PAPUS
PAPUS
PAPUS
Capítulo II
¿Qué se entiende como tal? Esta cuestión, a pesar de ser tan sencilla a simple vista, es
bastante difícil de resolver. Recurramos a diccionarios serios y leamos las ponderadas
recopilaciones efectuadas por unos pocos sabios que se dignaron tratar este tema.vLa
conclusión es bastante fácil de plantear.
Piedra Filosofal, transmutación de metales igual a Ignorancia, Engaño y Locura.
Como resultado de esto, si reflexionamos que, en suma, para hablar de paños, más vale
recurrir a quien los comercia que a un doctor en literatura, tal vez se nos ocurra establecer qué
es lo que piensan los alquimistas acerca de la cuestión que nos ocupa.
Ahora bien, en medio de las consentidas oscuridades y de los numerosos símbolos que llenan
sus tratados, hay un punto en el que todos están de acuerdo: el que se refiere a la definición y
a las cualidades de la Piedra Filosofal.
La Piedra Filosofal perfecta es un polvo rojo que tiene la propiedad de transformar todas las
impurezas de la Naturaleza.
Generalmente se cree que dicha Piedra sólo puede servir, según los alquimistas, para
transformar al plomo o al mercurio en oro. Este es un error. La teoría alquímica deriva de
fuentes demasiado especulativas como para localizar de esta manera sus efectos. Puesto que
la evolución es una de las grandes leyes de la Naturaleza, tal como el Hermetismo lo enseña
hace muchos años, la Piedra Filosofal hace evolucionar rápidamente aquello que las formas
naturales tardan largos años en producir y, por esta razón, los adeptos dicen que ella actúa
tanto sobre los reinos vegetal y animal como sobre el mineral, y bien se la puede denominar
medicina de los tres reinos.
La Piedra Filosofal es un polvo que puede adoptar muchos colores diferentes, según sea su
grado de perfección, pero que, en la práctica, solo posee dos: el blanco o el rojo.
La verdadera Piedra Filosofal es roja. Este polvo rojo posee tres virtudes:
3. 3. También actúa sobre las plantas, y las hace crecer, madurar y dar frutos en unas
horas.
Estos tres puntos parecerán muy fabulosos a muchas personas, pero todos los alquimistas se
hallan de acuerdo en esto.
Además, basta reflexionar para advertir que estas tres propiedades constituyen una sola:
fortalecimiento de la vitalidad.
La Piedra Filosofal es pues, sencillamente, energía Vital condensada en una pequeña cantidad
de materia. Actúa sobre el cuerpo con el que toma contacto como si fuera levadura. Es
suficiente un poco de levadura para que una masa de pan se “eleve” y agrande. De igual
manera, basta un poco de Piedra Filosofal para hacer crecer la vida contenida en cualquier
materia, ya sea mineral, vegetal o animal. Por esta razón, los alquimistas denominan a su
Piedra: medicina de los tres reinos.
Ahora sabemos bastante sobre qué es esta Piedra Filosofal. Así podremos entender su
descripción en un relato de carácter simbólico, y allí deberán tener un límite nuestras
ambiciones.
Capítulo III
La Fabricación de la Piedra Filosofal y sus distintos colores
Veamos ahora cómo se fabrica la Piedra Filosofal. He aquí cuáles son las operaciones
esenciales. Extraer el mercurio común y corriente un fermento especial, al que los alquimistas
denominan Mercurio de los filósofos.
Hacer actuar este fermento sobre la plata, a fin de obtener, igualmente, un fermento. Hacer
actuar el fermento del mercurio sobre el oro, a fin de obtener también, el fermento.
Combinar el fermento que se obtuvo del oro con el fermento que se obtuvo de la plata y el
fermento mercurial en un matraz de vidrio verde, muy sólido y de forma oval, tapar
herméticamente este matraz y ponerlo a cocer en un horno especial, al que los alquimistas
llaman atanor. Lo único que diferencia al atanor de los demás hornos es que, por su
estructura, permite alentar durante muy largo tiempo y de una manera especial la antedicha
combinación, ahora de forma oval.
Es entonces (durante esta cocción), y solo entonces cuando se producen ciertos colores sobre
los cuales se basan todos los comentarios alquímicos. La materia que ese “huevo” contiene se
torna primeramente negra y se petrifica en su totalidad. A este estado se lo designa con el
nombre de cabeza de cuerpo.
De repente, a continuación de este color negro se presenta un color brillante. Este pasaje, del
negro al blanco, de la oscuridad a la luz, es una excelente piedra de toque para reconocer una
historia simbólica que trata sobre la Alquimia. La materia así “fijada” sirve para transmutar los
metales impuros (plomo o mercurio) en plata.
Si se mantiene el fuego, entonces se ve cómo ese color blanco desaparece poco a poco; la
materia adquiere diversas tonalidades, desde los colores inferiores del espectro (azul, verde)
hasta los colores superiores (amarillo, anaranjado), y finalmente llega al color rojo rubí.
Entonces la Piedra Filosofal está casi terminada.
Dije “casi” terminada, pues, en este estado, diez gramos de Piedra Filosofal no transmutan más
de veinte gramos de metal.
A fin de perfeccionar la Piedra, hay que introducirla en un matraz con un poco de Mercurio de
los filósofos, y empezar a calentarlo. La operación original, que requirió un año, ahora no exige
más de tres meses.
Entonces, los colores reaparecen en el mismo orden que la primera vez. En este estado, la
Piedra transmuta en oro diez veces su peso. Hay que recomenzar la operación. Esta vez dura
solamente un mes, y la Piedra transmuta mil veces su peso de metal.
Por último, se realiza la operación final y se obtiene la verdadera Piedra Filosofal perfecta, la
cual transmuta diez mil veces su peso de metal en oro puro.
Capítulo VI
Cuando se lee un texto escrito por un alquimista, es preciso establecer a qué operación se está
refiriendo:
1. Si habla sobre la fabricación del Mercurio de los filósofos, entonces, con seguridad,
resultará ininteligible para el profano.
Viene a cuento, como prueba de ello, el siguiente relato que él considera un galimatías:
“Hay que empezar al ponerse el sol, mientras el marido Rojo y la esposa Blanca se unen en el
espíritu de la vida para vivir en el amor y la tranquilidad, en la proporción exacta del agua y de
la tierra”.
He aquí su interpretación:
Se ponen en el matraz, de forma oval, dos fermentos, a saber, el activo o Rojo y el pasivo o
Blanco.
También leemos lo siguiente:
“Adelántate desde el Occidente, a través de las tinieblas, hacia el Septentrión”.
Esta es la interpretación: Los diversos grados del fuego. También nos encontramos con esto:
“Altera y disuelve al marido entre el invierno y la primavera, transforma el agua en una tierra
negra, y elévate a través de los variados colores hacia el Oriente, en el cual se muestra la Luna
Llena. Después del Purgatorio, aparece el sol blanco y radiante.”
La interpretación es:
Cabeza de cuerpo, colores de la Obra.
Cuando estudiemos un relato simbólico, deberemos buscar siempre el sentido hermético
oculto que aquí casi seguramente encierra. Puesto que la Naturaleza es idéntica por doquier,
el mismo relato, que exprese los misterios de la Gran Obra, podrá significar igualmente el
curso del Sol (mitos solares) o la vida de un héroe fabuloso.
