Síntesis de Alain Touraine Sobre Modernidad y Multiculturalismo

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SÍNTESIS INTRODUCTORIA PARA LA LECTURA DEL TEXTO DE ALAIN TOURAINE

TITULADO: “IGUALES Y DIFERENTES” (UNIDAD NRO. 1)

Queridos estudiantes:
en una continuidad con el desarrollo de la Unidad nro. 1, corresponde ahora que
nos ocupemos de las ideas del sociólogo francés Alain Touraine, quien aborda también la relación entre
derecho y cultura, pero desde el contrapunto que se genera en el marco de la modernidad entre el
universalismo de los derechos fundamentales que todas las personas tienen (como por ejemplo el
derecho a la igualdad) y el particularismo de las normas de las mínorías culturales que habitan en los
Estados nacionales de la denominada cultura occidental. De esta forma, en el capítulo xv de su libro
“El fin de las sociedades”, el que se titula “Iguales y diferentes”, se ocupa del tema del
“multiculturalismo”. Mas para poder entender acabadamente lo que allí plantea el Autor, es
conveniente realizar una síntesis de las ideas que Touraine desarrollatanto en la introducción del libro,
cuanto en la tercera parte de dicho texto, la que justamente lleva el título de “La modernidad y las
modernizaciones”. A continuación, pues, se esboza tal resumen.

INTRODUCCIÓN DEL LIBRO “EL FIN DE LAS SOCIEDADES”


El punto de partida del Autor es la crisis del capitalismo financiero ocurrida en el año 2008 a
raíz de las así llamadas “hipotecas subprimes”1 El Autor redefine esta crisis del capitalismo en términos
sociológicos y se pregunta si es posible volver a “controlar o resocializar” al capitalismo financiero que
ha perdido totalmente el rumbo, por la ruptura que ha provocado entre, por un lado, los recursos
financieros y la economía industrial y, por el otro, entre esos recursos y el control institucional, cultural
y político de los mismos. Este interrrogante atraviesa todo el texto. Dos respuestas son posibles, según
el Autor. La primera, que es la mayoritaria, sostiene que la desaparición o debilitamiento de las normas
sociales ha conducido a los actores a una orientación económica de sus acciones, a una racionalidad
económica, a la búsqueda de su interés, lo que trae aparejada una visión fragmentada de lo social. Esta
posición es afín con la perspectiva funcionalista dentro de la sociología clásica. La segunda, que es la
que elije el Autor, plantea que ante la ausencia o debilitamiento de las normas sociales, éstas sean
sustituidas por valores culturales, más precisamente, por valores éticos, los que no son sociales, es
decir, no son reltivos a tal o cual sociedad, sino que son universales, y que, por lo tanto, están por
encima de las leyes de los Estados de las sociedades nacionales.. Ambas respuestas tienen un punto en
común: parten de la mirada del actor, no de la sociedad en su conjunto o sistema. Los actores son
entendidos en términos individuales, más personales que sociales (p. 14). Debido a las consecuencias
que ha producido la crisis del capitalismo financiero, el Autor sostiene que estamos atravesando una
gran mutación a la que denomina era o etapa “postsocial” o “posthistórica”, de allí el título del libro “El
1 Expresión que hace referencia a los créditos inmobiliarios que fueron otorgados a personas sin capacidad económica real
para hacer frente a la deuda generada, a partir de la directiva de lo técnicos o economistas de los países industrializados,
principalmente de quienes asesoraban al Tesoro de los EE.UU., acerca de que había que invertir en la construcción de bienes
raíces y luego conceder créditos para que la gente puediera adquirirlos.
fin de las sociedades”. A ello cabe agregar que a la sociedad destruida o debilitada la sustituye a
menudo un retorno, a la vez defensivo y agresivo, a la comunidad2, como lo demuestran los
movimientos de opinión (y también políticos) xenófobos que rechazan la entrada de extranjeros y que
lleva a juzgar al “otro” no “por lo que hace, sino por lo que se supone que es, por su “naturaleza”
interpretada en términos morales y biológicos...” (p. 15). La respuesta del Autor es que a través de la
categoría de “sujeto de derechos”, susceptible de ser invocada por todo individuo o grupo que tenga la
intención de oponer principios universales en contra de quienes sólo buscan el lucro o la dominación de
los otros; podamos transformarnos en actores en tanto creadores de nuestro porvenir y de nosotros
mismos. “La acción del sujeto se manifiesta a través de dos operaciones principales y recíprocamente
complementarias” (p. 16). Denomina “toma de conciencia” a la primera, la que es estimulada por todo
aquello que aleja o desapega al individuo o grupo de sus pertenencias y de sus identidades, afianzando
así “su responsabilidad y libertad como creadores” (p. 16). En tanto que “la segunda es la
reinterpretación cada vez más amplia de nuestras obras en términos de productos de una creación” (p.
16), que nos permite esclarecer “los aspectos más complejos de nuestra personalidad y de nuestra vida
social” (p.17).Es decir, apelar a la conciencia de nosotros mismos como sujetos poseedores de derechos
humanos universales, lo que nos permite a través de la “subjetivación” crear y transformar tanto a
nuestro entorno como a nosotros mismos. Ésta es la forma como propone el Autor enfrentar la lógica
del poder y del lucro desmedido del capitalismo financiero.

