1893, del que
se compararán los artículos que tratan sobre la sublevación de los indios del Chimborazo con los
que publica sobre el mismo tema El Republicano de Quito.
7. Baltazar Caravedo, Burguesia e industrialización en el Perú (1933-1945), Lima, 1976.
8. Es ésta la opinión de Davies (op. cit.), que concluye su obra con la afirmación tajante de que se ha
comprobado el fracaso (failure) de toda la política indigenista.
9. Sobre los movimientos migratorios interregionales y los fenómenos de urbanización
“incontrolable”, nos remitiremos a los trabajos de José Matos, Las barriadas de Lima, Lima, 1966 y
Urbanización y barriadas en América del Sur, Lima, 1968.
10. Guillermo Briones y José Mejía Valera, El obrero industrial; aspectos sociales del desarrollo
económico del Perú, Lima, 1964.
11. Señalaremos a este respecto que las disposiciones del Acuerdo de Cartagena sobre las
inversiones extranjeras sólo afectan a las empresas medianas. Las empresas transnacionales
logran soslayar sin dificultad aparente estas limitaciones.
12. Sector informal; funcionamiento y políticas, Prealc, Organización Internacional del Trabajo,
Santiago, 1978.
13. Un análisis del cambio de la política indigenista de México a partir de 1971, es propuesto por
Henri Favre, “L’indigénisme mexicain: crise et reformulation”, en Le Mexique en 1976, Actes du
Colloque international des mexicanistes, Perpignan, s.f. Este texto fue publicado en México bajo
el título: “El indigenismo mexicano: crisis y replanteamiento”, El Trimestre Político, no. 2, 1977.
14. Las ciencias sociales, subordinadas al poder en turno, sistematizan las técnicas útiles a la
gestión de la etnicidad, y los grupos de investigación prospectiva de ciertos organismos
internacionales parecen otorgar a estas técnicas gran importancia en la administración del nuevo
orden mundial.
95
AUTOR
HENRI FAVRE
CNRS
96
con la administración, sobre todo porque fungen a veces como líderes en las
comunidades en que trabajan.6 Pareciera ser que en algún grado, la aparición de
“autoridades supremas” en diversos grupos étnicos, a partir de 1975, fuera el resultado
de un compromiso con estos nuevos líderes que son más o menos reconocidos por sus
comunidades respectivas. Es decir, la elección de estas “autoridades” se ha realizado
tanto por el empuje popular en favor de esos líderes como a consecuencia de una
elección vertical hecha por las autoridades políticas (en particular, los gobernadores de
estados).
5 Los juicios que se emiten sobre el indigenismo mexicano oscilan entre dos extremos. O
la integración es juzgada positivamente, apoyándose en la política religiosa de los
inicios de la conquista, siendo el ejemplo más citado el de Vasco de Quiroga en
Michoacán, o, en el extremo opuesto, se habla de etnocidio. La obra de R. Ricard 7 es
significativa dentro del primer enfoque, y la tesis del etnocidio ha sido desarrollada de
manera más coherente para el caso de Guatemala, por Severo Martínez, 8 que para
México en su conjunto. Nosotros, situándonos diferentemente, quisiéramos demostrar
que en los movimientos étnicos de México se puede encontrar una gran variedad de
dinámicas locales cuyo peso político es extremadamente variable.
6 Aunque en México, a nivel global, la masa demográfica indígena sea más bien pequeña, 9
tiene importancia delimitar la masa absoluta de los grupos mismos y su peso en el
conjunto regional. Las cifras, por sí solas, no bastan para determinar el papel de cada
grupo. En primer lugar, es necesario valorar la presencia de aquellas élites indígenas
que son reconocidas. En esta perspectiva, la tradición juega un gran papel. Así, un
pueblo puede considerarse vencido o vencedor, ya sea respecto al conquistador azteca
(tarascos) o en una etnia vecina (zapotecos, en relación con los mixtecos), o al
conquistador español (especialmente el mundo maya, o también los yaquis).
Evidentemente, a estos recuerdos de la memoria colectiva se añade la capacidad
económica de ciertas élites indígenas en agricultura (totonacos) o en el comercio
(zapotecos). Cierto es que se trata de excepciones, ya que en las zonas dinámicas las
etnias locales han sido destruidas físicamente o absorbidas por el mestizaje.
7 Si bien los grupos indígenas mexicanos en su mayoría están constituidos por
campesinos pobres, es indispensable precisar los elementos que conforman su
sobrevivencia, porque son ellos los que determinan fundamentalmente su identidad.
Por ejemplo, el campesino indígena que vive en una zona de mestizaje se encuentra en
posición desfavorable con respecto a los mestizos en lo que se refiere a su acceso a la
ayuda de la sociedad nacional. Esto es lo que sucede en las cuencas del centro del país
(estados de México, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo). En Yucatán, por el contrario, la mayoría
del campesinado es, salvo excepciones, globalmente maya. Es necesario considerar
también que estos campesinos pobres utilizan numerosos recursos complementarios
para subsistir: las migraciones de temporada hacia la capital son primordiales en el
caso de los grupos étnicos recientemente citados, mientras que la migración hacia
Estados Unidos juega un papel mucho más importante en el caso de ciertos grupos de
Oaxaca (mixtecos) o de Michoacán (tarascos).
8 Basándonos en las consideraciones anteriores nos proponemos analizar un cierto
número de situaciones étnicas regionales; estos ejemplos no pretenden dar razón de la
totalidad en un mosaico extraordinariamente complejo. Comenzaremos con aquellos
casos en que existen negociaciones –para bien o para mal– del reconocimiento de
identidades étnicas y cuyo trasfondo “integracionista” es suficientemente claro.
99
9 A pesar de que sólo la quinta parte de la población de la sierra tarasca, que tiene medio
millón de habitantes, habla tarasco, las comunidades de este grupo étnico gozan de una
identidad que determina la unidad histórica del estado de Michoacán. Se trata de un
pueblo al que los aztecas no pudieron vencer y cuya legitimidad fue asegurada durante
la evangelización de Vasco de Quiroga. Estas comunidades disponen de un capital que
ha sido valorizado recientemente por una red caminera de densidad creciente. Está
constituido por bosques de coníferas, codiciados por los aserraderos y también objeto
de litigios entre pueblos vecinos, debido a una situación jurídica confusa de los
comuneros a tal punto que al comienzo de este decenio surgieron conflictos
sangrientos.
10 Los medios de subsistencia de estas comunidades provienen parcialmente de la
emigración de temporada hacia Estados Unidos (como para todo el campesinado de esta
región), medios generalmente más lucrativos que otros recursos complementarios. Por
otra parte, los organismos públicos se han esforzado por proveer al grupo tarasco de
una educación bilingüe, formando un personal de maestros que han llegado a constituir
un grupo de líderes locales, cada vez menos controlado por las autoridades. Las
reivindicaciones que los maestros bilingües expresan ante el Crefal en Pátzcuaro, en
1980, y que produjeron una fuerte tensión con el gobierno de aquel período, tienen una
clara connotación simbólica. Por cierto, pocos son los grupos étnicos que tienen esa
capacidad para hacerse oír por los poderes públicos.10
OTOMIES Y MAZAHUAS DE HIDALGO Y DEL ESTADO DE MEXICO
11 Estas dos etnias que habitan las llanuras, colinas o cuencas que forman un semicírculo
al norte de la capital, sobrepasan las 400 000 personas (de un total de más de 2 millones
de habitantes rurales de esas zonas en ambos estados). A nivel local, uno u otro de los
grupos es mayoritario. Se trata, en este caso, de pueblos que fueron vencidos por los
aztecas, que a la llegada de los españoles casi no poseían élites y cuya memoria
histórica es muy limitada. Sus tierras pasaron casi integralmente a conformar las
grandes haciendas privadas; les fueron restituidas sólo parcialmente por la reforma
agraria y bajo control estatal. De allí que se trate más bien de labranzas mediocres que
de bosques codiciados. Las fuentes de subsistencia provienen del artesanado femenino
(bordados, etc.) y de la emigración masculina de temporada hacia la capital (jornaleros
de la construcción). En estas dos etnias no existen, prácticamente, movimientos
sociales que reivindiquen una identidad. Han interiorizado profundamente un
sentimiento de inferioridad tanto en la religión (lo auténtico y lo autóctono son
atribuidos a la noche, al diablo, a la feminidad, al sexo 11) como en los comportamientos
(la ebriedad es una realidad, al mismo tiempo que otorga buena fama).
12 En este contexto surge en el año 1975 la manipulación sociopolítica en el estado de
México. Este posee (hacia 1980) un tercio de la población de la capital, así como también
un tercio de las zonas industriales, es decir, tiene en su haber enormes recursos
100
financiero s. El voto urbano se hace cada vez más incierto para las autoridades del
Partido. Por ello, éstas tienen interés en asegurarse el voto rural y especialmente el de
los indígenas. Así, gracias a la prosperidad petrolera, se construyó en 1975 un centro
ceremonial para el pueblo mazahua (de estilo neocolonial, típico de Echeverría) y, más
tarde, hacia 1980, otro para los otomíes (estilo faraónico, de concreto, típico de López
Portillo). Estos dos conjuntos monumentales estuvieron destinados a asegurar el
prestigio de las autoridades supremas de cada etnia frente a ambas poblaciones. No
parece haber existido ninguna otra operación de urbanismo ceremonial de esta
envergadura en otro estado de la República, ni en favor de ningún otro grupo étnico. 12
Resulta difícil dejar en claro los mecanismos para escoger los equipos que rodean a los
jefes supremos. En todo caso, parece poder excluirse la elección formal; la cooptación,
al menos parcialmente, pareciera haber sido hecha entre los maestros bilingües. Por
otra parte, es en este medio donde surgió al menos un líder que afirmaba –su
testimonio ante el Congreso internacional de americanistas de París (1976) pareciera
atestiguarlo– los derechos del pueblo mazahua sobre el control de los recursos
naturales de su territorio: tierras, aguas, bosques. Su discurso, de tono ecologista,
estaba muy cercano, sin duda alguna, al que se escucha en el medio tarasco. Sin
embargo, pareciera ser que le faltó tanto el apoyo popular como la tolerancia del
Partido.
MIXTECOS Y ZAPOTECOS EN LA CUENCA DE OAXACA
13 En las angostas llanuras que rodean la capital del estado, así como en las sierras más
próximas, la mayoría de la masa campesina, que alcanza 1.5 millones de personas, es
indígena. Esta masa es un complejo mosaico de grupos, entre los cuales los mixtecos y
zapotecos son los más numerosos. En esta zona pobre, la sobrevivencia de las
comunidades depende de una gran variedad de artesanados y, además, de la doble
emigración de temporada: por una parte hacia la capital (sin duda, mayoritaria) y, por
otra, a Estados Unidos (más reducida, pero más lucrativa). Los mixtecos ocupan las
zonas ecológicas más mediocres y practican el artesanado menos remunerado: el
trenzado de la palma para sombreros. Los zapotecos gozan de un prestigio precolonial
reforzado por el hecho de que haya nacido entre ellos Benito Juárez, vencedor del
Ejército francés y héroe de la “recuperación del orgullo nacional mexicano”. 13 Así,
Oaxaca y sus alrededores no son escenario privilegiado de movimientos étnicos sino,
por el contrario, lugar ritualizado de la unión de las etnias y de la patria. Ello se expresa
en la fiesta anual de la Guelaguetza, en honor del héroe nacional. Posteriormente
veremos, en otro contexto, el significado de la afirmación zapoteca en el Istmo de
Tehuantepec.
EL PUEBLO MAYA DE YUCATAN
14 Cerca de la mitad del millón de yucatecos habla maya. De ellos, aproximadamente una
buena mitad es yucateca rural y el resto habita en ciudades pequeñas e incluso en la
capital, Mérida, algo que no es habitual en México. Si bien la memoria colectiva guarda
los recuerdos de la guerra de castas, las élites locales conservan un sentimiento
yucateco que va integrándose a la identidad mexicana muy lentamente. El recuerdo de
la “edad de oro” del sisal (henequén) y de su comercio en gran escala hacia Estados
101
Unidos ha perpetuado lazos con Miami, que muy pocos osan llamar contrabando. En
estos medios se habla frecuentemente en maya para comunicarse con la servidumbre o
los campesinos. Estos últimos, que viven situaciones de subempleo, necesitan del
gobierno puesto que éste les ha entregado, a través de la reforma agraria, parcelas de
sisal o de cultivos bastante mediocres sin entregarles la propiedad de las tierras. Si
estos ejidatarios no obtienen, al mismo tiempo, trabajo en las industrias desfibradoras
sólo les queda la emigración. Y esta va en aumento. En este bloque étnico, sin duda
alguna el más coherente y numeroso de México, no se han dado los conflictos étnicos
que han surgido recientemente en otros grupos. En cambio, es muy frecuente la
movilización de los trabajadores del sisal contra los organismos públicos para exigir
más créditos, mejores salarios y mejores precios de compra para el sisal, producto que
se vende mal desde hace ya tres decenios.
GANADEROS, INDIGENAS Y PETROLEROS, DE LA HUASTECA A
TABASCO
16 El Istmo de Tehuantepec, zona poco poblada, tiene núcleos muy reducidos de indígenas
(algunos miles solamente) que son minoritarios en el tejido mestizo. La región es,
además, frágil económicamente. Recientemente se ha producido un vigoroso desarrollo
agrícola y, sobre todo, industrial, ligado directa o indirectamente al petróleo. La etnia
zapoteca domina en las ciudades pequeñas (Tehuantepec, Juchitán) y como controla el
comercio domina también la zona de los pescadores de las lagunas huaves, sin que se
produzcan conflictos de importancia. En estas ciudades, las familias zapotecas
acomodadas, así como el resto de la población, continúan alardeando de su identidad 15 a
través de las fiestas y los trajes femeninos, por ejemplo. La originalidad del caso de
Juchitán consiste en que allí se anudó una alianza entre las familias acomodadas y “el
pueblo”, formando una oposición de coloración étnica que ha recibido también el apoyo
de los políticos de izquierda. Posteriormente las capas populares rompieron con la
burguesía zapoteca y la Cocei y el PSUM aliados conquistaron la alcaldía de Juchitán.
Esta alianza contó con el apoyo, en el piano de las realizaciones culturales, del pintor
Toledo, artista de renombre internacional, que es hijo de la ciudad de Juchitán. Es
importante destacar el papel relevante que han jugado los cuadros políticos y los
intelectuales dinámicos en la promoción de reivindicaciones de contenido étnico, tanto
en Juchitán como en Michoacán. En el otoño de 1983, cuando se efectuaron las
elecciones municipales, se puso en marcha la máquina del PRI del estado de Oaxaca,
apoyada por el aparato de nivel nacional, con el fin de reconquistar la alcaldía de
Juchitán. Hubo enfrentamientos y muertes, y las autoridades superiores nombraron
una comisión municipal En este caso el modelo liberal del gobierno de De la Madrid
presentó, al parecer, cambios en el tiempo y en el espacio: si en la primavera de 1983 la
oposición de derecha podía ganar en las grandes ciudades, en el otoño no era tolerada
ni siquiera por “la derecha” en el Michoacán mestizo, ni por “la izquierda” y los
indígenas en el istmo. En el caso del Istmo, nos encontramos ya en las puertas de
Chiapas, frontera de la República de la que hablaremos más tarde.
Sonora, ya sea utilizando los conflictos entre gobierno local y gobierno federal, o bien
jugando la carta de la frontera abierta o vendiéndose como mercenarios, etc. 16 Los
yaquis poseen actualmente la capacidad para exigirle al Estado los créditos y otros
implementos necesarios para sus cultivos por irrigación en las tierras que han logrado
conservar de su patrimonio territorial, codiciado y mermado por los sonorenses desde
el comienzo de este siglo.
LOS INDIOS DE CHIAPAS EN LOS CONFINES DE GUATEMALA
19 Durante largo tiempo México ha considerado a Chiapas, casi tanto como lo ha hecho
con Yucatán, como una comarca extraña, sin preocuparse casi de su poco peligroso
vecino guatemalteco que, además, le ha sido muy útil para valorizar el contraste entre
su política progresista y el abandono en que estaban sumidas las mismas poblaciones
indígenas del lado guatemalteco. En efecto, el medio millón de indios de los Altos de
Chiapas y de sus alrededores es solamente el extremo occidental de una masa que es
enormemente mayoritaria en toda la zona oeste de Guatemala. Al aumentar la violencia
en esta zona, la intensa represión del ejército guatemalteco ha hecho migrar hasta la
zona de Chiapas a una cantidad de refugiados que oscila entre 30 y 40 000 personas, en
su mayoría indígenas que hablan dialectos similares a los de las aldeas que los acogen.
Las operaciones puntuales de “represalia” contra estos refugios a quienes se acusa de
sostener a la guerrilla, convierten el equilibrio militar, trente a vecinos dotados de
algunas unidades de aviación modernas, en un asunto delicado para los mexicanos,
cuyas instalaciones petroleras no están lejos de la frontera. En este contexto, desde
comienzos de 1984, millares de refugiados han sido “instalados” en zonas poco pobladas
de Campeche, lejos de sus parientes y además en zonas ecológicas calurosas que no les
son familiares. Es aún demasiado temprano para juzgar los efectos de esta política
destinada a reducir los riesgos en las fronteras.
20 Al mismo tiempo que el Estado mexicano intenta desactivar el problema indígena de los
refugiados debe, también, enfrentar las tensiones agrarias que sufren las propias
comunidades de Chiapas. La política reciente consiste en entregar recursos financieros
importantes y muy superiores a los que se han entregado a otras regiones del país para
evitar que intentos de impugnación tomen vuelo y no puedan ser controlados por las
autoridades, ya sea que provengan de los líderes indígenas o de organizaciones
caritativas o de otro tipo. Es evidente que el problema está bajo custodia en esta zona
de México donde la densidad de los estudios de antropología social es alta y en la que
existen múltiples iniciativas en favor del desarrollo local. Esta vigilancia es ejercida por
un gobierno que terne tanto por la imagen que da internacionalmente como por su
capacidad de negociación con su vecino del norte.
21 La primera duda que se planteará el lector que haya seguido este estudio de casos será:
¿existe un movimiento social de reivindicaciones étnicas en México?, y la segunda:
¿existe una política indigenista en ese país? Dos elementos permiten concluir que hay
una coherencia. Primero, los movimientos indigenistas mexicanos están dirigidos, en
mayor grado que en otros lugares de América Latina, por líderes que conocen bastante
bien el ascenso de las luchas y los tipos de reivindicaciones planteadas por los
movimientos indígenas de América del Norte. No es sorprendente, entonces, constatar
que las reivindicaciones se concretizan en torno al patrimonio “natural”,
esencialmente al patrimonio de tierras; tampoco lo es el que hagan referencia al
104
contenido simbólico del terruño y del lugar de identificación. Estos elementos son los
que permiten, entonces, la aparición de un cuerpo de reivindicaciones común a líderes
e incluso a poblaciones cuyas situaciones concretas son extremadamente disímiles. Por
otra parte, al hecho de que las poblaciones indígenas tengan demasiado poco peso a
nivel nacional como para representar un peligro global, se añade la circunstancia de
que todo esfuerzo de ayuda o de negociación con un determinado grupo étnico a nivel
regional tiene importancia para la adquisición o conservación de ventajas políticas en
tal estado federado o en tal municipio. México puede tener una o varias políticas
indigenistas y es de interés para el Estado que así sea.
22 ¿Cómo entonces comprender el o los esquemas aplicados en el período que sucede a la
puesta en tela de juicio del indigenismo integrador que dominó entre los años 1950 y el
comienzo de los 70? Según la hipótesis de H. Favre, se trataría del surgimiento de un
nuevo indigenismo que intenta entregar satisfacciones simbólicas a la fracción indígena
de un campesinado cuya emigración a las ciudades se desea cada vez menos y cuyo
nivel de vida casi no se mejoró durante el boom petrolero ni menos aún después del
frenazo que comienza en 1982.17 Es difícil verificar en su globalidad la hipótesis
mencionada. Nosotros nos inclinamos, más bien, por considerar e interpretar los
nuevos esquemas como una serie de negociaciones en términos de adhesión política al
PRI, en una coyuntura en que la votación urbana se ha hecho mayoritaria y cada vez
más imprevisible y en que, por lo tanto, el gobierno necesita controlar en mayor grado
el voto rural. A nuestro juicio, así se podría explicar que se promuevan líderes en el
Estado de México, que se toleren ciertos movimientos sociales en Michoacán y que se
entablen negociaciones reales en la zona yaqui. Se trata de zonas en las cuales las
tensiones son relativamente ligeras y donde es fácil presentar una imagen de apertura
tanto a la opinión internacional como a los intelectuales urbanos. En cambio, allí donde
las tensiones internas son mucho más fuertes, el indigenismo integrador sigue vigente
y las reivindicaciones o la oposición no pueden jamás sobrepasar ciertos límites. En
estas condiciones, sería excepcional que los movimientos llegaran a hacer valer sus
derechos, ya sea frente a los ganaderos en la vertiente este del país o frente a las
realizaciones petroleras, portuarias o industriales de las mismas zonas o del Istmo y,
menos aún, frente a los militares, en la delicada situación que vive Chiapas con respecta
a Guatemala.
NOTAS
1. Fue liberado en la primavera de 1984, poco después de que se retiraron los cargos de
corrupción con que se le había inculpado. Todos los antropólogos de izquierda, a los cuales
pertenece, llevaron muchos testimonios a su favor, testimonios bastante convincentes.
2. A. Warman, A.M. Nolasco, G. Bonfil, M. Olivera y E. Valencia. De eso que llaman antropología
mexicana, Mexico, 1970.
3. H. Favre, L’Indigénisme mexicain, Problèmes d’Amérique latine, no. 42, diciembre de 1976, pp.
67-82.
105
4. L. Arizpe, El reto del pluralismo cultural, INI, México, 1978,78 pp. (Conjunto de artículos referidos
a las nuevas protestas étnicas, en los dos congresos nacionales de 1975 y 1977). Sobre el mismo
tema ver el artículo de G. Bonfil en México hoy, E. Florescano y P. González Casanova, Siglo XXI,
México, 1979; el autor desarrolla la idea que los nuevos gérmenes de identidad étnica se pueden a
veces manipular, pero no se pueden reprimir. El mismo G. Bonfil nos da otro artículo sobre el
mismo tema en el libro colectivo: El desafío mexicano (prólogo de H. Aguilar Camín), Océano-
Nexos, México, 1982. Recordemos también la publicación por el INI en 1978 de un grueso libro de
misceláneas: México indígena, órgano de difusión del INI, 30 años después, revisión crítica, número
especial de aniversario, 339 pp. Otros datos, incluyendo bibliografía, aparecen en el no. 97 (1979) de
la Revista mexicana de ciencias políticas y sociales, sobre “las nacionalidades indígenas en México”.
5. PRI, Partido Revolucionario Institucional.
6. Irena Majchrzak, Cartas a Salomón, reflexiones acerca de la educación indígena, SEP, Dirección
general de educación indígena, Cuadernos de información, y divulgación para maestros bilingües,
México (el libro no ha circulado en librerías; unos extractos se publicaron en Vuelta no. 77, abril
de 1983; pp. 9-12).
7. Robert Ricard, La “conquête spirituelle” du Mexique, Institut d’Ethnologie, París, 1933.
8. Severo Martínez, La patria del criollo, Educa, San José de Costa Rica, 1973,786 pp.
9. En 1970, 3.1 millones de personas de habla indígena de más de 4 años, de los cuales 0.8%
monolingües, sobre una población mexicana de 48 millones. En 1980, 5.1 millones de personas de
habla indígena de más de 4 años, de los cuales 1.1% monolingües, sobre una población de 67
millones.
10. El Colegio de Michoacán, en Zamora, dedicó a los purhépechas (o tarascos) su segundo
congreso anual (1980, publicado en 1982). Reeditó en 1980 la Relación de Michoacán (con estudio y
notas de Francisco Miranda). Una traducción francesa hecha por J.M. Le Clézio fue publicada por
Gallimard en 1984.
11. J. Galinier, N’yuhu, les indiens otomis, hiérarchie sociale et tradition dans le sud de la Huasteca,
México, Etudes mésoaméricaines, Maefm, 1979,615 pp., y datos directos del autor.
12. Los nahuas (o aztecas, o mexicas) que viven en el Estado de México no son tan numerosos
como los otomíes o los mazahuas; el gobierno no ha considerado que sea necesario edificar un
monumento parecido para este grupo étnico, porque es el grupo étnico dominante por
excelencia, y a la vez porque en esta parte del país es un grupo intensamente mestizado.
13. W. Jiménez Moreno, “Puebla como recuperación del orgullo nacional”, en La Intervención
francesa y el imperio de Maximiliano, IFAL, México, 1965, pp. 51-59. L. Aubague, “La resistencia de las
lenguas indígenas: una alternativa a la política lingüística oficial”, Bulletin du Cemca no. 6, México,
febrero de 1984.
14. Bajo el título Laguna de dos tiempos.
15. Anya Peterson Royce, Prestigio y afiliación en una comunidad urbana: Juchitán, Oaxaca, No. 37, INI,
México, 1975. H. Rivière d’Arc y M.-F. Prévot-Schapira, “Las inversiones públicas y la región: el
istmo de Oaxaca”, en El puerto industrial de Salina Cruz, México, coedición CEMCA/Instituto de
geografía de la UNAM, 1984.
16. Cécile Gouy Gilbert, Une résistance indienne, les Yaquis du Sonora, Federop, Lyon, 1983;
conversaciones con Michel Antochiw.
17. Véase nota 3.
106
AUTOR
CLAUDE BATAILLON
CNRS
107
Situación multilingüe y
planteamiento lingüístico en el Perú
Alberto Escobar
categoría, el grupo de aquellos hablantes que poco a poco se reconocen y son tenidos
por hábiles para expresarse tanto en A como en B, es decir, para componer el grupo AB,
o sea el de los bilingües.
4 A lo largo de todo el período colonial este esquema se mantiene inalterado. El ingreso al
país de una población precedente de Africa y de otra que venía de Asia, no puede
considerarse – a mi juicio – en el mismo nivel sociolingüístico, puesto que la presencia
de los idiomas de esos migrantes se atenúa y desaparece después de una generación.
Por lo tanto, si queremos ordenar la cuantía de las lenguas que aparte del español
componen el conjunto de idiomas hablados en el Perú, tendríamos que convenir en que
teóricamente dicho número puede ser muy alto, si se piensa en el cúmulo de lenguas de
la Amazonia; pero, si se toma en cuenta su peso demótico y la expansión geográfica de
su dominio, tanto como su influjo en el proceso cultural de la sociedad peruana,
entonces el número se reduce considerablemente y su influencia se restringe a la
interacción del castellano con el quechua en primer lugar, y con el aymara en segundo
término, puesto que el puquina ya se extinguió.
5 Colocados en un ángulo que no sea el de simple recuento de los datos materiales o de
inventario y cuantificación de lenguas y hablantes, tenemos que admitir que toda
mirada sobre la realidad lingüística supone al mismo tiempo una manera de mirarla.
Ello equivale a sostener que existe una estrechísima relación entre el “enfoque” y el
“cuadro”. Por enfoque entendemos la perspectiva con la que se observa el material; y
por cuadro la representación que se nos ofrece desde dicha perspectiva.
6 Ahora bien, a pesar de lo concluyente de los datos y de las proporciones numéricas a lo
largo de siglos, que se expanden por igual por la colonia y la república, se ha
malentendido o ignorado o desdeñado la condición multilingüe de la sociedad peruana.
Lo que quiere decir que sólo desde hace pocos años se difunde y acepta que nuestros
países constituyen –y no sólo en el pasado remoto, sino en el presente– sociedades
pluriculturales y multilingües.
7 Decirlo así es también una manera de insistir en que a pesar de la tenacidad de los datos
empíricos para reaparecer ante los ojos de quienes quisieran mirar
desapasionadamente en la realidad y la historia, en la etapa colonial y en la republicana
se impuso la gravitación de una ideología de la asimilación y de una convicción
asimilacionista que distorsionó el piano de la realidad lingüística en grado semejante a
la realidad cultural. Ellas – ideología y convicción – propusieron un proyecto que era
antes que nada un wishful thinking, la expresión del deseo de modelar la sociedad
“integrada” y verla dirigida por los sectores criollos que sucedieron a la vieja
aristocracia peninsular del virreinato. He ahí la perspectiva Después de la guerra del
Pacífico (1879-1883) y a consecuencia del análisis del estado de cosas generado con ese
derrumbamiento bélico y social, el proyecto nacional civilista que se generalizará
después en este punto, encomia la posibilidad de sustituir toda idea de identidad plural
en beneficio de una imagen unitaria en lo político, cultural e idiomático. Como es de
rigor en casos semejantes, la unidad supone que el renunciamiento sea a costa del
sector sin acceso al poder. Tal era, pues, el cuadro.
8 Lo curioso de esta situación reside no sólo en que se haya ignorado el carácter
plurilingüe del Perú, sino también en que se haya cerrado los ojos al reconocimiento de
los rasgos particulares y las variedades del castellano peruano. Lo que implica un doble
grado de alienación trente a la realidad del contorno, puesto que no sólo se negaba la
evidencia del vigor y expansión diversos de las lenguas de origen americano, sino que
110
“dialecto”, y para romper la circularidad evidente en los autores al definir el uno por el
otro y a la inversa, Wölck concluyó que la posibilidad de dar a dichos conceptos una
explicación que fuera a la vez operativa y rigurosa estaba clausurada en el exclusivo
dominio de la lingüística; y, por tanto, abrió la posibilidad de esbozar la respuesta en
una aproximación sociolingüística, apelando a la intervención de las opiniones no
técnicas, vulgares, acerca de uno y otro concepto (1977). De este modo y elaborando un
marco teórico sobre la base de dichos argumentos, Wölck sustentó la pertinencia de
distinguir entre una modalidad de “lengua 1” o “etno-cultural” y una “lengua 2” o
“socio-política”, como modo no solo de sortear el impasse sino de reajustar el criterio de
análisis. En verdad, tras este planteo hay una prudente reacción contra el
europeocentrismo acuñado en la definición tradicional de lengua, que es la que calza
con la lengua 2 del nuevo doblete. O sea que las lenguas estandarizadas, con un código
escrito y usado regularmente, como ocurre con casi todas las lenguas europeas, están
concebidas como dimensiones mayores por debajo de las cuales existen les dialectos,
identificables sobre todo en el nivel fonético-fonológico, puesto que esta modalidad,
designada también con el nombre de lengua socio-política, posee un sistema gramatical
mas no uno fonético, que es inherente a las versiones dialectales a través de las cuales
se realiza.
15 Opuesta a la lengua 2 o socio-política, surge la formulación de otra modalidad, la lengua
1 o etno-cultural, que goza de notable “distintividad externa” y “coherencia interna”,
aunque carece de una forma suprarregional estándar que sirva de remate o cobertura a
los dialectos. Ello sin embargo no descarta que exista coincidencia en su esquema de
categorías funcionales sintáctico-semánticas, como argumentó Wölck para el caso de
los seis principales dialectos quechuas. Pues bien, este tipo de lengua 2 no es todavía
una lengua estandarizada, lo que tampoco supone que alguna vez lo llegue a ser ni lo
contrario, y en consecuencia, más justo es designarla como preestandarizada o
simplemente oral. Sus caracteres principales son los siguientes: posee un sistema
gramatical completo; su estructura común no aparece en una sola forma, pero es
inferible de un conjunto de funciones y categorías profundas, gramaticales o
semánticas; no es entidad glotopolítica y por eso rara vez coincide con los límites
nacionales y, por el contrario, a menudo puede ser multinacional, como el quechua, que
se habla desde el sur de Colombia hasta el norte de Argentina.
16 Me interesa subrayar que la proposición de Wölck surgió de su conocimiento y manejo
de la situación multilingüe peruana y, en particular, de la región andina, y que fue en el
afán de esclarecer los problemas vividos en ese contexto y como una reacción frente al
instrumenta de trabajo heredado, que Wölck formulé su nueva conceptualización (1978:
211-219). Este enriquecimiento del saber teórico –gracias al quehacer con situaciones
concretas del complejo multilingüe– se ha repetido ya varias veces, como ocurrió en los
trabajos de reconstrucción de la dialectología quechua realizados por Torero (1974); en
la brillante revisión que culminó Cerrón Palomino (1977) de una ley de los
neogramáticos, acerca de los cambios fonéticos; o en mi propio estudio (1976) relativo a
los grados de bilingüismo a consecuencia de interferencia o fusión, en bilingües
sucesivos, vistos en la relación entre la dialectología y la socio-lingüística; o en los
aportes de Solá (1979) a la teoría de la educación bilingüe no formal, en base a la
experiencia cuzqueña.