Solamente el iniciado se hallará, pues, en condiciones de captar el tercer sentido (hermético)
de los mitos de la antigüedad, mientras que el sabio solo verá en ellos los sentidos primero y
segundo (físico y natural, curso del Sol, Zodíaco, etc.) y el lego comprenderá únicamente el
primer sentido (el relato relacionado con el héroe).
Desde este punto de vista, son célebres, entre los alquimistas, las aventuras de Venus, Vulcano
y Marte. De acuerdo con todo lo dicho, es dable apreciar que, para preparar la Piedra Filosofal,
hay que tener tiempo y paciencia.
Hablando en términos alquímicos, quien no haya eliminado de sí mismo el deseo del oro,
jamás será rico. Para convencerse de esto, basta leer las biografías de dos alquimistas del siglo
XIX: Cyliani y Louis Paul François Cambriel.
En su aspecto físico, la Piedra Filosofal será, pues, un polvo rojo de consistencia bastante
parecida a la del cloruro de oro, y su olor es e l de sal marina calcinada.
En su aspecto químico, se trata simplemente de un incremento de la densidad, si se admite la
unidad de la materia, idea ésta que cuenta con considerable apoyo por parte de los filósofos
químicos contemporáneos. Efectivamente, el problema que hay que resolver consiste en
transformar un cuerpo cuya densidad es de 13,6, como lo es el mercurio, en un cuerpo cuya
densidad es de 19,5, como lo es el oro.
¿Esta hipótesis de la transmutación discrepa con los más recientes informes de la química?
Capítulo V
La Química Moderna Y La Piedra Filosofal
Son dos los químicos que, en nuestra época, impulsaron sus investigaciones por el oscuro
campo de la Alquimia.
Uno de ellos es Guillaume Louis Figuier quien, hacia 1853, publicó La Alquimia y los
Alquimistas, obra de la que ya tendremos ocasión de hablar. El otro es el profesor Marcelin
Pierre Eugène Berthelot, miembro del Instituto, quien dio a conocer, en 1885, Los Orígenes de
la Alquimia.
Estos dos sabios de la ciencia oficial, especialmente el último, tienen autoridad en esta materia
y su opinión merece ser escuchada por toda persona criteriosa.
Ambos consideran que tanto la Alquimia como lo que ésta propone son bellos sueños, dignos
de épocas pasadas, y niegan formalmente la existencia de la Piedra Filosofal (aunque Figuier
prueba, sin saberlo, la existencia de aquélla). Sin embargo, declaran que, científicamente, la
cuestión no puede ser negada a priori.
Es Figuier quien dice:
“En el estado actual de nuestros conocimientos, no se puede probar de manera
absolutamente rigurosa que la transmutación de los metales sea imposible. Algunas
circunstancias se oponen a que el punto de vista alquímico sea rechazado como un absurdo en
contradicción con los hechos”.
En muchos países de su libro, Berthelot muestra que, lejos de oponerse a la química
contemporánea, la teoría de los alquimistas tiende, en cambio, a reemplazar hoy en día lo que
antes se pensaba de esa filosofía.
He aquí algunos párrafos que abonan esta opinión:
“A través de las explicaciones de carácter místico y de los símbolos con los que los alquimistas
se envuelven, podemos entrever las teorías esenciales de su filosofía. Esas teorías se reducen,
en suma, a una pequeña cantidad de ideas claras y plausibles, algunas de las cuales ofrecen
una analogía ajena a los conceptos de nuestro tiempo”.
También dice:
“¿Por qué no podríamos formar el azufre con el oxígeno o formar el selenio y el teluro con el
azufre, mediante convenientes procedimientos de condensación? ¿Por qué el teluro y el
selenio no podrían convertirse, de manera inversa, en azufre, y éste, a su vez,
metamorfosearse en oxígeno? En efecto, nada se opone a esto a priori.”
Y concluye diciendo:
“Lo repito nada puede afirmarse, con seguridad, en el sentido de que la fabricación de cuerpos
simples sea imposible a priori…”
Todo esto muestra suficientemente que la Piedra Filosofal no es algo fatalmente imposible,
según el criterio de sabios contemporáneos.
Lo que ahora debemos averiguar es si tenemos pruebas positivas de que la Piedra Filosofal
existe.
Capítulo VI
Afirmamos que hay pruebas irrefutables de que la Piedra Filosofal existe, y pasaremos a
exponer los hechos sobre los cuales basamos nuestras convicciones.
Hemos dicho los hechos, pues lo que se demuestra mediante razonamientos más o menos
sólidos puede considerarse absolutamente serio. En el campo de la historia, lo que se afirma
suele ser fácil de comprobar en esta época y, por ello, verdaderamente irrefutable.
Ahora vamos a exponer los argumentos invocados por los adversarios de la Alquimia contra la
transmutación; éstos son hechos que, por sí solos, podrán refutar victoriosamente cada una de
esas objeciones.
Correspondió al mayor de los hermanos Geoffroy encargarse, en 1772, de efectuar el proceso
de los alquimistas ante la Academia. Si damos crédito al memorial que él presentó, los
numerosos casos de transmutación, sobre los cuales los adeptos basan su fe, se pueden
explicar fácilmente como supercherías, filósofos irreprochables, como Paracelso y Raimundo
Lulio, dejan de lado, por un momento, las especulaciones abstractas para efectuar astutos
escamoteos ante personas crédulamente embobadas. Sin embargo, analicemos los medios
para engañar de los que ellos disponían, y procuremos establecer condiciones experimentales
que anulen tales argumentos.
Según Geoffroy, los alquimistas se valen de los siguientes elementos para engañar a los
asistentes:
A fin de que se concrete una de estas condiciones, es necesario que el alquimista esté presente
en la operación o que haya tomado contacto, de antemano, con los instrumentos empleados.
Por lo tanto, la condición primera e imprescindible, para determinar experimentalmente una
transmutación, consiste en que el alquimista esté ausente.
Además, será preciso que no haya tenido en sus manos objeto alguno que luego sirva para esa
transmutación. Y para responder al último argumento, es indispensable que las premisas
fundamentales de la química contemporánea sean incapaces de explicar normalmente el
resultado obtenido. Para que nuestro trabajo encuentre una prueba más sólida aún, es preciso
que sea el lector mismo quien pueda controlar con facilidad todo lo que sostenemos. Por este
motivo, extraeremos nuestros argumentos de una sola obra:
La Alquimia y los Alquimistas, del ya citado Figuier. Antes de proseguir, recordemos las
condiciones más esenciales:
3. Que el hecho no pueda ser explicado por la química contemporánea. Incluso podemos
agregar esta otra condición: 4. Que el operador no pueda ser sospechado de
complicidad.
Abrimos el libro de Figuier, edición de 1854, capítulo III, en la página 206. Allí no encontramos
un solo hecho, ¡sino tres! que responden a todas nuestras condiciones y que vamos a
comentar uno por uno. El operador no solo no es alquimista sino que es un sabio respetado y
un enemigo declarado de la Alquimia: esto responde, con más fuerza aún, a nuestra cuarta
condición. Hablamos, en primer término, de Helvetius y de su transmutación.