2 El resaltado en negrita tiene por finalidad llamar la atención sobre dos conceptos de la sociología clásica, con
significados precisos, pues hacen referencia a dos tipos distintos de relación social. Es importante conocer la
caracterización de los mismos que hizo el sociólogo alemán Ferdinand Töennies en su obra principal “Comunidad y
sociedad”, idea que presentó originalmente en su tesis de doctorado de 1881, pero que reelaboró y presentó en versión
defintiva en 1912. El postulado básico del Autor es que la oposición comunidad-sociedad tiene una base psicológica, ya
que se basa en dos tipos de voluntades: la voluntad orgánica o natural y la voluntad reflexiva, respectivamente. La
primera determina el pensamiento y expresa la espontaneidad y movimiento de la vida misma, manifestándose en el
placer, el hábito y la memoria. La segunda, es determinada por el pensamiento, es decir, es su producto y consecuencia.
Se trata de una voluntad calculadora y previsora, que expresa la capacidad del hombre para producir un mundo artificial
siguiendo las directivas del pensamiento. Según Töennies, esta distinción psicológica condiciona las maneras en las
cuales los seres humanos establecen relaciones mutuas. Mientras la comunidad está basada en el “estado pimitivo y
natural del individuo. Su fuente son los agrupamientos elementales de la vida social, a saber: la relación madre-hijo,
entre hombre y mujer, y entre hermanos. Estos agrupamientos determinan tres tipos de comunidad: la de sangre o
parentesco, la de localidad o vecindad y la de amistad. Desde el punto de vista jurídico, su base es la costumbre que, por
un lado, genera una comprensión mutua entre sus miembros, y por el otro, da origen a las funciones judicial y religiosa.
Es además el lugar de la intimidad y la confianza mutua. La sociedad, en cambio, es artificial por naturaleza, pues en
ella todos viven para sí mismosen un estado de tensión hacia los demás. Por eso es el lugar de lo anónimo y de lo
público. Las relaciones sociales se fundan en el cálculo y la especulación, y desde el punto de vista económico, los
bienes se negocian mediante el intercambio o transacción. Todo se convierte en mercancía y todos se vuelven
“mercaderes”, para citar a Adam Smith. Finalmente, desde el punto de vista político y jurídico, la sociedad se basa en el
contrato y es el reino de asociaciones que persiguen fines diferentes y hasta divergentes, y cuyas relaciones mutuas se
rigen por la ley. Por ello la sociedad disuelve en forma progresiva los lazos comunitarios. (Ver Freund, Julien: “La
sociología alemana en la época de Max Weber”, en Bottomore, Tom y Nisbet, Robert comp.: “Historia del análisis
sociológico”, Buenos Aires, 1988, editorial Amorrortu S.A., pp.181/186).
“LA MODERNIDAD Y LAS MODERNIZACIONES”
En este capítulo (nro. XII) del libro, El Autor proporciona una definición sociológica de la
modernidad, definición que va más allá de un período histórico y de una identificación o localización
geográfica concreta de la misma. La modernidad tiene que ver con un tipo de orientación de las
conductas caracterizado por la afirmación del universalismo de la razón, que se expresa tanto en el
pensamiento científico y sus aplicaciones, cuanto en el reconocimiento de derechos humanos
fundamentales. Se trata de “dos fuerzas universalistas y a la vez liberadoras de las formas tradicionales
de autoridad e identidad” (p. 279). La ambivalencia de la modernidad es un rasgo que fue puesto de
manifiesto por autores como G.Simmel, N. Elias y R. Merton, señalando que el progreso material podía
