1888 Re
1888 Re
1888 Re
REXAMINADO
Robert J. Wieland
Donald K. Short
ÍNDICE
1 Corintios 10:11
Original: 1888 RE-EXAMINED
• Compilado en 1950
• Publicado por primera vez en 1987
Traducción: http://www.libros1888.com
2
ÍNDICE interactivo
Prefacio …………...…………..………………………………………………….………………. 5
¿En qué consistió el mensaje de 1888? …………………………………………………… 7
1. ¿Por qué examinar nuestro pasado adventista? ……………………………………… 11
2. El pecado de abandonar nuestro primer amor ……………………………………… 19
3. El fuerte pregón viene de forma inesperada ………..……………………………. 25
4. Aceptación o rechazo: en busca de un enfoque más preciso …………………. 39
Nota adicional: Testimonio de los archivos de la Asociación General ……… 61
5. El problema fundamental: cómo evaluar el mensaje de 1888 …………….. 69
6. Rechazo a Ellen White en 1888 ………………..……………………………..………. 83
7. Un examen más detenido de las confesiones …………………………….……….. 101
8. Un movimiento en crisis: la asamblea de la Asociación General de 1893 … 117
9. Una falsa justificación por la fe: sembrando la apostasía ………………..……… 127
10. Por qué se descaminaron Jones y Waggoner ……………………………………… 145
11. Las crisis alfa y omega ………………………………………………………………………….. 163
12. La apostasía del panteísmo ………………………………………………………............ 177
13. Predicciones de Ellen White sobre la adoración a Baal ……………………. 185
14. De 1950 a 1971 …………………………………………………………………………………… 203
15. De 1971 a 1987 y años sucesivos …………….…………………………………………. 217
16. Apéndice A: ¿Enseñó A.T. Jones la herejía de la carne santa? ……………… 235
17. Apéndice B: Ideas contrastadas sobre la justicia por la fe …………………… 239
18. Apéndice C: Rastreando el origen del mito de la aceptación …………………… 245
19. Apéndice D: ¿Qué futuro aguarda a la Iglesia Adventista? …………………… 249
20. Apéndice E: Breve análisis de las publicaciones entre 1987 y 1988 ……… 259
3
4
Prefacio
(índice)
Los autores tienen la firme convicción de que Dios confió a la Iglesia Adventista su último
mensaje de gracia sobreabundante para la humanidad. Este mensaje ha de propiciar la
resolución final del problema del pecado, ha de manifestar la justicia en la humanidad
creyente, y vindicar el sacrificio de Cristo. En el reino celestial no puede entrar
Los autores creen también que el Salvador tiene un deseo inconmensurable de que su
pueblo prepare el camino para su retorno. El mensaje que el Señor envió a este pueblo
en 1888 tenía el propósito de completar su obra de gracia en los corazones humanos,
de modo que el gran conflicto pudiera llegar a su culminación. Pero algo se malogró hace
un siglo. El plan del Señor resultó frustrado y retardado. ¿Qué sucedió? ¿Por qué la
prolongada demora?
Las luces de hace un siglo han disminuido en intensidad, y en muchos casos se han
extinguido y desaparecido. Los hitos del adventismo se han difuminado. Nuestro pueblo
no ha abandonado explícitamente su confianza en la segunda venida de Cristo, pero se
ha desvanecido la expectación de su pronto retorno. Muchos están desorientados y
confundidos. El mundo actual seduce con sus modas, diversiones y comodidad egoísta.
Es bien sabido que una gran proporción de nuestra juventud carece de convicciones
firmes relativas a la identidad adventista. Una serie de artículos en Adventist Review de
junio de 1986 reconoce la existencia de un fenómeno nuevo: jóvenes adventistas se
están uniendo a iglesias guardadoras del domingo (ver capítulo 13 de este libro).
El “preciosísimo mensaje” que el Señor “envió” a su pueblo hace casi un siglo contiene
el “comienzo” de la solución a todos esos problemas. Fue un mensaje de gracia
5
sobreabundante. Nuestras crecientes perplejidades son el resultado directo, la cosecha
cierta, de la incredulidad hacia aquel mensaje de 1888 en el pasado o en el presente.
Cuando se rechaza la verdad, el error se precipita siempre para ocupar el vacío. Pero no
hay problema que no pueda remediar el arrepentimiento.
La Iglesia mundial está en necesidad de conocer sin mayor demora la historia completa
de nuestra confrontación con Cristo durante un siglo. Ellen White comparaba
frecuentemente nuestro fracaso en 1888, con el rechazo del que fue objeto Jesús por
parte de los judíos dos milenios antes. En este libro rexaminaremos cartas y manuscritos
de Ellen White, así como declaraciones suyas publicadas. A la mensajera del Señor se le
debe permitir hablar abiertamente, sin restricciones. Cuando la verdad sea plenamente
comprendida, bien porque estos autores sean capaces de expresarla con suficiente
claridad, o bien porque otros lo hagan posteriormente con mayor éxito, seguirán un
arrepentimiento y reforma, y su pueblo vendrá a estar preparado para la venida del
Señor. El mensaje a Laodicea no fallará, sino que resultará en sanación y restauración.
Poco antes del fallecimiento de Ellen White, su hijo escribió un breve mensaje que
resume la convicción de su madre en estos términos:
6
¿En qué consistió el mensaje de 1888?
(índice)
Este libro no tiene el propósito de profundizar en el propio mensaje. Otras obras escritas
por estos mismos autores tienen esa intención: Introducción al mensaje de 1888, Review
and Herald, 1980; Oro afinado en fuego, Pacific Press, 1983; The Good News is Better
Than You Think, Pacific Press, 1985; A Summary of the History and Content of the 1888
Message, 1977, The Message Study Committee. No obstante, para quienes no tienen
acceso a tales publicaciones o a las fuentes originales, hacemos un breve resumen de
los elementos esenciales y singulares del mensaje. El lector reconocerá que esos
conceptos contrastan con las ideas mayoritariamente (u oficialmente) sostenidas por
nuestro pueblo hoy (la documentación está disponible en los libros citados más arriba):
(2) Así, el sacrificio de Cristo justificó legalmente a “todo hombre” y salvó literalmente
al mundo de la destrucción prematura. Todo ser humano le debe su vida actual, tanto si
cree en él como si no lo hace. Cada pan lleva la marca de su cruz. Cuando el pecador oye
y cree el evangelio en su pureza, es justificado por la fe. Los perdidos niegan
deliberadamente la justificación que Cristo efectuó ya por ellos.
(3) La justificación por la fe es, por lo tanto, mucho más que una declaración legal de
absolución: transforma el corazón. El pecador recibe ahora la expiación, que significa
reconciliación con Dios. Puesto que es imposible estar verdaderamente reconciliado con
Dios y no estar a la vez reconciliado con su santa ley, la única conclusión posible es que
la verdadera justificación por la fe hace al creyente obediente a todos los mandamientos
de Dios.
(4) El ministerio del nuevo pacto realiza esa obra maravillosa cuando el Señor escribe
realmente su ley en el corazón del creyente. Se desea la obediencia, y la nueva
motivación trasciende al temor a perderse o la esperanza de recompensa (ambas
motivaciones están contenidas en la expresión de Pablo de estar “bajo la ley”). El antiguo
y el nuevo pacto no son una cuestión cronológica secuencial, sino una cuestión de
mentalidad. La fe de Abraham lo capacitó para vivir bajo el nuevo pacto, mientras que
multitudes de cristianos viven hoy bajo el antiguo pacto debido a que su motivación es
una preocupación egocéntrica. El antiguo pacto consiste en la promesa hecha por el
pueblo, de ser fieles al Señor. Bajo el nuevo pacto la salvación viene al creer en las
promesas que Dios nos hace a nosotros, y no al hacerle nosotros promesas a él.
(5) El amor de Dios es de carácter activo, no meramente pasivo. Como el buen pastor,
Cristo está activamente implicado en la búsqueda de la oveja perdida. Nuestra salvación
no depende de que busquemos al Salvador, sino de que creamos que él nos está
7
buscando a nosotros. Aquellos que finalmente se pierdan es porque habrán resistido y
despreciado la atracción de su amor. Tal es la esencia de la incredulidad.
(6) Por consiguiente, es difícil perderse y fácil ser salvo, si uno comprende y cree cuán
buenas son las buenas nuevas. El pecado es una resistencia constante a su gracia. Puesto
que Cristo pagó ya la penalidad del pecado de todo hombre, la única razón por la cual
alguien puede ser condenado finalmente es por su persistente incredulidad: su negativa
a apreciar la redención efectuada por Cristo en la cruz, y ministrada por él mismo como
Sumo Sacerdote. El verdadero evangelio pone en evidencia esa incredulidad y lleva a un
genuino arrepentimiento que prepara al creyente para el retorno de Cristo. El orgullo
humano, y la adulación y lisonja dedicada a seres humanos es inconsistente con la
verdadera fe en Cristo, y es una señal segura de la existencia de incredulidad, aún dentro
de la Iglesia.
(7) En su búsqueda de la humanidad perdida, Cristo dio todos y cada uno de los pasos,
tomando sobre sí la naturaleza caída y pecaminosa del hombre en su estado posterior a
la transgresión de Adán y Eva. Lo hizo así para poder ser tentado en todo como nosotros
(Heb 4:15), y sin embargo demostrar una justicia perfecta en esa “semejanza de carne
de pecado” (Rom 8:3). El mensaje de 1888 comprende el término “semejanza” como
queriendo decir exactamente lo que dice: semejanza, ¡no diferencia! Justicia no es una
palabra que se aplique a Adán en su estado no caído ni a los ángeles sin pecado. Se
refiere a una santidad que entró en conflicto con el pecado en carne humana caída, y
que triunfó sobre él.
Así, “el mensaje de la justicia de Cristo” que Ellen White apoyó de forma tan entusiasta
en la época de 1888 está enraizado en esa visión concreta de la naturaleza de Cristo. Si
Cristo hubiera asumido la naturaleza sin pecado de Adán antes de la caída, el término
“justicia de Cristo” sería una abstracción sin sentido. Los mensajeros de 1888 vieron la
teoría de que Cristo hubiera tomado la naturaleza sin pecado de Adán antes de la caída
como un legado del romanismo, como la insignia del misterio de la iniquidad que
mantiene a Cristo “alejado” y no “cercano, al alcance de la mano”.
(8) Así, nuestro Salvador “condenó el pecado en la carne” de la humanidad caída. Eso
significa que quitó todo pretexto para el pecado. A la luz de su ministerio, el pecado ya
no es inevitable. Es imposible tener la verdadera fe en Cristo revelada en el Nuevo
Testamento y continuar en pecado. No podemos excusar el continuo pecar aduciendo
que “somos sólo humanos” o que “el diablo me obligó a hacerlo”. A la luz de la cruz, el
diablo no puede forzar a nadie a pecar. Ser verdaderamente “humano” es ser semejante
a Cristo en carácter, pues él era y es plenamente humano, tanto como divino.
(9) En consecuencia, el elemento clave que precisa el pueblo de Dios a fin de prepararse
para el retorno de Cristo es la genuina fe puesta de relieve en el Nuevo Testamento.
Pero este es precisamente el elemento que más le falta a la Iglesia. La Iglesia se ve a sí
misma como siendo “rica” desde el punto de vista de la doctrina y experiencia; como no
teniendo necesidad de nada. Sin embargo, su pecado es básicamente una patética
incredulidad. La justicia se obtiene por la fe. Es imposible tener fe y no demostrar justicia
8
en la vida, porque la verdadera fe obra por el amor (Gál 5:6). Los defectos morales y
espirituales son hoy el fruto de perpetuar el pecado de incredulidad del antiguo Israel,
por la confusión derivada de una falsa justificación por la fe.
(10) La justificación por la fe viene a ser a partir de 1844 “el mensaje del tercer ángel en
verdad”. Así, sobrepasa en mucho la enseñanza de los reformadores, y ciertamente lo
que las iglesias populares entienden hoy. Es un mensaje de gracia sobreabundante,
paralelo y consistente con la singular verdad adventista de la purificación del santuario
celestial: una obra que implica la plena purificación de los corazones del pueblo de Dios
en la tierra.
Hay otros aspectos del mensaje de 1888 tales como reformas en las áreas de la salud y
la educación, pero el centro de atención en este libro es el núcleo central, tal como lo
reconoció Ellen White: la justicia por la fe. No es verdad que el mensaje de 1888
estuviera en oposición con la organización eclesiástica, como se podrá ver en el capítulo
décimo.
Algunos, tal vez muchos, despreciarán y rechazarán ese manantial del que habla
Zacarías, pero creemos en la sinceridad del corazón del pueblo de Dios. Cuando
conozcan la verdad en su plenitud, responderán positivamente. “Tu pueblo se te
ofrecerá voluntariamente en el día de tu mando”, declara el salmista (Sal 110:3). El genio
subyacente en el adventismo ha de comprender y recibir aún verdades que ahora
distingue sólo vagamente. A pesar de la oposición suscitada en la propia estructura
eclesiástica, la conciencia adventista va a reconocer el testimonio de Ellen White relativo
a 1888 como siendo la genuina manifestación del Espíritu de profecía, “el testimonio de
Jesús”. La verdad es invencible una vez que la reciben corazones sinceros.
El mundo y el universo aguardan ese otro ángel que desciende del cielo “con gran poder,
y la tierra fue alumbrada con su gloria”. Si el plan del Señor era que el mensaje de 1888
fuese el “comienzo” de la obra de aquel ángel y el “comienzo” de la lluvia tardía, ¿puede
haber algo más importante que buscar la plena verdad al respecto?
Es nuestro deseo que este libro sea leído acompañado de oración en procura de
discernimiento, y en un espíritu de fe y arrepentimiento.
9
10
Capítulo 1
(índice)
Decir que hemos fracasado en cumplir nuestro deber es sólo exponer el problema en
términos diferentes. ¿Por qué no hemos cumplido nuestro deber, y cuándo lo
cumpliremos? Declarar que Dios va a intervenir y actuará en breve es exponer el mismo
problema aun en otros términos. ¿Por qué no ha hecho todavía el Señor lo que va a
hacer finalmente? [N. del T.: Nuestro frecuente recurso al predeterminismo calvinista
es peor que inútil al efecto de dar respuesta a esas cuestiones. No sólo nos deja igual
que antes, sino peor, ya que a nuestra negligencia en cumplir la misión encomendada
añadimos la acusación implícita de que es Dios quien se demora en el cumplimiento de
lo prometido. Ver más aquí: ¿Podemos adelantar su venida? -Ellen G. White Estate].
Por casi un siglo hemos estado buscando respuestas en cada plan sucesivo, en
resoluciones, proyectos y estrategias evangelizadoras. Solemos pensar que si algún
poder sobrenatural llevara a cabo la propagación del mensaje en proporciones
universales, de modo que la población mundial pudiese finalmente entender de qué se
trata, entonces el Movimiento quedaría vindicado, y se materializaría el triunfo tan
largamente esperado. Y en tal caso no habría mayor necesidad de reexaminar nuestra
historia…
11
Pero Dios no puede vindicar un pueblo tibio. Eso significaría una renuncia a su insistencia
por más de un siglo a fin de que su pueblo siga los principios rectos que él le comunicó
mediante su mensajera inspirada. Una actitud de compromiso tal por parte del Señor
equivaldría a una admisión de derrota: el fracaso de todo el plan de la redención, pues
su verdadero éxito depende de ese momento final.
La razón subyacente
La esperanza del pueblo de Dios ha sido en todo tiempo la primera resurrección. Por
razones bíblicas, los adventistas del séptimo día no pueden concordar con sus hermanos
de otras denominaciones que sostienen que los salvos reciben inmediatamente su
recompensa al sobrevenir la muerte. Las Escrituras enseñan que “duermen en Jesús”
hasta que resuciten en la primera resurrección. Pero esa esperanza es vana a menos que
regrese Cristo, ya que es únicamente su presencia personal lo que hace posible la
resurrección. “Ese mismo Jesús” ha de volver literal y personalmente. Ningún espíritu
etéreo puede propiciar la resurrección de los muertos.
Pero esta creencia adventista llama de inmediato la atención a un serio problema que
pone en cuestión las teorías populares de la justificación por la fe. Si el alma humana es
inmortal por naturaleza y los salvos van al cielo cuando mueren, no hay preparación
alguna del carácter que sea especialmente necesaria en relación con el regreso de Jesús.
No hay una obra adicional que el “evangelio eterno” deba cumplir, fuera de lo que
efectuó ya por miles de años en aquellos que fueron muriendo. Así, las concepciones
populares sobre la justicia por la fe son antagonistas de cualquier tipo de preparación
especial para la segunda venida.
Pero la verdad bíblica de la naturaleza del hombre requiere que haya una comunidad de
creyentes vivos preparada para la segunda venida de Cristo, de modo que pueda tener
lugar la resurrección de los muertos. Es comparable al agricultor que no puede
recolectar su cosecha hasta tanto no esté madura (Mar 4:26-29). Pero supongamos que
el pueblo de Dios nunca esté preparado, sea porque no puede, o porque no quiere.
Cristo dice de sí mismo: “He vencido” (Apoc 3:21), y declara al “ángel de la Iglesia en
Laodicea” que sus miembros deben vencer “así como yo he vencido”. Evidentemente se
hace necesaria una preparación especial. Pero si esa preparación especial nunca
ocurriera, ¿habría de admitir el Señor que finalmente su pueblo no puede o no quiere
vencer, que la norma propuesta ha resultado demasiado elevada, y que él nunca esperó
realmente que se la pudiera alcanzar? ¿Hemos malinterpretado a Cristo por más de un
12
siglo al asumir que él requiere obediencia a su ley, siendo que la obediencia es
imposible? ¿Pudiera ser que no hubiera preparación alguna especial necesaria para su
pueblo?
Rebajar la norma de Dios a fin de vindicar un pueblo negligente y tibio sería una ofensa
a la justicia divina. Significaría establecer la antigua Jerusalén en la tierra nueva, con sus
continuas desviaciones, falta de arrepentimiento y desobediencia, en lugar de la
triunfante y plenamente arrepentida Nueva Jerusalén. Eso chasquearía la esperanza de
Abraham, quien
Esa “ciudad” ha de ser una comunidad formada por sus descendientes espirituales
finalmente victoriosos; no meramente por unos pocos individuos dispersos y
descoordinados por aquí y por allí. ¡La fe de Abraham no habrá sido en vano! Debe haber
un pueblo que alcance esa madurez de fe y experiencia cristiana de la que él mismo fue
el verdadero precursor espiritual. Tal es el clímax hacia el que apunta la historia.
Y no fue sólo Abraham quien ejerció una fe como esa. Leemos que el propio Cristo ha
depositado su confianza en este pueblo, a pesar de que en el pasado “no creyeron”. Él
dio su sangre en favor de los seres humanos, y para la redención completa de la raza
humana. ¡Es una inversión demasiado cara, si el resultado viniera a ser menos que
satisfactorio! Ciertamente no va a resultar “nula la fidelidad de Dios” (Rom 3:3). De otro
modo quedaría en descrédito el evangelio eterno, y el Señor resultaría eternamente
avergonzado por haber depositado una fe ingenua en la humanidad.
Si bien es cierto que Cristo murió por nosotros y pagó el precio por todos nuestros
pecados como nuestro divino sustituto, se requiere cierta respuesta de fe por nuestra
parte. En ausencia de un pueblo verdaderamente preparado para la segunda venida de
Cristo, y sin que se comprenda su misión mundial, el Señor no puede regresar. No puede
echar su poderosa hoz hasta que la mies de la tierra esté madura (Apoc 14:15-16). Esa
verdad está profundamente enraizada en el adventismo. No hay forma en que podamos
obviarla y seguir siendo adventistas.
13
Antes que el Señor pueda vindicar a su Iglesia remanente, la generación actual debe en
esencia rectificar de algún modo toda negación del pueblo de Dios en seguir la luz. Eso
debe efectuarse, no según un programa de obras, sino mediante la fe desarrollada hasta
la madurez. Como juez, Dios no puede aprobar al que es negligente en el
arrepentimiento, se trate de individuos o de un movimiento.
Si es que Dios ha hablado por mí, llegará el tiempo en que se nos llevará ante
los consejos y ante millares a causa de su nombre, y cada uno tendrá que
dar razón de su fe. Entonces tendrá lugar la más severa crítica sobre cada
posición que hayamos asumido como verdad (Review and Herald, 18
diciembre 1888).
14
El arrepentimiento y el Día de la expiación
Sus escritos posteriores indican que no se dio esa “confesión plena”, y que la experiencia
de acudir “ante Dios en total humildad” no tuvo lugar para la mayoría de ellos. Todos
aquellos hermanos murieron ya, pero eso no significa la purificación automática de los
“libros de registro del cielo”. Esos libros registran el pecado corporativo, tanto como el
pecado personal. La verdad fundamental que ha hecho de los adventistas del séptimo
día un pueblo peculiar consiste en que la muerte no produce la purificación de los libros
de registro en el cielo. La purificación tiene lugar en el “juicio investigador”, que es un
Día de expiación final de carácter corporativo [N. del T.: El ministerio diario en el
santuario tenía un carácter eminentemente individual, en contraste con el Día de
expiación anual, en el que se requería de la congregación una cierta actitud].
Lo que está en cuestión no es la salvación de las almas de los queridos líderes que hace
un siglo resistieron el mensaje. Aunque prisioneros en sus tumbas, creemos que
descansan en la paz del Señor. La cuestión ahora es la finalización de la obra de Dios en
la tierra, en espera de que manifestemos la tan largamente esperada empatía con el
Señor, que permita verdaderamente darle
15
Iglesia de los últimos días requiere reexaminar cabalmente la parte de nuestra historia
que dio origen a nuestro complejo de “soy rico, me he enriquecido” (Apoc 3:14-21).
En cierto sentido muy real, hoy estamos cada uno al pie del Calvario. Y somos también
“delegados” en la asamblea de 1888. Se nos llama a cumplir aquello que la generación
pasada dejó de hacer. Una profecía inspirada nos habla acerca de cómo debe ser
reexaminado 1888:
Hoy puede haber algunos que se sientan también “dolidos y perturbados” porque se
lleve a cabo una investigación tal de nuestra historia. ¿Por qué dirigir la atención a un
pasado trágico? ¿Por qué no olvidarlo y “avanzar” a partir del punto en el que ahora
estamos?
16
Según el citado presidente de la Asociación General de 1893, el resentimiento con
respecto a 1888 indica que el corazón está en guerra contra el Espíritu Santo de Dios. Tal
vez el Señor lo movió a decir lo que dijo. Y Ellen White nos recuerda también el gran
peligro de olvidar el pasado (LS 196). Una predicción hecha por A.T. Jones en la misma
sesión de 1893 parece venir aquí al punto:
Están por suceder cosas que serán más sorprendentes que las acaecidas en
Minneapolis, más sorprendentes que todo lo que hayamos podido ver hasta
aquí. Y hermanos, se requerirá que recibamos y prediquemos esa verdad.
Pero a menos que vosotros y yo tengamos cada fibra de ese espíritu
afirmado en nuestros corazones, trataremos al mensaje y al mensajero
mediante el cual es enviado, de la precisa forma en que Dios dice que hemos
tratado este otro mensaje [de 1888]. (General Conference Daily Bulletin
1893, 185).
Afrontar la plena verdad no equivale a ser “crítico”. La verdad al respecto del pasado no
solamente ilumina el intrincado presente, sino que trae además esperanza para el futuro
aún desconocido. La verdad siempre significa buenas nuevas. Cuando la reconozcamos,
se verán cumplidas nuestras expectativas de recibir la prometida lluvia tardía, y la
cosecha final será una realidad. El camino aparentemente más largo resultará ser
realmente el más corto para llegar al hogar. La experiencia de la fe requiere un pleno
reconocimiento de la verdad. Pero mientras no estemos dispuestos a afrontar la verdad,
todo nuestro catálogo de obras ha de fracasar, siendo que están necesariamente
desprovistas de la fe salvadora.
(1) El amor de Dios requiere que su mensaje de eternas buenas nuevas sea proclamado
a todo el mundo con poder. Pero el Señor no puede derramar sus bendiciones si reina
la confusión en nuestro medio.
(2) El falso “Cristo” del mundo moderno no va a poder paralizar por siempre a la Iglesia
remanente. No podrá convocar un poder sobrenatural que la someta en su totalidad, tal
como hará finalmente con las otras comunidades religiosas, debido a la presencia -en la
Iglesia remanente- de millares que insistirán en la plena aceptación de la verdad.
Siempre habrá adventistas del séptimo día de recta conciencia, con convicciones
profundas basadas en la Escritura. No doblarán la rodilla ante Baal. Y no permitirán que
Baal logre silenciarlos, puesto que se saben miembros del cuerpo de Cristo.
Permanecerán firmes, tal como hizo en el templo Aquel intrépido solitario que clamaba
así: “No convirtáis la casa de mi Padre en casa de mercado” (Juan 2:16).
17
(3) Así, la Iglesia Adventista del Séptimo Día no fallará en la crisis final debido a la fuerza
remanente de los sinceros de corazón que constituyen aún una gran proporción de su
membresía. Esa fuerza evitará que prospere la tentativa final de Baal de someter al Israel
de Dios. ¡Ni siquiera Baal puede derramar sus falsas bendiciones a un pueblo dividido,
dudando entre dos opiniones! El factor decisivo que asegura la victoria de la verdad es
la purificación del santuario celestial: un ministerio sumo-sacerdotal del Salvador del
mundo que no tuvo lugar en la historia antes de 1844 [N. del T.: Y que por lo tanto fue
totalmente desconocido para los reformadores del siglo XVI, así como para el
evangelicalismo del presente].
18
Capítulo 2
(índice)
Fue esa convicción, más allá de la mera corrección teológica, la que mantuvo la
confianza de “la manada pequeña” en su tránsito por el gran chasco. La Iglesia
Adventista del Séptimo Día fue concebida según una experiencia de amor genuino; nació
a partir de unos pocos corazones entregados que lo arriesgaron todo porque
reconocieron la obra genuina del Espíritu Santo. Por lo tanto, nació correctamente: fue
concebida en la verdadera fe; no en el legalismo.
En sus primeros años esta Iglesia amaba al Señor con corazón sincero y apreciaba la
presencia del Espíritu Santo. Sus posteriores dificultades derivan de un trágico
abandono de aquel “primer amor”, y del consiguiente fracaso en reconocer al verdadero
Espíritu Santo.
Así, poco después del gran chasco de 1844, y de quedar configurada “la manada
pequeña” que mantuvo su fe, apareció una deficiencia en su comprensión de la esencia
del triple mensaje angélico. La deficiencia no era teológica, sino espiritual. Cabría
comparar el desarrollo de la iglesia con el de un adolescente que crece físicamente, pero
que sigue siendo un niño para toda otra consideración.
El resultado inevitable fue una forma de deriva legalista. Con frecuencia se ha venido
repitiendo una experiencia parecida en las vidas individuales de los nuevos conversos al
adventismo. Correctamente entendida, la historia del movimiento adventista es la de
nuestros propios corazones individuales. Cada uno de nosotros es un microcosmos
dentro del todo, de la misma forma en que cada gota de agua contiene la esencia de la
lluvia en su totalidad. En todo lo dicho con respecto a la experiencia del pasado, haremos
bien en recordar que no somos mejores que quienes nos precedieron. Tal como Pablo
escribió a los creyentes en Roma: “Tú, que juzgas, haces lo mismo” (Rom 2:1). Sólo una
introspección que reconozca nuestra culpabilidad corporativa puede propiciar que los
fracasos de nuestra historia denominacional se puedan resolver con valor, ánimo y
decisión.
Podíamos cantar jubilosamente con W.H. Hyde: “Oímos los ecos de la patria celestial,
oímos y nos alegra el corazón”, sin embargo, hubo una constante tensión entre
reconocer o apreciar la manifestación viviente del don de profecía, y nuestro humano y
natural resentimiento ante su reproche o corrección. Aunque el poder del Espíritu de
Dios que acompañaba el ministerio de Ellen White constreñía a menudo a los dirigentes
de la Iglesia a reconocer la divina autoridad de su mensaje, rara vez manifestaban, como
un todo, una verdadera simpatía del corazón hacia el profundo escrutinio espiritual que
demandaba. A los humanos no nos resulta insólito un resentimiento interior como ese.
Es evidente en toda la antigua historia israelita.
Esa negligencia casi constante en prestar oído a los fervientes llamados de Ellen White
a fin de que volvamos en contrición al “primer amor” dio por resultado los momentos
más sombríos de nuestra historia. La auténtica fe se saturó de un creciente –aunque
inconsciente- amor al yo por parte de pastores y laicos, y en consecuencia se desvaneció
20
la capacidad de discernir la obra del Espíritu Santo. El desarrollo de los acontecimientos
llegó finalmente a un punto tan terrible que habría resultado inimaginable para los
pioneros (y quizá para nosotros hoy). Llegaría el tiempo, en la asamblea de la Asociación
General de 1888, en que los delegados responsables “insultarían” de hecho a la
poderosa tercera persona de la Divinidad (Ms 24, 1892, Special Testimonies, Serie A, nº
7, 54; The Ellen G. White 1888 Materials, 1490-1491; ver capítulo sexto). ¿Cómo
pudimos llegar a eso los adventistas del séptimo día?
Fuimos incapaces de discernir el mensaje de los tres ángeles como siendo “el evangelio
eterno”. Las doctrinas eran verdaderas, pero los pastores y resto de miembros
manifestaban ceguera en discernir adecuadamente el mensaje del tercer ángel en
verdad, de igual forma en que la ceguera de los judíos les impidió discernir el verdadero
mensaje del Antiguo Testamento. La verdad que los judíos fueron incapaces de discernir
era el papel de la cruz en sus servicios del santuario y en el ministerio de su tan esperado
Mesías. De forma semejante, en el mensaje del tercer ángel, el lugar y significado de la
cruz escapó a la comprensión de nuestros hermanos de finales del siglo diecinueve.
En fecha tan temprana como 1867, Ellen White presentaba el principio de la cruz (y no
la reforma en el vestir) como siendo el centro álgido que debiera inspirar nuestro
compromiso y estilo de vida como adventistas del séptimo día:
Hemos estado tan unidos con el mundo que hemos perdido de vista la cruz
y no sufrimos por el amor a Cristo...
Al aceptar la cruz nos distinguimos del mundo (1 Testimonios, 459).
Lo que dificultó aún más la comprensión de nuestra condición espiritual fue el hecho de
que la Iglesia estaba prosperando numéricamente, en finanzas y en prestigio. Eso se
reflejó en su sólido fortalecimiento como institución, en su organización y en su
solvencia financiera. El movimiento que nació desde la insignificancia y frente a la burla
del mundo por el chasco de 1844, había alcanzado el estatus de denominación estable
y respetada. Teníamos lo que era ampliamente reconocido como la mejor institución de
21
salud del mundo, y una de las casas editoras de contenido religioso más avanzadas en
“occidente”.
Por descontado, no se puede poner reparo alguno a ese progreso material. La mayor
parte de los avances se estaban logrando a instancias de la depositaria del don de
profecía. Era correcto y apropiado que se fundaran instituciones, que la obra se
expandiera por nuevos territorios y que se establecieran iglesias en todo lugar. Pero
tanto pastores como laicos interpretaron ese crecimiento como un sustituto del
verdadero fin y propósito del movimiento adventista: la preparación espiritual para el
retorno de Cristo. El resultado fue la confusión, y comenzó a florecer la complaciente
autoestima, evidente en los informes semanales de la Review and Herald en alusión al
“progreso de la causa”.
El espíritu que evidencian esos informes de “progreso” contrasta con los fervorosos
mensajes de consejo que Ellen White estaba enviando por aquel tiempo. Muchos de los
hermanos expresaban un optimismo imperturbable referido al avance de la obra. No
hay duda de que Dios estaba al mando, y de que aquel movimiento era el suyo. Pero la
inspiración y la historia insisten en que el rasgo más destacable de la “obra” no era su
progreso material, sino su falta de madurez espiritual.
22
auténticas bendiciones del Cielo y nuestra obra. En el proceso de nuestro supuesto
cumplimiento del objetivo secundario, hemos perdido de vista en gran medida el
objetivo primario. Basándonos en avances de orden financiero o estadístico hemos
llegado a conclusiones erróneas en nuestros informes oficiales. Sigue un ejemplo de
orgullo y complacencia a modo de punta de iceberg:
Dicho de otro modo: los registros estadísticos son la forma de medir la fe y el celo del
pueblo escogido de Dios (!) Se puede alegar que la declaración precedente representa
un ejemplo extremo y extinguido. –Quizá. Pero ilustra la mentalidad predominante de
la época, y que es posible reconocer aún hoy ampliamente. El lenguaje de nuestros
corazones denuncia cuál es nuestra percepción: “Soy rico, me he enriquecido y de nada
tengo necesidad”. ¡Pero el Autor y consumador de la fe afirma lo contrario!
De acuerdo con el plan del Señor, la respuesta es afirmativa. Dios envió tal “palabra”
mediante humildes instrumentos en 1888: un mensaje que había de ser el “comienzo”
de la lluvia tardía y el fuerte pregón. Vendría de forma tan poco pretenciosa como aquel
“gusano” que hizo secar la calabacera de Jonás, y de forma tan humilde como aquel
nacimiento en el pesebre de Belén. Dios envió a dos jóvenes y poco conocidos agentes
con una presentación fresca de la pura verdad. El mensaje hizo las delicias de Ellen
White, quien vio que proveía el eslabón que le faltaba al adventismo: la motivación que
transformaría los pesados “deberes” del legalismo en gozosos imperativos de devoción
apostólica.
23
Pero Ellen White manifestó santa indignación hacia los hermanos en puestos de
dirección que reaccionaron negativamente, incapaces de apreciar lo que estaba
aconteciendo. Se refirió a los dos mensajeros en estos términos:
El sacerdote tomó [al niño Jesús] en sus brazos, pero nada pudo ver allí. Dios
no le habló diciendo: ‘Aquí está la consolación de Israel’. Pero nada más
llegar Simón… vio al niñito en los brazos de la madre… Dios le dice: ‘Éste es
la consolación de Israel’... Allí estaba alguien que lo reconoció por
encontrarse en la situación de poder discernir las cosas espirituales…
No tenemos duda alguna de que el Señor estaba con el pastor Waggoner
mientras hablaba ayer...
La cuestión es: ¿Ha enviado Dios la verdad? ¿Ha suscitado Dios a estos
hombres para proclamar la verdad? Digo: -Sí. Dios ha enviado a hombres
para traernos la verdad que no tendríamos a menos que Dios hubiese
enviado alguien que nos la trajera... Yo la acepto, y no me atrevo más a
levantar la mano contra estas personas de lo que lo haría contra Jesucristo,
quien debe ser reconocido en sus mensajeros...
Hemos estado en la perplejidad y la duda, y las iglesias están a punto de
morir. Pero leemos ahora aquí [cita Apoc 18:1] (Manuscrito 2, 1890; The
Ellen G. White 1888 Materials, 608).
Un siglo después, con una maquinaria organizativa mundial más pesada, la dificultad
para rectificar esa misma tibia condición de “a punto de morir”, produce mayor
perplejidad aún que en 1890. El orgullo y tibieza denominacionales representan un
enorme problema en muchas naciones y culturas. No se puede seguir esperando que el
remedio sea meramente dejar pasar el tiempo. Hasta la propia paciencia de Dios puede
llegar a su límite. El Señor no va a tolerar -no puede tolerar- por siempre los resultados
de nuestra tibieza. Es él quien dice que lo ponemos enfermo al punto de producirle
nauseas (como implica el lenguaje original de Apoc 3:16-17).
24
Capítulo 3
(índice)
Sin embargo, pocos parecían comprender que la lluvia tardía y el fuerte pregón serían
primariamente una comprensión más clara del evangelio. Se esperaba que el fuerte
pregón consistiera en más “ruido”, y nos tomó por sorpresa que consistiera en más “luz”.
Esperábamos que la tierra resultara sacudida por algún mensaje atronador: “¡Preparaos,
de lo contrario…!” No estábamos preparados para el silbo apacible de una revelación de
la gracia, como verdadera motivación en el mensaje del tercer ángel. El esperado poder
sobrenatural ha de venir en consecuencia de nuestra aceptación de aquella mayor luz
del evangelio, luz que va a alumbrar la tierra con la gloria del Señor.
Los dirigentes judíos corrían grave peligro de rechazar a su Mesías cuando viniese
“súbitamente”. Los dirigentes responsables de nuestra Iglesia tenían igual peligro de
despreciar el comienzo del fuerte pregón. Ya en 1882, Ellen White había advertido que
algún día podrían llegar a ser incapaces de reconocer al verdadero Espíritu Santo:
“En el gran zarandeo que pronto se llevará a cabo” (Id.), esos obreros dirigentes podrían
fácilmente no estar a la altura requerida por el tiempo de crisis.
Ellen White anticipó un tiempo en que el Señor tomaría las riendas en sus propias manos
y suscitaría agentes humanos en quienes poder confiar:
Esa carta fue dirigida a G.I. Butler y a S.N. Haskell. Este último dio oído a la advertencia
y fue uno de los pocos que tuvieron el discernimiento para reconocer tres años después
que estaba sucediendo ante sus ojos algo misterioso. Pero tal no fue el caso de Butler y
muchos otros. En 1888, el Señor se vería obligado a pasar por alto a pastores
experimentados, y emplear en su lugar agentes más jóvenes y de menor renombre:
Puede ser que bajo un exterior algo áspero y no muy llamativo se revele el
brillo de un carácter cristiano genuino...
Elías sacó a Eliseo de detrás del arado y colocó sobre él su manto de
consagración. El llamado para hacer esta grande y solemne obra se hizo a
hombres eruditos y de elevada posición; si estos no hubieran tenido una
opinión tan elevada de sí mismos y hubieran confiado completamente en el
Señor, él los hubiera honrado permitiéndoles llevar su estandarte
triunfantemente hasta la victoria...
Dios ha de llevar a cabo una obra en nuestros días que muy pocos anticipan.
Levantará y exaltará en nuestro medio a aquellos que son enseñados por la
unción de su Espíritu en vez de por la formación externa de las instituciones
científicas (5 Testimonios, 76-77).
26
Aquellos testimonios de 1882 revelan una inspirada premonición. ¡Es como si aquella
pluma estuviera escribiendo anticipadamente la historia de 1888!
En aquel mismo año -1882- E.J. Waggoner inició un programa de formación que
evidenciaba estar bajo la especial conducción del Espíritu Santo. Se lo estaba
preparando para ser el agente de una obra especial. Años más tarde describió así su
experiencia:
Comencé realmente a estudiar la Biblia hace treinta y cuatro años [en 1882].
En aquel tiempo Cristo me fue presentado claramente como habiendo sido
crucificado por mí. Un sombrío sábado de tarde estaba yo sentado algo
apartado de la mayoría de la congregación en una gran tienda, en una
reunión campestre en Healdsburg [California]. No tengo idea de cuál fue el
tema del discurso. Nunca he podido recordar una sola palabra o texto de él.
Todo cuanto puedo recordar es lo que vi. De repente brilló una luz a mi
alrededor, y la tienda se iluminó más intensamente que si el propio sol del
mediodía estuviera brillando allí, y vi a Cristo colgando de la cruz, crucificado
por mí. En aquel momento tuve mi primera convicción profunda, que me
vino como diluvio sobrecogedor, de que Dios me amaba, y de que Cristo
murió por mí. Dios y yo éramos los únicos seres en todo el universo de
quienes tenía conciencia. Entonces supe, porque estaba ante mi vista, que
Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo; yo era el mundo
entero con todo su pecado. Estoy seguro de que la experiencia de Pablo en
el camino a Damasco no fue más real que la mía...
27
reconocidos ni honrados hoy) de Jones y Waggoner en su oposición a la intolerancia
religiosa de sus días.
El Espíritu de Dios estaba ciertamente preparando a esos dos jóvenes para que trajeran
a la iglesia remanente y al propio mundo el “comienzo” del largamente esperado fuerte
pregón:
Durante ocho años después de 1888, Ellen White se refirió frecuentemente a esos dos
jóvenes como a los “mensajeros del Señor”, apoyándolos con palabras que a nadie más
dedicó. Hay entre 200 y 300 declaraciones entusiastas de parte de ella. En 1890 declaró:
El mensaje que nos han dado A.T. Jones y E.J. Waggoner es el mensaje de
Dios a la Iglesia de Laodicea (Carta S24, 1892; The 1888 Ellen G. White
Materials, 1052).
Al oír por primera vez el mensaje de Waggoner, Ellen White percibió inmediatamente
su verdadero significado. Era una revelación especial para la Iglesia y para el mundo:
Algunos desean que se decida de una vez cuál es la posición correcta sobre
el tema debatido. Puesto que eso complacería al pastor Butler, se aconseja
que la cuestión se decida inmediatamente. Pero ¿están las mentes
preparadas para una decisión tal? No puedo aprobar ese curso de acción…
No están preparados para tomar decisiones sabias…
No veo razón para la agitación de sentimientos que ha tenido lugar en este
encuentro [Minneapolis, 1888]… Los mensajes por parte de vuestro
presidente procedentes de Battle Creek están calculados para provocar la
toma de una posición decidida, pero advierto en contra de tal cosa…
Sentimientos agitados llevarán a movimientos precipitados (Ms 15, 1888;
Olson, 295; The Ellen G. White 1888 Materials, 162-166).
Fue así como los dirigentes de nuestra la Iglesia, aunque esperando ansiosamente ser
vindicados ante el mundo mediante el largamente esperado fuerte pregón,
despreciaron el Espíritu de gracia y las riquezas de su bondad.
Ellen White había señalado anteriormente la dificultad que los hermanos estaban
teniendo en sus propias almas. Podemos simpatizar con ellos, pues la prueba era en
verdad severa:
Deseo que seáis cuidadosos con respecto a qué posición tomáis cada uno de
vosotros, si os envolvéis en las nubes de la incredulidad porque veis
imperfecciones; veis una palabra o un pequeño asunto, tal vez, que pueda
tener lugar, y los juzgáis [a Jones y Waggoner] por eso... Tenéis que ver si
Dios está obrando con ellos, y reconocer entonces al Espíritu de Dios que en
ellos se revela. Si escogéis resistir, estaréis actuando precisamente como lo
30
hicieron los judíos (Sermón, 9 marzo 1890; MS. 2, 1890; The Ellen G. White
1888 Materials, 608-609).
Aquellos a quienes Dios ha enviado con un mensaje son sólo hombres, pero
¿cuál es el carácter del mensaje que llevan? ¿Os atreveréis a darle la espalda
o tomaréis a la ligera las advertencias, debido a que Dios no consultó
vuestras preferencias? (Review and Herald, 27 mayo 1890).
Conociendo la naturaleza humana, era previsible que los opositores buscaran perchas
en las que colgar sus dudas. El hecho de que los mensajeros del Señor fueran “sólo
hombres” parecía propiciar que sucediera así:
[Jones] No sólo era rudo por naturaleza, sino que cultivaba una oratoria y
maneras peculiares... en ocasiones era desmesurado, proveyendo justa
causa para el resentimiento...
[Jones y Waggoner] al clamar: “Cristo lo es todo” ... daban evidencia de no
estar enteramente santificados... [cita incorrectamente a Ellen White como
apoyando la idea de que Jones y Waggoner hubieran contribuido con su
31
espíritu contencioso a la “terrible experiencia durante la asamblea de
Minneapolis”].
Se apoyaban casi exclusivamente en la fe como el factor clave en la
salvación... no mostraban disposición a considerar calmadamente la postura
antagónica... No estaban totalmente libres de engreimiento y arrogancia...
Si bien es cierto que Ellen White reconvino en cierta ocasión a A.T. Jones por ser
“demasiado incisivo” con Uriah Smith en la controversia relativa a los diez cuernos que
tuvo lugar en la sesión preliminar, defendió no obstante a ambos hermanos [Jones y
Waggoner] calificándolos de “cristianos” y “caballeros”. Y dio claramente a entender
que muchos de los hermanos que se oponían, no evidenciaban tales “credenciales
celestiales”.
Hay autores modernos que tratan a Jones y Waggoner con un espíritu buscador de faltas
semejante al de aquellos que resistieron su mensaje en 1888. Pero los dos “mensajeros”
gozaban del apoyo rotundo de Ellen White. Es cierto que ambos fallaron y perdieron el
rumbo después de finalizar la era de 1888. Esa es probablemente la razón por la cual
hay escritores modernos que se empeñan en responsabilizarlos de la tragedia de 1888.
Pero juzgan los hechos equivocadamente.
Ellen White predijo que ocurriría ese trágico final si continuaba la oposición a su
mensaje. Especificó, no obstante, que su fracaso posterior no invalidaría de modo
alguno su mensaje y ministerio entre 1888 y 1896, período en el que los respaldó con
sus declaraciones (ver capítulo 10). Criticar hoy a los “mensajeros” durante aquella
época del “comienzo” del fuerte pregón, es hacerse partícipe de las objeciones de los
oponentes de su época. Eso equivale a justificar el rechazo de la bendición especial
procedente del cielo. Es increíble que más de cien años después nos sintamos aún
inclinados a culpar a los mensajeros especiales del Señor por las consecuencias de
nuestra propia incredulidad.
Fue notable la consideración de Jones y Waggoner por parte de Ellen White, como
poseyendo un genuino espíritu cristiano durante y después de la asamblea de
Minneapolis (testigos presenciales confirmaron la veracidad de esa apreciación):
32
El doctor Waggoner nos ha hablado con franqueza... De una cosa estoy
segura: como cristianos no tenéis derecho a abrigar sentimientos de
enemistad, descortesía y prejuicio hacia el Dr. Waggoner, que ha presentado
sus puntos de vista de modo claro y directo, como se espera de un cristiano...
Creo que es perfectamente sincero en sus posiciones, y respetaré sus
sentimientos y confiaré en él como un hermano cristiano, en la medida en
que no haya evidencia de que es indigno. El hecho de que sostenga con
sinceridad algunos puntos de vista sobre la Escritura que difieren de los
vuestros y míos no es razón para que lo tratemos como un ofensor, como un
hombre peligroso, y que lo convirtamos en objeto de injusto criticismo (Ms
15, 1888; Olson, 294; The Ellen G. White 1888 Materials, 163-164).
No se queje nadie de los siervos de Dios que han ido a ellos con un mensaje
enviado del cielo. No sigáis buscando defectos en ellos, diciendo: “Son
demasiado incisivos; hablan con demasiada energía”. Quizá estén hablando
con mucha fuerza; ¿acaso no es necesario hacerlo? Dios hará que retiñan los
oídos de los oyentes si no escuchan su voz o su mensaje...
Ministros, no deshonréis a vuestro Dios ni contristéis su Santo Espíritu
criticando los métodos y los procedimientos de los hombres que él eligió.
33
Dios conoce el carácter. Él ve el temperamento de los hombres que ha
escogido. Sabe que sólo hombres fervientes, firmes, decididos, de carácter
enérgico, comprenderán la importancia vital de esta obra, y pondrán tal
firmeza y decisión en sus testimonios que quebrantarán las barreras de
Satanás (Testimonios para los ministros, 410 y 412-413).
Hay obreros cristianos que no han recibido una instrucción formal porque
no estuvo a su alcance una ventaja tal; pero Dios ha dado evidencia de
haberlos escogido... Él los ha hecho cooperadores eficaces con él. Tienen un
espíritu dispuesto a aprender; sienten su dependencia de Dios, y el Espíritu
Santo está con ellos asistiendo sus debilidades... En su voz se oye el eco de
la voz de Cristo.
Es evidente que camina con Dios, que ha estado con Jesús y que ha
aprendido de él. Ha introducido la verdad en el santuario interior del alma;
para él es una realidad viviente, y presenta la verdad en demostración del
Espíritu y de poder. Las personas aprecian la alegre melodía. Dios habla a sus
corazones mediante el hombre consagrado a su servicio... Resulta en verdad
elocuente. Es ferviente y sincero, y es querido por aquellos en cuyo favor
trabaja... Sus defectos serán perdonados y olvidados. Sus oyentes no
resultarán fatigados o disgustados, sino que agradecerán a Dios por el
mensaje de gracia que les envía por medio de su siervo.
[Sus oponentes] pueden mirar el átomo objetable a través de la lupa de su
imaginación hasta que viene a convertirse en todo un mundo que les impide
ver la preciosa luz del cielo... ¿Por qué prestar tanta atención a aquello que
os puede parecer objetable en el mensajero, y desechar todas las evidencias
que Dios ha dado para que haya equilibrio en la mente con respecto a la
verdad? (Christian Education 1893, citado en FE 242-243; Review and Herald,
18 abril 1893).
Cuando releemos hoy los mensajes inspirados enviados durante años a partir de 1888
instando a la aceptación del mensaje, no podemos comprender –en un abordaje
superficial- por qué se lo hubiera podido rechazar. En consecuencia, hemos cometido el
error de asumir que nuestros hermanos llegaron a aceptarlo realmente de todo corazón.
34
Pero no debemos pasar por alto un hecho esclarecedor: ¿cómo podría alguien aceptar
el mensaje que Dios envió, y al mismo tiempo “odiar y despreciar” a los mensajeros
escogidos? Fueron “sólo hombres” muy positivos y decididos, y desafortunadamente
para el prestigio y paz de los hermanos, poseían la razón. Eso hizo que las agencias
mismas de liberación escogidas por el Señor se convirtiesen en tropiezo y piedra de
ofensa debido a la incredulidad prevaleciente. Lo que el Señor proveyó que fuera un
sabor de vida para vida, se trocó en sabor de muerte para muerte. Lo que el Señor envió
para la terminación de su obra, se convirtió en el inicio de una prolongada demora.
Aceptar el mensaje era demasiado humillante. La implicación era que Dios estaba de
algún modo descontento con la condición espiritual de los “canales apropiados” para
traer la luz especial del cielo. Obsérvese el análisis que hizo Ellen White de la esencia del
problema:
Algunos han estado cultivando odio contra los hombres a quienes Dios ha
comisionado para presentar un mensaje especial al mundo. Comenzaron
esta obra satánica en Minneapolis. Más tarde, cuando vieron y sintieron la
demostración del Espíritu Santo que testificaba que el mensaje era de Dios,
lo odiaron aún más, porque era un testimonio contra ellos (Testimonios para
los ministros, 79-80; 1895).