17 La segunda comprobación sobre la que deseo insistir concierne a la atención que se
presta a la opinión de los investigadores y estudiosos en las esferas gubernamentales
113
del país. Tanto es así que se puede apreciar el notable camino recorrido desde el
artículo publicado por José María Arguedas en 1944: “Un método para el caso
lingüístico del indio peruano” y los planteos e intercambios de experiencias y criterios
en la Mesa redonda sobre el monolingüismo quechua y aymara y la educación, celebrada en
1963 y publicada tres años más tarde, y que fuera promovida por el mismo Arguedas
desde la Dirección de la Casa de la Cultura. En ese certamen participaron educadores,
lingüistas y antropólogos y algunos funcionarios del Ministerio de Educación; pero, ya
años más tarde, el propio Ministerio convocaba a un primer seminario nacional sobre la
educación bilingüe y recibía una amplia acogida de parte de los especialistas del país y
del extranjero que en ese momento se encontraban en el Perú (enero de 1972), y así fue
como una serie de sugerencias y proposiciones técnicas dieron como resultado la Ley
General de Educación (marzo de 1972), la declaración de la política de educación
bilingüe (junio de 1972) y, finalmente, la ley que decretó la oficialización del quechua
(DL. 21156, 1975) y las ulteriores medidas encaminadas a su implementación, hasta
1977.
18 La tercera precisión se orienta a subrayar que, si hasta la creación de la Ley General de
Educación en 1972 la respuesta oficial no había avanzado más allá de la aceptación
formal y la incorporación circunscrita de la educación bilingüe en la Amazonia y en
algunos experimentos consentidos en la zona andina, a partir de ese momento se
consagró en general el derecho del niño o adulto no alfabeto, hablantes de una lengua
minoritaria, a ser instruidos en su lengua nativa y a aprender el castellano a través de
un proceso didáctico técnicamente organizado, sin menosprecio de su lengua y cultura
maternas. Con posterioridad a la ley de oficialización del quechua de 1975, la
conceptualización legal y política del problema implicado por el multilingüismo
peruano rebasó los estrictos linderos escolares y se manifestó ya no solo como un
programa de desarrollo comunal, sino como un ambicioso proyecto de reacomodación
social a escala de todo el país, entre los segmentos hispanohablante y quechuahablante,
con miras a concertar una reestructuración de la sociedad global, en busca de un orden
menos injusto para los sectores populares y campesiños.
19 Hagamos una somera recapitulación. Entre 1945 y 1975 se emprendieron en el Perú
programas de educación bilingüe en la Amazonia (a través de un convenio concertado
con el Instituto lingüístico de verano) y algunos ensayos reducidos y más
experimentales en el área andina, entre los que vale la pena retener las experiencias de
la Universidad de Cornell y la Universidad de San Marcos, de la Universidad del Cuzco y
quizás algún otro empeño menor. En todos estos casos el diseño partía de la escuela y
procuraba extenderse hacia la comunidad, y en el mejor de los casos se expandía hasta
convertirse en el típico programa de desarrollo rural. No obstante sus méritos, es
evidente el carácter marginal de este enfoque y su conceptualización del factor
educativo como una variable independiente. Por lo mismo, el énfasis del trabajo se
colocaba en el proceso de enseñanza-aprendizaje intraescolar y se priorizaba la
promoción individual, desdibujando el carácter social del problema de la lengua en el
país. La ley de educación de 1972 fue un avance no desdeñable respecte del marco que
acabamos de calificar sucintamente, en la medida que su marco teórico es más amplio
en dos cuestiones medulares:
a. en cuanto interpreta la educación bilingüe no como un mero sistema suplementario para
castellanizar a los hablantes de otras lenguas del país, sino que se define como una
enseñanza bilingüe y bicultural al mismo tiempo, de manera que la actividad educativa se
pretende una de las vías de reconocer la realidad plurilingüe y multicultural del país, y de
114
era, o quería llegar a ser, una decisión eminentemente político-social, que proponía en
el nivel de la cultura el cambio paralelo a una rearticulación de las formas de
producción y de ejercicio del poder político, a fin de cancelar la servidumbre, la gran
propiedad y las relaciones de intercambio desigual entre la ciudad y el campo.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
ARGUEDAS, José María y otros, 1966 – Mesa redonda sobre el monolingüismo quechua y aymara y la
educación en el Perú. Casa de la Cultura, Lima.
ARGUEDAS y otros, 1966 – Mesa redonda sobre el monolingüismo quechua y aymara y la educación en el
Perú. Casa de la Cultura, Lima
ESCOBAR, Alberto, José MATOS MAR y Giorgio ALBERTI, 1975 – Perú ¿país bilingüe? Perú Problema 13.
Instituto de Estudios Peruanos, Lima.
163-186. Lima
ESCOBAR, Alberto, José MATOS MAR y Giorgio ALBERTI, 1975,1975 – Perú ¿país bilingüe? Perú Problema
13. Instituto de Estudios Peruanos, Lima
ESCOBAR, Alberto, 1969 – Problemática de las lenguas nacionales. En El simposio de México. Enero de
1968. Actas, informes y comunicaciones. 35-43. UNAM, México.
1976 – Bilingualism and Dialectology in Perú. En J. P. Rona y W. Wölck (eds.) The Social Dimension of
Dialectology: 89-96. Mouton, La Hague.
1978 – Variaciones sociolingüísticas del castellano en el Perú. Perú Problema 18. Instituto de
Estudios Peruanos, Lima
1979 – “El problema de la lengua y la identidad nacional”. En Perú: identidad nacional: 169-189.
Cedep, Lima
PARKER, Gary, 1963 – La clasificación genética de los dialectos quechua. Revista del Museo Nacional
XXXII: 241-252. Lima
SOLA, Donald, 1979 – “A Flexible-Technology Model for Bilingual Education”. Ponencia leída en la
Eastern Michigan University, en el Interactive Forum.
117
TORERO, Alfredo, 1964 – Los dialectos quechuas. Anales Científicos de la Universidad Nacional Agraria II
(4): 446-478. Lima
1972 – “Lengua e historia en la sociedad andina”. En El reto del multilingüismo en el Perú. Perú
Problema 9: 51-106 Instituto de Estudios Peruanos, Lima
1974 – El quechua y la historia social andina. Universidad Ricardo Palma, Dirección universitaria de
investigación, Lima
WÖLCK, Wolfang, 1977 – Un problema ficticio: ¿lengua o dialecto quechua? Lexis. Revista de
lingüística y literatura 1 (2): 151-162. Lima.
1978 – Towards a Classificatory Matrix for Linguistic Varieties, or the Dialect/Language Problem
Revisited. En Aspects of Bilinguism 211-217. Michael Paradis (ed.). Hornbeam Press Inc., South
Carolina.
AUTOR
ALBERTO ESCOBAR
Instituto de Estudios Peruanos de Lima
118
6 La idea de los arhuacos era que el maestro pudiera formar a su vez maestros arhuacos,
con el objeto de prescindir, rápidamente, de la ayuda extranjera. Los misioneros,
siguiendo el esquema clásico de la asistencia a poblaciones “subdesarrolladas”,
organizan su presencia en la perspectiva de una asistencia-dependencia permanente.
La enseñanza en si es muy deficiente –en 63 años no ha logrado reducir el
analfabetismo– lo que contribuye a justificar el motivo oficial de su presencia. A los
niños se les mantiene durante unos diez años dentro del “orfanato” con el fin explícito
y parcialmente alcanzado, de constituir una nueva población, culturalmente mestiza,
sometida económica e ideológicamente a los capuchinos, punta de lanza de la ofensiva
contra la cultura tradicional. Se llega al extremo de traer indígenas guajiros y
motilones para hacer cruzas genéticas...
7 Los arhuacos intentan resistir y retiran a sus hijos. Los misioneros, apoyados por las
fuerzas oficiales, los recuperan por la fuerza. Comprendiendo que el núcleo de la
resistencia está constituido por los sacerdotes o mama arhuacos, los atacan y destruyen
sus templos. Se llega a asesinar a un importante mama. Numerosos arhuacos emigran
entonces hacia remotas regiones de la sierra (Serankua, Mamamkanaka, Donachui,
etcétera). Los misioneros se apoderan, para su provecho, de tierras abandonadas por los
emigrantes y las distribuyen, en parte, entre sus clientes. Sin embargo, en forma
callada, la resistencia prosigue durante 40 años.3
8 En 1959, una nueva delegación indígena logra llegar a Bogotá y hace una denuncia
contra la misión capuchina, que entre tanto ha llegado a ser importante latifundista (4
000 ha en el valle de San Sebastián, “haciendas” de caña de azúcar en Santo Domingo y
Donachui). El gobierno de la época (Lleras Camargo), deseoso de limitar la influencia
preponderante de la Iglesia católica en la periferia del país, recibe a los líderes y crea
(1962) una oficina de “protección” a los indígenas de Valledupar. Los misioneros
parecen retroceder un poco. Se cierra el internado central de San Sebastián (o
Nabusímake, capital de los arhuacos) y se crea una decena de pequeñas escuelas, menos
coercitivas en los valles de la sierra Posteriormente. la comunidad logra recuperar las
tierras en posesión de la misión.
9 A fines de los años 50 empieza por lo tanto una nueva era caracterizada por el
fortalecimiento de la organización arhuaca y la llegada de los poderes públicos que,
según el caso, se valen de los indígenas o de los misioneros. Con la esperanza de
recuperar ventajas políticas (votos) o económicas (tierras, mano de obra, proyectos
turísticos), algunos grupos privados de la región de Valledupar intervienen también y
apoyan, según su conveniencia, a los indígenas, a los misioneros o a la administración
central.
10 En 1975, utilizando la ayuda y los consejos, por una parte, de un grupo cristiano
progresista en conflicto con la jerarquía católica, y por otra, el apoyo de algunos
etnólogos del instituto Colombiano de Antropología, los jefes arhuacos deciden la
elaboración progresiva de un programa escolar que retomaría esencialmente las
aspiraciones de 1915, todavía sin colmar. El programa quiere ser bilingüe y bicultural.
Está orientado hacia la formación de un personal docente indígena que dependería de
los responsables de la comunidad. Este programa comienza oficialmente en 1978, con el
apoyo del Ministerio de Educación. Es precedido por una fase experimental llevada a
cabo esencialmente en las dos pequeñas escuelas de Nabusímake y Donachui Gran parte
del material pedagógico previsto es actualmente utilizado en algunas escuelas. Se
celebran varias sesiones de formación para maestros indigenas.
121
11 El objetivo del programa es el crear una zona piloto, con el apoyo del ministerio, que
escaparía al control de la misión capuchina. El éxito del proyecto depende,
evidentemente, de la coyuntura política, muy desfavorable desde hace año y medio,
más que de la credibilidad científica y pedagógica del experimento. Los Capuchinos y
los políticos locales, recelosos por la combatividad de los arhuacos, han logrado en
varias oportunidades que interviniera el ejército, cuyo peso específico se acrecentó
considerablemente en estos últimos tiempos en el contexto colombiano. Pretextando
amenazas de subversión, el ejército interrumpió el programa ¿Por cuánto tiempo? (cf
posdata).
EL ESCENARIO COLOMBIANO
12 Las etapas del enfrentamiento arhuaco con el mundo blanco en el curso de este siglo,
son las mismas etapas que marcan la historia reciente de todos los grupos indígenas, en
situación análoga ante la “frontera” blanca Con excepción de las dos etnias más
importantes (Paéz: 80 000 personas y Guajiro: 100 000 personas) que viven, cada una,
situaciones muy específicas, los grupos indígenas de Colombia presentan dos
características que sitúan su problemática muy lejos de la de las poblaciones
mesoandinas o mesoamericanas: una demografía reducida desde algunas decenas a
algunos miles de personas por cada grupo, un gran aislamiento. Las grandes masas
humanas del momento de la Conquista de lo que es hoy Colombia (de tres a diez
millones de personas según autores recientes) fueron o destruidas, o asimiladas y
reducidas por mestizaje. Aunque se puede discutir todavía acerca de la indianidad de
algunas zonas del país (Boyacá, Cundinamarca rural, Nariño, piedemonte del Casanare
etc.), globalmente se puede considerar que la contradicción étnica y de civilización
entre el europeo y el indígena, fue progresivamente sustituida en las regiones centrales
por una contradicción más interna, una lucha de clases. Solo los grupos indígenas que
vivían en regiones de difícil acceso (selvas tropicales, llanos, tierras frías: el 60% de la
superficie colombiana) o que se habían refugiado allí, pudieron sobrevivir. La historia
de estos grupos –y es el caso de los arhuacos– está ligada a la historia de la “frontera”,
es decir, al movimiento del límite del sistema central, en expansión sobre su periferia.
Es su posición actual con relación a dicha frontera y la presencia simultánea de otros
grupos en la misma posición, lo que define las modalidades de su sobrevivencia y en
especial sus perspectivas lingüísticas y educativas.
13 Las guerras de independencia de principios del siglo XIX provocan en gran medida el
hundimiento de la estructura de control colonial. A lo largo del siglo, esta nueva
situación conlleva prácticamente la desaparición de los indígenas que habitaban las
zonas centrales (eliminación de los “resguardos” de la cordillera oriental –excepto
Cauca– por la dinámica de las leyes republicanas; colonización de la cordillera
occidental). Este mismo hundimiento del sistema colonial da, por el contrario, cierta
tregua a las etnias de la periferia. El último cuarto del siglo ve la consolidación del
aparato del Estado colombiano. El partido conservador, instalado en el poder, después
de ganar las guerras civiles, confía a la Iglesia católica la tarea de “reducir a los salvajes
a la vida civilizada por medio de las misiones” (articule primero de la ley 89 de 1890).
Esta ley, el concordato y el convenio de Misiones (1887) expresan la renuncia del Estado
a su soberanía sobre los indígenas de la periferia o “salvajes”. En esa época, en Europa,
la Iglesia es integrista, asediada por los movimientos liberales y socialistas, aferrada al
122
por un lado, los medios coercitivos no están a la altura del desafío, y por otro, cierto
número de escándalos (revelaciones sobre las misiones de Putumayo por V.D. Bonila, 6
represión y torturas en Planas, masacres de la Rubiera, etc., sensibilizan a la opinión
nacional e internacional y obligan al gobierno a un tratamiento más demagógico del
tema de la integración Al mismo tiempo se comprueba un cierto despertar de las
organizaciones indígenas (movimientos guahibo, arhuaco, tukano y sobre todo el Cric
de Cauca). Como se trata también de retomar el control de los indígenas frente a
diferentes grupos de presión (iglesias, comerciantes y traficantes, colonos) cuyos
intereses no son necesariamente los suyos, el Estado esboza una política indigenista. El
margen de maniobra de algunos funcionarios pro-indígenas aumenta y se asiste a la
creación entre 1971 y 1976 de cierto número de reservas territoriales decididas por el
Instituto de reforma agraria. Desde 1973 hasta 1979, el Instituto colombiano de
antropología prepara programas de asistencia en el área de salud y educación. En 1978,
el Ministerio de Educación promulga el decreto 1142 (garantizando una educación
bilingüe y bicultural a las comunidades”. La Iglesia católica, afectada por estos nuevos
planteamientos que interrumpen su largo diálogo a solas con los indígenas, manifiesta
veleidades de cambio. Bajo la doble influencia de las reformas de Vaticano II y de la
ruptura del monopolio anterior, aparecen nuevos comportamientos, salvo en algunos
sectores particularmente retrógrados (capuchinos de la Amazonia y de la Sierra
Nevada). La mayoría de las veces, sólo se trata de prolongar la dominación bajo la forma
sutil del “respeto a las culturas”. Algunas organizaciones que continúan invocando al
cristianismo se alejan, no obstante, de las instituciones eclesiásticas y se comprometen
en la lucha de las comunidades. De manera análoga y retomando una tradición de los
años 30, algunos militantes de los partidos de izquierda se comprometen también en
estas luchas, pero en general, sus organizaciones casi no los respaldan.
17 Todos estos esfuerzos de apertura están de hecho muy amenazados en la actualidad.
Los años 1979 y 1980 marcan el comienzo de una nueva etapa en la esquemática historia
que estamos trazando. El Estado colombiano está sujeto a graves crisis internas
(inflación, desocupación, delincuencia, incremento de la influencia de los medios
ligados a la droga y al contrabando, funcionamiento deficiente de los servicios públicos,
débil credibilidad del sistema político, etcétera). La política de estos últimos tiempos –y
podemos pensar que será duradera– ha sido la de acrecentar la represión. Se ha
organizado sistemáticamente la persecución de elementos subversivos o de quienes se
presume que lo son, entre los cuales están a veces las organizaciones indígenas. Todos
los programas y los movimientos que habían podido desarrollarse en el curso de la
última década han sido afectados por este proceso. Un estatuto para el indígena está en
estudio en el Parlamento. Este proceso deja al criterio del ejecutivo todos los proyectos
referentes a los indígenas; permite su control sobre las organizaciones indígenas y
sobre los programas de investigación y asistencia preparados por cualquier institución
privada o pública, nacional o extranjera. En el marco general del Estado, se trata de
aplicar en zonas poco controladas la doctrina de la “seguridad nacional”. A pesar de
toda la fraseología del texto, de él no puede resultar sino un aislamiento creciente para
los indígenas y una mayor debilidad ante las expoliaciones locales, nacionales y, cada
vez más, transnacionales (cf. posdata).
124
CONCLUSION
NOTAS
1. Reichel-Dolmatoff, Contactos y cambios culturales en la Sierra Nevada de Santa Marta, en
Revista colombiana de Antropología, vol. 1, Bogotá, 1953, pp. 17-22.
2. Vicencio Torres Márquez (indígena arhuaco), Los indígenas y “la vida de la civilización”, América
Latina, Bogotá, 1973, p. 60.
3. J. Friede, La explotación indígena en Colombia, Punta de Lanza, Bogotá, 1973.
126
AUTOR
JON LANDABURU
CNRS
127
1 El náhuatl es hablado aún hoy en México por varias decenas de miles de personas, en
una zona que tiene aproximadamente por centro la capital de México, y por límites los
estados de Guerrero al oeste y de Veracruz al este. Sin tomar en consideración el
término “azteca” que es utilizado sobre todo, hoy, por los americanos de Estados
Unidos, quisiera destacar la existencia de dos términos, “náhuatl” y “mexicano”, para
designar la misma lengua, y esto desde la Conquista. 1
2 Los indígenas llaman generalmente “mexicano” la masehual tlahtolli, el “hablar del
pueblo”, mientras que los ciudadanos “cultos” la llaman “náhuatl”. En la elección del
término “náhuatl” hay un deseo de revalorización cultural y lingüística, ya que se
asocia así los dialectos modernos a la brillante cultura precolombina conocida gracias a
los códices redactados en “náhuatl”. El “náhuatl”, es ante todo, la lengua clásica. Pero
llamar “náhuatl” a los dialectos modernos es también contribuir a desvalorizarlos ya
que comparándolos con la lengua clásica –que también es una variante dialectal, la que
era hablada por los eruditos nobles de Tenochtitlán– se les considerará –“corruptos”– 2
o “aculturados”.3
3 Algunos lingüistas, es un movimiento inverso pero, en lo esencial, idéntico, reivindican
para el dialecto que estudian, en oposición a los otros dialectos, la condición de hijo
legítimo de la lengua clásica Por eso, frente a esta doble denominación, parece
importante estudiar, al mismo tiempo que la lengua,4 las actitudes frente a la lengua.
4 Del informe presentado después de una investigación5 que fue realizada en el Distrito
Federal en 1976 extraeremos estas observaciones que hicieron indígenas autóctonos
bilingües:
• “¡Ya no sirve de nada el náhuatl!”
• “Se ha acabado el mexicano porque los hijos no quisieron aprender”.
• “Con la lengua de hoy se hizo más fácil hablar”.
5 Hay numerosos ejemplos que muestran la actitud de rechazo del indígena ante su
“dialecto”. Esta actitud se explica por la discriminación racial de clase que sufre el
128
7 Se trata de una nueva concientización para el indígena acerca del valor de su cultura;
ésta se hace gracias a una intervención exterior, como por ejemplo, los descubrimientos
arqueológicos que van a traer a la comunidad a historiadores, etnólogos, lingüistas..., y
también políticos. Estas “personalidades” sensibilizan a los autóctonos respecto a la
importancia de la cultura clásica de la que se les dirá son los descendientes. Los
indígenas comprenden entonces que hoy se puede obtener un beneficio social siendo
“indio”. La política indigenista del gobierno mexicano desempeña un papel en este
renacimiento indígena; busca interesar al indígena en su propia cultura explicándosela
(libros escolares de texto) y organizando –“promoviendo”– fiestas “tradicionales”. Para
encarnar esta política indigenista se crearon totalmente el Atlixcayotl en Atlixco
(Puebla) o la “coronación de la reina del huipil” en Cuetzalán (Puebla), ceremonias que
a veces dan lugar a incongruencias culturales; para no tomar más que un ejemplo, el
concepto de “reina” no pertenece a la cultura náhuatl y lo que los antropólogos han
llamado huipil 6 era en realidad el quechquemitl. Los náhuatl conservan una predilección
especial por la versificación (cuartillas de danza, oraciones, adivinanzas, cantos...). Es
frecuente que nos citen con admiración a personas que saben de memoria textos, a
veces muy largos y cuyo sentido en algunos casos se ha perdido. Estos textos, en el
correr de los anos, sufrieron la influencia del contacto lingüístico y se amestizaron –lo
que en numerosos casos quiere decir que se enriquecieron– con términos españoles.
Estos trozos de la literatura oral pertenecen, como tales, a las comunidades indígenas.
Ahora bien, cuando el gobierno decide brindar su apoyo a una comunidad para
“promover” una fiesta tradicional, comienza siempre por “nahuatizar” los textos en
lengua indígena, eliminando de ellos las palabras españolas para remplazarlas por
palabras tomadas de la lengua clásica, palabras que resultan muy a menudo
incomprensibles en la variante lingüística local. Esto muestra la desconfianza que existe
en relación con los dialectos modernos, y así los autóctonos se sienten despreciados no
solamente por su desconocimiento del español sino también en la práctica de su propia
lengua. En cuanto a los libros escolares de textos, no dan más que algunos pocos
ejemplos de nombres, siempre extraídos de la lengua clásica y sin abordar nunca el
problema de las variantes regionales. En ellos nunca se exponen los rudimentos de la
gramática náhuatl, pese a su importancia en la enseñanza escolar; algunas estructuras
gramaticales difieren poco y el joven alumno indígena tiene tendencia a considerar que
la frase española está construida como la frase náhuatl y produce enunciados
129
8 No me es posible, como extranjera, emitir una opinión sobre el grado de apego de los
indígenas a la lengua y a la cultura náhuatl. Hay, sin embargo, un campo donde la
importancia de la lengua es reconocida, éste es el de la “hechicería”; 7 en los pequeños
pueblos se añoran estos conocimientos ancestrales, este poder en vías de extinción;
también aumenta el temor de no poder defenderse de los que “todavía saben” y que
pueden emplear su poder con malas intenciones, en una sociedad donde se desmoronan
los valores tradicionales.
9 Hemos visto que la razón del complejo cultural que siente el campesino indígena se
debía, en parte, a la mirada de los otros, esos mestizos con los que se relaciona ya sea en
los mercados, en los asuntos jurídicos o políticos locales. Pero también uno puede
preguntarse cuál es el papel de gobierno y de algunos grupos políticos en la actitud del
indígena ante su cultura. No volveremos a hablar sobre la política indigenista del
gobierno mexicano ya que ha sido expuesta por Henri Favre.8 Simplemente quisiera
decir que, en su aplicación, esta política deja aflorar algunas contradicciones. Sólo
citaré una: esta nueva política indigenista únicamente puede aplicarse, sin peligro para
el gobierno, en las zonas donde los indígenas están aislados de lo que ellos mismos
llaman el “mundo civilizado”. De no ser así, ellos se dan cuenta de que pertenecen a la
clase social menos favorecida y sus reivindicaciones culturales conducen a
reivindicaciones políticas. Es así que en una pequeña población náhuatl del Distrito
Federal, es la asamblea de los nahuatlato (“los que saben hablar el náhuatl”) la que
dirige las luchas por la salvaguardia de las tierras comunales. Estas luchas han quedado
hasta el presente reducidas al piano local y el gobierno cortó de raíz todo intento de
organización para llevarlas a pianos más amplios.
10 Algunos grupos políticos de extrema izquierda intentan ampliar el número de sus
auditores extendiéndose hacia los estratos más explotados de la población; utilizan las
reivindicaciones culturales para atraer a los campesinos indígenas.
11 También es necesario hablar de algunos movimientos culturales cuya política no
siempre está claramente definida. Citaremos, entre otros:
• El Movimiento confederal restaurador de Anauak, de escasa importancia, que lucha por un
nacionalismo náhuatl: “Debemos liberarnos de esta dominación cultural (española) y
restaurar nuestra propia cultura”. Dejando a un lado el problema que plantea tal declaración
cuando se conoce la diversidad lingüística de México, una pregunta fundamental debe ser
formulada y ella es la de la relación entre el náhuatl y las variantes regionales que son la
expresión de la lengua. Pues el náhuatl moderno todavía no se ha inventado..
• El Instituto lingüístico de verano (Summer Institute of Linguistics), de un poder indudable,
posee una vocación religiosa misionera. Una de las numerosas críticas que se le han hecho es
130
ven impedidos por “el complejo cultural”, aprenden el español como una segunda
lengua –otra lengua–, y no como la lengua. Sensibles a la noción de diferencia,
adquieren con más facilidad las reglas sintácticas del español; al tener como punto de
comparación un léxico mexicano rico, manejan el vocabulario español con mayor
precisión.
17 Al estar en contacto las dos lenguas desde hace varios siglos, es normal que haya habido
intercambios entre ambas. Pero, en realidad, el contacto efectivo entre el español y el
mexicano data de la Revolución; se aceleró notoriamente con el desarrollo industrial.
En la actualidad, en los pueblos, tanto el mexicano como el español confrontan un
proceso de rápido cambio. Mientras que son muchos los que están conscientes de la
evolución del náhuatl, ya que se le compara incesantemente con la lengua clásica, son
muy pocos los que estudian las nuevas formas del español hablado en los pueblos.
Debido al rápido desarrollo del bilingüismo, por el número de individuos en el campo
que hablan español, es cada vez más importante. Evidentemente, este español no es
reconocido, no es “buen español”, y sin embargo se habla.
18 Si se estudia la evolución del vocabulario en las dos lenguas, se advierte que la
tendencia actual del mexicano es la de tomar prestado; un número cada vez mayor de
palabras españolas se integra a un discurso que permanece, sin embargo, mexicano.
Entre estas palabras que se toman del español están, evidentemente, las que no tienen
equivalente en mexicano: camión, electricidad, radio, impuesto...; pero hay también
palabras muy corrientes, que poseen un equivalente náhuatl, como potrero, semilla,
pueblo... y que sin embargo son frecuentemente utilizadas. Es que se ha creado una
especie de vocabulario mínimo “español”, que sirve tanto para el castellano como para
el mexicano. Y hasta está de moda el recurrir a ese vocabulario, sobre todo entre
individuos monolingües (que hablan mexicano). En ciertos casos las investigaciones
sobre el vocabulario náhuatl dan mejores resultados entre los bilingües que entre los
monolingües. No obstante, se han señalado algunas resistencias para integrar al
mexicano algunas expresiones; estas resistencias están siempre ligadas al rechazo del
mundo mestizo, como por ejemplo en la región de Cuetzalán: allí utilizan la palabra
koyotax kal, “tortilla de coyote”, para decir “pan”, en tanto que, prácticamente en toda
la zona náhuatl, la palabra “pan” ha sido adoptada.
19 No parece, por el contrario, que el español haya incorporado palabras al mexicano a lo
largo de las últimas dećadas. Todo lo que se tomó del náhuatl ya tiene tiempo. Las
palabras precedentes del mexicano sufrieron distorsiones en su pronunciación (molo–
molli, mecate–mekatl...) y en numerosos casos el mexicano las vuelve a utilizar en su
versión actual.
20 Si bien es verdad que la lengua dominada toma el léxico de la lengua dominante, no es
menos cierto que la sintaxis del mexicano ofrece resistencia más fuerte a dicha
incorporación. Todavía debemos ponernos de acuerdo sobre lo que llamamos
“incorporación”; pues el mexicano ha heredado numerosas formas gramaticales
españolas, pero por un juego sutil de integración a su propio sistema gramatical, se
apropia semánticamente de las incorporaciones y transforma, si no su forma, por lo
menos su uso. Sin querer entrar en detalles puramente lingüísticos, podemos dar un
ejemplo de esas incorporaciones gramaticales: el de la conjunción española “como”. En
un pueblo cercano a Cuetzalán (Puebla), “como” ha sido tomado del español pero el
mexicano restringió su sentido a la expresión de la condición, sentido que puede tener
en español en frases como: “como no te corrijas, perderás mi amistad”; el empleo de
132
“como” ha sido ampliado, en este dialecto mexicano, hasta tener un valor condicional,
en el que la conjunción “si” no ha sido incorporada: como kiyoui amo tikisaske (como
kiyoui: si llueve), “si llueve, no saldremos”. Allí donde el español utiliza “como” para
expresar la “manera” (“blanco como nieve”, “lo hace como quiere”) el mexicano
continúa utilizando la forma náhuatl kename. En este dialecto, la utilización de “como”
esta pues restringida a la expresión “si”, pero en un sentido más específico que en el
“si” español, pues a “como” –“si, a condición de” (condición debida a la voluntad
humana)– se opone la forma náhuatl ta, que antes de la incorporación servía para
expresar cualquier tipo de condición, y cuyo sentido esta hoy restringido a la expresión
de una condición que no depende de la voluntad humana, “en el caso de que”.
21 Señalaremos que cada dialecto utiliza las incorporaciones “a su manera”; a veces hay
variantes dialectales bastante acentuadas en las incorporaciones, pero siempre hay una
lógica lingüística que las explica. Así, en la región de Huauchinango, “como” se utiliza
en general en el sentido de “en el momento que”; en algunos dialectos del estado de
Veracruz remplazó a la forma kename “cómo”; en la región de Cholula esta
incorporación no tuvo lugar.
22 Hemos visto que algunas palabras náhuatl, incorporadas por el español, podían ser
enseguida reincorporadas por el mexicano, en la forma que habían adquirido en la
primera incorporación: molli (náhuatl-Conquista) > mole (español) > mole (náhuatl
moderno). El mismo fenómeno fue señalado en el español, a saber, incorporación por el
mexicano de la palabra española, con cambio (formal) –funcional–, después
reincorporación por el español pueblerino de esta misma palabra que entonces
conserva los cambios adquiridos en la incorporación.
23 La reincorporación sintáctica no es regla general –así, en el habla española de los
pueblos de la región de Cuetzalán, el empleo de “como” y de “si” se ajusta a las reglas
“normales” del español– pero provoca algunas variantes en el español hablado en los
pueblos. La conjunción española “que”, por ejemplo, que el mexicano incorpora como
forma opcional, conserva, en el español hablado en los pueblos, esta facultad de
aparecer o no aparecer: kihtoa (ke) mitzmiktiske (“dicen que van a matarte”), “oyeron
(que) viene”.
24 Sin dar más ejemplos, vemos que, si bien el mexicano es muy abierto a la incorporación
de léxico, igual conserva una sintaxis que, aunque alejándose en ocasiones
notablemente de la lengua clásica, permanece sin embargo original con relación a la
sintaxis española. El español hablado en los pueblos está fuertemente influenciado por
133
la sintaxis del mexicano, a tal punto que algunos enunciados no los entienden los
citadinos que hablan español.
25 ¿Podemos, finalmente, hablar, como algunos lo han hecho, de la “aculturación” 13 del
mexicano? Es natural que lenguas en contacto sufran influencias recíprocas que, como
veremos en los extractos de oraciones que incluimos en el apéndice, engendran cierta
creatividad. El problema, más bien, reside en el hecho de que ni los dialectos mexicanos
ni el español hablado en los pueblos, son “reconocidos” por el poder cultural mexicano.
ANEXOS
APENDICE
NOTAS
1. Cf. por ejemplo, Fray Alonso de Molina, Vocabulario de lengua castellana y mexicana. México, 1571.
2. Comunicación Personal de J. Rulfo.
3. Cf., por ejemplo, H. Law, “Linguistic Acculturation in Isthmus Nahuat”, XXV aniversario del
ILV, México.