tener consecuencias negativas o bien producir el mejoramiento de las condiciones de vida de los
individuos y su emancipacion. Entre quienes plantearon las consecuencias negativas del progreso
material por reducir toda racionalidad a la racionalidad “instrumental” están los miembros de la escuela
de Frankfort (Adorno y Horkheimer). La naturaleza ambivalente de la modernidad lleva al rechazo de
las ideas de progreso, identidad y comunidad. Esta ambivalencia se expresa durante el siglo XX en el
enfrentamiento entre el espíritu democrático y el espíritu de dominación y de lucro, lo que ha traido
aparajedo el proceso de “humanización del sujeto”o de interiorización de la conciencia humana
reflexiva. Ahora bien, la modernidad es una, pero los procesos de modenización son múltiples. En
efecto, existe una pluralidad de vías de modernización, porque ésta es “la penetración de la modernidad
en una situación concreta que, sea cual fuere, nunca es totalmente moderna” (p. 283), ya que en todas
las sociedades, aún en las modernas, están presentes también elementos tradicionales e inclusive
antimodernos. En otras palabras: sólo existe una definición de “modernidad” y ésta se combina con una
diversidad de procesos históricos de modernización, cuyos factores o resortes son muchos y variados.
Se pregunta el Autor si debemos renunciar a tratar de entender los factores de la modernización por su
complejidad. A dicha pregunta responde con dos hipótesis, esto es, dos respuestas tentativas a dicho
problema (el de entender los múltiples y numerosos factores que llevan a la modernización de una
sociedad o de una institución, por ejemplo): 1) primera hipótesis: “la modernidad triunfa allí donde el
poder del Estado está sometido al control de la sociedad civil”. 2) Segunda hipótesis: “las
desigualdades son de carácter limitado y es posible reducirlas”. Enunciadas juntas, se pueden resumir
así: “menos desigualdades y más diversidad” Tales son las condiciones necesarias, pero no suficientes,
“que permiten abrir la vía al universalismo de la modernidad” (p. 284). O dicho en otros términos por
el Autor: “...la modernidad tiene las mayores oportunidades para desarrollarse allí donde el medio
escolar combate activamente las lógicas de reproducción social, económica y política...”. El Autor
reflexiona desde una perspectiva histórica y afirma que la modernidad no triunfa de una vez y para
siempre. Por el contrario, se observan avances y retrocesos, como por ejemplo ocurre en la actualidad
con el aumento de las desigualdades, por lo que en este contexto, el enunciado fundamental de la moral
social es: “los derechos más imprescriptibles son aquellos que atañen más directamente a las personas
individuales” (p. 286). Cabe aclarar que Touraine critica la idea de “posmodernidad”, de vertiente más
filosófica que sociológica, que planteó “el fin de los grandes relatos” 3, esto es, la desintegración de las
sociedades más modernizadas debido a la finalización de las interpretaciones globales a la vez
económicas, políticas, culturales y sociales de la historia. Si bien Touraine comparte este diagnóstico,
sostiene que el pensamiento posmoderno abarca al conjunto de concepciones posmarxistas que, si bien
representa una tendencia crítica renovadora, se sigue sosteniendo dentro de la misma lógica de la
ideología a la cual critica, por lo que propone salir de esa lógica de análisis. En tal sentido, él plantea
que más que de “sociedad posmoderna”, cabe hablar, como se dijo más arriba, de una situación
“postsocial y posthistórica”, la que posee una estructura global que se caracteriza por la oposición entre