El Espíritu Santo, de vez en cuando, revelará la verdad por medio de sus propios
agentes escogidos; y ningún hombre ni siquiera un sacerdote o gobernante, tiene
el derecho de decir: Vosotros no daréis publicidad a vuestras opiniones, porque
yo no creo en ellas. Ese pasmoso ‘yo’ puede intentar derribar la enseñanza del
Espíritu Santo (Testimonios para los ministros, 70; 1896).
[Los oponentes] No oyeron ni quisieron entender. ¿Por qué? -Para no tener que
convertirse y reconocer que todas sus ideas no eran correctas. Eran demasiado
orgullosos como para proceder así, y persistieron de ese modo en rechazar el
consejo de Dios y la luz y evidencia proporcionadas... Ese es el terreno que están
ahora recorriendo algunos de nuestros hermanos dirigentes (Ms. 25, 1890; 13
Manuscript Releases, 239; The Ellen G. White 1888 Materials, 522).
35
Sucedió como en todo tiempo pasado: la verdad expuesta por los profetas no resultaba
aduladora, y no fue bienvenida. Pero hoy hay buenas nuevas para nosotros si hacemos
frente a la realidad.
Sólo si estamos dispuestos a afrontar la plena verdad podremos afirmar nuestros pies
sobre la sólida roca. Ha llegado el tiempo de que hagamos eso, y nadie va a poder atrasar
el reloj.
Ellen White identificó seis años después a aquellos que rechazaron el mensaje con una
denominación genérica: los “algunos” eran el cuerpo de nuestros hermanos influyentes
a cargo de la dirección de la obra.
Los judíos rehusaron recibir a Cristo, porque no vino según la forma en que
lo esperaban…
Este es el peligro al cual la Iglesia se halla expuesta ahora, es a saber, que las
invenciones de hombres finitos señalen la forma precisa en que debe venir
el Espíritu Santo. Aunque no quieran reconocerlo, algunos ya han hecho
esto. Y porque el Espíritu viene, no para alabar a los hombres o para
sustentar sus teorías erróneas, sino para convencer al mundo de pecado, de
justicia y de juicio, muchos se apartan de él (Testimonios para los ministros,
64-65; 1896).
Evidentemente el mensaje de 1888 fue mucho más que la mera enfatización de una
doctrina olvidada. Los delegados a la asamblea se encontraron de forma inesperada cara
a cara ante Cristo, al enfrentarse cara a cara con su mensaje.
36
Esa confrontación implicaba la humillación de sus almas hasta el polvo, y no estaban
dispuestos a algo así. Una contrición como esa les resultaba ofensiva, y no permitirían
que las lágrimas recorrieran sus mejillas.
Mirando retrospectivamente resulta evidente que no fue bienvenido ese amor de Cristo
capaz de quebrantar los corazones y el orgullo ministerial profesional. Se sentían
encumbrados en la cima del éxito, y la necesaria humillación del corazón vino a ser para
ellos piedra de tropiezo.
37
38
Capítulo 4
(índice)
Los miembros del pueblo adventista del séptimo día aceptaron las
presentaciones [de 1888] en Minneapolis y resultaron bendecidos. Ciertos
dirigentes resistieron allí la enseñanza (A Further Appraisal of the
Manuscript “1888 Re-examined” [Revaluación del manuscrito “1888
Rexaminado”], Asociación General, septiembre 1958, 11).
Existe una obra de carácter oficial que en su primera publicación contó con el respaldo
de dos presidentes de la Asociación General, y que “fue sometida a lectura crítica por
39
parte de unos sesenta de nuestros eruditos más capaces... Indudablemente ningún
volumen en nuestra historia obtuvo un respaldo tan grande previamente a su
publicación” (página 8). Ese libro afirma que la oposición al mensaje fue insignificante,
puesto que finalmente fueron menos de diez los delegados que en 1888 rechazaron
realmente el mensaje o se mostraron desfavorables al mismo. Esa asombrosa teoría
merece cuidadosa atención, pues de ser verdadera habríamos de creerla:
40
miembros del pueblo de Dios... Pastores y evangelistas adventistas han
anunciado esa verdad vital desde púlpitos de iglesias y plataformas públicas,
con corazones encendidos por el amor de Cristo (ibíd., 233 y 237).
El que fuera por tantos años secretario del Ellen G. White Estate asegura que en
términos generales el mensaje fue aceptado:
* Ver, por ejemplo: MS. 9, Through Crisis to Victory, 292; MS. 15, 1888; ibid., 297
y 300; MS. 13, 1889; Review and Herald 4 y 11 marzo, y 26 agosto 1890; 11 y 18
abril 1893; TM 64 y 75-80; Special Testimonies Series A, n6, 20; Special Testimonies
to R & H Office, 16-17; FE 472.
Si el juicio de esos autores refleja la verdad, y si realmente fueron tan pocos los que se
opusieron, se hace difícil entender por qué tuvo Ellen White que preocuparse tanto,
durante más de una década, respecto a lo que describió como el continuo rechazo al
mensaje por parte de “nuestros hermanos” en la sede central. ¿Retendría el Señor las
bendiciones de la lluvia tardía y el fuerte pregón de toda la Iglesia mundial a causa de la
persistencia en la oposición de menos de diez pastores, habida cuenta de que no se
trataba siquiera de dirigentes?
41
Aceptando esa tesis de la aceptación, ¿podemos abrigar la esperanza de que haya un
porcentaje de aceptación aún mayor a cualquier mensaje que el Cielo pueda enviarnos?
Si el Señor retiene de todos nosotros las bendiciones de su Espíritu Santo debido a tan
minúscula oposición, ¿qué esperanza tenemos de que la comisión evangélica pueda
llegar jamás a su consumación?
La negación de los judíos toma dos formas: (a) un problema de identidad equivocada:
Jesús de Nazaret no fue realmente el Mesías –dicen; por lo tanto, rechazarlo no fue un
error grave; (b) un problema de errónea imputación de culpabilidad: fueron los romanos
-y no ellos- quienes lo crucificaron (ver Max I. Dimont, Jews, God, and History, 138-142).
(a) Un problema de identidad equivocada: Casi todos esos autores rehúyen el hecho
trascendente de que el mensaje de 1888 significó el comienzo de la lluvia tardía y el
fuerte pregón. Prácticamente sin excepción identifican el mensaje de 1888 como siendo
una mera “enfatización” de la doctrina protestante de la justificación por la fe del siglo
XVI, tal como la enseñan las iglesias populares.
Nota: Pease hace una breve referencia a la declaración de Ellen White del 22 de
noviembre del 1892 en la que identifica el mensaje como el “comienzo” del fuerte
pregón (By Faith Alone, 156). Pero en general identifica el mensaje como siendo
una mera enfatización de la “doctrina” popular protestante. Froom reconoce el
mensaje como siendo el “comienzo” de la lluvia tardía, pero se contradice de forma
inexplicable al afirmar que se trataba del mismo mensaje que los evangélicos
contemporáneos estaban predicando (Movement of Destiny, 262, 318-325, 345,
561-570 y 662-667). El resto de autores ignora totalmente la identificación del
mensaje que hizo Ellen White con el fuerte pregón.
El Dr. Froom nos dice que los informes de A.W. Spalding y L.H. Christian sobre la historia
de 1888 están “en completa armonía” con los hechos (op. cit., 268). Y A.V. Olson sugiere
igualmente que Spalding presenta “toda la verdad” sobre el tema (op. cit., 233). Dichos
informes difieren marcadamente de los que hizo Ellen White, pero dado el prestigio del
que gozan actualmente esos autores, les prestaremos cuidadosa atención:
42
El mayor evento de los años ochenta en la experiencia de los adventistas del
séptimo día fue la recuperación o reafirmación y renovado interés de su fe
en la doctrina básica del cristianismo... La última década del siglo vio a la
Iglesia desarrollándose mediante ese evangelio, como una compañía presta
a cumplir la misión divina... El reavivamiento del mensaje de la justificación
por la fe levantó a la Iglesia (A.W. Spalding, Captains of the Host, 583 y 602;
1949).
1888 es un hito notable en la historia del adventismo del séptimo día. Fue
realmente como cruzar una frontera y entrar en un nuevo país. Algunos
fustigadores de los hermanos que se autoproclaman reformadores, han
intentado presentar aquella asamblea como una derrota; sin embargo, la
verdad es que permanece como una gloriosa victoria... Inauguró un nuevo
período en nuestra obra, un tiempo de reavivamiento y salvación de almas...
El Señor dio a su pueblo una maravillosa victoria. Fue el inicio de un gran
despertar espiritual entre los adventistas... el amanecer de un día glorioso
para la Iglesia Adventista... El efecto derivado del gran reavivamiento de
Minneapolis... comenzado en 1888... fue rico, tanto en santidad como en
fruto misionero (L.H. Christian, The Fruitage of Spiritual Gifts, 219, 223-224,
237 y 244-245).
¿Aceptado o rechazado?
El “gran reavivamiento” que otros aseguraban haber tenido lugar, Daniells lo situaba en
la categoría de lo que “pudo haber” sido:
A.T. Jones, aún en el tiempo en que caminaba humildemente con el Señor, cae también
bajo la misma reprensión, y no solamente él, sino toda la congregación reunida en la
asamblea de la Asociación General de 1893. Sin embargo, ellos estaban en el propio
escenario de los hechos. Ni una sola persona se atrevió a desafiar al orador, pues todos
sabían que estaba diciendo verdad:
Jones añadió en la misma carta que “los opositores fueron... todos aquellos a quienes
pudo arrastrar la influencia de la Asociación General”.
45
Cuando llegó la época de las reuniones campestres [después de 1888] los
tres [Ellen White, Waggoner y él mismo] visitamos las reuniones campestres
con el mensaje de la justicia por la fe... En ocasiones asistíamos los tres
simultáneamente a una misma reunión. Eso calmó la marea en el pueblo, y
aparentemente también en la mayor parte de los dirigentes (Pease, By Faith
Alone, 149).
La cita reproducida en el libro termina aquí. Pero la siguiente frase de Jones refuta la
tesis de la aceptación:
Pero esto último fue solamente aparente, nunca real, pues en la comisión
de la Asociación General y en otros existió siempre un secreto antagonismo
progresando ininterrumpidamente, y que... finalmente prevaleció en la
denominación, dando la supremacía al espíritu de Minneapolis, a la
contienda y a los hombres.
Cuando Jones escribió esa carta no faltaba mucho para su muerte. En ella se aprecia un
espíritu de sometimiento y lealtad a todas las creencias adventistas del séptimo día, y a
la plena inspiración del ministerio profético de Ellen White.
Cinco años más tarde A.G. Daniells publicó su posición, que en esencia coincide con la
de Jones:
Investigados con sinceridad, los escritos de Ellen White nunca resultan ambiguos acerca
de la aceptación del mensaje de 1888. Ciertamente no apoyan indistintamente ambas
posiciones contrapuestas. Ellen White armoniza con la declaración de Jones relativa a la
“marea” de la oposición de los hermanos dirigentes calmándose de forma “solamente
aparente”:
Por casi dos años [1890] hemos estado instando al pueblo a que venga y
acepte la luz y la verdad con respecto a la justicia de Cristo, y no saben si
venir y aferrarse a esta preciosa verdad, o no hacerlo (Review and Herald, 11
marzo 1890).
¿Por qué sucedía así? Una semana después declaró la razón por la cual dudaban los
laicos y pastores jóvenes:
46
eso influencia a los que ignoran las Escrituras a que rechacen la luz. Esos
hombres que rehúsan recibir la verdad se interponen entre el pueblo y la luz
(Review and Herald, 18 marzo 1890; original sin cursivas).
Ellen White coincidió también con la declaración de Jones de que no hubo ni uno solo
de los hermanos dirigentes en la sede central que quisiera tomar posición decidida en
favor del mensaje de la justicia de Cristo:
Di mi testimonio una vez tras otra con fuerza y claridad a los que estaban
reunidos [en Minneapolis, 1888], pero dicho testimonio no fue recibido. Al
venir a Battle Creek repetí el mismo testimonio en presencia del pastor
Butler, pero no hubo ni uno solo que tuviera la valentía de ponerse de mi
lado ayudando a que el pastor Butler a que viera que él y otros más habían
tomado posiciones equivocadas... El prejuicio del pastor Butler fue mayor
después de oír los varios informes de nuestros hermanos en el ministerio
procedentes de la asamblea de Minneapolis (25 enero 1889; Carta U3, 1889;
The Ellen G. White 1888 Materials, 251-252; original sin cursivas).
Los “hermanos” que Ellen White dijo que se interponían, eran los dirigentes. Gracias a
Dios no todos rehusaron recibir la verdad, pero la expresión “nuestros propios
hermanos” tiene un sentido genérico. Ha de significar el grueso de los dirigentes
responsables, con pocas, si es que alguna excepción. Ellen White empleó repetidamente
esa expresión. Y es significativo que lo hiciera de forma retrospectiva:
Siete u ocho largos años después de 1888, Ellen White debió reconocer apenada que
“algunos” en Battle Creek “mantuvieron vivo el espíritu que campó a sus anchas en
Minneapolis”. Más adelante se verá que los “algunos” resultaron ser “muchos”.
47
Comenzaron esta obra satánica en Minneapolis... Sin embargo, estos
hombres han estado ocupando puestos de confianza, y han estado
moldeando la obra a su propia semejanza hasta el punto en que les fue
posible (Testimonios para los ministros, 80; 1 mayo 1895; 30 mayo 1896;
original sin cursivas).
Un llamado a la sinceridad
Cuanto menos “misterio”, tanto mejor en esta hora tardía y peligrosa. Por lo tanto,
reproducimos las siguientes citas, sucintas pero literales, tomadas de Testimonios para
los ministros, escritos en 1895. Se trata del juicio retrospectivo de Ellen White, escrito
hacia el final de la “era de 1888”:
¡Eso es lo que nuestros autores calificaron como “hito notable en la historia del
adventismo del séptimo día”, algo así “como cruzar una frontera y entrar en un nuevo
país”, “como una gloriosa victoria y la ocasión e inicio de mayores y mejores cosas para
la Iglesia Adventista”, “un nuevo tiempo en nuestra obra; un tiempo de reavivamiento
y salvación de almas”, el “tiempo de una feliz experiencia espiritual”, el “inicio de un
gran despertar espiritual entre los adventistas”, un “reavivamiento de alcance
denominacional”! Qué razón tenía Ellen White, cuando escribió en 1895:
El Señor sabe que estáis dando la vuelta completamente a las cosas (Id, 97).
Siete u ocho años tras la asamblea hubo amplia oportunidad para el arrepentimiento,
confesión, y la sincera participación en un “reavivamiento de alcance denominacional”.
Es posible seguir la cronología del rechazo año a año:
49
Lo mismo sucedía en 1893:
Es una ofensa para Dios que los hombres conserven vivo el espíritu que se
desató en Minneapolis. Todo el cielo siente indignación por el espíritu que
desde hace años se está manifestando en nuestra institución publicadora de
Battle Creek... Se ha oído una voz señalando los errores y rogando, en el
nombre del Señor, que se realizara un cambio decidido. Pero ¿quién ha
escuchado la instrucción dada? ¿Quién ha humillado su corazón para quitar
todo vestigio de ese espíritu malvado y opresor? (Testimonios para los
ministros, 76-77; 30 mayo 1896).
Por toda apariencia, el “reavivamiento” no había ganado los corazones de los dirigentes
en 1897:
51
Jones había dicho que aquellas reuniones “calmaron los ánimos del pueblo”. Lo cierto,
no obstante, es que nunca hubo animosidad por parte del pueblo. El problema concernía
enteramente a los dirigentes y al ministerio. El pueblo habría aceptado gozosamente la
luz si es que los dirigentes hubieran permitido que les llegara libre de distorsión y de
oposición, y con mayor razón si los dirigentes se hubiesen unido de corazón en la
presentación de dicha luz. Muchos pastores jóvenes se interesaron profundamente en
ella. Pero la actitud continuada de falta de compromiso o franca oposición por parte de
los responsables en Battle Creek y otros lugares sofocó el movimiento. No son sólo las
declaraciones de Ellen White las que dan fe del hecho, también es clara la
correspondencia de la Asociación General registrada en los Archivos.
Ellen White comprendió rápidamente que el problema en Minneapolis tenía que ver con
los dirigentes. Instó fervientemente a los delegados a que no miraran a los hombres de
mayor edad y experiencia a fin de decidir qué harían con la luz. Advirtió que tratarían
incluso de impedir que dicha luz llegase al pueblo:
¿Cuál era el mecanismo del rechazo? ¿Cómo operaba? Si bien Jones y Waggoner tenían
permiso para hablar en reuniones campestres y para publicar artículos, y aun siendo
52
cierto que los laicos acogían favorablemente el mensaje, el rechazo de los dirigentes
contrarrestaba continuamente sus mejores esfuerzos. Disponemos del análisis de Ellen
White al respecto:
Los hombres mismos que deberían estar alerta para discernir las
necesidades del pueblo de Dios a fin de que pueda prepararse el camino del
Señor, están interceptando la luz que Dios quisiera traer a su pueblo y
rechazando el mensaje de su gracia restauradora (Carta a los hermanos
Miller, 23 julio 1889; 11 Manuscript Releases 288; The Ellen G. White 1888
Materials, 409).
Por aquel tiempo, tanto Jones como Waggoner eran persona non grata para los
hermanos responsables en Battle Creek (Olson, 115). Como veremos en otro capítulo,
el redactor jefe de Review and Herald era el opositor más influyente. Y Ellen White
afirmó que el propio nuevo presidente de la Asociación General “actuó tal como hizo
Aarón con aquellos hombres que se habían venido oponiendo a la obra de Dios desde la
asamblea de Minneapolis” (Carta a A.O. Tait, 27 agosto 1896; 5 Manuscript Releases
452; The Ellen G. White 1888 Materials, 1608). “El presidente de la Asociación General...
actuó de forma directamente <contraria> a las advertencias y amonestaciones que se le
dieron” en relación con los acontecimientos posteriores a 1888 (Carta a I.H. Evans, 21
noviembre 1897; E51, 1897; 12LtMs, Lt51, 1897, par. 15).
Además, era natural que los hermanos que se oponían desearan y esperasen que el
pueblo común no recibiera el inoportuno mensaje mejor que los veteranos y hombres
de autoridad en Battle Creek. Lógicamente les disgustó la posterior recepción de
informes acerca de los maravillosos resultados de la predicación del trío inspirado. Es
penoso constatar, tal como afirmó Ellen White, que les molestó la aprobación que dio
el Espíritu Santo a aquella obra. La profetisa no estaba preocupada por una minoría
insignificante de hermanos de escasa relevancia, sino por el impacto de dirigentes
responsables e influyentes en el cuerpo:
Más tarde, cuando vieron y sintieron la demostración del Espíritu Santo que
testificaba que el mensaje era de Dios, lo odiaron aún más, porque era un
testimonio contra ellos. No quisieron humillar sus corazones para
arrepentirse, para dar gloria a Dios y para reivindicar la justicia (Testimonios
para los ministros, 80; 1 mayo 1895).
53
funcionó. Nunca hubo tales manifestaciones de gloria celestial acompañando a mensaje
o a movimiento alguno desde el clamor de medianoche de 1844:
Ellen White continuó esperanzada por ver el cambio de corazón en los dirigentes, una
vez que reconocieran la evidencia incontrovertible. En la pretensión de demostrar que
los dirigentes de la Iglesia habrían aceptado el mensaje de 1888 cabe citar el párrafo
siguiente:
Pero ese mismo artículo de Review and Herald del 18 de marzo de 1890 indica que los
hermanos en la dirección distaban mucho de simpatizar con la obra:
Pocos años antes, Ellen White había hecho un llamado dramático en favor de la unidad
con los mensajeros:
Durante casi dos años hemos estado instando al pueblo a que venga y acepte
la luz y la verdad relativas a la justicia de Cristo, y no saben si venir y aferrarse
a esa preciosa verdad o no (ibíd., 11 marzo 1890).
Nunca, desde que Israel rechazó a su Rey de gloria, ha contemplado el universo celestial
un fallo más inexcusable y vergonzoso por parte del pueblo escogido de Dios,
protagonizado por sus dirigentes. La mensajera del Señor no dudó en aplicar a los
hermanos dirigentes los célebres “ayes” dedicados a los fariseos (Lucas 11:50-52),
destacando su aplicación para el presente (1896): “Si Dios alguna vez ha hablado por mi
intermedio, estos pasajes significan mucho para aquellos que los escuchen”
(Testimonios para los ministros, 76). “Ni entráis vosotros ni dejáis entrar a los que están
entrando” (Mat 23:13).
Esa es la realidad del “gran reavivamiento” que siguió a la asamblea de 1888. Muchos
laicos y pastores jóvenes comenzaban a “entrar”, pero los ancianos de Jerusalén “no les
dejaban”. El reavivamiento tuvo un final abortivo. Se agravió, se “insultó” y sofocó al
Espíritu Santo. La mensajera del Señor comparó frecuentemente el espíritu de oposición
en 1888, con el rechazo de los judíos hacia Cristo. Por ejemplo:
Sobre la Iglesia de Dios ha estado brillando la luz, pero muchos han dicho
por su actitud indiferente: ‘No queremos tus caminos, oh Dios, sino los
nuestros’. El reino de los cielos se ha acercado mucho… pero han cerrado la
puerta del corazón y no han recibido a los visitantes celestiales, ya que hasta
hoy desconocen el amor de Dios…
Hay menos excusa hoy para la obstinación e incredulidad, de la que había
para los judíos en los días de Cristo… Nuestro pecado y su retribución serán
mayores que los de ellos si rehusamos andar en la luz. Dicen muchos: ‘Si
hubiera vivido en los días de Cristo, no habría retorcido sus palabras ni habría
interpretado falsamente su instrucción. No lo habría rechazado ni
crucificado tal como hicieron los judíos’, pero eso se demostrará en la forma
en que tratáis hoy su mensaje y sus mensajeros…
A los que viven ahora no se los tiene por responsables de los hechos de
quienes crucificaron al Hijo de Dios; pero si teniendo desplegada ante
nosotros toda la luz que brilló sobre su pueblo en la antigüedad recorremos
el mismo camino que ellos, acariciamos el mismo espíritu y rehusamos
recibir el reproche y la advertencia, nuestra culpabilidad resultará
grandemente incrementada (Review and Herald, 11 abril 1893).
Los que están llenos de incredulidad saben discernir hasta el más mínimo
detalle que sea de alguna forma objetable. Pueden así perder de vista todas
las evidencias que Dios ha dado... en la revelación de preciosas gemas de
55
verdad de la mina inagotable de su palabra. Pueden colocar el átomo
objetable bajo la lupa de su imaginación hasta que dicho átomo parece
convertirse en un mundo que oculta de su vista la preciosa luz celestial...
¿Por qué dar tanta importancia a aquello que percibís como objetable en el
mensajero [A.T. Jones y E.J. Waggoner] e ignorar todas las evidencias que
Dios ha dado a fin de obtener una comprensión equilibrada de la verdad?
(ibíd., 18 abril 1893).
Algunos de los hermanos reconocieron en 1893 que, tras haber rehusado la reforma, el
consecuente reavivamiento resultó igualmente frustrado. Jones declaró:
56
en medio de las maravillas del fuerte pregón (General Conference Daly
Bulletin 1893 nº 9, 10 -183).
La siguiente carta de Ellen White, leída en la misma asamblea, explica cómo operó el
proceso por el cual el mensaje de 1888 terminó en derrota:
El ejército que pierde una batalla trata posteriormente de descubrir cuál fue la causa de
la derrota. Hablará de victoria solamente en términos de lo que “podría haber sido”. Es
significativo que el pasaje frecuentemente citado, publicado en 1909 en el volumen 9
de Testimonios, página 24, que comienza con un trágico “si” condicional, fue escrito en
referencia al devenir de la historia posterior a 1888. Se encuentra en el párrafo que sigue
a la cita anterior:
Eso no significa que se haya perdido la guerra. En absoluto. Solamente se perdió una
batalla. Ante nosotros se dibuja, eso sí, un panorama por demás intrigante. Unos pocos
párrafos más adelante en la misma carta, Ellen White predijo que Satanás sacaría
astutamente partido. “La trama oculta de Satanás desplegará su operación en todo
lugar”. Él es demasiado astuto como para irrumpir torpemente desvelando su identidad
diabólica, y se hará pasar por el propio Cristo. “La aparición de un falso Cristo despertará
esperanzas engañosas en las mentes de quienes se dejen engañar”.
57
Satanás tiene demasiada inteligencia como para proclamar su victoria antes que sea
completa, incluso habiéndose dado su victoria parcial. Una jactanciosa asunción como
esa, de parte de Satanás, llevaría al remanente –de corazón sincero- a postrarse de
rodillas en el arrepentimiento de los siglos. El enemigo nada tiene que ganar diciéndole
al remanente la verdad: debe mantener su engaño hasta el último momento.
Aun siendo cierto que nuestra historia conlleva un claro llamado al arrepentimiento,
será bueno recordar aquí que los llamamientos divinos al arrepentimiento siempre
tienen signo positivo, trayendo ánimo y esperanza.
Conclusión
Los que presentan nuestra historia de 1888 como una gloriosa victoria, lo hacen en total
sinceridad. Desean preservar la unidad de la Iglesia. Se han levantado voces críticas
pretendiendo que la victoria que obtuvo Satanás en 1888 y posteriormente fue tan
completa, que hoy no queda esperanza alguna para la Iglesia. No es así, y no tienen
razón. Pero ideas erróneas de ese tipo tienen su raíz y florecen como reacción contra el
orgullo y complacencia que caracterizan la negación de la verdad de nuestra historia,
perpetuada generación tras generación. Israel nunca vendrá a ser Babilonia, aunque
pueda atravesar períodos de cautiverio. El Señor lo traerá nuevamente a sus fronteras,
castigado y arrepentido.
Entre quienes permanezcan fieles y verdaderos hasta el fin habrá una gran
humillación de los corazones ante Dios (Ms. 15, 1888; The Ellen G. White
1888 Materials, 166; Olson, 297).
58
Esa experiencia no constituye una prueba de que Dios haya desechado a su Iglesia.
Cuando Pedro lloró amargamente postrado en tierra deseando morir, llegó por fin a
estar convertido (Mat 26:75; El Deseado, 660). Cuando tenga lugar una experiencia
similar, la Iglesia remanente resultará igualmente convertida. Su Pentecostés no estará
más lejos en el tiempo, de lo que lo estuvo el de Pedro cuando se conoció por fin a sí
mismo, encontrando así el perdón de su Señor.
A.T. Jones, en la asamblea de 1893, también se refirió a ese “tiempo” de reparación que
tanto se ha postergado:
Están por suceder cosas que serán más sorprendentes que las acaecidas en
Minneapolis, más sorprendentes que cualquiera de las cosas que hayamos
podido ver hasta aquí... Pero a menos que vosotros y yo hayamos
desarraigado de nuestro corazón todo resto de ese espíritu, trataremos al
mensaje y al mensajero por medio del que se envía, de la precisa forma en
que Dios dice que hemos tratado este otro mensaje (General Conference
Bulletin nº 9, 1893, 12 -185).
(2) Cuando venga el fuerte pregón, escribió Juan en Apocalipsis, será como una luz que
alumbre toda la tierra con una gloria superior a cualquier demostración previa de poder
celestial. Los “reyes de la tierra” aún no se han apartado, lamentando junto con los
“mercaderes de la tierra” la caída de la gran Babilonia, desolada en una sola “hora” a
resultas de la poderosa predicación del auténtico fuerte pregón. Sin embargo, la luz del
poderoso mensaje del cuarto ángel comenzó a brillar de esa extraña e impresionante
manera en 1888. La única conclusión razonable es que instrumentos humanos apagaron
aquella luz.
59
(3) Cuando se acepte el mensaje de la justicia por la fe de 1888, el verdadero “comienzo”
de la lluvia tardía, se verá en la Iglesia remanente un reavivamiento de la piedad
primitiva desconocido hasta hoy. “El enemigo de Dios y del hombre no quiere que esta
verdad sea presentada claramente; porque sabe que si la gente la recibe plenamente,
habrá perdido su poder sobre ella” (Obreros evangélicos, 169). La única conclusión
posible: el mensaje de la justicia de Cristo no fue verdaderamente recibido.
(4) Dado que el mensaje vino muy especialmente de Dios, la oposición persistente de
quienes ostentaban la autoridad constituyó un revés espiritual para el movimiento
adventista; pero ese revés debe ser reconocido como la pérdida de una batalla en el
contexto más amplio de la guerra, y no se debe confundir con una supuesta pérdida de
la guerra misma.
Ver el asunto de esa forma requerirá que esta generación reconozca los hechos tal como
fueron, y rectifique cabalmente el trágico error. Eso es posible, y el Dios viviente y justo
acudirá en nuestra ayuda.
60
Nota adicional al Capítulo 4
(índice)
Las cartas del secretario de la Asociación General, Dan T. Jones, ilustran cómo operaba
esa actitud. A pesar de albergar profundos prejuicios en contra del mensaje y
mensajeros de 1888, pocas semanas después de Minneapolis el Espíritu Santo lo
impresionó con la evidencia de que A.T. Jones era el verdadero mensajero de Dios.
Escribió a un amigo en estos términos:
Nota: Se pueden consultar las cartas de Dan T. Jones en Archives and Statistics,
Record Group 25 de la Asociación General. Usado con autorización.
Pero Dan Jones resultó estar convencido en contra de su voluntad. Es increíble que
dirigentes destacados puedan endurecer su corazón contra aquello que reconocen
claramente como “credenciales” del Espíritu Santo. Es preciso que comprendamos cómo
sucedió; de lo contrario corremos hoy grave peligro de repetir esa historia. Como dijo
Lutero, todos estamos hechos de la misma materia.
Por alguna extraña razón, Dan Jones permite un año después que su corazón se
endurezca contra los mensajeros de 1888, mientras que durante ese mismo período la
actitud de Ellen White viene a ser de creciente respaldo hacia ellos. Vemos aquí en
acción un misterioso fermento en la mente humana. En calidad de oficial administrativo
responsable, escribió a la dirección de la Asociación de Missouri a la que pertenecía, por
sentir que debía comunicarles su [equivocado] juicio. Tenemos aquí un ejemplo de ese
tipo de influencia operando en la sombra: el “secreto antagonismo” al que A.T. Jones se
refirió:
Probablemente los mensajeros de 1888 nunca supieron por qué su ministerio no era
bienvenido en Missouri.
Las cartas informativas de Dan Jones a G.I. Butler en relación con lo sucedido en Battle
Creek revelan ese “antagonismo” en acción. Alentaron a Butler en su oposición al
mensaje:
Me alegra de verdad que esté viendo las cosas de la forma en que lo hace, y
que no se desanime e incline bajo la carga que parecen imponerle... He
pensado a menudo en lo que me dijo el invierno pasado concerniente a que
los colegas de California [Jones y Waggoner] estarían en el equipo editorial
de la Review antes de dos años. Nada me extrañaría que se intentara algo
así en estos largos meses. Pero estoy seguro de que eso suscitaría una fuerte
oposición (Carta, 28 agosto 1889).
La “fuerte oposición” que Dan Jones anticipaba irrumpió como volcán en su propia alma
durante el invierno siguiente, en 1890. Waggoner anunció un día en su clase bíblica que
el siguiente lunes de mañana abordaría los dos pactos. Se le había invitado oficialmente,
incluso se le había urgido a que dejara su trabajo en California y enseñara en Battle
Creek. Obviamente supuso que estaba en libertad de presentar el evangelio tal como lo
comprendía.
Pero cuando Dan Jones oyó las noticias relativas a los dos pactos no se pudo contener.
Tomó inmediatamente medidas para frenar a Waggoner, buscando el apoyo de Uriah
Smith e incluso de Ellen White. El incidente lo perturbó de tal manera que escribió sobre
él en extensas cartas dirigidas a G.I. Butler, O.A. Olsen, J.D. Pegg, C.H. Jones, R.C. Porter,
J.H. Morrison, E.W. Farnsworth, y R.A. Underwood. Sus cartas no pueden disimular la
antipatía oficial existente hacia el mensaje y los mensajeros, al mismo tiempo que -por
supuesto- haciendo profesión de aceptar la “doctrina de la justificación por la fe”.
Afortunadamente Dan Jones era un prolífico escritor de cartas, en las que proporciona
valiosas pistas acerca de las actitudes de los dirigentes detrás de la escena. En su
correspondencia manifiesta con vehemencia sus sentimientos íntimos. La persistente
oposición de su corazón al mensaje suponía evidentemente una pesada carga para su
conciencia, como la de Saulo al dar coces contra el aguijón. Respecto a esa confrontación
con Waggoner, escribió así a Butler:
Dan Jones prosigue con un retrato vívido de la administración en Battle Creek, hablando
a Butler con toda franqueza sobre el plan oficial de ocultar a los estudiantes los
auténticos hechos, y “dejar que el asunto pase lo más discretamente posible, sin atraer
la atención de los alumnos más de lo necesario al cambio producido”. Sin duda un
procedimiento astuto. Pero Waggoner malogró aquellos planes de Dan Jones al declarar
abiertamente la verdad “exponiéndolo todo a la luz, y todo cuanto pude hacer fue decir
que nos había parecido mejor pedirle al Dr. Waggoner que por el momento postergara
la cuestión del pacto”.
Ellen White, W.C. White, Waggoner y A.T. Jones intervinieron ante los hermanos en
Battle Creek para enderezar las cosas, con el resultado de que la verdad puso a Dan
Jones, Uriah Smith y otros contra las cuerdas. Dan Jones fue sincero una vez más al
referir aquel mal trago a sus amigos:
Eso nos dejó a algunos de nosotros en una posición más bien embarazosa.
Habíamos estado obrando sobre una base equivocada y se nos derrumbaron
los apoyos. Nadie podía contradecir la palabra del Dr. Waggoner o de la
hermana White (Carta a Butler, 27 marzo 1890).
El famoso sermón de Ellen White en Battle Creek del 16 de marzo de 1890 (Ms. 2, 1890;
6LtMs, Ms 2, 1890), contiene la afirmación de que el mensaje “no fue recibido”, junto a
docenas de alusiones relativas a la persistente incredulidad y rechazo de los dirigentes
en Battle Creek desde el tiempo de Minneapolis. Escribiendo un día después, Dan Jones
expresa su inquietud en estos términos:
63
Escribiendo a Butler diez días después, su progreso es dudoso y sigue sin ser claro.
Continúa albergando la misma opinión respecto del mensaje. Lo mismo que Uriah Smith,
responsabiliza a Jones y Waggoner de aquel malentendido. Es incapaz de verlos en la
misma luz en que los veía Ellen White: como los “mensajeros delegados” del Señor.
Escribiendo a R.C. Porter unos días después, revela cómo él y Uriah Smith siguen sin
estar verdaderamente reconciliados con los mensajeros de 1888 ni con Ellen White:
Nota: Tanto Uriah Smith como los opositores contemporáneos de Ellen White se
equivocan al atribuir a la profetisa un cambio significativo de posición respecto a la
ley en Gálatas. Ellen White había urgido a J.H. Waggoner -no se trata de E.J.
Waggoner, sino del padre de este- a no hacer prominente su idea de que la ley en
Gálatas es la ley moral; pero no parece haber evidencia de que ella le dijese a él lo
que Smith creyó que le había dicho. Es indudable que J.H. Waggoner no captó las
grandiosas y conmovedoras verdades de Gálatas con la claridad con que lo hizo
después su hijo. Ellen White no pudo apoyar el mensaje de su padre como siendo
“preciosísimo”. Uriah Smith se basó equivocadamente en una valoración parcial y
sesgada, para condenar la luz que el Señor envió con posterioridad mediante el hijo
de J.H. Waggoner en 1888.
Dos semanas después, Dan Jones sigue en la duda y se refiere ahora con cierto desdén
a lo que era en realidad la conducción del Señor en el comienzo de la lluvia tardía.
Querría ver menguar a Jones y Waggoner, y asegura al Pastor Butler que tanto él como
los hermanos persisten noblemente en la lucha contra ellos dos. Aquello que Ellen White
y la historia han reconocido como “un preciosísimo mensaje”, para él pertenece aún a
la categoría de “puntos de vista peculiares”, y confía en que nunca más se los vuelva a
tolerar:
64
podemos hacer, excepto aceptarlo como un hecho?... Alguien podría pensar
que fuimos un poco demasiado lejos, sintiéndonos después atrapados y
finalmente engullidos. Pero no es así de ningún modo. Considero que
vencimos en todos los puntos que sosteníamos. Creo que el otro bando se
dio por satisfecho de que lo dejaran un poco en paz; y a mí me parecía bien
que eso sucediera si es que aprendieron las lecciones que decidimos que
debían aprender. Confío ahora en que el Dr. Waggoner será muy cauto en
lanzar sus puntos de vista peculiares ante los demás, hasta no haber sido
cuidadosamente examinados por los hermanos dirigentes; y creo que estos
serán mucho más cuidadosos que en el pasado en su análisis de esos puntos
de vista peculiares (Carta a Butler, 14 abril 1890).
Esos archivos confirman la veracidad de la observación hecha por A.V. Olson al respecto
de que Jones y Waggoner eran persona non grata en la sede central de Battle Creek (op.
cit, 115). Era tal la tensión, que es fácil entender cómo Waggoner terminó siendo
enviado a Gran Bretaña a comienzos de 1892. Su carta manuscrita al presidente de la
Asociación General del 15 de septiembre de 1891 pudo haber exacerbado la situación.
Había sido elegido para formar parte del comité editorial, pero de alguna forma se había
impedido su normal participación en aquella tarea. Su carta es respetuosa. No expresa
queja personal alguna. Su preocupación tiene que ver con el bien de la causa:
Quisiera preguntar sobre el libro del pastor [G.I.] Butler. Veo por el informe
del comité editorial que se votó que Review and Herald lo publicara. De lo
anterior deduzco que debe estar preparado para su publicación. Si es así,
como miembro del comité editorial me gustaría leer el manuscrito. Hace
aproximadamente un año, creo recordar, vi una lista de los capítulos que
iban a componer el libro; y de ahí, juntamente con lo que conozco sobre la
condición de las cosas en general, estoy seguro de que es más que probable
que el libro tenga tanta necesidad de revisión como cualquier otro libro. Si
se pone en circulación sin haber sido objeto de examen, excepto por un
comité compuesto de tres personas, estoy seguro de que habrá
insatisfacción... Es un derecho de todo miembro el examinar cualquier
manuscrito que sea adecuadamente presentado ante el comité (Archives
and Statistics de la Asociación General, Record Group 11. Reproducción
autorizada).
¿Pudiera ser que haya hoy en la Iglesia incontables “Uriah Smiths”, tan sinceros y
razonables como él en su sincera oposición a la luz que en la providencia de Dios tiene
aún que alumbrar toda la tierra con su gloria?
Leer las cartas de nuestros hermanos de Battle Creek de hace un siglo es una experiencia
dolorosa. Pero nos puede despertar a la realidad de que algún día otros van a leer
nuestras cartas. Y el Cielo discierne correctamente cuál es la verdadera actitud de
nuestro corazón para con la obra de Dios.
Hoy es ya demasiado tarde para que nuestros hermanos de hace un siglo profundicen
lo suficiente en sus corazones como para arrepentirse por rechazar el derramamiento
más significativo del Espíritu Santo desde Pentecostés. Gracias a Dios, todavía no es
demasiado tarde para que lo hagamos nosotros, especialmente con la ayuda que supone
que podamos vernos en ellos.
67
68
Capítulo 5
(índice)
El punto de vista oficial de que fue aceptado conlleva la asunción de que dicho mensaje
no era adventista en un sentido singular. Se evalúa el mensaje como siendo “la doctrina
de la justicia por la fe”, es decir, la misma “doctrina” que durante siglos han creído los
protestantes. El siguiente párrafo, escrito por un apreciado autor -vicepresidente de la
Asociación General- es típico de ese punto de vista ampliamente aceptado:
Pero sería escandalosamente humillante confesar que rechazamos “la misma doctrina
que Lutero, Wesley, y muchos otros siervos de Dios habían estado enseñando”. Por lo
tanto, estamos obligados a afirmar que la aceptamos en 1888 y posteriormente.
Si bien otro escritor autorizado admitió que el mensaje de 1888 era “el mensaje del
tercer ángel en verdad”, tal como sostuvo Ellen White (Review and Herald, 1 abril 1890),
lo hizo desde la confusión, pues insistió en que muchos dirigentes evangélicos no
adventistas proclamaron también “el mismo énfasis... general”, habiendo obtenido su
mensaje “de la misma Fuente”. Sin excepción alguna, todos esos libros tan
recomendados en años recientes incluyen la implicación lógica de que la “verdad” del
mensaje del tercer ángel no es otra cosa distinta a la enseñanza popular protestante.
Ninguno de ellos toma la posición coherente de evaluar el mensaje de 1888 tal como
hizo Ellen White ni reconoce en él ningún elemento singularmente adventista.
Obsérvese la insistencia de Froom:
69
haciendo por décadas, a pesar de saber que esa visión de la justicia por la fe conduce al
antinomianismo [desprecio a la ley].
Nada permite dudar que esos autores evangélicos fueran bondadosos, sinceros, y que
vivieran a la altura de toda la luz a su alcance. Pero ¿estaban proclamando “el mensaje
del tercer ángel en verdad”? (que es como identificó Ellen White el mensaje de 1888). El
citado autor admite que si bien “no entendieron nuestro mensaje específico”, es decir:
el sábado, el estado de los muertos y otras doctrinas “peculiares”, no obstante
proclamaron “la misma... justicia por la fe” que el Señor nos dio en 1888. Sin embargo,
en marcado contraste, Ellen White insiste en que el mensaje de 1888 contiene
ingredientes espirituales singulares que se manifiestan en la “obediencia a todos los
mandamientos de Dios” (Testimonios para los ministros, 92).
Esa posición que sostienen autoridades en nuestra Iglesia, refuerza lógicamente la idea
de que no hay nada de especial en el mensaje adventista del séptimo día, tal como
sostienen nuestros oponentes. Eso alimenta su creencia de que en el adventismo todo
es legalismo, con excepción de las “doctrinas” válidas del evangelio que hemos tomado
prestadas del mundo protestante. La consecuencia necesaria es que carecemos de
mandato para llamar al mundo cristiano al juicio y arrepentimiento.
¿Cómo debemos evaluar el mensaje de 1888? ¿Fue la “misma doctrina” que enseñaron
los protestantes de la Reforma y los evangélicos del siglo XIX, tal como insisten nuestros
autores? ¿O fue una comprensión distinta y única del “evangelio eterno” relacionada
con nuestro mensaje especial del santuario? Nuestros escritores oficialmente
autorizados ignoran unánimemente una relación tal con el santuario, pero esa relación
es crucial para nuestra identidad como pueblo.
Dicho de otro modo: la pretensión de que el mensaje de 1888 fue la “misma doctrina”
que “habían estado enseñando” Lutero, Wesley, etc, lógicamente significa que nuestros
antepasados rechazaron en 1888 la posición histórica básica protestante. ¡Pero un
rechazo como ese sería tan desastroso como el rechazo de Roma hacia Lutero, o como
el rechazo de la Iglesia de Inglaterra hacia Wesley! Se habría tratado de una caída
espiritual profunda, equiparable a la de Babilonia.
(2) En segundo lugar, si es cierto que el mensaje de 1888 fue “la misma doctrina” de los
reformadores, eso implica que “Lutero, Wesley y muchos otros siervos de Dios” de los
70
siglos XVI al XIX, predicaron “el mensaje del tercer ángel en verdad". En consecuencia,
la Iglesia Adventista del Séptimo Día no puede encontrar su identidad en el mensaje de
los tres ángeles de Apocalipsis 14.
¿Pudiera ser que nuestros historiadores oficiales hayan cortocircuitado el destino del
movimiento adventista? Si es así, se ha hecho un gran daño, pues las ideas publicadas a
partir de plumas autorizadas tienen gran impacto en la Iglesia mundial.
Otra teoría muy aceptada pretende que el mensaje de 1888 representó una
“renfatización” de lo que creyeron desde sus inicios los pioneros adventistas: algo así
como la recuperación, en la doctrina y predicación, de un equilibrio homilético que se
habría perdido temporalmente entre 1844 y 1888. Ese punto de vista goza de una
aceptación muy generalizada. Unos pocos ejemplos bastarán para comprobarlo:
Esa asamblea [de 1888]... demostró ser el inicio de una renfatización de esta
verdad gloriosa, y llevó a un despertar espiritual entre nuestro pueblo (M.E.
Kern, Review and Herald, 3 agosto 1950).
Hubo quienes aceptaron el énfasis [de 1888] sobre la justicia por la fe. En el
otro extremo había quienes pensaban que dicho énfasis amenazaba los
“antiguos hitos”...
En los años noventa la reacción de la Iglesia al nuevo énfasis sobre la
justificación... fue diversa (N.F. Pease, The Faith That Saves, 40 y 45; 1969).
(2) ¿Cómo defendernos de la acusación de que la Iglesia Adventista sufrió una caída
moral comparable a la de Babilonia, si aceptamos la teoría de que los hermanos en 1888
rechazaron la renfatización de la verdad que creyeron al comienzo del movimiento
adventista? Cuando uno está escalando y de repente se viene abajo, a eso le llamamos
“caída”.
Este capítulo tiene por objeto demostrar que el mensaje de 1888 no fue una mera
renfatización de las doctrinas de Lutero y Wesley, o de los adventistas pioneros.
Tampoco fue una redición de lo que Keswick y otros dirigentes protestantes populares
de la época estaban enseñando como “doctrina de la justicia por la fe”. ¡Fue mucho más
que eso! Se trató del “comienzo” de un concepto del “evangelio eterno” más maduro del
que hubiera percibido con claridad cualquier generación previa. Fue el “comienzo” del
derramamiento final del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Fue el anuncio inicial del
mensaje del cuarto ángel de Apocalipsis 18. Habría de ser una bendición sin precedentes
desde Pentecostés (Fundamentals of Christian Education, 473; Review and Herald, 3
junio 1890).
Eso no significa pretender que los mensajeros de 1888 fueran mayores que Pablo,
Lutero, Wesley o cualquier otro ni que fueran más sabios o inteligentes que ellos. El
mensaje que traían era simplemente “el mensaje del tercer ángel en verdad”: una
comprensión de la justicia por la fe paralela y consistente con la doctrina de la
purificación del santuario celestial, donde el Sumo Sacerdote ministra en el lugar
santísimo en el Día antitípico de la expiación, en el marco del “tiempo del fin” (Primeros
Escritos, 55-56, 250-254 y 260-261). En 1844 Cristo inició esa última fase de su obra.
Desde el lugar santísimo del santuario celestial ministra la auténtica justicia a quienes lo
siguen por la fe. Por lo tanto, hay algo único en la justicia por la fe a la luz del Día de la
expiación, y el mensaje de 1888 así lo reconoce.
72
fuera cierto, quedaría en entredicho la credibilidad de todo el ministerio de Ellen White,
y junto a él nuestra estima denominacional.
Tan pronto como Ellen White escuchó por vez primera el mensaje del Dr. Waggoner
(justamente en Minneapolis), lo reconoció como “luz preciosa”, en armonía con lo que
había estado “tratando de presentar” en los anteriores 45 años. Lejos de sentir celos,
dio la bienvenida a los mensajeros y a su mensaje. Se trataba de un desarrollo ulterior
en plena armonía con la luz preexistente, pero nunca antes predicado en esa claridad:
Sólo unos pocos, de entre los que dicen creerlo, entienden el mensaje del
tercer ángel; y sin embargo es el mensaje para este tiempo. Es verdad actual.
Pero cuán pocos toman este mensaje en su verdadera significación,
presentándolo al pueblo con el poder que lo caracteriza. Para muchos carece
de fuerza. Mí guía dijo: “Queda aún mucha luz por brillar a partir de la ley de
Dios y del evangelio de justicia. Este mensaje, entendido en su verdadero
carácter y proclamado con el Espíritu, va a alumbrar la tierra con su gloria”
(Ms 15, 1888; 2 Manuscript Releases, 58; The Ellen G. White 1888 Materials,
166; Olson, 296).
Pero vemos que el Dios del cielo a veces comisiona a los hombres a enseñar
aquello que es considerado como contrario a las doctrinas establecidas.
Debido a que los que una vez eran los depositarios de la verdad se
manifestaron infieles a su sagrado cometido, el Señor escogió a otros que
habrían de recibir los brillantes rayos del Sol de justicia, y que defenderían
verdades que no estaban de acuerdo con las ideas de los dirigentes
religiosos…
Aun los adventistas del séptimo día están en peligro de cerrar sus ojos a la
verdad tal como es en Jesús porque contradice algo que han dado por
sentado como verdad pero que, según lo enseña el Espíritu Santo, no es
verdad (Testimonios para los ministros, 69-71; 30 mayo 1896).
Cierto principio demandaba en 1888 que se diera una revelación más amplia de “nueva
luz”. Así lo declara Ellen White en una de las predicaciones que dio en Minneapolis:
El Señor necesita a hombres que actúen... según el Espíritu Santo; que estén
ciertamente recibiendo el fresco maná celestial. La palabra de Dios arroja luz
sobre las mentes de los tales...
Aquello que Dios da hoy a sus siervos para que lo proclamen, pudo no haber
74
sido verdad actual veinte años atrás, pero es el mensaje de Dios para este
tiempo (Ms. 8a, 1888; The Ellen G. White 1888 Materials, 133; Olson, 273-
274).
Ellen White distinguió la clara diferencia entre el mensaje de la justicia por la fe tal como
fue presentado en 1888, y el “mensaje pasado” que el Señor envió previamente a esa
fecha. Si bien no debía haber contradicción, tenía que darse un desarrollo adicional:
“Queremos el mensaje pasado y el mensaje nuevo” (Review and Herald, 18 marzo 1890).