4. “Lengua”: conjunto de variantes regionales.
5. Y. Lastra, F. Horcasitas, “El náhuatl en el Distrito Federal”, Anales de Antropología, X(l), 1976.
6. Error no corregido por razones tipográficas (afiches publicitarios).
7. Yo llamo “hechicería” a las relsciones con el mundo no visible.
8. Cf. H. Favre, “L’indigénisme mexicain”, Problèmes d’Amérique Latine, Notes et Etudes
Documentaires, no. 42, 2 de diciembre de 1976.
9. Proceso 10/IX/1979, 17/IX/1979, 8/X/1979, México.
135
NOTAS FINALES
1. Nótese la rima entre las palabras españolas tales como “listón” y mexicanas como miston.
AUTOR
SYBILLE DE PURY TOUMI
CNRS
136
5 En los años 60 se disolvió en Brasil el SPI,4 después de una serie de escándalos, donde la
expoliación masiva de tierras, de recursos y de riquezas indígenas se combinaban con
formas de esclavitud para los trabajadores indígenas, con vejaciones graves contra
éstos y con complicidades activas o pasivas en masacres de indígenas por parte de los
funcionarios públicos.5 La Funai nace en la época en que se lanzan los ambiciosos
programas de desarrollo y de colonización del interior del país, en primer lugar de la
Amazonia. El Plan de Integración Nacional (1970) planea una red vial que cubre la
Amazonia, según un plano en forma de cruz –la Transamazónica, eje este-oeste, es la
pista más célebre de la red– y la colonización de las tierras vírgenes a lo largo de estos
ejes viales. Se trata de unir efectivamente la región amazónica al resto de la nación,
para evitar que sea presa de los intereses extranjeros. Nada se previó oficialmente para
139
los indígenas, pese a que se sabe que varios grupos viven a lo largo de las carreteras
proyectadas. Algunas semanas antes que llegaran los topógrafos y los bulldozers,
equipos de la Funai fueron enviados a toda prisa, para pacificar a grupos desconocidos o
poco conocidos. Estos contactos precipitados, sin precauciones sanitarias, conducen a
que casi desaparezcan o se reduzcan varias sociedades indígenas (parakana, kararao,
waimiri y atroari).
6 Paralelamente, el Estado prepara un “Estatuto del Indígena” que se publica en
diciembre de 1973. La Constitución, sin cambio en este artículo con relación al régimen
de antes de 1964, considera que los indígenas tienen el derecho de “posesión
permanente” sobre las tierras que habitan y de gozar igualmente del usufructo de esas
tierras, a excepción del subsuelo (artículo 198). Es la Unión, es decir el Estado federal,
quien garantiza el ejercicio de esos derechos en su calidad de propietario de esas
tierras. En consecuencia, no se pueden amortizar mientras las ocupen los indígenas. El
Estatuto del Indígena limita drásticamente este derecho a tierras que habitan desde los
tiempos “inmemoriales”, al postular que:
1. Las poblaciones indígenas pueden ser desplazadas, en caso de conflicto entre tribus, de
conflicto entre indígenas y blancos, en caso de epidemias, de amenazas a la integridad física
o cultural de los indígenas y, en una formula acomodaticia, “por razones de seguridad
nacional”.
2. El indígena puede ser emancipado, a petición suya y si cumple ciertos requisitos, o
simplemente por casamiento. En este caso, pierde la garantía de esas tierras y se vuelve un
ciudadano, sujeto al derecho común de la propiedad privada.
hubiera ningún medio real de defender su derecho, ni siquiera de conocer los medios
técnicos para hacerlo. Un precedente conocido, el Daws Act (1884) en los Estados
Unidos, motivó que en 20 años los indios norteamericanos perdieran las nueve décimas
partes de sus tierras tradicionales... Cabe examinar las razones no confesadas del
proyecto de emancipación, cuando sabemos de la violencia tradicional de los conflictos
relacionados con la tierra, conflictos en los cuales la triada posseiros-girileiros-
latifundistas8 provoca que los segundos expulsen a los primeras en beneficio de la
expansión de las tierras de los últimos. La aceleración de la concentración de las tierras
en manos de los latifundistas agravó las expulsiones y las migraciones de los posseiros y
no cabe suponer que los promotores de la emaneipación hayan considerado que la
“liberación” de las tierras indígenas podría mejorar la condición de los posseiros sin que
se frenara la concentración de la propiedad. En este caso, implícitamente, se habría
“sacrificado” a los indígenas, a sabiendas de que estaban aun menos “armados” para
resistir a la expulsion que los posseiros y que eran infinitamente menos nuinerosos que
estos últimos... Sean cuales fueren las razones, la empresa encontró una resistencia
inesperada.
11 El debate, en lugar de limitarse al sector intelectual de la opinión pública, donde los
viejos estereotipos del “salvaje bestial” y del “buen salvaje” constituían una pareja
antagonista, hace surgir un nuevo participante, aquel del que se hablaba pero que no se
expresaba, ni había sido sido consultado sobre el proyecto: los propios indígenas. En
gran parte, la intervención de los indígenas en la lucha contra la emancipación y su
actitud resuelta es lo que determinó el fracaso de la reforma de la ley. La
administración sólo pudo presentar ante la opinión una sola comunidad indígena que
voluntariamente solicitaba la emancipación, y aún en ese caso, luego de una
investigación de la prensa en esa comunidad, se supo que distaba mucho de ser
unánime al respecto. En realidad, este ejemplo revelaba mejor que muchos argumentes
que la emancipación obedecía a la voluntad del Estado y que las condiciones en que una
comunidad indígena podía solicitarla (una mayoría de dos tercios de los adultos)
permitían a la Funai toda clase de manipulaciones. Esta aconsejaba a los indígenas,
organizaba las votaciones y determinaba si eran oportunas, proclam aba los resultados
y daba cumplimiento a lo resuelto, todo esto sin ningún órgano de control. Este poder
absoluto suscitó de inmediato la desconfianza de muchas comunidades indígenas a
quienes la historia reciente había enseñado que rara vez los órganos centrales de la
Funai actuaban espontáneamente en su beneficio.
12 Para cierto número de grupos indígenas, el proyecto de emancipación resultaba mucho
más sospechoso desde el momento en que estaban comprometidos en una lucha difícil,
en la que la violencia les era impuesta por los propios invasores, y ellos se veían
obligados a luchar en dos frentes. Para ellos, se trataba, en primer lugar, de reaccionar
contra las invasiones antiguas o recientes de su territorio tradicional, incluyendo
verdaderas provocaciones armadas organizadas para hacerlos renunciar a sus tierras;
así, en 1976, un fazendeiro al trente de 50 hombres armados, llegó a la misión salesiana
de Merure (Bororo) para intentar impedir la delimitación de las tierras de la reserva, y
mató a un indio bororo, a un misionero y a un niño.9 Por otra parte debían luchar
igualmente contra la inercia de la administración central y a veces contra la corrupción
de sus funcionarios,10 y para que ella cumpliera con sus obligaciones de tutor, es decir,
garantizara que las tierras legalmente reservadas a los indios les fueran efectivamente
entregadas. A veces pasaron varios años antes que la Funai hiciera respetar la tierra
indígena, delimitara sus reservas, y mucho más tiempo aún para que obligara a los
142
Cimi, y éste propicia el rechazo de los propios indígenas al tipo de misión anterior. Ante
la política oficial, el Cimi ha sido el crítico más sistemático de las carencias, omisiones o
injusticias cometidas por la Funai. Haciéndose presente en todo el Brasil, muy bien
informado, difundiendo de inmediato todos los crímenes y las injusticias contra los
indígenas,12 el Cimi ha mostrado una constancia y un tesón que irritaron a las
autoridades, en particular a aquellas para quienes “cuanto menos se hable de los
indígenas, es mejor”, y ha contribuido ampliamente a obligar a un debate público sobre
los indígenas. Pero su papel no se limitó a esas incesantes denuncias y a algunas
experiencias comunitarias piloto en las que los indígenas reciben las armas ideológicas
necesarias para su propia defensa sino que también promovió sistemáticamente, a
partir de 1973-1974, asambleas regionales de responsables de naciones indígenas de
lengua y de cultura diferentes, donde entre ellos elaboran la táctica de resistencia y de
defensa de sus grupos. En esas asambleas toma forma una nueva conciencia indígena,
no en nombre de una ideología cristiana que están lejos de compartir todos los
participantes, o incluso de conocer (y la lectura de las resoluciones muestra bien que el
objetivo del Cimi no es el manipularlos), sino en nombre del derecho a la existencia
como naciones minoritarias en el interior de Brasil. En general, esta concientización no
ha tenido buena aceptación por parte de la administración indigenista, que a menudo
intenta impedir que los indígenas se reúnan a través de diferentes medios, que van
desde la mezquindad hasta la demostración de fuerza (clausura de reuniones por la
policía federal). Aceptables como pupilos a quienes se trata con una condescendencia
jovial y fraterna, los indígenas se vuelven insoportables para las autoridades de la Funai
cuando ellos reivindican sus derechos constitucionales como iguales. Una nueva actitud
se perfila en los círculos dirigentes de Brasil y superiores a la Funai con respecto a estos
opositores, que consiste en pasar a la ofensiva. Ya exasperados, aplican el rigor de la
ley, precisamente la legislación de excepción que subsiste aún después de “la apertura”
de 1979-1980, la ley de “Seguridad Nacional”. ¿Se tratará a los indígenas como
peligrosos dirigentes sindicales? Bastaría con modificar la ley (el Estatuto de 1973), para
que el Estado pudiera emancipar a tal o cual indígena ex officio, y en eso trabajan los
juristas de diferentes ministerios desde la multiplicación de las reivindicaciones
indígenas y de los sangrientos incidentes de 1980. Si los misioneros del Cimi pudieran
ser asociados como cómplices a esa agitación “subversiva”, los sectores dirigentes sólo
verían ventajas en eso.
15 Paralelamente a esta acción de la Iglesia –en laque los obispos apoyan cada vez de modo
más claro al Cimi– una red activa de asociaciones de apoyo a la causa indígena se ha
desarrollado en los medios universitarios, de profesionistas y en los sindicatos. Juristas,
médicos y docentes ofrecen a los indígenas en lucha el apoyo de sus conocimientos
técnicos, y, de una manera general, se asiste a un redescubrimiento del indígena: ni la
“bestia” instintiva de la selva, ni el “buen salvaje” del verde paraíso, sino comunidades
que luchan contra la especulación con las tierras, el capitalismo agrario, la expansión
desenfrenada de los desmontes y la devastación de la Amazonia, y por una existencia de
acuerdo con sus valores culturales. Esta red respalda las reivindicaciones indígenas, las
propaga y obliga al debate público sobre las crisis que la administración trata de
resolver –o deja desintegrarse– mediante actosautoritarios para favorecer el desarrollo.
Uno de los novedosos rasgos de estos movimientos es su inclinación por lo concreto y el
abandono de la vieja retórica humanista pues postulan objetivos de lucha precisos y
limitados, y no intentan envolver a los indígenas en sus luchas, o asignarles un lugar
(modesto) en el proyecto global de una utópica transformación de la sociedad. A pesar
144
17 Así, la violencia –cuyas causas generales son evidentes para todos– motiva la
intervención de órganos especializados (la Seguridad nacional) en los asuntos
indígenas. Además de que esta intervención es una clara confesión de la impotencia de
la Funai –o de su cuasi-inutilidad– sólo puede resolver las crisis por dos medios: o bien
la represión armada, o bien la satisfacción de las reivindicaciones indígenas. El costo
político, nacional e internacional de la primera solution es elevado, aunque su sencíllez
pueda atraer a algunos. En cuanto a la segunda, va en contra de toda la presión de los
usurpadores de las tierras indígenas, ya sea que las estén ocupando, que las estén
invadiendo actualmente o que las estén codiciando, y éstos cuentan con una buena
representación a nivel del Estado federal, sobre todo porque participan en la política
oficial de desarrollo. Por cierto, no es en absoluto forzar la realidad decir que “la
impotencia” de la Funai ante un conflicto entre indígenas y fazendeiros es con
frecuencia una política deliberada,14 mientras el tiempo corre en favor de estos últimos.
El frenazo dado a la delimitación oncial de las tierras indígenas, la suspensión de
algunas operaciones, la no creación de nuevos “parques” o “reservas” siguen la misma
orientación. Las últimas refonnas de la Funai, la descentralización de los medios de
asistencia (1980), en la cual los funcionarios locales armonizarían los intereses de los
indígenas y de los fazendeiros y harían financiar una parte de la asistencia por los
Estados o los municipios, el proyecto de emancipación-castigo para los “malos sujetos”,
los ajustes de cuentas locales con los misioneros del Cimi (expulsiones de las tierras
indígenas), apuntan igualmente a organizar la parálisis del Estado federal como garante
de los territorios indígenas, a pesar de su agitación superficial. Esta parálisis condujo,
hasta estos últimos años, a la inevitable consecuencia de que los poderosos intereses
agropecuarios, mineros o locales predominaran sobre los de los indígenas. Ahora bien,
la intensificación le los conflictos y el empeoramiento de la violencia vuelven irrisorios
estos paliativos de la Funai En otros términos, la lucha de los indígenas y su
popularización han hecho estallar las contradicciones de la Funai y mostrado la
inanidad de su acción veleidosa e intermitente. Los indígenas han realizado una acción,
conocida por la nación, que aprisiona al Estado en el dilema entre la represión o el
reconocimiento de los territorios indígenas y de nuevos derechos. Parece iniciarse una
lucha entre la rapidez con que pueden generalizarse las reivindicaciones indígenas y su
organización a escala nacional, y la eterna política de división que reprime con una
mano y distribuye prebendas con la otra.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
BUCHILLET, D. y P. MENGET, 1979 – Faut-il émanciper les Indiens au Brésil? (Mecanografiado, 14 pp.)
CRIME, P., 1972 – Le nouveau statut de l’indien au Brésil. En De l’ethnocide. R, Jaulin, 10/18,
146
DENEVAN, W. M. (ed.), 1976 – The Native Population of the Americas in 1942. University of Wisconsin
Press., Milwaukee.
HEMMING, J., 1978 – Red Gold, the Conquest of the Brazilian Indians. Macmillan.
RIBEIRO, D., 1979 – Frontières indigènes de la civilisation. 10/18. UGE, París. [Edición original en
español, 1971]
NOTAS
1. El autor no ha deseado modificar su texto para la edición española, dados los numerosos
cambios que se han producido desde 1980 a propósito de esta temática.
2. Existe poca información precisa acerca de la demografía amerindia en la época de la Conquista,
pero las estimaciones más conservadoras admiten 2.5 millones de habitantes para Brasil en 1500
(John Hemming 1978), y las más elevadas indican de 5 a 6 millones (por ejemplo W. Denevan
1976).
3. En 1957-1958, Darcy Ribeiro, entonces director del SPI, había solicitado un censo parcial de la
población indígena, cuyo total se calculaba entre 70 000 y 100 000 personas (D. Ribeiro 1979: 125).
No se conocen todas las causas de este sensible crecimiento demográfico, pero un mejoramiento
promedio de la atención médica, ofïcial y privada (misiones), una adquisición progresiva de
inmunidad después de las primeras epidemias del contacta y quizá un nuevo “deseo de vivir” han
intervenido de diversas maneras.
4. Funai, o Fundàçao Nacional do Indio, creada en 1968 después de la disolución del SPI
(1911-1967). Serviço de Proteçao aos Indios.
5. Ver el artículo de P. Crime, “Le nouveau statut de l’Indien au Brésil”, en De l’ethnocide, 1972.
6. Un caso reciente –diciembre de 1980– estableció un precedente. A un indígena invitado al
Tribunal Russel IV en Rotterdam, la Funai y el Ministerio del Interior le negaron el pasaporte. El
Tribunal federal superior le otorgó el derecho a viajar dos días antes de la clausura del tribunal
La administración declaró que estaba considerando exigir que se le emancipara, cosa que no
había decretado el Tribunal.
7. Estos términos, en toda la Amazonia de hoy, son aún empleados para designar a blancos e
indígenas, por parte de los “civilizados”.
8. Posseiro: ocupante sin título legal (en el catastro) de una tierra que él cultiva para su
subsistencia.
Grileiro: especialista en la compra –o “captura”– de tierras con un estatuto legal incierto, que él
revende y legaliza, con beneficio, a un latifundista.
Latifundista: gran propietario, en general representado por un gerente. El puede ser una persona
moral, como las grandes empresas nacionales o multinacionales.
9. El niño, hijo de invasores blancos, es una víctima accidental. El 25 de diciembre de 1978, el
tribunal de Barra de Garças absolvió al responsable de la expedición “por falta de pruebas”.
10. Se puede recordar el problema de la delimitación de las tierras de los xavante en Pimen tel
Barbosa:
“Esta reserva, cuyos límites definitivos fueron establecidos en 1972, y cuyo límite norte esta
próximo a la carretera BR. 158 y cuyo límite sur se extiende hasta el río Agua Suja.
“Ahora bien, aigunos campesinos se instalaron cerca de La BR 158. región que los indígenas
consideran como parte de sus tierras. Los indígenas acusan a la Funai de haber manipulado los
límites sur, de haber confundido dos ríos, especialmente el río Agua Suja y el río Aramelo,
atribuyendo al segundo el nombre del primero. Ahora bien, el río Agua Suja corre 17 km más
abajo, al sur, lo que trajo como consecuencia la pérdida de 85 600 ha para los indígenas. En cuanto
a la instalación ilegal de los agricultores cerca de la BR 158, éstos afirman que la Funai les había
147
asegurado la ausencia de indígenas en esa zona. Después de numerosas entrevistas con la Funai y
el gobierno, entrevistas que no condujeron a ninguna medida concreta, los indígenas recurrieron
a la fuerza, atacaron granjas, quemando las plantaciones (enero de 1979). Fue necesaría esta
violencia –sin pérdida de vidas– y un clima de movilización y de pánico entre los blancos de la
región, al grado de que la policía federal intervino, para que las más altas autoridades del Estado
se ocuparan del problema. Después de una investigación del Consejo de Seguridad nacional, las
acusaciones de los indígenas se confirmaron enteramente tanto en cuanto a la existencia de una
operación fraudulenta, como en relación a la responsabilidad de varios funcionarios de la Funai
en funciones, incluyendo el beneflcio directe obtenido por un ex miembro del mismo
departamento de (a Funai.
“El 9 de marzo de 1979, un decreto presidencial devuelve a los xavante el área en litigio, en su
totalidad y sin indemnización alguna a los ocupantes ilegales. Se hace plena justicia a los
indígenas ya que las tierras son declaradas hábitat immemorial de los grupos indígenas. La
importancia de esta Victoria no puede ser subestimada, pero debído al momento en que ocurrió,
puede considerarse como un regalo de la nueva administración, que no modific a lo establecido.
Así en Couto Magalhaes unas fazendas se instalaron en la reserva y forzosamente surgiran
conflictos de la misma naturaleza: allí la tierra es muy rica y llena de vestigios indios..” (D.
Buchillet y P. Menget 1979).
11. Un “parque nacional” (o parque indígena) es una reserva territorial garantizada para varias
comunidades indígenas de diferentes naciones. Una “reserva” garantiza las tierras de una sola
tribu, y un “territorio” es el conjunto de tierras colindantes a un puesto de asistencia de la Funai
proximo a una tribu. Existen desde 1968 cuatro parques nacionales: el de Xingu (Mato Grosso del
norte), el de La Aripuana (Rondonia), el Tumuc Humac (Para) y el de la Arageia (Mato Grosso).
Este último, invadido por cerca de 20 000 ganaderos y colonos, fue “desactivado” en 1978. Por
otra parte, se contaba a principios de 1980 con 17 reservas y 167 sitios indígenas, rodeados de
territorios de superficie variable, siempre inferior a las reservas.
12. El Cimipublica desde 1972 un boletín mensual, y el Cimi-Norte (Manaos) publica Poratin, un
periódico de información y de difusión de las luchas indígenas, también mensual. Además cada
asociación regional difunde regularmente boletines y noticias.
13. Sertanista: especialista en contactos con los grupos indígenas aún aislados, con miras a la
pacificación. Orlando y Claudio Villas Boas, Francisco Meireles fueron los sertanistas más
conocidos.
14. No necesariamente una política deliberada de la Funai. Esto puede venir de otro lado, de más
arriba, y tener como resultado una parálisis efectiva de ésta.
AUTOR
PATRICK MENGET
Université de Paris X-Nanterre
148
Yanomami-Kaingang: la cuestión de
las tierras indígenas en Brasil1
Bruce Albert
YANOMAMI
3 Los indígenas yanomami ocupan un vasto territorio de cerca de 100 000 km 2 (Chagnon
1968: 115) situado a ambos lados de la frontera entre Venezuela y Brasil. Su población
se eleva a unas 16 000 personas repartidas en 320 grupos locales (Albert y Zacquini
1979: 101). En Brasil viven 8 400 yanomami sobre el curso superior de los afluentes de la
orilla izquierda del río Negro y de la orilla derecha del río Branco en una región de
densa selva tropical, de relieve a veces escarpado que por mucho tiempo opuso una
muralla natural ante la penetración blanca. Hasta 1973, sólo una minoría de grupos
yanomami de Brasil había tenido limitados contactos con recolectores de latex,
cazadores de jaguar, misioneros o miembros de expediciones científicas. A partir de
noviembre de 1973, a raíz de la puesta en marcha por el gobierno brasileño de dos
planes sucesivos de desarrollo, basados en una explotación intensiva de la Amazonia, en
varias regiones de su propio territorio, los yanomami súbitamente tuvieron que vivir
los contactos masivos con el frente de expansión de la sociedad nacional (Ramos 1979b:
5).
4 De 1970 a 1974, el Plan de Integración Nacional (PIN), iniciativa del gobiemo militar del
general Garrastazú Médici, se apoyó en una doble preocupación geopolítica: colmar el
vacío demográfico de las regiones fronterizas amazónicas para asegurar allí la
soberanía nacional brasileña y desactivar el peligro político que constituye el noreste
del país, sobrepoblado y vuelto explosivo por una tenencia de la tierra de tipo feudal.
Un movimiento de colonización popular a cargo del Estado debía cumplir esos
objetivos, apoyándose en una infraestructura de carreteras transamazónicas de cerca
de 15 000 km. El desconocimiento del medio, la falta de infraestructura y la reticencia
del sector privado ante el proyecto hicieron rápidamente de la colonización de la
Transamazónica (TAM), una “experiencia piloto” desastrosa. Los primeros síntomas del
fracaso de la empresa se manifestaron a partir de 1972; pues los pequeños colonos
noresteños comenzaban ya a apodar a la Transamazónica como la “Transamargura”
(Foucher 1974, 1977). De 1974 a 1978, el nuevo gobiemo del general Geisel decidió
sustituir a las orientaciones geopolíticas de la revalorización de la Amazonia,
preconizadas por los teóricos militares del gobiemo anterior, por un conjunto de
directivas económicas consideradas más realistas por los círculos empresariales. Se
trata entonces de integrar la Amazonia brasileña favoreciendo así una concentración
masiva de capitales nacionales y extranjeros en forma de grandes proyectos mineros y
agro-industriales. La colonización estatal con orientación social y demográfica es
rápidamente abandonada; la Amazonia se ve dividida en 15 grandes polos de desarrollo
(Polamazonia) destinados a satisfacer las exigencias del mercado internacional. En mayo
de 1975, la Superintendencia del Desarrollo amazónico (SUDAM) había ya autorizado la
implementación de 775 proyectos agropastoriles e industriales estimulados
sistemáticamente por una política de exenciones fiscales (Apesteguy 1976; 124). El 70%
de la población amerindia de Brasil se encuentra en la Amazonia. El modelo de
desarrollo del “milagro brasileño”, puesto en práctica a través del Plan de Integración
Nacional y el plan Polamazonia, sometió entre 1970 y 1978 a un número considerable de
sociedades indíenas (ver Apéndice I) a un proceso acelerado de despoblamiento y
expoliación territorial (ver Davis 1977, Bourne 1978). La situación de los indígenas
yanomami durante este período proporciona una ilustración particulamiente
150
característica del impacto que el desarrollo amazónico tuvo sobre las etnias indígenas
aisladas del Brasil.
La carretera Perimetral Norte
5 En 1973 fue emprendida, dentro del PIN, la construcción de una paralela septentrional a
la Transamazónica: la BR-210 o Ferimetral Norte que, bordeando la frontera norte de
Brasil con las Guayanas y Venezuela, debía conducir desde el estuario del Amazonas a
Colombia. Su trazo debía cruzar el sur del territorio de los yanomami a lo largo de cerca
de 600 km. En noviembre de 1973, centenares de hombres y máquinas que se abrían
camino a través de la selva encontraron los primeros pueblos indígenas. La Fundación
nacional del indio (Funai, organismo indigenista oficial dependiente del Ministerio del
Interior) declaró entonces que sólo había en esa región unos pocos grupos aislados, que,
de todos modos, estaban situados lejos de la influencia de la construcción de la
carretera (Estado de São Paulo 24/XI/1973). Cuando, diez meses después del comienzo de
los trabajos, finalmente, se estableció el primer puesto de asistencia (PI: posto indígena)
de la. Funai, en el km 50 de la carretera, una gran parte de la población indígena había
sida ya diezmada por incesantes epidemias de gripe y de sarampión trasmitidas por las
cuadrillas de desmonte. De los 13 pueblos censados en 1963 mediante un levantamiento
aéreo (Migliazza 1978: 17-20) en la región que iban a atravesar los primeros 105 km de
la Perimetral Norte en el territorio federal de Roraima, en 1974, sólo quedaban ocho
pequeños grupos de indígenas errantes a los lados de la carretera, asolados por las
enfermedades, la prostitución y el alcoholismo (Albert y Zacquini 1979: 105). Luego,
bruscamente, en 1975, este tramo de carretera que alcanzaba unos 220 km, fue
abandonado. El espejismo criminal del Plan de Integración Nacional acababa de
disiparse, como una absurda pesadilla, tan repentinamente como había llevado la
muerte y la degradación. Bajo la mirada atónita de los indígenas en harapos, sólo
quedaba del desarrollo amazónico una brecha cenagosa y los desechos de los
campamentos. Los yanomami entraban en la era del plan Polamazonia, la era de los
polos mineros y agro-industriales.
Proyectos mineros y agroindustriales
8 Ante la amenaza de exterminio que pesa sobre los indígenas yanomami por la
conjunción de los proyectos mineros y agro-industriales del plan Polamazõnia y la
152
amazónica intacta hasta estos días lo que está en juego. Pero esta situación dista mucho
de ser excepcional. Entre 1970 y 1978, el avarice del “milagro brasileno” en Amazonia
comprometió gravemente la supervivencia de unas 30 etnias (murieron el 45% de los
indígenas parakana, el 70% de los gaviões y el 60% de los kreen akarore; Ramos 1979a:8)
y ni siquiera vaciló en violar las fronteras de los cuatro grandes parques indígenas
piuriétnicos que Brasil consideraba hasta entonces como la prueba que ofrecía
internacionalmente del cumplimiento de las disposiciones humanistas de su política
indigenista (ver Apéndice I).
KAINGANG
12 Los indios kaingang ocupaban la gran selva del Atlántico del Brasil meridional, en su
mayoría intacta hasta principios del siglo XX en los estados de São Paulo, Paraná, Santa
Catarina y Río Grande do Sul. Sus primeros contactos con el mundo blanco fueron, de
entrada, muy violentos. En efecto, el gobierno imperial brasileño les declaró
oficialmente la guerra à partir de 1810 en la región de Paraná. A fines del siglo XIX, ya
obligados a retroceder en dirección al sur ante la ocupación de partes vitales de su
territorio, los kaingang comenzaron a vivir en un clima de constante tension, víctimas
a la vez de guerras intertribales anormalmente intensificadas por la reducción de sus
tierras y de violentos conflictos con los colonos blancos (Moreira Neto 1972). Es, sin
embargo, con la extensión de los cultivos de café de la región de Río de Janeiro a la de
São Paulo a fines del siglo XIX, cuando se acentuó de manera decisiva la presión del
frente de colonización sobre el territorio kaingang. La usurpación de las tierras de estos
indígenas por los cultivadores de café del sur puede considerarse pues como uno de los
factores que favoreció, en la primera mitad del siglo XX, la acumulación de los capitales
agrícolas necesarios para el despegue industrial de Brasil a partir de los años 50. “Palo
del Brasil”, oro, cultivo del café, o Transamazónica, en cada siglo, un nuevo “milagro
brasileno”, se funda inexorablemente en una expoliación violenta de las etnias
amerindias.
13 La penetración del frente de expansión de la sociedad nacional en el territorio kaingang
funcionó con peculiar rapidez e intensidad por dos razones (ver Ribeiro 1970):
• la erosión rápida de los suelos imponía que el frente agrícola avanzara rápidamente;
• el cultivo del café, que sólo es productivo al cabo de cinco años, era emprendido únicamente
por empresas que realizaban inversiones sobre superficies considerables.
14 Después de la crisis del 29, fue necesario diversificar la agriculture de esta región; la
invasion de las tierras indígenas se acentuó más aún bajo la ola de inmigración alemana
y japonesa. La apertura de vías de ferrocarril ligada a los intereses de los cultivadores
de café contribuyó también a acelerar, de manera notoria, dicho proceso. De 1908 a
1911, los contactos entre el frente agrícola y los indígenas alcanzaron un paroxismo de
violencia. Los terratenientes, las compañias ferrocarrileras, las compañias privadas de
colonización y los gobiernos locales alquilaban regularmente los servicios de bandas
armadas –los bugreiros (matadores de “salvajes”, los indígenas)– que masacraban a los
kaingang con el fin de garantizar el avance de la colonización en sus tierras.
15 El clima de extrema tensión que reinaba entonces en el sur de Brasil, alimentado por las
frecuentes matanzas que perpetraban los bugreiros, los contraataques de los indígenas y
las campañas de prensa racista de los inmigrados alemanes determinará, finalmente,
154
que el mariscal Rondón cree el Servicio de protección de los indios (SPI). La primera
tarea de esta institución, orientada en esa época por directivas humanistas sin
precedentes en el campo de la política indigenista, fue la de intentar un contacto
pacífico con los kaingang para poner fin a la masacre de la que eran víctimas. El último
grupo hostil fue pacificado en 1915 (Ribeiro 1970). Los kaingang, después de haber
sufrido una vertiginosa despoblación, vieron invadido por todas partes su territorio
tradicional, que fue totalmente desmembrado. Se vieron confinados en unas 20
reservas, algunas de las cuales, como la reserva Icatu en el estado de São Paulo, no
sobrepasan las 300 ha (Montagner Melatti 1976: 15).
Las reservas kaingang en los años setenta
16 Mas de medio siglo después de la pacificación, confinados en sus islotes de miseria, los
kaingang llegaron a la cima de la degradación y la opresión. Formando parte del
subproletariado rural totalmente marginado, se les considera como “integrados a la
sociedad nacional” por el indigenismo oficial.
17 ¿Qué es una reserva kaingang? Tomemos el ejemplo de la reserva Vanuire (São Paulo):
604 ha para una población de 155 personas (Montagner Melatti 1976: 15 y 21), rodeadas
por 17 grandes cafetales, atravesadas en tres lugares por carreteras municipales y
además invadidas en parte por 11 familias de pequenos colonos que, a cambio de su
ocupación ilegal de tierras de la reserva, pagan una especie de arrendamiento al
Departamento del Patrimonio Indígena de la Funai.
18 Sin embargo, la situación de las reservas kaingang, es, por lo general, todavía peor. A
esos “arrendamientos” pueden agregarse las “invasiones incontroladas”, o sea la
colonización espontánea por unos campesinos sin tierras (posseiros) a quienes la
expansión de los latifundios en la región hace retroceder hacia las tierras indígenas o la
usurpación lisa y llana por varios grupos financieros provistos de falsos títulos de
propiedad. A eso vienen a agregarse expropiaciones legales para permitir la realización
de trabajos públicos.
