La Ofrenda de La Viuda Lucas 21
La Ofrenda de La Viuda Lucas 21
La Ofrenda de La Viuda Lucas 21
Un evento particular protagonizó nuestro Señor Jesucristo en sus tres años de ministerio.
Luego de reprender con autoridad cada uno de los pobres e ignorantes argumentos de los
fariseos, saduceos y escribas, su mirada, llena de verdad y justicia, se dirige hacia el arca de las
ofrendas del templo, donde una viuda echaba todo su sustento. Jesús dice a todos que esta
contribuyó más que los demás, pues todos los ricos, que se jactaban de sus grandes aportes,
daban de lo que les sobraba, pero aquella pobre mujer entregaba todos sus ingresos. ¿Cuál es
la enseñanza de este pasaje? ¿Qué es lo que Dios desea comunicarnos a través de este relato?
La interrogante surge por las innumerables citas que se hacen a este pasaje en el momento de
pedir ofrenda en la mayoría de nuestras iglesias. Se nos ha enseñado que debemos ofrendar
como esta viuda: dar todo nuestro sustento. Si hacemos de tal forma, según enseñamos,
recibiremos bendición de parte de Dios, Él compensará nuestro donativo al “ciento por uno”,
colmará nuestro hogar de bendiciones, independientemente si aquel dinero es indispensable
para la familia, los padres, o el cuidado de un pariente enfermo. Sin embargo, si interpretamos
este pasaje a la luz de las Escrituras el sentido al que nos lleva es otro. Si tan sólo leemos el
contexto literario e histórico nos daremos cuenta que las Escrituras nos presentan algo
tremendamente contradictorio con nuestras enseñanzas. Antes que aceptar algo de un modo
irreflexivo, o confirmar con un ¡Amén! algo que pudiese estar en el error, nuestro deber está
con la Palabra de Dios. Antes de faltar a la verdad, es necesario corroborar, a la luz de la única
fuente fidedigna, suficiente y verdadera, las Escrituras, si tal interpretación es correcta. Antes
de comenzar el estudio mis palabras no pueden ser distintas a las del apóstol Pablo:
“Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo” (2 Timoteo 2:7).
“… ¿No erráis por esto, porque ignoráis las Escrituras, y el poder de Dios?”
(Marcos 12:24).
Podemos encontrar este evento en sólo dos de los cuatro evangelios: Marcos y Lucas. Los
otros evangelistas no hacen mención de este. Nos encontramos en la semana final de Jesús en
Jerusalén. Jesucristo ya había cumplido con la gran mayoría de su ministerio, y pronto se
aproximaba su crucifixión. Pasando las puertas del templo de Jerusalén, construido por
Herodes, nos encontramos con el atrio de las mujeres, sector que antecedía al patio principal
que llevaba al Santuario. En este atrio, el arca de las ofrendas no era del todo imperceptible.
Las características del depósito de las ofrendas eran de apariencia tal como tubos huecos.
Cualquier donativo, aunque fuese una sola moneda, generaría un estruendo nada
imperceptible. Por tanto, si el tubo generaba un bullicio como de truenos, y por un tiempo
prolongado, de inmediato inferíamos que se trataba de una ofrenda cuantiosa.
“Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero
en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea
un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda
pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que
les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”.(Marcos 12:41-
44).
Este pasaje halla su paralelo en el evangelio de Lucas, que vemos que es similar, por no decir,
exacto:
“Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio
también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo, que
esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de
Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía (Lucas 21:1-
4).
Contexto literario
La primera interrogante se basa en la “cuestión del tributo”. Los fariseos, en conjunto con
los herodianos (partido político que promocionaba a Herodes), querían sorprender a Cristo con
alguna de sus preguntas. Estos se acercaron y consultaron: “…Maestro, sabemos que eres
hombre veraz, y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino
que con verdad enseñas en camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo a Cesar, o no? ¿Daremos, o
no daremos?” (Mateo 12:14). Esta pregunta no parece maliciosa, pero su respuesta
concadenaría consecuencias terribles. En primer lugar, si Jesús respondiera que SI, todo el
pueblo se iría en su contra, pues estaría a favor de pagar el elevado impuesto que dictaba el
pueblo opresor: Roma. En segundo lugar, si Jesús respondía que NO, los que consultaban lo
acusarían con el gobierno romano, y por lo visto, aún no había llegado su hora. Sin embargo,
Jesucristo, como el Hijo de Dios no titubeo, ni siquiera reflexionó su respuesta. No actuaba de
la misma manera que los fariseos: “Entonces ellos discutían entre sí, diciendo: Si decimos del
cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? ¿Y si decimos de los hombres…? Pero temían al
pueblo…” (Marcos 11:31-32). Antes el Señor, como Señor Omnisciente, ya conocía su
intención: “Más él percibiendo la hipocresía de ellos…” (Marcos 12:15).