(En sus llamamientos no debe verse una licencia para el fanatismo o para la
proclamación irresponsable de nuevas ideas).
En una serie de artículos de Review escritos a principios de 1890, Ellen White presentó
la verdad de la purificación del santuario en relación con el controvertido mensaje de la
justicia por la fe dado en 1888. Una verdad complementaba a la otra. Había desesperada
necesidad de una comprensión más profunda del evangelio eterno, en relación con el
Día de la expiación:
Hemos estado oyendo su voz de una forma más definida, en el mensaje que
ha avanzado en los últimos dos años... No hemos hecho más que captar un
tenue destello de lo que es la fe (ibíd, 11 marzo 1890).
75
3. Ellen White escuchó por primera vez en Minneapolis el desarrollo doctrinal de lo que
había estado “tratando de presentar” hasta entonces: los encantos incomparables de
Cristo a la luz de su ministerio en el Día de la expiación. Ningún otro labio humano lo
había predicado.
4. Ellen White reconoció en E.J. Waggoner a un agente empleado por el Señor para dar
a su pueblo y al mundo una revelación mayor de la verdad.
5. Nuestros pastores no habían comprendido la “verdad” del mensaje del tercer ángel,
porque no habían estado avanzando en su comprensión como se esperaba cuarenta y
cuatro años después de haber comenzado la purificación del santuario. En lugar de eso,
lo que habían hecho es privar al pueblo de mayor luz.
6. Los hermanos de aquellos días entendieron el apoyo que Ellen White prestó a
Waggoner y Jones como siendo una recomendación de la nueva luz que traían. No era
un llamado a que volvieran a la comprensión original de las “doctrinas establecidas”. No
podía tratarse en ningún caso de renfatizar la antigua forma de comprender las
verdades. De haber sido así, ¿acaso no la habrían defendido valientemente los
hermanos Butler, Smith y otros, en lugar de oponerse tal como hicieron?
7. Por lo tanto, lo que los hermanos rechazaron fue el llamado a que “se realizara un
cambio decidido”. No rehusaron retroceder, sino avanzar. Optaron por quedarse
quietos, cosa ciertamente problemática para un ejército en marcha.
Ellen White se refirió frecuentemente a la certeza de que el Señor enviaría nueva luz,
pero sólo cuando su pueblo estuviese dispuesto a recibirla. Ese trágico “sólo cuando” es
una necesidad, teniendo en cuenta que el nuevo vino debe guardarse en odres nuevos,
y eso implica la crucifixión del yo (Mat 9:16-17):
Queda una gran obra por hacer, y Dios ve que nuestros hermanos en la
dirección tienen necesidad de mayor luz a fin de poder unirse
armoniosamente con los mensajeros a quienes enviará para realizar la labor
que él les asigna (ibíd., 26 julio 1892).
¿Se puede cuestionar que el mensaje de 1888 constituyó el comienzo del mensaje del
cuarto ángel, que une su voz a la del tercero? Ni The Fruitage of Spiritual Gifts (Christian),
Captains of the Host (Spalding), Through Crisis to Victory (Olson), The Lonely Years (A.L.
76
White) ni la reciente ‘Declaración’ de los compiladores del Patrimonio White insertada
en el volumen tercero de Mensajes selectos, página 177-184 hacen una sola alusión a
ese hecho fundamental. Lo mismo sucede con el artículo de Adventist Heritage dedicado
a la asamblea de 1888 en la edición de primavera del 1985. Nuestra Seventh Day
Adventist Encyclopedia se refiere al mensaje de 1888 en varios artículos (páginas 634-
635, 1086, 1201 y 1385), pero en ninguna ocasión lo reconoce por lo que fue.
Es sorprendente cómo se evade esa verdad vital. Eso recuerda la disposición de los
judíos para reconocer a Jesús de Nazaret como a un gran rabino, pero siempre evitando
reconocerlo como al Mesías. Ciertamente, la lógica y la coherencia hacen necesaria esa
particular maniobra por parte de quienes insisten en que el mensaje de 1888 fue ya
aceptado. Se ven obligados a ignorar virtualmente el hecho de que el mensaje fue el
comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón; de lo contrario habrían de explicar cómo
es que una obra que iba a extenderse “como fuego en el rastrojo” se ha venido
arrastrado por cerca de un siglo, siendo que podría haber alumbrado al mundo hace
mucho tiempo, de ser cierto que “nuestros hermanos” lo aceptaron ya (Carta B2a, 1892;
General Conference Daily Bulletin 28 febrero 1893 -419).
Obsérvese cuán claramente vio Ellen White el mensaje de 1888 según la luz de
Apocalipsis 18:
Si son los protestantes populares expertos en reavivamientos los que han de predicar
ese mensaje colosal, entonces no tenemos razón de existir como pueblo.
77
Nota: No hay ninguna evidencia de que Ellen White ocupara la posición de Jones y
Waggoner, convirtiendo en redundante la obra de estos. Sin embargo, la idea que
hoy prevalece es la de que el mensaje de Jones y Waggoner es redundante, puesto
que Ellen White puso por escrito posteriormente a 1888 la luz que les fue
comisionado dar a la Iglesia y al mundo. La profetisa apoyó el mensaje de Jones y
Waggoner debido a que consistía en lo que ella había “tratado de presentar”, es
decir, “los encantos incomparables de Cristo”. Pero Ellen White nunca pretendió
que el Señor le hubiera asignado a ella el cometido de proclamar el mensaje del
fuerte pregón. La mayor parte de El Camino a Cristo fue escrito antes de 1888,
aunque se compiló después. Pretender que no necesitamos el mensaje de 1888
debido a que disponemos de los escritos de Ellen White contradice el propio
mensaje de la profetisa.
Siendo cierto que dicha tragedia ocurrió realmente, eso no obliga a concluir que el Señor
retiró de su pueblo las bendiciones. Lo que se despreció y rechazó es la lluvia tardía,
pero la lluvia temprana ha continuado descendiendo. Durante las décadas precedentes
se han llevado al Señor un gran número de almas, incluyendo a cada uno que lea este
libro. Ninguno de quienes tuvieron parte en la historia de 1888 vive hoy.
Estamos perdiendo la gran bendición que podría haber sido nuestra en esta
asamblea [Minneapolis], debido a que no damos pasos adelante en la vida
cristiana cuando se nos presenta el deber; y eso significará una pérdida
eterna (ibíd, Olson, 257; The Ellen G. White 1888 Materials, 117).
Pero la luz que ha de llenar toda la tierra con su gloria ha sido despreciada
por algunos que pretenden creer la verdad presente… Sé solamente que
algunos ya ahora han ido demasiado lejos para volver y para arrepentirse
(Testimonios para los ministros, 89-90; 1896).
Si esperáis que llegue la luz en forma que agrade a todos, esperaréis en vano.
Si esperáis que haya llamados más fuertes u oportunidades mejores, la luz
será retirada, y permaneceréis en las tinieblas (5 Testimonios, 673).
Cristo llamó a la puerta para entrar, pero no hubo lugar para él, no se le abrió
la puerta, y la luz de su gloria que tan cerca había estado, fue retirada (Carta
73, 1890; The Ellen G. White 1888 Materials, 734).
Los celosos esfuerzos llevados a cabo durante décadas por despreciar el mensaje de
1888 negando que fuera “nueva luz” han tenido por consecuencia que la atención
resulte desviada del mensaje mismo hacia los conceptos protestantes populares no
adventistas. Eso ha venido sucediendo por casi sesenta años, comenzando en la década
de 1920. Christ Our Righteousness, de A.G. Daniells, escrito en 1926, no percibió nada
singular en el mensaje de 1888, sino que lo interpretó equivocadamente como estando
“en perfecta armonía con la mejor enseñanza evangélica [no adventista]” (Pease, By
Faith Alone, 189).
Esa larga tradición ha puesto sin duda los fundamentos para la incursión de actuales
conceptos de justicia por la fe similares a los de los teólogos calvinistas de la Reforma.
Si los no adventistas poseen la verdad sobre la justicia por la fe, tenemos
necesariamente que importarla de ellos. Y en ese proceso, las verdades de 1888 han sido
objeto de negligencia e incluso de oposición.
79
Lo que sigue es un típico ejemplo ilustrativo de esa posición ampliamente aceptada.
Confunde gravemente los conceptos de la Reforma con el mensaje de 1888. Obsérvese
este ejemplo del venerado fundamento sobre el que reposa la confusión monumental
que ha caracterizado las últimas décadas:
La justificación por la fe [de 1888] no era nueva luz. Hay quienes han
sostenido la idea equivocada de que el mensaje de la justicia de Cristo era
una verdad desconocida para el movimiento adventista hasta la asamblea
de Minneapolis, pero de hecho nuestros pioneros la enseñaron desde el
principio mismo de la Iglesia Adventista. Siendo yo un joven predicador, oía
a nuestros veteranos, como J.G. Matteson y E.W. Farnsworth, declarar a
menudo que la justificación por la fe no era una enseñanza nueva en nuestra
Iglesia (Christian, The Fruitage of Spiritual Gifts, 225-226).
80
nuestros hermanos en 1888. Lo es hoy para nuestras congregaciones, y más importante:
¡habría resultado nueva para el mundo, si la hubiésemos proclamado!
Y sea lo que fuere la -nueva o antigua- luz de 1888, es obvio que nadie más la había
predicado entre nosotros durante aquellos “últimos cuarenta y cuatro años” (Ms. 5,
1889; MS. 15, 1888; Olson, 295; The Ellen G. White 1888 Materials, 212). En el
manuscrito de 1889, Ellen White afirmó más adelante que el mensaje de 1888 en su
totalidad demostraría realmente ser “nueva luz” si es que había de cumplirse la comisión
evangélica en aquella generación:
Pero lo anterior no equivale a negar que el mensaje de 1888 significó una mayor
revelación para la Iglesia. En su creciente convicción de que el mensaje era el
cumplimiento de la profecía de Apocalipsis 18, Ellen White vio cómo armonizaba con el
concepto singular de la purificación del santuario celestial. En eso consistió la esencia
del mensaje.
A los judíos ortodoxos que han estado orando por la venida de su esperado Mesías les
resulta perturbador reconocer que vino ya hace mucho tiempo y fue rechazado por sus
antepasados. No es menos perturbador para los adventistas que seguimos orando por
el derramamiento de la lluvia tardía, el reconocer que la bendición vino ya hace un siglo,
y fue rechazada por nuestros antepasados.
81
82
Capítulo 6
(índice)
Es imperioso que abandonemos las ideas confusas y que nos apliquemos en procura de
la mayor exactitud posible. La reacción negativa hacia el mensaje de 1888 bloqueó varias
avenidas de bendición celestial. Los habitantes del cielo reconocen ya cuál fue “nuestra”
parte en esa historia:
Eso puede parecernos una imposibilidad por diversas razones. Puede costarnos concebir
al Espíritu Santo como una Persona a quien es posible insultar; como Alguien capaz de
sentir y afectarse en consecuencia. Y puede costarnos aún más aceptar que pudieran
hacer algo así adventistas del séptimo día, especialmente pastores y dirigentes de la
Asociación General. Pero hemos de afrontar lo que tiene que decir la mensajera del
Señor. El testimonio de Jesús no oculta la realidad:
Los detalles de esa historia son claros y precisos. No hay pretexto para la confusión en
nuestro pensamiento. La recepción del Espíritu Santo iba implícita en la recepción del
83
mensaje mismo. Sería imposible recibir el don de la lluvia tardía del Espíritu Santo, sin
recibir el mensaje mediante el cual se concedía el don. Y las buenas nuevas que hoy
necesitamos comprender son el corolario de esa verdad: que es igualmente imposible
recibir hoy el mensaje, sin recibir con él el don del Espíritu Santo. Si no hemos recibido
el Espíritu Santo en el poder de la lluvia tardía y el fuerte pregón, eso es la evidencia
inconfundible de no haber recibido el mensaje que el Señor nos envió.
* A propósito del término “algunos”, Ellen White nunca dijo que los
“algunos” que se opusieron al mensaje fueran “pocos” ni que quienes lo
84
aceptaron fueran “muchos”. Sin excepción alguna conocida, los que
rechazaron el mensaje fueron “muchos”, y “pocos” quienes lo aceptaron.
La referencia a insultar al Espíritu Santo es más que una hipérbole casual. Esa tragedia
nos afecta hoy tan ciertamente como afectan a los judíos de nuestros días los errores
de sus antepasados.
El Espíritu Santo es una Persona, no una mera influencia o un “algo” etéreo. Es posible
ofenderlo. Ese importante concepto relativo a Dios en la Persona del Espíritu Santo,
impregna las Escrituras hebreas. Los profetas representaron continuamente a Dios
como al chasqueado y ofendido Amante del alma de Israel [Ver, por ejemplo 1 Sam 8:7;
12:6-12; Isa 50:1; 54:5-17; 61:10; 63:9-14; Jer 31:1-9; Eze 16; Oseas, passim]. Se trata de
un concepto único en Israel, pues ninguna religión pagana tenía una noción semejante
relativa a una Personalidad divina estando “celosa”.
Ofendido e insultado, el Espíritu Santo tiene derecho a una retribución. ¿Cómo puede
retribuir en consonancia con su carácter de amor? Su retribución será más dolorosa de
sobrellevar que cualquier otra imaginable, pues seguirá siendo la voz de amor la que
hable:
85
hablar proclamando los pecados que se han ocultado. Tal como sucedió con
los sacerdotes y gobernantes, que llenos de terror e indignación buscaron
refugio huyendo en la última escena de la purificación del templo, así
ocurrirá en la obra para estos últimos días (Special Testimonies, Serie A, nº
7, 54-55; The Ellen G. White 1888 Materials, 1490-1491).
El contexto de la cita precedente es una discusión sobre la Iglesia Adventista del Séptimo
Día.
También esto nos resulta difícil de ver. La personalidad del Hijo de Dios está nuevamente
en liza. ¿Tiene sentimientos como los tenemos nosotros, los humanos? ¿Es sensible a la
ofensa? Lo sucedido en nuestra historia de 1888 es tan sorprendente, que resultaría
inconcebible de no haber sido claramente plasmado en los escritos de Ellen White, quien
era poseedora de discernimiento inspirado.
El manso y humilde Jesús sigue escogiendo a mensajeros que son “solamente hombres”,
cuya apariencia es “como raíz de tierra seca”. En su condescendencia se identificó con
los mensajeros de 1888, y fue ofendido e insultado cuando se despreciaron las
“credenciales del cielo” que les había dado:
Acusar y criticar a los que Dios está empleando es acusar y criticar al Señor
que los ha enviado…
Para muchos el clamor de su corazón ha sido: “No queremos que este
[Cristo] reine sobre nosotros”...
La verdadera religión, la única religión de la Biblia, que enseña el perdón sólo
por los méritos de un Salvador crucificado y resucitado, que propugna la
justicia por la fe en el Hijo de Dios, ha sido menospreciada, criticada,
ridiculizada y rechazada (Testimonios para los ministros, 466-468).
El mensaje actual... procede de Dios; lleva las credenciales divinas, pues sus
frutos son para santidad (Review and Herald, 3 septiembre 1889).
Este mensaje, tal como ha sido presentado [por Jones y Waggoner] debiera
ir a toda iglesia que profese creer la verdad, conduciendo a nuestro pueblo
86
a una posición más elevada... Queremos ver quién ha presentado al mundo
las credenciales del cielo (ibíd., 18 marzo 1890).
Habría sido más exacto afirmar que los mensajeros de 1888 “se apoyaban” en una “fe
que obra por el amor”: precisamente tal como Pablo predicó (Gál 5:6). Ese mensaje que
llevaba las “credenciales divinas” no era un compromiso o mezcla de legalismo y
evangelio. Waggoner y Jones proclamaron de la forma más enfática la justicia por la sola
fe, pero era la fe que describe claramente el Nuevo Testamento, caracterizada por un
poder motivador inherente que lleva a la verdadera obediencia a todos los
mandamientos de Dios (Testimonios para los ministros, 92).
¿Es posible que los mensajeros de quienes se declaró estar representando al Señor,
suscitaran “rencores” que obligaran al Cielo a abandonar avergonzadamente la escena?
¿Habría concedido el Señor “credenciales celestiales” a mensajeros incapaces de
“razonar con serenidad”? Ciertamente Ellen White nunca habría podido reconocer “luz
preciosa” en el “griterío” carente de santidad, o en la irrazonable “enseñanza
extremista” que nuestro autor les atribuye (Spalding, op. cit., 593 y 601).
87
Siempre se ha comprendido mal al verdadero Cristo, quien ha sido tan rechazado como
esperado. Pero el moderno Israel debe vencer por fin donde antes fracasó. Y eso va a
ocurrir, pues estamos viviendo en el tiempo de la purificación del santuario celestial. Se
trata de una obra especial propia del tiempo del fin, caracterizada por una victoria que
en el pasado nunca se ha dado plenamente.
La carne y la sangre nunca nos van a revelar las verdaderas credenciales de la “raíz de
tierra seca” que puede estar ante nosotros. La historia de 1888 nos enseña que los judíos
de antaño habrán de hacernos sitio para que comparezcamos postrados de rodillas
junto a ellos:
Muchos dicen: “Si hubiese vivido en los días de Cristo, nunca habría torcido
sus palabras ni interpretado falsamente su instrucción. Nunca lo habría
rechazado ni crucificado tal como hicieron los judíos”. Pero eso lo va a
demostrar la forma en que tratáis hoy a su mensaje y mensajeros (Review
and Herald, 11 abril 1893).
88
después de 1888. Ellen White se refirió a los esfuerzos de aquellos cuyos corazones se
oponían al mensaje:
¿Somos capaces de ver en Minneapolis el insulto al Cristo viviente y amoroso, más allá
de una fría doctrina mal comprendida? Asfixiamos las convicciones mediante las cuales
el Señor nos estaba atrayendo a sí, y despreciamos a Aquel que nos atraía con cuerdas
de amor, llamando “fanatismo” a su ternura y devoción. Las lágrimas que comenzaron
a fluir ante aquella misteriosa atracción producida al elevar la cruz, se trocaron en
celosas arengas “contra el entusiasmo y el fanatismo” (Testimonios para los ministros,
80).
Jesús conoce nuestra naturaleza humana, pues él mismo la comparte aún. Es una
Persona. Conoce también el respeto propio. En 1888 se acercó mucho a nosotros.
“Ninguno de entre nosotros es capaz de imaginar lo que podría haber sido” el
maravilloso día que habría seguido si hubiésemos andado con él en la gloriosa luz
procedente del Cielo. Frecuentemente hablamos de 1844 como nuestro “gran chasco”.
Pero en 1888 tuvo lugar su gran chasco, proporcional a la inmensidad de su amor hacia
nosotros. Despreciamos la intimidad de ese amor. ¿Nos habría de extrañar que no nos
lo impusiera a la fuerza?
89
Manuscript Releases, 112-113; The Ellen G. White 1888 Materials, 1030-
1031).
El testimonio de Ellen White pone en acción nuestra fe una vez más. Pero necesitamos
comprender la realidad. Los corazones humanos jugaron con el tierno amor de Aquel
que dio su sangre por nosotros. Finalmente, en “muchos” de los dirigentes, dicho juego
acabó por convertirse en lo que Ellen White no tuvo más remedio que llamar “odio”.
Siete años después de Minneapolis, dijo a aquellos “muchos”:
El Cielo sintió “indignación” (Testimonios para los ministros, 76). Eso encierra un íntimo
agravio personal que es único en la historia sagrada moderna, y quizá en toda la historia.
Evoca los profundos lamentos de Jeremías y Oseas en el pasado. Ellen White declaró en
Minneapolis:
Todo el universo celestial fue testigo del trato vergonzoso que se dio a
Jesucristo, representado por el Espíritu Santo. Si Cristo hubiese estado ante
ellos, lo habrían tratado de forma similar a como lo hicieron los judíos
(Special Testimonies, Serie A, nº 6, 19-20; The Ellen G. White 1888 Materials,
1478-1479).
Es muy triste registrar palabras como esas, pero siendo sinceros no podemos negarnos
a afrontar lo que implican. Lo que “el Vigilante celestial” escribió, debiera estar también
90
“escrito en el libro de [nuestra] memoria”. Podemos vernos en aquellos queridos
hermanos de hace un siglo, pues tal es nuestra condición, excepto que la gracia de Dios
nos salve de ello.
La actitud de nuestros dirigentes ante el apoyo que dio Ellen White al mensaje de 1888,
fue similar a la forma en que el antiguo Israel y Judá trató a profetas como Elías o
Jeremías. Obsérvense los comentarios directos de la profetisa poco después de la
asamblea de Minneapolis:
Desde que dejé la costa del Pacífico no he tenido tiempos nada fáciles.
Nuestra primera reunión no se pareció a ningún otro encuentro de la
Asociación General al que haya asistido... Se ignoró mi testimonio, y jamás
en toda la experiencia de mi vida se me había tratado como en aquella
reunión [de 1888] (Carta 7, 9 diciembre 1888; The Ellen G. White 1888
Materials, 187).
En la reunión del jueves por la mañana [en Ottawa, Kansas] referí algunas
cosas relativas al encuentro de Minneapolis...
Dios me dio alimento para el pueblo en el tiempo oportuno, pero rehusaron
recibirlo debido a que no vino exactamente de la forma y manera en que
querían que viniese. Los pastores Jones y Waggoner presentaron preciosa
luz al pueblo, pero el prejuicio y la incredulidad, los celos y las conjeturas
maliciosas cerraron las puertas de sus corazones, impidiendo la entrada de
todo cuanto tuviera aquella procedencia...
Sucedió lo mismo en la traición, juicio y crucifixión de Jesús; todo eso había
pasado ante mí punto por punto, y el espíritu satánico tomó el control y se
movió con poder sobre los corazones humanos que se habían entregado a
91
las dudas, amargura, ira y odio. Todo eso prevaleció en aquel encuentro
[Minneapolis]...
Fui llevada a la casa en donde se alojaban nuestros hermanos, y abundaba
la conversación y los sentimientos agitados, junto a algunos comentarios
perspicaces y supuestamente agudos e ingeniosos. Se caricaturizaba y
ridiculizaba a los siervos que el Señor envió, y se los presentaba bajo una luz
ridícula. Me llegó el turno en sus comentarios, y la obra que Dios me había
encomendado fue cualquier cosa menos halagada. Se citaba mucho el
nombre de Willie White, y se lo denunciaba y ridiculizaba, así como los
nombres de los pastores Jones y Waggoner (Carta 14, 1889; 11 Manuscript
Releases, 233; 12 Manuscript Releases, 15; The Ellen G. White 1888
Materials, 310; original sin cursivas).
No sería justo caracterizar como “emocional” la reacción de Ellen White, así como
tampoco la de Jones y Waggoner; pero los tres eran seres humanos con corazones
susceptibles a la afrenta. Los tres sintieron pena y dolor, así como los profetas de antaño.
Ellen White lo percibió en particular como una premonición de la persecución final de
los santos. De hecho, empleó el término “persecución” para describir la actitud de
dirigentes hacia los mensajeros de 1888 (General Conference Daily Bulletin 1893, 184).
Por otro lado, para los hermanos sinceros de aquella época resultaba chocante que Ellen
White estuviera apoyando a dos jóvenes aparentemente deficientes, en contra del juicio
sereno e imperturbable de casi todos los pastores y administradores de la clase
dirigente. Ante la necesidad de “equilibrio”, ¿por qué apoyaba a los aparentemente
desequilibrados? ¿Por qué estaba comparando la reacción de los hermanos contra el
mensaje de Jones y Waggoner, con la reacción de los judíos contra Cristo?
Se nos lleva así a los pies de la cruz de Cristo. Ahí está la misteriosa frontera continental
en el adventismo, donde la fe y la incredulidad toman sus caminos divergentes. De entre
todos los seres humanos, el ministro del evangelio o el administrador es quien afronta
la tentación más insidiosa a ser indulgente con el amor al yo en su disfraz sutil. A menos
que contemple esa maravillosa cruz y renuncie totalmente a su orgullo personal y
profesional, se encontrará resistiendo de forma inconsciente el ágape allí revelado. En
El progreso del peregrino, John Bunyan se refirió a la existencia de una senda que
conduce al infierno, cuyo punto de partida es muy próximo a la entrada misma al cielo.
La Sra. White [no] apoyaba las ideas propuestas por el pastor Waggoner con
respecto a Gálatas... Parecía incluso tener el presentimiento de que los dos
hombres que tanto destacaban en aquella época podrían desviarse con
posterioridad, debido a las posiciones extremas que mantenían en ciertos
puntos (Christian, op. cit., 232).
Las observaciones que hizo Ellen White no iban dirigidas contra supuestas “posiciones
extremas” que Waggoner hubiera tomado. Lejos de acusarlo de ser radical o extremista,
la implicación de algún comentario de Ellen White es que algunos de sus puntos de vista
eran inmaduros, que carecían de “perfección”. Según el plan de Dios, esa inmadurez
debía ser superada mediante un cuidadoso “cavar en las minas de Dios en busca del
preciado oro”. La luz que brilló en 1888 era sólo el “comienzo” de la luz que había de
93
alumbrar toda la tierra con la gloria del Señor. Esa luz gloriosa comenzó a brillar
mediante canales imperfectos, pero divinamente escogidos.
Nota: Si bien Ellen White no tomó en 1888 una postura decidida sobre “la ley en
Gálatas”, lo hizo hacia 1896. ¡Waggoner había tenido razón todo el tiempo! “El
Espíritu Santo está hablando especialmente de la ley moral en este texto, mediante
el apóstol” (1 Mensajes selectos, 275).
No era el plan de Dios que fueran sólo uno o dos jóvenes quienes realizaran toda la
excavación. Otras mentes más maduras debían sumarse al proceso, si estaban
dispuestas a
recibir todo rayo de la luz que Dios envíe... aunque venga por medio del más
humilde de sus siervos (Ms. 15, 1888; The Ellen G. White 1888 Materials,
163).
El evangelio eterno debía desarrollarse en sus días hasta convertirse en un todo maduro
y completo, capaz de alumbrar la tierra con la gloria de la verdad.
De ser ese el propósito de Dios, es razonable que las posiciones tanto de Waggoner
como de Jones no fuesen perfectas o maduras en ese estado inicial de desarrollo. Su
cometido era especialmente estimular a sus hermanos a la búsqueda del tesoro eterno.
Las mismas imperfecciones e inmadurez de sus puntos de vista debían haber suscitado
la cooperación entusiasta de sus hermanos. Si aquellos dos jóvenes hubieran captado
toda la luz en su perfección, ¿dónde quedaría el gozo de sus hermanos en el gratificante
proceso del descubrimiento? Dios, en su infinita misericordia, los haría participantes de
tal avance.
Fue ese privilegio lleno de gracia el que despreciaron los hermanos, atribuyendo a los
precursores dedicados a la búsqueda de los ocultos filones de la verdad el carácter de
“fanáticos” y “extremistas”. Sugerir que los mensajeros -aun en Minneapolis- fuesen
inestables, peligrosamente a punto de “descarriar”, sosteniendo “puntos de vista
extremos”, lanza una acusación injustificada sobre la propia Ellen White. ¿No habría
hecho gala de una monumental ingenuidad al apoyar a aquellos jóvenes mensajeros, si
eran tan indignos de confianza?
Por supuesto, no todos los hermanos se opusieron a Ellen White de ese modo. Pero
brillaba por su ausencia un apoyo decidido hacia ella. La humilde mensajera del Señor
comprendió lo que estaba sucediendo en Minneapolis. Las abundantes bendiciones de
la lluvia tardía propiciaron que la actitud de quienes habían sido hasta entonces sus
amigos cambiase para mal:
95
Dios no me ha llamado con el propósito de que atraviese la planicie para
hablaros, y vosotros os paréis a cuestionar su mensaje y os preguntéis si la
hermana White es la misma que venía siendo en los años precedentes…
Entonces reconocisteis que la hermana White tenía razón. Pero de alguna
forma eso ha cambiado ahora, y la hermana White es diferente. Justamente
como la nación judía (Ms. 9, 1888; The Ellen G. White 1888 Materials, 152-
153; Olson, 292).
Era tal la determinación de quienes se oponían a Ellen White tras 1888, que la Asociación
General la exilió virtualmente en Australia. Aun siendo cierto que el Señor hizo que su
estancia en aquel continente revirtiera en el bien de su causa, nunca fue su voluntad
que en aquel tiempo se enviara allá a Ellen White. Ella misma declaró que era la voluntad
del Señor que el inspirado trío permaneciese reunido en América, peleando la buena
batalla hasta obtener la victoria. Sus propios escritos indican que los hermanos
dirigentes procuraban librarse tanto de Ellen White como de Waggoner.
Es bien sabido que Ellen White fue a Australia exclusivamente porque la Asociación
General así lo decidió (¡un ejemplo encomiable de cooperación con la dirección de la
Iglesia, por parte de la mensajera del Señor!) En 1896 escribió con mucha franqueza al
presidente de la Asociación General:
Los que pretenden que los dirigentes de la Iglesia aceptaron el mensaje de 1888, pueden
interpretar los años que Ellen White pasó en Australia en términos de cooperación de la
Asociación General con el Espíritu Santo. Es cierto que Ellen White tuvo la oportunidad
de escribir cartas positivas a “casa”. Pero privar a Norteamérica de su ministerio
personal en aquel momento crítico tuvo por resultado “en gran medida” la derrota del
comienzo del mensaje del fuerte pregón.
Un año antes de llegar a Australia Ellen White, abrió su corazón a J.S. Washburn, un
joven pastor. Como Jeremías, escribió una carta casi desde la desesperación. Obsérvese
la vívida descripción que hizo del clima prevaleciente en Battle Creek:
97
Asisto a reuniones en las pequeñas iglesias, pero siento que no tengo fuerzas
para servir con la Iglesia que ha tenido mi testimonio de forma tan
abundante. A quienes han tomado posición contra mi mensaje, sin hacer
movimiento alguno para cambiar su postura de resistencia a pesar de todo
lo que el Señor me ha encargado que diga en demostración del Espíritu y de
poder, no tengo esperanza alguna de poder ayudarles con ninguna otra
palabra que pudiera añadir. Han resistido los llamados del Espíritu de Dios.
No albergo esperanza de que el Señor tenga en reserva algún poder capaz
de quebrantar su resistencia; los dejo en manos de Dios, y a menos que el
Señor me emplace inequívocamente a hablar en el tabernáculo [de Battle
Creek], no voy a intentar decir nada hasta que aquellos que han tomado
parte en obstaculizar mi camino lo despejen… no tengo fuerzas para
contender con el espíritu, resistencia, dudas e incredulidad con que han
blindado sus almas, de forma que no vean cuando viene el bien [Jer 17:6].
Me siento mucho más libre hablando a incrédulos. Demuestran interés...
Hablar a hombres en puestos de responsabilidad allí donde ha brillado gran
luz, es lo más duro de este mundo. Se les ha enviado luz, pero han preferido
las tinieblas…
Puede estar seguro de que tengo un gran pesar en mi corazón… Aún está
por ver cómo va a terminar esta obstinada incredulidad (Carta W32, 1890;
The Ellen G. White 1888 Materials, 709-710).
Debido a que los hechos de nuestra historia de 1888 han sido tan malinterpretados,
nuestra actitud contemporánea sigue estando aún caracterizada por una falta de
aprecio hacia la obra de Jones y Waggoner. Parecemos seguir temiendo que su mensaje
pudiera llevarnos al fanatismo. Seguimos presos de la falsa suposición de que desvió a
los dos mensajeros, ocasionando que apostataran. Por tanto tiempo como sigamos
pensando así, en caso de que el Señor envíe más perlas de verdad ante nosotros, lo
único que podremos hacer es reaccionar ante ese mensaje como lo hizo la oposición en
la era de 1888.
se presentará la cruz y toda mente que fue cegada por la transgresión verá
su verdadero significado. Ante la visión del Calvario con su Víctima
misteriosa, los pecadores quedarán condenados (El Deseado de todas las
gentes, 40).
¿No sería una bendición el que pudiéramos ver hoy esa cruz, antes que sea demasiado
tarde?
El Espíritu Santo capacita al creyente sincero a fin de que pueda verse reflejado en los
antiguos personajes de la Biblia. Puede igualmente capacitarnos para que nos veamos
en nuestros antepasados de hace un siglo. No somos de forma innata mejores que ellos.
El Espíritu Santo nos puede curar del tipo de ceguera que permite ver el mal solamente
cuando es suficientemente remoto y distante en el pasado, mientras que fallamos en
reconocerlo cuando se encuentra entre nosotros. La Palabra de Dios siempre ha sido
fiel.
99
Nos acercamos al final de la controversia entre el Príncipe de la luz y el de
las tinieblas, y los engaños del enemigo van a poner pronto a prueba qué
tipo de fe es la que tenemos (Review and Herald, 29 noviembre 1892).
Conclusión
Las buenas nuevas consisten en que el Cielo ha estado todo el tiempo más dispuesto de
lo que suponíamos a conceder el derramamiento final del Espíritu de Dios. Es solamente
nuestra continua resistencia, a menudo inconsciente, la que ha impedido por más de un
siglo el derramamiento del Don, por más que hayamos orado pidiéndolo.
100
Capítulo 7
(índice)
Las confesiones que hicieron después de 1888 los que se opusieron al mensaje están
rodeadas de misterio. Llegó el tiempo de la lluvia tardía y el fuerte pregón, y
retrocedimos ante nuestra gran oportunidad. También Israel llegó a los límites de la
tierra prometida, para retroceder entonces.
El arrepentimiento profundo y genuino es una rara virtud. Pero a la luz del sacrificio de
Cristo, no se trata de algo imposible. Por otra parte, hay cierto tipo de confesiones que
son tan superficiales como la de Esaú o la del rey Saúl. Ambos reconocieron errores y
ambos derramaron lágrimas, pero ninguno de ellos alcanzó el arrepentimiento que logra
restaurar lo que se había perdido.
Una pluma inspirada indica que esa fue la naturaleza de las confesiones hechas después
de 1888 por los dirigentes más influyentes que habían rechazado inicialmente el
mensaje.
Pero las opiniones ampliamente publicadas en nuestros días sostienen que la mayoría
de los hermanos que se opusieron en Minneapolis rectificaron su error, hicieron
101
humildes y profundas confesiones, se arrepintieron cabalmente y a partir de entonces
predicaron “con poder” el mensaje de 1888.
(2) Hay evidencia de que los más preminentes e influyentes de entre quienes hicieron
confesión, actuaron con posterioridad contrariamente a sus confesiones.
(3) Difícilmente puede hablarse de reconciliación franca, sincera, que llevara a una unión
fraternal con A.T. Jones y E.J. Waggoner o a la aceptación de su mensaje, ya que fue
después de las confesiones cuando Ellen White fue exiliada a Australia y Waggoner a
Inglaterra [y bajo una presidencia distinta a la de G.I. Butler]. En fecha tan tardía como
1903, los pastores G.I. Butler y J.N. Loughborough, en la asamblea de la Asociación
General, representaron de forma incorrecta la verdadera posición [de Jones y
Waggoner] ante sus protestas verbales (ver capítulo 10).
(4) El tema en discusión no es la salvación personal de las almas de los pastores que se
opusieron. Pero no hay evidencia alguna de que se arrepintieran de haber sofocado el
derramamiento del Espíritu Santo en la lluvia tardía, o de haber suprimido la luz del
fuerte pregón manteniéndola “en gran medida” lejos del mundo y de la Iglesia. Por lo
tanto, consecuentemente a la rebelión de Minneapolis fue inevitable que la
proclamación a nivel mundial del mensaje del fuerte pregón resultara pospuesta
indefinidamente.
(5) Con excepción de W.W. Prescott, no hay evidencia de que ninguno de quienes
hicieron confesión recuperara la esencia del mensaje de 1888 hasta el punto de ser
capaz de proclamarlo (Saulo de Tarso se arrepintió tan completamente como para poder
predicar ya siempre a partir de entonces el evangelio con poder). N. Pease afirma que al
darse el cambio del siglo XIX al XX, ninguno de quienes inicialmente rechazaron el
mensaje de 1888 estaba proclamándolo eficazmente:
102
evangelio en la proclamación del “preciosísimo mensaje”, lo que habría reavivado
profundamente la Iglesia y alumbrado la tierra con su gloria (Apoc 18:1). Pero el 5 de
noviembre de 1892 Ellen White tuvo que reconocer que “ni uno solo” de los que
originalmente rechazaron el mensaje había recuperado lo que perdió por su
incredulidad precedente (Carta B2a, 1892):
Otra declaración, en Captains of Host, apoya la teoría de que las confesiones revirtieron
realmente la oposición de 1888:
En The Fruitage of Spiritual Gifts no se hace mención alguna a las confesiones, puesto
que el autor asume que en general el mensaje de 1888 fue bien recibido desde el inicio,
en la propia asamblea de Minneapolis.
Teoría problemática
(1) ¿Dónde está la evidencia de que el mensaje y la luz de 1888 fueron recuperados y
proclamados a nuestro pueblo de forma clara y poderosa por los mismos hermanos
arrepentidos? ¿Dónde está la evidencia de que la oposición cesó, más bien que
convertirse en subterránea?
(2) ¿Por qué no se concluyó la “obra” poco tiempo después de haber tenido lugar las
confesiones y arrepentimiento? La oposición en Minneapolis asfixió el fuerte pregón;
lógicamente un arrepentimiento apropiado tendría que haberlo restaurado.
(3) ¿Cómo explicar las persistentes y numerosas declaraciones de Ellen White en época
tan tardía como el año 1901, a propósito de que los dirigentes tergiversaban y se
oponían continuamente al mensaje? Reproducimos una de ellas, en la que destaca la
ausencia de reforma genuina que sigue siempre al arrepentimiento:
104
asamblea… Los hermanos asintieron a la luz dada, pero… no se actuó de
acuerdo con ella. Hubo asentimiento, pero no se hizo ningún cambio especial
que llevara a un estado de cosas que hiciera posible la revelación del poder
de Dios entre su pueblo. Se ha hecho el mismo reconocimiento año tras
año… Me maravilla que disfrutemos hoy de una prosperidad como la
presente. Es debido a la gran misericordia de Dios, no debido a nuestra
rectitud, sino a fin de que su nombre no sea deshonrado ante el mundo
(General Conference Daily Bulletin 3 abril 1901, 23; The Ellen G. White 1888
Materials, 1743; original sin cursivas).
Muchos que han estado más o menos fuera de la senda desde el encuentro
de Minneapolis, serán llevados al orden (ibid., 205; The Ellen G. White 1888
Materials, 1751).
Uno de los mensajes proféticos más conmovedores de Ellen White es su testimonio ‘Lo
que pudo haber sido’ (5 enero 1903; 8 Testimonios, 111-113). El magnífico
arrepentimiento que nuestros historiadores afirman que tuvo lugar, resulta ser sólo un
sueño: “Esto es lo que pudo haber sido” y no fue.
Es sabido que Uriah Smith fue uno de los mayores opositores al mensaje. Como redactor
de Review and Herald, y con su bien ganado prestigio como autor destacado, podía
haber ejercido la más poderosa influencia a favor del mensaje. Sus razonamientos
lógicos e incisivos estimulaban las mentes reflexivas. Ese hermano capaz y dedicado
manejaba la pluma más poderosa en Battle Creek, y podía haber contribuido a alumbrar
la tierra con la gloria de la verdad llevada a su madurez. El Espíritu Santo podía haber
empleado al autor de Thoughts on Daniel and the Revelation si su corazón y mente
brillante se hubiesen aprestado a la feliz tarea.
El Pastor Uriah Smith pensaba que era mejor que no se lo invitara [a A.T.
Jones] a hablar, pues sostenía posiciones muy tajantes. Se tomaron las
medidas para excluirlo de la escuela [de Battle Creek] (Ms. 16, 1889; The
Ellen G. White 1888 Materials, 258-259).
105
Nota: Fue sólo la influencia de Ellen White, la que aseguró a A.T. Jones el púlpito y el aula.
W.W. Prescott se unió a Uriah Smith para negar el púlpito a Jones en Battle Creek.
Los esfuerzos por ayudar a Smith no lograron más que aumentar su obstinación. Durante
mucho tiempo no hubo “reflexiones sensatas” capaces de hacerle cambiar de opinión.
Finalmente, después de estar en “la obligación de creer” (Testimonios para los ministros,
466), el pastor Smith iba a la deriva sin ancla, y estaba en peligro de perderse:
Tengo gran pena de corazón. Sé que Satanás está procurando dominar a las
personas… Hombres como el pastor Smith van a endurecer sus corazones a
menos que disciernan y se conviertan. Los hay que miran al pastor Smith,
pensando que un hombre a quien le ha sido dada tanta luz sabrá discernir
cuando venga el bien, y reconocerá la verdad. Pero se me ha mostrado que
en el carácter del pastor Smith existe un orgullo y obstinación que jamás han
sido puestos en plena sujeción al Espíritu de Dios. Su experiencia religiosa ha
sido echada a perder una y otra vez por su determinación a no confesar sus
errores, sino a pasarlos por alto y olvidarlos. Los hombres pueden acariciar
ese pecado hasta que deja de haber perdón para ellos (Diario, 10 junio 1890,
Battle Creek; The Ellen G. White 1888 Materials, 573).
106
Estas solemnes palabras evidencian el amor cristiano que Ellen White tenía hacia U.
Smith. A la luz de la eternidad es más codiciable la verdad que el autoengaño. En otras
declaraciones podemos apreciar la gravedad que había alcanzado la situación:
El diablo ha estado obrando durante un año para borrar todas esas ideas [el
mensaje de 1888 de la justicia de Cristo]… ¿Por cuánto tiempo se van a
mantener en contra de Dios los que están en el corazón de la obra? ¿Por
cuánto tiempo van a apoyarlos los de aquí en ese proceder? Hermanos,
apartaos y despejad camino. Quitad vuestra mano del arca de Dios y dejad
que venga el Espíritu de Dios y obre poderosamente (Ms. 9, 1890; The Ellen
G. White 1888 Materials, 543).
Usted [Uriah Smith] ha fortalecido las manos y las mentes de hombres como
Larson, Porter, Dan Jones, Eldridge, Morrison y Nicola, y de muchos otros a
través de ellos. Todos lo citan a usted, y el enemigo de toda justicia lo
observa complacido… En el caso de que recuperara su fe, ¿cómo podría
borrar las impresiones de incredulidad que ha sembrado en otras mentes?
No se esfuerce tanto en realizar la obra misma que está haciendo Satanás.
Dicha obra se efectuó en Minneapolis. Triunfó Satanás (Carta 59, 1890; The
Ellen G. White 1888 Materials, 599 y 603-604).
Cuando Ellen White trató de ayudarlo, él respondió escribiéndole “una carta en la que
acusaba al pastor Jones de demoler los pilares de nuestra fe” (Carta 73, 1890; ver nota
adicional, capítulo cuatro). Finalmente, tras haber comenzado el nuevo año de 1891,
confesó ante sus hermanos y pidió perdón a la Sra. White por su actitud equivocada. Eso
fue bueno. Smith era un hombre sincero. Nuestra Seventh-Day Adventist Encyclopedia
admite su oposición inicial al “nuevo énfasis sobre la justicia por la fe”, pero acredita su
confesión como restaurándolo a la “plena armonía” (página 1201). Desgraciadamente,
tal no sería el caso.
107
El pastor Smith había tenido previamente experiencias parecidas. En ocasiones su fe en
la obra de Ellen White no fue muy sólida, y propagaba su incredulidad a otros. Sus cartas
difícilmente pudieron ejercer otra influencia que no fuera llevar a D.M. Canright a
cuestionar la inspiración de Ellen White (ver, por ejemplo, las cartas de Uriah Smith a
Canright escritas el 22 de marzo, 6 de abril, 31 de julio, 7 de agosto y 2 de octubre de
1883). Un pequeño empujón bastaría para hacer que se hundiera alguien que a duras
penas estaba logrando mantenerse a flote.
Algo se malogró
Los hermanos asintieron a la luz que Dios había dado, pero hubo quienes
estaban relacionados con nuestras instituciones, especialmente la dirección
de Review and Herald y la Asociación [General], que introdujeron elementos
de incredulidad, de forma que no se actuó de acuerdo con la luz dada
(General Conference Daily Bulletin 3 abril 1901, 23; The Ellen G. White 1888
Materials, 1743; original sin cursivas).
Después que Uriah Smith hubo confesado, Ellen White le animó a que viera las cosas en
la luz correcta. La profetisa sabía que Smith no estaba dando a la trompeta un sonido
certero en la Review. Más de un año tras su confesión, Ellen White le escribió en un tono
de advertencia y consejo, afirmando claramente que había retornado a su anterior
postura de oposición:
La mensajera del Señor no parecía tan complacida, pues era consciente de una grave
detención de la obra en nuestras propias filas en el presente, así como del amenazante
fantasma de un prolongado retraso en el futuro. La historia ha demostrado que el
artículo editorial del pastor Smith fue un juicio superficial y errado. Así lo manifestó la
propia Ellen White ya en aquel tiempo:
El descaminado redactor seguía vez tras vez una línea de pensamiento diametralmente
opuesta a la verdad presente, una línea en oposición a la justicia de Cristo resonando en
el comienzo del fuerte pregón. Su oposición era frecuentemente confrontada de forma
dramática por artículos de Ellen White u otros, escritos como aparentes coincidencias.
Hay que decir en su favor que Smith los publicaba. El control editorial era menos severo
en aquellos días que en los nuestros. Pero su mentalidad estaba bien determinada.
En fecha tan tardía como 1892, tiempo después de la confesión del redactor, Ellen White
le escribió así:
109
La posición que tomó al principio con respecto al mensaje y al mensajero le
ha venido siendo un continuo lazo y una piedra de tropiezo... Aquella
pérdida continúa siendo aún su pérdida (Carta S24, 1892; 15 Manuscript
Releases, 92; The Ellen G. White 1888 Materials, 1052).
Por toda apariencia, el pastor Smith ignoraba que desde que el séptimo ángel comenzó
a tocar la trompeta en 1844, “el tiempo decidido por el Señor” ha sido y es siempre
ahora. “El tiempo no será más” (Apoc 10:6). Sólo una semana después apareció un
artículo de Ellen White rebatiendo el espíritu de ese confuso artículo editorial. También
S.N. Haskell envió pronto un ferviente artículo opuesto al tono de “paz y seguridad” del
escrito del redactor (26 julio, 1892). Y también el presidente Olsen quiso refutar al editor
en las propias columnas de la revista de la que Smith era jefe de redacción:
Hemos estado hablando por mucho tiempo del fuerte pregón del mensaje
del tercer ángel… ¿Ha llegado el tiempo de que se oiga ese fuerte pregón?...
Hermanos, ciertamente ha llegado el tiempo… No esperéis que venga en el
futuro; no lo esperéis en algún otro lugar; daos cuenta de que está aquí, con
lo que eso significa (Olsen, Review and Herald, 8 noviembre 1892).
110
A propósito de una ceguera tal en reconocer la obra de Dios, Ellen White escribió:
Esa política editorial y ese tipo de mentalidad llevaron a un resultado indeseado. Una
vez pasado el efecto emocional de su confesión, U. Smith volvió a su anterior oposición
y ceguera desentendida.
En el mismo número se puede leer una tibia admisión editorial de haber podido estar
retardando la obra, aunque dista de ser categórica. Citamos la declaración porque su
actitud de “dejar hacer” calvinista es extremadamente popular entre muchos
adventistas en estos últimos años, quienes sostienen que el pueblo de Dios no puede ni
apresurar ni retardar el retorno de Cristo:
¿Cuán distinta habría podido ser la situación si todos hubieran obrado con
mayor fervor y celeridad en la causa? –No lo podemos saber…
Pero por más que hayamos podido retrasar la obra, no está en nuestro poder
el detener su progreso ni impedir su consumación final. La obra del Señor
será realizada en los límites de tiempo que él ha establecido (Smith, Review
and Herald, 6 diciembre 1892).
111
iglesia de Prahran (Australia), comunicó su perplejidad a Ellen White, quien narró así el
incidente:
[Foster] vio en Review el artículo del hermano A.T. Jones sobre la imagen de
la bestia, y luego el del pastor Smith presentando la posición contraria.
Quedó perplejo y confundido. Había recibido gran luz y ánimo leyendo
artículos de los hermanos Jones y Waggoner; pero aquí estaba uno de los
obreros veteranos, uno que había escrito muchos de nuestros libros básicos,
y a quien creíamos instruido por Dios, que parecía estar en conflicto con el
hermano Jones. ¿Qué podía significar todo eso? ¿Estaba equivocado el
hermano Jones? ¿Lo estaba el hermano Smith? ¿Quién tenía razón? Quedó
confundido…
Si antes de publicar el artículo del pastor Jones… el pastor Smith hubiera
intercambiado impresiones con él, expresando claramente que sus puntos
de vista diferían de los del hermano Jones, y que si se publicaba el artículo
en la Review él mismo habría de presentar la posición opuesta, el asunto
aparecería en una luz diferente a como lo hace ahora. Pero en este caso se
siguió el mismo curso de acción que en Minneapolis. Los que se oponían a
los hermanos Jones y Waggoner no manifestaron disposición a reunirse con
ellos como hermanos… Pero esta guerra ciega continúa… Sabemos que el
hermano Jones ha estado dando el mensaje para este tiempo, alimento en
el momento apropiado para el hambriento rebaño de Dios…
La asamblea de Minneapolis fue la oportunidad de oro para que todos los
presentes humillaran su corazón ante Dios y acogieran a Jesús como al gran
Instructor; pero la postura que algunos tomaron en el encuentro ha
significado su ruina. Desde entonces no han vuelto ya nunca más a ver con
claridad, y no lo volverán a hacer, puesto que de forma persistente albergan
el espíritu que allí prevaleció: un espíritu maligno, de crítica, denunciatorio…
En el juicio se les preguntará: “¿Quién requirió de vosotros que os
levantaseis contra el mensaje y los mensajeros que yo envié a mi pueblo?...