19 La destrucción del medio natural y la reducción de las tierras de cultivo, bajo la presión
del frente de colonización, arrojan a los kaingang a una extrema pauperización. Ya que
no pueden proseguir sus actividades tradicionales para la subsistencia, les es
igualmente imposible vivir únicamente de la agricultura. Su producción agrícola es
insuficiente hasta para satisfacer sus más elementales necesidades alimenticias. Los
kaingang están así obligados a trabajar como peones temporales (boiás frias), la mayor
parte del tiempo, en las unidades agrícolas (fazendas) que rodean sus reservas. A
menudo, hasta para cultivar las tierras por cuenta de los pequeños colonos que han
invadido su propia reserva. Por esto recibían, en 1971, un jomal de 5 a 7 cruzeiros,
equivalente a unos 5 F.F. (Montagner Melatti 1976: 73, y, de una manera general, ver el
capítulo III). La contribución de algunos funcionarios de la Funai a la explotación de los
indios kaingang no se limita, por lo general, al arrendamiento ilegal (desde el Estatuto
do Indio de 1973) de las tierras de las reservas. So pretexto de tornarlas
económicamente autosuficientes, estas reservas son administradas por los “jefes de
puesto” como verdaderas empresas privadas que explotan la mano de obra y el
patrimonio indígena en beneficio de la Funai. Según el etnólogo brasileño Darcy Ribeiro
(citado en Folhetim No. 170, 20/IV/1980: 6), el 80% de los beneficios así obtenidos por la
155
explotación de las tierras, de los recursos y de la mano de obra indígena sería absorbido
por la burocracia indigenista.
20 El “jefe de puesto” ejerce en la reserva una verdadera dictadura sobre los indígenas,
bueno es recordarlo, considerados por la legislación brasileña como si fueran menores
de edad entre 16 y 21 años, bajo la tutela de la Funai El da o niega la autorización para
salir de la reserva (Montagner Melatti 1976: 159), impone un jefe indígena de su
elección (idem: 157), reparte las tierras de cultivo, fija su ubicación y superficie,
distribuye semillas y algunas herramientas (idem: 66). En la mayoría de las reservas
kaingang del estado de São Paulo, por ejemplo, se aplica, bajo varias formas, un sistema
de trabajo de los indígenas en un campo que se dice colectivo (roça colectiva, en realidad,
propiedad del puesto), realizado en beneficio de la Funai “Campo colectivo”, “plan
agricola” o hasta “proyecto de desarrollo comunitario” –sea cual sea su título–, siempre
se trata de una extorsión en tiempo de trabajo, remunerado de manera irrisoria o nula.
Cuando los indígenas reciben una paga por ese trabajo, ésta es igual en el mejor de los
casos o, a menudo, inferior a la que reciben de los colonos o fazendeiros, que ya, de por
sí, los sobreexplotan. Los kaingang prefieren trabajar para estos últimos, puesto que,
además de ser miserables los salarios otorgados por la Funai los perciben con
considerable atraso (Montagner Melatti 1976: 76-80).
21 La explotación de los recursos naturales de las reservas, taies como el corte de los
bosques de pinos Araucaria de algunas regiones, o la percepción de indemnizaciones
que se deben a los indígenas por la ejecución de obras públicas en sus tierras
(carreteras, puentes, presas, líneas de alta tension...) son tarnbién fuentes de beneficios
habituales dei Departamento general del patrimonio indígena (DGPI) de la Funai, que
recauda con el rubro de “renta indígena” (renda indígena). Apenas el 20% de esta “renta
indígena” es efectivamente revertido en beneficio de la asistencia a los indios que
viven, a fin de cuentas, miserablemente en reservas cada vez más reducidas.
Nonoai: primeras revueltas kaingang
Angelo Kretã y la guerra de reconquista
38 Cuando los posseiros no pueden apropiarse de las tierras indígenas dentro de sus estados
de origen o son expulsados de ellas (Nonoai), migran entonces en dirección de la
Amazonia.2 Paralelamente a este movimiento migratorio, desde 1967, la política
gubernamental de reducción de impuestos para los proyectos agro-industriales, el bajo
precio de la tierra y la apertura de carreteras federales han provocado en Amazonia un
movimiento de apropiación especulativa de las tierras que se eleva a cerca de 50
millones de ha (Passos Guimarães 1979: 150).
39 La ocupación simultánea de la Amazonia por este “frente de latifundistas” y por el
“frente pionero” de los migrantes espontáneos provoca un recrudecimiento de los
conflictos por la tierra que, finalmente, impone una nueva “fuga dinámica” de los
campesinos sin tierra, obligados a una constante búsqueda de “tierras libres” cuyo
resultado inevitable es, siempre, la invasion de las tierras indígenas 3 (Apesteguy 1976,
capítulo IV).
40 Los instrumentos institucionales de los que se valió el Estado brasileno para reabsorber
este movimiento constituyen, al mismo tiempo, un intento por resolver las
contradicciones sociales de la penetración capitalista en la Amazonia por medio de una
expropiación sistemática de las poblaciones indígenas. Por un decreto del 1/IV/1971,
promulgado por imperativos ligados “al desarrollo y a la seguridad nacional”, fue
constituida en Amazonia una reserva de tierras destinadas a la propiedad pública (terras
devolutas) de 260 millones de ha repartidas en 18 proyectos agrarios bajo jurisdicción
del Instituto nacional de colonización y reforma agraria (Incra) (Rivière-d’Arc y
Apesteguy 1977: 145). Se piensa que estos proyectos agrarios, al permitir el
desplazamiento de los posseiros sobre lotes estatales de colonización, constituyen un
medio de desactivar los conflictos generados por la tierra en Amazonia. En realidad,
esto sólo ocurre excepcionalmente ya que, pese a la limitación establecida de venderle
un máximo de 3 000 ha a cada colono, numerosos grupos financieros recurren
constantemente a procedimientos ilegales para concentrar tierras con fines
especulativos. En 1972, el 78% de la superficie del catastro del Incra en Amazonia estaba
ocupado por latifundios (Movimiento, 18/VIII/1975: 1 1).
41 La misma elección de la ubicación de estas tierras de propiedad pública ofrecidas a los
colonos (una faja de 100 km a cada lado de las carreteras federales y de 150 km a lo
largo de las fronteras terrestres del pais) terminó por abarcar a regiones ocupadas por
numerosos grupos indígenas. Se sabe que las zonas fronterizas de la Amazonia
brasileña constituían, hasta los años 70, el último refugio de numerosas etnias aisladas
(tal el caso de los yanomami) y que las carreteras transamazónicas atravesaron el
territorio de más de 30 grupos indígenas y de tres parques indígenas (ver Apéndice I).
42 Este movimiento de expropiación legal de los territorios indígenas formaba parte,
desde 1970, de un proyecto de reforma de la legislación indigenista que, ratificada en
1973, se transformará en la ley 6 001 conocida bajo el nombre de Estatuto do Indio. Su
artículo 20 contempla, en efecto, la deportación de grupos indígenas por motivos
relativos al “desarrollo o a la seguridad nacional”. Las tierras indígenas en Brasil,
consideradas como “tierras vírgenes”, juegan así, espontánea o institucionalmente, el
papel de válvula de seguridad para las contradicciones de la penetración capitalista en
Amazonia, absorbiendo y fijando gran parte de los grupos de campesinos sin tierras en
constante migración, bajo la presión de la expansión latifundista. 4 Resulta claro que la
exterminación más o menos directa de los indígenas es uno de los requisitos, implícito
aunque fondamental, del funcionamiento de este modelo de desarrollo amazónico.
160
Parque nacional de
Cuiaba-Santarem eje Xingu (Mekranoti...), Komatsu (Japón), Fiat
norte-sur a través del Kreen Akarore (Italia), General Motors
US AID: donativo de 8.4
centro oeste (BR-080) (USA) J.I. Case, Qark
millones de dólares para
Perimetral Norte, Parque nacional Equipment, Eaton Corp.,
aprender la utilización
carretera de más de Tumucumaque Wabco, Huber-Warco
de los datos
4000 km a lo largo de (Tiriyo, W ayana, (USA) y otras compañías
proporcionados por
las fronteras de Brasil Oyampi), Waimiri- extram feras para el
Earth Resources Observ.,
con Guyana, Surinam, Atroari, Yanomami, equipam iento con
Center, S. Dakota
Venezuela, Peru y proyecto parque tractores –125 millones
Colombia. nacional Atalaia do de dólares
Norte (Marubo...).
II - Proyectos mineros
Mineral y Territorio
Asistencia técnica y
región de indígena Sociedades multinacionales
financiera internacional
extracción invadido
US Geological Survey: 21
proyectos de
Xikrin-
prospección minera y
Mineral de Kayapo,
geológica en Amazonas Mineração: asociación de
hierro: Serra noreste del
colaboración con DNPM companhia Vale do Rio Doce
dos Carajas, Parque
y CPRM (Brasil) (nacionalizada) y US Steel
Para nacional de
financiados por el
Xingu
gobierno brasileño y US
AID
164
Pianokoto-
Overseas Private
Tiriyo, W Alcoa (rama canadiense de Alcan),
Bauxita: río Investment Corp. (USA);
arikyana- Nippon Steel, Kaiser Aluminium,
Trombetas, garantías de inversiones
arikena, National Bulk Carriers, Pechiney, Alu
Para de Alcoa, W.R. Grace,
Parukoto- suisse, Río Tinto Zinc, Hanna Mining.
Hanna Mining
Xaruma
III - Proyectos agro-industriales (ganadería)
Territorios
Asistencia técnica y
Compañía indígenas Superficie del proyecto
financiera internacional
invadidos
Swift-Armour King
Fazenda de 72 000 ha en
Ranch; fusión de Deltec Tembé, Urubu, Préstamos del Banco
Paragominas, Para/
International Packers y Kaapor Mundial
Maranhao
Brascan
US AID: préstamo de 32
Norte del millones de dólares para
parque nacional Fazenda de 560 000 ha a estudios acerca de la
Fazenda Suia-Missu,
de Xingu, sur y lo largo del río Suia- producción de arroz en la
Liquigas
oeste de, los Missu, Mato Grosso Amazonia, a través del
xavante International Institute of
Research.
Tapirapé,
66 compañías de
parque nacional Blue Spruce International
ganaderos de São Paulo,
de la Araguaia Municipalidades de Research Institute:
algunas de las cuales son
(Karaja, Barra de Garças y proyectos para la
propiedad de Stanley
Javaé...), cinco Luciara, Mato Grosso utilización de desfoliantes
Amos Sellig, inversionista
reservas en Amazonia
norteamericano.
xavante
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
ALBERT, B. y C. ZACQUINI, 1979 – “Yanomami Indian Park, Proposal and Justification” (Committee for
the Creation of the Yanomami Park). En The Yanoama in Brazil 1979. international Work Group for
Indigenous Affaire (IW GIA). Documento 37. Copenhague.
APESTEGUY C, 1976 –2 L’intervention fédérale en Amazonie. Eléments pour une définition de l’Etat militaire
au Brésil. Thèse de troisième cycle. EHESS. París.
BOURNE, R., 1978 – Assault on the Amazon. Victor Gollancz Ltd., Londres.
CHAGNON, N., 1968 – “Yanomami” Social Organization and Warfare. En War: the Anthropology of
Armed Conflict and Aggression, M. Fried, M. Harris y R. Murphy (eds.). The Natural History Press,
Nueva York.
DAVIS, S., 1977 – Victims of the Miracle. Cambridge University Press, Cambridge.
EGLIN, J. y R THERY, 1982 – Le pillage de l’Amazonie. PCM (Petite collection Maspero), Paris.
FOUCHER, M, 1974 – “La mise en valeur de l’Amazonie brésilienne”. En Problèmes d’Amérique Latine,
notes et études documentaires 4110-4111. La documentación française,
Paris. 1977 – “Le Brésil et 1’Amazonie nouvelle”. En Amazonies nouvelles. Organisation de l’espace
rural. Travaux et mémoires de l’Institut des Hautes Etudes de l’Amérique Latine 30. Paris.
GUITART, F., 1977 – “Caractéristiques des mouvements migratoires en Amazonie... entre 1950 et
1970”. En Amazonie nouvelles. Organisation de l’espace rural. Travaux et mémoires de L’IHEAL 30, París.
166
MIGLIAZZA, E., 1978 – The integration of the Indigenous Peoples of the Territory of Roraima, Brazil.
International Work Group for Indigenous Affair (IW GIA). Documento 32. Copenhague.
MONTAGNER MELATTI, D. – 1976, Aspectos de organisação social dos Kaingang paulistas.. Departamento
Geral de Planejamento Comunitário, Divisão de Estudos e Pesquisas, Fundaçao Nacional do Indio.
Brasilia.
MOREIRA NETO, C. de A., 1972 – “Some Data Concerning the Recent History of the Kaingang
Indians”. En The Situation of the Indian in South America. Contribution to the Study of Inter-Ethnic
Conflict in the Non-Andean Regions of South America. World Council of Churches. Ginebra.
PASSOS GUIMARÃES. A., 1979 – “A secunda revolução agricola”. En Encontros com a civilização brasileira
14, Río de Janeiro.
PRESLAND, A., 1979 – Reconquest. An Account of the Contemporary Fight for Survival of the
Amerindian Peoples of Brasil. Survival International Review 4 (1)(25). Londres.
RAMOS, A., 1979a – Indian Rights and Indian Policy in Brazil Today. Occasional Papers 28. Institute of
Latin American Studies, University of Glasgow. Glasgow
1979b – “Yanoama Indians in North Brasil Threatened by Highway”. En The Yanoama in Brazil 1979.
International Work Group for Indigenous Affairs. Documento 37. Copenhague.
RIVIERE d’ARC, R y C. APESTEGUY, 1977 – “La mise en valeur de l'espace périphérique amazonien”. En
Amazonie Nouvelles Organisation de l’espace rural. Travaux et mémoires de l’IHEAL 30, Paris.
SEEGER, A., 1979 – Conceitos em conflito, terras e territórios indígenas. Trabajo presentado en la III
Reunião anual de Associação Nacional de Pos-Graduação e Pesquisa em Ciencias Sociais, Belo
Horizonte.
SEEGER, A. y E. B. VIVEIROS de CASTRO, 1979 – Terras e territórios indígenas no Brasil. Encontros com a
civilização brasileira 12. Río de Janeiro.
TAYLOR, K. L, 1979 – “Development against the Yanoama The case of Mining and Agriculture”. En
The Yanoama in Brazil 1979. International Work Group for Indigeneous Affairs. Documento 87.
Copenhague.
NOTAS
1. El autor no ha deseado modificar su texto para la edición española, dados los numerosos
cambios que se han producido desde 1980 a propósito de esa temática.
2. La intensidad de las migraciones espontáneas en Amazonia se ha incrementado evidentemente
durante los años 70. Estos movimientos son, sin embargo, antiguos, provocados, por ejemplo, por
la recolección del látex a comienzos del siglo. La población amazónica no indígena sumaba 4
millones de habitantes en 1974. Su crecimiento es rápido a causa de un flujo migratorio constante
(alrededor de 250 000 migrantes) y debido a una tasa de natalidad superior a la medida nacional
(Foucher 1977: 107).
3. Una invasion directa de las tierras indigenas para los grandes proyectos agro-industriales
amazônicos se produce en multiples casos simultâneamente con la del trente de los migrantes
espontâneos (ver Apéndice III).
4. El període de cinco años fijado para la delimitación oficial de las tierras indígenas por la
legislación indigenista brasileña (Estatuto do Indio artículo 65) venció el 19 de diciembre de 1978.
167
En esa fecha la Fondação nacional do indio (Funai) publicó una lista de las tierras indígenas cuyos
límites habían sido objeto, durante este período, de un reconocimiento legal. Más de las dos
terceras partes de los territorios indígenas habían sido omitidas en esta lista y varias reservas
que figuraban en ella habían sido creadas por el Service de proteção aos indios (SPI) antes de la
creación de la Funai. El balance es el siguiente: 66 territorios cuyos límites se fíjan por decreto y
que han sido objeto de amojonamientos, 11 territorios pendientes de amojonamiento, 53
territorios delimitados por decreto, 16 territorios aún por delimitar. Según otro documenta
publicado en el mismo período por el Conselho indigenista missionario (Cimi), el número de los
grupos indígenas cuyos territorios estarían sin protección legal, se elevaría a 85. Según las
propias cifras de la Funai (Estado de São Paulo 2/XI/1980), 100 000 colonos en esa época estaban
establecidos ilegalmente en las tierras indígenas deslindadas. La población indiena total se eleva
en Brasil a 200 000 personas (Presland 1979: 27).
5. Si los proyectos políticos y culturales específicos de cada una de las etnias amerindias del
Brasil no pueden todos ajustarse a este mecanismo de representación interétnica, es evidente que
los hace globalmente viables y postales frente a la sociedad nacional.
6. Este proyecto, bajo la apariencia progresista para los grupos aculturados de una anulación del
régimen de tutela especial que en Brasil considera a los indígenas como menores, tenía dos
objetivos: el cuestionamiento de la cláusula que prohibía la venta de las tierras indígenas y el
cuestionamiento de la “inmunidad judicial” ligados a este régimen de tutela.
AUTOR
BRUCE ALBERT
Université de Paris X-Nanterre
168
4 Se estima en cerca de 3 millones de personas, o sea más del 60% de la población total, el
número de indígenas que viven en el actual territorio boliviano. La extension de éste se
vio reducida a la mitad desde la declaración de independencia y sus fronteras nunca
correspondieron a las unidades étnicas: los quechuas (35% de la población boliviana)
son aún más numerosos en Perú, y también están presentes en Ecuador y Argentina; los
aymaras con los cuales se identifica a menudo este país andino, constituyen cerca de un
cuarto de su población (1 250 000 individuos) y pueblan también el sur de Perú
(alrededor de 300 000 individuos); las etnias de población reducida de la Amazonia y del
Chaco boliviaños tienen relaciones históricas, y a veces actuales, con sus congéneres de
Brasil, Paraguay o Argentina. Bolivia es, pues, un país de predominancia indígena,
multi-étnica y sin frontera étnica, y cuya clase dominante, blanca o mestiza, se esfuerza
sin embargo por afirmar el carácter nacional.
5 El Movimiento nacionalista revolucionario (MNR), fundado en 1941, y la revolución de
1952, cuya dirección tomó este partido populista, han sido las expresiones más
elaboradas hasta el día de hoy de esta voluntad de constituir una nación. El MNR ha
proclamado e intentado aplicar, en particular, una política de integración del
campesinado al proyecto nacional, lo que se tradujo en un rechazo de la indianidad y
hasta en su negación. La reforma agraria, el voto universal, la movilización del
campesinado en organizaciones sindicales dirigidas o manipuladas por diversas
fracciones del MNR, persiguieron estos objetivos: transformar al “indio” en campesino;
hacer de los quechuas y los aymaras campesinos independientes directamente
integrados a la nación boliviana (sin la mediación de las relaciones semifeudales) o
candidates a la proletarización; sedentarizar e integrar las tribus del oriente con el fin
de asegurar una presencia nacional en las regiones fronterizas o de proporcionar una
parte de la mano de obra necesaria para la expansión de la agroindustria en la región
de Santa Cruz.
6 En Bolivia, quizá más que en ningún otro país de América Latina, esta política de
integración mostró muy rápidamente sus limitaciones, económicas, políticas y
culturales: dependencia generalizada; dificultades para la creación de un mercado
interno; verticalismo de un sistema político que utilizaba al campesinado como masa de
maniobras en sus luchas internas por el poder y como baluarte ante un movimiento
obrero que se distingue por su combatividad; capacidad de resistencia cultural de los
quechuas, y sobre todo de los aymaras...
7 El fracaso del populismo desembocó, en 1964, en la instauración de un poder militar
que sin embargo conservé algunos elementos del régimen anterior. A partir de
Villarroel, la historia de las relaciones entre el MNR y los militares es la de una relación
tormentosa –desavenencias, proyectos de reconciliación, venganzas... En este drama
que llega a menudo hasta la tragedia, el “movimientismo” constituye la referencia
ideológica en la cual los gobiernos militares, incluyendo los menos populistas,
continúan basándose en lo esencial de su discurso y en muchas de sus prácticas. Pero
170
éstos, de modo progresivo, afirmaron su vocación para poner en pie un Estado tecno-
burocrático, una de cuyas condiciones de existencia es el sofocar todo movimiento
social, mientras que el MNR buscaba enmarcar, manipular, dirigir, y a veces suscitar, la
movilización popular. Se pasó así por etapas que van desde la sindicalización
obligatoria del campesinado (1953-1964) a su manipulación bonapartista (Barrientos),
luego a un intento de movilización y de administración de tipo militar (primeros años
del régimen de Bánzer), hasta llegar a una fase de represión más directa (a partir de la
masacre del valle de Cochabamba en enero de 1974), manteniendo siempre la referencia
a la reforma agraria. Pero en forma paralela a la implantación del aparato de
dominación militar y a medida que se agotaba el modelo populista, se vieron aparecer
en el seno de este campesinado, que permaneció indígena, nuevas reivindicaciones y
nuevas formas de organización.
DEL SINDICALISMO OFICIAL A LA RESISTENCIA INDÍGENA
con la Iglesia católica (el Centra de investigación y promoción del campesinado, CIPCA,
y Radio San Gabriel) llegó a ser un best-seller en el campo.
16 El Manifiesto de Tihuanacu publicado en julio de 1973 bajo la responsabilidad de cuatro
asociaciones (Centra de coordinación y promoción campesina Mink’a, Centra
campesino Tupac Katari, Asociación de estudiantes campesinos de Bolivia, Asociación
nacional de profesores campesinos) constituye el mejor exponente de las tesis que
orientan esta corriente que podríamos calificar de “neoindigenista”. Al menos en esta
fase, la ruptura sólo es parcial, en efecto, con el antiguo indigenismo y algunas
formulaciones radicales no llegan a ocultar las ambigüedades y contradicciones en el
seno del nuevo movimiento indígena naciente.
EL MANIFIESTO DE TIHUANACU
17 ¿Que dice este manifiesto? Sus autores, que pertenecen a estratos medios más o menos
amestizados, se presentan como los portavoces de los campesinos quechuas, aymaras y
otras etnias del país. Denuncian la explotación económica y la opresión cultural y
política de esos pueblos, la discriminación que los priva de toda participación real en la
vida del país:
En Bolivia no ha habido una integración de cultures sino una superpositión y
dominación, habiendo permanecido nosotros en el estrato más bajo y explotado de
esa pirámide […] Somos extranjeros en nuestro propio país. 2
18 El texto no omite referencias a nociones difundidas por el indigenisrao de la época
populista (participación, unidad nacional, desarrollo, modernizacióa..). Pero se trata
principalmente de una requisitoria lanzada en nombre de los valores culturales
autóctonos contra los modelos de desarrollo importados e impuestos, contra el
mestizaje cultural, contra la manipulación de las masas indígenas (“los políticos de
vieja cepa se acercan al campesinado no para servirlo sino para utilizarlo en su propio
beneficio”). Afirmando la prioridad de lo cultural, el manifiesto no deja de subrayar la
importancia de las dimensiones políticas y económicas, y traza un cuadro de la
marginación y la pauperización campesinas, particularmente de la desigualdad en los
intercambios entre la economía rural y la economía urbana. La línea conductora está
formada por la perspectiva histórica dada a la requisitoria: se considera a la Conquista
como responsable de la introducción de elementos ligados al capitalismo y a la lucha de
clases (“la propiedad privada, el sectarismo político, el individualismo, la diferenciación
de clases, las luchas internas”); la historia del pals desde el siglo XVI se define como un
solo período cuya reforma agraria de 1953 no es más que uno de los últimos episodios.
La independencia no cambió la situación del indígena, y escamoteó los objetivos de la
revuelta de Tupac Katari de 1780-1781. En los siglos XIX y XX tuvieron lugar algunas
experiencias de reformismo indigenista pero sin futuro.
19 Partiendo de este balance y estableciendo como principio la necesidad de una ruptura
con ese pasado, el manifiesto busca exponer algunas orientaciones para una política de
liberación del campesinado, al que se presenta como el soporte del movimiento
indígena. Se convocan a los otros grupos sociales oprimidos para asociarse a esta lucha
de liberación, pero habrá de surgir de las masas campesinas el impulso de civilización
que haga de ellas los actores de su propia historia. Los mineros sólo se mencionan en
una de las fórmulas finales, y se acusa a la izquierda clásica de occidentalismo, de
paternalisme, de rascismo y de desprecio del campesinado:
173
otra organización más pequeña, lo que motiva la salida de los pro-chinos. En junio de
1979 nace una nueva confederación campesina bajo el patrocinio de la COB y en el seno
de ésta misma. Los “Tupac Katari” conforman la mayoría y se elige a Genaro Flores para
encabezarla, pero la referencia al héroe indígena desaparece de la sigla de la
organización: Confederación sindical única de trabajadores campesinos de Bolivia. Por
primera vez en la historia boliviana, una organización campesina de envergadura
nacional se constituye sin ningún patrocinio gubemamental y en estrecha conexión con
el movimiento obrero. Su importancia en el seno del movimiento sindical no ha hecho
más que acentuarse desde entonces, particularmente cuando se proclamó, en diciembre
de 1979, la huelga que impidió el abastecimiento de víveres a las ciudades, para
protestar contra las medidas de austeridad dictadas por el FMI. La demostración de su
capacidad de movilización despejó las últimas dudas en cuanto a su representatividad y
el grado de su influencia en el campo. Después del golpe de estado del 17 de julio de
1980, al llamado de las organizaciones sindicales y en varias regiones, los campesinos
junto con los mineros resistirán activamente a la restauración del régimen militar.
Genaro Flores aparecerá como el principal dirigente de la COB (Central obrera
boliviana) en la clandestinidad.
24 En el el período de la apertura democrática (1978-1980) se consolida un sindicalismo
campesino en ruptura con el oficialismo, libre de toda tutela gubemamental y militar, el
cual se acerca progresivamente al movimiento obrero. A pesar de esto, la
Confederación campesina ocupa dentro de la COB una posición original que procede
especialmente del carácter indígena de la mayoría de sus miembrosy sus dirigentes, de
la especificidad de sus reivindicaciones, así como de los modos de acción y organización
campesinos. El “modelo” sindical boliviano continúa siendo el que propone la
federación de los mineros, mezcla de democracia directa, de anarco-sindicalismo y de
leninismo. El sindicalismo Tupac Katari reupida la organización oficial del campesinado
y recomienda la alianza obrero-campesina, pero rechaza el “obrerismo” y continúa en
búsqueda de sus objetivos, de su ideología y de sus medios de lucha. Es así como la COB
se integró a una corriente que afirmaba, en un principio, su recelo ante todas las
organizaciones de la izquierda boliviana. Esto correspondió a un desplazamiento del
discurso y de la práctica de la afirmación étnica hacia la lucha de clases. Sin embargo,
esta corriente quedó marcada por las rupturas que trató de llevar a cabo y sus
representantes continuaron afirmando su indianidad:
En Bolivia tenemos el problema de las grandes nacionalidades aymara, quechua,
guaraní... Para la gente de izquierda este problema no existe. No lo percibea Es uno
de sus grandes errores. Por ejemplo, somos muchos en el campo los que nos
proclamamos de la corriente “tupac-katarista”. Inmediatamente se nos tilda de
racistas…4
25 Su presencia en el seno de la COB puede contribuir a provocar en el futuro una
evolución del movimiento sindical boliviano:
Es cada vez más evidente para nosotros que los obreros sin los campesinos no
pueden transformar esta sociedad. Los obreros comienzan también a comprenderlo,
lo que es, quizá, un fenómeno nuevo. (Idem).
26 La importancia y la originalidad de los “Tupac Katari” consiste en haber revitalizado al
sindicalismo campesino, que desde 1953 había dejado de alimentar un movimiento
social para transformarse en un elemento del sistema de poder (del aparato político del
MNR primero, luego del poder militar). También supieron ver más allá de las querellas
de facciones y el sectarismo que hacían imposible la formación de un movimiento
175
34 Este artículo fue escrito en 1980. Desde entonces, el movimiento Tupac Katari dio lugar
a otros análisis. Entre ellos se encuentran los de Jean-Pierre Lavaud y Silvia Rivera
(citados en la Bibliografía). El trabajo de Rivera, socióloga boliviana, es, a nuestro
parecer, el más completo y pertinente sobre el tema.
BIBLIOGRAFIA
35 ALBO, Xavier, 1974 – “La paradoja aymara. Solidaridad y faccionalismo. Cuaderno CIPCA
no 8, La Paz.
1977 – ¿Khitípxtansa? ¿Quiénes somos? América indígena, vol. XXXIX, no. 3, México.
1979 – Achacachi: Medio siglo de lucha. CIPCA, La Paz.
36 BARNADAS et al., 1976 – Los aymaras dentro de la sociedad boliviana. Cuaderno CIPCA no.
12. La Paz.
37 CIPCA, 1976 – Yungas: los otros aymaras. Cuaderno CIPCA no. 11. La Paz.
38 CONDARCO MORALES, 1965 – Ramiro Zárate, el temible Wilka. Historia de la rebelión indígena de
1899. Talleres Gráficos Boliviaños, La Paz.
39 GRONDIN N., Marcelo, 1975 – Tupac Katari y la rebelión campesina de 1781-1783. INDICEP,
Oruro.
40 FISHER, Lilian Estelle, 1966 – The last inca revoit. University of Oklahoma Press.
177
43 REYNAGA, Fausto, 1971 – Tesis india. Ed. Partido Indio de Bolivia, La Paz.
44 REYNAGA, Ramiro, 1972 – Ideología y raza en América Latina. Ed. Futuro, La Paz.
NOTAS
1. Esposa de Tupac Katari.
2. Se puede leer el texto completo del manifiesto en G. Bonfil (compilador), Utopia y Revolutión, ed.
Nueva Imagen, Mexico, 1981.
3. Es así que en mayo de 1975 el coronel Natusch Busch, entonces ministro de agricultura,
anuncia la prohibición de los “centros campesinos” “Tupac Katari”, “Julián Apaza” y “Bartolina
Sisa”, acusados de actividades subversivas. Genaro Flores es señalado como uno de los dirigentes
de la primera organizacion (Presencia, 17575).
4. Entrevista a un dirigente sindical, agosto de 1979.
5. “El MRTK sera instrumento político del campesinado boliviano...” (entrevista con Macabeo
Chila, en Collasuyo 2, junio de 1978.)
6. En agosto de 1979, un dirigente sindical de la tendencia Tupac Katari nos presentaba este
proyecto en estos términos: “Si actualmente estamos estructurando nuestra organización
sindical, no por eso somos menos conscientes de que el sindicalismo tiene limitaciones. Se trata
de una primera etapa, el sindicato campesino. Nosotros, los campesinos bolivianos, pensamos
seriamente en la formación de nuestro partido político; no sólo como partido de campesinos, sino
un partido que represente nuestros intereses, que esté dirigido por nuestra gente, por auténticos
trabajadores, mineros, obreros, campesinos..
7. La creación del MITKA data de principios de los años 70. Había sido precedida por otros
intentas de formación de partidos indígenas, el Partido Indio de Bolivia, el Movimiento
Nacionalista Tupac Katari-MNTK, grupúsculos hoy desaparecidos. A principios del año de 1980,
MITKA sufrió una escisión provocada por el adentrismo de un grupo vinculado a la IV
Internacional trotskysta.
8. En 1979, el MITKA obtuvo cerca del 10% de los votos en algunas provincias del altiplano y logró
que se eligiera un representante en el Parlamento (el MRTK ha logrado también tener un
representante).
9. “Le mouvement indien Tupac Katari”, Cahier No. 1 de “Les mouvements politiques indiens des
Amériques”, mai-juillet 1979, Bagnolet.
10. Declaracion de un dirigente de MITKA, en Collasuyo 2, junio de 1978.
11. MITKA, declaracion política, junio de 1978.
178
AUTOR
YVON LE BOT
CNRS
179
3 Desde entonces y a pesar de una represión cada vez más fuerte, el Cric no deja de luchar
por la tierra y la organización de las comunidades. Ampliando progresivamente su
influencia en el ámbito de su región y también en el exterior, poco a poco se volverá un
punto de referencia y un modelo para otras muchas comunidades indígenas en el país.