una economía financiera globalizada, por un lado, y los derechos del sujeto humano por el otro. O lo
que es lo mismo, la oposición entre la lógica del poder y del lucro y la lógica del sujeto y sus derechos
(p. 287). El Autor aborda su análisis desde una sociología de la acción social, pero afirma haber ido
ampliando su perspectiva, incorporando la categoría de “sujeto” y de “proceso de subjetivación”,
porque un análisis renovador no puede tener como fundamento “conceptos propiamente sociológicos e
históricos porque tienen como finalidad aprehender situaciones postsociales y posthistóricas...” (p.
288). Es decir, el concepto de sujeto (como individuo o grupo) importa “la afirmación de los derechos
de uno mismo y de los otros” (p. 216), en tanto que “La subjetivacion es un ascenso a uno mismo como
portador de derechos” (p. 216). Ambos conceptos rompen con el marco categorial de lo social. “La idea
de sujeto se apoya en la confianza en el ser humano y al mismo tiempo en la oposición a todos los
obstáculos sociales y políticos a lo que llamamos libertad ... o la realización de sí.” (p. 216). Como
cierre de este capítulo, el Autor aborda críticamente la cuestión del etnocentrismo europeo, esto es, de
la superioridad con que Europa concibió su modo de modernización y el rol que ello jugó en la
colonización y dominación ejercida sobre el resto del mundo. Afirma que Europa fue “profundamente
moderna”, puesto que sostuvo y aplicó el discurso sobre “el universalismo de la razón de los derechos
humanos fundamentales” antes que otras partes del mundo (p. 294). Pero su vía de modernización fue
violenta en relación a los países y/o naciones conquistados y fue obra primero de los monarcas
absolutos, luego de las tropas de Napoleón, y en la actualidad de los adalides del capitalismo financiero
e industrial. Ese modo brutal de modernización “descansó en una concentración extrema de los
recursos en manos de una élite dominante movida por la voluntad de conquista y explotación de toda la
3 Esta frase corresponde al pensador francés Jean-Fracois Lyotard.
población” (p. 294). Si bien quienes han sido conquistados y colonizados por los Estados-nación
europeos prefieren la idea de “pluralidad de los modos de modernización”, a la de unidad de la
modernidad, lo inverso ocurre en los Estados-nación europeos, “debido, en parte, a su historia y al
recuerdo de su supremacía y en parte a su fidelidad a un universalismo cuya expresión política es la
democracia” (p. 296). ¿Cómo resuelve el Autor esta antinomia? Para Touraine no se puede negar la
diversidad de las vías de modernización en nombre de la unidad de la modernidad, ni tampoco el
universalismo de la modernidad en el nombre del particularismo de cada modo de modernización
(crítica de los regímenes fundamentalistas antioccidentales). En otras palabras: hay que evitar la
peligrosa confusión entre la modernidad y las modernizaciones. En el momento actual, el auge de la
globalización de la economía ya no suscita debates, y ello no tiene precisamente que ver con la
creación de una sociedad mundial. Sin embargo, la proliferación en todas las regiones del mundo “de
movimientos sociales de orientación democrática nos conduce a una conclusión muy diferente” (p.
297), que se contrapone a la tesis de S. Huntington sobre el “choque de civilizaciones”, y que implica
la posible formación de un sistema político y social mundial, a partir de que estos movimientos
democráticos que rompan cada vez más abiertamente con los regímenes antioccidentales (p. 298).