¿Por qué impedisteis el camino con vuestro propio espíritu perverso? Y más
tarde, al acumularse una evidencia tras otra, ¿por qué no humillasteis
vuestros corazones ante Dios, arrepintiéndoos de vuestro rechazo al
mensaje de misericordia que él os envió?” (Carta, 9 junio 1893; 15
Manuscript Releases, 295-302; The Ellen G. White 1888 Materials, 1119-
1126; original sin cursivas).
Conclusión
Lo anterior no implica que la obra de toda una vida de esos queridos hermanos
constituyera un fracaso. Pero emplearon su influencia para rechazar el comienzo de la
lluvia tardía, y contribuyeron así a retardar por largos años la conclusión de la obra de
Dios.
Incluso después de finales de siglo, el pastor Smith sostuvo enfáticamente que nunca
había cambiado su opinión respecto a 1888. Fue un notable prototipo de los adventistas
ultraconservadores e incrédulos de hoy día.
Hay una confesión a la que A.T. Jones hizo mención al final de sus días:
Hay que decir en descargo del hermano J.H. Morrison, que rompió todo
vínculo con esa oposición y se entregó en cuerpo, alma y espíritu a la verdad
y bendición de la justicia por la fe, en una de las confesiones más nobles y
elevadas que jamás haya oído (Carta a C.E. Holmes, 12 mayo, 1921).
Más adelante en la misma carta, Jones afirma en referencia al resto, que su cambio de
corazón “fue sólo aparente, nunca real, ya que todo el tiempo en el consejo de la
Asociación General y entre otros, estuvo constantemente en acción un secreto
antagonismo”.
113
No hay oposición más difícil de enfrentar, que aquella que se manifiesta de forma
soterrada. Las confesiones habidas tras Minneapolis tuvieron por efecto sumergir el
espíritu de incredulidad bajo la superficie visible.
Es así como hemos podido llegar a asumir en total sinceridad que somos ricos como
pueblo, mediante nuestra “contribución” -en 1888- al adventismo, y de que nos hemos
enriquecido en la comprensión de la justicia por la fe, de modo que todo cuanto
necesitamos es más dinero, mejores estrategias y recursos tecnológicos para propagar
la comprensión actual de nuestras creencias.
Son evidentes los síntomas de nuestra neurosis denominacional, y las causas yacen
sepultadas en una profunda antipatía hacia la luz que en 1888 brilló sobre nuestro
camino, reflejando la verdadera Luz que alumbra a todo hombre que viene a este
mundo. Nuestra única solución es la expiación final, la reconciliación final con Cristo.
(1) En ciertos puntos clave, nuestras posiciones oficiales sobre la justicia por la fe son
hoy idénticas a las de la oposición al mensaje de 1888. La enseñanza real del mensaje
ocupa un lugar peor que discreto en nuestras exposiciones actuales.
(2) De forma paralela con nuestras concepciones equivocadas del mensaje, se abre
camino la posición inusitadamente optimista del “impulso” y “celeridad” con que la obra
avanza supuestamente hoy, cuando en realidad dicha obra está siendo retardada por
nuestra profunda incredulidad de corazón. Los informes estadísticos nos confunden.
(3) Nuestra confusión relativa a la justicia por la fe da lugar a una suerte de transgresión
“continua” de principios que Dios confió a la Iglesia remanente para la administración
de nuestra obra médica, educacional, publicadora y evangelística.
(4) La auténtica purificación del santuario celestial requiere una obra complementaria
en nuestros corazones. Debe haber una purificación de las raíces ocultas, escondidas y
subterráneas que nos separan de Cristo. Estamos más necesitados de una luz que
exponga esta realidad y de una terapia espiritual apropiada, que de incrementar los
recursos tecnológicos a fin de propagar nuestra “fe” actual.
114
Dicho de otro modo: el poder del que estamos necesitados consiste en luz, y la
consecuencia natural de haberla obtenido será la consumación de la comisión
evangélica. La comprensión veraz de la historia de 1888 propicia el diagnóstico, y la
verdadera comprensión del evangelio de la cruz, la terapia.
115
116
Capítulo 8
(índice)
Desde el principio del instituto y la asamblea, el mensaje de 1888 fue el tema principal.
Unos meses antes aparecía en la Review (22 noviembre 1892) la hoy célebre declaración
a propósito de que constituyó realmente el “comienzo” del fuerte pregón. Esa
declaración cayó como una bomba. Varios de los predicadores pudieron hablar de pocas
cosas más, aparte de ese asunto de importancia capital. Incluso algunos, en la distante
Australia, supieron lo que estaba ocurriendo. A.T. Jones informó en estos términos:
Recibí hace algún tiempo una carta del hermano Starr en Australia. Os leeré
dos o tres frases que vienen al punto en este momento de nuestro estudio:
“La hermana White afirma que hemos estado en el tiempo de la lluvia tardía
desde el encuentro de Minneapolis” (General Conference Daily Bulletin 1893
nº 16, 1, -377).
¿Podemos imaginar la agitación que causó? Es lógico que junto al tema de la recepción
del mensaje de 1888 aflorara el bendito pensamiento del pronto regreso de Cristo.
Desde el clamor de media noche de 1844 no se había visto un gozo tan solemne
avivando los corazones de los creyentes:
Sabían que, en su misericordia, el Señor no retiraría la lluvia tardía hasta haberles dado
una oportunidad razonable de responder. Eso requeriría al menos algunos años después
de 1888. Las palabras siguientes, citadas en la asamblea, expresan ese principio de
equidad y paciencia divinas:
117
Dios probará a los suyos. Jesús los soporta pacientemente y no los vomita
de su boca en un momento. Dijo el ángel: “Dios está pesando a su pueblo”.
Si el mensaje hubiese sido de corta duración como muchos de nosotros
suponíamos, no habría habido tiempo para desarrollar el carácter. Muchos
actuaron por sentimientos, no por principios y fe, y este mensaje solemne y
terrible los conmovió… Dios… les da tiempo para que pase la excitación;
luego los prueba para ver si quieren obedecer el consejo del Testigo Fiel (1
Testimonios, 172; General Conference Daily Bulletin 1893, 179).
Diversos predicadores tuvieron el presentimiento de que la luz iba a ser retirada en caso
de que no se actuara de acuerdo con ella. Considerar con liviandad el ofrecimiento
celestial significaría perderlo. Pocos meses antes de la asamblea de 1893, Ellen White
escribió:
Ellen White había advertido en Minneapolis que la negligencia hacia la luz que entonces
brillaba acabaría en tragedia. El problema no era meramente la salvación personal de
individuos que habían rechazado el mensaje. Sobre la Iglesia gravitaba
corporativamente el asunto escatológico de la lluvia tardía y el fuerte pregón:
Quiero deciros aquí cuán terrible es, cuando Dios da luz y hace que
impresione vuestro corazón y espíritu… Dios retirará su Espíritu a menos que
se acepte su verdad (Ms. 8, 1888, Olson, 264; The Ellen G. White 1888
Materials, 124).
Era notable la expectación habida entre los hermanos reunidos en la asamblea de 1893.
El encuentro parecía cargado de solemnidad. Se percibía con tonos sobrecogedores la
necesidad de tomar una decisión crucial. De ella iba a depender el amanecer a una nueva
mañana, o bien el retorno a las tinieblas de la noche. Si Satanás lograba “que se
comprometan del lado equivocado, ha trazado sus planes para llevarlos a través de un
largo viaje”, declaró Ellen White al presidente Olsen (Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 105; The Ellen G. White 1888 Materials, 1023). No es difícil imaginar la tensión
reinante en aquel encuentro:
A.T. Jones reconoció aquella solemnidad sin precedentes, por lo que estaba en juego en
la asamblea. Obsérvese cómo su comprensión trascendía al concepto determinista
relativo a la supuesta voluntad soberana e irresistible de Dios (propio de la teología
calvinista):
En estos cuatro años [el Señor] ha estado procurando que recibamos la lluvia
tardía: ¿cuánto tiempo más va a esperar?...
Y lo cierto es que alguna cosa habremos de hacer… Tal es la temible situación
en este encuentro; eso es lo que lo hace sobrecogedor. El peligro es que haya
algunos aquí que se han opuesto a esto durante cuatro años, o quizá no por
tanto tiempo, que… dejarán ahora de recibirlo tal como el Señor lo da, y
serán dejados de lado. En este encuentro el Señor va a tomar una decisión;
de hecho, vamos a tomarla nosotros (A.T. Jones, General Conference Daily
Bulletin 1893 nº 16, 1, -377; original sin cursivas).
El presidente de la Asociación General, O.A. Olsen, sintió también que los delegados se
hallaban en un momento crucial:
La presencia de Dios está haciendo más y más solemne este lugar. Presiento
que nadie entre nosotros ha estado jamás en una reunión como esta. El
Señor está ciertamente viniendo muy cerca de nosotros y está revelando en
mayor profundidad cosas que hasta ahora no habíamos comprendido ni
apreciado tan plenamente...
Anoche tuve un sentimiento de gran solemnidad. El lugar se convirtió para
mí en grandioso debido a la proximidad de Dios, a la vista del solemne
testimonio que aquí se nos dio...
Algunos pueden sentirse atribulados por la alusión hecha a Minneapolis. Sé
que algunos se han sentido agraviados y afligidos debido a la referencia
hecha a ese encuentro, y a la situación que se dio allí. Pero téngase presente
que la única razón por la que alguien pudiera sentirse así es un espíritu
insumiso por su parte... El propio hecho de que uno se sienta agraviado,
delata al instante la semilla de la rebelión en el corazón (O.A. Olsen, General
Conference Daily Bulletin 1893, 188).
A menos que estéis alerta y preservéis vuestras vestiduras sin mancha del
mundo, Satanás se erguirá como vuestro capitán… Muchos rechazarán las
palabras que el Señor envió, mientras que se recibirán como luz y verdad las
palabras que los hombres puedan pronunciar. La sabiduría humana se
desviará de la negación del yo y de la consagración, e ingeniará muchas cosas
tendentes a dejar sin efecto los mensajes de Dios. No podemos tener
seguridad alguna dependiendo de los hombres que no están en estrecha
relación con Dios. Aceptan las opiniones de los hombres, pero son incapaces
119
de distinguir la voz del verdadero Pastor (General Conference Daily Bulletin
1893, 237).
El fracaso en aceptar la luz que trajeron los mensajeros de Dios en Minneapolis iba a
tener por resultado la aceptación de luz falsa traída por falsos mensajeros. Ellen White
declaró:
El mensaje de 1888 fue sin duda maná celestial. Podemos aprender lecciones del
simbolismo de antaño. Cuando Dios sirve ante nosotros un plato de comida, haremos
bien en comerlo al punto, porque el alimento vital y nutritivo se descompone más
rápidamente que el desvitalizado. Había peligro en dejar el maná de 1888 “para el otro
día”, debido a su previsible descomposición:
Jehová dijo a Moisés: -Mira, yo os haré llover pan del cielo. El pueblo saldrá
y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda
en mi ley o no…
Luego les dijo Moisés: -Ninguno deje nada de ello para mañana. Pero ellos
no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron algo para el otro día;
pero crió gusanos y apestaba (Éxodo 16:4 y 19-20).
120
La profetisa vislumbró ese formidable peligro ya en Minneapolis. Podemos apreciar aquí
un indicio del trágico fracaso posterior del mensaje y los mensajeros:
121
Quisiera suplicar a mis hermanos que se reunirán en la asamblea de la
Asociación General, que presten oído al mensaje dirigido a Laodicea. Qué
condición de ceguera es la suya. Este tema [el mensaje de 1888] os ha sido
presentado una y otra vez; pero la insatisfacción con vuestra condición
espiritual no ha sido lo suficientemente profunda y dolorosa como para
obrar una reforma... Sobre nuestras iglesias pesa la culpabilidad del
autoengaño. La vida religiosa de muchos es una mentira…
Tengo profunda congoja de corazón por ver con qué facilidad se critica una
palabra o acción de los pastores Jones o Waggoner… Dejad de acechar a
vuestros hermanos con sospechas… Hay muchos en el ministerio que no
tienen amor hacia Dios ni hacia sus semejantes. Están dormidos, y mientras
duermen Satanás siembra su cizaña (Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 108-109; The Ellen G. White 1888 Materials, 1026-1027).
Varios escritores han comparado la experiencia del antiguo Israel en Cades-Barnea con
nuestra historia de 1888. Pero no se ha reconocido que la asamblea de 1893 es el
equivalente moderno al intento de Israel después de Cades-Barnea, de subir y poseer la
“tierra prometida”. Israel se encontraba en el estado de falsa excitación y entusiasmo
propios de un arrepentimiento superficial, y la reedición moderna de eso mismo se
encuentra inconfundiblemente documentada en el propio Bulletin de 1893:
Más tarde, cuando fue evidente que el pueblo se había rebelado, el Señor se vio forzado
a decretar un retorno al desierto: “Así conoceréis mi castigo” (vers. 34). Pero Israel
suponía que su confesión superficial (“hemos pecado”, vers. 40), y su arrepentimiento
superficial (“el pueblo se enlutó mucho”, vers. 39) habían revocado la sentencia divina,
y que podían ahora conquistar a sus enemigos sin más demora.
En su entusiasmo interpretaron fuera de contexto el mensaje traído por los dos espías
fieles: “Jehová está con nosotros: no los temáis”. El pueblo presuponía que eso seguía
siendo cierto después de que su obstinada rebelión persistiera disimulada bajo un
arrepentimiento superficial. Creyendo que el Señor seguía estando con ellos -y sin
contrición- se dispusieron presuntuosamente a aquello que confiadamente pensaban
que iba a ser su experiencia del “fuerte pregón” en la conquista de Canaán.
Moisés intentó disuadirlos, haciéndoles ver que el mensaje dado por Caleb y Josué antes
de su rebelión ya había dejado de ser verdad presente: “No subáis, pues Jehová no está
en medio de vosotros”, les dijo (vers. 42).
122
El entusiasmo suscitado al final de la asamblea de la Asociación General de 1893 no
significó el “mayor éxito” en el mensaje de la justicia de Cristo que muchos han
supuesto, sino claramente una falsa excitación desprovista de verdadera contrición y
arrepentimiento. Nuestra historia ha demostrado que fue un fracaso, pues no hubo
fuerte pregón después de aquella reunión.
Los veinticuatro estudios de A.T. Jones sobre ‘El mensaje del tercer ángel’ no contienen
el más leve indicio que permita ver en él a una persona resentida, incisiva, combativa o
falta de cristianismo.
Leemos sus sermones sin encontrar evidencia alguna para las acusaciones de nuestros
historiadores, que lo presentan como siendo “escandaloso”, “ofrecía razón abundante
para el resentimiento”, era “polémico… protagonista”, “crítico”, suscitaba “rencores”
personales, era vanidoso o arrogante, hacía “declaraciones extremadas” o
“pronunciamientos místicos”. Nuestros autores inventaron esas ideas, o en el mejor de
los casos distorsionaron la verdad. Se ha publicado oficialmente falso testimonio
respecto a un humilde siervo a quien el Señor identificó como “su mensajero”.
Sus enseñanzas eran claras, sin inclinación alguna al misticismo o al extremismo. Si hoy
nos parecen de alguna forma fuera de lo común, es porque hemos venido empleado
espadas desafiladas por tanto tiempo, que la simple Palabra del Espíritu nos parece
extrañamente cortante.
Sus declaraciones con respecto a las obras fueron equilibradas. No fue sino hasta
después de esa asamblea (9 de abril) cuando Ellen White juzgó necesario advertirle
sobre potenciales declaraciones extremas relativas a la fe y las obras. Y es después de
esa carta de advertencia cuando Ellen White hizo las más enfáticas declaraciones de
apoyo a sus mensajes sobre la fe y las obras. Obsérvese su claridad y equilibrio en 1893:
Lo repetiré aún otra vez: el que cree en Jesucristo es el que hará una obra
plena y aceptable para él.
Leamos ahora esta palabra, y será la mejor conclusión para el tema de esta
noche. El Camino a Cristo, 71 [79 en edición original de 1892]: “El corazón
que más plenamente descansa en Cristo es el más ardiente y activo en el
trabajo para él”. Amén. [Congregación: “Amén”]. Nunca olvidéis eso. Jamás
penséis que aquel que decide reposar totalmente en Jesucristo es una
persona física o espiritualmente ociosa. Si su vida demuestra una ociosidad
tal, es porque no está en absoluto reposando en Cristo, sino en sí mismo.
El corazón que más plenamente descansa en Cristo será el más ferviente y
activo en el servicio a él. Tal es la auténtica fe; una fe que traerá sobre
vosotros el derramamiento de la lluvia tardía (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 13, 10, -302).
124
Jones fue también claro en la relación entre la ley y el evangelio. Eso significa que
entendía el verdadero arrepentimiento, en refrescante contraste con los conceptos
espurios que son hoy tan populares. Es un trágico error pensar que las confesiones
superficiales tienen por resultado la desaparición automática de todos nuestros
pecados, y que convicciones de pecado más profundas no son obra del Espíritu Santo
sino del diablo, debiendo por lo tanto rechazarlas. Obsérvese esta clara verdad:
Obsérvese la clara exposición de cómo Satanás controla la mente natural a menos que
haya una crucifixión diaria del yo con Cristo. “El escándalo de la cruz” estaba allí. Bastará
un breve ejemplo de una de las señaladas aplicaciones de A.T. Jones para comprender
que hubo un mensaje genuino, un llamado a la unión con Cristo mediante la crucifixión
del yo con él en la cruz:
Tenemos aquí la palabra de que todas esas cosas están entre nosotros: la
ambición por el lugar, los celos por el puesto y la envidia por la situación.
Esas cosas están entre nosotros. Ha llegado ahora el tiempo de que las
desechemos. Ha llegado ya el tiempo de que procuremos cuán bajo
podemos descender a los pies de Cristo, y no cuán alto en la Asociación o en
la estimación de los hombres, o en el Comité de la Asamblea, o en el Comité
de la Asociación General… Poco importa lo que cueste, nada tiene que
quedar de ello (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 8, 3, -
166).
Pero cuando la asamblea estaba por terminar hizo acto de presencia el fanatismo, y no
fue A.T. Jones quien lo introdujo.
126
Capítulo 9
(índice)
Hemos visto también cómo, cuando el cristianismo vino a este mundo, esa
misma mente carnal tomó el nombre y la forma del cristianismo, viniendo a
ser una falsificación del verdadero, y llamó “justificación por la fe” a lo que
en realidad era justificación por las obras: la misma mente carnal. Hablamos
del papado, del misterio de iniquidad (A.T. Jones, General Conference Daily
Bulletin 1893 nº 14, 1, -342).
Cuanto más nos acerquemos a la segunda venida del Salvador, tanto más
plenamente el espiritismo hará profesión de Cristo… Satanás… Vendrá como
Cristo, se lo recibirá como a Cristo. Así pues, el pueblo de Dios ha de conocer
de tal forma al Salvador, como para no aceptar ni recibir ninguna profesión
del nombre de Cristo que no sea genuina y verdadera (ibíd.).
Solamente sometiendo la mente del yo para que sea crucificada con Cristo, solamente
permitiendo que la mente de Cristo more de forma permanente, puede la Iglesia
remanente reconocer un engaño tan colosal como sutil:
Así, a pesar de que citen las palabras de Cristo, se trata de una falsificación.
Sabéis que [El Conflicto de los siglos] nos dice que cuando el propio Satanás
personifique e imite las palabras de gracia que pronunció el Salvador, las dirá
en un tono similar y confundirá a quienes no tienen la mente de Cristo.
Hermanos, no hay salvación para nosotros, no hay antídoto ni seguridad,
127
excepto que tengamos la mente de Cristo (A.T. Jones, General Conference
Daily Bulletin 1893 nº 14, 3, -343).
Que la mente del yo sea crucificada “con Cristo” en nada menoscaba el respeto a uno
mismo. Al contrario: lo fortalece mediante la unión con Cristo. En 1893 era ya evidente
la existencia de un concepto erróneo sobre la justicia por la fe, tras haberse rechazado
“en gran medida” el verdadero (1 Mensajes selectos, 276). Se cumple en verdad el
principio según el cual “los que han sido cegados por el enemigo en la medida que sea...
estarán inclinados a aceptar la falsedad” (Special Testimonies Serie A, 41-42; The Ellen
G. White 1888 Materials, 1071). Jones desenmascaró dicha falsedad:
128
del séptimo día, si exalta la mente pecaminosa del yo, es en realidad un renuevo
brotando del romanismo y del espiritismo:
Eso es justicia por la fe; es una fe que obra, gracias al Señor. No una fe que
cree en algo lejano, que mantiene la verdad de Dios en el atrio exterior, para
procurar compensar la carencia por sus propios esfuerzos. No, sino una fe
que… obra por ella misma, conlleva un poder divino…*
Eso basta para mostrar que la doctrina papal sobre la justificación por la fe
es la doctrina de Satanás; es simplemente la mente natural dependiendo del
yo y obrando por uno mismo, autoexaltándose para cubrirlo todo con una
profesión de creer… pero careciendo del poder de Dios (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1893 nº 12, 13-14, -265-266).
* Eso evidencia que era correcta su teología respecto a la relación entre la fe y las
obras. Jamás expresó una idea denigrando las obras, hasta donde permite apreciar
el registro de sus predicaciones escritas.
Quedó revelado un engaño todavía más sutil. The Christian's Secret of a Happy Life, de
Hannah Withall Smith, era un libro inmensamente popular cuyo copyright databa de
1888. Presentaba un concepto sobre la justicia por la fe virtualmente desprovisto de la
cruz, y por lo tanto de poder. Un concepto que nada sabía sobre el arrepentimiento o la
contrición, sobre la expiación en la cruz ni sobre un Salvador personal que está “cercano,
al alcance de la mano”, tal como presenta el mensaje de 1888. La justicia por la fe de
Hannah Withall Smith es, según la propia autora, una filosofía de “verdades que
subyacen en cualquier teología... [y] que encajan en cualquier credo... Es esa religión
absoluta la que mi libro quiere abordar” (prefacio a la edición de 1888).
* Ver Enciclopedia Británica 1968, vol. IX, 169-170; The Christian’s Secret of a Happy
Life, copyright de 1888, Fleming H. Revell, 80-81 y 87. Mucho de lo que solemos
presentar actualmente como siendo justificación por la fe, deriva de los conceptos
de Smith, y su libro se ha recomendado frecuentemente a nuestra juventud como
siendo útil y confiable. Ampliamente publicado hasta nuestros días, se trata
realmente de una falsificación de El Camino a Cristo y del mensaje de 1888.
Lo presentado hasta aquí evidencia que la teología de Jones respecto a la fe y las obras
guardaba el debido equilibrio. Hasta donde permiten documentar sus sermones
registrados, jamás expresó una idea que denigrara las obras.
Prescott dio una serie de predicaciones sobre ‘El Espíritu Santo de la promesa’.
Reconocía que en Minneapolis se había cometido una seria equivocación cuatro años
antes. Había asistido a aquella asamblea prejuiciado en favor de Uriah Smith y Butler y
contra A.T. Jones y su mensaje. Después del encuentro de Minneapolis había tratado de
impedir que Jones hablara en el Tabernáculo de Battle Creek. Más tarde confesó
privadamente haber adoptado una posición equivocada, junto a la mayoría de los
hermanos*. Sin embargo, en sus extensos estudios durante el encuentro de 1893 no
hizo alusión alguna al hecho de haber estado del lado equivocado ni a la necesidad de
hacer una confesión.
130
Lejos de eso, se identificó de forma destacada junto a Jones como alguien que compartía
su especial comisión divina. Quizá Jones lo convidó ingenuamente a colaborar, pues sin
duda debió sentirse solo en la defensa del mensaje de 1888, habida cuenta de que tanto
Ellen White como Waggoner se encontraban exiliados al otro lado del océano.
Prescott predicaba cada noche antes que Jones. Cuando llegaba el turno a las
predicaciones de Jones, Prescott se sentía en libertad de interrumpirlo para introducir
ideas o citas, e incluso exhortaciones a la audiencia. Con ánimo menos moderado y
reflexivo que Jones, requería de forma vehemente y conminativa que los hermanos
rectificaran.
Es doloroso observar cierta imperiosidad en las formas, así como impaciencia en sus
llamados. Esa sutil diferencia en el temperamento difícilmente tendría por efecto la
cicatrización de heridas y alivio de fricciones. Su espíritu contrastaba marcadamente con
el de Jones, cuyo sentido del arrepentimiento corporativo* lo capacitaba para compartir
la culpa de quienes rechazaron el mensaje. Los sermones de Prescott no dan evidencia
de una humildad comparable. Obsérvese cómo hizo presencia un espíritu jerárquico,
ajeno al mensaje de 1888:
Nada hay que mi alma desee tanto como que descienda el bautismo del
Espíritu sobre los servicios de adoración en este momento… Hemos de tener
experiencias como la de quitar de nosotros ojos derechos o manos derechas.
Todo el que desea esa experiencia se dispone a sacrificar a Dios cualquier
cosa, incluso la propia vida [murmullos de Amén]. Y debemos recordar que
es más fácil decir Amén, que hacer lo que Dios requiere…
¿Cuál es, pues, ahora nuestro deber? Salir y dar el FUERTE pregón del
131
mensaje al mundo…
El Señor ha estado aguardando por largo tiempo para darnos su Espíritu. Está
ahora mismo esperando impacientemente poder otorgárnoslo…
Ha comenzado ahora una obra mayor que la de Pentecostés, y hay aquí
quienes lo van a ver. Es aquí y ahora, que hemos de ser hechos idóneos para
la obra (ibíd., 38-39; cursivas y mayúsculas como aparecen en original).
Uno lee las predicaciones de Jones sin encontrar traza alguna de severidad o aspereza.
Pero Prescott deja una impresión diferente:
Los siervos de Dios marcharán bajo este mensaje con los rostros iluminados
por un santo gozo y una santa consagración. Quiero ver a esos hermanos
marchando de esa forma; quiero ver sus rostros iluminados como el de
Esteban cuando estuvo en el concilio (ibíd., 389).
132
Esta desafortunada serie de declaraciones extremadas revela cómo comenzó a hacerse
presente un espíritu imperioso, fanatizado, totalmente extraño al mensaje de 1888.
Pero su empleo de la expresión “nosotros” dejaba la impresión equivocada.
En sus sermones sobre el Espíritu Santo, Prescott predicaba una extraña doctrina
desprovista del principio de la cruz, sin ideas definidas sobre el arrepentimiento, y lo
hacía de forma confusa, incluso contradictoria. Su vehemencia tenía la apariencia de
fervor. Por entonces él mismo estaba implicado en proyectos contrarios al Espíritu de
profecía, aunque sin duda no era consciente de tal contradicción (Comparar General
Conference Daily Bulletin 1893, 279 y 459, con Fundamentals of Christian Education,
220-230].
133
Lo anterior suena bien y parece venir al punto. Pero el problema se hace evidente al
continuar:
En ningún lugar dicen las Escrituras que Dios espera una confesión de labios expresada
en palabras que el corazón no siente. Eso está más cerca del islamismo que del auténtico
cristianismo.
Quizá los labios expresen una pobreza de alma que no reconoce el corazón
(Palabras de vida del gran Maestro, 123).
Jones percibía el peligro que esas ideas encerraban. Con el evidente propósito de
responder a Prescott, Jones declaró posteriormente:
Si el Señor quitara nuestros pecados sin que lo supiéramos, ¿qué bien nos
haría eso? Sería simplemente convertirnos en máquinas. No es ese su
propósito, por consiguiente, quiere que vosotros y yo sepamos cuándo se
quitan nuestros pecados, para saber así cuándo viene su justicia…
Somos siempre instrumentos inteligentes… El Señor nos empleará siempre
de acuerdo con nuestra propia elección vital (A.T. Jones, General Conference
Daily Bulletin 1893 nº 17, 9, -404-405).
Prescott no expresó oposición abierta hacia Jones, y parece claro que no hubo intención
consciente de tal cosa por su parte. Pero cabe preguntarse si había superado realmente
su oposición inicial al mensaje de Jones. La evidencia en los cuantiosos mensajes de
Prescott por aquel tiempo indica que difícilmente lo logró.
El pueblo sabía muy bien que la responsabilidad por el rechazo del comienzo de la lluvia
tardía se cernía como una nube sobre la asamblea. El resultado neto de las
presentaciones de Prescott fue la confusión, una perturbación en la atmósfera espiritual
que llegó a afectar incluso a Jones.
134
Prescott estaba decididamente en contra del pecado, pero parecía no tener una idea
definida de cuál era la raíz del pecado que perturbaba a la congregación. Su corazón se
centraba en la verdad actual de la aceptación de la lluvia tardía y la proclamación del
fuerte pregón; pero parecía escapar a su comprensión cómo abordar lo que por
entonces impedía: la culpabilidad acumulada sobre ellos durante los cuatro años
precedentes.
Parte de su perplejidad pudo haber sido el resultado de entender el problema real, pero
temiendo exponerlo claramente debido a la presencia intimidante de los hermanos
dirigentes dominados por el prejuicio. Hasta el mismo profeta Jeremías habría
terminado “quebrantado” en caso de permitir que lo intimidaran los dirigentes de Judá
(1:17). Cuando un predicador se siente forzado a dar rodeos a una cuestión,
inevitablemente transmite confusión.
Por último, unos diez días antes que terminara la asamblea, Prescott comenzó a
vislumbrar un nuevo método de recibir el Espíritu Santo que guardaba una gran
semejanza con las ideas expresadas en The Christian's Secret of a Happy Life. Lo
pertinente era simplemente un “acto de fe” según el cual uno asumía que ya poseía el
don de ese derramamiento final del Espíritu Santo, pasando por alto el arrepentimiento
debido al pecado de 1888. Parecía incluir un cierto elemento de desazón:
Observo que muchos de los aquí presentes han pedido alguna vez al Señor
que les permita verse de la forma en que él los ve; y pienso que es una
135
petición que el Señor no ha considerado oportuno concedernos. No creo que
debiéramos pedirle tal cosa. Podéis ver cuál es el efecto previsible si
comenzara a mostrarnos a nosotros mismos [cómo somos]: empezaríamos
a preguntarnos si el Señor nos ama o no, y si puede o no salvarnos… no tenía
idea sobre mi carácter.
Bien, probablemente el Señor no ha comenzado a mostrarnos cómo somos,
tal como él nos ve; doy por supuesto que no tenemos idea alguna o
concepción al respecto de cómo somos a la vista de Dios (ibíd., 445).
El orador parafraseaba o repetía algunas ideas que Jones había presentado, pero les
daba un giro sutil para sustentar su teoría según la cual el Consolador, en lugar de traer
la sanadora convicción de pecado, lo que hacía era quitarla. Había que deshacer como
fuera la nube que se cernía sobre la asamblea. La propuesta consistía ahora en asumir
que Dios había perdonado el pecado que causó el problema, sin necesidad de
arrepentimiento. Se trataba simplemente de afirmar que nuestros pecados habían sido
quitados. Aparece en este punto una referencia inconfundible a Hannah Withall Smith:
Repetid una y otra vez lo que él dice. Haciendo así no os podéis equivocar.
Si no lo comprendéis y sois incapaces de ver luz en ello, insistid en afirmar lo
que él dice (ibíd., 447).
Quizá la mejor manera de exponer esa línea de pensamiento sea reproducir el siguiente
párrafo de su predicación:
El problema, tal como él lo veía, no era la liberación personal del pecado, sino disipar la
nube que estaba sobre la asamblea por causa de su rechazo a la lluvia tardía. Y el
remedio propuesto para esa grave enfermedad no iba más allá de lo que representaría
una venda o una aspirina para una seria enfermedad física.
136
Se cumplió así este testimonio de 1890:
Si el corazón sintiera alguna convicción verdadera que revelara que las raíces seguían
allí, se la debía repudiar por ser obra del diablo.
Tal sería el resultado lógico de la doctrina que enseñaba: (1) que bastaba una confesión
verbal genérica de pecado inconsciente y no reconocido, sin necesidad de que los
pecados fueran traídos a la conciencia; (2) que no se debía orar al Señor pidiendo el
verdadero conocimiento de uno mismo; y (3) que la obra del Espíritu Santo no es traer
convicción de pecado, sino precisamente eliminar dicha convicción –en directa
oposición a la enseñanza de Cristo en Juan 16:8-9.
Aceptados los tres puntos anteriores, para toda mente reflexiva resultaría lógicamente
inevitable aceptar un cuarto: que cualquier duda respecto a poseer el Espíritu Santo en
el poder de la lluvia tardía sería equivalente a falta de fe en Dios. Se esperaba
simplemente que uno asumiera que lo había recibido. Esa era la idea que ahora se
intentaba abrir camino:
Es aquí donde pretendo llegar. ¿Qué es lo que impide ahora [la lluvia tardía]?
Lo que hemos de procurar es la justicia de Cristo… De alguna forma he
estado pensando en ella así: Si dejáramos de cuestionarnos unos a otros… y
nos sentáramos aquí con la sencillez de un niño… podríamos tenerla…
Hermanos, ¿qué va a impedir que la aceptemos ahora de esa manera? Nada.
Por lo tanto, alabemos al Señor y digamos: ahora la poseo (W.W. Prescott,
General Conference Daily Bulletin 1893, 388-389).
137
Y así fue como se desarrolló la doctrina popular que ha venido siendo predicada durante
varias generaciones de adventistas desde 1893, según la cual recibimos la lluvia tardía
simplemente asumiendo y pretendiendo que la poseemos, sin el conocimiento o
arrepentimiento por haberla rechazado. El problema es que pensando de ese modo
nunca la hemos recibido.
Jones, confundido
Jones percibía el letargo que estaba insensibilizando los corazones y no sabía qué hacer.
Se había quedado prácticamente solo, excepción hecha de su autoproclamado colega,
cuyos esfuerzos no hacían más que crear confusión y con toda probabilidad una
predisposición desfavorable. Expresó así sus temores:
Ambos fallaron en reconocer una realidad crucial: que la lluvia tardía tendría que ser
retirada, y que el Israel moderno habría de volver a vagar por el desierto “muchos años
más” (Evangelismo, 505). Ambos asumieron que nada podría impedir la conclusión de
la obra de Dios en su generación, por lo tanto, determinaron seguir adelante a pesar de
la oposición y el rechazo. La idea de Prescott era esencialmente la del calvinismo
popular: el reloj divino había sonado ya, y era imposible que la incredulidad de su pueblo
alterara su voluntad soberana. Encontramos ahora a Jones repitiendo las demandas
extremadas de Prescott:
Repito que el mensaje que allí se nos dio es el que vosotros y yo hemos de
llevar a partir de esta reunión. Y todo aquel que no pueda llevarlo con él tras
este encuentro, haría mejor en no ir… Ese pastor sería preferible que no
saliera de este lugar como pastor (A.T. Jones, General Conference Daily
Bulletin 1893 nº 22, 3, -495).
Pronto se entregó a propuestas poco sensatas, y a formular preguntas que habría sido
mejor no hacer:
138
¿Os ha dado [el Señor] la luz del conocimiento de su gloria? [Congregación:
‘Sí’] ¿Es así? [Congregación: ‘Sí’]…
Entonces, ese Espíritu ha venido a aquellos que pueden mirar al rostro de
Jesucristo.
Unos minutos después, “con permiso del orador, el profesor Prescott leyó lo siguiente:
‘Levantad la vista por fe, y la luz de la gloria de Dios brillará sobre vosotros’”. Jones
continuó así:
Si el fuerte pregón tenía que avanzar realmente con poder, necesariamente habrían de
tener lugar grandes cambios en la Iglesia. Encontramos ahora a Jones, con el apoyo de
Prescott, haciendo profecías poco afortunadas que hasta el día de hoy no se han
cumplido. Algún día se van a cumplir, pero no sucedió en aquella generación:
Esta es la que considero la más bendita promesa que jamás se haya hecho a
la Iglesia Adventista: “Nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo” [Isa
52:1]. Gracias sean dadas al Señor por librarnos desde ahora de los
inconversos, de los que fueron traídos a la Iglesia para obrar su propia
injusticia y para crear división en ella. Se terminaron las pruebas para la
Iglesia, gracias al Señor. Salieron los chismosos y perturbadores…
“Nunca más vendrá a ti incircunciso ni inmundo”…
En la Iglesia Adventista del Séptimo Día no hay lugar para los hipócritas. Si
el corazón no es sincero, ese es el lugar [la Iglesia] más peligroso en que el
que alguien pudiera encontrarse…
Hermanos, este es ahora el mensaje… y quien no pueda llevarlo, no debiera
ir. No vayáis… No vaya nadie sin la conciencia de esa presencia permanente,
la del poder del Espíritu de Dios (A.T. Jones, General Conference Daily
Bulletin 1893 nº 22, 8-9 y 11, -498-499).
Prescott predijo con entusiasmo la manifestación de los dones del Espíritu, extendiendo
obviamente el don de profecía a otros más allá del auténtico agente que entonces se
encontraba en Australia:
139
inusual que algún don especial se manifieste en la Iglesia… Dones de
sanación; realización de milagros; profetizar; interpretación de lenguas:
todas esas cosas se volverán a manifestar en la Iglesia (W.W. Prescott,
General Conference Daily Bulletin 1893, 461).
¿Vinieron esos dones maravillosos? Después de aquella asamblea hubo cierto tipo de
profecías, y tanto Prescott como Jones resultaron engañados por las desafortunadas
pretensiones de una tal Anna Rice Phillips. Fue inevitable el fanatismo, dado que no tuvo
lugar el fuerte pregón del mensaje del tercer ángel tras aquella asamblea de 1893.
Era tal el entusiasmo de Prescott, que predijo que algunos se levantarían ahora para
resucitar literalmente a los muertos:
Os quiero decir que hay personas en esta misma casa que pasarán por estas
precisas experiencias; el ángel del Señor las sacará de la prisión para ir y
proclamar el mensaje; sanarán a los enfermos y también resucitarán
muertos. Eso sucederá con este mensaje… Hemos de creer esas cosas con la
sencillez de un niño (W.W. Prescott, General Conference Daily Bulletin 1893,
386).
Prescott no estaba muy seguro de su doctrina en aquella asamblea, e hizo una serie de
extrañas pero significativas referencias a la posibilidad de resultar engañados por un
falso Cristo:
Parecía no saber claramente la forma de distinguir la verdad del error, excepto por lo
que él llamaba “el Espíritu”. Pero dejó sin resolver cómo distinguir entre “el Espíritu de
verdad” y el “espíritu de error”:
140
La promesa fue que enviaría al Espíritu de verdad; AL ESPÍRITU DE VERDAD…
Va a soplar todo viento de doctrina. Se va a efectuar todo esfuerzo posible
por introducir principios –no de forma abierta sino solapadamente, de una
forma en que no lo vamos a reconocer por nuestra propia sabiduría-… para
engañar, si fuera posible… El esfuerzo consistirá en introducirlos como
siendo la verdad, disfrazándolos con el manto de la verdad… y hacer que nos
comprometamos con el error sin darnos cuenta (W.W. Prescott, General
Conference Daily Bulletin 1893, 459; mayúsculas y cursivas en original).
Hablando cierta vez de quienes entre nosotros “tienen los ojos cegados”, declaró:
“¿Quién sabe si eso me implica o no a mí?” (página 237). Finalmente dijo a la asamblea
que el tema en liza era, o bien ser trasladados, o bien engañados por las estratagemas
de Satanás:
No puedo evitar la idea de que estamos en un tiempo por demás crítico para
nosotros personalmente… Tengo la impresión de que ahora mismo estamos
haciendo elecciones que van a determinar si seguiremos con esta obra en el
fuerte pregón y seremos trasladados, o bien si resultaremos engañados por
las estratagemas de Satanás y seremos dejados en las tinieblas de afuera
(W.W. Prescott, General Conference Daily Bulletin 1893, 386).
La década que siguió a aquella asamblea fue sombría. Un incendio destruyó la sede de
la Iglesia en Battle Creek a modo de juicio divino. El panteísmo hizo estragos entre
dirigentes destacados. Y han transcurrido más de diez décadas desde entonces sin que
hayamos recibido la bendición llena de gracia que el Cielo quería otorgarnos en 1888.
Conclusión
Un mes después (el 9 de abril) Ellen White le escribió desde Australia advirtiéndole
contra afirmaciones extremadas relativas a la fe y las obras. Eso no ocurrió durante la
asamblea ni quedó registrado en el Bulletin. Ellen White no había leído tales
afirmaciones, sino que las oyó “en mi sueño”. Exiliando a Ellen White y a Waggoner, la
oposición aseguró virtualmente el fracaso global del mensaje de 1888, siendo los
métodos del dragón demasiado habilidosos y determinados como para que Jones los
enfrentara aisladamente con éxito.
141
Nota: Véanse las declaraciones de Ellen White a propósito de que la continua
oposición de Butler y Smith impusieron un peso sobre Jones que el Señor nunca
planeó que cargara sobre sí.
Jones hizo lo mejor que supo. Había instado a los hermanos con fervor y humildad a que
aceptaran la luz, en la seguridad de que Dios concedería la experiencia del fuerte pregón
para gloria de su reino. Pero eso no iba a suceder, o mejor dicho, no podía suceder a
menos que se arrepintieran de forma genuina por 1888, cosa que no hicieron.
Leemos asimismo acerca del inusitado entusiasmo de Caleb y Josué por conquistar
Canaán, diciendo a Israel: “Jehová está con nosotros: no los temáis” (Núm 14:9), siendo
que la rebelión de Israel había hecho ya imposible que el Señor estuviese con ellos en
aquel programa.
Poco antes que terminara la asamblea de 1893, Ellen White había advertido al
presidente de la Asociación General respecto a la cuestión de Minneapolis:
Más tarde reconoció que había comenzado el “largo viaje”, ya que tuvieron que
alterarse los planes de Dios:
Tal vez tengamos que permanecer aquí en este mundo muchos años más
debido a la insubordinación, como les sucedió a los hijos de Israel… Pero si
hoy tan solo pudieran todos ver, confesar y arrepentirse de su propio curso
de acción al apartarse de la verdad de Dios y al seguir estrategias humanas,
el Señor perdonaría (Ms. 184, 1901; El evangelismo, 505).
Quienes asumen confiadamente que la asamblea de 1893 señaló “la mayor victoria” del
mensaje de la justicia de Cristo, no pueden dar explicación alguna a la sinuosa desviación
de esos “muchos años más” que ahora son ya más de un siglo. Es una forma más bien
extraña de avanzar, para un fuerte pregón que tenía que propagarse “como fuego en el
rastrojo”.
El hombre que lideró la confusión en 1893 tomó más tarde un rumbo misterioso. G.B.
Starr escribió lo siguiente a A.G. Daniells:
142
de un dirigente digno de confianza, de quien se espera que no yerre con esa
persistencia y asiduidad (Carta, 29 agosto 1919).
Con muy pocas excepciones, toda la congregación actuó como un rebaño siguiendo
ciegamente a su pastor, que insistía en la misma doctrina que Prescott enseñó en 1893.
Tampoco entonces hubo derramamiento de la lluvia tardía. Eso sucedía 37 años antes
de escribirse la presente obra.
La mayoría de los dirigentes de 1950 han pasado ya al descanso, como sucedió con los
de 1893. Es imperativo que nos preguntemos si acaso 1950 representó un progreso
significativo con respecto a 1893. En deferencia hacia ellos hay que señalar que muy
probablemente pocos, si es que alguno de nuestros dirigentes de 1950, sabían acerca
de lo ocurrido en la asamblea de 1893. ¡Tenemos todo que temer del futuro, si
olvidamos la manera en que el Señor nos ha conducido en el pasado!
Después de la asamblea de 1893, Ellen White se inquietó como nunca antes, declarando:
“Vamos a cambiar de dirigentes sin apercibirnos de ello”. Su preocupación parecía ser
que el enemigo operaría ahora dentro de la Iglesia. Los nuevos “Canrights” realizarían a
partir de entonces su obra “desde el interior”:
Sería bueno que todos nos preguntásemos en oración: “Señor, ¿soy yo?”
143
144
Capítulo 10
(índice)
Ese principio parece aplicarse al caso de D.M. Canright. Espiritualmente hablando no era
ya “de nosotros” desde mucho antes de dejarnos. Reprimía sus dudas ocultas
expresando de vez en cuando confesiones abyectas, pero las dudas nunca fueron
erradicadas. En volumen 4 de Testimonies se narra la historia en detalle (516-520, 571-
573 y 621-628).
Hoy persiste una cuestión vital con respecto a Jones y Waggoner. ¿Eran cristianos
genuinos en Minneapolis? ¿Cómo es posible que fueran fieles en aquella época y que se
extraviaran después? El libro The Fruitage of Spiritual Gifts expresa el punto de vista
popular consistente en que Jones y Waggoner eran radicales, extremados, y que estaban
en el error ya en Minneapolis, esperando solamente la oportunidad para descaminarse
de forma más abierta en el futuro:
145
Dios ha enviado a esos hombres jóvenes, los pastores Jones y Waggoner,
para que les lleven un mensaje especial (Ms. S24, 1892; 15 Manuscript
Releases, 83; The Ellen G. White 1888 Materials, 1043).
El hecho de que Jones y Waggoner fallaran al final no significa que no fueran “de
nosotros”. Pero su fracaso posterior suele interpretarse de forma irreflexiva arrojando
una gran sombra sobre el mensaje que transmitieron en 1888, dejando la impresión de
que fue el propio mensaje el que los hizo desviarse del camino.
Esa es la principal razón por la que algunos temen estudiar el mensaje. De esa forma
queda sutilmente justificada hasta el día de hoy la oposición suscitada en Minneapolis,
y se desprecian los mensajeros y el mensaje que el Cielo envió. Tal fue la idea peligrosa
que Ellen White afirmó que se desarrollaría entre nosotros, en el caso de que los
mensajeros perdieran posteriormente el rumbo.
Misteriosa providencia
Enfrentamos aquí un problema singular. Hay dos cosas evidentes: (a) hay una mente
maestra del mal que se alegra por el rechazo aparentemente definitivo del mensaje. (b)
de forma misteriosa, el propio Señor permite que esa tragedia sea una piedra de
tropiezo para todo el que busque razones para rechazar la realidad del mensaje de la
lluvia tardía.
La que sigue es una pregunta de difícil respuesta: ¿Por qué escogería Dios como
mensajeros especiales a quienes más tarde se desviarían de la fe? ¿Por qué permitiría
que se extraviaran los portadores de su mensaje, siendo que la apostasía de ellos
contribuiría a afirmar la aguda oposición de la que sería objeto dicho mensaje? En esta
desafiante historia hay algo profundamente significativo. Los pasos de Dios pueden ser
misteriosos, pero eso no justifica nuestro descuido negligente en comprender su
extraña providencia.
146
(1) Jones y Waggoner no fueron “desviados” por “posiciones extremas” sobre la justicia
de Cristo, sino que fueron empujados fuera por la oposición persistente e irrazonable de
los hermanos a quienes Dios dispuso que fueran destinatarios de la luz dada a los
mensajeros.
(3) El Señor permitió que tuviese lugar el triste episodio a modo de prueba para quienes
se oponían, y los fracasos de los mensajeros de 1888 tuvieron por efecto confirmarnos
en un estado de virtual incredulidad. Fue un ejemplo de lo que Pablo llama “poder
engañoso”, que “Dios les envía” (permite) “para que crean en la mentira, a fin de que
sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la
injusticia” (2 Tes 2:11-12).
Se diría que el Señor es tan caballeroso como para hacerse a un lado del camino,
propiciando así perchas en las que podamos colgar nuestras dudas, si es eso lo que
buscamos. No es la voluntad de Dios que recibamos la lluvia tardía a menos que estemos
plenamente comprometidos de corazón con él y su verdad. Su carácter “celoso” está
aquí de alguna forma implicado. Quien esté presto a rechazar la bendición con el mínimo
pretexto que sea, hallará amplia oportunidad para hacerlo (¡nadie se sienta obligado a
hacer uso de esa inevitable y apenada cortesía!).
(4) El avance del juicio investigador hará necesario que la Iglesia remanente, antes de su
victoria final, llegue a apreciar la verdad del mensaje y su historia, y reconozca la obra
de Jones y Waggoner de 1888 a 1896 en su auténtico valor: el “comienzo” de la lluvia
tardía y el fuerte pregón.
Intensidad de la oposición
El carácter de la crítica que debieron enfrentar impuso a los mensajeros una carga
mucho más difícil de sobrellevar que la derivada de la oposición más común.
Sea cual sea el curso que siga el mensajero, resultará objetable para quienes
se oponen a la verdad, y harán un mundo de todo defecto en los modales,
costumbres o carácter de quien la defiende (Review and Herald, 18 octubre
1892).
147
Los dos hombres hablaban de forma decidida y enérgica. Las agudas percepciones de la
verdad llevan frecuentemente a los que son “simplemente humanos” a expresarse de
esa manera. Pero eso resultaba ofensivo para la naturaleza humana que estaba
buscando una excusa para rechazar el mensaje:
No se queje nadie de los siervos de Dios que han ido a ellos con un mensaje
enviado del cielo. No sigáis buscando defectos en ellos, diciendo: ‘Son
demasiado incisivos; hablan con demasiada energía’. Quizá estén hablando
con mucha fuerza; ¿acaso no es necesario hacerlo?...
Ministros, no deshonréis a vuestro Dios ni contristéis a su Espíritu Santo
criticando los métodos y los procedimientos de los hombres que él eligió…
Él ve el temperamento de los hombres que ha escogido. Sabe que sólo
hombres fervientes, firmes, decididos, de carácter enérgico, comprenderán
la importancia vital de esta obra, y pondrán tal firmeza y decisión en sus
testimonios que quebrantarán las barreras de Satanás (Testimonios para los
ministros, 410-413).