Citamos textualmente a Figuier, “Johann Frederick Schweitzer (1625-1709), conocido con el
nombre latino de Helvetius, era uno de los adversarios más acérrimos de la Alquimia y había
alcanzado notoriedad por un escrito suyo contra el “polvo simpático” (sympathetic powder) de
Sir Kenelm Digby (1603-1665).
El 27 de diciembre de 1666, recibió en La Haya la visita de un extranjero vestido como un
hombre corriente del norte de Holanda, quien se negó obstinadamente a dar a conocer su
nombre. El extranjero dijo a Helvetius que, enterado de su disputa con Sir Digby, acudía para
darle pruebas concretas de que la Piedra Filosofal realmente existía. En una larga
conversación, el adepto defendió los principios herméticos y, para disipar las dudas de su
adversario, le mostró la Piedra Filosofal:
Se hallaba en una cajita de marfil y era un polvo metálico cuyo color era el del azufre.
Helvetius instó al desconocido a demostrar, mediante fuego, las virtudes de su
“polvo”, pero el alquimista se negó a ello y se marchó, no sin antes prometer que
regresaría tres semanas después.
“Mientras conversaba con ese hombre y examinaba la Piedra Filosofal, Helvetius se las ingenió
para separar con una uña unas partículas.”
Cuando estuvo solo, se dedicó a poner a prueba las supuestas virtudes de esas partículas.
Fundió plomo en un crisol y efectuó la proyección. Sin embargo, todo se disipó en una
humareda.
Lo único que quedó en el crisol fue un poco de plomo y tierra vitrificada. Entonces, Helvetius
pensó que aquel hombre era un impostor, y habría olvidado lo ocurrido si, tres semanas
después y en el día señalado, el extranjero no hubiese reaparecido.
Sin embargo, se negó a efectuar él mismo la operación, pero cediendo a los ruegos de
Helvetius, le regaló un poco de su “Piedra”, cuyo grosor era apenas el de un grano de mijo.
Y como Helvetius expresó sus temores de que tan pequeña cantidad de sustancia careciera de
la menor propiedad, el alquimista, considerando que incluso ese regalo era demasiado
dispendioso, retiró la mitad y le dijo que lo que quedaba era suficiente para transmutar algo
más de una onza y media de plomo.
Al mismo tiempo, se encargó de informarle sobre las precauciones que debía tener para que la
Obra fuera exitosa y, sobre todo, le recomendó que, en el momento de la proyección,
recubriera la Piedra Filosofal con un poco de cera para protegerla del humo del plomo.
En ese instante, Helvetius comprendió por qué había fracasado en su intento de
transmutación; no había recubierto la Piedra con cera y había descuidado, en consecuencia,
una precaución indispensable.
Además, el extranjero prometió regresar el lunes para asistir a la experiencia.
“El lunes, Helvetius aguardó inútilmente. Así pasó todo el día sin que se presentara nadie. Al
anochecer, la esposa de Helvetius, incapaz de contener su impaciencia, le urgió para que
intentara él solo la operación. Entonces, él lo hizo en presencia de su esposa y de sus hijos.”
“Fundió una onza y media de plomo, proyectó sobre el metal fundido la Piedra recubierta de
cera, tapó convenientemente el crisol y lo dejó expuesto a la acción del fuego durante un
cuarto de hora. Al cabo de ese lapso, el metal había adquirido un bello color verde: era oro
fundido, el cual, colado y enfriado, adquirió un color amarillo espléndido.”
“Todos los orfebres de La Haya estimaron muy alto el valor de ese oro. Povelius, aquilatador
de las monedas de Holanda, lo sometió siete veces a la prueba del antimonio sin que su peso
disminuyera.”
Así es cómo Helvetius narró esta aventura. Los términos y pormenores precisos de su relato
excluyen toda sospecha de impostura por parte de él.
Este hecho le maravilló de tal manera que escribió su Vitulus aureus, (La Haya, 1667, obra
reproducida en Museum Hermeticum Reformatum, Francfort, 1678, y The Hermetic Museum
Restored and Enlarged, Londres, 1893).
De esta manera es cómo él narra lo ocurrido y sale en defensa de la Alquimia.
Capítulo VII
La Validez De La Piedra Filosofal
Lo expuesto responde a todas las condiciones requeridas. Sin embargo, Figuier, sabedor de
cuán difícil es explicar esto, añadió algunas explicaciones en una edición posterior de su obra
(1860). Deseoso de hallar por todas partes, a priori, la existencia de fraude, éste fue el
argumento principal que esgrimió: el alquimista contrató un cómplice, el cual introdujo en los
crisoles de Helvetius un compuesto de oro de fácil descomposición con el calor.
¿Es necesario demostrar la ingenuidad de esta objeción?
2. ¿Cómo pensar que él fuera tan tonto como para no diferenciar un crisol vacío de uno
lleno, o bien, una aleación de un metal?
3. ¿Por qué no tomarse el trabajo de releer el relato de los hechos? Entonces, Figuier
habría advertido dos cuestiones importantes: En primer lugar, la siguiente frase: Tomó
una onza y media de plomo. Esto indica que la pesó, la manipuló y estuvo en
condiciones de verificar fácilmente si era plomo de verdad.
5. Aunque supongamos incluso que Helvetius fue realmente engañado y que, siendo un
experimentado sabio, confundiera al oro con el plomo, la prueba de la transmutación
no resulta menos evidente, pues los críticos olvidan siempre el siguiente hecho: Si
existe una aleación que oculta en sí al oro, entonces, después de la evaporación u
oxidación, pesará mucho menos que el metal inicialmente empleado.
Por el contrario, si con cualquier procedimiento se agregó oro, el lingote pesará mucho más
que el metal inicialmente empleado. Ahora bien, la transmutación de Claude Guillermet de
Bérigard (o Beauregard), de Pisa (¿1578?-1664), que comentaremos más adelante, prueba
irrefutablemente la nulidad de tales argumentaciones.
Finalmente, para destruir para siempre lo que Figuier afirma, basta señalar que tanto los
orfebres de La Haya como el aquilatador de las monedas de Holanda comprueban la pureza
absoluta de aquel oro, lo cual sería imposible si hubiera existido cualquier aleación.
Aquí cae por su propio peso la explicación que la crítica da a este hecho:
“En la actualidad, solo podemos explicar estos hechos admitiendo que el mercurio o el crisol
utilizados ocultaban cierta cantidad de oro, disimulada con una habilidad maravillosa”.
Hemos dicho que un solo hecho plenamente comprobado bastaba para demostrar la
existencia de la Piedra Filosofal. Sin embargo, son tres los hechos sujetos a las mismas
condiciones. Veamos los otros dos: Esto es lo que relata Bérigard de Pisa, citado por el mismo
Figuier:
“Sin embargo, puedo asegurar, con confianza, que el hecho ocurrió tal como yo lo
cuento.”
He aquí, además, que quien realiza esa operación es un sabio, pero conoce las tretas de los
embaucadores y, para evitarlas, emplea todas las precauciones imaginables.
Finalmente, citamos también la transmutación efectuada por François-Mercurie van Helmont
(1618-1699), en su laboratorio de Vilvorde, cerca de Bruselas.