“EL DECLIVE DE LA HEGEMONÍA OCCIDENTAL”


En este capítulo (nro. XIII), el Autor analiza la decadencia de la hegemonía europea ocurrida
durante el siglo XX, pues Europa había transmitido al resto del mundo que su modo de modernización
era la modernidad en acción y que, por lo tanto, todos los componentes de su cultura y de su sociedad
eran los elementos esenciales de la modernidad. Impuso su voluntad por medio de la colonización
principalmente. Pero en la actualidad se ha tomado conciencia “de la complementariedad y de las
oposiciones entre la modernidad y las modernizaciones” (p. 300), de la pluralidad de estas últimas y de
los enfrentamientos entre unas y otras.Ahora bien, no se deben confundir estos conflictos que han
ocasionado el declive de la utopía occidental con la crisis del capitalismo que se inició en el corazón
del capitalismo occidental en el año 2008 y que es el punto de partida para el diagnóstico del Autor de
que nos encontramos en una era postsocial y posthistórica debido al quiebre entre el capitalismo
financiero y el capitalismo industrial o, en otras palabras, debido a la pérdida por parte de las
instituciones económicas de la función de producción que desempeñaban, lo que perjudica a la vida
social en su conjunto. Así, conceptos como democracia, ciudadanía, familia, igualdad, etc. carecen del
significado que solían tener, designando unas prácticas u orientaciones poco precisas. Como
consecuencia de ello, “la vida social dejó de ser un conjunto de lazos entre instituciones para
convertirse en un espacio de ruptura y de conflicto entre el mundo de los intereses y de las ganancias y
el mundo de los principios éticos, que no son sociales sino morales y que intentamos imponer a
nuestras prácticas” (p. 301). En este escenario de diversidad de modernizaciones que desbordan el
marco de la modernidad, las que fueron llevadas a cabo por fuerzas políticas que se opusieron a la
hegemonía occidental (transformadas en movimientos de liberación nacional y anticolonial), y que
luego se convirtieron de dictaduras nacionalistas contra las que movimientos encabezados
principalmente por jóvenes estudiantes reaccionaron para exigir democracia y derechos; es que el Autor
se plantea interrogantes acerca del sentido de la democracia y de si el nivel de análisis debe continuar
siendo nacional o bien hay que adoptar un marco de análisis mundial en el contexto de la globalización.
Con respecto al segundo punto, el Autor sostiene que en el mundo de hoy tiene prioridad la búsqueda
del interés nacional por sobre la integración en el sistema mundial, pero este movimiento “acarreará, no
sin conflictos internos, un esfuerzo opuesto para volver a dar prioridad no sólo a las actividades
científicas y técnicas, sino también a movimientos culturales y políticos para el reconocimiento de los
derechos universales de todos los individuos y todas las categorías” (p. 307/308). Da como ejemplo la
lucha por la igualdad de derechos entre las mujeres y los hombres, con la probabilidad de que se
formen movimientos feministas que ganen batallas. No obstante ello, “se debe tener siempre en mente
la convicción de que la explicación se hallará cada vez más a menudo en el nivel mundial, más bien
que en un nivel nacional” (p. 312). Dice que hay que renunciar a lo que U. Beck ha denominado
“nacionalismo metodológico”, esto es, la mirada de la sociología clásica dentro del marco categorial
del Estado-nación. Pero en defintiva, afirma que “Es esencial mantener una separación dentre dos
niveles de análisis, tanto en escala planetaria como en escala nacional o regional” (p. 316). En cuanto al
primer punto, sostiene Touraine que la unidad del mundo actual no sólo reside en la globalización de la
economía, sino que también estriba en la “creencia, cada día más difundida, en la necesidad de la
democracia como condición indispensable del reconocimiento y respeto de los derechos humanos”. (p.
315). En este punto hace el Autor una distinción entre la democracia como “idea o discurso” y la
democracia como “conjunto de instituciones concretas de un sistema político específico”. La idea de
democracia ocupa un lugar central en la vida social y política de todos los países, pero ello ocurre
debido al “debilitamiento de los movimientos propiamente sociales” (p.316). Además “es justamente la
más apta para inspirar las protestas y las iniciativas más diversas en regiones del mundo con sistemas
políticos y condiciones económicas diferentes” (p. 316). Son movimientos de liberación (no partidos
políticos) que protestan porque “quieren sobre el contenido y las instituciones de la política que
determinará su vida” (p. 317). Concluye el Autor sus reflexiones sobre la democracia, con el siguiente
párrafo. “debemos superar las divergencias entre nuestros puntos de vista acerca de la democracia a
fin de colocarla no en la cúspide de las instituciones políticas, sino en la base misma de los
movimientos, de las ideas y de los conflictos” (p. 317). Esta afirmación de Touraine, que no constituye
una preocupación nueva en el pensamiento social y político4 hace referencia a lo que otros autores han
denominado “democratizar la democracia”5, es decir, a la concepción de que los movimientos, en tanto
actores principales de la sociedad civil promueven la participación ciudadana en la vida pública,
ayudando así a abrir la estructura de los partidos políticos y de las instituciones representativas.