El propio Señor revistió a sus mensajeros especiales con señas de autoridad, con
“credenciales celestiales”. En su amor por Cristo y su mensaje especial habían perdido
de vista su yo. Pero resultó ofendido aquel yo que en otros no había sido aún crucificado:
Por lo tanto, el principio que subyace en ese rechazo a la verdad es el mismo que operó
en el rechazo a Cristo por parte de los judíos. Caifás vio en Cristo a su rival. Se sintió
personalmente celoso de él (El Deseado de todas las gentes, 651). Entremezclada con
esos celos hacia Aquel que parecía ser un simple ser humano, Caifás estaba expresando
la enemistad del corazón natural contra Dios y su justicia. De igual forma, en
Minneapolis, las personalidades de Jones y Waggoner vinieron a ser la piedra de
tropiezo visible y consciente para el invisible e inconsciente rechazo hacia Cristo, la
Palabra, el Verbo. Así lo evidencia lo que sigue:
148
Lo que sobrellevaron personalmente Jones y Waggoner
Pocos han apreciado el efecto que la oposición debió ejercer inevitablemente sobre los
jóvenes mensajeros. Ellos sabían que el mensaje de la justicia de Cristo provenía de Dios.
Sabían que el Espíritu de Dios les había dado las riendas para salir valientemente en su
defensa. Y no podían estar ciegos al hecho evidente de que la reacción a aquel mensaje
por parte del liderazgo de la única y verdadera Iglesia remanente que ha de triunfar por
fin, consistió en el más determinado rechazo.
Sabían que el mensaje era el comienzo del fuerte pregón, y que había de propagarse
como “fuego en el rastrojo”. Sabían que había llegado el tiempo para la conclusión de la
obra, tiempo en el que inteligencias celestiales estaban observando con profundo
interés el desarrollo del drama. Sabían también que estaban viviendo en el tiempo de la
purificación del santuario, cuando, como nunca antes, la incredulidad y fracasos pasados
de la vieja Jerusalén no debían repetirse. Nunca se había dado una crisis como aquella;
nunca el cielo había concedido mayores evidencias en la vindicación de un mensaje
especial.
Pero para gran sorpresa de ambos, la historia nunca había registrado un fracaso humano
más vergonzoso en aprovechar una oportunidad de origen celestial como la presente en
su día. Eso se dibujaba ante los jóvenes mensajeros como el final y más completo fracaso
del pueblo de Dios en creer y entrar en el reposo del Señor. ¿Qué podía venir después?
En comparación, Lutero llevó una carga más ligera. Cuando Roma lo perseguía, todo
cuanto tenía que hacer es leer las profecías de Daniel y Apocalipsis e identificar al
papado como al cuerno pequeño y la bestia. Eso debió fortalecerlo hasta el punto de
hacer que quemara la bula papal. Pero Jones y Waggoner no pudieron aplicar ese
bálsamo a su corazón. La profecía no indicaba una octava iglesia sucediendo a Laodicea.
La posibilidad de que el pueblo de Dios atrasara el programa divino por un siglo o más
superaba lo que ellos podían comprender.
Hay que decir en su favor que Jones y Waggoner nunca renunciaron a su fe en el Dios
de Israel. No se hicieron infieles, agnósticos o ateos. Nunca renunciaron al sábado ni a
la completa devoción por Cristo que caracterizó toda su vida. En el clima eclesiástico
actual habrían continuado siendo miembros en situación regular. Su pecado consistió en
que perdieron la fe en el cuerpo de la Iglesia y en su liderazgo. No creyeron en el
arrepentimiento denominacional. Llegaron a dudar de la naturaleza humana, lo que
puede explicar la amargura que Jones desarrolló, así como los fracasos de su propia
naturaleza humana. El enemigo nos va a presionar con severidad para que repitamos el
fracaso de ellos. ¡Pero no tenemos por qué ceder!
Los arbustos azotados por vientos que rompen ocasionalmente la calma placentera del
valle harán bien en guardar silencio cuando los majestuosos robles de la cima resultan
abatidos por la furia de la tempestad devastadora. Sea Dios quien hable, al declarar que
ciertamente no hubo disculpa para los fallos de Jones y Waggoner, y seamos nosotros
149
tardos para hablar, reconociendo que en gran medida fuimos los causantes de ese
resultado.
C.S. Lewis nada sabía de nuestra experiencia de 1888, pero en su obra Reflections of the
Psalms hizo un comentario más que interesante:
Ellen White sintió agudamente el peso que debieron sobrellevar los mensajeros. En 1892
escribió al presidente de la Asociación General respecto a ellos en estos términos:
Quisiera que todos pudieran ver que ese mismo espíritu que rehusó aceptar
a Cristo, la luz que habría disipado las tinieblas morales, dista mucho de
haberse extinguido en nuestro tiempo…
Algunos pueden decir: ‘No aborrezco a mi hermano; no soy así de malo’.
Pero cuán poco conocen sus propios corazones. Pueden pensar que tienen
celo por Dios en sus sentimientos hacia su hermano cuando las ideas de este
parecen de alguna forma estar en conflicto con las suyas. Afloran entonces
a la superficie sentimientos que nada tienen que ver con el amor… Es posible
que esté en pie de guerra con sus hermanos o que no lo esté, y no obstante
puede estar trayendo al pueblo un mensaje de Dios…
[Creen que] es correcta la amargura de sentimientos hacia sus hermanos.
¿Soportará el mensajero del Señor la presión ejercida contra él? Si lo hace
es porque el Señor hace que se tenga en su fortaleza, vindicando así la
verdad que Dios le ha enviado…
Si los mensajeros del Señor, después de haberse tenido valientemente por
la verdad por un tiempo, caen bajo la tentación y deshonran a Aquel que les
ha asignado su obra, ¿sería eso prueba de que el mensaje no es verdadero?...
No… El pecado por parte del mensajero de Dios haría que Satanás se
alegrase, y triunfarían quienes rechazaron al mensaje y al mensajero; pero
eso de ninguna forma libraría de responsabilidad a los culpables de rechazar
el mensaje de Dios…
Tengo profunda pena de corazón porque he visto con qué rapidez se critica
una palabra o acción de los pastores Jones o Waggoner. Qué facilidad tienen
muchas mentes para dejar de ver todo el bien obrado por ellos en los años
recientes, y para no apreciar evidencia alguna de que Dios está obrando
mediante esos instrumentos. Están a la caza de algo que condenar, y su
actitud hacia esos hermanos que están fervientemente implicados en el
desempeño de una buena obra, revela la presencia en el corazón de
150
sentimientos de enemistad y amargura (Carta O19, 1892; 16 Manuscript
Releases, 101-108; The Ellen G. White 1888 Materials, 1019-1027).
Por aquel tiempo Ellen White escribió una carta a Uriah Smith insinuando que los
mensajeros podrían no tener la fortaleza suficiente para soportar la tensión y presiones
ejercidas en su contra:
Es muy posible que los pastores Jones y Waggoner puedan ser vencidos por
las tentaciones del enemigo; pero si tal ocurriera, eso no demostraría que
no tenían un mensaje de parte de Dios, o que la obra que han realizado no
fuera más que una total equivocación. Si tal cosa sucediera, cuántos no
tomarían esa posición y caerían en un engaño fatal debido a no estar bajo el
control del Espíritu de Dios… Esa es precisamente la posición que muchos
tomarían si cayera alguno de ellos, y oro para que estos hombres sobre los
que Dios ha depositado la responsabilidad de una obra solemne sean
capaces de dar un sonido certero a la trompeta y honren a Dios a cada paso,
y que su camino brille más y más hasta el final del tiempo (Carta S24, 1892;
15 Manuscript Releases, 84-85; The Ellen G. White 1888 Materials, 1044-
1045; original sin cursivas).
(2) Los hermanos que se oponían pensaban sinceramente que su actitud era celo por
Dios; sin embargo, era “ese mismo espíritu que rehusó aceptar a Cristo”.
(3) La oposición demostró ser una tentación abrumadora e irresistible para los jóvenes
mensajeros.
(5) El hecho de que los mensajeros extraviaran el camino fue un “triunfo” para los que
se oponían, y aunque es triste decirlo, para Satanás. Ese acontecimiento, por lo tanto,
se convirtió la evidencia probatoria de que los hermanos opositores no se habían
arrepentido verdaderamente del pecado cometido en Minneapolis. Su “triunfo”
resultaría ser su “engaño fatal”.
151
debe ser de algún modo peligroso. Ese era exactamente el propósito de Satanás al
hacerlos caer, y cumple al pie de la letra la predicción de Ellen White.
(6) El éxito de las oraciones de Ellen White pidiendo que los dos mensajeros soportasen
la prueba, dependería de la actitud que los hermanos oponentes tomasen a partir de
1892.
Pocos meses después, Ellen White escribió a los delegados de la Asociación General
reunidos en asamblea acerca de la verdadera causa del posible fallo de los mensajeros:
Fue esa “tarea extenuante y probatoria para el alma”, esos recelos, ese ir “a la caza de
algo que condenar”, esa “indiferencia de unos y oposición de otros”, haciendo un
mundo de un átomo para probar que no “eran sanos en la fe”, lo que produjo “el mismo
resultado” señalado: la caída de los dos. “Persecución” es la palabra apropiada, exacta
e inspirada para definir aquella oposición:
No obstante, el sufrimiento impuesto por aquella persecución no era excusa para que
Jones y Waggoner extraviaran el camino.
Se suele evocar una carta aislada que Ellen White escribió a Jones en 1893, como
evidencia de que su mensaje era extremado. Sacada de su contexto, esa carta deja en
152
algunas mentes la impresión de que su mensaje de justicia por la fe era desequilibrado.
Pero hay que leer la carta en su contexto.
Ellen White nunca publicó aquella carta mientras vivió. Si hubiese pensado que el
mensaje de Jones era extremado o desequilibrado, no habría dudado en publicarla en
sus Testimonios.
Escribiendo desde la distante Australia, dice a Jones que había oído algo en su “sueño”.
No lo había leído en ninguna publicación. Jones tenía la tendencia, cuando enfrentaba
oposición persistente, a exagerar sus proposiciones, y la carta iba enfocada a cortar de
raíz esa tendencia. Jones aceptó con humildad el consejo de Ellen White y sacó provecho
de él. La carta afirma que sus puntos de vista sobre la justicia por la fe eran correctos,
ya que declaró: “Usted ve realmente esos temas tal como lo hago yo”, y se refirió a los
puntos de vista de Jones como “nuestra posición”:
153
En la clausura de la asamblea de 1893 la influencia de Prescott desvió a Jones a la
suposición fanática de que el fuerte pregón era algo imparable. Eso dejó el terreno
abonado para el fanatismo de Anna Rice Phillips.
Nota: En una carta escrita a S.N. Haskell un año después, Ellen White afirma que
ahora tenía más confianza en Jones de la que tuvo antes que errara apoyando a
Anna Phillips. La carta declara que Jones es el mensajero escogido del Señor, amado
de Dios, su embajador. Ese error no habría tenido lugar si Uriah Smith y G.I. Butler
se hubieran unido a Jones y Waggoner como debieron haber hecho. En esa carta se
pueden leer frases como las que siguen, en relación con los mensajeros:
Fue un pecado de impaciencia y falta de dominio propio el que puso fin al ministerio de
Jones y Waggoner. Pero la experiencia de Moisés en las lindes de Canaán ilustra lo que
sucedió a los mensajeros. El pecado de Moisés fue igualmente inexcusable, y tuvo que
morir a causa de él: un pecado de impaciencia con Israel. Los acusó de ser “rebeldes” de
forma acalorada e impaciente. Aunque lo dicho por Moisés era correcto, su espíritu no
lo fue:
154
Si Jones y Waggoner no hubieran manchado su reputación, futuras generaciones como
la nuestra probablemente los habríamos tenido en una consideración casi idolátrica.
Se ha argüido que las numerosas veces que Jones y Waggoner predicaron después de
1888 son un indicativo de la aceptación oficial de su mensaje. Pero esa no es una
deducción válida. Es necesario prestar atención a varios factores: (1) los miembros laicos
y los pastores locales (favorables al mensaje) tenían mayor influencia en la elección de
predicadores que en la actualidad; (2) fue necesaria la influencia de Ellen White
virtualmente exigiendo que se les diera audiencia durante las sesiones de la Asociación
General; (3) sus compromisos para predicar les imponían una pesada carga emocional,
dado que muchos dirigentes eran contrarios a su mensaje. Tenemos un ejemplo en la
actitud prevalente en la asamblea de 1893, tal como evidencia el Bulletin.
Por extraño que parezca, muchos que habían despreciado el mensaje de Jones y
Waggoner mientras se mantenían fieles, los siguieron fervientemente una vez que
finalmente se desviaron de la fe. Eso no hizo más que empeorar las cosas. Un
expresidente de la Asociación General escribió al propósito en 1912:
155
Ellen White insistió en que el factor primario de la caída de los mensajeros fue la
persecución impía que sufrieron. Eso los separó del amor y confianza de sus hermanos
que tanto necesitaban. Los estragos causados por la adulación imprudente tuvieron un
papel secundario.
Considerando la naturaleza del mensaje que llevaron, lo único que podía hacer esa doble
circunstancia era perturbar sus facultades espirituales. Si hubieran podido recibir mayor
luz, de forma que resistieran hasta producirse la victoria, podrían haber hecho frente al
mundo en la fuerza que han de poseer quienes finalicen la obra de Dios en la tierra. Pero
una vez que el mensaje fue rechazado, debían cesar la luz y el poder adicionales. A
Waggoner se lo había exiliado en Inglaterra, y tanto él como Jones tuvieron que trabajar
sin la ayuda de Ellen White. Conocieron solamente el “comienzo” de la luz del fuerte
pregón, y eso, aun tratándose de corazones sinceros, no bastó para lograr su perfecta
santificación (¡no basta para nosotros hoy!)
El presidente de la Asociación General en 1888 -G.I. Butler- fue uno de los principales en
el rechazo inicial. Era una persona bondadosa. Tenía un varonil y enérgico don de
liderazgo. Pero había de manejar una situación sin precedentes. ¡Ningún presidente se
había encontrado con anterioridad frente al comienzo de la lluvia tardía y el fuerte
pregón! Ellen White intentó ayudarle:
Cuando su esposa enfermó, el pastor Butler se retiró -después de 1888- a una hacienda
solitaria en Florida. Posteriormente confesó sus actitudes erradas y regresó a puestos
de elevada responsabilidad. El Señor aceptó sus labores posteriores, tal como sucedió
con Uriah Smith, pero ambos perdieron definitivamente la oportunidad áurea de
participar en la lluvia tardía y el mensaje del fuerte pregón.
En siete ocasiones se salió del tema para afirmar cómo amaba a los “queridos” hermanos
Jones y Waggoner, no obstante, el Bulletin revela que representó falsamente la posición
que ellos mantenían, incluso en contra de sus protestas verbales. A continuación los
ridiculizó públicamente (páginas 145-164).
Los mensajeros habían dicho en la asamblea, que “el pueblo de Dios debe estar
sometido al Señor, y solamente a él. Hay un sólo Pastor, y tiene sólo un rebaño”, y que
por encima de todo “la junta debe pertenecer a Jesucristo y servirle a él, dejando de
controlar a los demás y permitiéndoles que prediquen el evangelio dado por Cristo”. El
pastor Butler interpretó eso como una invitación a la abolición de toda organización, y
comparó injustamente la posición de ellos con la de los fanáticos anarquistas contra
quienes tuvieron que vérselas los pioneros:
Esa era la razón principal por la que había estado amonestando durante años a que se
emprendiera una reforma y reorganización. La tendencia a someter a los obreros había
sido un rasgo destacado en la presidencia precedente del pastor Butler, a quien Ellen
White dirigió la carta que se encuentra en Testimonios para los ministros, páginas 297 a
300. Ese espíritu fue especialmente prominente en los años 1886 a 1888. Hoy son bien
conocidas las reprensiones que le hizo a él personalmente. En 1903 escribió:
157
Perdonaréis a este, uno de los obreros veteranos que por tantos años ha
servido en la obra, y que ha presidido por trece ejercicios la Asociación
General, por decir que soy incapaz de ver cómo pudiera haber aquí algo de
naturaleza controladora. No creo que sea el caso… Lo he ostentado por trece
mandatos… Me sentiría profundamente compungido si creyera que hubiera
podido haber aquí algún ejercicio de poder controlador… Aunque he
desempeñado el cargo por trece años, hasta donde soy capaz de recordar
jamás fui reprobado por algo similar (G.I. Butler, General Conference Daily
Bulletin 1903, 163).
Pero la idea de que un comité deba primeramente y por encima de todo someterse a
Cristo y buscar celosamente la dirección del Señor recordando que todos somos
hermanos, por alguna extraña razón despertaba el recelo en Butler y Loughborough.
Este último afirmó:
¿Les estaban clavando un cuchillo en la espalda? Jones y Waggoner tenían disculpa por
pensar que tal era el caso. Jones se levantó en aquel momento para hacer un
llamamiento a los delegados, en tonos trágicos. Pudo significar una herida que jamás
curaría:
Quisiera hacer ahora una petición a los delegados y a todos quienes leen el
Bulletin. Cuando se impriman estos discursos, leed por favor los del hermano
Waggoner y [P.T.] Magan, y después el mío; leedlos con detenimiento, y si
sois capaces de encontrar en alguno de ellos algo que vaya de alguna forma
en detrimento de la organización, espero que lo marquéis y nos lo enviéis,
de forma que podamos arrepentirnos por ello (A.T. Jones, General
Conference Daily Bulletin 1903, 164).
158
El desafío de Jones se tuvo entonces en pie, y perdura hasta hoy. Waggoner y él habían
hecho un llamamiento a someterse a Cristo y al Espíritu Santo en armonía con el mensaje
de 1888. Se trataba de una sumisión que haría posible la dirección del Señor en la
conclusión de su obra mundial. No se estaban oponiendo a la organización; lo que
deseaban ver era que la organización se sometiera a Cristo, a fin de que pudiera
cumplirse la comisión evangélica. Querían que se reconociera a Cristo como verdadera
Cabeza de la Iglesia, y que fuera él quien tomara las riendas de su organización.
La persistente actitud del corazón del pastor Butler queda ilustrada en una carta dirigida
al Dr. Kellogg un año después. En ella deja claro que nunca se arrepintió de su ceguera
de 1888. No podía evitar seguir culpabilizando a Waggoner por males que perturbaban
la causa, y consideró la derrota de este como una bendición:
Uno se pregunta cómo una carta así pudo ayudar al Dr. Kellogg en aquel delicado
momento que atravesaba.
159
dotado para la administración, o para dirigir Review and Herald. Sus “credenciales
celestiales” le habían sido concedidas con un propósito diferente: el de ser un heraldo
del evangelio del fuerte pregón para la Iglesia y para el mundo. Eso era encargo sobrado
y suficiente para la labor que un ser humano puede desempeñar. Cuando esa misión
fracasó, Jones perdió la paciencia de los santos.
Dios ha concedido al Dr. Kellogg el éxito que ha tenido… Dios no aprueba los
esfuerzos realizados por algunos con el fin de dificultar hasta donde les sea
posible la obra del Dr. Kellogg… Los que rechazan [la luz sobre la reforma
pro-salud], rechazan a Dios. Uno tras otro de entre quienes se esperaba algo
mejor, dijeron que todo venía del Dr. Kellogg y le hicieron la guerra. Eso tuvo
una influencia nociva sobre el doctor, que cedió al resentimiento y la
represalia (General Conference Daily Bulletin 1903, 86).
Una carta dirigida al pastor Butler, quien era presidente de la Asociación General en
1888, indica que la apostasía final de Kellogg fue también “en gran medida” nuestra
responsabilidad. Desde luego, no era la voluntad de Dios:
Algún día se verá que nuestros hermanos y hermanas no han sido inspirados
por el Espíritu Santo en su trato hacia el Dr. Kellogg. Sé que vuestras
opiniones sobre el doctor no son correctas. Dios no va a aprobar vuestra
actitud hacia él… Podéis seguir un curso de acción que debilite de tal manera
la confianza que él tiene en sus hermanos, que haga imposible que le
resultéis de ayuda cuándo y dónde él la necesite…
No conozco a ningún otro entre nosotros cualificado para desempeñar la
obra que el Dr. Kellogg ha efectuado. Ha necesitado la simpatía y confianza
de sus hermanos… Debieron haber seguido un curso de acción que ganara y
mantuviera su confianza… Pero en lugar de eso ha habido un espíritu de
sospecha y crítica.
Si el doctor fracasa en cumplir su deber y en ser finalmente un vencedor,
aquellos hermanos que fallaron por su falta de sabiduría y discernimiento al
no ayudar allí donde su ayuda era necesaria, serán en gran medida
responsables…
Sus hermanos a veces perciben realmente que Dios está empleando al
doctor para el desempeño de una obra para la que ningún otro es idóneo.
Pero entonces reciben una cantidad abrumadora de informes negativos
sobre él y quedan perplejos. Los aceptan parcialmente y concluyen que el
160
Dr. Kellogg debe ser realmente hipócrita y falto de sinceridad… ¿Cómo debe
sentirse el doctor, observado siempre con recelo?... ¿Habrá de continuar por
siempre?... Cristo pagó el precio de la redención por su alma, y el diablo hará
todo lo que pueda para arruinarla. Que ninguno de nosotros sea su ayudante
en esa obra (Carta B21, 1888; 12 Manuscript Releases, 377-383; The Ellen G.
White 1888 Materials, 99-105).
Los que están en el corazón mismo de la obra han sido indulgentes con sus
propios deseos de una forma en que han deshonrado a Dios… El Dr. Kellogg
no recibió apoyo en la obra de la reforma pro-salud… Tuvo que asumir la
obra que otros dejaron de hacer. Ha sido muy injusto el espíritu de crítica
mostrado desde el principio hacia su obra, y la ha convertido en difícil… Es
un hecho la lentitud de nuestros pastores en hacer avanzar la reforma pro-
salud… Eso ha causado la pérdida de confianza en ellos por parte del Dr.
Kellogg (Ms. 13, 1901, Diary, enero 1898; Battle Creek Letters, 11).
Conclusión
Las últimas palabras que el Dr. Waggoner escribió antes de su muerte repentina el 28
de mayo de 1916 se encuentran en una carta que escribió a M.C. Wilcox:
No nos corresponde especular acerca de si será finalmente salvo o no. Pero si los citados
fueron sus últimos pensamientos y Dios en su infinita sabiduría y misericordia encontró
la manera de salvarlo, ciertamente Waggoner se declararía indigno. ¿Acaso alguno de
nosotros nos sentiremos de otro modo?
Una de las últimas cartas que tenemos de Jones antes de morir, revela un espíritu
humilde de completa confianza en el mensaje adventista del séptimo día y en el
ministerio de Ellen White (12 de mayo de 1921). La enfermera que lo atendió en Battle
161
Creek en su lecho de muerte nos manifestó personalmente su certeza de que Jones
murió como un auténtico cristiano.
Tan ciertamente como hay un Dios viviente, esa oración no quedará sin respuesta.
162
Capítulo 11
(índice)
A lo largo de la historia ha permanecido como ley inalterable ese principio del engaño
sobrevenido, una vez que se rechaza la luz. Jesús declaró a los dirigentes judíos:
Necesitamos una comprensión veraz de la era que siguió a 1888, a fin de reconocer las
“chispas” que sustituyeron a la luz verdadera.
Los hermanos eran sinceramente inconscientes de una actitud del corazón que se
manifestó en una reacción no santificada contra la más gloriosa luz que jamás haya
brillado sobre esta Iglesia. Pero no eran peores de lo que somos nosotros por naturaleza.
Somos un solo cuerpo con ellos.
En consecuencia, el pecado de rechazar aquella luz del fuerte pregón jamás puede ser
verdaderamente vencido hasta que aquellos motivos no percibidos, igualmente
presentes en nuestros corazones, afloren a nuestra conciencia. La purificación del
santuario debe ciertamente incluir esa obra. Aquello que fracasamos en creer hace un
siglo, debemos aprenderlo transitando el largo rodeo que nosotros mismos hicimos
inevitable. Nuestra historia es el resultado de principios divinamente ordenados para
llevarnos a la reconciliación con Cristo.
163
La crisis “alfa” de principios del siglo XIX: un modelo
Aquello que sólo ganaría por amor, el Señor no lo va a procurar por la fuerza ni quiere
conseguirlo mediante el temor. Eso explica su gran paciencia con nuestra desviación.
¿Qué más podría hacer, excepto esperar que aborrezcamos nuestro proceder? Pero su
paciente sabiduría vencerá finalmente, porque es la sabiduría del amor, una estrategia
genuinamente divina. ¡Comprender la historia de 1888 significa poderosas buenas
nuevas!
Tanto en 1844 como en 1888, el rechazo de la luz hizo inevitable que cayésemos en el
engaño. Ese principio operó cuando ciertos pioneros adventistas rechazaron la luz
adicional relativa a la verdad del santuario:
Vi que una luz excesivamente brillante procedía del Padre hacia el Hijo, y
desde el Hijo ondeaba sobre el pueblo que estaba delante del trono. Pero
pocos recibían esta gran luz. Muchos salían de debajo de ella y la resistían
inmediatamente; otros eran descuidados y no apreciaban la luz, y esta se
alejaba de ellos…
Los que se levantaron con Jesús elevaban su fe hacia él en el lugar santísimo,
y rogaban: “Padre mío, danos tu Espíritu”…
Me di vuelta para mirar la compañía que seguía postrada delante del trono
y no sabía que Jesús la había dejado. Satanás parecía estar al lado del trono,
procurando llevar adelante la obra de Dios. Vi a la compañía alzar las miradas
hacia el trono, y orar: “Padre, danos tu Espíritu”. Satanás soplaba entonces
sobre ella una influencia impía… El objeto de Satanás era mantenerla
engañada, arrastrarla hacia atrás y seducir a los hijos de Dios (Primeros
escritos, 55-56).
Después de 1888 operó ese mismo elemento de engaño que se había dado tras el
rechazo de la luz que el Cielo envió relativa al santuario. Refiriéndose a la crisis, Ellen
White escribió en 1889:
No esperemos nunca que cuando el Señor tenga luz para su pueblo Satanás
se quede tranquilo y no haga ningún esfuerzo para impedir que sea recibida
(5 Testimonios, 681).
164
En la asamblea de Minneapolis se nos dijo que el fracaso en avanzar bajo la dirección de
Cristo nos expondría a caer en manos de la dirección de Satanás sin que nos diéramos
cuenta de ello:
El enemigo vio que la reacción de muchos contra la luz de 1888 le brindaba su mejor
oportunidad para obtener una victoria decisiva:
Los que tienen gran luz y no han andado en ella, tendrán tinieblas
correspondientes a la luz que han despreciado (Testimonios para los
ministros, 163).
Puesto que la luz que vino en 1888 fue la verdad del mensaje del tercer ángel, era de
esperar que el enemigo aprovechara la oportunidad para confundir nuestra
comprensión de esa verdad:
[Satanás] está trabajando con todo su poder engañador para alejar a los
hombres del mensaje del tercer ángel, que ha de proclamarse con gran
poder… trabajará con todo su poder maestro para introducir fanatismo por
un lado y frío formalismo por el otro, a fin de asegurarse una cosecha de
almas. Ahora es el momento cuando debemos velar incansablemente. Velad
165
y bloquead el camino al menor avance que Satanás intente hacia vosotros…
Algunos no utilizarán debidamente la doctrina de la justificación por la fe
(Special Testimonies, series A, nº 1, 63-64, 1890; 1 Mensajes selectos, 21).
A menos que el poder divino sea traído a la experiencia del pueblo de Dios,
las mentes resultarán cautivadas por teorías falsas e ideas erróneas (Review
and Herald, 3 septiembre 1889).
A.G. Daniells reconoció en 1926 que la advertencia era justificada, que se había cumplido
aquella profecía:
Ellen White estaba preocupada. El tiempo del fuerte pregón es una ocasión de gozosa
expectativa, pero también de peligro. La crisis posterior a 1888 señaló una nueva era,
según ella misma expresó:
Si bien es cierto que el enemigo procuró engañarnos antes de 1888, sus más
persistentes ataques tuvieron lugar con posterioridad. Es sólo por haber rechazado
previamente la luz, por lo que pudieron sobrevenirnos los engaños referidos bajo el
epígrafe “alfa”:
En el tiempo del fuerte pregón del tercer ángel estarán en peligro los que en
alguna medida han resultado cegados por el enemigo y no se han
recuperado plenamente de la trampa de Satanás, puesto que será difícil
discernir la luz del cielo y estarán inclinados a aceptar la falsedad. Su
experiencia errónea influirá en sus pensamientos, decisiones, proposiciones
y consejos. Las evidencias que Dios ha dado no parecerán evidencias para
quienes cegaron sus ojos eligiendo las tinieblas antes que la luz. Tras haber
rechazado la luz, producirán teorías que ellos llamarán “luz”, pero Dios las
llama chispas encendidas por ellos mismos, y serán las que dirijan sus pasos.
166
Muchos rechazarán las palabras enviadas por el Señor, mientras que
recibirán como luz y verdad las palabras que el hombre pueda hablar. Jesús
afirma: “He venido en nombre de mi Padre y no me recibís; si otro viniera en
su propio nombre, a ese recibiríais” (Juan 5:43). La sabiduría humana
apartará de la negación del yo, de la consagración, e inventará muchas cosas
que tiendan a dejar sin efecto los mensajes de Dios. No podemos estar
seguros confiando en hombres que no están estrechamente unidos con
Dios. Los tales aceptarán las opiniones de los hombres, pero no pueden
discernir la voz del verdadero Pastor, y su influencia servirá para extraviar a
muchos (Review and Herald, 13 diciembre 1892).
Tras la asamblea de 1893, Ellen White vio que nos amenazaban engaños sin precedente:
El peligro de impacientarse
En la era de 1888 algunos deseaban avanzar con Cristo en el inmenso gozo espiritual de
concluir la comisión evangélica. Pero el cuerpo de la Iglesia (sus dirigentes
especialmente) no estaba preparado. Contrariamente a lo que pretendería el
predeterminismo calvinista, el Señor tuvo que alterar su propósito y permanecer con su
pueblo. Si este no le seguía, habría de ser él quien se adaptara al paso de ellos.
Nota: Parece una fatalidad del destino que el líder destacado de la apostasía “alfa”
fuera J.H. Kellogg, quien estaba genuinamente convertido en ocasión del encuentro
de Minneapolis según palabras de Ellen White (General Conference Bulletin 1903,
86). W.W. Prescott, que durante un tiempo enseñó ciertos aspectos del mensaje,
enseñó también panteísmo en los inicios de la crisis. Hasta el propio Waggoner erró
en algunas de sus expresiones, dando a sus opositores ocasión de acusarle de ser
panteísta a pesar de que Ellen White nunca le hizo un reproche a ese respecto.
Algunos concluyen hoy equivocadamente que el mal del panteísmo está implícito
en el mensaje de 1888.
Tratándose de expresar verdad vital, se impone la más estricta precisión, puesto
que el camino del error y el de la verdad discurren cercanos. Eso se aplica
especialmente al mensaje que constituyó el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte
pregón. Los conceptos de 1888 enfatizan cuán cercano a nosotros vino el Salvador
167
en su encarnación y ministerio, mediante el Espíritu Santo. La oposición
determinada y persistente desconcertó a los mensajeros, distorsionando el
compañerismo cristiano. Obligado innecesariamente a ponerse a la defensiva y
privado de la sana instrucción y corrección fraternales, Waggoner sobrepasó, tras
años de fidelidad, la estrecha línea que separa la preciosa verdad del error [hacia
1897].
El caso de Ellen White permanece hasta el día de hoy como un consejo y ejemplo
admirables. Los críticos seres humanos no tienen tanta paciencia como el Señor. No es
el Señor sino la Iglesia, la responsable de la prolongada demora. ¿Por qué permite Dios
que la apostasía irrumpa en su Iglesia? La historia de Israel arroja luz sobre la nuestra:
Pero hay buenas nuevas al final del largo rodeo. Llevará a la Iglesia a una verdadera
comprensión de su condición y a un arrepentimiento genuino en una experiencia que
será la mayor de su género en toda la historia:
La Iglesia Adventista del Séptimo Día debe ser pesada en la balanza del
santuario… Si las bendiciones conferidas no la capacitaron para cumplir la
obra que se le confió, se pronunciará contra ella la sentencia: “Hallada
falta”…
A menos que la Iglesia contaminada por la apostasía se arrepienta y se
convierta, comerá del fruto de sus propias obras hasta que se aborrezca a sí
misma. Si resiste el mal y busca el bien; si busca a Dios con toda humildad…
será sanada. Aparecerá en la sencillez y pureza que provienen de Dios,
exenta de todo compromiso terrenal, demostrando que la verdad la ha
hecho realmente libre. Entonces sus miembros serán verdaderamente
elegidos de Dios para ser sus representantes.
Ha llegado la hora de hacer una reforma completa. Cuando principie, el
espíritu de oración animará a cada creyente, y el espíritu de discordia y de
revolución será desterrado de la Iglesia… Todos estarán en armonía con el
pensamiento del Espíritu (8 Testimonios, 258-262; original sin cursivas).
168
“Toda la Iglesia”
¿Esperamos ver que se reavive toda la Iglesia? Ese tiempo nunca llegará.
Hay personas en la Iglesia que no están convertidas y que no se unirán a la
oración ferviente y eficaz. Debemos hacer la obra individualmente (1
Mensajes selectos, 142; escrito en 1887).
Tras haberse escrito lo anterior, el mensaje de 1888 trajo una visión y esperanza
renovadas. Ahora Ellen White se expresó en términos más positivos. El nuevo mensaje
dio un nuevo ánimo:
Cuando sea derramada la lluvia tardía, la Iglesia será revestida de poder para
efectuar su obra; pero la Iglesia como un todo nunca lo recibirá hasta que
sus miembros hayan desechado toda envidia, toda mala sospecha y toda
maledicencia (Review and Herald, 6 octubre 1896; original sin cursivas).
Cuando la Iglesia se despierte… los miembros tendrán afán por las almas de
los que no conocen a Dios… Dios obrará mediante una Iglesia consagrada y
abnegada, y revelará su Espíritu en una forma visible y gloriosa… Cuando el
pueblo de Dios reciba este Espíritu, irradiará poder (1 Mensajes selectos,
136-137; escrito en 1898; original sin cursivas).
169
El Espíritu Santo debe animar e impregnar toda la Iglesia, purificando los
corazones y uniéndolos unos a otros…
El propósito de Dios es glorificarse a sí mismo delante del mundo en su
pueblo (9 Testimonios, 18; original sin cursivas).
A fin de alcanzar esa meta, será necesario que comprendamos nuestra propia historia.
No tenemos nada que temer por el futuro, excepto que olvidemos la manera
en que el Señor nos ha conducido (Testimonios para los ministros, 31).
La herejía panteísta
170
Vivimos en medio de los peligros de estos últimos días, cuando se oirán
voces que dirán en todas partes: “He aquí el Cristo”, “He aquí la verdad”,
mientras la preocupación de muchos consiste en desarraigar el fundamento
de nuestra fe que nos ha hecho salir de las iglesias y del mundo para
constituir un pueblo peculiar…
La verdad para este tiempo es preciosa, pero aquellos cuyos corazones no
han sido quebrantados al caer sobre la Roca que es Cristo Jesús, no verán ni
comprenderán qué es la verdad. Aceptarán aquello que place a sus ideas y
comenzarán a preparar otro fundamento diferente del que ya ha sido
puesto. Halagarán su propia vanidad y estima pensando que son capaces de
quitar las columnas de nuestra fe para reemplazarlas por pilares inventados
por ellos (Elmshaven Leaflets, The Church, nº 4; Ms. 28, 1890; 2 Mensajes
selectos, 446-448; original sin cursivas).
Estaban ocurriendo cosas subrepticiamente, pudiéndose decir del prejuicio contra 1888
que
Para la mayoría de los hermanos, esa “confesión cabal” no llegó nunca. Cortar la parte
superior y dejar las raíces intactas era exactamente lo que satisfaría al enemigo:
171
de la Asociación. ¿Le será retirada a este pueblo el arca del pacto? ¿Se van a
introducir ídolos de contrabando? ¿Se incorporarán al santuario falsos
principios y preceptos? ¿Se va a dar crédito al anticristo? ¿Se van a ignorar
las verdaderas doctrinas y principios que Dios nos dio, y que han hecho de
nosotros lo que somos?... A eso es a lo que el enemigo nos está directamente
llevando por medio de hombres cegados y carentes de consagración (Ms.
29, 1890; 21 Manuscript Releases, 448).
En 1894 se nos advirtió con intensidad creciente, exponiendo de nuevo la sutil astucia
satánica:
Ese mismo año Ellen White escribió sobre la posibilidad de que nuestras escuelas
resultaran atrapadas en las redes de las seducciones satánicas. Pero nuevamente se
expresó en términos esperanzadores:
172
Nuestras instituciones de enseñanza pueden tomar una deriva en
conformidad con el mundo. Pueden seguir los pasos del mundo; pero son
prisioneras de esperanza, y Dios las corregirá e iluminará y las restaurará a
su posición correcta de distinción del mundo (Review and Herald, 9 enero
1894; Fundamentals of Christian Education, 290).
Algunos tienen en mayor estima la asociación con los hombres de saber, que
la comunión con el Dios del cielo. Se da más valor a las aseveraciones de los
sabios, que a la sabiduría superior revelada en la Palabra de Dios…
Los hombres que el mundo presenta como admirables ejemplos de
grandeza… revisten al hombre con honor y apelan a la perfección de su
naturaleza. Pintan un cuadro idílico, pero todo es una ilusión… Quienes
presentan una doctrina contraria a la Biblia están dirigidos por el gran
apóstata… Con un dirigente como ese –un ángel expulsado del cielo-, los
supuestamente grandes hombres de la tierra son capaces de elaborar
teorías seductoras que fascinan las mentes de los hombres (Youth Instructor,
7 febrero 1895; Fundamentals of Christian Education 331-332).
En la víspera de la crisis del panteísmo, Ellen White percibió que se cernían ante nosotros
acontecimientos portentosos:
173
Aquella misma asamblea de 1899 conoció de primera mano un trágico ejemplo de
engaño. Uno de nuestros honorables dirigentes, cuando regresaba de Europa para
asistir a la asamblea en South Lancaster, hizo amistad durante su travesía en barco con
un empresario que aparentaba ser un rico capitán de navío. El ingenioso empresario
profesaba aceptar el “mensaje del tercer ángel”. El pastor lo invitó en toda sinceridad a
asistir a la asamblea que pronto tendría lugar en South Lancaster. El “capitán Norman”
consiguió hacer gran impacto entre los delegados y adventistas locales, entre quienes
se incluía una joven a quien propuso matrimonio, que ella aceptó.
El “caballero” resultó ser un agente del diablo, en palabras de Ellen White *. Desapareció
junto con el dinero que su flamante novia había ahorrado durante toda su vida. Pero los
mismos que fueron engañados por aquel agente del diablo resultarían muy pronto
igualmente confundidos por lo que Ellen White denominó “doctrinas de demonios”, en
la historia de la apostasía “alfa”.
La última década del siglo XIX fue un período de tinieblas y confusión en la sede de
nuestra obra. El notable progreso exterior estaba disfrazando la destitución espiritual.
Mervyn Maxwell describe el contraste llamativo entre el mensaje de 1888 y la condición
espiritual de la Iglesia:
¿Cuál era el verdadero origen del problema espiritual? Habían rechazado el comienzo
de la lluvia tardía y del fuerte pregón. Habían desechado la mayor oportunidad
escatológica jamás otorgada a un pueblo.
175
176
Capítulo 12
(índice)
El “iceberg” consistió en la sutil herejía del panteísmo, promovida por algunos de los
dirigentes más respetados del adventismo, que fueron tan sordos a las advertencias del
peligro que amenazaba, como lo había sido el capitán de la desafortunada embarcación
construida en los astilleros de Cunard.
Estando Ellen White atemorizada porque nadie hiciera nada para resolver la crisis
ocasionada por las enseñanzas heréticas del Dr. Kellogg, tuvo un sueño inspirado:
(2) De no ser por su inspirado discernimiento, quizá ni la propia Ellen White habría
podido reconocer el sutil error. No obstante, ella esperaba que sus hermanos y
hermanas estuvieran también en íntimo contacto con el Espíritu Santo, de forma que
fueran igualmente capaces de discernir:
Oí una voz que decía: “¿Dónde están los atalayas que deberían estar en pie
sobre las murallas de Sión?” ¿Están durmiendo? Este fundamento fue
construido por el Obrero Maestro y soportará la tormenta y la tempestad.
¿Permitirán que este hombre [Dr. Kellogg] presente doctrinas que nieguen
la experiencia pasada del pueblo de Dios? Ha llegado el tiempo de actuar
decididamente (ibíd., 54; 1 Mensajes selectos, 238).
De hecho, la historia hace recaer mayor culpa en la ceguera para reconocer el peligro
por parte de los centinelas en los muros de Sión, que en el descaminado doctor que
enseñó la herejía. Somos muy rápidos condenándolo y nos alegramos por la liberación
obrada por el Espíritu de profecía.* Pero la lección es preocupante: las advertencias
dadas repetidamente desde 1888 fracasaron en despertar a la mayoría de nuestro
pueblo.
* Ellen White quiso ayudar a Kellogg en la confianza de que tal cosa era posible. Lo
había calificado como “el médico del Señor”, y dijo de él que había estado
genuinamente convertido en el encuentro de Minneapolis (General Conference
Bulletin, 1903, 86). Kellogg afirmó: “Me habría encantado beneficiarme de la crítica
amistosa ejercida de forma en que hubiera podido entenderla, antes de publicar el
libro [The Living Temple]” (Carta a W.C. White, 24 diciembre 1903). La oposición
pastoral hacia el mensaje de 1888, tanto como hacia el mensaje de la reforma pro-
salud, lo habían sumido en el desánimo (Carta EGW K-18, 1892; K-86a, 1893).
Kellogg dijo, refiriéndose a su juventud: “Cuando comprendí los principios de la
reforma pro-salud me parecieron tan bellos y consistentes que los acepté de
inmediato. Después tuve una lucha tal contendiendo en favor de ellos, que llegué
a no amar a nadie que no amara dichos principios. Algunos de los peores conflictos
que ha conocido la obra de la reforma pro-salud han sido protagonizados por los
pastores de nuestra Asociación. Fue una dura prueba para nuestros obreros en el
sanatorio –quienes no habían probado la carne desde hacía mucho tiempo-, el ver
a los pastores sentarse a nuestras mesas y pedir que les sirvieran pollo estofado o
filete de vaca. Llegamos a temer la visita de parte de la Asociación… finalmente
llegué a temer la visita de los pastores. Recelé de ellos, ya que no sabía si podía
confiar en ellos o no… Ahora siento que puedo confiar en usted; confío
plenamente” (General Conference Bulletin 1903, 83). Más tarde perdió una gran
parte de aquella confianza. Los males paralelos de la continua indiferencia
ministerial, tanto hacia la reforma pro-salud como hacia el mensaje de 1888, tienen
mucho que ver con el extravío de Kellogg. El fermento espiritual aparecido en Battle
178
Creek por la oposición hacia el mensaje, resultó ser un nutriente envenenado para
el alma de Kellogg.
(3) Por desgracia, la experiencia probatoria del panteísmo podría no ser la última. Las
repetidas advertencias relativas a la necesidad de aceptar el mensaje de 1888 debían
haber capacitado a nuestros hermanos para pilotar el barco por ellos mismos de forma
segura a través de las peligrosas aguas del panteísmo. Pero se hizo necesaria la
intervención personal y urgente de Ellen White. De no haber sido por eso, el barco se
habría ido a pique.
Por lo tanto, Satanás debe tener permiso para probarnos de nuevo, esta vez sin estar
personalmente en vida el agente del Espíritu de profecía. Ha de ser la prueba final que
demuestre si es que hemos alcanzado la madurez, o si, como niños, necesitamos aún el
tutelaje personal de alguien que nos acompañe paso a paso. Es inevitable concluir que
la crisis panteísta no fue más que el “alfa”, a la que debe suceder una “omega” en
correspondencia. Ahora mismo puede estar más próxima de lo que pensamos:
Living Temple contiene el alfa de esas teorías. Sabía que la omega seguiría
poco después, y temblé por nuestro pueblo (Special Testimonies, Series B,
nº 2, p. 53; 1 Mensajes selectos, 237).
La omega seguirá y será recibida por los que no estén dispuestos a prestar
atención a la amonestación que Dios ha dado (Special Testimonies, Series B,
nº 2, 50; 1904; 1 Mensajes selectos, 233).
179
Curiosamente, no encontramos ninguna advertencia de Ellen White relativa a The Glad
Tidings, de E.J. Waggoner {en castellano, Las buenas nuevas, Gálatas versículo a
versículo}. El 11 de abril de 1901, Waggoner negó expresamente albergar ideas
panteístas (General Conference Bulletin 1901, 223). La más refinada teología puede
sostener su alegación. Sus predicaciones en la asamblea de 1901 fueron fervientes y
poderosas. Fue después de esa asamblea cuando Ellen White recomendó que se trajera
a Waggoner para enseñar en Berrien Springs, para su propio beneficio y el de sus
estudiantes. Él mismo estaba necesitado de una comunión más íntima con hermanos
mejor capacitados que los que conociera en su virtual aislamiento de Inglaterra.
Esa crisis fue permitida para probar nuestra fe, y a modo de lección para una generación
futura:
Por lo tanto, la crisis provocada por The Living Temple no habría de señalar el fin de los
esfuerzos de Satanás por engañar, esclavizar, confundir y trastornar al pueblo
adventista. El peligro de la sutil apostasía interna sigue presente en nuestro medio más
que nunca antes:
Hay algo que pronto va a hacerse evidente: la gran apostasía que se está
desarrollando, aumentando y fortaleciendo, y que continuará así hasta que
el Señor descienda del cielo con voz poderosa. Debemos aferrarnos a los
tempranos principios de nuestra fe denominada, y avanzar en una fe que se
fortalezca cada vez más. Debemos mantener la fe que fue confirmada por el
Espíritu Santo de Dios desde los primeros eventos de nuestra experiencia
hasta el tiempo actual (Special Testimonies, Series B, nº 7, 56-57; The New
York Indicator, 7 febrero 1906: Standing In the Way of God’s Messages NYI
February, 1906, par. 1).
(4) Las presentaciones populares pretendiendo que el período que siguió a 1888 fue
una gran victoria, anulan la lección ejemplar derivada de la apostasía de Kellogg. Aquello
que Dios permitió que ocurriera “a fin de hacer manifiesto que nos amenaza”, y para
180
que comprendiésemos “hasta dónde pueden llevar el engaño y maquinaciones del
enemigo”, la sabiduría humana lo presenta como una victoria que evidencia la
indulgente aprobación divina. Al pretender que la “omega” fue un evento perteneciente
al pasado, queda sepultada la lección de esa experiencia:
De ser cierto que la pérdida del sanatorio de Battle Creek constituyó la omega, podemos
descansar en la seguridad de que las mayores pruebas y peligros para el movimiento
adventista tuvieron ya lugar hace ochenta años. Puesto que Satanás agotó su repertorio
de tentaciones seductoras en el pasado remoto, no hay mayor motivo por el que
hubiéramos de prepararnos para algo especial en el futuro.
Nota: Desde 1920 se han venido haciendo intentos de etiquetar esta o aquella
nueva o falsa doctrina como siendo la “omega”. Algunos en nuestros días la han
querido ver en el movimiento Reformacionista de la “nueva teología”. Cada
generación sucesiva ha debido hacer frente a una forma más sofisticada de engaño.
Nadie puede decir con certeza si hemos visto ya la “Z”: lo último del alfabeto de
engaños de Satanás; pero con toda probabilidad no debemos estar muy lejos de la
X o de la Y.
En una edición reciente de Spectrum (vol. 12, nº 2) el Dr. Robert Jonhston recupera la
idea de L.H. Christian citando en su apoyo a D.E. Robinson. Sin embargo, no encuentra
soporte alguno para su punto de vista en los escritos de Ellen White. La profetisa jamás
dio a entender en la década siguiente que la pérdida de la institución de Battle Creek
constituyese la omega. Tampoco dijo nunca que se tratara de “eventos”. Johnston
debilita su argumentación admitiendo que alfa y omega son “partes de un continuo
simple y directo”. De ser así, la última ha de ser de naturaleza idéntica a la primera, por
lo tanto, no puede tratarse de “eventos”, sino de “doctrinas de demonios” sutilmente
disfrazadas a modo de verdad.
La idea de que omega se refiera a un “evento” del pasado, parece contraria a las
declaraciones de Ellen White:
181
(1) La profetisa afirmó que en esa experiencia “muchos se apartarán de la fe”. Pero el
propio Christian declara que “fueron pocos los miembros que nos abandonaron” cuando
perdimos el sanatorio de Battle Creek.
(2) Ellen White declaró que la omega sería un “peligro”, el final de un abecedario de
herejías mortíferas y doctrinas de demonios. Perteneciendo al mismo alfabeto, debe
tratarse igualmente de herejías y doctrinas inicuas, sólo que más perspicaces, sutiles y
especiosas, en la medida en que omega es posterior a alfa. ¿Cómo podría la pérdida
material de una institución cumplir esa profecía?
(3) Refiriéndose al tiempo en que aparecería la omega, Ellen White escribió: “Temblé
por nuestro pueblo”. Pero tras haberlo perdido, el gran sanatorio fue reconstruido en
contra de la expresa desaprobación de Ellen White. ¿Por qué habría de temblar “por
nuestro pueblo” ante la perspectiva de perder aquello que se había venido a convertir
en una trampa para ellos, y que nunca debiera haberse reconstruido a semejante gran
escala?