Van Helmont recibió de un desconocido un cuarto de grano de Piedra Filosofal. Se lo enviaba
un adepto que, al descubrir el secreto, deseaba convencer de su realidad al ilustre sabio cuyos
trabajos honraban a su época.
El mismo van Helmont llevó a cabo esa experiencia él solo, en su laboratorio. Con el cuarto de
grano de polvo, que recibió del desconocido, transformó ocho onzas de mercurio en oro.
Hay que convenir que este hecho era un argumento casi irrefutable que podía invocarse en
favor de la existencia de la Piedra Filosofal. Era difícil engañar a Van Helmont, el químico más
diestro de su tiempo.
Él mismo era incapaz de toda impostura y no tenía interés alguno en mentir, pues jamás
aprovechó para nada lo que él observó.
Por último, puesto que la experiencia tuvo lugar fuera de la presencia del alquimista, es difícil
comprender cómo pudo deslizarse allí el fraude. Van Helmont quedó tan convencido del hecho
que pasó a ser declarado partidario de la Alquimia.
En honor de esta aventura, a su hijo recién nacido le puso el nombre de Mercurios. Por lo
demás, este Mercurios Velmont no desmintió su bautismo alquímico.
Hizo que Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716) compartiera su modo de pensar. Durante toda
su vida buscó la Piedra Filosofal. Es verdad que no la halló, pero difundió fervorosamente sus
conocimientos.
Retomemos ahora esos tres relatos y comprobaremos que responden a las condiciones
científicas planteadas. En efecto, ¿el mercurio o el plomo contenían oro? No lo creo, sí tengo
en cuenta:
No podrá creerse que, después de estos argumentos, la lista concluya: persiste en el mundo,
por lo menos, un argumento nada veraz, por cierto, pero tanto más peligroso:
Todos estos relatos, extraídos de libros impresos, no son la obra de los autores que los
firman, sino de hábiles alquimistas impostores.
Ciertamente, estamos frente a una objeción terrible, que parece destruir todo nuestro trabajo.
Sin embargo, la verdad puede todavía aparecer victoriosa.
En efecto, existe una carta perteneciente a una tercera persona, tan eminente como las otras.
La dirigió el filósofo Baruch Spinoza (1632-1677) a Jarrig Jellis. La misiva prueba
irrefutablemente que la experiencia de Helvetius fue real.
He aquí el pasaje importante:
“No solamente Brechtel, sino incluso otras personas que habían asistido a la prueba,
me aseguraron que lo ocurrido fue así. “En seguida fui a ver a Helvetius y él mismo me
mostró el oro y el crisol que todavía contenía un poco de oro pegado en sus paredes.
Me dijo que había introducido apenas, en el plomo fundido, Piedra Filosofal del
tamaño de un cuarto de grano de trigo. Agregó que hará conocer este hecho al mundo
entero.
“Estas son todas las informaciones que pude obtener sobre este tema.
Hay pruebas irrefutables de que la Piedra Filosofal existe, a menos que se niegue para
siempre el testimonio de los textos, de la historia y de los hombres.
Capítulo VIII
La Tabla De Esmeralda De Hermes Trismegisto,
Y Su Explicación Paso A Paso
Volvemos a encontrar la aplicación del método de la Ciencia Oculta: la analogía. Hermes dice
que lo positivo (arriba) es análogo a lo negativo (abajo), y se cuida muy bien de decir que
ambos son semejantes.
Finalmente, vemos la constitución del cuatro, por la reducción del tres a la unidad.
Para realizar los milagros de una sola cosa.
O la constitución del siete, por la reducción del seis (los dos Ternarios) a la unidad.
Puesto que el cuatro y el siete expresan la misma cosa, cualquiera de las dos aplicaciones
puede efectuarse con certeza.
Encaremos la explicación de la segunda fase de la explicación de la primera, y entonces
veremos:
Que uno Verdad debe ser considerada, ante todo, en su triple aspecto: el físico, el
metafísico y el espiritual.
"Y como todas las cosas provinieron y provienen del Uno, así todas las cosas nacen en
esta cosa única por adaptación”.
Aquí se halla compendiada, en pocas palabras, la sagrada enseñanza sobre la creación del
Mundo. La creación mediante adaptación o mediante el cuaternario, desarrollada en el Sepher
Yetzirah y en los diez primeros capítulos del Berasit de Moisés.
Esta cosa única, de la que todo deriva, es la Fuerza universal cuya generación es descripta por
Hermes:
Esta cosa que él llama Thelema (o Thelesma: Voluntad) es de tal importancia que, aunque
corriendo el riesgo de extender demasiado esta explicación, transcribiré lo que opinan muchos
autores sobre este tema centrado en la Luz Astral.
“Existe un agente mixto –natural y divino, corporal y espiritual-, un dúctil mediador universal,
un receptáculo común de las vibraciones del movimiento y de las imágenes de la forma, un
fluido y una fuerza a los que podría llamarse, de alguna manera, “la imaginación de la
Naturaleza”.
“Mediante esta fuerza, todos los sistemas nerviosos se comunican secretamente entre sí; de
ella nacen la simpatía ya la antipatía; de ella provienen los sueños: por ella se producen los
fenómenos de la “segunda vista” y la visión sobrenatural. Este agente universal de las obras de
la Naturaleza, es el od de los hebreos y de Karl Louis von Reichenbach (1788-1869), y es la Luz
Astral de los martinistas.
“La existencia y el posible uso de esta fuerza son el Gran Arcano de la magia práctica.
“La Luz Astral imanta y calienta; alumbra y magnetiza; atrae y rechaza; vivifica y destruye;
coagula y separa; rompe y vuelve a unir todas las cosas bajo el impulso de voluntades
potentes.” (Historia de la Magia, de Eliphas Levi).
“Los cuatro fluidos imponderables son solo las diversas manifestaciones de un mismo agente
universal que es la luz.” (La Clave de los Grandes Misterios; La Clef des Grands Mystères, de
Eliphas Levi, página 207, edición de 1867)
“Hemos hablado de una sustancia que se expande en el infinito. Es la sustancia única que es
cielo y tierra, o sea, que según sus grados de polarización, es sutil o fija. Hermes Trismegisto
denomina el gran Thelesma a esta sustancia. Y se la llama “luz” porque produce resplandor. A
un mismo tiempo, es sustancia y movimiento, fluido y vibración perpetua” (id. ant., página
117)
“El gran agente mágico se revela mediante cuatro clases de fenómenos, y las ciencias profanas
lo sometieron a pruebas bajo distintas denominaciones, a saber, calor, luz, electricidad y
magnetismo. El gran agente mágico es la cuarta emanación del principio vital, del cual el sol es
la tercera forma”. (id. ant. Página 152)
“Este agente solar está vivo mediante dos fuerzas contrarias: una fuerza de atracción y una
fuerza de proyección, lo cual hace decir a Hermes que este agente siempre asciende y vuelve a
descender”. id. ant., página 153)
“Beth Hei Shin”. Esta palabra, empleada por Moisés, cuando se la lee cabalísticamente, nos
describe y define este agente mágico universal, representado en todas las teogonías con la
serpiente, y al que los hebreos también denominaron OD = Más, OB = Menos; Aour = Infinito.