Antes de la consulta, que con seguridad tenía un doble propósito, los fariseos y herodianos
adulaban en sobremanera a Jesús. Su hipocresía encausó su propia vergüenza, al escuchar la
respuesta magistral de Cristo el Señor: “… ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que
la vea. Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Ellos le dijeron:
De César. Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de
Dios. Y se maravillaron de él” (v.15-17).
La tercera consulta fue genuina. Uno de los escribas se acercó al debate que tenía Jesús en el
templo con los fariseos, saduceos y escribas (v. 28), y le consultó sobre cuál era el primero de
todos los mandamientos. Jesús le menciona el amar a Dios con todo el corazón, con toda el
alma, con toda la mente, y con todas las fuerzas (v. 30). También sostuvo que el segundo más
importante es el amar al prójimo como a nosotros mismos. Las Escrituras nos mencionan que
la respuesta del escriba fue sabia: “…Bien Maestro, verdad has dicho, que uno es Dios, y no
hay otro fuera de él; y el amarle con todo el corazón, con todo el entendimiento, con toda el
alma, y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, es más que todos los
holocaustos y sacrificios” (v. 32-33). Jesús le responde: “…No estás lejos del reino de Dios…” (v.
34).
Luego de las respuestas sabias del Maestro, la Escritura nos menciona que: “…ya ninguno
osaba preguntarle” (v.34). Podemos ver en el versículo 37 que: “…gran multitud del pueblo le
oía de buena gana” (v.37). Por tanto, la hipocresía de los grupos religiosos de la época había
quedado al descubierto ante toda la audiencia popular. Podemos ver una constante en estos
relatos: la hipocresía de los grupos religiosos. Jesús menciona en el evangelio de Lucas: “…
Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía” (Lucas 12:1). La jactancia, altivez,
y falsedad de las sectas y pensamientos religiosos no hayan su excepción en este relato:
“Antes, hacen sus obras para ser vistos por los hombres…” (Mateo 23:5). Por tanto, no
podemos entender el pasaje de la ofrenda de la viuda sin entender primeramente el debate
sobre la verdad que tenía el Maestro con los fariseos, saduceos y escribas, denunciando su
hipocresía. Debemos entender de igual forma que estos eventos ocurrieron de forma
continua, incluso, no es hasta el capítulo 13 que el evangelio menciona que Jesucristo sale del
templo, prediciendo su caída. Por tanto, debemos entender el pasaje de la ofrenda de la viuda
como parte de una secuencia de enseñanzas y acontecimientos, y no como un hecho aislado o
independiente de los otros.
La viuda: víctima de un sistema religioso opresor
En el título anterior estudiábamos cómo el Maestro respondía a cada una de las consultas.
Observamos tres escenarios distintos: fariseos hipócritas con interrogantes malintencionadas,
saduceos ignorantes con perdidas ideas, y un entendido escriba quien halló sabiduría delante
de Cristo. Sin embargo, la historia no termina acá. A pesar que son parte del contexto literario,
los versículos 38, 39 y 40 ejercen una gran ayuda para entender el relato de la viuda pobre. Los
tres versículos inmediatamente anteriores al tema de estudio dicen:
“Y les decía en su doctrina: Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y
aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros
asientos en las cenas; que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas
oraciones. Estos recibirán mayor condenación”.(Marcos 12:38-40).
Jesús no asiente este modelo, sino que lo condena. Está basado en el amor fingido y el
servicio interesado. El mayor era alimentado por los menores, a tal punto que estos quedaban
sin comer por sustentar a funcionarios aprovechados. Dios siempre ha mostrado su interés por
el golpeado, desvalido y oprimido. Esta viuda estaba siendo despojada de todo su sustento,
por obedecer a un sistema religioso dictatorial. Jesucristo en ninguna forma considera esta
práctica como algo válido, más bien, se muestra contrario, basta leer los 36 versículos de
acusación a los fariseos y escribas hipócritas en San Mateo 23.