Aunque como lo indica su programa, los objetivos de la organización no se limitan
exclusivamente a las reivindicaciones referentes al territorio de las comunidades, sino
que incluyen reivindicaciones “culturales” (defensa de la lengua y la cultura indígena,
educación bilingüe, etc.), vamos a centrar nuestro análisis alrededor de la lucha por la
tierra, la forma en que esta se concibe, y los medios que se utilizan para conducirla: la
lucha por la tierra porque es sin duda lo que está en juego de modo más inmediato y
con mayor poder movilizador en el movimiento social, lo que revela más claramente el
conjunto de las contradicciones operantes en las comunidades indígenas, y entre ellas y
el mundo “blanco”; los medios implementados, sobre todo la estructura operativa del
movimiento, porque, en el contexto colombiano, ellos abren un camino
específicamente indígena y particularmente eficaz. Han pasado cerca de diez años
181
desde su fundación y mientras que una organización campesina por mucho tiempo tan
importante como la Anuc (Asociación nacional de usuarios campesinos) parece haber
llegado poco a poco a un punto muerto, perdiendo su influencia, el Cric perdura a pesar
de múltiples obstáculos. Fortalecido por la adversidad, su existencia parece de ahora en
adelante un hecho irreversible, y el movimiento social que él impulsa puede ser
considerado como uno de los más significativos de la sociedad colombiana actual. Para
comprender cómo esta población indígena, empobrecida, analfabeta en parte,
marginada en tierras poco fértiles y a menudo inaccesibles, pudo producir tal
movimiento, deberemos dar algunas indicaciones sobre la situación económica y social
de la región, pero sobre todo, ya que se trata de un movimiento social, separar dos
líneas de fuerzas que a principios de los años 70 se reunieron y, pensamos, permitieron
la eclosión del movimiento indígena, promoviendo el encuentro coyuntural entre una
tradición indígena de lucha y de resistencia, y un movimiento campesino que, a escala
nacional, se desarrolla alrededor del tema de una reforma agraria radical. Una vez
realizado esto, podremos pasar al estudio del movimiento en sí mismo.
UNA REGION INDIGENA, UNA ACENTUADA ESCASEZ DE TIERRA
un 20% de familias sin tierra alguna. Son precisamente los nombres de aquéllas los que
aparecen en el momento de las dos primeras asambleas de la organización.
UNA TRADICIÓN HISTÓRICA DE LUCHA
9 Tendremos en cuenta a estas dos personalidades, porque prefiguran, más allá de las
reivindicaciones de base que tienen en común, las dos grandes líneas de fuerza que hoy
parecen diferenciar las organizaciones indígenas y campesinas del continente. Por un
lado con Lame, que emprende una guerra de “castas”, se perfila un precursor de lo que
conviene llamar actualmente la corriente “indianista”, corriente nacionalista que habla
en nombre de una historia precolombina, de una cultura específica y milenaria, de una
relación consustancial del hombre indígena con la madre tierra, rehúsa toda
dominación criolla –de “derecha” o de “izquierda”– y por lo tanto, la que ejerce un
Occidente que pretende imponer valores que presenta como universales. Por otro lado,
con G. Sánchez tenemos al representante indígena de una ideología marxista,
dominante en el seno de la izquierda política de los países latinoamericanos, que ve en
el indígena, ante todo, a un campesino explotado y propone subordinar las
reivindicaciones específicamente indígenas (enfocadas bajo un ángulo esencialmente
“cultural”) a los imperativos prioritarios de la lucha de clases. Por un lado, pues, un
combate emprendido en nombre del derecho indiscutible que tiene el pueblo indígena
de disponer de sí mismo, por el otro una lucha de clases llevada a cabo en el medio
campesino, buscando liberar al trabajador y a sus fuerzas productivas.
10 José Gonzalo Sánchez muere envenenado en 1950, víctima de la violencia que desde
hace algunos años impera en Colombia y hace sentir sus estragos sobre todo en el
campo. Cauca, dividido entre conservadores y liberales, no escapa a esta violencia y la
población indígena aún menos. Luego, durante la dictadura de Rojas Pinilla, y aún
después, mientras que en otros lugares las guerrillas deponen las armas y la violencia
sólo existe en la forma de un bandolerismo crónico, el movimiento seguirá existiendo
en las fronteras de nuestra región, donde ha tomado la forma de las famosas
“repúblicas independientes” de Marquetalia y Ríochiquito, zonas de autodefensa
campesina controladas por el partido comunista. Para numerosos indígenas páez que
directamente participan en éstaso se encuentran bajo su influencia, habrá llegado el
momento de una reforma agraria practicada en el sitio mismo, la experiencia de
organizaciones democráticas nuevas y de una situación en la que en los territorios
“liberados” al fin, se respeta a los territorios indígenas y a la autoridad de los cabildos.
También será el momento, después de la revolución cubana, de sufrir la experiencia de
la guerra moderna y de la destrucción de las zonas de auto-defensa. A través de estas
pruebas, un salto cualitativo se produce en numerosas conciencias indígenas. Algunos
eligirán entonces unirse a las guerrillas de la Farc, 6 que se presentan como “el brazo
armado” del PCC, y que han surgido de la destrucción de las zonas de auto-defensa;
otros volverán a sus comunidades, poco dispuestos a dejarse envolver por el juego de
los partidos y habiendo reconocido en el Estado a un poder hostil, muy superior a. aquel
del que disponen los hacendados, colonos y caciques locales.
11 Bajo tales auspicios, la política que el Frente nacional proyecta para las poblaciones
campesinas e indígenas de la región tendrá muchas dificultades para imponerse. Sin
embargo, no se deben subestimar sus efectos sobre una nueva generación de líderes
indígenas: paz social, reforma agraria, discurso modernizador.
12 Pero las expectativas así creadas pronto se verán frustradas. 7 En su comienzo la
reforma agraria se presentará como un ataque formal contra los resguardos, a los que
se propone desmembrar –y lo logra, por lo menos, con los de Calderas y Araujo. 8
Después de una década, sólo habrá repartido unos miles de hectáreas, que se habían
vuelto a adquirir al comprarlas a un precio elevado a los grandes propietarios. La
184
14 El Cric aparece, pues, como el encuentro entre una tradición indígena de lucha y un
vasto movimiento campesino mucho más amplio. Desde sus comienzos, se identifica
plenamente con la lucha por la reconquista de su territorio y con la defensa de los
campesinos sin tierra, colonos, peones, terrajeros, Pero encabezando lo que aparece
como una verdadera contraofensiva, va a definir objetivos y a utilizar métodos que le
son propios. Las relaciones privilegiadas que, durante los tres primeros años, lo ligarán
a la Anuc (por intermedio del Secretariado indígena de esta organización) no lo
llevarán nunca a abandonar su independencia o a negar su especificidad. Esto será
particularmente perceptible en la manera como concebió la reivindicación por la tierra,
siempre presentada como una lucha “india” que se une con otras reivindicaciones
“culturales”. Esto también se manifestará en la manera en que considera que se debe de
conducir el movimiento y el uso que se deba dar a las tierras recuperadas, y se reflejará
finalmente en la estructura de organización con la cual se dotará para lograr sus fines.
15 Para el Cric, la lucha por la tierra no podría limitarse a la simple lucha por la defensa o
la reconquista de un medio de producción. Lo es, por cierto, pero de la misma manera
que el indígena no es sólo un campesino, un agricultor explotado, sino ante todo un
miembro de una comunidad, y la tierra es para él mucho más que una simple
herramienta: es ante todo el territorio inalienable de la comunidad, el lugar donde esta
debe ejercer su soberanía. La lucha económica emprendida por el campesino no puede
aquí separarse de la de la comunidad por el derecho a la existencia. A través de las
múltiples declaraciones de los responsables de la organización, queda claro que no se
trata únicamente de tomar la tierra a los ricos para distribuirla entre “quienes la
trabajan”, según el lema de la Anuc, sino de recuperar un patrimonio indiviso, de hacer
retroceder una frontera, liberando con eso a las parcialidades de la presencia de los que
pretendieron ejercer sobre ellas su dominación.
Y como para nosotros los indígenas, la tierra no es sólo un pedazo de loma o de
llano que nos da comida, como vivimos en ella, como trabajamos en ella, como
gozamos o sufrimos por ella, y es para nosotros la raíz de la vida; entonces la
miramos y la defendemos como a la raíz de nuestras costumbres. De ahí que en
Silvia (lugar del III congreso de la organización en julio de 1973) exigimos el respeto
a nuestra cultura que nace de la tierra y se desarrolla con el trabajo... 13
16 Por esto, el auténtico protagonista de la lucha, aquel que debe librar el combate y al que
la organización se dirige, no puede ser ya confundido con aquel al que se recurrió en la
lucha campesina no indígena. Ya no se trata de actores individuales, campesinos sin
tierra, campesinos “pobres”, “medianos” o “ricos”, representantes de una clase
abstractamente definida o de un grupo social de contornos fluctuantes según las
necesidades tácticas o estratégicas del momento, sino de un actor colectivo, bien
determinado: una comunidad indígena, que en nombre de su propia historia y de sus
propias exigencias, reivindica para si el dominio de su territorio, y para sus miembros
la posibilidad de vivir en él, produciendo como individuos libres, comuneros. En su
lucha por la tierra, el Cric apela, pues, a las parcialidades como unidad de base, que se
encargan de asegurar la defensa de sus intereses y derechos en torno a su cabildo.
186
Deberán movilizar sus fuerzas, es decir a los comuneros, que, dotados de tierras o no,
deben sentirse solidarios con la comunidad a la que pertenecen. Lo que esta en juego en
la lucha por la tierra es, por lo tanto, de una importancia considerable y justifica por sí
mismo muchos sacrificios. Se trata nada menos que de luchar contra la fatalidad
histórica que pretendería, con la expropiación total de las comunidades, provocar la
desaparición final del indígena. Es, al mismo tiempo, la afirmación positiva de una
identidad indígena que se afirma, ya que en nombre de esta identidad colectiva y de los
derechos correspondientes, se reivindica un territorio, y que es contra un enemigo
“blanco” que se emprende la lucha. Como lo dice claramente el Cric: “Defender los
resguardos no significa solamente defender las tierras de las comunidades sino también
el tener su propia autoridad”.14
17 A esta especificidad de la lucha indígena por la tierra, que proviene ante todo de su
carácter pluridimensional, se agrega un factor de naturaleza ideológica que, en nuestra
opinión, refuerza la capacidad de movilización de las masas indígenas campesinas. El
campesino pobre de las viejas zonas de colonización, 15 bloqueado dentro de estructuras
de dominación tradicional –entre ellas la influencia de una Iglesia muy conservadora–
tiene con frecuencia cierta dificultad para percibir los mecanismos sociales que
condujeron a su desposesión y a su miseria.
18 El campesinado indígena de Cauca puede movilizarse en tomo a una convicción
hondamente arraigada en él, que es la de defender sus derechos legítimos,
imprescriptibles sobre la tierra. La injusticia y lo arbitrario de la dominación a la que se
le somete casi no se le puede ocultar, si no es a través del discurso racista del blanco
sobre la inferioridad intrínseca del indígena y su culpabilidad fundamental. Fuera de
este argumento), no queda más que la violencia pura, el derecho del más fuerte. Ahora
bien, la manera como la población indígena va a chocar desde el principio, y en varias
ocasiones, tanto con la jerarquía católica (en Co-conuco y luego en la región de Tierra-
dentro), como con los principales representantes del sistema político local, señala
claramente la debilidad de las estructuras de dominación ideológica establecidas, la
ausencia de una “hegemonía blanca”. Por otra parte, no resulta clara la forma en que
pudiera establecerse, puesto que las comunidades indígenas disponen de una sólida
base jurídica para sustentar sus reivindicaciones: la ley 89 de 1890.
La ley 89 de 1890
19 Para el gobierno conservador de la época, se trataba de luchar contra los efectos
desastrosos de las grandes leyes liberales del comienzo de la Independencia 16 que, con
el pretexto de la igualdad de derechos, autorizaban la venta de las tierras indígenas y
fomentaban la disolución de los resguardos. Declarando de nuevo inalienables las
tierras de las comunidades – en las regiones donde ellas subsistían– la ley 89 considera
nulas todas las transacciones que hubieran podido efectuarse desde aquel momento
entre los usufructuarios indígenas de la tierra y las personas ajenas a las comunidades.
Sistemáticamente violada desde entonces, sin que el Estado reaccionara, esta ley no por
eso deja de ser aplicable, ya que nunca fue derogada. Curiosamente, el Cric se referirá a
ella primera para cuestionarla: según el racismo conservador de la época, esta ley
presenta al indígena como un individuo “menor de edad”, sometido a tutela e incapaz,
por lo mismo, de tener los derechos normales de un ciudadano. De tal manera que en su
primera asamblea de Toribio, el tercer punto de la plataforma provisional aprobada por
187
los terratenientes de la región de perpetuar una práctica, al fin de cuentas, ilegal (el
trabajo gratuito está prohibido por el Código del Trabajo colombiano).
23 ¿Podrían tales éxitos prolongarse sin provocar, a largo plazo, una inversión brutal en la
relación de fuerzas entre terratenientes, población blanca y comunidades indígenas? Es
poco probable. Por eso, 1974 puede ser considerado como el momento culminante de
un movimiento de recuperación que más tarde se enfrentará a dificultades cada vez
mayores. Desconcertada, asustada al principio, la oligarquía local (terratenientes y
clase política) pronto reaccionará y se organizará para reprimir cada vez más al
movimiento indígena, de modo que las comunidades tendrán mayores dificultades para
lograr el éxito. Es por eso que se comprueba en los años siguientes una disminución
muy evidente del número de hectáreas recuperadas oficialmente: si, en los tres
primeros años, 10 000 ha vuelven a manos indígenas, para los cuatro siguientes, sólo 2
000 seguirán el mismo camino, aunque el teatro de las operaciones se haya ampliado
poco a poco. Tal resultado reviste cierta importancia, pero el costo que se debe pagar es
cada vez más elevado. Ante un comienzo demasiado rápido, ¿no corre entonces el
movimiento indígena el riesgo de perder su impulso?
LA ORGANIZACION DE LA PRODUCCION Y LA INSTALACION DE
UNA RED
24 Los responsables del movimiento parecen haber tenido clara conciencia del peligro. A
partir de 1975, el Cric, sin renunciar a la lucha por la tierra, va a intentar consolidar lo
adquirido y reforzar su movimiento. En su V congreso en Tóez (agosto de 1975), se
insistirá en la organización de la producción en los territorios recuperados, así como en
la instalación de una red de tiendas y cooperativas que van a dar el servicio necesario
para la comunidad y reforzar la estructura administrativa y el poder económico del
consejo indígena.
25 En lo que se refiere a las tierras recuperadas y a su destino, la posición del Cric será
realista, respetuosa de los poderes de las comunidades, pero en lo esencial
intransigente. En principio, la organización indígena no pretende remplazar a las
comunidades organizadas ni arrogarse el derecho de una intervención directa en un
área que, por excelencia, compete a los cabildos. Al contrario, no deja de presentar la
lucha por la tierra como un medio de acrecentar el poder de estos últimos. Las
parcialidades decidirán a quién será atribuido el suelo y a qué uso se le destinará. Esta
estrategia democrática esta reforzada por consideraciones objetivas: solo las bases
indígenas pueden decidir si están listas para emprender la lucha, cuándo y cómo
conviene realizarla y quién llevará el peso de la misma; lo hacen dentro de contextos
que pueden variar considerablemente de un resguardo a otro. Aquí la ofensiva vendrá
de un grupo de terrajeros decididos a tomar el control de la tierra en la que trabajan, y
la comunidad, a veces apartada, no intervendrá directamente en el conflicto; allá, será,
por el contrario, toda una comunidad unida en torno a su cabildo, la que se lanzará a la
reconquista de su territorio; en otro lado, finalmente, será sólo una fracción de
comuneros la que pasará a la ofensiva chocando en ocasiones con un cabildo poco
propenso a favorecer un movimiento declarado ilegal, o que defiende sus intereses
particulares (cuando el cabildo esta monopolizado por un pequeño número de familias
ricas aliadas con los blancos).
189
29 En su lucha por la tierra, como en la que lo lleva a crear cooperativas, pudimos observar
cómo el Cric respetó las formaciones tradicionales de organización. Más aún, prefiere
reforzarlas antes que crear otras nuevas, como confederaciones o sindicatos que
podrían desconcertar a las poblaciones indígenas y chocarían con sus autoridades,
despojadas de su poder. Es en el seno de las antiguas parcialidades que debe
desarrollarse el movimiento, y toca a sus autoridades naturales el conducirlo. Haciendo
esto, los responsables indígenas escogieron una opción, que dentro del contexto
colombiano, resultaba poco evidente. Prefirieron apostarle a las bases antes que al
aparato y apoyaron instituciones que, para muchas “vanguardias” urbanas, eran
consideradas arcaicas, incapaces de adaptarse a las necesidades de la lucha de clases en
el campo: además, no tenían ni siquiera el mérito de ser “auténticamente indígenas”,
puesto que eran de origen colonial. Esta capacidad de los dirigentes indígenas para
apoyarse en su propia historia, para inventar sus propias vías, para apartarse de los
esquemas de organización que para la mayor parte de la izquierda colombiana tienen
valor de dogma, permitirá al movimiento el desarrollarse y sobre todo perdurar
pasados los primeras éxitos. Los responsables del movimiento en su conjunto, poco
atentos a la pureza doctrinaria y desconfiando de los discursos ideológicos –cuyos
efectos devastadores sobre otros movimientos populares pudieron comprobar–
supieron ver cómo de la propia lucha podía surgir una inversión dialéctica: los
resguardos, formaciones coloniales, funcionaban alrededor del principio de la
segregación; aseguraban la fragmentación del mundo indígena y favorecían a menudo
la aparición de rivalidades y conflictos entre comunidades, arbitrados por el mundo
blanco. Renovados por el movimiento y reunificados por medio de la organización
indígena, deben transformarse en la base sobre la cual se desarrollará el intercambio y
la solidaridad indígena. El cabildo, último peldaño de la administración colonial,
siempre sometido, de acuerdo con la ley colombiana, a la tutela del alcalde nombrado
por el gobierno, sólo tiene poderes que le son otorgados y severamente limitados: ahora
se dotará de nuevas atribuciones, se pondrá al servicio de la comunidad únicamente, y
tendrá como función el conducir la lucha contra los que pretenden ejercer su
dominación sobre la población indígena. Retomando el trabajo de un Quintín Lame, el
primer objetivo de la organización será el de reforzar el cabildo cuando éste sea débil,
volverlo a crear cuando haya desaparecido, atraerlo hacia el movimiento cuando se
aparte de la lucha por la tierra y de la defensa de los intereses de la comunidad. En
1974, se han reconstituido ocho cabildos: los de Caldono, La Aguada, La Aurora, La
Vetica, Los Quingos, Huellas, Santa Helena, Media Naranja, a los que se agregan otros
siete en los tres años siguientes.
191
30 Todavía queda por crear una instancia superior, totalmente independiente del gobierno
o de la oligarquía: el Consejo indio; el Cric, con su humorismo habitual, distingue tres
tipos de organizaciones: la de los ricos para los ricos, la de los ricos para los pobres, la
de los pobres para los pobres... Sus promotores lo presentarán como el medio para
vencer el aislamiento de las comunidades, para superar sus antiguas rivalidades,
coordinar sus esfuerzos, proyectar una estrategia común, en una palabra, oponer un
trente unido al que han formado desde hace largo tiempo sus adversarios.
31 Creación inédita, el Consejo desea ser la expresión organizada del movimiento, del cual
es la instancia federativa, aquella en la que poco a poco van a encontrarse las
comunidades ausentes en el primer congreso y que, en número creciente, se irán
uniendo al movimiento; más de 30 comunidades de las 50 que existen en el
departamento estaban ya representadas en el congreso de Tóez en 1975. Su fuerza real
dependerá por completo de su capacidad para expresar cierto consenso, pues nada
obliga a las comunidades a reconocerlo y a seguir sus directivas.
32 El Cric como organización se presentará, pues, de la manera siguiente: en la base, las
comunidades independientes, dotadas de su propio gobierno y fortalecidas por la red
de empresas comunitarias y cooperativas. En el nivel intermedio de las diferentes
regiones, consejos representantivos, encargados de coordinar la acción de las
parcialidades, de ser el nexo entre éstas y las otras regiones y también de representar el
papel de intermediario entre comunidades y ejecutivo. Finalmente, en la cima, una
doble estructura: la Junta directiva, especie de parlamento constituido por los
representantes electos de las parcialidades (dos por resguardo), que debe definir la
línea general adoptada por la organización, elegir y controlar al Comité ejecutivo. Y por
último, el Comité ejecutivo, estructura permanente, compuesto por ocho miembros
(reelectos en cada congreso); rodeado de asesores, es el lugar donde se realiza un
trabajo de elaboración ideológica y de formación de cuadros. Centraliza la información,
la difunde, se encarga de la publicación de la revista (Unidad indígena), de la preparación
de los congresos y eventos, de la defensa jurídica de las comunidades y de la
representación del movimiento en el exterior. Este conjunto sufre tensiones y
contradicciones internas, pues no siempre es fácil hacer admitir a las comunidades, de
la noche a la mañana, la existencia de una autoridad superior de la que fácilmente se
sospecha que defiende intereses particulares. Hace diez años que constituye el
esqueleto del movimiento indígena y le ha permitido desarrollarse y resistir muchas
pruebas. Pues es por supuesto a la organización indígena, elemento nuevo, a quien hay
que combatir a cualquier precio.
LA REPRESION22
33 Es proporcional al movimiento que pretende combatir, y a una sociedad que tiene una
larga práctica en la violencia rural y no está dispuesta a renunciar a ella. Presente
desde los primeros momentos del Cric, la represión no cesa de crecer con el correr de
los años. Su forma es doble: pública y privada, oficial y clandestina. Su objetivo es
sencillo: destruir a la organización, conseguir el que se retome a la normalidad. Desde
el principio, los terratenientes implicados van a organizar la defensa de sus intereses
con el apoyo tácito de las autoridades. Primero lo hacen sin organizarse, reclamando la
protección de la policía y de los agentes de seguridad, reclutando sobre todo
mercenarios, milicias privadas encargadas de imponer un clima de terror entre los
192
pudo haberse visto tentado a adoptar una posición indigenista de repliegue, separando
el movimiento que él anima de las otras fuerzas sociales, las que, tanto en el campo
como en las ciudades emprenden sus propias luchas económicas y sociales. La
realización de su programa lo conduce, por el contrario, al enfrentamiento directo con
una clase de grandes terratenientes locales, sector de conformación arcaica sostenido
por una oligarquía colombiana predominantemente capitalista, en especial, la gran
burguesía de la región de Cali.
37 La organización indígena no puede ignorar las fuerzas que se ocultan detrás de su
adversario directo. Por eso, aunque en ningún momento ella pretenda alejarse de los
objetivos y reivindicaciones locales alrededor de los cuales se constituyó la
movilización indígena, afirma su solidaridad con los otros sectores populares que, con
ayuda de sus propias organizaciones, se enfrentan a la misma estructura global de
dominación. Apoya sin injerencias, respeta la diversidad y rehúsa comprometerse en el
juego de los acuerdos burocráticos realizados entre los estados mayores. En este último
punto, el Cric se muestra sumamente quisquilloso. Esto se debe probablemente al
conflicto que lo opone a una dirección de la Anuc, acusada públicamente a partir de
1975 de querer ejercer un control directo, una hegemonía burocrática y vertical sobre
la organización indígena y luego intentar dividir a ésta jugando con la vieja rivalidad
entre guambianos y páez. Una solidaridad que se proclama con los otros sectores
populares no indígenas del país, para el Cric, sólo puede estar acompañada de una
solidaridad todavía más profunda con el conjunto de las poblaciones indígenas que
viven en el país o en el exterior, Unidad indígena es, claro, el título de la revista que él
edita, y su subtítulo, “unidad-tierra-cultura”, resume bien el proyecto de la
organización. La tarea es difícil y la experiencia acumulada desde la época de su
participación en el Secretariado indígena de la Anuc, le ha permitido evaluar una
situación que, a escala nacional, se caracteriza por la extrema diversidad de los
diferentes grupos tribales y por su situación extremadamente minoritaria dentro del
país.
38 Diversidad y heterogeneidad de los grupos tribales hacen difícil una exportación pura y
simple a otros contextos de las formas de organización y de lucha que han distinguido
la eficiencia del Cric. Los grupos de la selva tienen estructuras sociales y económicas
muy diferentes a los de la sierra, y los del sur (Nariño, Cauca, Tolima, Huila) tienen un
trasfondo cultural poco comparable a! que prevalece en el norte. Corresponde a cada
grupo, pues, inventar con toda independencia sus propias respuestas, beneficiándose
sin embargo de la experiencia y de la ayuda activa del Cric, el que no ignora el prestigio
de que goza ante otros grupos (es el más antiguo, el mejor estructurado, y representa a
la población más numerosa) y la influencia que puede ejercer a través de su revista.
39 El hecho de que la población indígena no constituya actualmente más que el 2% de la
población total del país, no puede dejar de pesar en la estrategia de la organización. El
movimiento indígena esta pues obligado a rechazar toda división política o confesional,
a buscar en el interior del país una amplia alianza con fuerzas sociales no indígenas, y
en el exterior, a encontrar la solidaridad de otros movimientos indígenas mayoritarios
(Perú, Bolivia). Esta última estrategia no es nueva para la organización; nos parece, sin
embargo, que se consolida con el tiempo y que tiene como consecuencia el
fortalecimiento del componente “indianista” del movimiento.
40 En efecto, en su origen, el Cric pudo presentarse como la conjunción entre un
movimiento campesino y una tradición indígena local de lucha. Pero desde la época de
194
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
Se podrá encontrar una bibliografía bastante completa sobre la región de Cauca en las obras de
ANTONIL y M.T. FINDJI aquí citadas:
FINDJI, María Teresa, 1978 – Elementos para el estudio de los resguardos indígenas del Cauca. Dane.
GROS, Christian, 1985 – Vous avez dit indien ? L’Etat et les critères d’indianité en Colombie et au
Brésil. Cahiers des Amériques Latines, nouvelle série. Luttes indiennes et pratiques
autogestionnaires au Pérou, en Colombia, en Equateur. Cahiers des Amériques Latines, nouvelle
série, 213.
PUBLICACIONES
ANEXOS
ANEXO
I
196
II
GLOSARIO
NOTAS
1. Ver mapa anexo (zonas 1 y 2); las delegaciones más numerosas fueron las que representaban a
los cabildos de Toribio, Tacueyo, San Francisco, Jambalo, Pitayo, Quichaya, Quizgo, Guambia,
Paniquita y Totoro, así como las enviadas por diversas organizaciones campesinas establecidas en
197
los municipios de Miranda, Corinto, Coloto, Jambalo, Totoro y Silvia. Historia del Cric,
mimeografiado, Popayán, 1974 (sin nombre de autor).
2. Ver Censo indígena, Dane, 1972; cerca de la mitad de esta población usaría la lengua indígena
aún, mientras que la otra mitad no conocería más que el español.
3. La proporción de tierras de resguardo asignadas por el cabildo, que están siendo objeto de
títulos individuales de propiedad, proporcionan un buen índice del proceso de descomposición.
sufrido por las parcialidades. Sobre este punto, ver el cuadro 2, incorporado al anexo.
4. Ver Quintín Lame, 1971; Diego Castrillón Arboleda, 1973.
5. José Gonzalo Sánchez (1900-1950), originario de Toribio, Cauca, puede compararse con otra
figura indígena, la de Eutiquio Timote, originario de Coyaima (Tolima) también miembro del
Partido comunista, del que será candidato en las elecciones presidenciales de 1934.
6. Farc: Fuerzas armadas de la revolución colombiana.
7. Sin embargo, aún podrán verse algunos rastros en el primer programa del Cric, que antes de
ser modificado seis meses más tarde, todavía habla de hacer presión sobre las autoridades
gubernamentales a efectos de que se realice la reforma agraria.
8. M. T. Findji, 1978.
9. Carlos Lleras Restrepo, Presidente liberal, 1966-1970.
10. Lleras llegó hasta a amenazar a la gran-propiedad capitalista de que, en las zonas de
conflictos sociales, podía ser repartida.
11. La reacción no se hizo esperar: en 1973, el pacto de Chicorral, a expensas de la reforma
agraria, sellará un acuerdo entre los poderes públicos y los terratenientes.
12. En 1970, un primer intento de creación de “sindicatos del oriente caucano” con la
participación de los resguardos de Guambia, Jambalo, Tierra-dentro, concluía en un semifracaso.
13. Cómo nos organizamos, cartilla del Cric no. 2, agosto de 1974, p. 15.
14. Unidad Indígena, no. 4, abril de 1975.
15. Por ejemplo: Nariño, determinadas regiones de Boyaca, de Huila, etcétera.
16. Muy particularmente la ley del 11 de octubre de 1920.
17. Cómo nos organizamos, cartilla del Cric no. 2, 1974, p. 29.
18. Los miembros de la comunidad relatan cómo la hacienda de Cobalo fue invadida más de unas
30 veces, en cada ocasión con la intervención de la policía y encarcelamiento de los participantes,
antes que el arzobispado se decidiera a “regalar” la tierra (¡después de haber solicitado la
autorización del Papa!). Durante las luchas que siguieron, dos dirigentes de la comunidad serán
asesinados, entre ellos su líder M.A. Melengue.
19. Cómo nos organizamos, 1974, p. 22.
20. Testimonio de la cooperativa agrícola de Las Delicias, en las Delicias, 15 años de experiencias (sin
indicación de fecha).
21. El Cric quiere diferenciar claramente sus formas comunitarias de producción, de las de los
modelos tecno-burocráticos que intenta imponer el Incora. El conflicto con este último girará a
menudo en torno al número de miembros admitidos. El Incora querrá mantener una proporción
mínima entre ellos y la superficie, y con relación a su capacidad de aprovechamiento de la tierra.
El gran problema para las comunidades será el de poder resistir al chantaje de los créditos (con
Incora: crédito; sin Incora; nada de crédito).
22. Sobre este tema véase Antonil (1978); El Cric denuncia (1978); Indígenas y represión en Colombia
(1978).
23. Poco tiempo antes, el mismo individuo –remplazado desde ese momento– va a intentar, en
estrecha colaboración con Asuntos indígenas, el crear “la federación de los cabildos de Tierra-
dentro”, especie de defensa destinada. a evitar localmente la propagación del movimiento
indígena. Esto será un fracaso.
24. La lucha indígena en Jambalo, mimeografiado, sin indicación de fecha ni de lugar.
198
25. El Cric denuncia, documento de los indígenas del Cauca para el primer foro nacional por los
Derechos humanos celebrado en Bogotá durante los días 29, 30,31 de marzo de 1979.
NOTAS FINALES
*. Tomado de Nuestra lucha es tu lucha, Anuc, Secretaría indígena, 1973.
NOTA: Los asteriscos remiten al Glosario que se encuentra al final del artículo.
AUTOR
CHRISTIAN GROS
Institut des Hautes Etudes de l’Amérique Latine, Paris
199
3 Cuando tomaron posesión de las Tierras Altas de lo que posteriormente sería Ecuador,
desde Loja a Tulcán, los conquistadores españoles se encontraron con una situación de
gran diversidad cultural. El país había sido lentamente poblado por grupos que
provenían de áreas culturales muy distintas. Una corriente de origen chibcha había
200
seguido el muy antiguo eje de migración norte-sur, a lo largo del corredor interandino;
una corriente cayapa-colorado había venido desde la costa por las vías de penetración
natural que constituyen los valles de Intag y de Guayllabamba; una corriente de cultura
jíbaro había quizá venido del este y del sureste.
4 A lo largo de estos tres ejes, al azar de las conquistas militares y de las alianzas con las
poblaciones autóctonas, pequeñas unidades políticas se constituyeron poco a poco.
Estas se insertaban en un cuadro natural muy particular constituido por pequeñas
cuencas, las “hoyas”, separadas unas de otras por altas sierras caracterizadas por
condiciones de clima, de altitud y de suelo muy distintas, favorables por consiguiente a
formas de evolución autónomas y muy diferenciadas. De esta manera, dos factores
principales contribuyeron a fijar las características socio-culturales de los grupos
preincaicos del Ecuador andino. Primero, la naturaleza de la fusión-yuxtaposición-
superposición en una misma hoya entre subgrupos más o menos emparentados con las
tres principales corrientes culturales. Luego, la especialización económica nacida de
una adaptación multisecular a las características ecológicas locales. Esas diferencias
fueron atenuadas por un esquema de evolución bastante uniforme. En el piano
económico, relaciones de complementaridad y de intercambio se establecieron entre
grupos vecinos; pero también hubo la tendencia a formar pequeños núcleos dispersos
en medios ecológicos diferentes, situados en las cercanías, según el modelo del
archipiélago descrito por Murra para Perú y por Salomón para Ecuador (Murra 1975;
Salomón 1978). En el piano político, las microunidades tuvieron tendencia a federarse,
primero a nivel de la hoya, y posteriormente al perfilarse la amenaza inca, en un nivel
regional más vasto.
5 Los incas aportaron los primeros elementos de cierta unificación cultural a través de la
difusión sistemática y obligatoria de su ideología político-religiosa.
6 Su influencia real fue, sin embargo, relativamente superficial. En su conjunto, el
aparato político-ideológico inca se sobrepuso, sin modificarlos profundamente, a los
sistemas autóctonos. Además, la duración de la influencia inca fue muy desigual en el
conjunto del país: en el sur, se extendió durante tres generaciones aproximadamente
hasta la actual ciudad de Cuenca, en el norte de Quito apenas durante una generación.