“Aleph Iud Vav. La Luz universal, cuando imanta los mundos, se llama Luz Astral; cuando forma
los metales, se la denomina azoth o mercurio de los sabios; y cuando da vida a los animales, se
la debe llamar magnetismo animal” (Eliphas Levi).
“El Movimiento es el aliento de Dios en acción entre las cosas creadas; este principio
omnipotente, uno y uniforme en su naturaleza y tal vez en su origen, es nada menos que la
causa y el promotor de la variedad infinita de fenómenos que componen las indecibles
categorías de los mundos; como Dios, vitaliza o descompone, organiza o desorganiza, de
acuerdo con las leyes secundarias que son la causa de todas las combinaciones y
permutaciones que podemos observar alrededor de nosotros”. (Nueva Medicina: Nouvelle
Médecine, Louis Lucas)
“El Movimiento es el estado NO DEFINIDO de la fuerza general que anima a la Naturaleza. El
Movimiento es una fuerza elemental, la única que entiendo y considero que debe utilizarse
para explicar todos los fenómenos de la Naturaleza, pues él es susceptible de más y de menos,
es decir, de condensación y dilatación, electricidad, calor y luz. Además, es susceptible de una
COMBINACIÓN de condensaciones. Finalmente, en él también se encuentra la ORGANIZACIÓN
de sus combinaciones. El Movimiento que se supone ACTIVO nos da, material e
intelectualmente, la clave de todos los fenóme nos”.
“El Movimiento, que se supone no definido, es susceptible de condensarse, organizarse,
concentrarse o entonarse. Produce una fuerza de poder relativo cuando se condensa. Es capaz
de conducir o dirigir órganos especiales, o conjuntos de órganos, cuando se organiza. Por
último, cuando se concentra o entona, le es posible reflejarse sobre todo el organismo y
dirigirlo en su totalidad”. (id. ant.)
“En el alma del ámbito fluido del mundo, que penetra todas las cosas, hay una corriente de
amor o atracción, y una corriente de ira o rechazo. Este éter electromagnético, que a todos nos
imanta, este cuerpo encendido por el Espíritu Santo, que renueva sin cesar la faz de la Tierra,
se fija por el peso de nuestra atmósfera y por la fuerza de atracción del mundo. La fuerza de
atracción se fija en el centro del cuerpo, y la fuerza de proyección, en su contorno. Esta fuerza
doble actúa mediante espirales de movimientos contrarios que jamás se encuentran. Se trata
del mismo movimiento que el del Sol, el cual atrae y rechaza sin cesar a los astros de su
sistema. Toda manifestación de la vida, tanto en el orden moral como en el orden físico, es
producida por la tensión extrema de estas dos fuerzas”. (El hombre rojo de las Tullerías:
L’homme rouge des Tuileries, de Paul Christian (J. B. Pitois), 1863).
Confío en que el lector ávido de aprender halle en estas notas mayor esclarecimiento sobre el
tema que el que puedan brindarle las mejores disertaciones del mundo.
Tras su declaración acerca de esta fuerza universal, Hermes aborda el Ocultismo práctico, la
regeneración del Hombre por sí mismo, y la regeneración de la materia por el Hombre
regenerado.
Muy frecuentemente, los alquimistas aplican en sus obras los principios del Esoterismo, a los
que ya nos hemos referido. Para concluir esta explicación, y a modo de ejercicio para los
lectores que sientan curiosidad por esta cuestión, presentamos la traducción de la Tabla de
Esmeralda según los procedimientos de la geometría cualitativa.
Imaginemos un triángulo equilátero que tiene un punto en su centro: la verdad en los tres
mundos. Cada lado del triángulo representa: Verdad Moral (lado izquierdo); Verdad Intelectual
(lado derecho) y Verdad Física (base).
Lo que está arriba (representado por un triángulo equilátero con su ápice hacia arriba) es
como lo que está abajo (representado por un triángulo equilátero con su ápice hacia abajo).
Para cumplir los milagros de la cosa única.
Y como todas las cosas provinieron y provienen del uno (representado por un círculo con un
punto en su centro) así todas las cosas nacen en esta cosa única por adaptación, (la cual es
representada por una cruz dentro de un círculo).
Capítulo IX
Capítulo X
Segunda Operación: Confección Del Azufre
La tintura que se extrae del oro común se obtiene mediante la preparación de su azufre.
Esto es resultado de su calcinación filosófica, que le hace perder su naturaleza metálica y la
convierte en tierra pura.
Dicha calcinación no puede tener lugar con el fuego común, sino solamente con el fuego
secreto que existe en el mercurio de los sabios, debido a su doble propiedad.
En virtud de este fuego celeste, secundado por la trituración, penetra en el centro del oro
común, y se libera y anima el doble fuego central del oro: el mercurial y el sulfuroso.
El primer fuego celeste, después de haber extraído la tintura del oro, la fija mediante su
cualidad fría y coagulante, y se torna perfecta pudiendo multiplicarse tanto en calidad como en
cualidad.
Una vez que esta tierra alcanzó fijeza, adquiere un color de flor de melocotonero que da la
tintura o el fuego que entonces es el oro vital y vegetativo de los sabios.
Esto tiene lugar mediante la regeneración del oro con nuestro mercurio.
Hay que empezar, pues, a disolver el oro común en su materia espermática mediante nuestra
agua de mercurio o nuestro ázoe.
Para llegar a esto, hay que reducir el oro en una cal u óxido de un rojo oscuro muy puro, y
después de haberlo lavado varias veces con agua de lluvia bien destilada con poco fuego, se lo
dejará secar ligeramente con el calor del sol; entonces es cuando se lo calcinará con nuestro
fuego secreto.
En esta ocasión los filósofos dicen: los químicos queman con el fuego, y nosotros con el agua.
Después de haber embebido y triturado ligeramente el óxido de oro calcinado, el cual está
húmedo; después de haberle hecho absorber su peso de sal o de tierra seca sin que moje las
manos y después de que todo junto se incorporó como es debido, se lo embeberá
directamente y se aumentarán, de manera sucesiva, las imbibiciones hasta que todo parezca
una masa apenas espesa.
Entonces, se le echará encima cierta cantidad de agua de mercurio, proporcional a la materia,
de manera que sobrena de en esta última.
Se dejará todo en el calor suave del baño de María de los sabios durante cinco horas, al cabo
de las cuales se decantará la solución en un vaso que se tapará debidamente y se dejará en un
lugar húmedo y frío.
Se tomará la materia que no se disolvió y se la dejará secar con un calor parecido al del sol.
Cuando esté suficientemente seca, se recomenzarán las frecuentes imbibiciones y
trituraciones, como ya lo hemos dicho, a fin de obtener una nueva disolución.
Esta se juntará con la primera y se repetirá el procedimiento hasta haber disuelto l oque pueda
haber, sin que quede más que tierra muerta, sin valor alguno.
Una vez concluida la disolución, se la pone en el vaso de vidrio bien tapado, del que ya hemos
hablado; su color es parecido al del lapislázuli.
Se dejará este vaso en el lugar más frío que se pueda, durante diez días.