“CUANDO LOS MODERNIZADORES DESTRUYEN LA MODERNIDAD”


En este capítulo (nro. XIV) analiza el Autor los principales ataques que ha recibido la
hegemonía del sistema occidental, siendo el más importante el generado por la destrucción de los
imperios coloniales. Pero el rechazo a la vía de modernización occidental vino también desde el interior
de occidente. Las críticas hicieron hincapié en la particularidad y en el derecho a la diferencia de su
propio modelo de modernización. Ello derivó en un relativismo cultural radical, volviéndose
importantes las políticas comunitaristas e identitarias. Así, dentro de estos cuestionamientos, surgieron
una diversidad de movimientos antidemocráticos, en particular xenófobos y racistas en muchas
regiones del mundo. Lo que ha ocurrido es que las instituciones democráticas han perdido su
significado, debido a las crisis económicas y a la propagación de la ideología neoliberal. Cita al
antropólogo y sociólogo E. Gellner, quien sostiene que se debe admitir que “todas las culturas son
portadoras de principios y derechos universales, a condición de que ninguna pretenda tener el
monopolio”, posición que, en principio A. Touraine comparte, pero no así cuando deriva en un
“pluralismo cultural radical”, ya que esta postura es inaceptable por descartar todo juicio moral, lo que
es muy peligroso por las consecuencias que podría traer aparejadas (el Autor hace referencia a las
masacres y genocidios que han caracterizado al siglo XX y que continúan viviéndose en este siglo
XXI.) Para Touraine, se trata de volver a descubrir el significado de la universalidad de la modernidad,
que él encuentra en la idea de democracia, a partir de un enfoque más subjetivo de la misma,a la que
considera tanto un sentimiento y una exigencia moral, cuanto un conjunto de instituciones. El tipo de
acción democrática más importante para el Autor es la defensa de la igualdad de los miembros de
grupos minoritarios, para concluir que es necesario combinar el respeto a los derechos universales con
4 El sociólogo y politólogo alemán Robert Michels ya planteó a principios del siglo XX como tesis central de su clásico
estudio sobre los partidos políticos que “la democracia conduce a la oligarquía y contiene necesariamente un núcleo
oligárquico”. Sostenía que tal tesis se podía probar de manera efectiva describiendo la estructura de los diversos partidos
social-demócratas europeos, es decir, en partidos revolucionarios que pretendían representar la negación de esos
fenómenos o trabajar para eliminarlos. Por lo que ello constituiría “una prueba concluyente de la existencia de
tendencias oligárquicas inmanentes en todo tipo de organización humana que luche por alcanzar fines definidos”. Citado
en Zeitlin, Irving (1982): “Ideología y teoría sociológica”, Buenos Aires, editorial Amorrortu, p. 249. Las citas de Robert
Michels, corresponden a su libro “Political Parties”, Nueva York: Dover Publications Inc., 1959, p. 11.
5 Ver, por ejemplo, “Cohen, Jean L. Y Andrew Arato (2000): Sociedad Civil y teoría política”, México D.F., Fondo de
Cultura Económica, pp. 34/44.
el reconocimiento de las diferencias culturales. El interrogante con el cual finaliza este capítulo, es el
mismo con el que abre el siguiente: ¿podemos vivir juntos iguales y diferentes?

“IGUALES Y DIFERENTES”
En el capítulo XV de su libro, el Autor analiza el tema del multiculturalismo, o mejor dicho, de
la pluralidad de culturas y sus particularismos, junto al universalismo de la razón y de los derechos
fundamentales. El primer párrafo del capítulo ya plantea cómo está hilvanado el pensamiento de
Touraine, para quien una distinción clave entre las diversas vías o modos de “modernización” está dada
por “el lugar que se concede a las culturas minoritarias en la vida de la nación, sobre todo las que
resisten la asimilación y la integración” (p. 330). En primer lugar, hace hincapié en la complejidad que
presenta el tema, el cual, debido a sus muchos matices, impide cualquier generalización. Razón por la
cual, distingue tres tipos de situaciones, las que ejemplifica además. La idea clave o central del capítulo
subraya la tensión que venía señalando el Autor en los capítulos previos: el universalismo de la
modernidad que se traduce en la igualdad de derechos fundamentales y el particularismo de las diversas
de culturas que claman por reconocimiento. ¿Cuál es el límite a dicho reconocimiento? ¿Qué debe
primar en tal tensión? Estas son las preguntas alrededor de las cuales reflexiona el Autor en el capítulo
de su libro “El fin de las sociedades” que se ha incluido en esta Unidad nro. 1.

BIBLIOGRAFÍA
-) Cohen, Jean L. Y Andrew Arato (2000): “Sociedad civil y teoría política”, México D.F., Fondo de
Cultura Económica.
-) Freund, Julien (1988) : “La sociología alemana en la época de Max Weber”, en Bottomore, Tom y
Robert Nisbet comp., “Historia del análisis sociológico”, Buenos Aires, 1988,editorial Amorrortu S. A.
-) Touraine, Alain (2016): “El fin de las sociedades”, México, Fondo de Cultura Económica (primera
edición en español).
-) Zeitlin, Irving (1982): “Ideología y teoría sociológica”, Buenos Aires, editorial Amorrortu S.A.

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