7 Por el contrario, la población original fue seriamente modificada, sobre todo por la
política que consistió en desplazar grupos enteros, los mitimaes, ya fuera como
represalia, o, por el contrario, como prueba de confianza con el fin de contribuir al
control de las poblaciones poco seguras, y demostrar a los autóctonos las virtudes de la
cultura y de los modos de vida de las poblaciones incaizadas desde hacía largo tiempo.
8 El impacto colonial sobre las culturas indígenas, a menudo descrito en términos
maniqueos, fue sin duda mucho más complejo de lo que generalmente se dice. Se ha
hablado mucho del inevitable proceso de desculturación/aculturación y su importancia
es evidente. Pero la colonización, casi a pesar suyo, contribuyó también a crear una
nueva cultura indígena, original y, sin duda, más uniforme que en el pasado. Muy
esquemáticamente, los principales factores unificadores fueron: la quechuanización,
destinada a hacer más fácil la evangelización del país: la propia evangelización, en la
medida en que sobreponiéndose a las antiguas creencias suscitó la aparición de ritos
sincréticos originales, y. sobre todo, el aparato económico-político-administrativo de
opresión que confinó al conjunto de las poblaciones aborígenes a la categoría única e
indiferenciada de “indios”.
201
insuficientes, no tendrá otro recurso que ofrecer sus servicios en la hacienda vecina
como jornalero o huasinpunguero.3 Así, el sistema de cargos funciona como un muy
eficaz y muy coherente instrumente de enajenación económica del campesino indígena.
29 En otro caso, por desgracia mucho menos frecuente en Ecuador, el conjunto del sistema
primordialmente está controlado por la comunidad. El prioste (nombre dado en general
al que ocupa un cargo) no financia solo sus gastos. A veces, se dirige al conjunto de su
grupo familiar –y los más ricos contribuyen más que los otros–, y otras veces –como en
el caso de algunas regiones de Azuay y de Cañar, en especial– recibe, por el tiempo que
dure su cargo, el uso de una parcela que será cultivada con la ayuda de los demás (la
minga) y cuyo producto le permitirá sufragar la mayor parte de los gastos. Hasta
principios del siglo XIX, una parte de las tierras que pertenecían a las cofradías
desempeñaba esta función. La comunidad tiende entonces a limitar los gastos externos,
y el alcohol es producido en el lugar o intercambiado por productos locales; orquestas y
bailarines provienen del propio grupo o grupos amigos con los que existen relaciones
de reciprocidad... El sistema funciona entonces –y ésa era su finalidad inicial– como
instrumenta de cohesión social, fortaleciendo los lazos de solidaridad, nivelando las
diferenciaciones económicas internas. Sigue siendo el mejor instrumento de defensa
contra las agresiones externas, ya sean de origen económico, ideológico o cultural.
30 Existen muchas situaciones intermedias entre estos dos esquemas tan diferentes. En
general, las comunidades de haciendas o “libres” dependen claramente del exterior. El
control de los gastos festivos por la comunidad caracteriza a los grupos que gozan de
cierta independencia económica (los saraguro del norte de la provincia de Loja, por
ejemplo). Sin embargo, en el seno mismo de las comunidades llamadas
“independientes” aparecen cada vez más umbrales económicos, cuando la pobreza del
grupo se vuelve demasiado fuerte y ya no es posible obtener ningún excedente para
financiar las fiestas. Hasta los usureros habituales se niegan a efectuar préstamos cuyas
garantías no representan un valor suficiente. Muchas comunidades pobres del cantón
de Otavalo se vieron así constreñidas, en el transcurso de los últimos 20 años, a
renunciar a la práctica de las fiestas, cuyas motivaciones ideológicas no habían, sin
embargo, desaparecido aún.
31 De esta manera, gracias a estas diferentes formas de integración de las comunidades
indígenas en los sistemas coloniales de explotación, nacieron fuertes diferencias en los
niveles de preservación cultural que aparecen actualmente en la sierra ecuatoriana.
Algunas comunidades que pertenecen, por ejemplo, a los grupos saraguro o salazaca, o
diversos subgrupos cañarís parecen haber conservado lo esencial de sus características
culturales, como la manera de vestirse, de peinarse, sus ritos agrarios y familiares que
parecen no haber cambiado significativamente desde las descripciones que de ellas
hicieran los cronistas de los siglos XVI y XVII. Sus tradiciones orales, sus mitos de
origen, el culto que rinden a algunos lugares de la naturaleza siguen siendo específicos,
a menudo muy diferentes de un valle a otro, de un subgrupo familiar a otro, a pesar del
barniz unificador del ritual y la cosmogonía católicas. Su particularismo se extiende a
las áreas artística, dialectal, y hasta a la conciencia de un verdadero y orgulloso
sentimiento nacional. En cuanto a los antiguos mitimaes, el origen de este vigor se debe
buscar, evidentemente, en la cohesión inicial de los grupos, trasplantados
colectivamente y obligados a buscar en su estatuto de minoría la energía necesaria para
no perder su identidad.
206
34 El examen a posteriori de los diferentes esquemas de evolución hace pensar que la buena
calidad de la preservación de los valores culturales depende en especial de dos factores:
• la persistencia de una organización social comunal coherente;
• la eficacia de prácticas, en alguna medida institucionalizadas, que buscan rechazar en su
totalidad o en parte las influencias exteriores.
Las bases económicas de la cohesión de la organización social
comunal
36 En una comuna que funciona bien, diversos mecanismos permiten frenar o eliminar el
desarrollo de una diferenciación económica interna realmente significativa. Las tierras
son periódicamente redistribuidas (Cañar, el sur del Chimborazo) o, cuando las
atribuciones son definitivas, se tiene cuidado de que ninguna familia tenga más tierras
de las que puede normalmente cultivar. Si pese a ello, un comunero logra obtener
ingresos superiores a la media del grupo, por ejemplo participando con buena fortuna
en actividades extra-agrícolas, se le designará con mayor frecuencia para asumir los
cargos comunitarios más onerosos. Su ascensión social se verá así acelerada y accederá
más joven a las funciones de mayor prestigio, pero no podrá establecer un proceso
individual de acumulación que pudiera eventualmente conducir a que aumente
considerablemente su propia riqueza. Si un individuo quisiera, sin embargo, escapar de
estos mecanismos de redistribución, invocando por ejemplo su conversión a una secta
evangelista que prohíbe la participación en fiestas comunitarias, se vería entonces
exluido de la comunidad (el caso no es raro) y emprendería un itinerario individual de
aculturación que le permitirá acceder a la condición social de mestizo, poseedor, por
ejemplo, de un pequeño comercio en la aldea más próxima.
37 Cuando se afectaba la integridad del territorio comunal o cuando el aumento de la
población hacía imposible la reproducción del grupo sobre las antiguas bases
económicas, algunas comunidades supieron elaborar estrategias de adaptación
económica que permitieron, a la larga, la preservación de lo esencial de los valores
comunitarios. Los saraguro, por ejemplo, lograron constituir un doble territorio
desmontando las estribaciones boscosas de la Cordillera oriental, para establecer allí
vastos pastoreos que llegaron a ser una de las bases de su relativa prosperidad,
mientras que la estrechez de su herencia territorial parecía condenarlos a actividades
exclusivamente agrícolas o artesanales. Varias comunidades aldeanas, en la región de
Otavalo, aunque prácticamente privadas de tierra, supieron utilizar su tradicional
habilidad para la artesanía textil y para el comercio con el fin de obtener los ingresos
que ya no se obtenían a través de la agricultura de microfundio, y, en algunos casos,
para desarrollar un proceso de acumulación que permitió, a algunas de ellas, volver a
comprar una parte de las tierras que les fueran expoliadas en otros tiempos.
38 De esta manera, en estos dos casos, se hicieron concesiones al sistema dominante, sobre
todo llevando al mercado una parte del excedente comunitario (bueyes los saraguro, y
telas los otavalo). El dinero así obtenido permite garantizar la satisfacción de las
necesidades esenciales; el dinero sobrante es introducido en los circuitos ceremoniales
comunitarios y contribuye en gran medida al fortalecimiento de la cohesión social.
Las prácticas de rechazo a las influencias exteriores
45 Las grandes mutaciones sufridas por las estructuras agrarias ecuatorianas a lo largo de
las últimas décadas contribuyeron en mucho a asestar un serio golpe a la base
económica de funcionamiento de los mecanismos comunitarios de preservación
cultural. Al mismo tiempo y en el mismo sentido, ofensivas de orden ideológico,
igualmente eficaces, atacaban a estos mecanismos.
Las ofensivas económicas contra el funcionamiento de los mecanismos
comunitarios de preservación cultural
46 Bajo el efecto de las recientes mutaciones que estremecieron al mundo rural, antes y
después de la reforma agraria, las comunidades indígenas cambiaron profundamente.
Salvo rarísimas excepciones, a partir de ahora ya no se encuentran en la sierra
ecuatoriana haciendas comunales, puesto que los antiguos trabajadores precarios
fueron expulsados (justo antes de la reforma agraria, o después, a cambio de una
indemnización) o se les atribuyó la propiedad de tierras que les permitió constituirse
en comunidad libre, lo más a menudo en un nuevo territorio, sensiblemente alejado, a
veces, de su antiguo establecimiento. Para todas las comunidades libres, incluyendo las
creadas más recientemente, las relaciones con las haciendas de los alrededores se
debilitaron o llegaron a romperse brutalmente, al surgir los conflictos a raíz de la
aplicación de la reforma agraria.
47 Con la atribución de nuevas tierras, con frecuencia en los páramos, 8 las comunidades
cuyo territorio tradicional era demasiado reducido se escindieron en varias fracciones.
La dispersión más de una vez se llevó a cabo en un clima conflictivo, pues las tierras
atribuidas a un nuevo subgrupo y cultivadas por él servían antaño de campos de
pastoreo al conjunto de los otros subgrupos que se negaban entonces a reconocer el
hecho consumado. Al aplicarse la reforma agraria, las cooperativas formadas con ex
huasipungueros fueron a veces más favorecidas que otras categorías de antiguos
trabajadores precarios, por ejemplo los arrimados o los antiguos jornaleros que, en
algunas ocasiones, fueron despedidos sin más ni más. Viejos conflictos ancestrales
entre comunas vecinas se reavivaron de pronto, debido a reivindicaciones territoriales
o al iniciarse los trámites de compra por parte de asociaciones de campesinos
constituidas a tal efecto.
48 De todos modos –y aunque esto pueda parecer paradójico a primera vista– una de las
consecuencias de la reforma agraria fue la de generalizar el minifundio y concluir en un
incremento de la escasez de tierras a nivel de las comunidades locales. En efecto, por el
procedimiento del “reasentamiento” los terratenientes pudieron entregar a los
beneficiarios de la reforma agraria parcelas de una superficie sensiblemente
equivalente a las que cultivaban antes, pero mucho peor situadas, sobre estribaciones
de la sierra impropias para el riego, expuestas a los riesgos de las heladas y la erosión.
Además, los ex trabajadores precarios, expulsados la víspera de la reforma agraria, y los
ex jornaleros ahora sin empleo (las haciendas redujeron considerablemente el personal
necesario) no pudieron evitar –muchas veces– volver a su comunidad de origen. En
ésta, ahora la tierra ya no abunda y esta escasez se ve agravada por el hecho de que las
haciendas, con frecuencia, se deshicieron de las tierras menos productivas de su
210
establecimiento y en las que antes se autorizaba a los campesinos del sector a dejar
pastar a su ganado y a ejercer diversos derechos de uso (pastos comunales, recolección
de leña, agua para las necesidades domésticas...). Los antiguos campos de pastoreo
fueron cedidos con alguna frecuencia a cooperativas de campesinos pobres o de ex
arrimados que, llevados por la necesidad, los cultivaron a pesar de su ínfimo potencial
agronómico, privando así a las otras comunidades vecinas de un elemento esencial para
su equilibrio económico.
49 Esta situación tiene dos consecuencias importantes. Primero, conduce al mal
funcionamiento de la institución comunal, suscitando profundas fallas en la cohesión
social tradicional. Pero sobre todo, favorece que después el campesino indígena se vea
obligado a efectuar migraciones temporales que le conducen siempre más lejos,
siempre por más tiempo, en busca de un salario para asegurar su subsistencia.
50 La duración de la migración temporal se volvió poco a poco el principal factor que
diferenciaba la eficacia de los mecanismos de preservación cultural. Cuanto más
numerosos son los migrantes temporales de una comunidad, y más larga su ausencia,
más rápidamente se hunden las normas culturales que habían resistido a siglos de
colonización. Los comuneros sólo se reúnen algunos días por año, en ocasión de las
grandes fiestas patronales. Pero el contenido mismo de estas fiestas se deteriora año
tras año; el significado social de la ostentación ha cambiado: ahora se trata mucho más
de demostrar un éxito económico individual que de contribuir al funcionamiento
armonioso de las instituciones comunales. Pero, en especial, la irrupción relativamente
importante de ingresos monetarios en los circuitos comunitarios vino a perturbar
gravemente el funcionamiento de los mecanismos tradicionales.
51 La generalización del minifundio y la aparición de una escasez generalizada de tierras
impiden, según el esquema que hemos descrito precedentemente, el buen
funcionamiento de la institución comunal, y graves disensiones internas vienen a
comprometer la cohesión social tradicional. Pero, sobre todo, las relaciones de trabajo
pasan, de ahora en adelante, por la mediación del mercado. Las relaciones privilegiadas
que unían a los campesinos con una hacienda de su sector fueron eliminadas, pues los
ex huasipungueros arrimados o aparceros se han vuelto simples jornaleros, que
migraciones temporales conducen siempre más lejos, por un período cada vez mayor,
en busca de un salario más elevado. Las migraciones constituyen, sin duda alguna, el
factor más grave de desculturación que viven actualmente los indígenas ecuatorianos.
El fenómeno se ha descrito lo suficiente como para convertirse en algo bien sabido. Se
encuentra, por supuesto, en primer lugar, el aprendizaje de nuevos modos de vida, en la
mayoría de los casos urbanos, y valores hasta ahora apenas vislumbrados. Pero
principalmente es la irrupción, de relativa importancia, de ingresos monetarios, la que,
grave y definitivamente, perturba la mayor parte de los mecanismos comunitarios. A
menudo son los jóvenes los que ganan en el exterior los ingresos más importantes.
Ahora bien, han experimentado la influencia de las escuelas, de las formas de vida
urbanas, y comprenden que la sociedad tradicional no les ofrece casi ningún porvenir
en la medida en que deberán esperar indefinidamente para acceder a la tierra y, por lo
tanto, a un estatuto de comunero con todos los derechos. Tendrán pues, tendencia a
explotar las oportunidades que eventualmente se les ofrezcan. El auge de las
cooperativas campesinas servirá a veces para este fin, pues los poderes públicos y los
organismos que intervienen en el desarrollo rural tienden a favorecer a las
cooperativas con relación a las otras formas de organización de la producción. Buscan
211
52 La ideología dominante, la de los blancos, desde la Colonia, siempre trasmitió una idea
muy despreciativa de las “mentalidades tradicionales”. Esta tendencia, por cierto
antigua, se agravó a partir de los años 50 bajo el efecto de una ofensiva ideológica de
envergadura, inspirada a la vez en las corrientes de pensamiento “desarrollistas” y en
parte por las corrientes inspiradas en el marxismo.
53 Para las primeras, la cultura tradicional es sinónimo de conservadurismo y de atraso y
determina comportamientos irracionales, en especial en el piano económico. Por
ejemplo, no se acumula el dinero con la perspectiva de una inversión productiva, sino
que se dilapida con motivo de las fiestas que hunden cada vez más a las poblaciones
indígenas en el alcoholismo y el endeudamiento. Las técnicas de cultivo heredadas del
pasado inhiben cualquier esperanza real de mejorar la productividad. En pocas
palabras, la cultura indígena –o lo que queda de ella– constituye un grave obstáculo
para el desarrollo. Hay dos maneras de superar ese obstáculo.
54 La penetración de las relaciones mercantiles en una sociedad tradicional tiene efectos
disolventes cuya eficacia se ha podido apreciar con frecuencia. Bastaría con facilitar el
funcionamiento de la economía de mercado, por ejemplo, mejorando la infraestructura
económica del país y acelerando las otras políticas de desarrollo.
55 La lucha contra las mentalidades tradicionales también puede realizarse por medio de
una política de “mestizaje cultural”. Puede buscarse indirectamente, como en el caso de
la extensión del sistema escolar y de la alfabetización en español. Puede, en algún caso,
ser el resultado de una estrategia consciente cuya mejor expresión, en Ecuador, se
encuentra en esta Ley de cultura nacional, promulgada en 1972 por el “Gobierno
nacional-revolucionario” del general Guillermo Rodríguez Lara que, según la expresión
de Norman Whitten Jr., presenta “una cultura nacional ideal establecida por decretos
de la burocracia” (Naranjo et al. 1977: 183). Algunas expresiones del ex jefe de Estado
resumen la situación de manera sorprendente: “Todos los ecuatorianos son parte
indígenas”; “Todos nosotros pasamos a ser blancos cuando aceptamos las metas de la
cultura nacional” (idem).
56 A pesar de profundas diferencias, se puede ubicar dentro de esta corriente
antitradicionalista a las ideȯlogías difundidas, con innegable eficacia, por las misiones
evangelistas norteamericanas que insisten en que la salvación es una noción individual,
obstaculizada por las influencias comunitarias. La primera actitud de los recién
conversos consiste, justamente, en interrumpir ostensiblemente toda participación en
las manifestaciones comunitarias y, sobre todo, en renunciar del todo al uso del alcohol.
De todos modos, fuera cual fuere el verdadero contenido del “mensaje” evangelista, la
primera consecuencia de su difusión es una grave y, a veces, dramática segregación en
el seno de comunidades que sin embargo necesitarían una unidad fortalecida para
hacer trente a las dificultades de todo tipo que las aquejan desde hace varias décadas.
212
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
ALBORNOZ, Oswaldo, 1971 – Las luchas indígenas en el Ecuador, Claridad, Guayaquil, 175pp.
214
BELOTE, Jim y Linda, 1977 – El sistema de cargos de fiestas en Saraguro. En M. Naranjo et al.
BURGOS, Hugo, 1970 – Relaciones interétnicas en Riobamba, dominio y dependencia en una región
indígena ecuatoriana. Ediciones especiales 55, Instituto indigenista interamericano, México.
CRESPI, Muriel K, 1968 – The Patrons and Peons of Persillo: a Traditional Hacienda System in
Highland Ecuador. Tesis.
DEHOUVE, Danièle, (ed.) 1979 – Sistema de cargos civiles y religiosos de las comunidades indias
mesoamericanas y andinas. En Actes du LXI1 Congrès international des américanistes (2-9 de
septembre de 1976), VI: 137-253. Société des Américanistes, Musée de l’Homme, Paris.
DELER, J.P., 1981 ¬ Genèse de l’espace équatorien: essai sur le territoire et la formation de l’Etat national.
Institut français d’études andines, Association por la diffusion de la pensée française, Lima, Paris.
GODELIER, Maurice, 1971 – Le concept de “formation économique et sociale”: l’exemple des Incas.
La Pensée 159 (octubre).
GUERRERO, Andrés y Rafael QUINTERO, 1977 – La transición colonial y el rol del Estado en su relación
con el estado colonial. Revista Ciencias Sociales 1(2): 65-92.
GUERRERO, Andrés y Rafael Quintero, 1977 – La transición colonial y el rol del Estado en la Real
Audiencia de Quito. Elementos para su análisis. Revista Ciencias Sociales 1(2): 13-58.
MORENO Y., Segundo, 1976 – Sublevaciones indígenas en la Audiencia de Quito. Desde comienzos
del siglo XVIII hasta finales de la Colonia Bonner Amerikanistische Studien 5. Bonn. 455 pp.
MURRA, John V., 1975 – Formaciones económicas y políticas del mundo andino, 339 pp. Instituto de
estudios peruanos. Lima.
NARANJO, Marcelo, José PEREIRA y Norman WHITTEN Jr„ 1977 – Temas sobre la continuidad y adaptación
cultural ecuatoriana. Universidad católica, Quito. 213 pp.
PRESTON, David A., 1978 – Rural Migration to Ecuadonan Oriente. Travaux et Mémoires de l’IHEAL 32:
55-66. Paris.
SALOMON, Frank, 1973 – Weavers of Otavalo. En Daniel R. Gross (ed.) People and Culture of Native
South-America: 460-492. The American Museum of Natural History, Double Day/The Natural
History Press, Nueva York.
1978 – Systèmes politiques aux marches de l’Empire (inca). Annales ESC 5-6, septiembre-
diciembre: 967-990.
NOTAS
1. La gran propiedad tuvo como primera función el mantenimiento de los grandes rebaños
necesarios para el abasto suficiente de los “obrajes” textiles.
2. Campos de pastoreo naturales situados en las alturas, que dominan las tierras cultivadas.
3. El huasipunguero recibe el usufructo de una parcela a cambio de la obligación de trabajar casi
gratuitamente para el propietario.
4. El equivalente a un consejo municipal.
5. Trompa fabricada con un cuerno de buey.
6. Los servicios de censo consideran como “rojas” a las zonas en el interior de las cuales existe
peligro para un encuestador, y para las cuales se tiende a recurrir a informaciones directas.
7. Ver, sin embargo, S. Moreno (1976) para el siglo XVIII.
8. Campos de pastoreo naturales situados en las alturas que dominan las tierras de cultivo.
NOTAS FINALES
*. Este comunicado presenta en términos provisionales y muy resumidos algunos aspectos de un
estudio referido a la historia de la gran propiedad y la dinámica social indígena. Algunos de los
puntos de vista expresados podrán, pues, ser objeto de modificaciones ulteriores. Los trabajos de
campo fueron realizados entre abril de 1975 y agosto de 1978 en el marco de un convenio entre el
Ministerio ecuatoriano de Agricultura y Ganadería y l’Office de la recherche scientifique et
technique d’Outre-Mer (Orstom, Francia).
AUTOR
EMMANUEL FAUROUX
ORSTROM, Paris
216
1 El objetivo de este artículo consiste en poner de relieve una problemática que por el
momento parece escapar a las preocupaciones de la investigación, del mismo modo que
escapa a los agentes de intervención en el campo serrano. Se propone poner de relieve
que en la hora actual toda investigación sobre las formas o la intensidad de la
integración de los campesinos de la sierra del Ecuador debería necesariamente atender
a una variable cuya incidencia está pesando cada vez más en el desarrollo rural y por
cierto en la dinámica social del país.
2 Quien recorra en la actualidad la sierra ecuatoriana con ánimo de estudio, difícilmente
dejará de captar que existe una confrontación más o menos abierta entre al menos dos
políticas que buscan captar al campesinado indígena: por un lado una política de clase,
de larga tradición y, por otro, una política étnica que aparece recién por los años 70 y
que busca definirse. Es esta situación de enfrentamiento la que da lugar a la hipótesis
general de este artículo, que sostiene que una opción política étnica tiene fuertes
oportunidades de imponerse sobre el tablera político del Ecuador en los próximos años,
con lo que las formas de organización y las prácticas político-sindicales, así como las
modalidades de intervención para el desarrollo, deberían necesariamente cambiar.
3 Complemento de esta hipótesis sería que en el camino de esta opción y del auge de un
movimiento de reivindicación étnica, el obstáculo principal no estaría representado
tanto por el Estado ecuatoriano como por las organizaciones sindicales y políticas
llamadas de clase, cuyas políticas y cuyas prácticas en el presente van encaminadas a
neutralizar la emergencia de la reivindicación india.
4 Para argumentar en relación a nuestra hipótesis tomaremos como ejemplo el caso del
movimiento Ecuarrunari1 cuya gestación comienza en la sierra por el año 1968 y cuya
actividad político-reivindicativa aparece como central en la sierra en los años 70. En
esta corta comunicación nosotros no podemos sino restringir deliberadamente el
217
campo de interés para focalizar lo más posible el problema que nos ocupa sobre los
aspectos ideológicos involucrados en la pugna de las dos visiones del desarrollo social y
político serrano, es decir, aquella en que lo central sería la solución de la cuestión
campesina por la vía de la reforma agraria, y la otra, en que la cuestión central a
resolver pasaría por una revalorización de los pueblos indígenas para ir hacia un status
político particular al interior del Estado, y hacia formas de desarrollo no
exclusivamente campesinas.
5 Nuestro plan entonces será desarrollado en tres tiempos, en primer lugar para situar el
contexto organizacional del campesinado serrano en el cual surge y se desarrolla el
Ecuarrunari; luego para mostrar suscintamente la historia de la organización, la
dinámica social que promueve y los enfrentamientos internos de las dos líneas que van
a disputarse la dirección del movimiento; y finalmente, para comentar las posiciones
adoptadas por el sindicalismo de clase y por las corrientes políticas de izquierda frente
al avance de las reivindicaciones étnicas al interior del Ecuarrunari.
IMPASSE DE LAS ORGANIZACIONES CLASISTAS Y VACIO DE
CONDUCCION ENTRE LAS MASAS INDIGENAS
19 ¿Y los nuevos asalariados? Hemos dicho que la masa de los asalariados ha crecido, sobre
todo en su fracción de obreros temporales, pero no es evidente que sea un soporte
favorable para la actividad del sindicalismo de clase. Por el contrario. La
proletarización del campesinado indígena del Ecuador es en efecto un proceso difícil y
penoso y la mayor parte de los observadores ven allí un proceso frustrado que prolonga
indefinidamente la “descampesinización” de la población indígena (Espinoza 1977; Cesa
1978; Rhon 1978, entre otros).
20 En permanente movilidad geográfica y ocupacional, este semi-proletariado ha resistido,
esquivo siempre, rebelde a la organización de clase, y el movimiento campesino clasista
no puede sensibilizarlo sino con cierto malestar, en todo caso como un difícil
rompecabezas.
21 A través de los dos aspectos tratados aquí, parece surgir con cierta claridad que el
espacio tradicional de lucha del sindicalismo de clase en el campo serrano se había
reducido extraordinariamente en los años 70; en todo caso la acción político-sindical
parecía hacerse cada vez más dificultosa.
22 Como consecuencia entonces de la marginación sindical y política del campesinado de
las comunidades indígenas y de la reducción del espacio social para una política
“proletaria” de clase, una suerte de “vacío organizacional” venía instalándose en el
espacio rural serrano desde los años 60. Es justamente en esta suerte de vacío que verá
la luz el Ecuarrunari, cuyo desarrollo y actividad mostrará a las centrales sindicales, tal
vez demasiado tarde para ellas, que el problema indígena había estado ausente por
largo tiempo de sus preocupaciones.5
EL ECUARRUNARI EN BUSCA DE UNA EXPRESION POLITICA DE LA
ETNICIDAD
40 De manera que si en las estructuras nacionales esta corriente –que parece hacer
progresos en las bases– es copada por la tendencia clasista, podría afirmarse como una
alternativa realista afincándose sobre espacios territoriales concretos, evitando con ello
ser captada por la política de “recuperación” del sindicalismo de clase. Todo ello,
mientras este último parece haber llegado a controlar una superestructura nacional
incapaz de dinamizar movimientos en la base.
41 Por otra parte, la experiencia del Ecuarrunari parece haber tenido y tiene una
trascendencia que supera con mucho los límites estrictos de esa organización. Una serie
de efectos en cadena parecen haberse producido a partir de allí: surgimiento de
organizaciones de grupos étnicos (asociaciones indígenas); multiplicación de las formas
de contacte y vinculación de grupos y personalidades indígenas; frecuencia de
encuentros (lo más a menudo informales); desde el punto de vista ideológico, una
suerte de decantación de un discurso indígena que con más y más frecuencia se plantea
el problema de las nacionalidades indígenas.8
COMENTARIOS A UNA POLÍTICA DE INTEGRACIÓN PRESENTAD A
COMO POLÍTICA DE CLASE
42 La historia del Ecuarrunari es corta pero no por ello menos fundamental para el futuro
de las poblaciones indígenas y para el curso de la vida política y social ecuatoriana; ella
puede ser interpretada desde diversos ángulos pero nada nos parece más importante,
por ahora, que analizar el comportamiento del sindicalismo campesino y también de la
política de izquierda frente al fenómeno de las resurgencias étnicas y la emergencia de
la reivindicación nacional indígena. El asedio a que el Ecuarrunari se vio sometido
desde que los campesinos indígenas le imprimieron una clara orientación etno-política
debe ser explicado no como un hecho circunstancial sino como un comportamiento de
las posiciones de clase que tiene profundas raíces en la historia de las luchas sociales y
que obedece a definiciones socio-históricas fundamentales.
43 En este sentido, un intento de explicación tendría en primer término que remontarse a
la historia de la adopción de las ideas marxistas en el continente y en especial en los
países con fuerte población indígena, como es el caso del Ecuador. Pero tendría también
que abocarse a la crítica de la producción sociológica (en el sentido más vasto) que
nutre en la actualidad la práctica política del sindicalismo campesino y de los partidos
que lo impulsan. Por cierto, nosotros no haremos más que esbozar estos dos problemas,
cada uno susceptible de merecer investigaciones específicas.
44 Aunque no haremos aquí la historia de la adopción de las ideas marxistas en los países
de fuerte población indígena, no cabría, sin embargo, eludir o pasar por alto el hecho
fundamental de que por los años 20 y 30 de este siglo, en el análisis de los marxistas
latinoamericanos hay una zona obscura que es aquella de la cuestión nacional, a cuya
discusión teórica y a cuyas implicaciones políticas la socialdemocracia europea se había
abocado desde fines del siglo XIX.
45 Porque es evidente que en el caso del Ecuarrunari, aun cuando no haya sido explicitada
de manera precisa, lo que aparece latente es esta vieja cuestión de la nacionalidad: el
reconocimiento o la negación de un movimiento político de carácter étnico (nacional
en su acepción estricta), independiente en su conducción y autónomo para definir su
propia política.
225
46 Una vieja práctica consistente en tratar a los indígenas como sujetos de control político
al servicio de una causa más universal, como aquella del proletariado, o más nacional,
como aquella de la política contingente, condujo al sindicalismo campesino y a la
izquierda en general a un rechazo del Ecuarrunari en tanto movimiento étnico. Es
cierto que el Ecuarrunari venía a competir por una clientela campesina cuyo
monopolio, al menos en teoría, forma parte de la vieja tradición ortodoxa, pero lo que
es más importante es que venía a replantear las concepciones políticas, las estrategias y
las tácticas en relación a los indígenas. Y es aquí justamente donde se descubre el
interés de remontarse a la época de la adopción del marxismo en los países con
población indígena, puesto que la respuesta al Ecuarrunari, en el caso concreto del
Ecuador, es una respuesta que corresponde a los años 20 y 30.
47 Hay que reconocer que por esa época no existían movimientos políticos de
reivindicación étnica, pero una situación real existía: una población indígena
dominada, cuya etnicidad, por múltiples razones que aquí no podemos abordar, no
podía expresarse políticamente. ¿Es que en la visión de los padres del marxismo
latinoamericano no valía la pena ocuparse de una población étnicamente diferente,
porque siguiendo a Engels no veían allí más que una nación de “campesinos miserables”
(las naciones ahistóricas), sin destino político propio? ¿O es que en los países
occidentales una literatura sobre la cuestión nacional (tema espinoso para Estados-
Nación todavía en proceso de consolidación) circulaba difícilmente y no fue conocida
en su tiempo por los marxistas latinoamericanos? ¿O acaso temían ser acusados ellos
también de racistas?
48 Como quiera que sea, lo cierto es que la cuestión indígena fue resuelta de manera casi
expeditiva, incluso por algunos de los pensadores más lúcidos de la época, en primer
término por J. Carlos Mariátegui, quien no vio en absoluto el problema indígena bajo
una óptica nacional (en el sentido de naciones indígenas) y por el contrario asumió una
posición “reductora” ante el hecho indígena hasta terminar identificándolo con la
cuestión agraria.9
49 Si los juicios y las interpretaciones a propósito del Ecuarrunari dirigidos a negar la
viabilidad histórica de un proyecto político indígena corresponden al estado de espíritu
y a los análisis de los años 20-30, la realidad indígena del Ecuador en los años 70 se ha
modificado en muchos sentidos y no sería por cierto el menos importante el que los
indígenas hayan comenzado, ellos mismos, a reivindicar su derecho a la autonomía
política. El que esta reivindicación surja con más y más frecuencia en el país, está
traduciendo otro aspecto fundamental en relación a la realidad indígena de hoy, es
decir, la aparición de una nueva élite indígena, la primera después de la eliminación
colonial y republicana de las capas dirigentes y líderes indígenas. Esta élite resulta de la
convergencia de dos movimientos ligados a una cierta movilidad social: los líderes
campesinos formados en diferentes momentos a partir de los años 60 y los intelectuales
indígenas, muchos de ellos llegados a la formación universitaria en la década de los 70,
más los indígenas escolarizados al nivel secundario y de enseñanza técnica.