Después se pondrá esa materia a fermentar, como ya lo hemos dicho en la primera operación
y, mediante el correspondiente fugo interno de esta fermentación, se pre cipitará una materia
negra.
Esta materia será destilada diestramente y sin fuego, poniendo el líquido separado mediante la
destilación (el cual sobrenadará en la tierra negra) en un vaso bien tapado y en un lugar frío.
Se tomará la tierra negra separada mediante destilación de su líquido, se la dejará secar sola y,
después, se la embeberá directamente con el fuego exterior, o sea, con el mercurio filosófico,
debido a que el árbol filosófico necesita, de tiempo en tiempo, ser quemado por el sol y, luego,
ser refrescado por el agua.
Hay que alternar, pues, lo seco y lo húmedo, a fin de apresurar la putrefacción, y cuando se
advierta que la tierra empieza a secarse, se suspenden las imbibiciones.
Después, se la deja secar sola, hasta que alcance apropiada sequedad.
Se repite este procedimiento hasta que la tierra parece un pez negro: entonces, la
putrefacción es perfecta.
Debemos recordar aquí lo dicho en la primera operación, a fin de no dejar que el espíritu se
volatilice o las “flores” se quemen, suspendiendo a propósito el fuego exterior en el momento
en el que la putrefacción es total.
El color negro que se obtiene al cabo de cuarenta o cincuenta días (siempre que se administró
debidamente el fuego exterior), es una prueba de que el oro común se transformó en tierra
negra, a la que los filósofos llaman estiércol de caballo.
En el momento en el que la materia tiene color blanco y concluyó la coagulación, se procede a
fijarla secando aún más la materia con la ayuda del fuego exterior.
Para ello, se sigue el mismo procedimiento que en la coagulación anterior, hasta que el color
blanco se transforme en el color ojo que los filósofos llaman el elemento del fuego.
La materia alcanza sola un grado de fijeza tan grande que ya no la afecta el fuego exterior o
común, el cual no puede perjudicarla más.
No solamente hay que fijar la materia como ya lo acabamos de hacer, sino que también hay
que petrificarla, induciendo a la materia a que tenga el aspecto de una piedra triturada,
valiéndose para ello del fuego ardiente, es decir, del primer fuego que se usó, y siguiendo los
mismos medios antes descriptos, a fin de transformar la parte impura de la materia en tierra
“fija” y de despojar también a la materia de su humedad salina.
Entonces se procede a separar lo puro de lo impuro de la materia.
Este es el último grado de la regeneración, que se consuma con la solución.
Para llegar a esto, después de haber triturado debidamente la materia y de haberla puesto,
como ya lo hemos dicho, en un vaso de sublimación (de tres a cuatro dedos de altura, de vidrio
blanco de buena calidad y de un espesor que sea el doble del corriente), se vierte encima el
agua mercurial, la cual es nuestro ázoe, disuelto en la cantidad de espíritu astral que le es
necesaria y que ya indicamos, graduando su fuego de manera que la mantenga en un calor
templado, mientras, al final, se le agrega una cantidad de este mercurio filosófico con el fin de
fundir la materia.
Por este medio, toda la parte espiritual de la materia se introduce en el agua, y la pa rte
terrosa se va al fondo; se decanta su extracto, se lo pone en hielo, a fin de que la quintaesencia
oleosa se junte y suba a la superficie del agua y allí sobrenade como aceite, desechándose el
resto de la tierra como inútil.
Esta tierra aprisionaba la virtud medicinal del oro y, por lo tanto, ella carece de todo valor.
Obsérvese bien aquí que no hay que extender demasiado la petrificación de la materia para no
transformar el oro calcinado en una especie de cristal.
Hay que regular con destreza el fuego exterior para que seque poco a poco la humedad salina
del oro calcinado, transformándolo en una tierra blanda que cae como una ceniza, como
resultado de su petrificación o disecación más amplia.
El aceite que así se obtiene mediante la separación es la tintura, el azufre, el fuego radical del
oro o la verdadera coloración; es también la medicina universal, verdadera o potable, para
todos los males que afligen a la humanidad.
En los dos equinoccios, se toma la cantidad necesaria de este aceite para teñir ligeramente una
cucharada sopera de vino blanco o rosado destilado, debido a que una gran cantidad de esta
medicina destruiría el radical húmedo del hombre y le quitaría la vida.
Este aceite puede tomar todas las formas posibles y convertirse en polvo, sal, piedra, espíritu,
etc.
, mediante su disecación con la ayuda de su propio fuego secreto.
Este aceite es también la sangre del león rojo: los antiguos lo representaban con la imagen de
un dragón aliado que descansaba sobre la tierra.
Finalmente, este aceite inalterable es el mercurio aurífico.
Una vez hecho, se lo divide en dos partes iguales.
Se conserva una parte, en estado de aceite, en una redoma de vidrio blanco, bien cerrada con
tapón esmerilado, y se la conserva en un lugar seco, a fin de usarla para efectuar las
imbibiciones en los reinos de Marte y del Sol, como lo diré al final de la tercera operación.
La otra porción se deja secar hasta que se reduzca a polvo, siguiendo los mismos pasos antes
indicados para disecar la materia y coagularla.
Entonces, se divide este polvo, de manera pareja, en dos partes iguales.
Se disuelve una parte en cuatro veces su peso de mercurio filosófico, para embeber la otra
mitad con el polvo que se tiene aparte.
Capítulo XI
Tercera Operación: Conjunción Del Azufre Con El Mercurio De Los Filósofos
Aquí es donde casi todos los filósofos inician sus operaciones, lo cual ha inducido a error a
muchas personas.
Es también en esta operación donde se junta el azufre de los filósofos con el mercurio de
éstos.
Casi todos los sabios denominaron “fermentación” a esta última operación, puesto que el
azufre se disuelve de nuevo en ella, fermenta, entra en putrefacción y resucita mediante su
nueva regeneración en la que tiene diez veces su fuerza.
Esta operación, difiere de las dos anteriores, lo cual hace que los filósofos la integren con siete
grados, a cada uno de los cuales asignaron un planeta.
Para efectuar esta operación, hay que tomar la mitad del polvo que se tiene aparte, del cual ya
hemos hablado, y embeberlo poco a poco, puesto que, embebiéndolo en una cantidad
demasiado grande, se disuelve directamente el azufre en el aceite, el cual se sublima
sobrenadando en el agua, y esto impide que el azufre y el mercurio se junten.
Esta es una grave deficiencia que impide que muchos filósofos tengan éxito.
Por ello, hay que embeber la materia, gota tras gota, en aspersión, a fin de lograr que se unan
la Luna con el Sol de los Ángeles y, juntos formen una masa espesa.
El fuego externo, que sirve para efectuar estas imbibiciones, es aquel del que ya hemos
hablado en el momento en que hicimos disolver en polvo el cuarto de aceite aurífico en la
cantidad de mercurio filosófico necesario para disolverse.
Este fuego exterior se regula de acuerdo con la cantidad de la materia.
Aquí hay que tener cuidado de mantener la materia en un estado de untuosidad mediante
imbibiciones, reiteradas todo el tiempo que sea necesario para hacer que la materia se hinche
y entre en fermentación.
Su disolución termina en el momento en el que la materia adquiere un color azulado.