Las que siguen son expresiones relativas al alfa, aparecidas de forma literal en Special
Testimonies, Series B, nº 2 y 7 (SpTB02, 12-15):
El gran conflicto entre Cristo y Satanás prosigue todavía hoy. Hemos llegado ya al
“futuro” predicho en esta declaración:
Para este tiempo el enemigo debe haber adquirido una sagacidad extraordinaria. Es
inquietante constatar la sinceridad del Dr. Kellogg cuando declaró que creía estar
enseñando lo mismo que Ellen White. Es por ello que muchos de nuestros hermanos
resultaron sorprendidos:
Sea cuando sea y como sea que aparezca la omega, muy probablemente pretenderá
estar respaldada por el Espíritu de profecía, y es de esperar que muchas mentes de
escaso discernimiento concuerden con esa pretensión. Es también de esperar que
algunos dirigentes destacados e influyentes promuevan el engaño. La verdadera
semejanza de carácter con Cristo hará que protesten quienes están unidos a él. Tener el
yo crucificado con Cristo permite cierta santa osadía:
Ellen White vio los peligros de la omega como una experiencia que ocurriría después de
su muerte:
Conclusión
La auténtica verdad significa siempre buenas nuevas. Según refieren los que solían oírla,
Ellen White oraba en ocasiones así: “Señor, muéstrame lo peor de mi caso”. Esa es
también para nosotros una oración saludable: “Señor, haznos ver la verdad de nuestra
historia, la verdad de nuestra condición espiritual actual”. La verdad de nuestra historia
183
pasada nos brinda esperanza incalculable y confianza para el futuro, con tal que la
reconozcamos tal cual es.
La Iglesia remanente, débil y defectuosa como es, sigue siendo el objeto supremo de la
consideración del Señor. Al reconocer nuestra pecaminosidad ponemos toda nuestra
confianza en la misericordia y amor inmutables de Dios. El largo rodeo en el que hemos
estado vagando durante años ha de llevarnos -en su momento- al Cristo que rechazamos
en la era de 1888. Lo encontraremos cuando nos aborrezcamos a nosotros mismos y nos
arrepintamos. Ese proceso no va a estar contaminado por la reivindicación de nosotros
mismos.
Por otro lado, Dios confía en la sinceridad de nuestro corazón. Él mismo está sometido
a juicio ante el universo, en nosotros. Ha hecho depender su trono de la sinceridad de
su pueblo. En el Bulletin de la Asociación General de 1893 encontramos este refrescante
llamado centrado en Cristo:
¿Podría alumbrar toda la tierra con su gloria un fuerte pregón diferente del que nuestro
arrepentimiento ha de hacer posible?
184
Capítulo 13
(índice)
La serie To Catch a Star deplora el hecho obvio de que muchos jóvenes adventistas
carecen de la perspectiva que motivó a la juventud “misionera voluntaria” de
generaciones precedentes. “No es emocionante, no es positivo, carece de grandeza y es
irrelevante para la vida”. Esas son las “carencias específicas” que nuestros jóvenes
perciben en el adventismo de nuestros días.
Si la misión adventista del séptimo día viene definida por los tres ángeles de Apocalipsis
14, ¿podría ser cierto que no sea emocionante, positiva, que carezca de grandeza y que
sea irrelevante para la vida? ¡No, a menos que hayamos malinterpretado la realidad!
Pero por alguna extraña razón, eso es lo que ha parecido a muchos jóvenes.
Eso no significa que la Iglesia haya caído -tal como sucedió con Babilonia- ni que haya
dejado de ser el objeto supremo del amante cuidado del Señor. Los disidentes y
separatistas que descartan la Iglesia por considerarla caída, no entienden la realidad de
la adoración a Baal. La plena verdad constituye buenas nuevas, pues el reconocimiento
de la realidad posibilita el arrepentimiento, la reforma y la reconciliación con Cristo, tal
como sucedió en los días de Elías.
Israel, en su día, era todavía la nación escogida del Señor, y Judá lo fue igualmente en el
tiempo de Jeremías. Según la profecía bíblica, el mensaje de Apocalipsis 14 sigue
estando hoy confiado a la Iglesia Adventista del Séptimo Día. La verdad llana es que se
impone un arrepentimiento y reforma genuinos, si es que esta Iglesia ha de proclamar
185
al mundo “el evangelio eterno” de modo que toda la tierra resulte alumbrada con su
gloria. Y una experiencia espiritual como esa es posible.
Ellen White tuvo pocos meses después de Minneapolis una de sus visiones más gráficas
y escalofriantes:
Aparentemente nadie más compartía la carga que abrumaba su alma, pero el Señor la
animó a que confiara en que él nunca abandonaría su Iglesia.
¿Pudo, quizá, percibir de alguna forma cuántos de entre nuestros jóvenes se verían hoy
atrapados por esa niebla, atados en manojos con el mundo, satisfechos con una mera
creencia en “un Ser supremo”, y careciendo de una comprensión clara de la obra del
Sumo Sacerdote en el Día cósmico de la expiación?
Su pregunta “¿qué fruto nos aguarda?” tiene una respuesta concreta e inevitable:
precisamente el futuro que ahora cosechamos.
La experiencia posterior a 1888 traumatizó a Ellen White, quien previó casi con horror
la fuerza con la que Satanás trataría de destruir la misión singular de este pueblo. Varios
años después declaró:
¿Son esas predicciones de adoración a Baal una seria preocupación para nosotros hoy?
¿O fue sólo un problema temporal confinado a Battle Creek y al siglo XIX? Nuestra
reacción natural a esa predicción inspirada, es decir: ¡Imposible! ¡Impensable! ¡Quizá
seamos “miserables” y todo eso, pero no somos así de “pobres” espiritualmente
187
hablando! Pero lo cierto es que nuestra conciencia, silenciosa pero insistentemente, nos
dice que algo va mal. Quizá finalmente todo tenga sentido. ¿Quién es Baal?
En el lenguaje del antiguo Israel, Baal era simplemente la palabra para referirse al señor
o marido:
Baal, el dios de los cananeos, significa “el señor”, que es también la forma empleada
frecuentemente para referirse al verdadero Dios de Israel, el SEÑOR: Jehová. El
babilonio Adon, helenizado como Adonis, tiene el mismo significado. Es una palabra que
comparte su origen con la voz hebraica Adonai: “el Señor”. Así, cuando los profetas de
Baal oraron en el monte Carmelo, clamaban: “¡Señor, Señor, óyenos!”, mientras que
Elías preservaba una diferencia en su concepción de Dios (1 Reyes 18:26).
Se suele asumir que entre la apariencia de la verdadera religión de Israel y las religiones
paganas contemporáneas había una diferencia muy evidente. Pero los eruditos afirman
que se daban semejanzas sorprendentes: el sacrificio diario matutino y vespertino, el
diezmo pagado a los sacerdotes, el ofrecimiento de animales sin mancha, la existencia
de libros sagrados y salmos penitenciales, y muchos conceptos e ideas eran copia del
culto verdadero.
Los templos de Babilonia y Asiria tenían mucho en común con el templo de Salomón.
Esas semejanzas hacían tropezar frecuentemente al pueblo de Israel, que resultaba
seducido en diversas formas a la adoración apóstata. Para Israel era difícil percibir que
estaba adorando a un falso dios, dado que el nombre era el mismo que empleaban
comúnmente para referirse al Dios verdadero. El lenguaje y la terminología eran
semejantes. Sólo un profeta inspirado, y quienes creían en la inspiración del profeta,
podían discernir hasta qué punto eran diferentes los motivos y concepciones. La
predicción de Ellen White suscita la temible posibilidad de que una apostasía como
aquella haya infiltrado silenciosamente la Iglesia moderna mientras dormíamos. De ser
así, la situación es grave pero no desesperada. El arrepentimiento fue posible en tiempo
de Elías, y lo es también en el nuestro.
La apostasía en los días de Elías se suele entender de modo equivocado, como siendo
un apartamiento burdo de la verdad, tan obvio y llamativo como para permitir juzgar a
los israelitas de obtusos e inexcusables. Pero lo cierto es que la apostasía de Israel fue
gradual e inconsciente, y tardó casi un siglo en asumir las proporciones que Elías debió
enfrentar en su día. El profeta tuvo sin duda una mente muy penetrante para discernirla
(3 Testimonios, 303; Profetas y Reyes, 80, 97 y 100). Conviene aquí recordar que Elías
fue trasladado y vive aún hoy. ¿Se sentiría hoy aquí tal como se sintió en su día, al
reconocer a Jezabel y a sus profetas entre nosotros?
Puesto que Baal es un falso Cristo, es obvio que toda adoración al yo disfrazada de
adoración a Cristo, y que evade el principio de la cruz, ha de ser en realidad adoración a
Baal. Las raíces descienden hasta lo más hondo, y están frecuentemente ocultas a
nuestro conocimiento.
188
El uso verbal del nombre de Cristo y similar terminología cristiana no son determinantes
en lo que respecta a la auténtica identidad de la verdad. El enemigo de Cristo se ha de
“hacer pasar por Cristo”, es decir, ha de asumir su apariencia y suplantarlo mediante
engaños extremadamente sutiles. Pero mucho antes de esa suplantación vendrá su falsa
representación. Frederick A. Voigt, quien no fue adventista, reconoció una faceta de ese
engaño supremo: “La ‘Ética Cristiana’ es el Anticristo del mundo occidental. Es la
corrupción más insidiosa y formidable que jamás haya afligido a este mundo”.
Un pequeño ejemplo es el culto del amor a uno mismo. Mediante una sutil manipulación
de las Escrituras se ha presentado como virtud el amor pecaminoso dedicado al yo.
Durante los últimos quince años ha sido inculcado con insistencia a nuestros jóvenes a
modo de supuesto deber cristiano. La orden divina de amar a nuestro prójimo como a
nosotros mismos se distorsiona, convirtiéndola en una orden de amar al yo, cuando
(bien al contrario) el Señor enseñó que la motivación de nuestro amor natural
pecaminoso hacia el yo resulta redireccionada mediante la fe genuina hacia un amor por
nuestro prójimo, semejante al de Cristo.
El genuino respeto a uno mismo es ciertamente una virtud, pero su autenticidad se basa
en la apreciación del amor abnegado de Cristo revelado en la cruz. Se fundamenta, por
lo tanto, en la expiación de Cristo. Pero el amor del tipo “primero yo” es la antítesis de
la devoción por Cristo y por su obra. Es comprensible que el enemigo promueva la
adoración al yo, haciéndola pasar por enseñanza de Cristo. Lo que cuesta de entender
es por qué debiera promoverlo el adventismo del séptimo día.
Sin duda alguna es la ignorancia o el desdén hacia las declaraciones de Ellen White
relativas a la adoración a Baal lo que ha hecho posible que la filosofía de la Nueva Era
haya sido tan ampliamente tolerada entre nosotros. Pero lo fundamental en nuestra
actual confusión es haber aceptado a un falso Cristo en lugar del verdadero, como
consecuencia de nuestra tragedia de 1888. Las raíces se extienden un siglo atrás.
El acto capital que coronará el gran drama del engaño será que el mismo
Satanás se dará por el Cristo… como ser majestuoso, de un brillo
deslumbrador… superará cuanto hayan visto los ojos de los mortales. El grito
de triunfo repercutirá por los aires: “¡Ha venido Cristo! ¡Ha venido Cristo!”
El pueblo se postrará en adoración ante él, mientras levanta sus manos y
pronuncia una bendición sobre ellos… Su voz es suave y apacible, pero a la
vez llena de melodía… Es el engaño más poderoso y resulta casi irresistible
(El conflicto de los siglos, 682 [608-609]).
189
la promoción, el prestigio y el poder sean las motivaciones reales del ministerio,
tendremos a profetas de Baal.
Pero lo anterior no puede darse allí donde el verdadero mensaje de la justicia por la fe
sea comprendido y creído. La adoración a Baal es el fruto de una clase de enseñanzas
corruptas que hacen profesión de fe en Cristo, mientras que el yo no es crucificado con
él:
(1) Puesto que se trataba de una apostasía inconsciente, los dirigentes y el pueblo
intentaban negar su existencia:
¿Cómo puedes decir: “No soy impura, nunca anduve tras los Baales”? Mira
tu proceder en el valle, conoce lo que has hecho, dromedaria ligera que
corre de un lado a otro…
Con todo, tú dices: ‘’Soy inocente, de cierto su ira se apartó de mí’. Pero yo
entraré en juicio contigo, porque dijiste: “No he pecado” (Jer 2:23 y 35).
190
Y cuando anuncies a este pueblo todas estas palabras, te dirán: “¿Por qué el
Señor pronunció contra nosotros todo este mal tan grande? ¿Qué maldad es
la nuestra, o qué pecado es el nuestro, que cometimos contra el Señor,
nuestro Dios?”
Entonces les dirás: “Porque vuestros padres me dejaron –dice el Señor-,
anduvieron en pos de otros dioses, los sirvieron y a ellos se postraron; y me
dejaron a mí y no guardaron mi ley” (Jer 16:10-11).
“Tanto el profeta como el sacerdote son impíos. Aun en mi casa hallé su maldad”,
dice el Señor…
En los profetas de Samaria he visto desatinos. Profetizaban en nombre de Baal, y
hacían errar a mi pueblo Israel…
De los profetas de Jerusalén se extendió la impiedad por todo el país…
…los profetas… procuran que mi pueblo olvide mi nombre, así como sus padres lo
olvidaron por Baal (Jer 23:11, 13, 15 y 26-27).
Gracias a Dios por haber prometido enviar “al profeta Elías, antes que venga el grande
y terrible día del Señor” (Mal 4:5). ¡Lo necesitamos desesperadamente! (Ellen White da
a entender que “Elías” es el mensaje que comenzó en 1888; ver Review and Herald del
18 de febrero de 1890). Al mismo tiempo debemos tener presente que el enemigo desea
falsificar hasta la propia venida de “Elías”, y animará a cualquier autoproclamado
“reformador” que se levante en su propia vanidad, a adentrarse en el terreno que hasta
los propios ángeles temen pisar.
Vino palabra de Jehová a Elías; él no buscó ser el mensajero del Señor, sino
que la palabra le llegó a él (5 Testimonios, 279).
Desde 1888, “en gran medida ha sido mantenida lejos del mundo” la luz plena del
mensaje del tercer ángel en verdad (1 Mensajes selectos, 276). Como resultado, el
mundo está hoy en una relación diferente con Dios de lo que su plan preveía. Mientras
“Elías” ha tenido que sufrir en el exilio, algunos “Abadías” han debido alimentar a los
sinceros profetas del Señor “en cuevas” (1 Reyes 18:4) por así decirlo. La caída de
Babilonia ha resultado de alguna forma amortiguada. Todavía no ha venido a ser lo que
será cuando se proclame el fuerte pregón y lo rechace. Todavía no se ha hecho resonar
con poder y claridad la voz de Apocalipsis 18:4: “¡Salid de ella, pueblo mío!”
El Señor señala claramente el problema: aún no puede obrar por su Iglesia remanente
con el poder que él quisiera:
El Señor no actúa hoy para atraer más gente a la verdad a causa de los
miembros de Iglesia que nunca se convirtieron, y de los que se apartaron de
la verdad. ¿Qué influencia ejercerían esos miembros no consagrados sobre
los nuevos conversos? ¿No anularían el mensaje dado por Dios, que su
pueblo debe apoyar? (4 Testimonios, 371).
La expresión griega que emplea el Señor significa que le producimos náuseas, haciendo
que se sienta a punto de vomitar (Apoc 3:16-17).
¿Sería exagerada la posibilidad de que personas sinceras que caminan con Jesús puedan
sentir también náuseas debido a la egocéntrica adoración a Baal prevaleciente en el
moderno templo del Señor? ¿Cómo se siente Cristo ante el espíritu vanidoso, las
predicaciones vacías, la adulación y lisonja rendidos a hombres y mujeres, la exageración
y teatralidad ante los micrófonos, las bromas i chanzas y el patético legalismo
egocéntrico? ¿Y cómo se sienten los que el Señor describe en Apocalipsis 18:4 como “mi
pueblo”?
192
Es terrible pensar que la adoración a Baal haya podido infiltrar al Israel moderno tal
como lo hiciera con el antiguo, pero la sierva del Señor insiste en que tal es el caso.
Siendo que la naturaleza humana permanece invariable en el tiempo, nuestra tendencia
ha sido la misma que la del antiguo pueblo del Señor: asimilar la mentalidad de quienes
nos rodean. El rechazo al mensaje de 1888 estableció el patrón de tal asimilación por
casi un siglo, comenzando en la asamblea de 1893 con la introducción de ideas falsas
que pretendían ser la genuina justicia por la fe.
Nota: ver General Conference Daily Bulletin de 1893, 358-359. Hannah Whitall
Smith obtuvo las ideas básicas que presentó en su libro Christian’s Secret of a Happy
Life de Fenelon, un místico católico-romano de la corte de Luis XIV que dedicó su
vida entera a convertir protestantes a Roma. Su “justicia por la fe” es una
falsificación sutil, lo mismo que la del tele-evangelista católico Fulton Sheen y otros
tele-vangelistas católicos modernos. Su parecido con la genuina justicia por la fe es
en ocasiones increíblemente sutil.
Eso fue sólo el comienzo. Vez tras vez nos hemos vuelto hacia las iglesias populares y su
liderazgo, en busca de ideas e inspiración que percibimos como siendo el mismo
mensaje, sin discernir las diferencias fundamentales. Ya en la década de 1890 tendíamos
a confundir la justificación por la fe católico-romana como siendo la genuina (General
Conference Daily Bulletin 1893, 244, 261-262 y 265-266).
Poco después de la primera guerra mundial tomamos prestado de The Sunday School
Times el entusiasmo de la “vida victoriosa”. El libro de Froom Movement of Destiny llega
incluso a presumir que el mensaje de 1888 era esencialmente lo mismo que estaban
enseñando gran parte de los predicadores evangélicos (edición de 1971, 255-258 y 319-
321).
Eso no equivale a afirmar que todas esas ideas fueran malas, pero el concepto singular
de la purificación del santuario estaba absolutamente ausente en todas ellas. Ese vacío
ha sido una invitación a que la adoración a Baal haga incursión en el campamento.
Aunque la caída de Babilonia no sea todavía completa, ya han tenido lugar los estadios
iniciales. Falta algo decididamente esencial en las doctrinas y experiencia de las iglesias
que no comprenden la enseñanza bíblica sobre el Día antitípico de la expiación. Alejadas
por varias generaciones de sus antecesores en la era de 1844, no se las puede tener por
responsables de una verdad que desconocen, y que por consiguiente no se puede decir
que estén rechazando ahora. Pero aun sin ser responsables, resultan irremediablemente
empobrecidos al no conocerla.
Ellen White describió en una de sus primeras comunicaciones cómo comenzó esa
carencia. Recibió instrucción profética respecto a la causa básica de que el cristianismo
moderno se haya alejado del “evangelio eterno” de Apocalipsis 14. En la visión que se le
dio observó la transición del ministerio del Sumo Sacerdote celestial, del primer
departamento al segundo. Multitudes de cristianos rechazaron el conocimiento de ese
cambio de ministerio. Lo importante no es tanto la culpa o falta de ella por haber
rechazado aquella luz en 1844, sino el terrible engaño que se introdujo al estar ausente
193
una verdad vital concerniente a Cristo y a su obra en el momento actual, en el Día de la
expiación final. La declaración que sigue tiene profundas implicaciones:
Me di vuelta para mirar la compañía que seguía postrada delante del trono
y no sabía que Jesús la había dejado. Satanás parecía estar al lado del trono,
procurando llevar adelante la obra de Dios. Vi a la compañía alzar las miradas
hacia el trono, y orar: “Padre, danos tu Espíritu”. Satanás soplaba entonces
sobre ella una influencia impía; en ella había luz y mucho poder, pero nada
de dulce amor, gozo ni paz (Primeros escritos, 55-56).
¿Es válida esa vislumbre profética? De ser así, tiene implicaciones de gran alcance.
Explica el misterio de la confusión que observamos en el mundo cristiano hoy. Aunque
los miembros de muchas de las iglesias que “no tienen conocimiento del camino que
lleva al [lugar] santísimo ni pueden ser beneficiados por la intercesión que Jesús realiza
allí” puedan gozar de cierta prosperidad espiritual aparente, los hechos finales
relacionados con el asunto de la marca de la bestia han de poner a prueba la devoción
de cada uno por Cristo.
Hay miembros adventistas que abandonan la Iglesia porque dicen encontrar “amor”,
“calor humano” y “poder” espiritual en otras iglesias, no discerniendo la verdadera
naturaleza del amor ágape de Cristo. Son así fácilmente engañados por un
sentimentalismo superficial. ¿Es posible entender esa situación confusa, de no ser a la
luz del conocimiento profético del Día de la expiación final?
194
(1) En la era de 1844, una generación concreta de cristianos había rechazado la
proclamación del mensaje del primer y segundo ángeles que el Espíritu apoyó, y muchos
milleritas rechazaron el mensaje del tercer ángel (la inmensa mayoría de los cristianos,
así como sus pastores, nada saben hoy sobre él).
(2) Evidentemente, Dios es justo. No puede tener por culpables a los descendientes
actuales de aquella generación que protagonizó el rechazo en 1844 a menos que hayan
comprendido el mensaje suficientemente como para rechazarlo de modo inteligente.
No hay razón para suponer que muchos de ellos no estén viviendo sinceramente a la
altura de toda la luz que poseen, siendo por lo tanto aceptados por el Señor de forma
individual.
Para que eso suceda en una comunidad de corazones y vidas humanas, ha de darse una
clara comprensión de la verdad plena de la justicia por la fe. Y los miembros de las
iglesias populares no pueden entender esa verdad por más sinceros que sean, pues “no
tienen conocimiento del camino que lleva al [lugar] santísimo ni pueden ser beneficiados
por la intercesión que Jesús realiza allí”.
(4) Ellen White describe a Satanás como siendo un astuto falsificador. Pero solamente
tiene éxito cuando “atrae hacia sí la atención de esos cristianos profesos” y los aleja de
la obra singular y específica que Cristo realiza en el lugar santísimo. Según la declaración
de Primeros Escritos, su método consiste en aparentar estar llevando adelante el mismo
ministerio que Cristo desempeñó en el primer departamento, desde su ascensión hasta
1844. Su estrategia consiste en ocultar la existencia de un cambio en dicho ministerio.
El ministerio del Sumo Sacerdote tiene que cambiar, porque Cristo no puede ministrar
indefinidamente su sangre en substitución para cubrir la perpetua comisión de pecados
por parte de su pueblo. En el Día de la expiación ha de realizar algo que nunca se ha
dado con anterioridad. Necesita tener un pueblo que venza “así como” él venció, un
pueblo que -por la fe- “condenó el pecado en la carne”. Satanás necesita anular esa
verdad y eclipsarla hasta donde le sea posible. Así, el engañador “atrae hacia sí” esas
mentes, desviándolas del interés en la obra singular que el verdadero Sumo Sacerdote
debe realizar.
(5) De acuerdo con Ellen White, multitudes de cristianos amables y sinceros van a
sucumbir ante la terrible presión de grupo ejercida para restaurar la intolerancia
religiosa de la Edad Media e imponer la marca de la bestia. Diversas formas de terro-
rismo pueden fácilmente “forzar” a que eso ocurra en una nación, el mundo, e iglesias
entregadas al materialismo, la sensualidad y el espiritismo “espiritual”. Ellen White
desenmascara ese siniestro fantasma del falso Cristo entregado a diseminar “su
influencia sobre la tierra por medio de falsas reformas… los efectos de otro espíritu”
(ibíd., 261).
(6) Hay trigo y cizaña creciendo juntos en “Babilonia”, como lo hay en la Iglesia que
profesa llevar el mensaje del tercer ángel. Pero es necesario que se resuelva ese
estancamiento. La raza humana está en proceso de desintegración moral y espiritual.
Nos enfrentamos a un potencial suicidio colectivo por el abuso de drogas, embriaguez,
infidelidad, desintegración de la familia, violencia, polarización entre ricos y pobres,
terrorismo, y la sombra de la omnipresente catástrofe nuclear dibujándose en el
horizonte.
(7) Hay verdades inherentes al mensaje de 1888 de la justicia de Cristo que no puede
comprender ninguna comunidad de cristianos que ignore el ministerio en dos
departamentos del Sumo Sacerdote celestial. El “evangelio” que proclama el poder
representado por el “cuerno pequeño” justifica virtualmente el pecado, y en
consecuencia sustenta la rebelión de Satanás. Ese es el secreto del desprecio a la ley que
caracteriza al mundo moderno a todos los niveles. Todas las iglesias, en todo lugar,
necesitan desesperadamente que se les comunique el evangelio del triple mensaje
angélico en verdad.
El mensaje del “tercer ángel en verdad” proclama a un Salvador que “condenó al pecado
en la carne”, proveyendo la única refutación válida a las acusaciones de Satanás contra
Dios. “Condenó” efectivamente al pecado, es decir: demostró que el pecado es
innecesario incluso en nuestra naturaleza humana, y que de hecho está condenado a la
extinción. Ralph Larson explica la relación íntima entre “la naturaleza de Cristo y su obra
196
salvadora”, demostrando que él no puede redimir aquello que no ha asumido (The Word
Was Made Flesh, 277-283). El mensaje del tercer ángel presenta a un Salvador que fue
en todo punto tentado como nosotros, pero sin pecado, y que puede en consecuencia
salvar plenamente a los que por él se acercan a Dios (Heb 7:25). Ese mensaje preparará
a un pueblo para el regreso del Señor.
Los que siguen a Cristo por la fe en su cambio de ministerio sumo sacerdotal, aprecian
tres verdades claras y singulares:
(c) La purificación del santuario celestial constituye el ministerio final del Día de la
expiación. Eso asegura la demostración plena de la justicia por la fe en los corazones y
vidas de quienes creen en la verdad.
Esos tres “pilares” de la verdad sustentan a la Iglesia Adventista del Séptimo Día (El otro
poder, 30-31). Contienen un mensaje abarcante capaz de preparar a un pueblo para el
retorno de Cristo. Pero sin comprender el mensaje de 1888 es inevitable que se nos
escape la verdad del mismo. Tan ciertamente como la noche sigue al día, se oscurece la
confianza en el inminente retorno de Cristo que caracterizó a los pioneros. Perdimos la
visión que ellos tuvieron, y en consecuencia su estrella se apagó.
No hay verdad que Satanás haya procurado falsificar más intensamente, que la del amor
presentado en el Nuevo Testamento. Todo corazón humano lo ansía; pero “por haberse
multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará” (Mat 24:12)*. Se trata de ese
amor genuino que solamente Cristo puede ministrar en su obra final de expiación, tal
como vio Ellen White.
* Ciertos autores evangélicos han escrito libros excelentes sobre el ágape. Agape and
Eros, de Anders Nygren; Testaments of Love, de Leon Morris y The Love Affair, de
Michael Harper son buenos ejemplos. Pero todos ellos sufren de una carencia
197
notable, al no comprender que el amor que llevó a Cristo a la cruz es el tipo de amor
dispuesto a sufrir el equivalente a la muerte segunda, tal como vemos claramente
expuesto en El Deseado de todas las gentes, 700-701. En consecuencia, esos
sinceros autores son incapaces de apreciar la verdadera “anchura, la longitud, la
profundidad y la altura” del ágape “de Cristo, que excede a todo conocimiento”
(Efe 3:18-19). Ninguna comunidad cristiana que abrace la doctrina de la
inmortalidad natural del alma puede apreciarlo, por sincera que sea. Su concepto
de la fe resulta empequeñecido en la misma proporción en la que lo es su
comprensión del ágape. Su idea sobre la justicia por la fe resulta inevitablemente
comprometida.
Un falso Espíritu Santo ministrando una falsificación del amor, es lo que constituye la
esencia del espiritismo. Esto es lo que está sucediendo ante nuestros ojos:
El enemigo nunca habría tenido poder para debilitar la Iglesia Adventista a menos que
de algún modo le hubiéramos abierto la puerta para que encuentre aquí su espacio:
Fue milagroso que surgiera un pueblo especial durante el último siglo, sostenido por
esos tres pilares distintivos de verdades incorporadas al mensaje de los tres ángeles. De
ningún modo era el plan de Dios que su obra resultara retardada o perjudicada. Pero
debido a la incredulidad de 1888, la mensajera del Señor predijo en 1889 un terrible
alejamiento de la verdad y pureza:
198
A menos que el poder divino penetre en la experiencia del pueblo de Dios,
las teorías e ideas falsas cautivarán las mentes; Cristo y su justicia se
perderán de la experiencia de muchos, y su fe quedará desprovista de poder
y vida (Review and Herald, 3 septiembre 1889).
Quizá los labios expresen una pobreza de alma que no reconoce el corazón
(Palabras de vida del gran Maestro, 123).
(3) Es factible que Cristo y su justicia puedan perderse “de la experiencia de muchos”
inconscientemente, gracias al misterioso desconocimiento que tenemos de nuestros
propios corazones. Existe una enemistad natural contra Dios obrando bajo la superficie.
“Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer
17:9). Las neurosis obsesivas pueden desarrollarse a partir de causas ocultas a nuestro
conocimiento. Después de 1888, Ellen White señaló la posibilidad de que cambiásemos
de dirigente sin apercibirnos de ello:
Aquellos que con tanta facilidad pueden ser conducidos por un espíritu falso
demuestran que durante algún tiempo han estado siguiendo al capitán
equivocado, y lo han hecho por tanto tiempo, que ya no disciernen que se
están alejando de la fe o que ya no están edificando sobre un fundamento
firme (Southern Watchman, 5 abril 1904; 2 Mensajes selectos, 28).
199
Conclusión
Una apreciación sincera de la cruz de Cristo conduce siempre a la crucifixión del yo con
él. Pero “la sabiduría humana desviará de la negación del yo, de la consagración, e
inventará muchas cosas para dejar sin efecto los mensajes de Dios” (Review and Herald,
13 diciembre 1892).
La Iglesia Adventista del Séptimo Día no es Babilonia y Dios nunca previó que se
convirtiera en ella, como tampoco el antiguo Israel de los días de Elías y Jeremías. La
adoración a Baal era y es una dolencia que resulta extraña para el cuerpo, y que lo hace
enfermar. Pero mediante el arrepentimiento y la reforma es posible la curación. La
solución al problema no es la destrucción de la Iglesia, sino su recuperación espiritual.
Obsérvense estas alentadoras palabras:
¿Dónde está esa Roca, a fin que podamos caer sobre ella y el corazón resulte
“quebrantado”? Las buenas nuevas son mejores de lo que Baal quiere que creamos.
Caer sobre esa “Roca” no destruye el propio respeto ni disminuye la verdadera
personalidad de cada uno. Cuando el amor pecaminoso del yo es crucificado con Cristo,
nuestra personalidad experimenta una resurrección con él. Cristo nunca destruye a
nadie; pero esa experiencia de tomar la cruz es la única manera en que el Sumo
Sacerdote celestial nos puede restaurar, ahora y para la eternidad.
201
202
Capítulo 14
(índice)
De 1950 a 1971
Este manuscrito se preparó originalmente en 1950 para el comité de la Asociación
General. Era un llamado a “alimentar el rebaño de Dios” con los elementos nutritivos
del mensaje de 1888. Desde el tiempo de aquel mensaje, la conciencia adventista ha
tenido que afrontar la convicción de una extensa hambre espiritual. A pesar de los
ambiciosos programas, actividades y promociones realizados cada año, la comisión
evangélica dista mucho de haberse completado.
¿Qué haría el Salvador si viniera a nosotros tal como vino a los judíos?
Efectuaría una depuración similar de la escoria de la tradición y el
ceremonialismo. A los judíos les perturbó profundamente que realizara esa
obra… La ceguera de los fariseos ilustra cómo los que pretenden poseer gran
luz y conocimiento pueden comprender mal y tergiversar la obra de Dios. Se
han ocultado de la vista verdades gloriosas, y mediante el error y la
superstición se las ha convertido en deslustradas y carentes de atractivo
(Review and Herald, 4 junio 1889).
En el artículo que se publicó el 11 de junio -una semana después- nos comparó de nuevo
en cinco ocasiones con los judíos, y se refirió unas veinte veces a la incredulidad de los
“hermanos en el ministerio” que le eran contemporáneos:
En toda línea que escribo sobre la condición del pueblo en los días de Cristo
y de la actitud que tuvieron hacia la Luz del mundo, veo peligro de que
203
tomemos la misma posición… En el mundo habremos de enfrentarnos a toda
forma de incredulidad, pero nuestras almas resultan heridas cuando la
encontramos en quienes debieran ser líderes del pueblo [de Dios] (Review
and Herald, 4 marzo 1890).
Esta fue su valoración inspirada: “Crueldad hacia el Espíritu Santo”, “trato vergonzoso a
Jesucristo”, que “algún día será apreciado en su verdadera significación, con todo el peso
del horror resultante” (General Conference Daily Bulletin 1893, 184). Quizá se esté
acercando ese “algún día”.
La comparación que hizo Ellen White entre nosotros y los judíos no es gratuita. Afecta
al corazón mismo del plan de la salvación. En nuestra “insubordinación” va implícita la
negación de Juan 3:16, ya que significa resistir a Cristo. Cuando eso se reconozca, tendrá
lugar el arrepentimiento correspondiente a la transgresión. El problema es que la
transgresión no ha sido aún apreciada en su verdadera naturaleza. Aún no nos hemos
visto tal como el Cielo nos ve.
En nuestros días ha entrado en escena una nueva generación, y ningún miembro actual
de la Iglesia puede dar hoy testimonio de su experiencia personal por haber asistido a la
asamblea de 1888. Todo cuanto podamos aprender ahora sobre ella ha de proceder de
escritos inspirados.
Desde 1950 se ha venido haciendo un esfuerzo concertado para publicar libros que
presenten la idea de que 1888 constituyó una victoria para la Iglesia. Así, varios libros
autorizados -sumando en total casi mil quinientas páginas- tratan de convencer de que
el mensaje de 1888 fue aceptado. Dos de ellos recibieron el respaldo de presidentes de
204
la Asociación General; un tercero lo escribió un vicepresidente. Su publicación
demuestra el profundo interés que 1888 representa para la conciencia adventista del
séptimo día.
El Espíritu Santo ha dirigido a la Iglesia durante todos estos años, y la verdad acabará
por conocerse y prevalecerá, triunfando sobre toda confusión. La solución a nuestros
problemas no consiste en criticar a la dirección de la Iglesia ni en debilitar su
organización. Consiste en el arrepentimiento y la reconciliación con Cristo dentro de la
organización de la Iglesia. No podemos permitirnos negar o suprimir la verdad. Cuando
esta sale a la luz y es comprendida y aceptada por corazones sinceros, vence al
fanatismo, al legalismo y al espíritu de crítica del tipo “yo soy más santo que tu” (Isa
65:5). La verdad ha de llevar al humilde arrepentimiento que es según Cristo, y
significará la curación definitiva.
1950
El manuscrito 1888 RE-EXAMINED [el precursor de este libro], de 206 páginas, no llevaba
el nombre de sus autores y tampoco incluía título ni fecha. Su propósito era simple:
demostrar, a partir de fuentes inspiradas –más de 600 citas de Ellen White-, que en 1888
tomamos el camino equivocado; que la causa de Dios sufrió un revés importante y que
el auténtico progreso de la causa requiere que aceptemos ese mensaje y lo
proclamemos al mundo, así como que a la vista de nuestra historia y en respuesta al
llamado de Cristo a Laodicea, lo apropiado es el arrepentimiento denominacional.
Nuestro llamado fue objeto del rechazo oficial más contundente: “No creemos que [un
arrepentimiento denominacional] esté de acuerdo con el plan y propósito de Dios”. “No
querrán imprimir sus puntos de vista más bien críticos ni darles mayor circulación”
(General Conference, Defense Literature Committee Letter, 4 diciembre 1951). La
posición de la Asociación General consistía en que a la vista de nuestros bautismos, que
eran numerosos hasta el punto de hacer “duplicar nuestra membresía” en los años 1950,
amén de nuestra generalizada prosperidad denominacional e institucional, no era
necesario ni apropiado el arrepentimiento denominacional.
Pero una de las copias del manuscrito que entregamos al comité de la Asociación
General encontró de algún modo la forma de salir de las oficinas de la sede
denominacional. Mientras los autores del manuscrito trabajábamos como misioneros
en África, algunos laicos y pastores en América del Norte copiaban laboriosamente el
205
manuscrito y lo reproducían. Sin que lo supiéramos, resultó ampliamente distribuido en
varios continentes.
1952
Aquellas asambleas tuvieron lugar hace ya unas cuantas décadas. Se afirmó que todos
los predicadores estuvieron en plena armonía sobre “la doctrina de la justicia por la fe”,
añadiendo que predicaron el mensaje más clara y poderosamente que los mensajeros
de 1888 en el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte pregón.
De ser cierto, se deduce lógicamente que los mensajes de 1952 fueron una
manifestación “mucho mayor” de la lluvia tardía y el fuerte pregón de Apocalipsis 18, de
206
lo que lo fue el mensaje de 1888. Además, los mensajes de 1952 fueron plenamente
aceptados sin sufrir oposición, sea de forma oficial en la Asociación General o en la obra
mundial.
Si lo que tan trágicamente faltó en 1888 fue tan abundantemente provisto en 1952, ¿no
debiera la tierra haber sido alumbrada con la gloria del mensaje del fuerte pregón en
aquella generación? Una aceptación semejante del mensaje de 1888 sesenta años antes
–en Minneapolis- habría preparado a un pueblo para completar la comisión evangélica
en aquella generación. ¿Vino la bendición en la generación de 1952?
Es dolorosamente evidente que los mensajeros de 1888 que Ellen White apoyó fueron
persona non grata en aquella asamblea (ver, por ejemplo, vol 1, 256). Es como si algún
plan preconcebido hubiese prohibido cualquier reconocimiento de los mensajeros de
1888, o del contenido de su singular mensaje. Siendo que los nutrientes esenciales
estaban ausentes en gran medida de los mensajes dados en 1952, no podían ejercer el
poder espiritual del mensaje de 1888 para reavivar y reformar.
De aquella asamblea derivó sin duda mucho bien. Pero la lluvia tardía y el fuerte pregón
no tuvieron allí otro “comienzo”.
1958
1962
Hubo miembros de iglesia que continuaron por cuatro años planteando cuestiones
importantes. A Further Appraisal afirmaba en 1958: “Se consideró que el informe de
hace siete años [de Defense Literature Committee, en 1951] había puesto punto final al
asunto” (página 3). Pero por toda evidencia, la providencia no había dispuesto que el
interés por 1888 tuviera un punto final. El Espíritu Santo ha de mantenerlo vivo hasta
que se produzca el debido arrepentimiento.
208
En 1962, N.F. Pease publicó un libro sobre 1888: By Faith Alone. El prefacio del
presidente de la Asociación General declara:
(a) El libro olvida casi completamente reconocer el mensaje de 1888 por lo que fue: el
“comienzo” de la lluvia tardía y el fuerte pregón, un mensaje enviado para preparar a
un pueblo para la traslación.
(b) El mensaje de 1888 se presenta repetidamente como siendo meramente “la doctrina
de la justificación por la fe”, o bien “la justicia por la fe”, que son equiparadas con la
enseñanza popular protestante. Llega a afirmar que los mensajeros de 1888 obtuvieron
su mensaje de las iglesias protestantes populares de su día (páginas 138-139). Pero los
mensajeros fueron categóricos en su afirmación de que lo obtuvieron únicamente de la
Biblia (ver General Conference Daily Bulletin 1893, 359). Buscamos en vano los
elementos únicos constituyentes del mensaje de 1888 en los escritos contemporáneos
de los teólogos del protestantismo popular.
(c) Eso suscita la siguiente cuestión: si las iglesias protestantes de los años 1800 poseían
la esencia de nuestro mensaje de 1888, ¿cómo podía este ser “el mensaje del tercer
ángel en verdad”? ¿En qué radica la singularidad del evangelio confiado a la Iglesia
Adventista del Séptimo Día?
(d) Se afirma de la Iglesia Adventista, que va haciéndose “más evangélica con el pasar
de los años", y que ha experimentado un “énfasis creciente en la justificación por la fe
en los últimos cuarenta años” (Pease, 227 y 239-240). Permanece la pregunta: ¿De qué
tipo de “justificación por la fe” se trata? ¿De protestantismo popular?, ¿o del mensaje
de 1888?
(e) El libro no destaca por su congruencia. Declara que logramos “preservar para la
denominación el énfasis espiritual del movimiento de reavivamiento de aquella década
[de 1890]”. Sin embargo, de forma extraña, “el reavivamiento de los años noventa se
extinguió” (páginas 164 y 177). La implicación es desalentadora. Esa postura es una
negación implícita la profecía de Apocalipsis 18:1-4. Una vez que el liderazgo de la Iglesia
acepte verdaderamente el mensaje del fuerte pregón, es imposible que se extinga, ya
que está proféticamente destinado a crecer hasta “alumbrar la tierra con su gloria”.
Constituye la escena más gloriosa en el futuro profético que aguarda al mundo. El hecho
de que “se extinguió” “el reavivamiento” de los años 1890 es de por sí la evidencia más
clara de que el liderazgo de la Iglesia no aceptó verdaderamente el mensaje del fuerte
pregón. Eso hay que tenerlo meridianamente claro. En caso contrario debemos aceptar
la terrible perspectiva de que todo reavivamiento genuino estará igualmente condenado
209
a “extinguirse” antes o después, incluso en el caso de que el mensaje se acepte. ¿Podrá
Apocalipsis 18:1-4 cumplirse alguna vez?
1966
A.V. Olson, vicepresidente de la Asociación General, escribió otro libro dedicado a 1888.
Su inesperada muerte, el 5 de abril de 1963, había dejado su manuscrito “virtualmente
concluido” en manos del consejo de White Estate. Se publicó su libro, de 320 páginas,
bajo el título Through Crisis to Victory 1888-1901.
Sincero y ferviente por demás, el autor procuró rebatir una vez más “conclusiones
engañosas” relativas a 1888. En el prefacio avisa al lector de que “los trece años que
pasaron entre Minneapolis -1888- y la asamblea de la Asociación General de 1901,
fueron... un período sobre el que la Providencia podría pronunciar la palabra victoria”
(página 7). Pero una vez más surgen grandes problemas:
(a) Aquellos trece años no se caracterizaron por la victoria, sino por la más destacada
infidelidad en la administración de la sede central de la Iglesia. Hubo demandas
proféticas por reforma y reorganización, y finalmente juicios de parte del Señor, en los
incendios devastadores del Sanatorio de Battle Creek y de Review and Herald Publishing
Association. Eso ocurría justo después de la “victoria” de 1901. Las numerosas cartas
que Ellen White escribió desde Australia durante ese período indican cualquier cosa
excepto “años de progreso”, si es que la espiritualidad y la fidelidad son importantes, y
si el mensaje y la experiencia de 1888 son el criterio.
(b) El libro procura establecer una base legal para probar que el mensaje de 1888 no se
“rechazó oficialmente”, debido a que los delegados no tomaron voto alguno para
emprender “ninguna acción, de la clase que fuera” a fin de aceptarlo o rechazarlo
(página 36). Si bien es verdad que no hay registro “oficial” de un voto negativo en
Minneapolis, lo cierto es que hubo una votación, y el Bulletin de 1893 habla de ella. Ellen
White también lo confirma.
Sea que el credo esté redactado en forma escrita en algún lugar, o sea que
se lo apruebe por votación en una asamblea de la Asociación General, no
hace diferencia alguna en lo que respecta al principio… Hay aquí algunos que
210
recuerdan la ocasión –hace cuatro años- y el lugar –Minneapolis-, en que se
hicieron tres intentos directos por lograr precisamente eso, restringiendo así
el mensaje del tercer ángel mediante un voto de la Asociación General. Lo
que son las creencias de algunos, las establecemos como siendo los hitos, y
posteriormente votamos que nos vamos a mantener en los hitos, sea que
sepamos cuáles son los hitos, o que no lo sepamos. Después acordamos
guardar los mandamientos de Dios y un cúmulo de otras cosas que vamos a
hacer, y pasamos todo ello como siendo justificación por la fe (A.T. Jones,
General Conference Daily Bulletin 1893 nº 12, 12 -256).
Es razonable preguntarse por qué, después de “tres esfuerzos directos” para obtener un
voto de rechazo del que quedara constancia, no se logró. ¿Por qué no quedó registrado?
La respuesta es clara en el mismo Bulletin de 1893: Ellen White, sin que nadie la
secundara, rehusó permitir que aquel voto se incluyera en las actas:
¿Acaso no se nos advirtió en aquella ocasión que el ángel del Señor dijo: “No
deis ese paso; no comprendéis lo que eso implica”? No puedo tomar el
tiempo en deciros lo que eso implica, pero el ángel dijo: “No lo hagáis”. En
ello estaba implicado el papado. Eso es lo que el Señor estaba intentando
decirnos y quería que comprendiéramos … ¿Hay aquí alguien de los que
estuvieron en aquella ocasión, que no pueda ver ahora lo que entonces
sucedió? (A.T. Jones, General Conference Daily Bulletin 1893 nº 12, 13 -265).
Por lo tanto, lo único que impidió que el voto que se tomó quedara registrado, es que
Ellen White sabiamente lo evitó. Es claro que los delegados estaban procurando que se
diera un voto tal de rechazo. La victoria del voto negativo debió ser abrumadora, ya que
Ellen White declaró en Minneapolis que “en general, el espíritu y la influencia de los
pastores que han venido a esta asamblea consiste en desechar la luz” (Carta B21, 1888;
12 Manuscript Releases, 364; The Ellen G. White 1888 Materials, 86); “De qué sirve que
nos reunamos juntos aquí y que acudan nuestros hermanos en el ministerio, si están
aquí únicamente para apartar del pueblo el Espíritu de Dios” (Ms. 9, 1888, Olson, 291;
The Ellen G. White 1888 Materials, 151); y “No es sabio que ninguno de estos hombres
jóvenes tome una decisión en esta asamblea en la que la oposición, más bien que la
investigación, está a la orden del día” (Ms. 15, 1888, Olson, 301; The Ellen G. White 1888
Materials, 170). De haberse registrado un voto como ese, habría significado un virtual
suicidio denominacional. ¡Gracias a Dios por salvarnos de nosotros mismos!
211
Pease reconoce la fuerza de aquella oposición virtualmente uniforme: “¡Se puede
afirmar sin temor a errar que de no ser por el apoyo [de Ellen White], Waggoner y Jones
no habrían tenido la menor oportunidad!” (The Faith That Saves, 41). De no ser por el
apoyo directo de la profetisa a los mensajeros, la asamblea de la Asociación General
habría votado de forma oficial condenando el mensaje.
(d) El libro concluye con un dilema penoso y desalentador. Es su percepción que los
dirigentes y pastores son fieles, mientras que los laicos no lo son: “Los pastores y
evangelistas adventistas han anunciado esa verdad vital desde púlpitos e instancias
públicas con corazones encendidos por el amor de Cristo”. Pero “para muchos miembros
de iglesia el mensaje de la justicia por la fe se ha convertido en una teoría árida... Han
tratado la luz de forma negligente... Han fallado... Sus pobres almas están desnudas y
destituidas... Pronto van a ser rechazados por su Señor” (238-239). El fin lógico de esa
extraña tesis es el concepto católico-romano de una jerarquía fiel / membresía infiel.
Pero es cierto lo contrario: cuando “el ángel de la Iglesia” -su liderazgo- responda al
llamamiento final de Cristo, sucederá esto:
Un pastorado fiel y una membresía infiel es una acusación, no sólo al pueblo de Dios del
presente, sino al de toda la historia sagrada, y no ofrece ninguna esperanza de futuro
que no sea un pueblo infiel resistiendo siempre a un cuerpo ministerial fiel. No fue, no
es, y no será así.
1969
Norval F. Pease publicó al poco tiempo una continuación de By Faith Alone, que llevaba
por título The Faith That Saves (1969). 1888 es de nuevo su principal preocupación.
Aparecen más problemas:
212
(b) Afirma nuevamente que “los delegados [de 1888] estaban divididos en un triple
sentido”, insinuando con ello que la oposición no fue masiva. Rebatiendo a quienes
pretenden “que la ‘denominación’ rechazó en 1888 la justicia por la fe” *, el autor se
basa en la suposición de que el hecho de no existir un voto registrado significa que “no
se tomó ninguna medida oficial sobre el asunto”, y que “la mayor parte de quienes no
vieron la luz en 1888, se arrepintieron de su ceguera y le dieron su apoyo de forma
entusiasta” (página 41). Pero no presenta evidencia alguna de dicho apoyo entusiasta.
(c) Procurando rebatir nuestro ruego de que la Iglesia “vuelva a publicar los escritos de
Waggoner y Jones, de modo que podamos beneficiarnos de su enseñanza”, Pease
declara que “no hay nada que dijeran Waggoner y Jones” que Ellen White no dijera
“mejor... Ellen White fue capaz de presentar ese mismo evangelio eterno con una
belleza y claridad que ninguno de sus contemporáneos pudo igualar” (página 53).
Eso suscita una importante pregunta: ¿Por qué enviaría el Señor a los mensajeros de
1888, si eran incapaces de presentar adecuadamente el mensaje? ¿No habría sido más
sabio escogiendo a Ellen White como agente para la lluvia tardía y heraldo del mensaje
del fuerte pregón? La historia sagrada demuestra que el Señor escoge siempre a sus
mensajeros por una razón.
* Algunos que dicen aceptar la “justicia por la fe” opinan que no necesitamos el
“preciosísimo mensaje” que el Señor envió “a su pueblo por medio de los pastores
Waggoner y Jones” debido a que disponemos de los escritos de Ellen White. Pero
hay problemas en esa posición: (a) La Iglesia poseía también los escritos de Ellen
White en 1888, e incluso más: gozaba de la presencia personal de la profetisa. (b)
Ella misma describió sus escritos como la “luz menor” para llevar a la “luz mayor”:
la Biblia. Por lo tanto, Ellen White no dijo nada sobre la justicia por la fe que no esté
mejor dicho en la Biblia. (c) La siguiente consecuencia de ese razonamiento es que
no necesitamos el Nuevo Testamento, puesto que tanto Jesús como Pablo fundaron
213
su comprensión de la justicia por la fe sólo en el Antiguo Testamento, y nadie puede
negar que lo comprendieron. (d) Cabría asimismo deducir que tampoco
necesitamos los profetas mayores o menores, dado que Abraham ya “fue
justificado por la fe” y vino a ser “padre de los creyentes” sin conocer revelación
alguna posterior a Génesis 1-11.