50 La dinámica indígena de hoy, sin embargo, no parece sensibilizar a los analistas de las
cuestiones sociales, en particular a los especialistas de las cuestiones rurales. Los temas
aquí siguen siendo clásicos: descomposición del sistema de hacienda, descomposición
del campesinado, economía campesina, etc. Toda una literatura sobre problemas
agrarios contribuye a reforzar las posiciones del sindicalismo de clase frente al
problema indígena y conviene destacar al menos las tendencias principales de esta
226
producción, cuyas raíces ideológicas siguen estando en los años 20 y 30. Como para que
no haya dudas acerca de esta vinculación notaremos al pasar que muchos autores
ecuatorianos que se ocupan de estos temas comienzan citando o parafraseando a
Mariátegui.
51 Hay dos vertientes en esta producción sociológica que parecen ser las más explotadas y
cuya influencia es decisiva sobre el sindicalismo de clase: en primer lugar una
orientación que va en el sentido de la expropiación de la identidad indígena y otra que
va en el sentido de la desvalorización de la identidad indígena. Nosotros no vamos a
tomar como ejemplos sino a los autores que hemos tenido más a mano para la
confección de este texto, al mismo tiempo que volvemos a insistir sobre et interés de un
estudio en profundidad de este tema.
52 Cuando decimos expropiación de la identidad indígena estamos haciendo referencia a
una postura que consiste en argumentar que el indígena, en el curso de la historia, en
particular bajo la República, habría perdido su identidad indígena para quedar
transformado en simple campesino. En ciertos autores se encuentra la idea de que tal
proceso sería contemporáneo de la aparición de las clases modernas en la sociedad
latinoamericana. No interesa tanto a nuestro propósito de dónde se nutre tal postura
ideológica, sino más bien el significado que ella tiene en términos prácticos, puesto que
en tanto campesino el indígena viene a ser una categoría operacional para la política de
clase, que se expresa en la más estricta “pureza proletaria”.
53 En su interpretación del Ecuarrunari. Rhon signe esta orientación, apoyándose en
Spalding, cuya preocupación central consiste en sostener la tesis de la pérdida de la
identidad indígena, puesto que “después de la independencia política en el curso del
siglo XIX, la élite india perdió su identidad como india, y así cada vez más la palabra
indio se definió en términos de clase. En la época moderna los blancos o mestizos son
identificados como una sola categoría y los indios son ampliamente definidos como
categorías económico-ocupacionales que incluyen además el lenguaje” (Rhon 1978). Al
leer cuidadosamente este texto pronto advertimos la inconsistencia del mismo sobre
diversos puntos; lo que sí nos parece fundamental es que en la citada argumentación los
indígenas de hoy no tendrían identidad indígena por el hecho de que los no indígenas
los inscriben dentro de categorías socio-económicas en el último limite por arte de las
estadísticas.
54 Claro, la conversión del indio en campesino no podría ser absoluta y ciertos elementos
permanecen, el lenguaje entre otros, pero ello no sería obstáculo para una política de
clase sobre el campesinado, lo que conduce a otro autor del mismo nombre a hacer, en
un trabajo posterior al que hemos comentado a propósito del Ecuarrunari, la
proposición de que como de todas maneras subsisten valores linguísticos, culturales y
folklóricos, ellos no solamente podrían sino deberían ser “recuperados para una
política de clase” (Rhon 1978).
55 Desprovisto de su identidad indígena, el indígena (puesto que en la realidad, todavía
sigue siéndolo) pasa a ser un campesino, es decir, una categoría “procesable” por la
política de clase, lo que explica facilmente que la organización de Pichincha al interior
del Ecuaminari haya subestimado con tanta ligereza el debate sobre las cuestiones
étnicas, que haya calificado tal debate como una pérdida de tiempo y que, por el
contrario, haya hecho todo lo posible, en particular después del II Congreso, por
circunscribir los debates casi estrictamente a los problemas de la reforma agraria.
227
como un obstáculo a la politización de los campesinos, al mismo tiempo que una gran
parte de su libro está dedicada, paradójicamente, a una serie impresionante de
conflictos violentos, a veces verdaderas rebeliones de los campesinos indígenas hasta
en fecha tan reciente como 1962 en la provincia de Tungurahua. Parece olvidar el autor,
próximo a la Fei, que el sindicalismo es por esencial legalista y que de todas maneras los
datos acerca de la sindicalización en la sierra muestran la reticencia indígena a la
organización sindical (Gil Navas 1976).
***
BIBLIOGRAFÍA
BLBLIOGRAFIA
ALBORNOZ, Oswaldo, 1976 – Las luchas indígenas en el Ecuador. Editorial Claridad, Guayaquil.
BIRD, 1973 – The Currenl Economic Position and Prospects of Ecuador. International Bank for
Reconstruction and Development, Washington.
BLANKSTEIN, Ch y C. ZUVEKAS, 1974 – Agrarian Reform in Ecuador. Land Tenure Center, Wisconsin,
paper 10.
CESA, 1978 – Información sobre Cesa y la actual situación del sector campesino. Mimeografiado.
Central de servicios agrícolas del Ecuador. Quito.
ESPINOZA, Leonardo, 1977 – ¿Qué es lo andino? Revista del IDIS 4. Investigaciones Sociales (cd.),
Cuenca.
229
GARCIA. Bertha, 1976 – Formas actuales de organización y acción política del campesinado
ecuatoriano. Revista Paraguava de Sociología 13 (37).
GIL NAVAS, Bolívar, 1976 Inventario de organizaciones campesinas en Ecuador. Desarrollo rural en las
Américas 8 (1).
MARIATEGUI, Juan Carlos, 1973- Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. XXVI edición.
Minerva. Lima.
RHON. Francisco. 1978 – Lucha étnica o lucha de clases: Leuador: aporte para la discusión. En
Campesinado e indigenismo en América Latina. Celats. Lima.
1978 – Las movilizaciones campesinas en Ecuador: 1968-1977. El caso del movimiento Ecuarrunari.
Memoria de tesis. Clacso-Puce, Quito.
NOTAS
1. Ecuador runacunapac richarrimui: Despertar del indio ecuatoriano.
2. El huasipunguero era el trabajador residente en la hacienda ecuatoriana tradicional, pagado en
parte en salarie pero por lo común en tierra, a través del usufructo de una pequeña parcela que
por lo general no iba más allá de las tres hectáreas.
3. El balance de tierras per capita (por familia) entregadas a los huasipungueros por la reforma
agraria es más que mediocre: el tamaño promedio de las asignaciones se ha estimado hasta 1969
en 3.5 hectáreas (Blankstein y Zuvekas 1974).
4. La comuna es la organización reconocida por el Estado ecuatoriano a partir de 1937,
legalizando así una institución tradicional indígena, que siendo propia de los indígenas incorporé
a través del tiempo elementos de origen español. Sobre el interés que los beneficiarios de la
reforma agraria han conservado por la comuna, subestimando otras formas organizacionales
modernas, no existe a nuestro conocimiento un estudio específico pero los casos son abundantes
y pocos autores los recogen (B. García 1976).
5. En particular el problema fue abordado por la Fenoc en su V Congreso nacional (octubre 1977)
reconociendo que la problemática indígena “no ha sido hasta hoy suficientemente reflexionada
por todos quienes luchamos por la justicia y la libertad”. En todo caso, la investigación reciente
muestra que las centrales campesinas subestimaron los conflictos de tipo comunal para
privilegiar aquellos de carácter salarial (Ibarra 1979).
6. En el estudio de Rhon, citado en las referencias, pueden encontrarse algunos textos anexos que
dan cuenta del discurso Ecuarrunari.
7. Una sorda confrontación se podía observar en septiembre de 1979 entre el Ministerio de
Agricultura y la Unión de cooperativas de Cañar, movimiento de tendencia étnica, en relación
con el PIDA-Cañar (Programa integrado de desarrollo agropecuario). La Unión enfrentaba
igualmente a la Asociación de organizaciones campesinas de Cañar vinculada a la Fenoc y
sostenida por Cesa.
8. El tema de las nacionalidades indígenas es, por ejemplo. enunciado claramente, y reivindicado,
en diversos documentos producidos por los representantes indígenas (pertenecientes a
corrientes ideológicas diversas) con ocasión de un seminario nacional convocado en septiembre
de 1979 por el Ministerio de Educación en la búsqueda de un consenso para la creación de una
institucionalidad para-indígena.
9. Lo que podría denominarse el “reduccionismo” operado por Mariátegui en relación a la
cuestión indígena, para identificarla con la cuestión agraria, aparece bien desarrollado en sus
230
Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, y lo condujo a hacer afirmaciones del tipo “la
suposición de que el problema indígena es un problema étnico se nutre del más envejecido
repertorio de ideas imperialistas” (op. cit., p. 40).
10. A propósito de esta actitud de ignorar la presencia del Ecuarrunari en los años pasados, un
buen ejemplo es una publicación hecha en Francia en junio de 1976 (no. 38 Cedetim) con el aval
de tres formaciones políticas de la izquierda ecuatoriana y en la cual se dedica un amplio espacio
a los problemas de la reforma agraria y de las luchas campesinas, así como a la represión a
militantes y dirigentes del Ecuarrunari, pero sin que este merezca una sola mención.
AUTOR
ROBERTO SANTANA
CNRS
231
que sólo están hechas para padecer sin jamás poder crear nuevas formas sociales, ni
manejar los modelos que la sociedad dominante les impone.
4 El ejemplo de algunas sociedades amazónicas que deliberadamente eligieron la vía del
desarrollo está ahí para invitarnos a ser más modestos, no siendo nuestra función la de
juzgar sus decisiones, sino la de comprender las condiciones que las han suscitado y las
consecuencias que provocan. O sea, que no se trata de cuestionar la legitimidad de un
proceso irreversible sino de analizar sus modalidades de funcionamiento y la ideología
que lo conforma; demostrar, en definitiva, cómo la idea de desarrollo –y su correlato, el
economismo– vino, en algunas sociedades amazónicas, a sustituir sistemas de valores
radicalmente diferentes o a transformarlos desde el interior. Sin embargo, analizar no
es forzosamente avalar. Y nuestra empresa sólo tendrá sentido si llegamos a sacar a la
luz el sistema de las relaciones contradictorias que se tejen necesariamente entre la
etnogénesis y el desarrollo económico.
5 Es una evidencia general que el problema del desarrollo de las poblaciones marginales
del tercer mundo se concibe casi exclusivamente en términos económicos y que es,
pues, una ideología economista la que caracteriza a los programas elaborados por las
organizaciones internacionales y su aplicación en el terreno por las burocracias
nacionales. Es también el economismo el que marca, con mayor frecuencia, la reflexión
política de numerosos sectores de la izquierda y de la extrema izquierda
latinoamericana, persuadidos como están de que la supervivencia de modos de
producción “precapitalista” es un obstáculo para el desarrollo de la lucha de clases y de
que ninguna revolución será posible en tanto que los indígenas no hayan sido
plenamente integrados al mercado capitalista de la fuerza de trabajo.
6 Ahora bien, y éste es el aspecto nuevo del problema, el economismo tampoco está
completamente ausente de la ideología indigenista que caracteriza a los movimientos
de reivindicación étnica. La idea de un desarrollo económico articulado a través de la
economía de mercado se perfila en los proyectos, a pesar de ser radicalmente
innovadores, de los movimientos indígenas que buscan controlar los mecanismos de su
integración a las sociedades nacionales. Pero, al hacer esto, terminan por introducir,
casi sin saberlo, estos mismos principios de racionalidad capitalista que caracterizan los
planes de desarrollo de las burocracias nacionales a los que se niegan a adherirse. Las
organizaciones indígenas más ejemplares y más independientes, sometidas como están
a los imperativos de planificación a largo plazo que les exigen las fundaciones
humanitarias que financian su desarrollo, y constreñidas a respetar la lógica jurídica de
la economía de mercado, son así conducidas a entrar en un engranaje productivista,
completamente antitético con relación al sistema de los valores tradicionales sobre el
cual se funda la reivindicación de su etnicidad.
7 La desconfianza de los elementos revolucionarios de la izquierda latinoamericana hacia
movimientos indigenistas –acusados de diversionismo con relación a la cuestión,
planteada como fundamental, de la alianza de todos los sectores de la clase dominada–
se basa en un gran desconocimiento de la naturaleza real de las sociedades amazónicas
y de sus actuales procesos de transformación. Si bien es cierto que la legítima
declaración de autonomía cultural y política de los grupos indígenas y su reivindicación
de una especificidad propia, como contribución a la formación de sociedades nacionales
verdaderamente pluriétnicas y pluriculturales, parece estar en oposición a los
principios de un centralismo leninista dogmático, en cambio, su absorción progresiva
dentro de la esfera de la economía capitalista los coloca –en la perspectiva de los
233
25 Vemos, pues, que la adopción de la ganadería por los shuar, tanto a nivel de la
estrategia individual de las unidades domésticas como de la política económica de la
Federación, es en gran parte el resultado de una imposición jurídica cuyas
consecuencias debemos ahora examinar, tanto en lo referente a la preservación del
equilibrio ecológico como a las condiciones de reproducción de las unidades domésticas
shuar. Para lograrlo, tenemos que retroceder y describir brevemente el sistema
productivo tradicional, tal como se puede reconstituir a través de la literatura
etnográfica, y tal como pudimos estudiarlo a lo largo de una investigación etnográfica
de 20 meses entre los achuar, un grupo jíbaro no aculturado y limítrofe de los shuar.
26 En el hábitat tradicional shuar, las casas están ya sea completamente dispersas o
reunidas en conjuntos de dos o tres, pero no existe nada comparable con los pueblos
actuales, que son el producto de una nucleación artificial. La distancia que separa cada
una de estas casas, o pequeños conjuntos de casas, varía por lo general entre media
hora y tres o cuatro horas de marcha. En el seno de este hábitat extremadamente
atomizado, no se encuentra, en sentido estricto, ninguna autoridad supralocal que
pudiera dar una estructura institucional estable, en espacio y en tiempo, a estos
agrupamientos de unidades residenciales. Sin embargo, un grupo de hogares, asentado
en un territorio definido con bastante claridad, constituye lo que llamaremos un nexo
endógemo, es decir un conjunto social donde predominan las relaciones de
consanguinidad y de alianza matrimonial, estando estas últimas fundadas en un
matrimonio de tipo dravídico (dicotomización de los parientes en dos clases,
combinada con un matrimonio prescriptivo con los hijos de los afines bilaterales de los
progenitores reales).
27 Por lo tanto, la unidad abstracta de cada nexo está fundada en una base territorial y en
un entrelazamiento de parentelas egocentradas, pero también dentro del campo de
influencia de un jefe de guerra, un guerrero de reconocido valor que, gracias a su
capacidad para manejar vastas redes de alianzas, se encuentra en condiciones de
organizar la estrategia ofensiva o defensiva de un nexo durante un conflicto, o
planificar y ejecutar expediciones de captura de cabezas entre los grupos étnicos
vecinos. Este jefe de guerra está, por otra parte, totalmente desprovisto de privilegios
económicos o sociales específicos, aunque su fama le permite, en general, capitalizar un
prestigio que le asegura cierta preeminencia en los circuitos de intercambio. Esta forma
de organización social extremadamente lábil, desprovista de todo principio
institucional integrador (ausencia de aldeas, ausencia de autoridad política y ausencia
de grupos de unificación), promueve la independencia y la autosuficiencia de cada
unidad doméstica, concebida como un microcosmos autónomo y diferenciado.
28 Cada grupo familiar reagrupa a una familia nuclear, por lo general polígina, aumentada
en ocasiones por yernos residentes, viudas y huérfanos; estos dos últimos elementos
representan un factor notable en la composición de la fuerza de trabajo. Esta unidad
doméstica constituye un núcleo de base de producción/consumo, autosuficiente –
aunque no autárquico– en cuanto a la producción de la subsistencia y de la mayoría de
los instrumentos de la producción La cooperación en el trabajo entre unidades
domésticas distintas es más bien la excepción y no la regla y responde menos a
exigencias tecnoeconómicas que a factores de orden sociológico. Una estricta división
sexual del trabajo atribuye a los hombres las actividades de predación (caza, pesca de
peces grandes y desmonte) y a las mujeres las actividades de transformación de la
naturaleza (horticultura y preparación de los alimentos). Señalemos, sin embargo, que
238
quema y roza. En algunos centras del valle de Upano, se llegó de este modo a tener una
producción casi exclusivamente orientada a la venta, con un casi abandono de la
horticultura de subsistencia, encontrando los shuar más cómodo y más rentable el
comprar el alimento en los comercios de las pequeñas aldeas que continuar invirtiendo
en el cultivo de las huertas el trabajo necesario para la extensión y el mantenimiento de
los pastos. Entonces, ¿de qué habrán servido esos años de lucha por el reconocimiento
legal de las tierras si, en unas cuantas décadas, el territorio shuar estará condenado a
transformarse en una inhóspita estepa impropia para la presencia humana, semejante a
la de la región de Bragantina en Brasil, donde medio siglo de desmonte y cultivos
intensivos lograron transformar la selva en desierto?
44 La obligación de desarrollar sin cesar una producción comercial en detrimento de la
horticultura de subsistencia y la apropiación privada y parcelaria del territorio generan
una transformación profunda de las condiciones de trabajo y de los procesos de
producción. En los hombres recae este fuerte aumento de trabajo que genera la
ganadería puesto que son responsables de la totalidad de las operaciones, desde el
desmonte inicial hasta el mantenimiento cotidiano de los pastos y la vigilancia de los
rebaños. Generalmente, al no estar cercados los pastos, se tiene que desplazar con
regularidad a los animales, atados a estacas o árboles. Los trabajos más duras, como el
desmonte, se efectúan en principio en forma comunitaria, en base a la reciprocidad.
Cada unidad doméstica se pone de acuerdo con el presidente electo del centra, para
determinar el día en que se fijará la jornada durante la cual las otras unidades
domésticas ayudarán a realizar una tarea específica.
45 Cabe observar que los shuar adoptaron el término de minga para designar esos trabajos
comunitarios y no el término tradicional shuar que denota una “invitación”. Esta
modificación del léxico en realidad enmascara una evolución en la representación de
las relaciones de solidaridad en el trabajo. La minga, una típica institución de la sierra
del Ecuador, es en efecto un trabajo colectivo de tipo obligatorio, organizado y
efectuado por estímulo y bajo la dirección de una autoridad, ya sea tradicional o
administrativa, en tanto que la antigua “invitación” reagrupaba ocasionalmente a
parientes cercanos que se reunían para una fiesta con cerveza de mandioca en la cual el
trabajo colectivo era más un pretexto que una finalidad. Aun si la minga actual a veces
da lugar a fiestas, su periodicidad (en ocasiones de hasta tres o cuatro días por semana)
y su carácter obligatorio (los miembros del centro que no asisten, en principio, son
multados) hacen de ella una institución bastante diferente de la antigua invitación
entre parientes.
46 Sean cuales fueren las actividades de cooperación, queda claro que la ganadería impone
un aumento drástico del tiempo de trabajo masculino, además de la obligación de llevar
una vida sedentaria dado que los cuidados que requiere el ganado son cotidianos. Esta
obligación hace muy difícil, si no es que imposible, el realizar expediciones de cacería
de varios días –impuestas por la escasez de las presas que se encontraban alrededor de
los centros– y efectuar largas visitas a parientes o aliados que vivan en regiones lejanas,
las que antes constituían el principal vehículo de intercambio. La representación misma
del trabajo se modificó profundamente, ya que con la introducción de la ganadería se
pasó de tareas orientadas hacia la satisfacción inmediata de las necesidades, a un
trabajo cuyo producto final no es consumido, pero que sirve de medio para satisfacer
necesidades intrínsecamente externas al trabajo (compra de productos
manufacturados). La ganadería, articulada en una economía comercial creó, pues, una
243
propiedad colectiva de los pastos y de los rebaños. En agosto de 1977, entre los 159
centros federados existían ya 72 grupos de desarrollo ganadero. Pero si esta forma de
propiedad cooperativa incluye a un gran número de individuos, en cambio, sólo
concentra una fracción minoritaria de la riqueza pecuaria; por ejemplo, en 1974, se
contaba con 7 627 cabezas de ganado de propiedad privada, contra 1 624 de propiedad
colectiva (Salazar 1977: 43). Se tiene así la impresión de que, para numerosas unidades
domésticas shuar, el pertenecer a un grupo de desarrollo ganadero, ante todo, es
concebido como un medio de autofinanciamiento que permitirá la creación o la
ampliación de un rebaño individual.
51 Es cierto que la notoria preferencia del Ierac por una tenencia de la tierra
excesivamente fragmentada lleva a esa institución a propiciar la concesión de títulos de
propiedad, individuales más que colectivos, tornando difícil el funcionamiento de
verdaderas cooperativas de producción. También es cierto que las familias shuar cuyos
logros económicos son más patentes con frecuencia se han mantenido fuera de la
Federación, pues organismos como el Crea conceden con facilidad importantes créditos
de inversión productiva a los shuar, quienes se comprometen a no federarse. En
realidad, si a pesar de los estímulos de la Federación shuar, las cooperativas de
producción no alcanzan el éxito esperado, esto no se debe exclusivamente a que los
organismos estatales y paraestatales vean con hostilidad los proyectos que escapan de
su control. Es de temer que, dado el conjunto mismo de las circunstancias que la
condicionan, la política de desarrollo masivo de la economía ganadera, lejos de
fortalecer la unidad socioeconómica del grupo tribal, contribuya, al contrario, a crear
un proceso irreversible de minifundismo. La constante expansión demográfica de la
población shuar torna aún más preocupante esta atomización de la tenencia de la
tierra, pues no existe un espacio de reserva para las generaciones futuras que estarán
condenadas a minifundios cada vez más pequeños, en un ecosistema cada vez más
degradado.
52 La ganadería se basa en la combinación de tres factores principales: un capital
productivo (pastos y ganado), la fuerza de trabajo de la unidad de producción, y la
proximidad, más o menos cercana, de esta unidad de producción con los centras de
comercialización: las distancias suponen costos más o menos elevados de transporte –
sobre todo aéreo– que vienen a reducir el margen de utilidades. Ahora bien, estos
factores no se distribuyen de igual manera en todas las unidades de producción, y las
más favorecidas por las circunstancias han iniciado un proceso de acumulación de
capital que tiende a generar importantes diferencias económicas entre los shuar.
53 Hay pues un abismo trágico entre la voluntad de los dirigentes de la Federación shuar
de promover la independencia económica así como el igualitarismo social, y la práctica
cotidiana de una economía ganadera enteramente dependiente de las leyes de
rentabilidad del mercado capitalista. Esta disyuntiva se plantea, en gran parte, por el
crecimiento muy rápido de la Federación, que en unos diez unos logró integrar a la casi
totalidad de la región shuar. La aparente unidad institucional de la Federación de
centras shuar no debe ocultar ni la extrema heterogeneidad de las diversas situaciones
locales, ni la considerable diferencia que existe entre un aparato dinámico y altamente
motivado y la masa de los shuar, para quien la afiliación a la Federación representa una
elección económica más que social.
54 Si la economía ganadera funciona como un mecanismo de diferenciación
socioeconómica, se debe menos al resultado de un proyecto deliberado de la Federación
245
shuar que al hecho de que la política de desarrollo económico fue mucho más rápida
que la política de concientización –a causa de la urgencia de resolver el problema de la
legalización de las tierras. Mientras que la minoría educada de los dirigentes estima que
sólo soluciones colectivas estarán en condiciones de resolver la suma de los problemas
particulares, gran parte de la población shuar ve aún en la Federación un organismo de
asistencia más que un instrumento de lucha.
55 Si se considera que la Federación de centros shuar se fijó dos objetivos principales: a) la
independencia económica basada en la salvaguardia del territorio tribal, y b ) la
reactivación sistemática de la etnicidad shuar, basada en la salvaguardia del patrimonio
cultural, debemos ahora admitir que el medio que utilizó para alcanzar el primer
objetivo –la implantación sistemática de la economía ganadera– entra en franca
contradicción con la realización del segundo. Por cierto, y como lo hemos visto, la
ganadería extensiva es una solución que les fue prácticamente impuesta a los shuar por
un conjunto de circunstancias externas. Pero sucede que al acelerar su actual política
económica, la Federación, le gustara o no, tuvo que entrar en un engranaje
productivista cuyos resultados no sospechaba, y que modificó profundamente la
naturaleza misma de la sociedad shuar. En efecto, ¿cómo mantener, si no es de una
manera abstracta y artificial, una identidad étnica que se basa, no sólo en una lengua,
sino primera y ante todo en una cultura cuyas raíces se sumergen en un modo de vida
en vías de desaparición?
56 Es elogiable, por ejemplo, que el contenido de la enseñanza escolar que difunde la radio
de la Federación se adapte a los particularismos shuar, pero ¿tendrá esto todavía
sentido, cuando la vida cotidiana de los niños shuar ya no se distinga en nada de la de
los niños de los colonos? ¿Cuál puede ser para un adolescente shuar el significado vital
de los valores culturales transmitidos por las generaciones precedentes, constituidas
por cazadores que anhelaban el prestigio obtenido a través de sus hazañas en la caza y
en la guerra, cuando él mismo se ha vuelto un pastor sedentario en un medio casi
desforestado, que busca basar su prestigio en logros económicos que sólo le puede
ofrecer una sociedad mercantil? Por cierto, muchos de los jóvenes shuar educados
decidieron dedicar su vida al servicio de la Federación a cambio de un salario irrisorio,
pero este espíritu de grupo no es general e, igualmente, numerosos son los que se
rehúsan a este sacrificio y prefieren rentabilizar sus diplomas en empleos mejor
remunerados.
57 En definitiva, el proceso actual de etnogénesis tomó toda su fuerza en el momento
mismo en que lo que constituía la especificidad de la cultura shuar comenzó a
desvanecerse y fue necesario convocar a los valores combativos de las generaciones
precedentes a fin de forjar la unidad de la actual. La paradoja es sólo aparente, ya que
es, creemos, lo natural en toda sociedad en mutación brutal el intentar sintetizar, de
manera muchas veces abstracta, los elementos que ella cree pertinentes para la
definición de su antigua identidad.
58 La identidad étnica en la sociedad shuar tradicional era un concepto particularmente
impreciso, del todo diferente, en todo caso, a ese cuerpo coherente de ideas que
caracteriza por lo general la formación de una conciencia nacional. Esta identidad
estaba basada en la representation de una especificidad diferenciada, es decir, en la
ponderatión consciente de las diferencias con relación a los otros grupos étnicos que
los rodeaban –entre ellos los blancos– y no en una representación positiva y totalizante
que englobara sintéticamente la suma de sus diferencias. El propio término shuar no es,
246
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
BOTASSO, Juan, 1980 – Los salesianos y los shuar, análisis de una política indigenista. Tesi di Laurea.
Pontificia Universita Gregoriana, Roma.
COSTALES, Alfredo, 1961 – Misiones católicas y protestantes entre los aborígenes del oriente
ecuatoriano. América Indígena 21: 269-280. México.
FEDERACION DE CENTROS SHUAR, 1976 – Federación de centros shuar, solución original a un problema actual.
Sucua.
KROEGER, Axel y Elena ILECKOVA, 1976 – La salud y la alimentación. Mundo Shuar 5, serie B. Sucua.
SALAZAR, Ernesto, 1977 – An Indian Federation in Lowland Ecuador. IWGIA, Documento 28.
Copenhague.
NOTAS
1. Ley de Tierras Baldías y Colonización, Decreto Supremo 2171, Registro Oficial 342 del 28 de
septiembre de 1964, Quito.
2. Escrito en 1980, este artículo describe lo que cra la situación de los shuar trente al desarrollo
económico al final de los años setenta; al ser publicado en castellano ocho años más tarde padece
evidentemente de una falta de actualización. Sin embargo, y a pesar de los cambios ocurridos en
el frente de las luchas indígenas y en la política del Estado ecuatoriano, me parece que los
problemas que plantea siguen siendo de actualidad. Así, tanto la aparición reciente de una nueva
organización shuar explícitamente desarrollista (nacida de una escisión interna de la Federación
shuar) como la agudización del problema de las tierras a consecuencia de la implantación de
grandes empresas transnacionales de palma africana, indican que los datos esenciales de la
contradicción expuesta en este articulo se han mantenido vigentes.
AUTOR
PHILIPPE DESCOLA
Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, París
249
1 Esta comunicación busca describir, de manera general, el proceso por el que pasa,
desde el establecimiento de misiones religiosas a comienzos de los años setenta, una
sociedad de cazadores y agricultores de roza y quema del oriente ecuatoriano, los
achuar, y sugerir dónde y cómo éstos organizan sus formas de resistencia trente a la
injerencia exterior. Con este enfoque, después de presentar rápidamente este grupo y
su entorno étnico, examinaré primero los orígenes de la penetración misionera y sus
principales consecuencias y luego algunas de las interpretaciones elaboradas por los
achuar para expresar su percepción del mundo blanco; finalmente, concluiré con un
breve estudio de la situación de este grupo comparándola con la de los movimientos
indígenas organizados del oriente ecuatoriano y con las luchas que emprenden
actualmente esas federaciones indígenas.
2 Los achuar constituyen, sin duda alguna, un caso privilegiado con respecta a la mayoría
de las sociedades indígenas de las Tierras Bajas de América del Sur, ya que todavía no
han perdido su territorio, ni lo que D. Ribeiro llamaría su conciencia tribal; incluso
conservaron lo esencial de su modo de vida tradicional. A pesar del carácter poco usual
de la situación achuar, el ejemplo de está sociedad permite evocar problemas que
también existen en un buen número de otros grupos selváticos. A través de la
descripción de un caso particular, esperamos abordar algunos problemas generales,
como son los efectos suscitados por el establecimiento misionero (más precisamente
por la presencia simultánea en el seno de una misma etnia de organizaciones
misioneras rivales, católicas y protestantes), la explicación de las formas incipientes de
la etnogénesis y de las circunstancias que la causan y, por último, el dilema que
plantean a los movimientos políticos indígenas el pluralismo cultural y la coexistencia
dentro de esos movimientos de grupos étnicos o de sectores de la población que se
encuentran en niveles de integración o de aculturación muy heterogéneos.
250
3 Por otra parte, dada la proximidad cultural entre los shuar y los achuar, y la similitud
de algunas de las situaciones que ellos conocen, o han conocido, el análisis del caso
achuar permite aclarar retrospectivamente las fases iniciales del proceso de
transformación cuya etapa final se observa actualmente entre los shuar;
correlativamente, el ejemplo de los shuar nos autoriza, a su vez, a imaginar las etapas
ulteriores de fenómenos aún incipientes entre los achuar. A este respecto, señalaremos
la complementariedad entre está exposición y la comunicación de P. Descola que
analizaba la Federación shuar.
4 Para evitar toda equivocación precisaré, de entrada, que la expresión que utilizo
frecuentemente, “mundo blanco” o “blancos”, por lo general, no se refiere, para mí, a la
civilización occidental como tal, sino a sectores bien definidos de la sociedad nacional
dominante que incluye a los misioneros; por lo tanto, la ausencia de una precisión, en lo
tocante a ello, corresponde, a menudo, a la simple preocupación por ahorrar palabras.
En cuanto a mi empleo de la expresión “tradicional”, hay que ver en ello una
abreviación cómoda y vaga para designar el estado de la sociedad achuar en el siglo XX,
antes de la intervención misionera.