Luego de acusar a los escribas, los victimarios y protagonistas de este fraudulento y
abusador sistema, los ojos del Maestro se dirigen hacia la pobre víctima. La viuda, sin más que
hacer, ofrenda dos blancas, un cuadrante, monedas de muy poco valor en la época. La
Escritura nos menciona que esta entregó todo su sustento, es decir, todo lo que tenía. Luego
de esta acción sólo podría estar confinada al hambre y a la continuidad de la miseria.
Jamás el relato enfatiza que la viuda será bendecida por tal acción. Antes Jesús alza a esta
mujer como aquella que dio más que todos los demás. En vista de la jactancia de los ricos que
echaban grandes sumas de dinero, la viuda dio todo lo que tenía a su alcance, no lo que le
sobraba. En proporción, ella dio mayor porcentaje de sus ingresos que todos los demás. Sin
embargo, nuestras enseñanzas nos inclinan a pensar que esta actitud es la correcta. Repito que
ella era una víctima de un sistema opresor, estaba siendo engañada por quienes decían
defenderla. El dar todo nuestro sustento no es una regla general, aplicable a todas las
situaciones que se nos presenten. Muchas veces las iglesias de hoy son cómo reales templos
herodianos. Desde los altares, como verdaderos escribas, se incita a la hermandad a dar todos
los ingresos, independientemente que estos puedan estar considerados para la salud, cuidado
o sustento del hogar. Las Escrituras indican que uno debe dar conforme a lo que tiene:
“Asimismo ofrecerá una de las tórtolas o uno de los palominos, según pueda” (Levítico 14:30),
“porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo
que no tiene” (2 Corintios 8:12). Muchos hermanos, estimulados por las sensibilizaciones y
mensajes de prosperidad y bendición, han dado el dinero que tenían destinados para el pago
de una deuda importante, o para el cuidado de un hijo en el hospital. Finalmente, lo prometido
jamás lo recibieron. Esto se puede explicar porque la ofrenda jamás es una vía especial de
bendición. La idea que las ofrendas compran el favor de Dios es un concepto basado en la más
pulcra ignorancia: “…Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se
obtiene con dinero” (Hechos 8:20). Las bendiciones de Dios jamás provienen de nuestra
iniciativa, menos de nuestro dinero. El apóstol Pablo fue enfático: “Cada uno dé como propuso
en su corazón: no con tristeza, NI POR NECESIDAD, porque Dios ama al dador alegre” (2
Corintios 9:7). Todo hermano que entregue una ofrenda pensando que aquel dinero será
retribuido de alguna forma lo está dando por necesidad o interés. ¿No se fomenta el interés
económico si desde los altares se proclaman bendiciones por medio de la ofrenda pagada? El
Señor Jesús sostiene todo lo contrario: “…de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8).
Jesucristo, quien condenó el sistema de la estafa y el engaño religioso, fue el mismo que dijo:
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas” (Mateo 6:33). Jesucristo prometió que Dios conoce nuestras necesidades
y las suplirá, si mantenemos siempre nuestra concentración en el Reino de Dios. ¿Por qué
entonces deberíamos pagar una ofrenda para que Dios nos bendiga? ¿No resulta
contradictorio? Antes que todo, debemos entender que en el Nuevo Testamento la ofrenda es
completamente voluntaria, es contraria a una deuda, debe ser desinteresada, es decir,
contraria a la inversión. Por lo visto, la ignorancia de la Palabra de Dios nos hace sacar
conclusiones prematuras, apresuradas, y que muchas veces, terminan apoyando lo que tanto
el Señor vehementemente condenó. No podemos entender el pasaje de la ofrenda de la viuda
ignorando el contexto que se iba desenvolviendo hasta el momento. Jesús acusa a los escribas
de ser hipócritas, no consecuentes con lo que dicen practicar, aprovechados de la miserable
situación de las viudas, para terminar empobreciéndolas aún más, cuando el sentido del
templo y las ofrendas no era más que el sustento y la ayuda a estas mismas.
El sentido de las ofrendas era la ayuda al desvalido. En este contexto, Jesucristo presencia
todo lo contrario: el templo absorbía gran parte de los ingresos que percibía el pueblo. Muchos
terminaban en la miseria por servir a un sistema humano. Contradice por tanto la enseñanza y
doctrina maravillosa del Señor: “y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de
todos” (Marcos 10:44).