Por supuesto, eso es absurdo. La única conclusión lógica a la que cabe llegar es que
necesitamos toda la luz que el Señor juzgue oportuno proporcionarnos. Ellen White
no pretendió jamás haber sido enviada para proclamar la lluvia tardía o el mensaje
del fuerte pregón, pero reconoció ambas cosas en las presentaciones de Jones y
Waggoner. Es imposible aceptar sinceramente a Ellen White y no aceptar sus
declaraciones de apoyo al mensaje de 1888 tal como lo proclamaron Jones y
Waggoner en el período de tiempo en que hizo tales declaraciones.
Los libros de los mensajeros de 1888 están basados solamente en la Biblia (véase Cristo
y su justicia, The Gospel in Creation, Las buenas nuevas en Gálatas, El Camino
consagrado a la perfección cristiana, que no incluyen declaraciones de Ellen White). El
mensaje de Jones y Waggoner fue una espléndida demostración del poder inherente de
la justicia por la fe en su pureza bíblica. Denigrarlo conlleva inevitablemente el desprecio
al apoyo que Ellen White le dio.
(d) Pease concluye afirmando que los mensajes de la Asociación General de Milwaukee,
en 1926, fueron más importantes que los de 1888. Según él, los de 1926 serían la
evidencia de que se había aceptado el mensaje de 1888:
Tengo la firme convicción de que sería bueno enfatizar menos 1888 y más
1926. De hecho, la asamblea de la Asociación General en 1926 fue lo que
1888 pudo haber sido, de haberse dado una mayor unanimidad en el
significado del evangelio.
Algunos han sugerido que la denominación debiera manifestarse
públicamente en cierta forma específica, reconociendo las equivocaciones
de 1888. No cabe evidencia más positiva de crecimiento y maduración
espiritual que las predicaciones de 1926 (página 59).
(1) Los mensajes de 1926 fueron más elevados y trascendentes que los de 1888; (2) a
diferencia de 1888, la “mayor unanimidad en el significado del evangelio” en 1926
implica que no hubo oposición, tal como había ocurrido en 1888. Pero (3) han pasado
muchos años desde 1926, y Ellen White escribió que de haber sido aceptado el mensaje
de 1888, la comisión evangélica se podía haber completado en unos pocos años (General
Conference Daily Bulletin 1893, 28 febrero, párrafo 5 -419). (4) Esa evaluación de 1926
nos dice, por lo tanto, que una “mayor unanimidad” y aceptación del mensaje no se
traduce en la conclusión de la comisión evangélica. ¿Podría haber algo más
desalentador?
El hecho es que la justicia por la fe que se enseñó en los mensajes de 1926, tal como
están registrados en General Conference Bulletin de aquel año, no refleja las verdades
esenciales del mensaje de 1888. Lo mismo volvió a suceder en 1952. Aquellos mensajes
estaban inspirados por el entusiasmo del movimiento de ‘La vida victoriosa’ de Sunday
School Times, así como otras doctrinas teológicas de destacados líderes protestantes de
214
la época. Es por eso que ni la asamblea de 1926 ni la de 1952 podían traer ningún
reavivamiento y reforma duraderos.
215
216
Capítulo 15
(índice)
217
Movement of Destiny representa un trabajo ingente, escrito por el más prestigioso
experto en historia de nuestra Iglesia. Dios bendijo al autor de esa publicación con los
mayores talentos. Sus destacados volúmenes sobre la historia de la interpretación
profética y la condicionalidad son maravillosas contribuciones a la literatura del
movimiento adventista. Sin embargo, según -por lo menos- uno de los que lo han
revisado analíticamente, su última obra no constituye “historia confiable” (Seminary
Studies, Andrews University, enero 1972, 121).
(a) A pesar de que fue Daniells quien lo comisionó, Froom adopta en relación con la
historia de 1888 la posición opuesta a la del libro de Daniells Christ Our Righteousness.
Obsérvese el contraste en los dos extractos que siguen:
(b) Nadie ha sido capaz de comprobar una sola de las “declaraciones juradas”
coleccionadas por Froom en supuesto apoyo a la aceptación del mensaje por parte de
los dirigentes, pues hasta el día de hoy no están disponibles para su estudio. El autor
asegura que fueron provistas por los “auténticos participantes en la asamblea de
Minneapolis de 1888”, “relatos [que] han estado bajo custodia desde 1930”,
“declaraciones firmadas, escritas en la primavera del año 1930” (páginas 8 y 237-238).
Pero en los dos capítulos dedicados a dichas “declaraciones” (páginas 237-268), al lector
no se le permite ver ni una sola de ellas. Y omite tres informes de “testigos presenciales”
que están disponibles y que contradicen su tesis. Así, sobre la base de la autoridad de
testigos invisibles se nos asegura que los dirigentes de la Iglesia aceptaron el mensaje de
1888, siendo que tres testigos presenciales visibles dicen lo contrario (los citaremos más
adelante).
218
número total citado, solamente 13 asistieron realmente, de modo que sólo cabe hablar
de 13 “testigos presenciales”. Un recuento detallado indica que se hacen 64 referencias
a esas 26 personas y a sus cartas o entrevistas. Una de ellas se menciona en 14
ocasiones.
Pero es un misterio inescrutable la razón por la cual el autor impide hablar a los testigos
después de haber hecho manifestaciones tan impresionantes. Con una sola excepción,
no cita frase alguna de las 64 referencias, provengan o no de testigos presenciales.
La razón demanda que se presenten los testimonios que sustentarían esa conclusión.
Froom declara categóricamente, destacándolo en cursivas: “Esos testigos insistieron en
que no hubo rechazo de la denominación en su conjunto ni del liderazgo en su conjunto”
(página 256). Y se nos deja sin una sola frase de cualquiera de ellos en apoyo de tal
declaración.
Ningún tribunal o jurado en el mundo libre aceptaría ese tipo de conclusión en ausencia
de pruebas. Y siendo que la supuesta prueba contradice de forma tan evidente el
testimonio de Ellen White, los miembros de la Iglesia Adventista tienen todo el derecho
a exigir que se les permita analizar lo que Froom llama pruebas.*
El 10 de noviembre del mismo año, el mismo autor escribió de nuevo al Dr. Froom:
Una de las 26 cartas a que hace referencia (página 248) ha estado siempre en los
archivos de White Estate. Esa carta de cinco páginas escrita por C.C. McReynolds (1853-
1937), lleva por título: ‘Experiences While at the General Conference in Minneapolis,
Minn. in 1888’. Está indexada como ‘D File 189’ y termina con estas dos frases:
El autor de este folleto, por entonces muy joven, estuvo presente en aquel
encuentro [de 1888], y vio y oyó muchas de las varias cosas que se hicieron
y dijeron en oposición al mensaje que se presentó entonces… Cuando Cristo
se elevó como la única esperanza de la Iglesia y de todo hombre, los oradores
concertaron una oposición unida de parte de prácticamente todos los
pastores veteranos. Trataron de detener esta enseñanza de los pastores
Waggoner y Jones. Querían que cesara toda discusión acerca de ese tema.
220
Ninguna de estas declaraciones de testigos presenciales encontró su sitio en Movement
of Destiny. En su lugar, se asegura constantemente al lector de que hay “declaraciones
juradas” invisibles que afirman lo contrario.
Un “testigo incomparable”
(c) Froom dedica dos capítulos a argumentar que el testimonio de Ellen White es de
suprema importancia en la evaluación de 1888 (páginas 443-464). Sus escritos,
“particularmente desde 1888”, deberían resolver “para toda mente razonable” las
cuestiones relativas a esa historia (página 444).
Eso es de todo punto cierto, pero en once páginas dedicadas al testimonio de Ellen
White (443-453) no hay una sola cita de su pluma que apoye la tesis que Froom defiende.
(d) En el siguiente capítulo (páginas 454-464) figura una lista de más de 200 entradas
extraídas de los escritos de Ellen White entre 1888 y 1901, que según afirma Froom
“configuran el núcleo central de este volumen” (página 456). Pero al leer detenidamente
los titulares correspondientes a un año tras otro, uno descubre con sorpresa que no
tienen relación específica con titulares de artículos publicados, sino que son meros
comentarios del autor, acordes con su tesis.
(g) Aun si se dieran a conocer las “declaraciones juradas” -cosa que no ocurre-, citar las
opiniones de hermanos sinceros que pensaron que se aceptó el mensaje de 1888, no
prueba que tal haya sido el caso. Más de un siglo de historia demuestra que la lluvia
tardía no fue aceptada, a pesar de las citadas pretensiones de lo contrario. Froom y los
otros autores colocan a observadores no inspirados por encima y en contradicción con
el testimonio inspirado de alguien que ejerció el don de profecía. Ni siquiera mil
testimonios no inspirados en favor de la “aceptación” pueden negar el testimonio
inspirado de la mensajera del Señor.
221
(h) Como ya hiciera Olson en su libro, Froom exonera a los pastores y dirigentes en 1888
y años siguientes, culpabilizando a los laicos por retardar la terminación de la comisión
evangélica:
Pero es cierto lo contrario: la aceptación del mensaje por parte de los dirigentes es
precisamente lo que queda pendiente, puesto que fue el rechazo del mensaje del fuerte
pregón por parte del liderazgo, tal como afirma Ellen White, la causa inicial del
prolongado retardo (1 Mensajes selectos, 276).
(i) Se dice al lector que Ellen White “se alegró por la creciente aceptación” del mensaje
de 1888 (página 605), y que “los años noventa estuvieron marcados por una sucesión
de poderosos reavivamientos” y “logros extraordinarios” (página 264). Observemos un
ejemplo interesante del contraste entre lo que Ellen White dijo realmente, y cómo
describió Froom el escenario del liderazgo de la Asociación General tras 1888.
222
Cómo vio Ellen White el liderazgo posterior a 1888
Estoy angustiada más allá de lo que puedo expresar con palabras. El pastor
Olsen ha actuado sin duda como Aarón, en relación con esos hombres que
han estado oponiéndose a la obra de Dios continuamente desde el
encuentro de Minneapolis. No se han arrepentido de su curso de acción en
resistir la luz y la evidencia…
La enfermedad en el corazón de la obra envenena la sangre, de forma que
se transmite a las instituciones que [los dirigentes de la Asociación General]
visitan (ibíd).
Ellen White no actuó a escondidas del pastor Olsen. Le había advertido por escrito con
anterioridad en términos parecidos el 26 de noviembre de 1894. El 31 de mayo de 1896
volvió a escribirle:
Tengo comunicaciones escritas de hace uno y dos años, pero por su bien he
sentido que debía retenerlas hasta que pueda estar junto a usted alguien
capaz de distinguir claramente entre los principios bíblicos y los de
manufactura humana, y que con agudo discernimiento pueda distinguir las
imaginaciones humanas extrañamente pervertidas que han estado obrando
por años, de las cosas de origen divino…
Hermano Olsen, habla usted de mi regreso a América. Estuve tres años en
Battle Creek como testigo de la verdad [1888-1891]. Mi regreso no
beneficiaría a quienes rehusaron recibir el testimonio que Dios me dio para
ellos y rechazaron las evidencias que acompañaban dichos testimonios…
223
La asociación General ha perdido en gran medida su carácter sagrado,
debido a que algunos relacionados con ella no han cambiado sus
sentimientos en ningún particular desde la asamblea que tuvo lugar en
Minneapolis…
Se me ha mostrado que el pueblo en general no sabe que el corazón de la
obra está enfermando y corrompiéndose en Batlle Creek (The Ellen G. White
1888 Materials, 1567-1568). *
* Estos documentos fueron puestos en manos del Dr. Froom –con acuse de recibo-
el 21 de febrero del 1965, antes de que publicara su libro. También fueron puestos
en manos de los dirigentes de la Asociación General en 1973, antes de que volvieran
a publicarlo. Un presidente de la Asociación General retiró su apoyo a la edición
revisada.
Ellen White escribió posteriormente a I.H. Evans, afirmando que su mayor pesar era
haber confiado comunicaciones vitales al presidente Olsen, en lugar de enviar aquellos
testimonios al campo de labor a fin de que las propias personas pudieran saber lo que
estaba sucediendo en Battle Creek. El pastor Olsen había “rechazado” la confianza que
se había depositado en él, según se lee en la copia autenticada de la carta que guarda el
archivo White Estate (Carta E51, 1897; 12LtMs. Lt51, 1897, par. 12). En otra copia
firmada de la misma carta, presente en una colección privada, Ellen White tachó la
palabra “rechazado”, y en su lugar escribió de su propia letra: “descuidado”. ¿Cuál era
la misteriosa razón de ese continuo rechazo / descuido oficial hacia el Espíritu Santo?
Recuérdese que fue el propio Froom quien señaló la elevada norma ética a seguir, según
encargo de Daniells. Su libro había de ser “el tipo de informe que honrara a Dios y
exaltara la verdad”. En sus propias palabras (página 17):
Indiscutiblemente cierto. Nada se gana criticando la obra del Dr. Froom. Pero hay una
lección que todos podemos aprender en contrición: innumerables cristianos en las
iglesias populares dependen indebidamente de ideas preconcebidas incapaces de
resistir la prueba de la verdad. ¿Cómo podríamos los adventistas del séptimo día
ayudarles, a menos que nosotros mismos seamos fieles a la verdad, incluso al costo de
sacrificar la reputación personal?
224
1972
El Dr. Froom emplazó a los autores de este manuscrito a que nos retractáramos
públicamente de nuestra insistencia en que el liderazgo rechazó el mensaje de 1888. Su
demanda estaba dirigida expresamente a nosotros (Seminary Studies, Andrews
University, enero 1972, 121). Dice así:
Los autores quedaron, pues, emplazados a responder a esa demanda oficial procedente
de los eruditos adventistas más prominentes, que contaban con el apoyo específico de
los dirigentes de la Asociación General. A finales de 1972 preparamos un documento
titulado: ‘Una confesión explícita… obligada a la Iglesia’. En él reiteramos nuestra
convicción de que los hechos de nuestra historia constituyen un toque de trompeta que
llama al arrepentimiento corporativo y denominacional. Entregamos personalmente
copias de ese documento a dirigentes de la Asociación General, quienes instaron a que
no fuese publicado, y convocaron una serie de comisiones especiales de análisis en
Takoma Park a fin de sopesar la evidencia. Esas reuniones tuvieron lugar durante un
período de varios años. Los dirigentes y las comisiones consideraron la evidencia de Ellen
White y resultaron impresionados por ella, pero insistieron de nuevo en que no se
publicara ‘Una confesión explícita… obligada a la Iglesia’. Tras haber silenciado nuestra
respuesta, volvieron a publicar Movement of Destiny sin ninguna alteración en su tesis
fundamental.
Ese renovado interés por la historia de 1888 propició dos hechos significativos.
De 1973 a 1974
Los dos años siguientes a esas comisiones especiales, los Concilios Anuales hicieron
varios llamamientos solemnes a la Iglesia mundial. En ellos se instaba al reavivamiento,
reforma y arrepentimiento. Evidenciaban un fervor y solemnidad inusuales. Sin
embargo, hemos de reconocer en sinceridad que los resultados han sido
decepcionantes.
No hay aquí un mero error de semántica. Ellen White nunca dijo que el mensaje de 1888
“despertó a la Iglesia Adventista”. Precisamente declaró lo opuesto: “Satanás tuvo éxito
en impedir que fluyera hacia nuestros hermanos, en gran medida, el poder especial del
Espíritu Santo” (1 Mensajes selectos, 276). Nunca se ha permitido que el mensaje
despierte a la Iglesia.
Pero el anterior no es el fallo lógico más grave en ese llamamiento. Fracasa en identificar
correctamente en qué consistió el “fuerte pregón”. No mencionamos esto en un afán
de buscar faltas en los esfuerzos que creemos fueron sinceros y fervientes, sino porque
vivimos demasiado tarde en la historia como para cometer nuevamente el mismo error.
(a) Si el comienzo del fuerte pregón fue el despertar de la Iglesia, su rápida extinción
significa muy malas nuevas. La implicación es que un genuino reavivamiento resulta más
difícil que la cura del cáncer, y que incluso si se le permite obrar al Espíritu Santo (como
se supone que sucedió en los años 1890), Él mismo desiste y abandona el reavivamiento.
¿Por qué habría de fracasar en dar el fuerte pregón y terminar la comisión del Señor una
Iglesia despierta?
(b) Pero si se reconoce el “comienzo” del fuerte pregón por lo que realmente fue: el
propio mensaje de 1888, entonces surge la esperanza inmediatamente, pues está a
nuestro alcance recuperar y proclamar el mensaje objetivo tal como está registrado en
las fuentes existentes. El poder del Espíritu Santo se manifiesta en “la verdad del
evangelio” (Gál 2:14; Rom 1:16).
226
Los Concilios Anuales de 1973 a 1974 no hicieron nada práctico y eficaz para recuperar
y promulgar el propio mensaje de 1888. Al contrario, se aseguraron –inadvertidamente-
de llenar el vacío resultante con una inyección de “reformacionismo” calvinista. El
mensaje de 1888 nunca se ha proclamado libre y claramente a la Iglesia mundial con el
soporte pleno de la Asociación General.
Lo segundo que cabe destacar entre 1973 y 1974 en relación con ese renovado interés
por 1888, es consecuencia de la comprensión errada que acabamos de señalar.
Reconociendo que la Iglesia estaba necesitada de “justicia por la fe”, la Asociación
General se reunió en la Asamblea de Palmdale en 1976. Allí, ciertos teólogos dominaron
las discusiones y demandaron apoyo a sus puntos de vista calvinistas-reformacionistas
sobre la “justificación por la fe”.
Alegaban que sus puntos de vista eran un verdadero reavivamiento del contenido del
mensaje de 1888, siendo que en realidad eran la estricta negación de cada uno de los
elementos básicos de ese “preciosísimo mensaje”. Pero la preeminencia de esos
teólogos en Australia y Norteamérica les dio una amplia influencia en toda la obra
mundial. La ignorancia general de los puntos esenciales de 1888, sumada a su antipatía
hacia el “legalismo”, crearon un vacío que ocuparían rápidamente esos conceptos
“reformacionistas”.
El tiempo demostró muy pronto que esos puntos de vista eran incompatibles con la
verdad adventista de la purificación del santuario. Si la Asociación General y nuestras
instituciones publicadoras hubiesen apreciado el contenido singular del auténtico
mensaje de 1888 y lo hubiesen publicado y sustentado fielmente, esos conceptos jamás
habrían podido enraizar en Norteamérica, Europa, África, Extremo Oriente y Pacífico
Sur. La lectura equivocada de la historia de la década posterior a 1890 dio como
resultado una repetición de dicha historia, con consecuencias aún más trágicas. Es
posible documentar la pérdida de cientos de pastores, y nadie sabe cuántos laicos y
jóvenes.
227
1984
Una publicación más habría de abordar 1888: The Lonely Years, 1876-1891, que es la
biografía de Ellen White escrita por Arthur L. White. La contribución del pastor White a
la Iglesia Adventista es inestimable, y su valía está fuera de toda duda. En su prolongada
y notable carrera ha sido un agente del Señor, y ha fomentado la confianza de la Iglesia
mundial en el Espíritu de Profecía. Como nieto de Ellen White, goza de una distinción
singular como autoridad destacada en los escritos de ella, y cuenta con el
reconocimiento general.
(1) “El asunto de la justicia por la fe... no fue más que una de las muchas cuestiones
apremiantes que llamaron la atención de los delegados”. El punto (10) prosigue así:
“Parece haberse dado un énfasis desproporcionado a la experiencia de la asamblea de
la Asociación General en Minneapolis”.
No podemos por menos que preguntar cuál es el verdadero significado escatológico del
mensaje de 1888. ¿Acaso es posible exagerar la importancia del comienzo de la lluvia
tardía y el fuerte pregón?
(4) “Si bien la labor de la asamblea... fue significativa y abarcante, los sentimientos y
actitudes de los presentes resultaron amoldados por las discusiones teológicas”.
¿Hace falta señalar que eso es precisamente lo que dio significado a la sesión entonces,
así como importancia permanente para la Iglesia hoy? A menos que nuestras
“discusiones teológicas” estén bien fundadas, nuestra administración burocrática no
podrá resultar bendecida, y será incapaz de cumplir la comisión evangélica.
(7) “No se tomó ninguna acción oficial con respecto a las cuestiones teológicas
debatidas”.
Esa declaración, frecuentemente repetida, implicaría que no tuvo lugar ningún rechazo
responsable. Como ya hemos documentado anteriormente, hubo una votación en
228
contra “a mano alzada” (General Conference Daily Bulletin 1893 nº 11, 4 y nº 12, 12 -
244 y 265) que no quedó registrada tras haber sido vetada por Ellen White.
(8) “El concepto de que la Asociación General -y por lo tanto la denominación- rechazó
el mensaje de la justicia por la fe en 1888, carece de fundamento y no se lanzó sino hasta
cuarenta años después del encuentro de Minneapolis, y treinta después de la muerte
de Ellen White. Los registros contemporáneos no sugieren un rechazo denominacional.
No existe declaración alguna de E.G. White que afirme que así fuera. El concepto de un
rechazo como ese ha sido avanzado por personas que no estuvieron presentes en
Minneapolis, y contradice el testimonio de hombres responsables que estuvieron allí”
(página 396).
(b) La propia Ellen White declaró en Minneapolis que el mensaje estaba siendo
rechazado: “En general, el espíritu y la influencia de los pastores que han venido a esta
asamblea consiste en desechar la luz”. Dijo de ellos: “De qué sirve que nos reunamos
juntos aquí y que acudan nuestros hermanos en el ministerio, si están aquí únicamente
para apartar del pueblo el Espíritu de Dios”. “La oposición, más bien que la investigación,
está a la orden del día” (Carta B21, 1888; Mss. 9 y 15, 1888; The Ellen G. White 1888
Materials, 86, The Ellen G. White 1888 Materials, 151, The Ellen G. White 1888 Materials,
170).
Pero eso no es todo. La última edición de Testimonios para los ministros trae un añadido
que no constaba en ediciones anteriores: un ‘Marco histórico’ y un ‘Apéndice’
orientados a que el lector evada la clara convicción que sería inevitable a partir de la
lectura del texto de Ellen White. “Estas notas ayudarán al lector a comprender
correctamente la intención de la autora en los mensajes aquí presentados”.
Un ejemplo ilustrará la forma en que opera esa “ayuda”. En la página 468 se lee esta
inequívoca declaración escrita por Ellen White en 1890:
229
que propugna la justicia por la fe en el Hijo de Dios, ha sido menospreciada,
criticada, ridiculizada y rechazada.
Pero el Apéndice advierte al lector a ser cuidadoso. Aparentemente no debe creer sin
más lo que dice el texto, ya que “mientras algunos asumían esa actitud, otros recibían
el mensaje y obtenían una gran bendición” (páginas 531-532). Eso contradice
llanamente muchas declaraciones en el texto.
Cosas como esas no pueden generar más que desánimo entre los miembros sinceros de
la Iglesia, quienes tienen todo el derecho a esperar honestidad literaria, ya que a la luz
de las palabras de Ellen White en su contexto está ante sus ojos la evidencia de la
contradicción.
Hay otra negación de una declaración llana de Ellen White relativa a la historia de 1888:
El 16 de marzo de 1890 afirmó:
Esa declaración se publicó en Release nº 253, pero una nota a pie de página la
contradice: “La redacción de esa frase es claramente deficiente, ya que aisladamente no
armoniza con lo que sigue, así como con otras declaraciones de ella a propósito de la
Asociación General de 1889”.
230
Se nos vuelve a recordar que todos debemos procurar la dirección del Señor en nuestra
búsqueda de la verdad vital. 1888 parece presentar un problema único en la larga
historia de las confrontaciones de Dios con su pueblo. Encierra una preciosa verdad que
parece más esquiva que cualquier otra en la historia del pasado. De otra forma, ¿cómo
es posible que eruditos y dirigentes con las más extraordinarias oportunidades para el
conocimiento que hayan podido existir en cualquier época, fallen en reconocer la
evidencia más obvia? El arrepentimiento es lo que nos incumbe a todos. Cada uno
debiera preguntar: “¿Soy yo, Señor?” (Mat 26:22).
Por cierto, quienes se sienten confundidos por las acusaciones de préstamo literario
ocasional por parte de Ellen White, encontrarán en la verdadera historia de 1888 un
argumento para disipar sus dudas. Su integridad y cualificación como agente del don de
profecía quedan demostrados singularmente en su papel en aquel tiempo. Desprovista
de cualquier tipo de soporte humano, marcó su inerrante camino en medio de las
trampas teológicas inherentes a aquella difícil controversia. Es sorprendente su valor al
permanecer sola en una asamblea de la Asociación General, en contra de casi todos los
pastores veteranos.
Sus sermones improvisados fueron anotados y transcritos para nosotros hoy. ¿Quién,
de no ser ella, habría podido predicar diez sermones sin un guión, en medio del rojo vivo
emocional de aquella batalla teológica –habiendo quedado registradas cada una de sus
palabras-, además de escribir un sinnúmero de cartas y temas de diario, y permanecer
libre de toda crítica un siglo más tarde? No hay una sola palabra desafortunada en
ninguno de sus escritos. Su apoyo entusiasta al mensaje, en contra de todo y de casi
todos, está en milagrosa armonía con la más refinada y competente teología actual.
Jamás aquella pequeña dama fue tan grande como en esa historia de 1888.
¿Cómo podemos explicar los esfuerzos oficiales casi sobrehumanos, desde 1950, para
contradecir la evidencia inspirada proporcionada por Ellen White relativa a 1888?
¿Podría deberse a que el enemigo del plan de la salvación tiene un especial interés en
ocultar esa verdad significativa? ¿Pudiera ser que el conocimiento de esa verdad
genuina tenga una influencia decisiva en nuestra relación personal y corporativa con
Jesucristo, y que Satanás lo sepa?
Nuestro mal uso de las pruebas / evidencias es más grave que los reveses financieros. Si
a nuestros enemigos se les ocurre investigar en esa historia, nos va a resultar muy
embarazoso. Nuestra relación problemática con la verdad nos mantiene en una
condición tibia y falta de arrepentimiento propia de Laodicea. La solución es simple: una
fe sincera que incluye creer la verdad y reconocerla con franqueza y contrición. La hora
es avanzada, pero gracias a Dios aún no es demasiado tarde para que reviva un espíritu
de fidelidad.
231
Se nos ha dicho que el universo no caído está observando. Está en juego el honor del
propio Señor. Sabemos que ha de llegar el día en que pueda decirse de nuestro pueblo
que “en sus bocas no fue hallada mentira” (Apoc 14:5).
Considerar la “justicia por la fe” meramente como la doctrina protestante, denota haber
perdido el rumbo. Sin embargo, ese ha sido el constante abordaje oficial de 1888.
Obsérvese un ejemplo de ceguera espiritual en una cita de A.W. Spalding (Origin and
History, vol. 2, 281). Véase cómo contradice el corazón mismo del mensaje de 1888:
Nadie que entienda el mensaje de 1888 podría albergar un pensamiento tal, pues
contradice al Señor, quien aseguró: “Mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mat 11:30). Si
la declaración de Spalding es en alguna medida verdadera, tenemos un terrible
problema: el mensaje de la “justificación por la fe... es el mensaje del tercer ángel en
verdad” (Review and Herald, 1 abril 1890). Tendríamos, pues, la abrumadora tarea de
proclamar al mundo “la más difícil de todas las verdades”, la más “difícil en su
aplicación”. ¡Malas nuevas! Sin embargo, el mensaje del tercer ángel es antes que todo
“el evangelio eterno”: buenas nuevas que son “poder de Dios para salvación” (Rom
1:16).
Es esa comprensión distorsionada del mensaje de 1888 la que nos define como la
contraparte del antiguo Israel.
Nuestra historia forma parte del gran registro sagrado de la lucha entre la verdad y el
error, tanto como el cruce del Mar Rojo por parte de Israel o el apedreamiento de
Esteban protagonizado por sus descendientes muchos siglos después. Los hechos de
nuestra historia del último siglo constituyen la causa primordial, y están ahora
comenzando a manifestar su fruto en toda la Iglesia mundial. La cuestión es:
¿aceptaremos nuestra historia, o volveremos a apedrear a “Esteban”?
Tras un siglo de retraso, es tiempo de que veamos cómo peligra la causa de Dios.
Contemplamos ya hace años los primeros frutos del rechazo de 1888 en la crisis
panteísta “alfa” de comienzos de la década de 1900. La “omega” no puede tardar. El
“alfa” fue “recibido incluso por hombres que... tenían una dilatada experiencia en la
verdad... aquellos que creíamos firmes en la fe” (Special Testimonies, Serie B, nº 7, 37
{SpTB07}). “La omega seguirá y será recibida por los que no estén dispuestos a prestar
atención a la amonestación que Dios ha dado” (nº 2, 50; 1 Mensajes selectos, 233). El
gran conflicto continúa, y el dragón está airado contra la “mujer”. No va a escatimar
esfuerzos para vencer.
232
En los días del “alfa” se nos advirtió que la verdad sería repudiada. Se escribirían libros
de un nuevo orden. Se introduciría un sistema de filosofía intelectual. Se consideraría el
sábado livianamente. Los dirigentes estarían de acuerdo en que es mejor la virtud que
el vicio, pero pondrían su dependencia en el poder humano (ver Serie B, nº 2, 54-55; 1
Mensajes selectos, 238).
Si Jehová no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican (Sal 127:1).
El comienzo de la lluvia tardía y del fuerte pregón no fue una estrategia publicitaria de
manufactura humana; se trató de una exposición diáfana de las buenas nuevas, de un
mensaje en sí mismo, algo que está al alcance de la experiencia de cualquier creyente
por humilde que sea.
El método del Señor para hacer crecer la Iglesia de forma sólida y duradera es la sencillez
misma. Obsérvese cómo el verdadero mensaje de la justicia por la fe será la “luz” que
efectúe la obra:
Mientras tanto se comisiona a ángeles santos para que retengan los temibles vientos de
la contienda que algún día no lejano van a soltarse. Están reteniendo las fuerzas para
impedir la ruina que se avecina con el abuso de las drogas, el alcoholismo, la inmoralidad
e infidelidad sexual, el crimen, el materialismo idólatra, la corrupción y las temibles
pestilencias. La obra más importante en el mundo es la del ángel que sella a los siervos
de Dios en preparación para la venida de Cristo (Apoc 7:1-4). El poco tiempo de paz y
233
prosperidad de que podamos aún disfrutar es tiempo prestado, que se nos concede
solamente para la finalización de su obra. La estabilidad mundial depende de la fidelidad
del pueblo de Dios a la verdad, a su mensaje y a su misión.
Al final del tiempo ha de suceder algo que nunca antes ha ocurrido. Se ha de revertir la
derrota de milenios. Sólo así puede completarse la purificación del santuario. La profecía
de Daniel declara que, efectivamente, el santuario “será purificado” (8:14). El Señor
purificará su Iglesia, permitiendo que proclame el último mensaje que alumbrará toda
la tierra.
Pedro se negaba a aceptar la cruz antes de su conversión. Estando en esa situación negó
a su Señor. En la actualidad, una negación semejante de Cristo es la ineludible
consecuencia de la motivación centrada en el yo que se expresa continuamente en
nuestra preocupación por “ir al cielo”. Fue el cielo lo que Cristo dejó -sin garantía alguna
de regresar jamás- a fin de que el pecado y la muerte se pudieran erradicar del universo.
La verdadera fe en él no se centra en la recompensa que esperamos recibir.
Cuando su pueblo acepte de corazón toda la verdad que el Señor tiene para él, cumplirá
un papel semejante al de Cristo cuando estuvo en esta tierra.
Sólo durante ese corto período de tres años pudo el mundo soportar la
presencia de su Redentor (El Deseado, 500).
234
Apéndice A
(índice)
La acusación merece el examen más atento. De ser cierta, toda mente lógica puede
vislumbrar las consecuencias:
(1) En primer lugar significaría el descrédito del mensaje de 1888. Si se puede colocar a
Jones o a Waggoner en la lista negra por su supuesta enseñanza herética o fanática
durante la era de 1888, la Iglesia sería por demás insensata dedicando seria atención a
su mensaje. David P. McMahon y Desmond Ford han procurado desacreditar a
Waggoner en ese sentido, a pesar de las continuas declaraciones de apoyo por parte de
Ellen White. En sus Documents nº 32, Ford afirma que en 1892 Waggoner había dejado
ya de ser adventista del séptimo día. McMahon, en su Ellet Joseph Waggoner: The Myth
and the Man (Verdict Publications, Fallbrook, CA, 1979), afirma que Waggoner se alejó
de la posición protestante sobre la justificación por la fe pocas semanas después de la
asamblea de 1888, enseñando a partir de entonces la posición católico-romana. El Dr.
Leroy Moore, en el Apéndice B de su libro Theology in Crisis (1979), expuso la falsedad
de tales acusaciones. Cualquiera que lea los escritos de Jones o Waggoner lo puede
comprobar fácilmente por sí mismo.
(2) Si “en fecha tan temprana como 1889 las predicaciones de Jones comenzaron a
mostrar cierta deriva en dirección al error de la ‘carne santa’”, Ellen White queda
igualmente desacreditada por ingenuidad y fanatismo. Durante su larga y destacada
carrera nunca jamás apoyó explícitamente a alguien de forma tan entusiasta y repetida
como lo hizo con el mensaje y labores de Jones, desde 1888 hasta 1896.
Si bien es cierto que Jones fue un ser humano tan sujeto a la debilidad como cualquiera
de nosotros, Ellen White nunca lo habría apoyado de esa forma si hubiera albergado la
más leve sospecha de que su enseñanza estaba derivando hacia un fanatismo tan
horrendo como el que afligió a la Asociación de Indiana en el cambio de siglo. De nada
valdría suponer que Ellen White apoyara a Jones debido a estar sinceramente engañada
por él. Ellen White ejercía el don profético y afirmaba tener inspiración celestial. No hay
forma de preservar su integridad profética si es que estuvo realmente equivocada
respecto a Jones.
235
(3) El mensaje traído por los mensajeros de 1888 es el único que Ellen White identificó
siempre como genuino comienzo del don del Espíritu Santo en la lluvia tardía y el fuerte
pregón. Si derivó casi inmediatamente hacia el fanatismo de la “carne santa”, ¿qué
confianza podemos tener en cualquier mensaje semejante que el Espíritu Santo pueda
inspirar en el futuro? Podemos estar seguros de que Satanás intentará desanimar a la
Iglesia a fin de que no vuelva a recibir ninguna otra verdadera bendición espiritual
enviada desde el cielo.
Los comentarios supuestamente heréticos no revelan traza alguna de fanatismo del tipo
“carne santa”, sino que afirman simplemente la posibilidad de vencer el pecado y
alcanzar la perfección del carácter por medio de la fe. Estas son las declaraciones que
registra el diario de Topeka, tal como allí aparecen:
Destacamos lo siguiente:
(a) Un estudio detenido muestra la total ausencia de "carne santa" en las predicaciones
de Jones, según el registro de aquel diario. Las declaraciones que algunos interpretan
como estando afectadas por esa “deriva”, se refieren realmente al desarrollo del
carácter por medio de la fe, en preparación para la segunda venida de Cristo.
(b) En ninguna ocasión, en los años siguientes a 1889, hay registro alguno en el que Jones
haya hecho declaraciones que quepa interpretar como favoreciendo esa herejía. Si la
hubiera enseñado en 1889, ciertamente habría vuelto a hacer aparición en algún
momento posterior. Proclamar que Cristo “condenó al pecado en la carne”, como
escribió Pablo, no es enseñar la “carne santa”.
Nos encontramos, por lo tanto, ante otro ejemplo de continua oposición por más de un
siglo al “preciosísimo mensaje” que el Cielo dispuso que recibiéramos como el
“comienzo” de la lluvia tardía y fuerte pregón. Se trata de una misteriosa corriente
subterránea de incredulidad, tal vez la más extraña y persistente que haya fluido a lo
237
largo de los milenios en que Dios ha procurado ayudar a su pueblo. Ellen White dijo
afligida:
Tengo una profunda pena de corazón por ver con qué rapidez se critica una
palabra o acción de los pastores Jones o Waggoner (Carta O19, 1892; The
Ellen White 1888 Materials, 1026).
En esta ocasión no se trata de “una palabra o acción”, sino de una pura imaginación.
238
Apéndice B
(índice)
3. Se pretende que Jesús enseñó que el 3. Jesús enseñó que cuando uno se
amor a uno mismo es una virtud, una convierte, ama a su prójimo de la forma
condición previa necesaria para poder en que antes de su conversión le
amar a otros. Se confunde el amor al yo resultaba natural amarse a sí mismo.
con el sano respeto propio. Cuando el yo está crucificado con Cristo,
encontramos en él la verdadera
autoestima. La fe expulsa el amor al yo,
cuya paternidad corresponde a Satanás.
5. El evangelio son las “buenas nuevas” 5. El evangelio son las “buenas nuevas”
de lo que Dios va a hacer por ti, siempre de lo que Dios ha hecho y está haciendo
que hagas primeramente tu parte. Dios ya por ti. Te ha estado atrayendo
espera hasta que tomas la iniciativa y durante toda tu vida (Jer 31:3; Juan
239
das ese primer paso. La maquinaria 12:32). No lo resistas, y serás salvo. El
celestial salvadora permanece inactiva evangelio en su pureza motiva a una
hasta que el pecador pulsa el botón respuesta duradera de fe sentida de
que la pone en acción. corazón.
10. Se debe presionar al pecador para 10. Todo recurso a la compulsión, toda
que acepte a Cristo, normalmente maniobra de marketing o motivación
recurriendo a motivaciones del temor revela una carencia de
egocéntricas tales como la esperanza contenido evangélico en el mensaje.
de recompensa o el temor al castigo. Cuando se presenta la verdad en amor,
Como dicta el marketing: “¿Qué nada detendrá la respuesta de quien
beneficio obtendré?” busca la verdad.
13. Uno puede estar justificado por la 13. La fe madura pone fin a la tibieza y
fe y seguir a Cristo con tibieza. prepara para la traslación.
14. El objetivo supremo de nuestra vida 14. El objetivo supremo de nuestra vida
es la salvación de nuestras propias es el honor y vindicación de Cristo. Es él,
almas, hacer lo que sea “necesario para y no nosotros, quien merece la
nuestra salvación”. recompensa.
16. Nacido “bajo la ley”, en Gálatas 4:4, 16. Nacido “bajo la ley” significa bajo la
significa que Cristo estuvo bajo la ley ley moral. Cristo no estuvo “exento” de
ceremonial judía (6 Comentario bíblico nuestra herencia genética; sin embargo,
adventista, 964). no pecó. Tenía que negar su propia
voluntad a fin de cumplir la voluntad de
su Padre. Se negó a sí mismo.
18. Cristo llevó nuestra culpabilidad 18. Cristo llevó nuestra culpabilidad
sólo vicariamente. realmente. Se identificó en verdad con
nosotros y condenó al pecado “en la
carne”, es decir, en nuestra carne.
19. Era “imposible”, “sin provecho” e 19. Negar las tentaciones plenas de
“innecesario” que Cristo fuera tentado Cristo es negar su verdadera
241
verdaderamente en todo como encarnación. A diferencia del Adán
nosotros (Ministry Magazine, enero inmaculado, Cristo fue tentado también
1961). del interior tal como lo somos nosotros,
pero sin pecado. No hay pecador a quien
no pueda socorrer.
20. Apartado así de nuestra herencia 20. Cristo fue justo por la fe. Dijo: “no
genética, Cristo era bueno de forma busco mi voluntad”. Durante toda su
“natural”. Su propia voluntad era vida llevó la cruz, algo que el Adán
idéntica a la voluntad de su Padre. No impecable no tuvo que hacer. Cristo
hubo lucha interior. Por lo tanto, su negó constantemente el yo.
justicia no pudo ser por la fe.
21. Puesto que Cristo no tomó nuestra 21. La Escritura no nos da derecho a
naturaleza caída y pecaminosa, nunca eximir a Cristo de ninguna tentación
debió enfrentar ni vencer tentaciones humana. Hebreos 4:15 es muy claro al
sexuales. respecto.
22. Por tanto tiempo como el hombre 22. Mediante Cristo, el pecar
posea naturaleza pecaminosa, es continuamente resulta “condenado en
inevitable que continúe pecando. El la carne”. El pecado es innecesario a la
pueblo de Dios continuará pecando luz del evangelio de Cristo. La justicia
hasta el momento de la traslación. viene por la fe, pues esta obra por el
Lógicamente, eso requiere que Cristo amor (Gál 5:6). Nuestra dificultad
nunca cese en su ministerio sumo estriba en la ignorancia, o bien en la
sacerdotal como sustituto. Mantén tu incredulidad respecto al evangelio.
póliza de seguro al corriente del pago Cristo no puede venir por segunda vez a
(mediante tu “relación”), y todo riesgo menos que cese de ser nuestro
quedará cubierto. sustituto.
26. 1 Juan 2:1 dice que no pequemos, 26. 1 Juan 2:1 nos dice que el propósito
de la misma forma en que la compañía de su sacrificio en la cruz es que su
de seguros nos dice que no tengamos pueblo deje de pecar; no que resulte
un accidente. Pero tarde o temprano excusada la perpetuación del pecado.
vas a pecar; por lo tanto, asegúrate de Eso se efectúa al comprender el
estar “cubierto” por el Abogado, quien concepto de la culpabilidad corporativa:
convencerá al Padre de que te excuse. nuestra relación con “los pecados del
Sólo podemos esperar la victoria de los mundo entero”. El Cielo ayudará a los
pecados conocidos. Hasta la venida de creyentes a vencer “como” Cristo
Cristo será inevitable nuestra comisión venció.
de pecados desconocidos.
28. Mantener una “relación” con Cristo 28. Todo depende de tu fe en que Dios
es arduo y difícil. Todo depende de lo te está tomando de la mano. Lo que
fuerte que te tengas de la mano de hace que parezca tan difícil la vida
Dios. “Mantén la velocidad”, o la fuerza cristiana es el eclipse del evangelio de la
de la gravedad hará que te estrelles justicia de Cristo. “El amor de Cristo nos
contra el suelo. Se trata de un asunto constriñe”.
de “hágalo usted mismo”.
243
31. El tiempo de la segunda venida de 31. Cristo está deseoso de regresar,
Cristo está irrevocablemente como lo está el esposo ante su boda.
predeterminado por la soberana Vendrá en cuanto su esposa esté
voluntad de Dios, y su pueblo no puede preparada. La demora es
apresurarlo ni demorarlo. responsabilidad de la esposa.
32. La segunda venida de Cristo la 32. Las razones auténticas para procurar
desean sobre todo los ancianos, adelantar su venida son la simpatía por
enfermos, pobres, o los que sufren. Cristo, el deseo de que él reciba su
Nuestra necesidad es nuestra suprema recompensa y sea vindicado, y el anhelo
preocupación. Queremos que venga de que llegue a su fin la agonía del
para poder ir todos al hogar glorioso. mundo. Esa nueva motivación viene
producida por la fe verdadera.
33. Es más importante el consenso que 33. La verdadera fe infunde un valor que
la verdad. Si tus convicciones difieren no teme a las mayorías ni al poder que
de las de la mayoría, guárdatelas. puedan ejercer. Permite llevar su cruz.
34. Los dos pactos se comprenden tal 34. El viejo pacto es la promesa de
como presenta el Comentario bíblico obedecer (sin fe en Cristo) que hizo el
adventista y el Diccionario bíblico pueblo de Israel. Esa promesa lleva a la
adventista. Es la misma comprensión “esclavitud” mediante “el conocimiento
que defendieron quienes se opusieron de [nuestras] promesas no cumplidas”.
desde el principio al mensaje de 1888. El nuevo pacto es la fe en la promesa
que Dios nos hace a nosotros.
244
Apéndice C
(índice)
No obstante, esa posición choca frontalmente con la historia, choca con innumerables
declaraciones de Ellen White, y lo que es aún más grave: con el testimonio del Testigo
Fiel y Verdadero que dio su sangre por esta Iglesia. El mito de la aceptación insiste,
incluso con un siglo de retraso, en que “soy rico, me he enriquecido y de nada tengo
necesidad” en cuanto a aceptar y comprender la justicia por la fe. Pero el Señor afirma
que somos “pobres”. El conflicto resultante es grave, ya que afecta a la condición
espiritual de la Iglesia mundial y al honor de Dios.
Dado que es tan claro el testimonio de Ellen White a propósito de que se rechazó “en
gran medida” (1 Mensajes selectos, 276) el comienzo de la lluvia tardía y el fuerte
pregón, ¿cómo es posible que la inmensa mayoría de nuestros pastores, educadores y
miembros en todo el mundo, crea que los dirigentes lo aceptaron en aquella
generación?
Parte del problema es una confusión persistente en las ideas, que se diría casi
intencionada. Como pueblo, aceptamos la “doctrina” popular protestante de la justicia
por la fe, precisamente tal como las iglesias protestantes profesan creerla. En
consecuencia, nuestros apologistas insisten en que ni en 1888 ni posteriormente
rechazamos esa “doctrina”. Pero esa no es la verdad de nuestra historia. Nuestros
hermanos rechazaron “en gran medida” el mensaje que era el comienzo de la lluvia
tardía y el fuerte pregón. Ese hecho obvio explica la prolongada demora, y ninguna otra
cosa puede explicarla.
Hemos de reprimir esa convicción molesta al costo que sea; si es necesario mediante
afirmaciones de que “soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad”. De ahí el
mito de la aceptación. Una de las fuentes primarias de ese mito goza de una credibilidad
tan singular, que parece imposible que alguien se atreva a cuestionarla.
En su libro The Lonely Years 1876-1891, Arthur L. White afirma que “el concepto de que
245
la Asociación General -y por lo tanto la denominación- rechazó el mensaje de la justicia
por la fe en 1888, carece de fundamento y no apareció hasta cuarenta años después de
la asamblea de Minneapolis, y trece después de la muerte de Ellen White” (página 396).
El autor es nieto de Ellen White.
“Cuarenta años después de la asamblea de Minneapolis” nos lleva alrededor del año
1928. Fue por ese tiempo cuando Taylor G. Bunch, de Pacific Union College, relacionó
públicamente nuestra historia de 1888 con la de Israel en Cades-Barnea, cuando
rechazaron el informe de Caleb y Josué.
W.C. White, hijo de Ellen White, protestó contra Bunch asegurando que en 1888 no
había tenido lugar tal rechazo. Afirmaba haber estado presente en aquella asamblea y
saber del tema. Nada tiene de extraño que transmitiese esa misma teoría de la
aceptación a su hijo, Arthur L. White, quien ha servido por tantos años como secretario
de Ellen G. White Estate, y bajo cuya supervisión y soporte se han escrito desde 1950
cerca de 1.500 páginas de libros relativos a 1888.
Tanto el hijo como el nieto de Ellen White han gozado de justificada estima en la Iglesia
Adventista. Han sido totalmente sinceros en sus esfuerzos por educar a varias
generaciones de nuestro pueblo en la convicción de que el mensaje de 1888 no fue
rechazado. Profesamos el mayor respeto a ambos en razón del puesto singular que han
ocupado en nuestra historia. Pero al mismo tiempo hemos de reconocer que Ellen White
ejerció un ministerio aún más singular: el de una mensajera inspirada del Señor, cuyo
ministerio es expresión del testimonio de Jesús: el Espíritu de Profecía. Su don profético
la dotó de discernimiento capaz de penetrar bajo la superficie. Aunque mil testigos
oculares con juicio no inspirado contradijesen la palabra de una profetisa inspirada,
debemos confiar en esa palabra inspirada, ya que en ella va implícito un “así dice el
Señor”. El testimonio de Ellen White es tan claro y directo como para ser
inmediatamente comprensible para cualquiera. El futuro de esta Iglesia depende de que
se establezca sin ambigüedad ese respeto a la dirección profética.
Una declaración hecha por W.C. White en una predicación en Lincoln, Nebraska, el 25
de noviembre de 1905, da una idea de cómo obtuvo crédito oficial la teoría de la
aceptación. En su predicación, el hijo de Ellen White estaba describiendo un incidente
ocurrido una década antes en Avondale, Australia, estando W.W. Prescott de visita. De
América había llegado cierta correspondencia, y él y Prescott estaban leyendo para Ellen
White cartas de un dirigente de la Asociación General en la distante Battle Creek. Las
cartas se referían a un supuesto gran progreso de la causa en América, y a las
maravillosas victorias espirituales respecto a asuntos relacionados con 1888. W.C. White
recuerda así el incidente:
Durante años he sentido que era mi privilegio hacer todo lo posible para
246
llamar la atención de mi madre a los aspectos más animadores de nuestra
obra… Razonaba que, puesto que el Señor había elegido a mi madre como
su mensajera para corregir los errores en la Iglesia… y dado que aquellas
revelaciones apenaban su corazón casi hasta la muerte, no podía estar
equivocado al recoger todas las palabras de ánimo y toda buena noticia que
pudiera consolar su corazón, así como todo incidente que demostrara el
poder de Cristo obrando en la Iglesia. Eso pondría de relieve el lado más
positivo de quienes estaban llevando pesadas responsabilidades en la obra
del Señor; por lo tanto, me esforzaba por llamar su atención al aspecto
positivo de las cosas…
Pues bien; un día, mientras vivíamos en Cooranbong, New South Wales,
recibimos cartas del presidente de la Asociación General llenas de informes
animadores, hablándonos de las buenas reuniones campestres, y acerca de
cómo algunos de los hombres de negocios que habían sido objeto de
reproches en los Testimonios1 estaban visitando varios estados y predicando
en las reuniones campestres, y que estaban obteniendo una nueva
experiencia espiritual, siendo de gran ayuda en las reuniones…
Nos alegramos [él y Prescott] mucho al leer aquellas cartas. No cabíamos de
gozo, y nos unimos en alabanza al Señor por el informe positivo. Imaginad
mi sorpresa cuando al siguiente día por la tarde mi madre me dijo que había
estado escribiendo a esos hombres de quienes había recibido el informe
positivo, y entonces me leyó la crítica más contundente, el más profundo
reproche que jamás se dirigiera a ese grupo de hombres, por introducir
planes y principios equivocados en su labor2. Eso fue para mí una gran
lección (Spalding-Magan Collection, 470).