5 Los achuar pertenecen, como los shuar, los aguaruna y los huambisa, al conjunto
lingüístico jíbaro. Son, más o menos, 2 000 en Ecuador, y 3 000 en Perú; como la mayor
parte de los grupos selváticos ecuatorianos, ellos están actualmente en una situación de
fuerte expansión demográfica. Los achuar ocupan en Ecuador un territorio global de
unos 8 000 km2, el cual es atravesado por el curso inferior del río Pastaza. En cuanto a
su entorno étnico, están rodeados al oeste por los shuar, llamados shiwiar o muraya
shuar (“gente de las colinas”) y, por el norte, por los quichua canelos, una etnia sin duda
de reciente formación que poco a poco se fue forjando, desde el siglo XVII, en el marco
de la misión dominicana de Canelos, mediante la absorción y la transculturación de
pequeños grupos de refugiados procedentes de diferentes etnias, en especial de los
achuar, de los zaparos, de los quijos de Napo y de los indios de la sierra. Los achuar
mantienen con los canelos, a quienes ellos llaman apač (de manera significativa, el
mismo término sirve para designar a los blancos y a los mestizos), relaciones muy
particulares sobre las que volveremos más tarde, ya que son, en cierta forma,
representativas de las que se establecen entre grupos selváticos quichua y grupos no-
quichua en todo el oriente ecuatoriano. De una manera general, en efecto, los quichua
canelos, como los quijos de Napo con relación a los huaorani, a los kofan y a los siona-
secoya, desempeñan un papel clave en la historia contemporánea de está región en
virtud de su situación de culturas “de dos caras” intermediarias entre el mundo blanco
y las poblaciones selváticas menos aculturadas, y más vulnerables por ser menos
aguerridas.
6 Los achuar aún no están, en ninguna parte, en contacta directo con el frente de
colonización o de expansión nacional, y por ahora los únicos establecimientos no
indígenas, incluidas las misiones que se instalaron en su territorio o en sus fronteras,
son pequeños puestos militares. Por falta de espacio, no puedo insistir aquí sobre las
consecuencias de la presencia militar entre los achuar, por lo demás bastante reciente,
y me limitaré a decir, simplificando las cosas, que dichas consecuencias todavía son
relativamente mínimas, ya que el ejército se ha abstenido hasta ahora de intervenir en
forma directa en los asuntos de este grupo.
7 Por otra parte, los achuar tienen, desde hace unos 50 años, contactes episódicos con
comerciantes sobre todo peruanos, involucrados en el tráfico de pieles, maderas
251
tropicales o látex, pero las relaciones comerciales, directas o indirectas, con los blancos,
hasta el establecimiento de las misiones, no provocaron modificaciones decisivas en el
modo de producción tradicional. En efecto, este comercio estaba casi enteramente
mediatizado por un puñado de jefes guerreros o de poderosos chamanes, y los achuar
lograron así conservar el dominio de su fuerza de trabajo. Señalemos a este respecto
que los achuar son, sin duda alguna, uno de los pocos grupos amazónicos que recuerda
la época del caucho, y en especial el mini-boom de los años 40, no como un episodio
traumatizante de su historia, sino más bien como una edad de oro caracterizada por la
abundancia, particularmente la de los fusiles y municiones. En resumen, fue necesaria
la llegada de las misiones para que unos cambios, cuyas premisas, por cierto, habían
sido introducidas por los comerciantes, se volvieran significativos e irreversibles. A fin
de cuentas, el principal sector de la sociedad dominante al que están actualmente
confrontados los achuar es el de las misiones; éstas desempeñan actualmente, en todos
los terrenos, un papel infinitamente más importante que el de los militares o los
comerciantes
8 Salvo en algunos detalles, la organización social de los achuar es muy similar a la que
existía entre los shuar, como lo describió brevemente P. Descola en su comunicación
sobre la Federación shuar, y por lo tanto, no insistiré en ella. En cambio, el sistema de
relaciones que prevalece entre está sociedad y las etnias vecinas merece especial
atención. La vinculación tradicional entre shuar y achuar se inscribe en el complejo de
guerra inter-tribal interno típico del grupo jíbaro, es decir que está basada en una
relación belicosa institucionalizada, asociada sin embargo, como lo es el sistema de
relaciones entre nexos endógamos, con diversos circuitos de intercambio. Por otra
parte, y dentro de estas relaciones, estas grupos, aún hoy, se preocupan por
diferenciarse y por insistir notoriamente en sus respectivas fronteras culturales; por lo
mismo, los fenómenos de verdadera transculturación de un grupo jibaro a otro son muy
poco frecuentes, a pesar –o quizá a causa– de su proximidad lingüística, geográfica y
cultural. Las relaciones entre achuar y canelos remiten a una estructura totalmente
diferente, y se definen, por el contrario, por la atenuación sistemática de las diferencias
y de las barreras étnicas. Los hechos de transculturación, de bilingüismo y de
biculturalismo son frecuentes entre estas dos etnias, aunque los sistemas de parentesco
y de organización social propios de cada grupo sean completamente distintos.
9 Este sistema de relaciones con las etnias vecinas, en tanto que red de relaciones a la vez
sociales y simbólicas, parece desempeñar un papel decisivo –papel cuya importancia
probablemente está determinada por la naturaleza de la relación estructural entre está
red y el complejo de guerra interna propia de los grupos jíbaro– en el funcionamiento
de la sociedad achuar. Fuere lo que fuera, se sabe que los achuar buscaron siempre
desarrollar y mantener relaciones pacíficas de intercambio con etnias vecinas, sobre
todo por la creación de necesidades y penurias artificiales, ya que el precio de un
objeto, para un achuar, lo fija menos su escasez en si que su carácter exótico; ellos, en
efecto, asignan un valor exorbitante a todo objeto lejano, ya se trate de un bien
material o de un elemento simbólico, como el poder chamánico.
10 La naturaleza de la organización social achuar y del sistema de relaciones interétnicas
que la engloba tiene implicaciones múltiples en el plano de la identidad social en
general y de la identidad étnica en particular. Sin querer desarrollar aquí un análisis de
la noción de identidad social entre los achuar, me parece sin embargo útil subrayar
algunos de sus aspectos para poder encontrar y comprender eventuales modificaciones
252
los años 1940 y 1960. Esta situación de crisis, cuyas causas no puedo explicitar aquí por falta
de espacio, provocó una muy fuerte demanda de fusiles y municiones, y contribuyó, por lo
tanto, a fortalecer la dependencia de los achuar con relación a los medios de acceso a esos
objetos.
16 Por todas esas razones, los achuar acabaron por aceptar a los misioneros, buscando
inicialmente reproducir con éstos un modelo preestablecido de relaciones
sociopolíticas con los blancos, forjado en el transcurso de su historia reciente.
Señalemos, a este respecto, que los achuar muy pronto percibieron la competencia
establecida entre misioneros católicos y protestantes y supieron sacar provecho de ella
para obtener de las misiones el máximo de ventajas materiales. Esas organizaciones
misioneras forman pues, en la actualidad, el principal punto de articulación entre la
sociedad achuar y la sociedad nacional ecuatoriana. Queda por precisar la naturaleza de
los mecanismos de control que permiten a las misiones asumir ese papel y sintetizar
sumariamente las consecuencias principales de su establecimiento entre los achuar.
17 Sin duda alguna, el factor principal en el proceso de transformación que se está dando
en está sociedad es la suma de la fijación en habitat nucleado y de la introducción de la
ganadería bovina. No obstante, no me extenderé sobre este tema ya que el análisis de la
situación shuar desarrollado por P. Descola puede muy bien, con la salvedad del caso,
aplicarse a los achuar, aunque entre éstos los procesos que allí se mencionan estén
todavía incipientes. Recordemos muy brevemente los efectos principales que se pueden
imputar, directamente, a la acción de este factor:
• transformación, en el sentido de una privatización creciente, de los modos de apropiación de
los recursos;
• aumento global del tiempo de trabajo, en especial el masculino;
• progresiva e irreversible degradación ecológica;
• clausura cada vez mayor de los nexus endógamos, ligada a la fijación del hábitat, que provoca
el surgimiento de nuevas formas de propiedad (de animales y de pastizales);
• acentuación de la tendencia agnática del sistema de parentesco, y transformación, a largo
plazo, del sistema de las relaciones hombres/mujeres;
• de una manera general, problemas sociológicos y psicológicos suscitados por la imposición
de un modo de vida en contradicción con los valores de la cultura achuar, y de un modelo de
hábitat totalmente inadaptado a las exigencias específicas de las estructuras sociales
tradicionales.
18 Existe también una transformación de las estructuras políticas, puesto que las áreas en
las cuales se fundamenta el poder, es decir la guerra y la manipulación de vastas redes
de parentesco, pierden su importancia en beneficio de la captación y del control de los
bienes de origen blanco, en especial, del ganado. Vimos que el germen de este proceso
de desplazamiento de las bases del poder existía desde antes de la implantación de las
misiones; sin embargo, este movimiento se amplió y generalizó considerablemente a
partir del momento en que se estableció el contacto entre ellas y los achuar. No
obstante, y es ésta una segunda etapa en la evolución de las relaciones políticas, a
medida que disminuye, sin desaparecer jamás, el privilegio económico de los jefes de
guerra –a partir del momento en que el acceso al ganado y a los bienes manufacturados
se generaliza– esos big-men comienzan, en los centros achuar más antiguos, a explorar
las posibilidades inherentes al sistema de cargos introducido por las misiones para la
administración y el control local de los centros.3 A este respecto, la flexibilidad y el
olfato que demuestran los big-men, aspirantes o veteranos, en la identificación de las
255
condiciones que determinan las nuevas relaciones de fuerza son muy notables; de eso
podemos inferir que la notoria habilidad política de los dirigentes de la Federación
shuar corresponde a un rasgo característico de las formas tradicionales del poder.
19 La red de los circuitos de intercambios materiales intra e interétnicos constituye otro
campo donde la intervención de las misiones se revela decisiva. En efecto, el objetivo de
las dos organizaciones misioneras –por razones muy diferentes, señalémoslo –fue el de
suprimir o remplazar las mediaciones precedentes (regatones, o intermediarios indios),
ofrecer teóricamente a todos los achuar un acceso más directo al mercado nacional,
acelerando así su integración a la economía monetaria, y suministrarles los medios de
adquirir fuentes de ingresos (en especial ganado) asegurándoles la comercialización de
esos productos a través de sus propios circuitos de distribución de bienes
manufacturados, ya sea bajo la forma de tiendas cooperativas locales, como lo hacía la
Federación, o por medio de tiendas de misión, como los protestantes. Por supuesto,
estas estrategias, a más o menos largo plazo, implican modificaciones en la trama de las
redes intraétnicas y, en especial, el debilitamiento de las relaciones entre grupos
territoriales y el fortalecimiento del movimiento de clausura de los nexus. Los circuitos
interétnicos, en compensación, fueron provisionalmente intensificados, y esto por dos
razones: por un lado, los shuar y los canelos comienzan a carecer de algunos recursos
naturales y a perder técnicas artesanales tradicionales, y sólo los achuar están todavía
en condiciones de proveerles los productos y los objetos (las cerbatanas, por ejemplo)
que necesitan; por otra parte, los propios achuar no tienen todavia los medios de
independizarse de las relaciones de comercio con las etnias vecinas, aun cuando lo
desearan. Estas relaciones de intercambio de los indígenas, precisémoslo, también están
canalizadas por las misiones a través de los medios de comunicación que éstas ponen a
disposición de los indios.
20 La escolarización de los niños es también una de las preocupaciones centrales de los
misioneros y de la Federacióa So pena de incurrir en confusiones, es preciso tener en
cuenta, en este terreno, los efectos directos y el contenido explícito de la educación, así
como sus efectos indirectos y su contenido implícito, y distinguir además entre los
objetivos y los métodos de la propia Federación y los de la misión protestante.
21 Las dos organizaciones ofrecen, en principio, en el marco de pequeñas escuelas
establecidas en cada centro, una educación a la vez bilingüe y bicultural. En la zona
controlada por la Federación shuar es indudablemente bilingüe; en cambio, lo es mucho
menos en la zona evangelista, sobre todo al norte del Pastaza, ya que la misión
protestante tiene tendencia a enviar allí maestros quichua quijos, y no shuar, con la
idea –totalmente errónea y no tan inocente– de que todos los achuar de esta región son
bilingües en quichua. Bicultural, no lo es para nada en el sector de los evangelistas,
pues la educación que ellos promueven no se articula en absoluto con los
conocimientos y el modo de vida indígenas, e implica, al contrario, una desvalorización
completamente explícita de la cultura achuar. En el sector dependiente de la
Federación, la situación a este respecto es más compleja. Sabemos, en efecto, que la
Federación ha hecho un esfuerzo muy grande para crear y difundir una educación
auténticamente bicultural; sin embargo, el contenido cultural trasmitido por el
programa de enseñanza es en muchos aspectos un producto artificial forjado por los
propios salesianos, cuya visión de la cultura shuar no corresponde necesariamente a la
que podrían tener de ella los indígenas. Por otra parte, este producto remite al mundo y
al dialecto de los shuar, y no al de los achuar. De manera general, nos podemos
256
plantea graves problemas. Es necesario, ante todo, que todos los achuar acepten está
integración y la dialéctica ambigua que caracteriza el sistema de relaciones entre los
dos grupos no facilita este acuerdo. También es necesario que los propios shuar estén
dispuestos a respetar a la vez la diferente identidad de los achuar y la integridad de su
territorio y que no cedan a la tentación que los asedia a veces, de ejercer cierto
paternalismo para con ellos ni a su inclinación episódica que les hace considerar las
tierras achuar como una reserva abierta a la población shuar excedente. Por último, no
es cierto que la integración de los achuar a la Federación shuar impida la
“quichuización” progresiva, cultural y territorial de la región al norte del Pastaza.
37 De cómo evolucione está situación dependerá, por supuesto, la naturaleza de la
etnogénesis achuar. De todas formas, no es posible prever todavía las formas que
tomará en los próximos años, en vista de la diversidad y el carácter contradictorio de
las corrientes que alimentan los avatares de la identidad étnica. En cambio, sí podemos
decir que sus metamorfosis actuales remiten, sin duda alguna, a procesos de los cuales
los archivos atestiguan que han sido fundamentales en la historia de esta región.
38 Las creaciones o las recreaciones étnicas, basadas en el ensamble artesanal de
elementos dispares, sobre todo procedentes de sociedades aniquiladas por las
epidemias, los esclavistas y las reducciones misioneras, son, en efecto, fenómenos
atestiguados desde el siglo XVII; de esto, los canelos nos ofrecen un ejemplo notorio.
Algunos indicios, por otra parte, hacen suponer que el grupo achuar, como unidad
diferenciada dentro de un conjunto lingüístico, se habría formado al final de una
génesis de este tipo, mucho más tardíamente que otros grupos jíbaro como los shuar de
la montaña. En cambio, lo que quizá es nuevo en este proceso frecuente de sintetización
étnica, específico de las formas de etnogénesis suscitadas por la influencia de
sociedades nacionales estatales, es el paso gradual de una identidad puramente
contextual, no totalizada, a una conciencia étnica unitaria, progresivamente
estabilizada y forjada por el juego de las relaciones que mantiene una sociedad nacional
con sus grupos minoritarios. Pero se sigue planteando la interrogante de saber si los
achuar serán forzados a disolverse en una “shuaritud”, hasta quizá en una abstracta
“indianidad” que los privaría de su especificidad, o si buscarán y lograrán, al contrario,
mantener y afirmar su alteridad étnica.
BIBLIOGRAFÍA
BIBLIOGRAFIA
HARNER, Michael J., 1972 – The Jivaro. Natural History Press, Nueva York. RIBEIRO, Darcy, 1970 – Os
Indios e a Civilização. Rio de Janeiro.
262
NOTAS
1. Este artículo fue escrito en 1980. Por lo tanto, en ciertos aspectos – especialmente en lo que se
refiere a las relaciones entre la Federación shuar y la misión salesiana – es ya obsoleto.
2. Nos referimos aquí a la relación semirritual, ilamada relación amigri, que asocia, para los
intercambios de bienes materiales, a dos hombres y a sus familias nucleares respectivas. Para
informaciones complementarias, cf. Harner 1972: 125-123.
3. Estos cargos son los de presidente, vocal, tesorero, etcétera. Por supuesto, solo la función de
presidente tiene un sentido y un interés para los achuar.
4. Los canelos tienen por costumbre ausentarse por varios meses de los caseríos donde habitan,
para instalarse en territorios todavía ricos en recursos naturales. Estas expediciones son
denominadas purina.
AUTOR
ANNE-CHRISTINE TAYLOR
Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales, París
263
PROGRAMAS DE ACCION
NOTAS
1. Resumen por F. Morin de dos artículos en Survival International Review, vol 4 No. 1, 1979; 4-13; B.
Bentley, The story of Survival International 1969-1979; St. Corry, Survival International Projects.
2. La sección francesa de Survival International funciona de una manera más autónoma desde
1980 y publica una revista: Ethnies, droits de l’homme et peuples autochtones.
269
sino también una empresa colectiva, la Conquista y lo que ella implica, la posesión de
ese nuevo territorio. Para ello, estos fabricantes de la historia se esfuerzan en probar la
dimensión histórica de la tiranía, que pasa a ser el fundamento de esta dinastía incaica.
Este bricolaje histórico autoriza a esos historiadores “colonialistas” a descalificar así a
las autoridades políticas indígenas. En efecto, recurriendo a un principio occidental
reconocido por la España del siglo XVI, la “soberanía natural” que ellos universalizan
aplicándola al mundo inca e invocando una ley sucesoria en línea directa por derecho
de primogenitura supuestamente incaica, ellos demuestran la ilegitimidad pasada y
presente de esta dinastía y de un solo golpe legitimizan la acción política de los
conquistadores en ese territorio ya liberado de tales usurpadores.
4 Esta nueva lectura de la historiografía de la Conquista, permite también medir mejor el
europeocentrismo de esta “visión de los vencedores” que engendrará las políticas
indigenistas que ya conocemos. En efecto, la visión del mundo que tiene el conquistador
no autoriza la existencia de otras visiones del mundo. Es, pues, a través de todo el
aparato jurídico-político blanco que el vencedor va a leer las realidades incaicas no solo
para justificar su obra ante sus contemporáneos, sino porque el universalismo
inherente a la cultura occidental, de la cual él es portador, sirve de filtro y vuelve
incongruente toda forma de alteridad. Por ejemplo, esto lo llevará a hacer del sistema
dinástico incaico una copia del sistema sucesorio de la Corona de España Ahora bien,
trabajos recientes de etnohistoria muestran que más bien se trataba de un sistema
dualista de poderes paralelos cuya sucesión obedecía a reglas agnáticas. Por último, a
través de este nuevo enfoque de los textos aparece entre líneas la naturaleza de los
conflictos engendrados por la confrontación de esas dos visiones antagonistas del
mundo, que aquí se abordan bajo el ángulo político pero que, si se extienden al campo
de lo económico, de lo social y de lo religioso permitirían acceder a las identidades
colectivas de los dos grupos confrontados.
5 Este nuevo enfoque sobre la historiografía también se encuentra en el análisis que
propone Th. Saignes de las políticas étnicas de la Bolivia colonial. Esto lo lleva a
confrontar las medidas oficiales tomadas respecto a las sociedades indígenas por los
diferentes regímenes políticos desde la conquista de Charcas en 1538 hasta la venta de
las tierras comunitarias en 1880 con las prácticas efectivas ejercidas por los diferentes
grupos en cuestión. Ahora bien, esta nueva lectura de las relaciones interétnicas entre
indígenas, colonos europeos, mestizos y criollos plantea hoy en día más interrogantes
de las que resuelve. La dicotomía clásica –colonos “protectores” de los indígenas y
colonos buscando su absorción dentro de la sociedad nacional– parece en efecto poco
pertinente porque no da cuenta de la complejidad de las situaciones y de la imbricación
de los intereses. Para volver a trazar este proceso colonial y deducir su lógica
reconociendo sus variantes, en efecto hay que tomar en cuenta la evolución de las
coyunturas económicas que están ligadas a los ciclos demográficos, a los imperativos
ecológicos así como a las presiones políticas. Toda una sociología histórica de este
período colonial, del que tenemos aquí un bosquejo, debería abordarse para explicar las
relaciones competitivas entre sectores dominantes, así como las relaciones clientelistas
entre las oligarquías regionales, los pequeños hacendados y vecinos y también los lazos
de dependencia de las comunidades indígenas con estos últimos.
6 La desestructuración del espacio indígena es una de las consecuencias de esas políticas
indigenistas coloniales. De ser diferenciado y articulado, pasó a ser poco a poco
indiferenciado y fragmentado. Pero ¿cómo se pasó de la fuerte cohesión social de las
271
9 H. Favre nos muestra cómo, en efecto, esta política indigenista forma parte de “las
secuencias que corresponden lógica y cronológicamente a las diferentes fases de la
formación local del capitalismo” y tiende “a favorecer la expansión de las fuerzas
productivas”. Denunciando por ejemplo la dominación colonial de los indígenas
ejercida por las aristocracias terratenientes de la sierra y haciendo votar a fines del
siglo XIX una serie de leyes que obligaban, en especial a estas últimas, a remunerar a
sus trabajadores en especie, los capitalistas costeros liberan aparentemente a los
indígenas de la servidumbre. H. Favre muestra que, en realidad, esta legislación pro
indígena favorece la movilidad de una mano de obra muy necesaria para las
plantaciones costeras de caña de azúcar y de algodón, debido a que en el litoral la
población era reducida. La liberación de los indígenas de la dominación de los
hacendados de la sierra sólo tiene una finalidad: su proletarización en las haciendas de
la oligarquía capitalista costeña. Esta política indigenista va a desarrollarse plenamente
bajo la presidencia de Leguía (1919-1930), quien consagra el triunfo de esos capitalistas
costeños sobre las aristocracias terratenientes del interior. Si se votan más de 50 1eyes
y decretos durante este período, todos referidos a los aspectos más diversos de las
comunidades indígenas, esta inflación legalista obedece, de hecho, a la misma finalidad
de “desligar al campesino indígena de la gleba para hacerlo entrar en el mercado de
trabajo”. En los años 30 y 40 se comprueba que la asimilación cultural, por la vía de la
educación, se vuelve una de las prioridades de la política indigenista peruana. Se toman
un cierto número de medidas legislativas y financieras para “culturizar al indígena” y
castellanizarlo”. Ahora bien, esta nueva orientación de la acción indigenista responde,
según H. Favre, a las necesidades creadas por una nueva fase de la expansión del
capitalismo peruano. La crisis del 29 y sobre todo la Segunda Guerra mundial, en efecto,
favorecen el auge de la industria nacional orientada a producir en el país los bienes
manufacturados que ya no pueden importarse. Pero para realizar el desarrollo de ese
sector secundario será necesario formar una mano de obra. calificada y estable y sobre
todo un mercado interno que dé salida a la producción. La nueva política indigenista se
ocupará de ello. La escuela no se contentará con formar buenos obreros, buscará
también el despertar en ellos nuevas necesidades. Introducir al indígena en el circuito
de intercambios monetarizados, transformarlo en productor pero también cada vez
más en consumidor, tales son las verdaderas finalidades de esta política indigenista.
Pero desde hace dos décadas, en casi toda América Latina este modelo nacional de
desarrollo manifiesta signos de agotamiento. Una demografía galopante, un
crecimiento intenso de las migraciones internas, el desempleo o el subempleo de la
mitad de la población activa, son los principales factores de esta situación de crisis. Los
principios que hasta ahora guiaron las políticas indigenistas estatales –a saber, la
integración y la asimilación de los indígenas a una sociedad de clases en formación– por
consiguiente se han vuelto obsoletos. H. Favre se interroga sobre las probabilidades de
acción de las políticas indigenistas ante esta nueva fase del capitalismo. El ejemplo de
México le muestra que el Estado renunció desde hace algunos años a sus principios
asimilacionistas para orientarse hacia una especie de gestión de la etnicidad. Vista la
similitud de las situaciones mexicana y peruana, Perú podría, según él, adoptar la
misma política con el fin de “almacenar los efectivos supernumerarios, enclaustrarlos
en sus lenguas, sus costumbres, sus tradiciones y congelarlos en el arcaísmo y la
miseria”.
10 Así como el análisis de las políticas indigenistas de Perú que nos ofrece H. Favre
confirma la hipótesis que al comienzo de este libro consideraba al indigenismo como un
273
artificio del grupo dominante que, so pretexto de una integración cultural del indígena,
lo utiliza para dominarlo mejor, de la misma manera, la eventual gestión de la etnicidad
por parte del Estado peruano, que éste propone para responder a la crisis engendrada
por esta nueva fase del capitalismo, nos parece incompatible con la situación política
actual. En efecto, desde su elección, el Presidente Belaúnde se ha empeñado en borrar
lo que se consiguió de los años precedentes en materia de indigenismo. * La derogación
de la Ley de Educación de 1972 es un ejemplo patente de ello. Esta, como lo subraya bien
el análisis de A. Escobar en este libro, tenía como principal ventaja sobre el conjunto de
los textos legislativos sobre educación el definir la educación bilingüe no como un
simple sistema que apuntaba a hispanizar al indígena, sino como un medio de aprender
una lengua así como la cultura que transmite. Este nuevo enfoque de la educación
bilingüe reconocía, de alguna manera, el plurilingüismo así como el pluralismo cultural
de Perú y manifestaba una voluntad de revalorización de las lenguas y costumbres no
hispánicas. El nuevo proyecto legislativo del gobierno de Belaúnde en materia de
educación rechaza esta visión pluralista de la sociedad peruana y retoma los esquemas
asimilacionistas ya conocidos. En cuanto a la oficialización del quechua, votada en 1975,
daba, como nos lo hace notar A. Escobar, por primera vez el poder de la palabra a
quienes tienen por costumbre escuchar, ya que desde hace cuatro siglos no han tenido
nunca la posibilidad de expresarse ni de ser oídos. Oficializar el quechua no era, pues,
“congelar al indígena en el arcaísmo” sino reconocerle una herramienta de
comunicación cuya utilización facilita la concientización y la movilización política. Es
sin duda por esto que la nueva Constitución no retomó la oficialización de esta lengua
indígena, símbolo de una eventual revuelta de “los de abajo” contra “los de arriba”. Hoy
en día al Estado peruano parece preocuparle muy poco el momificar al indígena en su
etnicidad. Por otra parte, no pensamos que pueda pretenderlo, ya que los diferentes
movimientos de reivindicación étnica analizados en este libro nos muestran que la
indianidad manifiesta una ruptura total con las políticas indigenistas estatales. En
adelante, el indígena se niega a que el Estado le indique cuál es su papel como indígena.
Actualmente quiere decidir por sí mismo en que debe consistir su indianidad. Por este
motivo, la mayoría de quienes intervienen en este libro nos muestran que se asiste a un
nuevo planteamiento de la cuestión indígena.
11 La indianidad no es, pues, un nuevo artificio del Estado para manipular mejor al
indígena, sino más bien una expresión política del indígena para romper con esta
relación colonial y definir por sí mismo su especificidad y reivindicarla. Si bien el
genocidio y el etnocidio de las naciones indígenas son un hecho histórico
incontrovertible desde la Conquista, no tienen, como lo señala P. Menget, el carácter de
una ley de la historia. La retórica humanitaria sobre la desaparición de los indígenas
nos ha habituado a considerar esta muerte como un hecho inevitable. El despertar
indígena, las luchas que estas poblaciones organizan hoy en día, tanto en el espacio
andino como en la selva, desmienten a este coro de lamentaciones que entierra de
antemano lo que queda de esas culturas indígenas. La indianidad se les escapa porque
contradice su proyección de la historia y muestra que esas sociedades pueden hacer
algo más que padecer, creando nuevas formas sociales y manipulando los modelos que
la sociedad dominante les impone.
12 La indianidad es un proceso dinámico que se construye día a día y sólo corresponde a
los indígenas el definirla. Esto significa que la indianidad no es una identidad étnica, en
cierta forma primordial, que se hereda al nacer. Pues la identidad en las sociedades
tradicionales, como sucede con los shuar, está fundada en la representación de una
274
especificidad cultural con relación a los otros grupos étnicos vecinos y no, como lo
escribe Ph. Descola, “en la representación positiva y totalisante que engloba
sintéticamente la suma de sus diferencias” como la etnicidad. Además, el término
“shuar” no es un símbolo de identidad étnica ya que significa simplemente “la gente”.
Reivindicarse shuar en la sociedad tradicional no tiene pues ninguna pertinencia. En
cambio esta etnicidad adquiere sentido cuando surge como factor de cohesión en el
momento en que tiende a desmoronarse y desaparecer aquello sobre lo que está
sustentada. En efecto, todos los diferentes movimientos de reivindicación que se
presentan en esta obra nacer, en sociedades aculturadas y sometidas desde hace siglos a
la dominación económica, política, social y cultural del Otro. La comparación
yanomami-kaigang de B. Albert ilustra muy bien esta aculturación “necesaria” para que
emerja la etnicidad y se vuelva movilizadora. Los yanomami, última gran etnia
amerindia que ha entrado en contacto con el mundo blanco en estos últimos años, y
que sufrió el ataque de los planes de desarrollo brasileño, están totalmente
desprovistos de armas políticas para defender su territorio, su identidad y su cultura,
trente a la fuerza política, económica e institucional del Estado. Por el contrario, desde
hace cerca de siglo y medio, los kaingang han visto cómo se ha invadido, expoliado y
desmembrado totalmente su territorio. Confinado hoy en unas 20 reservas donde viven
miserablemente, están obligados a ofrecerse como obreros agrícolas temporales para
sobrevivir. Estos subproletarios rurales, totalmente marginados, aculturados,
fuertemente amestizados y considerados como “integrados a la sociedad nacional” por
un indigenismo oficial, sin embargo, han emprendido una verdadera guerra de
reconquista de su territorio. Es pues en el extremo de su aculturación que manifiestan
un último rechazo y reivindican sus “tierras indígenas”. Retomando este concepto
genérico, heredado de la legislación indigenista que les ha sido impuesta y que los sitúa
en la desventajosa situación de expropiados, los kaingang fundan la legitimidad de su
discurso político y reciben así el apoyo de un amplio sector de la opinión pública. La
reivindicación de las “tierras indígenas” de los kaingang ilustra con claridad el uso que
tal movimiento de lucha puede hacer de un modelo impuesto, pero asimismo,
transgredido por la sociedad nacional.
13 Al nacer dentro de sociedades aculturadas, esta etnicidad debe volver a crear sus raíces,
extraer de la memoria colectiva del grupo los residuos de antiguas formas de
solidaridad, los vestigios de antiguos rituales y de antiguas prácticas, volver a
encontrar los rastros de símbolos olvidados. A menudo remodelados, reensamblados,
reinterpretados, los componentes de esta identidad étnica participan en esta ideología
en formación que es la indianidad, proceso que puede tomar formas específicas como la
de “shuaridad” analizada aquí por A. Ch. Taylor.
14 En efecto, la etnicidad es una reconstrucción ideológica que permite a los indígenas el
revalorizar su lengua y su cultura despreciada desde hace siglos por la sociedad
dominante. S. de Pury Toumi muestra claramente cómo la depreciación del náhuatl
ante la lengua de referencia y la mirada del Otro, engendran en el indígena bilingüe un
sentimiento de vergüenza, una desvalorización de su cultura y de su identidad étnica.
Pues el náhuatl, vuelto dialecto, “ya no sirve para nada”... La etnicidad permite
combatir esta identidad negativa y esta desvalorización cultural. Dándoles conciencia
de su dignidad, permite a los indígenas no sólo el vivir una cultura reprimida durante
mucho tiempo, el hablar una lengua por largo tiempo inferiorizada, sino también el
luchar por su reconocimiento oficial.
275
ruptura total con su indigenismo tradicional que data de varios siglos, la indianidad que
acaba de nacer tiene un largo camino por recorrer antes de llegar a ser un fenómeno
mayoritario.
19 A partir de los diferentes movimientos indígenas analizados en este libro hemos
intentado inventariar un cierto número de criterios que hacen de la indianidad un
fenómeno nuevo y determinante para la historia de la América indígena. Más allá de los
espacios tan diferentes donde se organizan esos movimientos aparecen algunas
constantes. Las próximas décadas nos dirán si éstas tienden a fortalecerse en el marco
de un pan-indianismo, o si por el contrario las sociedades andinas desarrollan un
modelo de indianidad diferente al de las sociedades de la selva Este primer libro sobre
el nuevo planteamiento de la cuestión indígena debería, en efecto, servir de preludio a
numerosos trabajos que parecen ser urgentes, que capten la dinámica de la indianidad
y las condiciones de su desarrollo según los contextos nacionales y las respuestas del
Estado. Este desarrollo nos parece esencial ya que constituye la única alternativa
política que, en el marco del Estado-Nación, garantizaría a las poblaciones indígenas la
posibilidad de definir por sí mismas su modelo de integración a una sociedad nacional
que se reconocería pluriétnica.
NOTAS FINALES
*. Desde la publicación en francés de este texto el Perú ha cambiado de gobierno. Hoy día el Apra
y Alan García presiden el destine del país. Hasta el presente ninguna proposición gubernamental
a “la cuestión indígena” ha sido debatida.
AUTOR
FRANÇOISE MORIN
Université de Toulouse-Le Mirail