A esta disolución se la llama rebis o mercurio doble y el grado del mercurio.
Esta disolución es seguida de inmediato por la fermentación.
Entonces se interrumpen las imbibiciones y el fuego exterior, y se deja que el fuego interior de
la materia actúe totalmente por sí solo, hasta que la materia caiga al fondo del vaso y allí se
torne negro como el carbón.
Entonces, comienza el primer grado, llamado de Saturno, que se destila sin fuego y cuyo
líquido sobrenada la materia negra, mientras se sigue el proceso ya descripto para las dos
operaciones precedentes.
Dejar que la materia negra se seque sola.
En el momento en el que alcance un estado apropiado de sequedad, se la embebe
directamente con el fuego exterior, interrumpiendo las imbibiciones cuando se ve que la
materia empieza a secarse.
Dejar que adquiera por sí sola cierto grado de sequedad y se prosigue, repitiendo hasta que
alcance su putrefacción total: entonces se interrumpe el fuego exterior para no dañar la
materia.
Como resultado de la acción del propio fuego de la materia, ésta se convierte de negra en gris,
sin que sea necesario aplicarle fuego exterior, entonces se alcanzó el grado de Júpiter.
En este grado se ven aparecer los colores del aro iris, que son reemplaza dos por una especie
de piel de color negro oscuro, el cual lo adquiere por la sequedad; y se resquebraja y pone gris,
rodeada en la pared del vaso por un circulito blanco.
Cuando la materia llegó a este punto, se la podría utilizar como medicina.
En este caso, habría que dejar secar la materia y hacer que se convierta en un polvo blanco,
empleando los mismos procedimientos ya descriptos para obtener este color, al cual se lo
tornará rojo con la ayuda del fuego secreto.
Esta medicina tendría entonces diez veces la virtud de la primera de la que ya he hablado.
Sin embargo, si se desea utilizarla para la transmutación de metales, después de haberla
disecado bien, no se espere que se vuelva blanca, sino que se la vuelve así amalgamándola, en
partes iguales, con mercurio comercial común, cuidadosamente purificado mediante
destilación, bien sublimado y revivificado.
Se trata de la “leche” o la “grasa” de la tierra.
En efecto, en el momento en el que el mercurio común se amalgama con la materia, todo se
disuelve bajo el aspecto de un líquido blanco parecido a la leche, que la materia condensa en
una sal fija, mediante la acción de su propio fuego.
Entonces se recomienzan los lavados mercuriales que la vuelve cristalina, con la ayuda de siete
lavados diferentes; en cada uno de ellos se agrega el mercurio revivificado, de forma pareja,
como ya lo dije; después, por media, tercera, cuarta, quinta, sexta y séptima parte del peso de
la materia fija, a fin de que el peso de la materia sea siempre mayor que el del mercurio
revivificado que se emplea.
Pero desde el primer lavado, de forma pareja, no hay que interrumpir el fuego ni el de día ni
de noche, o sea, las imbibiciones que contienen el fuego de la materia, a fin de que no se
enfríe y pierda: el compuesto es el latón de los filósofos, que hay que blanquear mediante
frecuentes imbibiciones hasta que nuestra materia fije el mercurio, con la ayuda de su propio
fuego.
Esto consuma el grado de Júpiter.
Si se continúa de esta manera, el latón se torna amarillento; después, azulado, y aparece
encima una bellísima blancura : entonces comienza el grado de la Luna.
Esta bella blancura tiene el aspecto del diamante triturado y se convierte en un polvo muy fino
y sutil.
Se ha obtenido el blanco fijo.
Se lo coloca sobre una lámina roja de cobre.
Si se funde sin echar humo, entonces la tintura se fijó suficientemente.
En el caso contrario, se le aplica fuego, prosiguiendo así hasta que haya alcanzado su grado de
fijeza conveniente, y allí se interrumpe el fuego, si sólo se quiere hacer la tintura blanca, una
parte de la cual transmuta cien partes de mercurio común en plata mejor que la de las minas.
Sin embargo, si lo que se desea es preparar la tintura roja, entonces hay que continuar con el
fuego sobre la materia.
Si se quiere que se ponga roja, no hay que dejarla enfriar.
Si se sigue aplicando fuego exterior, la materia se vuelve muy fina y tan sutil que es difícil
imaginarla.
Por esta razón, hay que dirigir bien su fuego a fin de que la materia no se volatilice con la
fuerza del fuego (el cual debe penetrar por completo), sino que quede en el fondo del vaso,
convirtiéndose en un polvo rojo.
Entonces, éste es el grado de Venus.
Si se continúa sabiamente con el fuego exterior, la materia adquiere el color amarillo limón:
éste es el grado de Marte.
Este color aumenta su intensidad y se convierte en color cobre.
Cuando llega a este punto, no puede aumentar su intensidad por sí solo.
Si seguimos las imbibiciones con el aceite aurífico, entonces la materia se torna cada vez más
roja; después, purpúrea; y por último, de color rojo oscuro, lo cual constituye la salamandra de
los sabios, a la que el fuego jamás puede atacar.
Finalmente, se introduce el mismo aceite aurífico en la materia y se la embebe gota tras gota
hasta que el aceite del Sol se coagule en la materia y esta última, puesta sobre una lámina
caliente, se funda sin echar humo.
Por este medio se ha obtenido la tintura roja y el otro fijo y coagulante, una parte del cual
transmuta cien partes de mercurio en oro mejor que el de la Naturaleza.
Capítulo XII
Las Multiplicaciones
Las dos tinturas de las que acabo de hablar: -la blanca y la roja- son susceptibles de
multiplicarse en calidad y cantidad, mientras no hayan sido sometidas a la acción del fuego
corriente, el cual les hace perder su humedad radical, coagulándolas como tierra cuyo aspecto
es el de una piedra.
Para que estas dos tinturas –la blanca y la roja- se multipliquen hay que repetir por completo la
tercera operación.
Ambos polvos –el blanco y el rojo- deben ser disueltos en el mercurio filosófico, hasta que se
fermenten y entren en putrefacción y, de esta manera, lleguen a regenerarse.
Para llegar a esto hay que repetir, poco a poco, las imbibiciones, orientar el fuego y regularlo,
de manera sucesiva, como ya lo hemos descripto.
En esta segunda multiplicación, una parte se proyecta sobre mil partes de mercurio y las
transmuta en plata o en oro, según sea el color del polvo en metal perfecto.
La multiplicación en calidad se realiza repitiendo la sublimación filosófica.
Esta tiene lugar separando lo puro de lo impuro con la ayuda del mercurio filosófico.
Se repiten puntualmente las manipulaciones de la tercera operación, después de haber
efectuado la disecación con la ayuda del fuego de la materia y de haber reducido a polvo todo
el aceite blanco si se trabaja el blanco, y solo una parte del aceite rojo si se trabaja el rojo, a fin
de conservar la otra parte para utilizarla en el grado de Marte y del Sol, al igual que para
insertar, como ya lo indiqué, si se trabaja el rojo.
La multiplicación en cantidad se realiza añadiendo mercurio común revivificado, como ya lo
expresé.