Ellen White dejó registro escrito de su congoja, arrojando luz sobre el incidente. No es
en detrimento del respeto debido a la memoria de ellos que hacemos notar que ni W.C.
White ni W.W. Prescott gozaban del más amplio discernimiento que imparte
divinamente el don de profecía. El don no es hereditario. Es perfectamente natural que
hicieran como habríamos hecho cualquiera de nosotros: creer sin más los informes
positivos que traían aquellas cartas del presidente de la Asociación General. El espíritu
que dominaba la Iglesia era ya de por sí optimista, de congratulación por la percepción
de progreso y victoria.
Pero la actitud del corazón de todo ser humano está por naturaleza en conflicto con “el
testimonio de Jesús”, a menos que el Espíritu Santo lo ilumine de forma específica.
Escribiendo al presidente de la Asociación General, Ellen White describe cómo se sintió
cuando Prescott y su propio hijo trataron de asegurarle que eran ciertos aquellos
247
informes optimistas procedentes de Battle Creek:
Querido hermano Olsen: el pasado mes de octubre le envié una larga carta…
era muy pesada la carga que sentía en relación con usted y la obra en Battle
Creek. Sentí que se lo estaba atando de pies y manos, a lo que usted se
sometía dócilmente. Eso me perturbó tanto que expresé mis sentimientos
al hermano Prescott en una conversación. Tanto él como W.C. White se
esforzaron por disipar mis temores; lo presentaron todo en la luz más
favorable posible. Pero sus palabras, en lugar de reconfortarme, me
alarmaron. Si esos hombres son incapaces de ver la consecuencia de lo que
está sucediendo, pensé, cuán desesperada la pretensión de hacerles ver en
Battle Creek. El pensamiento se clavó como cuchillo en mi corazón. Me dije:
no enviaré la comunicación escrita al hermano Olsen…
Durante unas dos semanas permanecí en la más debilidad más extrema.
Estaba como una caña quebrada. No podía abandonar mi habitación ni
conversar con el hermano y hermana Prescott. Creí no recuperarme… pero…
gradualmente recobré las fuerzas (Carta, 25 mayo 1896; {11LtMs, Lt 87a,
1896}).
Dada la importancia de la lluvia tardía y el fuerte pregón, resulta imperativo que la Iglesia
y sus dirigentes depositen hoy una confianza plena en el testimonio inspirado del
Espíritu de profecía. Cuando el juicio humano entra en conflicto con el testimonio
inspirado, no importa de cuántos honores gocen los agentes humanos, el Espíritu de
Profecía ha de tener la preponderancia absoluta.
Durante la mayor parte del siglo hemos sido, como pueblo, presa fácil de ese prevalente
optimismo infundado. La trágica consecuencia colateral es una desconfianza en el
consejo del Testigo fiel y verdadero. ¿Acaso el pleno reconocimiento de la verdad no
resultaría en grandes bendiciones espirituales? Correctamente comprendida, nuestra
historia denominacional es un continuo cumplimiento de las palabras de Cristo en
Apocalipsis 3:14-21, y un llamado al arrepentimiento que le es apropiado.
Quien tiene dominio del pasado, lo tiene también del futuro. La consecuencia de
interpretar equivocadamente la historia es la tibieza y debilidad espiritual.
248
Apéndice D
(índice)
¿Significa eso que el Señor ha rechazado a esta Iglesia o a sus dirigentes? O, en el caso
de que no lo haya hecho en el pasado, ¿va a hacerlo en el futuro?, ¿está la Iglesia
Adventista abocada al fracaso?
Cuando los que deciden seguir a Cristo protestan contra lo que perciben como apostasía
o acciones incorrectas en la Iglesia y sufren bajo la oposición, ¿han de concluir que la
situación es desesperada?, ¿debieran retirar su apoyo y membresía de la Iglesia?
En la página 10 del libro Los hechos de los apóstoles leemos que las “almas fieles” han
constituido siempre la Iglesia verdadera. ¿Podría una nueva agrupación o federación
libre constituida por “almas fieles” completar la comisión evangélica, y dejar atrás a la
Iglesia Adventista organizada desintegrándose en la apostasía final?
Ellen White comparó la Iglesia Adventista a un “noble barco que lleva al pueblo de Dios”
(2 Mensajes selectos, 449; 1892), y afirmó que él lo conduciría “con seguridad hasta el
puerto”. ¿Cuál es la Iglesia verdadera? ¿Sigue la Iglesia organizada siendo el
cumplimiento de la profecía de Apocalipsis 12: “el resto de la descendencia [de la
mujer]… los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de la
profecía”, tal como expresa el versículo 17?, ¿o será quizá el verdadero “resto” más bien
una suma de “almas fieles” no cohesionada, desorganizada y dispersa? Esas cuestiones
conciernen a nuestra razón misma de existir como pueblo por más de 150 años.
249
Iglesia y el apoyo a la misma son deberes válidos que el Señor requiere de las “almas
fieles”. ¿Cuál es la “mente de Cristo” con respecto a la Iglesia Adventista del Séptimo
Día? Si pudiéramos determinar la respuesta a esa pregunta, podríamos saber cuál debe
ser nuestra “mente” al respecto.
(1) Siempre ha sido el propósito de Dios que su pueblo en la tierra sea una “familia”
visible, identificada de forma reconocible, organizada. Es así a fin de que puedan ser sus
testigos, sus agentes ganadores de almas en el mundo. La “simiente” de Abraham fue el
antiguo equivalente a la iglesia [del Nuevo Testamento]. El Señor dijo a Abraham: “Serán
benditas en ti todas las familias de la tierra… a tu descendencia daré esta tierra”.
“Estableceré un pacto contigo y con tu descendencia después de ti… estableceré mi
pacto con Isaac” (Gén 12:3 y 7; 17:7 y 21).
(2) Dios nunca cambió ese pacto, y no puede cambiarlo. Durante todos los siglos de
apostasías en el antiguo Israel y Judá, el Señor permaneció fiel a su promesa. En los días
de Elías, del apóstata rey Acab y de su impía esposa Jezabel, Israel siguió siendo Israel.
En el peor momento de la historia de Judá, en los días de Jeremías, cuando el Señor lo
entregó en cautiverio a Babilonia, era todavía el pueblo denominado del Señor. Aunque
estuvo cautivo en Babilonia, nunca se convirtió en Babilonia. Sólo perdieron su lugar en
la historia los que se negaron a regresar al final del cautiverio. El pacto alcanzaba aún a
quienes retuvieron su identidad denominacional, y finalmente el Mesías vino mediante
ellos.
El Nuevo Testamento indica que en los tiempos apostólicos la iglesia también estuvo
altamente organizada e identificada, con sus apóstoles, ancianos, evangelistas,
maestros, diáconos, diaconisas y otros con diversos dones, operando todos ellos
coordinadamente bajo la dirección del Espíritu Santo (1 Cor 12:1-28; Efe 4:8-16; 1 Tim
250
3:1-15; Tito 1:5-11). Cuando Saulo de Tarso se convirtió, el Señor lo puso
inmediatamente en comunión con su iglesia organizada (Hechos 9:10-19; Los hechos de
los apóstoles, 99-100 y 132). Eran ciertamente “almas fieles” las que constituían la iglesia
primitiva, pero esta no estaba de modo alguno desorganizada. Hay innumerables
ejemplos de su estructura definida. Sólo distorsionando el contexto de la declaración de
Los hechos de los apóstoles, 10 referente a las “almas fieles” se ha podido sugerir la
implicación de que la iglesia, para ser verdadera, no deba estar organizada.
(5) El registro bíblico de los cuidados de Dios hacia “la mujer… para que volara… al
desierto... por un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo” indica que aquella
perseguida iglesia continuó siguiendo durante la Edad Media el patrón neotestamen-
tario de organización y disciplina (El conflicto, 67-68 y 72-75). Aunque variando en los
detalles precisos de sus métodos de organización, los verdaderos creyentes siempre
actuaron como un cuerpo.
(6) En los días tempranos del adventismo del séptimo día se debatió ampliamente la
forma de organizarse, no faltando partidarios fanáticos de la anarquía que se rebelaban
contra la necesaria disciplina en el cuerpo de la Iglesia (Testimonios para los ministros,
26-29). El Espíritu Santo puso su claro sello de aprobación sobre la necesidad de que
existiera un orden. Nuestros pioneros vieron el cumplimiento de Apocalipsis 12:17 y
14:12 en la Iglesia Adventista del Séptimo Día como denominación organizada. La vieron
como divinamente señalada para proclamar el mensaje al mundo con eficacia, y para
preparar un pueblo para la venida del Señor (Fundamentals of Christian Education, 254;
1 Testimonios, 246 y 365-366).
Todo movimiento que el Espíritu Santo dirija será organizado y disciplinado, “pues Dios
no es Dios de confusión” (1 Cor 14:33). El establecimiento de la Iglesia mundial
Adventista en el seno de tantas culturas diferentes desde hace más de un siglo, es
claramente obra del Espíritu Santo. No existe ningún otro movimiento de alcance
mundial, o cuerpo de creyentes que pueda identificarse ni siquiera remotamente como
el cumplimiento de Apocalipsis 14:6-12. Ellen White jamás dudó de nuestra
identificación histórica (ver, por ejemplo, 9 Testimonios, 19; 1 Testimonios, 171-172; 1
Mensajes selectos, 107-109; 7 Comentario bíblico adventista, 970-973).
(7) Una motivación del tipo “bajo la ley”, caracterizada por la preocupación centrada en
uno mismo, tiene como consecuencia el fracaso en apreciar la justicia por la fe. Eso ha
envenenado la aplicación de nuestros principios de organización eclesiástica. James y
Ellen White instaron al reconocimiento de Cristo como verdadero Dirigente de la Iglesia:
Pero reconocer a Cristo como Cabeza de la Iglesia, como quien dirige su organización,
requiere que se le someta el corazón, lo que resulta imposible si no se comprende
claramente el evangelio de la justicia por la fe. La motivación del tipo “bajo la ley”
suplanta a la motivación del tipo “bajo la gracia”, con el consiguiente sufrimiento de
dirigentes y laicos. Se ejerce un “poder controlador”, y pastores y laicos aprenden a
buscar dirección en hombres falibles, siguiendo sus dictados y alabándolos. La profesa
devoción por Cristo esconde una motivación de amor al yo promovida por una forma
sutil de adoración a Baal (la práctica común entre los empleados de la Asociación de
referirse a su presidente como “el jefe”, es un ejemplo de violación directa del consejo
de Cristo en Mateo 20:25-28). La motivación del tipo “bajo la ley” puede impregnar la
Iglesia tan profundamente, que para muchos miembros sinceros resulta inconcebible
cualquier otro tipo efectivo de liderazgo (ver Testimonios para los ministros, 359-364).
(8) Nuestra historia relativa a 1888 encierra una importante verdad que nos permite
entender cuál es la mente de Cristo respecto a la Iglesia Adventista. A pesar de décadas
de tibieza, el Señor envió el “comienzo” de la lluvia tardía mediante delegados en una
asamblea de la Asociación General. El Señor honró a este pueblo con la “revelación de
la justicia de Cristo” en aquel “mensaje preciosísimo” destinado a alumbrar la tierra con
su gloria.
Cualquiera que haya leído alguna vez estas historias [Neander, Mosheim] es
inevitable que llegue a la conclusión de que los principios contenidos en la
constitución propuesta [de 1903]… son los mismos principios, y presentados
justamente de la misma forma en que regían cientos de años atrás cuando
se estableció el papado… En el momento en que los votéis, estaréis votando
que volvamos allí donde estábamos hace dos años y anteriormente (P.T.
Magan, General Conference Daily Bulletin 1903, 150).
(10) Si es que creyó que la revisión de 1903 era una equivocación, Ellen White no se
opuso públicamente a ella aun cuando algunas de sus declaraciones posteriores puedan
ser interpretadas como expresando desaprobación. No obstante, el hecho importante
es que Ellen White no retiró su apoyo a la Iglesia organizada después de 1903, sino que
permaneció fiel y leal hasta su muerte en 1915. Eso a pesar de estar profundamente
chasqueada con los resultados espirituales de la asamblea de 1901 (8 Testimonies, 111-
113; Carta al juez Jesse Arthur, 15 enero 1903). El Señor continuó honrando esta Iglesia
con el ministerio de su mensajera a lo largo de todos aquellos años.
(11) Literalmente, millones de personas pueden testificar de que la única agencia que
los ha llevado al conocimiento del evangelio eterno de Apocalipsis 14 es la Iglesia
Adventista del Séptimo Día, a pesar de sus defectos. La mejor esperanza para la exitosa
proclamación final del último mensaje al mundo, es una Iglesia Adventista arrepentida
que no solamente proclama el mensaje en perfecta claridad, sino que demuestra su
validez práctica más allá de toda duda. Tal fue la convicción de Ellen White. Incluso en
medio de la incredulidad reinante en la era de 1888 mantuvo su esperanza de reforma:
Dios encabeza la obra y él pondrá en orden todas las cosas. Si hay que
realizar ajustes en la plana directiva de la obra, Dios se ocupará de eso y
253
enderezará todo lo que esté torcido. Tengamos fe en que Dios conducirá con
seguridad hasta el puerto el noble barco que lleva al pueblo de Dios (2
Mensajes selectos, 449; 1892).
Aunque hay males en la Iglesia y los habrá hasta el fin del mundo, la Iglesia
ha de ser en estos postreros días luz para un mundo que está contaminado
y corrompido por el pecado. La Iglesia, debilitada y deficiente, que necesita
ser reprendida, amonestada y aconsejada, es el único objeto de esta tierra
al cual Cristo concede su consideración suprema…
Tengan todos cuidado de no hacer declaraciones contra el único pueblo que
está cumpliendo la descripción que se da del pueblo remanente que guarda
los mandamientos de Dios, tiene la fe de Jesús y exalta la norma de la justicia
en estos postreros días (Testimonios para los ministros, 49 y 58; 1893).
Cuando alguien se está apartando del cuerpo organizado del pueblo que
guarda los mandamientos de Dios, cuando comienza a pesar la Iglesia en sus
balanzas humanas y a pronunciar juicios contra ella, podéis saber que Dios
no lo está dirigiendo (3 Mensajes selectos, 19).
Jamás en toda mi vida me había sentido tan asombrada como ahora, debido
al giro que han tomado las cosas en esta reunión [la asamblea de 1901]. No
se trata de nuestra obra. Dios lo ha dispuesto… Quiero que cada uno de
vosotros lo recuerde; quiero que recordéis también que Dios ha dicho que
él sanará las heridas de su pueblo (General Conference Bulletin 1901, 463-
464; The Review and Herald, 7 mayo 1901).
Sea que en 1901 o en algún tiempo posterior sanaran o no aquellas “heridas”, podemos
cobrar ánimo en la seguridad de que el Señor las “sanará”. Pasados ya 1901 y 1903, Ellen
White hizo algunas de sus declaraciones más contundentes identificando esta Iglesia
organizada como la verdadera, y dando seguridad de su triunfo final en el ministerio,
cuando el arrepentimiento impere en el cuerpo de la Iglesia:
Se me ha instruido que diga a los adventistas de todo el mundo que Dios nos
ha llamado como un pueblo que ha de constituir un tesoro especial para él.
Él ha dispuesto que su Iglesia en la tierra permanezca perfectamente unida
en el Espíritu y el consejo del Señor de los ejércitos hasta el fin del tiempo (2
Mensajes selectos, 458; 1908).
254
El temor a Dios, el sentido de su bondad y su santidad, circulará por cada
institución. Una atmósfera de amor y paz permeará cada departamento.
Toda palabra que se diga, toda labor que se realice, tendrá una influencia
que corresponda a la influencia del cielo…
Entonces la obra avanzará con solidez y fortaleza duplicadas. Se impartirá
una nueva eficiencia a los obreros de toda rama [de la obra]… La tierra será
iluminada con la gloria de Dios, y nuestra tarea será dar testimonio de la
pronta venida, en poder y gloria, de nuestro Señor y Salvador (El ministerio
médico, 242).
Ellen White se refirió claramente al “pueblo de Dios” como “esta denominación”. Pocas
semanas antes de la muerte de su madre, W.C. White escribió lo siguiente:
El hospital es un lugar donde los enfermos pueden recibir tratamiento médico orientado
a la restauración de su salud. La vida del paciente tiene importancia suprema. La Iglesia,
llamada a ser esposa de Cristo, está enferma y en necesidad de restauración. Ser leales
a Cristo implica también la fidelidad a su futura esposa: se trata de una cooperación
estrecha que es necesaria para su curación.
Tras haber servido como misioneros en África, hemos comprobado cómo opera en el
corazón humano la lealtad a Cristo o la falta de ella. Algunos empleados cristianos
“asalariados” demuestran inconscientemente su verdadero espíritu al referirse a la
Iglesia en términos de “vosotros” o “ellos”. No podrían revelar un menor interés por su
honra o prosperidad. Pero los verdaderos creyentes en Cristo manifiestan una unidad
corporativa con la Iglesia, y se refieren de forma instintiva a ella en términos de
“nosotros”. Les preocupa más el honor de la Iglesia que representa a Cristo, que su
propia recompensa personal.
(12) ¿Qué significa que las promesas de Dios sean condicionales? ¿Debiéramos tomar la
actitud de esperar y ver, reteniendo nuestra lealtad y apoyo hasta estar seguros de que
la Iglesia ha cumplido con las condiciones? La siguiente declaración señala cuáles son las
condiciones:
255
hubiésemos andado en la luz que se nos dio… nuestra senda se habría visto
cada vez más iluminada…
La Iglesia Adventista del Séptimo Día debe ser pesada en la balanza del
santuario. Será juzgada conforme a las ventajas que haya recibido. Si su
experiencia espiritual no corresponde a los privilegios que el sacrificio de
Cristo le tiene asegurados; si las bendiciones concedidas no la capacitaron
para cumplir la obra que se le confió, se pronunciará contra ella la sentencia:
“Hallada falta” (8 Testimonios, 258).
No fueron menos condicionales todas las promesas que Dios había hecho al antiguo
Israel. Fue “hallada falta” generación tras generación, pereciendo en el fracaso. Se
repitió una y otra vez la historia de Cades-Barnea, cuando una generación entera -con
excepción de dos personas- tuvo que perecer en el desierto. No obstante, el Dios
guardador del pacto permaneció fiel a Israel aun cuando este le fue desleal. Lo intentó
siempre otra vez con cada nueva generación. Nunca dispuso que otro pueblo tomase el
lugar de la “simiente de Abraham”.
Que el antiguo Israel fallara tantas veces, tal como ha hecho la Iglesia en tiempos
modernos, no significa necesariamente que la secuencia de recaída y apostasía haya de
continuar indefinidamente. Los fracasos del pueblo de Dios como cuerpo han significado
siempre la contaminación del santuario celestial, y Satanás ha tenido la ocasión de
atribuir a Dios la responsabilidad del fracaso de su pueblo.
El testimonio citado con anterioridad lleva por título: “¿Seremos hallados faltos?” Hacia
el final del capítulo, Ellen White respondió a su propia pregunta en estos términos:
256
provienen de Dios, exenta de todo compromiso terrenal, demostrando que
la verdad la ha hecho realmente libre. Entonces sus miembros serán
verdaderamente elegidos de Dios para ser sus representantes.
Ha llegado la hora de hacer una reforma completa. Cuando principie, el
espíritu de oración animará a cada creyente, y el espíritu de discordia y de
revolución será desterrado de la Iglesia… No habrá confusión, porque todos
estarán en armonía con el pensamiento del Espíritu… Todos pronunciarán
de una manera inteligente la oración que Cristo les ha enseñado: “Venga tu
reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mat
6:10) (ibíd., 261-262).
Nuestro deber ahora es quitar los obstáculos que han impedido que se produzca en la
Iglesia “una reforma completa”, y aprender a elevar la oración del Señor.
257
258
Apéndice E
(índice)
Desde la primera impresión de este libro, en agosto de 1987, han visto la luz diversas
publicaciones significativas formando parte de la “celebración” del centenario de 1988:
(1) The Ellen G. White 1888 Materials (Ellen G. White Estate, 1987). Es digno de todo
elogio que los Fideicomisarios del patrimonio White hayan publicado esa vasta colección
de 1.821 páginas en su contexto. Es evidente su intención de no retener nada
significativo. Ellen White tiene permiso por fin para hablar sin impedimento sobre esas
cuestiones. De haberse publicado décadas atrás, hoy podría estar resuelta gran parte de
la confusión relativa a 1888. Puesto que el Espíritu Santo ha confirmado siempre el
“testimonio” de Ellen White, esa publicación debe significar en la providencia del Señor
un paso de gigante hacia el reavivamiento y reforma finales.
La lectura de esos documentos produce una satisfacción comparable a la que deja una
comida nutritiva. Uno no queda con dudas recurrentes ni con interrogantes
insatisfechos respecto a lo que podría estar oculto bajo las sombras, ya que dichas
sombras desaparecen.
Se expone claramente la verdad de que el liderazgo de esta Iglesia rechazó “en gran
medida” el comienzo de la lluvia tardía y fuerte pregón, mientras hacía profesión
expresa de aceptar la “justicia por la fe”. Queda claro además que las “confesiones”
posteriores a Minneapolis no revirtieron de modo alguno la tragedia. Y las declaraciones
de apoyo ilimitado al contenido doctrinal del mensaje por parte de Ellen White, resultan
ser más numerosas y enfáticas de lo que aparentemente nadie haya percibido con
anterioridad. Es posible encontrar en esas 1.821 páginas declaraciones de ese tipo, en
número cercano al millar.
Ellen White no expresó nunca una palabra de crítica hacia la teología que predicaron
Jones y Waggoner sobre la justicia por la fe desde 1888 hasta 1895 y 1896. Quienes
denigran el mensaje de 1888 en el centenario, se basan exclusivamente en una frase
que parece contener una expresión crítica, pero es posible que la estén sacando de su
contexto, e incluso que la citen de forma incorrecta. En esa frase aislada, registrada
estenográficamente en 1888, declara: “Algunas interpretaciones de la Escritura hechas
por el Dr. Waggoner yo no las veo correctas” (Ms 15, 1888; The Ellen G. White 1888
Materials, 164).
El estenógrafo pudo no haber recogido el énfasis que Ellen White le dio a ese “yo”, pero
en su contexto inmediato está claro que no encontró falta en el contenido doctrinal del
mensajero. Al contrario, quiso poner de manifiesto que estaba dispuesta a renunciar a
sus opiniones personales a fin de recibir mayor luz por medio de Waggoner:
Durante toda una década Ellen White no expresó otra cosa que no fuera el
reconocimiento consistente, frecuentemente entusiasta, de que el Espíritu Santo estaba
apoyando el mensaje doctrinal de Waggoner y Jones, mientras la oposición irrazonable
que sufrían los aislaba y a veces los empujaba a emplear expresiones poco afortunadas,
de igual forma en que el antiguo Israel provocó a Moisés a hablar y actuar
apresuradamente. La famosa carta que Ellen White escribió a Jones el 9 de abril de 1893
elogia inequívocamente su teología, a la vez que lo previene contra el recurso a
expresiones extremadas para defenderla.
Aunque los mensajeros de 1888 eran humanos como lo somos todos, no hay el menor
vestigio por parte de Ellen White de que en aquellos años tempranos manifestaran una
falta de espíritu cristiano respecto a sus hermanos; ninguna evidencia de que la rudeza
o el espíritu abrasivo por su parte proporcionara justa causa a sus hermanos para
oponérseles de aquel modo. Esos cuatro volúmenes parecen dejar claro que las críticas
260
contra Jones y Waggoner publicadas en el centenario perpetúan la incredulidad de 1888.
Eso resulta sorprendente tras un siglo de historia adventista. No menos que el continuo
rechazo a Cristo y sus apóstoles de parte de los judíos por dos mil años.
(2) Manuscripts and Memories of Minneapolis 1888 (Pacific Press, 1988). Esa colección
complementaria de 591 páginas consiste en diversos documentos escritos por otros
personajes contemporáneos de Jones y Waggoner. Revelan cómo muchos de los
hermanos dejaron un registro de ceguera espiritual y resistencia al Espíritu Santo en un
tiempo de oportunidad escatológica sin precedentes. Eran todos hombres esforzados y
diligentes, consagrados a la causa de la Iglesia, y hacían profesión de creer el evangelio;
pero al mismo tiempo, con pocas excepciones, demostraron una insensibilidad hacia la
auténtica dirección y enseñanza del Espíritu Santo según “la verdad del evangelio”. Y los
más prominentes de entre ellos habían dispuesto sus corazones en decidida oposición
hacia Ellen White.
Es significativo que -según esos documentos- ninguno de los que confesaron haberse
opuesto al mensaje de 1888 aduce como excusa que la personalidad de Jones o
Waggoner lo motivara al rechazo. Teniendo en cuenta la facilidad que tiene la naturaleza
humana para autojustificarse, de haber existido cualquier debilidad en la personalidad
los mensajeros, habría sido ávidamente explotada por sus oponentes.
Dos hermanos que criticaron la personalidad que Jones tenía en 1888, esperaron 42
años para hacerlo, pero uno de ellos (W.C. White), en una declaración de cálida
recomendación hecha en 1889 contradecía extrañamente su posterior testimonio
despectivo escrito en 1930. En 1931 A.T. Robinson recuerda los comentarios incisivos de
Jones a Uriah Smith en Minneapolis a propósito de los “diez cuernos”, pero por aquel
tiempo parece que el episodio no impresionó a Ellen White lo suficiente como para
mencionarlo en sus diarios o en sus exhaustivos informes sobre Minneapolis. Tampoco
lo recogió ninguno de los demás autores en sus colecciones respectivas.
Ese incidente aislado tuvo aparentemente un impacto menor en 1888, ante la evidencia
del firme e inequívoco apoyo del Espíritu Santo. O bien el paso del tiempo sobrepuso la
imagen del Jones de después del 1903 en las memorias tempranas de Robinson, o bien
el espíritu de Jones en aquel comentario no era como había supuesto Robinson.*
* J.S. Washburn nos habló sobre ese incidente en 1950, pero su contexto es
también muy favorable a Jones, como demuestra el hecho de poseer “credenciales
del cielo” por aquel tiempo (ver transcrito de la entrevista del 4 de junio del 1950,
publicada en 1888 Message Study Committee Neswletter, 2934 Sherbrook Drive,
Uniontown, Ohio, 1988).
261
Resulta patético leer hoy esa vasta correspondencia entre los dirigentes de la Iglesia, al
ver cómo manejaban los asuntos de la forma acostumbrada como si nada pasara, en un
tiempo en que hoy sabemos que fue de oportunidad escatológica sin precedentes.
(3) From 1888 to Apostasy - The Case of A.T. Jones, George R. Knight (Review and Herald,
1987). Ese volumen especial de la serie ‘Centenario de 1888’ es un esfuerzo
transparente por desacreditar tanto a Jones como al mensaje que el Señor le dio para
esta Iglesia. El libro reconoce abiertamente que el mensaje fue rechazado en
Minneapolis y posteriormente, lo que constituye un paso hacia la realidad; pero
presenta un cuadro confuso al presentar un Dios poco sabio, que eligió mal a su
mensajero y a su ingenua profetisa, erróneamente entusiasmada por el mensaje y por
el mensajero.
El libro rechaza el mensaje del evangelio que Jones presentó, por contener “mezcla de
error”. La implicación es clara: es peligroso aceptarlo. Se culpabiliza específicamente a
Jones por la grave responsabilidad de apadrinar la herejía panteísta, así como la de la
“carne santa”, aparecidas hacia final de siglo.
Pero si uno investiga lo que escribió por aquel tiempo Ellen White sobre el carácter y el
mensaje de Jones, surge un problema: la profetisa lo describe como quien “lleva la
palabra del Señor”, como siendo “el mensajero delegado de Cristo”, un “hombre a quien
Dios ha comisionado… [con] la demostración del Espíritu Santo”, un “siervo escogido…
a quien Dios está empleando”. Jones es uno de los dos únicos pastores adventistas en la
historia, de quienes Ellen White haya declarado que “tenía credenciales del cielo”.* ¿No
resulta extraño que se publique y promocione en nuestra celebración del centenario de
1888 una representación tan envilecida de Jones? ¿Es natural que las naciones o las
iglesias denigren a las figuras objeto de la celebración, en los centenarios que pretenden
conmemorarlas?
* Para consultar las citas de Knight y de Ellen White, ver A.T. Jones: The Man and
the Message (1888 Message Study Committee, 2934 Sherbrook Drive, Uniontown,
Ohio, 1988).
262
Knight se adhiere al concepto erróneo de que el mensaje de 1888 se perdió. Pero las
entusiastas declaraciones de apoyo de Ellen White hacia el mensaje de Jones y su forma
de presentarlo continuaron durante casi una década después de 1888, indicando que
“el mensaje” es mucho más que las supuestamente perdidas presentaciones de
Minneapolis. Años después dijo, expresándose en tiempo verbal presente:
Usted no cree que [a los pastores Jones y Waggoner] Dios los haya sostenido,
pero Dios les ha dado luz preciosa, y su mensaje ha alimentado al pueblo de
Dios. Cuando rechaza el mensaje traído por estos hombres, rechaza a Cristo,
el dador del mensaje… ¿Por qué … rechaza a los ministros delegados de
Dios? (Carta 51a, 1895; The Ellen G. White 1888 Materials, 1353).
Durante esa década Ellen White se expresó de forma entusiasta, incluso en referencia a
la personalidad y forma de predicar de Jones, en contradicción con la citada acusación
de lenguaje torpe y abrasivo: “presentó [el mensaje] con belleza y hermosura”, “con luz,
gracia y poder”. Al oírle, nuestro pueblo “vio la verdad, la bondad, la gracia y el amor de
Dios como nunca antes las habían visto”. Ellen White consideró “un privilegio estar a su
lado [de Jones] y dar mi testimonio junto al mensaje para este tiempo” (Review and
Herald, 27 mayo 1890; 12 febrero 1889; 18 marzo 1890; Carta, 9 enero 1893). Es
realmente difícil armonizar esas palabras con la “engreída” y “abrasiva” personalidad
que nuestros escritores del centenario le atribuyen. ¿No se habría sentido Ellen White
consternada estando al “lado” de un hombre como el que describe Knight?
Las manifestaciones de apoyo del Señor hacia Jones son dignas de la más seria
consideración, ya que Ellen White afirmó que “acusar y criticar a los que Dios está
empleando, es acusar y criticar al Señor que los ha enviado”. A los que se oponen, “se
les preguntará en el juicio: ‘¿Quién requirió esto de vuestra mano, que os levantaseis
contra el mensaje y los mensajeros que yo envié a mi pueblo con luz, con gracia y con
poder?’” (Testimonios para los ministros, 466; Carta, 9 enero 1893, reproducida en The
Ellen G. White 1888 Materials, 1126).
263
que resulta ser una citación directa del apóstol Pablo. El contexto de ese artículo del 22
de noviembre es la reforma pro-salud, para nada relacionada con la carne santa. De igual
forma, la acusación de que Jones creyó o predicó el panteísmo se basa exclusivamente
en las asunciones o prejuicios de terceros. No se presenta ni una sola frase procedente
de Jones, que evidencie que creyó o enseñó tal cosa.
Ese puede parecer un detalle sin importancia, pero la integridad del “preciosísimo
mensaje” que el Señor envió a su pueblo es el verdadero asunto en tela de juicio. Si ese
mensaje induce al panteísmo a quienes creen en él, Ellen White debió estar
tremendamente equivocada, porque entonces el mensaje habría sido peligrosísimo, no
“preciosísimo”. Pero en el caso de Jones no le condujo al panteísmo, demostrando así
que no fue ese el factor que llevó a Waggoner a aquel error. Lo que condujo al problema
del panteísmo (en realidad pan-enteísmo) fue el clima de rechazo de su mensaje de
1888, no la aceptación del mismo.
Pero esa definición gratuita del panteísmo lleva a problemas insuperables, ya que
lógicamente implica que el autor de Hebreos también era panteísta, lo mismo que Ellen
White. Tampoco se libra el propio Jesús, quien llevó muy “lejos” el “concepto” al
asegurar a sus seguidores que el Espíritu Santo, su vicario, no solamente estaría “con
vosotros para siempre” (Juan 14:16), sino que “será en vosotros” (versículo 17). Y es que
probar demasiado equivale a no probar nada.
Hay en verdad evidencia de que Jones se volvió rudo y abrasivo en un período posterior
de su vida. Dejó de aferrarse a la gracia de la mansedumbre y se entregó a la amarga
crítica de sus antiguos hermanos. Pero tal cosa sucedió más de una década después de
Minneapolis. Hay “dos” Jones: (a) el “siervo de Dios”, desde 1888 a 1903, que en general
honró su cometido y justificó sus “credenciales del cielo”, si bien revelando en ocasiones
debilidades humanas; y (b) el Jones de después de 1903, quien extravió trágicamente su
camino. Los que modernamente se oponen a Jones, confunden a los dos. Los años
realmente álgidos fueron los comprendidos entre 1888 y 1893, ya que la oposición se
había empedernido de tal forma en aquel período, que nuestro subsiguiente largo vagar
por el desierto se hizo inevitable tras 1893. El registro de Jones durante esos años
tempranos es inconfundible.
El fracaso de Jones tiene, pues, algo que ver con lo que Ellen White calificó de insulto al
Espíritu Santo por parte de nuestros hermanos. Cuando comenzó a venir el Espíritu
Santo en forma de la bendición de la lluvia tardía y fue “insultado”, debió retirarse. La
bendición de la lluvia tardía tuvo que retirarse en el momento en el que era más
desesperadamente necesaria. Pero el tiempo no se puede parar. La historia continuó y
se desarrollaron toda clase de males. Así fue quedando conformada nuestra historia
denominacional.
Knight insiste en que Ellen White no estaba preocupada por los aspectos doctrinales o
teológicos del mensaje de Jones o Waggoner. Pero los propios escritos de ella
demuestran un profundo interés por esos aspectos. Knight urge a la Iglesia a “empezar
a vivir la solícita vida cristiana, ahora”, pero sin prestar atención al “preciosísimo
mensaje” enviado por el Señor, que es lo único que puede hacer realidad una reforma
tal. De esa manera, su posición revierte el avance del reloj de la reforma y desvirtúa cien
años de historia.
(4) La ‘Edición del centenario’ de Adventist Review del 7 de enero de 1988 pretende
honrar el mensaje de 1888, mientras que en realidad lo desprecia al afirmar que “el
mensaje de Jones y Waggoner contenía mezcla de error”. Equivale a decir: ¡Huyamos de
su mensaje! Es significativo que en toda esa colección de publicaciones no se permite a
los mensajeros decir ni una sola palabra, declarándolos virtualmente persona non grata
de forma aún más contundente que el editor de la Review de hace un siglo. Los puntos
esenciales característicos del mensaje no hallan cabida en esa edición. En contraste,
Lutero, Paul Tournier, y hasta Uriah Smith, el más destacado antagonista al mensaje,
tienen permiso para hablar.
(5) Ministry, International Journal for Clergy, febrero de 1988, edición especial dedicada
a la justicia por la fe. Presentamos en cursivas nuestro breve resumen de los puntos
principales que presentaron los diversos autores. Escribimos a continuación nuestros
265
comentarios (párrafos indentados) sin intención de crítica ni de buscar faltas.
Consideramos una bendición que se haya publicado esa revista, pues ha llevado a
muchas mentes investigadoras al estudio de esos temas. Añadimos esos comentarios
teniendo siempre presente la brevedad del tiempo, mientras el Señor comisiona a los
cuatro ángeles a que retengan los cuatro vientos todavía por un poco más de tiempo:
(a) La Asamblea de 1888 estuvo señalada por la abierta rebelión contra Ellen White por
parte de gran número de nuestros pastores. En cierto momento, Ellen White llegó a
preguntarse si Dios no tendría que suscitar otro movimiento; sin embargo, se restauró
su confianza en que Dios dirigía a su Iglesia. La mayoría de los delegados, “los pastores
en general”, “casi todos”, se opusieron al comienzo del glorioso mensaje del fuerte
pregón (páginas 4 y 6).
(c) El mensaje de la justicia por la fe, tal como lo presentaron Jones y Waggoner, contenía
error. Condujo a las herejías de la “carne santa” y al panteísmo. Ellen White criticó el
mensaje que predicaron y lo encontró defectuoso (páginas 13 y 61).
(d) Entre 1888 y 1896 la culpa del rechazo de los dirigentes al mensaje recae en buena
parte sobre Jones y Waggoner, quienes por aquel tiempo eran básicamente personas sin
convertir, “orgullosos, tercos”. Al presentar su mensaje de justicia por la fe manifestaron
un espíritu carente de santidad (páginas 11, 13 y 61).
* En una carta escrita a Jones mucho tiempo después de haber “apostatado”, Ellen
White dijo que “todavía no se había convertido cabalmente” (19 noviembre 1911).
267
Si el “todavía” se refería al tiempo en que el Señor lo sostuvo en sus labores, se nos
plantea un serio problema con las declaraciones de apoyo de Ellen White y con su
experiencia de obvia contrición en aquel tiempo. La expresión “todavía no”, se
refiere con toda probabilidad al tiempo en que Ellen White le estaba haciendo
llamados en el período posterior a 1900, cuando Jones se descaminó, perdiendo
por tanto su conversión.
(e) Diversos autores sugieren que la experiencia y la gracia personal son más importantes
que la verdad. Otros lo contradicen, afirmando que la experiencia genuina no puede
darse sin comprender la verdadera doctrina. Pero el énfasis de este número de Ministry
consiste en que no necesitamos la doctrina ni las enseñanzas teológicas del propio
mensaje de 1888, y que prestarle seria atención demuestra una mente obstinada
(páginas 16 y 61).
(f) No hay diferencia entre la “fe de la traslación” y la “fe de la resurrección”. Los que
permanezcan en pie en el tiempo de angustia final no vencerán ni reflejarán el carácter
de Cristo de forma más significativa que los que han vivido en tiempos precedentes
(página 42).
Ese enunciado parece contradecir esto: “Los que vivan en la tierra cuando
cese la intercesión de Cristo en el santuario celestial deberán estar de pie en
la presencia del Dios santo sin mediador… debe llevarse a cabo una obra
especial de purificación, de liberación del pecado, entre el pueblo de Dios en
la tierra” (El conflicto de los siglos, 478 {421}). “En aquel tiempo de
tribulación, cada alma deberá sostenerse por sí sola ante Dios… Ahora,
mientras que nuestro gran Sumo Sacerdote está haciendo propiciación por
nosotros, debemos tratar de llegar a la perfección en Cristo. Nuestro
Salvador no pudo ser inducido a ceder a la tentación ni siquiera en
pensamiento… Cristo guardó los mandamientos de su Padre y no hubo en él
ningún pecado de que Satanás pudiese sacar ventaja. Esta es la condición en
que deben encontrarse los que han de poder subsistir en el tiempo de
angustia” (Id. 680-681 {607}). Desde los inicios del movimiento adventista
nuestro pueblo ha reconocido la naturaleza singular de la fe madura que ha
de caracterizar a quienes estén preparados para recibir a Cristo cuando
regrese. Si eso no estuviese claramente sustentado en numerosas
declaraciones bíblicas y del Espíritu de profecía, se debería repudiar tal como
recomienda Ministry. Pero el soporte inspirado es inequívoco y consistente.
268
(g) Lo que decimos es menos importante que la forma en que lo decimos. En otras
palabras: parece menos importante la verdadera doctrina que una personalidad
agradable (página 61).
(i) Ser un reformador es una mala idea por el peligro que encierra. Generalmente se tiene
en baja estima a los reformadores (página 62).
(j) La teología y predicación adventistas son hoy más Cristocéntricas que antes de 1888.
Eso es indicativo de un saludable progreso espiritual desde 1888 (página 62).
Eso puede muy bien ser cierto, pero haremos bien en depender del juicio de
Cristo, más bien que del nuestro. ¿Ya no es aplicable su mensaje de
Apocalipsis 3:14-17? Los elementos esenciales del mensaje de 1888 siguen
siendo objeto de oposición e incluso silenciamiento cien años después, y
abundan la mundanalidad y la tibieza. Tal no sería el caso si se estuviera
proclamando con claridad el evangelio en su pureza, ya que es “poder de
Dios para salvación”. Un análisis cuidadoso de las motivaciones puede
revelar la existencia de mucho más legalismo implícito en nuestra
enseñanza, del que hubiéramos llegado a sospechar.
269
nuevo presidente de la Asociación General, O.A. Olsen lo apoyó “de forma entusiasta”
(página 62).
Pero hay algo más que demanda estudio: la realidad de la culpabilidad que
el mundo entero comparte por el asesinato del Hijo de Dios (Testimonios
para los ministros, 38; El Deseado, 694; Rom 3:19). ¿Son sólo los judíos y
romanos de antaño quienes debieran arrepentirse por ese pecado? El
Calvario resume la culpabilidad corporativa del mundo: culpabilidad por
pecados que podemos no haber cometido personalmente, pero que
cometeríamos de no ser por la gracia de Dios, debido a nuestra natural
enemistad humana contra él (Rom 8:7). Todo ser humano comparte esa
culpa, a menos que se arrepienta específicamente de ella. La revista Ministry
ha de tener también en cuenta la experiencia de Cristo al arrepentirse
corporativamente en favor del mundo, como demuestra su bautismo (En los
lugares celestiales, 252; Review and Herald, 21 enero 1873; General
Conference Bulletin 1901, 36). El arrepentimiento corporativo bíblico es
personal: es el arrepentimiento individual por los pecados de otros como si
fuesen los nuestros, reconociendo que habríamos caído igualmente en ellos
de no haberlo evitado la gracia de Cristo. Todos necesitamos al 100% la
justicia imputada de Cristo. La confusión en reconocer la verdadera
profundidad del arrepentimiento corporativo frustra el mensaje de la
justicia de Cristo, permitiendo la pretensión de no necesitar la plenitud de
su justicia imputada.
(n) Se recomienda ‘The Dynamics of Salvation’ por ser una exposición de la justicia por
la fe tan completa y efectiva, que virtualmente hace innecesaria la publicación del propio
mensaje de 1888. Hay aquí evidencia de que el liderazgo entiende, cree y predica el
mensaje. El prefacio deplora el hecho de que algunos acusen hoy a la dirección de la
Iglesia por sostener posiciones sobre la justicia por la fe similares a las de quienes se
opusieron al mensaje de 1888 hace un siglo (páginas 22-28).
(3) Esa cuestión tiene una importancia vital; creemos que la Iglesia mundial
debiera considerarla con franqueza. Si nuestra posición es errónea, la Iglesia
mundial debe rechazarla decididamente. Si estamos en lo correcto, nada
podría ser más importante para ponerse del lado de la verdad. Necesitamos
analizar con sinceridad el mensaje de 1888 en sus escritos originales,
comparándolo con nuestras presentaciones contemporáneas del
evangelio. Es posible analizar las motivaciones que subyacen en las posturas
predominantes de la Iglesia en las publicaciones denominacionales.
272
Descubriremos que los mensajeros de 1888 dieron un avance a la
comprensión doctrinal y práctica, que va más allá del calvinismo y el
arminianismo, superando ampliamente a ambos. Esa fue la razón para el
entusiasmo de Ellen White por el mensaje durante una década, un mensaje
que recupera la plenitud de las verdades del evangelio con mayor claridad
que lo hicieron los reformadores del siglo XVI o que nuestros exégetas de
hoy día, y que está aún pendiente de alumbrar la tierra con la gloria del
Señor.
Con excepción de unos pocos extractos cortos de Waggoner citados por uno de los
autores, a ninguno de los mensajeros de 1888 que Ellen White apoyó se le permite
hablar en Ministry. Esa revista de 64 páginas pretende estar dedicada a 1888, sin
embargo, el lector no puede encontrar en ella el menor indicio del auténtico mensaje,
tal como “en su gran misericordia el Señor envió a su pueblo por medio de los pastores
Waggoner y Jones” (Testimonios para los ministros, 91). La razón es sin duda que los
redactores saben que cada uno de los elementos singulares de ese mensaje es hoy causa
de controversia, de modo que el propio mensaje de 1888 se ha convertido en nuestros
273
días en la piedra de tropiezo y la roca de ofensa para la Iglesia Adventista, lo mismo
que vino a ser Cristo para los judíos de antaño.
Pero la tesis básica del libro está en directa contradicción con el mensaje de
la justicia de Cristo de 1888. El autor manipuló tan hábilmente las Escrituras
y las declaraciones de Ellen White, que los redactores de la Review
asumieron que el manuscrito enseñaba una justicia por la fe válida.
White Estate publicó a principios del año 1988 un ‘Análisis’ del libro de Ott,
concluyendo que es incomprensible que ese libro se hubiera podido
imprimir en una casa publicadora adventista. El análisis demuestra que el
libro “deja sin efecto el testimonio del Espíritu de Dios” tal como lo
presentan los escritos de Ellen White, y que los argumentos empleados
están caracterizados por la misma tergiversación e interpretación
fraudulenta que hace Desmond Ford de los escritos de Ellen White (20 enero
274
1988).
(7) Grace on Trial, de Robert J. Wieland, es el manuscrito de un libro que en 1987 solicitó
el equipo editorial de Pacific Press con la intención de ponerlo en circulación para las
reuniones campestres de 1988. Fue debidamente sometido al consejo editorial, de
acuerdo con los protocolos habituales en la denominación. Tras examinar el manuscrito,
los editores votaron su publicación y pusieron en marcha el proceso de producción.
Cuando dicho proceso se encontraba en sus etapas iniciales, la Asociación General
intervino y los forzó a rechazarlo.
Si Pacific Press lo hubiera publicado, se habría tratado del primer libro de la serie del
centenario que permitiera a los mensajeros de 1888 presentar el mensaje en sus propias
palabras.
(8) Lo que todo adventista debiera saber sobre 1888 (Arnold V. Wallenkampf, Review
and Herald, 1988) es un hito en nuestra historia denominacional. Es una versión
expandida de cuatro artículos no publicados que el Dr. Wallenkampf escribió en 1979.
El libro contradice de forma contundente la tesis de “soy rico, me he enriquecido y de
nada tengo necesidad” característica de las principales obras publicadas con respaldo
oficial sobre 1888 en los pasados cuarenta años.
El autor deja sobradamente claro que “la mayoría de pastores en la asamblea” [de 1888]
resistieron y rechazaron el precioso mensaje, y que la resistencia continuó “con el paso
de los años”. El autor declara que el nuestro ha venido siendo un “estado de rebelión
contra Dios”. Los dirigentes adventistas “trataron cruelmente” al Espíritu Santo, con
“palabras duras... dirigidas contra el propio Cristo”. Nuestra verdadera historia es una
“psicosis de grupo”, una “traición y crucifixión de Jesús” que “deja anonadada la
imaginación”. Estamos en necesidad de aprender a “no seguir ciegamente a los
dirigentes”. “Si la mayoría de los delegados en la asamblea de Minneapolis no hubiesen
seguido a sus dirigentes en el rechazo al mensaje de 1888, Ellen White no habría dejado
implícito que en aquella asamblea Cristo fue crucificado de forma figurada”.
¡Ojalá que en su gran misericordia el Espíritu Santo nos capacite a todos en este año del
centenario para ser sinceros! Él puede otorgar reavivamiento, reforma y
arrepentimiento si simplemente aceptamos la plena verdad, y dejamos de reprimirla o
negarla. Eso traerá reconciliación con Cristo y curará nuestras luchas internas. Cien años
es ciertamente tiempo suficiente para afrontar la realidad del llamado al
arrepentimiento que hace Cristo al “ángel de la Iglesia en Laodicea”. Wallenkampf
reconoce que ese “ángel” es el liderazgo de la Iglesia Adventista del Séptimo Día, y que
nuestra negación durante décadas ha producido tibieza y letargo en la Iglesia a escala
mundial. Es ahora evidente que Cristo ha estado esperando por demasiado tiempo. No
podrá soportar sus nauseas por siempre.
Se está dando un progreso definido en el año del centenario de 1988. El que se centre
la atención denominacional en 1888, su historia y su mensaje, incluso mediante
información equivocada, puede ser bendecido por el Señor haciendo que despierten
muchas mentes. La juventud confundida por el adventismo contemporáneo se sentirá
especialmente atraída por ese interés renovado. Y el Espíritu Santo permite incluso la
publicación de falsedades, a fin de que sean superadas por delineaciones más precisas
y profundas de la verdad. Wallenkampf se opone a la idea del arrepentimiento
corporativo, pero da sincera evidencia de no comprenderlo. La ridiculización
ampliamente difundida en 1988 sobre la necesidad de un arrepentimiento corporativo
y denominacional no va a ser obstáculo para que el Espíritu Santo despierte a muchas
mentes nobles, llevándolas a ponderar más profundamente el llamado de Cristo en
Apocalipsis 3:19. Sería lamentable que dirigentes adventistas se dedicaran a acumular
desprecio sobre el llamado del Testigo fiel.
www.libros1888.com
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CONTRAPORTADA
Este libro aborda esas y otras cuestiones vitales. Escrito originalmente como
un documento confidencial destinado a la Asociación General, se ha
actualizado y publicado posteriormente en respuesta a numerosas
peticiones procedentes de todo el mundo. Ellen White tiene por fin la
ocasión de expresarse libre y llanamente en declaraciones nunca antes
publicadas sobre temas de importancia capital en relación con 1888. El
contenido de esas declaraciones era desconocido para la mayoría de sus
contemporáneos, y será para muchos una sorpresa en la presente
generación.
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