Si se desea realizar, al mismo tiempo, la multiplicación en calidad, hay que comenzar, por regla
general, por sublimar la materia separando lo puro de lo impuro, disecándolo en su totalidad,
si se trabaja el blanco, o por la mitad, si se trabaja el rojo, con la ayuda del propio fuego, el cual
se regulará de la misma manera que lo hice en la primera operación, a fin de reducirlos a
polvo; se dividirá cada polvo en dos partes iguales.
Se hará disolver una parte en cuatro veces su peso de mercurio filosófico, el cual servirá para
embeber la otra porción que se tiene aparte, repitiendo por completo la tercera operación.
Si se lo desea, es posible repetir estas manipulaciones hasta diez veces: la materia adquirirá,
cada vez, una fuerza que se multiplicará por diez, y será tan sutil que la última vez atravesará el
vaso, volatilizándose en su totalidad.
Corrientemente se interrumpe esto en la novena multiplicación, o de lo contrario se torna tan
volátil que, ante el mínimo calor, horada el vaso y se evapora, lo cual hace que, habitualmente,
haya que interrumpir la transmutación de una parte sobre mil o diez mil a lo sumo, a fin de
exponerse a perder un tesoro tan precioso.
No describiré aquí operaciones curiosísimas que yo he realizado para mi gran asombro, en los
reinos vegetal y animal, y tampoco al modo de hacer que el vidrio se torne maleable y que las
perlas y las piedras preciosas se vuelvan más bellas que las naturales, si se sigue el
procedimiento iniciado por Denis Zachaire, mediante la utilización de vinagre, materia
coagulada blanca y granos de perlas o rubíes muy finamente triturados, moliéndolos luego y
coagulándolos con el fuego de la materia.
Esto se debe a que no quiero ser perjuro y dar muestras de trasponer los límites del espíritu
humano.
apítulo XIII
El Verdadero Alquimista
Capítulo XIV
Vestigios De La Alquimia En La Época Actual
apítulo XV
Un Alquimista Práctico
En esa época yo realizaba un trabajo que todavía permanece inconcluso.
Trataba de reducir todos los términos alquímicos a sus equivalentes de la química
contemporánea.
La tarea era fácil con algunos de ellos, y dificultosa con otros.
Cuando la mera teoría no me bastaba, entonces apelaba a la experiencia.
Fue por eso que, cuando estaba sublimando una mezcla de nitrato de potasio y mercurio,
mediante el procedimiento alquímico, observé que se produjeron tres sales de diferente
aspecto físico, aunque de idéntica composición química.
Estas tres sales eran las indicadas claramente por los alquimistas, sin que los químicos las
mencionaran para nada.
Esto mismo fue lo que me había impulsado a intentar la experiencia.
Todo trabajo ocultista despierta y repercute en un nivel de ideas que guarda una
correspondencia exacta en los tres mundos.
Tampoco me asombré cuando inopinadamente recibí la visita de un hombre de unos cuarenta
años, bien vestido, quien me confesó que se ocupaba de la Piedra Filosofal hacía diez años.
Aducía haber hallado la dirección del fuego astral y dedicarse a mostrar su acción a la persona
que pudiera, no para que le adelantara dinero, pues no lo quería, sino para que le alquilara una
casita por un año.
La persona que eso hiciera seguiría siendo propietario de esa casita.
Eso le permitiría concluir cómodamente su trabajo.
Puesto que “mis aposentos” están constituidos por una habitación situada cerca del cielo, y
todo lo que puedo ganar lo consagro a difundir el Ocultismo, me era imposible adelantar los
mil doscientos francos necesarios para satisfacer el sueño de aquel alquimista.
Por ello, le llevé a ver a diversos ocultistas ricos, pero éstos no quisieron arriesgar esa suma.
Yo habría hecho cualquier cosa por ver la prometida experiencia, pues ésta era la condición
sine qua non de la entrega del dinero.
Para recompensar mis esfuerzos, el alquimista, me regaló una botella que contenía una
sustancia blanca, de olor muy penetrante y dotada de curiosas propiedades físicas.
Esta sustancia es tan higrométrica que una porcioncita puesta sobre el agua se agita de
inmediato violentamente, recordando un poco al sodio, pero sin inflamarse jamás.
Todavía no he tenido tiempo para analizar esta materia que, según pienso, es de origen
orgánico.
Desde entonces, el alquimista de quien hablo continúa sus trabajos.
Vive en Winterthur, en la Suiza de habla alemana, y se llama H.
Etter.
Es un hombre muy serio y sumamente erudito en Ocultismo.
Si algunos de mis lectores visita ese lugar, puede ir a ver las experiencias de este “filósofo del
fuego”.
Es el único alquimista práctico a quien yo conozco, además de una Asociación situada en los
alrededores de Gortiz, en Austria.
Hice ese descubrimiento hacia la misma época de un zapatero, portero en un callejón de
Menilmontant, quien poseía la más completa biblioteca sobre Alquimia que yo jamás había
visto.
Muy afecto a sus estudios, el zapatero al que me refiero, socialista de la escuela de Fourier y
de Torreil, durante cuarenta años había estado comprando esos libros, uno tras otro, a
revendedores de curiosidades.
Entre otras obras raras, tenía manuscritos herméticos de gran valor.
En la actualidad se vio obligado a vender casi todos sus tesoros.
Había leído y tomado nota de todo, y era muy erudito en Ocultismo como para ser un
interlocutor del Venerable Maestro el día de su Iniciación.
Sin embargo, nunca había intentado practicar la Alquimia.
Nuestra monografía no sería completa si concluyéramos sin indicar, por lo menos, los libros
más útiles para quienes quieran llegar más lejos en estos curiosos estudios.
Esto es lo que intentaremos hacer.
apítulo XVI
Cómo Estudiar Alquimia, Y Conclusión
CONCLUSIÓN
Hemos llegado al final de nuestro trabajo y esperamos haber alcanzado el objetivo que
perseguíamos: Demostrar que la Piedra filosofal no es solamente posible, sino que existe y ha
dado pruebas irrefutables de su existencia.
A los lectores serios, carentes de partidismo y preconceptos, les rogamos que estudien bien lo
que afirmamos, verifiquen su autenticidad en los libros originales (lo cual es fácil, en la
Biblioteca Nacional de París), y se cercioren de sí allí hay pruebas irrefutables o solamente
simples conjeturas, despojadas de todo fundamento sólido. El amor por la verdad es lo único
que nos indujo a defender a los alquimistas, a estos filósofos humildes, a quienes se conoce
muy poco y se calumnia demasiado.
Ojalá indujéramos a algún investigador más instruido por nosotros a desarrollar y ampliar esta
clase tan particular de estudios.
Además, asistimos a un verdadero renacimiento de la antigüedad. Los tan curiosos fenómenos
de la sugestión vienen a destruir apropiadamente las conclusiones apresuradas, y es posible
que, en el siglo XX, se constituyan finalmente la SÍNTESIS y la alianza de la física positivista de
Occidente con la metafísica idealista de Oriente.
Ojalá esté cercano el día en el que todas las filosofías reingresen en la Unidad de una misma
CIENCIA, todos los cultos se reincorporen en la Unidad de una misma FE, y la ciencia y la Fe
den nacimiento, mediante su alianza, a ¡la síntesis de una sola VERDAD!